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Educación musical, entorno sonoro y música infanl * Músico, laudero, etnomusicólogo, decimista, profesor, compo- sitor y creador del método de sensibilización musical para niños, papás y profesores tulado ¡Cántale pues! Miembro fundador de la Asociación Iberoamericana de la Décima, con sede en La Habana. Colaboró con el proyecto de invesgación Tesmonios jarochos, apoyado por la Secretaría de Educación y Cultura del Estado de Veracruz. A la fecha cuenta con más de 200 composi- ciones para público infanl. Es importante tomar en cuenta el entorno musical dirigido específicamente a la ni- ñez, dentro del espectro sonoro codiano del contexto urbano y también semirrural actual, contexto en el que los medios masi- vos desempeñan un papel preponderante. Andrés Barahona Londoño* M éxico cuenta con suficiente potencial como para ocupar un lugar destacado dentro del contexto internacional de la música, en cualquie- ra de sus vertientes, ya sea la orquestal sinfónica, la popular o la música infantil. Sin embargo, a un siglo de la Revolución, nuestra situación actual tanto en el campo de la técnica instrumental y la composición sinfónica, como en el de la pedagogía musical, dista mucho de ser satisfactoria. Aunque algunos sectores oficiales parezcan no querer —o no poder— verlo, es innegable que la formación musical en nuestro país no está en un nivel óptimo acorde con el talento existente. En esta ocasión, nos centraremos en el caso de la música infantil, por ser una de las actividades artísticas con mayor rezago dentro de los programas gubernamentales. Será entonces pertinente advertir que existen bá- sicamente tres grandes ámbitos de acción vincula- dos con este tema. Empecemos por mencionar la enseñanza acadé- mica que desde la edad temprana se enfoca hacia la ejecución de un instrumento musical dentro del ámbito de la música llamada clásica europea, un ru- bro casi exclusivamente reservado a las instancias especializadas en la formación musical de carácter Litoral e 10

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Educación musical, entorno sonoroy música infantil

* Músico, laudero, etnomusicólogo, decimista, profesor, compo-sitor y creador del método de sensibilización musical para niños, papás y profesores titulado ¡Cántale pues! Miembro fundador de la Asociación Iberoamericana de la Décima, con sede en La Habana. Colaboró con el proyecto de investigación Testimonios jarochos, apoyado por la Secretaría de Educación y Cultura del Estado de Veracruz. A la fecha cuenta con más de 200 composi-ciones para público infantil.

Es importante tomar en cuenta el entorno musical dirigido específicamente a la ni-ñez, dentro del espectro sonoro cotidiano del contexto urbano y también semirrural actual, contexto en el que los medios masi-vos desempeñan un papel preponderante.

Andrés Barahona Londoño*

México cuenta con suficiente potencial como para ocupar un lugar destacado dentro del

contexto internacional de la música, en cualquie-ra de sus vertientes, ya sea la orquestal sinfónica, la popular o la música infantil. Sin embargo, a un siglo de la Revolución, nuestra situación actual tanto en el campo de la técnica instrumental y la composición sinfónica, como en el de la pedagogía musical, dista mucho de ser satisfactoria. Aunque algunos sectores oficiales parezcan no querer —o no poder— verlo, es innegable que la formación musical en nuestro país no está en un nivel óptimo acorde con el talento existente. En esta ocasión, nos centraremos en el caso de la música infantil, por ser una de las actividades artísticas con mayor rezago dentro de los programas gubernamentales. Será entonces pertinente advertir que existen bá-sicamente tres grandes ámbitos de acción vincula-dos con este tema.

Empecemos por mencionar la enseñanza acadé-mica que desde la edad temprana se enfoca hacia la ejecución de un instrumento musical dentro del ámbito de la música llamada clásica europea, un ru-bro casi exclusivamente reservado a las instancias especializadas en la formación musical de carácter

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profesional. En segundo lugar, es importante tomar en cuenta el entorno musical dirigido especí-ficamente a la niñez, dentro del espectro sonoro cotidiano del contexto urbano y también semi-rrural actual, contexto en el que los medios masivos desempeñan un papel preponderante. Y, por último, aunque no menos rele-vante, es imprescindible abordar también el tema de la música compuesta para los pequeños, la cual casi nunca está separada del mensaje textual, y en tal sentido es más adecuado entenderla como can-ción infantil, que por su naturaleza debiera de ser cantada por la propia niñez, pero desde luego tam-bién para ella.

En el caso de la enseñanza de la música sinfó-nica, es indudable que nuestro país ha dado —y seguirá dando— grandes instrumentistas; sin em-bargo, salvo honrosas excepciones, en el ámbito académico prevalece un criterio “cazatalentos”, bajo el cual muchos maestros suelen privilegiar a unos pocos solistas destacados, en detrimento de los numerosos atrilistas a quienes no se les procura

Es imprescindible abordar también el tema de la música compuesta para los pequeños, la cual casi nunca está separada del mensaje textual, y en tal sentido es más adecuado entenderla como canción infantil, que por su naturaleza debiera de ser cantada por la propia niñez, pero desde luego también para ella.

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transmitir con suficiente vehemencia la mística de lo que significa una interpretación colectiva. Este fenómeno —de vano elitismo— tan recurrente en los corredores academicistas clásicos, ha sido exi-tosamente contrarrestado en Venezuela, gracias a la visionaria labor de José Antonio Abreu Anselmi (Trujillo, 1939), fundador del Siste-ma Nacional de Orquestas Juveniles e Infantiles de Venezuela, junto con el joven y talentoso Gustavo Dudamel Ramírez (Barquisimeto, 1981), un director de orquesta que a sus escasos 30 años ha logrado imprimir una inusitada frescura que en más de un sentido brinda re-nuevo a la emperifollada esfera de la música de concierto. Este caso, dignamente latinoamericano, debiera ser fuente de inspiración para el diseño de los programas de estudio en nuestro país, donde lamen-tablemente se carece de una visión a largo plazo; y no sólo motivar superficiales imitaciones de relumbrón sexenal. Está claro que no existe ningún “milagro musical” en Venezuela, su nivel actual es fru-to de muchos años de ininterrumpida labor musical, y sobre todo de integración social por medio de la música.

Nuestro segundo tema se refiere al entorno sonoro que nos rodea día tras día, y que muchas veces recibimos, o incluso asimilamos, sin darnos cabalmente cuenta; por ejemplo, cuando recorremos los pasi-llos de una fastuosa tienda de autoservicio, o cuando escuchamos la cortinilla musical que abre y cierra los interludios comerciales en al-gún noticiero, o el fondo musical en las deslumbrantes películas, se-

ries, telenovelas de moda o videojuegos. Se trata de un sonido —y esto es

particularmente delicado— que por lo general no escuchamos de manera consciente, pero que está cuidadosamente diseñado en aras de endulzarnos el oído y en-gatusarnos la mente, para así so-meternos indefensos a las mieles de un consumismo exacerbado que se nos presenta como sinó-nimo de progreso. Es un sonido intencionalmente programado para contagiar una irreflexiva noción de “modernismo y avance tecnológico”, mediante la cual se nos inculca con reiteración que lo antiguo es anticuado, y que no debemos mirar hacia atrás por-que eso sería tanto como darle la espalda a la promesa de un éxito espectacularmente entrecomi-llado. En esa altisonante jungla sonora moderna, sucede con fre-cuencia que se asimile el estruen-

¡Cántale pues!, cuya

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Se trata de un espectro sonoro social, en el que se disfraza la enajenación de entretenimiento para virtualmente bombardear al niño con un mundo ilusorio de fantásticos superhéroes indestructi-bles, dotados de poderes alucinantes. Ya sea en videojuegos, películas, series televisivas o dibujos animados, se acostumbra durante la infancia pre-senciar un exacerbado nivel de violencia, siempre acompañado de vívidos sonidos bélicos. Así, pre-textando la supuesta defensa del mundo del bien, todos estos héroes ficticios diseñados para cauti-var al auditorio infantil, en realidad lo están acer-cando al mundo de las armas y a la aniquilación brutal del enemigo. El concepto mismo de vida se manipula en forma competitiva mediante la acu-mulación numérica de una puntuación cuyo úni-co propósito es que el jugador supere sus propias estadísticas, y “gane” matando a todos los demás. Consciente o inconscientemente, todos, pero los niños con menos parámetros para el discernimien-to crítico, recibimos cotidianamente un mundo sonoro —mezcla de ruido, publicidad, mensaje ideológico subliminal y música— que para mu-chos constituye la única referencia musical; y que entre tanta apabullante estridencia ya no escucha-mos con atención, pero aun así nos invade.

do a la sensación de poder y, por contraste, el soni-do tenue se interprete como señal de debilidad.

Como es previsible, semejante percepción dual en la que los extremos son tan declaradamente in-compatibles, por ser proveniente del mundo de los adultos —que son quienes se supone “sí entienden las cosas”—, puede derivar en conclusiones pre-cipitadas para el tan inexperto como ávidamente receptivo y efervescente imaginario de la niñez. Imaginario que recibe incluso con necesitada admi-ración el mundo de los “grandes” en la edad prees-colar. Entorno vital cuya reconfortante certeza comienza a desmoronarse al ser cuestionado en su permisividad durante la etapa de la pubertad en la primaria. Cuestionamiento no exento de dolor que, sacudido por las hormonas, da cauce a una inconte-nible medición social de fuerzas ante la nueva rea-lidad que bulle al interior del adolescente, frente al mundo adulto que le ha sido impuesto. Mundo que la adolescencia buscará intuitivamente desplazar, para imponer los cimientos de lo que con el tiempo terminará por convertirse de nuevo en un proceder de “gente grande”. Y en todo ese ciclo intergenera-cional, el niño aprenderá a ser adulto, mientras que, por su parte, los adultos jamás volveremos a jugar como cuando éramos niños.

pues!, cuya premisa q “hay que saber divertir para lograr instruir”

advierte eu

Todos recibimos cotidianamente un mundo sonoro —mezcla de ruido, publicidad, mensaje ideológico subliminal y música— que para muchos constituye la única referencia musical; y que entre tanta apabullante estridencia ya no escuchamos con atención, pero aun así nos invade.

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En lo que a la canción infantil se refiere, existe —y no sólo en México— una contradicción sisté-mica que se puede resumir de la manera siguiente. A pesar de que todo el mundo reconoce su perti-nencia por abordar una faceta imprescindible para el desarrollo del ser humano, paradójicamente no existe ninguna normativa oficial que defina el rol de la canción infantil en la pedagogía, ni tampoco en lo que respecta a la formación de compositores de canciones dirigidas a la niñez. Es innegable que hasta la fecha los diversos proyectos o programas educativos y culturales, han hecho —por lo gene-ral— caso omiso de la composición de canciones para niños. Esta actividad no figura ni siquiera dentro del rubro de la música en ninguno de los programas de estímulos a la creación artística implementados en nuestro país. Llama además la atención que mientras en el mundo de habla hispa-na existe hoy día un auge considerable en la publi-cación de libros dirigidos específicamente a los ni-ños, no suceda lo mismo en el ámbito de la música.

Por su parte, las sucesivas reformas educativas que implementa la Secretaría de Educación Públi-ca plantean el tema del desarrollo de las llamadas competencias, reconociendo —en el papel— la

pertinencia de fomentar tanto la apreciación como la expresión

artística, incluida la música. Sin embargo, los programas oficiales de estudio no des-criben ningún ejercicio di-recto, ni tampoco ofrecen acciones prácticas, en el

entendido de que la bús-queda y la definición de estos

elementos corresponden a la inquietud, motiva-ción e iniciativa de cada educador.

Lo grave es que mientras los estudiantes de peda-gogía —al igual que los maestros en activo— carecen de una adecuada preparación para encarar el com-promiso educativo en lo que a la expresión musical se refiere, la televisión, escudándose en el muy cues-tionable argumento de que su función no es educar sino entretener, difunde cotidianamente programas dirigidos a los niños que no tienen ningún funda-mento pedagógico, y en cambio sí favorecen tanto la violencia como el desarraigo cultural. Aunque al-gunos parezcan querer olvidarlo, somos mexicanos y como tales debemos educar a nuestros hijos. Para ello, es necesario ofrecerle a la niñez ejemplos que fortalezcan nuestra identidad cultural y refuercen los valores de nuestra idiosincrasia; alejándola, en cambio, de la enajenación y los niveles de violencia a que nos tiene acostumbrados la televisión.

En el año de 2007, el Gobierno del Estado de Ve-racruz, por medio de la Secretaría de Educación, el Instituto Superior de Música de Veracruz, la Uni-versidad Veracruzana y la Facultad de Música, llevó a cabo un coloquio titulado: “La Educación Musical Infantil, una visión para el futuro. Home-naje a Francisco Gabilondo Soler”. Tuve el gusto de participar como ponente en dicho evento, cuya convocatoria señalaba lo siguiente: “Hoy en día, en un mundo globalizado, y donde el debate cotidia-no se da entre la cultura comercial televisiva y los valores intrínsecos de la cultura verdadera, es ne-cesario establecer estrategias que permitan acer-carse a los pequeños y fomentar en ellos las con-diciones para ser mejores ciudadanos”. Una de las conclusiones a las que se llegó entonces fue, pre-

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cisamente, la necesidad de articular estrategias artístico-pedagógicas que permitan vincular de manera efectiva la can-ción infantil con la educación escolarizada.

Presenté en dicho coloquio mi Método Interac-tivo de Sensibilización Musical para Niños, Papás y Educadores llamado ¡Cántale Pues!, cuya premisa advierte que “hay que saber divertir para lograr ins-truir”; y para ello cuenta con una amplia gama de ejercicios prácticos y más de doscientas canciones originales. Recibí en aquel coloquio, al igual que en otros tantos eventos académicos subsiguientes, profusos elogios reconociendo la pertinencia del aporte educativo práctico de este método.

Aun así, hasta la fecha no ha sido posible or-questar una opción operativa. No deja de llamar la atención, que mientras los propios estudiantes y maestros padecen la falta de materiales prácti-cos en cuestión del campo formativo de la música dentro del ámbito escolar, y las mismas autorida-des educativas reconocen que mis canciones para niños representan un valioso aporte pedagógico en apego a nuestros valores culturales, no he lo-grado articular institucionalmente mi aporta-ción pedagógico-musical, para subsanar una muy significativa carencia en la formación de nuestra niñez, que se enfrenta a un mundo cada vez más globalizado y es presa de un nivel inconcebible de violencia.

En lo personal, como músico, decimista, etno-musicólogo, periodista y compositor de canciones para niños, tengo la plena certeza de que es impres-cindible asumir que el compromiso educativo en el campo formativo de la expresión y la apreciación

musicales requiere necesariamente del fortaleci-miento de los valores culturales, y tiene que com-plementarse con la creación artística individual. La composición de canciones para niños debe ser entendida como un género en sí —relacionado de manera estrecha con la labor pedagógica— ya que requiere del desarrollo de habilidades específicas tanto en el discurso musical como en el manejo te-mático, para encauzar el interés y propiciar el sano crecimiento de los niños. Así, la canción infantil debe asumirse como un verdadero complemento pedagógico dentro y fuera del ámbito escolar, para fortalecer nuestro arraigo cultural desde la niñez. Sobre todo, porque en el ámbito comercial mu-chas canciones están efectivamente maleducando a los niños.

Este brevísimo recuento sobre el universo de la música infantil en Veracruz, nos permite atisbar el fenómeno a nivel nacional.

El embate transculturizador de un mundo glo-balizado apunta severamente hacia la desaparición de las especificidades, que dan sustento y perma-nencia a la identidad cultural de cada pueblo. La educación musical, el entorno sonoro y la canción infantil son temas que merecen una atención pun-tual por parte de las diversas esferas de gobierno. Resulta hoy en día impostergable la realización de un debate profundo, sobre la forma en que los pro-gramas oficiales transmiten el universo musical a la niñez, porque de ella depende la permanencia de la música mexicana, y en nuestro caso de la música veracruzana.

etnomusicólogo, periodista y compositor de canciones para niños, ten-go la plena certeza de que es imprescindible asumir que el compromi-so educativo en el campo formativo de la expresión y la apreciación musicales requiere necesariamente del fortalecimiento de los valo-res culturales, y tiene que complementarse con la creación artística individual.

Como músico, decimista,