El Malestar en La Diferencia[1]

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    El malestar en la diferencia

    "La historia, segn Foucault, nos cerca y nos delimita: no dice lo que somos, sinoaquello de lo que estamos en vas de transformarnos: no establece nuestra identidad,

    pero la disipa en provecho de lo otro que somos(...)En suma, la historia es lo que nos

    separa de nosotros mismos(...) lo que se opone al tiempo as como a la eternidad(...),

    aquello que Nietzsche llamaba de lo inactual o intempestivo, lo que es en acto1".

    La vocacin del dispositivo analtico2 es crear condiciones de escucha de

    las diferencias que se movilizan en la constitucin de nuestra subjetividad. Ellas

    se hacen presentes a travs de un malestar.

    Las diferencias a las cuales me refiero no tienen un sentido identitario,

    establecido a partir de la perspectiva de la representacin las supuestas

    caractersticas especficas de cada individuo o grupo, que los distinguiran de

    todos los otros. Al contrario, me refiero a las diferencias en el sentido de aquello

    que justamente viene a destruir las identidades, estas calcificaciones de figuras,

    oponindose a la eternidad. Lo inactual, lo intempestivo. Diferencias que hacen

    diferencia.

    Qu es lo que provoca esta conmocin? Estamos poblados por una infinidad

    variable de ambientes, atravesados por fuerzas/flujos de todo tipo. Estos van

    haciendo ciertas composiciones en cuanto otras se deshacen, en una incansable

    produccin de diferencias. Cuando la aglutinacin de estas nuevas composiciones

    llega a un cierto umbral, explota un acontecimiento: imantacin de una

    multiplicidad de diferencias, necesariamente singular, que anuncia una transfor-

    macin irreversible de nuestro modo de subjetivacin. Esto nos coloca en estados

    de sensacin desconocidos que no consiguen expresarse en las actuales figuras de

    nuestra subjetividad, las cuales pierden su valor, tornndose enteramente obsole-

    tas.

    La irrupcin de un acontecimiento nos convoca a crear figuras que vengan a

    dar cuerpo y sentido a la regimentacin de las diferencias que l promueve. Nos

    hace temblar nuestros contornos y nos separa de nosotros mismos, en aras de otro

    que estamos en vas de convertirnos. Pierden sentido nuestras cartografas, se

    empobrece nuestra consistencia, nos fragilizamos todo esto al mismo tiempo.

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    Son quiebres, rupturas, demoliciones, que pueden variar en ritmo e

    intensidad, pero que acontecen forzosa y repetidamente a lo largo de nuestra

    existencia. Imposible evitarlo: tales quiebres son el efecto de una implacable

    disparidad entre, por un lado, la infinitud del ser en cuanto pura produccin de

    diferencia y por el otro, la finitud de los modos de subjetivacin en que seexpresan las diferencias, cristalizaciones provisorias del ser formando figuras, lo

    humano propiamente dicho. Tal disparidad es constitutiva de la subjetividad: ella

    define el carcter trgico de nuestra condicin, el palpitar de lo transhumano en

    el hombre. No hay cmo deshacerse de esta disparidad, cambia apenas el modo

    de como se lucha con lo trgico y las cartografas que se delinean a partir de all.

    Las diferencias se tornan ms densas, como nubes negras. Oscurecen

    nuestro mundo. Es verdad que su acumulacin progresiva anuncia el relmpagodel acontecimiento el pasaje de lo transhumano (plano virtual, constituido por

    los problemas generados por las diferencias en sus aglutinaciones) para lo

    humano (plano actual, constituido por los modos de existencia creados como

    resolucin de los problemas situados en lo virtual). Pero el instante que antecede

    al relmpago parece no tener fin: somos lanzados a una especie de vaco.

    El salto en la turbulencia de los transhumano produce malestar. Para

    protegernos hacemos sntomas formaciones existenciales3 de compromiso que

    funcionan como solucin contemporizadora. Por un lado, neutralizan lasdiferencias, proponindonos enfrentar sus exigencias, lo que atena

    momentneamente nuestro desasosiego y abre posibilidades de vida. Por el otro

    lado, este esquivar, tiene su costo: una falta de vigor del proceso de construccin

    experimental de la existencia, a travs del cual se actualizan las diferencias. La

    enfermedad psquica es exactamente ese desvigor4 fuerza de resistencia contra

    la finitud de las figuras en que nos reconocemos.

    Si las diferencias no continuasen desasosegndonos, podramos quedar asad infinitum. Pero ellas insisten a travs del malestar y es eso lo que

    eventualmente nos lleva a buscar un anlisis.

    El anlisis tiene la potencialidad de constituirse como fuerza de

    enfrentamiento del problema que cada aglutinamiento de diferencias coloca,

    fuerza de sustentacin de la emergencia de lo nuevo, fuerza subversiva. La

    eficacia del dispositivo analtico est en relanzar el ser a su procesualidad,

    deshacer los nudos de figuras identificatorias calcificadas, crear condiciones para

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    la invencin de posibilidades de vida producidas a partir de un procesamiento de

    las diferencias y no de su rechazo.

    La vocacin del anlisis, por lo tanto, no es decir lo que somos, sino

    promover la escucha de aquello de lo que estamos en vas de diferir o sea, lasustentacin del devenir otro. Tal vocacin estuvo presente en la propia

    fundacin del Psicoanlisis, con el cual se inaugura el campo analtico. La

    creacin por Freud de este nuevo tipo de prctica, al final del siglo XIX, se

    constituy en una respuesta posible al malestar provocado por la declinacin del

    modo de subjetivacin entonces dominante, lo cual se expresa convulsivamente

    en el conjunto de sntomas que se convino en llamar histeria.

    El hecho de que el sntoma funcione como un sedativo para el malestar,

    hace de l un analizador: escucharlo nos da acceso simultneamente a por lo

    menos tres aspectos del contexto problemtico en el que l aparece. En primer

    lugar, el sntoma trae a la luz una cierta aglutinacin de diferencias, disruptiva

    del modo de subjetivacin vigente y el problema que esto ruidosamente nos

    plantea. En segundo lugar, l manifiesta la respuesta contemporizadora que est

    siendo dada a este problema, en la tentativa de escapar del conflicto. Y por fin, l

    explica la estrategia existencial construida a partir de esta respuesta, resolucin

    paliativa cuyo objetivo es conjurar nuestra condicin trgica.

    Los modos de subjetivacin son formaciones singulares y datadas, fruto de

    un tiempo procesual e irreversible. En el colapso de los modos de subjetivacin,

    cuando la disparidad de lo humano y lo transhumano est a flor de piel, es que

    aparece el problema, la respuesta y la resolucin, que el sntoma torna accesibles.

    Son mezclas espacio-temporales, marcadas por diferentes maneras de resistir lo

    trgico, diferentes figuras de su denegacin.

    El dispositivo analtico tendra por funcin facilitar la relacin entre lohumano y lo transhumano, produciendo cartografas que van a dar cuerpo a las

    diferencias, responsables por aquellos colapsos de sentido. siendo as tales

    cartografas designan necesariamente una eleccin en un contexto problemtico

    dado y por eso son siempre parciales: ellas cambian a lo largo de la historia del

    dispositivo analtico a pesar de que su funcin permanezca la misma desde su

    origen. Pretender que nuestras cartografas sean puras, eternas, universales o

    simplemente verdaderas en s mismas es repetir exactamente lo que hace

    enfermar y callar la diferencia, calcificar lo existente, impotentizar la vida, trabar

    la procesualidad del ser, frenar la historia. Y la propia prctica analtica es la que

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    se enferma y se impotentiza cuando resbalamos hacia este tipo de posicin. El

    peligro es que las diferencias acaben no haciendo diferencia.

    El desafo que se le plantea al analista, hoy, es detectar qu nubes negras

    oscurecen el paisaje contemporneo y forjar las cartografas para los modos desubjetivacin que vengan a actualizar aquello que los relmpagos de los

    acontecimientos anuncian, como hizo Freud al fundar el psicoanlisis

    colocndose en la escucha de la histeria.

    Histeria y panico: cartografias de lo transhumano en el hombre

    Propongo que examinemos brevemente, dos momentos del campo analtico,

    su inicio y nuestra actualidad. Partiremos de un conjunto de sntomas que hablan

    ms alto en cada uno de estos momentos para tratar de or qu diferencias estnpidiendo paso y el modo que se est buscando contornear esa exigencia.

    Las diferencias con la que el psicoanlisis se tuvo que ver en sus principios,

    como ya fue mencionado, se le presentaron a Freud a travs de la voz de la

    histeria. De qu nos habla la histeria? De un hombre desorientado por verse

    expuesto a lo trgico en una intensidad mayor de lo habitual y que se asusta por

    explorar lo transhumano como un viaje tenebroso hacia lo inverso de la forma,

    hacia su negativo: ste es su problema. Es que este hombre cree en la eternidadde su forma, la que le sera otorgada por la supuesta unidad de su persona, lo que

    lo hace sentirse deforme e incluso informe. El malestar en la disparidad entre lo

    humano y lo transhumano es para l un trauma; l lo interpreta como si algo le

    estuviese faltando a su autoimagen, poniendo en riesgo su consistencia. Una

    crisis yoica: sta es la respuesta que este hombre elabora para su problema. En

    posesin de esta respuesta contemporizadora, la resolucin que l construye

    consiste en colocarse en posicin de demanda de reconocimiento: a travs de la

    seduccin de un otro idealizado, buscar una restauracin especular de s. Suponeque el mirar de este otro seducido es un espejo que le devolver el contorno de su

    figura aplastada, lo que lo salvar para siempre de la oscuridad de lo

    transhumano.

    El paisaje subjetivo que estas nubes vienen a oscurecer en el final del siglo

    XIX es el de la edad clsica, en la cual el hombre tiene sus fuerzas agenciadas

    con las fuerzas del infinito5 donde deposita las garantas de su consistencia. Un

    modo de subjetivacin basado en un sistema absoluto y prximo al equilibrio.

    Son varias, aqu, las versiones de lo absoluto. En lneas generales ellas puedenser tanto la forma humana a imagen y semejanza de Dios con su razn infinita (el

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    sujeto judeo-cristiano), cuanto la conciencia (el sujeto del cgito cartesiano),

    cuanto tambin la interioridad (el sujeto de la psicologa clsica, fundada en la

    introspeccin, o incluso el de la psiquiatra del siglo pasado). Es este hombre el

    que se ve vertiginosamente expuesto a lo trgico y se desespera. Lo que llega a

    los odos de Freud son los ecos de esta angustia acompaada de una demanda:encontrar un modo de subjetivacin que sea una resolucin menos paliativa que

    la histeria.

    Freud constituir cartografas para esta construccin singular. Su desafo:

    instrumentar la travesa que est operndose de una subjetividad cerrada en s

    misma, cerca de lo absoluto y el equilibrio, hacia una subjetividad agenciada con

    las fuerzas de la finitud, descubiertas en la vida, en el trabajo y en el lenguaje.

    La resolucin que se ir construyendo a lo largo del siglo XX, incluso a

    travs del psicoanlisis, se constituye a partir de un desplazamiento de la

    posicin desde la cual lo transhumano es explorado: l contina siendo

    vivenciado como el negativo de la forma, pero cambian las figuras de lo

    negativo. Pasa a un segundo plano el sujeto unitario, que ve en esta experiencia,

    la seal de una crisis yoica, lo considera como un castigo por algn pecado o

    error y se atormenta con la culpa; aparece en primer plano un sujeto descentrado,

    que contina explorando lo transhumano como un viaje a lo negativo de su

    figura, pero lo incorpora como parte inevitable de su subjetividad. Este tipo devisin de lo transhumano, marcado por una experiencia traumtica de lo trgico,

    se mantiene a lo largo de la historia del psicoanlisis hasta hoy, cambiando

    apenas sus figuras de un campo energtico indiferenciado (contemporneo a la

    termodinmica y a la ley de la entropa) a una falta en ser, pasando por otras

    innumerables.

    No cabra aqu realizar un relevamiento exhaustivo de tales figuras, ni un

    examen ms minucioso de alguna de ellas. El problema con que se enfrent elpsicoanlisis durante su fundacin y las resoluciones que le fue dando implican

    cartografas especficas que pasan por decisiones tomadas a lo largo de su

    historia. Hacer un recorte de la teora psicoanaltica intentando detectar tales

    cartografas parciales, ms all de ser excesivamente pretencioso en el contexto

    de este ensayo, escapara de nuestra ambicin principal: circunscribir las nubes

    que ensombrecen el paisaje contemporneo para problematizar los desafos a los

    cuales tenemos que hacer frente en la actualidad del trabajo analtico. Vamos

    entonces derecho a lo que nos interesa y lo que se vislumbra en este paisaje.

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    Es evidente que la histeria no dej de existir, as como una serie de otros

    sntomas detectados al inicio y a lo largo de la historia del psicoanlisis. A pesar

    de eso, un conjunto de sntomas insiste especialmente en la actualidad: aquello

    que la psiquiatra llam "sndrome de pnico". No estoy tomando a tal

    "sndrome" desde un punto de vista psiquitrico, o sea, como categora de unaclasificacin universal y a-histrica de las psicopatologas y , menos an,

    entendida a la exclusiva luz de la causalidad orgnica-, sino como un analizador.

    Hay otros numerosos analizadores de la problemtica de nuestro tiempo; elijo

    este simplemente porque constato en mi clnica que el pnico se ha presentado

    como una de las quejas con las cuales se llega a un anlisis.

    Y a qu nos apunta este sndrome? Un hombre tomado por el pnico, al

    encontrarse expuesto a lo trgico en una proporcin probablemente ms violentay recurrente que en el final del siglo pasado, le provoca una desestabilizacin an

    mayor. Como lo trgico contina siendo un trauma, la intensificacin de la

    disparidad que lo caracteriza, pasa a ser vivenciado como incidiendo en su propia

    vida: este hombre siente su organismo habitado por un peligro progresivo de la

    prdida de organicidad, de desorientacin , que en cualquier momento puede

    llegar a un verdadero enloquecimiento del cuerpo6 y llevarlo a la muerte. Se

    siente enteramente impotente para hacer algo que frene este proceso, porque ste

    se lleva a cabo imperceptiblemente en el secreto de sus entraas. Es como si la

    vida se le escapase de sus manos. Una especie de terremoto ontolgico, donde el

    que se queda amenazado es el propio ser, en cuanto pulsacin vital.

    La resolucin que este hombre intenta encaminar a travs de su sndrome,

    tal como lo vengo constatando en la clnica, es el no moverse, o slo moverse

    acompaado. Espera de esta manera evitar que la desestabilizacin traspase el

    lmite de la prdida irreversible de consistencia, de muerte biolgica. Deposita su

    vida en manos del "acompaante" que le sirve de garanta externa una especie

    de cuerpo sobresaliente o cuerpo-prtesis, del cual puede disponer en el caso deque este umbral sea alcanzado.

    Convulsiones contemporaneas

    Qu est sucediendo en este final de siglo para que el pnico haya llegado

    hasta este punto?

    Una intensa crisis en los modos de subjetivacin vigente se viene gestando,

    fruto de una sumatoria de factores. Para tomar apenas algunos, destaquemos elimportante avance tecnolgico que se han alcanzado y que confronta al hombre a

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    nuevas fuerzas el silicio, ms all del carbono, y el cosmos, ms all del

    mundo. Nos embarcamos en una acelerada transfiguracin , para lo cual

    contribuye especialmente la industria de la informacin y la transformacin

    digital. Imgenes, sonidos y datos de todo tipo navegan por las arterias

    electrnicas, cada vez ms rpida e instantneamente, haciendo que las figuras dela realidad subjetiva y objetiva tengan vida cada vez ms corta y nuevas figuras

    proliferen en una velocidad impresionante, en mltiples direcciones, todas al

    mismo tiempo. Esto promueve una desnaturalizacin de las figuras casi

    concomitantemente a su aparicin y hace que a todo momento estemos viviendo

    choques con lo inhabitual, envueltos por nubes negras de diferencias, perdidos en

    su oscuridad. Nuestros modos de subjetivacin, no consiguen acompaar este

    proceso a la misma velocidad, y nos deja inhabilitados para operar en este nuevo

    ambiente, componiendo, con sus fuerzas/flujos, territorios de existenciaindividual y colectiva, donde nos podamos situar.

    Otro factor importante es la vigencia en el mundo contemporneo de una

    jerarqua ms imperceptible de la que se ejerce entre clases, etnas, razas, sexos o

    gneros, pero tal vez por esa misma razn, ms implacable; es la jerarqua que

    incide sobre los modos de existencia, sobre sus sentidos y sus valores. Algunos

    modos son valorizados a priori, tomados como referencia universal a partir de la

    cual se evala a todos los dems, lo que promueve una homogeneizacin de la

    subjetividad. Tal jerarqua refuerza la ilusin de que existen modos que giran

    intocables sobre la turbulencia de lo vivo, de que es posible permanecer en el

    equilibrio, inmune a la finitud, lo que repite la exploracin de lo transhumano

    como el negativo de la forma. Los monopolios de los medios ejercen un papel

    particularmente importante en el establecimiento de este tipo de jerarqua: a

    travs de sus ondas visuales y sonoras, cada vez ms perfectas, vibra incansable e

    instantneamente la transmisin de esta jerarqua para todos los rincones del

    planeta.

    Sumados estos dos factores, entre otros, queda fortalecida nuestra tendencia

    a hacer del malestar un trauma. Nos dejamos capturar por la ilusin de completud

    e investimos inconcientemente modos de subjetivacin pret-a-porter que

    idealizamos, lo que torna ms difcil an la creacin de territorios singulares que

    corporifiquen los agenciamientos de diferencias que piden paso. Las diferencia

    continan entonces desestabilizndonos, fragilizndonos cada vez ms: cuanto

    ms fragilizados , ms investimos aquella jerarqua y la ilusin de la que ella es

    portadora. Esta situacin es bastante temible pues en nombre de lo absoluto

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    somos capaces de eliminar todo lo que imaginariamente viene a amenazarlo, con

    una crueldad insospechable.

    Frente a este cuadro, reivindicar un relativismo de valores de nada sirve.

    Este tipo de reivindicacin nos mantiene en el mismo lugar, pues el relativismo,como la jerarqua, se basa en una concepcin identitaria de la diferencia:

    oponerlos por lo tanto, es plantear un falso problema. Tanto en una como en la

    otra posicin, nos confundimos con lo existente, nos anestesiamos a la irrupcin

    intempestiva de agenciamientos de diferencias aqu, en el sentido de lo que

    viene a arrancarnos de nuestra supuesta identidad y quedamos impedidos de

    crear territorios que traigan estos agenciamientos a la existencia.

    Es verdad que esta tendencia no es soberana: los avances que vivimos hoy y

    la intensificada produccin de diferencias que ellos promueven, potencializan

    considerablemente la experimentacin individual y colectiva. Por ejemplo en el

    campo de los medios electrnicos, en contracorriente al centralismo tecnocrtico

    de los monopolios, otros usos se vienen afirmando internacionalmente, en la

    direccin de una democracia cognitiva en tiempo real apoyada en el surgimiento

    de una inteligencia colectiva7. Es el caso de la super-infova Internet, que abarca

    ms de cuarenta millones de usuarios esparcidos por ciento y tanto pases,

    cambiando directa e instantneamente informacin, organizados en torno de

    intereses de los ms variados, pasando por encima o a lo largo de los poderes delos estados multinacionales. Una guerra entre estas fuerzas se viene llevando a

    cabo cada vez ms intensamente sobre una arena invisible cuyo nombre es

    "ciberespacio".

    El anlisis es uno de los dispositivos que podra intervenir en esta balanza,

    haciendo que se incline hacia el lado de la potencia creadora esta sera su

    vocacin tico-poltica ms radical. Pero ejercerlo depende de atrevernos de

    encarar el desconcierto que estamos viviendo y autorizarnos a pensar cartografasadecuadas para lo que este malestar nos seala. Tal decisin implica ampliar al

    mximo la disponibilidad en relacin a toda especie de ruptura de sentido,

    ampliar la fluidez y la libertad de creacin. Sin esta ampliacin, no conseguimos

    procesar subjetivamente la riqueza del paisaje contemporneo y continuamos

    perdidos y asustados.

    Si quisiramos aprovechar esta riqueza tendramos que ir ms lejos en la

    tentativa de destituir lo absoluto. Sin duda el tipo de hombre que el sndrome de

    pnico nos muestra en cierta medida, todos nosotros ya reconoce que el

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    absoluto no existe y, que por lo menos, su subjetividad es descentrada, frag-

    mentada, etc. A pesar de eso, guarda las marcas de un pasado en el que lo

    absoluto funcionaba como garanta de orden y eternidad. Ligado umbilicalmente

    a este pasado, no tan remoto, mantiene lo absoluto como promesa en el horizonte

    de su deseo. Vive el ser como un vaco a ser llenado y lo que lo mueve esentonces la bsqueda de un objeto imposible, que vendra a completarlo. Es en

    tanto perdido e imposible que perdura lo absoluto como referencia para este

    hombre que somos. Encarar de frente el problema que el sndrome de pnico nos

    muestra, pasa por limitar ms incisivamente la presencia de lo absoluto que an

    insiste en la subjetividad en este inminente cambio de siglo.

    El desafo que se le impone al anlisis en este contexto es cambiar

    cartografas que impliquen un cambio de perspectiva en relacin con lo trgico:es preciso que el malestar que l moviliza pueda dejar de ser un trauma. Para eso

    es necesario desplazarse del punto de vista de un sujeto, aunque descentrado y

    esclavo de su figura, hacia el punto de vista de la procesualidad del ser. Dejar de

    explorar lo transhumano como negativo de la figura constituida, para tomarlo en

    su positividad: una fbrica de hbridos de fuerzas/flujos, productoras de

    diferencias, cuya aglutinacin es responsable por el amanecer de figuras de la

    realidad subjetiva y objetiva, como por el ocaso de estas.

    En el horizonte del paisaje contemporneo lo que parece delinearse es unasubjetividad que deja de depositar la garanta de su consistencia en lo absoluto,

    inclusive como inalcanzable, para sustentarse en la procesualidad del ser. Una

    subjetividad cuyo nico parmetro es lo trgico: el eterno retorno de la diferen-

    cia8, la garanta de que algo va a advenir. La eclosin de acontecimientos,

    portadores de diferencias, es el nico indicador con que este hombre podr contar

    para trazar sus cartografas. Una subjetividad heterogentica, metaestable9,

    sistema distante del equilibrio10.

    Es evidente que este nuevo problema exige una ampliacin y hasta an de

    un desplazamiento de las cartografas psicoanalticas tradicionales. Estas son

    inseparables de una sociedad presa a su pasado, a sus invariantes subjetivas11

    una subjetividad homogentica con su sistema prximo al equilibrio, regido por

    leyes dialcticas o estructurales, y marcado por una lgica discursiva. Las

    convulsiones contemporneas piden que dirijamos nuestras cartografas ms

    hacia el futuro y hacia una enfatizacin de cuo experimental de las prcticas

    analticas. Porqu experimental?

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    Es que en el trabajo de anlisis estamos todo el tiempo expuestos a una

    responsabilidad, que no es relativa a un referencial, ni a una institucin, ya sea

    ella psicoanaltica o no; es una responsabilidad relativa al propio ser, en cuanto

    fuerza de repeticin de diferencia. Referentes e instituciones vienen siendo

    elegidos en funcin de esta responsabilidad. En esta aventura no hay ningunagaranta de verdad o de cientificidad, pues el anlisis implica una compleja

    aprehensin del problema singular que cada acontecimiento plantea, corrindose

    siempre el riesgo de fracasar. Es esto lo que hace de la prctica analtica un arte

    de la experimentacin. La prudencia es un elemento importante de este arte

    pero, recordemos, "la radical apertura a lo problemtico hace que esta prudencia

    nada tenga que ver con las virtudes del sentido comn"12. Se trata de una

    prudencia tica.

    Pensando desde esta perspectiva, lo que hacemos en la prctica analtica es

    ms del orden de una experimentacin del inconciente, que de su interpretacin

    propiamente dicha. O para ser ms rigurosos, lo que hacemos es, en verdad, una

    exploracin experimental de la relacin con lo trgico, esta pulsacin de lo

    transhumano en el hombre. Esto depende de un interminable combate contra los

    obstculos que reiteradamente se contraponen a esta aventura.

    Uma reversion del Platonismo en el campo analitico

    El trabajo que vengo emprendiendo desde la dcada del 70 en la tentativa de

    hacer frente a las exigencias que la prctica analtica plantea en la actualidad, me

    ha llevado a dedicarme especialmente a la elaboracin de una operatoria de los

    conceptos propuestos por la clnica y por los escritos del psicoanalista Flix

    Guattari, solo o en compaa con el filsofo Gilles Deleuze.

    Del lado de la clnica, esta obra es la problematizacin de la vasta

    experiencia analtica de Guattari, marcada inicialmente por una corriente de lapsiquiatra francesa que fue conocida con el nombre de "psicoterapia

    institucional", importante referencia en el abordaje de la psicosis. Esta corriente

    tiene su origen durante la Segunda Guerra Mundial, el hospital de Saint Alban,

    donde entre innumerables innovaciones en la prctica psiquitrica, se destacan la

    introduccin de un psicoanlisis repensado en funcin del trabajo con la psicosis

    en el mbito institucional y la incorporacin de la autogestin del colectivo como

    recurso teraputico. La contribucin ms significativa de esta corriente, nos ha

    sido ofrecida por la clnica de La Borde, a la cual Guattari estuvo vinculado

    desde el inicio, hace ms de 40 aos, habiendo sido su co-director por mucho

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    tiempo, junto a su fundador, Jean Oury. En este contexto, la psicoterapia

    institucional gana aire, marcada en un primer momento por el movimiento laca-

    niano y, en seguida, por el vasto trabajo terico emprendido por Guattari en su

    obra con Deleuze, llevando a enfrentar cuestiones suscitadas por la prctica

    analtica, cuya problematizacin quedara inviable si quedara restringida a lasfronteras del psicoanlisis.

    Esta obra se delinea a partir de recursos conceptuales del psicoanlisis

    extrados de varias de sus tendencias, sin ligarse dogmticamente a ninguna de

    ellas asociados a recursos de otros campos de la cultura filosofa, ciencias y

    artes especialmente los trabajos que se insertan en una tradicin de

    cuestionamiento de los modelos de representacin que impregnan la historia del

    pensamiento occidental.

    Porqu el anlisis exige que se recurra a lo extrapsicoanaltico? Es que hay

    inevitablemente una transdisciplinaridad en torno a los problemas planteados por

    las diferencias que se presentan en cada poca pues ellos atraviesan todos los

    campos de la cultura. Freud saba de eso y nunca dej de alimentarse del

    pensamiento producido en otros campos. Y cada nueva teora que se produce en

    el campo analtico es una decisin tomada en un contexto problemtico

    especfico.

    La principal decisin que la obra de Guattari y Deleuze toma en relacin al

    campo analtico es la de ligarlo a la tradicin filosfica que cuestiona los

    modelos de representacin. Tal empresa no pasa apenas por apuntar y demoler

    las fuertes marcas de los modelos de representacin que impregnan al

    psicoanlisis: ya otros autores hicieron este trabajo y lo vienen haciendo en los

    ltimos tiempos. La contribucin ms original y ms relevante de esta obra es la

    de constituirse como un campo de creacin conceptual libre de estas marcas:

    hacer una "reversin del platonismo" en el interior del campo analtico, comoDeleuze se propuso hacer en el campo de la filosofa13. Es verdad que esta

    reversin cambia el paisaje analtico al punto de tornarlo muchas veces

    irreconocible. Pero esto sucede si reducimos el campo analtico a una o varias de

    sus cartografas parciales, y nos olvidamos que su vocacin es exactamente la de

    crear condiciones para soportar el extraamiento de los paisajes que el tiempo

    redisea en el rastro de los acontecimientos, lo que implica estar siempre

    rehaciendo sus cartografas. El coraje de reafirmar esta vocacin hace de la obra

    de estos autores una fuente privilegiada de recursos para circunscribir lasdiferencias que nos desconciertan y avanzar en la travesa que se hace necesaria

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    en direccin de una subjetividad heterogentica, fundada en lo trgico. Y ms

    todava, esta obra se constituye en una fuente privilegiada de recursos para

    pensar el plano donde se engendran las diferencias, lo transhumano en su lgica y

    complejidad propias. Esto contribuye para desplazarnos de la perspectiva que

    explora lo transhumano bajo la predominancia del plano de las formas y que lopiensa simplemente como lo negativo de este plano, lo no-discursivo, no-verbal,

    indecible, innominable, irrepresentable, informe...inconciente.

    Dependiendo de cmo el anlisis es entendido y practicado, l podr estar o

    no a la escucha de la problemtica singular que se plantea a cada momento de su

    prctica. De esta escucha depender su efecto: callar o dar voz a lo transhumano

    en el hombre, resistir a lo trgico o afirmarlo o sea, trabar o relanzar la

    productividad del ser. En trminos sociales e histricos esto implica reiterar losmodos de subjetivacin dominantes o colocarse en la adyacencia de sus rupturas,

    sustentando la bsqueda de expresin de aquello que las nubes negras de las

    diferencias anuncian intempestivamente. En suma, soportar y permitir que la

    historia nos separe de nosotros mismos toda vez que esto fuese necesario.

    Es preciso ser fronterizo al propio psicoanlisis en cuanto campo de saber y

    de poder, si queremos "reatar con su inventividad primera"14, activar "la riqueza

    efervescente, el inquietante atesmo de sus orgenes"15, esta crisis de lo absoluto

    abrindose a la escucha para la turbulenta profusin de diferencias. De estodepende el poder de cura del anlisis su fuerza de creacin y transformacin.

    1 Gilles Deleuze, "A vida como obra de arte", Conversaes, 1972-1990. Ed. 34, Rio deJaneiro, 1992; p.119.

    2 Estaremos utilizando os termos anlise, analtico, analista e analisando no sentido deuma operacionalizao clnica dos conceitos propostos por Flix Guattari e GillesDeleuze, cuja obra nos oferece instrumentos para um trabalho de reorientao eexpanso do campo psicanaltico.

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    3"Guattari na PUC", in Cadernos de Subjetividade, v. 1, n. 1: 9-28. So Paulo, Ncleode Estudos e Pesquisas da Subjetividade, Programa de Estudos Ps-Graduados dePsicologia Clnica da PUC/SP; mar./ago. 1993 (especialmente p. 18).

    4 Paulo C. Lopes,Exame de Quaificao para dissertao de mestrado. Ps-Graduaode Psicologia Clnica da PUC/SP. So Paulo, 1994.

    5Gilles Deleuze, "Rachar as coisas, rachar as palavras", Conversaes, 1972-1990. Ed.34, Rio de Janeiro, 1992; p. 114.

    6Idia sugerida por Pierre Fdida (seminrio clnico na livraria Pulsional. So Paulo,abril de 1994).

    7Pierre Lvy,L'intelligence collective. Pour une anthropologie du cyberpace. d. de laDcouverte, Paris, 1994.

    8Gilles Deleuze,Diferena e repetio. Graal, Rio de Janeiro, 1988.

    9Gilbert Simondon,L'individu et sa gnse psycho-biologique. PUF, Paris, 1964.

    10Ilya Prigogine e Isabelle Stengers,A nova aliana.Metamorfose da Cincia. UNB,Braslia, 1991.

    11Flix Guattari, Caosmose. Um novo paradigma esttico. Ed. 34, Rio de Janeiro, 1992.

    12Luis B. Orlandi, "Pulso e campo problemtico", inPulso. Diferentes abordagens.Escuta, So Paulo, 1995 (col. Linhas de Fuga).

    13cf. nota 8.

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    14Flix Guattari, editorial de Chimres, Revue des Schizoanalyses, no 1: 3. DominiqueBedou, Paris, primavera 1987.

    15cf. nota 11.

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