El Malestar en La Diferencia[1]
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El malestar en la diferencia
"La historia, segn Foucault, nos cerca y nos delimita: no dice lo que somos, sinoaquello de lo que estamos en vas de transformarnos: no establece nuestra identidad,
pero la disipa en provecho de lo otro que somos(...)En suma, la historia es lo que nos
separa de nosotros mismos(...) lo que se opone al tiempo as como a la eternidad(...),
aquello que Nietzsche llamaba de lo inactual o intempestivo, lo que es en acto1".
La vocacin del dispositivo analtico2 es crear condiciones de escucha de
las diferencias que se movilizan en la constitucin de nuestra subjetividad. Ellas
se hacen presentes a travs de un malestar.
Las diferencias a las cuales me refiero no tienen un sentido identitario,
establecido a partir de la perspectiva de la representacin las supuestas
caractersticas especficas de cada individuo o grupo, que los distinguiran de
todos los otros. Al contrario, me refiero a las diferencias en el sentido de aquello
que justamente viene a destruir las identidades, estas calcificaciones de figuras,
oponindose a la eternidad. Lo inactual, lo intempestivo. Diferencias que hacen
diferencia.
Qu es lo que provoca esta conmocin? Estamos poblados por una infinidad
variable de ambientes, atravesados por fuerzas/flujos de todo tipo. Estos van
haciendo ciertas composiciones en cuanto otras se deshacen, en una incansable
produccin de diferencias. Cuando la aglutinacin de estas nuevas composiciones
llega a un cierto umbral, explota un acontecimiento: imantacin de una
multiplicidad de diferencias, necesariamente singular, que anuncia una transfor-
macin irreversible de nuestro modo de subjetivacin. Esto nos coloca en estados
de sensacin desconocidos que no consiguen expresarse en las actuales figuras de
nuestra subjetividad, las cuales pierden su valor, tornndose enteramente obsole-
tas.
La irrupcin de un acontecimiento nos convoca a crear figuras que vengan a
dar cuerpo y sentido a la regimentacin de las diferencias que l promueve. Nos
hace temblar nuestros contornos y nos separa de nosotros mismos, en aras de otro
que estamos en vas de convertirnos. Pierden sentido nuestras cartografas, se
empobrece nuestra consistencia, nos fragilizamos todo esto al mismo tiempo.
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Son quiebres, rupturas, demoliciones, que pueden variar en ritmo e
intensidad, pero que acontecen forzosa y repetidamente a lo largo de nuestra
existencia. Imposible evitarlo: tales quiebres son el efecto de una implacable
disparidad entre, por un lado, la infinitud del ser en cuanto pura produccin de
diferencia y por el otro, la finitud de los modos de subjetivacin en que seexpresan las diferencias, cristalizaciones provisorias del ser formando figuras, lo
humano propiamente dicho. Tal disparidad es constitutiva de la subjetividad: ella
define el carcter trgico de nuestra condicin, el palpitar de lo transhumano en
el hombre. No hay cmo deshacerse de esta disparidad, cambia apenas el modo
de como se lucha con lo trgico y las cartografas que se delinean a partir de all.
Las diferencias se tornan ms densas, como nubes negras. Oscurecen
nuestro mundo. Es verdad que su acumulacin progresiva anuncia el relmpagodel acontecimiento el pasaje de lo transhumano (plano virtual, constituido por
los problemas generados por las diferencias en sus aglutinaciones) para lo
humano (plano actual, constituido por los modos de existencia creados como
resolucin de los problemas situados en lo virtual). Pero el instante que antecede
al relmpago parece no tener fin: somos lanzados a una especie de vaco.
El salto en la turbulencia de los transhumano produce malestar. Para
protegernos hacemos sntomas formaciones existenciales3 de compromiso que
funcionan como solucin contemporizadora. Por un lado, neutralizan lasdiferencias, proponindonos enfrentar sus exigencias, lo que atena
momentneamente nuestro desasosiego y abre posibilidades de vida. Por el otro
lado, este esquivar, tiene su costo: una falta de vigor del proceso de construccin
experimental de la existencia, a travs del cual se actualizan las diferencias. La
enfermedad psquica es exactamente ese desvigor4 fuerza de resistencia contra
la finitud de las figuras en que nos reconocemos.
Si las diferencias no continuasen desasosegndonos, podramos quedar asad infinitum. Pero ellas insisten a travs del malestar y es eso lo que
eventualmente nos lleva a buscar un anlisis.
El anlisis tiene la potencialidad de constituirse como fuerza de
enfrentamiento del problema que cada aglutinamiento de diferencias coloca,
fuerza de sustentacin de la emergencia de lo nuevo, fuerza subversiva. La
eficacia del dispositivo analtico est en relanzar el ser a su procesualidad,
deshacer los nudos de figuras identificatorias calcificadas, crear condiciones para
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la invencin de posibilidades de vida producidas a partir de un procesamiento de
las diferencias y no de su rechazo.
La vocacin del anlisis, por lo tanto, no es decir lo que somos, sino
promover la escucha de aquello de lo que estamos en vas de diferir o sea, lasustentacin del devenir otro. Tal vocacin estuvo presente en la propia
fundacin del Psicoanlisis, con el cual se inaugura el campo analtico. La
creacin por Freud de este nuevo tipo de prctica, al final del siglo XIX, se
constituy en una respuesta posible al malestar provocado por la declinacin del
modo de subjetivacin entonces dominante, lo cual se expresa convulsivamente
en el conjunto de sntomas que se convino en llamar histeria.
El hecho de que el sntoma funcione como un sedativo para el malestar,
hace de l un analizador: escucharlo nos da acceso simultneamente a por lo
menos tres aspectos del contexto problemtico en el que l aparece. En primer
lugar, el sntoma trae a la luz una cierta aglutinacin de diferencias, disruptiva
del modo de subjetivacin vigente y el problema que esto ruidosamente nos
plantea. En segundo lugar, l manifiesta la respuesta contemporizadora que est
siendo dada a este problema, en la tentativa de escapar del conflicto. Y por fin, l
explica la estrategia existencial construida a partir de esta respuesta, resolucin
paliativa cuyo objetivo es conjurar nuestra condicin trgica.
Los modos de subjetivacin son formaciones singulares y datadas, fruto de
un tiempo procesual e irreversible. En el colapso de los modos de subjetivacin,
cuando la disparidad de lo humano y lo transhumano est a flor de piel, es que
aparece el problema, la respuesta y la resolucin, que el sntoma torna accesibles.
Son mezclas espacio-temporales, marcadas por diferentes maneras de resistir lo
trgico, diferentes figuras de su denegacin.
El dispositivo analtico tendra por funcin facilitar la relacin entre lohumano y lo transhumano, produciendo cartografas que van a dar cuerpo a las
diferencias, responsables por aquellos colapsos de sentido. siendo as tales
cartografas designan necesariamente una eleccin en un contexto problemtico
dado y por eso son siempre parciales: ellas cambian a lo largo de la historia del
dispositivo analtico a pesar de que su funcin permanezca la misma desde su
origen. Pretender que nuestras cartografas sean puras, eternas, universales o
simplemente verdaderas en s mismas es repetir exactamente lo que hace
enfermar y callar la diferencia, calcificar lo existente, impotentizar la vida, trabar
la procesualidad del ser, frenar la historia. Y la propia prctica analtica es la que
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se enferma y se impotentiza cuando resbalamos hacia este tipo de posicin. El
peligro es que las diferencias acaben no haciendo diferencia.
El desafo que se le plantea al analista, hoy, es detectar qu nubes negras
oscurecen el paisaje contemporneo y forjar las cartografas para los modos desubjetivacin que vengan a actualizar aquello que los relmpagos de los
acontecimientos anuncian, como hizo Freud al fundar el psicoanlisis
colocndose en la escucha de la histeria.
Histeria y panico: cartografias de lo transhumano en el hombre
Propongo que examinemos brevemente, dos momentos del campo analtico,
su inicio y nuestra actualidad. Partiremos de un conjunto de sntomas que hablan
ms alto en cada uno de estos momentos para tratar de or qu diferencias estnpidiendo paso y el modo que se est buscando contornear esa exigencia.
Las diferencias con la que el psicoanlisis se tuvo que ver en sus principios,
como ya fue mencionado, se le presentaron a Freud a travs de la voz de la
histeria. De qu nos habla la histeria? De un hombre desorientado por verse
expuesto a lo trgico en una intensidad mayor de lo habitual y que se asusta por
explorar lo transhumano como un viaje tenebroso hacia lo inverso de la forma,
hacia su negativo: ste es su problema. Es que este hombre cree en la eternidadde su forma, la que le sera otorgada por la supuesta unidad de su persona, lo que
lo hace sentirse deforme e incluso informe. El malestar en la disparidad entre lo
humano y lo transhumano es para l un trauma; l lo interpreta como si algo le
estuviese faltando a su autoimagen, poniendo en riesgo su consistencia. Una
crisis yoica: sta es la respuesta que este hombre elabora para su problema. En
posesin de esta respuesta contemporizadora, la resolucin que l construye
consiste en colocarse en posicin de demanda de reconocimiento: a travs de la
seduccin de un otro idealizado, buscar una restauracin especular de s. Suponeque el mirar de este otro seducido es un espejo que le devolver el contorno de su
figura aplastada, lo que lo salvar para siempre de la oscuridad de lo
transhumano.
El paisaje subjetivo que estas nubes vienen a oscurecer en el final del siglo
XIX es el de la edad clsica, en la cual el hombre tiene sus fuerzas agenciadas
con las fuerzas del infinito5 donde deposita las garantas de su consistencia. Un
modo de subjetivacin basado en un sistema absoluto y prximo al equilibrio.
Son varias, aqu, las versiones de lo absoluto. En lneas generales ellas puedenser tanto la forma humana a imagen y semejanza de Dios con su razn infinita (el
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sujeto judeo-cristiano), cuanto la conciencia (el sujeto del cgito cartesiano),
cuanto tambin la interioridad (el sujeto de la psicologa clsica, fundada en la
introspeccin, o incluso el de la psiquiatra del siglo pasado). Es este hombre el
que se ve vertiginosamente expuesto a lo trgico y se desespera. Lo que llega a
los odos de Freud son los ecos de esta angustia acompaada de una demanda:encontrar un modo de subjetivacin que sea una resolucin menos paliativa que
la histeria.
Freud constituir cartografas para esta construccin singular. Su desafo:
instrumentar la travesa que est operndose de una subjetividad cerrada en s
misma, cerca de lo absoluto y el equilibrio, hacia una subjetividad agenciada con
las fuerzas de la finitud, descubiertas en la vida, en el trabajo y en el lenguaje.
La resolucin que se ir construyendo a lo largo del siglo XX, incluso a
travs del psicoanlisis, se constituye a partir de un desplazamiento de la
posicin desde la cual lo transhumano es explorado: l contina siendo
vivenciado como el negativo de la forma, pero cambian las figuras de lo
negativo. Pasa a un segundo plano el sujeto unitario, que ve en esta experiencia,
la seal de una crisis yoica, lo considera como un castigo por algn pecado o
error y se atormenta con la culpa; aparece en primer plano un sujeto descentrado,
que contina explorando lo transhumano como un viaje a lo negativo de su
figura, pero lo incorpora como parte inevitable de su subjetividad. Este tipo devisin de lo transhumano, marcado por una experiencia traumtica de lo trgico,
se mantiene a lo largo de la historia del psicoanlisis hasta hoy, cambiando
apenas sus figuras de un campo energtico indiferenciado (contemporneo a la
termodinmica y a la ley de la entropa) a una falta en ser, pasando por otras
innumerables.
No cabra aqu realizar un relevamiento exhaustivo de tales figuras, ni un
examen ms minucioso de alguna de ellas. El problema con que se enfrent elpsicoanlisis durante su fundacin y las resoluciones que le fue dando implican
cartografas especficas que pasan por decisiones tomadas a lo largo de su
historia. Hacer un recorte de la teora psicoanaltica intentando detectar tales
cartografas parciales, ms all de ser excesivamente pretencioso en el contexto
de este ensayo, escapara de nuestra ambicin principal: circunscribir las nubes
que ensombrecen el paisaje contemporneo para problematizar los desafos a los
cuales tenemos que hacer frente en la actualidad del trabajo analtico. Vamos
entonces derecho a lo que nos interesa y lo que se vislumbra en este paisaje.
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Es evidente que la histeria no dej de existir, as como una serie de otros
sntomas detectados al inicio y a lo largo de la historia del psicoanlisis. A pesar
de eso, un conjunto de sntomas insiste especialmente en la actualidad: aquello
que la psiquiatra llam "sndrome de pnico". No estoy tomando a tal
"sndrome" desde un punto de vista psiquitrico, o sea, como categora de unaclasificacin universal y a-histrica de las psicopatologas y , menos an,
entendida a la exclusiva luz de la causalidad orgnica-, sino como un analizador.
Hay otros numerosos analizadores de la problemtica de nuestro tiempo; elijo
este simplemente porque constato en mi clnica que el pnico se ha presentado
como una de las quejas con las cuales se llega a un anlisis.
Y a qu nos apunta este sndrome? Un hombre tomado por el pnico, al
encontrarse expuesto a lo trgico en una proporcin probablemente ms violentay recurrente que en el final del siglo pasado, le provoca una desestabilizacin an
mayor. Como lo trgico contina siendo un trauma, la intensificacin de la
disparidad que lo caracteriza, pasa a ser vivenciado como incidiendo en su propia
vida: este hombre siente su organismo habitado por un peligro progresivo de la
prdida de organicidad, de desorientacin , que en cualquier momento puede
llegar a un verdadero enloquecimiento del cuerpo6 y llevarlo a la muerte. Se
siente enteramente impotente para hacer algo que frene este proceso, porque ste
se lleva a cabo imperceptiblemente en el secreto de sus entraas. Es como si la
vida se le escapase de sus manos. Una especie de terremoto ontolgico, donde el
que se queda amenazado es el propio ser, en cuanto pulsacin vital.
La resolucin que este hombre intenta encaminar a travs de su sndrome,
tal como lo vengo constatando en la clnica, es el no moverse, o slo moverse
acompaado. Espera de esta manera evitar que la desestabilizacin traspase el
lmite de la prdida irreversible de consistencia, de muerte biolgica. Deposita su
vida en manos del "acompaante" que le sirve de garanta externa una especie
de cuerpo sobresaliente o cuerpo-prtesis, del cual puede disponer en el caso deque este umbral sea alcanzado.
Convulsiones contemporaneas
Qu est sucediendo en este final de siglo para que el pnico haya llegado
hasta este punto?
Una intensa crisis en los modos de subjetivacin vigente se viene gestando,
fruto de una sumatoria de factores. Para tomar apenas algunos, destaquemos elimportante avance tecnolgico que se han alcanzado y que confronta al hombre a
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nuevas fuerzas el silicio, ms all del carbono, y el cosmos, ms all del
mundo. Nos embarcamos en una acelerada transfiguracin , para lo cual
contribuye especialmente la industria de la informacin y la transformacin
digital. Imgenes, sonidos y datos de todo tipo navegan por las arterias
electrnicas, cada vez ms rpida e instantneamente, haciendo que las figuras dela realidad subjetiva y objetiva tengan vida cada vez ms corta y nuevas figuras
proliferen en una velocidad impresionante, en mltiples direcciones, todas al
mismo tiempo. Esto promueve una desnaturalizacin de las figuras casi
concomitantemente a su aparicin y hace que a todo momento estemos viviendo
choques con lo inhabitual, envueltos por nubes negras de diferencias, perdidos en
su oscuridad. Nuestros modos de subjetivacin, no consiguen acompaar este
proceso a la misma velocidad, y nos deja inhabilitados para operar en este nuevo
ambiente, componiendo, con sus fuerzas/flujos, territorios de existenciaindividual y colectiva, donde nos podamos situar.
Otro factor importante es la vigencia en el mundo contemporneo de una
jerarqua ms imperceptible de la que se ejerce entre clases, etnas, razas, sexos o
gneros, pero tal vez por esa misma razn, ms implacable; es la jerarqua que
incide sobre los modos de existencia, sobre sus sentidos y sus valores. Algunos
modos son valorizados a priori, tomados como referencia universal a partir de la
cual se evala a todos los dems, lo que promueve una homogeneizacin de la
subjetividad. Tal jerarqua refuerza la ilusin de que existen modos que giran
intocables sobre la turbulencia de lo vivo, de que es posible permanecer en el
equilibrio, inmune a la finitud, lo que repite la exploracin de lo transhumano
como el negativo de la forma. Los monopolios de los medios ejercen un papel
particularmente importante en el establecimiento de este tipo de jerarqua: a
travs de sus ondas visuales y sonoras, cada vez ms perfectas, vibra incansable e
instantneamente la transmisin de esta jerarqua para todos los rincones del
planeta.
Sumados estos dos factores, entre otros, queda fortalecida nuestra tendencia
a hacer del malestar un trauma. Nos dejamos capturar por la ilusin de completud
e investimos inconcientemente modos de subjetivacin pret-a-porter que
idealizamos, lo que torna ms difcil an la creacin de territorios singulares que
corporifiquen los agenciamientos de diferencias que piden paso. Las diferencia
continan entonces desestabilizndonos, fragilizndonos cada vez ms: cuanto
ms fragilizados , ms investimos aquella jerarqua y la ilusin de la que ella es
portadora. Esta situacin es bastante temible pues en nombre de lo absoluto
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somos capaces de eliminar todo lo que imaginariamente viene a amenazarlo, con
una crueldad insospechable.
Frente a este cuadro, reivindicar un relativismo de valores de nada sirve.
Este tipo de reivindicacin nos mantiene en el mismo lugar, pues el relativismo,como la jerarqua, se basa en una concepcin identitaria de la diferencia:
oponerlos por lo tanto, es plantear un falso problema. Tanto en una como en la
otra posicin, nos confundimos con lo existente, nos anestesiamos a la irrupcin
intempestiva de agenciamientos de diferencias aqu, en el sentido de lo que
viene a arrancarnos de nuestra supuesta identidad y quedamos impedidos de
crear territorios que traigan estos agenciamientos a la existencia.
Es verdad que esta tendencia no es soberana: los avances que vivimos hoy y
la intensificada produccin de diferencias que ellos promueven, potencializan
considerablemente la experimentacin individual y colectiva. Por ejemplo en el
campo de los medios electrnicos, en contracorriente al centralismo tecnocrtico
de los monopolios, otros usos se vienen afirmando internacionalmente, en la
direccin de una democracia cognitiva en tiempo real apoyada en el surgimiento
de una inteligencia colectiva7. Es el caso de la super-infova Internet, que abarca
ms de cuarenta millones de usuarios esparcidos por ciento y tanto pases,
cambiando directa e instantneamente informacin, organizados en torno de
intereses de los ms variados, pasando por encima o a lo largo de los poderes delos estados multinacionales. Una guerra entre estas fuerzas se viene llevando a
cabo cada vez ms intensamente sobre una arena invisible cuyo nombre es
"ciberespacio".
El anlisis es uno de los dispositivos que podra intervenir en esta balanza,
haciendo que se incline hacia el lado de la potencia creadora esta sera su
vocacin tico-poltica ms radical. Pero ejercerlo depende de atrevernos de
encarar el desconcierto que estamos viviendo y autorizarnos a pensar cartografasadecuadas para lo que este malestar nos seala. Tal decisin implica ampliar al
mximo la disponibilidad en relacin a toda especie de ruptura de sentido,
ampliar la fluidez y la libertad de creacin. Sin esta ampliacin, no conseguimos
procesar subjetivamente la riqueza del paisaje contemporneo y continuamos
perdidos y asustados.
Si quisiramos aprovechar esta riqueza tendramos que ir ms lejos en la
tentativa de destituir lo absoluto. Sin duda el tipo de hombre que el sndrome de
pnico nos muestra en cierta medida, todos nosotros ya reconoce que el
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absoluto no existe y, que por lo menos, su subjetividad es descentrada, frag-
mentada, etc. A pesar de eso, guarda las marcas de un pasado en el que lo
absoluto funcionaba como garanta de orden y eternidad. Ligado umbilicalmente
a este pasado, no tan remoto, mantiene lo absoluto como promesa en el horizonte
de su deseo. Vive el ser como un vaco a ser llenado y lo que lo mueve esentonces la bsqueda de un objeto imposible, que vendra a completarlo. Es en
tanto perdido e imposible que perdura lo absoluto como referencia para este
hombre que somos. Encarar de frente el problema que el sndrome de pnico nos
muestra, pasa por limitar ms incisivamente la presencia de lo absoluto que an
insiste en la subjetividad en este inminente cambio de siglo.
El desafo que se le impone al anlisis en este contexto es cambiar
cartografas que impliquen un cambio de perspectiva en relacin con lo trgico:es preciso que el malestar que l moviliza pueda dejar de ser un trauma. Para eso
es necesario desplazarse del punto de vista de un sujeto, aunque descentrado y
esclavo de su figura, hacia el punto de vista de la procesualidad del ser. Dejar de
explorar lo transhumano como negativo de la figura constituida, para tomarlo en
su positividad: una fbrica de hbridos de fuerzas/flujos, productoras de
diferencias, cuya aglutinacin es responsable por el amanecer de figuras de la
realidad subjetiva y objetiva, como por el ocaso de estas.
En el horizonte del paisaje contemporneo lo que parece delinearse es unasubjetividad que deja de depositar la garanta de su consistencia en lo absoluto,
inclusive como inalcanzable, para sustentarse en la procesualidad del ser. Una
subjetividad cuyo nico parmetro es lo trgico: el eterno retorno de la diferen-
cia8, la garanta de que algo va a advenir. La eclosin de acontecimientos,
portadores de diferencias, es el nico indicador con que este hombre podr contar
para trazar sus cartografas. Una subjetividad heterogentica, metaestable9,
sistema distante del equilibrio10.
Es evidente que este nuevo problema exige una ampliacin y hasta an de
un desplazamiento de las cartografas psicoanalticas tradicionales. Estas son
inseparables de una sociedad presa a su pasado, a sus invariantes subjetivas11
una subjetividad homogentica con su sistema prximo al equilibrio, regido por
leyes dialcticas o estructurales, y marcado por una lgica discursiva. Las
convulsiones contemporneas piden que dirijamos nuestras cartografas ms
hacia el futuro y hacia una enfatizacin de cuo experimental de las prcticas
analticas. Porqu experimental?
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Es que en el trabajo de anlisis estamos todo el tiempo expuestos a una
responsabilidad, que no es relativa a un referencial, ni a una institucin, ya sea
ella psicoanaltica o no; es una responsabilidad relativa al propio ser, en cuanto
fuerza de repeticin de diferencia. Referentes e instituciones vienen siendo
elegidos en funcin de esta responsabilidad. En esta aventura no hay ningunagaranta de verdad o de cientificidad, pues el anlisis implica una compleja
aprehensin del problema singular que cada acontecimiento plantea, corrindose
siempre el riesgo de fracasar. Es esto lo que hace de la prctica analtica un arte
de la experimentacin. La prudencia es un elemento importante de este arte
pero, recordemos, "la radical apertura a lo problemtico hace que esta prudencia
nada tenga que ver con las virtudes del sentido comn"12. Se trata de una
prudencia tica.
Pensando desde esta perspectiva, lo que hacemos en la prctica analtica es
ms del orden de una experimentacin del inconciente, que de su interpretacin
propiamente dicha. O para ser ms rigurosos, lo que hacemos es, en verdad, una
exploracin experimental de la relacin con lo trgico, esta pulsacin de lo
transhumano en el hombre. Esto depende de un interminable combate contra los
obstculos que reiteradamente se contraponen a esta aventura.
Uma reversion del Platonismo en el campo analitico
El trabajo que vengo emprendiendo desde la dcada del 70 en la tentativa de
hacer frente a las exigencias que la prctica analtica plantea en la actualidad, me
ha llevado a dedicarme especialmente a la elaboracin de una operatoria de los
conceptos propuestos por la clnica y por los escritos del psicoanalista Flix
Guattari, solo o en compaa con el filsofo Gilles Deleuze.
Del lado de la clnica, esta obra es la problematizacin de la vasta
experiencia analtica de Guattari, marcada inicialmente por una corriente de lapsiquiatra francesa que fue conocida con el nombre de "psicoterapia
institucional", importante referencia en el abordaje de la psicosis. Esta corriente
tiene su origen durante la Segunda Guerra Mundial, el hospital de Saint Alban,
donde entre innumerables innovaciones en la prctica psiquitrica, se destacan la
introduccin de un psicoanlisis repensado en funcin del trabajo con la psicosis
en el mbito institucional y la incorporacin de la autogestin del colectivo como
recurso teraputico. La contribucin ms significativa de esta corriente, nos ha
sido ofrecida por la clnica de La Borde, a la cual Guattari estuvo vinculado
desde el inicio, hace ms de 40 aos, habiendo sido su co-director por mucho
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tiempo, junto a su fundador, Jean Oury. En este contexto, la psicoterapia
institucional gana aire, marcada en un primer momento por el movimiento laca-
niano y, en seguida, por el vasto trabajo terico emprendido por Guattari en su
obra con Deleuze, llevando a enfrentar cuestiones suscitadas por la prctica
analtica, cuya problematizacin quedara inviable si quedara restringida a lasfronteras del psicoanlisis.
Esta obra se delinea a partir de recursos conceptuales del psicoanlisis
extrados de varias de sus tendencias, sin ligarse dogmticamente a ninguna de
ellas asociados a recursos de otros campos de la cultura filosofa, ciencias y
artes especialmente los trabajos que se insertan en una tradicin de
cuestionamiento de los modelos de representacin que impregnan la historia del
pensamiento occidental.
Porqu el anlisis exige que se recurra a lo extrapsicoanaltico? Es que hay
inevitablemente una transdisciplinaridad en torno a los problemas planteados por
las diferencias que se presentan en cada poca pues ellos atraviesan todos los
campos de la cultura. Freud saba de eso y nunca dej de alimentarse del
pensamiento producido en otros campos. Y cada nueva teora que se produce en
el campo analtico es una decisin tomada en un contexto problemtico
especfico.
La principal decisin que la obra de Guattari y Deleuze toma en relacin al
campo analtico es la de ligarlo a la tradicin filosfica que cuestiona los
modelos de representacin. Tal empresa no pasa apenas por apuntar y demoler
las fuertes marcas de los modelos de representacin que impregnan al
psicoanlisis: ya otros autores hicieron este trabajo y lo vienen haciendo en los
ltimos tiempos. La contribucin ms original y ms relevante de esta obra es la
de constituirse como un campo de creacin conceptual libre de estas marcas:
hacer una "reversin del platonismo" en el interior del campo analtico, comoDeleuze se propuso hacer en el campo de la filosofa13. Es verdad que esta
reversin cambia el paisaje analtico al punto de tornarlo muchas veces
irreconocible. Pero esto sucede si reducimos el campo analtico a una o varias de
sus cartografas parciales, y nos olvidamos que su vocacin es exactamente la de
crear condiciones para soportar el extraamiento de los paisajes que el tiempo
redisea en el rastro de los acontecimientos, lo que implica estar siempre
rehaciendo sus cartografas. El coraje de reafirmar esta vocacin hace de la obra
de estos autores una fuente privilegiada de recursos para circunscribir lasdiferencias que nos desconciertan y avanzar en la travesa que se hace necesaria
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en direccin de una subjetividad heterogentica, fundada en lo trgico. Y ms
todava, esta obra se constituye en una fuente privilegiada de recursos para
pensar el plano donde se engendran las diferencias, lo transhumano en su lgica y
complejidad propias. Esto contribuye para desplazarnos de la perspectiva que
explora lo transhumano bajo la predominancia del plano de las formas y que lopiensa simplemente como lo negativo de este plano, lo no-discursivo, no-verbal,
indecible, innominable, irrepresentable, informe...inconciente.
Dependiendo de cmo el anlisis es entendido y practicado, l podr estar o
no a la escucha de la problemtica singular que se plantea a cada momento de su
prctica. De esta escucha depender su efecto: callar o dar voz a lo transhumano
en el hombre, resistir a lo trgico o afirmarlo o sea, trabar o relanzar la
productividad del ser. En trminos sociales e histricos esto implica reiterar losmodos de subjetivacin dominantes o colocarse en la adyacencia de sus rupturas,
sustentando la bsqueda de expresin de aquello que las nubes negras de las
diferencias anuncian intempestivamente. En suma, soportar y permitir que la
historia nos separe de nosotros mismos toda vez que esto fuese necesario.
Es preciso ser fronterizo al propio psicoanlisis en cuanto campo de saber y
de poder, si queremos "reatar con su inventividad primera"14, activar "la riqueza
efervescente, el inquietante atesmo de sus orgenes"15, esta crisis de lo absoluto
abrindose a la escucha para la turbulenta profusin de diferencias. De estodepende el poder de cura del anlisis su fuerza de creacin y transformacin.
1 Gilles Deleuze, "A vida como obra de arte", Conversaes, 1972-1990. Ed. 34, Rio deJaneiro, 1992; p.119.
2 Estaremos utilizando os termos anlise, analtico, analista e analisando no sentido deuma operacionalizao clnica dos conceitos propostos por Flix Guattari e GillesDeleuze, cuja obra nos oferece instrumentos para um trabalho de reorientao eexpanso do campo psicanaltico.
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3"Guattari na PUC", in Cadernos de Subjetividade, v. 1, n. 1: 9-28. So Paulo, Ncleode Estudos e Pesquisas da Subjetividade, Programa de Estudos Ps-Graduados dePsicologia Clnica da PUC/SP; mar./ago. 1993 (especialmente p. 18).
4 Paulo C. Lopes,Exame de Quaificao para dissertao de mestrado. Ps-Graduaode Psicologia Clnica da PUC/SP. So Paulo, 1994.
5Gilles Deleuze, "Rachar as coisas, rachar as palavras", Conversaes, 1972-1990. Ed.34, Rio de Janeiro, 1992; p. 114.
6Idia sugerida por Pierre Fdida (seminrio clnico na livraria Pulsional. So Paulo,abril de 1994).
7Pierre Lvy,L'intelligence collective. Pour une anthropologie du cyberpace. d. de laDcouverte, Paris, 1994.
8Gilles Deleuze,Diferena e repetio. Graal, Rio de Janeiro, 1988.
9Gilbert Simondon,L'individu et sa gnse psycho-biologique. PUF, Paris, 1964.
10Ilya Prigogine e Isabelle Stengers,A nova aliana.Metamorfose da Cincia. UNB,Braslia, 1991.
11Flix Guattari, Caosmose. Um novo paradigma esttico. Ed. 34, Rio de Janeiro, 1992.
12Luis B. Orlandi, "Pulso e campo problemtico", inPulso. Diferentes abordagens.Escuta, So Paulo, 1995 (col. Linhas de Fuga).
13cf. nota 8.
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14Flix Guattari, editorial de Chimres, Revue des Schizoanalyses, no 1: 3. DominiqueBedou, Paris, primavera 1987.
15cf. nota 11.
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