El Pseudo Longino. Lo Sublime
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El Pseudo Longino: lo sublime.
El tratado Sobre lo Sublime1 se conoce gracias a la traducción
de Boileau, de 1674. Durante siglos fue atribuido a Casio Longino,
un ministro de la reina Zenobia de Palmira (s. III dC), en la actual
Siria, aunque fue escrito en griego de la koine y seguramente en
tiempos de Calígula, mucho tiempo antes, por tanto, de que viviera
Longino. Su objetivo era disentir de otro Sobre lo Sublime, un libro
que en el s. I d C ya era muy conocido y que desapareció; del autor,
Cecilio, dice que “malgasta sus esfuerzos en darnos miles de
ejemplos sobre lo sublime”2, frente a lo cual él, el Longino, ofrece
una caracterización que actúa como una definición: “Lo sublime
consiste en una cierta elevación y excelencia del lenguaje, y es sólo
por esto por lo que obtienen su celebridad y se visten de perdurable
gloria los más grandes poetas y escritores”3
Con el Pseudo Longino aparece lo sublime como una categoría
estética separada de lo bello, y, más notable aún, se trata del
primer estudio en el que se oponen explícitamente la faceta
intuitiva o no discursiva del arte frente a la discursiva, conceptual o
técnica. El tema de lo sublime en retórica ya había sido expuesto
por Platón en, por ejemplo, Fedro 245 a, cuando sostiene que sin el
recurso de la locura divina no se puede ser un poeta eminente. El
1 Sobre las diversas ediciones de Sobre lo Sublime cf. (a) Cappelletti, Op. Cit., p. 175, (b) Zecchi, Stefano y Franzini, Elio, Storia Dell’Estetica. Antologia di Testi, p. 532 y (c) Pseudo-Longino, De lo Sublime. 2007. La edición de Zacharias Pearce en latín se consigue íntegra en http://www.slu.edu/colleges/AS/languages/classical/latin/tchmat/pedagogy/latinitas/lgi/lgi-i.html2 “Caecilius, while wasting his efforts in a thousand illustrations of the nature of the Sublime, as though here we were quite in the dark, somehow passes by as immaterial the question how we might be able to exalt our own genius to a certain degree of progress in sublimity.” On the Sublime, Macmillan and co., London and New York, 1890, I 1.3 “As I am addressing a person so accomplished in literature, I need only state, without enlarging further on the matter, that the Sublime, wherever it occurs, consists in a certain loftiness and excellence of language, and that it is by this, and this only, that the greatest poets and prose-writers have gained eminence, and won themselves a lasting place in the Temple of Fame”. Idem., I, 3.
acceso a la belleza absoluta que en Platón aparece
conjeturablemente mistificado y que en Plotino es un estado
explícitamente extático, en Longino aparece situado al margen o
más allá de lo bueno, de lo útil y de lo bello. “Lo sublime, en efecto,
no lleva a los oyentes a la persuasión sino al éxtasis”4, dice el
Longino en el primer cap., postulando así la existencia de una vía no
persuasiva ―lo que viene a decir no discursiva y no lógica―
vinculable a lo sublime. Al separarse de la persuasión, sostiene
Cappelletti5, se diferencia de lo bueno, de lo útil, y en consecuencia
de lo bello en la medida en que lo bello proporciona placer o
utilidad. Así, lo sublime es una posesión desinteresada vinculable al
asombro de lo majestuoso, de lo elevado, de lo inesperado. La
distancia más evidente entre el plano que podríamos llamar del
discurso lógico e interesado y el del lenguaje elevado lo encuentra
Longino en que por la primera vía el espectador o el lector puede
dejarse arrastrar o no por el orador o el escritor, mientras que por la
segunda vía esto no es posible. Según Cappelletti, que sigue al
Longino, “Lo sublime, que no puede no ejercer una poderosa
influencia, arrastra de modo necesario y su fuerza coercitiva anula
en el sujeto toda resistencia”6
Lo sublime tiene la fuerza de un rayo sin estar sujeto a ninguna
normatización7. De hecho, sostiene Cappelletti, cualquier intento de
establecer reglas y de fijar procedimientos resultaría inútil en este
terreno. No podemos confiar en la razón discursiva (que acota el
ámbito de lo enseñable) para captarlo o para producirlo, sino sólo
4 “Ou gár eis peithó toús akrooménous all’ eis éktasin” citado por Cappelletti en La estética griega, 1991. En la traducción de Havell dice “A lofty passage does not convince the reason of the reader, but takes him out of himself” y en la de W. Rhys Roberts “The effect of elevated language upon an audience is not persuasion but transport”.5 Cappelletti, Op. Cit., p. 134.6 Idem. En la traducción de W. Rhys Roberts: “Our persuasions we can usually control, but the influences of the sublime bring power and irresistible might to bear, and reign supreme over every hearer”. 7 “Sublimity flashing forth at the right moment scatters everything before it like a thunderbolt, and at once displays the power of the orator in all its plenitude”. Idem
en la naturaleza, que nos ha dotado de un entendimiento intuitivo.
Con todo, y sin que sea contradictorio, la pura confianza solitaria en
la naturaleza no nos entrega la sublimidad. Sin elevación no hay
poesía, vendría a decir Longino, pero la pura elevación no trae por sí
sola la poesía. Hace falta también utilizar el raciocinio.
La anticipación kantiana es evidente. Bastaría con sólo mencionar
que Kant en el § 25 de la Crítica de la Facultad de Juzgar sostiene
que “sublime es aquello cuyo solo pensamiento da prueba de una
facultad de ánimo que excede toda medida de los sentidos”8, lejos,
pues, de lo útil, de lo bueno y de lo bello. Pero hay más: para
Longino, como para Kant, lo sublime, siendo subjetivo, es universal9.
Lo bello y lo sublime, dice Longino, “agrada siempre en todo y a
todos”.10
Se podría presumir un corte intelectualista de herencia aristotélica
en Longino cuando cree que lo sublime se origina en pensamientos
elevados y amplios en primer lugar, y sólo en segundo lugar en
“emociones profundas y fuertes”. Su tesis es que no se puede
experimentar una emoción o un deseo sin que haya habido
previamente una comprensión, esto es, sin una idea anterior. Pero,
se ha de decir, tal idea no es el resultado de una inducción que
parta de unas premisas sino que se trata de una captación directa
ejecutada sin pasos y de súbito por el entendimiento y que,
además, al modo de la intuición kantiana, ocurre en la mente del
dios o del genio;11 una verdadera intuición intelectual. Ambos, Kant
8 KU, versión Oyarzún, p. 164, § 25. 9 “Cuando un hombre sensato y versado en la literatura oye algo repetidamente y su alma no es transportada hacia pensamientos elevados, ni al volver a reflexionar sobre ello tampoco queda en su espíritu más que meras palabras, que, si las examinas cuidadosamente, se convierten en algo insignificante, entonces se puede decir con toda seguridad que no es algo verdaderamente sublime...Pues, en realidad, es grande sólo aquello que proporciona material para nuevas reflexiones y hace difícil, más aún imposible, toda oposición, y su recuerdo es duradero e indeleble”. Longino citado por Sultana Wahnón, Literatura y Pensamiento, en: La Balsa de la Medusa, Rev. Trimestral, Madrid, Número 55/56, 2000.p. 90.10 “Tá diá pantós aréskonta kaí pâsin”. Cappelletti, Op. Cit., p. 137.11 Ibid., p. 138
y el Longino, superan el objetivismo intelectualista que
infructuosamente busca lo bello en el objeto, como en el Hipias
platónico, lo mismo que la tesis objetivista aristotélica que
encuentra lo bello en la medida, el ritmo, la armonía o la proporción.
Longino no cree, como Aristóteles, que sea posible exponer las
condiciones y los pasos que se han de seguir “si la poesía ha de
lograrse”12, cuando menos no exclusiva ni principalmente: de las
cinco causas de lo sublime en el estilo, a saber, pensamientos
elevados y amplios, la pasión vehemente, el uso conveniente de los
recursos del pensamiento, el empleo adecuado de las técnicas del
lenguaje y composición acorde al estilo, sólo las tres últimas
pertenecen a lo que podríamos llamar un discurso técnico, lógico o
conceptual, y son preteridas por las dos primeras.
Una cercanía más estrecha y llamativa es el hecho de que ambos,
Longino y Kant, descargan del peso de la creación poética a los
dioses y lo cargan en la naturaleza. No sólo a la naturaleza misma
del poeta, a su talento innato, a lo que él denomina "pasión y
entusiasmo", sino a la natura naturans, la que produce y
engendra13. El tratado del Longino se ocupa de determinar si la
utilización de un lenguaje sublime es producto de un don de la
naturaleza o de una técnica. Su respuesta es que se trata de un don
de la naturaleza, una posición que volveremos a ver con Kant. Pero,
agrega Longino, ello no obsta que se pueda críticamente conducir
ese don. El poeta, dice, necesita tanto espuela como freno14. La
12 Poética, 1447 a13“But I maintain that this will be found to be otherwise if it be observed that, while nature as a rule is free and independent in matters of passion and elevation, yet is she wont not to act at random and utterly without system. Further, nature is the original and vital underlying principle in all cases, but system can define limits and fitting seasons, and can also contribute the safest rules for use and practice”. Sobre lo Sublime (II 1), trad. de W. Rhys Roberts.14 “Moreover, the expression of the sublime is more exposed to danger when it goes its own way without the guidance of knowledge ―when it is suffered to be unstable and unballasted― when it is left at the mercy of mere momentum and ignorant audacity. It is true that it often needs the spur, but it is also true that it often needs the curb”. Idem.
naturaleza, aunque a menudo en las emociones y en las
sublimidades obedece sus propias leyes, sin embargo, no es algo
fortuito y no le gusta en absoluto actuar sin método; ella misma es,
en verdad, el principio originario y arquetípico que subyace a toda la
creación, aunque el método es el único capaz de fijar los límites y
de suministrar el modo especial, el momento oportuno en cada
punto concreto y aún la práctica y el uso más seguros.
No cree el Longino, por otra parte, que la justificación del
lenguaje elevado sea el manejo del público con intereses utilitarios.
Lejos de ello piensa que la naturaleza eligió al hombre para un
género de vida que asume el universo y la vida como un festival del
que todos somos espectadores. Y que así la naturaleza puso en
nosotros un principio de amor inextinguible por lo grande y
magnífico. Poseemos, cree, un espíritu de contemplación para el
cual el universo entero no es el límite, y que nos hace exceder los
límites del mundo que nos rodea. Si pudiéramos, dice, “mirar en
derredor la vida y ver cuán gran participación tiene en todo lo
extraordinario, lo grande y lo bello, sabríamos en seguida para qué
hemos nacido” (II, 2; II, 3).
Coinciden también Kant y el Longino en admitir que este don que
proviene de la naturaleza, lo que Kant llama la norma, tiene por
destino la figura del genio. La causa de la obra está, dice el Longino,
en “una cierta fuerza en el decir”15, de modo que sólo quien posee
esa fuerza, mezcla de éxtasis y de entusiasmo dirigido a la riqueza
verbal, puede convocar lo sublime.
15 “tês en tô légein dynámeos”, citado por Cappelletti., Op. Cit., p. 138.