EL TEMA DE LA GUERRA CIVIL EN TRES OBRAS...

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EL TEMA DE LA GUERRA CIVIL EN TRES OBRAS NARRATIVAS ESPAÑOLAS RECIENTES. Capital de la Gloria de Juan Eduardo Zúñiga, Veinte años y un día de Jorge Semprún, La voz dormida de Dulce Chacón. Scriptie voorgelegd tot het behalen van de graad van licentiaat in Romaanse Talen door Ruth Ruyffelaere Universiteit Gent Academiejaar 2006-2007 Promotor: Prof. Dr. Patrick Collard

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EL TEMA DE LA GUERRA CIVIL EN

TRES OBRAS NARRATIVAS ESPAÑOLAS RECIENTES.

Capital de la Gloria de Juan Eduardo Zúñiga,

Veinte años y un día de Jorge Semprún,

La voz dormida de Dulce Chacón.

Scriptie voorgelegd tot het behalen van de graad van licentiaat in Romaanse Talen

door Ruth Ruyffelaere

Universiteit Gent

Academiejaar 2006-2007

Promotor: Prof. Dr. Patrick Collard

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ÍNDICE

INTRODUCCIÓN………………………………………………………………………...5

CAPÍTULO 1

EL TEMA DE LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA EN LA LITERATURA: INTRODUCCIÓN

1. En la Dictadura………………………………………………………………...7

2. En la Transición………………………………………………………………..8

3. Después de la Transición……………………………………………………..12

4. La Guerra Civil Española hoy en día: un “lugar de memoria”……………….14

5. La recuperación de la memoria……………………………………………….15

CAPÍTULO 2

VEINTE AÑOS Y UN DÍA: PRIMERA PARTE. LA PLASMACIÓN NOVELESCA DE UN

ACONTECIMIENTO HISTÓRICO

0. Introducción general…………………………………………………………..19

1. El problema: la conversión al relato de un acontecimiento histórico…………20

2. Veinte años y un día: vacilando entre realidad y ficción……………………...21

3. Veinte años y un día: la realidad de un relato, antes de ser un relato

de la realidad…………………………………………………………………..24

4. Veinte años y un día: la importancia del contar……………………………....26

5. Por qué contar: escribir contra el olvido………………………………………29

6. El escribir sobre la Historia: un nuevo dinamismo de la obra literaria………..31

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CAPÍTULO 3

VEINTE AÑOS Y UN DÍA: SEGUNDA PARTE. UNA HISTORIA DE SANGRE, AMOR Y

MUERTE

1. Introducción……………………………………………………………………34

2. Una escena enigmática………………………………………………………...35

3. Amor carnal y muerte………………………………………………………….37

4. La violencia en las novelas recientes sobre la Guerra Civil Española………...37

5. El vínculo entre violencia y amor en Veinte años y un día……………………38

6. El lector y su aportación a la interpretación global de la obra………………...42

CAPÍTULO 4

LA VOZ DORMIDA: PRIMERA PARTE. “PARA QUE EL VACÍO DEL TIEMPO SE LLENE

DE PALABRAS”

0. Introducción general…………………………………………………………..44

1. Introducción al análisis: la guerra como derrota de la comunicación………...45

2. La novela……………………………………………………………………...46

3. Un intento de revalorizar las palabras………………………………………...47

4. Una lucha de hoy en día………………………………………………………50

5. El silencio en el lenguaje narrativo de Chacón……………………………….52

6. Lenguaje oral con una pizca de poesía………………………………………..54

CAPÍTULO 5

LA VOZ DORMIDA: SEGUNDA PARTE. DISTANCIA Y CONOCIMIENTO

BIBLIOGRÁFICO: LAS CONSECUENCIAS.

1. Introducción…………………………………………………………………..57

2. Documentos y testimonios: el significado del paratexto……………………..58

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3. La ruptura de tensión…………………………………………………………59

4. Explicación de la infección sentimental: análisis de los personajes………….62

5. Personajes idealizados en una comunidad utópica…………………………...66

6. En fin, la infección sentimental……………………………………………….67

CAPÍTULO 6

CAPITAL DE LA GLORIA: “PASARÁN AÑOS Y OLVIDAREMOS TODO”

1. Introducción……………………………………………………………..........70

2. La estructura…………………………………………………………………..71

3. Los temas: más allá de los límites entre los cuentos………………………….73

3.1. El amor y la pasión en Capital de la Gloria:

a) Los deseos, la noche……………………………………………………74

b) Rosa de Madrid………………………………………………………...75

3.2. Dos escapatorias: refugiarse en el pasado o soñar con el futuro……..76

3.3. Los deberes de conciencia……………………………………………77

3.4. La magnificación de los objetos……………………………………...78

4. Ruinas: el trayecto, Guerda Taro

4.1. Introducción………………………………………………….……….81

4.2. Tiempo y espacio……………………………………………………..82

4.3. Escapatoria: En búsqueda de la esperanza……………………………84

4.4. Dignas tareas y causas justas………………………………………….85

5. Conclusión……………………………………………………………………..87

SÍNTESIS Y REFLEXIONES GENERALES.……………………………………..…. 90

BIBLIOGRAFÍA………………………………………………….……………………..101

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INTRODUCCIÓN

La Guerra Civil Española terminó hace 68 años, sin embargo, durante los primeros años

del siglo XXI, sigue siendo el cauce principal de ríos de tinta vertidos en la prensa y en la

literatura de este país. Vivimos en un periodo particularmente intrigante en cuanto al tema de la

Guerra Civil pues la atención que se presta hoy en día a aquella época lejana de la Historia de

España es inmensa, incluso algunos sectores la consideran desmesurada. De cualquier manera,

nos referimos a un tema que, lejos de estar enterrado por los años que han pasado, está más vivo

que nunca.

El movimiento de recuperación de la Historia comenzó tímidamente en los años 90 y hoy

se ha convertido en un hecho incontestable. Las razones que han provocado esta nueva mirada al

pasado son numerosas y dispares, pero hay una entre ellas que no admite discusión: se ha tomado

conciencia de la velocidad con la que el número de testigos disminuye; casi no quedan

supervivientes. El movimiento de recuperación de la Historia ha ido creciendo en notoriedad y se

ha hecho visible para toda la sociedad española a través de las últimas decisiones y polémicas

políticas. El gobierno socialista de Rodríguez Zapatero, en coalición con otras fuerzas de

izquierda, aprobaron en 2006 la Ley de la Memoria Histórica para restituir las afrentas a las

víctimas de la Guerra Civil y del régimen franquista, además de restaurar su honor. La aparición

de esta ley se hacía urgentísima por la rápida desaparición de las últimas víctimas del franquismo.

Pero las raíces de este problema no se encuentran en la política.

Es cierto que las decisiones políticas, y sobre todo el remoloneo para llegar a un consenso

en cuanto a la Ley de la Memoria Histórica, han suscitado muchas reflexiones en la prensa: se

han escrito docenas de artículos y ensayos sobre el tema. No obstante, es la literatura el espacio

donde se nota más este afán a la conmemoración y, más aún, una voluntad apremiante de escribir

contra el olvido y a favor de una restauración de nuestro recuerdo. Los novelistas españoles

escriben para no olvidar ellos mismos y, sobre todo, para que los lectores no olvidemos. Más

adelante profundizaremos la cuestión del olvido y de la recuperación histórica.

Así que, aunque sea incontestable que los debates políticos hayan agudizado la conciencia

histórica, sería absurdo pensar que la literatura es sólo un producto de la política. Todo lo

contrario, política y literatura son ambas realizaciones de una sociedad cambiante, dinámica y

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madurada, sin olvidar que ella está igualmente influida por sus productos. Por consiguiente, la

toma de conciencia no es política, sino una noción en primer lugar intelectual y española, que se

produce ahora, porque la sociedad, por fin, ha madurado respecto a su pasado y a su memoria.

En fin, nuestra aportación consistirá en el análisis de tres libros muy recientes que tratan

de o han elegido como tela de fondo la Guerra Civil Española. Se trata de Veinte años y un día

(2003) de Jorge Semprún, La voz dormida (2002) de la fallecida Dulce Chacón y la colección de

cuentos Capital de la Gloria (2003) de Juan Eduardo Zúñiga. Son tres libros extremadamente

diferentes, y que requieren por esa razón un estudio muy diferente. Nos concentraremos por

supuesto en el tema de la Guerra Civil, en su imagen y en la manera según la que los autores nos

la transmitan. En Veinte años y un día será sobre todo la estructura narrativa que revelará la toma

de posición del libro respecto a la guerra civil y sobre todo a la literatura sobre el tema. Ésta será

igualmente interesante en Capital de la Gloria, pero menos pertinente en La voz dormida donde

nos concentraremos más que nada en la imagen de la Guerra Civil Española, una representación

que calificaremos de nostálgica. Por consiguiente, tendremos un conjunto de tres análisis algo

heterogéneos. No obstante, estos análisis confluirán en el último apartado: la síntesis y las

conclusiones generales. Nuestras síntesis finales no se pretenden en nada concluyentes, ya que

hablamos de una literatura que prácticamente está siendo escrita en este momento. Además,

somos conscientes de que tres libros no pueden ser representativos de una época de la historia.

Pero quizás nuestros análisis puedan servir como escalón para un estudio más profundo de la

literatura de los primeros años del siglo XXI.

Antes de empezar con el análisis de cada libro, hace falta una revisión del tema de la

Guerra Civil Española en la literatura del siglo XX. Por la mera y evidente razón que uno no

puede entender el tema hoy en día, sin saber como se ha formado, como ha evolucionado y se ha

plasmado. Por tanto, arrancaremos con una introducción sobre el tema de la Guerra Civil en el

siglo XX, su evolución y maduración, para llegar al siglo XXI y al importantísimo asunto del

olvido, al cual dedicaremos algunas páginas por su peso incuestionable e igualmente nos servirá

para introducir los análisis de las novelas.

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CAPÍTULO 1

EL TEMA DE LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA

EN LA LITERATURA: INTRODUCCIÓN

1. En la Dictadura

La Guerra Civil Española (1936-1939) fue el golpe que más sacudió a España desde las

invasiones napoleónicas, más de un siglo antes. En ella no se combatía por bienes nacionales,

territorio o riquezas, sino ante todo por ideologías y por la concepción del mundo y de la misma

España: anarquismo, fascismo, comunismo, socialismo, catolicismo y monarquía, todas las

corrientes políticas e ideológicas del siglo XX se vieron enfrentadas en un país y un momento

concreto. Es quizás por esta razón que la literatura que se crea en torno a la Guerra Española

conserva mayor vitalidad. Maryse Bertrand de Muñoz proclama que la Guerra Civil Española es

“la mayor de todas las guerras que jalonan el siglo XX”1: ni la primera guerra mundial, ni la

segunda engendraron tanta literatura como la tragedia Española. Es cierto que la literatura ama la

guerra y la cultura tiende a conocer sus realizaciones más fértiles y valiosas cuando se atraviesan

tiempos difíciles: el siglo XVII, un siglo negro y turbulento para una España dirigida de forma

lamentable, produjo, a pesar de todo, productos culturales sin precedentes en su cantidad y sobre

todo, en su calidad. Es posible que una guerra sea lo más triste y difícil que un país y su pueblo

puedan conocer, así que no nos debe sorprender que la guerra nunca haya dejado de inspirar una

bibliografía abundante. Muchos autores eligieron el tema de la Guerra Civil y cada uno escogió

una manera diferente de presentarlo: novela ideológica, histórica, política, social; historias de

amor, aventuras de espías, descripciones de combate o del sufrimiento del pueblo.

Muchas de esas novelas fueron grandes éxitos: Crónica del alba, de Ramon J.Sender, Las

últimas banderas, de Angel María de Lera, La forja de un rebelde de Arturo Barea, Los cipreses

creen en Dios, Un millón de muertos, y Ha estallado la paz de José María Gironella.

1 Maryse Bertrand de Muñoz, La Guerra Civil Española en la novela: bibliografía comentada, Madrid, José Porrua

Turanzas, 1982, p.5.

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Ya en 1958 señaló Jean Duvignaud:

“Se diría realmente que España ha llegado a ser para los escritores de hoy lo que la

Antigüedad era para los clásicos y la Edad Media para los románticos: un lugar simbólico

donde se trasladan los problemas actuales.”2

Muchos de los que escribieron durante la guerra o en las primeras décadas de la dictadura

habían sido implicados directamente en la tragedia. Si parece que para ellos la ambientación y la

descripción verídica de los hechos está al alcance de su mano, estos autores caerán a menudo en

parcialidad y en una reivindicación personal desagradable. Es lógico, puesto que la vivencia

personal de los hechos nos aleja de la objetividad. Sin embargo, la importancia creciente de lo

político en esas novelas de autores-testigos no destruye necesariamente el valor literario de la

obra, a condición que el autor tenga suficiente madurez para no dejarse caer en maniqueísmo.

José Luís Ponce de León nos explica en su compendio “La novela española de la guerra civil”3

que estamos simplemente ante de otro tipo de novela, con un protagonista diferente:

“Así, incluso en unas novelas que tienen unos personajes cuidadosamente creados por el

autor, lo que sucede a su alrededor los envuelve de tal modo que los hace desaparecer

momentáneamente, como si las voces del coro de una tragedia antigua nos hicieran olvidar

por unos instantes la historia de unos hombres que se desarrolla ante nosotros. El protagonista

deja su lugar de preeminencia a otro protagonista, numeroso y anónimo, que ocupa la escena

caóticamente, con la grandiosidad de un río desbordado.”

2. En la Transición

José-Carlos Mainer tiene toda la razón de preguntarse cuáles son los límites de la

Transición4. ¿Empieza antes de la muerte de Franco? ¿Acaba con la proclamación de la

Constitución en 1978?, ¿con la digestión del golpe militar de 1981?, o siquiera ¿con la entrada en

2 “Les petits cimetières sous la lune”, L’Express, el 13 de noviembre de 1958, p.57.

3 Madrid, Insula, 1971, pp. 53-54.

4 José-Carlos Mainer, Tramas, libros, nombres, Barcelona, Editorial Anagrama, 2005, p.95.

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la Comunidad Europea? Es una cuestión difícil y abierta, pero es importante no tener ciega fe en

las fechas de los manuales de Historia y cuestionarse más allá de ellas.

Cuando muere Franco, se instala poco a poco el régimen democrático: la Constitución

Española de 1978, por ejemplo, es una de las más modernas y el modelo del derecho

constitucional de muchos países. Los españoles empezaron a sentir que se había acabado una

etapa oscura y que España se estaba acercando a los demás países occidentales. Esperaban un

cambio drástico, sin embargo, el acceso a las libertades democráticas se hizo sólo

progresivamente y muchos quedaron decepcionados por los difíciles pactos y equilibrios que los

políticos debieron llevar a cabo. Era inevitable, puesto que el término mismo de “transición” se

asocia a incertidumbre e indefinición: en toda transición se tiene la esperanza de algo mejor,

siempre está llena de profecías y engaños. No fue diferente en el caso de la Transición de España

en su pasaje hacia un régimen democrático, ya que muchos españoles víctimas de la represión

sintieron traicionada la justicia esperada en aras de la estabilidad.

Durante la Transición, además de una democratización rápida, los españoles esperaban un

renacimiento cultural que no se produjo. Este fue un motivo más de decepción: numerosos fueron

los que expresaron su desilusión en cuanto a la literatura en los años que siguieron la muerte de

Franco. El desencanto que exprimen los intelectuales finales de los ‟70 en cuanto a la pobreza de

la literatura es muy parecida al que proclamaron en los ‟40 cuando se esperaba la Gran Novela de

la Guerra Civil, cuya aparición no acababa nunca iba llegar. Acaso podríamos deducir de esto que

la cultura de un país siempre necesita cierto tiempo para recuperarse de un fuerte cambio político

que sacude al país. Un cambio de rumbo radical en la dirección de un país, una revolución, una

guerra, parece afectar profundamente a la cultura –y aquí en particular a la literatura– que cae a

un nivel más bajo y necesita un tiempo indeterminado para recuperar del golpe.

Con la Transición llegó la abolición de la censura. La Constitución de 1978 garantizó

todas las libertades: libertades que habían en parte sido concedidas con la Ley de Prensa en 1968,

pero ésta implicaba muchos obstáculos administrativos y la libertad de expresión era todavía

limitada. Con la nueva Constitución y la asimilación de las nuevas libertades la literatura conoce

un fuerte ascenso, sobre todo en los años 1977 y 1978, pero esta explosión descenderá poco a

poco en los años que siguen.

La desaparición de la censura hace que la literatura se vuelve más interesante: el debate y

el cuestionamiento interior se hacen públicos. Sin embargo, la libertad de expresión provoca

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igualmente la aparición de una literatura de tercer grado en la cual los autores recaen en la

reivindicación personal o en un elogio de los sentidos que se acerca a un erotismo banal.

A pesar de todo, está claro que las consecuencias positivas de la libertad de expresión

importan mucho más: por primera vez aparecen obras de autores marginados durante el

franquismo. Pensamos en Max Aub, La verdadera historia de Francisco Franco y otros cuentos,

Arturo Barea, Jesús Izcaray, Daniel Sueiro, José Herrera Petere,… También una serie de novelas

catalanas se publicaron por primera vez en España, en su lengua original: Destins, de Joan Cid i

Mulet, por ejemplo.

Pero acaso lo más positivo que aportaron la abolición de la censura y el sentimiento de

libertad es la posibilidad de un debate abierto sobre lo que más preocupaba a los intelectuales

españoles en aquella época movida y compleja: la dualidad española y su reconciliación.

La Generación de los ‟98 ya había insistido en la existencia de “las dos Españas”. José María

García Escudero escribe durante la Transición: “Las dos Españas, ¿no las lleva dentro de sí cada

español como un reto para que las integre? Ese complementario que Machado nos enseña a ver

en el contrario, ¿no está dentro de cada uno de nosotros?”5

En la joven democracia española, sin olvidar a los que añoraban el antiguo régimen y sus

acérrimos oponentes, la mayoría de los españoles quería una España unida, con una derecha y

una izquierda que se entendieran. José-Carlos Mainer6 habla de un “rechazo de la Victoria” que

había sido un proceso lento y progresivo: un proceso emocional que ha tenido que cubrir mucho

más de una generación. Sólo con el tiempo y con la experiencia pura y dura de la dictadura, los

españoles podían llegar a la conclusión de que ya no había bando justo, puesto que cada uno

había cometido hechos horrorosos. Mainer insiste en la importancia de la llamada “generación de

los cincuenta” en esta experiencia de madurez y cita a hijos de vencedores (Rafael Sánchez

Ferlosio, Jaime Gil de Biedma) y a descendientes de vencidos (los hermanos Goytisolo, Carlos

Sahagún). Los finales de los ‟60 ya estaban marcados por una nueva bibliografía de carácter

testimonial. Así se alcanza por fin esta “conquista del nombre de la guerra civil y el consecuente

final de la Cruzada”7

Con la Transición surge pues una nueva floración de libros de todo tipo, en la cual esta

interrogación sobre la dualidad española aparece frecuentemente: los españoles se cuestionan

5 Historia política de las dos Españas, Madrid, Colección Drácena, 1980, p.5.

6 Mainer, Op. Cit., p.99.

7 Mainer, Op.Cit., p.99.

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sobre sus raíces y encuentran el conflicto interno que les devora. Es lo que Bertrand de Muñoz

describe como la lucha entre dos extremismos inconciliables que acaban periódicamente en

guerras civiles8. Será una tendencia en toda la novelística de la primera década de la democracia:

la idea de que la sociedad española no depende del régimen político que la rige, sino de la

naturaleza de los españoles mismos. La idea de que no hay bando justo les lleva al respeto y a la

reconciliación con la otra España: los escritores se torman más moderados.

Cabe señalar la aparición de dos libros de ficción histórica a finales de 1976, al año justo

de fallecer el dictador. Son dos libros que ya desvelan esta nueva actitud en la literatura: una

posición que revela que los tiempos ya habían cambiado. Se trata de El día de hoy, de Jesús

Torbado, y El destino de la Victoria, de Fernando Días-Plaja9. Bertrand de Muñoz nos señala que

la importancia de estos dos libros no sólo esta en su tema –las dos novelas parten de la idea de la

guerra ganada por los republicanos–, sino en el hecho que la vivencia bajo el poder republicano

se parece mucho a lo que dominaba en el régimen franquista: tensiones sociales, problemas y

crímenes políticos.

En el conjunto de los personajes del primer decenio posfranquista, destaca sobre todo un

tipo específico. Por supuesto, hay personajes que juzgan sólo con un criterio, los que optan por un

bando y creen en él con toda su alma. Existen igualmente los personajes fatalistas que opinan que

nadie tiene razón: los españoles serían destinados a soportar guerras civiles y dictaduras. Pero la

mayoría de los personajes se sitúan en el medio: son protagonistas que pertenecen a un bando u

otro, pero que son capaces de entender al enemigo, de juzgar con espíritu crítico. Todo esto

apunta hacia la misma conclusión: los españoles han llegado a madurar, a ya no ver en blanco y

negro.

Cierto es que esta tendencia a la reconciliación en la literatura era necesaria, tanto como

en la Transición parecía necesario olvidar y perdonar, para poder conmutar a un nuevo régimen

democrático en él que cada uno tuviera algo que decir. La literatura tenía que seguir esta

tendencia general, para contribuir al buen funcionamiento de la Transición, para llegar a una

convivencia en libertad y en paz, tan deseada por los españoles.

8 Bertrand de Muñoz, Op. Cit., p.12.

9 Ibid., p.30.

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3. Después de la Transición

Tal como el principio de la Transición no queda claro, tampoco lo está su final. Pero en el

caso de la literatura no hace falta cavilar: consideraremos que ésta se acaba en cuanto empieza la

llamada “fase mítica”10

, momento en él que se abre una nueva forma de relatar la guerra de ‟36.

Se empieza a considerar como referencia todavía inagotable, pero progresivamente lejana. Es

importante señalar que esta tendencia, este nuevo ciclo de relatos, está en concordancia con el

proceso político que abrió la muerte de Franco. Los intelectuales tienden hacia la idea de

reconciliación: ya no hay espacio para una literatura muy partidista y violenta. Así que la Guerra

Civil debe convertirse en una fuente lejana, una fuente de relatos pero en los que ya no importa

tanto el testimonio verídico, sino el relato, en sí mismo. La literatura coge otro rumbo, exigido

por la paz y la democracia, todavía muy joven y débil.

En fin, la guerra se aprecia más y más cómo un recuerdo. Un recuerdo con el cual se

puede jugar. Los que vivieron la guerra, intentan de esa manera relativizar su dolor. Pero también

escritores jóvenes siguen la misma tendencia: un escritor como Antonio Muñoz Molina por

ejemplo –que nació en 1956 y que ni siquiera vivió de cerca la inmediata posguerra– practica ese

mismo tipo de distancia tras juegos de mentiras y reencuentros (Beatus Ille, 1986). Prueba que no

sólo viene a ser la necesidad de los excombatientes de apaciguar los fantasmas de su pasado,

transformando el recuerdo en algo imaginario, en una irrealidad que hasta podría venir a

reemplazar la realidad. Si para algunos esta forma de jugar con el recuerdo es un método para

sobrevivir, otros juegan libremente con realidad y mentira. Muñoz Molina es uno de estos

últimos. Dice: “Puede que el aprendizaje más severo y difícil del novelista sea ése: el modo de

manipular la experiencia para convertirla en ficción”11

, tanto más si la experiencia es personal,

autobiográfica –la más difícil, pero también la que más necesita ser transformada en ficción.

El correr del tiempo y sobre todo tantos desengaños de la dictadura, permiten que se

puede por fin repensar el mismo material narrativo. Es significativo, por ejemplo, que ciertos

autores evolucionen en su manera de tratar la Guerra Civil. Si en la época de la Transición

empiezan a explorar con cuidado sus recuerdos, a jugar con la realidad, se verá que un década

más tarde, lo harán con mucho más gusto, mucho más audacia y que las mentiras ya no servirán

10

Mainer, Op. Cit., p.98. 11

A. Muñoz Molina, La realidad de la ficción, Sevilla, Renacimiento, 1993, p.17.

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para apaciguar sus recuerdos, sino como simple recurso narratológico. José-Carlos Mainer da el

ejemplo de Juan Marsé, que inicia un viaje por sus recuerdos en 1973 (Si te dicen que caí), que

culmina en 1999 en la novela Rabos de lagartija, 26 años más tarde.

“Se trata de un conjunto armonizado de voces no siempre coherentes, de deseos fallidos, de

mentiras necesarias, de consuelos falsos y de realidades que nunca alcanzaremos del todo. El

problema que nació en las aventis de Si te dicen que caí ha adquirido nueva complejidad; ya

no sólo son mentiras para sobrevivir, sino que ahora son mentiras que pueden reemplazar la

realidad y que alcanzan estratos más profundos.”12

Pero la Transición no sólo permite a los intelectuales apaciguar sus recuerdos,

convirtiéndoles en mero ingredientes narrativos, en mezclas entre realidad y ficción, sino que les

pone ante una gran evidencia: ¿si han sobrevivido esa dictadura, esto no les hace cómplices?

Aquí cabe volver a citar a José-Carlos Mainer:

“Los autores no quisieron dar trascendencia excesiva a la noticia misma de la muerte de

Franco, no por la nostalgia, sino por lo inevitable de la complicidad adquirida por la larga

frecuentación de un hábito nada grato. Porque el tiempo del franquismo ya es de todos; y que

Franco ha llegado a ser una triste costumbre.”13

Así que en las décadas que siguen la muerte del dictador, al mismo tiempo que el clima

político impone tranquilidad, reconciliación y pacifismo, se plantean algunas preguntas

fundamentales: ¿hemos sido, por habernos instalado tranquilamente en ella, cómplices de la

dictadura?, ¿hemos sido cobardes?, ¿acaso es mejor la supervivencia que el heroísmo?

La llegada de la paz y de la democracia trae consigo una problemática ética, que se

reflejará en la literatura. Preocupará tanto a los intelectuales que Mainer llega a decir que hasta

veinte años después de la muerte del dictador, “la libertad era un hecho evidente, pero nadie la

había conquistado”.14

12

Mainer, Op.Cit., p.103. 13

Ibid., p.105. 14

Ibid., p.103.

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4. La Guerra Civil Española hoy en día: un “lugar de memoria”

Un aspecto interesante, que destacan la mayoría de los ensayistas que han contribuido al

conjunto de ensayos Lugares de Memoria de La Guerra Civil y el franquismo, es la parte

importante que tienen las novelas recientes en la transformación de la Guerra Civil en un „lugar

de memoria‟15

, es decir un “punto de cristalización simbólica de una memoria colectiva”.

Sostienen que, hoy en día, la literatura presenta a la Guerra Civil como un acontecimiento del

pasado irrevocablemente separado de hoy y exento de todo significado político y polémico. En

fin, que la literatura da cuenta de que la Guerra ha pasado de una memoria política (que antes

podía suscitar tomas de posición parciales) a una memoria cultural, parte de la memoria colectiva

de los españoles y de su “patrimonio cultural memorial”. Claudia Jünke observa con razón que la

aplicación de los „lieux de mémoire‟ de Pierre Nora a España choca contra una complicación: el

conflicto de “las Dos Españas”. Porque, para ser un punto de referencia simbólico en una

memoria colectiva, la Guerra Civil debe ser algo a lo que todos referimos igualmente: debe

garantizar un consenso, cuando nos estamos refiriendo a este contexto histórico. Pues, está claro

que una nación tan traumatizada por un caínismo que tuvo su punto culminante en la contienda

de 1936, no puede haber tenido una memoria unívoca:

“Parece difícil imaginar que una guerra, en la cual los ciudadanos de un Estado no se

enfrentan a un adversario común sino que se oponen los unos a los otros, pueda funcionar

como punto de referencia de una identidad nacional homogénea.”16

Sin embargo, Jünke –y no es la única– llega a la conclusión que la literatura (al igual que

el cine) participan hoy en día a una total depolitización del tema de la Guerra Civil Española y

contribuyen así a la posibilidad de que una colectividad amplia considere este acontecimiento

histórico como una “memoria patrimonial” (el término es de Nora).

15

Ulrich Winter (ed.), Lugares de memoria de la Guerra Civil y el franquismo, Madrid, Iberoamericana/Vervuert,

2006. 16

Claudia Jünke, “Pasarán años y olvidaremos todo”, en: Winter (ed.), Op.Cit., p.105.

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15

En fin, esas parecen ser las conclusiones de los que estudian la incorporación de la Guerra

Civil en las artes: escribiendo contra el olvido los novelistas parecen convertir la Guerra en una

parte de nuestro patrimonio cultural, minimizando las dimensiones conflictivas políticas. Estamos

otra vez en un ambiente de “reconciliación”. ¿Significaría esto que ha llegado por fin el final de

la fe en las Dos Españas?17

5. La recuperación de la memoria

Ya hemos subrayado que estamos en un tiempo particular en cuanto a la conmemoración

de la Guerra Civil: hace unos años que está más viva que nunca. En 2005 se celebraron los treinta

años de la muerte de Franco. Sólo un año después, el 70 aniversario del comienzo de la

contienda.18

Pero aparte de conmemoraciones y celebraciones, está la política, con su Gobierno

que se ha lanzado en la lucha contra la desmemoria: el 2006 se proclamó año de la memoria

histórica por parte del Gobierno y con la aprobación de la mayoría del parlamento (sólo el PP se

opuso).

Así que nos encontramos en una época de verdadera conmemoración. El tema de la

Guerra Civil está muy presente en la prensa tanto por los aniversarios de fechas históricas como

sobre todo por el hecho de que éstas desvelan un dato preocupante: casi no quedan testigos. El

paso inexorable del tiempo es lo que más preocupa a los intelectuales de este tiempo y, veremos,

también a los novelistas. Predomina cierta ansia: no hay tiempo que perder, es ahora que se debe

rehabilitar a las víctimas; es ahora que se tiene que restituir la memoria.

Hace unos años empezamos a asistir a una verdadera oleada de artículos y ensayos que se

centran en torno a un tema específico: la recuperación de la memoria histórica. Javier Cercas dice

acerca de ello:

17

Cabe referir al ensayo “Adiós al mito de las Dos Españas” de Hans-Jörg Neuschäfer: éste sostiene que Javier

Cercas, en su bestseller Soldados de Salamina, pone fin al poderoso mito de Caín y Abel, a la incompatibilidad de las

Dos Españas: lo hace al centrar su historia en Miralles, “un personaje que ya en 1939 había sido capaz si no de

perdonar, sí de hacer „la vista gorda‟ sobre un contrario suyo” al dejar escapar el falangista Sánchez Mazas, en torno

al cual gira la historia entera. Véase “Adiós al mito de las Dos Españas” de Hans-Jörg Neuschäfer en: Winter (ed.),

Op.Cit., p.145. 18

Conoció su realización suprema en la celebración del Congreso Internacional sobre la Guerra Civil española:

congreso que quería hacer un balance de todo lo conocido y realizado en torno a la Guerra. Pero sobre todo, ofrecía

un marco de debate en él que se podían plantear las cuestiones de las nuevas generaciones de investigadores,

intelectuales y novelistas.

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16

“Adivino que, después de la avalancha inmisericorde de reportajes y artículos consagrados a

conmemorar los 30 años de la muerte de Franco (a la que me sumé con desvergonzada

alegría), estarán ustedes hasta la coronilla del General, de la guerra que encendió y del

régimen vomitivo que impuso. La verdad: yo también lo estoy.”19

Pero la avalancha no paró tras el aniversario de la muerte del dictador. Era imposible,

puesto que en el año 2006 por fin se aprobó la Ley de la Memoria Histórica, esperada por más de

dos años. En fin, la política impide que se olvide del tema: no por ser ella tan efectiva y

consecuente en la realización de la Ley, sino por haberse comprometido en un proyecto, el de

combatir el olvido, restituyendo la memoria histórica. El hecho de que la política se haya lanzado

en esta “misión” es significativo: nos enseña que por fin ha llegado el final del silencio, de este

„soslayar‟ la verdad que impuso la Transición.

¿Por qué ahora? ¿Qué ha pasado para que podamos explorar a fondo el pasado, con el

objetivo de completar y corregir nuestros recuerdos? ¿Por qué la política se atreve por fin a dar el

paso? Teresa Vilarós20

aporta una opinión valiosa. Según ella tendría que ver con el hecho de que

España forme por fin enteramente parte de Europa. Sostiene que durante la Transición sólo

importaba la integración europea del país: España quería presentarse como un país que había

superado rápidamente el franquismo y que merecía, por esta razón, ser parte de la Comunidad

Europea. Ahora esta integración es un hecho cumplido, así que sería por fin posible revisar el

pasado franquista y sacar a la luz la verdad sobre ese período, ya no tan vergonzante.

Tenga Vilarós razón o no en su argumentación, lo cierto es que ha llegado la época de

echar la vista atrás hacia la dictadura. Pero parece que el primer paso para sacar a la luz, juzgar,

opinar y criticar, no puede ser de una vez hacia la dictadura. Parece necesitar un paso intermedio:

la Transición. En efecto, ese período es la fuente suprema del debate por ser el momento que

determinó la manera de tratar el tema de la Guerra Civil en los últimos treinta años. Si la verdad

se calló durante treinta y seis años –porque todos sabemos que durante la dictadura la verdad se

callaba, se disimulaba, se suplantaba por una versión que poco tenía que ver con la verdadera–,

entonces podríamos decir que a esos treinta y seis años se han sumado otros quince de silencio.

19

Javier Cercas, “Cómo acabar de una vez por todas con el franquismo”, en: La verdad de Agamenón, Tusquets

Editores, 2006, p.139. 20

Teresa M. Vilarós, El mono del desencanto: una crítica cultural de la Transición española (1973-1993), Madrid,

Siglo XXI de España Editores, 1998.

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17

Se tuvo que sufrir con la Transición otra “cancelación”, diferente de la de la dictadura, pero igual

de nefasta para la memoria española.

Si alguno puede llegar a manifestar dudas frente a las ventajas de ese silenciamiento, la

mayoría de los novelistas e intelectuales que se preocupan del tema están de acuerdo que aquella

segunda cancelación de la memoria y de la verdad, era necesaria. Y todos están igualmente

convencidos de que ha llegado el tiempo, ya hace unos años, de acabar con ella21

. Insistimos: es

una tendencia general, un tema que no cesa de aparecer en los textos de los que se preocupan por

el asunto de la Guerra Civil. Y si no son historiadores, los que más se obsesionas del tema son

novelistas. Numerosos son los artículos que encontramos en periódicos, firmados por un escritor.

Aunque puedan estar hartos de esta “avalancha inmisericorde de reportajes y artículos” como lo

formula Cercas, siguen participando frenéticamente en ella.

Si la base de los discursos es la Transición –fuente del mal–, lo que más preocupa a los

intelectuales es la imagen que tenemos hoy en día de la historia: es una imagen falsa, una

memoria totalmente incorrecta, por la anulación de ésta y el silencio que impuso la Transición.

Cercas habla de “esa neblina de equívocos, malentendidos, verdades a media y simples mentiras”

que envuelven los años de la contienda y de la dictadura. Es cierto que ya sabemos mucho acerca

de aquellos años: numerosas obras, tanto historiográficas como novelescas o cinematográficas,

han sido realizadas en cuanto a ella. Pero eso no significa que tengamos una idea correcta. El

escritor Julio Llamazares apunta con derecho en un artículo de opinión en El País, que nuestra

memoria no podría ser en ningún caso un reflejo de la realidad22

: estamos en la “posmemoria”,

esa memoria que corresponde a quienes conocieron la guerra y la posguerra a través de sus

antepasados –o sea, la mayoría de los españoles vivos. Y es cierto que una memoria transmitida,

por una generación a otra, siempre es una memoria alterada: transformada y completada mediante

la imaginación.

Los novelistas han tomado toda esta discusión y polémica a su cargo. Dependiendo de las

ocasiones, se hacen periodistas o ensayistas. No obstante, estos pensadores, que no dudan en

destacar sus opiniones en revistas y periódicos, son en primer lugar novelistas. Sus novelas se

21

Decir que todos son entusiastas con los esfuerzos del gobierno para restituir las víctimas y la memoria, sería

disimular parte de la realidad. Los intelectuales de derechas y la derecha política se oponen a la restitución histórica,

argumentando que la izquierda está abriendo viejas heridas. Además sostienen que el gobierno es partidarista. Véase

al respecto los artículos y ensayos de Pío Moa, por ejemplo. 22

Julio Llamazares, “Las víctimas de la Guerra Civil y el franquismo: La posmemoria”, El País, miércoles el 29 de

noviembre de 2006, p.17.

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18

harán vehículos imprescindibles de sus reflexiones y preocupaciones sobre el tema. La más que

posible extinción de los últimos testigos de la Guerra provoca el miedo a una nueva clase de

olvido, más terrible e insuperable que el impuesto por la política. Contra él escriben los

novelistas, se van a convertir en verdaderos rescatadores de la memoria.

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19

CAPÍTULO 2

VEINTE AÑOS Y UN DÍA: Primera Parte.

La plasmación novelesca de un acontecimiento histórico.

0. Introducción general

Veinte años después del estallido de la guerra civil, los Avendaño han decidido celebrar

por última vez la ceremonia expiatoria en la que, ritualmente, en cada aniversario, reproducen la

ejecución del hermano menor a manos de los campesinos. Entre los invitados, tenemos un

historiador norteamericano (Michael Leidson) intrigado por esta extraña costumbre y un

comisario de la Brigada Político Social (Sabuesa) empeñado en dar con un tal Federico Sánchez.

Por diferentes motivos, ambos comparten el mismo interés en indagar en la historia de la familia,

y sobre todo en las relaciones secretas de la bellísima y enigmática viuda, Mercedes Pombo.

En nuestro análisis nos centraremos en dos cosas. Primero analizaremos la estructura y

estudiaremos cómo las fragmentadas sucesiones de encuentros y tiempos se superponen,

complementan las versiones y van reconstruyendo los hechos fatídicos que dieron origen a la

ceremonia. Reflexionaremos igualmente en el sentido de tal estructura. Pensamos que ésta

desvela una visión muy específica del escritor en cuanto a la asimilación del tema de la Guerra

Civil en la literatura. Llegaremos a constatar que Semprún, al establecer una nueva forma de

plasmar la Historia, establece un lazo íntimo y privilegiado entre obra, narrador y lector.

En el segundo capítulo, ahondaremos en esta conexión entre obra y lector, y enseñaremos

que ésta va más allá de una reconstrucción de la Historia por parte del propio lector. Afecta

igualmente a una visión mucho más amplia en términos de moral y ética. Haremos uso de la

última escena de la novela para demostrar nuestro punto de vista y ésta nos servirá para ilustrar

dos temas claves en el mundo de la posguerra de Veinte años y un día: el amor carnal y la

violencia.

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20

1. El problema: la conversión al relato de un acontecimiento histórico

“Comoquiera que fuese, los acontecimientos de aquella tarde de julio parecían haberse

vaciado de sustancia, como si sólo fueran eso, un cuento, y al comenzar a contarlo una vez

más, Mercedes se vio tediosamente sumida en la realidad de un relato y no en el relato de una

realidad. Como si lo importante no fuese ya la verdad de la tarde del 18 de julio, veinte años

antes, sino la del relato: en sí misma, en un autónomo desplegarse del “érase una vez”.” (p. 56)

Con estas palabras del Narrador en cuanto a la reticencia de Mercedes para contar lo que

pasó aquel 18 de julio de 1936, el autor nos plantea un problema no sólo muy interesante, sino

sobre todo pertinente en cuanto a toda la literatura que habla de la Guerra Civil Española: la

conversión en relato de un acontecimiento histórico. Mercedes empieza a evocar aquel día de

1936, pero se ve obligada a parar: se da cuenta de que ya no importa lo que pasó realmente, sino

que aquel acontecimiento se convirtió en un relato fijo y predeterminado:

“Lo sabía tan de antemano, tan de corrido, tan de ritual, que no le merecía la pena de

continuarlo, había perdido el interés. En efecto, era un cuento mil veces contado, con el

fastidio de lo repetitivo, lo codificado. No podía esperarse ninguna sorpresa, ningún hallazgo,

de un relato que comenzaba de esa forma, con tanto lastro memorioso.” (p. 55)

Cuando plasmamos la realidad en una novela, seguirá existiendo el relato, y no la realidad

tal como era. Pensamos en todas las novelas que han elegido el tema de la Guerra Civil Española.

Lo que ha pasado ha sido inevitable: la imagen que tenemos hoy en día de la Guerra se ha

plasmado tras la lectura de esas novelas. Nuestra realidad de la Guerra Civil es la de un relato,

una novela que es a su vez el conjunto de todos las novelas que han sido escritas sobre aquel

tema. Y nuestro relato es tal como es porque sus escritores han tenido que elegir. Esa elección no

se hizo necesariamente porque el autor pertenecía a un bando u otro, sino por la naturaleza misma

del relato, que exige que se cumplan ciertos criterios. Pensamos en una trama, un espacio, un

tiempo novelesco, unos personajes. Por cierto, nos limitamos a la mera presencia (que sea parcial

o no) de esos elementos, sin preocuparnos de su carácter definido. Porque todos sabemos que,

sobre todo a partir del siglo XX, se ha querido jugar con los ingredientes de la novela,

dilatándolos a veces hasta su desaparición. El personaje, por ejemplo, se ha alejado, a momentos,

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21

de todo psicologismo, una pérdida de la identidad vinculada con la incapacidad creciente de los

hombres ante la comunicación. Sin embargo, el escritor, por el mero hecho de escoger sus

ingredientes, esta obligado de elegir y de definir una historia, un mundo que es el suyo y que no

corresponde con la realidad.

Está claro que nuestra imagen de la Guerra Civil no sólo se ha formado tras la lectura de

novelas sino también tras películas, documentales, ensayos,... Sin embargo, los consideramos

todos como reflejos personales de una realidad histórica.

Así que la historia se convierte en relato. Es inevitable, tan sólo fuese por el correr del

tiempo. Así que el problema que se plantea aquí no es necesariamente la conversión de la historia

en relato –la cual es lógica e inevitable– sino el engaño de este relato, su representación simplista

y fija de un acontecimiento histórico mucho más complejo y matizado.

Lo que intentaremos demostrar en lo que sigue, es que Veinte años y un día es un libro

que intenta resistir a la “cuentificación”, que intenta combatir la conversión en relato de la Guerra

Civil. Esta “misión” aclarará a menudo ciertos aspectos de la estructura tan complicada del relato:

la confusión entre realidad y ficción, el problema del Narrador, las digresiones frecuentes que

confunden al lector. Todos están relacionados con el rechazo de presentar un relato acabado,

pulido, y por consiguiente engañoso.

2. Veinte años y un día: vacilando entre realidad y ficción

Nos enfrentamos a una novela complicada. Complicada, no necesariamente porque el

Narrador quiere ser lo más completo posible, sino porque es una novela que trata de

acontecimientos reales. Acontecimientos que se convierten en ficticios, por el simple hecho de

pertenecer al universo de la novela, pero cuyos vínculos con la realidad son tan obvios que son

susceptibles a provocar confusión. Esta confusión está presente, desde el principio hasta el final

de la obra. Sobre todo porque la oposición entre realidad y ficción se complicará mas allá de una

mera dicotomía.

Queremos subrayar que es peligroso hablar de realidad y ficción al analizar una novela,

puesto que estamos en un universo ficticio, inventado. Aunque nos encontremos con hechos

reales, estamos en un mundo nuevo, de papel, que no podemos del todo confundir con el mundo

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22

real. Sin embargo, creemos que en esta novela es necesario mirarlo de cerca, puesto que el

entendimiento de la confusión entre realidad e imaginación es importantísimo para entender la

novela en sí y sus complicaciones narrativas.

Un lector de Semprún sabe que el escritor vivió muchos años bajo el seudónimo de

Federico Sánchez, cuando fue líder del partido comunista clandestino. Cuando aparece en Veinte

años y un día de repente el personaje de Federico Sánchez, el lector se ve involuntariamente

dirigido hacia una realidad histórica y verificable. Semprún establece, con el personaje de

Sánchez, un vínculo inmediato entre realidad novelesca y realidad histórica. Es un vínculo

gratificante: el lector, al saber este seudónimo de Semprún, cree conocer igualmente la identidad

del Narrador, quien intenta esconderla con mucha pena. No lo sabemos con seguridad, está claro,

pero estamos dispuestos a pensar que este Narrador será Federico Sánchez. Semprún se

aprovecha con mucho gusto de la confusión frecuente entre escritor material y narrador, una

relación que establecen a menudo los lectores, inconscientemente, y la cual fulminan los autores

de obras narratológicas23

.

El misterio que Semprún crea en torno al Narrador es por consiguiente nada más que un

juego, puesto que ya nos lo desvela nombrándolo Federico Sánchez. Además nos confirma con

frecuencia la relación que establecemos entre Federico Sánchez y el Narrador, mucho antes de

que éste desvele su identidad. Estas claves, nos las da al dejar salir el Narrador de su papel y

hablar de sí mismo:

“Era la segunda vez que Don Roberto asistía en Quismondo a la ceremonia expiatoria del

asesinato de 1936, al cumplirse el vigésimo aniversario de aquel luctuoso acontecimiento. En

este preciso instante, al transcribir el adjetivo luctuoso, el Narrador –¿o tan sólo el escriba,

escribidor o escribano?– de esta historia no ha podido evitar un respingo. Y es que se trata de

un adjetivo duro de pelar. Duro de aceptar y por tanto de escribir. (...) Al Narrador adjetivos

como este le producían, en la época en la que se desenvuelve esta historia –e incluso siguen

produciéndole, según datos fidedignos–, cierto repeluco. Ahora bien, como dicho Narrador

aun no se ha identificado, como todavía no sabemos cabalmente quien es, ni por qué lo es,

23

Cabe precisar aquí que los narratólogos no fulminan la confusión entre narrador y autor por parte del novelista

mismo, que es el creador y por ende el que decide. Los especialistas se oponen, sin embargo, a esta confusión

constante que establecen los lectores entre narrador y escritor, sin darse cuenta que representan dos mundos

separados.

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tendremos que contentarnos con esta fugaz alusión: no hace suyo ni aprueba literariamente el

uso del adjetivo “luctuoso”(...).” (p. 82)

El Narrador será un hombre de izquierdas –es muy probable– puesto que rechaza el uso

del adjetivo luctuoso, palabra inscrita en el paradigma de derechas (“propia del léxico del diario

Abc”). También sabemos ahora que él vivió aquella época, que es el tiempo de su narración. Así

que la conexión entre el Narrador y el Federico Sánchez que tiene en mente en lector se está

reforzando poco a poco: tras incursiones como la precedente, se forma la imagen de un Narrador

de izquierdas, activo en el partido comunista en los años ‟50 y por ende cercana a la que tenemos

del alter ego de Semprún.

Semprún proyecta al lector –por vía del personaje de Federico Sánchez– hacia un relato

real, histórico, verificable. Es el mundo de la revista Cruz y Raya y José Bergamín, Semprún

Gurrea, Javier Pradera, Hemingway, Jruchov, Domingo Dominguín: el mundo del escritor

cuando éste era Federico Sánchez.

El Narrador, que nos desvela sus técnicas en el Capítulo 6, subraya el deseo de ser

objetivo, y fiel a esta realidad tal como la había vivido:

“Estos últimos tiempos –o sea, casi medio siglo después–, cuando ya estaba escribiendo este

relato fidedigno, lo más completo posible –lo más complejo también, inevitablemente, sin

duda por su completitud misma–(...).” (p. 238) (Las cursivas son mías.)

Pero esta realidad tiene, para el lector, un doble fondo. Por un lado, como mencionamos

anteriormente, tenemos la realidad histórica verificable, conocida para todos por la famosísima

Autobiografía de Federico Sánchez.

Por otro lado, tenemos una realidad novelesca, de la cual no sabemos si es realidad

histórica. Y no importa tampoco. Son esos elementos que el Narrador nos presenta como siendo

sus fuentes para el relato y nos las confía en el sexto Capítulo. Son las conversaciones de

Leidson, el historiador, con la Satur y con Raquel. Y su primera fuente es Domingo Dominguín,

que le cuenta por primera vez la historia de la ceremonia expiatoria: tiene lugar en el Callejón,

durante la cena con Hemingway. Leidson y Dominguín le dieron los ingredientes, y él, novelista,

los plasmará en una novela, en un universo ficticio.

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24

Así que podemos hablar de tres niveles en el ámbito realidad/ficción: una realidad extra-

novelesca, una realidad dentro de la novela y la ficción del relato, fruto de la creación del

Narrador.

El ejemplo más llamativo es el cuadro de Gentileschi: Judit y Holofernes. El cuadro es un

elemento clave en el relato para entender las relaciones amorosas, sangrientas, pasionales y

violentas. Pero el Narrador nos desvela en el sexto capítulo que este cuadro procede enteramente

de la fantasía del Narrador. El cuadro en sí existe, está claro, y pertenece por ende a esa “realidad

extra-novelesca”, pero su papel en el relato procede, según el Narrador, enteramente de su

fantasía. El cuadro que evoca la degollación de Holofernes por Judit, ayudada por su sirvienta, es

tan interesante desde el punto de vista novelesco, tan valioso y rico, que el Narrador lo quiere

introducir en su relato. El lector, que ya ha leído el relato –de repente interrumpido por las

reflexiones del Narrador en un nivel mas allá de la narración–, entiende que aquel elemento, tan

importante y fascinante, era mero fruto de la fantasía del Narrador, y empieza a comprender que

la historia es, en realidad, una mezcla bizarra entre realidad y fantasía.

¿Por qué el juego con estos niveles diferentes de realidad? O sea, ¿por qué parar de

repente el relato para meter en escena su Narrador? La idea de introducir en la novela un relato

extradiegético –explicando la génesis del relato y los vínculos entre realidad y fantasía– funciona

dentro del deseo de desnudar el relato, de enseñar a todos su funcionamiento. “Ya se sabe que la

verdad de un relato es engañosa, que su objeto puede ser incluso la mentira”, proclama el

Narrador. El propósito es precisamente denunciar esta mentira: no caeremos en ella puesto que

conocemos su funcionamiento.

3. Veinte años y un día: la realidad de un relato, antes de ser un relato de la realidad

Mercedes, al tener que contar lo que pasó aquel 18 de julio, “se vio tediosamente sumida

en la realidad de un relato y no en el relato de una realidad”.

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25

A pesar de sus vínculos tan obvios con la realidad, Veinte años y un día es en primer lugar

un cuento24

. Parece lógico, puesto que todas las novelas son universos ficticios. Sin embargo, el

autor siempre tiene el poder de optar para una historia que parezca más real para el lector: por

dejar el narrador en el fondo del relato, por crear una historia de la que el lector se pueda sentir

parte y por dar vida a unos personajes de carne y hueso con los cuales nos podamos identificar.

En fin, queremos insistir en que Semprún subraya este carácter ficticio, novelesco de su relato,

sin dejarnos caer en la trampa del mundo embriagador de la novela.

Desde el principio del libro, el Narrador, que se dirige de una vez al lector, nos avisa

claramente que estamos en el universo de una narración, compuesto por personajes, no por

personas. Nos quita además las dudas sobre quién esta contando la historia: no es Leidson, el

primer personaje que conocemos, que nos está presentado:

“Además, no es Leidson el narrador de esta historia, ya se verá; no importa, pues, que él aún

no conozca el nombre del personaje que acaba de servirle un café cortado, de destaparle una

botella de agua mineral; alguien lo sabrá se supone, como sabe todo lo demás, puesto que

alguien está narrando esta historia y, si lo sabe, puede decirlo cuando se le antoje,

arbitrariamente incluso, adelantándose a lo que Leidson mismo pueda adivinar a estas

alturas." (p. 10)

Así que desde sólo la segunda página, ya rompe la realidad del relato, dirigiéndose al

lector, y manifestando claramente su papel de Narrador todopoderoso. Siguen apareciendo tales

intrusiones a todo lo largo del libro, infiltraciones molestas a veces, porque nos impiden entrar

enteramente en el universo novelesco. Las intrusiones no son siempre claramente marcadas. A

menudo son más discretas, más tramposas, porque el Narrador se esconde detrás la voz de uno de

sus personajes. En el siguiente fragmento estamos en un recuerdo por parte de Leidson, quien se

acuerda de la cena con Hemingway:

"Michael Leidson cerró los ojos, intentó imaginar el paisaje, los rostros, el ceremonial de la

expiación. Hemingway bebió un largo trago de alcohol, murmuró algo, una sola sílaba

sibilante. "Shit". Mierda, sí, nunca mejor dicho” (p. 17) (Las cursivas son mías.)

24

Utilizaremos la palabra cuento como un sinónimo de relato. No se tiene que confundir con cuento en su sentido

técnico, que se distingue sobre todo por su brevedad; género en el que destacan Quiroga, Cortázar. Cuento será aquí

simplemente el sustantivo de contar, equivalente de narración o de relato.

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26

A estas alturas del relato, no se puede saber de quién proceden estas últimas palabras.

Puede ser Leidson que las piensa al recordar aquella cena con Hemingway. Pero otra posibilidad

es que sea el Narrador, por ser omnisciente, o a lo mejor porque él también estaba presente en

aquella cena. Más tarde, el Narrador, cuando nos desvela su identidad, nos confirma que él estaba

en aquella cena, pero que no lo quiso mencionar por modestia y también en parte “para no

interferir en la objetividad del relato con las digresiones y disquisiciones a las que, para bien o

para mal, está acostumbrado.” (p. 233)

4. Veinte años y un día: la importancia del contar

Hemos demostrado que Semprún nos dirige hacia una realidad tangible e histórica. Sin

embargo subraya, por el medio de varias técnicas, que estamos ante todo en un relato, más que en

una reproducción de la realidad. Nos vamos a preguntar ahora por qué Semprún se obsesiona

tanto por el relato en sí. Y esto, cuando encontramos ideas que relativizan totalmente el cuento,

como en el siguiente ejemplo:

“Tal vez, pensó Mercedes entonces, podía contarse de otra manera toda aquella historia. Empezando en

Capodimonte, por ejemplo, con la contemplación de aquel cuadro de Judit. O por aquella mañana en la

playa de Biarritz. Mil maneras, acaso, pero todas terminarían igual: en el momento en que aparecieron

los campesinos armados de escopetas y guadañas en la carretera de Quismondo.” (p. 55)

¿Por qué preocuparse por el relato, o por contarlo de manera diferente, si ya conocemos el

final? Encontramos de repente una idea relativista del cuento: un relato que incorpora un hecho

real, histórico, e irrelevante porque todos conocemos como acaba. Pero no será Semprún quien

ponga en duda la pertinencia de la literatura de la Guerra Civil, ya que este libro es la defensa

misma en contra de la idea que proclama Mercedes. Semprún nos va a enseñar que realmente

importa donde empieza una historia. Y que importa contarla. Nos la va a contar desde diferentes

ángulos: varios personajes contarán lo mismo, compartirán con el lector su versión de los

acontecimientos. Es una lenta y progresiva demostración de la importancia del contar. Y no

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27

simplemente el contar, sino el ser completo en su contar, dejar la palabra a varios personajes.

Cada uno aporta su parte y matiza el relato, lo hace más completo, más comprensible. Nos enseña

que nada es blanco y negro.

Por consiguiente, nos lo hará imposible compartir este relativismo del cuento con

Mercedes. Veremos que la historia tiene muchas verdades y que, si tiene forma fija y unívoca, no

nos podemos fiar de ella.

Ilustramos con un ejemplo está completitud del complejísimo relato (“lo más complejo

también, inevitablemente, sin duda por su completitud misma”). Estamos en la víspera de la

última ceremonia expiatoria, o sea el 17 de julio de 1956, y ocurre algo muy específico: Raquel

lleva a Leidson, “el gringo guapo” al cuarto de Mercedes. Un acontecimiento muy preciso, que

sirve como catalizador a varias reacciones, sentimientos, y por consiguiente, varios relatos:

El comisario Sabuesa25

está en su cuarto en la Maestranza, y en plena búsqueda frenética

de Federico Sánchez. Está evocando una conversación con Castillo, comunista, unas semanas

antes. De repente, se ve interrumpido en sus pensamientos porque le parece oír un ruido en los

pasillos de la casa: “le parece vislumbrar a Raquel en la semi-oscuridad. No está sola, va seguido

a lo largo del pasillo por una silueta masculina.” Pasamos al cuarto de Mercedes: ella cuenta su

historia a Leidson, alude a San Agustín, el santo que relacionamos enseguida al erotismo, por lo

que nos contó antes Mercedes. En fin, asistimos a un largo flashback que completa nuestra

historia del viaje de novios de Mercedes y José Maria. “Habrá que contárselo ahora ha llegado la

hora de intimidad.” Nuestro conocimiento de la desvirginación de Mercedes se hace más vivo,

porque se llena con los detalles que Mercedes cuenta a Leidson, sin duda para despertar en él el

deseo, invitándole implícitamente a repetir aquella escena con ella, y con Raquel, unos veinte

años más tarde. De repente, pasamos a Benigno Perales, otro personaje residiendo en La

Maestranza, que se extraña igualmente porque oye un ruido de pasos en el pasillo. La reacción

que mueve Benigno desvela mucho: “Un dolor punzante cruza su pecho, lo crucifica.” Y será

pretexto de una larga vuelta sobre el pasado. Una evocación hecha por el Narrador, nos avisa:

25

Cabe señalar la mordaz ironía, por parte de Semprún, en el nombre del Comisario sabueso.

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28

“A decir verdad, aquella noche de julio de 1956, en vísperas de la tradicional ceremonia

expiatoria, no se acordó Benigno de todos estos episodios del pasado, veinte años antes. Sólo

se han narrado ahora por respeto al amable lector, para hacerle cómplice en la legibilidad del

relato.” (p. 141)

Así que, el ver a Raquel y Leidson por el pasillo de La Maestranza parece ser un puro

pretexto del Narrador para completar el relato, con prolepsis, analepsias, en fin, para darnos una

visión mas clara, mas completa y verosímil, de la historia trágica de los Avendaños.

Semprún esta obsesionado con darnos un relato fidedigno, o sea una imagen correcta de

esa familia, aunque deba sufrir por esta razón la claridad narrativa. En efecto, la estructura parece

desordenada hasta confundir a veces al mismo Narrador. Éste, al superponer varios puntos de

vista y vueltas al pasado, da a veces la impresión de perderse. No lo hace, está claro, pero el

Narrador se ve obligado, por su deseo de ser tan completo, de repetir a menudo la fecha, el

tiempo, el lugar:

“Don Roberto Sabuesa, aquella noche de julio, en La Maestranza, también lo recuerda

así.”, o “Pero en La Maestranza, aquella noche de julio, a Sabuesa le parece oír un ruido en los

pasillos de la casa.” O de establecer después de digresiones confusas una frase “guía” del tipo

“Pero eso fue en La Companza, y ahora estamos en la Maestranza, a medianoche, entre el 17 y el

18 de julio.” Imprescindible, porque si el Narrador no ha perdido el hilo, es muy probable que el

lector se encuentre un poco perdido en el mundo complejo y apasionante de la novela. Se exige

un esfuerzo del lector: no le resulta siempre fácil seguir el relato o tener que volver otra vez a un

mismo trozo de la historia, sea bajo otro punto de vista, sin que avance la narración. El Narrador,

inteligente y astuto, le complace con apelaciones halagüeñas, “amable”, “atento lector”, claras

captatii benevolentiae de un Narrador consciente de lo que pide de su público, y por cierto,

dotado de sentido de ironía.26

26

Cabe señalar que este afán que tiene el Narrador para la ironía en sus apelaciones al lector hacen pensar al

„desocupado lector‟ de Cervantes. Semprún establece sin dudas un guiño a la ironía cervantesca y a otras fórmulas

parecidas de la literatura clásica.

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5. Por qué contar: escribir contra el olvido

Insistimos en que Semprún escribe con Veinte años y un día su primera novela en

castellano. Por cierto, no es su primer libro en su lengua materna: publicó igualmente la

Autobiografía de Federico Sánchez y Federico Sánchez se despide de ustedes, dos libros que

vacilan entre la autobiografía y novela. Sin embargo, prevalecían en éstos su experiencia política

como militante del Partido Comunista, el debate y la polémica, pero no la literatura. Y es que en

Veinte años y un día estamos en plena novela. Una novela complicada, y por ende

interesantísima, no sólo por su contenido tanto ficticio como real, sino también por su

construcción narrativa. En fin, estamos por primera vez en un relato: ya no es el testimonio

autobiográfico que prevalece, sino la recreación novelesca de los hechos. Hechos reales, ficticios,

mezclados en un todo extraño, que es sobre todo verosímil y convincente.

Los ingredientes: un narrador, todopoderoso pero tampoco totalitario –deja a menudo el

paso libre a sus personajes para expresarse con sus propias palabras–, una trama con sus

personajes basada en la realidad –Semprún nos confirma en una entrevista que Domingo

Dominguín le contó esta historia fascinante y trágica–, pero donde importa en primer lugar la

cohesión novelesca. Pensamos por ejemplo en “La degollación de Holofernes”, el hilo rojo en la

historia amorosa de Mercedes y José María, y tal vez en todas las relaciones eróticas de la novela,

por la violencia que evoca. El cuadro de Artemisia Gentileschi, o sea el papel que desempeña, es

enteramente ficticio.

Pero aunque no sea el testimonio autobiográfico que es crucial en esta novela, es un

testimonio en pleno sentido de la palabra, es decir algo “que sirve para dar seguridad de la

existencia de cierto hecho”27

. Es que Semprún escribe en primer lugar para no olvidar, para que

no olvidemos. Un mismo propósito vincula escrituras tan diferentes como Federico Sánchez se

despide de ustedes y Veinte años y un día: apaciguar los fantasmas de su pasado. Estamos ante

una novela donde prevalece el testimonio: por primera vez en castellano no es su testimonio

personal, sino él de los personajes. Cada uno es diferente, con huecos, incoherencias, tal como

son los recuerdos de cada uno. Y aunque sea una novela, ficticia por definición, no tiene menos

importancia histórica que un ensayo, una autobiografía. Es que una novela como ésta, con sus

27

Maria Moliner, Diccionario del Uso del Español, Madrid, Editorial Gredos, 1998.

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incoherencias, su carácter complejo, su polifonía, sabe trasmitir la Historia de otra manera que un

trabajo histórico: es lo que Semprún llama la “memoria viva”. Pensamos en una cita de Leidson,

un reproche tal vez, al narrador:

“Como soy historiador, te lo voy a contar no como cuentas tu, en desorden, por asociaciones

de ideas, de imágenes o de momentos, hacia atrás, hacia delante, te lo voy a contar por orden

cronológico.” (p. 244)

En una entrevista en torno a sus experiencias en los campos de concentración, Semprún

expone su preocupación ante el transcurso del tiempo:

“Dentro de algunos años, no habrá testigos, ni memoria directa viva, elaborada o en bruto,

que recuerde la experiencia de los campos de concentración. Me preocupa que los jóvenes

novelistas no quieran meterse con esta historia, porque sólo la literatura puede transmitir la

memoria viva. Los campos de concentración del siglo XX se transformarán en una especie de

guerra de Troya legendaria.” 28

Así que estamos ante la gran misión de la literatura: evitar que la Historia caiga en el

olvido. Y por supuesto hay el peligro de dejarse seducir por un relato con principio y final, una

historia que acaba bien o que acaba mal, pero que acaba, que tiene final: un reflejo simplificado

de la Historia. Es peligroso, porque son estos relatos que sobreviven, que nutrirán nuestra

memoria colectiva. Veinte años y un día ha sabido resistir a esta tentación. Y acaso podemos

decir que haya destapado este peligro de la literatura de la Guerra Civil. Lo desenmascara por la

puesta en evidencia de las dificultades que tiene el Narrador de plasmar una novela equilibrada,

por las preguntas que se hace explícitamente sobre el escribir:

28

Ricardo Cayuela Gally, “Entrevista con Jorge Semprún. La memoria como escritura”, Letras Libres, septiembre

2003.

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31

“a cada página me topo con la realidad de mi propia vida, de mi experiencia personal, de mi

memoria: ¿para qué inventar cuando has tenido una vida tan novelesca, en la cual hay materia

narrativa infinita?” (p. 251)

“El Narrador, al acordarse de Zane Grey, se pregunta si la figura de Isabel Avendaño no se

habrá forjado en su memorioso subconsciente gracias al recuerdo postergado pero inolvidable

de aquel muchacho de una novela del Oeste (…).” (p200)”

Así, al exponer las incertidumbres del narrador/escritor, pero también al dar la palabra a

diferentes personajes, varios protagonistas, Veinte años y un día encuentra una manera de escapar

–en parte– a una simplificación de la Historia, y de avisar al mismo tiempo al lector que este

peligro existe. En una entrevista con El País dominical en 1994 sobre sus experiencias en los

campos de Buchenwald, Semprún expresa la dificultad de contar este trozo de Historia vivida:

“Tienes la impresión de que no cuentas la realidad. Ahora mismo, cuando hablaba contigo,

me sentía como si lo que decía no tuviera sentido. Porque habría que contar tantas cosas que

sucedían alrededor, y porque todo lo que dices es un reflejo tan pálido y mortecino de la

realidad. Pero no es verdad, hay que contarlo una y otra vez.”29

(Las cursivas son mías.)

En efecto, volver a contarlo, poder digresar en el pasado, poder hacer reflexiones políticas

y literarias, para luego poder volver a la historia y seguir contándola. Sólo de esta manera será

completa y fidedigna y se acercará más y más de la verdad.

6. El escribir sobre la Historia: un nuevo dinamismo de la obra literaria

Keith Jenkins sostiene que la Historia nunca podrá ser conocida de manera objetiva,

porque conocer el pasado se hace por interpretaciones personales: “we are the source of whatever

the past means for us”.30

Esta concepción de la Historia le empuja a condenar la labor

historiográfica, porque consistiría en una actividad sin fundamento, convirtiendo el referente en

29

Sol Alameda, “Entrevista con Jorge Semprún. El triunfo de los deportados”, El País dominical, el 5 de junio de

1994. 30

Keith Jenkins, Why History? Ethics and Postmodernism, London y New York, Routledge, 1999.

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32

mera representación. Llega incluso a decir: “Maybe we can just „forget history‟; maybe we can

now lead lives within grammatical formulations which have no reference to a past tense”.31

La

opinión del historiador es muy pesimista –no la compartimos– pero demuestra que hay un

descontento general acerca de la manera de describir la Historia. De cierta forma, Semprún nos

ofrece una alternativa: superponer diferentes versiones de la realidad, que se cubren por parte, se

completan, se contradicen. La Historia se hace y se redacta, no supone nunca un punto final, es el

resultado de un proceso en el que nada es inmediato y evidente.

Cabe acercar Veinte años y un día a otra novela: un best-seller, y una prueba muy clara de

un boom del tema literario de la Guerra Civil, y del gran interés del público por la novela de la

Guerra Civil. Soldados de Salamina es una novela que, de cierta manera, proclama la misma idea

que Veinte años y un día: un intento de acabar con una literatura convencional y fija acerca de la

Guerra Civil. Antonio Gómez López-Quiñones dice con razón que la estructura narrativa de la

novela de Cercas

“alberga una sutil reflexión sobre el desgaste sufrido por el quehacer literario en su intento

por explicar, abordar y referirse a la Guerra Civil española. Un desgaste que exige la

elaboración de nuevas estrategias narrativas con las que dar credibilidad, interés y vigencia a

un material temático tratado en cientos novelas de las últimas seis décadas.”32

Cercas y Semprún revivifican este material temático mil veces tratado poniendo en escena

el personaje de un narrador-escritor de un relato dentro de la novela. Así, los dos ubican en

primer plano el problema del contar, es decir la dificultad que conlleva la plasmación de un

hecho histórico en una novela. Hay una diferencia importante: si el narrador de Veinte años y un

día insiste en el hecho que la verdad del relato puede ser engañosa, el narrador de Cercas repite

que su relato no es una ficción ni una simple novela, sino un relato real “con personajes y

situaciones reales.”33

La novela dentro de la novela Soldados de Salamina es un relato que nace

bajo el signo de una crónica fiel de la realidad, y esto no es el caso de la novela de Semprún. Sin

embargo, al presentar su novela en la perspectiva de una actividad de escritura, Soldados de

31

Keith Jenkins, Rethinking History, London y New York, Routledge, 1997, pp.56-66. 32

Antonio Gómez López-Quiñones, La Guerra Persistente, Madrid, Vervuert/Iberoamericana, 2006. 33

Javier Cercas, Soldados de Salamina, Barcelona ,Tusquets, 2001, p.37.

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33

Salamina se construye en torno a la búsqueda de “una clave estética con la que volver a una

guerra tan estudiada y relatada, una clave estética con la que elaborar una narración realmente

significativa y relevante para sus lectores.”34

De esa manera, la novela de Cercas, al igual que

Veinte años y un día, llega a presentar la contienda, y de ahí la Historia en general, como una

entidad que no deja de hacerse y que nunca supone un resultado final y definitivo.

Semprún y Cercas demuestran que la visión de Jenkins tiene fundamentos: es verdad que

nunca se puede llegar a una lectura objetiva y perfecta de la Historia y que sólo podemos

representar el referente. Sin embargo, no es seguro que compartan su pesimismo. De una

manera, también se puede descubrir en sus novelas una mirada original y no necesariamente

negativa. La clave residiría en no ocultar que el relato del pasado se construye a pasos, unos

delante y uno atrás, que se transforma continuamente y no está exento de contradicciones y

alteraciones. La originalidad consiste en reservar un papel activo para el lector, porque éste

participará en la reconstrucción de la coherencia entre los pasos. En fin, defendemos la idea que

Semprún nos enseña que la escritura de la Historia es una fuente de problemas, pero éstos no son

insalvables: pueden contribuir a un nuevo dinamismo de la obra literaria en la que se renueve

constantemente la relación entre obra, narrador y lector.

34

Gómez López-Quiñones, Op. Cit., p.60.

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34

CAPÍTULO 3

VEINTE AÑOS Y UN DÍA: Segunda Parte.

Una historia de sangre, amor y muerte

35

1. Introducción

Hemos hablado de una mezcla heterogénea de realidades, de una novela dentro de la

novela, de un Narrador intruso y unos relatos superpuestos: Semprún cuestiona la manera de

escribir la Historia e instaura de esa manera un lazo privilegiado entre obra y lector.

35

Artemisia Gentileschi, Judith beheading Holofernes [imagen online], 1611-1612, Museo Nazionale di

Capodimonte, Nápoles. URL:<http://www.wga.hu/detail/g/gentiles/artemisi/judit.jpg>

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35

En esta segunda parte de nuestro análisis de Veinte años y un día, nos centraremos sobre

todo en una visión del amor que se construye en la novela y –aquí se encuentra el lazo con lo que

demostramos anteriormente– que en esta visión del mundo, gran parte se basa en la interpretación

del lector, porque Semprún se reserva el juicio final. El escritor pinta un mundo marcado por una

violencia nueva, no necesariamente basada en la fuerza, sino en un derecho asumido como tal. En

el mundo de Veinte años y un día, el amor carnal y la dominación violenta están estrechamente

vinculados. Semprún dibuja, pero se abstiene en completar su visión del mundo. Deja la última

palabra al lector y éste se ve obligado elegir entre una visión positiva o, al contrario, una visión

intrínsecamente pesimista de la Historia. Creemos que un momento clave en esta relación

privilegiada entre obra y lector es el final de la novela. Es una escena algo enigmática y su

interpretación influye en una visión más general de la Historia. Queremos demostrar que esta

misma escena es igualmente un momento especial porque es donde diferentes niveles de realidad

confluyen e influyen en la interpretación de la obra. El lector tendrá que decidir si se dejará llevar

por una confusión diegética o si quiere dar una interpretación más osada y optimista al final de la

novela y, por contigüidad, de la Historia.

2. Una escena enigmática

Veinte años y un día se acaba con la escena siguiente: los gemelos están solos en la finca e

Isabel está tocando el piano. Llegamos a saber que el joven Lorenzo casi había sucumbido a

desvirgar a su hermana ese mismo día. Sin embargo, por varias razones no lo había podido llevar

a cabo.

“Pero tal vez los nervios, tal vez por un difuso sentimiento de culpabilidad que frenaba su

apetito libidinoso, tal vez por la precipitación misma de una inexperta Isabel, el caso es que

Lorenzo disfrutó enseguida, que no pudo mantenerse en estado de penetrar a Isabel y

desflorarla. Ella lloriqueó, defraudada. Él se enfureció consigo mismo, y con ella también

naturalmente. Pero pronto volvieron a la ternura de un largo abrazo.” (p. 286)

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El Narrador nos informa acerca de Lorenzo, pues “ocurrirá lo que está escrito desde

siempre: en su sangre, en su imaginación, en el turbio destino de la estirpe.”(p. 288). Y así acaba

la escena emocionante: Isabel se vuelve “para mirarlo por última vez”. “Adiós, amor, adiós hasta

la muerte.” (p. 290)

La hemos calificado de enigmática porque la manera de interpretar esta última escena no

se revela de por sí. Vamos a demostrar que el lector elige deliberadamente y que la interacción

entre lector y novela aparece de una manera privilegiada en las frases que nos acompañan hasta el

final del relato.

La muerte y la desfloración están implícitas. Ésta última, además, no es nada segura

porque si hay alusión directa y literal a la muerte, no es el caso de la desvirginación. Aunque la

frase “lo que esta escrito desde siempre (…) en su imaginación, en el turbio destino de la estirpe”,

dirige al lector hacia esta tensión sexual constante que reina entre los gemelos. Si el lector llega a

interpretar esta última y decisiva escena como la desfloración de la hermana por Lorenzo y la

muerte de éste, es únicamente por la estructura plurirreal de la novela. Es sólo por la

incorporación de un nivel extradiegético dónde el Narrador nos aclara el por qué de su relato, la

cristalización de su novela. Es en el capítulo 6, parte clave en cuanto al entendimiento de la

mezcla bizarra entre lo real y lo novelesco, donde el Narrador nos desvela la fuente de su historia:

el cuadro de Artemisia Gentileschi. De esa manera, Semprún introduce un nivel extradiegético en

la historia: otro plano, otro nivel, el del Narrador y el de la génesis del relato que acabamos de

leer. Estamos en 1985, y asistimos a un encuentro entre el Narrador y Leidson. Éste le cuenta la

historia que le había contado, a su vez, la Satur en 1956. Llegamos a saber que los gemelos, los

verdaderos gemelos, perteneciendo a este nivel extradiegético –gemelos en los que se basó el

Narrador para fundirlos en personajes literarios– que estos gemelos de verdad se suicidaron

después de haber mantenido relaciones sexuales.

Si interpretamos el final como una combinación de sexo y muerte será precisamente por

ese dato, la información que procede del relato extradiegético. Nada nos aclara en el relato que

mantienen relaciones sexuales. Porque en efecto, ¿quién puede demostrar que el Narrador haya

utilizado realmente este dato en su novela? Es cierto, el amor incestuoso y el suicidio de ambos

son elementos muy novelescos…y esto refuerza la probabilidad, puesto que tenemos un Narrador

muy sensible a los detalles excitantes de la realidad. Sin embargo, no podemos confundir las dos

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capas: tenemos la novela, es decir el relato creado por el Narrador, y el nivel en el que éste se

basa, la realidad (novelesca, es cierto).

3. Amor carnal y muerte

El amor carnal y la muerte: dos elementos que interferirían, o no, en el final de la novela

y, al mismo tiempo, dos temas claves en el relato entero. Ahora bien, es preciso profundizar el

tema del la violencia y su lazo con el amor y el sexo. Es importante investigar de qué manera

Semprún crea este vínculo, haciéndolo más intenso a lo largo del libro, para entender las

interpretaciones que podríamos dar del final de la novela.

La característica primera de la sociedad de la posguerra en la novela será precisamente la

violencia, la dominación injusta, simbolizada por el acto sexual, pasional, posesivo y de ahí

siempre desequilibrado. Llegaremos a demostrar que esta última escena y, sobre todo, la manera

según la cual el lector decide entenderla, influye en la visión del mundo que Semprún quiere

compartir con nosotros. Y esto será un refuerzo importante nuestro argumento: Semprún, por

cuestionar el poder escribir sobre un hecho histórico, por superponer capas de realidad e imbricar

relato intra- y extradiegético, establece una interacción nueva e intensa con el lector. Éste no sólo

tendrá que reconstruir la Historia, con las piezas del puzzle que le da la novela, sino que incluso

la interpretación general de la obra en términos de ética y moral dependerá de él. El lector tendrá

la última palabra: él decidirá cuál es la visión del mundo que el escritor quiere desentrañar.

4. La violencia en las novelas recientes sobre la Guerra Civil Española

La Primera Guerra Mundial supuso un cambio radical en el tratamiento literario del hecho

bélico. Si antes la guerra, y de ahí la violencia que conlleva, podría estar considerada como una

creación de sentido tras ideales de heroísmo e identificación con la nación, era imposible después

de 1919. La Gran Guerra trae una nueva percepción que relaciona el hecho bélico con el carácter

profundamente ambiguo de la modernidad. Ésta se presenta como un proyecto racional,

energético y progresivo, destinado a liberar gradualmente al ciudadano de todas las esclavitudes

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anteriores. La sociedad moderna se basa utópicamente en la lógica, la libertad y el diálogo y

tiende a encontrar las mejores soluciones para la mayoría. Por consiguiente, este tipo de sociedad,

con sus avances materiales y morales propuestos por la razón, es totalmente incompatible con una

fuerza oscura tal como la violencia. De la Gran Guerra surgió un conjunto de obras que dio luz a

una literatura moderna del hecho bélico: presentan la violencia de la guerra como algo totalmente

ajeno a los grandes discursos heroicos. Los avances materiales, científicos y técnicos, destinados

en un principio a producir un bienestar colectivo, se convierten en fuentes de destrucción. El

avance material supone una degradación en el plano moral.

Ahora bien, Antonio Gómez López-Quiñones insiste en que en las novelas recientes sobre

la Guerra Civil (por lo menos las que ha estudiado) hay, al contrario de ese movimiento pos-Gran

Guerra, un tratamiento positivo y dignificador de la violencia, la del bando republicano. Insiste en

la importancia de la voluntad propia de los protagonistas: la violencia ya no es, en estas novelas,

enemiga de la razón. El protagonista “asume primero la violencia como una estrategia consciente

y después la despliega sabiendo sus motivaciones.”36

Es preciso subrayar que Veinte años y un día no corresponde a esa tendencia general que

señaló Gómez López-Quiñones en cuanto a las novelas recientes sobre la Guerra Civil. Semprún

opone constantemente la violencia a la cordura. La violencia forma incluso parte de esa fuerza

irracional y pasional por excelencia: el amor carnal. Profundicemos los modos de representación

de este vínculo en la novela.

5. El vínculo entre violencia y amor en Veinte años y un día

“Una historia de sangre, amor y muerte”, se ha visto llamar alguna vez esta novela en la

prensa. Es una novela de amor, es verdad, pero un amor que parece estar vinculado siempre a la

violencia, a la muerte. Y es cierto que el lazo simbólico es muy evidente: la sangre; sangre

menstrual, sangre de la virginidad y sangre de la herida. Incluso el sexo parece efectivamente

estar más relacionado con la violencia y con la destrucción que con el amor y la ternura. Cuando

el comisario Sabuesa –encarnación cliché del franquista puro y duro– ve a Nieves, hija joven y

36

Gómez López-Quiñones, Op. Cit., pp. 174-175.

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deseable del comunista Castillo, se despierta en él un deseo, una pasión no sólo sexual, sino en

primer lugar destructiva.

“Tuvo ganas de desnudar brutalmente a la chica, de entrar a saco en ese cuerpo que se le

antojaba delicioso, delicado, inmaculado.” (p. 125)

Sabuesa siente un furor de destruir a esta joven que se parece tanto a una de las “trece

rosas” que él mismo había detenido en Madrid, en 1939, y mandado al piquete de ejecución. El

sentimiento extraño y violento de Sabuesa se aclara: Nieves, igual de guapa y joven que una de

aquellas chicas comunistas ejecutadas, “dueña inequívoca del porvenir”, parece ser el anuncio de

su fracaso. Fracaso de su búsqueda de Federico Sánchez, fracaso del franquismo en general.

El elemento que determina el tono es el cuadro “La degollación de Holofernes” (Véase

p.34), de Artemisia Gentileschi, una artista del renacimiento que pinta su autorretrato: una mujer

ejerciendo su violento derecho a la venganza contra Holofernes, encarnación de la fuerza brutal y

de un machismo arrogante. El cuadro despierta por primera vez el deseo sexual en Mercedes, que

poco después se dejará desflorar por José María en su viaje de bodas. La obra hará que ella

siempre quiera una tercera persona que les acompañe en su exploración sexual, tal como la

sirvienta sujeta a Holofernes mientras su señora le degollaba. Primero la jovencita italiana, luego

el fotógrafo Timothy y finalmente será Raquel la que encarnará el tercer punto del triángulo. Esta

presencia parece hacerse imprescindible para Mercedes: será un tipo de protección, de ayuda, en

esta batalla llamada amor, un papel que al fin y al cabo será desempeñado por Raquel, confidente

fiel de su ama.

El cuadro de Gentileschi es capaz de establecer de una vez el lazo entre amor y violencia

y en este sentido también trabaja a favor del vínculo creado por la novela. José María y Mercedes

forman una pareja en la que hay amor genuino, sin embargo, su vida sexual está basada en una

escena violenta y vengativa. Mercedes resume en una sola frase la concepción del sexo que

Semprún dibuja en su novela:

“Sangre de la fecundidad; sangre de la virginidad, entregada a un hombre para ungirlo no

sólo como dueño y señor de su cuerpo, sino como compañero del alma y de los sueños: o

arrebatada por aquél en un acto de toma de posesión, de violencia que nunca podrá excluir

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del todo –por muy legitima que apareciera–, por mucha ternura que circulara entre los

cuerpos jadeantes, la viril arrogancia fálica.” (p. 198) (Las cursivas son mías.)

Mercedes se da cuenta de que un flujo de sangre femenino ha fluido desde el principio

hasta el final de su viaje de novios y ha sido sin duda el infausto signo del destino. Su relación

con el amor carnal parece haberse edificado en el arte: en el cuadro de Gentileschi, donde el

chorro de sangre derramado de Holofernes alude sin duda a la virginidad sacrificada por Judit, y

en La casa de Bernarda Alba, la obra de García Lorca, donde Adela muere desflorada para

desgracia de toda la familia. Son dos obras que no dejan de aparecer a lo largo del relato.

En fin, el cuadro de Gentileschi parece determinar la novela entera. Introduce incluso el

símbolo de la sangre, que aparte de aludir a la sangre de la menstruación y a la “viril arrogancia

fálica” que hace fluir la sangre de la virginidad, determina ya el final de la novela: este “infausto

signo del destino” anuncia la muerte de José María Avendaño en 1936, pero también determina el

final de la historia, la posible muerte del hijo, el joven Lorenzo, veinte años después. “La

degollación de Holofernes” es, de ahí, una clave para el entendimiento de la novela entera: en ella

se encuentran todos los temas que determinarán su organización.

Respecto a las “batallas de amor” en los “campos de plumas” –vocabulario militar

utilizado para hablar de estos asuntos sexuales, difícil de nombrar sin caer en vulgarismos– el

autor nos desvela el por qué de esta carencia de amor, de ternura en el acto sexual. El origen se

sitúa en Faulkner: fue él quien introdujo en su juvenil imaginación una “nefasta dualidad entre el

amor, que sólo podía ser platónico y cortés, y el deseo carnal, que no podía compaginarse, por su

exigencia posesiva, con una adoración embelesada” (p. 244).

La verdadera violencia parece empezar cuando termina la Guerra. Cuando José María

muere, su hermano se ve por fin libre de proceder como siempre ha querido hacer, lo que incluso

había anunciado a su propio hermano: el deseo de ejercer su “derecho de pernada”, es decir la

“posibilidad que algunos señores feudales tenían de disponer con libertad de la mujer de

cualquiera de sus vasallos durante la noche de boda”37

. Expresión cargada de una fuerte

connotación de violencia, dominación, agresividad y machismo. José Manuel, hermano de

derechas, franquista, poderoso en el régimen de los vencedores, simboliza la fuerza humillante de

la dominación. De nuevo, Semprún trabaja la relación entre amor y violencia, una violencia que

37

María Moliner, Op. Cit.

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prolonga la Guerra Civil y que es aún más fuerte: ahora no estamos en la lucha de un bando

contra otro, sino en la dominación humillante de unos sobre otros.

Esta nueva violencia forma plenamente parte de la posguerra novelesca y está incorporada

a ella de manera regular por la repetición anual de la ceremonia expiatoria. La ceremonia pone en

escena la muerte de José Maria, como en una obra de teatro, y los campesinos –hijos de los que

mataron al joven Avendaño– se ven obligados de desempeñar el papel de criminales. Es una

manera de recordarles su miserable condición de asesinos, o de descendientes de asesinos y, al

mismo tiempo, enfatizar su sujeción a la fuerza dominadora de José Manuel.

Está claro que la novela tiende a poner fin a ese movimiento repetitivo, puesto que la

mayor parte de la acción se desarrolla en la víspera de la última ceremonia expiatoria: los

campesinos ya no quieren hacer la función del asesinato; ya no son ellos los culpables. El

movimiento puesto en marcha con la muerte de José Maria se podrá ver por fin aniquilado, con la

muerte de su hijo, y alter ego, Lorenzo. En efecto, Semprún instaura una fuerte similitud entre

padre e hijo, e introduce así en la novela una estructura de paralelismos.

José María Avendaño y Mercedes Lorenzo e Isabel Avendaño

Amor genuino + amor carnal malsano

Padre e hijo son hombres de izquierdas y encarnaciones de la razón y la inteligencia

Con una diferencia de precisamente veinte años, se desarrolla la misma escena a la

víspera de sus muertes: vuelven de una cena con intelectuales (Lorca / Semprún

Gurrea) y experimentan una forma de ese amor corporal y malsano: José María y

Mercedes hacen el amor con su ayudante Raquel y el joven Lorenzo está punto de

hacer el amor con su hermana (por razones diversas –nervios, cansancio– no llega al

coito)

La muerte de José Maria Avendaño desencadena de cierta manera dos décadas de

violencia –José Manuel podrá ejercer su derecho de pernada sobre la mujer de su hermano

fallecido– y anuncia la muerte de su hijo precisamente veinte años más tarde: ésta pone fin a un

ciclo de veinte años de la violencia.

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6. El lector y su aportación a la interpretación global de la obra

Volvemos al final de la novela. Isabel se vuelve para mirar su hermano “por última vez”.

“Adiós, amor, adiós hasta la muerte.”

Es precisamente aquí, en el final del libro, que nivel intradiegético y extradiegético se

cruzan y apelan al lector. Y éste interactúa plenamente con la novela y elige. Al escoger cómo

interpretar el final hace igualmente una decisión sustancial en su entendimiento general de la

obra. Porque al ver implícitamente amor carnal significa que estemos ante un movimiento

circular, ante un recomienzo de un ciclo de violencia. Significaría que esta nueva generación no

ha podido resistir y superar este amor pervertido y que Lorenzo –símbolo de la cordura– llegó a

negar su defensa de “la prohibición del incesto como un paso adelante en el proceso de la

civilización”. (p. 211)

Y esto explica las siguientes preguntas: ¿que pensar de la relación tintada de erotismo que

llevan los gemelos? ¿Por qué este deseo continuo por parte de Isabel de hacerse desvirgar por su

hermano? Isabel quiere acabar con esta virginidad porque más que algo que le difiere de su

hermano, es un peso: es el peso de la esperanza, el peso del futuro. Es la esperanza de poder

acabar con esta violencia injusta. Y Lorenzo se niega a cumplir su deseo, por mucho que le

cueste, porque desvirgarla sería acabar con esta esperanza y volver al pasado. Sería la afirmación

del destino preestablecido del hombre: el hombre sería animal, violento, pasional, ilógico. En fin,

significaría quedarse inmóviles en un presente muy poco entrañable.

Semprún no impone su visión del pasado. Deja espacio para la ambigüedad permitiendo

que el lector se deje influir por el relato extradiegético en la interpretación de la escena final.

Tampoco sabemos si estamos en la realidad o la ficción, porque es cierto que “todo relato puede

ser engañoso” así que Semprún nos solicita a nosotros, los lectores, en este paso final y esencial

de la lectura. De esa manera vuelve a demostrar que esta nueva manera de tratar la Guerra Civil –

la Historia– en la novela establece un lazo privilegiado entre la obra y el lector. En una novela sin

principio o final unívocos, con partes contradictorias, repetidas y completadas, el lector se lanza

él mismo en la restitución de la Historia, dándose cuenta, en fin, de que nunca podrá llegar a una

lectura completa, fidedigna y perfecta de ese episodio de la Historia.

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Sin embargo, si Semprún deja espacio para ambigüedad, empujándonos hacia una

decisión deliberada, no renuncia a tomar una decisión clara: deja que Isabel se vaya, fuera de

España y lejos de su hermano: “Me voy a estudiar a Inglaterra, a Estados Unidos, donde sea…

Volveré gorda y madre de familia…” (p. 290). El Narrador no plasma los hechos reales tal como

le han sido contados, interviene en el relato extradiegético, poniendo en evidencia su índole

todopoderosa. Semprún nos dirige hacia una visión más prometedora de la Historia: si ha podido

intervenir aquí en los hechos que le han servido de ingredientes novelescos (separar los gemelos

significa impedir el suicido común), podríamos esperar que haya querido cambiar el final en su

totalidad. Significaría que el Narrador utilizó su poder organizador para introducir un nuevo

rumbo a la realidad histórica. Si es el caso, el Narrador nos da un mensaje de esperanza,

alejándose de la perspectiva circular y por ende profundamente pesimista de la Historia. El ciclo

de veinte años y un día no sólo sería puesto a su término, sino que asistiríamos igualmente a su

ruptura decisiva: los gemelos se separan antes de que haya posibilidad de que se produzca la

desvirginación incestuosa, y de ahí, el suicido común no tiene que suceder. Es un pensamiento

halagüeño el de opinar que el hombre aprenda de sus errores y consiga saltar las barreras que

hacían tropezar a sus antepasados. No estamos condenados a pasar por los mismos infiernos,

porque conocer su Historia permite evitar que nos quedemos inmóviles en una realidad

retrógrada. Sin embargo, estamos en una transformación novelesca de la realidad en la que es

posible manipular los hechos y fundirlos tal como uno quiere. Dijo Aldous Huxley: “Quizá la

más grande lección de la historia es que nadie aprendió las lecciones de la historia.” Así que, ¿el

mensaje de Veinte años y un día sería, a pesar de todo, esta misma?

Vemos que Semprún, aunque tome una decisión clara en la plasmación novelesca, no

prescinde de la ambigüedad. El lector, diligente descifrador del texto, tendrá que tomar posición.

No puede eludir esta responsabilidad, aunque sea de manera inconsciente, ya que va ligada a la

comprensión propia del relato. Es él quien tiene el derecho exclusivo a la interpretación final, que

le llevará irremediablemente a una visión concreta del mundo y, justo después, a una manera de

entender la Historia

.

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CAPÍTULO 4

LA VOZ DORMIDA: Primera Parte.

“Para que el vacío del tiempo se llene de palabras”

0. Introducción general

Un grupo de mujeres, encarceladas en la madrileña prisión de Ventas, intenta enfrentarse

a la humillación, la tortura y la muerte. Pepita, Hortensia, Elvira, Sole, Tomasa y Reme son

nuestras protagonistas. Mujeres que tuvieron que quedarse en España tras la Guerra Civil, que no

pudieron huir del franquismo. Mujeres que fueron condenadas al silencio y un día decidieron

romperlo.

La voz dormida es un libro cuyo propósito ha sido definido con claridad por la propia

autora: rescatar la memoria de los que perdieron la Guerra Civil y rendir un homenaje a mujeres

obligadas a callar durante mucho tiempo, no sólo por formar parte del bando de los vencidos,

sino también por ser mujer.

Chacón se convierte así en uno de los escritores que escriben en contra del olvido, aunque

según ella, en España, ni siquiera ha podido haber olvido, porque se imponía el silencio: “Es hora

de que muera el silencio, ya que el tirano que lo impuso murió hace tiempo.”38

A través de las historias de los vencidos de la Guerra Civil, Chacón dibuja un mundo en el

que la verdad debía silenciarse. En este primer capítulo, más allá de la trama, de las hazañas que

realizan estos personajes y su manera de afrontar la guerra y la posguerra, nos queremos centrar

en la sutil manera por la que Chacón nos comunica el silencio impuesto. Un silencio doble. Por

una parte él de la verdad, él que impuso el dictador Franco y prolongó la Transición, con fines

obviamente diferentes, y que ahora se intenta restaurar, rellenar y corregir. Por otra parte el

silencio provocado por la destrucción del lenguaje como herramienta natural y espontánea,

38

Angel Vivias, Entrevista con Dulce Chacón: Un pueblo sin memoria es un pueblo enfermo, [online]. MUFACE,

Revista Electrónica de la Mutualidad General de los Funcionarios del Estado, invierno 2002. URL:

<http://www.map.es/gobierno/muface/i189/perfil.htm>.

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convirtiéndolo en algo codificado y secreto. Un silencio que apareció cuando la guerra acalló la

comunicación.

1. Introducción al análisis: la guerra como derrota de la comunicación

“En vano dibujas corazones en la ventana:

el caudillo del silencio

abajo, en el patio del castillo, alista soldados.”

No nos debe sorprender que Chacón abre su novela con los versos de Paul Celan, poeta

rumano que se ha visto llamar “poeta del silencio” o, como nos dice el escritor turco Zafer

Enocak, más que un poeta del silencio, Celan sería un bardo de la desaparición, de aquello que ha

desaparecido, que no se puede expresar, pero que existe.39

Es que Chacón va a organizar su novela en torno al silencio: da luz a historias que se han

tenido que mantener calladas durante tanto tiempo. Y, además, como dice Kathleen Glenn en su

ensayo “Silencios que cuentan”, Chacón utilizará “los silencios y la ruptura narrativa de silencios

impuestos para expresar su oposición a desigualdades e injusticias sexuales, socioeconómicas y

políticas.”40

Pero hay otra razón que nos explica la pertinencia de tal cita al principio de la novela. Y

es que Paul Celan entendía mejor que nadie que la palabra era la primera víctima de la guerra. Y

de la misma manera defendía que el papel de la literatura y de la poesía era aliviar a la palabra de

los atropellos cometidos por las pretensiones del poder.

Dijo Jean Améry, que pasó la Segunda Guerra mundial en el campo de concentración de

Auschwitz: “La palabra siempre muere cuando se impone una realidad total. Murió para nosotros

por largo tiempo. Y ni siquiera nos quedó la sensación de que lamentábamos su partida”.

Jordi Gracia se ha igualmente interesado a la devastación de la palabra por parte del

régimen franquista. Habla de una resistencia silenciosa: la de los escritores liberales al

enfrentarse a la “infección fascista” –una lengua prefabricada, rimbombante y propagandista–, a

39

Zafer Enocak, Atlas of Tropical Germany, Lincoln, University of Nebraska Press, 2000. 40

Kathleen M. Glenn, “Silencios que cuentan: la narrativa de Marcos Giralt Torrente”, en: Ángeles Encinar y

Kathleen M. Glenn (Eds.), La pluralidad narrativa, Madrid, Biblioteca Nueva, 2005.

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través de un lenguaje de la razón, humilde y sencillo, exacto y transparente, dotado de ironía y

escepticismo, y de prolongar así la tradición liberal por una vía escondida, pero no menos

efectiva. Gracia se basa en

“la solidaridad profunda entre un modo de pensar el mundo y un tono de voz o estilo. La

tradición racionalista, escéptica y lúdica, del humanismo ilustrado tiene su correlato en una

lengua despojada y sobria, un sermo humilis deliberadamente ascético, rebajado. (…) Y así

subsistió la tradición liberal: protegiendo el lenguaje de la razón como fundamento del sueño

del humanismo.”41

Los personajes de La voz dormida no son intelectuales, ni novelistas que buscan una

manera de salvar la cultura liberal de la lengua envilecida del franquismo, sino hombres y

mujeres que participaron en la resistencia “real”: la peligrosa y agresiva guerrilla. Pero Chacón

nos enseña que esta “infección fascista” del lenguaje –las palabras son de Javier Cercas, véase La

Verdad de Agamenón– afectó igualmente la lengua de todos los días, de los más pobres y menos

cultivados de la sociedad. Y es que el franquismo mutiló no sólo la verdad, sino también la

lengua, en todos sus aspectos.

2. La novela

En un régimen tal como el franquista, no todo se puede decir en voz alta. Hay una sola

verdad que oprime a las demás. Sobre todo dentro de la Resistencia, la importancia de un

lenguaje codificado y secreto es evidente. Cuando Pepita, la protagonista de la novela, quiere

saber la dirección del lugar donde operarán a su suegro que es guerrillero, tiene que contestarle a

la mercadera “Patatas, puerros y perejil” a la pregunta “¿Quieres patatas?”. Las palabras han

cambiado de significado. La necesidad de la resistencia, de la lucha guerrillera, impone un

lenguaje que manejan sólo unos cuantos. Parece lógico. Sin embargo, la influencia del

franquismo en el lenguaje del bando de los vencidos no se limita a este código de la Resistencia,

sino que vemos que le afecta incluso en su uso diario.

41

Jordi Gracia, La resistencia silenciosa, Barcelona, Anagrama, 2004, pp. 24-25.

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En otro ejemplo, Pepita tiene que pedirle el favor peligroso a don Fernando, señor

distinguido e hijo de un amigo próximo del Caudillo (pero con mucha simpatía para los

comunistas), de operar a su suegro guerrillero, no es ella quien habla, sino las palabras que

toman el relevo:

“Las últimas palabras serán las más difíciles de pronunciar, las palabras que quedan por

decir, pero serán las que calmen la angustia de Pepita. Dirán, de corrido, que Paulino

González necesita un médico, porque Felipe tiene una bala dentro y hay que sacarla, para que

no se muera. Dirán, de corrido, que don Fernando es el médico que Felipe necesita, que

Felipe es el marido de su hermana Hortensia y que Hortensia está presa y está preñada y se

moriría si Felipe llegara a morirse y que un enlace le dará en la plaza las señas para que lleve

al señorito a sacarle la bala a Felipe.” (Las cursivas son mías.)

Aparte la precipitación de las frases, yuxtapuestas como en una enumeración, hay otro

elemento que nos demuestra que el personaje no domina la lengua: no es Pepita que enuncia, sino

las palabras que se enuncian a sí mismas. No es Pepita que dice, sino las palabras que dicen. Es

como si el locutor se hubiera transformado en un robot que, cuando tiene que utilizar palabras, ya

no sabe cómo. El lenguaje, que se ha visto obligado a convertirse en algo oculto, que se hace por

signos, gestos y guiños, se ha alienado de sus locutores y éstos, tanto los guerrilleros como las

amas de casa, ya no saben utilizarla en su sentido pleno.

3. Un intento de revalorizar las palabras

Fijémonos en dos personajes que parecen tener una función simbólica dentro del tema de

la lengua y de la incomunicación. Aunque sean personajes que están en la margen de la trama,

tienen un papel determinante en el desarrollo del importantísimo tema de la comunicación. Se

trata de don Fernando, el médico que hemos mencionado anteriormente, y su mujer, doña

Amparo. La Guerra y la confrontación de ideologías les ha desgarrado: les ha llevado a establecer

un pacto que les prohíbe comunicar. Cuando don Fernando deja el oficio de médico, después de

la experiencia traumática de Paracuellos, su mujer decide trasladarse a torre de la casa y no hablar

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más con su marido. Sólo se ven los domingos: él la toma del brazo en la puerta de la casa y

caminan hacia la iglesia, “devolviendo los saludos de los que se cruzan con ellos, y la sonrisa,

como obliga la cortesía”. (p. 95)

Cortan la comunicación idiomática, reducen sus palabras a cartas banales –“déjame dinero

para el pavo de Navidad”. Sin embargo, siguen comunicando. Por necesidad –a pesar de todo, se

quieren mucho– se inventan un lenguaje suyo, codificado:

“Don Fernando escucha el taconeo de su esposa desde el piso inferior. Por el ritmo de sus

pasos, sabe que ha estado esperando inquieta su llegada. Sabe que camina de un lado a otro, y

que lo hará durante un rato más, pisando fuerte, hasta que considere que él se da por enterado

de que es tarde. (…) El sonido de sus tacones se aplacará poco a poco. Después, cesará. Y

don Fernando la oirá llorar, como otras veces. Él se acercará a la escalera, le dará cuerda al

reloj de pared de pasillo, y hará el ruido necesario, el justo, para que doña Amparo sepa que

la está oyendo llorar.” (p. 117)

El taconeo y el lloro son formas que permiten a doña Amparo reñir a su marido y pedirle

consuelo, mientras él contesta con el “ruido necesario, el justo” para decirle que está en casa, que

ya no está sola. Por ruidos, bien medidos y preestablecidos, intentan conciliar la distancia que les

separa. Pero las palabras que usan para comunicar, las de las notas que Amparo le deja de vez en

cuando en la mesa del salón, son totalmente vacías, hasta el punto en que don Fernando ya

conoce las palabras exactas que utilizará su mujer:

“Ella escribirá esta misma noche una nota: No sé con quién has estado, ni me importa. Y él la

leerá mañana. (…) Leerá. Mañana. Y será igual que siempre.” (pp. 117-119)

Tenemos aquí la cristalización, en la relación entre dos personajes, del destino del

lenguaje en la guerra: las palabras se reducen a elementos vacíos, incapaces de transmitir los

sentimientos y pensamientos de sus locutores. Y esto es precisamente el criterio que nos permite

hablar de una lengua, en pleno sentido de la palabra. Porque una lengua –nos basamos en la

sociolingüística– se define gracias a la comunicación: es por medio de ella que los actores

sociales intercambian ideas, pensamientos, sentimientos. Así que podemos decir que la lengua,

sin el componente de la “comunicación”, está mutilada e incompleta.

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Este ahuecamiento del lenguaje obliga a los locutores a buscar otra forma de comunicar,

acaso menos efectiva, pero necesaria, porque la comunicación es condición de la sociedad y de la

convivencia. Tanto como la lucha guerrillera en contra de la dictadura necesita un lenguaje

codificado para sobrevivir, lo necesita la vida cotidiana.

Sin embargo, y esto es el núcleo de nuestro discurso, no nos quedamos con esta

incapacidad de comunicar. Chacón introduce claramente una evolución en la novela: si las dos

primeras partes están marcadas por el carácter vacío de las palabras, simbolizado por esta pareja

que establece un pacto de la no-comunicación, la tercera es muy diferente. Al final de la segunda

parte asistimos a un pasaje significativo y determinante para el resto de la trama: don Fernando y

doña Amparo se reconcilian, después de dos años sin hablar. El médico ha decidido de volver a

su oficio.

“Y subirá las escaleras despacio.

Pisará fuerte, para que doña Amparo sepa que está subiendo.

Por fin está subiendo.

Y doña Amparo oirá los pasos que suben, los oirá con claridad. Está subiendo. Su marido está

subiendo las escaleras de la torre.

Por fin está subiendo.

Y ella comenzará a bajar.” (p. 232)

Aunque puede ser peligroso atribuir valor simbólico a un pasaje, a un personaje o uno de

sus actos, creemos que la reconciliación entre don Fernando y doña Amparo es significativa: trae

consigo el momento de la tan esperada comunicación, o por lo menos, su intento. Sobre todo

porque va de par con otro acontecimiento llamativo: Tomasa, la presa que siempre se ha negado a

contar el por qué de su encarcelamiento, habla por fin. Sólo dos capítulos después del 15, el

capítulo que cuenta como Fernando y Amparo intentan acercarse, Tomasa se da cuenta de que

tiene que contar para sobrevivir.

“Como un vómito saldrán las palabras que ha callado hasta este momento. Como un vómito

de dolor y rabia. Tiempo silenciado y sórdido que escapa de sus labios desgarrando el aire, y

desgarrándola por dentro.” (p. 237)

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La voz dormida se despierta: cuenta a gritos su historia para no sucumbir a la locura, para

sobrevivir. “Palabras que estuvieron siempre ahí, al lado, dispuestas”. Ha llegado el momento de

contar, de sacar a la luz las palabras que nunca desaparecieron de la mente, pero que no se

pronunciaron, por miedo de recordar y de volver a sentir la muerte y el dolor. Asistimos a una

verdadera explosión de palabras, que parece introducir un nuevo rumbo en la trama: ha llegado el

tiempo de intentar revalorizar las palabras.

4. Una lucha de hoy en día

Chacón parece querer enseñarnos la voluntad de luchar de los que sufren la posguerra:

combatir para recuperar la lengua, que es suya, y que el franquismo les ha robado. Porque, en

efecto, la tercera y última parte del libro parece estar mucho más marcada por el uso de las

palabras: son las palabras que permiten a Sol y Elvira huir de la cárcel –“Es importante que no se

destruya ni una sola palabra” (p. 272)–, son las palabras que revelan a Elvira que su hermano

participa en la operación de fuga –“No dirá a nadie que en aquella palabra ha creído reconocer a

su hermano. No lo dirá, pero Elvira estará atenta al más mínimo detalle de la operación. (p. 273)”

La importancia de las palabras va creciendo en el relato, adquiriendo valor simbólico pero

también práctico en el avance de la historia, encontrando su colmo en la carta que Paulino recibe

de su hermana, después de tantos años sin noticias.

“La respuesta de su hermana hará que Jaime descubra en el tiempo pasado un espacio en

blanco que sólo puede llenar con palabras. Palabras. Las palabras que Celia escribirá al

recibir la carta de Jaime, en Praga. Palabras que le harán saber que la carta ha llegado, que

ella la ha tomado en sus manos emocionada. (…) Palabras que le harán saber que Elvira

sigue llamándose Celia.” (Las cursivas son mías.) (p. 391)

Chacón parece organizar la novela en torno a las palabras: a la incapacidad de usarlas y la

lucha para poder hacerlo, porque la lengua es algo que pertenece a sus locutores, y si un régimen

fascista se la roba, es su deber intentar recuperarla. De alguna manera, podemos decir que en esa

recuperación paulatina, está implícita la búsqueda, la lucha por la libertad, un ente tan grande, tan

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inabarcable que no se puede alcanzar si no es por medio de pequeñas conquistas, como las de las

palabras robadas.

Y así parecemos llegar a la misión suprema de La voz dormida: recuperar la memoria por

la voz, por las palabras. La lucha que llevan los personajes de la novela, es la misma que ocupa

hoy en día a Dulce Chacón y a otros novelistas: rellenar la hoja en blanco del pasado, algo que

sólo se puede hacer por medio de las palabras. Es una batalla que se está librando todavía;

Chacón insiste en el hecho de que contar implica aún cierto conflicto:

“Hablar todavía del conflicto es revivirlo, y existe ese resquemor quizá porque se ha hablado

poco de él. Es necesario hablar más y contar más, para que la voz sea un instrumento de

reconciliación y no un arma arrojadiza contra el otro. La reconciliación real todavía no ha

llegado, porque aún no se ha producido esa conversación.”42

.

La voz dormida nos demuestra que a veces las palabras son lo único que nos puede ayudar

a entender el pasado.

Por organizar su novela entorno a las palabras, por empezar con una incapacidad total de

servirse de ellas, y por introducir un cambio de rumbo en la novela hacia un intento de cancelar la

“infección fascista” de la lengua, de revalorizar las palabras, no sólo para comunicar, sino sobre

todo para recordar –piénsese en el pasaje dónde Tomasa siente por fin la posibilidad de contar su

historia– Chacón nos confronta a la misión a la que se han dedicado recientemente muchos

novelistas: rescatar la memoria por medio de esta rica y creativa herramienta que es la lengua.

Las palabras parecen tener para Chacón un valor esencial, hasta llegar a poder significar

una nueva medida del tiempo: “Quizá el tiempo se mide en palabras. En las palabras que se

dicen. Y en las que no se dicen.” Plantea la idea de que la Historia se ha visto parada durante

muchos años: el tiempo –si lo medimos en palabras y no en segundos, minutos, horas o días– se

ha quedado suspendido. Y parece que ahora se ha vuelto a poner en marcha, hace unas cuantas

palabras, frases, libros, artículos y ensayos…

Acaso es ésta la principal motivación de La voz dormida: contribuir a hacer avanzar el

paso del tiempo…

42

Santiago Velásquez Jordán, Entrevista con Dulce Chacón: La reconciliación real de la guerra civil aún no ha

llegado [online]. Madrid: Espéculo. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid, número 22,

2002. URL:<http://www.ucm.es/info/especulo/numero22/dchacon.html>.

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52

5. El silencio en el lenguaje narrativo de Chacón

Si en el apartado anterior hemos hablado de la organización de la novela entorno a las

palabras y su ausencia, es decir el silencio, creemos que es importante investigar brevemente el

estilo de Chacón, porque parece que el silencio se haya deslizado, al igual que en la trama, hacia

el interior del estilo mismo de la novelista.

Peter Verdonk, profesor de Estilística en la Universidad de Ámsterdam, nos dice que la

estilística funciona según un efecto que llama “foregrounding”: efecto psicológico que incluye “a

distinct patterning or parallelism in a text‟s typography, sounds, word choices, grammar, or

sentence structures.”43

Otros posibles “marcadores de estilo” son las repeticiones de un elemento

lingüístico o desviaciones de las reglas generales de la lengua, o del estilo que uno esperaría

encontrar en un texto específico. Verdonk insiste en que el concepto de estilo implica elegir: “the

concept of style crucially involves choice: it rests on the fundamental assumption that different

choices will produce different styles and thereby different effects”.

En otras palabras, podemos decir que el estudio estilístico de una obra se basa en la idea

de que el estilo nos desvela la visión subjetiva que cada texto novelesco presenta, así pues nos

permite sacar a relucir los elementos que utiliza el autor para compartir con el lector su visión del

mundo. Y esto es precisamente lo que nos interesa, porque todo lo que estudiamos y detallamos

está dentro del marco del tema de la Guerra Civil, y sobre todo, de la visión del autor en torno a

ese acontecimiento que comparte con nosotros.

No haremos un análisis exhaustivo del estilo de Chacón. Intentaremos demostrar, primero,

que el lenguaje de Chacón se ve marcado por el silencio y que este efecto procede claramente de

una elección motivada por parte de la escritora: ubicación de palabras, longitud de frases,

interrupciones frecuentes. Después de haberlo ilustrado con algunos ejemplos, propondremos dos

razones que pueden completar la motivación de Chacón para haber transpuesto su tema predilecto

en el interior mismo de su estilo.

43

Peter Verdonk, Stylistics, Oxford University Press, 2002, p.6.

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Hay algo que extraña en cuanto al estilo de Chacón: las frases tan cortas, por ejemplo, a

menudo hechas de una sola palabra. O la insistencia que Chacón crea entorno a ciertas palabras,

que repite continuamente.

“Sus dedos diminutos luchaban con el guante de lana, y su voz, aflautada para la ocasión,

acompañaba la pantomima para ahuyentar el miedo. El miedo de Elvira. El miedo de

Hortensia. El miedo de las mujeres que compartían la costumbre de hablar en voz baja. El

miedo en sus voces. Y el miedo en sus ojos huidizos, para no ver la sangre. Para no ver el

miedo, huidizo también, en los ojos de sus familiares.” (p. 12) (Las cursivas son mías.)

Siete veces se ve repetida la palabra “miedo” en igual número de frases. La razón de la

acumulación es obvia: Chacón lo hace para subrayar la importancia de tal sentimiento,

omnipresente para todas las presas de Ventas. Lo que sorprende también es el hecho de que cinco

de las siete frases no tienen predicado: son todas extensiones de la primera frase y funcionan

como una especie de aposición del objeto directo de la subordinada infinitiva de la primera frase

“para ahuyentar el miedo”. La primera frase parece haberse alargado, estirado, por medio de las

frases que la siguen, que no sirven para más que explicar y precisar el miedo del que huye Elvira,

el sujeto de esta primera frase.

“Y se marcha sin haber comprendido nada.

Nada. En absoluto.” (p. 16)

Es el mismo principio: Chacón retoma un elemento de la frase inicial (“nada”) y la repite,

para luego añadirle otro complemento reforzador (“En absoluto”). La consecuencia es que

tenemos frases muy cortas, a veces constituidas por sólo una palabra. En fin, al escribir de esta

manera, Chacón introduce cierta regularidad, y sobre todo tranquilidad y serenidad en la cadencia

de la narración. Las frases cortas, no conllevan una precipitación del relato, porque en la mayoría

de los casos se trata de palabras retomadas y, a veces, completadas: la misma información se ve

repetida y ampliada; de ahí un avance progresivo de la trama. Pero la primera fuente que crea este

sentimiento de tranquilidad son las interrupciones, las pausas entre frases, entre palabras, o sea

los silencios.

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Chacón aumenta este impacto de los silencios, por establecer cada 2, 3 o 5 páginas una

pausa más grande: entre capítulos. En efecto, los capítulos son extremadamente cortos: consisten

a veces sólo de una página. Y por supuesto, los silencios supremos se encuentran entre cada una

de las tres partes de las que consta el libro.

Está claro que Chacón ha incorporado magistralmente su tema predilecto –él del silencio

y la recuperación de las palabras para recordar la historia– en su mismo estilo narrativo. Ahora

bien, no pensamos que se trata únicamente de una transposición –una especie de metáfora– del

silenciamiento que han tenido que padecer estas mujeres-protagonistas durante tantos años.

Queremos proponer dos razones por esta disección de las frases y del todo narrativo,

interrumpido por silencios frecuentes.

6. Lenguaje oral con una pizca de poesía

Hemos apuntado anteriormente que el estilo que maneja Chacón no hace que el avance de

la narración parezca precipitado. No nos inunda con cantidad de información en frases cortas

acumuladas, sino que en esas frases repite, completa, y retoma palabras tal cómo aparecen en la

frase originaria. Y este procedimiento de retomar una palabra, quedar parada en ella repitiéndola

y volver atrás para completar una frase, es precisamente lo que nos pasa a cada uno en el lenguaje

oral. Es lo que la lingüista francesa Claire Blanche-Benvéniste llama lieux de bafouillage44

: estos

momentos del lenguaje hablado donde nos quedamos parados en el eje sintagmático horizontal,

para buscar en el eje paradigmático vertical las palabras que nos parezcan más adecuadas y aptas

para expresar lo que pensamos y sentimos, para luego seguir avanzando horizontalmente. Estos

momentos son típicos del lenguaje que no se ha podido meditar y pulir, y es por esa razón un

fenómeno particularmente oral, aunque se puede encontrar en el lenguaje escrito en aquellos

documentos valiosos y privilegiados que son los borradores de los novelistas.

Es posible que Chacón quiera imitar este fenómeno, sin que haga falta conocer su

denominación lingüística para utilizarlo. Es algo propio de la lengua oral, construirse mientras se

enuncia, y es aquí que se diferencia radicalmente del lenguaje escrito cuyo rasgo más importante

44

Claire Blanche-Benvéniste, “Syntaxe, choix de lexique, et lieux de bafouillage”, DRALV, 36-37, 1987, pp.123-157.

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es su carácter fijo. En esta novela se trata en primer lugar del recuerdo, de la historia de testigos

que han tenido, o han querido, callarse hasta hoy (no olvidemos que Chacón se basó en historias

reales, testimonios que recogió de sobrevivientes de la Guerra y posguerra que entrevistó;

volveremos sobre ello). Así que Chacón podría querer calcar la forma de hablar de sus testigos,

alguien que recuerda un pasado lejano, y que lo tiene que reconstruir mientras cuenta, en trozos,

recogiendo, volviendo atrás.

Sin embargo, creemos que esta suposición no vale mucho sin el siguiente elemento, sin el

cual no sería posible explicar el estilo de Chacón: se trata de la influencia de la poesía. Y es que

su lenguaje, su estilo, tiene un carácter profundamente poético. Las frecuentes pausas que

introduce, dotan su lenguaje narrativo de una musicalidad que sería más propia de la poesía que

de la prosa. Es cierto, la musicalidad no es propiedad exclusiva de la poesía –pensamos en la

musicalité de un Stendhal, por ejemplo–, pero se trata de un ritmo que va de la tranquilidad a la

aceleración, una cadencia y una armonía que son muy propias de la poesía. Al contrario de la

novela, el verso es por definición musical: “género exquisito (…) por la forma de expresión,

basada en imágenes extraídas de sutiles relaciones descubiertas por la imaginación, y por el

lenguaje, a la vez sugestivo y musical (…).”45

“No quiere ver el pan. Pero lo mira. Lo mira y sonríe mientras alza de nuevo la bandeja. Lo

mira.

Sonríe.

Tiembla.” (p. 29)

Igual que en los ejemplos precedentes, Chacón retoma unos elementos de su frase

principal: aquí son los predicados “mira” y “sonríe” que vehiculan la información preponderante.

Pero lo nuevo, y lo más sorprendente, es la ubicación rigurosa de esos elementos repetidos. Dos

verbos ocupan por sí solos una línea entera, con lo cual se dibuja una forma peculiar en la hoja.

Además el segundo elemento repetido “sonríe” parece estar como en un encabalgamiento, figura

de estilo muy propia de la poesía.

45

La entrada poesía en Maria Moliner, Op. Cit.

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El acercamiento del estilo de Chacón con el lenguaje poético es discutible, pero nadie

puede negar la fuerte influencia que ha tenido que tener la poesía en la prosa de Chacón. Es que

Dulce Chacón es en primer lugar poetisa. Escribió cuatro libros de poemas46

, y ella misma

defiende la poesía como “la esencia de la literatura”:

“Creo que la poesía está en todo. El lenguaje, si no tiene una dimensión poética, no me

interesa. La capacidad evocadora, sugerente, de la poesía, la necesito en todo lo que escribo”.

Pero, añade inmediatamente: “lo que no significa que haga una prosa poética”47

Así que, en vez de calificar el estilo de Chacón como “poético”, sería sin duda más

prudente quedarnos con el mero hecho de señalar la influencia que podría haber tenido la poesía

en su prosa. Sin embargo, cabe destacar que Chacón nombra a Paul Celan como uno de sus

favoritos y más influyentes poetas. Y leyendo la descripción que hace el escritor Maurice

Blanchot del poeta, la similitud con lo que acabamos de detallar de la novelista nos debería

sorprender. Blanchot dice que los versos de Celan

“parecen cargados de ritmos de indefinida brevedad, rodeados por blancos, espacios en

blanco que detienen, que generan silencios, silencios que no son pausas o intervalos que

permiten respirar cuando se leen, sino blancos que forman parte del mismo rigor, que permite

aliviar un rigor no verbal y que no se esperaría que tuvieran un significado.”48

Así pues, en la forja del estilo de Chacón, de ritmo cadencioso y tranquilo hecho a base de

silencios, defendemos la unión de dos elementos que comparten importancia: la búsqueda de

similitudes con el lenguaje hablado y el papel que puede haber tenido la poesía en la formación

de su lenguaje novelesco. Sumamos, pues, a la profunda huella que parece haberle dejado aquel

“bardo de la desaparición”, el uso de la lengua que manejaban, sin duda, los protagonistas de las

historias de las que destiló esta novela que flota entre ficción y realidad, y cuyo resultado es la

adopción del silencio mismo en sus líneas.

46

Los libros en cuestión se llaman: Querrán ponerle nombre (1992), Las palabras de piedra (1993), Contra el

desprestigio de la altura (Premio de Poesía Ciudad de Irún 1995) y Matar al ángel (1999). Los cuatro están

recogidos en el volumen Cuatro gotas (2003). 47

Santiago Velázquez Jordán, Op.Cit. 48

Maurice Blanchot, La bestia de Lasceaux: El Último en hablar, Madrid, Tecnos, 1999.

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CAPÍTULO 5

LA VOZ DORMIDA: Segunda Parte.

Distancia y conocimiento bibliográfico: las consecuencias

1. Introducción

Como la mayoría de los autores que se dedican hoy en día a la escritura sobre la Guerra

Civil, Dulce Chacón no tuvo conocimiento directo de la contienda. Nacida en 1954, ni siquiera

vivió en plena conciencia las primeras décadas de la posguerra. Es aquí que Chacón se diferencia

radicalmente de estos otros novelistas cuyas obras estudiamos. Jorge Semprún y Juan Eduardo

Zúñiga desarrollaron su capacidad crítica sobre su entorno en estos primeros años después de la

contienda y pueden considerar aquel período como experiencia personal. Chacón, en cambio, se

formó intelectualmente a finales de la dictadura y durante la Transición.

Tenemos aquí una diferencia interesante, es decir la distancia y el conocimiento

meramente bibliográfico de la escritora acerca del período que eligió como telón de fondo de su

novela. En este segundo capítulo de nuestro análisis, queremos demostrar que la distancia tiene

sus consecuencias inevitables. Primero, haremos ver que las prolepsis y la ruptura de la tensión

son posibles en esta novela gracias a la distancia y un marco preestablecido en torno a una

Historia bibliográfica, conocida por todos. Luego, intentaremos probar que Chacón, al tener sólo

un conocimiento bibliográfico de la contienda y de la inmediata posguerra, puede haber caído en

cierto sentimentalismo, cierta blandura. No nos limitaremos a meros juicios subjetivos –aunque

calificar una novela de blanda, ya pertenece a la evaluación personal– sino que intentaremos

definir ese “sentimentalismo”, o lo que Mainer ha llegado a llamar infección sentimental, y de

ubicarlo dentro de un marco mas amplio y general, para lo cual el ensayo de Gómez López-

Quiñones “La guerra persistente”, nos ha parecido una fuente muy esclarecedora.

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2. Documentos y testimonios: el significado del paratexto

Una consecuencia inmediata de la distancia frente a los hechos es la obligación de basarse

en documentos. Chacón eligió sumar a éstos los testimonios de sobrevivientes de la Guerra, y ha

pasado, según dice ella, más de cuatro años investigando, acumulando los testimonios. Sin

embargo, esto no conlleva demasiadas consecuencias para la esencia de la novela: igual que en

las demás novelas que tratan de la Guerra, tenemos una mezcla entre ficción y realidad. Aquí la

realidad es el resultado de una investigación, y no de una experiencia personal, como en el caso

de Semprún por ejemplo. Ahora bien, como vimos en el análisis de Veinte años y un día, no es lo

que importa: aunque una novela incorpore hechos reales, la mera plasmación de éstos en un

mundo novelesco, los transformará en elementos que forman parte de ese mundo ficticio. La

pregunta de cuán real y cuán ficticio se puede considerar la historia es por ende impertinente

(véase el análisis de Veinte años y un día). Tenemos un todo novelesco y ficticio.

Sin embargo, Chacón deja las cosas claras al incorporar los documentos históricos y

reales a la misma novela: cartas de Franco y peticiones de muerte sirven de cierre a las partes, o

están incorporadas a ellas. Chacón demuestra haberse lanzado, a pesar del carácter ficticio de la

novela, en una especie de “territorialización” del pasado, por medio de documentos que le

suministraron los archivos. Bajo la misma óptica, se tienen que considerar los agradecimientos a

todas “las personas que le han regalado su historia” (p. 423). Por medio de ese paratexto (el de

los documentos y de los agradecimientos) Chacón quiere otorgar cierta legitimidad a la trama

(parecida al papel de los documentos incorporados a Soldados de Salamina). Nos debe recordar

la base real y fidedigna de la novela: no podemos considerarla como un mero producto de la

imaginación de la novelista. Como nos dice Mechtild Albert en su ensayo “Oralidad y memoria

en la novela memorialística”49

, las novelas que se pretenden basarse en el testimonio oral de

algún testigo de la época poseen un valor documental-informativo “y sugiere autenticidad,

operando en el sentido de simulacro de verdad” (la denominación es de Jordi Gracia). Pero añade

que el discurso de este tipo desvela al mismo tiempo su base instable y subjetiva: “el relato oral

como medio en el que se articula la memoria comunicativa refleja los fallos y las fantasmagorías

propios de una memoria infiel”.

49

Mechtild Albert, “Oralidad y Memoria en la novela memorialística”, en: Winter (ed.), Op. Cit., p.22.

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Chacón, al añadir otro texto al texto novelesco propiamente dicho –es decir el paratexto

de los agradecimientos– subraya igualmente el carácter subjetivo de su base histórica, y pone en

evidencia que estamos ante una interpretación del pasado, puesto que, al no haberla vivido,

Chacón sólo ha podido interpretar los testimonios. Sin embargo, a pesar del doble carácter de las

implicaciones de tal paratexto, creemos que éste funciona en primer lugar como fundamento real

y fidedigno del relato. La Guerra Civil vivida por testigos existentes, reales, y de ahí

competentes, será no sólo un tema literario, sino también “una realidad vigente que plantea retos

y límites a la imaginación y a la invención narrativa.”50

Guardemos esta información en un rincón de la memoria al proceder al siguiente punto de

nuestro discurso.

3. La ruptura de tensión

El suspense narrativo suele ser importante en la novela. Es cierto, la idea de que un

narrador debe parecer estar descubriendo la historia mientras la enuncia, data de la concepción

novelística del siglo XIX. Así, nos dice Gérard Genette51

, un Tolstoi o un Dickens usaron muy

pocas prolepsis, porque van en contra del suspense que se consideraba muy importante. La

concepción de la literatura cambió mucho a finales del siglo XIX y el siglo XX se caracteriza por

un fuerte afán a experimentar y romper con las normas tradicionales impuestos por esos

escritores románticos: dilatan el espacio, el tiempo, los personajes y la trama a veces hasta su

misma inexistencia. Y si no hay trama, resulta difícil hablar de un suspenso narrativo, una

construcción progresiva de la tensión. Sin embargo, a pesar de esa experimentación propia al

siglo XX, el suspense se mantiene como un ingrediente constitutivo de la novela. En el prólogo

de “Suspens/Suspense: Actes du 5e Colloque, Universidad Complutense de Madrid, Université

de Toulouse-Le Mirail”52

, Jean Alsina subraya no sólo el fuerte empuje del género policial y el

relato de la investigación en las últimas décadas del siglo XX, sino también la importancia del

50

Gómez López-Quiñones, Op. Cit. 51

Genette, Figures III, Editions du Seuil, Paris, 1972. 52

Jean Alsina (ed.), Suspens/Suspense, Actes du 5e Colloque, Universidad Complutense de Madrid, Université de

Toulouse-Le Mirail (Toulouse, 6-8 décembre 1990), Toulouse, CRIC, 1993, p. 10.

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suspense en un sentido mucho más amplio, es decir “une pratique de communication à part

entière et non plus comme un procédé ou un ornement au service d‟une volonté d‟effet.”

Así que, si la construcción del suspense suele tener importancia en la novela, Chacón

renuncia a ello. Tenemos un Narrador omnisciente extradiegético que no deja de compartir con el

lector esa omnisciencia suya, refiriendo al futuro, como si la construcción de un suspense no

tuviera importancia. En Veinte años y un día tenemos también un Narrador omnisciente, que no

deja de filtrarse en el relato, refiriéndose a lo que sabe, para compartirlo con el lector, o para

decidir que lo descubriremos más tarde. Sin embargo, ese juego de Semprún funciona

precisamente dentro la construcción de la tensión. En el caso de La voz dormida, no se trata de lo

mismo. Las prolepsis se hacen en torno a información de primer plano. El Narrador refiere a

Hortensia como “la mujer que iba a morir”, al opuesto de Elvira que es “la niña pelirroja que no

va a morir”. Si el suspense implica por su nombre mismo un suspender, es decir un retener la

información, asistimos aquí a un movimiento inverso.

Construcciones como la siguiente son frecuentísimas: el Narrador se dirige al lector

anunciándole cómo se terminará lo que acaba de relatar.

“Quiere tranquilizar a Elvira porque teme que la hermana María de los Serafines la castigue.

La va a castigar, sí.” (p. 162)

“…que se despide de ella con la promesa de que irá a esperarla en la puerta de Ventas cuando

salga [Tomasa].

Y así será.

Reme tardará muchos años en poder cumplir su promesa.

Pero la cumplirá.” (p. 319) (Las cursivas son mías.)

Las prolepsis son más aceptables si tenemos un narrador de la primera persona, como dice

Genette en su Figures III: « le récit à la première personne se prête mieux qu‟aucun autre à

l‟anticipation, du fait même de son caractère rétrospectif déclaré, qui autorise le narrateur à des

alusions à l‟avenir, et particulièrement à sa situation présente, qui font en quelque sorte partie de

son rôle »53

. En otras palabras, para un Narrador en la primera persona, si está retrocediendo en el

pasado para contar su historia, es perfectamente legítimo aludir al futuro (como Robinsón Crusoë,

53

Genette, Op. Cit., p.105.

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por ejemplo, que declara al principio del libro que las palabras de su padre habían sido proféticas,

aunque en el mismo momento no tenía ni idea). En La voz dormida no tenemos un Narrador en

primera persona, sino un Narrador extradiegético y en tercera persona. Ahora bien, pensamos que

este afán del narrador de romper constantemente la tensión, refiriendo al futuro, se tiene que

considerar dentro de un marco narrativo teleológico. Si el Narrador se ve capaz de hablar y

aclarar acciones que sucederán en el futuro, quiere decir que él se encuentra en un punto final de

la historia que está contando.

Los documentos que Chacón incorpora a la novela y el paratexto de los agradecimientos a

los testigos, son en primer lugar indicadores del conocimiento bibliográfico de la contienda que

tiene la escritora, pero establecen también un fuerte lazo con esta Historia conocida por todos,

investigada minuciosamente por los historiadores: la Historia que conoce Chacón, pero que

conocemos también los lectores. Es cierto que Chacón cuenta precisamente las historias que no

conocemos, las de las mujeres obligadas a callar durante décadas. Sin embargo, lo hace

quedándose dentro del marco de esa Historia conocida por todos, la Historia bibliográfica, es

decir, su primera fuente al escribir La voz dormida. De ahí deducimos que no importa demasiado

la tensión, porque todos sabemos como acaba la contienda y como se desarrollará la posguerra. In

extremis, podemos decir que el contar prevalece sobre que se cuenta. Otro ejemplo lo

esclarecerá:

“Cuando caigan Hitler y Mussolini, las potencias democráticas no consentirán un país

fascista en Europa y nos ayudarán a echar a Franco.

–Y será pronto, muy pronto. En cuanto acabe la guerra, volvemos a la República. (…)

No todas las despedidas son tristes.

No hubo tristeza en aquella despedida. Cuando caiga el fascismo en Europa, Sole y Amalia

regresarán. El bloque de la izquierda española en el exilio hará posible el regreso. Y volverán

a verse.”(p. 298)

Si Chacón insiste con cierta ironía y dureza en la gran ilusión que deslumbra el bando

comunista guerrillero acerca de la ayuda de los países europeos y hasta su propio partido en el

exilio, no impide que el Narrador se entremeta para romper enseguida esa misma ilusión.

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“Pero no volverán a verse. Sole y Amalia no volverán a ver a Jaime, ni a Elvira, ni a Mateo.

(…) El entusiasmo les hará creer muchas veces que es posible el regreso. Pero Sole y Amalia

no regresarán.

No.

Nunca regresarán.

Nunca.” (pp. 298-299)

Subrayando la cobardía de los europeos occidentales para intervenir en el conflicto, el

Narrador no tarda en quebrar la ilusión. Y no es molesto, porque todos sabemos lo que pasó. Y el

Narrador –en este caso podemos decir también Dulce Chacón– sabe que los lectores leemos

desde esta misma perspectiva histórica.

Así pues, defendemos la relación entre las frecuentes rupturas del suspenso y un cuadro

referencial sumamente bibliográfico del relato. Por introducir documentos reales en el relato,

Chacón crea este cuadro histórico y nos dirige hacia una Historia documental y conocida por

todos. Por plasmar su novela en torno a tal Historia, la importancia de la tensión disminuye,

porque nos movemos dentro de una zona limitada y conocida. Chacón da luz a las historias

acalladas, pero lo hace dentro de ese cuadro bien preciso.

Además, la elección de un cuadro referencial documental que anula el suspense cuadra

con la ruptura del silencio a la que se ha comprometido Chacón. Acabar con el silencio es lo que

importa, contar prevalece sobre todo. Y, a menudo, es posible que lo contado se vea sombreado

por esa misión.

4. Explicación de la infección sentimental: análisis de los personajes

De las prolepsis que funcionan como rompedores de suspense, pasamos a las analepsias, e

iniciamos nuestro intento de explicar, todavía dentro del marco de la distancia, esa crítica de

“sentimentalismo”. En vez de emitir un juicio subjetivo, intentaremos dar respaldo objetivo al

concepto, mirando más detalladamente la elaboración de los personajes y el espacio.

Descubriremos que la distancia y el mero conocimiento bibliográfico de la Guerra y posguerra

han hecho que la escritora se deslice hacia una pintura particular de los personajes y del espacio,

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y trataremos demostrar que allí está precisamente la clave de lo que unos llaman “infección

sentimental”, o lo que podríamos igualmente calificar como nostalgia.

En fin, las analepsias. El eje temporal de La voz dormida se puede considerar cronológico.

El relato se extiende sobre un trozo de la historia, y sigue la cronología, que se ve reforzada por la

inserción de documentos datados, hitos que aseguran el transcurso lineal de la narración. El libro

empieza al final de la guerra (la primera parte acaba con el parte oficial de Franco de 1939 que

proclama el final de la guerra) y acaba en 1963 con las Instrucciones oficiales para la libertad

condicional del preso. Las prolepsis de las que hablamos anteriormente no rompían el eje lineal

del transcurso del tiempo porque, constituidas de sólo unas palabras, tan sólo pretendían anunciar

el futuro.

Las analepsias, a su vez, sirven sobre todo para cristalizar los recuerdos de los personajes.

La voz dormida es un libro que gira en torno del recuerdo y es evidente que las analepsias tendrán

un papel importante, porque son, tal como los recuerdos, “des évocations après-coup d‟un

événement antérieur au point de l‟histoire où l‟on se trouve.”54

La primera función de esas

analepsias, es decir de los recuerdos, es precisamente dar consistencia a los personajes: las

retrospecciones nos desvelan cada vez más acerca de ellos. Así que el movimiento temporal de

La voz dormida es en primer instante lineal y sigue las rígidas leyes del transcurso del tiempo,

pero este movimiento va a la par con un volver atrás, que sirve para recordar unos episodios

determinantes para cada uno de los personajes. La interacción constante con el pasado –un

pasado relativamente próximo, porque los recuerdos empiezan allí donde empezó la Guerra–

consigue dar cierta densidad a los personajes: si al principio tenemos sólo nombres, estos se van

rellenando por medio de esas vueltas imaginarias al pasado. Las analepsias desempeñan un papel

significativo en esta humanización de los personajes. Sin embargo, tengamos cuidado con tales

denominaciones. No sólo nos acercamos a esa eterna confusión entre persona y personaje, sino

que también puede crear malentendidos (lo que quedará claro con lo que sigue).

54

Ibid., p.90.

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No queremos caer en explicaciones sicológicas acerca del personaje, contra los cuales los

estructuralistas no han dejado de fulminar, así que consideremos los personajes como un conjunto

de rasgos significativos. Todorov55

en su Poética de la prosa dice

« Il vaudrait mieux décomposer chaque image en traits distinctifs, et mettre ceux-ci en

rapport d‟opposition ou d‟identité avec les traits distinctifs des autres personnages du même

récit. On obtiendrait ainsi un nombre réduit d‟axes d‟opposition dont les diverses

combinaisons regrouperaient ces traits en faisceaux représentatifs des personnages.

En otras palabras, los estructuralistas proponen la descomposición del signo (que es el

personaje) en rasgos distintivos, para luego poder oponer un personaje a otro, porque el

personaje-signo sólo podrá obtener valor significativo por diferenciarse o acercarse a otro signo.

Philippe Hamon56

disecciona a su personaje hipotético P1 en los rasgos siguientes:

“sexo”, “origen”, “ideología” y “dinero”. Un personaje que posee todos los rasgos será, desde

luego, más “complejo”. Ahora bien, sostenemos que los personajes de La voz dormida, a pesar de

su densidad histórica, obtenida por la acumulación de retrospecciones, no pertenecen a esta clase

de personajes complejos. Según el punto de vista de Hamon, el personaje adquiere su

complejidad por ser una compilación de varios rasgos distintivos que, a su turno, sufrirán

transformaciones. Los personajes secundarios –también llamados roles– serán definidos por sólo

una calificación única, que no está sujeta a transformaciones por medio de reacciones con otros

personajes-signos.

Los personajes de La voz dormida funcionan en un esquema fijo de rasgos de identidad.

Además, este esquema se podría –en una opinión extrema– resumir a un único rasgo de

identidad: él de la ideología. El rasgo de la ideología, en este caso el comunismo, es tan

predominante que llega a sombrear las demás características de los personajes. Éstos se

convierten así en personajes-estereotipos caracterizados por el único rasgo del compromiso

ideológico. Lo que sorprende es que todos los personajes, entregados a ese propósito mayor del

ideal comunista, logran no traicionarlo, siguen fieles, y esto, hasta la muerte.

55

Tristan Todorov, Poétique de la Prose, Paris, Éditions du Seuil, 1971. 56

“Pour un statut sémiologique du personaje”, en: R.Barthes, W. Kayser, W.C. Booth, Ph.Hamon, Poétique du récit,

Éditions du Seuil, 1977.

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Hortensia muere en la cárcel, por sus ideales. Tomasa y Reme reemprenden el combate

por la organización de la lucha clandestina después de su liberación de la cárcel de Ventas.

Paulino se hace militante comunista con tan sólo veinte años, y sigue luchando mientras está

encarcelado durante décadas, organizando la lucha guerrillera desde el interior de la jaula.

En cambio, dos personajes adolescentes, Elvira y Tensi, parecen evolucionar. Elvira pasa

de ser una niña despreocupada a una guerrillera feroz. Al igual que Tensi que, a pesar de las

reticencias de Pepita, se compromete en la lucha comunista. Sin embargo, en este caso tampoco

se trata de personajes complejos. Alejándonos un poco de la rigurosa nomenclatura

estructuralista, podríamos decir que los personajes complejos se caracterizan por rupturas,

reajustes, crisis e inestabilidad de sus rasgos de identidad. Aquí no es el caso: el cambio está

provocado únicamente porque el personaje ha llegado a la edad dónde inevitablemente entrará en

el esquema de identidad de los demás personajes. No cabe duda: los dos personajes adolescentes

se entregarán, al igual que los demás adultos, al comunismo. Se añadirá, a su esquema de

identidad el único rasgo sumamente importante: él de la ideología.

Queda por esclarecer el caso de Pepita, el personaje que más se acerca a una protagonista

de la novela. Y es que Pepita es diferente: es el único personaje apolítico. La política le parece

una gran araña negra y peluda, que atrapa y enreda a las personas con su pegajosa tela. Sin

embargo, el final de la novela es significativo. Ya estamos en el paratexto, y Chacón nos afirma

que gran parte de su novela se debe a una cordobesa de ojos azulísimos: a Pepita, y también a

Jaime, que murió el día 29 de abril de 1976. Como cada primero de mayo, para evitar disturbios,

la policía se presenta a casa de Jaime para llevárselo durante unas horas. Pepita abre la puerta.

“Pasen, y llévenselo”, les dice, y los conduce ante el cadáver (p. 425). Pepita, al haber muerto su

marido, se alía de esa manera al bando de su marido, y aprovecha del momento para dar una

última lección moral a los enemigos de la democracia.57

Así pues, Chacón pinta a los personajes en función de un alto compromiso político. Los

personajes que no pertenecen a este círculo ideológico, por sentimientos de hostilidad, miedo o

por mera inmadurez, acaban por unirse a él. Añadimos que los personajes que se entregan a la

ideología comunista con todo el alma están además presentados bajo una luz muy favorable. No

sería inimaginable que aquellos personajes fueran condenados por otro narrador: todos tienen fe

57

Gómez López-Quiñones, Op. Cit.

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ciega en la ideología –la única crítica viene de Pepita–, todos los actos de los personajes derivan

de la relación con el comunismo. Y lo que no se relaciona directamente con eso, se ve

incontestablemente subordinado. El amor, por ejemplo, nunca podrá hacerle negar a Paulino su fe

comunista y, antes de que Pepita le pueda contestar su petición de matrimonio, siente la

necesidad de dejar las cosas claras:

“Antes, quiero que sepas una cosa. (…) Una cosa muy importante, que quiero que entiendas bien.

(…) Soy comunista. No quiero engañarte, no sé cuanto tiempo seguirá siendo así. Tienes que

saber que soy un hombre político y que nadie podrá cambiar mis ideas. Nadie. Esto es una cosa

más seria que si hubiera tenido un hijo, y será así hasta que me muera, o hasta que me maten si me

tienen que matar.” (p. 170)

Por pintarles bajo una luz favorable y por enseñar que es posible cumplir una serie de

valores morales, sin desviarse de ellos, creemos que es permitido hablar de idealización o

heroización de los personajes.

5. Personajes idealizados en una comunidad utópica

De la entrega de los personajes a un propósito mayor, uno que excede sus propias

necesidades, surge la imagen de una comunidad. Puesto que todos se sacrifican a la lucha

comunista que tiene su propio código moral, se establece entre ellos inevitablemente un lazo

fuerte de solidaridad, hermandad y amistad.

Así pues, sostenemos que de una heroización de los personajes surge otra: la

representación de la Guerra Civil como espacio utópico. Como bien lo dice Gómez López-

Quiñones58

: “La Guerra Civil está representada como un espacio utópico porque funciona como

el marco histórico ideal en el que reinventar y recrear un patrón específico de identidades.”

Paradójicamente, la Guerra Civil, como espacio violento y regido por tensiones, posibilita

precisamente esa cohesión y solidaridad entre los seres. Está presentada como un lugar

58

Ibid., p.210.

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privilegiado en los cuales altos valores morales que hoy en día han caído en declive, eran todavía

realizables.

Para volver a citar a Gómez López-Quiñones:

“La propia identidad se define en relación a las necesidades del grupo, al compromiso

ideológico de éste y a sus objetivos políticos. En otras palabras, la guerra sería un estable

tiempo de carencias, padecimientos y adversidades que fomenta, sin embargo, la aparición de

una solidaridad horizontal, un verdadero sentido de pertenencia y obligación hacia el grupo,

último y principal referente para la toma de decisiones.” 59

Nos parece que Chacón, al implantar sus personajes en un espacio idealizado, en el cual

se ven capaces de seguir y de cumplir una alta moralidad, que además forja una profunda

solidaridad entre ellos, se acerca de lo que podríamos llamar nostalgia.

La nostalgia va a la par con el añoro, con extrañar la lejanía o la ausencia de alguien o

algo querido. En el caso de Chacón este „algo querido‟ sería un mundo en el que era posible

actuar según un esquema preestablecido de alta moralidad, posibilidad por la que surgía además

una solidaridad genuina. Pero añorar tal mundo, significa que tal mundo era posible, y esto es, sin

duda una idealización. La historia no está marcada por regularidad, por esquemas de actuación

fijos y preestablecidos. En cambio, es un hecho comúnmente aceptado que la Historia está regida

por irregularidad, por contradicciones y conflictos. Pretender lo contrario es idealizar, y dar una

imagen errónea del pasado. Ahora bien, no decimos que el papel de la literatura sea dar una

imagen exacta y fidedigna de la Historia, pero sí creemos que una idealización de cierta época

puede hacer daño a una memoria colectiva, o mejor, a un recuerdo colectivo, sobre todo en una

época en la que se pretende rellenar los blancos en nuestra memoria y corregir la imagen falsa

que tenemos del pasado.

6. En fin, la infección sentimental

59

Ibid., p.265.

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Acabamos de demostrar que Chacón idealiza el período de la Guerra Civil por pintarla

como un espacio en el que unos valores morales que hoy han caído en decadencia eran todavía

realizables. El libro respira por eso cierta añoranza. Así pues, creemos que aquí encontramos la

clave de lo que algunos llamaron sentimentalismo. José-Carlos Mainer ha incluso llegado a

hablar de una infección sentimental, una tendencia que, según él, empieza a registrarse, y que

demuestra que estamos “en plena recuperación sentimental del destierro de 1939”.60

Estamos de

acuerdo con Mainer que este sentimentalismo “es consecuencia de la distancia temporal, de la

edad de los escritores y, sin duda, de esa imagen fundamentalmente bibliográfica que el tema

tiene para muchos de ellos.”61

Sin embargo, creemos que la clave está en el concepto de

nostalgia, extrañamiento a la que tienden fácilmente los autores que no tienen recuerdo personal

e individual de la contienda. El filósofo Avishai Margalit dice, en su ensayo „Ética del Recuerdo‟,

que la nostalgia es una parte muy esencial del recuerdo compartido. Pero añade que no es un

elemento tan inocente como se podría creer:

“Uno de los elementos constitutivos de la nostalgia es el sentimentalismo. Y el

sentimentalismo es problemático en tanto que, en determinadas situaciones, falsea la realidad

de una manera muy específica, que tiene también consecuencias morales. En el caso de la

nostalgia, el sentimentalismo falsea el pasado por idealización. Los hombres, los

acontecimientos y las cosas del pasado se presentan como si los caracterizase la más pura

inocencia. Atentar contra el pasado nostálgico es como atentar contra los objetos

notoriamente cursis: niños que lloran, mendigos que sonríen, payasos afligidos, bebés

dormidos y perros tristes con ojos marrones. La nostalgia puede expresar una relación muy

tierna con el pasado pero puede estar acompañada también de un sentimiento sumamente

peligroso, a saber, que el recuerdo compartido del pasado es una pura cursilería.” 62

(Las

cursivas son mías.)

No decimos que la visión del pasado que Chacón comparte con nosotros es “una pura

cursilería”. No efectuaremos juicios personales y subjetivos, así que, a la pregunta de si ese

sentimentalismo quita valor a la novela, nos quedaremos en silencio. Sin embargo, creemos que,

si Chacón se ha comprometido a esta lucha de descubrir y difundir la verdad de aquellos años

60

Mainer, Op.Cit., p.103. 61

Ibid. 62

Avishai Margalit, Ética del recuerdo, Barcelona, Herder, 2002, p.54.

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oscuros, de quitar el velo que los cubre por el franquismo y por la misma Transición; si esa es la

misión de Chacón (y la es, ella misma no ha dejado lugar a dudas), no debería caer en

idealizaciones del pasado. Porque idealización significa distorsión, amputación de la verdad.

¿Cómo podremos llegar a un discurso común, verdadero y puro, si no damos cuenta de los

conflictos internos, las crisis y la discontinuidad de la Historia?

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CAPÍTULO 6

CAPITAL DE LA GLORIA

“Pasarán años y olvidaremos todo”

1. Introducción

Capital de la gloria es una colección de diez cuentos que dibujan una ciudad sumergida

en el caos de la Guerra. Nos encontramos en un Madrid bombardeado y sitiado, en el cual varios

personajes buscan su manera de enfrentarse con la triste realidad, o más a menudo, huir de ella: el

amor pasional, el sexo crudo y violento, la dominación masculina, ahogarse en los recuerdos o

soñar con una ciudad lejana e idealizada son algunas de sus maneras para escapar la horrorosa

contienda. Se trata de una obra que habla de la supervivencia: esboza la vida de individuos, uno

por uno, que se juntan y se moldean en una gran pintura de Madrid, que, al fin y al cabo, es el

único y verdadero protagonista de Capital de la Gloria.

Diez historias, diez protagonistas: pasamos de una joven madrileña en medio de la noche

(Los deseos, la noche), por una madre mayor que busca su refugio en un París utópico (El viaje a

París), por Rosa, chica atractiva que piensa encontrar serenidad en una relación gratuita y

violenta (Rosa de Madrid), para llegar al final de la guerra, en un Madrid desolado, donde el ex-

soldado Miguel busca completar su recuerdo de una fotógrafa alemana (Las ruinas, el trayecto:

Guerda Taro). El abanico de personajes es infinitamente variado, pero algo les une: forman parte

de los oprimidos, de los que serán vencidos por Franco. Zúñiga no recae en un retrato idealizado

de esa banda: subraya que entre ellos también hubo traición, insiste en la cantidad de chicos

jóvenes que combatían en el frente, sin saber para qué, sin estar convencidos de los ideales

republicanos. Opta por estos personajes porque son ellos los que han sufrido lo máximo y

quienes, poco a poco, se han ido degradando, a la par que la capital en la que vivían. Por

consiguiente, no estamos ante grandes heroicidades, ni tampoco grandes vilezas: son historias

que estremecen por su sencillez y porque los protagonistas son personajes anónimos que en un

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momento adquieren importancia, porque, aunque no lo sepan, son ellos los necesarios, quienes

hacen y son la historia, quienes caminan por la ciudad.

Relatándonos las historias de esos individuos, Zúñiga nos cuenta la historia de un Madrid

–“la capital de la gloria, cubierta de juventudes la frente63

”–, que también es otro Madrid:

símbolo de cualquier ciudad en estado de guerra.

En nuestro análisis, empezaremos con una reflexión sobre la estructura de la obra y su

significado dentro del tratamiento del tema de la Guerra Civil. La forma nunca es gratuita. Luego,

estudiaremos los temas que superan las fronteras entre cada historia aislada: Capital de la Gloria

relata en primer lugar los efectos de la Guerra en los individuos, y los podemos condensar en

algunos rasgos. Para terminar, elegiremos un cuento específico del cual ofreceremos un análisis

más detallado y completo.

2. La estructura

Como vimos en el comentario de Veinte años y un día, la preferencia de una estructura

especifica para el molde de su historia, no es una elección inocente. Habíamos concluido que, en

Semprún, la superposición de prolepsis, analepsias, versiones diferentes de un mismo

acontecimiento, ruptura narrativa por el Narrador mismo, eran formas según las que la estructura

expresaba una incapacidad por la palabra de reflejar un hecho histórico tan enredado como la

Guerra Civil española.

De cierta manera, Zúñiga, al contrario que Semprún, asume plenamente su deber de

Narrador. Cada relato es una historia sencilla y cronológica, un paso decisivo en el avance de la

línea cronológica que acaba con el último relato, al final de la Guerra.

Hay una linealidad muy estricta, ininterrumpida por intrusiones molestas de un Narrador

algo exhibicionista. Podríamos decir, pues, que no parece haber mayor problema en la conversión

de la Historia al cuento, algo que encontramos claramente en Semprún.

63

Verso por Rafael Alberti, Epígrafe.

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Sin embargo, hay razones que hacen creer que Zúñiga, al igual que Semprún, sacrifica su

estructura narrativa en función del tema de la guerra: éste tampoco permite aquí un molde pulido

y acabado. Zúñiga optó para un conjunto de cuentos, una estructura que no es unitaria, sino

plural, con el propósito de demostrar que la Guerra no se puede contar en una sola historia, sino

que es la historia de miles de individuos. Compilar las historias de diez de esos individuos sería la

forma mas adecuada, que más se acercaría a la realidad. Decimos acercar, porque, como queda

claro, la realidad es algo inalcanzable: no existe su fiel reproducción.

La escritura de Zúñiga enlaza claramente con la pintura: cada capítulo se parece a un

cuadro, en él que se pone en escena un personaje en la capital asediada y se describe su manera

de llevar la violenta tristeza. El lazo entre pintura y fotografía es obvio, y esta comparación con la

fotografía podría encontrar una clave en el cuento Ruinas: el trayecto, Guerda Taro. En este

capítulo, que es un gran homenaje a la fotógrafa alemana y a todos esos periodistas extranjeros

que arriesgaron su vida en la contienda española, algún joven le dice a la alemana:

“nunca una foto informaría de un suceso como lo había conseguido la palabra escrita; por lo

cual la historia la habían hecho en el pasado los escribas, los cronistas y no los pintores que

reproducían sólo la presencia de lo instantáneo.” (pp. 158-159)

Pero Guerda le contesta que aquellas fotos podían “dar testimonio indiscutible de lo que

ocurrió, aunque fueran escenas aisladas” (Subrayado por mí.). También vino a decir que pasarían

años y todo quedaría olvidado, lo sucedido sería un confuso recuerdo, pero un día aquellas

fotografías habrían de servir para juzgar la barbarie y la crueldad de unos años sangrientos (p.

159). Las palabras crean un recuerdo confuso, una idea vaga y mal delimitada de lo que era la

guerra, porque pretenden formar un todo coherente, pero nunca logran hacerlo. Veinte años y un

día sería aquí un ostensible ejemplo, donde Semprún pone en evidencia esta incapacidad de la

palabra en reconstruir la Historia, superponiendo varias versiones del mismo relato. La fotografía

es, al igual que la lengua, un instrumento subjetivo; Guerda continúa diciendo que

“la fotografía no era un puro hecho mecánico: precisaba una conciencia formada para elegir

lo que se debía captar y que así quedaría registrado como el momento equivalente a lo que los

ojos ven en un instante, y por lo que se consideran informados.” (p. 158)

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Los dos medios de comunicación son subjetivos, eso es inevitable, pero Zúñiga proclama

claramente su preferencia por las fotografías que, por lo menos, persisten al paso del tiempo

como reflejos claros.

Defendemos la interrelación de la estructura del libro con la fotografía: diez historias

cortas, como pinturas, cuadros, o fotografías, porque sería la única manera de dar cuenta de lo

que pasó. En su rechazo de lo pulido, lo acabado, lo unívoco, Zúñiga coincide con Semprún. Sin

embargo, aquí no tenemos una superposición de voces, una cacofonía, sino un especie de diálogo,

una canción en la que cada uno tiene su parte y espera a que el otro acabe con la suya para

empezar a cantar.

3. Los temas: más allá de los límites entre los cuentos

¿De qué tratan las historias? ¿Cuáles son los temas que traspasan las fronteras entre cada

“fotografía”? Lo que nos interesa no son las historias fragmentarias, sino la visión totalizadora

del libro. Ya lo hemos mencionado: el libro trata de los efectos de la guerra en el hombre. Este

hombre no es un héroe en el sentido estricto de la palabra, sino una persona anónima con la que

podemos identificarnos, totalmente ajeno a la guerra y su violencia, con la excepción que está

condenado a pasar por ellas. Cada pintura nos enseña otra forma de convivir con la pesadilla de la

contienda. Cada uno busca sus ilusiones, sus sueños. Encontramos personajes que se instalan en

un futuro ilusorio, en una idealizada ciudad de París, a la que quieren escapar. Otros, en cambio,

se aferran a su pasado y piensan que lo más efectivo para resistir la guerra es defender lo que

tienen y abrigar sus recuerdos. El tema transgresor se resume en la siguiente pregunta: ¿Cómo

escapar? Enumeraremos y estudiaremos brevemente las diferentes escapatorias propuestas por

Zúñiga.

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3.1. El amor y la pasión en Capital de la Gloria

Enamorarse implica una reclusión interna ante la realidad, estemos en la guerra o no. La

persona enamorada se desconecta de la del mundo diario, encerrándose en un universo irreal de

deseo e idealización. El enamoramiento es una escapatoria lógica y evidente.

Sin embargo, Zúñiga nos cuenta diferentes historias de amor, pero nunca es un amor puro

y durable, sino una pasión carnal, un amor violento y destructor o una intimidad quebrada por la

traición. El amor es un protagonista esencial de Capital de la Gloria, su intimidad ofrece

consuelo y distracción a los personajes. No obstante, su papel subraya más que cualquier otra

cosa la imposibilidad de aparecer en su forma más genuina. La guerra pervierte el amor, lo

desnaturaliza, lo convierte en algo puramente corporal, haciéndolo aparecer en sus versiones

menos auténticas.

a) Los deseos, la noche (p. 9)

Adela se escapa de casa para pasear en las calles oscuras de Madrid. La noche es el

momento en el que se desarrollan los sentidos –oído, tacto, olfato– y con ellos prospera el deseo:

“la noche que siempre presintió acogedora del amor, convirtiendo en secreto cada acto posible en

el arrebato de ser todo ciego y entregado” (p. 10). Adela, joven atractiva, enamorada de su novio,

acepta las propuestas picantes de un desconocido: “te besaré en los hombros y bajaré despacio los

labios y te lameré los botones del pecho” (p. 17). Pero la historia se acaba pronto: los dos se

pierden en el alboroto de la noche.

Ha llegado el momento en que Adela se siente preparada en experimentarlo todo, “no

negarse a la solicitud que alguno le hiciera, e irse donde la llevara, dispuesta a experimentar lo

que hacía tiempo deseaba” (p. 10).

Adela busca la aventura, sale de noche aunque sea muy peligroso. Rastrea la excitación,

en todos sus aspectos. El tiempo de la guerra acelera su búsqueda de lo desconocido: se quiere

distraer y necesita experimentar todo lo que quizás dentro de poco ya no podrá. Lo triste es que

Adela ya no tiene criterio, aceptaría todo, a pesar del daño que le podría hacer.

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“La intriga lo que le ha dicho y ella hubiera aceptado todo lo que le propusiera, haber llegado

a conocer la pasión plena y el límite del placer. Recuerda el cuerpo extendido en la cama que

ha visto en el hotel y su paso se hace más inseguro, yendo por varias calles que conoce bien.”

(p. 17)

b) Rosa de Madrid (p. 55)

Rosa, la joven de Madrid, pasa por una evolución similar, aunque más excesiva y

aflictiva. Donde la curiosidad por el sexo y la pasión carnal de Adela se pueden considerar algo

sorprendentes, la búsqueda de Rosa se convierte en una verdadera tragedia.

Si al principio Rosa piensa todavía que una relación amorosa con las confianzas y la

mutua simpatía, con la ternura y las condescendencias que imaginaba, podría tranquilizarla y

hacerla sentir menos sola, su búsqueda del amor se hace más y más violenta. Empieza una

relación con un hombre que le da placer, ternura, amistad, pero Rosa no está satisfecha, porque se

da cuenta de que su amante no consigue despertar la pasión en ella, “el éxtasis, el nublarse la

vista y clavar las uñas en los hombros del que se movía sobre ella” (p. 68).

Cuanto más violenta se hace la guerra en Madrid, más brusquedad aparece en las

relaciones que mantiene. Rosa busca frenéticamente una fuerza brutal que puede servir de

contrapeso a la violencia que devora Madrid y sus ciudadanos inocentes. Rosa es Madrid:

“Se fue degradando lo mismo que la ciudad que la rodeaba y a la que pertenecía, que de ser

hermosa y limpia, con jardines y avenidas, iba arruinándose, bombardeada, hambrienta, sucia

y fantasmal en su silencio de calles desiertas.” (p. 71)

Rosa se degenera, poco a poco, por el miedo de la violencia y la destrucción. Es una

angustia permanente, un “mordedura”, algo que no se puede definir fácilmente. Es un compañero

indeseado que nunca se aleja de ella, un miedo que Rosa termina por relacionar con todo lo que

es ajeno a ella: el mundo entero se hace enemigo suyo, alimentando su angustia. En fin, Rosa no

busca a identificarse con la ciudad, sino cree que con la violencia hacia su propio cuerpo podrá

apagar el terror. Es cierto, uno no tiene miedo de lo que ya conoce: buscar y encontrar el sexo

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violento, la dominación masculina, la dureza devienen medios para superar el miedo, que ella

considera una debilidad.

Pero la violencia escala cuando un obrero bajo y robusto le muerde las ingles: tiene que

escapar corriendo. Al huir, oye tambores, un sonido que simboliza su miedo, esta presencia

amenazadora que se acerca poco a poco:

“anuncio de tropas en marcha, de soldados que avanzaban con armas dispuestas, abriéndose

camino entre casas ardiendo y personas que huían.” (p. 71)

Rosa de Madrid es un cuento que evoca la triste soledad en tiempos de guerra: una

soledad que Rosa piensa poder apagar con el amor. Pero se da cuenta de que el contacto con un

hombre nunca podrá llegar a borrar un temor tan profundo y la soledad parece poder apaciguarse

sólo por medio de la muerte. Anunciando al principio que Rosa “nunca llegará a la edad

decepcionante de ser madre con hijos y frustraciones en el declive de toda ilusión” (p. 55), el

final del cuento enlaza con esta frase cuando el ruido de los tambores devora a Rosa, devastada

por sus tonos inaguantables.

Los deseos, la noche y Rosa de Madrid son dos cuentos que nos muestran una válvula de

escape que fracasa. Aparte de subrayar la incapacidad del amor para ofrecer una respuesta a la

tristeza de la Guerra, evocan la destrucción de la juventud, de la belleza en tiempos de guerra,

que hacen marchitar todo lo que rozan.

3.2. Dos escapatorias: refugiarse en el pasado o soñar con el futuro

En Viaje a París la madre sueña con escapar a un París lejano e ilusorio; en El amigo

Julio, Antonio está enamorado de un recuerdo sublimado de su amigo. Se trata de formas

diferentes de sobrevivir el horror de la Guerra, pero al fin y al cabo los personajes siempre eligen

entre dos alternativas: soñar con el futuro y con la acción, o aferrarse a sus recuerdos. Bajo este

aspecto, el cuento Las huidas (p. 97) nos expone información valiosa. En este cuento, sobre el

cual volveremos más adelante, se oponen esos dos modos de escapar en dos personajes. Clara y

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Amalia, dos hermanas, representan respectivamente la huída en el pasado y el sueño con la

acción.

“Clara no quiso hacer nada sino estar en casa consagrada a cuidar y a limpiar, igual que si el

chalé fuese su propio cuerpo, y le daba importancia a todo lo que era antiguo, y así parecía

feliz.

Amalia, por el contrario, siempre soñó con viajar, ir a París, ser una pintora y ganar dinero.

Últimamente quería escapar de la guerra, establecerse en Valencia y allí, dibujar.” (p. 103)

Pero Zúñiga no se limita a presentar esos dos modos de escapar en el sueño y las

ilusiones. En realidad, añade un tercer camino: traspasar la frontera entre soñar y actuar,

simbolizado por el personaje de Santiago. Santiago comparte con Amalia los mismos sueños, y le

invita incesantemente de marcharse juntos. Amalia, irritada por las propuestas indecentes de su

enamorado vecino, las tiene que declinar. Sin embargo, un día “se le contrajo la garganta como a

punto de dar un grito, se precipitó la respiración: toda esperanza de libertad se perdía” (p. 110).

Se da cuenta de que la única forma de escapar a Valencia es con Santiago, pero se encuentra con

una puerta cerrada: Santiago no le ha esperado.

Zúñiga no condena las formas de llevar la guerra. Se limita a describirlas. No prefiere la

acción al mero sueño de actuar, enseña únicamente que la Guerra no permite que uno se demore

en sus decisiones. Si uno se estanca demasiado tiempo, el momento fructífero ya habrá pasado.

3.3. Los deberes de conciencia

En Los mensajes perdidos (p. 42) se trata de otra huída de la realidad: los deberes de

conciencia. Una familia recibe el encargo solemne de devolver el reloj de un soldado fallecido a

su propietario: era su última voluntad. Tal como huir en el pasado o soñar con el futuro, nos

encontramos otra vez con el tema del alejamiento de la realidad: la historia que se esconde detrás

del reloj fascina a la familia y es para Luisa, que se encarga con buscar el poseedor, una manera

de escaparse de la vida diaria, enganchándose a una historia romántica:

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“me admiró (…) que una muchacha tan joven se interesara por historia tan absurda en

aquellos meses de tensión cuando lo cotidiano se convertía en una pesadilla por las urgencias

de salvar la vida o hallar un poco de pan”. (p. 48)

Y al igual que en Las huidas, nos volvemos a encontrar con dos personajes, que optan por

dos formas de huir diferentes: el enamoramiento y el deber de conciencia. Pero tal como Amalia

y Clara, estas formas comparten un rasgo común con el resto de maneras por las que los

personajes de la Capital de la Gloria optan para seguir viviendo rodeados por la muerte: la huída

de la realidad en todos sus aspectos.

“Para mí fue duro aceptar que cada ser humano crea sus fantasías que hacen vivir e ir

adelante: para unos era cumplir con los deberes de conciencia, para otros, la ilusión de los

amoríos; después, a unos y a otros sólo quedaría el vacío de la desilusión.” (p. 49)

Y así deja claro que esas escapatorias, con lo variado que son, resultan ser todas iguales y

necesarias: procuran la ilusión necesaria para resistir a la guerra. Algunos no consiguen creer en

sus propias fantasías y se autodestruyen por no tener la fe necesaria: la ilusión es imprescindible,

su molde carece de importancia.

3.4. La magnificación de los objetos

Cabe señalar un rasgo peculiar que adquieren los objetos en esta búsqueda de la felicidad

que persiguen los protagonistas. Algunos objetos se magnifican, se subliman en lo que podríamos

llamar objetos-símbolos. Así tenemos, por ejemplo, el anillo en Anillo de traición, pero que

vuelve a aparecer en El viaje a París y Patrulla del amanecer. Otros ejemplos son el lápiz en

Ruinas: el trayecto, Guerda Taro o el reloj en Los mensajes perdidos.

El anillo desempeña el papel protagonista en el cuento que lo incluye en su título: Anillo

de traición (p. 112). El cuento empieza cuando Triana está en las trincheras con su amigo

Leoncio. Éste muere de repente por un obús inesperado. Al coger el brazo inerte de Leoncio,

Triana nota un anillo verde en su dedo, un anillo de mujer. A partir de allí, asistimos a unas

retrospecciones que nos informan del origen de ese anillo: herencia de su madre, Triana lo regaló

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a su novia, como excepcional prueba de amor. En fin, parece que María le fue infiel con Leoncio,

y le regaló ese anillo, sabiendo que se iba a una batalla extremadamente peligrosa. Triana decide

de ir a verla, pero allí se da cuenta de que el amor se ha roto irremediablemente.

El anillo es aquí signo de traición, testimonio de la infidelidad. Y esto debe extrañar: el

anillo es el símbolo por excelencia de la fidelidad, del casamiento. La joya, objeto concreto e

ineludible, resume el fracaso de la historia de amor, y está comparada a la misma anilla de un

obús:

“el anillo del seguro, una pequeña anilla de plomo al final de la cinta, igual que un adorno

femenino, puesto sobre la piña que se abriría en la explosión como un surtidor de materia

incendiaria.” (p. 114) (Las cursivas son mías.)

Esta comparación entre amor y muerte está incluida en la estructura del cuento que

empieza con la explosión que mata a Leoncio, y acaba con la que deja herido a Triana:

“Sí, el amor: una explosión muy dentro estalla, su luz deslumbra pero en seguida deja sólo un

humo, triste humo gris –como el de una granada–, al cual, sin tardar, el viento, incluso el más

suave, se lo lleva y a poco se esfuma, y nada queda, de él nada queda.”

Terminando el cuento de la misma manera de la que empezó, Zúñiga encierra la historia

en un estrecho molde circular, un anillo ajustado que circunde el cuento, dejando claro que el

amor es algo efímero y expuesto a los mecanismos de la traición, tal como la vida.

Si el anillo sólo apareciera en este cuento, no habría razón ninguna para extrañarnos, pero

Zúñiga relaciona esta joya como símbolo de la traición en al menos dos cuentos más. En El viaje

a París, la protagonista, madre de numerosos hijos, sueña con un París imaginado e idealizado.

Ha dejado de asumir su papel de madre y cada noche, en vez de cocinar, se escapa hacia una cita

desconocida, abandonando a sus hijos. La prima se da cuenta de que la madre, de repente, lleva

sortijas en las manos y que estas se multiplican. El crecimiento de sus joyas va a la par con el

aumento de su ausencia mental y física. Al final del cuento, la madre vuelve a casa, con las

manos limpias de joyas:

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“Apoyó los brazos en la mesa y todo el volumen del cuerpo gravitó y se hundió como si de

allí ya no pudiese levantarse por una renuncia que la mantuviera sujeta definitivamente al

círculo de los hijos, unida a la suerte fatal que les aguardaba, según era justo prever, en la que

habrían de renunciar a tantas cosas, a estudiar, a ser felices, a sentirse seguros, sometidos

también ellos al destino doloroso de los vencidos en la maldita guerra.” (p. 40)

El anillo vuelve a significar la traición, a la realidad como tal y a sus responsabilidades

como madre de familia.

La pulsera, igualmente una joya de forma redonda, tiene la misma función en Patrulla del

amanecer (p. 76). Aquí es símbolo de la traición de un padre comunista: su hijo, mucho más

tarde, se entera de que la joya que su padre un día trajo a casa, era fruto de un robo y un

asesinato. Descubre que éste no era tanto un héroe como un criminal.

La joya adquiere en Capital de la Gloria un significado simbólico. Papel parecido es

desempeñado por el lápiz en Ruinas: el trayecto, Guerda Taro y el reloj en Los mensajes

perdidos.

Lo importante no es tanto saber por qué el anillo recibe la connotación de la traición, de lo

negativo, sino de saber por qué los objetos se apoderan de tan gran valor. Y es que los objetos son

tangibles, concretos, y de allí símbolos de algo inevitable. Resumen una historia, algo que se

tiene que asumir, porque esta ahí: se puede tocar, se puede sentir, no es algo que se puede eludir.

Son objetos de la fatalidad.

Las descripciones que los protagonistas dan de sus respectivos objetos de la fatalidad son

significativas:

La pulsera en Patrulla del amanecer como un

“círculo obsesivo, una ara de oro con su insistente dolor íntimo, certidumbre difusa tan difícil

de aceptar que el padre, en la patrulla Los Linces del Amanecer, fuese un asesino.” (p. 83)

(Las cursivas son mías.)

O el anillo en Anillo de la traición:

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“Ni los bombardeos, ni las minas que todo deshacen, ni el hambre que tortura, ni las muertes

sangrientas que los odios arrastran: una modesta joya anticuada fue lo que me atravesó el

alma como una bala, la certeza de que algo de juventud en mí acababa de acabar la seguridad

que el amor me daba.” (p. 123) (Las cursivas son mías.)

Algún crítico llamó este libro una “venganza contra la retórica del horror, el triunfo total

de la antirretórica”64

, cristalizada en la presencia escueta de la vida diaria, de los afanes corrientes

de la gente común en una situación excepcional. El amor, la pasión, el miedo, la nostalgia, el

recuerdo, la felicidad y el sufrimiento son los protagonistas de estos cuentos. En un mundo de

personajes tan efímeros como las pasiones y los sentimientos, se hace imprescindible la aparición

de unos elementos estables, tangibles, que expresan esos mismos sentimientos pero los anclan en

un terreno fijo e inmovible. Los objetos necesitan aquí elevarse a un nivel simbólico y alegórico

para poder formar puntos inquebrantables en un mundo regido por la brevedad y la inseguridad.

Para terminar, haremos un recorrido de uno de los últimos cuentos, y el más significativo.

4. Ruinas: el trayecto, Guerda Taro

4.1. Introducción

La Guerra ha terminado: el Madrid republicano acaba de rendirse, después de tres años de

resistencia feroz. Estamos en una ciudad en ruinas y particularmente silenciosa. Miguel, un ex-

soldado, obstinado a olvidarse de su pasado comunista y de salvar su propia vida, anda por las

calles en búsqueda del hombre que le conseguirá su nueva identidad. Aún en el cuartel

comunista, quema todos los documentos que podían comprometer: carnés políticos,

salvoconductos, hojas de control... Entre ellos, encuentra una foto que no va a dejar de fascinarle,

una foto de Guerda Taro, fotógrafa alemana, a la que conoció brevemente en el transcurso de la

guerra. Su tránsito por Madrid sirve de pretexto para acordarse de Guerda, para reflexionar sobre

el recordar y el olvidar. En su camino se tropieza con algunos personajes, todos miedosos por la

64

Santos Sanz Villanueva, Zúñiga retrata la vida bajo las bombas en Madrid [online]. Madrid: El Mundo, el 15 de

abril de 2003. URL: <http://www.elmundo.es/elmundolibro/2003/04/07/protagonistas/1049715110.html>.

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incertidumbre en la que se encuentran el último día de la contienda, y visita a un hombre que le

explicará el trágico final de Guerda. Pero Miguel sigue su camino.

Ruinas: el trayecto, Guerda Taro es la historia más larga y eso hace que contenga los

elementos claves que hemos destacado en el conjunto de cuentos. Nos permitirá tratar tiempo y

espacio, además de analizar el tema de las escapatorias y la magnificación de los objetos. Por su

riqueza nos facilita establecer puentes con los otros cuentos.

4.2. Tiempo y espacio

El conjunto de cuentos empieza con Los deseos, la noche en medio de la Guerra. Poco a

poco, cada historia nos lleva un paso más lejos en el desarrollo de la contienda y finalmente nos

encontramos con Guerda Taro en una ciudad vacía y rendida. Un eje avanza poco a poco, hacia

un punto preciso y conocido por todos: la rendición de la capital y la victoria de los franquistas.

El espacio es Madrid, la gran y omnipresente protagonista de la novela. El tiempo se desarrolla,

Madrid se degrada. Los dos van mano a mano.

Aquí, en Ruinas: el trayecto, Guerda Taro estamos en Madrid, pero en vez de quedarnos

en una casa, en un barrio, en unas calles sin nombre, Miguel cruza en este cuento la ciudad

entera. Es como si el espacio se viera ampliado en este capítulo, y tal como el espacio, también el

tiempo.

Ruinas: el trayecto, Guerda Taro es prueba evidente de la estructura teleológica del

conjunto de cuentos. Nos encontramos con el noveno cuento al final de la Guerra y llegamos a

nuestro telos, que se ha ido acercando irremediablemente con cada historia. Con el final de

nuestro eje cronológico, estamos en un momento importante y extraño: reina el silencio, aun más

estruendoso en comparación con los tiempos de guerra. El silencio es omnipresente en este

“Madrid, del que habían desaparecido los signos de la antigua normalidad”, “una ciudad de

silencio, expectante de lo que iba a ocurrir” (p. 137). Este silencio que predomina, contrasta con

el ruido de alarmas, obuses y gritos que pertenecían al esbozo de Madrid en los cuentos

anteriores. Ahora estamos en otro Madrid, algo irreal y efímero.

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Sin embargo, cabe abrir un pequeño paréntesis para destacar las semejanzas de Ruinas: el

trayecto con otro cuento específico: Las huidas (p. 97). Allí nos encontramos en un barrio de las

afueras de Madrid, formado por chalés, con verjas cubiertas de madreselvas, aislado de la

violencia, donde reina el silencio y el calor sofocantes. Es un espacio cerrado que, como en

Ruinas: el trayecto, se perfila contra el Madrid en guerra. En Las huidas, el tiempo parece

suspenderse: no estamos en la guerra, no estamos en la realidad, el tiempo parece tener que

progresar junto a la degradación y la muerte. Y aquí, en medio del eje cronológico, el tiempo se

ha detenido. La caracterización de la barriada, “tan silenciosa, que parecía deshabitada”, “todo sin

eco, amortiguado por el calor”, “una muda explicación, los días eran largos, se aburría”, recuerda

al ambiente que respiran las novelas de Marguerite Duras, en las que los personajes no hablan,

porque son incapaces expresar sus miedos, deseos y pensamientos tras el quebrantamiento de los

valores por la Segunda Guerra Mundial. La semejanza es particularmente llamativa en frases del

tipo “Quedaron los dos callados, en el ritmo pausado de la respiración; cada uno miraba a un sitio

distinto” o “el tictac del tiempo inútil”, que nos remiten a un mundo de posguerra de una novela

como por ejemplo Moderato Cantabile.

En Ruinas: el trayecto, Guerda Taro nos encontramos también en un mundo irreal por no

ser ya un mundo en guerra. Los personajes están en una especie de tiempo transitorio: uno ya no

puede luchar, ni con armas en el frente, ni de modo personal. Las reglas han cambiado, o más

bien, desaparecido, porque aún no conocen el futuro que les espera. Es un momento de ruptura:

de repente se encuentran tirados en la posguerra:

“Escuchando lo que decían aquellos dos, comprendió cómo la maldita guerra civil había

alterado la conciencia a miles de hombres, y a él mismo en su propósito de cambio.” (p. 169)

Es un momento en el que uno se da cuenta del final de una época, que además ha sido tan

dolorosa, sobre todo por su desenlace, que será necesario un obligatorio tiempo de olvido,

después del cual se podrá recordar este episodio.

En fin, Ruinas: el trayecto, Guerda Taro, lleva el espacio y el tiempo de Capital de la

Gloria a su apogeo: el espacio se eleva hacia la visión de Madrid en su estado completo. El eje

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del tiempo desemboca en su telos, que resulta ser un tiempo suspendido e irreal, una ruptura con

lo anterior.

4.3. Escapatoria: En búsqueda de la esperanza

Miguel está obsesionado con la foto que encuentra en el cuartel. Una foto de una mujer

que apenas conoció. Siente un afán incontrolable por saber qué pasó con la fotógrafa. Es cierto, la

mujer alemana, rubia, guapa e inteligente, que le aturdió declamando aquellos versos de Rafael

Alberti, tiene lo que hace falta para enloquecer a un hombre. Sin embargo, esta necesidad

obsesiva no es la de un hombre enamorado, sino la de un individuo al que la guerra robó toda

esperanza, toda seguridad. Nos encontramos de nuevo con una historia que sirve de huída de la

realidad, de distracción, o aún más, de esperanza, tal y como “los deberes de conciencia” en Los

mensajes perdidos. Fuera de contexto, desde la tranquilidad del presente, alguien podría pensar

que no es el momento de dejarse llevar por tales historias: Miguel necesita encontrar al hombre

que le procurará su nueva identidad, los franquistas pueden irrumpir en la ciudad cualquier

momento. Sin embargo, son estos momentos los más fértiles para perderse en historias que

pueden parecer inapropiadas. Piénsese en las palabras del narrador en Los mensajes perdidos en

esos tiempos que hacen tan difícil el enamoramiento:

“No obstante, el amor, que precisa la calma de horas prolongadas, se anhelaba entonces de

forma desesperada; se buscaban los cuerpos dóciles y hermosos aun en los momentos menos

apropiados cuando todas las alcobas estaban heladas al recibir a los amantes, y las camas, si

tenían sábanas, eran pestilentes, y la falta de jabón dejaba intacto el rastro del sudor y en el

instante de los ardientes besos subía de los estómagos vacíos un fétido aliento envenenado

pero que no detenía los intensos latidos del deseo.” (p. 47) (Las cursivas son mías.)

Aquí, en este capítulo noveno, no se trata de una historia de amor, difiriendo de gran parte

de los cuentos anteriores. Tampoco es una historia que nos muestra la mera distracción del

personaje ante la muerte que lo rodea. La historia de Guerda trae la posibilidad de esperanza:

Miguel no sabe lo que ha pasado con Guerda y la posibilidad de su supervivencia le empuja a

indagar, olvidando sus obligaciones para sobrevivir que retomará en cuanto su sueño se

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quebrante: Iriarte, un hombre que había conocido a Guerda, le cuenta su trágico final. Guerda,

subida en el estribo de un camión en la ofensiva de Brunete, fue golpeada por un tanque que

venía en dirección contraria. La fotógrafa cayó al suelo, y el mismo vehículo en el que iba le

aplastó una pierna y parte del vientre.

“Y por un instante vio allí el cuerpo de Guerda y en seguida una mancha roja desgarró el

vientre, y las entrañas quedaron derramadas a la luz del potente sol de julio.” (p. 170)

Zúñiga mantiene en este cuento la tendencia de magnificar un objeto común y elevarlo a

un nivel metafórico. Se trata en este caso de un objeto tan trivial como un lápiz.

Es un lápiz que Miguel cogió de un soldado muerto, “dorado, parecía nuevo, de esos que se ven

en los escaparates y que él siempre había deseado” y presta a Guerda en su primer encuentro. No

lo volvió a ver, aunque el objeto vuelve a aparecer en la imagen mental de la muerte de Guerda,

en la batalla de Brunete.

“Esta mancha era igual a otra que se extendía junto a unas hojas de papel que salieron de una

cartera, y un lápiz dorado, y polvo en el aire que ahogaba.” (p. 154)

Al morir la fotógrafa, el camino del lápiz también se detiene, al igual que el de toda

esperanza para Miguel. Junto con la foto, la fuente de su búsqueda frenética, los dos objetos

simbolizan, más que la esperanza, la pérdida o la destrucción de ésta. Miguel pierde la foto para

siempre al dársela a Iriarte. El lápiz se encuentra al lado del cuerpo manchado de sangre de la

fotógrafa. La guerra ha terminado, todo lo que sustentaba una luz de esperanza ha desaparecido.

Sólo cabe olvidarlo todo para, dentro de un tiempo, cuando las heridas se habrán curado, volver a

recordar.

4.4. Dignas tareas y causas justas

Zúñiga no tarda en incluir a Guerda en un conjunto mucho más grande:

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“Así terminó Guerda Taro, al no querer abandonar el frente cuando no había esperanza

alguna, y quedó herida de muerte como tantos otros, en una carretera polvorienta. Junto a

David Seymour, Robert Capa, (…), fotógrafos que también vinieron a España, ella dejó en

sus fotos, tomadas en ciudades y campos de batalla, un testimonio del gran delito que había

sido la guerra. Pero esta joven fotógrafa alemana pronto fue olvidada aunque hizo más que

ninguno: entregó su hermosa vida a una digna tarea, a una justa causa perdida.” (p. 171)

Guerda Taro se fusiona así en un grupo que incluye a todos los periodistas extranjeros que

vinieron a España y se arriesgaron la vida. Un grupo que no sólo se limita a los extranjeros, sino a

todos los individuos que entregaron su vida a “una justa causa perdida”. Zúñiga se acerca

peligrosamente a una visión idealizada de la Guerra, que logra esquivar magistralmente en los

cuentos anteriores. Digna tarea, justa causa, son adjetivos arriesgados. Parece que el escritor da

rienda suelta, en este cuento, a la versión más romántica de la guerra, transformando a las

víctimas en héroes. Tal como la descripción del chico del que Miguel va adoptar la identidad.

Eloy tuvo “un relámpago de vida”, “un destino breve, pero equivalente al de la totalidad de los

hombres y mujeres de su clase”. Estos últimos:

“Salieron de los talleres, de las casas de corredores, de panaderías o garajes, de fontanerías,

de tiendas de comestibles; se levantaron de bancos de zapatero o de la banqueta de los

limpiabotas, dejaron los andamios, dejaron de vocear periódicos, de repartir cántaras de leche

y de fregar suelos de tabernas; (…) fueron convocados a coger una arma que nunca habían

manejado: no sabían lanzar granadas, cargar una ametralladora,…” (p. 136)

Un personaje favorito de Zúñiga parece ser el joven inocente, guapo y alegre, al que la

guerra degrada y lleva en muchos casos a la muerte. Julio en El amigo Julio, Rosa en Rosa de

Madrid, pero aquí también Eloy y Guerda Taro “siendo tan joven, con tantas posibilidades”.

Zúñiga quiere hablar de esos individuos que él considera héroes, pero que fueron olvidados por la

historia, porque no hicieron grandes hazañas que merecieran ser mencionadas por los periodistas,

por los historiadores. Este conjunto de cuentos es una reescritura de la Historia, pero la de los

hombres comunes, que tuvieron que seguir viviendo rodeados por la muerte y la violencia. La

supervivencia se puede considerar una heroicidad en sí.

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Sin embargo, cuando Zúñiga pinta a estos personajes, cuando habla de tareas dignas,

causas justas, no es para recaer en una visión romántica de la Guerra. Esto sería describir la

contienda con cierta nostalgia, una época en la que los valores perdidos, como la fraternidad, eran

todavía posibles. Nada más lejos, pues la guerra para Zúñiga es un cáncer, que destroza seres

jóvenes e inocentes, más que un lugar privilegiado que hace posible que valores perdidos se

recuperen. Zúñiga no se deja seducir por predisposiciones y no recae en caracterizaciones

parciales. Pero es cierto que elige una banda como la poseedora de la razón. Y cabe aquí citar a

Cercas que, como Zúñiga, quiere acabar con la falsedad de aceptar que “en la guerra civil

española ninguno de los dos bandos luchaba por la libertad”:

“(…) hasta que no admitamos todos y de una vez por todas que la razón política e histórica

estaba del lado del gobierno legitimo de la Republica no habrá manera de que nos

entendamos ni, en consecuencia, de seguir adelante.”65

5. Conclusión

Defendemos que la estructura de Capital de la Gloria nos desvela una opinión persistente

del autor: la Guerra Civil Española, guerra compleja de la cual uno no puede hacerse una idea en

blanco y negro, no permite un relato unitario, pulido y acabado. De ahí, el autor optó por un

conjunto de cuentos que se acercaría lo mejor posible a una visión correcta de la realidad. Es una

forma de recordarnos como la guerra actúa sobre el hombre, sobre el individuo, sus pequeñas

grandes consecuencias en vidas que se dibujan mejor en el cuento. No podemos olvidar, por

supuesto, que todos los modos de comunicación son subjetivos. No obstante, uno sería más

adecuado que otro. Por esa razón, Zúñiga optó por una estructura de cuadros, que se asemejaría a

una visión fotográfica de la contienda, de retazos de vidas minúsculas, únicas, que dejan entrever

una realidad mayor. Son historias que no marcan el rumbo de la guerra, sino más bien al

contrario, es la guerra la que marca el sendero de estas fotografías. Evidencia su elección de

manera indirecta en el capítulo Ruinas: el trayecto, Guerda Taro.

65

La verdad de Agamenón, Op. Cit., p.132.

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Respecto al contenido, queremos destacar que a pesar de que, en este conjunto de cuentos,

nos encontramos en medio de la contienda, la acción no se desarrolla en las batallas o las

trincheras, no se trata de hazañas, ni de grandes hechos bélicos.

En un lenguaje sencillo, exento de trucos retóricos y adornos melindrosos, Zúñiga

comparte con nosotros una parte de la Historia desconocida: la de las personas que no

participaron con armas en la guerra y cuyas hazañas bélicas consistían en el mero hecho de

sobrevivir. Zúñiga nos informa de las maneras infinitamente variadas que sirven para resistir la

degradación de la guerra, en el intento de ser felices. Decimos infinitamente diferentes, sin

olvidar que cada tentativa se dirige hacia la misma dirección: hacia la recreación de un mundo

irreal, ilusorio, que es el amor, el recuerdo, el futuro o una historia romántica, todas muy lejos de

la realidad de la guerra.

La originalidad de Zúñiga recae en la elección de hablar de individuos diarios. La elección

deliberada de estos protagonistas comunes y corrientes se opone a las reflexiones sobre el olvido

que proclaman sus mismos personajes.

Capital de la Gloria está lleno de reflexiones sobre el recuerdo, el futuro, el olvido de la

contienda. Unos ejemplos de Los mensajes perdidos:

“A partir de aquel momento, el encargo que trajo mi hermano estaba determinado y lo

olvidaríamos, porque todo se olvida.” (p. 54)

“Sólo el reloj, en su débil metal, seguirá su marcha y el joven que lo recibió, como inesperada

herencia, vivirá otro tiempo, seguramente muy distinto del tiempo de luchas y esperanzas que

vivió Hans Beimler.” (p. 54)

O de Ruinas: el trayecto, Guerda Taro:

“Pasarán años y olvidaremos todo, y lo que hemos vivido nos parecerá un sueño, y será un

tiempo del que no convendrá acordarse.” (p. 125) (Las cursivas son mías.)

Observaciones de este tipo están pregonadas por todo el conjunto de historias. De cierta

manera, Zúñiga establece un juego algo irónico entre el lector y sus mismos personajes. A pesar

de ser un texto escrito en un lenguaje tan humilde, suave y moderado, muy lejos de cualquier

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forma de ironía –que requiere siempre una forma de disimulación–, Capital de la Gloria resulta

ser un texto profundamente irónico. Los personajes no cesan de proclamar que sus vidas y

sufrimientos serán rápidamente olvidados. Y tendrían toda la razón si no fuera porque el hecho

mismo de estar leyendo sus predicciones sobre el futuro y el supuesto olvido, nos convierte en

cómplices de Zúñiga en su tarea por trasformarlos en héroes anónimos.

Además, al hablar de un tema tan amplio y general como la huída de la realidad y las

escapatorias que permiten eludir la tristeza de la guerra (en cuadros, imágenes muy específicos,

es cierto), Zúñiga escribe un manifiesto contra el olvido de los sufrimientos de cualquier guerra.

Basta cambiar el nombre de la ciudad, y algunos detalles y nos encontramos en una guerra que

podría haber tenido lugar en cualquier lugar del mundo. Pues si, siendo precisos, las

características de cada guerra son muy diferentes, también podemos decir que sus consecuencias

sobre la población civil son idénticas. Y al destacar las diferentes formas de reaccionar ante el

horror, Zúñiga no sólo escribe una novela sobre la Guerra Civil española, sino también, y quizás

ante todo, un libro contra la guerra.

Zúñiga se perfila por esta razón, más que ningún escritor, como el rescatador del olvido de

una masa anónima, que siempre pasó a un cajón en el fondo del mohoso archivo de la Historia.

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SINTESIS Y REFLEXIONES GENERALES

En estas últimas páginas sintetizaremos lo precedente: empezaremos con breves

resúmenes de cada análisis, para que nuestras reflexiones y observaciones de cada libro queden

claras. Luego procederemos a una visión más amplia, intentando fusionar los tres libros, y sacar

conclusiones generales sobre la manera de tratar la Guerra Civil Española en estas tres novelas.

Dos rasgos comunes han captado nuestra atención: la estructura como organización de la realidad

y el trato preferente del contar sobre lo contado.

1. Síntesis particulares

1.1. Jorge Semprún: Veinte años y un día

Jorge Semprún plantea con Veinte años y un día el problema de la conversión a la novela

de un período histórico tan complejo como la Guerra Civil Española y la posguerra. Subraya con

mucha insistencia que las palabras no bastan para dar parte de la complejidad de aquel

acontecimiento.

Lo hace por medio de un Narrador que se filtra constantemente en el relato, con

intrusiones a veces molestas, dirigiéndose al lector y subrayando su papel omnipotente. El asunto

del Narrador nos conduce al problema de la mezcla entre realidad y ficción. Semprún establece

tres niveles de realidad, metiendo en escena un Narrador que escribe y cuenta su relato basándose

en la realidad. Tenemos, pues, 3 capas: la realidad extranovelesca conocida por todos, la

„realidad‟ en la que se basa el Narrador para escribir (que no es real sino novelesca) y, en fin, el

relato que nos cuenta el Narrador. Semprún se sirve pues de un Narrador intruso y una mezcla

extraña entre diferentes realidades para poner en evidencia que estamos ante un relato, y no ante

una reproducción fiel de la realidad. Deja igualmente la palabra a muchos personajes cuyos

relatos y versiones se superponen, se completan y, a veces, se contradicen.

La gran preocupación de Semprún parece ser, pues, el problema del reflejo erróneo que

nos pueden dar novelas que tratan la Historia. La Guerra Civil Española le sirve para poner está

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problemática sobre el tapete. Se opone a una visión coherente e impecable de la realidad, porque

cada novela tiene su parte en la imagen que nos formamos, o que se formará en el futuro, de

aquel acontecimiento histórico. En fin, hay el peligro de dejarse seducir por un relato con

principio y final, y de allí un reflejo simplificado de la Historia. No obstante, eso no debe retener

a los novelistas a escribir sobre la Historia, y en este caso sobre la Guerra Civil Española.

La gran preocupación de los intelectuales, los artistas, los novelistas debe ser el intento de

evitar que la Historia caiga en el olvido. El novelista no puede renunciar a esta tarea ineludible

que consiste en reconstruir el pasado, corregir el recuerdo. La ingeniosidad consistiría en no

ocultar que la Historia se construye a pasos, y que pueden surgir a veces mutaciones y

contradicciones. Por representar el pasado de esta manera, Semprún establece, tal como Soldados

de Salamina, una relación privilegiada y dinámica entre la obra y el lector. Éste último deberá

buscar las piezas del puzzle e intentar de juntarlas en un todo coherente.

El nuevo papel del lector, dinámico y activo, no sólo se limita en Veinte años y un día a

resolver el rompecabezas, sino que también consiste en dar una interpretación final, con

implicaciones éticas y morales, a la novela entera. Es él que decide si estamos ante una visión

circular de la Historia o si la última escena de la novela rompe el círculo y da el paso hacia un

futuro mejor. Hemos estudiado como Semprún prepara la última escena, construyendo un mundo

donde violencia y amor carnal siempre van a la par. Al introducir el nivel extradiegético del

Narrador que se basa en una realidad novelesca para escribir su relato, nos da la posibilidad de

dejarnos llevar por esa realidad misma, pero creemos que nos empuja hacia otra visión: la de un

Narrador que eligió intervenir en la realidad al escribir su cuento, rompiendo así el círculo

vicioso. Los gemelos no morirían, y se separarían antes de que pueda tener lugar el sexo

incestuoso. No obstante, Semprún deja el lector libre en su interpretación.

Así pues, la Guerra Civil Española es aquí, ante todo, un motivo para reflexionar sobre la

cuentificación de un acontecimiento histórico y la problemática que conlleva. Semprún consigue

dar una clave con la que volver a una Guerra tan relatada y crear una narración realmente

significativa, estableciendo incluso una relación renovada y particular entre novela, narrador y

lector.

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1.2. Juan Eduardo Zúñiga: Capital de la Gloria

Capital de la Gloria se acerca a la novela de Semprún en cuanto al rechazo de un relato

acabado y pulido. Zúñiga opta claramente para una estructura plural, una encadenación de varias

voces, que dan, cada una, su versión de la Guerra Civil en Madrid. Se decanta además por una

semejanza con la fotografía, modo de ver la realidad subjetivo como el resto, pues discrimina lo

que está dentro y fuera del cuadro, pero a la vez, veraz y certero en cuanto a lo que muestra.

Escribir diez cuentos implica no escribir otros tantos, dejando así fuera del cuadro incontables

historias y personajes. En Capital de la Gloria existe una intención de que el lector una las

diferentes realidades de cada fotografía, rellenando así las historias no contadas. El resultado es

un fresco mucho mayor de una ciudad en ruinas, de pequeñas vivencias que nunca pudieron, ni

pretendieron, cambiar el curso de la Historia.

Zúñiga pinta, en cada cuadro, diferentes maneras de sobrevivir a la triste realidad –el gran

tema del conjunto de cuentos: ¿Cómo sobrevivir? Cada individuo lo intenta de un modo propio

pero, in profundis, todos pretenden lo mismo: una huída de la realidad.

La Guerra no es un lugar donde se combate por ideales, donde triunfa la fraternidad. La

Guerra Civil es un mal, que destruye todo lo que encuentra en su camino y el libro se centra en

las consecuencias de este horror sobre los personajes, individuos sencillos que no llevan a cabo

grandes hazañas... Zúñiga opta para varios protagonistas, que podemos llamar anónimos. El

cuento no permite una caracterización profunda de los personajes, lo que nos lleva a una

multiplicidad de personajes que podrían ser los protagonistas de cualquier guerra en el mundo.

Con Capital de la Gloria Zúñiga no escribe tanto una novela de la Guerra Civil Española, como

un manifiesto en contra de las guerras, que rescata la memoria de un pueblo anónimo que sin él

se hubiera visto caer en el olvido.

1.3. Dulce Chacón: La voz dormida

Chacón organiza su novela entorno al silencio, empezando con una incapacidad de la

lengua en cumplir una característica esencial: intercambiar ideas, sentimientos, pensamientos, es

decir comunicar. La guerra destruyó el lenguaje como herramienta natural y Chacón intenta

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revalorizar las palabras. Introduce un movimiento progresivo: si al principio los individuos son

incapaces de manejar las palabras, éstas se ven poco a poco restituidas, para llegar a desempeñar

un papel principal al final del libro.

En fin, por organizar su novela en torno a una recuperación de las palabras –que simboliza

implícitamente otra recuperación, la de la libertad–, Chacón hace coincidir la organización, la

temática y el papel del libro: romper el silencio, dar luz a las historias acalladas.

Y va aún más lejos, deja que el silencio se filtre hasta en su propio estilo: crea frases

cortas, a veces constituidas de una sola palabra y capítulos brevísimos. Los silencios se deslizan

hacia el interior de la lengua narrativa de Chacón: dotan al lenguaje de tranquilidad y hacen que

la trama avance progresivamente. A parte de su concordancia con la trama y con el papel de la

novela que giran ambos en torno al silencio y su ruptura, avanzamos dos posibles explicaciones

para este lenguaje narrativo tan particular: la importancia del lenguaje oral –que sin duda

manejaban los testigos que le ofrecieron sus historias–, y la huella de la poesía.

Chacón funde magistralmente su tema predilecto en todos los aspectos y rincones de su

construcción novelesca. Su tema no es tanto la Guerra Civil, como la destrucción del lenguaje y,

de ahí, de la verdad histórica por la guerra y la represión posterior. Este silencio impuesto se

encuentra en la trama (véase el ejemplo de la pareja Don Fernando y doña Amparo), pero

también en la estructura de la novela, en el lenguaje narrativo y el estilo mismo de Chacón. La

novelista consigue crear un todo coherente por medio de la herramienta del silencio, que consigue

que cada nivel se abroche al otro.

También hemos analizado cuales son las consecuencias de la distancia frente a la Guerra

Civil, puesto que Chacón es la única autora de los tres novelistas que sólo tiene un conocimiento

bibliográfico de la contienda y de la inmediata posguerra. Si Chacón elige armar su novela con

documentos reales, históricos, es para dar a su historia un fundamento fidedigno. No obstante,

crea al mismo tiempo un cuadro limitado con un principio y un final bien delimitados, con los

cuales es muy difícil jugar, porque todos los lectores conocemos este cuadro que encierra la

historia. No hace falta, por consiguiente, respetar las leyes del suspense narrativo. De ahí, Chacón

hace continuamente referencias al futuro, rompe el hilo narrativo, la tensión, el suspense y habla

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de “la niña pelirroja que no va a morir”, o llama al contrario a Hortensia “la mujer que iba a

morir”.

La segunda consecuencia de esta distancia es un esbozo de la época que hemos

interpretado como nostálgico. Hemos defendido que los personajes de La voz dormida funcionan

en un esquema fijo de rasgos de identidad. Además este esquema se podría resumir a un único

rasgo: él de la ideología. Por pintar los personajes bajo una luz muy favorable, y por pretender

que sea posible funcionar según este esquema fijo de identidad, Chacón recae en una idealización

de los personajes e igualmente del espacio. Porque la Guerra Civil está esbozada como un lugar

en él que uno todavía consigue funcionar según unos altos valores morales, sin desviarse de ellos,

creemos que es permitido hablar de un espacio utópico.

Chacón, desgraciadamente, se desliza hacia una idealización de La Guerra Civil y sus

participantes. Creemos poder sostener, pues, que la novelista pasa por alto su profunda voluntad

de acabar con el silencio, porque al idealizar la Historia, no corrige el recuerdo, sino que lo

intercambia por otro igual de erróneo y deficiente.

2. Reflexiones generales

2.1. La estructura como organización de la realidad

Un problema pertinente en cuanto a nuestras tres novelas es la conversión de un

acontecimiento histórico a una novela. Por ello, tenemos que considerar la novela como un modo

de ver la realidad, tal como la ciencia y la Historiografía son formas que dan parte de la realidad.

La Historiografía se limita a los hechos observables, puros y duros, lo que solemos llamar

objetivos (pero el historiador se limita igualmente a dar una versión de los hechos). La novela es

otra manera de ver la realidad, una realidad no siempre tangible y fácilmente investigable.

Todas esas obras que investigan la realidad, y en este caso la Guerra Civil Española, se

unen para formar lo que he llamado el relato común en el que se ha convertido la Guerra Civil

para nosotros.

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Cada libro tiene una forma de abordar la temática de la plasmación de la Guerra en la

novela. Semprún es él que subraya esa conversión con más insistencia y acentúa sobre todo la

incapacidad de la palabra por representar la Historia. Lo hace a través una ruptura de la estructura

narrativa por un Narrador intruso, por superponer diferentes capas de la realidad, en fin, por

evidenciar que la Historia no permite resumirse en un solo y unívoco relato. Zúñiga no lo declara

tan explícitamente como Semprún, pero deja las cosas claras cuando opta por una estructura

múltipla, por ensartar diferentes voces, diferentes protagonistas.

De ahí, nos parece una idea interesantísima, vehiculada por dos de nuestras novelas, la de

la estructura como manera de ver la realidad. Es como si la estructura narrativa funcionara aquí

como un instrumento que nos da una visión del mundo novelesco y, por contigüidad, una visión

del mundo extranovelesco. La estructura plural en Zúñiga y, en Semprún, la estructura quebrada

con las superposiciones de voces, las intrusiones del Narrador y las retrospecciones constantes,

nos explican de antemano la manera según la cual tenemos que ver la realidad del pasado: como

un conjunto desequilibrado, enredado en el caso de Semprún, y en ambos casos como una entidad

que tiene múltiples versiones. La estructura funciona como una tabla que nos facilita la visión, la

organización de la realidad.

Cabe citar aquí la descripción que hace Jos Van Ussel de la utilidad de una definición o

una denominación. La definición es:

“una tabla66

que se ubica encima de una parte de la realidad. Estas tablas no se inventan, pero

tienen relación con la realidad. Esperamos de una tabla que nos ayude a describir, ordenar la

realidad y hacer que la entendemos mejor. (…) El valor de una tabla no se puede determinar

de manera absoluta. Puede ser suplantada por otra tabla que resulta más útil.” 67

(La

traducción desde el Neerlandés y las cursivas son mías.)

Tenemos en nuestro caso la estructura narrativa como tabla o definición que nos ayuda a

ordenar y a describir la realidad. No obstante, irónicamente, la estructura nos enseña aquí que el

mundo es desordenado y pone en evidencia, en vez de esclarecerla, que la realidad histórica de la

Guerra Civil no tiene una sola versión, una sola estructura o tabla, sino múltiples. Van Ussel

66

Hemos elegido de traducir raster por tabla, porque tabla reúne los dos rasgos concreto y abstracto de raster.

Estaca, parilla, describen mejor la forma, pero no tienen tanto el poder de significar el componente abstracto que es

el de estructurar. Tabla significa al mismo tiempo el objeto concreto, como también una estructura, una ordenación. 67

Jos van Ussel, Intimiteit, Arnhem, Van Loghum Slaterus, 1975, pp. 17-18.

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sigue con la idea de que algunas tablas son mejores que otras porque sus planteamientos son más

objetivos. La objetividad consistiría en la capacidad de aproximarse más a la realidad.

Encontramos esa misma idea en nuestras novelas y, sobre todo, en Capital de la Gloria.

Recuérdese las palabras de Guerda Taro en Ruinas, el trayecto: Guerda Taro:

“La extranjera le miró con un fugaz fruncir de cejas y le respondió que todos los sistemas de

información daban la realidad parcialmente pero que, no obstante, eran útiles.” (p. 158) (La

cursiva es mía.)

Zúñiga proclama la idea de que las tablas de la realidad son todas, sin excepción,

construcciones humanas y por ende versiones subjetivas para ver la realidad. Pero sostiene, al

igual que Van Ussel, que algunas pueden ser suplantadas por otras. Zúñiga expresa claramente su

predilección para la fotografía: todos los modos de representar la realidad son subjetivos, pero

algunos son mejores, más adecuados que otros. El escritor hace pues una decisión significativa

por construir su relato de la Guerra Civil Española en varios cuadros, fotografías o tranches de

vie.

En fin, parece que, en la literatura sobre la Guerra Civil Española, los novelistas se

preocupan más que nunca por la manera con la que se transmite ese acontecimiento histórico. Es

cierto que la problemática aparece en Semprún en su forma más explícita, pero no podemos negar

que esté igualmente presente en Zúñiga y Chacón. Quizás esta prudencia particular con la que se

trata el tema, tiene que ver con el afán a la conmemoración que domina la discusión pública en

cuanto a la Guerra Civil Española (véase nuestra introducción). Y, más que la mera

conmemoración, reina una actividad de recordar para restituir y corregir el recuerdo histórico de

aquel período. La fidelidad con la que se da parte de la Guerra se ha convertido en una verdadera

obsesión de los novelistas (por lo menos de Semprún). La Guerra es todavía un tema lejano con

el que se puede jugar (piénsese en las mezclas entre realidad y ficción), pero la más grande

desazón se encuentra ahora en no dar un reflejo simplificado de la Historia, o en elucidar por lo

menos el peligro que existe y alarmar al lector con múltiples protagonistas. La gran originalidad

está, creemos, en el hecho de que los novelistas prefieren transmitir esa preocupación suya por

vía de la estructura narrativa, más que incorporarlo a la trama. La estructura narrativa se convierte

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en un vehículo de sentido imprescindible y primordial. La estructura nunca es gratuita y siempre

tiene algún significado, pero creemos que aquí se eleva a un nivel de mayor importancia:

funcionará como molde o tabla según la que tenemos que considerar la realidad. La tabla

organiza en primer lugar la realidad novelesca, pero como la realidad novelesca trata de una

realidad verdadera, la tabla termina por estructurar un todo mucho más amplio: la realidad

histórica. Esas tablas nos dirigen en nuestra manera de entender la realidad, le dan forma y

contornos. Y, sobre todo, nos esclarecen que la realidad, y más que nada el pasado, no pueden

tener un reflejo único y unívoco.

2.2. La importancia del contar prevalece sobre lo contado

Chacón es la única de nuestros novelistas que opta por una estructura pulida, con un final

y un principio claros y concluyentes. Sin embargo, ella deja igualmente que la Historia se filtre

en su mismo estilo y estructura: el silencio está omnipresente, tanto en la temática, como al nivel

de la estructura y del estilo: tenemos frases cortas y capítulos breves. Chacón no quiere

necesariamente enseñar con estos silencios infiltrados que la Historia es difícilmente plasmable

en una realidad novelesca. Es más la expresión de una tendencia que encontramos en las tres

novelas y que vamos a avanzar como nuestro punto de conclusión de mayor importancia: la

supremacía del contar sobre lo contado.

En Veinte años y un día esto se clarifica con un Narrador que no cesa de hacer

comentarios, romper el relato y no permite que el lector se deje llevar por una trama novelesca

embriagadora. Todo tiene por supuesto la función de enseñar que la Historia es muy difícilmente

cuentificable. Sin embargo, estos relatos superpuestos subrayan al mismo tiempo la importancia

del contar. Semprún deja claro que las palabras no alcanzan para relatar la Historia, pero enseña

al mismo tiempo que contar es imprescindible: va en contra de la relatividad del relato expresada

por Mercedes: “Tal vez, pensó Mercedes entonces, podía contarse de otra manera toda aquella

historia (…) Mil maneras, acaso, pero todas terminarían igual.” (p. 55)

Semprún va a demostrar lo contrario, que realmente importa contar y como se cuenta, que

no existen mil maneras, y que si las hay, éstas determinan lo contado: al superponer varias

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versiones de un mismo acontecimiento, por ejemplo (véase p. 27). La consecuencia es un relato

confuso, enredado, hecho por varios relatos de diferentes personajes que a veces se completan,

pero a veces también se contradicen. La materia tratada, la trama, la historia novelesca sufren:

están degradadas a un lugar subordinado.

Zúñiga parte de la misma idea. Aunque en Capital de la Gloria tengamos diez cuentos

extremadamente trabajados y acabados, el novelista opta por una estructura múltipla, por diez

voces diferentes que cuentan. Es una decisión significativa: no hay una sola trama con un

protagonista único, sino diez diferentes tramas con diez o más protagonistas. Estos últimos

forman todos un gran collage cuyo papel principal está desempeñado por la ciudad de Madrid. La

importancia no está en la coherencia, sino en la multiplicidad de las voces.

Ahora bien, es en La voz dormida donde encontramos la mayor expresión del trato

preferente que recibe la acción de contar. Hemos subrayado, cuando analizamos La voz dormida,

que Chacón construye su novela en torno a las palabras: empieza con su total desvalorización,

para devolverles poco a poco su significado, aniquilado por la guerra. Dimos el ejemplo de la

pareja don Fernando y Amparo para poner en evidencia esta evolución significativa. Chacón

entrega de esa manera toda su novela a la tarea simbólica de romper el silencio, puesto que su

estructura misma sigue esta evolución. Y romper el silencio significa, es evidente, el acto mismo

de contar.

Si, como hemos dicho, nos encontramos en un cuadro de referencia bibliográfico, con sus

límites rigurosamente establecidos y conocidos, es improbable que el relato sea narrado por su

contenido. Es más aceptable que los hechos sean relatados en primer lugar por el mero hecho de

contarlos. Lo que importa es romper el silencio, contar “para no morir, (…) para no sucumbir a

la locura. Para sobrevivir.” (pp. 236-237).

En La voz dormida, todo apunta hacia la misma dirección: la novelista se ha

comprometido, más que ningún otro, a esta lucha que consiste en romper el silencio. Las

palabras, los silencios, contar: estos son los fundamentos sobre los que se edifica la novela

entera.

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2.3. Concluimos…

La Guerra Civil Española se ha convertido en un “Lugar de memoria” (véase p. 14), en un

recuerdo lejano que suscita menos crispación y más distancia cuando se la evoca y rememora. En

nuestros análisis esta observación de muchos críticos se ha visto confirmada: la Guerra es en

Semprún un recuerdo lejano con el cual se puede jugar y permite mezclar diferentes capas de

realidad, meter en escena un Narrador que coquetea con mucho gusto con sus dos identidades –su

carácter ficticio y su índole real. Estas observaciones de Hans-Jörg Neuschäfer en el conjunto de

ensayos “Lugares de Memoria de la Guerra civil y el franquismo”, son inmediatamente aplicables

a Veinte años y un día:

“Se pone una especie de velo o de bruma sobre lo que separa lo „vero‟ de lo „trovato‟, y esto

da a autores la ventaja de poder propagar, según el interés del momento, el lado documental o

el lado ficticio de su producto. Si alguien pone en tela de juicio la capacidad creadora del

autor, contesta éste: ¿pero no ve usted que soy yo un documentalista? Y si otro pone en duda

la credibilidad de la documentación, recibe como contestación: ¡se conoce que usted no ha

captado que soy, en el fondo, un nuevo Borges!”68

No sólo Semprún, sino cada uno de nuestros novelistas establece un juego con esas

diferentes capas de la realidad y mezclan ficción y realidad histórica. Chacón lo hace al darnos

sus interpretaciones personales de los testimonios en los que se basó y al incorporar documentos

oficiales para delimitar su relato novelesco. Zúñiga tampoco renuncia a mezclar diferentes

realidades: Guerda Taro, personaje real, es una de los tantos protagonistas. Está situada al mismo

nivel que todos los demás, pero estos últimos son todos plenamente ficticios y no tienen un alter

ego determinado en el mundo real extranovelesco.

No obstante, extraemos de nuestros análisis otras conclusiones, las cuales creemos que

hacen sombra a esta característica de la novelística memorial de estos tiempos. Cabe precisar que

estas conclusiones no excluyen el rasgo de „lugar de memoria‟, sino que lo complementan y le

dan más consistencia. En fin, aunque la Guerra Civil se haya convertido en un recuerdo lejano

que ya no provoca tomas de partido, en un recuerdo con el que se puede jugar libremente,

68

Winter (ed.), Op.Cit., p.149.

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pensamos que los autores que hemos estudiado (se trata aquí de Semprún y Zúñiga) se preocupan

más que nada por la imagen errónea que podrían hacerse los lectores de aquel acontecimiento. No

se trata de dar una imagen objetiva, un reflejo correcto de la Guerra Civil, sino de advertir al

lector que tal reflejo no existe. Una vez que esta regla de base esté establecida, se pueden poner

en marcha las mezclas entre realidad y ficción y los juegos con la distancia. Estas reglas del juego

parecen hacerse, por predilección del autor, en la estructura misma del relato, que se convierte en

una tabla que nos enseña cómo mirar la realidad.

Nuestra segunda conclusión consiste en la subordinación de la materia contada a la acción

misma de relatar. Ésta última se ve, en cada una de los libros tratados, elevada a un nivel de

principal importancia y dominando en cada relato a la trama y la estructura.

Si literatura y sociedad han ido siempre de la mano, parece claro que las preocupaciones,

las tendencias y las búsquedas actuales influyen a la novela de principios del siglo XXI. Como

separadas por una membrana permeable, la literatura que trata el tema de la Guerra Civil

española reaviva, a su vez, ese motor de búsqueda que mueve a la sociedad. Así, no podemos

decir quien es el responsable de este revivir de la preocupación por la Memoria Histórica, tan

sólo constatar que ambos ámbitos, se empujan uno al otro, se ayudan y se complementan.

Nuestras conclusiones generales sobre estas tres obras escritas en los inicios del siglo XXI, sólo

pueden confluir y concordar con las preocupaciones actuales: restituir la memoria que fue

cancelada durante la dictadura, pero igualmente tras la Transición. Es decir, romper el silencio,

pero no de cualquier manera, sino con el propósito de corregir el recuerdo, contribuir a que

nuestra memoria histórica se complete con información verídica. De ahí la gran preocupación de

nuestros novelistas por poner en guardia al lector contra una posible falsa lección de la Historia y

contra la imposibilidad misma de llegar a la verdad por medio de la palabra. De cualquier

manera, se demuestra que este no es el trabajo de una persona, un ámbito, ni siquiera de una

generación: entre todos, paso a paso y de una manera continuada, se ha de terminar con un vacío

que ha durado más de lo necesario.

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Agradecimientos a Patrick Collard y Josete Huedo.