El Marxismo y la filosofía política

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    CRTICAmarxista

    A R T I G O S

    El marxismo y lafilosofa polticaATILIO A. BORN *

    Este trabajo tiene por objeto tratar de responder a una pregunta fundamen-tal. En vsperas del siglo XXI, y considerando las formidables transformacionesexperimentadas por las sociedades capitalistas desde la finalizacin de la Se-gunda Guerra Mundial y la casi completa desaparicin de los as llamadossocialismos realmente existentes: tiene el marxismo algo que ofrecer a lafilosofa poltica?

    Este interrogante, claro est, supone una primer delimitacin de un campoterico que se construye a partir de una certeza: que pese a todos estos cambios,el marxismo tiene todava mucho por decir, y de que su luz an puede ilumi-nar algunas de las cuestiones ms importantes de nuestro tiempo. Con finairona recordaba Eric Hobsbawm en la sesin inaugural del Encuentro Inter-nacional conmemorativo del 150 o aniversario de la publicacin del Manifiestodel Partido Comunista, reunido en Pars en Mayo de 1998, que las lgubresdudas suscitadas por la salud del marxismo entre los intelectuales progresistasno se correspondan con los diagnsticos que sobre ste tena la burguesa.

    Hobsbawm comentaba que en ocasin del citado aniversario el Times LiterarySupplement , dirigido por uno de los principales asesores de la ex dama dehierro Margaret Thatcher, le dedic a Marx su nota de tapa con una foto y unaleyenda que deca Not dead yet (todava no est muerto) . Del otro lado delAtlntico, desde Los Angeles Times hasta el New York Times tuvieron gestossimilares. Y la revista New Yorker un semanario inteligente pero pocoapasionado por la revolucin social, acotaba burlonamente Hobsbawm

    * Autor, entre outros, de Estado, capitalismo e democracia na Amrica Latina. Paz e Terra. 1994.Atualmente, exerce o cargo de Secretrio Executivo do Conselho Latinoamericano de Cincias So-ciais (Clacso); integra o Conselho de colaboradores internacionais de Crtica Marxista. O autor agra-dece a leitura crtica de Alejandra Ciriza, na primeira verso deste texto.

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    culminaba su cobertura del sesquicentenario del Manifiesto con una preguntainquietante: No ser Marx el pensador del siglo XXI?

    Huelga aclarar que esta reafirmacin de la vigencia del marxismo se apoyaante todo y principalmente en argumentos mucho ms slidos y de naturaleza

    filosfica, econmica y poltica, los cuales por supuesto no pasarondesapercibidos para Hobsbawm, y no viene al caso introducir aqu 1. Sin em-bargo, el historiador ingls quera sealar la paradoja de que mientras algunasde las mentes ms frtiles (aunque confundidas) de nuestra poca se desvivenpor hallar nuevas evidencias de la muerte del marxismo con un entusiasmosimilar al que exhiban los antiguos telogos de la cristiandad en su bsquedade renovadas pruebas de la existencia de Dios, el certero instinto de los perrosguardianes de la burguesa revelaba, en cambio, que el ms grande intelectualde sus enemigos de clase segua conservando muy buena salud.

    Dicho esto, es preciso sealar con la misma claridad los lmites con quetropieza esta reafirmacin del marxismo: si bien ste es concebido como unsaber viviente, necesario e imprescindible para acceder al conocimiento de laestructura fundamental y las leyes de movimiento de la sociedad capitalista,no puede desprenderse de lo anterior la absurda pretensin airadamente re-clamada por el vulgomarxismo de que aqul contiene en su seno la totalidadde conceptos, categoras e instrumentos tericos y metodolgicos suficientescomo para dar cuenta integralmente de la realidad contempornea. Sin el mar-

    xismo, o de espaldas al marxismo, no podemos adecuadamente interpretar, ymucho menos cambiar, el mundo. El problema es que slo con el marxismono basta. Es necesario pero no suficiente. La omnipotencia terica es malaconsejera, y termina en el despeadero del dogmatismo, el sectarismo y laesterilidad prctica de la teora como instrumento de transformacin social.

    El alegato en favor de un marxismo racional y abierto excluye, claro est,a las posturas ms a la page de los filsofos y cientficos sociales tributariosde las visiones del neoliberalismo o del nihilismo posmoderno. Para stos elmarxismo es un proyecto terico superado y obsoleto, incapaz de comprendera la nueva sociedad emergente de las transformaciones radicales del capita-lismo (apelando a una diversidad de nombres tales como sociedad post-in-dustrial, posmodernidad, sociedad global, etc.), e igualmente incapaz deconstruir, ya en el terreno de la prctica histrica, sociedades mnimamentedecentes. En cuanto tal, dicen sus crticos de hoy, el marxismo yace sin vidabajo los escombros del Muro de Berln. La mxima concesin que se le puedehacer en nombre de la historia de la filosofa, es a su derecho a descansar enpaz en el museo de las doctrinas polticas. El argumento central de estos

    1 Atlio A. Born. El manifiesto comunista hoy . Lo que queda, lo que no sirve, lo que hay que revisar .1998. mimeo: CLACSO.

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    supuestos filsofos, a menudo autoproclamados postmarxistas, cae por elpeso de sus propias falacias e inconsistencias, de modo que no volveremos arepetir aqu los argumentos que hace ya unos aos expusimos en otros textos 2.

    La tesis que desarrollaremos en el presente trabajo corre a contracorriente

    de los supuestos y las premisas silenciosas que hoy prevalecen casi sin contra-peso en el campo de la filosofa poltica. Sostendremos que, contrariamente alo que indica el saber convencional, la recuperacin de la filosofa poltica, ysu necesaria e impostergable reconstruccin, dependen en gran medida de sucapacidad para absorber y asimilar ciertos planteamientos tericosfundamentales que slo se encuentran presentes en el corpus de la teora mar-xista. Si la filosofa poltica persiste en su dogmtico e intransigente rechazodel marxismo, su porvenir en los aos venideros ser cada vez menos lumino-so. De seguir por este rumbo se enfrenta a una muerte segura, causada por supropia irrelevancia para comprender y transformar el mundo en que vivimos ypor su radical esterilidad para generar propuestas o identificar el camino aseguir para la construccin de la buena sociedad, o por lo menos de una sociedadmejor que la actual.

    I

    Lo anterior nos obliga a un breve excursus acerca del significado de lafilosofa poltica. Tras las huellas de Sheldon Wolin diremos que se trata deuna tradicin de discurso: una tradicin muy especial cuyo propsito no esslo conocer sino tambin transformar la realidad en funcin de algn idealque sirva para guiar la nave del estado al puerto seguro de la buena sociedad.Los debates en torno a este ltimo han sido interminables, y lo seguirn siendoen todo el futuro previsible: desde la polis perfecta diseada por Platn en La

    Repblica hasta la prefiguracin de la sociedad comunista, esbozada en gran-des trazos por Marx y Engels en la segunda mitad del siglo XIX, pasando porla Ciudad de Dios de San Agustn, la supremaca del Papado consagrada por

    Santo Toms de Aquino, los contradictorios perfiles de la Utopa de TomsMoro, el monstruoso Leviatn de Hobbes, y as sucesivamente. Lo que parecerahaber estado fuera de debate en la fecunda tradicin de la filosofa poltica esque su propio quehacer no puede ser indiferente ante el bien y el mal, lo justoy lo injusto, lo verdadero y lo falso, cualesquiera que fuesen las concepcionesexistentes acerca de estos asuntos.

    Lo anterior es pertinente en la medida en que en los ltimos tiempos havenido tomando cuerpo una moda intelectual por la cual la filosofa poltica es

    2 Idem. El postmarxismo de Ernesto Laclau. Revista Mexicana de Sociologa. 1996. n o 1.; A.Born e Oscar Cuellar. Notas crticas acerca de una concepcin idealista de la hegemona. RevistaMexicana de Sociologa.1984. n o 2.

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    concebida como una actividad solipsista, orientada a fabricar o imaginar infi-nitos juegos de lenguaje,redescripciones pragmticas a la Rorty, oingeniosas estratagemas hermenuticas encaminadas a proponer un inagotableespectro de claves interpretativas de la historia y la sociedad. Previamente,

    stas haban sido volatilizadas, gracias a la potente magia del discurso, enmeros textos susceptibles de ser ledos y reledos segn el capricho de lossupuestos lectores. As concebida, la filosofa poltica deviene en la actitudcontemplativa solitaria y autocomplaciente de un sujeto epistmico cuyosraciocinios pueden o no tener alguna relacin con la vida real de las socieda-des de su tiempo, lo que en el fondo no importa mucho para el saber conven-cional, y ante lo cual la exigencia de la identificacin de la buena sociedadse desvanece en la etrea irrealidad del discurso. Un ejemplo de este extravode la filosofa poltica lo proporcion, en fechas recientes, John Searle durantesu visita a Buenos Aires. Interrogado sobre su percepcin del momento actualdijo, refirindose a los Estados Unidos, que el ciudadano comn nunca hagozado de tanta prosperidad, ignorando olmpicamente los datos oficialesque demuestran que la cada de los salarios reales experimentada desdecomienzos de los ochenta retrotrajo el nivel de ingreso de los sectoresasalariados a la situacin existente hace casi medio siglo atrs! Nadie deberaexigirle a un filsofo poltico que sea un consumado economista, pero unamnima familiaridad con las circunstancias de la vida real es un imperativocategrico para evitar que la laboriosa empresa de la filosofa poltica seconvierta en un ejercicio meramente onanstico.

    Esa manera de (mal) concebir a la filosofa politica concluye con un divor-cio fatal entre la reflexin poltica y la vida poltico-prctica. Peor an, remataen la cmplice indiferencia ante la naturaleza de la organizacin poltica ysocial existente, en la medida en que sta es construda como un texto sujeto ainfinitas interpretaciones, todas relativas, por supuesto, y de las cuales ningnprincipio puede extraerse para ser utilizado como gua para la construccin deuna sociedad mejor. La realidad misma de la vida social se volatiliza, y el

    dilema de hierro entre promover la conservacin del orden social o favorecersu eventual transformacin desaparece de la escena. La filosofa poltica dejade ser una actividad terico-prctica para devenir en un quehacer meramen-te contemplativo, una desapasionada y displicente digresin en torno a ideasque le permite al supuesto filsofo abstenerse de tomar partido frente a losagnicos conflictos de su tiempo y refugiarse en la estril tranquilidad de suprescindencia axiolgica. Como bien lo anotaban Marx y Engels en La Sagra-da Familia , por este camino la filosofa degenera en la expresin abstracta ytrascendente del estado de cosas existente.

    El problema es que la filosofa poltica no puede, sin traicionar su propiaidentidad, prescindir de enjuiciar a la realidad mientras eleva sus ojos al cielo

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    para meditar sobre vaporosas entelequias. Los principales autores de la historiade la teora poltica elaboraron modelos de la buena sociedad a partir de loscuales valoraron positiva o negativamente a la sociedad y las institucionespolticas de su tiempo. Algunos de ellos tambin se las ingeniaron para proponer

    un camino para acercarse a tales ideales. Al renunciar a esta vocacin utpica,palabra cuyo noble y bello significado es imprescindible rescatar sin ms de-moras, la filosofia poltica entr en crisis. Horkheimer y Adorno comentan apropsito de la filosofa algo que es pertinente a nuestro tema, a saber: quelas metamorfosis de la crtica en aprobacin no dejan inmune ni siquiera elcontenido terico, cuya verdad se volatiliza 3. La complaciente funcin quedesempea la filosofa poltica convencional es el seguro pasaporte hacia suobsolescencia, y pocas concepciones tericas aparecen tan dotadas como elmarxismo para impedir este lamentable desenlace.

    II

    Veamos brevemente cules son algunas de las manifestaciones de estacrisis. En principio, llama la atencin el hecho paradojal de que la mismasobreviene en medio de un notable renacimiento de la filosofa poltica: cte-dras que se abren por doquier, seminarios y conferencias organizados en losms apartados rincones del planeta; revistas dedicadas al tema y publicadas enlos cinco continentes; obras enteras de los clsicos en la Internet, y junto a

    ellas una impresionante parafernalia de informaciones, referencias bibliogr-ficas, anuncios y convocatorias de todo tipo. Estos indicios hablan de unanotable recuperacin en relacin a la postracin imperante hasta finales de lossesenta, cuando la filosofa poltica era poco menos que una especializacinlanguideciente en los departamentos de ciencia poltica, totalmente posedosentonces por la fiebre conductista. Poco antes Peter Laslett haba incurrido enel error, tan frecuente en las ciencias sociales, de extender un prematuro certi-ficado de defuncin al afirmar que en la actualidad la filosofa poltica estmuerta 4. Para esa misma poca David Easton ya haba oficiado un rito igual-mente temerario al exorcizar de la disciplina a dos conceptos, poder y estado,que segn l por largo tiempo haban ofuscado la clara visin de los procesospolticos, y al proponer el reemplazo de la anacrnica filosofa poltica por suconcepcin sistmica y la epistemologa del conductismo 5. Los acontecimientosposteriores demostraron por ensima vez que quienes adoptan tales actitudes

    3 Max Horkheimer e Theodor W. Adorno. Dialctica del iluminismo . Buenos Aires, Sur, 1969.

    4 Peter Laslett. Introduction. In: Philosophy, politics and society . Oxford, Oxford University Press,1956.5 David Easton. The Political System. Nova York, Knopf, 1953.

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    suelen pagar un precio muy caro por sus osadas. A los pocos aos la filosofapoltica experimentara el extraordinario renacimiento ya apuntado y todasesas apocalpticas predicciones se convirtieron en cmicas ancdotas de lavida acadmica. Quin se acuerda hoy de la systems theory ?

    No es nuestro objetivo adentrarnos en el examen de las causas que explicanel actual reverdecer de la teora poltica. Otros trabajos han emprendido taltarea y a ellos nos remitimos 6. Digamos tan slo que, una vez que se huboagotado el impulso de la revolucin conductista, la enorme frustracinproducida por este penoso desenlace abri el camino para el retorno de lafilosofa poltica. Factores concurrentes al mismo fueron la progresiva rupturadel consenso sobre los fundamentales construido en los dorados aos delcapitalismo keynesiano de posguerra y el concomitante resurgimiento delconflicto de clases en las sociedades occidentales. La Guerra de Vietnam, lasluchas por la liberacin nacional en el Tercer Mundo y el florecimiento denuevos antagonismos y movimientos sociales en los capitalismos avanzados,entre los que sobresale el Mayo francs, desempearon tambin un papel su-mamente importante en la demolicin del conductismo y la preparacin de unnuevo clima intelectual conducente al renacimiento de la teora poltica. Lacreciente insatisfaccin ante el cientificismo y su fundamento filosfico, elrgido paradigma del positivismo lgico, hizo tambin lo suyo al socavar, yano desde las humanidades sino desde las propias ciencias duras, las hasta

    entonces inconmovibles certezas de la ciencia normal. Por ltimo, serainjusto silenciar el hecho de que esta reanimacin de la tradicin filosfico-poltica de Occidente fue tambin impulsada por la creciente influencia adqui-rida por el marxismo y distintas variantes del pensamiento crtico vinculadasal mismo desde los aos sesenta, especialmente en Europa Occidental, Am-rica Latina, y en menor medida en los Estados Unidos.

    Sin embargo, es necesario evitar la tentacin de caer en actitudestriunfalistas. Por qu? Porque todo este impresionante resurgimiento de lafilosofa poltica ha dado origen a una produccin terica crecientemente di-vorciada de la situacin histrica concreta que prevalece en la escenacontempornea, dando lugar a una tan notable como ominosa disyuncin en-tre sociedad y filosofa poltica. Por esta va sta ltima se convierte, en susorientaciones hoy predominantes, en una suerte de neoescolstica tan retr-grada y despegada del mundo real como aquella contra la cual combatierancon denuedo Maquiavelo y Hobbes. En su desprecio por el mundo realmenteexistente, la filosofa poltica corre el riesgo de convertirse en una malametafsica y en una complaciente ideologa al servicio del capital.

    6 Bhikhu Parekh. Algunas reflexiones sobre la filosofa poltica occidental contempornea. La Politica.Revista de estudios sobre el estado y la sociedad.Barcelona/Buenos Aires, Paids, 1956.

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    Revisemos por ejemplo el ndice de los ltimos diez aos de PoliticalTheory , sin duda un canal privilegiado para la expresin del mainstream de lafilosofa poltica. En ella, as como en publicaciones similares, encontraremosun sinfn de artculos sobre las mltiples vicisitudes de las identidades sociales,

    los problemas de la indecidibilidad de las estructuras, el papel del discursoen la constitucin de los sujetos sociales, la poltica como una comunidadirnica, el papel de los juegos de lenguaje en la vida poltica, la cuestin de lasredescripciones pragmticas, el asunto de la realidad como simulacro,etc. Un dato sintomtico: entre febrero de 1988 y diciembre de 1997, PoliticalTheory le dedic ms atencin a explorar los problemas polticos tematizadosen el pensamiento de Arendt, Foucault, Heidegger y Habermas que a los queanimaron las reflexiones de autores tales como Maquiavelo, Hobbes, Locke,Rousseau, Hegel, Marx y Gramsci, mientras que Karl Schmitt ocupaba unasituacin intermedia.

    No negamos la importancia de la mayora de los autores preferidos por loseditores de Political Theory ni la relevancia de algunos de sus temas favoritos.Con todo, hay un par de comentarios que nos parecen imprescindibles. Enprimer lugar, para expresar que nos resulta incomprensible y preocupante lapresencia de Heidegger y Schmitt en esta lista, dos intelectuales que fueronsimultneamente encumbrados personajes del rgimen Nazi: el primero comoRector de la Universidad de Friburgo, el segundo como uno de sus ms

    influyentes juristas. Heidegger, por ejemplo, no encontr obstculo lgico otico alguno en su abstrusa y barroca filosofa para exaltar la profunda verdady grandeza del movimiento Nazi 7. La crtica de Theodor W. Adorno a lafilosofia heideggeriana fascista hasta en sus ms profundos componenteses acertada, y no se fundamenta en las ocasionales manifestaciones polticasde Heidegger en favor del rgimen sino en algo mucho ms de fondo: la afinidadelectiva entre su mistificada ontologa del Ser y la retrica Nazi sobre el espritunacional 8. Sobre este punto se nos ocurre que una breve comparacin entreJorge Luis Borges y Heidegger puede ser ilustrativa: el escritor argentino

    tambin incurri en aberrantes extravagancias, tales como manifestar su apoyoa Pinochet o a los militares argentinos. Pero, a diferencia de Heidegger, en eluniverso exuberante y laberntico de sus ideas no existe un ncleo durofascista o tendencialmente fascista. Por el contrario, podra afirmarse ms bienque lo que se encuentra en el fondo del mismo es una crtica corrosiva ybiliosa que sintetiza elementos discursivos de diverso origen: anarquistas,socialistas y liberales hacia las ideas-fuerza del fascismo, tales como orden,

    7 Christopher Norris. Whats wrong with postmodernism. Critical theory and the ends of philosophy .Baltimore, Johns Hopkins University Press, 1990.8 Idem, ibidem. p. 230.

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    jerarqua, autoridad y verticalismo, para no citar sino algunas. En sntesis:tanto los reiterados exabruptos polticos proferidos por Heidegger como lastenebrosas afinidades de su sistema terico con la ideologa del nazismo, arrojanespesas sombras de dudas acerca de los mritos de su sobrevaluado sistema

    filosfico y sobre la sobriedad de quienes en nuestros das acuden a susenseanzas en busca de inspiracin y nuevas perspectivas para repensar lapoltica.

    Schmitt, por su parte, desarroll un sistema terico que no por casualidadtiene fuerte reminiscencias nazis: la importancia del fhrerprinzip y la radicalreduccin de la poltica al acto de fuerza corporizado en la dada amigo-enemigo. Un rgimen autocrtico apenas disimulado por las instituciones deuna democracia fuertemente plebiscitaria y hostil a todo lo que huela a soberanapopular, y una burda simplificacin de la poltica, ahora concebida, recorriendoel camino inverso al de von Clausewitz, como la continuacin de la guerra porotros medios, con lo cual toda la problemtica gramsciana de la hegemona yla complejidad misma de la poltica quedan irremisiblemente canceladas: stosson los legados ms significativos que deja la obra del jurista alemn. A dife-rencia de Heidegger, cuyo apoyo al rgimen se fue entibiando con el paso deltiempo, la admiracin de Schmitt por el nacional socialismo y por la concepcinde la poltica que ste representaba se mantuvo prcticamente inalterable conel paso del tiempo. Por eso mismo su rescate por intelectuales y pensadores

    encuadrados en las filas de un desorientado progresismo postmarxistas,postmodernos, reduccionistas discursivos, etc. resulta tan inexplicable comoel inmerecido predicamento que ha adquirido en los ltimos tiempos la obrade Heidegger.

    Bien distinta es la situacin que plantean los otros autores de la lista de losfavoritos de Political Theory. Ms all de las crticas que puedan merecer susaportes, los anlisis de Arendt sobre el totalitarismo y las condiciones de lavida republicana, los de Foucault sobre la omnipresencia microscpica delpoder, y las preocupaciones habermasianas en torno a la constitucin de unaesfera pblica, son temas cuya pertinencia no requiere mayores justificaciones,especialmente si sus reflexiones superan cierta tendencia aislacionista y searticulan con el horizonte ms amplio de problemas que caracterizan la escenacontempornea. Adems, a diferencia de Heidegger y Schmitt, ninguno de lostres puede ser sospechado de simpatas con el fascismo o de una enfermizaadmiracin por ciertos componentes de su discurso. Con todo, la relevanciade la problemtica arendtiana, foucaultiana o habermasiana se resienteconsiderablemente en la medida en que sus principales argumentos no tomanen cuenta ciertas condiciones fundamentales del capitalismo de fin de siglo.As, pensar la institucionalidad de la repblica, o la dilucin microscpica delpoder, o la arquitectura del espacio pblico, sin reparar en los vnculos estrechos

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    que todo esto guarda con el hecho de que vivimos en un mundo donde lamitad de la humanidad debe sobrevivir con poco ms de un dlar por da; oque el trabajo infantil bajo un rgimen de servidumbre supera con creces el nme-ro total de esclavos existentes durante el apogeo de la esclavitud entre los siglos

    XVII y XVIII; donde algo ms de la mitad de la poblacin mundial carece deacceso a agua potable; o donde el medio ambiente y la naturaleza son agredidosde manera salvaje; donde el 20 % ms rico del planeta es 73 veces ms ricoque el 20 % ms pobre, no parece ser el camino ms seguro para interpretaradecuadamente ni hablemos de cambiar! el mundo en que vivimos. Que lafilosofa poltica discurra con displicencia ignorando estas lacerantes realidadesslo puede entenderse como un preocupante sntoma de su crisis.

    Dicho lo anterior, una ojeada a los avatares sufridos por los principalesfilsofos polticos a lo largo de la historia es altamente aleccionadora, y per-mite extraer una conclusin: que el oficio del filsofo poltico fue, tradicional-mente, una actividad peligrosa. Por qu? Porque sta siempre floreci entiempos de crisis, en los que tanto la reflexin profunda y apasionada sobre elpresente como la bsqueda de nuevos horizontes histricos se convierten enprcticas sospechosas, cuando no abiertamente subversivas, para los poderesestablecidos. El bho de Minerva, recordaba Hegel, slo despliega sus alasal anochecer, metfora sta que remite brillantemente al hecho de que lateora poltica avanza dificultosamente por detrs del sendero abierto por la

    azarosa marcha de la historia. Cuando sta se interna en zonas turbulentas, lafortuna de quienes quieren reflexionar e intervenir sobre los avatares de sutiempo no siempre es serena y placentera. Repasemos si no la siguiente lista:

    399 aC: Scrates es condenado a beber la cicuta por la justicia de lademocracia ateniense.

    387 aC: Platn: la marcada inestabilidad poltica de Atenas lo obliga abuscar refugio en Siracusa. Disgustado con las ideas de Platn, el tirano Dionisiolo apresa y lo vende como esclavo.

    323 aC: Aristteles fue durante siete aos tutor de Alejandro de Macedonia.En 325 aC el sobrino del filsofo es asesinado en Atenas. A la muerte deAlejandro surge un fuerte movimiento anti-macednico, y amenazado demuerte, Aristteles tuvo que huir. Un ao despus, la que muchos consideranla cabeza ms luminosa del mundo antiguo mora en el exilio a los 62 aos.

    430: San Agustn muere en Hipona, en ese momento sitiada por losvndalos.

    1274: Toms de Aquino, introductor del pensamiento de Aristteles en laUniversidad de Pars (hasta entonces expresamente prohibido), muere en extraascircunstancias mientras se diriga de Npoles a Lyon para asistir a un Concilio.

    1512: Maquiavelo es encarcelado y sometido a tormentos a manos de la

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    reaccin oligrquico-clerical de los Mdici. Recluido en su modesta viviendaen las afueras de Florencia, sobrevive en medio de fuertes penurias econmicashasta su deceso, en 1527.

    1535: Toms Moro muere decapitado en la Torre de Londres por orden de

    Enrique VIII al oponerse a la anulacin del matrimonio del rey con Catalinade Aragn.

    1666: exiliado en Pars durante once aos, Toms Hobbes debi huir deesta ciudad a su Inglaterra natal a causa de nuevas persecuciones polticas. En1666 algunos obispos anglicanos solicitaron se le quemara en la hoguera porhereje y por sus crticas al escolasticismo. Pese a que la iniciativa no prosper,a su muerte sus libros fueron quemados pblicamente en el atrio de laUniversidad de Oxford.

    1632-1677: Baruch Spinoza, perseguido por su defensa del racionalismo.Expulsado de la sinagoga de Amsterdam. Amenazado, injuriado y humillado,termin sus das en medio de la indigencia ms absoluta.

    No quisiramos fatigar al lector trayendo a colacin muchos otros casosms de tericos polticos perseguidos y hostigados de mltiples maneras porlos poderes de turno. Entre ellos sobresalen los casos de Jean-Jacques Rousseau,Tom Paine, Karl Marx, Friedrich Nietzche y, en nuestro siglo, Antonio Gramsciy Walter Benjamin.

    Por el contrario, en nuestros das la filosofa poltica ha dejado de ser unaaficin peligrosa para convertirse en una profesin respetable, rentable yconfortable, y en no pocos casos, en un pasaporte a la riqueza y la fama.Veamos: cules son las probabilidades de que Jean Baudrillard, RonaldDworkin, Jrgen Habermas, Ernesto Laclau, Chantal Mouffe, Charles Taylor,Robert Nozick, John Rawls y Richard Rorty, por ejemplo, sean condenadospor la justicia norteamericana o europea a beber la cicuta (como Scrates), o aser vendidos como esclavos (como Platn), o al destierro (como Aristteles,Hobbes, Marx, Paine), o de que sean sometidos a persecuciones (como casi

    todos ellos), o que los encarcelen y torturen (Maquiavelo y Gramsci), losdecapiten (como a Toms Moro) o cual Santo Toms de Aquino, mueran bajomisteriosas circunstancias? Ninguna. Todo lo contrario: no es improbable quevarios de ellos terminen sus das siguiendo los pasos de Milton Friedman,quien con el apogeo del neoliberalismo, y habida cuenta de la extraordinariautilidad de sus teoras para legitimar la reestructuracin regresiva del capita-lismo puesta en marcha a comienzos de los aos ochenta, pas de ser unexcntrico profesor de economa de la Universidad de Chicago a ser unacelebridad mundial, cuyos libros se publicaron simultneamente en una veintenade pases constituyendo un acontecimiento editorial slo comparable al querodea el lanzamiento de un best seller de la literatura popular.

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    Corresponde preguntarse en consecuencia por las razones de esta distintafortuna de los filsofos polticos contemporneos. La respuesta parecemeridianamente clara: al haber perdido por completo su filo crtico, la filosofapoltica se convirti en una prctica terica inofensiva que, con su falsa

    rigurosidad y la aparente sofisticacin de sus argumentos, no hace otra cosaque plegarse al coro del establishment que saluda el advenimiento del fin dela historia. Un fin que debido a inescrutables contingencias habra encon-trado al capitalismo y a la democracia liberal como sus rotundos y definitivostriunfadores.

    La filosofa poltica se transforma as en un fecundo terreno para la atraccinde espritus otrora inquietos, que poco a poco pasan de la discusin sobretemas sustantivos trnsito del feudalismo al capitalismo, la revolucin bur-guesa y el socialismo, entre otros a concentrar su atencin en la sociedadahora concebida como un texto interpretable a voluntad, en donde temas talescomo la injusticia, la explotacin y la opresin desaparecen por completo dela agenda intelectual. Doble funcin, pues, de la filosofa poltica en estemomento de su decadencia: por un lado, generar discursos tendientes a reafir-mar la hegemona de las clases dominantes consagrando a la sociedad capita-lista y a la democracia liberal como la culminacin del proceso histrico, alneoliberalismo como la nica alternativa, y al pensamiento nico como elnico pensamiento posible; por el otro, co-optar e integrar a la hegemona del

    capital a intelectuales originariamente vinculados, en grados variables por cierto,a los partidos y organizaciones de las clases y capas subalternas, logrando deeste modo una estratgica victoria en el campo ideolgico. En consecuencia,no hacen falta mayores esfuerzos para percibir las connotaciones fuertementeconservadoras de la filosofa poltica en su versin convencional.

    IIIEn todo caso, las causas de la desercin de los intelectuales del campo de

    la crtica y la revolucin una reversin de la traicin de los intelectualestematizada por Julien Benda en los aos de la posguerra? son muchas, y nopueden ser exploradas aqu. Baste con decir que la formidable hegemonaideolgico-poltica del neoliberalismo y el afianzamiento de la sensibilidadposmoderna se cuentan entre los principales factores, los cuales se combinaronpara dar mpetus a un talante antiterico fuertemente instalado en las postrimerasdel nuestro siglo. Todo esto tuvo el efecto de potenciar extraordinariamente lamasiva capitulacin ideolgica de la gran mayora de los intelectuales, un fenmenoque adquiri singular intensidad en Amrica Latina.

    Tal como lo hemos planteado anteriormente, en el clima ideolgico actualdominado por la embriagante combinacin del nihilismo posmoderno y

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    tecnocratismo neoliberal ha estallado una abierta rebelin en contra de la teorasocial y poltica, y muy especialmente de aquellas vertientes sospechosas deser herederas de la gran tradicin de la Ilustracin 9. Obviamente, la filosofapoltica, al menos en su formato clsico, se convirti en una de las vctimas

    predilectas de este nuevo ethos dominante: cualquier visin totalizadora (anaquellas anteriores al Siglo de las Luces) es despreciada como un obsoletogran relato o una ingenua bsqueda de la utopa de la buena sociedad,metas stas que desafinan con estridencia en el coro dominado por el indivi-dualismo, el afn de lucro y el egosmo ms desenfrenado.

    En la ciencia poltica, una disciplina que en los ltimos treinta aos haestado crecientemente expuesta a la insalubre influencia de la economaneoclsica, y en fechas ms recientes del posmodernismo en sus distintas va-riantes, la crisis terica asumi la forma de una huida hacia adelante en posde una nueva piedra filosofal: los microfundamentos de la accin social, quetendran la virtud de revelar en su primigenia amalgama de egosmo yracionalidad las claves profundas de la conducta humana. A partir de estehallazgo, toda referencia a circunstancias histricas, factores estructurales,instituciones polticas, contexto internacional o tradiciones culturales, fue in-terpretada como producto de una enfermiza nostalgia por un mundo que ya noexiste, que ha estallado en una mirada de fragmentos que slo han dejado enpie triunfante y erguido en medio del derrumbe el hollywoodesco hroe

    del relato neoliberal y posmoderno: el individuo.La consecuencia de este lamentable extravo terico ha sido la fenomenalincapacidad, tanto de la ciencia poltica de inspiracin behavioralista comode la filosofa poltica convencional, para predecir acontecimientos tanextraordinarios como la cada de las democracias populares de Europa delEste 10. Fracaso, conviene no olvidarlo, anlogo en su magnitud e implicacionesa la ineptitud de la teora econmica neoclsica para anticipar algunos de losacontecimientos ms conmocionantes de los ltimos aos: la crisis de la deudaen 1982, el crack burstil de Wall Street en 1987, y las crisis del Tequila en1994 y del Sudeste asitico en 1998. Pese a ello, en la ciencia poltica secontina caminando alegremente al borde del abismo, profundizando laasimilacin del arsenal metodolgico de la economa neoclsica reflejadaen el auge apabullante de las teoras de la eleccin racional a la vez que seabandona velozmente a la tradicin filosfico-poltica que, a diferencia de lascorrientes de moda, siempre se caracteriz por su atencin a los problemas

    9 Atilio A. Born. Una teora social para el siglo XXI?. Palestra apresentada no XIV Congreso Mun-dial de la Asociacin Internacional de Sociologa. Montreal, 1998.

    10 Adam Przeworski. Democracy and the market. Political and economic reforms in eastern europe and latin america. Cambridge, Cambridge University Press, 1991.

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    histrico-social de la mencionada triloga y proponiendo una novedosaepistemologa que rechazaba el absolutismo racionalista sin por eso caer enlas trampas del relativismo. Si un sentido tiene la obra de la Escuela de Frank-furt, es precisamente el de haber transitado y profundizado por el camino

    abierto por la critica marxiana, desmitificando la Razn del Iluminismo yponiendo al desnudo las contradicciones que se desataran apocalpticamenteen nuestro siglo durante el nazismo. Es por eso que nos parece oportuno acla-rar que el sentido asignado en este trabajo a las voces verdad, razn yciencia para nada remite al consenso establecido por la dominante filosofaanglosajona en relacin a estos temas, y sobre cuyas insanables limitacionesno habremos de ocuparnos aqu.

    Habra que agregar a lo anterior que el as llamado giro lingstico queen buena medida ha colonizado a las ciencias sociales, remata en unaconcepcin producto de la cual los hombres y mujeres histricamente situa-dos se difuminan en espectrales figuras que habitan en textos de diferentestipos, constituyendo su gaseosa identidad como producto del influjo de unamirada de signos y smbolos heterclitos. Dado que estos textos contienenparadojas y contradicciones varias, nos enfrentamos al hecho de que su verdades indefinible. La extrema versatilidad de los mismos contribuye a generar unsinfn de interpretaciones acerca de cuya pertinencia o verdad nada pode-mos decidir. Es bien conocida la argumentacin de Umberto Eco en relacin a

    los absurdos a los cuales se puede llegar a partir de la ilimitada capacidadinterpretativa que Richard Rorty confiere al sujeto que descifra el texto. En supolmica con el filsofo norteamericano, Eco sostuvo que luego de haber ledocon mucha atencin los Evangelios lleg a la conclusin de que lo que lasSagradas Escrituras indicaban unvocamente era que alguien como Rortymereca ser sometido al fuego purificador de la hoguera. La capitulacin delposmodernismo ante todo criterio de verdad y coherencia no dej a Rorty otrocamino que aceptar la humorada del novelista y semilogo italiano, quien deeste modo puso admirablemente sobre la mesa las inconsistencias del univer-

    so ilimitado de lecturas textuales propuesto por los filsofos posmodernos.Es innecesario insistir en demasa sobre el hecho de que el radical ataque delposmodernismo a la nocin misma de verdad, y no slo a la versin ingenuadel racionalismo, comporta una crtica devastadora a toda concepcin de lafilosofa no slo como un saber comprometido con la bsqueda de la verdad,el sentido, la realidad o cualquiera clase de propsito tico como la buenavida, la felicidad o la libertad, sino que, de manera ms terminante an, con lapropuesta de una filosofa como arma al servicio de la transformacin histri-ca de las sociedades capitalistas. Marx no estaba interesado en producir laverdad del capitalismo para satisfacer una mera curiosidad intelectual. Lomovilizaba la urgente necesidad de trascenderlo como rgimen social de

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    produccin, para lo cual previamente era necesario contar con una descripciny un anlisis riguroso de su estructura, funcionamiento y lgica dedesenvolvimiento histrico. En lugar de esto, las distintas corrientes que animanal nihilismo posmoderno proponen metas mucho menos inquietantes, que para

    nada pueden conmover la placidez del quehacer de la filosofa poltica ennuestros das: el pragmatismo conversacionalista de Rorty, la paralogade Lyotard, las nietzchianas genealogas de Foucault, la democraciaradicalizada y plural de Laclau y Mouffe, y no sin cierto esfuerzo, la decons-truccin derridiana. Claro est que en este heterclito conjunto de autoreshabra que trazar una distincin entre quienes proclaman la necesidad de alejarsecuanto antes de Marx, renegando escandalosamente de sus antiguasconvicciones, y quienes como Derrida, por ejemplo, partiendo desde posicionesantagnicas a la del marxismo reconocen la necesidad de ir a su encuentro einiciar un dilogo con l 13.

    Es precisamente por esto que Christopher Norris seal con acierto que,en su apoteosis, el posmodernismo termina instaurando una indiferencia ter-minal con respecto a los asuntos de verdad y falsedad. Lo real pasa a serconcebido como un gigantesco y caleidoscpico simulacro que torna ftil yestpido cualquier intento de pretender establecer aquello que NicolsMaquiavelo, sin la menor duda un orgulloso hombre de la modernidad,llamaba la verit effetuale delle cose , es decir, la verdad efectiva de las cosas.

    Las fronteras que delimitan la realidad de la fantasa, as como las que separanla ficcin de lo efectivamente existente, se desvanecieron por completo con lamarea posmodernista. Para la sensibilidad posmoderna, en cambio, la realidadno es otra cosa que una infinita combinatoria de juegos de lenguaje, una des-controlada proliferacin de signos sin referentes ni agentes, y un cmulo deinquebrantables ilusiones, resistentes a cualquier teora crtica empeada endevelar sus contenidos mistificadores y fetichizantes. Como bien observa Norris,la obra de Jean Baudrillard llev hasta sus ltimas consecuencias elirracionalismo posmoderno: no nos es posible saber si realmente la Guerra

    del Golfo tuvo lugar o no, deca Baudrillard mientras las bombas norteame-ricanas llovan sobre Bagdad 14. La consecuencia de esta postura es que larealidad se convierte en un fenmeno puramente discursivo, un producto delos variados cdigos, convenciones, juegos de lenguaje o sistemas significantesque proporcionan los nicos medios de interpretar la experiencia desde unaperspectiva sociocultural dada 15.

    13 Jacques Derrida. Specters of Marx . The State of the debt, the work of mourning, and the new international . Nova York/Londres, Routledge, 1991.

    14 Norris, op. cit., p. 29.

    15 Idem, ibidem, p. 21.

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    Si razonamientos como stos ocurrencias ms que ideas, para utili-zar la apropiada distincin frecuentemente empleada por Octavio Paz significan un ataque a mansalva a la misma nocin de la verdad, y por extensina la de teora y ciencia, el ensaamiento posmoderno con la herencia de la

    Ilustracin no se limita slo a esto. Igual suerte corre la nocin de historia,y junto con ella, a juicio de Ford, las de causalidad, continuidad lineal, unidadnarrativa, orgenes y fines. Tambin aqu la distincin entre realidad y ficcinhistrica queda completamente borrada, y la primera puede ser cualquiera delinfinito nmero de juegos de lenguaje posibles 16. Va de suyo que estas nuevasposturas no son tan slo el resultado de puras rencillas epistemolgicas, comoa veces se pretende argumentar. Por el contrario, llevan en su frente la indeleblemarca de la poltica. An el observador ms inexperto no dejara de advertir lafuncionalidad de ciertos planteamientos posmodernos para el conglomeradode monopolios que domina la economa mundial: los mercados son mquinasimpersonales en donde no existen clases dominantes, y las diversas formas deopresin y explotacin son slo construcciones retricas de los irreductiblesenemigos del progreso y la civilizacin. Tal como lo planteara Hayek en suincondicional apologa de la sociedad de mercado, a nadie hay que responsa-bilizar por las desventuras e infortunios propios de la posicin que nos haasignado la lotera de la vida 17.

    IVLa sensibilidad posmoderna ha dado lugar a la coagulacin de un cli-

    ma cultural cuyo desprecio y hostilidad hacia la reflexin filosfico-polticano son difciles de identificar. Dentro del vasto conglomerado que constituyela cultura posmoderna en nuestra regin quisiramos subrayar, siguiendo laspenetrantes observaciones de Martn Hopenhayn, aquellas dos que nos parecenms pertinentes en relacin a nuestro tema 18 . La primera es la radicalresignificacin de la existencia personal alentada por el posmodernismo: aqullaadquiere ahora sentido a partir de una suma de pequeas razones elcrecimiento personal, el pragmatismo poltico, la promocin profesional, lastransgresiones morales, la exaltacin de la importancia de las formas y elestilo, etc. , que vinieron tarda y muy imperfectamente a sustituir a la per-

    16 Idem; ibidem; p. 29; David Ford. Epilogue: Postmodernism and Postcript. In: The moderntheologians . Oxford, Basil Blackwell, 1989. v. 2, p. 291-297.

    17 Friedrich A. Hayek. Law, legislation and liberty : the mirage of social justice. Chicago/Londres, TheUniversity of Chicago Press, 1976. v. 2.

    18 Martin Hopenhayn. Ni apocalpticos ni integrados : aventuras de lamodernidad en Amrica Latina.Santiago, Fondo de Cultura Econmica, 1994.

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    dida razn total que guiaba la vigilia y el sueo de los revolucionarios sesenta.El resultado ha sido una notable revalorizacin del individualismo (otrora unaactitud en el mejor de los casos sospechosa, cuando no abiertamente repug-nante) y el desprestigio de todo lo que huela a colectivismo (partidos, sindi-

    catos, movimientos sociales). Tambin, el abandono de reglas elementales decoherencia personal en materia de valores y sentidos y su sustitucin por laexaltacin de los aspectos formales, el diseo y el estilo 19.

    En segundo lugar, segn nuestro autor, la desaparicin del estado termi-nal prefigurado por la revolucin ha instalado el adhoquismo y una vertigi-nosa provisoriedad que exigen la constante readecuacin de los objetivos einstrumentos de la accin individual y colectiva a los cambiantes vientos de lacoyuntura. Las consecuencias polticas de este cambio cultural no podan serms perniciosas: por una parte, una perversa transformacin de las estrategias,que de ser medios para el logro de un fin noble y glorioso se transforman en finesen s mismas, todo lo cual remata en la prctica renuncia a pensar siquiera nodigamos construir! una sociedad diferente. Por la otra, la instauracin deuna suerte de imperio de lo efmero, parafraseando a Lipovetsky, con elconsiguiente auge del cortoplacismo que en la esfera poltica remata en lametamorfosis de las formas, de lo tctico y lo estratgico, de los estilos y de lodiscursivo, monstruosamente reconvertidos en fines autonomizados por com-pleto de cualquier utopa, o, en trminos menos exigentes, de cualquier ideal

    mnimamente trascendente. Si con la imagen de la revolucin las accionespodan inscribirse sobre un horizonte claro y distinto, sin esa imagen la visintiende a conformarse con el corto plazo, el cambio mnimo, la reversinintersticial 20.

    Como bien reconoce Hopenhayn, la cultura del posmodernismo hace quela mera indagacin acerca del sentido y los ejes de la historia se torneprcticamente imposible de formular sin cuestionar de raz los fundamentosmismos de la cultura dominante. Ya no se trata de discutir la validez, alcanceo viabilidad poltica de una propuesta revolucionaria o genuinamente refor-mista. Es mucho ms grave: en el posmodernismo concebido como la lgicacultural del capitalismo tardo, no hay lugar en el espacio simblico parapensar en una historia con sentido o cuyo desarrollo transite sobre ciertos ejesordenadores que permitan diferenciar entre alternativas 21. De ah la extraor-dinaria importancia, tanto terica como prctica que asumen en los tiemposactuales la lucha ideolgica y el desarrollo de una contrahegemona

    19 Idem, ibidem, p. 19.

    20 Idem, ibidem, p. 19.21 Fredric Jameson. Ensayos sobre el posmodernismo . Buenos Aires, Imago Mundi, 1991.

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    gramsciana que desarme los mecanismos de la dominacin simblico-cultu-ral exitosamente instalados por las clases dominantes en esta fase dereestructuracin neoliberal y reaccionaria del capitalismo. Sin la mediacinde dicha operacin no existen posibilidades de una reflexin terica rigurosa y

    profunda que permita comprender los rasgos especficos e idiosincrticos delcapitalismo de fin de siglo y las ciencias sociales: la ciencia poltica, laeconoma, la sociologa, etc. involucionan hasta convertirse en una engaosaregurgitacin de los lugares comunes de la ideologa dominante, en frmulaslegitimizantes va un saber pretendidamente cientfico y neutral delstatus quo, precisamente en un perodo en el cual las injusticias sociales y laexplotacin clasista han superado los lmites alcanzados en las etapas mscrueles y salvajes de la historia del capital. Obviamente, la reconstruccin deuna teora crtica, en la cual, como ya dijramos, el marxismo ocupa un lugarprivilegiado es una condicin necesaria, si bien no suficiente, para el desarrollode una praxis poltica transformadora. Desde sus escritos juveniles, Marx seesmer por subrayar la productividad histrica del vnculo teora/praxis, y susnumerosas observaciones empricas al respecto son ms vlidas hoy que ayer.La construccin poltico-intelectual de la contra-hegemona es imprescindibleno slo para una correcta comprensin del mundo, sin la cual no se lo podrcambiar, sino tambin para su necesaria transformacin. El pertinaz avancedel capitalismo hacia su desenlace brbaro imprime al proceso de recuperacinterica de la filosofa poltica una urgencia y una trascendencia excepcionales.

    El argumento precedente implica tambin rechazar el supuesto, comnentre los intelectuales representativos de la sensibilidad posmoderna, de quedicha cultura constituya una etapa superior e irreversible destinada, ad usumFukuyama, a eternizarse junto con el capitalismo y la democracia liberal.Nada autoriza a pensar que la coagulacin de los elementos que han cristaliza-do en la cultura posmoderna pueda permanecer inclume hasta el fin de lostiempos. Se trata de una poca especial, transitoria como todas las dems, deun modo de produccin histricamente determinado y sujeto a una dialctica

    incesante de contradicciones, cuyo resultado no puede ser otro que unatransformacin radical del sistema. Llegados a este punto conviene recordar lasabia advertencia de Engels cuando deca que haba que cuidarse de convertirnuestra impaciencia en un argumento terico: el reconocimiento de la creatividaddel viejo topo de la dialctica histrica y la actualizacin de la historicidad y lafinitud del capitalismo no pueden dar lugar a planteamientos milenaristas quelleven a esperar el desenlace decisivo de la noche a la maana, como sueanalgunas sectas de la izquierda. La descomposicin y crisis final del capitalismocomo sistema histrico-universal y su reemplazo superador ser un proceso largo,violento y pletrico de marchas y contramarchas. Lo importante, como decaGalileo, es que ya se encuentra en movimiento: Eppur si muove!

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    Por lo tanto, cualquier tentativa de interpretar la problemtica integral denuestra poca dando las espaldas al proceso histrico est condenada aconvertirse en un artefacto retrico al servicio de la ideologa dominante. Porotra parte, es preciso tener en cuenta que an cuando la pareja neoliberalismo/

    posmodernismo haya logrado establecer en el capitalismo de fin de siglo unahegemona ideolgica sin precedentes, sta dista mucho de ser completa y desometer sus dictados a las distintas clases, sectores y grupos sociales por igual.El grado desigual de esta penetracin ideolgica es inocultable, y el espaciopotencial que se encuentra disponible para una crtica radical no debera sersubestimado. Una filosofa poltica reconciliada con el pensamiento crticopodra cumplir un papel muy importante en este sentido.

    Recapitulando: no hace falta insistir demasiado sobre el conservadurismodel clima de opinin predominante. Es evidente que el ataque del nihilismo eirracionalismo posmodernos a las fuentes mismas de la filosofa poltica cul-mina en el liso y llano renunciamiento a toda pretensin de desarrollar unateora cientfica de lo social. Quienes adhieren a esta perspectiva, cuyasconnotaciones conformistas y conservadoras no pueden pasar inadvertidaspara nadie, suelen refugiarse en un solipsismo metafsico que se desentiendepor completo de la misin de interpretar crticamente al mundo, y con msnfasis todava, de cambiarlo. La famosa Tesis Onceava de Marx queda as archivada hasta nuevo aviso, y la filosofa poltica se convierte en un saber

    esotrico, inofensivo e irrelevante. Chantal Mouffe ilustra esta capitulacin dela filosofa poltica con palabras que no tienen desperdicio:Por eso, cuando hablo de filosofa poltica (...) siempre insisto en que lo queestoy tratando de hacer es una filosofa posmetafsica. Tambin podra llamarlauna filosofa poltica debole, para retomar la expresin de Vattimo. Es jus-tamente pensar qu queda del proyecto de la filosofa poltica una vez que seacepta realmente la contingencia, cuando se acepta situarse en un campoposmetafsico (...) Una filosofa poltica posmetafsica (...) consiste en for-mular argumentos, formular vocabularios que van a permitir argumentar entorno a la libertad, en torno a la igualdad, en torno a la justicia (...) Lo quedebe ser abandonado completamente es la problemtica de Leo Strauss acer-ca de la definicin del buen rgimen; eso es el tipo de pregunta que unafilosofa posmetafsica rechaza 22.

    La modesta y fragmentaria misin de la filosofa poltica sera elaborardiscursos y acuar vocabularios que nos permitan argumentar en torno a lalibertad, la igualdad y la justicia. Pero, eso s, se trata solamente de argumen-tar: ni plantear una crtica al orden social existente ni, menos todava, proponerunas vas de superacin para salir del lamentable estado de cosas en que nos

    22 Antonella Attili. Pluralismo agonista: la teora ante la poltica. (Entrevista con Chantal Mouffe). In:Revista Internacional de Filosofa Poltica. Madrid, dez. 1996. n o 8.

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    debatimos. Y adems, dichas argumentaciones slo sern bienvenidas acondicin de que las mismas sean por completo indiferentes ante cualquiernocin de buena sociedad y se abstengan de incurrir en cuestionamientos ala anti-utopa realmente existente. Es decir, a condicin de que tan oportu-

    nos razonamientos sobre la libertad, la igualdad y la justicia sean discursosintrascendentes o bellas palabras que dulcifiquen las condiciones imperantesen el capitalismo de fin de siglo. Argumentaciones o divagaciones?

    V

    Llegados a este punto cabra preguntarnos: qu puede ofrecer el marxis-mo a la filosofa poltica? La respuesta debera, a nuestro juicio, orientarse entres direcciones: (a) una visin de la totalidad; (b) una visin de la complejidad

    e historicidad de lo social; (c) una perspectiva acerca de la relacin entre teoray praxis.(a) En lo tocante a la visin de la totalidad, es conveniente recordar las

    observaciones que Georg Lkacs en su clebre Historia y conciencia declase hiciera a propsito de su crtica a la fragmentacin y reificacin de lasrelaciones sociales en la ideologa burguesa. El fetichismo caracterstico de lasociedad capitalista tuvo como resultado, en el plano terico, la construccinde la economa, la poltica, la cultura y la sociedad como si se tratara de otrastantas esferas separadas y distintas de la vida social, cada una reclamando unsaber propio y especfico e independiente de los dems. En contra de estaoperacin, sostiene Lukcs, la dialctica afirma la unidad concreta del todo, locual no significa, sin embargo, hacer tabula rasa con sus componentes o reducirsus varios elementos a una uniformidad indiferenciada, a la identidad 23. Estaidea es naturalmente una de las premisas centrales del mtodo de anlisis deMarx, y fue claramente planteada por ste en su famosa Introduccin de 1857 a los Grundrisse : lo concreto es lo concreto porque es la sntesis de mltiplesdeterminaciones, por lo tanto unidad de lo diverso 24. No se trata, en con-

    secuencia, de suprimir o negar la existencia de lo diverso, sino de hallar lostrminos exactos de su relacin con la totalidad. En un balance reciente de lasituacin de la teora poltica, David Held lo deca con total claridad: pareceraque conocemos ms de las partes y menos del todo, y corremos el riesgo deconocer muy poco an acerca de las partes porque sus contextos y condicionesde existencia en el todo estn eclipsadas de nuestra mirada 25. Est en lo

    23 Georg Lukcs. History and class conciousness . Cambridge, MIT Press, 1971. p. 6 -12.

    24 Karl Marx. Grundrisse . Nova York, Vintage Books, 1973. p. 101.

    25 David Held (compilador). Political theory today . Cambridge, Polity Press, 1991.

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    cierto Lkacs cuando afirma que los determinantes sociales y los elementosen operacin en cualquier formacin social concreta son muchos, pero laindependencia y autonoma que aparentan tener es una ilusin puesto quetodos se encuentran dialcticamente relacionados entre s. De ah que nuestro

    autor concluya que tales elementos slo pueden ser adecuadamente pensadoscomo los aspectos dinmicos y dialcticos de un todo igualmente dinmico ydialctico 26.

    Es necesario, por lo tanto, adoptar una metodologa que habilite al obser-vador para producir una reconstruccin terica de la totalidad socio-histrica.Este mtodo, sin embargo, nada tiene que ver con el monocausalismo o elreduccionismo economicistas, puesto que como bien lo recuerda nuevamenteLukcs:

    No es la primaca de los motivos econmicos en la explicacin histrica loque constituye la diferencia decisiva entre el marxismo y el pensamientoburgus sino el punto de vista de la totalidad. (...) La separacin capitalistadel productor y el proceso total de la produccin, la divisin del proceso detrabajo en partes a expensas de la humanidad individual del trabajador, laatomizacin de la sociedad en individuos que deben producir continuamente,da y noche, tienen que tener una profunda influencia sobre el pensamiento,la ciencia y la filosofa del capitalismo 27.

    La visin marxista de la totalidad, claro est, es bien distinta de la imagi-nada por los tericos posmodernos, que la conciben como un archipilago defragmentos inconexos y contingentes que desafa toda posibilidad derepresentacin intelectual. Tal visin hipostasiada de la totalidad hace questa se volatilice bajo la forma de un sistema tan omnipresente y todopoderosoque se torna invisible ante los ojos de los humanos e inclume a cualquierproyecto de transformacin. No slo eso: como bien lo anota Terry Eagleton,(H)ay una dbil frontera entre plantear que la totalidad es excelsamenteirrepresentable y asegurar que no existe, trnsito que los tericos posmodernoshicieron sin mayores escrpulos 28.

    El concepto de totalidad que requiere no slo la filosofa poltica sinotambin el programa ms ambicioso de reconstruccin de la ciencia social,nada tiene pues en comn con aquellas formulaciones que la interpretan desdeperspectivas holistas u organicistas que, como observara Kosik, hipostasanel todo sobre las partes, y efectan la mitologizacin del todo. Este autorobserv con razn que la totalidad sin contradicciones es vaca e inerte y las

    26 Lukcs, op. cit., p. 12-13.

    27 Idem, ibidem, p. 27.

    28 Terry Eagleton. Las ilusiones del posmodernismo . Buenos Aires, Paids, 1997.

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    contradicciones fuera de la totalidad son formales y arbitrarias; que la totalidadse diluye en una abstraccin metafsica si no considera simultneamente a labase y la superestructura en sus recprocas relaciones, en su movimiento ydesarrollo; y finalmente, si no se tiene en cuenta que son los hombres y mujeres

    como sujetos histricos reales quienes crean en el proceso de produccin yreproduccin social tanto la base como la superestructura, construyen la realidadsocial, las instituciones y las ideas de su tiempo, y que en esta creacin de larealidad social los sujetos se crean a s mismos como seres histricos ysociales 29.

    Como se comprender, de lo anterior se desprende una conclusin con-tundente: si la filosofa poltica tiene algn futuro, si ha de sobrevivir a labarbarie del reduccionismo y la fragmentacin caractersticas del neoliberalismoo al nihilismo conservador del posmodernismo, disfrazado de progresismoen algunas de sus variantes, tal empresa slo ser posible siempre y cuando sereconstituya siguiendo los lineamientos epistemolgicos que son distintivos eidiosincrsicos de la tradicin marxista y que no se encuentran, en su conjun-to, reunidos en ningn otro cuerpo terico: su nfasis simultneo en la totalidady en la historicidad; en las estructuras y en los sujetos hacedores de la historia;en la vida material y en el inconmensurable universo de la cultura y la ideologa;en el espritu cientfico y en la voluntad transformadora; en la crtica y lautopa. Es precisamente por esto que la contribucin del marxismo a la filosofa

    poltica es irremplazable.(b) en relacin a la visin de la complejidad e historicidad de lo social queprovee el marxismo, es ms que nunca necesaria en situaciones como la actual,cuando el clima cultural de la poca es propenso a simplificaciones yreduccionismos de todo tipo. Es importante subrayar el hecho de que este tipo deoperaciones ha sido tradicionalmente facilitado por la extraordinaria penetracindel positivismo en la filosofa y en la prctica de las as llamadas ciencias duras.Sin embargo, tal como muy bien lo observa el Informe Gulbenkian, los nuevosdesarrollos en dichas ciencias, cuyo mtodo las ciencias sociales trataron ardua-mente de emular bajo la hegemona del positivismo, produjeron un radicalcuestionamiento de los supuestos fundamentales que guiaban la labor cientficahasta ese entonces. En efecto, las nuevas tendencias imperantes

    han subrayado la no-linealidad sobre la linealidad, la complejidad sobre lasimplificacin y la imposibilidad de remover al observador del proceso demedicin y (...) la superioridad de las interpretaciones cualitativas sobre laprecisin de los anlisis cuantitativos 30.

    29 Karel Kosic. Dialctica de lo concreto . Mxico, Grijalbo, 1967.

    30 Gulbenkian Commission. Open the Social Sciences . Report of the Gulbenkian Commission on theRestructuring of the Social Sciences. Stanford, Stanford University Press. 1996.

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    Estas nuevas orientaciones del pensamiento cientfico ms avanzado nohacen sino confirmar la validez de algunos de los planteamientos metodolgicoscentrales del materialismo histrico, tradicionalmente negados por elmainstream de las ciencias sociales y que ahora, por una va inslita, recobran

    una inesperada actualidad. En efecto, la crtica a la linealidad de la lgicapositivista, a la simplificacin de los anlisis tradicionales que reducan laenorme complejidad de las formaciones sociales a unas pocas variablescuantitativamente definidas y mensuradas, a la insensata pretensin empirista compartida por la misma sociologa comprensiva de Max Weber de laneutralidad valorativa de un observador completamente separado del objetode estudio, y por ltimo, la insistencia clsica del marxismo en el sentido deprocurar una interpretacin cualitativa de la complejidad que superase lasvisiones meramente cuantitativistas y pseudo-exactas del saber convencional,han sido algunos de los rasgos distintivos de la crtica que el marxismo havenido efectuando a la tradicin positivista en las ciencias sociales desde susorgenes. Conviene, por lo tanto, tomar nota de esta tarda pero merecidareivindicacin.

    En este sentido debera celebrarse tambin la favorable recepcin que hatenido la insistencia de Ilya Prigogine, uno de los redactores del InformeGulbenkian , al sealar el carcter abierto y no pre-determinado de la historia.Su reclamo es un til recordatorio para los dogmticos de distinto signo: tanto

    para los que desde una postura supuestamente marxista en realidad anti-marxista y no dialctica creen en lo inexorable de la revolucin y eladvenimiento del socialismo, como para los que con el mismo empecinamientocelebran el fin de la historia y el triunfo de los mercados y la democracialiberal. Lamentablemente, el empeo que muchos posmarxistas pone encriticar al reduccionismo economicista y el determinismo no parece demasia-do ecunime: mientras se ensaan destruyendo con arrogancia al hombre depaja marxista construido por ellos mismos en realidad, un indigesto cocktailde stalinismo y segundainternacionalismo , su filo crtico y la mordacidad

    de sus comentarios se diluyen por completo a la hora de enfilar los caones desu crtica al fundamentalismo neoliberal y el hiper-determinismo que caracte-riza al pensamiento nico.

    Segn el marxismo la historia implica la sucesiva constitucin decoyunturas. Claro que, a diferencia de lo que proponen los posmodernos, stasno son el producto de la ilimitada capacidad de combinacin contingenteque tienen los infinitos fragmentos de lo real. Existe una relacin dialctica yno mecnica entre agentes sociales, estructura y coyuntura: el carcter y lasposibilidades de esta ltima se encuentran condicionados por ciertos lmiteshistrico-estructurales que posibilitan la apertura de ciertas oportunidades a lavez que clausuran otras. Sin campesinato no hay revuelta agraria. Sin capita-

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    listas no hay revolucin burguesa. Sin proletariado no hay revolucin socialis-ta. Sin empate de clases no hay salida bonapartista. Los ejemplos son nu-merosos y rotundos en sus enseanzas: las coyunturas no obedecen al capri-cho de los actores ni tienen el horizonte ilimitado del deseo o de las pulsiones

    inconscientes. Bajo algunas circunstancias, Marx dixit , los hombres podrnhacer la historia. En otras, no. Y en ambos casos, tendrn ante s la tareaprometeica de tratar de convertirse en hacedores de la historia bajo condicio-nes historia, estructuras, tradiciones polticas, cultura no elegidas por ellos.Por eso la coyuntura y la historia son para el marxismo construcciones abiertas:la dialctica del proceso histrico es tal que, dadas ciertas condiciones, deberaconducir a la trascendencia del capitalismo y al establecimiento del comunismo.Pero no hay nada que garantice este resultado. Marx lo dijo con palabrasinolvidables, olvidadas tanto por sus adeptos ms fanatizados como por suscrticos ms acerbos: socialismo o barbarie. Si los sujetos de la revolucin mundialno acuden con puntualidad a su cita con la historia, la maduracin de las condicionesobjetivas en el capitalismo puede terminar en su putrefaccin y la instauracin deformas brbaras y despticas de vida social.

    En los aos finales de su vida, conmovido por la cada del Imperio alemny el triunfo de la revolucin en Rusia, Weber acu una frmula que convienerecordar en una poca como la nuestra, tan saturada por el triunfalismoneoliberal: slo la historia decide. Pero sera un acto de flagrante injusticia

    olvidar que fue el propio fundador del materialismo histrico quien una y otravez puntualiz el carcter abierto de los procesos histricos. Para Marx loconcreto era lo concreto por ser la sntesis de mltiples determinaciones y noel escenario privilegiado en el cual se desplegaba tan slo el influjo de losfactores econmicos. Fue por ello que Marx sintetiz su visin no deterministadel proceso histrico cuando pronostic que en algn momento de su devenirlas sociedades capitalistas deberan enfrentarse al dilema de hierro enunciadoms arriba. No haba lugar en su teora para fatalidades histricas onecesidades ineluctables portadoras del socialismo con independencia de la

    voluntad y de las iniciativas de los hombres y mujeres que constituyen unasociedad. Las observaciones de Prigogine deben por esto mismo ser bienvenidasen tanto que ratifican, desde una reflexin completamente distinta originadaen las ciencias duras que abre novedosas perspectivas, algunas importantesanticipaciones tericas de Marx.

    (c) Finalmente, creemos que el marxismo puede efectuar una contribucinvaliosa a la filosofa poltica insuflndole una vitalidad que supo tener en elpasado y que perdi en pocas ms recientes. Vitalidad que se derivaba delcompromiso que aqulla tena con la creacin de una buena sociedad o unbuen rgimen poltico. Ms all de las crticas que puedan merecernos lasdiversas concepciones tericas que encontramos en el seno de la gran tradicin

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    CRTICA MARXISTA 93

    de la filosofa poltica, lo cierto es que todas ellas tenan como permanenteteln de fondo la preocupacin por dibujar los contornos de la buena sociedady el buen estado, y por encontrar nuevos caminos para hallar la felicidad y la

    justicia en la tierra. Que la propuesta fuese la repblica perfecta de Platn, el

    asombroso equilibrio del justo medio aristotlico, el sometimiento de laIglesia a los poderes temporales como en Marsilio, la intrigante utopa deMoro, la construccin de la unidad nacional y del Estado en Italia como enMaquiavelo, la supresin desptica del terror como en Hobbes, la comunidaddemocrtica de Rousseau o la sociedad comunista de Marx y Engels, paranada invalida el hecho que todos estos autores, a lo largo de casi veinticincosiglos, siempre concibieron su reflexin como una empresa terico-prctica yno como un ejercicio onanstico que se regodeaba en la manipulacin abstractade categoras y conceptos completamente escindidos del mundo real.

    Llegados a este punto es necesario reconocer sin embargo que el complejoitinerario recorrido por el marxismo como teora social y poltica dista muchode estar exento de problemas y contradicciones. Lo que Perry Anderson deno-minara el marxismo occidental la produccin terica comprendida entrecomienzos de la dcada del veinte y finales de los aos sesenta se caracterizprecisamente por el divorcio estructural entre este marxismo y la prcticapoltica, un fenmeno, aunque no idntico, bastante similar al que caracteri-za en nuestro tiempo a la filosofa poltica convencional 31. Las races de esta

    reversin se hunden tanto en la derrota de los proyectos emancipadores de laclase obrera europea en los aos de la primera postguerra y la frustracin delas expectativas revolucionarias ocasionadas por el stalinismo como en losefectos paralizantes derivados de la inesperada capacidad del capitalismo parasobreponerse a la Gran Depresin de los aos treinta y la espectacularrecuperacin de la postguerra. Este divorcio entre teora y prctica y entrereflexin terica e insurgencia popular, que tan importante fuera en el marxis-mo clsico, tuvo consecuencias que nos resultan harto familiares en nuestrotiempo: por una parte, la desorbitada concentracin de los tericos marxistas

    sobre tpicos de carcter epistemolgico y en algunos casos puramentemetafsicos; por el otro, la adopcin de un lenguaje crecientemente especi-alizado e inaccesible, plagado de innecesarios tecnicismos, oscurasargumentaciones y caprichosa retrica. Tal como lo observa Anderson, lateora devino (...) en una disciplina esotrica cuya jerga altamente especializa-da era una medida de su distancia de la vida poltica prctica 32.

    31 Perry Anderson. Considerations on western marxism. Londres, New Left Books.

    32 Idem, ibidem, p. 53.

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    La situacin imperante en la filosofa poltica hoy se encuentralamentablemente dominada por tendencias similares que la separantajantemente de la realidad social. Al igual que el caso del marxismo occidental,este divorcio se manifiesta en los rasgos solipsistas y esotricos que caracterizan

    a la mayor parte de su produccin actual. Si bien su predominio comienza adar algunas claras muestras de resquebrajamiento, lo cierto es que el golpedecisivo para volver a reconstituir el nexo teora/praxis y sacar a la filosofapoltica de su enfermizo ensimismamiento, slo podr aportarlo la contribucinde un marxismo ya recuperado de su extravo occidental y reencontrado conlo mejor de su gran tradicin terica. De ah que su reintroduccin en el deba-te filosfico-poltico contemporneo sea una de las tareas ms urgentes de lahora, especialmente si se cree que la filosofa poltica debera tener algo queofrecer a un mundo tan deplorable como aqul en que vivimos.