Guillebault, Madeline - San Andres Huberto Fournet

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San Aaidrfej Huberfü füimtí 1752-1834 Madeline GUILLEBAULT

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San Aaidrfej Huberfü füimtí 1752-1834

Madeline GUILLEBAULT

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Madeline GUILLEBAULT

Andrés Huberto Fournet 1752-1834

Sacerdote diocesano y Fundador de las Hijas de la Cruz

«La Santidad cruza nuestras rutas como un camino inesperado... Cuando llega, la vida cambia y da un vuelco».

A. Rouet - Arzobispo de Poitiers (Siguiendo a San Andrés Huberto entre Vienne y Creuse...)

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Retrato del Padre Andrés

Encontrado en Orleáns - Propiedad de la familia.

I.S.B.N.: 84-609-4375.5 Depósito Legal: S.S. - 227/05 Imprime: Imprenta Lan - Oiartizun

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Gracias a todos los que han deseado esta obra. Gracias especialmente a Christian Barbier, Claude Garda,

Jaques Marcadé por sus consejos y su ayuda incondicional en la búsqueda de los documentos.

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ANDRÉS HUBERTO FOURNET

Prólogo

Al Señor Obispo de Poitiers

Señor Obispo:

Tengo el honor de escribirle en calidad de sacerdote que se deshonra cuando traiciona la verdad. Debo confesarle honrada­mente que no tuve la intención de adherirme completamente al Concordato, con las expresiones que empleé al escribir mi carta. No creía que tuvieran ese alcance ni que fuera tanta la repercusión.

Es verdad que cuando me presenté en la prefectura estaba de acuerdo con todo, pero desde que leí algunas obras que reprueban el Concordato, tengo algunas dudas. Pienso que es mi pequenez y mi ignorancia las que me hacen dudar, después de ver que, autori­dades y personas notables se adherían. Apruebo todos los artícu­los del Concordato que el Papa ha ratificado con plena seguridad, pero mi conciencia rechaza adherirse a aquellos que él ha fir­mado un poco forzado, como parece confirmarlo dolido "Per vim coacti sumus ".

Que nuestro Señor Jesús se digne instruirme y disipar mis inquietudes para ahorrarme la pena de desagradarle y me haga digno de su aprobación y de presentarle mis más respetuosos salu-

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dos con los que tengo el honor de ser, de Vuestra Excelencia,

Señor Obispo, su humilde y obediente siervo,

Fournet, sacerdote.

Maillé, 29 de febrero 1804

El sacerdote que acaba de firmar esta carta tiene 52 años. Hace 22 años que fue nombrado párroco de la parroquia de Saint Pierre en Maillé, en la diócesis de Poitiers.

Tras el acento de sinceridad y de humildad de este texto, se adivina al hombre que ha afrontado las complejidades de la vida y sobre todo al sacerdote que como todos los de este país y de esta época, ha tenido que abrirse un camino difícil en una iglesia de Francia, en búsqueda. Desde hace casi veinte años, no han faltado casos graves de conciencia a sus hijos más clarividentes y abnegados y de nuevo, la situación no es nada clara.

Desde los primeros años de sacerdocio de Andrés Huberto Fournet, ha habido tantos acontecimientos que se han sucedido, donde fasto y miseria, corrupción y santidad, injusticias y gene­rosidades se mezclaban en esta Iglesia de Francia, aparente­mente tan poderosa. Él se hizo sacerdote. Numerosas causas segundas y numerosos medios humanos habían servido de soportes a la llamada de Dios. Se había comprometido en una vida en la que al principio no se veía. Sin embargo sólo en fe y consciente de su responsabilidad había aceptado de su obispo el ministerio al que consagraba su vida.

Después de treinta años de sacerdote, lo vemos aquí inva­dido por la duda, ante otro obispo de Poitiers.

Andrés Huberto Fournet mira al crucifijo que tiene en su escritorio... Su fe le dictará paso a paso su línea de conducta. Frente a la realidad concreta de su parroquia encontrará el sosiego en la humildad y la oración y éstas le darán fuerzas para aceptar y obedecer, no sin sufrimiento, los acuerdos del Concor­dato...

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Capítulo 1

Andrés Huberto Fournet de Thoiré

Infancia y situación de familia Es el 7 de diciembre de 1752... Una tarde brumosa, un alegre

repique de campanas se levanta por encima de las casas de tejas planas de Saint Pierre de Maillé y hace que se corran discreta­mente las cortinas de algunas ventanas cerradas. ¡Es un bautizo!

Un pequeño cortejo lleva a la Iglesia a un recién nacido, bien abrigado. Le han puesto los nombres de: Andrés y Huberto. Nació ayer en la "Grand Cour", llamada también "La Baraudrye", casa señorial que domina el pueblo y cuyo propietario, Louis Fournet es su abuelo paterno. Su madrina, Renée Louise Four­net, es una de sus muchas primas hermanas; su padrino, Huberto Fournet, es también primo hermano suyo. El párroco de la parroquia que lo bautiza y que firma en el registro con el padrino y la madrina, es Antoine Fournet, su tío.

Andrés Huberto es el noveno hijo de Pierre Fournet de Thoiré y de Florence Elisabeth Chasseloup, su esposa, origina­ria de Angles sur l'Anglin, donde se casaron doce años antes. Pierre Fournet y su familia pertenecen a la parroquia de Saint Phéle de Maillé. Viven en una casa señorial con un entorno rural y austero en la aldea de Pérusse, situada a unas dos leguas de Maillé

¿Escogió, quizás, Florence la "Grand Cour" para dar a luz a su bebé, por ser ésta más confortable, más tranquila que Pérusse, animada por tantos niños? ¿Fue la causa la proximidad de sus parientes y la relación que con ellos tenía?, ¿Fue porque

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la proximidad de la iglesia le permitía celebrar el bautismo del recién nacido cuanto antes, a primeros de diciembre?

La historia dirá que la iglesia y la casa parroquial de Saint Pierre de Maulé, que lindan con La "Grand Cour", serán lugares importantes en la vida de San Andrés Huberto Fournet.

El acta del bautismo, redactada con amplitud este 7 de diciembre, se encuentra en el registro parroquial.

El siete de diciembre de mil setecientos cincuenta y dos es bautizado Andrés Huberto, nacido la víspera, hijo legítimo de Pierre Fournet de Thoiré y de Florence Elisabeth Chasseloup. Su padrino ha sido M. Huberto Fournet y su madrina la señorita Louise Renée Fournet, abajo firmantes.

Louise Renée Fournet Hubert Fournet A. Fournet de la Frédiniére (párroco)

Maillé, pueblecito de la diócesis de Poitiers, se sitúa en los confines del alto Poitou y de Berry. El paisaje severo de la meseta de Montmorillon, atravesado de parte a parte por el valle del Gartempe, se transforma y suaviza en este lugar, mien­tras que el río se dispone a perderse en el Creuse. Casas solarie­gas y castillos antiguos jalonan las dos riveras de la corriente de agua. Son otros tantos ecos de los grandes castillos de Angles sur l'Anglin y de Chauvigny.

Se dice que la gente de Saint Pierre de Maillé y de las aldeas de los alrededores, es jovial y viva por naturaleza y que choca con las reacciones más moderadas de sus vecinos berrichonnes. (de Berry). La multiplicidad de casas solariegas, la fertilidad y el clima relativamente suave del valle del Gartempe, han podido contribuir a esta fama; lo que conozcamos a través de Andrés Huberto Fournet no lo desmentirá en absoluto.

Este muchacho llega a una familia numerosa y de buena posi­ción, que reside en Maillé desde hace más de 100 años. Luis Fournet, el más antiguo representante de la familia, se casa con Catherine Maupleix. Muere en 1678. Louis Marc Fournet, el abuelo de Andrés Huberto, nace en 1692 y se casa con Marie Radegonde de Lamousnerie que le da 15 hijos.

Cuando nace Andrés, su abuelo es recaudador de impuestos en la baronía de Angles, cuyo beneficiario es el obispo de Poi­tiers. Esta circunstancia hace posible que su familia dé el paso

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simbólico al que aspira el que quiere subir en la escala social en esta época: puede comprar para él y para cada uno de sus hijos unas tierras y un título de nobleza.

Su hijo primogénito, Luis, Señor de la Baraudrye, morirá rela­tivamente joven a consecuencia de una herida recibida en un duelo. El segundo, Antonio, que será más tarde párroco del lugar, recibe el título de la Frédiniére. Pedro, el padre de Andrés, hereda la finca de Pérusse con el título de Thoiré. Los otros serán, des Marsillys, des Effes, de Seris. Cinco hijos escogen el estado eclesiástico y dos de las cinco hijas serán religiosas.

La madre de Andrés Huberto, Florence Chasseloup, perte­nece a una familia de magistrados. Dos de sus hermanos son sacerdotes. Las personalidades de los padres de Andrés se perfi­larán más netamente a lo largo de la narración. La práctica cris­tiana es en sus dos familias, no solamente de tradición, sino que además la fe está bien afianzada con todas sus consecuencias y la manera de vivirla cotidianamente: la oración, las observancias religiosas y la caridad son realidades que se viven.

Andrés nace en una familia ennoblecida, lo que no ocurre ni a su padre ni a su abuelo. Sin fanfarronería pero a gusto, sabrá aprovecharse en su juventud de las prerrogativas de esta situa­ción social. Algunos parientes suyos, de costumbres enérgica­mente patriarcales, tendrán una influencia importante en su camino y en particular su abuelo, Luis Fournet, verdadero jefe de la familia hasta su desaparición en 1765. Más tarde será Anto­nio, el mayor de los hijos, arcipreste de Angles y párroco de Saint Pierre de Maillé.

Andrés Huberto no podrá escapar a la autoridad de todos estos, y tampoco a la de su padre: fastidiosa, opresora en cier­tos temas, será como un freno en la vida de adolescente, des­pués en la vida de joven, en un recorrido que se anunciaba fan­tasioso. El lugar de su madre, más discreta, más íntima, no será menos representativo, así como el de su hermana Catherine. Tanto la una como la otra, le acompañarán en sus primeros años de sacerdocio.

Han pasado siete años y Andrés es ya un muchacho menudo y de baja estatura, pero sólido y bien plantado, disipado pero tan simpático... Con la cabeza llena de pájaros y un corazón de

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oro. Aprendió a rezar y a conocer a Dios en las rodillas de su madre, desde que se le despertó la inteligencia, que era particu­larmente viva. Aprendió también que los pobres que a menudo pasan por su casa, tienen algo que ver con Dios...

Los domingos va en familia a misa, a la iglesia de Saint Phéle de Maillé, iglesia parroquial de la que depende Pérusse. Ese día es un día de fiesta. Se visten las ropas elegantes, dejan los alre­dedores solitarios de la morada familiar y se dirigen hacia las orillas alegres del Gartempe. Allí, bellas casas solariegas y anti­guos castillos, los escoltan hasta el pueblo de Saint Pierre de Maillé; un puñado de casas de piedra bien plantadas y entre ellas las casas parroquiales de Saint Pierre de Maillé y de Saint Phéle. Hay también casas más modestas donde durante la semana pulula todo un pueblo de artesanos y de comerciantes que trabajan en sus talleres o en sus tenderetes.

A Andrés le gusta ir a Maillé, le gusta el movimiento, le gusta la vida... y las ropas elegantes del domingo. Le gustan un poco menos los consejos de su abuelo y de su tío, el párroco.

Los hermanos de Andrés Huberto, mayores que él, se mar­chan uno tras otro de Pérusse para estudiar. Su hermano Paul, 8 años mayor que él, fallece a la edad de 12 años y es inhumado en la iglesia de Saint Phéle. Andrés, el penúltimo de los herma­nos, está en casa con su hermanito Pierre y Catherine, dos años mayor que él. Ésta se ocupa con frecuencia de este pequeño Andrés revoltoso, al que hay que proteger de las reprimendas de sus padres y de... él mismo.

Florence Fournet necesitará toda su energía para educar a Andrés. Ha educado ya 9 hijos, pero éste es verdaderamente difí­cil; le ha hecho ya unas cuantas trastadas. Ya de muy pequeño se las arreglaba para que la sirvienta comiera la sopa porque a él no le gustaba, y ahora hay siempre algo urgente o caritativo que hacer en el momento de leer o de estudiar la lección: hay que socorrer a un pájaro, hay que pescar ranas en la charca y además, está el roble plurisecular1, ornamento de la casa sola­riega de Pérusse, que espera ser escalado.

1. El roble plurisecular de Pérusse reverdece todavía en cada primavera.

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Aprender a leer y escribir no tiene para él ningún interé s

Los progresos son nulos. Pierre Fournet no bromea con las cosas serias. Toma Uf,

decisión abrupta, sin contemplaciones: Andrés Huberto irá ^ aprender los rudimentos de su escolaridad -como se d e c ^ entonces- a Chauvigny. Y encuentran una buena escuelita e ^ Ville Haute, cerca de la Colegiata Saint Pierre y de los castillos <je

los obispos. No tiene nada que añadir pero para este pequ e f ^ travieso, resulta duro, muy duro, verse encerrado; su vuelta a u familia cada fin de trimestre, es para él una liberación.

Colegial, estudiante y . . . so ldado

Cuando llega a Secundaria, la gran ciudad de Chatellerauft 24 kms. de Pérusse le recibe para sus "humanidades". Prisionero de nuevo en un colegio con un reglamento severo, recibirá l a s

visitas frecuentes de su madrina Louise Fournet, y de un t i 0

sacerdote que reside en la ciudad. Dos hermanas de su padre religiosas de clausura, viven también allí: Sor Marguerite Fouj-I net, y Sor Marie Fournet, Filies de Notre Dame. Han recibido la

misión de rezar muy especialmente por el futuro de un colegja¡ que ve llegar, sin entusiasmo, largos años de estudio.

Florence ha confiado su hijo a las oraciones de sus parientes El carácter ligero e independiente de este muchacho le inquieta Con su alegría franca y abierta y su buen corazón, se hace muchos amigos, pero ¿por qué parece no comprender nada de lo que ella llama la seriedad de la vida? ¿Por qué va de diversión en diversión sin pensar para nada en su porvenir?

Los mediocres resultados escolares, las numerosas adver­tencias, la libertad amargamente lamentada y un deseo loco de salir de esta prisión, he ahí la trama de su vida de colegial en Chátellerault. Felizmente hay compañeros, prisioneros como él... Como todos los colegiales, se divierte como puede... pero Andrés es un poco cabecilla y tiene que hacer alguna proeza y la va a hacer.

"¡No hagáis eso!" "¡Lo vamos a hacer!". "Eso", es una fuga, una idea de Andrés Huberto. Ha arrastrado con él a un compa­ñero originario de Maillé, prisionero como él, y también como él, deseoso de llevar a cabo una hazaña. Se trata solamente de

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escalar el muro del colegio cuando todos estén durmiendo y tomar, hacia Maillé, el camino de la libertad.

Todo sale a las mil maravillas. Una vez escalado el muro, Chá­tellerault no es una ciudad tan grande como para dificultarles mucho la salida y lo consiguen con facilidad. Aquí están pues, en el camino de Pleumartin, en la embriaguez de la libertad robada, aderezada con el miedo que da la noche... No se arriesgan mucho por los atajos que no conocen, sino que siguen el camino, el gran camino empedrado de carriles surcados por las ruedas de las carretas... Podrán fácilmente cubrir las seis leguas antes de que amanezca, llegarán a Pérusse antes de que salga el sol.

Sin embargo, desde hace un rato, la velocidad se reduce, los pasos son más lentos. ¿Será que la fatiga empieza a notarse, o será un vago temor por lo que le espera a la llegada?

Pero allá, en los dormitorios del colegio, la maldita campana despertador va a sonar como cada mañana y los compañeros se van a dar cuenta de que han osado fugarse...Hay que ser pues audaces hasta el final.

He ahí Pérusse de madrugada. Sueltan los perros, sacan las caballerías, la vida ordinaria de cada día comienza en el pueblo. Andrés Huberto, cada vez más inquieto, se da cuenta por fin de su situación. ¿Cómo afrontar la llegada? ¿Qué explicación dar? ¿Cómo entrar en casa? Y su padre que a esta hora está ya en el patio, se ocupa de poner en marcha el trabajo del día...

Andrés se cuela en la cocina y dice que avisen a su madre. "Explícate, Andrés", Andrés no tiene nada que explicar. Avisan a su padre, que se va a ocupar del asunto. Unas horas más tarde, en el colegio de Chátellerault, como cada semana a la misma hora, con ojos de sueño y la tripa vacía, Andrés Huberto Fburnet se afrontaba a Virgilio.

Este libro pertenece a Andrés Huberto Fournet, buen mucha­cho, pero que no será nunca ni cura ni fraile.

En la página en blanco de uno de sus libros del colegio, Andrés Huberto, con su pequeña escritura irregular y desorde­nada, se define y presagia su porvenir. Su madre, a la que quiere con toda su alma, ha tratado de hablarle del tema en varias oca­siones. Comprende a su hijo y conoce la rectitud y generosidad que hay detrás de esas travesuras. Ella le ha confesado su deseo de madre cristiana, para él, el único hijo que no ha escogido toda-

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vía su camino. "Tú serás sacerdote, Andrés, y celebrarás la misa por tu madre". En ese momento no reacciona por deferencia hacia ella, pero no siente ningún atractivo por ese estado de vida. La declaración que hace en el libro dice que comprende que es mejor no hablar de ello... A menos que no la haya escrito para exorcizar una idea que podría estar naciendo. Mientras tanto tiene 17 años y el tiempo del colegio de Chátellerault se termina.

Para él, Poitiers, la capital "¡sucia, santa y sabia" de la Provin­cia del Poitou!

La entrada escolar de 1770 ve llegar a Andrés Huberto, ajus­tado en su nuevo uniforme, a Poitiers, donde está inscrito para seguir sus estudios de retórica, después de filosofía y por fin en la Facultad para licenciarse en Derecho. El Derecho puede abrirle caminos, para su porvenir como lo ha hecho para sus dos cuña­dos. Los numerosos parientes y amigos de la familia que habitan en la ciudad lo acogerán gustosos durante las vacaciones y en sus tiempos libres: su tío y su tía Laurendeau, pero también su cuñado, el cirujano Couasnon que acaba de casarse con su her­mana Radegonde; y los Nicolás, los Chocquin, aliados de la familia.

Delgado, elegante, bien proporcionado, a pesar de su más bien baja estatura y siempre de punta en blanco, Andrés atrae las mira­das y la simpatía. Sus salidas espirituales, su sentido del humor, su carácter agradable, le abren las puertas de los salones.

¿Y los estudios? La retórica todavía pase, pero la filosofía no ocupa ningún lugar en su mente.

Pensionista en el Colegio Saint Charles regentado por los Lazaristas, va al Colegio Sainte Marthe para seguir los cursos impartidos por sacerdotes seculares.

"¿Recuerdas cómo nos gustaban los días de vacación y el aseo?", le dirá más tarde, delante de un testigo uno de sus con­discípulos de esta época. Andrés se acordaba.

Tuvo que ser desafortunado en algún examen importante, o quizás nunca presentó la tesis que hubiera podido darle el título de Bachiller, no hay ninguna señal que nos permita afirmarlo. Sin embargo puede presentarse a la Facultad de Derecho donde hace su primera inscripción el 30 de Noviembre de 1772 como lo atestiguan los registros.

Ingresa en la vida de estudiante la víspera de sus 20 años. Para celebrar el acontecimiento, ¿participa en los felices encuentros en

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la Pierre Levée de Poitiers como los héroes de Rabelais? Es cierto que la vida de un estudiante en esa época puede ser bien agrada­ble a poco que les guste la libertad... y que tengan un poco de dinero. A Andrés Huberto no le faltaba ni lo uno ni lo otro.

La asistencia a las clases no es indispensable y ningún exa­men difícil confirma el primer año de los estudios. Sucede que, según la expresión de esa época, algunos estudiantes hacen su Derecho "en botas de montar" y pasan parte de su tiempo reco­rriendo las calles de Poitiers sobre caballos fogosos, o frecuen­tando todas las fiestas de los alrededores. Andrés Huberto, apa­sionado por la equitación, está entusiasmado con esta nueva vida. Prueba todo lo que ella le ofrece y las reuniones festivas se multiplican al ritmo de las nuevas relaciones que encuentra muy fácilmente...

El primer año de Derecho lo pasa alegremente y será el último. ¿Por qué no renueva su inscripción? ¿Es una omisión voluntaria porque no se ve embarcado en un porvenir de chupa­tintas, porvenir tapizado de libros de Derecho y de minutas manchadas de tinta para escudriñar, de leyes para comentar? ¿Le han prohibido inscribirse de nuevo debido a una insubordi­nación o negligencia?

Más tarde hablará de esta época como un momento bien triste de su vida llena de fracasos y de faltas. ¿Se sabrá por qué ha dejado sus estudios de Derecho en 1773? Tiene 20 años y vive un presente fácil...

Quizás su repugnancia por el trabajo intelectual, le hace mirar hacia otro destino... Se siente atraído por una vida apa­rentemente brillante de los oficiales que caracolean por las calles de Poitiers. El pequeño hidalgo de Saint Pierre de Maulé sueña con entrar en un mundo arrogante y bullicioso, donde se solucionan aún ciertas diferencias, a escondidas, a punta de espada... En noviembre de 1773 por cabezonada o por apuesta atrevida, el joven, se alista al régimen de los Granaderos del Rey acantonado por un tiempo en la capital del Poitou.

En Poitiers se abrieron las primeras cafeterías. En una atmós­fera embriagada de humo de tabaco, los jóvenes, estudiantes o soldados, en sus distintos establecimientos, discuten larga­mente, se disputan y arreglan el mundo. Es el final del reinado de Luis XV. Sueñan en un futuro a falta de aliciente para vivir el presente.

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Y Andrés sueña, y con razón, puesto que uno de sus primos carnales, Antonio Fournet de Montenaut, que es dos años menor que él, se prepara para emigrar a América, en busca de aventu­ras. Este joven, cercano a Andrés por la edad, ha pasado su infancia en Angles sur l'Anglain y formaba parte de las pandillas bullangueras y alegres de primos, que el domingo animaban la casa parroquial de Saint Pierre de Maulé, bajo la mirada vigilante del párroco Antoine Fournet, su tío. Su padre, Louis Fournet de la Baraudrye es minusválido a causa de un duelo. El joven, un cadete de familia, busca su suerte fuera de Francia.

¿Por qué Andrés no la buscaría a su manera? Las primeras semanas en el régimen militar parecen un poco

duras para un recién llegado que no es más que un simple sol­dado, pero la esperanza de acceder al rango de oficial le da fuer­zas y de todas las formas, ya no puede volverse atrás.

Después de un tiempo de adaptación, Andrés Huberto cree que ya es hora de que su familia le vea con su bello uniforme y se entere de la nueva orientación que ha dado a su vida. Por otra parte, el regimiento en el que se ha enrolado, tiene que marcharse de Poitiers. Buena ocasión para ir a Maulé y advertir a la familia de una separación que corre el peligro de ser larga. El futuro ofi­cial, cuando se ve con un tiempo libre, monta a horcajadas en su caballo y se dirige hacia Saint Pierre de Maillé. Unas diez leguas, en una mañana de invierno, dan para pensar y reflexionar...

Como en otros tiempos el colegial huido, al aproximarse a su país natal, nota que pasa del sueño a una fulgurante realidad... Enviado por su padre, dos años antes para hacer sus estudios, le costará mucho hacerle comprender este cambio de vida, e incluso que le escuche la explicación... Pierre Fournet no es un hombre que se deje usurpar su puesto de jefe de familia. En ésta hay magistrados, hombres de Iglesia, pero no oficiales y menos simples soldados...

Cómo le atormentan estos pensamientos. A medida que se va acercando a Maillé, se da cuenta de que no puede presen­tarse así en Pérusse. Tiene que pasar primero por la casa de su tío Antonio, el párroco, para tantear a través de sus reacciones, cómo lo tomará su familia.

Introducido el militar en la sala de la casa parroquial, se hace anunciar. El anciano sacerdote, capta la situación del primer

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golpe de vista. Le saluda con toda la seriedad: "Aquí debe haber un error. El señor se ha equivocado de dirección, pues yo no tengo ningún sobrino militar".

El soldado comprende que ha perdido la partida, que le vale más retirarse sin gloria, pero sin combate.

Sólo le queda un refugio: su madre. Advertida secretamente, Florence Fournet llega inquieta, como siempre que se trata de Andrés. Madre e hijo analizan la situación y evalúan las dificulta­des que el tal enrolamiento ha causado.

El carácter violento de Pierre Fournet, acentuado por su mala salud, les obliga a la discreción. Van a tratar de encontrar, a espal­das de su padre, una solución que saque a Andrés de este entuerto: desligarle de su contrato comprándole un reemplazante.

Ayudada por su cuñado Antonio que censura severamente a su sobrino, pero aprecia la paciencia inteligente de su cuñada, Florence reunirá el dinero necesario... Mientras tanto, tratan de hablar del futuro con el joven totalmente desengañado... La vida militar no le atrae de una manera especial, era sólo una chifla­dura de un momento provocada por la relación con algunos ofi­ciales, amigos de las fiestas...

Aquí, en la austera casa parroquial de Saint Pierre de Maulé, esta vida parece bien irreal y su inscripción, un error enorme. Pero, ¿qué se puede hacer ahora? Es imposible vivir en Pérusse junto a su padre, ni el uno ni el otro lo soportaría. Con un año de Derecho solamente, podría quizás entrar en la magistratura por la puerta pequeña, con un juez o con un abogado. Su familia cuenta con tantos amigos en este campo...

Un viaje de Madame Fournet a Poitiers arreglará definitivamente su situación militar y le abrirá la "puerta pequeña".Aprovechando las relaciones, encuentra un puesto con un magistrado donde modestamente empieza un trabajo de despacho: copias, actas, minutas..., todo lo que le hubiera gustado evitar para siempre.

La escritura de Andrés es desordenada, irregular, minúscula y casi ilegible. No van a tardar mucho en decirle adiós a este joven que se ahoga en este despacho y que no ve el momento de marchar; pero marchar ¿a dónde? y para hacer ¿qué?

¡21 años! Toda una vida por delante... A pesar de todo lo que le han dicho, Andrés Huberto, ha considerado siempre la vida como una bella aventura en la que se disfruta de muchas relacio-

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nes, te admiran y te estiman, te puedes divertir, gastar dinero, ese dinero que nunca le faltó. Empieza a preguntarse si la vida es de verdad eso.

La hora de las aclaraciones ha sonado. Florence Fournet, ha revelado la verdad a su marido con mucho tacto. Otra vez con la cabeza baja, Andrés Huberto vuelve a tomar la ruta del país. Humillado y amargo ha precipitado los adioses a Poitiers... ¿Echa de menos verdaderamente esta ciudad y esas experien­cias que no han mantenido sus promesas?

En la gran sala de estar de Pérusse que ya no abandona nunca el dueño de la casa enfermo, se celebra una especie de consejo de familia cuyo principal interesado parece estar dispuesto a aceptar las decisiones. Cansado, decepcionado, se da cuenta que necesita dejar sus agitaciones y respirar a pleno pulmón. Pero no puede quedarse en Pérusse desocupado, junto a su padre enfermo que se altera y se excita ante los fracasos de este hijo pródigo.

Todos conocen en Maillé al sobrino del párroco. Le han visto crecer y, aunque estos últimos años se le veía menos allí, nadie olvida su alegría y sus travesuras cuando pertenecía a la parro­quia de Saint Phéle y pasaba tiempo en casa de su abuelo y en casa de su tío sacerdote. Pero lo conocen, sobre todo en Guittiére, en Jutreau, en la Roche a Gué... en Molante... Todos los castillos y casas solariegas donde su carácter abierto y simpático, le han abierto de par en par tantas o más puertas de salones, que su rango social... Quedarse en Maillé prolongaría esta situación que tanto inquieta a la Señora Fournet y no arreglaría nada.

En el exilio se abre el porvenir Esta tarde, ha llegado un jinete a Pérusse. Jean Fournet, otro

tío sacerdote de Andrés Huberto, es arcipreste de Montmorillon. Ejemplo típico de la situación compleja de los hombres de igle­sia de esta época, el arcipreste de Montmorillon, canónigo de la iglesia de Notre Dame, reside en la casa parroquial de Haims, parroquia minúscula, a dos leguas de la ciudad. Allí ejerce su ministerio mientras que los vicarios sirven a la Parroquia de Notre Dame en la ciudad.

En su historia de Montmorillon, el Padre Liége describe a Jean Fournet como un hombre de una profunda y sólida vida espiri­tual marcada por el rigor, un hombre de una vasta cultura y muy

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cercano a la vida de las gentes sencillas. Florence no se equi­vocó cuando pensó que estaría dispuesto a compartir su gran saber y su gran casa parroquial con un sobrino cuyos estudios están estancados. Se cerró pues, un acuerdo. Andrés Huberto irá a terminar sus estudios a Haims.

Catherine, la hija más joven de los esposos Fournet, que tiene veintitrés años, vive aún con sus padres y ha asistido a toda la escena. Es piadosa y han creído que sería religiosa, pero ¿no tiene que ayudar a su madre?

Lo mismo que ella, Catherine da en abundancia la sopa, el pan y el queso a los mendigos que habitualmente llaman a la puerta de esta casa, bien conocida por ellos. Pacífica, un poco seria incluso, su temperamento contrasta con el de su hermano menor. Tímida y discreta, consigue que nadie se ocupe de ella; nunca se hablará de ella. Ocupa un puesto importante en el corazón de su hermano, al que se permite hablar con toda liber­tad. Le ha reprochado muchas veces su conducta y acoge con alegría el cambio de orientación que se proyecta para él.

A más de siete leguas de Maulé, Haims levanta su modesta iglesia, sobre una vasta planicie, medio cubierta de aliagas y de brezos entrecortados por cultivos áridos; algunas casuchas y una casa parroquial de aspecto severo, forman una aldea que al con­templarla nos podemos preguntar, por qué existe en un lugar tan inesperado e inhóspito, y de qué pueden vivir sus habitantes.

Conducido por su tío, franquea Andrés el umbral de la Casa Parroquial. El comedor es austero, la comida frugal...

Una nueva vida, en una nueva decoración se va a abrir para el joven.

El párroco de Haims trata de acoger lo mejor que puede a su sobrino, al que adivina amargo y herido. Ha recibido la misión de instruirle, de compartir con él todos sus conocimientos, pero también de darle juiciosas lecciones de moral. Poco a poco le hará participar en toda su vida de sacerdote aislado en este ambiente duro.

Andrés-Huberto necesita mucho el orden y la sencillez que rei­nan en la casa parroquial. Casi todas las mañanas, una charla pro­longada con su tío lo sumerge en la filosofía, en la moral, o en la his­toria. Con gran extrañeza suya, advierte que escucha cada vez con más gusto a este hombre viejo de lenguaje erudito. Lee también

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con cierto interés los autores de la biblioteca de la casa parroquial, algunos antiguos, otros más modernos. Se da cuenta que hubiera podido ser un alumno pasable o incluso un buen alumno.

Da paseos interminables por el campo ¡Qué ruptura con la vida pasada! En Haims no hay invitaciones para las recepciones. Las relaciones de su tío le ponen en contacto con el clero de Montmorillon, cuando hacen las visitas regulares, que Jean Four­net no deja de hacer a la ciudad. Allí también la simpatía de Andrés le abre de par en par las casas de los sacerdotes y de los amigos de su tío.

Sin embargo, otras amistades del párroco de Haims van a ser para Andrés ocasión de descubrimientos. Apasionado por la his­toria natural, como muchos de sus contemporáneos, el sacer­dote se interesa por las plantas y por lo tanto, por el trabajo de los hombres de campo. Sus feligreses luchan contra la rutina y la pasividad, y él trata de enseñarles métodos para mejorar los cul­tivos. Va a menudo hasta los campos y su sobrino le acompaña. Por curiosidad al principio y más tarde interesado, descubre admirado, las condiciones de vida de los que él acostumbra a llamar las "buenas" gentes o "las pobres gentes".

Ciertamente, Andrés sabe que hay pobres. Los mendigos en primer lugar; éstos pasaban por Pérusse y se beneficiaban de las limosnas de su madre. Los ha visto bajo los porches de las igle­sias y en las calles de Poitiers... Pero aquí es diferente. Todo el vecindario desparramado por este suelo poco fértil, vive en con­diciones difíciles, a menudo miserables. Todo el pueblo es pobre. Cuesta mucho en todas las familias, hacerse con el ali­mento cotidiano. Un accidente, una enfermedad, una mala cose­cha, la pérdida de una vaca o de algunas ovejas, bastan para que la miseria llegue a la familia. Se instala allí y es casi imposible salir de ella.

¿Existe este mundo de pobres en otra parte? Andrés Huberto no lo sabe, no le ha preocupado nunca. En Maillé, sabía bien que esas "buenas" gentes iban a menudo a la iglesia, pero él estaba en los primeros bancos, reservados para algunas familias; ellos estaban atrás y, sin duda alguna, las personas ricas que estaban junto a él le impedían verlos.

Aquí, cada domingo de este invierno 1773-74, cuando Jean Fournet sube al pulpito para el sermón, su sobrino, se vuelve a mirar a la asistencia, desde su sitio en el presbiterio. Aquí

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no hay gente lujosa, aquí son todos colonos aparceros , pequeños granjeros y muchos jornaleros. Todos viven de este suelo ingrato y tratan de subsistir como han aprendido por la tradición.

Los hombres se visten con ropas burdas, las mujeres se envuelven en sus grandes capas negras y se cubren la cabeza con un gorro blanco. Los niños, muy numerosos, tímidos, mal lavados y a menudo con sus pies descalzos dentro de sus zue­cos, se juntan en la iglesia, con frecuencia después de una larga caminata. Andrés Huberto observa y escucha.

Los sermones de su tío son en el lenguaje y estilo del terruño: sencillos, directos, sin fiorituras, y hasta severos algu­nas veces... Habla del Evangelio, de Jesucristo, de la eternidad prometida al hombre para su felicidad, si cumple los manda­mientos de la fe, que evita que la vida tropiece sin esperanza con la miseria y la muerte, tan absurda la una como la otra.

Día tras día, semana tras semana, Andrés Huberto experi­menta esta nueva vida que le apacigua. Empieza a rezar desde el fondo de su ser y, delante de Dios, saca a flote el verdadero inte­rrogante que le preocupa: los pájaros saben hacer su nido, las plantas saben producir frutos, todo tiene su puesto en el uni­verso, ¿por qué no sabe él encontrar su camino?

Esto no le impide vivir la vitalidad de su temperamento, la vivacidad de su carácter. Y el recuerdo de un acontecimiento que marcó sus 16 años, y que casi había conseguido eliminar de su memoria, le viene a la mente cada vez con más insistencia.

Se trata de una ceremonia muy formal vivida -¿sufrida?- seis años antes. Aquel día, las órdenes tajantes de su padre y de sus tíos, le obligaron a hacerse clérigo tonsurado, para obtener un estipendio2 de una capilla de la Iglesia de Bonnes, parroquia de los alrededores de Maillé y que trataban de conservar en la fami­lia el beneficio que correspondía a los Laurendeau o a sus aliados.

Esta costumbre que hacía de un joven el beneficiario de un bien de la Iglesia, esperando su eventual entrada en el sacerdo­cio, había sido para Andrés ocasión de una breve ceremo>1ia en

2. Beneficio ligado a ciertos edificios religiosos que las familias de los clérigos man­tenían.

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la iglesia de Bonnes. Había sido tonsurado y esto le daba dere­cho a llevar la muceta3 y a tener un puesto de honor en el pres­biterio de esta iglesia, tres privilegios que le importaban muy poco y pasaba alegremente de ellos.

Chateaubriand, que gozó de este mismo honor, escribe que él olvidó la ceremonia desde el momento en que le crecieron los cabellos. Los cabellos de Andrés habían crecido hacía tiempo y esta rápida incursión en el mundo eclesiástico, no había marcado en absoluto su comportamiento, ni había influenciado los aleato­rios proyectos de futuro. Él también, lo había olvidado pronto.

Sin embargo la vida que lleva desde hace algunos meses junto a su tío, más en calma, más reflexionada, le hace entrar dentro de sí mismo y hacerse algunas preguntas, sobre la vida de todos los días, donde Dios espera al hombre. En la iglesia de Haims, la silueta de un joven se prolonga en oración un rato más que de costumbre después de la misa. Andrés pide a Dios que le dé a conocer el camino que debe seguir y que le dé el coraje necesario para comprometerse en él.

Con su temperamento impulsivo, la respuesta de Dios llega como un rayo. Una mañana, toma la decisión y Jean Fournet sin apenas extrañarse, le oye decir: "Voy a entrar al seminario en Semana Santa". La Semana Santa está muy cerca. Una vez más Andrés se va a lanzar de cabeza, pero esta vez será para una opción definitiva.

¿Para qué iba a esperar, como le sugieren, al próximo año escolar? Tiene ya 22 años... Sabe que no tiene tiempo que per­der; ya ha perdido bastante.

La decisión está pues tomada. El porvenir se perfila ante Andrés neto y para él irrefutable: será sacerdote. Dará a su madre esta alegría que ella mendiga Ó. Dios y de la que ha hablado a Andrés varias veces. La acogida de su padre será bien distinta a todas las que recuerda hasta ese día. Por primera vez padre e hijo podrán hablar de hombre a hombre y de un porve­nir verdadero. Florence encuentra en la sonrisa de su hijo algo de la malicia de su pequeño muchachito, pero también la fir­meza y seguridad del joven que sabe a dónde va.

'A. Esclavina que usan como señal de dignidad los prelados, los doctores y licencia­dos y algunos eclesiáticos.

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Ella y Catherine comprenden que esta resolución es el resul­tado de un camino doloroso para Andrés y para toda la familia. Un camino trazado por Dios, una llamada que le ha ido traba­jando interiormente. El muchacho luchaba contra esta llamada con toda la fogosidad de sus 20 años. Andrés Huberto quería vivir todo rápidamente. Se engañaba, pero en el ardor de su juventud, nunca hirió voluntariamente a nadie. Sus errores de joven no han sido un endurecimiento; siempre guardó una espe­cie de humildad innata que le hacía reconocer sus errores y le daba libertad para desprenderse de ellos.

Se inscribe por primera vez en el seminario de Poitiers. El registro del Colegio San Carlos consigna así esta inscripción: Andrés Huberto Fournet de Thoiré clérigo tonsurado, ingresa el 26 de marzo de 1774, para su primer año de seminario y de teología.

Para los otros seminaristas, todos mucho más jóvenes que él y que siguen regularmente sus estudios, la llegada de Andrés Huberto, rico, elegante, pero provisto de un ligero bagaje esco­lar, no pasa desapercibida. Está especialmente preocupado por dedicarse a sus estudios para recuperar el tiempo perdido, lo que hará sin gran dificultad, alcanzando rápidamente el nivel de estudios de sus condiscípulos.

Con su talento para crearse buenas y sinceras relaciones, forja ya desde entonces amistades sólidas que resistirán las opo­siciones y disensiones que tendrán que afrontar los sacerdotes durante el período revolucionario.

El 6 de abril, fallece Pierre Fournet repentinamente en Pérusse. Esta muerte afecta mucho a Andrés Huberto: pena, pesar de haber vivido tan poco y tan mal con su padre, pero también, podemos pensar, que tiene el consuelo de haberle dado, aunque un poco tarde, la posibilidad de tranquilizarse en cuanto a su porvenir.

El testamento de Pierre Fournet revela lo importante que fue para él la decisión de su hijo, puesto que tiene la fecha el mismo día de su entrada en el seminario: 26 de marzo de 1774:

Encomiendo mi alma a Dios Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, a Jesucristo su Hijo nuestro Redentor, a la bienaventurada Virgen María... para que reciba mi alma inmediatamente después de separarse de mi cuerpo. Deseo ser inhumado en tierra santa y que se me hagan las ora­ciones y servicios.

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Deja a su esposa toda la libertad para responder a sus últi­mos deseos para las donaciones y limosnas, como lo ha hecho siempre durante su vida.

Marcado por este dolor, empezará Andrés muy seriamente el descubrimiento de la teología.

En Poitiers se da en aquel momento la teología en el con­vento de los Jacobinos, no en el seminario. La presentan bajo formas escolásticas, se completa con conferencias a las que los seminaristas tienen que asistir obligatoriamente y se dan en el seminario mismo.

En cuanto al contenido, adopta la teología de Santo Tomás de Aquino pero está fuertemente teñida del galicanismo. La base de la enseñanza que se imparte es la Teología de Poitiers, basada en las notas tomadas de los cursos de San Sulpicio y revisadas por los jesuítas profesores de la Universidad de Poitiers.

Entre los libros que manejó Andrés, seminarista, los seis tomos de esta Teología de Poitiers cuya reedición data de 1753, parece ser la parte más importante de su curso.

Otras de las obras, todavía en uso en aquel tiempo, han per­tenecido a sus tíos como lo indica el "ex libris Franc. Lud. Fournet Des Vaux, t. III, ed 1731"que él anotó de su propia mano.

Testimonios de esta época, de sus condiscípulos, todos más jóvenes que él, describen a Andrés como un seminarista apli­cado. "Hizo en su primer año de seminario más progresos que en todos sus estudios pasados" subrayan en sus palabras.

Se matricula para un año el 3 de noviembre de 1774, más tarde el 11 de noviembre de 1775 y parece^ que antes del final del segundo año de seminario habría accedido ya al orden del sub-diaconado, seguramente el 10 de junio de 1775.

En efecto, el 15 de agosto de 1775 firma como padrino en el registro de bautismo de Saint Pierre de Maulé: A. H. F- Thoiré, subdiácono. Sin embargo el esfuerzo intelectual debe ser duro para él. Esta vida tan diferente de la libertad que se concedía hasta entonces, es sin duda, la causa de la interrupción de sus estudios, dos veces en menos de dos años y por varias semanas "debido a enfermedad".

Si en algún dominio sobresale Andrés Huberto, es en el arte de la oratoria. Su distinción, su soltura natural y su facilidad de

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elocución, se añaden a su voz calurosa y a su don de persuasión. Sabrá cautivar a un auditorio: los ejercicios del seminario son un buen presagio de ello.

La última inscripción de Andrés Huberto en el registro del seminario de Poitiers está datada del 4 de noviembre de 1776. En el Obispado de Poitiers hay otra lista que lleva esta mención "de Thoiré, fecha del sacerdocio 1776." En diciembre de 1776, se ordena, efectivamente, sacerdote.

Primeros años de sacerdocio Florence Fournet ve realizarse el sueño de su vida. Mañana,

su hijo, al que el obispo acaba de señalar con la unción sacerdo­tal, celebrará la misa por su madre.

Algunos días más tarde, el nuevo sacerdote, nombrado coad­jutor de su tío Jean Fournet, tomará una vez más el camino de la parroquia de Haims. En este medio ya familiar, donde ha descu­bierto su camino, empezará sus años de ministerio.

El párroco de Haims tiene la intención de hacerle predicar con frecuencia y se lo propone desde su llegada. El nuevo coad­jutor acepta de buen gusto. Durante largas horas, ayudándose de sus libros del seminario, prepara su primer sermón de algu­nas páginas cuyo estilo e ideas no le disgustan.

Cuando llega el domingo, la minúscula iglesia se va llenando poco a poco de los feligreses habituales, las pocas decenas de aldeanos que él conoce ya. Después del evangelio, Andrés sube los peldaños rígidos del robusto pulpito de roble y lleva en su manga el sermón bien preparado. Algunos ojos curiosos se levantan hacia él y reconoce todos los rostros. Un segundo de silencio. La cabeza le da vueltas... ¿Para qué está allí? ¿Qué tiene que decir? ¿Qué van a significar las frases salpicadas de citas latinas? No tiene nada que decir... no puede decirles nada. Sus piernas empiezan a debilitarse, a temblar y lentamente, lenta­mente nota que le resbalan y siente que desaparece en el pro­fundo pulpito protector. Un momento de silencio, durante el cual se pliegan las hojas manuscritas con un ruido de papel arrugado. Con su sencillez habitual, el tío Jean Fournet anima a su sobrino que, temblando de miedo y furioso consigo mismo, permanece acurrucada en el fondo del pulpito.

Más tarde cuando contaba este hecho, lo que hace de buen grado, encontrando en ello una buena ocasión para reírse de sí mismo, el P. Fournet decía: "Estaba hecho un ovillo en ese pul­pito, como un conejo en su madriguera y si mi tío no hubiera man­dado al sacristán a buscarme, yo creo que estaría allí todavía"4

Durante los dos años que Andrés permanecerá como coadju­tor en Haims, habrá muchos sermones, catecismos, ceremonias, sin anécdotas. Durante este tiempo el joven sacerdote apren­derá a hablar a sus feligreses con un lenguaje menos brillante que el de los trabajos del seminario. El tío, Jean Fournet es el garante de la formación de su coadjutor.

Al comenzar el año 1779, Andrés Huberto recibe el nombra­miento de coadjutor de Saint Phéle de Maillé. En esta época, Maulé, más poblado que hoy, cuenta con dos parroquias: Saint Pierre, cuya iglesia está situada en la ladera de la orilla derecha del río Gartempe y Saint Phéle, cuya iglesia está igualmente en la orilla derecha a algunas decenas de metros del río Gartempe, pero cuyos feligreses pertenecen a la orilla izquierda. Tienen que atravesar el río por el vado o en barca para ir a la iglesia parroquial, edificio vetusto que amenaza ruina. La Revolución será fatal para ella; más tarde el Concordato juntará en una sola parroquia que llevará el nombre de Saint Pierre de Maillé a toda la municipalidad.

El joven coadjutor deja con pena la pequeña parroquia, a los feligreses y en particular al párroco de Haims, su tío Jean, que le ha ayudado a encaminar su vida. Una verdadera amistad une a estos dos hombres y cuando un año después se entere de la muerte del viejo sacerdote, sentirá un gran dolor.

Ahora se encuentra bajo la responsabilidad eclesiástica de un extraño a su familia, el párroco de Saint Phéle, Jean Millet, que le acoge sin entusiasmo. Este sacerdote de ideas políticas avanzadas, se adherirá a la Constitución Civil del Clero en 1790. Su superior jerárquico es Antonio Fournet, el párroco de Saint Pierre y arcipreste de Angles sur l'Anglin, cuya familia detenta

4. Todas las biografías del P. Fournet relatan este hecho y la reflexión del Buen padre. El pulpito protector está todavía en la iglesia de Haims.

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muchos poderes sobre Maillé y en primer lugar el de la riqueza. Con Andrés Huberto como coadjutor, Millet se encuentra colo­cado entre tío y sobrino, situación poco confortable.

Estamos seguros de que durante su ministerio en la parro­quia de Saint Phéle, Andrés Huberto participa a menudo en la vida parroquial de Saint Pierre, donde reemplaza a su tío a pesar de que haya allí otro coadjutor. Desde el 15 de junio de 1779, aparece un acta de bautismo firmada: "Andrés Huberto, sacerdote".

Antonio Fournet que tenía entonces "alrededor de 70 años", y que cuenta con autoridad incontestable en su familia, aspira a jubilarse. Ha seguido de cerca el recorrido de su sobrino y ve lle­gar el momento en que éste podrá reemplazarle en su casa parroquial.

Andrés Huberto cumple con fe, inteligencia y apertura su ministerio sacerdotal. Lleva muy bien sus obligaciones parro­quiales. Se ve que está a gusto en la carrera que ha elegido; será un buen párroco.

El viejo párroco de Saint Pierre, arcipreste de Angles, está decidido a renunciar en favor de Andrés, al beneficio de su Curato y propone al Obispado que trasmita a su sobrino el cargo parroquial. Todo esto según las costumbres eclesiásticas de la época.

El 8 de enero de 1782, el Obispo de Poitiers nombra a Andrés Huberto Fournet párroco de Saint Pierre de Maillé, y el 10 de febrero toma posesión oficial de la iglesia y de la Casa Parro­quial, en presencia de las autoridades civiles. El notario real apostólico firmará el acta.

Podemos destacar algunos pasajes del ritual de la época.

Nos dirigimos con él (el titular del Curato) delante de la gran puerta de la entrada principal a la iglesia del dicho Saint Pierre de Maillé y vimos al dicho señor, Hubert André Fournet, revestido de sobrepelliz, estola, y bonete cua­drado, abrir las dichas puertas (de la iglesia), entrar libremente en la dicha iglesia, tocar las campanas, hacer su oración, levantarse, hacer varias genu­flexiones, tocar los vasos sagrados, abrir un libro, decir una oración y hacer la aspersión de la dicha iglesia; de la que nos dirigimos con él a la puerta de entrada de la Casa Parroquial de dicho lugar, la cual abrió y entró libremente en la dicha casa, donde abrió y cerró varias puertas y en el jardín rompió varias ramas de árboles y por fin hizo todo acto de posesión requerido y necesario en este caso... en esa posesión, lo pusimos y lo ponemos por la presente, para que goce del dicho Curato de Saint Pierre de Maillé, de los

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honores, prerrogativas, frutos y ganancia... como han gozado o debido gozar los precedentes titulares...

Firmado Riou des Fosses, notario real apostólico5

Todo está bien en regla. A sus 29 años Andrés Huberto Four­net es titular y beneficiario de una de las mejores parroquias de la diócesis.

Antonio Fournet de la Frediniére se retira a una pequeña casa solariega adquirida en otro tiempo por su padre, les Vaux. Piensa pasar sus últimos días tranquilamente.

Fue párroco de Saint Pierre de Maillé durante casi medio siglo y con el pasar de los años los muebles se fueron degra­dando poco a poco, así como el inmueble y todas las dependen­cias de la bella propiedad. Necesitará una verdadera renovación antes de que el nuevo párroco se instale en ella y éste se pone de lleno a ello.

La morada del P. Andrés Huberto Fournet será acogedora y amueblada con gusto. Será confortable y abrirá las puertas a menudo y el joven párroco del que se adivina que será generoso y hospitalario, recibirá bien a sus hermanos sacerdotes y a sus amigos. La señora Fournet y Catherine tienen que instalarse decentemente; sus rentas son buenas.

La vieja casa parroquial está en vías de transformación. No se pueden horadar los gruesos muros, pero los limpian y los rejuvenecen. En las piezas de tapicerías renovadas, Andrés Huberto instala un mobiliario nuevo y unas gruesas cortinas muy al gusto de finales del siglo XVIII que encuadran los venta­nales ajimez.

Un local es objeto de sus preferencias: el comedor. Manda restaurar la chimenea decorada con pinturas y blasones. Situado en el centro de la casa, es el lugar de acogida, de convi­vencia, cualidades eminentes del joven párroco de Saint Pierre.

Una vez renovados, la morada y sus accesos tienen un aspecto grandioso, con su cuerpo de edificio majestuoso, de recios muros protectores, su escalera exterior de piedra de silla­res bajo tejadillo, característica de las casas señoriales de la región, con su gran office y .su cocina con su gran chimenea.

5. Para más comodidad se ha modernizado la ortografía.

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Las dependencias alinean las cuadras bien provistas de caballos de tiro y sobre todo de montar, que tanto gustan a Andrés Huberto. Se reserva un edificio más modesto, un poco apartado, para el coadjutor. Éste había sido ya coadjutor de Antonio Fournet. El P. Francois Guillot pasa a la dependencia de su sobrino.

Una nueva vida llena de promesas se abre para el párroco de Saint-Pierre, a quien resulta fácil sent irse a gusto en este ambiente ya familiar en el que encuentra sus raíces.

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Capítulo 2

El párroco de Saint Pierre de Maillé

En la casa parroquial de Saint Pierre. . .

La vida del nuevo párroco se organiza al ritmo de su tarea sacerdotal. Es importante: misa cotidiana, diversos oficios reli­giosos entre ellos las vísperas, el domingo y los numerosos días festivos, bautismos, bodas, entierros, confesiones en las grandes fiestas ocupan una parte de su tiempo. Prepara con mucho esmero los sermones.

Como arcipreste de Angles, título que recibe como sucesor de su tío, reúne todos los meses, en principio, en su Casa Parro­quial a sus hermanos sacerdotes para darles charlas de pasto­ral. Es también un día de convivencia.

Las visitas a casa de sus amigos así como las que él mismo recibe ocupan también su tiempo. Su conversación llena de espí­ritu, muy apreciada y su facilidad para entablar relaciones, le han abierto las puertas siempre. Él abre también sus puertas con facilidad a los amigos escogidos. Anfitrión acogedor, mesa fina, atmósfera agradable. Los compañeros sacerdotes y los ami­gos laicos de Andrés Huberto aprecian el ambiente de la Casa Parroquial.

El domingo, los que habitan los castillos de los alrededores, se apretujan en la iglesia de Saint Pierre de Maillé para oír al cura joven, dejando de lado los sermones de sus Pastores y desafiando la prohibición de la Iglesia, de asistir a la misa del domingo fuera de su parroquia salvo en caso de necesidad. Carrozas, carretas, coches de todo tipo vienen, no sólo de los castillos de la Guittiére, de Jutreau o de la Roche a Gué, sino

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también de las parroquias de Angles, de Vicq sur Gartempe, de la Bussiére.

El tiempo del sermón ha llegado a ser para Andrés Huberto un momento fuerte en el que pone toda su alma y todo su talento para explicar con un estilo brillante las verdades de la religión. Está especialmente dotado y sus sermones son a menudo verdaderos fragmentos de elocuencia que cautivan a su auditorio... o por lo menos a una parte de su auditorio. Pues existen también los que no se apresuran a ir a las primeras filas, para quienes las bellas frases del párroco son tan oscuras como las palabras latinas que intercala en ellas.

El antiguo párroco, Antoine Fournet de la Frediniére, es el testigo crítico de esta situación. La juzga peligrosa para el joven sacerdote y para la parroquia entera: "Andrés, si continuáis hablando así os perderéis y perderéis a los demás. La mayor parte de vuestros feligreses no pueden comprenderos." El sobrino objeta que sus feligreses no están privados de los soco­rros religiosos, que él es párroco de todos y que los que vienen a escucharle de otras parroquias tienen buena necesidad de convertirse, ellos también.

Podría reprochar a su tío que desde hace muchos años los feligreses de Saint Pierre no oían predicar a su párroco más que en las grandes fiestas como Navidad, Pascua o Todos los Santos. En cuanto a los domingos ordinarios, se contentaban con escu­char el evangelio de la misa y de vez en cuando, un texto episco­pal o un decreto de la administración real. Anciano y cansado, Antonio Fournet no preparaba ya sermones y ya no predicaba desde hacía mucho tiempo.

Catherine Fournet que comparte toda la vida de la casa parroquial y que ha conservado su libertad para hablar a su hermano , le da a en tender también que su vida en es te ambiente confortable está un poco en desacuerdo con los bellos y buenos sentimientos que manifiestan sus palabras, que valdría más hablar con menos elocuencia de Jesucristo y de su Evangelio y vivir de manera más coherente. Andrés la escucha poco convencido. ¿Qué le pueden reprochar? Él no hace mal a nadie. Al contrario, su ministerio le pide estar en contacto con los feligreses y él lo intenta, sin olvidar que es responsable de todos.

El coadjutor, Francois Guillot, vive un poco apartado. Es hijo de un herrador de Pleumartin, pequeño artesano, cuyos nego-

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cios no son muy florecientes. La tradición conserva la memoria de un sacerdote humilde cuyo ministerio se desarrolla, sobre todo con las gentes sencillas, con las que, a pesar de su timidez se encuentra a gusto. Los habitantes de la Casa Parroquial saben que pasa mucho tiempo visitando a la gente del campo y mucho tiempo en la iglesia para los oficios.

Un observador más atento se hubiera dado cuenta que su fina silueta atraviesa ciertas tardes el jardín de la Casa Parro-, quial y penetra en la iglesia por la sacristía para hacer un rato de oración solitario. Ayudará también discretamente a Andrés Huberto como lo había hecho con Antoine Fournet.

En menos de diez años, Francia se estremecerá de espe­ranza: se irritará, después sufrirá o parecerá que triunfa, a pro­pósito de los hechos de la Gran Revolución, que a veces pueden parecer incoherentes. Por el momento, a principios de los años 1780, los artesanos, los labriegos, los comerciantes de la aldea de Saint Pierre de Maulé, viven tranquilos y con un relativo bie­nestar si se les compara con los numerosos colonos, arrendata­rios o granjeros de los alrededores.

El joven párroco de Saint Pierre conoce bien a todos los habitantes de la aldea. Ha pedido a los artesanos que restauren su casa y a los comerciantes que les proporcionen los materia­les. A los feligreses más alejados tiene ocasión de verlos con motivo de las ceremonias religiosas que celebra en sus casas: la extremaunción a los enfermos o los bautizos en caso de necesi­dad. Por otra parte, el coadjutor que está siempre presente en esos casos, conoce bien la parroquia con sus caseríos dispersos por el campo.

Si Andrés Huberto conoce menos a la gente de las aldeas, sabe que entre ellos viven familias menesterosas, como las que ha visto en Haims; una parte de lo que gana la dedica cada año a estas gentes, así como a los numerosos mendigos que pasan regularmente por la Casa Parroquial pidiendo limosna, sobre todo en invierno. Una limosna que, por tradición sagrada en su familia, prodiga siempre generosamente.

Visitas a la casa parroquial Hoy es día de recepción en la casa parroquial de Saint Pierre

de Maillé. El fuego chisporrotea en la chimenea del comedor. Han sacado la vajilla de los días grandes: porcelana, cristal y

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plata, adornan la mesa cubierta con un mantel adamascado. En los candelabros de plata se yerguen las bujías que habrá que encender si al prolongarse la comida, el cielo gris del invierno se cubre y oscurece. Dentro de\inos instantes llegarán los invita­dos. El joven párroco acaba de echar un vistazo de anfitrión a la mesa y se queda satisfecho. Del office en la planta baja suben aromas de platos cocidos a fuego lento, con cuidado, y de los que la Casa Parroquial guarda celosamente el secreto.

La aldaba de la puerta de entrada que da a la escalera exte­rior, suena. ¡Ya! No se han oído los pasos de los caballos, ni las ruedas guarnecidas de hierro, de los coches... El P. Andrés abre la puerta. Instintivamente, retrocede y la pesada puerta de bisa­gras que acaba de abrirse se pliega contra el espesor del muro y deja libre la entrada del comedor. Aparece un mendigo delgado, barbudo y harapiento en el umbral y se dispone a entrar:

"Un poco de dinero, señor cura, por favor." Andrés Huberto busca en sus bolsillos pero no encuentra ni siquiera una perra chica, ni un céntimo. Echa una ojeada a los muebles de la sala y... No hay dinero en esta sala, dice. ¿Es el contraste entre ese pobre que ha dado ya un paso y la decoración llena de calor de hogar y de confort? El párroco está nervioso: es preciso que este desdichado marche en seguida. "Lo siento, mi buen amigo, no tengo dinero pero..." "¡Ah, no tiene dinero, señor cura y su mesa está llena de plata!"6 Rechazando el trozo de pan que Andrés Huberto se dispone a darle, maldiciendo a los curas y a los ricos que no comprenden nada de la miseria del mundo, el mendigo baja pesadamente la escalera. Antes de desaparecer detrás de la iglesia, lanza una mirada de rencor y de odio al pri­mer coche que trae a los invitados.

En el umbral de la puerta que ha quedado abierta, sin ver a sus amigos que se disponen a subir la escalera, el párroco de Saint Pierre de Maulé se ha quedado inmóvil, como petrificado. Un choque fulgurante y doloroso acaba de traspasarle el cora­zón. Entre el mendigo y él, ¿cuál de los dos es el más desgra­ciado? ¿cuál de los dos es el pobre? Rompiendo con todas las tradiciones de su familia, rompiendo sobre todo con el Evange­lio, él, Andrés Huberto Fournet, sacerdote, párroco de esta parroquia de la que se sabe responsable delante de Dios, acaba

6. Plata y dinero son la misma palabra en francés: argent.

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de negar la limosna, acaba de despachar al pobre, presencia concreta de Jesucristo. Poco a poco, engullido en una vida demasiado fácil, ha llegado ¡hasta aquí!

Va a compartir con sus huéspedes que ya están sentados alrededor de la mesa una sabrosa cena en un cálido y lujoso ambiente, mientras que por un camino helado, un mendigo -¿cuántos mendigos?- con la tripa vacía gritan desde el fondo de su corazón su rebelión contra la injusticia. Y él, Andrés Huberto participa, inconsciente, en esta injusticia.

"Lo que hagáis a uno de estos pequeños...a mí me lo hacéis, lo que rechacéis a uno de estos pequeños, a mí me lo recha­záis..." Estas palabras bien conocidas, palabras de su madre, palabras del Evangelio, martillean su cabeza.

La atmósfera de la comida es extraña. El párroco está ausente y sigue la conversación con dificultad y aunque bien discretamente, parece acortar la comida. ¡Cómo desea estar solo frente a sí mismo, frente a Dios!

Un sentimiento de repugnancia, de vergüenza y de ternura llena su ser: el deseo de echarse en los brazos de Dios y de llo­rar como un niño. Una toma de conciencia cegadora, de la facili­dad con la que poco a poco, con su vida ordinaria, ha llegado a traicionar el Evangelio. Vive como funcionario de la Iglesia, pero ¿qué hay del discípulo de Cristo?

Durante mucho tiempo, esa noche, una ventana de la Casa Parroquial permanece iluminada. Arrodillado en las baldosas de su habitación y deshecho en lágrimas, el párroco de Saint Pierre de Maillé, suplica a Dios que acoja su petición de perdón. Descu­bre a la vez el pecado y la misericordia que acoge al pecador.

Pocos días después de este suceso, Andrés Huberto va a hacer unos ejercicios espirituales a la capital del Poitou, donde una vez más, va a pasar una página de su historia.

Durante diez días se sumerge en la reflexión y en la oración: jornadas decisivas para su vida futura, donde relee al mismo tiempo los acontecimientos de su caminar hasta allí, pero tam­bién las gracias que el Señor le ha prodigado. Toma una resolu­ción que orientará su vida de aquí en adelante y que él propondrá a los que le rodeen: seguir a Jesucristo como discípulo y vivir en conformidad con el Evangelio. Esta será para él la manera de vivir su ministerio de párroco de Saint Pierre de Maillé.

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Y aquí está ahora, varios meses después de que el mendigo haya subido la escalera.

Desde entonces, los feligreses se han hecho muchas pregun­tas con relación a su párroco. Cuando le vieron cargar en dos furgones sus bellos muebles, sus cortinas, los sillones, la plate­ría, los cuadros, pensaron que se marchaba a otra parte. El Padre Fournet no va a dejar Maillé, pero va a dejar el estilo de vida que llevaba hasta ahora y por eso se libera de las cosas inú­tiles que entorpecen el camino al que se siente llamado. Ha com­prendido que de aquí en adelante debe vivir concretamente estas palabras del Evangelio que ha repetido tantas veces: "Ve, vende cuanto tienes y da el dinero a los pobres y ven, si­gúeme..."7

El mobiliario de la Casa Parroquial se ha simplificado, ha desaparecido lo superfluo. Más tarde, Louis Forget8, acordán­dose de aquella época de su infancia en Maillé dirá: "Cuando el P. Fournet necesitaba una mesa grande para una reunión extra­ordinaria, venía a pedírsela prestada a mi padre."

El tren de vida de la Casa Parroquial se modificó hasta tal punto que los invitados de los antiguos banquetes están extra­ñados de la nueva actitud del párroco. Las explicaciones que se dan no son siempre comprensibles. Dicen: "Cuando se es párroco de una parroquia como la de Saint Pierre de Maillé, no se debe vivir como un sacerdote de una parroquia insignificante. Ya se le pasará, eso es una fantasía de momento."

Los sacerdotes de los alrededores se extrañan también de este cambio de vida radical; algunos se sienten molestos, pero como el Padre Fournet sigue siendo para ellos un hermano lleno de buen humor y alegría, le perdonan esta transformación, aun­que exagerada a su parecer.

Los testimonios dados algunos años más tarde en el proceso informativo, dicen muy claramente que los banquetes en la Casa parroquial continuaban siendo apreciados, pero que se vivían en un ambiente diferente y que los temas de conversación habían cambiado.

7. Mt 19, 21.

8. Louis Forget es el primer niño de Saint Pierre de Maillé que ha preparado el Padre Fournet para entrar en el seminario. Será su sucesor como párroco de Saint Pierre en 1820.

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Encuentros.. . Descubrimientos. . .

Los comerciantes de la aldea no hubieran ganado tanto por las compras de la Casa Parroquial, si otras compras menos refi­nadas no las hubieran reemplazado. Algunas familias indigentes cercanas a la aldea o más alejadas, reciben desde entonces del sacerdote, que las conocía poco hasta aquel momento, visitas y discretos cestos de víveres.

Los testimonios insisten en otra dimensión de su vida en relación directa con su ministerio. Por la mañana, muy tem­prano, incluso antes de que el sacristán abra la puerta de la igle­sia, el Padre Fournet, que ha entrado por la puerta pequeña de la sacristía, está allí ante el altar. Su postura habitual es la de echarse sobre las baldosas con los brazos en cruz, en actitud de abandono y de súplica, mientras está solo; se pone de rodillas cuando llegan los feligreses. Después celebra la misa y se queda todavía un buen rato en acción de gracias.

Los domingos el señor párroco continúa cuidando sus ser­mones, pero ahora no cuida tanto la oratoria, habla para que le entiendan todos. Su sermón es menos intelectual pero más sólido y sobre todo más sencillo. Todos están muy atentos y el párroco sonreirá muy contento, cuando un día el sacristán le diga: "Señor párroco, al principio predicaba Vd. tan bien, lan bien que nadie le entendía. Ahora todos saben lo que dice"9

Y el domingo no se ahorra trabajo: sermón en la primera misa, sermón en la misa mayor, catecismo a los niños y exhorta­ción durante las vísperas. En la vieja iglesia románica de Saint l'lerre se apretujan, los hombres de un lado, las mujeres y los niños del otro lado. Aparte de los bancos para los Señores, no hay ningún escaño en la iglesia; solamente un banco de piedra hecho en la construcción del muro, que rodea el interior del edi­ficio. Las ceremonias son largas; a excepción del sermón y la lec­tura del Evangelio, toda la misa es en latín.

Las aldeanas, envueltas en su mayoría en su capa negra, se sientan sobre los talones de sus zuecos con los niños en sus fal­

lí. Proceso informativo (Archivos de la Puye).

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das. Los que vienen de las casas alejadas para la misa mayor, se quedan para las vísperas y los que están interesados escuchan en la iglesia el catecismo de los niños.

En verano, estos aldeanos se quedan para las vísperas y se instalan para comer su pan, bajo el "Sully"10, el grueso roble que se levanta en esta época en el pórtico de las iglesias de Francia. En invierno o en días de lluvia, la situación es menos conforta­ble. Estas gentes, que han hecho ya un largo camino, tienen que buscarse refugio entre los habitantes de la aldea, o esperar en la iglesia, mojados y ateridos de frío, hasta el oficio de la tarde. Esto no es nuevo, pero lo que sí es nuevo es, que el párroco pre­pare un buen fuego en el hogaril de la sacristía y en el office de la Casa Parroquial, donde se les invita a instalarse cómoda­mente.

El sacerdote se introduce cada vez más en el mundo de estas pobres gentes. Su primera educación, su gran corazón, su paso por Haims, le habían preparado el camino. Pero había sido nece­saria esta pequeña astucia de Dios, el encuentro del mendigo, para ponerle en marcha. Esto le ha abierto a la sencillez del Evangelio: amor al Padre y amor a los hermanos, yendo conti­nuamente del uno a los otros. Evangelizado por un pobre, Andrés Huberto ha sido lanzado al pie del altar, desde donde el Señor le envía sin cesar hacia sus hermanos que son para él el rostro de Dios. Y este vaivén continuo, va a ser la respiración de su vida.

Saca tiempo para visitar a las familias y, para estar seguro de encontrarlos a todos, se presenta por la noche, a la hora de la cena. La llegada del párroco de improviso a una familia sencilla provoca a la vez orgullo y malestar: orgullo de ser tenidos en cuenta, considerados y malestar por no poder acogerlo conve­nientemente. Se propone añadir algo al menú pero el Padre se enfada: "¿No tiene que comer el Padre como sus hijos?" acos­tumbra a decir. En las familias más pobres, saca de sus bolsillos huevos, frutas, carne... que acaban de darle en otra parte. Si han previsto su visita y han preparado sólo para él un pequeño extra, hace como si lo aceptara y después lo comparte con

10. Sully, ministro del rey Henri IV (1559-1641) había pedido que se plantara delante de cada iglesia parroquial, un roble para dar cobijo a los feligreses. El de la iglesia de Saint Phéle existía todavía en 1880.

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lodos o bien, llamando a uno de los hijos le pide que se lo lleve a I al o cual persona necesitada de la vecindad. No hay manera de hacerle ceder.

Visita también a los enfermos, no solamente cuando les lleva los sacramentos, sino también para hacerles un rato de compa-itía, para hablar con ellos, para rezar con ellos, para ayudar materialmente a las familias para quienes, a menudo, la enferme­dad de uno de sus miembros es una puerta abierta a la miseria. Comprende ahora la vida de los pobres; y el recuerdo de su anti­cuo tren de vida, le perseguirá siempre como una llamada a la conversión.

En su oración ante Dios, pero también a través de sus escri­tos y de sus palabras ante quienquiera que sea, se dirá hermano do todos.

Se preocupa por la dignidad de las ceremonias religiosas en la iglesia de Saint Pierre y, en su correspondencia con el Obis­pado de Poitiers, expone insistentemente la gran necesidad de reparación que tiene el antiguo santuario románico. El 26 de lebrero de 1784 se expresa así "... hay reparaciones que deben hacerse urgentemente, sobre todo el techo del presbiterio; me cae el agua a la cabeza cuando digo la misa. Esto me ha sucedido también esta misma mañana.""

Después de un encuentro con el Obispo al que expone la necesidad imperiosa de renovar o restaurar los objetos litúrgi­cos, entre ellos los vasos sagrados de la parroquia y en especial la custodia -o sol-, escribe al Canciller del Obispado: Contando con la aprobación de Su Ilustrísima... le enviaré el recibo del orfe­bre y de los otros comerciantes que me proporcionarán lo que hay que reparar12.

El estado de los trabajos que hay que hacer en la iglesia de Saint Pierre es bastante impresionante, desde las casullas, los lienzos del altar, los manteles para la comunión, hasta la lim­pieza de los cuadros que adornan el presbiterio y el dorado del copón. En cuanto a la custodia que hay que "reformar", Monse-nor se hará cargo de ella. Sin embargo, como su corresponsal larda en manifestarse, el Padre Andrés insiste en otra carta:

11. Al Padre de Vieillechéze, canciller del Obispado de Poitiers.

lü. Id.

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Si no me hubiera parecido que Vd. quería hacerse cargo de este trabajo, no me tomaría la libertad de recordárselo, y si no fuera para mí una obligación velar por la decencia del lugar santo, me quedaría tranquilo.13

Los trabajos se prolongaron durante varios años.

En noviembre de 1787 llega al Obispado la "memoria de las reparaciones, que el Párroco de Saint Pierre hizo en la iglesia de Maillé para la cuenta de los diezmeros eclesiásticos". El santua­rio parece estar completamente reparado con las balaustradas de comunión nuevas así como el pavimento del suelo, recu­bierto en parte por una alfombra.

Podemos decir que la preocupación que tiene por dar a la presencia eucarística un ambiente decoroso, va a la par con la que tiene por dar a sus feligreses una vida decente. La carta al canciller del obispado incluye también este párrafo:

"Le ruego también en nombre de la caridad, que presente al Señor Obispo las necesidades extremas de nuestros pobres. Es imposible enumerarle cuánto han sufrido estos infelices durante esta estación de nieves, a pesar de que varias almas caritativas se hayan hecho un deber ayudarles. Espero que vuestra bondad sabrá excusar la libertad que me tomo para importunarle" El mes siguiente deja escapar todavía en su reclamación para la iglesia, esta frase: "...en mi última carta me he tomado la libertad de exponerle la extrema necesidad de nuestros pobres, a fin de que por su mediación puedan obtener algo de la caridad del Señor Obispo" 1^

La gran conmoción: 1789 y s iguientes

La Revolución francesa opera una transformación radical en las estructuras de la Iglesia de Francia. El clero, orden privile­giada de la Nación, íntimamente unido a la realeza, está presente en los Estados Generales de 1789 y sus diputados activos; los del bajo clero se unen, en su mayoría a los diputados del Estado llano.

13. El P.de Vieillechéze, canciller. Febrero 1784. (Archivos del Obispado). 14. Al P. de Vieillechéze, 24 de marzo de 1784.

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La toma de la Bastilla... La noche del 4 de agosto, los gran­des acontecimientos de la Nación y de la Asamblea repercuten en las orillas del Gartempe, como en todas las partes de Francia. A la calma del período electoral sucede una fase de agitación a medida que las noticias van llegando, a través del pulpito del párroco, según la costumbre, pero también a través de otros rumores. Se espera y al mismo tiempo se teme.

Como ante todo cambio, que puede llegar a trastocar cos­tumbres ancestrales, aunque se desee, se sienten inseguros. En 1790, el "Gran Miedo" hace que las manos de los labriegos se crispen agarrando el mango de la guadaña: se habla de un ene­migo cercano, de bandas de saqueadores que devastan las aldeas. En realidad, el enemigo tradicional está allí, una vez más, bien presente durante estos años: el hambre, después de las malas cosechas. Cuando los hijos tienen hambre, la cólera mur­mura contra los "gordos'T gran número de pobres están dis­puestos a seguir al que les habla de pan, de justicia y de un por­venir mejor.

A partir de la noche del 4 de agosto, las primeras reformas que conciernen al clero de Francia, tienen poca incidencia en la vida del párroco de Maillé. Los privilegios del clero son aboli­dos. En lugar de percibir el beneficio de su curato y el diezmo de sus feligreses, en adelante será pagado por el Estado como un funcionario. El tratamiento concedido al clero secular que tiene a su cargo almas: obispos, párrocos, coadjutores, no es más que relativamente confortable. Esta nueva situación trastocará poco la vida de la Casa Parroquial de Maillé, puesto que en adelante el tren de vida del párroco de Maillé se parece más al de la gente sencilla que al de los privilegiados.

Pero la Asamblea Constituyente pondrá la piedra de choque que va a destruir toda esperanza de una marcha común de la iglesia y de la Nación. Es la promulgación de la Constitución Civil del clero, votada el 12 de julio de 1790 y que debe tomar fuerza de ley en agosto de 1790.

Por muy galicana que fuera la Iglesia de Francia hasta enton­ces, no estaba, por ello, menos unida al Papa. Ahora bien, la Constitución propuesta, en particular para el nombramiento de los párrocos y de los obispos, hace en adelante una Iglesia

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Nacional, sobre la que Roma no tiene más que un vago derecho a echar una ojeada. Desde ahora sólo podrá aprobar el nombra­miento de los obispos que recibirán su institución canónica de su metropolitano.

El Papa Pío VI tarda en dar su opinión y no la dará clara­mente más que a través de los decretos del 10 de marzo y del 13 de abril del 91, por los que declara la Constitución civil "heré­tica, sacrilega, que derriba los derechos de la Iglesia." Durante este tiempo, la Nación francesa se metamorfosea, la Asamblea elabora la Constitución que regirá el país y avanza rápidamente en las reformas, a la vez administrativas, sociales y políticas.

Desde el momento en que la ley sobre la Iglesia pasa a la Asamblea, el clero francés, cuyos miembros se convierten en funcionarios del Estado, tiene que pronunciarse por juramento sobre su adhesión a la nueva Constitución. Confusión, malestar y duda por parte de muchos sacerdotes que "juran" y después se retractan cuando se enteran de la postura de Roma. Se vota un decreto complementario que estipula que, "a todo eclesiástico que a fecha de 27 de diciembre de 1790, no haya prestado juramento consti­tucional, se le considerará destituido de sus funciones y será reemplazado."

Lo mismo que su obispo y un cierto número de sacerdotes de la diócesis, el Padre Andrés no presta juramento, pero conti­núa ocupando su Casa Parroquial, nadie llega a reemplazarlo: la administración religiosa constitucional que acaba de nacer, no llega a encontrar "sacerdotes juramentados" para todas las parroquias.

Sabe bien sin embargo, que desde el momento en que uno de ellos sea elegido por "los Señores electores del distrito de Mont-morillon", él, el aquí presente párroco, tendrá que dejar su puesto. Se prepara pidiendo a su madre y a su hermana que vayan a vivir a los Vaux, propiedad de familia, a donde se ha reti­rado su tío Antonio, el antiguo párroco.

Continúa llevando el cargo de Pastor, reclamando a la Direc­ción de Poitiers, el 28 de abril de 1791, el tratamiento que le es debido. Los términos son claros:

No he recibido nada desde enero y sin embargo continúo siendo funcionario público, porque no he sido reemplazado.

Acogen su reclamación y el 29 de octubre de 1791, recibe su sueldo por el tiempo que ha sido párroco no reemplazado. Hará

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otra petición parecida el 2 de marzo de 1792, puesto que no había recibido nada durante meses, pero seguirá siendo1 reque­rido para pagar los impuestos.

Por otra parte no es ésta la única razón por la que se dirige a la administración, si bien, se arriesga a que le consideren sospe­choso. Su coadjutor, Francois Guillot, murió en octubre de 1790 sin haber recibido íntegramente lo que le correspondía. El Padre Andrés hace de secretario, del padre del difunto coadjutor, el 21 de enero de 1791, para reclamar lo que le corresponde: "...reem­plazo humildemente a Frangois Guillot, herrero, padre del difunto Francois Guillot, coadjutor de la parroquia de Saint Pierre de Mai-Ilé... y certifico que al no haber recibido su hijo difunto, nada de lo que le correspondía como coadjutor de esa parroquia, se vio obli­gado a contraer algunas deudas, especialmente por causa de la enfermedad que le condujo a la muerte... Por eso se toma la liber­tad de suplicarle que no le prive del suplemento que podría corres-ponderle por el año mil setecientos noventa, murió el 12 de noviembre. Durante los dos años de hambre, que pasaron, no se reservó nada para él. Dígnense pues, Señores, tratarle como él ha tratado a su prójimo."

El padre de Francois Guillot recibirá, efectivamente, el trato debido a su hijo...

El 18 de septiembre de 1791, los administradores del distrito nombran párroco de la parroquia Saint Pierre de Maulé a Frangois Chrétien, natural de Chátellerault, que viene a vivir en la Casa Parroquial. Presta el juramento exigido, el de "ser fiel a la Nación, a la Ley y al Rey" y se le instala en presencia del alcalde y del pueblo como servidor legítimo.

El Padre Andrés, que ha recibido el cargo de su obispo, con­tinúa sintiéndose responsable de los feligreses de Saint Pierre. En adelante, excluido de la Casa Parroquial, se beneficiará de la hospitalidad de sus parientes, numerosos en los alrededores. La Señora Fournet y Catherine siguen residiendo en Vaux. Por ellas se podrá saber cómo contactar con el ex párroco.

Para los feligreses, es un dilema: todo cambia, incluso la manera de nombrar párrocos. ¿Por qué reemplazar al Padre Andrés al que conocen desde siempre? Aparte de algunos que se han adherido al Club de los Amigos de la Constitución que se ha formado desde su promulgación y han solicitado incluso su afi­liación al Club de Poitiers, así como algunos oportunistas que

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presienten los signos de los tiempos, una gran mayoría del pue­blo hacen la "huelga de la misa" en la iglesia. El Padre Fournet, celebra en una casa de la aldea, unas veces en Vaux, otras en una granja en el campo.

Desde su llegada, Francois Chrétien, el intruso - así es como llamaban a esos sacerdotes juramentados - se dio cuenta de que para encontrar su lugar en la parroquia, tiene que estar a bien con el Padre Fournet. Le visita e incluso le propone en contra de la ley, compartir la casa con él y celebrar algunas veces en la iglesia parroquial. Obrando así, no darían al pueblo la imagen de una iglesia dividida.

La respuesta del que se considera párroco legítimo es neta: él, el responsable de la parroquia, no puede, de ninguna manera, colaborar con el sacerdote juramentado. Ante Dios, ante su pro­pia conciencia, ante sus feligreses, ya demasiado lastimados, desconcertados por lo que es un cisma, se debe mantener en la línea de una adhesión total a la única Iglesia Católica de la que ha recibido la misión.

La ley le prohibe el acceso a los edificios de piedra, pero mientras le permita vivir en el territorio de la parroquia, se que­dará a la disposición de los fieles que quieran recurrir a su ministerio.

Esta situación no puede eternizarse, pero aún se prolonga algunos meses. El 29 de noviembre de 1791, la Asamblea declara a los sacerdotes refractarios - que rehusan adherirse a la Consti­tución Civil, - "sospechosos de rebeldía" y dan a los administra­dores la orden de internarlos, en la medida en que susciten dis­turbios.

Francois Chrétien va a ver sus inquietudes disipadas. ¿No se puede considerar al Padre Andrés como el que atenta contra las leyes de la Nación? Con reuniones religiosas no autorizadas, se opone abiertamente al culto nacional, impide a los fieles asistir a los oficios del sacerdote juramentado. Este insulto hecho a su representante alcanza a la iglesia de la Nación y a través de ella a la Nación misma.

Andrés-Huberto Fournet ve cómo le rechazan el certificado de residencia, que se ha hecho obligatorio para los eclesiásti­cos, y que obtendrán fácilmente debido a su edad, sus tíos

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sacerdotes. Entra en la categoría de los promotores de distur­bios y de los agitadores.

Sin embargo, de Maillé, pero también de la Bussiére, de Angles, de la Puye y de todos los caseríos dispersos por la plani­cie que atraviesa el Gartempe, saben muy bien encontrarlo para los bautismos, las bodas, las confesiones. Como no tiene acceso ;\ los registros parroquiales, el Padre Fournet escribe las actas importantes del ministerio, fechadas y firmadas, en las primeras páginas en blanco de su breviario.15

Así se llega hasta la Semana Santa de 1792. El conde de Ville-niort, señor de un castillo situado a cinco leguas de Maillé, dipu­tado por la Nobleza de los Estados Generales y que continúa allí sin entusiasmo, conoce bien al Padre Fournet. Le ha propuesto celebrar en la capilla privada del castillo de Villemort, los oficios de Semana Santa y especialmente el Vía crucis del Viernes Santo. Otros sacerdotes, también refractarios, van a juntarse allí.

La capilla del castillo edificada en el siglo XVIII, relativa­mente grande, sirve de lugar de culto para los numerosos gran­jeros, colonos y criados del señor de Villemort, y para toda su familia. Un buen número de personas se reúnen allí esta tarde de Viernes Santo 1792, entre ellas, media docena de sacerdotes especialmente concentrados en su oración.

Desde hace un momento, han observado la presencia de caballos cerca de la capilla. Han llegado gendarmes y esperan que el oficio religioso termine. El Vía Crucis termina con esta asamblea inquieta.

Efectivamente, la Guardia Nacional busca a los sacerdotes. Sospechan que son los autores de un robo de vasos sagrados, que ha habido recientemente en la abadía de Saint Savin, que dista de allí unos 5 Kms. Sospechan que se los habrían llevado para sustraerlos a la profanación que representa para ellos el culto celebrado por sacerdotes juramentados; por lo cual son los más señalados culpables.

Una vez detenidos los sacerdotes presentes, les obligan a seguir a la Guardia a caballo hasta Saint Savin donde sufren un interrogatorio. Los propietarios del castillo de Villemort les ofre-

15. Más tarde volverá a copiar una parte en el registro que tenía Francois Chrétien.

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cen un coche para los eclesiásticos, pero el Padre Fournet reac­ciona: "En este día de Viernes Santo en que Jesús subió al Calva­rio llevando su Cruz, está bien que nosotros hagamos este camino a pie."

En Saint Savin, después de interrogarles y amenazarles, se comprueba que no tienen nada que ver en esto y que el robo es un asunto de derecho común. Pero el tribunal está excitado y llegan incluso a las brutalidades, siendo los gendarmes los que tienen que proteger a los presuntos culpables.

Por fin los sueltan y les invitan a dispersarse lo antes posi­ble. Atravesando el puente del río Gartempe a toda prisa, el párroco de Maillé oye que corren detrás de él y gritan: "¡Dete-nedle, detened al párroco y echadlo al agua!" El militar que vigila el puente se coloca delante del fanático borracho que persigue al párroco, y lo detiene riéndose "¡Eh! ciudadano, tú no querrás con esto envenenar el agua del Gartempe echando en ella el arsénico de este curita." Y el curita corre rápidamente a refu­giarse en los bosques de Saint Savin que dominan la orilla del Gartempe.

Este episodio durante la Semana Santa de 1792 precede a un período cada vez más difícil para los sacerdotes refractarios.

Los días 12 y 24 de mayo se promulgan nuevas leyes según las cuales, todo sacerdote no juramentado es condenado a la deportación.

Los eclesiásticos tienen que retirarse en el plazo de 24 horas fuera de los límites de su distrito, después de haber declarado en qué país extranjero quieren refugiarse y recibirán el pasa­porte para llegar hasta allí. Este decreto tendría vigencia el 10 de agosto de 1792.

De Vaux a Angles, el aquí presente párroco de Maillé, tiene la audacia de escribir todavía a un dependiente del departamento, el 8 de julio de 1792 para notificar la irregularidad de una sobre­tasa que tendría que pagar él y de la que ha pedido que le indemnicen.

De aquí en adelante, sin embargo, para él como para los numerosos sacerdotes no juramentados, el camino que hay que seguir es claro. Hasta el 10 de agosto, discretamente, porque siendo ya proscrito en el distrito de Montmorillon, va a anunciar a los feligreses su exilio. Después marchará.

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De las listas de sueldos a los sacerdotes del distrito, puesto que eran funcionarios, se puede concluir que marcha hacia fina­les de septiembre o primeros de octubre.

Para que el clero comprendiera mejor la situación confusa que creaba bruscamente la Constitución Civil, en marzo de 1791, el obispo de Sangres había mandado imprimir unas instrucciones que los obispos de Francia habían acogido, para representar el pensamiento de la Iglesia refractaria. Podrían servir de orienta­ción a los sacerdotes. El obispo de Poitiers, Monseñor de Beau-poil de Saint Aulaire las había hecho suyas inmediatamente.

He aquí algunos puntos esenciales que dan a conocer su espíritu:

Es extremadamente difícil prever todas las circunstancias en que podrán encontrarse los virtuosos pastores; sin embargo, es necesario que sigan todos una regla uniforme, prudente y al mismo tiempo valiente.

...es singularmente útil e incluso necesario que los párrocos y los coad­jutores se queden, si fuera posible, en sus parroquias... sin embargo algunas circunstancias les autorizan a alejarse...

... los santos Padres han distinguido dos clases de persecución: la que cae sobre el pueblo y la que no tiene por objeto más que a los ministros de la religión. En la primera, el buen pastor, se queda en medio de su rebaño para sostenerlo con sus exhortaciones y sus ejemplos; en la segunda, se con­serva para su pueblo, para tiempos más felices.

Si la presencia del legítimo pastor por una parte y del intruso por la otra, excita las divisiones, el primero de todos los preceptos, la caridad, impone alejarse de los fieles feligreses. Pero que tanto en un caso como en el otro, que los pastores se alejen lo menos posible de su rebaño y que se comuni­quen por correspondencia con sus más fieles feligreses.

Obligados por estado a continuar sus funciones santas, pero impedidos por fuerza mayor para cumplirlas públicamente, es necesario que se reduz­can a ejercerlas lejos de las miradas peligrosas y que limiten su celo a los fie­les católicos que quieran unirse a ellos.

Nuestra intención ha sido presentarles principios que puedan aplicar ellos mismos a las distintas circunstancias. Los casos pueden variar hasta el infinito.

Efectivamente, cada sacerdote deberá actuar según su con­ciencia y sin ayuda de la jerarquía, ya que la mayor parte de los obispos había emigrado desde 1791.

Sin embargo, el obispo de Poitiers, no deja la diócesis hasta el 13 de septiembre de 1792. El Padre Fournet marcha poco más

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o menos, en esta época. En conciencia, sabe que no deja a sus feligreses solos frente al "intruso" puesto que en la zona de Mai-llé viven dos sacerdotes no juramentados, sus tíos Antoine y Francois Fournet, uno en Vaux y el otro en Cottets. Por ser más que septuagenarios, están autorizados a quedarse en sus domi­cilios particulares, asignados a residencia y les está absoluta­mente prohibido todo ejercicio de culto público.

Su presencia en Saint Pierre de Maillé, conocida de todos, va a llevar Andrés Huberto a tomar la decisión de su marcha al exilio.

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i

Capítulo 3

Andrés Huberto Fournet, sacerdote refractario

España hospitalaria

Como los ciento treinta obispos y los cuarenta mil sacerdo­tes que salen de Francia entre 1790 y 1792, el párroco de Maillé emprenderá el gran viaje del exilio. Saldrá hacia España con otros sacerdotes de la diócesis de Poitiers.

Confía a su madre, ya de avanzada edad y a sus dos tíos sacerdotes, a su hermana Catherine. Teme que la situación se prolongue o empeore para la Iglesia. Conoce a sus feligreses, les ha explicado el porqué de su marcha, conoce bien la solidez de la fe de algunos de ellos y los cree capaces de resistir: los Mai-gret, Beaudroux, Forget...

Esa noche, celebra la misa en los Cottets, en familia. Entrega a su tío Antoine su cáliz y su patena, su casulla, su estola y las encontrará, un día, cuando vuelva. Lo que ve menos seguro es que su vuelta sea pronto, como tampoco lo había sido para los emigrantes de 1790 que se jactaban de volver a las pocas sema­nas. Hoy, no se puede asegurar nada, y cada vez menos, los acontecimientos son tan imprevistos, tan desconcertantes...

Sin embargo, hay que marchar. Él no emigra, pero como su obispo le aconseja, se exilia, "se conserva para su pueblo, para días mejores", huye de este país que no quiere saber nada de él... ¿Para cuando será su vuelta?

La situación política y sobre todo la militar de la nación fran­cesa en este final del año 1792, es la de un derrumbamiento total

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de lo que parecía hasta estos últimos años los fundamentos ancestrales e inatacables del Reino de Francia. La victoria de Valmy, el 20 de septiembre de 1792, ganada por la armada de los "sans culottes" a las tropas prusianas, es una señal manifiesta de ello.

La declaración de la salida de un sacerdote refractario tiene que hacerse a la capital del departamento. Se le da un salvocon­ducto garantizando su seguridad durante su viaje en Francia; trámite puramente formal, que se ha utilizado para otros pros­critos en otros tiempos.

En agosto de 1792, Poitiers es una de las ciudades donde son numerosos los eclesiásticos que hacen su declaración, y nume­rosos también los que son desvalijados de sus bienes: ropa, libros, relojes y dinero. La carreta traqueteante que sale de la "Puerta de París" en Poitiers, hacia el sur de Francia y hacia España, conducirá a los hombres casi completamente despoja­dos de todo equipaje y tendrán que vivir en una gran pobreza.

El Padre Fournet nunca ha hablado mucho de esas condicio­nes de su viaje al exilio. Muchos días de viaje penoso por la falta de confort, por el clima de sospecha y porque la acogida de la gente es siempre imprevisible. El pequeño salvoconducto de papel no vale mucho, a juzgar por la irritación de algunos casca­rrabias. Estamos en lo más álgido de la Convención y las utopías de igualdad de 1790 han sido barridas por los excesos que deja­rán el gusto a sangre en estos años marcados de tanta inteligen­cia y generosidad; Algunos eclesiásticos que tratan de llegar al extranjero en este período y en estas condiciones, reciben un golpe fatal.

Tras atravesar Vivonne, Couhé, Angouléme, Bordeaux, los exiliados llegan a Saint-Jean de Luz. Con el Padre Fournet, dos sacerdotes, por lo menos, de la diócesis de Poitiers, los Padres Grattereau y Lainé, se embarcan de allí para España, para diri­girse a Bilbao.

Los compañeros de viaje del Padre Fournet contarán un hecho notable de la travesía. Se levantó una tempestad fuerte que inquietaba a los pasajeros y a la tripulación. Ante la locura general, el Padre Fournet se pone a rezar en el puente, una ora­ción de súplica, con sus compañeros; después con un gran gesto de fe, se adelanta hacia la proa del barco y levanta sus brazos como para dominar a las olas en nombre del Señor Jesús. La

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calma vuelve. Los sacerdotes del Poitou, así como los otros tes­tigos de este hecho están asombrados. Más tarde lo contarán.16

Desembarcan en San Sebastián, el Padre Fournet recibe durante algunos días la hospitalidad de una señora cuyo nombre no ha conservado la historia. Esta hospedera, extrañada de ver llegar a los sacerdotes vestidos de laicos, se apresura a conse­guirles el traje que lleva el clero español; la acogida será facili­tada en la muy católica España.

San Sebastián habría podido ser para el Padre Fournet el lugar de su estancia, relativamente cerca de la frontera fran­cesa... Ahora bien, los meses de agosto, septiembre y octubre de 1792 ven llegar al norte de España un número tan impor­tante de sacerdotes franceses, que las autoridades civiles y religiosas están asustadas. Temen que una tal afluencia de extranjeros reagrupados pueda tener efectos perversos para el clero y los fieles y se den revueltas políticas. En efecto, todos estos exiliados, tienen la intención de quedarse lo más cerca posible de la frontera.

El rey de España, Carlos IV, consciente de las dificultades que ocasiona esta situación, promulga el 2 de noviembre de 1792 cartas patentadas con relación a los eclesiásticos france­ses.

Uno de los decretos dice que la residencia asignada a los sacerdotes tiene que estar a más de 80 kms de la frontera fran­cesa. Los lugares los fija la autoridad diocesana. Cada uno tiene que inscribirse pues en la sede episcopal de la que dependa.

Los sacerdotes refractarios se presentan a cientos en el pala­cio episcopal de Navarra. La acogida no fue, quizá, siempre tan entusiasta como la del obispo de Orense que escribía a un vica­rio general de Angers: "que vengan aquí todos aquellos que quieran venir, lo deseo de corazón. Les ofrezco mi palacio, mi bolsa y yo me ocuparé de sus necesidades, pues la caridad de Cristo me urge". Sin embargo la hospitalidad del clero y del pueblo navarro, permite a los exilia­dos una morada, víveres y la seguridad. El Padre Grattereau ten­drá como residencia la ciudad de Calahorra en Castilla la Vieja y el Padre Fournet la villa de Los Arcos en la diócesis de Pam­plona.

16. Relatado en el proceso apost; sesión 143.

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Los Arcos, en el corazón de Navarra, villa rodeada de lade­ras, villa típica con su pequeña plaza circundada de una galería de arcos que ha podido dar nombre a la villa, con sus calles estrechas y sus casas de bellos balcones...

Una iglesia espléndida con su nave de estilo greco romano, con su retablo par t icularmente decorado, notable por la riqueza de su ornamentación, por la multiplicidad de sus esta­tuas y la frondosidad de sus pinturas... una imponente torre campanario cuadrada, desde donde se dominan tejados de tejas rojas... un riachuelo de caudal caprichoso; es el ambiente a la vez árido y fecundo de las tierras navarras. Muy cerca, sobre una colina, una capilla, la capilla de la Resurrección, atrae las miradas de lejos. Es el final del Vía Crucis que serpen­tea entre viñas y olivares.

Dice la tradición que el Padre Fournet que venía a pie de la pequeña ciudad de Estella, llega un día, por la tarde a Los Arcos. Se encuentra con un adolescente al que pregunta, dónde podría encontrar asilo y éste, le conduce a casa de su madre. Así es como el primer lugar de su estancia en Los Arcos es para Andrés Huberto, la casa de Doña María Cruz Llanos, una viuda que goza en el pueblo de una gran reputación de caridad. No se quedará allí más que algunos meses. En seguida se le encuentra en otra familia, la de Doña Antonia Oñate que posee una buena fortuna y al parecer, bienes inmobiliarios importantes.

Documentos diocesanos de Pamplona conservan la prueba de que los eclesiásticos franceses estaban registrados, sus residencias cuidadosamente anotadas y tenían que renovar la autorización para celebrar misa en tal lugar por un tiempo determinado. Desconfiando de las "ideas francesas" que pue­den traer estos sacerdotes venidos de un país en plena revolu­ción, las autoridades civiles y eclesiásticas son muy firmes con respecto a sus ocupaciones. No se les permite ningún ejercicio público del ministerio sacerdotal ni ningún contacto formal con el pueblo.

El Padre Fournet, Don Andrés, como le empiezan a llamar en Los Arcos, está autorizado a celebrar la misa en privado. Y eso resulta mucho más fácil, puesto que Doña María Oñate tiene que mandar celebrar un cierto número de misas y asegurar el culto en una capilla que pertenece a su familia. El medio social relati­vamente alto de la familia, que instruye a sus hijos jóvenes en

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casa, permite a Don Andrés ejercer con el hijo la función de pre-rcptor. He aquí al mal alumno de Chátellerault, profesor de latín v de francés.

Otra faceta de la actividad restringida de Andrés Huberto va .1 ser importante: la visita a los enfermos. Pronto añade a ésta, la visita a los presos, ya que ninguna ley lo prohibe. Y el sacerdote, en Los Arcos, descubre en una minúscula prisión donde perma­nece, de vez en cuando un detenido, otra dimensión de pobreza y de miseria. Lo que se vive en Francia en esta época le hace más sensible todavía a este género de situaciones dolorosas que reúnen a los proscritos y prisioneros de todo tipo.

La villa de Los Arcos tiene también su hospital, pequeño, modesto, pero allí hay enfermos como los que el Padre Fournet visitaba en Maulé. Sin inmiscuirse en las obras caritativas de la parroquia, está a su cabecera rezando y sonriendo y si le es posible, con una golosina, de la cual se ha privado, en su bolsi­llo... Y piensa en Maulé, donde se podría erigir, como aquí, una casa en la que los enfermos y los lisiados serían cuidados. En cuanto a los pobres y a los mendigos de Los Arcos, conocerán en seguida al sacerdote francés que comparte con ellos el poco dinero que tiene.

Las noticias de Francia son raras. Hay muchas dificultades para que lleguen claras y seguras hasta Navarra ¡Cuántas sema­nas han pasado hasta enterarse del drama de la matanza de sep­tiembre!

Y qué impresión cuando se enteran de la ejecución de Luis XVI y de la Reina... derrumbamiento absoluto de un mundo que no volvería ya nunca más. Andrés se pregunta qué camino le queda todavía por recorrer, a él, sacerdote exiliado y ¿para cuánto tiempo todavía, fuera de su país?

Las hojas ennegrecidas a causa de su escritura entrecortada, se acumulan en las baldas de la estantería. Ha pasado tiempo, mucho tiempo preparando para sus feligreses de Maulé charlas y sermones. A veces se pregunta si las utilizará algún día. Pasa tam­bién mucho tiempo cada día, en oración, oración matinal en la igle­sia antes de celebrar la misa, oración por la tarde ante el sagrario, donde su actitud de adoración atrae las miradas de los fieles.

Los que le hospedan son testigos de la gran sencillez, de su estilo de vida; se contenta con poco para comer y para todo lo

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que se relacione con la riqueza o con el confort... Sufre por la vida que le imponen las circunstancias, la proclama ociosa y demasiado cómoda y no es presuntuoso imaginar que busca la mortificación. Se sabe por la indiscreción bien involuntaria de un criado leal que en esta época lleva un cilicio.

Cada día, haga bueno o mal tiempo, hace el Vía Crucis cuyas estaciones escalan la colina, se detiene en cada una de ellas para meditar la pasión de Cristo y después de la última, avanza algunos metros para llegar a la capilla de la Resurrección, desde donde su mirada abarca la villa que le acoge.

La contempla, villa quemada por el sol, villa hospitalaria donde la inactividad comienza a pesarle tanto..., debe cerrar los ojos para volver a ver la otra aldea de la que se sabe pastor, Saint Pierre de Maillé verdeante, a orillas del Gartempe.

Cuentan que todos los años, el 30 de noviembre, día de San Andrés, va a pie en peregrinación a Estella, a unos 8 kms. de Los Arcos, y celebra la misa en la espléndida iglesia dedicada a San Andrés, donde se venera la reliquia de su santo patrono, el após­tol de la Cruz.

España le ha acogido de verdad... ¿y si Dios quisiera que fuera definitivamente?

Sabe pocas cosas de la situación de la Iglesia en Francia y lo poco que sabe no le deja presagiar una vuelta rápida... ¿Quizás sea eso, lo que le hace pensar en abrazar la vida monástica y entrar en el Carmelo? Hay pocos detalles sobre esta experiencia de vida religiosa, que aparece autentificada en las primeras bio­grafías del Padre Fournet. Se sabe sin embargo que fue, efectiva­mente recibido en una comunidad de carmelitas y aceptado por el superior. Sin embargo, en el momento de la visita del Provin­cial, éste declaró que no podía admitir como novicio al sacer­dote francés (que contaba más de 40 años) y al que Dios reser­vaba, dijo, para una tarea apostólica en su país. Esta experiencia de vida religiosa tuvo lugar en Burgos, a su paso por la capital, cuando el Padre Fournet hacía el camino a Santiago de Compos-tela.

Más clara es la información sobre su adhesión a la Escuela de Cristo: piadosa asociación por la que seglares y sacerdotes se reúnen cada semana para escuchar textos religiosos, para reci-

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i ii el oficio y para un ejercicio de mortificación con la disci' i'lina. Un certificado que manda España, atestigua que:

"Don Andrés Fournet ha sido admitido como hermano de esta Sant3

i w:uola, en la que ha asistido asiduamente a todos los ejercicios, dand0

iiimu ejemplo y gran edificación a los hermanos... En esta villa de Los Arcos-i I «de agosto de 1794"

Los sacerdotes franceses no tienen derecho a reunirse efl •Hipo un poco grande, pero pueden, sin embargo visitarse, efl «penal para confesarse entre ellos. El Padre Fournet se encueP'

iia por lo menos una vez al año con su amigo, el Padre Gratte-"•au, que reside en Calahorra, para conversar amigablemente, V para reflexionar sobre su vida sacerdotal.

I'.n uno de estos encuentros deciden, en la gran línea de su i iiinino espiritual de fe y de penitencia, emprender una peregri­nación a Santiago de Compostela. Se han animado al ver que los peregrinos, con el buen tiempo de primavera, vuelven a tomar el « ainino de Santiago y pasan por Los Arcos.

Los dos sacerdotes deciden, al parecer, esta peregrinación 111 la primavera de 1795. El Padre Fournet la considera como un hciiipo de penitencia con sus leguas y leguas de marcha, en .lleudo y en oración y eso durante días y días. Al Padre Gratte-H MU le parecería mejor menos ascética, pero respeta el proyecto <li' su hermano mayor, de quien admira su fe y su valor. Después «leí impulso de la partida, el camino se hace largo y llega a ser i ada vez más penoso.

Cuando los peregrinos llegan a Burgos muy cansados, tienen <|iie detenerse y el Padre Fournet se ve obligado a ir al célebre hospital de las Huelgas para que le cuiden. Su compañero se quedará junto a él mientras dure la enfermedad. Cuando al fin, Andrés se siente bastante bien, para reemprender el camino, los primeros kms. le producen una debilidad tan grande que se verán obligados los dos, a volver sobre sus pasos y abandonar el proyecto. "La mejoría se acentuaba a medida que dábamos la espalda a Compostela" escribirá el Padre Grattereau".

Es precisamente en este momento, cuando el P. Fournet intentará hacer una experiencia de vida religiosa en los carmeli­tas de Burgos, pero tendrá que regresar con su compañero.

Está todavía débil y la vuelta a Los Arcos se presiente dura. Los peregrinos deciden comprar un burro, que llevará los libros,

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los equipajes, y si fuese necesario, también al convaleciente. El animal que les han vendido parece raro desde los primeros kms. Se dan cuenta de que es ciego. El Padre Grattereau decide volver atrás a buscar al que se lo ha vendido y deshacer la estafa. El Padre Fournet esgrime argumentos sobre el perdón cristiano y que "ese pobre hombre que necesita el dinero..." Continúan el viaje con el animal lisiado, que les ocasiona preocupaciones continuamente. Deciden venderlo pero haciendo saber que el burro es ciego.

La vuelta se efectúa por fin sin demasiados contratiempos. Don Andrés no conocerá nunca Santiago de Compostela y no será nunca Carmelita Descalzo.

De Francia llegan ahora rumores, después noticias más con­cretas. Parece que podría haber una búsqueda de paz religiosa, que el nuevo gobierno, el Directorio, trabajaría en ese sentido. ¿No se oye decir que la libertad de culto se restablecería...?

¿Qué puede significar para un párroco saber que su presen­cia no es ya un peligro para sus feligreses, sino que su deber, cueste lo que cueste, es estar con ellos?

Para tomar una decisión en cuanto a si es oportuno volver a Francia, es imposible poder contar con la opinión del episco­pado francés que ha permitido e incluso aconsejado a los sacer­dotes marchar, en 1792. Aparte los constitucionales, los obispos están casi todos en el exilio, o viven en la clandestinidad.

Sin tener en cuenta las observaciones de sus amigos sacer­dotes, que esperarían un signo, si no de los obispos, poco acce­sibles, por lo menos a través de los acontecimientos, el Padre Fournet decide volver a Francia. La llegada de un nuevo verano sobre las mesetas de Navarra le anima al viaje. Su salud se ha recuperado y se siente atraído por Francia como por un imán, puesto que es para un rincón de esta tierra, para quien ha reci­bido su ministerio.

Todos los habitantes de Los Arcos conocen y aprecian al sacerdote francés de sonrisa perenne, que es tan fino y que habla ahora español con una pizca de acento del Poitou, que les hace sonreír a veces.

Se dan cuenta de que no puede quedarse más tiempo a pesar de las relaciones calurosas que se han creado entre ellos. Le van a ayudar a marchar. Le ofrecen un caballito anda-

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luz robusto, para el viaje. Le dan provisiones, le llenan de aten­ciones y le dan algunas piezas de oro. No tiene pasaporte pero piensa que podrá llegar, puesto que la situación ha mejorado, hasta Saint Pierre de Maillé sin contratiempos, con la ayuda de la Providencia que le acompañará en el viaje, como le acom­pañó en su decisión.

La tradición dice que la llegada a la frontera francesa le reservaba una sorpresa. El caballito andaluz, domado quizás por contrabandistas, rechaza absolutamente acercarse a los unifor­mes de los guardias de la frontera. Huye a galope tendido, se adentra en la montaña y el P. Fournet entra en Francia, por un sendero apartado, fuera de la ley, como lo estaba él.

La misma situación en Saint André de Cubzac, provoca las mismas reacciones del caballo decididamente rebelde a toda pesquisa policial. Andrés Huberto llegará a la capital del Poitou sin dificultad y allí junto a sus parientes y amigos, evalúa lúcida­mente la situación.

"No consiguen atraparle . . ."

Una vez en Poitiers, a donde entra por la calle de la Tran-chée, el sacerdote se presenta en casa de sus primos, los Cho-quin. Estos, se asustan, pues el 18 Fructidor ha pasado con un tfolpe de Estado terrible, que ha puesto de nuevo en vigor leyes revolucionarias contra los emigrantes y los sacerdotes refracta­rlos que, efectivamente han empezado a volver a Francia. Sus amigos hacen todo lo que pueden para ayudar al P. Fournet que afronta la realidad. Está en peligro y tendría que reemprender de nuevo el camino del exilio.

Por lo menos le proponen quedarse en su casa por algún tiempo, en secreto, y descansar. Pero el Padre no ha venido de Los Arcos para quedarse a doce leguas de la parroquia, a la que tanto desea volver para ejercer su ministerio. Lo rechaza absolu­tamente. Intentan ayudarle de otra manera: procurarle los pape­les que puedan darle seguridad en sus desplazamientos, facili­tarle su estancia y si fuera necesario, permitirle de nuevo marchar a España.

Se puede explicar así, que haya dos pasaportes, aparente­mente contradictorios y emitidos en fechas cercanas.

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He aquí el texto del primero:

Pasaporte redactado en la póliza interior de las Comunas de la Repú­blica., en conformidad al Artículo de la ley del X Vendémiaire del Año Cuarto.

Salvoconducto para el ciudadano Andrés Huberto Fournet, el cual ya tenía un pasaporte de la municipalidad de Bordeaux, que nosotros le hemos retirado. Siendo de profesión propietario, domiciliado en dicha municipalidad de Bordeaux, bajo el n9 840 del cuadro de habitantes de la citada municipali­dad, edad 41 años, talla de cinco pies y una pulgada, cabellos y cejas casta­ños, ojos pardos, nariz gruesa, boca pequeña, mentón redondo, frente ordi­naria, rostro ovalado, piernas comunes, y prestadle ayuda en caso de necesidad. Para ir a la municipalidad de Maillé, Cantón de Angles y tiene lo dicho firmado...

Extendido el primero fructidor el Año 5 de la República francesa para los administradores del Cantón de Poitiers

Firmado: Jourde Firmado: Fournet. El ciudadano Andrés Huberto Fournet podrá ir hasta Saint

Pierre de Maillé y está perfectamente en regla en cuanto a las leyes. Cuando viaje por el departamento de la Vienne, nadie podrá verificar si este propietario domiciliado en Bordeaux ha recibido, de verdad, de esta municipalidad un pasaporte autori­zándole a circular por el Poitou.

Gérard Jourde, que firma el documento, hecho sobre un for­mulario del Cantón de Poitiers, ha tenido que hacer lo que han hecho tantos otros empleados de la administración, en todas las épocas, cuando se trata de preservar la vida de los otros... parece ser que sin demasiados riesgos, en esta circunstancia. El segundo documento del que se hará mención más tarde, permi­tirá al sacerdote salir de Francia, en caso de peligro.

Sin embargo, tendrá que ser prudente en Maillé para jun­tarse con su hermana, con la familia Debain y con los amigos de más confianza; los amigos de antes del exilio. Se han producido grandes vacíos en las familias, en su familia, la muerte de su madre, de la que ya le habían informado, las de sus tíos... y otras.

Pero si él ha vuelto, ha sido por su ministerio. Hay que regu­larizar matrimonios, bautizar niños, pues no todos los feligreses han aceptado al intruso. Está además todo ese pueblo que conoce bien y que le ha sido encomendado. En adelante, no lo abandonará ya más, sean cuales fueren las circunstancias.

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Ya no estamos en la época de la caza al hombre, como en I lempos de la Convención, pero sí contra los sacerdotes refrac­tarios que sabían que habían vuelto; una batida insidiosa, la de la depuración que sigue a los conflictos. Esos momentos en que se sabe que algo ha cambiado irremediablemente, pero que nada será como se había esperado en el ardor de los trastornos y de los cambios esperados.

Los unos decían que habría que prescindir de esos párrocos de otros tiempos en los que algunos habían vivido embaucando al pueblo desde hacía mucho tiempo y otros decían que no ten­drían la paz en la Nación ni con el extranjero, en tanto no fuera practicada la religión normalmente, y que los párrocos refracta-ríos volvieran un día para que así fuera. Por otra parte, desde 1795, las gentes se cansaban de las disensiones religiosas.

En agosto de 1797, en Saint Pierre de Maillé no era ningún ••(•creto que el párroco Fournet había reaparecido. Se había oído decir que había visitado a su hermana. Se escondía, segura­mente, en el campo, si es que se había quedado por allí

Pero la nueva ley, después de un intento de golpe de estado de los Realistas, lo ponía en el rango de los proscritos, de los Indeseables, de los que podían ser enviados a los pontones de Kochefort o a la Guayana. Esta ley exigía a los sacerdotes un nuevo "juramento de odio a la realeza y a la anarquía". Ahora I)ien, el P. Fournet nunca aceptaría someterse a este nuevo jura­mento.

Por otra parte, en caso de recrudescencia de peligro, tenía preparado otro salvoconducto para salir rápidamente a un país extranjero. Este salvoconducto que el P. Fournet nunca utilizó, se encuentra en el registro de deliberaciones de la municipali­dad de Angles, empezado el 2 de enero de 1791.

Administración municipal del Cantón de Angles.

Departamento de la Vienne para servir a los emigrantes o a los sacerdo­tes deportados.

Salvoconducto para Andrés Huberto Fournet, sacerdote, obligado a salir de Francia por la ley del 19 Fructidor el año 5, publicado y anunciado en Poi­tiers, el 23 por la tarde, el cual ha declarado querer retirarse a España, pasando por Poitiers, Angouléme, Bordeaux, Bayona y San Juan de Luz, de 45 años de edad, cinco pies y una pulgada de talla, cabellos y cejas casta­ños, ojos pardos, nariz gruesa, boca pequeña, mentón redondo, rostro ova­lado.

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El 28 Fructidor Año 5 de la República Francesa una e indivisible y ha fir­mado

Fournet. Sin embargo, la gendarmería vigila Les Vaux, donde Florence

Fournet murió hace dos años. Vigila les Cottets y la casa del casco del pueblo, donde vive Catherine en casa de la familia Debain... pero nadie parece saber dónde puede encontrarse el P. Fournet.

Avanzaba el mes de agosto. Un ojo atento podía ver de vez en cuando, por la noche, ya tarde, o por la mañana temprano, la silueta de un hacinador difícil de reconocer. Algunos sabían sin embargo que este hombre iba a reunir a los fieles de la "antigua Iglesia" en un lugar convenido o a meterse en su escondite pro­visional.

Llegó el día de la fiesta de la Virgen. Hacía siglo y medio, que Luis XIII había hecho una promesa para obtener el nacimiento de su hijo. Desde entonces, ésta es la gran fiesta del verano. Fiesta que el "décadi"17 nunca jamás había podido destruir ni reemplazar. Este año, para que la procesión pudiese efectuarse discretamente, se celebraría en el bosque de Pleumartin, vasta extensión boscosa al norte de la parroquia de Saint Phéle. El Padre Fournet está de acuerdo. Participará en la procesión. Se rezará el rosario, se cantarán cánticos llevando una imagen de María, escondida piadosamente en una granja. Han encontrado, incluso algunos estandartes.

Con el calor de una tarde de este 15 de agosto, hay pocos hombres pero muchas mujeres, porque la devoción a la Santí­sima Virgen es asunto de ellas. El Padre está allí, aprovechando esta reunión para decirles una palabra de fe a través de la cual trata de recordar a las personas que se acercan allí, algo del Evangelio y del Dios de Jesucristo.

De repente, se oyen pasos de caballos... y los gendarmes lle­gan los unos detrás de los otros por el estrecho sendero. La estatua se detiene y se queda inmóvil. Las mujeres, un grupito decidido, se colocan alrededor y afrontan la situación. Entre ellas se ven gorros blancos de campesinas y de sirvientas, pero también tocados de esposas de Notables...los gendarmes han reconocido algunos rostros.

17. último día de la década en el año republicano francés que reemplazaba al domingo como día sin trabajo.

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No pueden interpelar a veinticinco mujeres del país. "¿Dónde t-stá el párroco?" "¿qué párroco? "No necesitamos párroco." El Padre Fournet está ya lejos o quizás muy cerca, en uno de esos escondites preparados desde hace mucho tiempo. ¡Que estas mujeres se dispersen inmediatamente! El incidente se terminará con una declaración en la gendarmería, él no será detenido y caerá en el olvido.

El Padre Fournet seguirá errante por las orillas del Gartempe y del Anglin y atravesando la meseta de Maillé a La Puye, de Pérusse a Marsyllis.

La tradición conserva también el recuerdo de este otro inci­dente, cerca del molino de Busserais en la municipalidad de la Bussiére. Los gendarmes se han enterado que el párroco estaba en los Marsillys y que, seguramente iba a ir a la Bertholiére por el vado del Port. En efecto, un hombre baja por el sendero, atra­viesa la colina boscosa que se inclina hacia el río. En unos segundos, el galope de los caballos de los dos gendarmes lo alcanza. Y he aquí que el hombre, un leñador, se echa a correr, ¡no puede escapar!

Pero se precipita hacia una cruz, una cruz de madera dete­riorada, dicen. Él la conoce, ha rezado a menudo cuando pasa por el sendero. Hoy se echa sobre la cruz y se vuelve hacia los gendarmes. Con los brazos extendidos, Andrés Huberto espera la detención o algo peor, un mal golpe... Dice uno de los gendar­mes: "No podemos matarlo tendido sobre la Cruz, seríamos peo­res que Judas" y se dan la vuelta, él y su compañero, lanzándose al galope.

En la gendarmería de Angles, dirán pestes contra este párroco que no pueden agarrar, que acorralan muchas veces, pero que nunca consiguen atrapar.

Otro episodio memorable ocurre en la granja de los Cottets, donde sentado junto al fuego, el sacerdote de paso, vestido de criado, se calienta mientras habla con la granjera. Se oye un ladrido de perro, los gendarmes acaban de llegar. Están ante la única puerta de la sala de estar, golpean y entran. El tono de voz de la granjera se hace más fuerte y toma a los gendarmes por testigos de lo difícil que es encontrar un buen criado en esos tiempos. Para concluir atiza al criado una bofetada sonora en la cara, gritando: "Basta ya, perezoso, vete a ver a los animales." E invita a los gendarmes a beber un "trago" que les calentará y

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sobre todo retardará su marcha. El Padre Andrés, mientras tanto se pone a salvo en un buen escondite, quizá sonríe por esta malandanza.; más tarde se reirá abiertamente: ¡Qué mujer!, ¡qué energía!, ¡vi las estrellas!"

Se conserva otro episodio que pudo haber sido más dramá­tico. Estando el Padre de paso en casa de un matrimonio mayor en una granja aislada de la municipalidad de Vicq sur Gartempe, cae enfermo. Su estado empeora rápidamente y llega a ser tan grave que las pobres gentes, que no pueden hacer venir a un médico, piensan ya en un desenlace fatal. Inquietos por lo que le pueda suceder al sacerdote, y de lo que puede pasarles a ellos si se dan cuenta que lo esconden, deciden que si muere, lo enterra­rán en su huerta, junto a la casa.

De antemano y para que no les coja desprevenidos, piden a un amigo en quien confían, que les ayude a cavar la fosa. El Padre, después de algunos días de inconsciencia, se recupera poco a poco. Nunca olvidará lo que esas buenas gentes han pasado por él. Hablará de ello con emoción y estará siempre agradecido.

Durante el invierno de 1797-98 vemos también al Padre caído del caballo, que ha resbalado en el hielo de un terreno panta­noso, arrastrándose con la pierna rota, mientras que el caballo ha llegado ya al domicilio de sus dueños. Éstos, inquietos al verlo venir solo, van en busca del caballero y pueden socorrerlo discretamente.

En cuanto a los fieles de la Puye, el Padre Fournet va a menudo a decirles la misa en diferentes lugares de la parroquia, especialmente en un edificio que ha pertenecido anteriormente a las religiosas fontebristas y que han debido dejar en 1791. Allí también se reunían personas de confianza que servían de enlace para facilitar los desplazamientos y los actos de su ministerio.

En la parroquia de la Puye, en una de las habitaciones que habían sido construidas unos 30 años antes para los colonos franceses que habían sido expulsados de Canadá por los ingle­ses y que bordean la carretera llamada "Lígne acadienne," se vivió un hecho atestiguado con toda veracidad, puesto que es la misma heroína que lo vivió la que lo relata.

El Padre Fournet recibió una vez hospitalidad en una familia. Cuando la señora Merle, que así se llamaba la dueña de la pequeña

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alquería, oye ladrar a los perros, se da cuenta que los gendarmes se acercan a su casa al descubierto, por la planicie, se precipita al armario, saca una sábana blanca y dice al Padre que se tumbe en la cama que se encuentra en la sala de estar. En un abrir y cerrar de ojos, le tapa con la sábana, enciende un cirio, coloca un vaso de agua y una ramita de boj junto a la cama y se pone a rezar, con el rosario en la mano y los ojos enrojecidos. Cuando la granjera Merle abre la puerta a los gendarmes, ni siquiera entran en la casa, no llegarán a la habitación. Para ellos no es éste el momento de visitas fúnebres.18 La señora Merle no olvidará más tarde contar esto con todo detalle, la estrategia que empleó, para impedir que los gendarmes arrestaran al Padre Fournet.

Éste vive lo que cree ser su misión en ese tiempo: regulariza-ción de matrimonios, bautismos, cercanía a los enfermos y ago­nizantes a los que lleva el consuelo de los sacramentos. Casi todos los representantes de la iglesia constitucional han desapa­recido en la región. Las familias creyentes se unen al Padre Four­net, que representa la fe cristiana tal y como la han recibido. Estas gentes necesitan encontrarse, reunirse, y la asamblea de los cristianos es la misa; la Eucaristía que hace la iglesia.

En la oscuridad de las noches, en el campo, a la luz de los cirios de sebo y de algunas antorchas de resina sujetas a las paredes, Andrés-Huberto había celebrado numerosas misas para los fieles de su parroquia y de las parroquias vecinas. Dirá más tarde: "He dicho tantas misas de media noche en mi vida..."

Casi siempre es el mismo escenario. Sin embargo, para más seguridad, se cambian las horas y los lugares de encuentro, se informa a la gente casi en el último momento para evitar las filtra­ciones. La misa se celebra justo a las doce de la noche, en una granja, una casa solariega, incluso en una casa de la aldea, donde se puede pensar que se trata de una apacible velada alrededor de una baraja. La prohibición de proceder a visitas domiciliarias durante la noche facilita mucho esta clase de encuentros.

Luces en la noche Esta tarde, o mejor esta noche, la misa se va a celebrar en

los Petits Marsillys, algunas casas destartaladas, con una granja

18. Según Saubat: Andrés Huberto (1924, tomo 1).

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cerca de una charca bordeada de olmos desmochados. El edifi­cio más importante es la granja y sirve de lugar de culto. Lo han escogido por ser el más amplio y el más aislado, quizá también a causa de su situación, en la parroquia de Saint Pierre de Maillé, en el límite del departamento de la Vienne. Un fuera de ley, per­mitiría refugiarse en muy poco tiempo en el departamento vecino, l'Indre, donde los gendarmes del Cantón de Angles no tienen derecho a perseguirles.

Los Petits Marsillys son propiedad de un tío del Padre Four-net y los granjeros se desviven por el sacerdote; esconden en su casa ornamentos sacerdotales que la granjera, la Niveaude, cuida piadosamente. La mesa que sirve de altar está en la granja, cerca del poste central que sostiene las vigas maestras y del que cuelga el crucifijo. Todo está preparado para la misa. Los fieles han llegado escalonadamente para no llamar la aten­ción si llegan todos juntos. Se reagrupan, sentados en el heno, en unos bancos de cocina o sentados sobre los tacones de sus zuecos.

El Padre Fournet no ha aparecido todavía, pero recitan a media voz el rosario que Maigret ha comenzado.19 Cuando el sacerdote entra, saluda a la asamblea, conoce a todos por sus nombres, y pide noticias de unos y de otros, después se instala en un rincón para escuchar las confesiones. En el silencio, las gentes se suceden en el confesonario improvisado.

La pequeña puerta recortada en la gran puerta de la granja se abre una vez más en la noche y una bocanada de aire fresco aumenta el contraste con el olor acre del establo que está al lado. En el silencio que reina, entra en la granja, una dama des­conocida, acompañada de un hombre que parece ser su criado. Las gentes la miran y se miran. Ésta no es cualquiera, todo en ella lo dice: el tocado, el traje que disimula mal con una capa negra de criada y este aire indefinible...

La mujer es joven y bella, con una mirada abarca el conjunto de la pequeña asamblea. Busca un sitio desde donde poder acer­carse al confesonario. La Niveaude avanza para invitar a la des­conocida a pasar a la primera fila y hacen lo posible por propor­cionarle una silla:

19. La familia Maigret cuyos tres hijos serán sacerdotes, habita en Petit Marsillys... los encontraremos en la continuación del relato.

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¿Cree Vd, señora, que voy a dejar a estas madres de familia y a estos aldeanos que han venido de lejos para requerir mi minis­terio?

La voz no es fuerte, pero el tono es firme: el Padre Fournet, dándose cuenta del tejemaneje ha salido de su confesonario improvisado. La cuestión que se plantea no necesita comenta­rios, la respuesta tampoco. "Pero, Padre, bastará que Vd. quiera oírme en confesión cuando todos terminen; esperaré." La tradi­ción dice que la joven Isabel Bichier des Ages, esperó casi toda la noche, puesto que no pudo confesarse hasta la madrugada, buen rato después de la misa y de que los fieles se hubieran marchado.

Esa noche, en la granja de Petits Marsillys, el Padre Fournet recibirá de Dios a través del encuentro con esta joven, la res­puesta a una cuestión que le preocupa ¿Cómo catequizar a los niños, cuidar a los enfermos, socorrer a los pobres, cuando él mismo es un proscrito? A Isabel Bichier la ha enviado el Señor.

Tiene veinticuatro años. Es una aristócrata, cuyo hermano mayor, Laurent Bichier des Ages emigró en 1790, lo que tuvo una incidencia desast rosa en la vida de la familia, que se queda en Francia. Molestias de toda clase, prisión, disensio­nes familiares, muertes, han marcado este período de la juven­tud de Isabel. Muy piadosa, educada con las religiosas Agusti­nas en Poitiers, soñaba ya desde hacía mucho tiempo con la vida monástica, pensaba ser religiosa de clausura como sus tías. Los conventos se cerraron y las religiosas se dispersaron en sus familias...

Isabel vive ahora junto a su madre, en la Guimetiére de Béthi-nes, a seis leguas de los Petits Marsillys. Se ha enterado que un sacerdote celebra allí la misa, y se ha presentado. Ha venido porque desde hace mucho tiempo está privada de lo que es más importante para ella: confesarse, escuchar el comentario de la Palabra de Dios, "asistir a la santa misa" y comulgar.

Aconsejada al principio de la crisis de la iglesia de Francia, por su tío el Padre Moussac que se exilió a Suiza en 1791, nunca ha quer ido dirigirse a un sace rdo te const i tucional , a un "intruso"; tampoco ha entrado nunca en una iglesia desde el cisma.

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Cuando ha ido a Poitiers, ha podido oír la misa de sacerdo­tes refractarios, pero esto sólo ha sido accidentalmente, porque Poitiers está muy lejos de su parroquia de Bethines situada en el extremo opuesto del departamento.

En esta granja de los Marsillys, entre estos aldeanos, estos granjeros, estas criadas, en esta atmósfera polvorienta por la paja, Isabel, durante esta noche de espera, puede contemplar el camino que fue el suyo desde su más tierna infancia. Primero, niña mimada en el castillo de los Ages, cerca de Le Blanc, en Berry, más tarde adolescente en el convento de las religiosas Agustinas en Poitiers, tiene diez y seis años cuando llega la borrasca de la Revolución. Años decisivos en su vida de joven, ha sufrido y ha aprendido a luchar. Inteligente y activa, consi­guió salvar los bienes de su familia, amenazados por haber emi­grado su hermano mayor.

Hoy, su vida es más tranquila: estar junto a su madre enferma y cuidarla, la oración regular que comparte a menudo con su sirvienta, la administración de los bienes familiares, algu­nas ayudas a gente pobre que ella conoce bien, no llegan a col­mar su deseo profundo de una consagración a Dios en una vida religiosa..

Para hablar de esto a este sacerdote de la primitiva iglesia como se dice en ese tiempo por los sacerdotes refractarios, ha venido a los Marsillys. Esa noche recibirá un rayo de luz extraor­dinariamente claro pero inesperado, sobre su futuro.

Para el Padre Fournet también, algo nuevo empieza a perfi­larse a través de este encuentro, una respuesta a las preguntas que él se hace. Los niños no reciben catequesis, los enfermos no están cuidados, la gente pobre y que sufre no es socorrida... esta mujer podrá tomarlos a su cargo y con ella otras. Él, el sacerdote, no tiene libertad para ejercer su ministerio, pero no puede impedir a una ciudadana reunir a niños franceses para instruirles ni para ir a cuidar en su casa a los enfermos, sobre todo a los indigentes.

El grano que germina no hace ruido. Isabel recibe en los Petits Marsillys una misión que acepta como una llamada de Dios. Va a vivir su misión en su casa de Bethines, en Villemort, en las granjas y aldehuelas, lugares donde encontrará y servirá a su Señor en sus hermanos.

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Como ella, otras mujeres, otros hombres han puesto manos a la obra; discretos pero eficaces. Están cerca de su pastor itine­rante, cuyo campo pastoral parece cubrir las dos antiguas parro­quias de Maulé pero también La Bussiére, Angles sur l'Anglin, Vicq sur Gartempe, La Puye, Archigny, Nalliers. Le aseguran alo­jamiento, comida y seguridad y tratan de hacer surgir con él, fuera de las iglesias de piedra, lugares de culto, discretos, dise­minados en el campo; signos concretos de la vida de la iglesia.

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Capítulo 4

Sacerdote de la Iglesia de su tiempo

Hacia la paz religiosa... El obispo constitucional Gregoire había creído sinceramente

en la posibilidad de proponer una Iglesia de la Nación unida vagamente a Roma, apoyándose para la formación y sus estruc­turas en los principios de la nueva Constitución francesa. Había convocado, el 15 de agosto de 1797, el Concilio Nacional de París con la intención, al parecer, de intentar una reconciliación con Roma. Algunos obispos emigrados abortan toda tentativa, recordando con fuerza, la situación cismática del clero constitu­cional y su implicación en las matanzas de sacerdotes refracta­rios. A pesar de los esfuerzos de Gregoire, su jefe, no logrará poner en pie la Iglesia constitucional; ésta no recluta ya semina­ristas y la disminución de sacerdotes continúa entre sus miem­bros.

La ley de julio de 1797 había derogado las leyes persecuto­rias y había dado cierta libertad a los sacerdotes refractarios para volver a su país. Parece pues que el Padre Fournet se ade­lantó un poco a esta ley...

Pero el 19 Fructidor (5 de septiembre), como consecuencia de un golpe de estado dado por los Directores republicanos el día anterior, la persecución religiosa contra los ministros del culto, vuelve de nuevo. La nueva ley del 7 Fructidor del año V (24 de agosto de 1797) pide a todos los miembros del clero, sean quienes sean, y a los ciudadanos electores, un "juramento de odio a la realeza y a la anarquía y de adhesión y fidelidad a la República." Esta formulación pondrá en apuros, como ya hemos

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visto, a muchos sacerdotes que habían rechazado la Constitu­ción Civil, pero también a los que repugnaba jurar odio a lo que fuera. La caza de los sacerdotes refractarios, algunos de los cua­les estaban ya de regreso, volvió con toda la furia.

Ya no les amenazan con la guillotina, sino con la "deporta­ción", palabra que abarca la Guayana o más concretamente, las islas de Aix, de Ré o de Oleron, o los pontones de Rochefort, la espera en condiciones horrorosas de un hipotético viaje para llegar hasta allí.

Habrá que llegar a diciembre de 1799, para que el juramento pedido se formule con la simple frase: "Prometo fidelidad a la Constitución" y expresará así una fidelidad sin ninguna restric­ción que repugne a la conciencia.

La silueta ascendente del "Pequeño Caporal", Bonaparte que llegará a ser Napoleón, avanza a través del Directorio y el Consu­lado. Se da cuenta de que para establecer un poder centralizado, durable, creíble, tendrá que llegar a un consenso en el país en cuanto a la cuestión religiosa. Sobre la vieja cepa del catolicismo vinculado a Roma, discreto, perseguido, viviendo en las cata­cumbas, están resurgiendo retoños vigorosos. Nacen o se reconstruyen asociaciones, congregaciones religiosas... y, sobre todo en las ciudades, los sacerdotes refractarios empiezan a celebrar más abiertamente cada día.

Parece que en Saint Pierre de Maillé, la gran mayoría acepta la presencia del antiguo párroco en plena ilegalidad. La casa parro­quial ha sido comprada por la municipalidad. El Padre Fournet, vestido de seglar, vive en una casa de la aldea. No celebra la misa en las iglesias de Saint Pierre ni de Saint Phéle. Están al servicio del culto cismático y tienen que ser purificadas. Celebra en la capilla Saint Roch, edificio que no fue nunca iglesia parroquial. En esta situación impuesta por las circunstancias del momento, vuelve a tomar el Padre Fournet lo esencial de su ministerio.

¿Qué informaciones precisas pueden tener en ese tiempo los sacerdotes que, como él han arriesgado su vuelta después de algunos años en el extranjero? ¿Qué sabe él de los embrollos de Bonaparte con el papa Pío VI, muerto en el exilio, en Francia, en Valence y que lo calificaron en ese momento de último Papa?

Él, Andrés Huberto Fournet, bautiza a los niños, celebra la misa, da catequesis, visita a los enfermos. Sería como antes de

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1789 si viviera en la casa parroquial. La gente está profunda­mente marcada por los ritos de la religión y se encuentra bien en un cuadro de prácticas que habían tratado en vano, de modi­ficar. El "decadi", día de fiesta impuesta por el calendario repu­blicano para reemplazar al domingo y terminar un período de diez días, ha caído ya en desuso; a decir verdad no se han acos­tumbrado nunca.

Las grandes fiestas de los santos , como San Juan, San Miguel o San Martín, aunque no sean fiestas sin trabajo, recuer­dan los ritos de la vida rural, cuyos ritmos de trabajo marcan desde hace siglos. En esta tierra debe sembrar el Padre Four­net la semilla de la fe y de la caridad, para estos tiempos nue­vos. Lo hace con todas sus fuerzas. Está bien solo. De los cua­tro sacerdotes que había en Maillé antes de la Revolución, Millet ha dejado el sacerdocio, Guillot ha muerto y el santo Padre Riom, acaba de terminar su martirio en los pontones de Rochefort.

Otro sacerdote refractario oficia en la región, el Padre Duchas-teigner, cuyo seudónimo era "Perpetué" durante la Revolución. Cercano al Padre Fournet por la edad, por el celo apostólico y por una cierta concepción de la iglesia y de la sociedad, pero este sacerdote no podrá dar el paso difícil y como algunos sacerdotes refractarios, no será capaz de adherirse al Concordato.

La vida cristiana renace y se manifiesta a menudo a través de las iniciativas de los laicos convencidos y sostenidos por el clero diezmado.

En Béthines donde oficia todavía un sacerdote constitucio­nal, Isabel Bichier, que ha recibido su misión del Padre Fournet en los Petits Marsillys, da la clase de catecismo, instruye a los niños, cuida a los enfermos y socorre a los pobres en nombre de su fe. Con el consentimiento del párroco juramentado, hace sonar las campanas para avisar a los fieles de las celebraciones que tienen lugar en su propia casa, la Guimetiére. Su sirvienta, Marianne Meunier, y su amiga, Madeleine Moreau, viven con ella como si fueran religiosas.

"Que Nuestro Señor Jesús se digne instruirme..." La firma del Concordato, en 1802, va a traer por fin una espe­

ranza de clarificación a situaciones empíricas, diferentes, según

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los lugares y los actores. El acuerdo firmado entonces entre el Estado francés y la Iglesia, necesitó de muchas concesiones por parte de Pío VII y de muchos meses de discusión, durante los cuales, la fina diplomacia de Roma tuvo que afrontar las bruscas cóleras de Bonaparte. El Primer Cónsul quería reconstruir la Iglesia de Francia, a partir de un episcopado completamente renovado, compuesto de antiguos obispos legítimos, de refracta­rios, de constitucionales y de miembros recientemente consa­grados. El número y la extensión de las diócesis serían igual­mente modificadas. En fin, Bonaparte no admitía que hubieran podido pedir a los antiguos juramentados que se retractasen, aunque Roma los hubiese reconocido cismáticos.

Exigió que el Papa destituyera a todos los antiguos obispos de sus cargos, cosa que él hizo, hecho único en la historia de la Iglesia.

El 15 de agosto de 1802, todas las campanas de las iglesias de Francia repican.

Por fin, ya no hay oficialmente en Francia más que un clero. Hay alegría por la paz religiosa recuperada por el acuerdo con Roma y la de la "libertad" religiosa, aunque esté bien reglamen­tada por el Estado francés. Los obispos y los sacerdotes serán en adelante funcionarios vinculados tanto al Estado como a la Iglesia y su subsistencia está asegurada por el departamento, el distrito o la municipalidad.

El obispo que ordenó al Padre Fournet, el único que el sacer­dote haya conocido hasta entonces, Monseñor de Saint Aulaire, muere en enero de 1798, sin haber vuelto a Francia; la sede epis­copal de Poitiers ha sido ocupada durante estos últimos diez años por dos obispos constitucionales y está actualmente vacante. En 1802, Monseñor Bailly será nombrado primer obispo concordata­rio de Poitiers, y morirá unos meses más tarde. Su sucesor, Mon­señor de Barral, no será más que administrador de la diócesis antes de su nombramiento como obispo de Tours. Después de él nombran a monseñor de Pradt que no residirá más que un poco de tiempo en la diócesis durante sus tres años de obispo. La dejará en 1808 para ser capellán personal de Napoleón.

Los vicarios generales, Moussac y Soyer en particular serán los actores principales de la organización de las parroquias y

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decanatos de la diócesis de Poitiers, creados por el Concordato, inmensa diócesis que cubre los departamentos de la Vienne y de Deux Sévres con realidades humanas bien distintas. Harán falta muchas concesiones, muchos arreglos arriesgados con los municipios y los distritos, para dar, en principio un pastor a todos los fieles.

Así pues, pasará mucho tiempo hasta que el Padre Fournet pueda celebrar la misa en la iglesia Saint Pierre a Maillé.

Con las nuevas realidades creadas por el Concordato, se ha suprimido sin más, la iglesia de Saint Phéle y su territorio se une al de la parroquia Saint-Pierre. El Padre Fournet en espera del puesto que le será confiado, se considera, aún sin haber recibido el nombramiento oficial, responsable de la parroquia más extensa de la diócesis. Además las parroquias vecinas no tienen pastores. ¿Cómo no sentir la falta, él, que ha conocido situaciones tan diferentes, ante lo que se parece a un vacío ver­tiginoso?

Se ha enterado de las condiciones que le han arrancado al Papa para llegar a la paz concordataria. Su espíritu está turbado. Muy cerca de él, el párroco de Angles, el Padre Duchasteigner grita alto y fuerte que el Concordato es un cisma, que han trai­cionado y engañado al Papa, que han cambiado la religión y que esta nueva situación es peor que la iglesia constitucional. De su obstinación y la de algunos obispos, especialmente el de La Rochelle, Monseñor de Coucy, que arrastrarán a numerosos fie­les, nacerá el cisma de la "Petite Eglise", que tan penosamente marcará al Oeste de la diócesis de Poitiers.20

Al Padre Fournet le afecta en lo más íntimo: su vida sacerdo­tal en relación con la iglesia, pero, ¿qué iglesia? Éste pudo ser uno de los episodios más dolorosos de su historia. Sus compa­ñeros refractarios sufrieron tanto por fidelidad a la fe recibida de la Iglesia de Francia, tal como la habían conocido: católica, unida al Papa... tantos de ellos murieron por fidelidad a esta

20. La "Petite Eglise": grupo de cristianos que no aceptan el Concordato de 1801. Marcará particularmente al oeste de la diócesis de Poitiers y a la región Lyonesa... Privada muy pronto de obispo y después de sacerdotes, la "Petite Eglise" continúa agrupando a fieles laicos.

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Iglesia... Él mismo habría dado su vida por mantenerse en esta fidelidad. ¿Había que entrar ciegamente en un nuevo orden que se sabía claramente que estaba impuesto por la política? La carta citada en el prólogo muestra que lo hará, pero al precio de un doloroso combate.

Quedarse por fidelidad en la iglesia antigua como el Padre Duchasteigner sería mucho más sencillo...

Escribe al Padre Coudrin:21

Rece, mi querido Padre, por el Pastor y por las ovejas, y díg­nese decirme después de haber intercambiado con quien tenga a bien hacerlo, si puedo de verdad, en conciencia, a pesar de mis superiores, desprenderme de esta carga pastoral. Vd, sabe que yo era pastor antes de la Revolución y que no he tomado posesión en la nueva organización. (...) la "Petite Eglise" se gloría de seguir siendo fiel a los principios e incluso de ser la única Iglesia verda­dera. Uno de sus celosos adeptos me escribía el otro día que tenían al Papa con ellos, que desde hacía tiempo este pontífice llo­raba por todo lo que había (ilegible^ y sobre todo por el Concor­dato.

El Padre Forget, que será su sucesor en la parroquia de Mai-llé escribió: "Me dijo a mí mismo que tenía que dar muchas gra­cias a Dios por no haber sucumbido a la tentación de no adhe­rirse al Concordato".22

La fe humilde, la prudencia que da el Espíritu, el conoci­miento bien concreto del pueblo cristiano al servicio del cual está desde hace tantos años, la obediencia al que, nombrado por el Papa, es ahora su obispo, prevalecen en él. Más que nunca en este caso, el pueblo cristiano necesita pastores que estén con ellos y... ¡que los canonistas hagan su trabajo! Y es el Padre Fournet quien va a tratar de hacer "cambiar,"(término que significaba entonces dejar la Iglesia del Antiguo Régimen) a su colega y amigo, el Padre. Duchasteigner.

Durante el invierno de 1803-1804, el Padre Fournet es respon­sable de varias parroquias. Un sacerdote misionero que viene de la Savoie, pero que es originario de Angles, el Padre Bétemps,

21. Coudrin Pierre (1768-1837) nacido en Coussay les Bois. Será el fundador de los Padres y de las hermanas de Picpus. 22. Notas de Louis Forget (archivos de la Puye).

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trabaja en aquel momento en la diócesis de Poitiers y predica misiones en las parroquias de los alrededores. Va ordinaria­mente acompañado de un vicario general. En esta ocasión, todos los sacerdotes de los alrededores -raramente numerosos-vienen a ayudar a los misioneros.

En los Cantones de Saint Savin y de Angles le corresponde al Padre Fournet poner en marcha las misiones: Saint Savin, Maulé, Angles, La Roche Posay y anteriormente Bethines, van a tener su misión. Situación delicada en Bethines, donde el sacerdote, el Padre Babert, "el intruso," nunca se ha retractado. La iglesia que ha servido al culto cismático desde hace diez años, no ha sido purificada. Es necesaria toda la bondad cordial y tenaz del Padre Fournet y la delicadeza de Isabel Bichier, feligresa de Bethines, para obtener del sacerdote que no tiene nada de fanático, pero que no quieren humillarle ante sus feligreses, la regularización de esta situación.

Una carta de Isabel a un tal Alexis Michon, recluta en Brest, es un documento muy interesante para el desarrollo de la misión y para el nombramiento de los párrocos. Se aprecian muy bien las dificultades que puede provocar esta novedad.

"La Guimetiére, 20 de enero de 1804

Hemos tenido una nueva misión, que me ha ocasionado muchos incon­venientes pero también muchas alegrías. No sólo hemos tenido al buen Padre Bétemps, al santo y venerable al Señor párroco de Maillé y al digno párroco de Angles, sino que además el párroco de Maillé ha vuelto después aquí para hacer la adoración al Santo Niño Jesús, con una representación encantadora... Nunca se ha visto tanta gente en Bethines.

Yo creía que tú habrías obtenido un permiso y esperaba verte en la misión; hubiera gozado tanto... te hemos nombrado mucho. El párroco de Maillé, Padre Bétemps, y el párroco de Angles, han preguntado también por ti.

Nuestra nueva misión ha hecho mucho bien. Había muchísima gente. El buen Padre Bétemps, nunca ha trabajado tanto. Daba por la mañana un buen rato, el catecismo razonado, de una hora a hora y media: en seguida subía al altar y después del Evangelio predicaba como de ordinario, y a continuación terminaba la misa, la bendición y después confesaba hasta dos horas y venía a comer aquí. A continuación subíamos a la iglesia para el sermón de la tarde, en seguida la bendición y seguido, el Padre Bétemps tenía el catecismo razonado. No venían aquí a cenar hasta las ocho o las nueve.

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El Venerable párroco de Maulé, desde dos horas antes de amanecer, hasta las nueve de la noche, no salía del confesonario más que para celebrar la santa Misa, y un cuarto de hora para bajar aquí a tomar algo. El día que erigieron la cruz, no comimos hasta las cuatro o cinco de la tarde, después de la bendición de la tarde.

He mandado hacer una cruz igual que la de Villemort, que fue llevada y erigida durante una ceremonia muy edificante al final de la misión. Había hablado tanto, me había movido y removido tanto, que había hecho arreglar el tejado de la iglesia, antes de la misión; para poder hacerlo, había pasado a pedir por las casas con el señor M. Dezerces, pero no tuve tiempo de man­dar poner los cristales; lo haré más tarde.

El que está nombrado aquí, es el párroco de Villemort. Ha aceptado, si la parroquia quiere darle de qué vivir. El consejo municipal se reúne el domingo que viene para tratarlo. Yo me moveré para eso mañana, hace tiempo que lo sabía, pero no podía decirlo.

El Padre Babert va a una pequeña parroquia cerca de Civray, más lejos que... está desolado. Está contra mí, pero se equivoca, porque no era el párroco de Villemort el que yo quería, sino el buen párroco de Maillé. Yo he sido su confidente en todas sus penas, hasta de un viaje a Poitiers que acaba de hacer. Quería que le recomendara a mi tío sacerdote y en efecto, no había un puesto para él y es, seguramente, todo lo que yo he dicho a mi tío, acerca de cómo se prestó para la última misión, lo que le ha valido esa pequeña parroquia.

Al párroco de Maillé le conservan su parroquia, pero no lo acepta y a todos los que no aceptan, se les prohibe el ejercicio de su ministerio, sin embargo creo que el obispo tiene sumo interés en conservar, todos los pode­res a este santo y digno sacerdote.

Ayer se reunieron en Montmorillon para prestar juramento. El párroco de Villemort no estaba allí porque quiere saber si le van a dar "de qué vivir", antes de tomar posesión. El Padre Babert marcha el miércoles para tomar posesión de la suya.

La pobre Babette Pilotte ha muerto del parto, el primer sábado de la misión. No asistió más que el primer día. Lo he sentido mucho y he llorado mucho por ella. Yo había hecho bautizar a su hijita por uno de estos párro­cos. Y si el Padre Bétemps la hubiera visto mal, no la habría dejado aquella noche que murió.

Mi querido Alexis, sirve y ama cada vez más a Nuestro Señor. Piensa que Él es la fuente, el principio y el fin de todo, que no tenemos que vivir más que para Él; vivir para hacer penitencia y morir para no ofender más a Dios. Dame noticias tuyas. Adiós, adiós, mi querido Alexis; te deseo todo el amor de Nuestro Señor, la paz y todas las bendiciones y te conservo todo mi afecto si eres virtuoso.

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Jesús es mi amor, Jesús es mi riqueza.

La última cruz está en el vado de Villeneuve. Es un regalo que he hecho a vuestra parroquia.

Deseo que sea agradable a nuestro buen Jesús

Así sea"

Podemos observar la participación masiva de la gente, la ayuda eficaz de la municipalidad impulsada de nuevo por la joven, la larga duración y el número de ceremonias, el estado deplorable - las ventanas sin cristales - del lugar del culto y la parte activa del Padre Fournet, sobre todo en el confeso­nario.

En las par roquias del campo, las misiones se dan en invierno, una vez terminadas las pesadas y duras faenas del campo. El pueblo puede seguir las funciones de la misión, durante una semana o más.

A propósito de los nombramientos de los párrocos pode­mos notar que la Señorita Bichier escribe: "Al párroco de Mai­llé se le mantiene en su parroquia, pero él no acepta y a todos los que no aceptan se les prohibe el ejercicio de su ministerio." Parece que está muy al corriente de las intencio­nes del Padre Fournet y de sus vacilaciones. Está también al corriente de los distintos problemas que la reciente organiza­ción plantea a los sacerdotes tanto a los refractarios como a los constitucionales...

Además de su ministerio en Maillé y sus alrededores, el Padre. Fournet invierte su tiempo y sus fuerzas en las misiones. Tanto tiempo y tantas fuerzas que su salud se deteriora otra vez. No se pasa en vano un exilio y sobre todo la inquietud incesante durante meses y meses. ¿Se siente incapaz de llevar bien un ministerio parroquial y la responsabilidad de esas misiones de cuya importancia está convencido?

Escribe de nuevo a Monseñor Bailly para exponerle por qué no ha aceptado todavía la carga que la nueva organización de la diócesis le ha propuesto: volver a tomar como párroco la res­ponsabilidad de la parroquia, en adelante inmensa, de Saint-Pie-rre-de-Maillé.

Se puede observar que cuando el Padre Fournet, data sus cartas, no pone ordinariamente el año; sin embargo, aquí, la

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fecha está completa. (23 de enero de 1804). Se puede así acercar esta carta a la de la Señorita Bichier a Alexis Michon, escrita la misma semana.

... Si me atrevo a tomarme la libertad de suplicar a Vuestra Ilustrísima que tenga a bien descargarme del empleo al que me destina, no es por falta de sumisión a sus órdenes, sino por falta de salud; sé muy bien lo que el Soberano Juez y lo mismo Vd. Monseñor, tienen derecho a esperar de mí, para escuchar mi pro­pia voluntad en una circunstancia como ésta.

Mi adhesión al Concordato, mi sumisión y mi fidelidad al gobierno, tampoco son equívocas, puesto que, incluso antes del nombramiento de Vuestra Ilustrísima a la sede de Poitiers, me pre­senté al Señor Prefecto para someterme a las leyes. No pude llevar a cabo entonces esta formalidad, porque la sede de Poitiers estaba vacante. Desde entonces, la carencia de sacerdotes en las distintas parroquias, me ha obligado a trabajar hasta agotar mis fuerzas, la voz pública se lo hará saber, Monseñor, si se digna preguntar a los municipios vecinos.

Si no temiera molestarle, me atrevería a decirle que estoy toda­vía convaleciente de una enfermedad que acabo de pasar y que es por lo menos la cuarta después de Pascua. Por lo demás, Monse­ñor, si el Soberano Dispensador de todos los dones me concede una salud capaz de servir al prójimo, podrá disponer de mí para cualquier lugar y para lo que quiera. Y si juzga necesario disponer de los intervalos que me dejan las diferentes enfermedades que sufro frecuentemente, lo dejo a su voluntad y tengo el honor de ser,

De Vuestra Ilustrísima El muy humilde y muy obediente siervo. Fournet, sacerdote.

El primero de julio de 1805 el P. Fournet será nombrado por fin oficialmente párroco de Saint Pierre de Maillé. En la vieja igle­sia románica de Saint Pierre, después de más de diez años de disturbios, puede reencontrar los rostros de los que siempre ha considerado como sus feligreses....

Es sacerdote desde hace casi treinta años. La extensión de su parroquia renovada, las dificultades debi­

das a las fuertes irregularidades del terreno, el río, sus ribazos escarpados, su planicie interminable de caminos enlodados, le llevan a pedir autorización para poner el Santísimo en las capi-

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lias situadas en la antigua parroquia de Saint-Phéle; de tal manera el acceso a la parroquia de Saint Pierre es difícil en algu­nos períodos para los nuevos feligreses23.

Además una nueva parroquia se añade a las que ya tenía, la parroquia de Angles cuyo párroco, el Padre Duchasteigner, se ha hundido irrevocablemente en el cisma de la Petite Eglise. Qué alivio para el Padre Fournet cuando se entere del nombramiento del Padre Francois Guillé que en adelante, será su vicario.

23. Según Marcadé Andrés Huberto Fournet, párroco de Saint Pierre de Maillé, Colo­quio de Poitiers, noviembre 2002.

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Capítulo 5

Fundador a pesar suyo

"¿En qué está pensando?" El nuevo párroco, el Padre Vacherie, nombrado para Béthi-

nes después del Concordato, está muy contento con su suerte. Él también, como el Padre Fournet, ha vivido el tiempo de la Revolución en el exilio. Acaba de volver a Francia y se encuentra con que le han destinado a una parroquia, donde se manifiesta toda una vida cristiana.

En el valle del Sallerons24 que domina la iglesia de Bethines, se encuentra la casa solariega de la Guimetiere que acoge ahora y desde hace años, una clase donde los niños y niñas aprenden a leer y a recibir la instrucción religiosa. La Señorita Bichier está muy dispuesta a colaborar con el sacerdote para las clases de catecismo que ella da ya y para ayudarle a integrarse en un pue­blo que él no conoce todavía.

Madeleine Moreau, reclutada por el Padre Fournet durante unas misiones en Angles, ha venido para unirse en la Guimetiere con su amiga Isabel y con Marianne, la sirvienta. Las tres muje­res pasan sus días en oración y al servicio de los niños y de los enfermos. La Señora Bichier, la madre de Isabel, acepta esta situación. Hace ya tiempo que ha abandonado la idea de ver a su hija, guapa y bien dotada, bien casada. Después de la granja de los Marsillys, lugar del encuentro privilegiado entre el Padre Fournet e Isabel Bichier, el sacerdote encuentra a esas jóvenes

24. Pequeño riachuelo que adorna el paisaje y se precipita en el Anglin.

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aquí, en la Guimetiére. Le ayudan en momentos de misiones y siguen apoyando en el día a día la obra de evangelización. Las tres y pronto cuatro, jóvenes de la Guimetiére serán catequistas para las parroquias sin sacerdotes , en particular para las aldehuelas alejadas de todo.

Para el sacerdote, estas jóvenes forman un pequeño campa­mento volante bien eficaz, al que acompaña con gusto en su cre­cimiento espiritual y anima y conduce su celo apostólico. Lo hace por la confesión y la dirección espiritual individual, pero también mediante una formación religiosa que da al pequeño grupo reunido.

No se puede concre tar a qué ritmo t ienen lugar es tos momentos de instrucción. El Padre hace a caballo las seis leguas que separan Saint Pierre de Maillé de Béthines, llega inundado de sudor o transido de frío... escucha, aconseja, y dinamiza. Algunas veces, retenido por las obligaciones de su parroquia o de las parroquias todavía sin pastor, avisa que no puede llegar. Entonces, Isabel es la responsable del encuentro.

En junio de 1804, muere Madame Bichier, enferma ya desde hace mucho tiempo. Isabel para quien era un deber sagrado cui­dar a su madre, se encuentra en una situación nueva. La Guime­tiére pertenece ahora a su hermano, Antonio Bichier des Ages, alcalde de Montmorillon, que se la presta de buena gana, pero Isabel está ahora en un momento de tomar decisiones en su vida; ha pensado siempre ser religiosa, dejar todo por Dios. ¿Es ahora el momento? Tiene treinta años.

Para el Padre Andrés Huberto Fournet, la vida de Isabel en la Guimetiére, consagrada al Señor por los votos emitidos en pri­vado, con su oración cotidiana, su acción junto a los niños, a los enfermos y a los pobres, es una vida religiosa. Vive ya en comu­nidad con Marianne Meunier, Madeleine Moreau, Catherine Gas-chard25 y pronto, Anne Bannier.

Para Isabel, eso no está tan claro. Ella ha conocido bien a otras religiosas, a las fontebristas, por ejemplo, que vivían en

25. Catherine Gaschard, de Maillé. Vino a vivir un tiempo en La Guimetiére. Dejará el grupo antes de la instalación de las hermanas en Molante, pero entonces, Anne Banier, igualmente de Maillé, se unirá a ellas.

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Villesalem, cerca de Béthines, y también a sus tías Agustinas Hospitalarias en Poitiers. Su vida religiosa era la vida monástica de clausura... esa es la vida a la que se siente llamada.

Pero el Padre Fournet, que se enfrenta a las dificultades de su ministerio, está demasiado cerca de la realidad concreta y demasiado a la escucha las llamadas de Iglesia para no sentir la necesidad de continuar la obra que ha comenzado en los Mar-sillys. El lugar de Isabel es ayudarle a él, sacerdote, a formar a las obreras para la misión. Consagrará su vida a Dios bajo esta forma.

Estas mujeres, estas "Hermanas", viven al servicio de su Señor a quien reconocen en los pobres y en los que sufren. Aportan a las gentes, en este dominio una presencia y una ayuda que el mismo sacerdote no puede darles, más que en algunos momentos muy breves que deja su ministerio de pastor.

Isabel, con su fe, su inteligencia, su experiencia y su gusto por el servicio a los pobres, podrá dirigir lo que es ya una comu­nidad. Para el Padre Fournet, la llamada de Dios en la vida de Isabel, se expresa a través de las necesidades de su pueblo.

En el salón austero del presbiterio de Maillé, Isabel que ha venido por invitación del Padre, espera una comunicación importante: el obispado ha insistido para que sea él el párroco de Saint Pierre de Maillé. Eso significa, puesto que él ha acep­tado, que tiene que poder contar con Isabel y sus compañeras. Serán religiosas. Consagrarán sus vidas a Dios, en Iglesia, para el servicio de los pobres. Isabel será la superiora.

Pero Isabel exclama: "y cómo, Padre, ¿yo, superiora de una comunidad de religiosas, yo que no las he conocido más que cuando era niña?26 ¿Yo, que no tengo siquiera la experiencia de una novicia?" Desea empezar a aprender lo que es la vida reli­giosa. El Padre sabe bien, y ella también, que en Poitiers, en el hervidero de vida que sigue al Concordato, algunas órdenes reli­giosas antiguas intentan reconstruirse y que ya hay nuevas con­gregaciones que surgen.

Se ha abierto una casa para acoger a religiosas cuyas órde­nes han desaparecido en la tormenta, o a mujeres que buscan su

26. J. Saubat, Elisabeth Bichier des Ages (1941).

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camino. Es la "Providencia". El Padre Fournet autoriza a Isabel a permanecer un año allí para conocer desde el interior la vida de las religiosas. El uno y la otra estarán durante este tiempo a la escucha de la voluntad de Dios.

Isabel marcha a Poitiers con Marianne, su sirvienta, que no la abandonará. Madeleine se ve obligada a volver a su casa junto a su madre enferma. Catherine y Anne vuelven a Saint Pierre de Maillé.

Siguiendo el consejo del Padre Fournet, Isabel se ha vestido con el traje de luto de las aldeanas de la región. Su familia le recrimina lo que juzga una fantasía un poco demagógica. Isabel no ha vacilado... pues si se da cuenta de que la dirección espiri­tual exigente del Padre Fournet puede llevarla por caminos imprevistos y audaces, no por eso confía menos en él. El recuerdo de su primera misa en los Marsillys y de todo lo que se preparó para ella, de todo lo que ha vivido desde ese día, lo lleva dentro: ¿y si fuera esto la llamada de Dios para ella?

Vive durante un año, en la "Providencia" de Poitiers, una vida de comunidad, bajo una clausura estricta; éste será el tiempo y el lugar del discernimiento.

Y mientras que en Bethines, el alcalde, el párroco, los feligre­ses, deploran mucho la marcha de la Señorita Bichier y el cierre de la escuela, el P. Fournet continua por el Cantón de Saint Savin y mucho más lejos, su misión de Pastor. Es párroco de Maillé desde hace tanto tiempo... y tantos acontecimientos han trans­formado su itinerario desde su primera llegada como coadjutor a Saint Phéle en 1777... Han nacido otro mundo y otra iglesia diferentes. Hoy, en 1804, Napoleón está en el pináculo, la nación francesa domina casi toda Europa, pero al precio de grandes sacrificios impuestos a los del campo a los que sufren por el reclutamiento incesante. Las mujeres están allí presentes para arar la tierra y educar a la familia: hacen lo que pueden con las malas cosechas. Todo cambia, pero la miseria no ha cambiado de víctimas, los más pobres, los huérfanos, los lisiados, los ancianos, como siempre, como en los tiempos antiguos del men­digo de la escalera.

La Iglesia ha cambiado. El Padre Fournet como sus hermanos los párrocos, es un funcionario de Estado retribuido por la muni-

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cipalidad en la que ejerce el ministerio, según las posibilidades de las finanzas locales. Todos los párrocos han tenido que adhe­rirse al Concordato y están muy controlados por los servicios de las prefecturas, tienen que enseñar el catecismo imperial. El párroco de Maillé sabe que en los registros de la Prefectura, al lado de su nombre, un funcionario ha garabateado: "de celo demasiado ardiente", lo que casi haría de él un sospechoso y su pasado de refractario se añadiría a la sospecha.

Todo eso es verdad, pero desde que escribió la carta a su obispo, el Padre Fournet, no se hará más preguntas. Alentado por el Prelado que está en relación con el Papa como toda la Iglesia de Francia, ha comprendido muy bien que su misión es la de permitir a sus feligreses acceder al evangelio, y vivir como hijos de Dios. Se ha puesto valerosamente a la faena, tratando de llegar a su pueblo, allí, donde vive.

Otro pensamiento habita al Padre Fournet mientras recorre casi cotidianamente los caminos que le conducen a las aldehue-las alejadas, desde las que es difícil acceder a la iglesia.

A pesar de la falta de sacerdotes, tiene la suerte de contar con un coadjutor, pero ¿dónde se encuentra el relevo de sacer­dotes para el día de mañana? ¿Cuándo tendrá hermanos en las parroquias vecinas? El tiempo urge, hay que instruir a los niños de familias cristianas que, con la gracia de Dios, con la ayuda espiritual y material de los cristianos, puedan llegar a ser sacer­dotes. Para instruir a los niños, Isabel Bichier y sus.compañeras serían de gran ayuda.

¿Qué hacen en Poitiers? A su llegada, Isabel se mete de lleno en la vida de la "Providencia" pero pronto cae enferma. Su tío, el Padre de Moussac, el Vicario General, la manda a hacer reposo a una casa de campo, a Ligugé. Se queda allí durante algunas semanas, ocupando su convalecencia en la reparación de los lienzos y ornamentos sacerdotales de la iglesia. A medida que su salud se restablecía, su tío la ponía al corriente del proyecto que él pensaba para la diócesis.

Se trataba de poner en marcha una obra cuyos miembros -laicos o religiosas- no estaba todavía definido, tendrían a su cargo el mantenimiento de los ornamentos litúrgicos, en todas las iglesias de la diócesis, sobre todo en las iglesias rurales.

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Obra colosal en esta inmensa diócesis de Poitiers. Los años de la Revolución, años de pillaje en ciertos lugares, a los que se han añadido años de negligencia, han dejado las sacristías en un estado lamentable. Hay que revisar todo por todas partes. El tra­bajo que empieza para las fiestas del jubileo, celebrado en Fran­cia en 1805, acentúa más todavía la toma de conciencia de la necesidad de consagrarse a la tarea.

De vuelta a la "Providencia", después de su restablecimiento, Isabel recibe las peticiones urgentes de su tío para que se haga cargo de este proyecto, para el que según le parece a él, tiene cualidades preciosas. Isabel lo rechaza. La vida del claustro, que ahora conoce un poco, le sigue atrayendo todavía, pero no puede olvidar la razón primera de su estancia en Poitiers.

¿Dónde está la voluntad de Dios para ella? La respuesta le llega en una carta del Padre Fournet, que recibe mucho antes de la fecha fijada para volver a Bethines. La escritura es casi indes­cifrable pero el sentido es claro.

¿En qué está pensando, hija mía, para prolongar así su estan­cia en esa mansión de paz, cuando Dios la llama al combate? Apresúrese a venir aquí. Hay tantos niños que no conocen los pri­meros principios de la religión y que no tienen a nadie que pueda instruirlos; hay pobres enfermos tendidos en sus lechos sin nadie que les socorra y consuele. Venga a cuidarlos, venga a prepararlos a bien morir27

Tiene audacia, el párroco de Maulé, y sin terminar el año de prueba, se presenta allí para arrancar a la Señorita Bichier des Ages, de su retiro en la ciudad episcopal. Están sucediendo cosas importantes para la Iglesia y la personalidad de Elisabeth podría alcanzar su plenitud en las tareas que implican las cuali­dades que ella posee; otras personas pueden cuidar a los pobres e instruir a los niños del campo.

En efecto, en Poitiers, se manifiesta toda una eclosión espiri­tual. Nace el Instituto de la Adoración perpetua del Santísimo Sacramento, fundado por el Padre Coudrin y Henriette Aymer de la Chevalerie, en lo más crudo del Terror. La Madre Madeleine Sofie Barat pone en este momento los cimientos de lo que será más tarde la Sociedad de las Damas del Sagrado Corazón. Las de

27. Las primeras biografías del P. Fournet - entre las cuales, Cousseau, en 1835,-citan este escrito del que no queda ninguna huella.

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(lausura de la abadía de Sainte-Croix reaparecen como después de un gran invierno.

Sin embargo, frente a esas bellas realizaciones, el Padre Four­net, no vacila ni titubea. Para él el porvenir de Isabel Bichier es <l que ha percibido para ella en las noches de los meses clandes­tinos en la granja de los Marsillys y durante las misiones parro­quiales en las que ella participaba con tanto entusiasmo y com­petencia. Tiene la audacia de hacerle volver de Poitiers, porque está viendo a los niños ignorantes y a los enfermos a los que nadie sabe ni puede cuidar. Cuántas personas harían falta en todas las parroquias, que fueran capaces de vivir cercanas a ellos y darles los cuidados que necesitan y al mismo tiempo anunciarles la fe.

El Cristo del Evangelio ha abierto el camino hacia los senci­llos y los desfavorecidos, el Padre Fournet se cree en la obliga­ción de seguirle en este camino y de hacer que otros lo sigan.

Hay audacia en todo esto, sobre todo porque él es el director espiritual de Isabel y sabe bien que es capaz de abandonar sus más íntimos deseos si reconoce en ellos la voluntad del Señor para ella, en una llamada urgente. En ese momento, Isabel no vacila: desde que recibió la carta del Padre Fournet, siempre acompañada de Marianne, toma el camino de vuelta a la Guime-tiére de Bethines.

Veinte años después escribirá: por lo que toca a mi vocación, nunca he consultado a nadie que no fuera el Buen Padre. Me dijo que en el desafortunado siglo que nos toca vivir, había que consa­grarse a la instrucción de los niños, al servicio de los pobres y al cuidado de los enfermos. Yo pensé que era la voz del cielo y a pesar de sentir un gran deseo de una vida más retirada y austera, me dejé conducir por ese santo hombre. Bendigo por ello al cielo puesto que cuidar e instruir a los pobres, es imitar al Maestro mismo.28

"El fin de las hermanas al reunirse. . ."

Isabel y Marianne están juntas de nuevo en la Guimetiére con Madeleine Moreau, que acaba de perder a su madre y con Anne

28. Archivos de La Puye.

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En febrero de 1807, en el oratorio de Molante, adornado con las primeras flores de la cercana primavera, pronunciarán las hermanas juntas sus votos de religión: pobreza, castidad y obe­diencia, en una celebración común. El Padre Fournet recibe su compromiso y es el testigo en nombre de la Iglesia. Las cinco mujeres30 consagradas al Señor por estos votos, reunidas en comunidad tomarán más tarde el nombre de Hijas de la Cruz.

La vida religiosa que van a llevar es bien diferente a la que había marcado, hasta hace poco tiempo a la región, su mentali­dad y sus paisajes: abadía benedictina de Saint Savin o cister-ciense de l'Etoile,31 prioratos fontebristas de La Puye y de Ville-salem... los religiosos y religiosas, en este país eran de clausura, vivían en grandes monasterios o en conventos más sencillos.

Las mujeres que se reúnen en Molante, van a vivir muy cerca de las gentes sencillas del campo, y como ellos. Como el Padre Fournet visita a sus feligreses, ellas entran en las casas para prestar servicios o cuidados. Dan la clase de catecismo a los niños e incluso a los adultos que se presentan con ellos. Asisten a la misa con el pueblo en la iglesia parroquial. Rezan sus oracio nes, pero a veces se unen a la gente y dirigen la oración. Mantic nen con el pueblo unas relaciones cercanas y sencillas. Les Ha man "las hermanas de Molante".

Se presentan algunas jóvenes, que desean vivir entre las her manas y piden compartir su misión. Esto plantea concretamente al Padre Fournet la cuestión del futuro de la comunidad; hasta entonces no se había dedicado a pensarlo en serio, puesto que la urgencia era responder a las necesidades concretas e inme­diatas.

Su intención es entonces, incorporar a las hermanas de Molante a alguna de las congregaciones existentes y cuya espiri­tualidad y misión sean parecidas a lo que viven.

30. Las primeras Hijas de la Cruz: Sor Isabel Bichier des Ages, Sor Madeleine Moreau. Sor Veronique La Vergne, Sor Anne Bannier, Sor Marianne Meunier. 31. Abadía de l'Etoile, fundada en 1124 por Isembaud de l'Etoile, actualmente en el municipio de Arsigny, diócesis de Poitiers.

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Oratorio de la primera Comunidad de las Hermanas en Molante.

Saint Pierre de Maillé.

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Conoce al Padre Baudouin32 fundador, desde el año 1803, en Chavagnes en Paillers, en Vendée, de una comunidad que llaman entonces las Ursulinas de Chavagnes. ¿Por qué no se unirían las hermanas de Molante a las hijas del padre Baudouin?

Una carta de Sor Isabel a la Madre Saint-Benoít, la superiora, da testimonio de esta búsqueda.

A.S.N.S.J.C.33

"Por lo que he sabido, Señora, por el Padre Beauregard, Vica­rio General de Poitiers, y por el Padre Lambert, ese digno misio­nero de la Congregación de la Fe, no ceso de bendecir al Señor por el gran bien que hace por mediación suya, y por los buenos servicios que prodigan sus miembros. Le confieso que si no fuera un instrumento tan inútil, su ejemplo provocaría en mí el deseo de imitar, de compartir sus buenas obras y de asociarme a Vds. con mis compañeras, si fuera tan afortunada como para ser digna de ello: al menos haría lo posible para ir a edificarme con Vds., en cuanto recibiera su carta, si tiene a bien permitír­melo. Si no tiene inconveniente, Señora, ¿podría informarme de los principales puntos de su reglamento? Quisiera saber en qué consisten sus ejercicios de piedad, sus obras de caridad; qué comen, cómo visten, cuántas horas duermen, etc. etc.

Las personas que se asocian con Vds. ¿renuncian a sus pro­piedades, a su libertad para estar disponibles a ir donde se les destine? ¿A qué clase social instruyen y qué tipo de educación dan? ¿Abarca su caridad también el cuidado de los enfermos que reciben en su casa o a los que van a atender a domicilio? ¿Alojan a las niñas que instruyen? ¿Quiénes son sus fundadores, sus patronos, y bajo qué denominación están consagradas a Dios y con qué votos? Perdóneme tanta pregunta. Me retracto de las que pudieran desagradarle.

Nuestro Divino Maestro se digna servirse de nosotras para una obra pequeñita, que es muy poca cosa porque no entende­mos nada de es to . Somos 12 compañeras , las que por el momento, nos hemos consagrado a este Divino Esposo, bajo la

32. Baudouin (Louis Marie), 1765-1835, nacido en Mortagne, en el Bajo Poitou (Ven­dée). Fundador de los Padres y de las Hermanas de Chavagnes en Paillers. (Vendée). 33. Alabado sea nuestro Señor Jesucristo.

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ulvocación de su Sagrado Corazón, para reparar los ultrajes que iccibe en el Sacramento de su amor. Continuamente, hay una de nosotras en adoración desde las 4 de la mañana hasta las 9 de la noche; hacemos una hora de adoración por la mañana, antes de l.i Santa Misa; recitamos el oficio del Sagrado Corazón, el de la irparación y el rosario. Llevamos una vida de lo más pobre, en < uanto a la alimentación y al vestido, todo de lana negra, hasta «I pañuelo de cuello y una larga capa.

No instruimos más que a niños pobres, sobre todo en lo que puede llevarles al conocimiento de la religión. Albergamos siem­pre» más de treinta niñas, las más humildes, las más abandona­das, las más enfermas; recibimos en casa, con agrado, a todos los enfermos que quieren confiarse a nosotras, y cuando nos lla­man a sus casas, vamos para hacerles las curas y a prepararlos a bien morir. Nuestro fin es socorrer a los enfermos e instruir a los pobres más abandonados. En eso encontramos grandes con­suelos.

Estamos bajo la dirección de un santo sacerdote, un santo de la primitiva Iglesia... Para estar bajo su dirección he alquilado una casa de campo aquí, y no he querido asociarme a ninguna otra Congregación, porque nuestra vida tan pobre, nuestra ali­mentación y este estilo de obra, quizás no permitirían agregar­nos a una sociedad mejor estructurada que nosotras...

Me atrevo a pedirle, Señora, que me honre con su respuesta.

Elisabeth Bichier

Isabel irá dos veces, por lo menos, hasta Chavagnes en Pai­llers y será recibida por la superiora, muy fraternalmente.

En uno de esos viajes, llegará incluso hasta Saint Laurent sur Sevre para encontrarse con el superior de las Hijas de la Sabidu­ría. Tanto en Saint Laurent como en Chavagnes, Sor Isabel recibe la misma respuesta. La pequeña comunidad que acaba de nacer al otro extremo de la diócesis de Poitiers, muy lejos de la Ven­dée, tendrá que vivir independiente: el medio rural y muy senci­llo en el que ha nacido, las obras que ha escogido, el nivel módico de sus medios, la vida de pobreza de las hermanas cons­tituyen su originalidad propia.

La personalidad del Padre Fournet, su historia, su celo apos­tólico, le designan para dirigir esta obra con las circunstancias

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concretas de su implantación. Y sin embargo, no es su proyecto. La búsqueda que realiza así lo demuestra. Ningún escrito suyo de esta época, viene a invalidar ni a corroborar esta idea.

Por el contrario, una carta de Sor Isabel, escrita el 24 de marzo de 1838 explícita al respecto: Nuestro Buen Padre nunca había pensado que fuéramos una Congregación. Quería solamente que instruyéramos a los niños de su parroquia y que cuidáramos a los enfermos, porque él ejercía su ministerio en varias parroquias, que no habían tenido sacerdotes hasta ese momento.

Es por lo tanto, una idea que va a tener que caminar y madu­rar. El Padre Fournet se va a ver obligado, muy a su pesar, ante la urgencia y la inmensidad de la misión, a fundar una congrega­ción, al servicio del Evangelio.

Pero por ahora, las hermanas de Molante tienen que afrontar un problema bien concreto: el arrendamiento de la casa sola­riega va a terminar y no se podrá renovar; de ahí la obligación de buscar asilo para la comunidad, para las clases, el orfanato y para los ancianos, en otro lugar.

Las Constituciones de las Hijas de la Cruz Las hermanas piden acercarse al pueblo de Maillé. Hay una

vivienda que se alquila: Rochefort. Es una propiedad rural que comprende una vasta casa con numerosas dependencias y bas­tantes prados y tierras cultivables para poder subvenir a las necesidades de una comunidad numerosa.

El propietario, M. de la Guériviére, que acepta alquilarla, añade a la propiedad la vetusta iglesia Saint Phéle, comprada después del Concordato y que podrá servir como lugar de culto a la comunidad. Al estar compuesta de un solo edificio largo y estrecho, se pudo dividir en dos: la nave que servía para clases y el presbiterio de la capilla para los oficios propios de las her­manas, sus catecismos, conferencias, capítulos...

Se cierra Saint Phéle del lado de la calle, esa calle mayor del pueblo que baja desde la casa parroquial hasta el vado del Gar-tempe, y tendrán mucho cuidado de respetar el "Sully" bicente-nario que junto a la puerta de la iglesia ha protegido a tantas generaciones, de las inclemencias del tiempo y del sol.

El arriendo se firma para cinco años, en diciembre de 1811. Es renovable. Para el Padre es una gran ventaja tener la comuni-

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• luíI a doscientos metros de la casa parroquial. Sin abandonar su 'i'lrsla de Saint Pierre ni a sus feligreses, el sacerdote puede reu-MIIHC con las hermanas en algunos minutos.

Cuando se instalan en Rochefort, el Padre es consciente de Hit" no hay marcha atrás, que el camino está abierto y que será

hindador de una nueva Congregación. Hay que decidirse a escri-i'd el Reglamento de vida, las Constituciones, que les permitirán '«r reconocidas por la autoridad episcopal, con el estatuto de

' on^regación religiosa. En el muro de la iglesia de Saint Phéle secularizada, quedó

tinado un cuadro, obra bastante mediocre de finales del siglo Vil o principios del XVIII. Representa a María sentada al pie de

MUÍ cruz latina en actitud de una Pietá. No sostiene el cuerpo de ii Hijo, tiende las manos y levanta los ojos hacia la cruz des­unía que domina. En la intersección de los dos travesanos de luciera, brotan algunas gotas de sangre, de un corazón rodeado l'' espinas y aureolado de luz. Por encima del corazón, la

i' iloma del Espíritu Santo se destaca sobre el globo terrestre y l triángulo trinitario flanqueado de angelotes.

A cada lado de la Virgen, un personaje de pie. A la derecha, tu Andrés al que se reconoce por la cruz en X y al otro lado un

peregrino con su bordón. Según una tradición, sería ante este cuadro donde el Padre

l ournet habría rezado, reflexionado y compuesto el texto origi-ii.il de las Constituciones de las Hijas de la Cruz. Uno de los bió­grafos hace notar la influencia que este cuadro ha podido tener n su reflexión.34

El manuscrito de las Constituciones escrito por el Padre l ournet se presenta en dos hojas dobles de papel muy ordina-• lo. La escritura tan típica del fundador estrecha las líneas de intervalos desiguales y apenas se destaca el título, atrapado por lis líneas de texto, fuertemente ascendentes.35

Constituciones y Reglamento de las Pobres Hijas de la Cruz, Humadas Hermanas de San Andrés, establecidas en Maillé, Dióce-/s de Poitiers, al pie del Sagrado Corazón de Jesús abierto por la

'•I. Kl cuadro está actualmente en la capilla de las Hijas de la Cruz, en La Puye. '•Y Kl original del texto se encuentra en los Archivos de las Hijas de la Cruz, en La l'nye.

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lanza, por nuestro amor, para adorar en Él, por Él y con Él a la Santísima Trinidad.36

¿Un título? En realidad, es lo esencial del documento: con­tiene todo lo que seguirá y lo sitúa en el corazón de la fe cris­tiana. Mientras la contemplación del Sagrado Corazón de Jesús nos lleva al descubrimiento de la Encarnación y del misterio de la Cruz, la adoración trinitaria nos conduce a acercarnos a la persona del Salvador. El fin último del camino espiritual del Padre Fournet se encuentra allí: todo por la gloria del Padre, del Hijo y del Espíritu.

Por lo demás, todas las páginas que esas líneas iniciales introducen, no están allí más que para desarrollar, en concreto, el impulso contenido en esas líneas. En ellas encontramos la lla­mada a seguir a Jesucristo y muy especialmente en el misterio de "Belén, de la Cruz y del altar"37 y también, los medios para vivirla cotidianamente.

"Yo soy la luz del mundo el que me sigue no camina en tinie­blas" Jn 8.

"Jesús es la luz del mundo, tenemos pues que consultar esta divina luz y seguirla, especialmente en la elección de estado...

¿Qué hace el Señor desde su entrada en el mundo? Ha ins­truido con sus ejemplos...

¿Qué más ha hecho el Señor durante su vida mortal? Ha mos­trado un gran celo por los enfermos... Ha afirmado que servir al enfermo es servirle a Él mismo...

¿Qué más ha hecho todavía el Buen Pastor en el sacramento de su amor? Continúa curando y enseñando.

He ahila divina Luz que debemos seguir. Al resplandor de esta antorcha se han reunido las Hijas de la Cruz para consagrarse y entregarse al Sagrado Corazón de Jesús Crucificado...

Para entrar en las disposiciones de este divino Corazón, esta asociación tiene como fin representar la vida de Nuestro Señor y la sencillez de su Evangelio, por su espíritu, sus costumbres, sus obras..."

36. Encabezamiento del manuscrito del Padre Fournet para las Constituciones de las Hijas de la Cruz. (Archivos de La Puye). 37. Fórmula habitual de Andrés Huberto Fournet que encontraremos más tarde.

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Representar la vida de Nuestro Señor significa vivir de su • da, de sus palabras y de sus actos. El Padre realza dos gestos i Jesús que son el meollo del Evangelio: enseñar y curar. A eso • lian comprometido ya las Hijas de la Cruz.

Algunas líneas más abajo, el Padre centra su pensamiento en nuil frase lapidaria.

/•.'/ centro, el Modelo, el todo de las Hijas de la Cruz, es el ht'ino Corazón de Jesús Crucificado. Y su intermediario para tener

ceso a este divino Corazón, es el Corazón de María, traspasado ir una espada de dolor. Y después de María, el principal patrón San Andrés, apóstol crucificado.. .38

VA Padre había pedido a Sor Isabel que escribiera lo que juz-il>a importante para que figurara en el texto. Ella empieza así:

El fin de las hermanas al reunirse debe ser glorificar a Dios >n todo el corazón, con todas las fuerzas y no vivir más que para

11 .. Abrasadas de amor y de gratitud, deben vivir en el ejercicio /<• todas las buenas obras para glorificar a Dios, hacer penitencia v ivparar...39

No especifica la clase de obras Creo que deben abrazar toda clase de buenas obras Pero enumera: ...la atención a los pobres, a los enfermos en sus casas y en la

nuestra, la instrucción de las niñas y de los niños pobres, en nues-im casa y dondequiera que exista la necesidad, recibir niños minusválidos y sin recursos para instruirles, cuidarles, enseñarles ./ trabajar, ayudar a los pobres en sus trabajos.40

El Padre vuelve a tomar estas "buenas obras" en varios artí-• 11 los del texto. Insistirá en la puesta en marcha de la misión, amplia y variada como lo son todas las necesidades espirituales v materiales a las que se trata de responder.

IM La cruz implica el don total: Hasta la muerte y una muerte de Cruz, Fil 2,8. La doc-11 ina de la Reparación, es decir, del amor misericordioso que ofrece el perdón, está • "iitenida aquí. i'i Proposiciones para las Constituciones de las Hijas de la Cruz. Texto de Sor Isabel i \ichivos de La Puye). ID Id.

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Escribe: las Hermanas se dedican a la instrucción de los pobres del campo en lo que concierne a su salvación, y a todos los servicios que puedan hacerles; tienden a hacer de ellos buenos cristianos... enseñan a los niños gratuitamente, a leer y escribir, a contar y a trabajar, dando siempre el primer lugar al catecismo bien explicado.

Prestan a los pobres enfermos todos los servicios que pueden, ejerciendo en su favor las obras de misericordia espirituales y cor­porales: procuran asilo a los que no tienen alojamiento, y muy cerca de ellas, si es posible, para atenderlos. En fin, practican la caridad y la hospitalidad, en todo y bajo todas las formas.

Acogen en su casa, a las niñas pequeñas, para instruirlas y buscarles un trabajo después de la primera comunión. Reciben a niños pequeños para que sus padres puedan trabajar y tengan con qué pasar el invierno.

Hacen los tres votos de pobreza, de castidad y de obediencia, a los que añaden el de instruir a los pobres en lo que concierne a su salvación y cuidar a los enfermos... el voto de instruir a los pobres y cuidar a los enfermos, tiene que abarcar el ejercicio de todas las obras de caridad, santificándolas todas y mantener la práctica de la hospitalidad y del amor al prójimo como a sí mismo, cada una en su misión.

Tienen que vivir en un gran espíritu de fe, de humildad, de sen­cillez... tienen que honrar los distintos estados de la vida de Nues­tro Señor, su infancia, su vida evangélica, su vida de sufrimiento.41

En cuanto a su lugar en las parroquias, no deben estar afe­rradas a un cierto confort en la práctica religiosa. Las hermanas tienen sus oraciones de regla cada día, pero viven en medios donde la carencia de sacerdotes, crea situaciones concretas que pueden prolongarse y el Padre escribe:

Cuando están en parroquias donde no hay sacerdotes, se con­tentan con asistir a la misa del domingo y fiestas de obligación y comulgan esos días. En cuanto a lo demás, siguen el reglamento en todo lo que pueden.42

41. Manuscrito del P. Fournet para las Constituciones de las Hijas de la Cruz. 42. Id.

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En el texto de Sor Isabel brota, como un grito que escapa He su pluma, una frase con relación a la vida concreta de las Hermanas:

¡Oh! La santa Pobreza, establecedla, Padre, es tan amable que pronto la amaremos.

Esta exclamación, reveladora de la preocupación que anima l\ la fundadora, la traducirá más tarde a propósito de las relacio­nes entre las Hermanas, de esta forma:

"Ninguna distinción entre las hermanas, llevarán todas el título de "hermanas", y es el único que darán a la que preside"

En la Congregación de las Hijas de la Cruz no habrá legas y la clase social de la religiosa no tendrá nada que ver con la misión que se le encomiende.

El Padre Fournet escribe: No habrá ninguna distinción entre las hermanas, cada una ocupará el puesto según sus talentos y sus luces. Ellas mismas hacen los trabajos fuertes, no tendrán sirvien­tas; no llevan más que el nombre de religión y no se tratan entre ellas más que con el nombre de "Hermana "; incluida la superiora, que tampoco tendrá otro nombre.43

Y esta advertencia bien concreta:

Todas las oraciones se hacen en francés, puesto que las Her­manas tienen que vivir entre los pobres.

Los artículos sobre la organización del día mediante oración v trabajo están minuciosamente reglamentados: horarios de levantarse y de acostarse, tiempos de meditación, de oración común y personal, la adoración eucarística permanente durante <l día, así como los horarios de las comidas, los días de ayuno y abstinencia, las horas de trabajo y de recreo.

El texto señala también el traje de sarga negra, o de otro tejido ordinario... y un tocado liso de lino grueso. En este último punto, el Padre es muy claro cuando manifiesta su deseo de que las Hermanas, siguiendo el ejemplo de Sor Isabel, se vistan como las mujeres campesinas.

43. Manuscrito del P. Fournet para las Constituciones de las Hijas de la Cruz.

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Estos artículos se terminan con un párrafo revelador del espíritu que sustenta el texto entero:

Todos los ejercicios podrán sufrir cambios en caso de necesi­dad o por caridad, en cuanto a la hora y a la duración, todo debe ceder a las necesidades del prójimo para acercarlo a Dios, al que hay que servir con gran libertad, consultando más el espíritu que la letra del Reglamento.44

Podemos observar el lugar tan importante que ocupa la Superiora General, en los escritos del Padre Fournet:

Las Hijas de la Cruz se someten al Ordinario del lugar, allí donde se establecen, obedecen a una Superiora General que reside la mayor parte del tiempo en la Casa Madre de la Congrega­ción. Esta Superiora está sometida ella misma, a un Superior General, nombrado por el Señor Obispo de Poitiers, que es primer Superior de la Congregación. La Superiora General es nombrada vitalicia, su nombramiento tiene que ser aprobado por el Superior General y por el Obispo, ella administra la Casa Madre, gobierna la Congregación, nombra y revoca a las superioras locales, coloca a las Hermanas, da las obediencias, escoge dos asistentas que for­man su Consejo... 45

El Padre Fournet respetará siempre escrupulosamente el lugar de la Superiora General. En cuanto a la administración de la Congregación, ejerce un poder que pocas superioras genera­les detentan en esa época. Más tarde, en algunas situaciones de conflicto con Sor Isabel, el fundador, con una humildad remarca­ble, aún haciendo oír firmemente su voz de Superior General, no tomará ninguna decisión concreta contra la voluntad de la que él mismo había nombrado para esa función.

El tiempo de redactar las Constituciones ha sido, a petición del Padre, un tiempo especial de oración y de sacrificio para todas las Hermanas, a fin de que la voluntad de Dios se mani­fieste a través del texto y a través de la acogida que le darían las instancias diocesanas.

44. Documento citado. 45. Id.

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Ahora bien, en 1811 la situación de la diócesis de Poitiers no • s sencilla. Se ha visto que desde la muerte de Monseñor Bailly • ii 1804, la diócesis ha conocido primeramente un administra­dor diocesano, Monseñor de Barral. Después se queda sin 'hispo hasta 1806. De nuevo, queda la sede vacante desde 1809,

• nando el Obispo de entonces, Monseñor Dominique de Pradt, H-cibe el cargo de capellán personal de Napoleón.

Los vicarios generales de Poitiers, los Padres Beauregard, oyer y después Lambert, pero sobre todo el Padre de Moussac,

<1 inducen durante esos años la vida de la diócesis, que a pesar i Ir tener dificultades para entrar en el Concordato, continúa flo-nviente. Se constatan muchos avances: nacen y se desarrollan '•scuelas clericales, se abre el Seminario Menor de Montmori-llon, así como el de Chátillon sur Sévre.

Sin embargo las relaciones entre la Iglesia de Roma y el Imperador se degradan irremediablemente. Después del asunto ilc su divorcio y la invasión de los Estados Pontificios en. 1809, Napoleón trata de obtener, a través del concilio de París, en 1811, el apoyo de los obispos para dar más autonomía a la Igle-I.I de Francia; la lucha continuará con el rapto del Papa en Fon-

i.iinebleau.

El Consejo Episcopal de Poitiers que ha rechazado recibir • orno responsable de la diócesis al Señor de Saint-Sauveur, nombrado por Napoleón, pero no por el Papa, prefiere no iiraer sobre él una vez más, la atención del ministerio de los < ultos. Ahora bien, ninguna congregación religiosa puede ser • iprobada por la diócesis si antes no ha sido aprobada por el l.stado después de haber presentado las Constituciones. El .ipellido del Padre Fournet conocido ya en la Prefectura de Poi­tiers, por su "celo demasiado ardiente", no facilitaría la buena acogida.

Así pues, cuando en septiembre de 1811, el Padre Fournet presenta al obispado las Constituciones y el Reglamento de las pobres Hijas de la Cruz, no le animan mucho. El Consejo Episco­pal, en su reunión del 4 de octubre, emite su opinión así:

El Consejo no puede aprobar la casa religiosa implantada en la parro­quia de Saint-Pierre de Maillé. Harían muy bien tomando una regla ya apro­bada: la regla que siguen en esta casa es demasiado austera. El gobierno se ocupa en este momento de hacer investigaciones sobre las casas religiosas.

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Sería muy imprudente autorizar esta casa, antes de tener el espíritu que se pueda aprobar.46

El Padre Fournet recibe la opinión del Consejo Episcopal como un signo de la voluntad de Dios. Está autorizado a conti­nuar la obra empezada, como experiencia, a condición de abandonar las prácticas, más propias de la vida contempla­tiva.

Así, se le invita a optar claramente por una vida apostólica cuyo trabajo en pro de la población no podría acomodarse a una adoración eucarística perpetua, ni a muchos días de ayuno como lo proponía el texto propuesto.

Aún conservando un puesto importante la oración comunita­ria, se va a privilegiar lo que atañe al apostolado y a la dimen­sión caritativa. En cuanto al espíritu que anima la vida espiritual y misionera, permanece el mismo: el impulso original centrado en la conformidad con los sentimientos del Corazón de Jesús Crucificado.

La comunidad está autorizada a recibir novicias y a conti­nuar la misión. Para evitar a las Hermanas las grandes camina­tas, se han abierto ya comunidades minúsculas, en los alrededo­res de Saint Pierre de Maillé: las comunidades de Coussay les Bois y sobre todo la de Béthines.

"Sufrimiento y fecundidad" Los años que ven la caída del Imperio de Napoleón son años

muy duros para las gentes del campo. Los inviernos son particu­larmente rudos, las cosechas escasas. El reclutamiento para res­ponder a las guerras incesantes, roba siempre a la tierra los bra­zos que necesitaría.

La importante mutación política que va a suponer la Restau­ración, pasará apaciblemente en esta región del Poitou y en par­ticular en Saint Pierre de Maillé. Pocas transformaciones en la organización de la vida civil y religiosa.

El Congreso de Viena y la desmembración del Imperio están lejos de las preocupaciones cotidianas del pueblo, aunque algún

46. Archivos diocesanos de Poitiers, 1815.

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iklado que ha recorrido Europa bajo la bandera tricolor, victo-i iiisa no hace mucho tiempo, trae a su aldea el relato de batallas <-picas.

El Padre Fournet consagra cada vez más tiempo a la forma-• ion de las Hermanas, cuyo número va a aumentar bruscamente, < liando a través de Sor Isabel, la Congregación sea conocida por i.i alta sociedad parisina.

Un testigo del proceso informativo cuenta: "Me acuerdo que nudo niño, veía, cada día a la misma hora, al siervo de Dios • ilir de la Casa Parroquial e ir a la casa de las Hermanas para I.irles una charla".47

Va también de vez en cuando a sentarse en el Boj secular • i trtado en forma de sillón, que adorna el jardín y se le ve rezar illí su breviario y quedarse a disposición de quien quiera iiiblarle. En este lugar lo descubrirán numerosas postulantes <|iie llegarán a Rochefort después de un largo viaje a través de l rancia.

Durante el verano de 1815, Sor Isabel cae enferma: un tumor '•ii un pecho que hace temer lo peor. Su estado necesitaría una • iteración que no es posible más que en la capital. El Padre de Moussac utiliza toda su autoridad y se une a la familia Bichier «les Ages para lograr que acepte esta intervención a pesar de

IIS escrúpulos.

El mal es considerable y la salida incierta: dura prueba para li pequeña comunidad de Rochefort cuya organización de vida < otidiana está a cargo de Isabel.

El Padre Fournet presenta así la situación al Padre Coudrin, ruya congregación está instalada en la calle Picpus, en el centro de la capital, muy cerca de donde tiene que ir la enferma.

Querido Padre:

La familia de nuestra Bonne Soeur Isabel, la fuerza a ir a l'tirís para tratar su mal, porque al parecer, los médicos de Pro-rincia no lo conocen. Este viaje hace derramar muchas lágrimas; •><• teme no hacer la voluntad de Dios. Felizmente es la pureza de intención la que rige esta decisión. Le encomiendo a esta digna

IV. Proceso. Informativo, 1854.

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esposa del Señor y le pido que le ayude todo lo que pueda, tanto espiritual como materialmente. Dígnese ser para ella otro Samuel que la bendiga con una bendición que le haga encontrar en su viaje todo lo necesario para su salvación, para ella y para sus compañeras.

Nuestra enferma está alojada en las religiosas de Santo Tomás, calle de Sévres nQ 17...48

A Sor Isabel la van a operar en la Abbaye aux Bois, que es en esta época, una especie de casa de retiro para las damas de la alta sociedad. Durante la operación, muy dolorosa, rechazará los medios de la época para inmovilizarla. Será la admiración del cirujano por su fe religiosa y su valor físico y moral. Hablará de ella en los medios donde ejerce su profesión, y en especial en la Corte de Luis XVIII.

Todos querrán conocer a esta "santa enferma". Sor Isabel encontrará en la Abbaye aux Bois, donde vive su convalecencia, su medio social y el encanto de su personalidad hará que en su habitación se reúnan pronto para conversar las piadosas damas del establecimiento y de otros lugares.

La conversación de Sor Isabel, si bien es agradable, no sabría ceñirse a temas triviales. Lo que le preocupa es lo que ha dejado en Maillé: la comunidad, el Padre Fournet y sus feligreses disper­sos; la pobreza material y espiritual de esa pobre gente del campo. Su conversación sobre estos temas es inagotable.

La convalecencia será larga y Sor Isabel se recuperará muy lentamente. Se quedará algunos meses en la Abbaye aux Bois. Tendrá además, una recaída y llevará durante toda su vida una llaga en el pecho, donde pasó el hierro candente,49 que no se cerrará nunca. Aunque sufre, no por eso es menos acogedora para todas las visitas que pasan a verla.

Pronto le hacen la propuesta de venir a los barrios desfavo­recidos de las afueras de París, para hacer lo que hacen las Her­manas en Saint Pierre de Maillé. Tendrían que venir algunas her-

48. Carta del Padre Fournet al Padre Coudrin (Archivos de Picpus). 49. Carta a su hermano, M. Antoine des Ages, 14 de marzo 1818.

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IIÍIKIS a instalarse en París. Proyectan ya el emplazamiento del i>vlt lado. Pero esta propuesta parece irrealizable. Puesto que la im^regación no está reconocida por las instancias diocesanas i l'oitiers, no será posible instalarse en otra diócesis. Además

m hermanas son tan pocas...!

Sin embargo, sin que se hicieran muchas modificaciones al "(lo original y sin que se hubiera hecho una nueva petición, el mire Fournet recibe del Obispado de Poitiers la notificación de «probación de las Constituciones de las Hijas de la Cruz, de

•vlia 30 de octubre de 1816:

Artículo 1 La Sociedad de las Hijas de la Cruz, está aprobada.

Artículo 2 Nombramos a M. Fournet, párroco de Maillé, Superior de la 1 hn Sociedad, bajo la autoridad del Ordinario

Artículo 3 Nombramos a la Hermana Bichier, Superiora de la Sociedad.

I'.n adelante la Congregación de las Hijas de la Cruz existe ofi-'cimente y las Hermanas podrán establecerse en otras diócesis ni el permiso del Obispo local. El Padre Fournet responderá • vorablemente cuando reciba del Consejo Episcopal de París " in pet ic ión rogándole "que autorice a la Señora Superiora a fundar una

".n en los alrededores de la Capital, así como las que se pudieran abrir is tarde, quedando bajo su autoridad, a excepción de los derechos del

dlnario."

Se instala un noviciado en Issy les Moulineaux en agosto de IH17, bajo el auspicio de la marquesa de Croisy. El párroco del in^ar, el Padre Joseph Peynier, que llegará a ser un amigo del i 'id re Fournet, acoge a las cinco Hermanas que Sor Isabel con-' luce a la casa que la señora fundadora ha preparado.

El almanaque del clero de Francia contiene esta mención: "En i . iy, cerca de París, las Damas de la Cruz Saint André, Noviciado para las "i.testras de escuela del campo y para cuidar a los enfermos a domicilio. i ilucación de niñas indigentes".

Pronto se abrirán escuelas y puestos de cuidadoras de enfer­mos en Anthony, Meudon, Bruyéres le Chatel, Mantés la Jolie e Ury sur Seine. Para este establecimiento, la bienhechora, la iluquesa de Orleáns, madre del futuro Rey Louis Philippe, 'uviará al fundador, a Maillé, una berlina con puertas blasona­das, para llevar a las Hijas de la Cruz.

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Después será el orfanato de Orleáns y sobre todo la escuela de los pobres de Valencay, a petición de Talleyrand, el célebre organizador del Congreso de Viena, cuyo tío, el cardenal de Talleyrand-Périgord acaba de ser nombrado este año 1818, Arzo­bispo de París.

Desde Saint Pierre de Maillé, donde lo retienen su ministerio pastoral y los retiros eclesiásticos que tiene que dar él en las parroquias del Cantón de Saint Savin, el Padre Fournet sigue los desplazamientos y los trámites de Sor Isabel. Ella asume todas las relaciones con la administración civil y religiosa para estas fundaciones nuevas. Por otra parte, los Prefectos facilitan, ordi­nariamente, los trámites. Estos tienen interés en que las Congre­gaciones religiosas abran escuelas populares y casas de caridad, que casi siempre las toman a su cargo familias acomodadas, a veces lo hacen los municipios.

Cuando en 1815, Sor Isabel, enferma, tiene que dejar Maillé para una ausencia que se adivina larga, deja a Véronique Lavergne, como Superiora de la comunidad. Pronto, el Padre la reemplaza por una religiosa de más edad, que había conocido la vida religiosa en otro instituto. Tiene más experiencia que la que puedan tener las Hijas de la Cruz. Es Hija de la Cruz desde hace muy poco tiempo y le han dado el nombre de la recientemente fallecida y llorada Sor Anne.50

Reorganiza la vida de las novicias y de las profesas según su interpretación de las Constituciones. El Padre Fournet parece no enterarse. Inclinado a confiar en las personas y absorto en su ministerio, no escucha mucho las quejas de las Hermanas, que a causa de los cambios operados, pierden una parte de sus obras a favor de los niños y de los enfermos.

La vuelta de Sor Isabel, en octubre de 1818, deja la situación como está. Se somete a la autoridad de la que el Padre ha nom­brado superiora local y que es la responsable de la marcha de

50. Sor Anne Bannier, la primera Hija de la Cruz, murió en 1815. La nueva Sor Anne, Sor Saint Jéróme en la Congregación de las Hermanas de Chavagnes en Paillers, había sido solicitada por Sor Isabel al P. Baudoin para que le ayudara en la forma­ción de las primeras Hijas de la Cruz de la región parisina.

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toda la casa de Rochefort. Momentos difíciles para todas. Sor Isabel toma sencillamente un lugar entre las demás.

¿Qué ve y qué sabe el Padre? ¿Es error de interpretación de l.is capacidades reales de Sor Anne para organizar una comuni­dad pensando que busca todavía sus puntos de referencia? ¿Es mía opción deliberada de poner a prueba a Sor Isabel después de sus logros y sus éxitos con sus amistades parisinas en la < orte y con la nobleza de la Restauración?

En efecto, hay en vista nuevas fundaciones, vienen créditos «le bolsillos principescos para las novicias de Issy les Mouline-IIix. Todo parece salirle bien a la fundadora en lo que emprende para responder a las solicitudes parisinas.

Si no conocemos los motivos que condujeron al Padre a obrar así, tenemos que reconocer sin embargo, la humildad con la que va a pedir bien pronto a Sor Isabel que vuelva a tomar su puesto de Superiora de la comunidad de Rochefort y de todo el Instituto, a finales de octubre de 1818.

En 1819, el ministro del Interior había escrito una carta circu­lar a los prefectos para que se comprometieran "a formar estableci­mientos de Hijas de la Cruz", prometiendo incluso "fondos a los munici­pios que no pudieran sufragar los gastos". En cinco o seis años, se iban a abrir unos veinte establecimientos en unas doce diócesis.51 Se nombra en la Gaceta al Instituto detallando las obras a las que se dedican, dándolo a conocer así, fuera de las diócesis donde ya estaba implantado.

El Padre Fournet ve así llegar a Saint Pierre de Maillé jóvenes del Jura, de la parroquia d'Epy donde un sacerdote ex refracta­rio como él y que llegará a ser su amigo y confidente, ha cono­cido por este medio a las Hijas de la Cruz. Otras vendrán de Auvergne y de Bourgogne por los "Misioneros de Francia" que habían conocido a Sor Isabel.

Todas se alegran de estos refuerzos que llegan para la misión.

51. Las diócesis de Poitiers, Versailles, París, Orléans, Bourges, Tours, Beauvais, Montpellier, Angouléme, Nevers, Lucon...

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Sin embargo, a pesar de la esplendidez parisina, se plantean grandes dificultades con relación al alojamiento y al manteni­miento de la comunidad y del servicio a los pobres: su verda­dera razón de existir.

La casa de Rochefort se queda pequeña para acoger a las postulantes, a las novicias y a las profesas, especialmente en tiempo de los retiros, que las reúnen cada año.

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Capítulo 6

El Buen Padre en La Puye

l'l Priorato de La Puye y la "Casita" La implantación de la Congregación en las distintas diócesis

plantea ahora la necesidad de instalarse en una casa que sería MI Casa Madre definitiva. Ahora bien, el segundo alquiler de

KOchefort está a punto de acabarse. Si la casa no es muy grande, Ir. dependencias y los patios lo son. Sería posible, arreglando y • 'instruyendo, establecer un noviciado según las reglas canóni-• .is y recibir dignamente a las Hermanas para los retiros espiri-t nales. La escuela no tendría ya su sala sombría y estrecha y se I nidria acoger un número mayor de niños y minusválidos.

El propietario de la casa Rochefort aceptaría sin duda estos II regios para adaptar los locales a las necesidades actuales, pero se opone absolutamente a deshacerse de ellos. Propone <>iro alquiler con todas las posibilidades de transformación.

El Padre Fournet no puede aceptar: el instituto que se ha extendido por varias diócesis, necesita una Casa Madre oficial. No se puede depender de la voluntad de un propietario, hay que buscar y comprar un edificio.

Al principio, la idea de dejar la parroquia de Saint Pierre de Maillé no se le ocurre a nadie. Maillé ofrece algunas posibilida­des, como ese castillo de la Roche a Gué, encaramado sobre el acantilado que domina el Gartempe y que estaría en venta. Sin embargo, su situación pintoresca en un paraje boscoso a dos Km del centro, dificulta el acceso a los escolares, a los enfer­mos... y al mismo Padre Fournet.

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Las orillas del Gartempe ofrecen tantas casas espaciosas con dependencias y tierras interesantes...pero ninguna responde a los criterios de lo que buscan.

Aunque les cueste, pronto se dan cuenta de que tienen que buscar fuera de Maillé. El Padre piensa en los antiguos monaste­rios, numerosos en la región, en los edificios inmensos de la aba­día de l'Etoile, en la parroquia de Archigni donde se celebraba la misa a escondidas durante la revolución, pero están demasiado aislados para unas Hermanas que quieren estar cerca de la gente. Sor Isabel visita, probablemente con el Padre Moussac, el priorato fontebrista de Villesalem, cerca de Béthines y que al parecer, estaría en venta. La propietaria, cuyos padres adquirie­ron algunos edificios en 1793, rechaza categóricamente vender los, para "que vuelvan a ser "beateríos", cuando la Revolución acaba de librar al país de unos cuantos."52

Más cerca de Maillé, a 8 Km solamente, pero mucho más modestos, hay también edificios y antiguas propiedades de un priorato fontebrista, el de La Puye, pero no se venden; además pertenecen a 14 propietarios que no tienen ninguna razón para querer deshacerse de ellos.

Hace ya unos años, que las Hermanas van de Maillé a La Puye, que había sido erigida parroquia en 1804, pero sin párroco residente. El Padre Mathé acaba por fin de ser nombrado párroco este año, 1819; hasta entonces, el servicio religioso de esta parroquia dependía del clero de Saint Pierre de Maillé.

Una mujer, originaria de La Puye, fue novicia antiguamente en el priorato, y vio la marcha de las Hermanas religiosas. Se llama Marie Pichot. Acoge a las Hijas de la Cruz en su casa para la clase de los niños; conoce bien a Catherine Fournet, con quien ha compartido su trabajo de costura en favor de los pobres. Su sueño es que su monasterio vuelva a ser un día un lugar de ora­ción y de caridad. Apoya con su influencia en las gentes de la aldea, el proyecto que conoce por las confidencias y las oracio­nes de Catherine y de las Hermanas. Aboga por los beneficios que traería la presencia de la comunidad, a los niños, a los enfer­mos y a todo el pueblo.

52. La Puye, su priorato de Fontebristas, su convento de Hijas de la Cruz- Deodata.

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Además, los lazos que el Padre Andrés ha creado con los habitantes de La Puye, que le han escondido y sostenido a su vuelta de España, su presencia frecuente en esta nueva parro­quia, a la que ha servido oficialmente desde el Concordato, la presencia de las Hermanas cada día para la clase y los cuida­dos que proporcionan a los enfermos, pueden explicar por 11 ué la compra del monasterio de La Puye, parece la mejor Molución.

I Otra cosa es, saber de dónde sacarán los fondos que permi-n llevar a cabo esta compra.

Sor Isabel se va a preocupar con habilidad y constancia de inseguir el dinero necesario. Empieza por vender el resto de

IIS propiedades, algunas de las cuales están hipotecadas, redirá ayuda a sus relaciones parisinas, las que ha hecho - i) la Corte de Louis XVIII. Obtendrá es tas ayudas tan to mediante donativos privados, como a través de la Prefectura 'le Poitiers.

Una carta escrita por Sor Isabel a Madame La Dauphine, Marie Thérése, duquesa de Angouléme, hija de Louis XVI y

• |)osa del heredero del trono de Francia, da testimonio de la i.icilidad con que la Fundadora se ha abierto camino hasta la 1 < irte y hasta los salones de las Tullerías.

"A su Alteza Real, Madame:

La Congregación naciente de las Hijas de la Cruz, debe su • i ecimiento a la Augusta protección de su Alteza Real, son us favores los que han hecho posible que este estableci­

miento pueda recibir más Hermanas y pueda enviarlas a gran MI uñero de parroquias de varias diócesis de Francia. Por muy pobremente que vivan las Hermanas, por poco que gasten para mantenerse, sus necesidades en la Casa Madre son con-ulerables, porque las que no están muy lejos, tienen que ir

allí para unos meses, durante el tiempo de la cosecha a fin de K-novarse y porque el noviciado, tiene que ser numeroso, lauto para responder a una parte de las demandas que llegan ile todos los lugares, como porque el tiempo de permanencia i iene que ser largo para formar bien a las novicias que se des­hilan a esta obra de caridad.

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Sin embargo la asociación carece de medios para subsis­tir, para reparar y mantener los edificios y por eso se toma la libertad de solicitar de nuevo el interés de su Alteza Real.

Con el más profundo respeto, a Madame, su humilde y obediente sierva.

La Superiora de las Hijas de la Cruz. Sor Isabel"

La adquisición de los edificios del priorato empieza en 1818 y no se terminará hasta 1826, pero las Hermanas se instalan en algunos locales más o menos habitables en mayo de 1820.

Los edificios que quedan del antiguo priorato son en su mayor parte del siglo XII, época de su construcción. Los fonte-bristas monjes y monjas se instalaron entonces en la hondonada pantanosa, que drenada y saneada, iba a convertirse en las tie­rras del priorato. Con el paso del tiempo, nacerá poco a poco una aldea, que llega a ser municipio y parroquia.

En el momento de la confiscación de los bienes del clero, el Estado vende baratos, casi liquida, los edificios habitables y las dependencias del monasterio, y los habitantes de la aldea los compran. Fue más difícil encontrar compradores para las tierras poco fértiles y para las inmensas extensiones de bosques raquí­ticos y brezales.53

El monasterio ha conservado cierto aire sugestivo. Las alas este y oeste del cuadrado claustral están intactas, con sus tres niveles de muros espesos, pero la parte sur ha desaparecido. La iglesia que ya era iglesia parroquial, cierra el antiguo patio de los claustros. Al norte, numerosas dependencias más o menos utilizables, rodean este corazón de la propiedad. Será necesario un trabajo enorme de restauración, para hacer habitable este conjunto heteróclito de graneros, granjas, reservas, establos, corrales...

El acuerdo del obispado acaba de confirmar al Padre Fournet y a Sor Isabel la legitimidad de la compra de un bien de Iglesia expropiada por la Nación. Iba a volver a encontrar algo de su primer destino.

53. Especie de brezos de suelos silíceos y las tierras que los producen.

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Entretanto, después de muchas gestiones inmobiliarias con los catorce propietarios que, viendo el interés de los comprado­res, se hacen los fuertes y no tienen prisa para vender, el viejo priorato es durante muchos años una vasta obra.

El Padre Fournet viene varias veces a La Puye para echar una ojeada a la obra que dirige Sor Isabel. Escribe incluso una eva­luación de las obras concernientes al gran edificio, el que da entrada al conjunto y que será llamado desde entonces por la gente del pueblo, "la Communauté". En esta época, la Congrega­ción no estaba reconocida por el Estado y todas las gestiones administrativas que durarán años, las hace Sor Isabel y a su nombre.

El Buen Padre deja a la Superiora General esa parte del Gobierno que podía desempeñar, porque poseía las cualidades requeridas para ello. El se preocupa de su parroquia y de las parroquias vecinas. Piensa en la aventura espiritual en la que se ha comprometido, un poco a pesar suyo, y en la que se han com­prometido las Hermanas.

Va a tener que dejar Maillé y el ministerio parroquial en el que ha desgastado su vida. A pesar de su experiencia en desa­rraigos fecundos para él mismo y para la misión, y de que desde hace tiempo su actividad pastoral ha traspasado los límites de Saint Pierre de Maillé, es párroco de esta parroquia, es el lugar desde donde organiza su trabajo apostólico y donde han pasado los grandes acontecimientos de su vida.

Dejar la Casa Parroquial con su escalera de peldaños gasta­dos, la que el mendigo de la conversión había subido hace cua­renta años, es no ser ya párroco de parroquia, es no tener ya tarea pastoral, es manifiestamente, entrar a los casi 70 años, en otra fase de su historia.

La fecha del traslado de la comunidad de Maillé a La Puye la fija el Padre Moussac, que ha programado, él mismo, todos los detalles de esta jornada del 25 de mayo de 1820.

Se ha conservado un documento interesante en la corres­pondencia de las Hermanas. Sor Isabel pide a una postulante que cuente este traslado a las Hijas de la Cruz de Mantés la Jolie.

"No pudiendo La Bonne Soeur relatarles el traslado, me encarga a mí que se lo describa con todo detalle.

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El jueves después de Pentecostés nos disponíamos a marchar. Comenzó la ceremonia con una misa en la capilla de Saint Phéle, antes de decirla se dio la bendición. Cuando la misa terminó se bendijo una cruz de siete pies de alto, y a continuación nos pusi­mos los velos y salimos.

He aquí el orden de la procesión. La encabezaba la Cruz de la que os he hablado, la llevaba una de nuestras Hermanas. A conti­nuación iban las postulantes y las novicias. En medio de ellas estaba la estatua grande de la Santísima Virgen llevada por dos de ellas. Detrás iban las profesas, las precedía San Andrés, llevado igualmente por dos novicias. En medio, el Padre llevaba la verda­dera Cruz y al salir de la casa, entonó la primera estrofa del cán­tico "Ojos míos, fundios en lágrimas", que hizo repetir hasta ocho veces; iba bien en consonancia con la circunstancia, pues todos lloraban e incluso desde hacía tiempo no nos atrevíamos a hablar de nuestra marcha a nadie, la pena estaba continuamente pintada en nuestros rostros. Fuimos así hasta la capilla del otro lado del agua54 donde, una vez llegados, se dio la bendición de la verda­dera Cruz y seguimos avanzando. A lo largo del camino cantamos cánticos y letanías.

Cuando habíamos recorrido, alrededor de un tercio de camino, encontramos la procesión de La Puye, que venía a nuestro encuen­tro con una parte de los habitantes. Fuimos hasta "cuatro cami­nos" donde encontramos una cruz que había mandado hacer la Bonne Soeur.55 Se dio la bendición y tuvimos una pequeña exhor­tación del Padre Guillé. Por fin llegamos a La Puye, se cantó la misa y tuvimos todavía una pequeña exhortación..."

Al domingo siguiente el Padre Mathé, párroco de la parroquia, predicó e hizo su elogio con gran ceremonia. Dijo entre otras cosas que esta afortunada iglesia encerraba ese día allí, todo lo que de más santo había, no solamente en la diócesis sino también en todo el departamento. Eso nos dio vergüenza a todas....

Con cariño, vuestra Hermana María

54. Capilla de Ntra. Sra del Bajo Burgo, en Saint Pierre de Maillé. 55. Actualmente, la cruz de Fontdouce marca el cruce (los cuatro caminos).

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Lo que no dice Sor María es la instalación arriesgada en loca­les mal terminados y las sorpresas de las semanas que siguie-• oii, donde las primeras Hermanas de la Comunidad de La Puye van descubriendo el estado verdadero de su inmensa casa venida del túnel de los tiempos.

La tarde del 25 de mayo, el Padre Fournet se queda con i atherine en una casa un poco separada de los edificios de la < omunidad y que antiguamente fue recibidor y hospedería del monasterio. Allí vivirá durante catorce años, al servicio de la < ongregación y de la vida espiritual de las Hermanas; allí mismo, o b r e el terreno, prodigando consejos por escrito a las que irán • ida vez más lejos a través de Francia.

La casa, típica de las construcciones locales, restaurada para que pudiera servir al Padre y a su hermana, se abre al norte, sobre lo que era el patio de la granja de las monjas fon-it'bristas.

En la planta baja estaba antiguamente el gran recibidor de las religiosas cortado por una reja de clausura; el piso servía ile hospedería. Ahora, un gran comedor ocupa la mitad de la planta baja, mientras que en el piso, las habitaciones del Padre Fournet y de su hermana dan a la fachada norte y un pequeño despacho acoge el sol de mediodía hacia el patio de honor del monasterio.

El presbiterio de la iglesia románica la domina al oeste. Esta iglesia ha pasado a ser recientemente iglesia parroquial para los habitantes de La Puye. Desde 1793, la hospedería se había trans­formado en albergue; de manera que el patio, llamado patio de la granja es el lugar de encuentro de los que van a los oficios y de los que van al albergue; son muchas veces los mismos y esta placeta es la verdadera plaza pública de La Puye.

El hecho de que Sor Isabel comprara la casa y sus alrededo­res inmediatos, no iba a interrumpir inmediatamente las reunio­nes junto a la casa del Buen Padre.

Debajo de la ventana de Catherine Fournet se reúnen tam­bién las mujeres mayores que las Hermanas han traído con ellas de Maillé y la hermana del Fundador, va a sentarse con ellas para tomar el sol. Catherine, tan cercana siempre a su hermano, vivirá una situación completamente nueva para ella. Continuará

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ocupándose discretamente de la salud del sacerdote, de sus ropas y de la caja de metal blanco, que coloca en el ángulo de la chimenea de su habitación, en la que él encuentra siempre algún dinerillo para los pobres.

La llegada a La Puye fue para los dos hermanos, el momento de donar sus bienes a la Congregación. Donaron todo lo que poseían. Confiaron en que las religiosas asegurarían sus últimos días. Uno y otra confían plenamente en Sor Isabel.

La tradición nos transmite esta reflexión de Catherine Four-net: "He gozado de una posición acomodada; todo lo que poseo ahora cabría en el hueco de mi mano."

El asunto de Issy les Moulineaux En octubre de 1820 llega a La Puye una carta dolorida de Sor

Madeleine Moreau, la Superiora del noviciado de Issy les Mouli­neaux, que lleva también la responsabilidad de todas las funda­ciones de la región parisina.

Se lamenta de que hayan orquestado un hecho que hubiera podido solucionarse discretamente, con el traslado de una her­mana. Se ha comprobado que una Hija de la Cruz que había sido enviada a Anthony para dar clase, es incapaz de cumplir esta tarea. Dicen que es una chica de campo, una provinciana como la mayor parte de las Hijas de la Cruz, y que no está suficiente­mente formada ni instruida para enseñar a las niñas de la región parisina.

La bienhechora de la casa de Issy les Moulineaux, Madame de Croisy, hace todos sus posibles por controlar con toda su autoridad, el funcionamiento del noviciado y de todas las funda­ciones que se han hecho en la región parisina. Ha preparado ya un plan que resolvería los problemas planteados por la incom­petencia de esta religiosa, problemas que pueden repetirse en otras partes. Ha conseguido incluso, que el arzobispado de París acepte su plan. El cardenal Talleyrand Périgord, el nuevo arzo­bispo, lo va a presentar a la Congregación como si viniera de la autoridad eclesiástica de París.

Se ha estipulado que, durante diez años, las hermanas que viven en la diócesis de París o que entren al noviciado de Issy,

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no podrán ser enviadas a otras diócesis. Por lo tanto, deberán ser formadas muy especialmente para esta diócesis, por supe-rioras que estén aquí.

La proposición es bastante arriesgada para que el Buen Padre tome la decisión de ir a discutir este asunto y entrar en contacto directo con las realidades. Va a París acompañado por el Padre Butaud, párroco de la pequeña parroquia de Nalliers, vecina de La Puye, y que conoce bien la Congregación.

En cuanto a Sor Isabel, tiene bastante con la organización material de la casa de La Puye, en cuyos locales queda todavía mucho por hacer antes de que llegue el invierno, que no está lejos. La tienen informada de todo, de las gestiones y de los pro­yectos. Su opinión es tenida en cuenta como si estuviera pre­sente.

Cuando el Padre Fournet llega a Issy les Moulineaux, se da cuenta que la situación es mucho más tensa de lo que parecía vista desde La Puye. Va a ver a los consejeros del arzobispado y sale con la convicción de que las propuestas del arzobispado, no solamente están justificadas, sino que son necesarias para la buena marcha de las casas de la región parisina. Además, parece que no sólo son propuestas, sino decisiones...

El Padre estaría dispuesto a considerarlas y acogerlas, pero no puede ni quiere dar su consentimiento a algo que llevaría consigo modificaciones importantes en las Constituciones de las Hijas de la Cruz. Están firmadas por el Consejo Episcopal de Poi-tiers, por Sor Isabel y por él mismo. Él solo, no puede cambiar nada.

Invita pues a Sor Isabel a reunirse con él en Issy les Mouline­aux. Podrían aceptar juntos las propuestas de estos hechos, en espera de integrarlas en los textos.

Pero las reacciones de Sor Isabel tardan en llegar y cuando llegan, no van en la línea que el Padre espera. Alejada de las agi­taciones de la capital, no puede aceptar lo que considera un cisma en primer lugar y por ello mismo la destrucción de la Con­gregación. Sostenida por su tío, el Padre Moussac que sigue siendo Vicario General de Poitiers, dice claramente que no puede aceptar.

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El Padre Fournet, convencido de la buena intención de la petición del arzobispado, puesto que está hecha por el bien de la misión en la región parisina, insiste para que vaya a París y pueda darse cuenta sobre el terreno de la legitimidad de las pro­puestas y que apruebe y firme el texto. Sor Isabel no se mueve

Para el Buen Padre, los deseos del arzobispado de París son órdenes. Juzga muy duramente el rechazo de Isabel.

Algunos pasajes de las cartas que envía desde Issy dicen a la vez su dolor y su humildad.

31 de Octubre de 1820 Querida hija:

Si es Vd. la que ha escrito a Monseñor,56 tenía que haberle dado a conocer la carta en la que yo le decía que escribiese al Señor Arzobispo. Con el espíritu de moderación, de sabiduría y de conciliación, habría utilizado este medio de prudencia. Es falso que se tienda a una división; es verdad que desean para nosotros más bien que el que merecemos... No debemos desear más que el bien a cualquier precio. Con una brizna de confianza en mi admi­nistración, me habría dejado explicar el asunto al Señor Obispo de Poitiers, lo que había hecho ya, cuando recibí su carta y sin duda alguna, nuestras dos cartas no iban en la misma línea.

Siento mucho que no vea el mal incalculable que va a resultar de esta desunión con París: las gacetas llenas de injurias a la reli­gión por nuestra manera de actuar, sus Hermanas obligadas a marcharse...

Se engaña si cree que volveré a La Puye en una circunstancia como ésta. Si el Señor Obispo exigiera todavía un trabajo en mi vejez, me limitaría a ejercer el santo ministerio en una parro­quia...

Se lo suplico, Hermana, suponiendo que haya que llegar al extremo de dos congregaciones, ¿no deberíamos hacer ese sacrifi­cio?... por lo menos no daríamos mal ejemplo.

Ha hecho bien, querida Hermana, en no venir tan desprovista de medios de conciliación y de paz que demuestra. Estoy seguro

56. Monseñor de Bouillé, consagrado obispo de Poitiers en 1818.

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que es por respeto a principios religiosos; me puedo engañar pero creo que a grandes males, hay que aplicar grandes remedios, es decir sacrificar la parte del régimen religioso que se pueda sacrifi­car para el bien y la paz.

El miércoles me reuniré con el Señor Obispo Coadjutor. Le informaré de todo lo que hayamos tratado. Estamos tan poco dis­puestos a una separación, que hemos retardado la ceremonia57

para esperarla a Vd. Toda la casa se une a mí para saludarla en el Señor y ofrecerle

los mejores sentimientos con los que yo tengo el honor de ser, que­rida Hermana, su muy humilde y muy obediente servidor.

Andrés58

Una semana más tarde, una nueva carta del Padre Fournet a Sor Isabel muestra un cambio de actitud con relación a las peti­ciones de París, pero la misma determinación en cuanto se refiere a la aceptación: no le parece posible dar un paso más en la aceptación sin la firma de Sor Isabel.

7 de noviembre

Debería darse cuenta, querida Hermana, que no le enviaba para firmar las propuestas que el Señor Frayssinoux me ha hecho. El Señor Butaud ha percibido bien que las rechazaba puesto que buscaba un término medio. Se las he comunicado para conven­cerle de mi exactitud en comunicarle lo que es necesario; todo se reduce a continuar el Noviciado de Issy y a estar sometidos al Señor Arzobispo. Le enviaré esto para firmar, dentro de algunos días. Firmando procurará la gloria de Dios, por donde quiera que haya noviciados y quisiera que hubiera habido cien para multipli­car los adoradores en Espíritu y en Verdad. Las Congregaciones de la Fe, del Señor Coudrin, de Santo Tomás etc. tienen varios.

Vd. no quiere cambiar59 nada y yo tampoco ¿no hemos dicho siempre que habría varios noviciados? ¿A quién le corresponde

57. Toma del hábito religioso de las postulantes. 58. Carta CLXXXVII Colección de Cartas de S. Andrés Huberto Fournet (Imprenta Monástica St. Julien l'Ars 1969) Las cartas del Buen Padre citadas en este libro están, en su mayoría tomadas de esa colección. 59. A las Constituciones en uso, aprobadas por la diócesis de Poitiers.

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abrir un noviciado? Si firma, me devolverá la tranquilidad y enton­ces, puede llamarme para continuar con todas Vds. lo que he empezado.

No me hará decir la misa más a menudo por Vd., pues la digo con frecuencia por Vd. y por nosotros.

Si no firma deshonra a la Iglesia, me reducirá a la desespera­ción de haber comenzado nuestra obra... y no será para ir a con­fesar a hijas que no obedecen... ¿Cómo no ha considerado, que­rida hija, que hay que romper los lazos que nos unen porque ha echado por tierra toda clase de obediencia?

Créame, Hermana, tenga compasión de sus Hermanas, tenga compasión de la Iglesia, tenga compasión de mi hermana y de mí, su pobre servidor. Le repito que no hay aquí mala intención contra Vd.

Le daré los detalles necesarios, si le escribo, la próxima vez. Le saludamos en el Señor.

Su afectísimo servidor. Andrés60

Llegan otras cartas del Buen Padre a La Puye a pesar de sus amenazas de silencio. El tono que emplea con Sor Isabel es siem­pre un tono duro porque no comprende su intransigencia en no querer cambiar nada de lo que habían escrito juntos en los tex­tos. Escribe:

Una onza de humildad y de sumisión honra más a la religión que todos los éxitos posibles comprados por mil libras de testaru­dez, de agarrarse a su idea bajo el aparente pretexto de los princi­pios.61

Y sin embargo se encuentra también esta conclusión a la carta: adiós, mi querida hija Isabel, a pesar de mi maldad, es Vd. la que ocupa el primer lugar y la primera que me viene a la mente cuando se trata de salvación. Yo soy siempre el mismo.

Su afectísimo servidor, Andrés62

60. Carta inédita. Archivos de La Puye. 61. Id. 62. Id.

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La estancia de varias semanas en París, parece que le resulta muy penosa, no solamente por las dificultades con la archidióce-!s sino también porque está alejado de lo que es ahora la

misión principal de su ministerio, el acompañamiento espiritual • le las Hermanas y de las novicias, cada vez más numerosas en i i\ Puye.

Pensando que Sor Isabel va a venir a Issy, donde está él, les • scribe:

Si el Señor permite que se vean privadas de la presencia de ••as superiores por algún tiempo, sean más fieles a todos los ejerci-• ios, más caritativas las unas hacia las otras y más celosas para <i¡ie reinen: el orden, el silencio, la obediencia, el amor al trabajo, • •I examen, las visitas al Bien Amado de sus corazones y el cui-iludo de los enfermos y de los niños. Sin duda alguna que hacen la ' dtequesis y la oración a la hora que conviene al pueblo. Queridas hijas, les saludo a todas, las respeto y las amo como Dios las ama. les doy a todas la bendición que un Padre espiritual puede dar a las hijas que quiere, en lo que concierne a la salvación. Que Dios nuestro Padre y Jesucristo Nuestro Señor les conceda a todas la l¡rucia, la paz y la gloria. Suyo para siempre en el Sagrado Cora-:ón.

Su afectísimo hermano, Andrés63

Al Padre Mathé, párroco de La Puye que tuvo la alegría de ayudarle a acceder al sacerdocio y al que ha confiado al mar­char a París la gran Comunidad de las Hermanas, como sus feli­gresas, escribe al mismo tiempo:

Le saludo en el Señor, mi querido pastor. "Sí me amas, apa­cienta mis ovejas." Os las recomiendo como parte de mí mismo. Todo lo que haga por ellas, por mí lo hará. Trate de hacer de ellas santas, formadas en la vida oculta de nuestro divino modelo.

Salude de mi parte, al Señor Forget cuando lo vea.

Su abnegado servidor, Andrés64

Tiene también la preocupación de su hermana enferma. Escribe al Padre Mathé:

63. Carta inédita. Archivos de La Puye. 64. Id.

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Me cuesta estar tanto tiempo ausente, le recomiendo el alma y el cuerpo de mi hermana, rece por ella.

En la única carta, que nos ha llegado, dirigida a su hermana:

Mi querida hermana Fournet: la buena madre te trata como a una hija querida, eres pues, una verdadera Hija de la Cruz, es una buena (ilegible^) que conduce a sus hijas sumisas al cielo. Ánimo... si compartimos la cruz, lee el cántico del sufrimiento.

Te repito que sales ganando con que esté ausente porque digo casi todos los días la misa a tus intenciones, así como a las de Sor Isabel y mías... Adviérteme cuando estés curada y cesaré, hay que recurrir al divino médico del cielo y de la tierra. Tengo que ir toda­vía a algunos otros lugares. Si puedo dispensarme de ir, trataré de volver antes... Te deseo la gracia y la paz del Señor puesto que lle­vas bien tu purgatorio.

Mándame noticias a Orleáns. Todo y siempre tuyo. Andrés. Voy a celebrar por ti, por Sor Isabel y por mí65

Este penoso asunto de Issy les Moulineaux, durará hasta marzo de 1821, en que se llegará a un acuerdo. Es el siguiente:

Esta casa, así como todas las de la diócesis de París, está sometida a los Estatutos, Reglas y Constituciones de los Superiores Generales.

Está firmado por el cardenal Talleyrand Périgord, arzobispo de París, por el Señor de Bouillé, obispo de Poitiers, por el Padre Fournet, Superior General de las Hijas de la Cruz y por Sor Marie Elisabeth Bichier, Superiora General. Este acuerdo, que prevé que la formación se dará en el noviciado de Issy les Moulineaux con la presencia de un sacerdote, superior local, deja plenos poderes a los superiores de La Puye, en cuanto a colocar a las hermanas en los puestos de misión.

Las Hermanas de la región parisina que habían temblado con la amenaza de una escisión, estaban ya tranquilas.

La muerte del Cardenal algunos meses más tarde y el tras­lado del noviciado a París, a la rué de Sévres, empezaron a borrar lo que en la página de esta historia había habido de penoso. El nuevo Arzobispo, Monseñor de Quelen, antiguo coad-

65. Carta inédita Archivos de La Puye.

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jutor del Arzobispo, fallecido, había seguido el asunto de cerca, como miembro, en aquel momento, del Consejo. Nombró supe­rior de las Hermanas de París al párroco de Issy les Moulineaux, M Padre Peynier, protagonista, si los hay, de este asunto, que había preparado la primera llegada de las Hijas de la Cruz a la región parisina y cuyas relaciones con los superiores de La Puye, eran excelentes.

Los meses pasados en la capital, las preocupaciones causa-l.ts por este asunto, a pesar del desenlace feliz, hacen que la ilud del Padre se resienta y cae enfermo durante ese año 1821.

I . posible también que las cartas que escribía, con las que i usaba mucho tiempo en su pupitre y las interminables horas de • > mfesonario sean para él en adelante tan duras como lo fueron uites los desplazamientos hacia las granjas y las alquerías.

Al terminar el verano, el Padre Andrés está gravemente i ufermo. Los médicos están inquietos. Las caídas en coma se II piten y no presagian nada bueno.

La atmósfera de la "Casita,"66 acogedora habi tualmente, se ha vuelto demasiado callada y triste. Desde hace algunas sema­nas, las oraciones de las Hermanas se hacen más fervientes, para pedir la curación del que las ha traído aquí y que les ayu­dará a formarse allí y a crear un lugar de enraizamiento espiri-I nal y de impulso para partir a la misión.

Una mujer se mantiene allí arrodillada junto a su cama, en oración, impotente y desconsolada. No tiene nada que dar, como se sabrá algunos días más tarde, pide a Dios que tome su propia vida y que conserve aquí todavía la de su hermano, para la misión que tiene que cumplir.

Y Catherine Fournet consigue ser escuchada. Al día siguiente de Todos los Santos sufre una fuerte crisis que le obliga a estar i n cama, en la habitación contigua a aquella donde su hermano .ironiza. Su estado se agrava en pocos días, hasta tal punto que le administran la Extremaunción. El Padre Fournet recupera poco a poco el conocimiento y cuando está lúcido se da cuenta

Mi Así se llamaba entonces a la casa donde vivían el P. Andrés y su hermana, como < ontraste con los grandes edificios del cuadro de los claustros. Más tarde se le lla­mará la "Casa del Buen Padre".

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de que en la habitación de su hermana algo pasa, hay una agita­ción anormal.

Las Hermanas se apresuran a ir junto a su lecho, pues la Señorita Catherine se está muriendo, sin ruido, silenciosamente," como ha vivido. El Buen Padre lo sabrá por intuición y sabrá que su hermana que ha estado siempre tan cercana a él con su pre­sencia y su ayuda, le ha precedido en el cielo, para poder ayu­darle mejor todavía en su labor de aquí abajo.

Catherine Fournet habría podido ser Hija de la Cruz, pero cuando lo intentó en 1806 en La Guimetiére, cayó enferma y tuvo que desistir. Intentó de nuevo en Molante y fue su hermano, que estaba solo en Maillé, el que cayó enfermo y la necesitó. Des­pués, la edad avanzó...

Cuando llegó a La Puye tenía ya 71 años. Mantuvo su manera de servir al Señor, cuidó a su hermano y estuvo al servicio de los pobres, acogiéndolos y viviendo con ellos y como ellos.

Lo hizo hasta el final. Murió como los más pobres, puesto que había dado todo a la Comunidad y no era religiosa. Se olvidó incluso el lugar que ocupó en el cementerio parroquial de La Puye y nunca se encontró su lápida. Servicial, humilde, pero efi­caz, no tiene el honor de "del recuerdo", pertenece a esa parte del pueblo de Dios, cuya influencia discreta se expresa en las maravillas de la comunión de los santos.

Al Padre Fournet le afecta mucho esta muerte. Los dos habían estado siempre juntos, muy unidos, a través de los acon­tecimientos de sus vidas.

El año 1822, recibe del obispado el título de Vicario General y las insignias y vestimentas, la muceta y el roquete, que acompa­ñan a este nombramiento. Estos efectos permanecieron nuevos hasta su muerte, pues no juzgó oportuno utilizarlos, y apenas los usó en algunas visitas de dignatarios eclesiásticos a La Puye.

Como Vicario General, podrá ayudar discretamente a algu­nos sacerdotes, especialmente a los que vivían geográficamente más cerca de él, a los que conocía bien.

Acompañamiento espiritual de las Hermanas en La Puye El Padre Fournet es en primer lugar el sacerdote, el hombre

de la Eucaristía. Cada mañana, celebra la misa en La Puye para

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las religiosas, antes de que el Padre Mathé la celebre para los feligreses.

Antes de la misa, el Padre ha pasado un tiempo en la Igle­sia para prepararse con una larga meditación. A las Hermanas que le ven celebrar les impresiona su actitud en el altar, en particular en el momento de la consagración. Con su rostro concentrado y a veces con lágrimas que corren, el Padre está visiblemente ensimismado en el Misterio de la Fe, que prolon­gará, después de la comunión, con un largo rato de acción de gracias.

El domingo, se reúne en la misa mayor de La Puye la asam­blea de los fieles y la comunidad de las Hermanas. En la celebra­ción, como antes en Maillé, las religiosas se colocan en el fondo de la Iglesia y los feligreses delante. La tradición dice que en el momento del sermón, las Hermanas, avanzaban por el ala cen­tral para oír mejor y se sentaban sobre sus talones, frente al pul­pito, para no perder ni un punto, ni una coma de la homilía del Padre.

Un sermón del Padre, el domingo, puede durar alrededor de media hora. El canon de la misa, la oración eucarística, se reza siempre muy lentamente.

Cuando el Padre era párroco de Maillé, había acostumbrado a sus feligreses a frecuentar a menudo la comunión, con mayor motivo deseaba que las Hermanas pudieran comulgar todos los domingos e incluso, según los casos, una o dos veces por semana.67

Escribe a una hermana: Viva pues siempre de manera que pueda comulgar todos los

días. Agrada más a Nuestro Señor la confianza cuando le ve acer­carse, que el temor y la desconfianza cuando le ve alejarse.

La formación espiritual de las Hermanas mediante charlas, catecismos, sermones y retiros será una de las preocupaciones de su ministerio. Dedicaba buena parte de su tiempo a su prepa­ración.

67. Esta época está todavía marcada por el jansenismo. Habrá que esperar a los tiempos del papa Pío X, a principios del siglo XX para poder comulgar todos los días.

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En La Puye, la sala de la comunidad es la antigua sala de reu­niones de las religiosas fontebristas, en el ala oriental del monasterio. La cavidad donde está situado el pulpito, está toda­vía adornada con una paloma simbólica en medio de una con­cha. Desde este pulpito hablará el Padre Andrés durante unos cuantos años, tres veces por semana y más todavía durante el Adviento y la Cuaresma, sobre lo esencial de la vocación. Cada charla dura alrededor de una hora.

Parte ordinariamente de una palabra de la Sagrada Escritura, que desarrolla a su manera, siempre sencilla y con imágenes. Habla del Señor Jesús, Verbo Encarnado, de sus palabras, de sus gestos de salvación. Habla de la Cruz, signo del amor redentor, del pecado y de la misericordia, del amor de Dios y de los her­manos.

"Nunca ha sido más elocuente que cuando hablaba de Jesús Crucifi­cado. No se han olvidado ni se olvidarán jamás sus sermones del Vía Cru-cis."68

"...Lo esencial de sus charlas religiosas se refería siempre a esos dos modelos que proponía y explicaba continuamente: Jesús en el Calvario y María al pie de la Cruz... Sus palabras estaban impregnadas de fe profunda y de un gran ardor de caridad".69

"... Este ejercicio no duraba menos de una hora y nadie lo encontraba largo.70

Ordinariamente después de una invocación al Espíritu Santo, las Hermanas escuchan al Padre, mientras cosen o bordan. Esto no le gusta mucho a él porque teme que se distraigan, y no escu­chen bien lo que les explica con toda su alma. Dicen que hubiera preferido que las hermanas hicieran un trabajo más repetitivo que exigiera menos atención. Sin embargo, según la costumbre, el tiempo de la conferencia es el tiempo dedicado a preparar las albas y los manteles del altar.

Pero, ¡dejen esos bordados un momento, decía, Nuestro Señor no los necesita!

68. Cousseau (ob. Cit), p. 55. 69. Proc. Inf. P. Bertrand. 70. Proc. Apost. 23-30.

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O bien:

Si el trabajo les absorbe demasiado, déjenlo.

Y otra vez:

Sor Isabel, haga cortar ramas para hacer ruecas y mande hilar a estas hijas; les absorberá menos ese trabajo.

Al terminar la exposición, el Padre pide algunos comentarios sobre lo que ha dicho, mira el cuaderno en el que tiene anotados los nombres de las Hermanas a las que tiene que señalar algu­nos puntos para mejorar su vida.

El Buen Padre puede obtener toda la atención de las que le escuchan en la iglesia las charlas durante los retiros mensuales, durante la misa rezada de la mañana.

Después del Evangelio, se quita la casulla, la coloca a la dere­cha del altar, se vuelve hacia las Hermanas y comenta el texto que se ha leído primero en latín y después en francés. La santa misa dura pues más de tres cuartos de hora y las Hermanas no se quejan nunca.

A pesar de su voz débil, ronca y cascada como consecuencia de sus numerosas enfermedades y la vida dura que ha tenido que llevar, el Buen Padre pone tal ardor y al mismo tiempo tanta humildad cuando habla, que la fuerza del Espíritu pasa a través de la debilidad del instrumento.

Queda bien lejos aquel orador distinguido, recién nombrado párroco de Saint Pierre de Maillé, al que venían a escuchar desde lugares tan alejados.

Desde los Marsyllis, en el confesonario improvisado, desde la misión de Béthines donde se oía: "Señorita, haga que nos con­fesemos con el cura pequeño", el ministerio del Padre Fournet ha ido siempre unido al de la confesión; mucha gente acudía a él para este acto importante de la vida cristiana. Las Hermanas han sido las primeras que se han beneficiado.

"El venerable estaba lleno de caridad, de bondad, y de dulzura en todo lo que se refiere a la confesión. Si ellas (las Hermanas) no estaban bien prepa­radas, las mandaba a completar su preparación, o bien las preparaba él mismo."71

71. Proceso. Apost. Ses 45-32.

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"El Padre se ocupaba muy activamente de la dirección espiritual de las Hermanas. Confesaba mucho."

Pero son los testimonios de las mismas interesadas los que nos dicen cómo liberaba el Padre en el confesonario, en una época en que la culpabilidad y el temor marcaban tanto en el lenguaje religioso.

"Consolaba y fortificaba a las almas en el confesonario. Cuando me he confesado con el Siervo de Dios, nunca he salido sin verme libre de todas las angustias espirituales que podía tener."72

Quería que nos corrigiéramos de nuestros defectos y cuando caíamos en las mismas faltas, sabía bien hacérnoslo notar, pero siempre dándonos ánimos."73

A través de los múltiples testimonios recogidos para el pro­ceso informativo, es fácil comprender, la importancia que daba a este sacramento, para la vida espiritual de los penitentes. Quién mejor que el Padre Andrés, marcado por la gracia de la conver­sión, para hablar del Dios de la misericordia y para transmitir este mensaje. Se dice y se piensa él mismo pecador con tal sin­ceridad, que toca el corazón de los que él nombra en el confeso­nario y en sus cartas, sus hermanos y hermanas.

La función de fundador y Superior General en la gran comu­nidad que ha llegado a ser La Puye, podría haber traído algunos problemas con relación a la de director espiritual. Parece que no haya habido ninguno. Sor Isabel es un ejemplo de ello.

"Nunca jamás he consultado más que a una sola persona, al Buen Padre..." escribe, y los historiadores cuentan que cuando estaba en La Puye, no se confesaba más que con él

Sin embargo, el Buen Padre, no estaba siempre de acuerdo. Son testigo, estas palabras que dice a Sor Isabel -y con qué fe-que debe tener, él también, su libertad:

Prefiere su juicio al mío, al querer confesarse conmigo... La renuncia a Vd. misma le atraerá todas las gracias necesarias.

Ilustración de la discreción y de la prudencia del confesor. Con la sabiduría que da la humildad, sabe separar en las relacio­nes cotidianas, las funciones importantes que debe asumir.

72. Proceso apost. 38-59.

73. Proceso apost. 23-31.

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El Buen Padre cuida mucho también, que toda persona sea libre para confesarse con el confesor que quiera. El Padre Mathé, párroco de La Puye, el Padre Butaud, párroco de Nalliers y el Padre Bertrand, párroco de Paizay le Sec van regularmente a La Puye para estar a disposición de las Hermanas.

"Me he dado cuenta que velaba para que la conciencia de las religiosas de la Congregación estuviera al abrigo de cualquier angustia74

Cada tres semanas, un Padre Jesuíta de Montmorillon, per­manece en La Puye durante tres días para las confesiones de las Hermanas y da alguna conferencia.

Para el Padre Andrés, las visitas de los eclesiásticos con los que comparte las cargas de su ministerio sacerdotal y especial­mente las confesiones, son importantes. Parece que ha tenido necesidad y a la vez un gozo real de compartir esta misión que considera como una gran gracia de Dios de la que no se siente digno.

Llega el verano y con él las vacaciones. Una vez terminado el curso de catecismo y de la clase, para los que están escolariza-dos, los niños del campo se quedan en sus casas para guardar el rebaño mientras sus padres recogen la cosecha. La mayoría de las Hermanas que vuelven de sus lugares de misión, se reúnen en La Puye. Van allí por grupos, a menudo numerosos, para hacer los ejercicios espirituales del año. Hay varias tandas de más de una semana cada una, desde julio a octubre.

La correspondencia de Sor Isabel está llena de detalles de estos períodos, con la preocupación del trabajo que esto supone para el Padre Andrés, que carga con toda la responsabilidad. Él fija el reglamento y el desarrollo de las mismas. A pesar de su edad y a veces, de su enfermedad, él es la clavija maestra.

Estos tiempos de retiro espiritual son muy importantes para las religiosas, que en la Casa Madre, pueden encontrar a sus Superiores. Es el momento de los traslados de las Hermanas. Acontecimientos que marcan, y, a veces, son dolorosos. El Buen Padre lo sabe y procura dar a estos retiros, un ambiente acoge­dor y de recogimiento.

74. Proceso inf. P. Bertrand.

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Por falta de locales, durante muchos años, los ejercicios no pueden hacerse más que en la iglesia, que debe estar también disponible para los actos parroquiales... El Buen Padre pasa el día en la iglesia; entre conferencia y conferencia, permanece en el confesonario. Son semanas agotadoras; sumergido en un ministerio que ama y del que conoce su importancia, consigue mantenerse en pie.

Aunque consagra mucho tiempo a todo lo que constituye la parte espiritual y se entrega a fondo, sin embargo, no se hace ilusión de ser él el predicador y acompañante espiritual. El Espí­ritu Santo es el Maestro y el Guía. Escribe a una Hermana que no ha podido venir a La Puye para hacer los ejercicios:

En la otra vida no hay predicador, no existe La Puye y sin embargo se conoce y se sirve al Buen Dios de todo corazón. Haga lo mismo en Bellegarde, tiene allí con qué arrebatar, con qué infla­mar su corazón, ¿Qué es? Su crucifijo. ¡Oh! El mismo divino Cruci­ficado. 75

Y a otra Hermana en su misma condición: .. .El retiro del espíritu y del corazón para estudiar a N. S.

Jesús, para conocerlo y formarlo en nosotros: el espectáculo del universo, el crucifijo, el altar, el sagrario, la Comunión, he ahí materia suficiente para hacer un buen retiro. Todo eso lo tienen en NieulJ6

A través de sus notas y de los consejos que dará cuando no pueda desplazarse, se puede encontrar el contenido de un retiro tal y como los dirigía en La Puye.77

El día empieza con una meditación comentada, una instruc­ción durante la mañana, una conferencia por la tarde, un sermón por la noche. Dura tarea para un predicador que pasa el resto de su jornada en el confesonario.

Más tarde, hacia el final de sus días, otros sacerdotes le ayu­darán, pero él considerará que su primer deber es acompañar a las Hermanas y confesarlas durante los retiros anuales.

75. Carta XI. 76. Carta LXX. 77. Este contenido se presentará más tarde.

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"Nuestros hermanos, los enfermos" Entre las actividades de su ministerio, el Padre toma muy a

pecho algo que es habitual en él: la visita frecuente y el acompa­ñamiento espiritual de los enfermos, en primer lugar, a las Her­manas de la enfermería de La Puye.

Estas Hermanas a las que tratan de cuidar con los métodos bien rudimentarios de la época, son todas jóvenes. El Buen Padre las ha visto llegar, las ha recibido, las ha acompañado y conoce su historia. Han venido con su ímpetu de jóvenes siguiendo a Jesús al que consagran su vida. Están enfermas, quizá sin curación: las muertes de jóvenes son muy numerosas en esa época, en toda la sociedad...

Y el procedimiento del Padre Fournet es con relación a ellas, un procedimiento de fe. Va a recordar a cada una el amor de Cristo Crucificado que las ama y comparte su Cruz con ellas. Reza por su curación. Les ayuda a decir sí a la voluntad de Dios, cualquiera que sea y lo hace, con la ternura de un Padre por su hija.

Al mismo tiempo, saca de su bolsillo las frutas o la botella de vino viejo y pide a la Hermana enfermera que lo dé a las enfermas.. Naturalmente, esto lo coge de su mesa y las botellas y las golosinas que le ofrecen, toman, a escondidas, el camino de la enfermería. La Hermana encargada del comedor del Padre, lo sabe bien y podrá dar más tarde testimonio de las advertencias infructuosas, para que el Padre guarde algunos dulces de los que le han destinado para él. Lo mejor, iba siem­pre a la enfermería.

Incluso en la aldea de La Puye, donde no puede compartir la carga pastoral de párroco, se le encuentra a veces a la cabecera de los enfermos. Los rodea de respeto y de una atención particu­lar. Dirá: Los enfermos tienen la dicha de participar en los sufri­mientos y en la Cruz de Nuestro Señor, dan gloria a Dios y atraen grandes bendiciones sobre la tierra.

En esta época en que se acerca a la muerte, se ve invadido de un gran temor al infierno y no cesa de hablar de la otra cara de este misterio: el encuentro con un Dios que nos ama.

Parece ser, que a raíz de su enfermedad de 1821, la salud del Padre se deteriora notoriamente. ¿Será esa la explicación de su preocupación por los enfermos, por todos los enfermos: por las

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Hermanas de la comunidad y las personas de su alrededor e incluso más lejanas, cuya suerte conoce, en particular de los pobres?

En sus cartas a las Hermanas les dice que saluda particular­mente a las enfermas, que les aconseja cuidarse bien, si lo nece­sitan, o les da noticias de las Hermanas enfermas de La Puye, o bien evoca el lugar que el cuidado de los enfermos debe ocupar en la misión de las Hijas de la Cruz...

Las bendigo a todas, en particular a las enfermas, les saludo y soy...™

Tenemos muchas enfermas, recen por ellas79

Sus hermanas enfermas y sanas les quieren80

No dejen pasar ningún día sin visitara los enfermos.81

No se expongan a caer bajo el peso, sean prudentes, no son más que depositarías de su cuerpo... Si experimentan muchas incomodidades para ayunar y hacer abstinencia, comerán carne y ayunarán sólo cuatro días por semana.. 82

La Bonne Soeur está en París con fiebre, por un catarro mal curado- Recen y hagan rezar por ella. Díganselo también a la Her­mana Marthe. El médico ha dicho que esta indisposición no será nada si sigue el régimen.83

¿Están sus enfermas tan contentas con Sor Ambroise como lo estaban con Sor St Martial?84

Dice uno de sus biógrafos: El Buen Padre fue "profesor de santa amabilidad y de apacible alegría". No hay que olvidar este rasgo de su carácter que resalta a pesar de su edad y algunas veces a pesar de él mismo. No perderá su sentido del humor, que hacía antiguamente, su compañía agradable y su conversa­ción espiritual. Sabe que las relaciones verdaderas no pueden desarrollarse más que en la libertad y en la caridad, lejos de la

78. Carta XLV.

79. Carta XXCVIII.

80. Carta LXXVII.

81. Carta XXIV.

82. Carta VIII.

83. Carta CLVII.

84. Carta LXVIII.

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tensión y del temor. Al Buen Padre le gusta todavía reírse y hacer reír.

Va al recreo de la comunidad casi todos los domingos. Es el momento en que todas se reúnen para juegos, representaciones preparadas o improvisadas, narraciones, cuentos... "Un recreo presidido por el Buen Padre, era inolvidable. Por nada del mundo lo habrían dejado. Acertijos, historietas inventadas alre­dedor de una palabra lanzada a la ventura... La tarde en que un tintineo especial de la campana anunciaba su presencia en la sala de recreación, nadie se entretenía en los trabajos. Le gusta­ban las representación de situaciones mediante diálogos más o menos improvisados, en algunas se mezclaba su palabra...y el objetivo era a la vez el solaz de los espíritus y de los cuerpos y un feliz retorno a la presencia de Dios."85

La correspondencia del Buen Padre será tenida en cuenta más tarde. Tiene por sí sola una gran importancia, aunque se fatigaba visiblemente para escribir. Es el medio de continuar junto a las hermanas el trabajo de acompañamiento espiritual empezado en el noviciado de La Puye, o en los retiros. Como escribe tan bien, el consejero espiritual se presenta humilde­mente como el "hermano" al servicio de la persona a la que escribía. Incapaz de escribir, a ratos, a causa de sus ojos agota­dos, tendrá que tomar un secretario, pero el texto terminará siempre con su firma temblona.

85. J. Saubat, obr. citada.

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Capítulo 7

Sacerdote de su Iglesia diocesana

"¿Dónde se encontrarán ministros. . .?" El 20 de octubre de 1806 el prefecto de la Vienne describe a

Portalis, ministro de los Cultos, la situación del sacerdocio de su departamento; no es para regocijarse:

"¿Dónde se encontrarán ministros para las funciones del culto? Los vie­jos mueren o se retiran a sus familias. En cuanto a los jóvenes, ni siquiera hay 10 en mi departamento."86

Los 1295 sacerdotes que enumera el estado en 1800 en la dió­cesis, es bien engañoso. El número parece enorme, pero esconde una realidad inquietante. Por confusión, están contados allí sacerdotes muy mayores que no tenían ya derecho de ejer­cer el ministerio, debido a la ley de 1792; los enfermos y los sacerdotes casados, que nunca podrán volver a ejercer el minis­terio, los refractarios que han vuelto del exilio, los que todavía no han vuelto a Francia, los constitucionales, los expulsados del sacerdocio y todos los que con buena intención se retiraron a sus familias.

Además, algunos municipios no pueden hacerse cargo de la subsistencia de los párrocos y vicarios. Otra nota del prefecto de la Vienne es más explícita todavía. Puede parecer forzada, pero no es más que un ejemplo entre la larga serie de textos en el mismo tono.

86. Un sacerdote de antaño. Moussac 1911.

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"La mitad de mis días se pasan en proveer a la subsistencia de los que sirven las parroquias y están a cargo de los municipios, en la reparación de sus iglesias y de sus casas parroquiales, en las disputas que surgen entre ellos, en llamar a los habitantes, si no a la religión, lo cual es tarea del Sr. Obispo, por lo menos a que tengan sentimientos de justicia y de huma­nidad."87

El prefecto implicado en el funcionamiento de la iglesia con­cordataria, se queja de las insuficiencias. En otra carta, ante la falta persistente de seminaristas, escribe: "¿Quién es el padre insen­sato que gastaría mucho dinero para la instrucción de sus hijos, que los des­tinaría a un estado sin consideración y que ni siquiera cubre las primeras necesidades de la vida?"

El Padre Fournet vivió con toda su crudeza en Saint Pierre de Maillé, las dificultades provenientes de la falta de sacerdotes. Gastó todas sus fuerzas dividido entre las muchas parroquias que le confiaron. A través de Isabel y de sus primeras compañe­ras, trató de paliar la carencia de instrucción religiosa. Pero eso no fue suficiente, aunque la obra de las Hermanas se extiende cada vez más y supera con mucho Saint-Pierre-de-Maillé y las parroquias limítrofes.

El pueblo cristiano necesita ministros, jóvenes que se for­men en este nuevo siglo, para una sociedad renovada y en un contexto religioso diferente del de la iglesia del Antiguo Régi­men. Como Pastores auténticos, tendrán que llevar la Palabra de Dios y los sacramentos de la Iglesia, en las dificultades, pero también crear oportunidades para situaciones nuevas. Sin duda, no se les pedirá lo que han vivido los Hermanos mayores, los refractarios a la Constitución Civil, pero tendrán que vivir como ellos la fe y la obediencia a su obispo y el servicio al pueblo cris­tiano...

La situación de la sociedad es inestable, los adelantos, imprevistos pero bien reales. En cuanto a la Iglesia sujeta toda­vía al poder que manda, le cuesta mucho no mirar hacia atrás.

Una carta al Padre Coudrin, que se puede datar de 1811, es el resumen de lo que puede vivir el Padre Fournet. La citamos aquí casi íntegramente, descubre las preocupaciones e inquietudes pastorales.

87. Un sacerdote de antaño. Moussac 1911.

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Maillé, 28 de Septiembre Mi querido y venerable Padre, Permítame interrumpir por un momento su recogimiento inte­

rior y su unión continua con la Santísima Trinidad. Quiero hablarle de lo que concierne a la Iglesia. Encuentro a veces almas escogidas que quieren entrar en su casa de Poitiers...

Otra desea, como Jonatán, gustar un poco de miel, ignoro si perseverará. Es la hija del señor Dionet y no está en situación de ser una carga. Si lo permite, va a hacer una prueba. Un joven, en quien el Espíritu Santo habita, que ha empezado el latín y que tiene alrededor de 20 años, me pide a voz en grito ir a su casa. Espero sus órdenes para actuar en tales circunstancias. Una señora nos ha presentado a un niño de 8 a 9 años. Se ofrece a pagar una módica pensión, según sus posibilidades, en su casa, si se digna recibirlo. Respóndame, por favor, a todas estas pre­guntas...

Restablezca, cada vez más el reino de Nuestro Señor en los corazones, mi querido Padre. Yo así lo deseo. La caridad se enfría mucho entre nosotros, la iniquidad abunda por todas partes, la porción de humanidad que debería tener más religión, es la que menos tiene. Ya no se encuentra el espíritu de Nuestro Señor más que en los libros y en el corazón de algunos habitantes del campo. ¡Qué carga más pesada, ser ministro de la reconciliación, en un tiempo en que sería más fácil encontrar un inocente que verdade­ros penitentes! Si me preguntaran cuál es la postura más triste en este mundo, contestaría que, la de ser un penitente y no tener que confesar más que impenitentes...

Rece por mí, querido Padre, por el Pastor y por las ovejas...

La "Petite Eglise " se gloría de ser siempre fiel a los principios, e incluso de ser la única Iglesia verdadera....

...si viene a Poitiers, hágamelo saber, me alegraría mucho verle. He oído decir que Nuestro Señor se ha servido de Vd. para obrar conversiones maravillosas. A Dios solo todo honor. Hábleme de esas maravillas, el alma de su querido tío que goza de la visión intuitiva confirma su obra junto a Dios.88

88. El tío del Padre Coudrin aquí nombrado es el Padre Riom muerto en los pontones de Rochefort.

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In fide vivo Filio Dei dilexit me et tradidit semetipsum pro me89

Todo suyo en Jesús El más abnegado y el más sumiso de vuestros servidores.

Fournet, sacerdote,90

Andrés Huberto Fournet piensa en la Iglesia y cuando ve caminar cerca de él por "el camino de las luces", a su monagui­llo, el pequeño Louis Forget, piensa en el futuro.

Conoce la honradez de la familia del niño, como la de varias familias de su parroquia. Familias modestas de fe sencilla, pro­funda y vivida. Los hijos serán granjeros artesanos, colonos. Irán, quizá, a la escuela si la municipalidad, como lo pide el gobierno, abre por fin una para los chicos.

Pero es bien difícil hablar de ministerio sacerdotal. ¿Quién puede poner en el corazón de un niño el deseo de ser sacerdote? Leyendo su propia vida, el Padre sabe el peso de las mediacio­nes que se manifiestan en lo concreto de las realidades cotidia­nas: los encuentros, el entorno y las condiciones materiales. Los estudios de un hijo que quisiera ser sacerdote son por cuenta de la familia y sería para muchos un impedimento absoluto.

El Padre Fournet va a emplear toda su energía y su creativi­dad para hacer posible que algunos jóvenes lleguen al sacer­docio.

Les ayudará a discernir, después acompañará sus años de estudios con ayudas materiales y espirituales. Confía al mona­guillo Louis Forget a las Hermanas de Molante:

"Aquí os traigo un estudiante. Dentro de seis meses tiene que saber leer y escribir el francés, después, yo me encargaré de él. Y añade sonriendo: Sobre todo, no le enseñen las malicias..."

A los seis meses, el escolar iba a recibir lecciones de latín a la Casa Parroquial.

Louis Forget es el primero de una gran lista de muchachos a los que el Padre enseña o hace que les enseñen el latín, en Mai-

89. Vivo en la fe al Hijo de Dios que me ha amado y se ha entregado por mí.

90. Cartas del Padre Fournet al Padre Coudrin. (Archivos de Picpus).

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lié, antes de enviarlos a una escuela clerical y que quizá vayan a seguir sus estudios al Seminario Menor que se abrirá pronto en rVlontmorillon... y después al Seminario de Poitiers. Largo reco­rrido en perspectiva.

Dicen los testigos que en esta época había siempre en la Casa Parroquial de Maillé algunos muchachos a los que el Padre Fournet -el mal alumno- ayudaba en sus estudios, en su alimen­tación y vestido para que no fuera todo a cargo de las familias, a menudo modestas. En Coussay les Bois, pueblecito cercano a Maillé, una pequeña escuela clerical bajo la dirección de Padre Dorin, sacerdote, acoge también alumnos antes de que vayan a Poitiers, a la que dirigen los Padres de Picpus. Durante las vaca­ciones escolares, algunos muchachos se reúnen en la Casa Parroquial de Maillé en grupos un poco ruidosos y algunas veces alborotadores. La Señorita Catherine Fournet se queja un poco a causa del ruido y mucho a causa del desorden de la casa Invadida. Los jóvenes se encontraban en su casa. El Padre sonríe y los acoge como un padre a sus hijos. Cuando él tenía su edad sentía tanta necesidad de libertad, usó y abusó tanto de ella... Comprende sus reacciones de adolescentes. Se regocija de ver su sana alegría.

Jamás el Padre, dirán los interesados, les dijo nada por sus reuniones ruidosas y sus ideas originales de jóvenes, como can-lar bajo sus ventanas hasta bien avanzada la noche.

Les excusaba siempre, salvo una vez. Fue el día en que a dos muchachos se les ocurrió marcarse la tonsura y se presentaron a comer muy orgullosos de su hazaña. La acogida del Padre no fue la que su inconsciencia esperaba. Los reproches fueron duros y a los culpables se les despachó del comedor.

El suceso no tuvo más consecuencias lamentables, pero comprendieron entonces que no debían jugar con los símbolos religiosos.91

El Padre desea, ante todo que esos jóvenes, en esa casa parroquial, donde él ha recibido la gracia de la conversión, pue-

!M. Según el P. Saubat, obr. Cit., pag 233.

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dan descubrir el camino que les lleve al cumplimiento de su vocación, si el Señor les pide que sean fieles discípulos imitado­res de Jesucristo.

El mismo Padre Louis Forget da testimonio en el proceso informativo. "En Maillé, los alumnos del siervo de Dios, unos quince, entre los que estaba yo, se reunían en una habitación contigua a la del Buen Padre, que él dejaba a su disposición. Nuestras reuniones eran, más bien ruidosas, como puede com­prenderse fácilmente a nuestra edad. Nunca vimos en él un gesto de descontento, ni siquiera de impaciencia".92

En Maillé, como más tarde en La Puye, la mesa del Padre Fournet está siempre abierta a estos jóvenes. Los documento» del proceso informativo nos dan varios testimonios: "He visto durante las vacaciones, a los seminaristas jóvenes, educados y seguidos por el siervo de Dios venir junto a él a La Puye y que­darse con él hasta su vuelta al seminario. Un año había hasta ocho al mismo tiempo". Y otro: "Siendo seminarista, iba todo» los años a La Puye durante las vacaciones para pasar alguna» semanas, pues el Buen Padre me transmitía el espíritu sácenlo tal del que estaba impregnado y me daba consejos que nu impresionaban profundamente".93

Tenemos tres jóvenes en nuestra parroquia, buenos sujel* que tienen que entrar en secundaria el día de Todos los Santos no tienen la ciencia del sacerdocio, tienen las disposiciones pa adquirir el espíritu. Nuestro establecimiento de caridad se pi paga.94

Se comprende que el Buen Padre no puede atender con MI propia fortuna las necesidades de todos sus protegidos. Da • -n dinero pero pide con gran sencillez a sus amigos y parienl< dinero y ropa. Puede obtener algo de los donativos del misnm obispado. "... al Padre. Fournet por la pensión de diez jóvenes en 1.1 "Grand Maison" de Poitiers; igualmente, otra entrega de 100 f. en 1819, I.I

92. Proceso inf. 80 -48. 93. Proceso inf.-110-56. 94. Carta del Padre Fournet. 1 de octubre 1813 (Archivos de Picpus.) "El establo I miento de caridad" es la comunidad de las primeras Hijas de la Cruz.

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tuina de 200 frs, puesta a la disposición del obispado para las necesidades fu los sacerdotes pobres."95

Una carta a un sacerdote de Poitiers, el Padre Guillemot Irlara mucho este punto:

El joven X carece de todo en este momento... Yo no me preo­cupo de él porque su padre vive muy cerca de mí. Voy a ver si lo Coloco en Montmorillon, si me es absolutamente imposible coló-Curio en ninguna parte, lo guardaré conmigo. En cuanto a sus ftipas, necesita de todo: sombrero, camisas, zapatos, chaqueta, medias, calzoncillos, pañuelos etc..

Tengo el honor de ser con todo respeto, mi querido pastor, su tliris humilde y muy obediente siervo,

Fournet, sacerdote. Maillé, 24 de septiembre96

Y de nuevo al mismo: No encuentro dónde colocar al pequeño X, no puede quedarse

Con nosotros, la salud y la edad de mi hermana, no me permiten ponerla en este aprieto; por otra parte cuando acogemos niños non pobres o pequeños del campo que están acostumbrados a vivir pobremente. Añada a eso la gran parroquia que hay que gober­nar...97

En la escuela clerical del seminario, los jóvenes continúan Hiendo alumnos o más bien, como lo dice la primera noticia escrita a su muerte "los niños del Buen Padre". Su oración, su «mistad indefectible les acompaña. Este pasaje de otra carta a uno de ellos, demuestra que sigue estando cerca de ellos, tanto en el plano de la vida material como de la vida espiritual.

Alabado sea Nuestro Señor Jesucristo Querido hermano:

Sabe para qué está en Poitiers, debe permanecer allí, como Nuestro Señor Jesucristo, para honrar a Dios, para santificarse, para edificar a los otros escolares con su modestia, su circunspec­ción y su aplicación en los estudios. Rece bien, comulgue digna-

!)!>. Según: Un sacerdote de antaño. Moussac 1911. 96. Carta CXV. 97. Carta inédita. Archivos de La Puye.

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mente y manténgase fiel a todos los mandamientos de Dios. Siga los ejemplos de Nuestro Señor Jesucristo... prefiera la pobreza a las ropas elegantes, a las bellas sobrepellices, ame la sencillez y la humildad de Nuestro Señor...

Está demasiado lejos de la clase; pierde el tiempo y las fuerzas en el camino. Hay que buscar una buena pensión cerca de la clase. Le deseo toda suerte de bendiciones y soy con estima,

Su abnegado hermano.

Alabado sea N. S. Jesús98

¡Cuántas cartas han debido ser escritas de La Puye a propó­sito de "los niños del Buen Padre!".

Una de ellas, sin fecha, expresa lo que desea transmitir, la víspera de su ordenación a uno de estos jóvenes al que ha ayu­dado en su camino hacia el ministerio:

"Dentro de poco, Dios hará por Vd. grandes maravillas. Lave, hijo mío, cada vez más, no sus vestiduras, sino su alma. Va a reci­bir el poder de ofrecer, de dar a nuestro Señor Jesús; va a partici­par en la fecundidad de Dios Padre y en la Divina María, haciendo nacer a N. S. Jesús en sus manos... ¡O altitudo! Se va a convertir en otro salvador al recibir el poder de perdonar los pecados...

¡Oh! No olvide que el que le ha asociado a su misión, le envía como su Padre le ha enviado a Él, para continuar su vida, su pasión, sus virtudes. No le envía para los honores sino para las humillaciones...

Todavía un poco de tiempo y experimentará las grandes mara­villas del poder y de la misericordia de Dios.

Tengo el honor de ser, Señor, o mejor, mi honorable hermano,

Su muy humilde y obediente siervo.

Fournet, sacerdote Alabado sea N. S. Jesús.

El día de la ordenación era un día de gozo para el Buen Padre. Continuaría acompañando con su oración, con su amis-

98. Carta CXXVII.

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tad y con sus consejos a esos jóvenes sacerdotes para los que siempre estaban sus puertas abiertas en La Puye y a los que tanto respeta.

Sacerdotes salidos de esta región de la diócesis de Poitiers que marcarán más tarde la Iglesia diocesana y otras.

Conocemos algunos nombres y rostros. Los primeros de la larga lista que va desde 1807 a 1834, que encontramos con el Padre y con las Hijas de la Cruz, son: Jean Poulet, párroco de Bethines, Joseph Petit, vicario de La Puye, los hermanos Pichot de La Puye que llegarán a ser párrocos de Saint Germain sur Gartempe y de Jouhet, y Philippe Morisson, de la parroquia de Saint Pierre de Maillé.í»

Son más conocidos los Maigret de los Marsillys, tres de los cuales serán religiosos de los Picpus y uno de ellos llegará a ser segundo obispo en las islas Hawai, Louis Forget, nombrado ya varias veces, que sucederá al Padre Fournet como párroco de Maulé, Pierre Mathé, más tarde párroco de La Bussiére, joven en cuya vocación siempre creyó y a quien siguió como a un hijo en las grandes dificultades de salud que atravesaba...

Se encuentran otros nombres en los anales misioneros de los Picpus, además de los hermanos Maigret y Georges Delétantg...

El número de seminaristas originarios de las parroquias que el Buen Padre visitaba o de los que estaban a su cargo y que lle­garon a la vida sacerdotal es impresionante.

"he contado los alumnos que fueron así formados por el siervo de Dios y en cuyo número debo incluirme; si mis recuer­dos son exactos, el siervo de Dios ha formado cuarenta y dos sacerdotes."100

A la muerte del Buen Padre, cinco de esos jóvenes a los que ayudaba estaban en el Seminario Menor de Montmorillon y otros cinco en el Seminario Mayor.

99. las "Memorias" de P. Morisson sobre la vida de Andrés Huberto Fournet están en los archivos de La Puye. 100. Proceso inf. 79-40.

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Sacerdote con sus hermanos, los sacerdotes Desde 1804, por encargo del Consejo Episcopal, el Buen

Padre participa en las misiones parroquiales dadas por los misioneros extra diocesanos, no solamente en el Decanato de Saint Savin, sino en los territorios de las subprefecturas de Civray y de Montmorillon. Responde de las misiones, como lo hace a lo largo del año, para suplir los huecos en las numerosas parroquias sin sacerdote u olvidadas por el Concordato.

Un documento del obispado del 6 de mayo del814 confirió al párroco de Maulé el cargo de mantener retiros eclesiásticos en el Cantón de Saint Savin y más tarde en la subprefectura de Civray. Esto indica lo mucho que la autoridad diocesana con­fiaba en él, debido a su historial y también a su personalidad, capaz de conseguir la unanimidad en torno a él.

Todos sus hermanos sacerdotes habrían podido firmar esta declaración del Padre Bertrand, que era en aquel momento, párroco de Villemort.

"El Padre Andrés tenía en alta estima las funciones sacerdo­tales. Respetaba mucho a los sacerdotes y trataba de inspirar a todos aquellos con los que se relacionaba y sobre todo a aque­llos que confesaba, las mismas ideas que anidaban en su cora­zón."»»

Pero era sobre todo en el sacramento de la misericordia donde el Padre Fournet era conocido y reconocido por sus her­manos sacerdotes como gran liberador y esto, a pesar de su reputación de austeridad personal. Sus testimonios, recogidos a través de la encuesta de 1854 o del proceso informativo son abundantes.

"Me he confesado a menudo con él y no he notado con res­pecto a mí, nada que se alejara del espíritu de moderación y de la confianza que debemos tener en Dios. Una frase me quedó bien grabada: Mi querido hermano, dé gloria a Dios... Me confe­saba con él cada ocho días... Estaba lleno de bondad y de con­descendencia, y la alegría que transparentaba en sus palabras se

101. Encuesta 1854.

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expresaba en algunas exhortaciones tan emocionantes, que cala­ban hondo en el corazón."102

Un vicario general declara que había oído al Padre Fournet decirle: Tiemblo cuando veo a algunos sacerdotes dirigirse a mí para confesarse y para la dirección espiritual y admiro a los que tienen la caridad de confesarme.103

Y sin embargo, no es rígido en cuanto a la necesidad de diri­girse siempre al mismo sacerdote para la dirección espiritual.

Gran flexibilidad y libertad en este consejo que da a un sacerdote joven al que un cambio le va a alejar considerable­mente de La Puye:

No creo que haya que hacer tan largos viajes para las necesi­dades espirituales de que me habla: lo esencial es encontrar un alma justa que glorifica a Dios en todas las funciones de su minis­terio. >04

Cuando el Padre Bertrand es nombrado párroco de Saint Romans le manda una especie de una síntesis de la misión pas­toral tal como él la ve y la ha vivido

...El dedo de Dios está en la misión del buen pastor de St. Romans. Sí, mi querido hermano, ha glorificado a Dios dejando la tranquilidad de Villemort para ir a buscar el trabajo y las tribula­ciones que le esperaban en St. Romans. Ánimo pues, mi querido amigo, Vd. está donde Dios quiere que esté. ¡Oh! ¡Qué consuelo para Vd.! Trate de estar en medio de ese pueblo como está el Soberano Pastor buscando a la oveja descarriada, esperándola con paciencia.

Sabe que el Buen Maestro le ha enviado a su parroquia como su Padre le envío a él al mundo. Cumpla con fidelidad esta tarea y pronto la mitad de St. Romans será suya. El Espíritu Santo se ocu­pará del resto. Su ministerio le asocia a Jesucristo de una manera bien especial. No le sorprenda si está asociado a él en St. Romans para ser testigo de todos los ultrajes que recibe allí.I05

102. Encuesta 1854. 103.Id. 104. Carta CXLVII. 105.Id.

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Las dificultades que el sacerdote encontró en su ministerio están expresadas en el lenguaje y la sensibilidad de la época: ultrajes hacia el Señor a través de la persona del sacerdote. Lo que hay que retener es la conformidad a la vida de Cristo, funda­mento de la vida del cristiano, "alter Christus", y la fe profunda en la grandeza del sacerdocio.

En otra carta al mismo sacerdote escribirá: Lo que le debe consolar, querido amigo es, que Dios no pide el

éxito sino los cuidados de un caritativo pastor. Al siervo inútil del evangelio lo echan fuera porque no hace nada. Por la gracia de Dios no se puede decir lo mismo de Vd., puesto que a pesar del abuso que hacen de su ministerio, se muestra siempre, buen Pas­tor dispuesto a dar la vida por sus ovejas. Ánimo pues y continúe sembrando, plantando y arrancando. Habrá una cosecha abun­dante.

Ayer vi a M. X que sigue sosteniendo que Vd. está donde Dios quiere que esté, que hará mucho bien allí y que renovará la parro­quia. ¡Ah, qué profecía, mi querido amigo!'06

Se puede decir que entre los sacerdotes de su generación que le han conocido bien, la mayoría fueron amigos suyos. En cuanto a los sacerdotes jóvenes y a aquellos que se han compro­metido en el diaconado, le ven sobre todo a la hora de los reti­ros o de los ejercicios espirituales que le gusta seguir como ellos y con ellos en Poitiers.

Ha creído que debía fijar por escrito algunas reglas para los eclesiásticos a los que ayudaba en el sacramento de la peniten­cia o por correspondencia:

1. Harán todos sus actos como la fe lo ordena y no como la carne y el mundo lo quieren.

2. Llevarán una vida interior; para ello practicarán el recogi­miento de espíritu y de corazón. Entrarán a menudo dentro de Vds. mismos para ver y adorar a la Santísima Trinidad.

3. Un hombre de Dios, un ministro de Jesucristo, un sacerdote que sacrifica y come al Dios que adora, debe ser totalmente

106. Carta CXLVII.

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celeste, no terrestre; un hombre totalmente interior, menos exterior donde quiera que esté.

4. Su conversación interior será con Dios y la exterior, de Dios. •i

5. Vivirán la dependencia de Dios y su presencia. 6. Tratarán de permanecer en su parroquia como permanece

Jesucristo, escondido y libre.

7. Evitarán las compañías, las visitas, las conversaciones inútiles.107

Estaba preocupado por el aislamiento espiritual de los sacer­dotes en este medio rural que tan bien conocía; algunos de entre ellos habían hecho un recorrido azaroso, marcado por el seísmo de la Revolución, por la prueba de la Constitución Civil y del Concordato...

Sabía más que otros sacerdotes, lo que representa para un espíritu recto y sincero, la presencia y el apoyo de los amigos, de los hermanos y de los compañeros sacerdotes. Sabía tam­bién, por experiencia que es fácil llevar una vida que puede parecer normal, pero que no responde a lo que exige el segui­miento de Cristo.

Tuvo la idea de agrupar a sacerdotes seculares en una espe­cie de Sociedad. Para ello, estableció las bases en un documento titulado: Reglamento provisional para los Pobres Aspirantes al sacerdocio y para los Padres de la Cruz108

Volviendo a reflexionar en profundidad la espiritualidad de la Encarnación se constata que su objetivo es conseguir la repre­sentación de la vida de Nuestro Señor Jesucristo.

El primer objetivo de esta Sociedad es la santificación perso­nal de sus miembros, la instrucción de los pobres y el servicio a los enfermos. Las grandes aspiraciones espirituales son las mis­mas que las de las Hijas de la Cruz.

La vida material, las relaciones entre sus miembros, especial­mente en cuanto concierne a lo que toca a la gestión de los bie­nes, llevan a pensar que se trata de un proyecto de vida reli-

107. J. Saubat. A.H. Fournet 1925. p. 271. 108. El texto está en los archivos de La Puye.

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giosa, aunque el término de votos no está explícitamente escrito. El término "provisional"aparece repetidas veces en el margen.

Hay otro documento titulado: Prácticas interiores y exteriores de los eclesiásticos asociados a las pobres Hijas de la Cruz. Un testimonio del Padre Taury109 para la encuesta de 1854, precisa el alcance de este proyecto:

"El fin principal era la práctica de una mayor perfección sacerdotal, el espíritu de pobreza, la asociación de oraciones durante la vida y sobre todo después de la muerte, socorros mutuos para necesidades del alma, principalmente la asistencia espiritual durante las enfermedades.

El siervo de Dios se proponía también, en este proyecto, interesarse por servir a la Congregación, a los sacerdotes sóli­dos y penetrados del espíritu religioso."

Nació una asociación de sacerdotes y contó con una trein­tena de miembros, amigos o penitentes del Buen Padre, agrega­dos a la Congregación de las Hijas de la Cruz.

Entre los miembros, algunos caminaron con él muchos años: Butaud, párroco de Nalliers, Forget, coadjutor de Maillé, Mathé, coadjutor de La Puye, Peynier, visitador de las Hijas de la Cruz de París, Grattereau, párroco de Saint Martial de Angouléme, Emile de Foy de Maillé, Poulet, párroco de Béthines, Arnaudeau de Saint Jacques de Chátellerault... y muchos otros.

Su cargo de Superior General de una Congregación, impor­tante por el número de Hermanas, por su dispersión geográfica y la amplitud de la misión, no le permite estar él mismo en su tarea pastoral con sus hermanos sacerdotes. Es posible que él lo experimente como un fallo. El párroco de La Puye en aquel momento, el Padre Mathé y su sucesor más tarde, el Padre Bert-hon, lo mismo que el párroco de Maillé, tienen la delicadeza de echar mano de él en ciertas circunstancias, él que sigue siendo su maestro y su guía.

109. Louis Taury párroco decano de Chauvigny en 1868, llegará a ser coadjutor del Padre Fournet en 1833, después segundo Superior General de las Hijas de la Cruz.

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El título y la función de Vicario General, que el Buen Padre recibió en 1822, le permite también tener contactos con sus her­manos sacerdotes sobre temas concretos de su ministerio y se le ve muy cercano a las realidades que les toca vivir.

Escribe al párroco de Persac110 que había venido a Vicq sur Gartempe por asuntos de familia:

Se puede quedar en Vicq quince días con su familia puesto que lo considera necesario, y celebrar la misa cuando quiera.

Y en otro momento:

Si ha conseguido que le reemplacen en Persac, puede prolon­gar su estancia en Vicq. Si su enfermedad es grave, puede que­darse hasta que se restablezca...

Al mismo sacerdote en el momento de una muerte:

Comparto el cáliz que Nuestro Señor Jesús le ha dado a beber, separándole del digno padre que le había prestado. Me uno a Vd. para agradecer al Señor la victoria que le ha concedido ganar a la carne, al mundo, y al demonio en el abandono que ha hecho de la Casa Parroquial... Es un homenaje que hace al Dios Soberano, si continúa considerando a Nuestro Señor Jesús heredero, puesto que la va a heredar en la persona de los pobres.

Su muy humilde y obediente servidor. Fournet sacerdote.'"

Puede dar permisos a los sacerdotes que se dirigen a él. Escribe al párroco de Maillé, el padre Forget:

Querido y buen Pastor: Es verdad que mi memoria y mi pluma le han olvidado, pero

no mi corazón. Puede prolongar el tiempo de la comunión pascual cuanto le plazca, para sus enfermos y cualquier otro penitente que quiera. Le autorizo a confesar a las religiosas.

Salude respetuosamente a M. Poulet de mi parte y recuérdele que la primera vez que venga a La Puye tiene que predicar aquí.

110. Parroquia del sur de la Vienne. 111. Archivos de las Hijas de la Cruz.

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Saludo al Señor Vicario en N. S. Jesús, y soy todo suyo para siem­pre en el mismo Jesús N S."2

Y en otro caso: Le concedo todas las bendiciones reservadas en el ritual de

Poitiers y que puedo conceder usque ad revocationem. Si pudiera dar prisa al señor Beaudroux para el trabajo del

hospital... los muros urgen.113

Los párrocos de las parroquias donde residen las Hermanas son también los destinatarios de sus sugerencias o de sus conse­jos. Así a M. Bubeau, párroco de Sillard:

No he podido satisfacer todavía el deseo que tengo de ir a su casa a decirle que le respeto, le estimo y le quiero. Lo haré cuando le plazca a Aquel de quien debo depender en todo.

He escrito a nuestras Hermanas para decirles que podían diri­girse a Vd. como confesor extraordinario. Le doy todos los poderes necesarios para confesar a las religiosas, bien sea de las (ilegi-b\e), en casos reservados en que pudieran encontrarse...

Antiguamente el Sr. Párroco de Lussac tuvo la bondad de cum­plir esta función; su edad y sus ocupaciones no se lo permiten desde hace tiempo, temía molestarle si se lo pedía'14

Son numerosos los sacerdotes que reciben una invitación del Buen Padre para pasar por La Puye. Allí son siempre recibidos como huéspedes esperados y deseados. A veces se les pide que den una charla a las Hermanas.

Alguna vez ha podido suceder que la diferencia de edad, de cultura, de temperamento haya podido traer alguna tensión entre el Padre y los sacerdotes que vivían cerca de él. Testigo de esto es esta carta dirigida al párroco de La Puye, el Padre Berthon, carta marcada de un verdadero sentido espiritual y de un gran fondo de humildad tan característico del Buen Padre:

No crea que guardo, por mucho tiempo en mi corazón, la menor oposición hacia Vd. Por el contrario, le puedo asegurar que me sería difícil encontrar uno al que estimara y quisiera más que a Vd.

112. Carta XXXII.

113. Se trata de la construcción del "hospicio" de Saint Pierre de Maillé, actualmente (2004) residencia de ancianos Saint André. •

114. Archivos de las Hijas de la Cruz.

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Comprendo que parezco frío, indiferente, pero nunca he demostrado lo que siento y la edad añade algo al temperamento...

Le estoy agradecido y no debo hacerle reprobaciones. Si las fuerzas se lo permiten, le pediría a menudo, que hablase a las Hermanas.

No tiene que pedirme excusas, me hace favores continua­mente. Yo soy quien se las tiene que pedir... Soportémonos recí­procamente, edifiquémonos, amémonos en Dios, es la franqueza de la amistad la que me inspira estas reflexiones. Espero que leyéndolas en la línea de la amistad, no tendremos más que un solo corazón y una sola alma para glorificar a Dios. "5

Cuántos sacerdotes tuvieron que quedar marcados por la personalidad del Buen Padre: los que compartieron con él su ministerio en Saint Pierre de Maillé y en los alrededores, entre ellos, el Señor Guillé, su vicario desde 1805, que fue su colabora­dor durante quince años. Pero también tantos otros que entra­ron en contacto con él, con ocasión de las misiones pastorales o al servicio de la Congregación.

Sacerdote para un pueblo

Cuando el Padre Fournet volvió a la parroquia de Maillé en 1805, tuvo que responder a la encuesta del obispado sobre los bienes y rentas de las parroquias y de las Asociaciones parroquiales. Se sabe de su propia mano que la parroquia de Saint-Pierre a la que en adelante se le une la parroquia Saint-Phéle cuenta con unas mil doscientas almas y que es una parroquia extensa, con una iglesia sin bóveda ni artesonado, parroquia de un servicio muy difícil por causa del río, de las rocas y de la distancia de los pue­blos. Se sabe también que aparte de algunos alquileres de sillas, esta parroquia no cuenta con ningún producto, ninguna renta por legados, donaciones o fundaciones.

Una nota bajo la rúbrica de las observaciones refuerza lo que precede, en cuanto al mal estado del edificio, pero sobre todo, da en el blanco de la preocupación del párroco: El interior de la iglesia necesita reparación, así como la techumbre. Hay muchas

115. Carta CXXXV.

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pequeñas aldeas cerca de Pleumartin que tendrían que formar parte de esta Parroquia.1'6

Alusión a la gran extensión que abarcaba la nueva parroquia de Saint-Pierre-de-Maillé, y como consecuencia, las dificultades que tienen los feligreses para asistir a los oficios.

La vecindad campesina, numerosa en aquellos tiempos pero diseminada por los vastos espacios que bordean el río Gar-tempe y el Anglin, tiene pocos medios para desplazarse, aparte de la marcha a pie. El domingo es el día de descanso, descanso bien relativo, puesto que también ese día tienen que ocuparse de los animales como el resto de la semana. Ir a la iglesia supone una dura carga que sólo compensa la fe y el encuentro amistoso con otros habitantes de la parroquia.

Es proverbial el ingenio del Padre Fournet para que las gen­tes no sufran el frío y las inclemencias del tiempo, el domingo en Maillé.

Sin embargo, los niños, los enfermos, los ancianos que no pueden desplazarse estarán privados de las celebraciones reli­giosas en las parroquias alejadas y sin sacerdote. Al Padre se le ocurre mandar Hermanas para que los reúnan en las aldeas que tienen una iglesia o una capilla, aunque sea modesta. Leen el evangelio y hacen un pequeño comentario y después leen las oraciones del ordinario de la misa. El Padre Fournet tendrá siem­pre esta preocupación de reunir lo más cerca posible a todos. Cuando se quede libre del ministerio parroquial, lo expresará a través de la misión; pide a las Hermanas que lo tengan como algo esencial.

Por ser entonces Vicario General, tendrá una razón para estar más atento a las posibilidades que se pueden ofrecer a los fieles para acercarlos a los sacramentos y muy particularmente a la misa.

En el momento del Concordato, el municipio de La Puye había llegado a ser oficialmente una parroquia con convenio, título arrancado a Cenan, la parroquia matriz fundada en el siglo XI. La historia había sido siempre conflictiva entre los dos luga-

116. Sugiere que los pueblos atribuidos a Saint Pierre de Maillé, considerando su situación geográfica, deberían pertenecer a la parroquia de Pleumartin.

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res. Hasta el 1819, los tres municipios de Cenan, La Puye, y Sainte Radegonde, unidos en una parroquia, no tenían párroco. La labor le incumbía entonces al clero de Maillé, es decir al Padre Fournet y a su vicario, el Padre Guillé.

Por eso, el Padre no puede quedarse insensible cuando en enero de 1830, el obispado propone una nueva organización. Se trata de juntar el municipio de Sainte-Radegonde con la parro­quia de Saint-Pierre de Chauvigny, lo que descargaría al Párroco de La Puye. Al Párroco de Saint-Pierre de Chauvigny le parece muy bien. Pero Sainte-Radegonde está situada a cuatro Km. de La Puye y a ocho Km. de Chauvigny.

Una carta del Padre Fournet que conoce tan bien el terreno y a sus habitantes, es muy clara en cuanto a su opinión sobre esta decisión.

Está dirigida al Padre Lamben, Vicario General, Superior de la Misión, predicador del rey, casa de la Misión en Poitiers.

Señor y muy honorable Superior.

La iglesia de Sainte-Radegonde está situada a más de dos leguas de Chauvigny, aunque tres municipios de esta parroquia estén a poco más de una legua. Esta iglesia está rodeada de tres grandes municipios que se encuentran a más de una legua de Archigny, su parroquia, que reclama la unión con Sainte Rade­gonde, lo que daría como resultado, una parroquia de más de ciento veinte almas, de las cuales un gran número no pueden asis­tir al servicio divino debido al alejamiento de los lugares.

Lo que haría falta es pues una parroquia aneja en Sainte-Rade­gonde, en lugar de una unión en Chauvigny, teniendo en cuenta además, que los feligreses habían hecho grandes sacrificios para arreglar y adecentar la iglesia y procurar los vasos sagrados nece­sarios y que están dispuestos a sacrificar todo para tener una casa parroquial. En la imposibilidad de tener una parroquia aneja, la unión con Chauvigny no remediará los abusos, los va a paliar para algunos, y los aumentará para la mayoría.

Sea lo que sea de lo que yo opino, me adheriré siempre a lo que Su Ilustrísima tenga a bien ordenar y Vd, ejecutar.

Dígnese aceptar mi justo agradecimiento por todos sus benefi­cios. El jueves 28, enviaremos dos Hermanas a Saint Radegonde para que den allí el catecismo a los niños.

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Tengo el honor de saludar a la misión y de ser, con profundo respeto y toda mi abnegación y mi agradecimiento, Señor y muy Honorable Superior, vuestro humilde y muy obediente servidor.

Fournet, sacerdote La Puye, 26 de enero de 1830.»?

Este municipio que no es parroquia, tendrá Hermanas para dar clase, para la instrucción religiosa y para el cuidado de los enfermos. El domingo, las Hermanas vienen a la misa de La Puye, vuelven a Sainte-Radegonde, reúnen en la iglesia a los niños, a los ancianos y a los enfermos y les leen el ordinario de la misa. Pronto, algunos feligreses encuentran cómodo aprove­charse de "la misa de las Hermanas". El Buen Padre se da cuenta de que puede haber un abuso y prohibe a las Hermanas que­darse en Sainte-Radegonde el domingo. Hacen rezar otro día durante la semana, a las personas que no pueden desplazarse.

Después de la muerte del Padre Fournet, Sainte Radegonde volverá a ser por fin, una parroquia y tendrá su párroco resi­dente.

Pero no es suficiente poder "asistir a la misa", pues se cele­bra en latín, de espaldas al pueblo; para muchos fieles la oración principal es estar allí, haber venido. Su presencia es señal de su fe en comunidad; "asisten" a la misa. Son muy raros los que saben leer y más raros los que tienen entre las manos un misal que contenga el "ordinario de la misa", texto que se lee mientras el sacerdote lee a media voz las oraciones en latín. Por otra parte, el texto propuesto a los fieles no es la traducción. Pero en la iglesia se canta. El domingo y a menudo en las misas durante la semana, se canta el Asperges, el Kyrie, el Gloria, el Credo, el Sanctus y el Agnus, que todos saben de memoria... y cantan también muchos cánticos en francés durante la misa. El do­mingo por la tarde se cantan las Vísperas en latín, que muchos saben de memoria y algunos cantos también en latín, para la bendición del Santísimo Sacramento.

117. Carta inédita del Padre Fournet (archivos del Obispado) Un artículo muy docu­mentado de C. Garda: "Un inédito de San Andrés Huberto Fournet relativo a Sainte Radegonde en Gátine." Ha aparecido en el boletín del Pays Chauvignois en 1987.

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El Padre Fournet se acomoda mal a la dificultad que tienen los fieles para seguir, no el desarrollo de los oficios que conocen bien, pero sí el sentido de las palabras de la misa, momento intenso de oración para él. Hubiera querido que una Hermana leyese en voz alta las oraciones del ordinario durante la celebra­ción, pero eso era contrario a las normas litúrgicas. Así pues la Hermana leería estas oraciones antes de la misa y los fieles las recordarían durante la celebración.118

El Buen Padre mantiene a toda costa las visitas a sus feligre­ses, además de los encuentros rituales para los sacramentos. Va a las casas donde hay enfermos para verlos y llevarles palabras de consuelo, pero también sabe tener gestos concretos que lle­gan al corazón de esas gentes sencillas: les lleva una fruta, un dulce... Va a ver a los campesinos en los campos donde trabajan para conocerlos mejor, para charlar con ellos. "Lo he visto mez­clarse en los campos con los segadores a la hora de la comida, venía a sentarse en medio de ellos, hablaba con ellos con fami­liaridad, les alegraba con su conversación y siempre dejaba caer algunas palabras para acercar su alma a Dios".119

La catequesis de los niños tiene un lugar preponderante en el apostolado del Padre. Quiere que las Hermanas que van a las aldeas y que ven multiplicada su presencia en la enseñanza, estén bien formadas y que el catecismo bien explicado ocupe el primer lugar entre las materias que tienen que enseñar. 12°

En Maillé el catecismo se da el domingo después de la Misa Mayor y antes de las Vísperas; detrás de los niños se colocan algunos adultos que vienen sencillamente para escuchar las ver­dades de la fe, dichas con tanto convencimiento; entre ellos hay, seguramente, adultos de esa generación de los tiempos turbu­lentos a quienes ha faltado la formación cristiana.

Un momento muy importante en la enseñanza religiosa a los niños, es la preparación a la primera comunión. Momento sim­bólico, puesto que a partir de la primera comunión, la mayoría

118. Esta costumbre duraría mucho tiempo en Saint Pierre de Maillé y en otras parroquias en las que el Buen Padre la había establecido. 119. Proceso inf..., 105-40. 120. Primeras Constituciones de las Hijas de la Cruz.

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de los niños del pueblo empiezan a trabajar. El Padre pone todo su empeño en este acto tan importante... Un testigo precioso atestigua que incluso después de haber dejado la parroquia de Maillé para atender a las Hermanas, volverá a predicar el retiro preparatorio a la primera comunión que es también el momento de la renovación de las promesas del bautismo y de la consagra­ción a la Santísima Virgen.

En efecto, en el momento de marchar de Saint-Pierre-de-Mai-llé en 1820, se concluyó un acuerdo entre el Buen Padre y el Padre Forget. El Padre Andrés vendría cada año a Maillé para preparar y presidir la ceremonia de la primera comunión. Y efec­tivamente, así lo hizo un año que no pudo asistir, lo suplió con consejos escritos destinados al sacerdote que le reemplazó.121

Hablará Vd. después del Santo Evangelio.

En la Comunión se dirigirá a los niños diciendo: ¿Qué pedís, niños?

¿Pedís Que este gran Dios venga a esta Tierra y se haga vuestro hermano? Ya lo ha hecho ¿Pedís que se deje crucificar? Ya lo ha hecho...

Después de la comunión les hablará de las obligaciones de los que han comulgado y les dará algunas resoluciones.

En el momento del Magníficat: la conferencia sobre el bau­tismo; al final, la ceremonia en las fuentes bautismales.

Preguntará a los niños: ¿Qué habéis recibido en este día?

¿Qué habéis prometido? ¿Qué vais a hacer?

Al final de la ceremonia pondrá a los niños en las manos del Padre.

Dirigirá unas palabras a los padres, a todo el pueblo y a los niños.

Los conducirá al altar de la Santísima Virgen. Método para el día de la comunión.122

121. Carta XXXIII.

122. Carta XXXI.

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Podemos ver también que el Padre tiene mucho interés en estar presente en la ceremonia de la confirmación, que se cele­bra en Saint Pierre de Maillé en 1822 por primera vez, después de la Revolución. Monseñor de Bouillé presidirá esta celebra­ción en la que se cuentan alrededor de 1300 confirmandos.

Sin embargo, el lugar predilecto del Padre para transmitir la Palabra de Dios es el sermón. Tenía una gracia especial. En el proceso informativo, muchos testigos hablan de su actitud, del tono de su voz y del ardor de su convicción. A menudo, después del Evangelio, durante la semana, el Padre se quita la casulla, la deja en el altar y dependiendo de las circunstancias, se queda en el coro, o va al pulpito.

Escribe el Padre Forget: "Sus palabras eran fuego cuando predicaba, pero al mismo tiempo hablaba con sencillez para que todos, hasta los menos instruidos, pudieran captar lo que decía" Ordinariamente, no lee los sermones, que parecen salirle con toda espontaneidad, pero hay numerosas notas que nos dicen que lo que él traduce como lenguaje del corazón, ha sido larga­mente reflexionado, meditado y orado. Encontramos estas notas en trocitos de papel, y también en los márgenes de algún libro o incluso en su breviario.

Sin embargo, su pecho débil y su garganta frágil le han molestado con frecuencia en su misión de predicador. Se con­fiaba a la Providencia e iba hasta que se agotaba.

"Un día de Viernes Santo no tuvo más remedio que arrodi­llarse ante el altar consternado porque no podía hacerse oír de la gente que llenaba la iglesia, unas palabras sobre la pasión del Divino Maestro. Sin embargo, angustiado por la pena que sentía, se levanta y se pone a hablar. Al principio, apenas logran enten­derle algo los que están en los primeros bancos; pero después su voz se va haciendo cada vez más fuerte y pronto consigue que todos le oigan.123

Cuando se hicieron las encuestas para el proceso informa­tivo en la parroquia de Maillé y en las parroquias de los alrede­dores, los expertos diocesanos se admiraron de la profundidad

123. Proceso apost. 54-24.

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de las reflexiones de algunos feligreses analfabetos y sin cultura. Habían sido formados por los catecismos y sermones del Buen Padre. Sus intervenciones revelan una vida interior auténtica y cultivada, una fe y una caridad heredadas de un contacto pro­longado con un maestro espiritual.

En Maillé era muy normal ver a esas gentes pararse para rezar en la iglesia o en cualquier otro lugar, para los que era, sin que ellos lo supieran, una verdadera oración o contemplación. Su lenguaje natural y sencillo, expresa autenticidad.

Un párroco de La Puye cuenta que un feligrés muy viejo le dijo un día: "Señor Párroco, Vd predica bien, pero el Buen Padre era otra cosa, nunca nos parecían largos sus sermones. No es de extrañar, pues es un santo."124

Otro testimonio expresa claramente el estado de la parro­quia de Maillé y la práctica que se había hecho habitual en sus feligreses.

"Cuando era niño, fui testigo de la cantidad de comuniones que se daban cada domingo en la parroquia de Maillé. Comulga­ban muchos hombres. Estas numerosas comuniones indicaban, sin duda alguna, las piadosas costumbres fuertemente arraiga­das en la parroquia y que yo no dudo en atribuir al celo del siervo de Dios."

Sacerdote con los pobres La discreción con que se puede entrar en la "Casita", de la

cabecera de la iglesia de La Puye, facilita el acceso a muchos visitantes. Mendigos y gente pobre conocían la hospitalidad de la Casa Parroquial de Maillé; otros conocían ahora la de la "Casita" de La Puye. Siempre al alcance de la mano,- ¿reminis­cencia de la escena en la puerta del comedor de Maillé?- una caja de hierro que contenía dinero para los pobres que iban de paso. Sin embargo desde su llegada a La Puye, el Padre no tenía dinero personal, pues entregó todos sus bienes a la Congrega­ción. Por lo tanto, en una actitud de sencillez y de pobreza reli­giosa, pide a Sor Isabel el dinero que necesita.

124. Proceso apost. 135.

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No se contenta con dar una moneda. A menudo, ropa y ali­mentos preparados para él, desaparecían en las alforjas de los que se deslizaban por el pasillo de la casa. Casi siempre este donativo se hace muy rápidamente, como a escondidas. La Hermana Saint Martin, que estaba encargada de la ropa y de la mesa del Padre, ha sido el testigo molesto que, poco a poco lle­gará a ser cómplice. Más tarde recordará que el Padre decía al beneficiario acompañando su gesto con una sonrisa llena de humor: Y ahora, vayase rápido, vayase...que no le vea la Her­mana Isabel.

Sor Isabel acepta pagar las facturas que el Padre le presenta cuando ha comprado alimentos o ropas para familias necesita­das, aunque le presente varias veces la misma factura. Acepta peor cuando se trata de cortinas, sábanas, mantas o telas para amueblar la casa, que desaparecen como siguen desapareciendo las ropas del Buen Padre. Sor Saint Martin nos ha contado infini­dad de hechos de este tipo.

Se presenta un hombre pobre pidiendo dinero para com­prarse un par de zuecos .Ese día, el Buen Padre no tiene dinero, pero tiene un par de zapatos nuevos para sustituir a los viejos. Se los da y el hombre exclama: "¡Yo no quiero sus zapatos!" De todas formas, pruébeselos, dice el Padre, para ver si es su número. El hombre se sienta y se los prueba. Entonces el Padre, le manda salir corriendo: Ahora escápese en seguida, antes de que la Bonne Soeur le vea.

A la hermana, testigo de este hecho, le aconseja insistente­mente, que sea discreta.

A mí me será más fácil que a Vd., conseguir lo necesario, dice el Padre, cuando el que le pide se da cuenta que se priva de aquello que le da. Seguramente, el Padre debe pensar eso cuando por los caminos, da la camisa o el pantalón y vuelve a casa vestido sólo con la sotana. La sotana, que también puede tomar otro camino. Tenemos que recordar que un día, dio una sotana nueva a un seminarista muy pobre, conminándole a lar­garse por la vía rápida. La sotana volvió inmediatamente a La Puye, pues la tía del muchacho que conocía bien al Padre Andrés, sabía que era la única sotana nueva que tenía. Acababan de ofrecérsela para que se pusiera en algunas circunstancias,

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algo mejor que la sotana verdusca y gastada que llevaba ordina­riamente.

Sor Isabel había creído parar esta fuga de ropa, en especial de camisas, comprándole camisas de percal. Pensaba que no se atrevería a dar a los mendigos, una ropa que él mismo dudaría en ponerse, por su relativo valor.

Sor Isabel se equivocaba. Las camisas de percal tomaron el mismo camino que las de algodón y un testigo del proceso cuenta: "He oído decir a la Bonne Soeur: los pobres de Maillé tie­nen desde hace tiempo camisas de percal, los pobres de La Puye tienen ahora camisas de percal y pronto veréis que los pobres del Sur las tendrán también porque el Padre va allí."

El testimonio del Padre Berthon, párroco de La Puye, es bas­tante contundente. "Daba en limosnas todo el dinero que le correspondía como salario. Acogía a los pobres con gran cari­dad. Yo lo he presenciado, cuando eran pobres ancianos los que venían a pedir limosna, les hacía entrar a su habitación, sentarse cerca del fuego y les daba él mismo de comer."

El almadreñero de La Puye está asustado de la cantidad de indigentes que se presentan en su casa pidiendo zuecos de parte del Padre Andrés. Para asegurarse de que no le engañan, va a preguntar al Padre, si lo que dicen es verdad. La respuesta es clara, hay que darles los zuecos y él pagará la nota. Lo hizo siempre, pero la historia no dice si hubo algún "vivo" que se aprovechó de la bondad del Padre...

Al aproximarse el invierno, piensa en el frío, tan duro para los pobres. Pide leña para ellos a la gente más rica, y la amonto­nan y distribuyen según las necesidades, a los que están en gran apuro.

Quizás haya algunos que han abusado de su bondad, como esta mujer que va tres veces al día a pedir para distintas necesi­dades. Al Buen Padre no le engañan, pero dice que vale más dejarse engañar que correr el riesgo de dejar a alguien sufriendo necesidad.

Y la frase que concluye su toma de posición es que no hay que hablar nunca mal de los pobres y hay que darles siempre según sus necesidades. Y esto, para justificar la desaparición del

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Página del breviario utilizado por el Padre durante la Revolución. Copia manuscrita de un villancico de Navidad.

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contenido de la maleta en uno de sus viajes: Que quieren, ¡me he encontrado con Jesucristo!

Pero aunque lo que más le preocupa y pone en primer lugar, es el interés espiritual de todos los feligreses, sin embargo está demasiado cerca de sus vidas, como para no tomarlos en cuenta en su totalidad.

Así cuando la tormenta amenaza en tiempo de recoger la cosecha, el Buen Padre manda a las Hermanas para que les ayu­den, a fin de que el trigo esté por lo menos apilado o mejor den­tro del granero antes de que empiece la lluvia.

Cuando ya se ha terminado la recolección, el Padre Andrés va hasta el final en la lógica de su fe. Invita a los fieles que quie­ran, a agradecer a Dios con un gesto original a reunirse al pie de la cruz de la Misión y el Padre bendecirá los productos: frutas, trigo, legumbres, aves... que quieran depositar al pie de la cruz. Y todo eso se repartirá después a las familias necesitadas.

Para él la más bella acción de gracias es devolver a Dios en las personas de los pobres una parte de sus dones.

El mismo sentimiento le anima cuando la comunidad recoge su cosecha; da a las Hermanas que la recolectan, la consigna de no ser demasiado estrictas al recoger las espigas dispersas. Sabe bien que después pasarán las espigadoras; esas mujeres que no tienen campo personal para segar y que no cuentan más que con los restos de los campos ajenos ya segados, para ali­viar su pobreza.

Hemos hablado ya de su gran preocupación por los enfer­mos; ocupan un lugar especial en las Constituciones de las Her­manas, donde escribe: El Señor ha prometido como recompensa la felicidad eterna a todos aquellos que visiten y cuiden a los enfermos en sus necesidades espirituales y corporales. "Estuve enfermo y me visitasteis..."

Tanto en La Puye como en Maillé, las Hermanas cuidan a los enfermos en sus casas. Pero poco tiempo después de su llegada a La Puye, Sor Isabel adquiere una casa de apariencia bella, separada de los edificios del priorato, a la que llamarán con el término de "el Hospital". Su mobiliario es entonces más que ori­ginal, está compuesto por los muebles que vienen de las heren-

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cias de las Hermanas y que por ser demasiado mundanos, no pueden servir para la Comunidad.

Se trata de un lugar donde se acoge a las gentes más pobres a todos los niveles. Allí se acoge y se cuida a las personas solas, abandonadas, a menudo incurables o a punto de morir.

En aquel tiempo, las personas de medio rural no van al hos­pital, se les cuida como se puede en las familias hasta el final. En el "hospital" de La Puye se encuentran los ancianos que no tie­nen familia. El Padre conoce esas miserias.

Cada dos días va a visitar a los enfermos. Quiere que esas personas en las que ve a Cristo, lleguen también a Él mediante la fe y encuentren la paz con Dios y que sus sufrimientos estén uni­dos a los del Salvador en la Cruz. Ayuda a las Hermanas enfer­meras a tener esos sentimientos: ¡Ah! Si vieran a Nuestro Señor Jesucristo tendido sobre esta cama, ¿no se apresurarían a procu­rarle todos los cuidados? Los testigos relatan que se arrodilla al pie de cada cama y suplica a Dios que conceda al enfermo la gra­cia de aceptar con paz su voluntad, sea la que sea. Le ayuda y reza con él.

También busca acercarse de otra manera a estos enfermos y al mismo tiempo que les dedica una sonrisa, les da un dulce. Su actitud hacia uno u otro que tiene muy cerca la muerte y no demuestra ningún signo de fe ni de arrepentimiento, ha quedado ya mencionada. Con palabras que salen de su corazón, con ges­tos casi maternales, trata de decirle que Dios le ama y le acoge con misericordia.

Parecería que, recluido en su "Casita"de La Puye, ocupado en su pesada carga de ser Superior de la Congregación, continúa afectado por todos aquellos que ve marcados por la enfermedad y por la pobreza. Esta carta dirigida a una prima de Saint Savin, Mme Aubin, da una idea de lo que era la relación del Padre con sus parientes, los artesanos y también las pobres gentes, de las que no olvida su situación.125

125. Como la mayoría de las cartas del Buen Padre, ésta no lleva fecha.

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La Puye, 12 de julio. Mi buena y honorable pariente, Hace una "pequeña eternidad" que no tengo noticias vuestras.

¿Qué tal estáis todos?... Te ruego que encomiendes a la Sra N... en secreto, la pobre

S..., a aquella a la que dio 6 francos este invierno; es una madre de siete hijos que piden pan a gritos, el padre está en cama, la madre es enfermiza y una pequeña de doce años que tiene que ganar la vida para todos. No tiene ropa ni vestidos, y se ve obli­gada a acostar a sus hermanos y hermanas en el mismo jergón.

Trata de que le den algo y yo se lo devolveré cuando sepa lo que puede darle. Hazme el favor de decir al zapatero de la casa que me haga un par de zapatos y me los mande lo antes posible; creo que se llama M. Bouchéy es muy anciano.

Te saludo en el Señor y te deseo las virtudes y bendiciones de Aquel que está en el Tabernáculo por ti y por toda tu casa...

Encomiendo el alma de tus hijos más que su cuerpo, y los encomiendo más para la eternidad que para el tiempo

Tu abnegado servidor, Fournet, sacerdote126.

La familia del Padre, las mismas Hermanas, no van siempre al unísono con esta caridad que no sabe contar, sino con la Provi­dencia, y que se ejercita en un abandono total. Para él, el her­mano necesitado es sagrado y esta frase resuena todavía: Qué quiere, me he encontrado con Jesucristo.

En la Puye, las niñas del orfanato ven a menudo al Buen Padre cuando va a rezar el rosario por el camino del estanque o cuando reza el breviario por el prado. Estas niñas son verdade­ramente pobres, no tienen ni siquiera familia. Las Hermanas tie­nen que alimentarlas, vestirlas y enseñarles a leer y los primeros principios de la Religión; enseñarles también a trabajar para poder hacer frente a la vida, que ha sido ya bastante dura con estas niñas carentes de cariño, de juegos, de alegría... Cuando divisan al Buen Padre durante sus paseos, se precipitan hacia él como una bandada de gorriones, lo rodean y como les han ense­ñado, se ponen de rodillas para que las bendiga.

126. Archivos de La Puye.

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Este hombre anciano les habla y les cuenta una historieta, se ríe y les hace reír y algunas veces canta con ellas el estribillo de un canto. Le gusta preguntarles de dónde son y que le respon­dan que son del cielo. Entonces él les repite con alegría: Sí, niñas, sois del cielo e iréis al cielo. Es un buen momento para él y para ellas

Sucede alguna vez que el Padre se arrodilla entre ellas y así, a su misma altura termina con una oración. Un momento impor­tante también para las religiosas que acompañan a las niñas y que quedarán grabados por la bondad y sobre todo por el res­peto del sacerdote hacia las niñas huérfanas. Angelitos, decía él, no han pecado. El ambiente del grupo queda transformado. En sus últimos días el Buen Padre compartirá con estas huerfanitas y con el hospital el último cobro de su pensión eclesiástica.

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Capítulo 8

El Buen Padre, un hombre de relaciones

Visitas a las Hijas de la Cruz El primer viaje largo que hizo el Padre fuera de la diócesis

para la Congregación es el de Issy les Moulineaux durante las dificultades con el arzobispado. Hasta esta época, como párroco de Saint Pierre de Maillé, dejaba que Sor ísabel hiciera todas las gestiones y todos los viajes necesarios para las fundaciones. Cuando fue a Issy, su actitud con las comunidades vecinas no podía pasar de ser discreta. Con ocasión de otros viajes a la región parisina, especialmente con ocasión de los retiros que daría allí, se verá la importancia y la irradiación que supondrá la presencia del fundador para estas Hermanas alejadas de la Casa Madre.

Así como las ausencias de Sor Isabel son habituales y pasan casi desapercibidas en La Puye, las del Padre Andrés se notan más y dejan un hueco en la gran comunidad, donde para la misa de la mañana y las instrucciones, varias veces por semana, le reemplaza el Padre Petit.

Su marcha está marcada por una especie de ritual: se reúnen todas las Hermanas de la comunidad en el patio de honor para saludarle, recibir su bendición y escuchar algunas palabras edifi­cantes, después le ven subir al coche. Ordinariamente se mar­cha con Honoré Forget, su fiel feligrés de Maillé, que le ha seguido a La Puye como cochero y que le acompañará a menudo. Con él, que ha llegado a ser su íntimo amigo, compar-

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tira a menudo durante sus largas horas de viaje la meditación en voz alta y también el fraterno refrigerio.

Honoré Forget podrá testimoniar: "En sus viajes o en cual­quier lugar, estaba siempre absorto en Dios. En sus conversacio­nes no hablaba más que de Dios. Una de sus prácticas era medi­tar el símbolo de los Apóstoles cuando viajaba... todas las veces que le he acompañado organizaba él mismo el tiempo que dedi­caríamos a la meditación, según la duración del viaje."12?

Un viaje memorable hacia la capital fue el que hizo en 1827 con el Padre Butaud y algunas Hermanas que marchaban de La Puye muy tristes con nuevas obediencias para París o sus alre­dedores. Según las Hermanas, a este viaje no le faltó salsa.

En esta circunstancia, podemos encontrar las actitudes del Buen Padre, su espontaneidad innata y reconocer, como escribió a Sor Isabel, que él es siempre el mismo. Es exactamente el Buen Padre con su sentido del humor, su bondad y sencillez, su sen­tido de la amistad, su deseo de desdramatizar las situaciones un poco duras... pero también sus temores de haber escandalizado y esta recuperación vigorosa y abierta, donde demuestra su humildad y su deseo de verdad.

Habiendo salido por la mañana de La Puye, el coche que lleva a los viajeros se detiene como estaba previsto para la comida del mediodía en Chátellerault. El arcipreste, el Padre Arnaudeau128 que recibe a los dos sacerdotes y a las Hermanas ha invitado por deferencia hacia el Padre, a algunos de sus ami­gos, sacerdotes refractarios como ellos y a los que el Padre Fournet no tiene a menudo ocasión de ver. Recuerdos..., evoca­ciones del pasado. La comida se prolonga un poco.

Deciden entonces no pasar la noche en Saint Maure, próxima etapa en el camino hacia París, como estaba previsto. En efecto la noche estará bien avanzada cuando lleguen allí. No harán más que un alto para comer algo y para que descansen los caballos.

127. Encuesta de 1854. 128. El Padre Arnaudeau era un superviviente de los pontones de Rochefort, donde perecieron unos 600 sacerdotes durante la Revolución.

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El Buen Padre que conoce al párroco de ese lugar, un antiguo condiscípulo, piensa que no le importará que lo despierten y dará una pequeña colación a la tribu. La espera a la puerta de la casa parroquial de Saint Maure es larga, a pesar de los repetidos timbrazos. El párroco está enfermo y la sirvienta poco propicia a la hospitalidad a la una de la mañana. Por fin se abre la puerta, y autoriza a los viajeros para servirse de los recursos de la casa parroquial. El Buen Padre que se siente a gusto, se ocupa de relajar la atmósfera, gasta bromas e invita a las hermanas a comer bien.

Cuando los caballos están preparados, salen hacia Orleáns. Mientras tanto el Buen Padre anima al pequeño grupo bien can­sado y les levanta la moral. Ya en el coche, recupera la seriedad y propone una meditación, que no pueden hacer porque poco a poco se van quedando todos dormidos.

Cuando llegan a Orléans, el Buen Padre se empeña en confe­sarse y pide perdón por la disipación y las molestias ocasiona­das en Saint Maure. Por otra parte, todo el grupo se ve aconse­jado a hacer lo mismo.129

Estas visitas raras y esperadas del Buen Padre a la comuni­dad de la calle de Sévres en París, son momentos importantes para las Hermanas. Les gusta recordar la llegada del "viejo y pequeño coche" en el patio del pabellón, el saludo a cada una de ellas, después y antes de nada, su oración prolongada en la capilla.

Durante su estancia, dará un retiro para las Hermanas de casa y las de los alrededores. Visitará a cada una y visitará tam­bién sus lugares de misión y las clases, donde pasará mucho tiempo dando charlas a las niñas. Dará a la Palabra un lugar importante, por considerarla esencial en la misión y pasará horas enteras rezando en la capilla.

Es pues la ocasión para las Hermanas que no han ido desde hace años a La Puye, de encontrarse, a través de la palabra, el espíritu y el ejemplo del fundador, en el corazón de la Congrega­ción. Tendrá que afrontar la gran circulación y las dificultades

129. Según Saubat, op.cit.

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de París y sus alrededores para visitar, en sus casas, a las Her­manas que le esperan.

Se lanza con Forget, por las calles poco hospitalarias de la capital, donde la circulación les parece muy complicada. Se debieron extrañar mucho los empleados de la administración el día en que pusieron una denuncia al pequeño carricoche, que no llevaba la placa obligatoria. El Buen Padre acepta y paga humil­demente, insistiendo en su ignorancia de las leyes, pues viene de su lejana provincia.

El carricoche de la comunidad conducido por Forget va a volver a La Puye, desde la calle de Sévres, el Buen Padre se ser­virá de los medios ordinarios de transporte para desplazarse por la capital. Toma los transportes comunes, donde trata de "hijo mío" a los cocheros que se quedan admirados de la corte­sía de ese pequeño cura.

¿Sería durante este viaje cuando el Buen Padre va hasta Chá-teau Rouge en Picardíe a una comunidad muy alejada de las otras? ¿Por qué han venido tan lejos, hijas mías?, les decía. ¿Para recoger bienes perecederos? ¡Ah! ¡Qué bella es su vocación y cuán­tas gracias tienen que dar al Señor que las ha elegido! Es verdad que la distancia que las separa de sus Hermanas es grande, pero ¿de qué se pueden quejar? ¿No habita Jesús su casa para ser "todo suyo"?130

Las Hermanas del centro de Francia se juntan para los reti­ros en la "Providencia" de Orléans en un gran orfanato que lleva la Congregación. El Padre predica allí un retiro en 1830. En esta época, las Hermanas conocen bien la avanzada edad y la debili­dad del Buen Padre y se preguntan si podrá llegar hasta el final. Sin embargo lleva un ritmo de vida que asustaría a los más vigo­rosos, que le encuentran cada mañana arrodillado a la puerta de la capilla esperando que la abran.

En Orléans, lo mismo que en otros lugares, el clero de la ciu­dad percibe la presencia del Padre, le invitan a hablar al pueblo cristiano en la misa mayor del domingo. El fundador de las pobres Hijas de la Cruz toma la palabra, con toda sencillez, en el majestuoso pulpito de esa gran ciudad, ante una asistencia que viene, en parte, por oírle.

130. Según Saubat, op. Cit.

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Pero con la misma sencillez acepta una mañana dejar la silla de coro en la que estaba sentado esperando la misa. Un eclesiás­tico que no le conoce y le juzga por el modesto aspecto de su vestimenta, le hace comprender que su sitio no es ese. El Padre va entonces a sentarse en uno de los bancos. Unos días más tarde el sacerdote está confundido. Pero, ¿cómo hubiera podido sospechar que ese curita de aspecto pobre y endeble es el fun­dador de una Congregación numerosa y un Vicario General de la diócesis de Poitiers?

Si a las Hermanas que el Padre visita les impacta su sencillez y su espíritu sobrenatural, no impacta menos a las personas que encuentra en sus viajes y visitas. A la gente sencilla le llama la atención en seguida su alegría, su afabilidad, su sonrisa y su manera de hablar. Durante una visita a Bruyéres le Chátel se encontró con el cartero y conversó con él. Cada vez que éste reconocía la letra del Buen Padre en una carta decía a las Her­manas: "Les escribe el Padre santo." "¿Qué hacía este cartero del secreto profesional?"

En cuanto a las Hermanas de Angouleme, se quedaron bien extrañadas, cuando al volver de una visita con el Buen Padre, lo ven pararse en la ciudad, descalzarse en plena calle y dar sus zapatos a un mendigo impedido, sentado descalzo, al borde de la calzada. Después continúa tranquilamente su camino hasta la comunidad haciendo un picaro gesto con el rabillo del ojo. No quedará más remedio a las Hermanas que procurarle zapatos, lo que él sabe y con lo que él cuenta, a la hora de sus limosnas de vestimenta.

Este hecho tuvo lugar seguramente, durante el viaje del Buen Padre al sur de Francia, en abril de 1826. Viaje memora­ble, el único que el Padre hará para visitar a las Hermanas que se han instalado recientemente en Igón, en el departamento que era entonces los Basses-Pyrénées. Viaje de más de 120 leguas desde La Puye hasta esta casa que será un centro importante de la Congregación puesto que ya se ha abierto allí un noviciado.

El "viejo y pequeño coche" de la comunidad, como siempre con Forget, toma valientemente el camino hacia el sur, pasando por Poitiers y Vivonne, primera etapa. Después será Angouleme y los encuentros con el Padre Grattereau, su amigo, con quien el

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Buen Padre puede evocar los días bien lejanos del exilio en España y la peregrinación fracasada a Santiago de Compostela Las Hermanas de Angouléme le acogen algunos días y lo misnu > las de Lavalette, comunidad fundada en 1821 en la diócesis de Angouléme.

El 27 de abril, llega por fin a Igón. Al ver el coche de Forget, las hermanas esperan ver bajar a su fundadora que es la que suele viajar, pero es el Buen Padre quien baja y exclama: ¡Ay, mis queridas Hermanas, qué lejos están!, ¡pero no he podido resistir /</ inspiración del Espíritu Santo que me empujaba hacia Vds.! ¿Dónde está la capilla?

Las Hermanas se juntan en el patio del "convento", se estru­jan a su alrededor y le acompañan a la modesta capilla, donde reza en voz alta, implorando el perdón por sus faltas y pidiendo la bendición de Dios para la casa y todas las que la habitan: pro­fesas, novicias y postulantes.

¿Pueden creer que cuando llega a Igón, la maleta que conte­nía su ropa para el viaje está vacía con gran sorpresa de las Her­manas, que comprenden que tienen que procurar al Padre con toda urgencia la ropa y el calzado?

Durante su estancia, instruye a las Hermanas, y las confiesa, pero entra en contacto también con los habitantes de la parro­quia y de las parroquias vecinas, que se apresuran a venir para ver al "santo" Superior de las Hermanas de Igón.

El domingo anterior a la Ascensión, viene la gente a los ofi­cios del convento y después de Vísperas, el Buen Padre da una conferencia sobre el Credo, que todos escuchan con mucha atención. La mayoría no habla más que el bearnés, el Padre se expresa en francés con un fuerte acento poitevino, con una voz que, aunque la fuerza todo lo que puede, es débil y un poco ronca. Milagro de la fe y de la caridad, todos están impresiona­dos y profundamente emocionados, tanto por su convicción y piedad como por el contenido de las palabras. Han venido de Nay, de Lestelle, de Coarraze...

Años más tarde, las Hermanas oirán decir: "El santo que vino a visitarnos dijo que si olvidábamos tales y tales cosas, no nos salvaríamos".

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En esta visita que hizo el Buen padre a los Bajos Pirineos que verá en seguida una eclosión de vocaciones de Hijas de la Cruz, nicontró a una joven que se presentó para entrar al postulan-lado. Su camino se presenta difícil y la superiora de Igón, Sor San Basile, ha decidido incluso mandarla a su casa. Ante las reacciones sencillas y llenas de sensatez de fe de la joven, que no tiene dote y cuyos padres no ven bien su entrada en la vida religiosa, el Buen Padre dice sencillamente: "Trate de obtener el consentimiento de sus padres y no se ocupe de lo demás. El que le ha inspirado venir aquí, se ocupará de todo.

Más tarde, esta joven convertida en Sor San Jérome y a la que se le encomiendan misiones importantes al servicio de sus Hermanas, recordará y alabará la bondad del Buen Padre y su espíritu de fe, cuando la acogió, tímida, pobre y ya casi desani­mada, en el recibidor de Igón.

Una visita del Buen Padre no se concibe sin la visita a los enfermos del pueblo de Igón. Si no sabe hablar la lengua bear-nesa, sus actitudes de fe y los gestos muy humanos de su bon­dad, hablan de Dios a los que sufren y al mismo tiempo a las Hermanas, testigos privilegiados de estos encuentros.

"El viejo y pequeño coche" va a continuar su viaje.

El Padre quiere visitar a las Hermanas de Bédarieux,131 que residen allí desde el año 1820, lejos de La Puye y lejos también de Igon. Después de un largo y fatigoso viaje, pasando por Tar-bes y Toulouse, llega el Padre durante la semana de preparación de Pentecostés. El Padre Tarroux, vicario de la parroquia, da su testimonio en el proceso informativo, de lo que fue para él mismo, para las Hermanas y para los fieles, el paso del fundador de las Hijas de la Cruz.

"Su estancia duró unos cuatro días. Yo tenía a mi cargo la dirección de las religiosas y eso me dio ocasión de ver todos los días a este santo y venerable sacerdote... Por la lectura de algu­nas de sus cartas que no inspiraban más que amor de Dios, lo tenía en gran veneración".132

131. En la diócesis de Montpellier. 132. Carta del padre Tarroux. Archivos de La Puye.

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A petición del clero,133 predica en la iglesia parroquial un domingo por la tarde para una numerosa asistencia que se queda admirada de la humildad con que se presenta, antes de hablarles de la Palabra con su celo acostumbrado.

Después marchará hacia la Puye por carreteras y caminos malos y poco seguros que hacen que el viaje le parezca intermi­nable, por Cahors, Limoges, y Montmorillon.134

Forget, el cochero, que llegó a ser un verdadero amigo, hablará de este periplo, que en total duró varias semanas siendo un tiempo de oración casi continuo. El Padre Fournet le hace participar en sus meditaciones en voz alta, que interrumpe de vez en cuando para entonar un cántico... Se paran en los alber­gues conocidos o desconocidos y a la mañana siguiente siguen el viaje en medio del traqueteo, agotador para un viejo de 70 años, cuya salud no es ya buena, pero para quien lo esencial es el Reino de Dios.

Por todo lo que ha tenido que moverse en las parroquias de la diócesis de Poitiers, relativamente cercanas a La Puye, el Buen Padre es conocido por la mayor parte de los pastores y los sacerdotes, que saben que es uno de los supervivientes del difí­cil periodo que han conocido sus predecesores. Los que tienen Hijas de la Cruz en sus parroquias han tenido relación, al menos epistolar, con el Padre Fournet.

En sus visitas a Poitiers, le gusta también llegar hasta las comunidades de las Hermanas que habitan cerca de la capital del Poitou. Así pues, visita a las Hermanas de Vivonne, donde también encuentra a algunos parientes suyos, visita a las herma­nas de Avanton, a las de Migné, parroquia que será para él un verdadero lugar de peregrinación desde la aparición milagrosa de una cruz en el momento de la misión en 1826.135

133. Existe una placa en la iglesia parroquial de Bedarieux, que recuerda el paso de San Andrés Huberto en 1826. 134. El Buen Padre disuadirá a Sor Elisabeth de tomar este camino para sus viajes al Sur de Francia. 135. Cuando colocaban una cruz, durante la clusura de la misión de 1826, apareció en el cielo una cruz milagrosa en la parroquia de Migné Auxances, al algunos kms de Poitiers. Se hizo una encuesta y la autoridad diocesana reconoció este suceso como extraordinario.

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Las Hermanas del centro de Francia, que han sido formadas por el Buen Padre durante su noviciado en Maulé o en La Puye, tienen la posibilidad de verlo regularmente en los retiros de La Puye, pero hay otras, todas las que están dispersas en otras dió­cesis de Francia, que él no podrá ver, ni siquiera en los retiros espirituales, puesto que no dará nunca retiros ni en Igón, ni en Ustaritz, dos lugares donde las novicias son numerosas.

Es verdad que a pesar de que el coste de los viajes es caro, Sor Isabel se esfuerza para que las Hermanas puedan venir a La Puye para los retiros espirituales... Pero esto no es posible para todas. Sin embargo, el Buen Padre procura mantenerse muy cer­cano a todas. Utilizará, y a veces con sumo esfuerzo, un medio para el que no se siente muy dotado, pero en el que pone todo su corazón y toda su alma: la escritura.

De allí el interés tan particular de su correspondencia.

La correspondencia y otros escritos del Buen Padre "El pequeño Fournet de Thoiré y yo, escribimos como otros

garabatean".

Se atribuye esta humorada a un tío de Andrés Huberto, a propósito de su mala caligrafía y recuerda incluso un episodio de la juventud de su sobrino: la tentativa abortada de estudiar una carrera en un estudio de un notario.

Es interesante ver lo que puede revelar la escritura, de la vida del Buen Padre. A primera vista, sus manuscritos parecen indescifrables, sobre todo los que han sufrido a través del tiempo. Pero son muy numerosos y relativamente variados, para que se pueda encontrar, sobre todo en las cartas, la nota carac­terística de su autor, "una especie de perfume, imposible de con­fundir con ningún otro."136.

Se encuentran en primer lugar cartas entre las que las más antiguas son las que están dirigidas a la administración dioce­sana, antes del periodo revolucionario, y entre todas, las más numerosas son las dirigidas a las Hermanas.

136. El Cardenal Garonne, en el prefacio de la colección de cartas de San Andrés Huberto Fournet. Imp. Monastére Saint Julián l'Ars. 1969.

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Pero se encuentran también preparaciones de instrucciones y de sermones, especialmente para los retiros, notas escritas en pequeños trozos de papel, algunas veces hay notas en los már­genes de un manual o en una carta que ha recibido; encontra­mos en pequeños cuadernos cosidos, textos relativos a la vida cristiana, presentados bajo forma de preguntas y respuestas; son consejos sobre la vida religiosa, consejos para asociaciones de laicos y de sacerdotes, pasajes de tratados apologéticos, cuentas siempre un poco en desorden, respuestas a facturas para la diócesis o la administración civil, listas de afiliados a asociaciones piadosas... o incluso algo que se parece a notas para él mismo o para alguna otra persona.

Textos muy importantes, como las Constituciones de la Con­gregación de las Hijas de la Cruz no han tenido un trato de favor en cuanto a su presentación.137

A la escritura no le falta originalidad, pero hace falta un poco de tiempo para habituarse a ella. El grafismo está cortado, parece muy laborioso y con gran dificultad llega, apenas, a seguir una trayectoria horizontal. A medida que avanza la edad, se adivina la letra más temblona y casi ilegible; en los periodos de enfermedad del Buen Padre, éste toma por secretario al Padre Petit, vicario de La Puye y capellán de las Hermanas. La carta dictada está autentificada por su emotiva firma. Se empeña también en escribir él mismo la dirección.

La mayor parte de sus escritos han sido redactados en La Puye y han sido escritos, seguramente, en las tablillas del escri­torio, estilo Luis XV, bonito mueble que no concuerda con el resto del mobiliario del Buen Padre, con el que Sor Isabel había provisto, en esta única pieza soleada de la "Casita."

Las cartas, la parte de sus escritos que reflejan más su per­sonalidad, están siempre en relación con su misión de Pastor o fundador.

Son raras las que están fechadas correctamente. A veces, aparecen el día y el mes y muy raramente el año. Sin embargo, un gran número de cartas, han sido enviadas por correo; están

137. La carta de presentación de la Congregación al papa en 1829 está escrita de la mano de Sor Elisabeth.

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escritas en un papel doblado sin sobre y están datadas a partir del año 1828 con matasellos más o menos legibles, la fecha, el nombre de la oficina de correos de salida y de llegada.

La firma del Buen Padre atrae la atención. Evoluciona con el tiempo y según los comunicantes. La firma más antigua se encuentra en los registros parroquiales de Saint Phéle y Saint Pierre de Maillé durante el tiempo de su vicariato en Saint Phéle entre 1779 y 1781. Firma entonces Thoiré (o Toiré), prestre, poniendo delante el título adquirido por su familia y desmarcán­dose de su tío Antonio Fournet... Como párroco de Maillé su firma es Fournet, párroco de Saint Pierre de Maillé o Fournet pres­tre y lo mismo para las cartas a la administración diocesana y a la administración civil al comienzo de la Revolución.

Más tarde, para las cartas oficiales, su firma será Fournet, párroco de Saint Pierre de Maillé o Fournet, Superior de las Hijas de la Cruz.

Ordinariamente, en las cartas que dirige a sus hermanos sacerdotes, su firma es: Fournef, sacerdote, y la misma cuando escribe a los seminaristas para darles informaciones o consejos. La firma André Fournet está reservada a su familia.

La delicadeza de las antiguas fórmulas de cortesía se encuen­tra en el saludo final. El Padre se da ordinariamente el califica­tivo de servidor, la fórmula más usada en esa época, incluso cuando se trata de una persona más joven y con menos expe­riencia que él como sus sobrinos o los seminaristas. "Su muy humilde servidor, o Su afectísimo servidor y hermano.

En cuanto a las religiosas, incluso muy jóvenes, aunque sean novicias, recibirán siempre el nombre de Hermana en el encabe­zamiento y la firma será siempre Andrés. Este nombre irá acom­pañado de: Su hermano o Su servidor y hermano.

Testigo, esta conclusión de la carta a Sor Barbe, natural de Coussay les Bois, a la que seguramente había bautizado, cate­quizado y admitido a pronunciar sus votos. Le da vigorosos con­sejos sobre la vida religiosa y termina: Ánimo, mi buena Sor Barbe, trate de hacer todo como Dios lo quiere. Su familia está bien y le quieren mucho. Yo soy su pobre hermano Andrés.

Sea cual sea el asunto de la carta y el comunicante, toda misiva del Buen Padre, lleva siempre el tono espiritual que le

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habita. Esta conclusión de una solicitud del Padre Fournet a la administración revolucionaria con ocasión de la muerte de su vicario en 1791, tuvo que impresionar al encargado de los casos litigiosos del cantón de Pleumartin: El suplente no cesará de for­mular votos por su felicidad temporal y eterna. Fournet, sacerdote del cantón de Angles, municipio de Saint Pierre de Maulé.

Una familia emparentada recibe, para el Año Nuevo, una carta de felicitación, que concluye así: Les deseo a todos la muerte evangélica, la gracia y la paz. Todo de todos Vds. y para siempre. Su afectísimo servidor, Fournet sacerdote.

Las cartas a las Hermanas se terminan ordinariamente por el saludo y la bendición del que se dice siempre el hermano y ser­vidor:

Las bendigo a todas, les saludo y soy su servidor. Andrés. Recen todas por su servidor. Andrés.

Una pequeña comunidad recibe una carta cuya conclu­sión es:

Todo suyo en el Sagrado Corazón de Jesús, su pobre hermano Andrés.

Durante una estancia en París se hace portavoz de la comu­nidad de la Rué de Sévres para la comunidad de La Puye: La comunidad les saluda a todas en el Señor, así como el que será siempre su muy humilde servidor y hermano. Andrés Fournet. Sacerdote.

Una frase, después de la firma, a menudo, algo importante para el Buen Padre que no ha incluido en la carta, ya que estaba centrado en algo concreto. Se trata, bien sea de la salud de las Hermanas, o de otras personas, o bien, de la manera en que se ha de comunicar en la comunidad: Sus Hermanas las quieren... todas se encuentran bien... Escribo a todas las Hermanas para economizar... Las Hermanas les siguen queriendo mucho, escri­biré a Sor Saint Marc dentro de poco. Cierren la carta y pónganle sellos.

El Padre Fournet, aún en los últimos años de su vida, cuando, en la Congregación y los habitantes de los alrededores de La Puye, nadie le conocía más que por el nombre de "Buen Padre," raramente utilizó la palabra Padre para nombrarse así en su rela-

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ción epistolar. La relación fraterna y la relación de servicio son, por el contrario, las que pone siempre en evidencia.

En las cartas a su familia destaca su preocupación por decir a cada comunicante la grandeza y la belleza de su estado de cristiano, el lugar que ocupa en sus pensamientos y en el cora­zón de Dios. No son nunca banales; es el sacerdote, el consejero espiritual, el que escribe en primer lugar, pero es también el cuñado o el tío. Es extremadamente discreto en lo que toca a las relaciones con los familiares, no siempre fáciles y por las que le consultan. Remite a sus comunicantes a su buen sentido común, pero les remite sobre todo a su fe cristiana, de la que no duda.

Así, a una sobrina le responde: Querida sobrina, he recibido tus noticias con interés. Agradezco al Soberano Dispensador de todos los dones que te

conserve la salud y que te conceda la gracia de aprovecharte de las instrucciones que recibes cada día. Estoy seguro de que no te limitas solamente a instruirte, sino que te aplicas todavía más a santificarte. Te pido que expreses mi respeto al buen padre Phi-lippe y a la buena madre Héléne. Deseo que ella te haga gustar el misterio de la cruz... Con mis más tiernos y distinguidos senti­mientos,

tu afectísimo servidor, Fournet, sacerdote

A otra: Estás en Poitiers donde varios dueños van a pedir tu corazón:

el mundo... el demonio... la carne. El cuarto Dueño te ofrece su corazón para obtener el tuyo. Di: Jesús es mi amor, mi riqueza y mi todo.

Fournet, sacerdote.138

El pretendiente de una joven, pariente del Padre, le pide su apoyo para presentarse a la familia. El Padre escribe al hermano mayor y tutor de la joven. Cumple su misión con prudencia y remite a su hermano a sus responsabilidades:

Lo único que puedo hacer es decirte lo bueno que sé de este joven; es extremadamente trabajador, teme a Dios y le aprecia la gente...

138. Carta CXIV.

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Tú eres el jefe, a ti te corresponde acompañar a tu hermana a Maillé, tú responderás mejor a las peticiones que te hagan en nom­bre de tu familia...

Os saludo a todos en N. S. Jesús y soy, con gran consideración, Señor, tu humilde y muy obediente servidor.

Fournet, sacerdote.139

A otro sobrino, abogado, que le pide que le obtenga algún favor de algunos eminentes bienhechores de la Congregación y cuya petición no puede satisfacer le escribe:

Los años se suceden en este mundo, no ocurre así en el otro, al que iremos pronto y el que debe ocuparnos mil veces más que todo lo más perfecto de aquí abajo. La eternidad tiene que ocupar­nos más que el tiempo.

Te deseo pues, no solamente una buena salud empleada ente­ramente para el cielo, sino además, una santa muerte y la vida eterna.

Puesto que no consigues nada de los buenos amigos, te acon­sejo que te dirijas al que te ha creado y te conserva y se preocupa de todas tus necesidades; que murió por ti, que te alimenta Él mismo y que es el único que te puede socorrer. Me uniré a ti para pedirle que te ayude en todo lo que necesites. 14°

Delicadeza y sencillez de relaciones con esta familia Aubin, de Saint-Savin a la que ya hemos encontrado anteriormente y a la que felicita las fiestas cada año:

Su delicadeza al colmarme de beneficios y deferencias sin nin­gún mérito de mi parte, me inspira mucho agradecimiento y me alegro, por la perseverancia que tendrán siempre al servicio de Dios, pues si perseveran colmando de beneficios a la criatura, a menudo ingrata, ¿qué no harán por el Creador siempre pródigo y generoso...?

Les deseo a todos, buenos y eternos años; un año es bueno cuando lo empleamos para hacer de nuestro cuerpo, de nuestra alma, del tiempo, de las gracias y del mundo visible, el uso para el que el Señor nos lo ha dado.

139. Carta CXVII.

140. Carta CXVIIH.

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A la misma familia para otro Año Nuevo, pero sin fecha: Les deseo a todos un buen año, vivido sin pecado, y que

empleen cada día, cada momento para Dios y su salvación. Y otra vez: Les deseo a todos, sin olvidar a la Señorita, her­

mana suya, un año, no precisamente de prosperidades tempora­les, sino un año vivido en estado de gracia y que todo él sea ente­ramente santificado.

Traten de entrar en los designios de la Divina Providencia que les confía a esos queridos y preciosos niños para que hagan de ellos templos del Espíritu Santo, formando en ellos a Jesucristo. Deseo que nazca en todos Vds.... Se lo deseo y soy su humilde y obediente servidor.

Sor Isabel no se encuentra aquí. Tengo el honor de saludar al Señor párroco, al Señor coadjutor y a su esposa; y abrazo a sus queridos niños.

La petición para poner en práctica una obra de caridad activa ha sido ya evocada, la respuesta tuvo que ser, sin duda, generosa: Mi querido y venerable pariente: Te acuerdas de mí con­tinuamente; tanto tu esposa como tú, no sabéis más que dar sin recibir; a eso se le llama ser a imagen de Dios. Os lo agradezco y cumpliré vuestras santas intenciones en el Altar.

En la carta que sigue, dirigida a la Señora Aubin, nombra a cada miembro de la familia, con una atención muy particular:

Mi buena y honrada pariente: hace una'Tequeña eternidad" que no recibía noticias vuestras. ¿Qué tal estáis todos, sin olvidar el tesoro escondido que está en Montmorillon y en Poitiers141

...¿Qué hace vuestra alma en St. Savin, mi venerable Sor Marianne? Trate de hacer allí lo que hace el alma de Jesús.

Y tú, mi querido hermano, jefe de la casa, procura que sea un tabernáculo donde la Santísima Trinidad sea honrada como lo es en el tabernáculo de la iglesia, salvando las distancias.142

141. Los hijos que estaban en Seminario menor de Montmorillon y en el liceo de Poi­tiers. 142. Las copias de las cartas a la familia Aubin están en los archivos de La Puye.

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Entre las cartas a su familia, hay una dirigida a su ahijado. Contiene un pequeño tratado de apologética en uso en esa época. El Padre entra en el texto y se lo apropia.

Todo para mayor gloria de Dios. Señor, las misiones, cuyos efectos son los más saludables, han

hecho caer en la cuenta a muchos superiores, ya sea en calidad de padre, de padrino y de maestro, que no habían cumplido los debe­res que tenían hacia sus inferiores... me tomo pues la libertad de comunicarle (este textqj, el estilo no es el de hoy, pero más vale hacerse comprender que hacerse admirar.

Al final del texto que consigue personalizar, reconociendo varias veces lo que ha podido fallar, el Buen Padre continúa:

He aquí, Señor, lo que me compromete a tomarme la libertad de escribirle, para reparar los fallos que he podido tener, de los cuales me siento culpable, y para probarle el gran deseo que tengo de contribuir en algo a su salvación.

Mi intención es edificarme con Vd., ¿qué recompensa promete el Señor al que guarde su ley? Gloria, honor, gozo, paz interior, consolación, he ahí la recompensa que Dios da en este mundo al que le es fiel y Él mismo será la recompensa eterna en la otra vida.

He ahí lo que le deseo, Señor, suplicándole acepte los mejores sentimientos y todo mi afecto, Señor y respetable ahijado, su muy humilde y obediente servidor.

Fournet, sacerdote. Párroco de Maulé.143

No se puede olvidar la carta a su hermana Catherine, escrita desde Issy les Moulineaux en 1820 en las circunstancias penosas de su primer viaje a la capital.

Además del cambio político terrible que fue la revolución de julio de 1830, los acontecimientos del mundo, no parecen afectar al Buen Padre, más que en la medida que puedan afectar a la Congregación. Si los evoca en 1830, no los comenta para nada, pero aconseja a las Hermanas para que apliquen las consecuen­cias a sus vidas.

143. Doc. CXXII op. Cit.

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Varias cartas a su familia, a bienhechores de la Congrega­ción, a sacerdotes, e incluso a comunidades de Hijas de la Cruz en relación con personas en buena situación, son para pedir ayuda, en particular para pensiones de seminaristas y han sido ya evocadas. El Buen Padre mendigará hasta el final de su vida para seminaristas o adolescentes que se preparan para entrar al seminario.

Sabe también dar gracias y expresar gratitud. Así, a las Seño­ritas Girard, en Neuville les Bois, cerca de Orléans, por las pen­siones que envían regularmente:

Alabado sea N. S. Jesús, muerto y resucitado. Reverendas Hermanas: He recibido el donativo que han hecho

al Señor para procurar dignos ministros a su iglesia. Añadan a esta ofrenda el fervor de sus oraciones para solicitar las bendicio­nes necesarias a estos alumnos jóvenes, para que tengan éxito en sus estudios. Dichosos si están bien instruidos en la ciencia de la piedad. Inmediatamente después de recibir su carta, he enviado a un joven a la clase, había mandado ya uno a Thénezay y otro a La Puye.

Diré la Misa por sus intenciones. Me alegraría mucho que pudieran asistir a esa Misa, para eso sería necesario que nos hon­rasen con su visita, viniendo a vacaciones con Sor Reine, para pasar algunos días en La Puye.

Les deseo toda clase de bendiciones, y tengo el honor de ser, mis queridas hermanas, su muy humilde y obediente servidor, Fournet, sacerdote.'44

Cartas a algunas Hijas de la Cruz

La mayoría de las cartas catalogadas del Buen Padre, están dirigidas a Hijas de la Cruz Las escribió cuando se quedó libre del ministerio parroquial. El Padre se consagra entonces plena­mente, a su misión de Superior General, no hay ninguna anterior a la instalación de la Comunidad en La Puye. Son cartas persona­les. Aparentemente, no existe ninguna circular firmada por el Buen Padre.

144. Carta CXX a las Señoritas Girard en Neuville les Bois.

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"Trataba de animar a las religiosas en su vocación por medio de cartas piadosas y con el mismo estilo de sencillez que daba tanta fuerza a sus predicaciones".145

Encontramos en sus cartas, adaptadas a la persona comuni­cante, lo que podríamos llamar la aplicación concreta de la vida de fe del Buen Padre. En la vida corriente, le vemos, le oímos y guardamos más o menos el recuerdo de sus palabras, pero son sus cartas las que dicen con más exactitud lo que vive y quiere transmitir. Los extractos citados hablan bastante de ello. Cartas que en su integridad muestran toda su vida, entremezclando lo cotidiano, siempre lleno de la presencia de Dios, con reflexiones más morales, teológicas o de la Escritura.

Entre los cientos de cartas, ha habido que hacer una selec­ción. Detrás de cada una se siente una atención, una presencia vigilante. La pluma, que parece agarrarse al papel malo, la mano, que sabemos guiada por unos ojos agotados, está temblona, pero esos medios debilitados parecen hacer más vigorosa la fuerza espiritual extraída de la Escritura que lee y medita con frecuencia y del seguimiento de Jesucristo.

Las Hermanas son numerosas. El Padre las conoce a todas, por lo menos de corazón y de nombre, aunque como escribe él mismo le cuesta acordarse de sus caras.

Algunas de entre ellas parecen comunicantes privilegiadas, ya sea porque han conservado con más cuidado las cartas del Fundador, o bien porque su misión necesitaba entonces una correspondencia más regular. Así Sor Marie Perpetué, superiora de la alejada e importante casa de Ustaritz. Ella reclama conse­jos, informaciones, permisos, según la obediencia religiosa. El Buen Padre le invita a una mayor libertad espiritual, a actuar con sentido común y en conciencia ante el Señor.146

La mayor parte de las cartas son de dirección espiritual. Hermana Marguerite.

En la otra vida no hay ni predicador, ni retiro, ni La Puye y sin embargo se conoce y se sirve al Buen Dios de todo corazón. Haga

145. Cousseau, Noticia histórica sobre M.A.H. Fournet, 1835, p.60. 146. Más tarde volveremos a tomar algunas cartas de Sor Marie Perpetué.

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lo mismo en Bellegarde, allí tiene de qué maravillar, de qué exta-siar, de qué inflamar su corazón. ¿Qué? Su crucifijo. ¡Oh! El mismo divino crucificado. Mire qué impresión produce a las esposas de este mundo, el retrato de su esposo. Ocúpese de la venida de Nuestro Señor.

Viene este adviento, a reformarnos, a oponer el Pesebre al amor que nos tenemos a nosotros mismos, a confundirnos si no le escuchamos; a convertirnos si somos dóciles a sus lecciones.

Él es el Salvador de todos, pero sobre todo el suyo, Hermana, si no está llena de amor a sí misma, de placer, de vanidad, dé gra­cias por ello al Salvador del Pesebre, del Calvario y del Altar.

Si es asidua a la oración, al examen, a la visita, al silencio, agradezca al médico divino que viene a curarla, la noche de Navi­dad. Si sabe vencerse, callar, renunciarse a sí misma y llevar su cruz, dé gracias por ello al Padre que envía y sacrifica a su Hijo que viene a clarificar, a reformar a Sor Marguerite.

Dé gracias al Hijo que viene a pagar para darle a conocer lo que es Dios, lo que ensucia su alma, lo que detiene el pecado y lo que debe hacer por su salvación; que viene a enseñarle lo que debe hacer para la gloria de Dios, a enseñarle con su pobreza, sus lágrimas, y sus humillaciones a combatir a los enemigos de la glo­ria de Dios, como son: el demonio, la carne y el mundo, incluido el pequeño mundo que está en Vd., dentro de Vd., alrededor de Vd. y a menudo con Vd.

Dé gracias al Espíritu Santo que le hace conocer y practicar la ciencia del Pesebre que muy pocos conocen, que muy pocos practi­can y en la que pocos perseveran.

Piense pues a menudo, en la venida del Señor, tómela como tema de sus reflexiones, de sus afectos, piense en Él, ámele e imí­tele.

Trate de que la instrucción de los pequeños no sufra por la enfermedad de Sor Gertrude.

La Bonne Soeur está en París. Las Hermanas le quieren en el Señor. Deseo que el que va a nacer por Vd. en Navidad, nazca en su corazón también. Soy su servidor y Padre Andrés 147

147. Carta XI.

189

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Mi Reverenda Hermana:

Si viviera para el mundo en Hornaing, podría desconfiar; pero como está allí para la gloria del Señor, confíe en Él. Dios sabrá bien colmarla de gracias de otra manera, aunque no sean confc siones y comuniones, que no puede hacer en este momento; con téntese con hacer lo que pueda y deje lo demás.

La Bonne Soeur está bien. Le va a escribir dentro de poco.

Los santos en el desierto no tenían ninguna ayuda espiritual visible. La fe de la presencia de la Santísima Trinidad les bastaba. ¿No sería posible tener una capilla en casa? Desee ardientemente comulgar en el Cuerpo y en la Cruz de N. S. Jesús.

No se exponga a caer bajo el peso; sea muy prudente, pues no es más que la depositaría de su cuerpo.

Tendría que suplicar a ese buen sacerdote que vaya algunas veces a decir la misa en su capilla, Vd. puede ir a descansar a la Casa Parroquial y en caso de necesidad, tomar algo, puesto que está lejos de casa. También puede enseñar a la prima del sacer­dote a dar la clase con gestos. Si le cuesta mucho guardar la vigilia y ayuno, coma normal y no ayune cuatro días por semana. Arregle eso con su confesor, que le dé los permisos necesarios.

Ocúpese del Buen Jesús, en el desierto por Vd.; alégrese tam­bién de estar en el desierto de Hornaing por Él. Estar por Jesús en Hornaing vale más que estar en La Puye contra Jesús, incluso comulgando todos los días. Ánimo, mi querida Sor Francoise, las distracciones que ocasiona su empleo no son culpables. Deja a Jesús por Jesús cuando rompe el silencio por caridad. Que la unión, el recogimiento, la oración, la dependencia, la atención a la presencia de Dios, la separación interior de las criaturas reinen en todas Vds.

La bendigo, le saludo y soy su afectísimo servidor. ¡L.S.N.S. Jesús! Andrés.'^

148. Carta VIH.

190

La comunidad de París recibirá un mensaje de ánimo, para el Año Nuevo, muy de su estilo y donde podemos encontrar a la vez la profundidad espiritual y la sencillez del Buen Padre.

Queridas hermanas postulantes, novicias y profesas.

Antes de hablar a todas, tengo que hablar a Dios, para adorar los dones que les ha otorgado, en particular el don de la vocación. Tengo que agradecer a Dios Hijo, por los secretos de su sabiduría que se ha dignado revelarles en la elección de su santo estado. Tengo que suplicar al Espíritu Santo que confirme su obra, reno­vando en Vds. las maravillas de Pentecostés, tan necesarias para los fines que se proponen.

¡Ah, postulantes! Si conociesen el don de Dios que las ha sepa­rado de la gran sociedad y del mundo reprobado, para asociarlas a sus ángeles, a sus discípulos, a sus elegidos, a su Hijo, ¡a su divi­nidad! Con qué fidelidad!, ¡con qué fervor recorrerían el camino del postulantado!

Y Vds., novicias, ¿se dejarán ganar por las jóvenes del mundo en el aprendizaje de un estado mercenario?

\Ah! Piensen que el fin de su aprendizaje no es esta tierra, sino que es el cielo; no es el orgullo, es la humildad; no es el amor a este mundo, sino el despego de él; no es el amor a Vds. mismas, sino el odio a sus malas inclinaciones. No es la ignorancia, sino la luz para enseñar a los niños, no es la indiferencia por el prójimo sino la caridad para enjugar las lágrimas e instruir y ayudar a los enfermos. He ahí lo que están aprendiendo, he ahí el objetivo de su noviciado. ¡Ah!, corran una carrera tan noble, imiten al mundo que muestra tanta aplicación, tanta diligencia, cuando se trata de distinguirse en el estado que han escogido.

¿Qué diré a las profesas? Que no pierdan nunca de vista la gra­cia, la excelencia, la dignidad de su profesión. Por ella, Vds., profe­sas, han llegado a ser la luz del mundo, la sal de la tierra, las jue­ces del universo; por ella se han dado como espectáculo a los ángeles, a los hombres, al cielo y a la tierra. Por ella han adqui­rido el derecho al ciento por uno, a esta eternidad bienaventurada prometida a los que dejan algo por Dios. Por ella han llegado a ser más que simples cristianas, las hijas queridas del Padre, las espo­sas del Hijo y los templos vivientes que el Espíritu Santo habita. Por ella han adquirido un derecho sobre Dios mismo que es su

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porción, su herencia y su recompensa. No pierdan nunca de vista tantas prerrogativas, honren siempre y en todas las partes su estado, mostrándose religiosas con su conducta.

Les desearía de buena gana el Año Nuevo, pero es demasiado poco para postulantes, novicias y religiosas: son años eternos los que les están reservados. En efecto, ¿a quién se ha prometido el cielo sino a los que imitan a Jesucristo? Pues bien, ¿no lo imitan!

¿Qué hacía Él en el Pesebre y en la Cruz? Reparaba por sus humillaciones, por sus sufrimientos, por sus privaciones, las inju­rias que el mundo hace a Dios; ofrecía su pobreza, su penitencia, su alejamiento en expiación de los desórdenes del mundo. Vds. hacen otro tanto en un pequeño rincón de París. ¿Qué más hacía Jesucristo? Reformaba a los hombres, oponiendo sus lágrimas a los vanos placeres, sus pañales a su vanidad, su Pesebre a la codi­cia. Vds. hacen lo mismo: su convento es el establo de Belén que confunde el lujo, la sensualidad, la vanidad de los pobres ciegos que aman el mundo.

¿Qué hacía N. S. Jesús sobre sus pajas y en la Cruz? Enseñaba lo que es la salvación, lo que es el pecado, la eternidad, el cielo y el infierno y nos enseñaba a conocer a Dios y a conocernos a nosotros mismos; nos instruía sobre el universo y animaba a los débiles, confundía a los orgullosos y salvaba a los humildes; cubría de confusión a los sensuales y liberaba a los mortificados. Eso es lo que Vds. hacen también en la Rué de Sévres, n°4.

Su retiro condena la disipación de los mundanos; sus hábitos condenan el lujo, sus alimentos condenan la sensualidad; la gene­rosidad de sus votos cubre de confusión a aquellos para quienes Dios, su salvación, el infierno, el paraíso y su alma no cuentan para nada. Hermanas mías, ¿han comprendido su configuración con nuestro Señor? ¡Ah'. Qué alegría les tiene que dar e inspirar la fidelidad a todos sus deberes y qué gran fervor en la manera de cumplirlos. >49

Encontramos igualmente cartas colectivas a nuevas novicias y a nuevas profesas algunos años más tarde en Ustaritz.

149. Esta carta se encuentra en la Noticia histórica sobre M.A.H. Fournet por Cous-seau (1835). Los empadronamientos ulteriores de los escritos del buen Padre la han ignorado y el original no se ha podido encontrar.

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Queridas novicias: Al entrar al noviciado han contraído un compromiso muy pro­

pio para mantener la unión con Dios, puesto que, semejantes a los ángeles invisibles, no se ocuparán más que en el servicio del Señor. ¡Oh! Si en los aprendizajes de los distintos estados del mundo, se tiene tanto afán por distinguirse, ¿qué no deben hacer en el aprendizaje de la ciencia de la salvación? Tengan entre todas Vds. una santa emulación en formar cada una a N. S. Jesús humilde, dulce, despegado de todo, en su corazón. Sean ángeles visibles, aplicadas a hacer lo que hace N. S. Jesús en el sagrario, aplicadas a honrar a Dios y a santificarse.150

Reverendas Hermanas profesas: Ya no se pertenecen. Si las esposas del mundo pertenecen a su

esposo, las religiosas pertenecen con más razón al Divino Esposo que han escogido. Por lo tanto, glorifíquenle dignamente, no viviendo ya de su vida sino de la vida de N. S. Jesucristo, Superior General de todas las Órdenes Religiosas.

Muéstrense como este divino modelo, muertas y vivas pues si le siguen en este mundo le seguirán en el cielo.

La gracia, la paz y el gozo del Espíritu Santo estén siempre con todas Vds.: la gloria será para la eternidad.

Les saludo a todas en N. S. Jesucristo y soy su hermano y servidor

Andrés151

A una Hermana enviada a dirigir un establecimiento que tiene problemas de organización

Reverenda Hermana: Cuando el arcángel Gabriel anunció a la divina María que Dios

la había escogido para ser la Madre de su Divino Hijo, ella se sometió diciendo: Yo soy la esclava del Señor. He ahí lo que Vd. tiene que hacer, querida Hermana, aceptando la administración de la casa de Avantón, para ser Superiora.

150. Carta XXXXI. 151. Carta XXXXI bis.

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Procure que el Espíritu de Jesucristo muerto y resucitado por nosotros, reine en todos los corazones de los niños, de las Herma­nas, de todos. No responda nada más que las palabras de nuestra divina Madre: Yo soy la esclava del Señor.

Las bendigo a todas y les saludo en N. S. Jesús y soy su ser­vidor.

Andrés. Sup. >52

A la superiora de la comunidad de Bellegarde en la diócesis de Orléans.

Hermana: Eleve su corazón a Dios y Él le dirá: la paz esté con Vd. Se

queja con las manos llenas, Hermana, mientras que Dios la libra de las grandes pasiones, y la sostiene en sus manos. Se queja de malos pensamientos, esos los tendrá mientras viva. Los malos pensamientos, lejos de ser pecado, son ocasiones para probar su fidelidad, su fervor. Procure tener un gran despego por las cosas visibles, procure morir todos los días y no deje que su alma se ocupe de las cosas visibles. Mantenga, por el contrario, su memo­ria, que le recuerda las perfecciones, las promesas y los benefi­cios de Dios; llene su espíritu de Dios, del Espíritu Santo, del cielo y del infierno. Entregúese a amar al Padre, al Hijo y al Espí­ritu Santo y pronto, no tendrá más distracciones, o las tendrá meritorias.

Sí, debe procurar guardar el silencio interior, más aún que el exterior; tres o cuatro palabras demás, sin pasión, no deben preo­cuparle, sería culpable si no hablara.

Tiene que hacer la voluntad del Espíritu Santo y no la suya. Sujétese a pedir los permisos tanto a Dios como a sus superiores. Le falta confianza, Hermana, no ve en Dios al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, a un Padre, a un Esposo, a un Hermano, a un Amigo, a un Salvador.

¡Oh Hermana!, si se viera un instante en el Corazón de Jesús, moriría de amor al ver cuánto le ama este Divino Corazón. Que cesen pues todas sus inquietudes. Todo lo que le rodea le dice que

152. Carta CLIII.

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Dios la ama, no titubee más; vaya a Dios con sencillez y con­fianza. Su mayor pecado es la desconfianza. Rezaré y haré rezar por Vd.

Viva todos los días de manera que pueda comulgar diaria­mente. La confianza agradará más a N. S. Jesús cuando vea que se acerca a Él, que el temor al ver que se aleja.

Espero ir a visitarla. No vendrá en vacaciones. Enviaremos dos docenas de libritos y de biblias.

Saludo a las tres queridas Hermanas y las bendigo. Tengo el honor de saludar al señor Párroco y al señor Lacroix

y a las señoras de Chervaux, en particular a la bienamada del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, del Buen Jesús y de la divina María.,53

Entre las privilegiadas de la correspondencia hay que desta­car a Sor Suzanne, una de las primeras Hermanas de Molante y que vive en Mantés la Jolie desde la fundación en 1819. No tuvo ocasión de volver a Saint Pierre de Maulé y no vio nunca la casa de La Puye.

El Buen Padre siente de una manera especial esta situación concreta. Sabe la alegría que tendría esta Hermana y las Herma­nas de su comunidad de volver a verlo cuando va a París. Como prueba este fragmento de una carta.

Reverenda Hermana:

Estoy en París para muy poco tiempo. Me gustaría mucho acercarme a visitarla, pero mi edad, la estación en que nos encontramos y la necesidad de mi pronta vuelta a La Puye, me obligan a saludarle por escrito y a bendecirla a Vd. y a las demás Hermanas. Sin embargo, si de verdad me necesita nada me impediría ir, porque estoy seguro que haría la voluntad de Dios yendo a visitarla.

Escríbame pues en seguida y dígame después de haber consul­tado al Espíritu Santo y no a la carne, si es necesario que vaya a Mantés... Caso de que fuera necesario, siéntase libre de venir Vd. misma, si fuera igual y si las demás Hermanas no tuvieran necesi-

153. Carta CV.

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dad. Trate sobre todo de hacer la voluntad de Dios en lo que me escriba.154

Sor Suzanne es escrupulosa. Con los términos de su tiempo, el Buen Padre le indica el camino de la confianza:

Reverenda Hermana:

Su turbación y falta de paz quitan gloria a Dios. Aún cuando fuera muy culpable, tendría que redoblar la confianza, porque tiene un Salvador; pero no teniendo nada que reprocharse, tiene que rechazar toda inquietud y dejarlo en manos de su Padre y Esposo, Jesucristo, su dueño, porque él se preocupa de Vd.: la ver­dadera humildad y la sencillez no consisten en este temor exce­sivo, en esta falta de paz y de confianza...

Para terminar, le digo, Hermana, que su falta de confianza dis­minuye el amor. Cuando se ama no se teme nada de la persona amada, hasta sus rigores complacen. Que nada turbe su paz. Les saludo a todas en N. S. Jesús y soy su servidor.

Andrés Sus hermanas irán con Vd. al cielo, si son interiores, si guar­

dan la Regla, si son despegadas, mortificadas.155

Hermana Suzanne:

Aquel que es justo tiene que ser más justo todavía; entre en retiro en el santuario de Dios para extraer de él lo que extrae el alma santa de N. S. Jesús: el conocimiento y el amor de la Santa Trinidad, el celo de su gloria, el perfecto despego de las cosas. Salga del retiro con las mismas disposiciones que animaban al Sagrado Corazón de Jesús al salir del seno del Padre, del desierto y de lo que le anima todavía en su retiro eucarístico.

Le saluda, le respeta y le estima. Su abnegado servidor.

Andrés156

Interpela a Sor Barbe que conoce desde que nació y que está bien lejos de su Poitou natal:

154. Carta XXIII. 155. Carta XIX. 156. Carta XX.

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Hermana Barbe: Ha dejado mucho por el Señor. Alégrese, pero para estar muy

contenta, tiene que olvidarse de Vd. misma. ¿Lleva su cruz cada día?¿Ya no se pone de mal humor cuando algo le sale mal?¿Hace su trabajo con N. S. Jesús? ¿En nada busca ya su complacencia, ni en la cama, ni en la mesa, ni en el calor?

Cuando reza, ¿reza su alma, reflexiona, desea? Tenga cuidado, porque si es solamente su lengua la que pronuncia las palabras, no reza, habla solamente.

Ánimo, mi buena Sor Barbe, procure hacer todo como Dios quiere y porque Él lo quiere; reflexione todos los días si ha hecho cada día lo que Dios quería. Su familia está bien y la quiere mucho. Rece por ellos. Yo soy su pobre hermano.

Andrés157

Una comunidad establecida en el hospicio de Patay recibe una misiva con un mensaje para cada una de las Hermanas empezando por la Hermana Superiora recientemente nombrada:

Hermana Marguerite: Puesto que N. S. Jesús le ha hecho participar en su humildad y

en su grandeza, imite a este divino modelo, esté en medio de sus Hermanas y en la parroquia, como la sirvienta de todos. ¿Quién es más superior que N. S. Jesús? Y ¿quién es más inferior? Él no apa­renta nada; esté pues, escondida con Él, pero transparente el ejem­plo de todas sus virtudes. ¡Oh! Sobre todo, que el orden, la regla, la caridad, el silencio posible, las elevaciones del corazón, que todo eso reine y el divino Jesús se complacerá en Vd., como en el cielo y Vd. hará reparación por el pasado.

Hermana St Julien: ¿En quién está? ¿En Dios, con Dios, viene de Dios? ¿A quién

pertenece? ¿A Dios? ¡Oh! No viva más que para Dios. ¿Se ocupa más del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo que de las otras cosas? ¿Es la vida escondida de N. S. Jesucristo, la regla de su conducta? Para eso está en Vd. y es su modelo. ¿Están sus enfermos tan con­tentos de Sor Ambroise como de Sor St. Martial? Si el señor

157. Carta LXXXIV.

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Gazeau y las hermanas quieren más a Sor St. Martial, podríamos hacer el cambio. Vendrá aquí para las vacaciones.

Sor St. Sébastien está en la agonía, Sor Modeste está tubercu­losa. Rece por todos nosotros.158

Hermana St. Honoré:159

Puesto que siempre está enferma tiene que venir a La Puye para curar su alma y su cuerpo. ¿Se acuerda de aquella pequeña Forget, piadosa, humilde, dócil, fiel a sus deberes? Me temo que esa pequeña haya desaparecido y que Honoré Forget, a menudo sin atención a la presencia de N. S. Jesús con quien ella mora, sin imitación de este divino modelo, sin temor de no complacerle, sin agradecimiento a sus bondades, haya tomado su lugar. ¡Oh Her­mana!, qué dureza la del corazón que mora con Jesús sin ocu­parse de Él y sin mostrar en su conducta las virtudes de este divino Jefe.

Hermana Ambroise: Sabe que resucitó en La Puye, ¿no está muerta en Choiseul?

¡Oh! No viva pues en Patay, sino para Jesús, que Él sea quien viva en Vd.

Las bendigo a todas y les saludo en N. S. Jesús y soy su ser­vidor.

Andrés

A una hermana que recibe una obediencia para un nuevo establecimiento. Las Hijas de la Cruz, en este periodo de ince­santes fundaciones, son trasladadas a menudo a otros puestos, circulando según las necesidades de la misión, de un extremo al otro de Francia.

Reverenda Hermana: No hay bastante cruz para Vd. en St. Michel, ni bastante tra­

bajo para ejercer su celo, dispóngase pues a pasar a un estableci­miento más importante; este cambio le recordará que es una extranjera en la tierra, de viaje a la eternidad.

158. Carta XLVIII.

159. Sor Honoré (o Saint Honoré) es la hija de Honoré Forget, cochero, compañero de viaje y amigo del buen Padre.

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Dé a Dios y a sus ministros lo que les es debido. Ocúpese en St. Michel del mundo invisible, más que del mundo visible. Procure hacer allí lo que hace N. S. Jesús: honra a la Santísima Trinidad y enseña el camino del cielo. Santifica a los que lo conocen, a los que le meditan, a los que le siguen. ¡Ah! No comparta la ceguera general que confunde a N S. Jesús con las criaturas, o más bien que pone a los ídolos en el lugar de Jesús. No vea más que a Jesús, no viva más que para Jesús, no imite más que a Jesús, represente sobre todo su desprendimiento, su humildad, su cari­dad, su recogimiento, su penitencia.

¡Ah! Qué feliz sería si hiciese en St. Michel lo que hace N. S. Jesús, si su casa fuese un tabernáculo, donde la Santísima Trini­dad fuera honrada como lo es en el tabernáculo de la iglesia, por la práctica de las mismas virtudes.

Hermana St. Léger, despertemos de nuestro adormecimiento: la noche terminará pronto y el gran día llegará sin tardar; despó­jese de la Hermana terrestre y revístase de la Hermana celeste.

Les bendigo a las tres, les saludo y soy su abnegado servidor. Andrés, sacerdote. Alabado sea N S. Jesús

Incluso en los periodos difíciles en que algunos aconteci­mientos exteriores podían influenciar el contenido de las cartas del Buen Padre, como el temor que inspirará la Revolución de 1830 o las epidemias, el sentido profundo de todas ellas es siem­pre la conversión y la necesidad de abandonarse enteramente a Dios. Hay que descubrir la voluntad de Dios a través de los acontecimientos.

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Capítulo. 9

El Superior General de la Congregación

"...esta pobre Congregación..." Como Sor Isabel pasa con frecuencia semanas e incluso

meses fuera de La Puye, recorriendo Francia con motivo de las Fundaciones o de tareas administrativas, el Buen Padre, es el que está ordinariamente presente en la Casa Madre. Después de su largo viaje al sur en 1826, parece ser que salvo algunos viajes a París y algunos retiros en Orléans, sus viajes se limitaron a la ciudad episcopal de Poitiers, a la que va varias veces al año y es recibido en el Obispado. También va todos los años para el retiro sacerdotal.

Esta estabilidad habitual le obliga pues a relacionarse por carta o a recibir en La Puye a los sacerdotes que como Superior de su Congregación o como Vicario General de la diócesis, nece­sitan consultarle. La casa del Buen Padre llegó a ser un lugar de convivencia para sus hermanos sacerdotes.

En 1829, la Congregación de las Hijas de la Cruz se había extendido ya por veinte diócesis de Francia160. Está reconocida por la Iglesia y por el Estado. Si el fundador participa menos que la fundadora en los asuntos de los distintos obispados y prefec­turas, no por eso deja de ser el responsable ante la autoridad eclesiástica.

160. Las diócesis de Poitiers, París, Orléans, Versailles, Bourges, Tours, Beauvais, Montpellier, Angouléme, Nevers, Lucon, Sens, Angers, Bayonne, Cambrai, Meaux, La Rochelle, Sées, Evreux, Tarbes.

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Sin embargo, la Congregación será presentada en Roma por medio de una carta escrita por Sor Isabel. Irá acompañada por las aprobaciones de una veintena de Obispos de Francia que conocen a las Hijas de la Cruz por estar implantadas en sus dió­cesis.

"Santísimo Padre:

La diócesis de Poitiers que fue favorecida hace dos años con la apari­ción de una Cruz milagrosa en una parroquia rural, cerca de la ciudad epis­copal, poseía ya desde hace veinticinco años en otra aldea absolutamente desierta, situada a poca distancia de Poitiers, una Congregación consagrada a la Cruz y cuyo fin es la reparación de los ultrajes que recibe el Sagrado Corazón de Jesús en el Santísimo Sacramento del Altar y el de instruir en la Religión a los niños pobres de las aldeas y consolar y aliviar a los pobres enfermos.

Esta pobre Congregación, Santísimo Padre, osa depositar a los pies de Su Santidad, sus votos y la humilde petición de la aprobación del Instituto y de sus Estatutos... Confía y estima tanto su bendición, que de ella espera, Santísimo Padre, todas las gracias del cielo sobre sus duros trabajos y su más dulce consuelo en estos tiempos tan desafortunados.

Implora humildemente de Su Santidad, conceda a su Superior General, que es su Fundador y Vicario General de la diócesis de Poitiers, El señor Andrés Huberto Fournet, el permiso de establecer en la iglesia de La Puye, diócesis de Poitiers..."

Sigue una petición para erigir el Vía Crucis en todas las capillas de las casas de las Hijas de la Cruz así como peticiones de indulgencias plenarias en distintas fiestas patronales y los días de toma de Hábito y Profesión de cada religiosa de la Con­gregación.

"Santísimo Padre, toda la Congregación de las pobres Hijas de la Cruz, postrada a los pies de Su Santidad, deposita sus deseos ardientes y la súplica de que les conceda todas estas gracias y su bendición.

Sor Marie Elisabeth

Hija de la Cruz, Supehora General. De nuestra Casa de la Puye, diócesis de Poitiers,

el 8 de Abril de 1829."161

161. Esta carta está en los Archivos de La Puye.

202

Se confía esta carta al Padre Coudrin, amigo de siempre del Buen Padre, en quien confía muchísimo. Fundador, bajo el Terror, de la Congregación de los Sagrados Corazones de Jesús y de María en la Gran casa de Poitiers, es a la vez Superior General de los Picpus y Vicario General de Rouen. Como tal, acompaña a Roma a Monseñor de Croy, para el cónclave del que saldrá ele­gido PioVIII. El Padre Coudrin llegará a ser protonotario apostó­lico.

Al mismo tiempo que la carta de la fundadora, presentará a la Santa Sede las recomendaciones de una veintena de obispos de Francia a favor de las Hijas de la Cruz. Une al texto una apos­tilla de su propia mano, escrita en Roma mismo.

"M. J. Coudrin V. G. de Rouen y protonotario apostólico, humildemente prosternado a los pies de Vuestra Santidad, osa unir su oración a la de la Superiora cuyo Instituto ha conocido desde sus comienzos, en sus progresos y una parte del bien que realiza en más de veinte diócesis en las que se ha implantado, a fin de que Vuestra Santidad se digne apro­barlo y confirmarlo.

El que suplica es en este momento depositario de los votos del Fundador al que honra desde su infancia y de los deseos de nuestros Señores Obispos de Francia que tienen Hijas de la Cruz en sus diócesis, certifica la verdad de los hechos.. .

Roma, el 9 de julio de 1829"

Es una anomalía para los usos de la época que el texto enviado a Roma sea enviado por la fundadora y no por el supe­rior eclesiástico... Quizá sea fruto de la humildad y al mismo tiempo de la mala letra del Padre Fournet. Su título de Superior General le facultaba para pedir a Sor Isabel ese servicio.

Sin embargo, cuando el Padre Coudrin esté ya de vuelta en Francia, en septiembre de 1829, escribirá al Padre Andrés y a él le enviará el breve laudatorio de la Santa Sede para la Congrega­ción, motivo de gozo y orgullo de todos sus miembros.

"Mi Buen Padre: Estoy muy contento de haber podido obtener la aproba­

ción de la Santa Sede para esta obra santa de la cual, Sor Isabel y Vd. mismo, son los fundadores (...) para que yo sea

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un verdadero amigo de Dios y pueda absolver a todas las conciencias, pido al Padre tres misas para mí y a la querida hija, un rosario de comunidad. Vuestro humilde y afectísimo servidor.

El Padre Coudrin V. G. de Rouen. P. D: No deje de poner el exequátur en el obispado."

En octubre de 1829, desde La Puye, agradece el Padre Four­net al Padre Coudrin:

Unidos agradecemos todo lo que ha hecho para que Su Santi­dad apruebe nuestra Congregación. Su acceso al Vicario de Nues­tro Señor Jesús es un augurio favorable para obtener todo lo que pida. Así pues, haga todo lo posible para que el Divino Corazón nos dé también a nosotros un aprobado. ¡Ahí Entonces, Vd. sería todo para mí, después de Dios. Rece y haga rezar por mí y por mi gran familia.

Hace casi cincuenta años que le conozco, le estimo y le quiero. Este nuevo favor que acaba de concedernos añadiría, si fuera posi­ble el respeto y la abnegación de quien tiene el honor de ser, mi Reverendo Padre, su muy humilde y muy obediente servidor.

Fournet, sacerdote. Respeto, saludos y bendición a todos sus hermanos y herma­

nas. >62

Hasta la muerte del Buen Padre, los dos fundadores, tan dife­rentes por la edad y el recorrido de cada uno, conservarán su buena relación. La tarea emprendida conjuntamente cerca de Coussay les Bois y de Saint Pierre de Maulé a raíz de la Revolu­ción, para la formación de futuros sacerdotes les une, pero su amistad viene también por la figura de uno de los mártires de los pontones dé Rochefort, tío del Padre Coudrin y que el Buen Padre había conocido bien en la iglesia de Saint-Phéle de Maillé, el Padre Francoís Riom. El Padre Fournet lo evoca cuando estando enfermo, en 1833, escribe una carta al Padre Coudrin para recomendarle a un joven que quiere ser sacerdote.

Sabe bien que he llegado al "cursum consumavi"; rece pues por mí para que mi paso del tiempo a la eternidad me sea favora-

162. Carta del Padre Fournet (Archivos de Picpus).

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ble. Feliz yo si tengo la dicha de santificar el nombre de Dios, de dejarlo reinar en mí y de hacer su santa voluntad en este último momento.

Recuerdo siempre el gran don que Dios le ha hecho... El mártir y buen sacerdote tiene algo que ver seguramente, en

esta predilección de gracias y de favores que le han inundado.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.

Podemos pensar que el Buen Padre tenía también "algo" que le unía al sacerdote mártir cuyo comensal había sido en su juventud, en la Casa Parroquial de Saint Phéle.

"¿Qué hacen en Ustaritz? El Padre d'Astros, había conocido a las Hijas de la Cruz y en

especial a su fundadora a raíz de las relaciones que se crearon entre la Congregación y el Consejo Episcopal de París por el asunto de Issy... numerosas fundaciones... Cuando fue nom­brado obispo de Bayona, se apresuró a pedir a las Hijas de la Cruz para su diócesis y en 1825 tiene lugar la memorable fun­dación de Igon realizada por Sor Isabel. Al año siguiente será el no menos memorable y único viaje del Buen Padre al sur de Francia.

Igon, pequeña aldea de la campiña bearnesa, a más de ciento veinte leguas de La Puye, con un noviciado en expansión, era un centro importante del Instituto de las Hijas de la Cruz.

Pero, a pesar de pertenecer Igón a la diócesis de Bayona, está muy distante de esa ciudad episcopal. Los caminos para lle­gar hasta allí desde Bayona son largos y difíciles. Además, saliendo del obispado, en la desembocadura del Adour, el Obispo se da cuenta que una región de su diócesis está comple­tamente desprovista de maestros que puedan enseñar el francés y asegurar una promoción a la juventud: se trata del País Vasco. Encuentran una casa en Ustaritz, a las puertas de Bayona. El obispo pide a los Superiores de La Puye que transfieran el novi­ciado de Igon aquí.

El Padre Andrés, Sor Isabel y el consejo de la Congregación, que ven una ocasión de ampliar la misión en el sur de Francia, acogen la propuesta. El traslado del noviciado de Béarn al país

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Vasco se fija para agosto de 1829. En Igon no quedará más que una pequeña comunidad para un servicio de cercanías.

Aunque Sor Isabel, está a menudo ausente de La Puye, se ocupa de los asuntos administrativos, dirige las instalaciones y mudanzas, el Buen Padre, se ocupa de arreglar las discrepan­cias, afrontar los imprevistos y algunas veces, poner de acuerdo a las partes.

Al anunciar el traslado del noviciado, el pueblo bearnés mos­tró su indignación ante esta marcha inexplicable de sus hijas al país Vasco para ser religiosas. En adelante, no se presentarían más jóvenes bearnesas ni del Bigorre para ser Hijas de la Cruz y ser enviadas a otra provincia, quizá cercana geográficamente pero lejana por sus costumbres y hermética por su lengua.

En La Puye, habrá que buscar una solución que satisfaga a la vez al Obispo y a los habitantes de Béarn y de Bigorre.

Las Constituciones de las Hijas de la Cruz decían que podría haber un noviciado en cada diócesis, para la formación de las Hermanas. No había nada que dijera que no podían ser dos. Se abrirá pues el noviciado en Ustaritz y se volverá a abrir pronto otro en Igon.

Cuando las primeras Hijas de la Cruz llegan a Ustaritz, van acompañadas por la superiora del noviciado de Igon, Sor Marie Perpetué. Leyendo la correspondencia del Buen Padre con esta última, podemos apreciar todo lo que representaba para él la fundación de este noviciado de Ustaritz....

Acogió a Marie Perpetué Goudon de La Lande, prima carnal de la Bonne Soeur Isabel, como postulante en la Puye en la Navi­dad de 1821. Tenía entonces 55 años. La admitió a los votos per­petuos antes del plazo fijado por la Regla y fue maestra de novi­cias en la Casa Madre. Fue enviada a Igon con la misma misión y siguió a la Comunidad a Ustaritz en el momento de la fundación.

Goza de la plena confianza de los fundadores. El Buen Padre le pide que se encargue de las tareas de organización y de admi­nistración en un país con un contexto cultural y religioso muy distinto a su Poitou natal. Lo desempeñará con mucha pruden­cia, primero en Igon y después en Ustaritz, desde donde abar­cará el Béarn, Bigorre y el País Vasco para nuevas fundaciones.

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Las decisiones se toman en La Puye, Sor Marie Perpetué las aplica sobre el terreno. Tiene que prever también los distintos puestos para la buena marcha de las casas.

Por las cartas del Buen Padre se aprecia cuan cercano está de lo que se vive en el sur de Francia y cómo cuenta con el pro­fundo y buen sentido de la superiora.163

Querida Hermana: Mis ojos no me han permitido escribirle antes como era mi

deseo, para agradecerle su caridad. Le ruego que acepte mi sin­cero agradecimiento.

Su prima ha escrito a Su Ilustrísima para retardar el traslado del noviciado a Ustaritz. Cuando llegue el momento habrá que consultar al Espíritu Santo para saber si hay que ir y quién tiene que ir...

No me ha dicho si quiere venir a La Puye. Tendría que decír­melo para que si Sor Isabel fuera a Ustaritz, llevara a alguien que la reemplazara.

Examine 1 - Si Dios bendice lo que Vd. hace. 2 - Si las novi­cias progresan en ciencia y en piedad. 3 - Si el Espíritu Santo se comunica con Vd. y si recibe luces para la dirección del noviciado y su adelanto espiritual.

Las bendigo a todas, les deseo todas las virtudes y los dones del Espíritu Santo, los méritos de N. S. Jesús, la gracia, la paz y la gloria.

Reverenda Hermana: ¿No está todavía demasiado dada al exterior y poco centrada

en su interior? A Vd. que está sobre el terreno le corresponde ver las necesidades de su noviciado, qué hermana puede convenir más para formar a Jesucristo en el corazón de las postulantes, comunicárnoslo...

Mi Buena y Reverenda Hermana: ¿Han terminado ya sus correrías? ¿Ha recobrado la salud? Se

lo deseo. El amor del Padre y del Hijo y del Espíritu la ha condu­cido a Ustaritz y la retiene allí. ¡Oh! Crezca continuamente.

163. Las cartas del Buen Padre a Sor Marie Perpetué y a las Hermanas de Ustaritz se encuentran en los Archivos de La Puye.

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Que todo en Vd. publique las bondades del Señor hacia Vd. y su amor al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.

Nunca ha tenido tanta necesidad de los dones y de las luces del Espíritu Santo. Llamada a formar a N. S. Jesús en los jóvenes corazones que la rodean, a formar adoradoras en espíritu y en ver­dad, ¿quién podrá alcanzar un objetivo tan alto? Vd. Hermana, porque está allí donde Dios quiere que esté, empieza ahora a ser siervo fiel, esposa querida, apóstol celoso del Señor, porque está en la Cruz.

Sea para sus Hermanas, modelo de todas las virtudes, que su dulzura, su vida interior y esta unión con Dios, les hable más que su lengua.

¿Duda? El Padre insiste:

Continúe haciéndose digna de las comunicaciones del Espíritu Santo para administrar su comunidad con la sabiduría que se le ha dado.

La subsidiariedad se utiliza muy poco en esa época, como principio de administración en las comunidades religiosas. Según las circunstancias, el Buen Padre recomienda su aplica­ción para el funcionamiento de las casas alejadas de La Puye. Así dice de nuevo a Sor Marie Perpetué:

¿Cree que puede haber necesidad urgente de que la Bonne Soeur vaya hasta allí? Yo creo que puede reemplazarla en lo refe­rente a todos los informes.

Y de nuevo: Estando yo tan lejos de Vd., pienso que debe desconfiar un

poco menos de Vd. misma y a continuación, decidirse cuando sea necesario. En la duda, y sin poder tener respuesta de sus superio­res, consulte al hombre de Dios en el que vea los efectos y los dones del Espíritu Santo.

El Buen Padre confía en los sacerdotes que el obispado de Bayona ha designado para acompañar a las religiosas, "... bue­nos sacerdotes que apenas hablan francés." Y escribe a Sor Marie Perpetué:

El Espíritu Santo que les ha dado el celo para conducirlas a la perfección religiosa se dignará concederles las gracias necesarias.

Se prepara en Ustaritz una ceremonia de toma de hábito y de votos para mayo de 1830. El Padre Andrés, que no se encuentra

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bien de salud desde abril, no puede pensar en emprender el viaje. Seguirá de cerca esta ceremonia, a través de la abundante correspondencia a Sor Marie Perpetué.

.. .Pida a Monseñor que nombre un sacerdote digno para exa­minar la vocación de sus Hermanas. Reúna a la maestra de novi­cias y a aquellas de sus Hermanas que poseen más espíritu de Dios y pídales su opinión sobre las novicias y las profesas... Nos unimos a Vd. para rogar a su Ilustrísima que bendiga, que consa­gre a Dios y santifique a nuestras Hermanas.

En una larga carta da a la religiosa todas las autorizaciones para presentar a las jóvenes a la toma de hábito y a las novicias a los votos, así como indicaciones para el retiro preparatorio a los compromisos.164

Creo haberle dado todos los permisos que le podía dar y que pudiese necesitar, se los reitero. Podría presentar para tomar el hábito, a todas las postulantes que le parezcan dignas y capaces; presentará igualmente para los votos, a las que tengan espíritu religioso. Me remito a los caritativos hombres de Dios para sus ejercicios espirituales. Me tomo la libertad de hacerle la siguiente observación: el silencio posible será continuo para las hermanas, los temas de meditación no serán tomados del libro ordinario, sino de los ejercicios espirituales de Bourdaloue; pida a los misio­neros que lo hagan ellos mismos y que enseñen a las Hermanas a hacer oración.

A continuación propone un plan y un contenido de ejercicios. En los ejercicios espirituales habrá también un examen diario

sobre los deberes de la vida religiosa, y será dirigido por uno de los señores sacerdotes, que los dan. Encontrará este examen en el cuadro de "La verdadera vida religiosa," escrito por San Francisco de Sales..."

Después da el orden del contenido de las meditaciones y el de los exámenes, y continúa:

Leerán en el comedor: Vida de la religiosa. Estos señores que dan los ejercicios espirituales darán los temas que quieran.

164. Seguramente era el mismo retiro que el Buen Padre daba entonces en La Puye para las ceremonias de toma de hábito y votos.

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Podrán hacer los cambios que crean conveniente. Rezaremos por todas, recen por nosotros.

Soy su abnegado servidor y hermano. Andrés

Le escribí hace tres semanas y le aconsejaba pedir a Monseñor que bendiga y consagre a todas, para que sean aquí abajo vícti­mas con N. S. Jesús y para que sean reinas en el cielo, puesto que son las esposas del Rey del cielo.

Espero que Monseñor no acepte ir a Toulouse, dejándolas huérfanas... Le dejo el honor de escribirle, este cambio me preo­cupa.

Envía también una larga misiva a las jóvenes religiosas, hero­ínas de la ceremonia.

Mis buenas Hermanas:

Se disponen a hacer lo que N. S. Jesús ha hecho desde su naci­miento: a inmolar al mundo, bienes, placeres, vanidad, a Vds. mis­mas... ¿Están pues asociadas a Jesús y a María en su sacrificio? ¡Qué gloria! ¡Oh, Hermanas! El dedo de Dios está allí, acuérdense y no lo olviden nunca... Un poco de tiempo y ya no se pertenecerán más a Vds. mismas; no deberán vivir más para Vds. mismas, sino para Aquel que ha muerto y resucitado por Vds.

Vayan: humildes, pobres, mortificadas de corazón, a tomar el hábito y no lo dejen nunca, más que para tomar el hábito de la resurrección gloriosa.

Las bendigo a todas, les saludo en Nuestro Señor Jesús, y soy su abnegado servidor y hermano,

Andrés.

"El nuevo régimen tendrá que tomar medidas..." El año 1830 con su Revolución y los disturbios que provoca

en el país, es un año difícil para la Congregación y para el Buen Padre. Su salud es cada vez más precaria. Vive, con toda su fe pero con una ansiedad palpable, este periodo agitado que des­pierta en él reminiscencias de la Gran Revolución. Teme por las Hermanas comprometidas en la sociedad y en la Iglesia, y por la obra de la que es responsable.

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La situación de la Iglesia en Francia es todavía ambigua aun­que muy diferente de aquella del Antiguo Régimen e incluso de aquella del comienzo del Concordato. Ahora, la Iglesia se había enfeudado a un régimen político que había perdido la confianza del país.

La política sostenida por Carlos X, rey de Francia desde 1825, es ultrarrealista. Prepara con toda evidencia la caída del régimen, el exilio de la familia real y eso tendrá repercusiones que perjudicarán a la causa de la Iglesia.

Cuando en 1826, la Congregación de las Hijas de la Cruz pide al Ministerio de Asuntos Eclesiásticos y de Instrucción pú­blica,165 una autorización de existencia legal que le dé personali­dad civil, la oposición es ya fuerte en la Cámara de los diputa­dos. Empiezan a asomar ciertas reformas a favor del laicismo, aunque parezca que el poder no quiera tomarlas en cuenta. Sin embargo, el Estado reconoce que la Congregación, es de utilidad pública, por una orden real del 28 de mayo de 1826, lo que sim­plificará las gestiones de Sor Isabel con las administraciones.

Bajo la presión de la Cámara, el gobierno se ve obligado a separar los "Asuntos Eclesiásticos" de los de "Instrucción pú­blica". Anulan el cargo de Monseñor Frayssinous, Gran Maestro de Universidad. En adelante, las escuelas primarias de los muni­cipios, no dependerán de los Obispos.

Carlos X multiplica las torpezas y aumenta así la influencia de la tendencia dura en el equipo ministerial nombrado en 1829. La sesión parlamentaria que se abre en marzo de 1830 se presa­gia tumultuosa, las elecciones han traído a la Cámara una fuerte oposición. Desde la primera sesión, la reacción de Carlos X es la de disolver la Cámara y enviar a los electores a las urnas...

El asedio de Argel por la armada francesa, el mes de mayo, permite entretenerse y desviar la atención del país de lo que pasa efectivamente en la metrópoli. El rey pide al episcopado oraciones por el éxito del asedio y por el feliz final de las elec­ciones.

Éstas, que se celebran a primeros de julio, traen a la Cámara una oposición más fuerte que nunca. Carlos X, inconsciente

165. En ese momento es el mismo ministerio.

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todavía de la realidad concreta del país, firma órdenes presenta­das por los ultrarrealistas: suspensión de la libertad de prensa, disolución de la Cámara, restricción del cuerpo electoral, nue­vas elecciones en septiembre...

Rebelión inmediata de la capital... La guardia civil cede... y de nuevo, a cuarenta años de distancia, el pueblo de París mar­cha contra las Tullerías, contra el palacio del Rey...

La abdicación precipitada de Carlos X a favor de su nieto, el duque de Bordeaux, hijo postumo del duque de Berry asesi­nado, no puede cambiar el curso de las cosas. La familia real debe marchar al exilio.

Una Revolución está en marcha... antirrealista, y también anticlerical por la fuerza de las situaciones. Los insurgentes devastan el arzobispado de París, saquean las sacristías de Notre Dame.

Otra vez algunos dignatarios eclesiásticos han comprome­tido a la Iglesia uniéndose con un régimen superado en su fun­cionamiento y que no se adhiere ya a su país ni a su pueblo. Louis Philippe de Orléans, primer heredero del trono fuera de la rama legitimista, es llamado por la Cámara para restablecer el orden y ser "rey de los Franceses". Jura fidelidad a una nueva Carta Constitucional. Con él, Francia recibe como símbolo la bandera tricolor.

En el país se dedican a la caza de las flores de lis que se han abierto en los monumentos y en particular en las cruces, en los espacios religiosos y públicos, desde el principio de la Restauración.

En Orléans, Monseñor de Beauregard, amigo del Padre Four-net, antiguo miembro del Consejo Episcopal de Poitiers, manda quitar las flores de lis de la Cruz recientemente alzada cerca de la Catedral y escribe: "Todo ha pasado con decencia y los obreros que las han quitado no se han permitido nada que pudiera aumentar la pena de los fieles."

Desde septiembre de 1830, el Papa Pío VIII reconoce al nuevo gobierno de Francia. Pide a los Obispos que se unan a Louis Phi­lippe. La Iglesia de Francia no tiene ya la obligación de estar unida al poder legitimista, es una liberación para algunos ecle­siásticos y para una minoría de católicos. La gran mayoría del clero francés se va a encontrar extraño al ser libre. Busca su

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lugar en esta evolución... algunos de sus miembros, como Mon­señor Frayssinous, emigran de nuevo

La Puye, en tiempo ordinario, está alejada de los alborotos de la capital, que le llegan un poco atenuados. Sin embargo en el año 1830, varios viajes de Sor Isabel a París al principio del verano, hubieran podido hacer presentir las turbulencias latentes. Pero aparentemente parece que no hubiera habido nada. La corres­pondencia de la fundadora trae entonces a La Puye descripcio­nes de ceremonias del traslado de las reliquias de San Vicente de Paul o de lo que ha percibido en sus viajes, sobre las fiestas dadas por la Corte en honor de los soberanos de Ñapóles.

Ella misma está en ese momento ocupada en procurarse ele­mentos para renovar el mobiliario de la iglesia de La Puye y pre­parar la ceremonia que tiene que celebrarse en julio. Monseñor de Bouillé estará presente en ella para la bendición de las cam­panas y consagrará un altar de madera dorada adquirido recien­temente por la Congregación.166

Será pues fiesta en La Puye. El Padre Fournet es el alma de estas ceremonias que reúnen en el viejo edificio románico a reli­giosas y feligreses, a este pueblo de Dios al que él quiere ver unido en estas celebraciones especiales.

Las elecciones de diputados se preparan. El fundador no las evoca apenas, si no es en una carta del 2 de julio a Sor Marie Perpetué:

Tenemos a los señores de la Lande y des Ages para las eleccio­nes, vendrán dentro de quince días con sus señoras, para ser padrinos y madrinas de dos campanas.

Como un trueno en un cielo en el que no se había visto venir la tormenta, estalla la noticia de una insurrección en París y en las grandes ciudades. Llegan noticias de las agresiones del pue­blo de París contra el arzobispado y edificios religiosos.

En la Puye, las imaginaciones se encienden... y los recuerdos de los episodios dolorosos de la Gran Revolución vuelven a apa­recer.

166. Este altar es actualmente el altar que está frente al pueblo en la capilla de la casa madre de La Puye.

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El Buen Padre deja entender claramente que "esta vez, piensa dejarse coger en su madriguera."167 Está turbado. ¿Cómo olvidar el exilio, la persecución a la que fue sometido, los herma­nos sacerdotes desaparecidos de muerte violenta...?

Se plantea la cuestión de mandar a las Hermanas a sus fami­lias si la situación se agrava y si corren peligro. Algunas Herma­nas de las comunidades más distantes piden volver a La Puye, pero la mayoría se queda en sus parroquias con consignas de prudencia.168

La casa de las Hijas de la Cruz de Rué de Sévres en París, sirve de lugar de reunión para las buenas obras de algunas seño­ras de la corte. La Señorita.169 Louise Marie Thérése de Borbón, nieta de Carlos X, es la presidenta de esta asociación. Las Her­manas están inquietas por ellas mismas y por sus bienhecho­ras... La fundadora les recomienda que sean prudentes, que no circulen por la ciudad y que sean discretas.

El 28 de agosto, el Buen Padre escribe a Sor Marie Perpetué:

Reverenda Hermana: .. .en medio de la mar tumultuosa de este mundo, Vd. goza de

la paz que el mundo no puede dar; de la que sólo el Espíritu Santo al que debe escuchar en todo y siempre, puede dar...

Creo que puede reemplazar a Sor Isabel en todo, tanto más que las circunstancias le pueden impedir viajar con facilidad.

El nuevo régimen tendrá que tomar medidas, el tiempo nos lo dirá. Humillémonos, gimamos, recemos, pues somos castigados porque lo merecemos, pues hemos pecado. Las cosas están tan inestables que creo que hay que evitar ponerse en evidencia; es lo mejor que podemos hacer. No vamos a hacer venir a La Puye a las Hermanas que están lejos.

En efecto, este año de 1830 no habrá ejercicios espirituales en La Puye. Las novicias serán admitidas a pronunciar sus votos

167. Saubat, op. Citada, p. 234. 168. En esta época fueron raspadas las flores de lis del escudo de Eleonor de Bour-bon que adorna la entrada principal de los edificios del priorato de La Puye. 169. Louise Marie Thérése de Bourbon, hija mayor del duque de Berry, futura duquesa de Parma, será la fundadora de la primera casa de las Hijas de la Cruz en la península italiana.

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anuales, pero ninguna profesa será autorizada a comprometerse con los votos perpetuos. Esta situación, hay que vivirla con fe con una confianza bien arraigada en la ayuda providencial de Dios. El Buen Padre dará las consignas de prudencia.

Así, a las hermanas de Saumur: ¡Hijas de poca fe! ¿Por qué han desconfiado?

Reverendas Hermanas: San Pedro andando por las aguas... tiembla por miedo de aho­

garse. El Buen Maestro le dice: Hombre de poca fe, ¿por qué has desconfiado? ¿No podría yo también decirles, Hermanas mías: Hijas de poca fe,¿ por qué temen? ¡Oh Hermanas! digan con con­fianza: Yo no temo nada, Jesús está conmigo...

Si les falta el valor, si las amenazas se cumplen en la ciudad, si el peligro crece, si prefieren venir a La Puye, ser juguete de las tentaciones..., en ese caso cojan el billete de Saumur a Poitiers y hágannos saber la fecha exacta de su llegada. Pero si las dejan tranquilas, no salgan de casa, se expondrían más en el viaje que en Saumur. Ha habido movimiento por todas las partes, pero no ha tenido consecuencias; estamos incluso tranquilos.

Las saludo a todas en N S. Jesús y soy su abnegado servidor. Andrés.

Alabado sea N S. Jesús. 10 de Septiembre de 1830'70

En ciertos medios católicos, el exilio de la rama legitimista de la familia real se considera como un sacrilegio. Los ataques que sufre la Iglesia por parte de algunos de sus miembros se sienten como profanaciones, igual que las degradaciones o des­trucciones de cruces y otros signos religiosos.

La correspondencia del Buen Padre, algunas veces dictada, continúa acompañando a las Hermanas. Está inquieto por las repercusiones que el cambio de régimen político tendrá en la Iglesia. Las cartas de esa época insisten en la dimensión de reparación que debe inspirar a la vida religiosa ese tiempo de aflicción.

170. Carta LXXXII.

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A las Reverendas Hermanas Hijas de la Cruz de Charron: Háganse dignas de las gracias que reciben continuamente de

nuestro Padre que está en los cielos. Sigan los ejemplos de recogi­miento, de silencio, de desprendimiento que les da su divino modelo. Saben que en este tiempo de aflicción, debemos humillar­nos rezar y velar por nosotros mismos.

Tenemos aquí un altar expiatorio donde está expuesto un gran crucifijo. Rezamos cinco padrenuestros con los brazos en cruz, ayunamos, guardamos silencio continuo, hacemos el Vía Crucis todos los viernes en reparación de los ultrajes que se infligen al Crucifijo y al Crucificado.171

Las dificultades que Sor Marie Perpetué tuvo que soportar, tuvieron que impresionar a su prima. Sor Isabel parte el uno de diciembre para juntarse en Igon con ella y visitar las

comunidades del Béarn. El Buen Padre la ha dejado marchar, pero escribe a Sor Marie Perpetué lo que piensa.

Reverenda Hermana: Con espíritu de sabiduría, de prudencia y de economía hubiera

ahorrado a su Superiora muchas penas, muchos gastos, sin hablar de los peligros del viaje. Con plena confianza, le había dado todo el poder y debía bastar para expresar, artículo por artículo las cosas que había que tratar. Hubiéramos podido ayudarle desde La Puye, desde Igon, (o en Ustaritz). Consulte mucho al Espíritu de luz, de sabiduría y será digna de sus comunicaciones, pidiendo la gracia de hacer siempre lo más perfecto...

Se le puede encomendar a Soeur Marthe que visite de vez en cuando St. Péy Bagnéres porque además, está más cerca que Ustaritz.

La Bonne Soeur marchó el uno de diciembre, pero pasará por St. Maixent y por La Rochelle. No deje de cuidarla física y espiri-tualmente. Estoy muy contento de saber que los ejercicios espiri­tuales las han santificado a todas. Ahora se trata, no solamente de perseverar sino de avanzar cada vez más a fin de que Nuestro Señor Jesús que va a nacer, se digne nacer en Vds.

Andrés. Saludos y bendición a todas, sobre todo a las viajeras. 2 de diciembre de 1830.1™

171. Carta CIV. 172. Carta LXXVI.

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Las sacudidas de la sociedad repercuten en las comunidades religiosas. La admisión, quizá apresurada, de numerosas jóvenes sin formación suficiente ha dificultado su integración en la fami­lia religiosa. El Buen Padre escribe a Sor Marie Perpetué:

Vamos a mandar a su casa a algunas Hermanas que no tienen espíritu religioso y no ofrecen esperanza de tenerlo.

Y algunos meses más tarde: En cuanto la Hermana Angele esté formada, haga lo posible

por descansar, recuperarse y edificarnos. Deseamos que vuelva para renovar el aire de La Puye que ha sido malsano para un gran número de Hermanas que han perdido su vocación y hemos tenido que mandarlas a su casa.

En 1830, a pesar de las dificultades, nacen otras nuevas fun­daciones173. A medida que la Congregación se extiende, las limi­taciones impuestas por la edad y la enfermedad, parecen reducir grandemente las posibilidades de acción del Buen Padre. Él es bien consciente de ello.

Se da cuenta de que tiene que dejar la responsabilidad que representa la carga de la Congregación, en adelante demasiado pesada para él. Desea que la voluntad de Dios se manifieste para el futuro de esta obra de Dios. Se pregunta sobre la parte que podrá tomar en su acompañamiento... Momentos dolorosos de búsqueda e incertidumbre.

Hacia mediados del año 1832, la terrible epidemia del cólera que golpea a Francia, especialmente a las ciudades desde el año precedente, preocupa particularmente al Buen Padre y a la fun­dadora. Cuando ésta tiene noticia de que la enfermedad ha hecho su aparición en la capital, interrumpe un viaje hacia París a donde conducía a algunas Hermanas. Desde La Puye donde las Hermanas son numerosas se preocupa por preservar a toda la gente de casa de contactos peligrosos. Envía consejos de higiene y de prudencia por medio de cartas, a todas las comuni­dades en particular para las clases.

Manda imprimir y colocar en las puertas de la Casa Madre viñetas de papel con esta invocación: Oh María sin pecado conce­bida, protégenos.

173. En 1830, la fundación de Vilbert en la diócesis de Meaux y de Saint Michel le Cloucq en la diócesis de La Rochelle.

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El Buen Padre es testigo de esta multiplicación de viñetas. En una de ellas pegada en una de las puertas de su casa, con la invocación a María, su mano de escritura temblona garabatea una frase que se puede leer hoy todavía perfectamente: obtened-nos el cólera, si Dios quiere limpiarnos de nuestros pecados por medio de este azote.

La reacción de la fundadora, frente a esta frase inesperada pero coherente del fundador que remite siempre a las grandes verdades, es fácilmente imaginable...

Sin embargo el Buen Padre aconseja a las Hermanas que evi­ten los viajes y que no vayan a La Puye para los ejercicios espiri­tuales y así es como deja libres a las Hermanas de Nieuil sur l'Autize, invitándolas a considerar todas las dificultades.

La circulación tiene sus inconvenientes en este momento; si no desaparecen sería mejor que hicieran los ejercicios espiritua­les en su comunidad. El Espíritu no está sometido a un lugar con­creto... Cuanto más unidos a Dios, más comunicaciones del Espí­ritu recibimos.

Sea lo que sea, si se puede viajar sin peligro debido al cólera, a razón de la malevolencia, a razón y disposición de su propio corazón y del gasto que hay que hacer para el viaje de ida y vuelta, no impediré que sigan los movimientos de su propio cora­zón'.174

A otras Hermanas: He sentido mucho que la circunstancia de la peste o el cólera

haya impedido a la Bonne Soeur su viaje a París... Ella misma le habría traído a La Puye. Pero, Hermana mía, el Dios de La Puye es también el Dios de Hornaing.175

A Sor Suzanne, en Mantés la Jolie:

Abstengámonos de compartir esta ceguera deplorable que nos hace temer el cólera más que el pecado. ¿Qué debemos hacer en este tiempo de todo género de calamidades? El cólera es una de las menores... ¿Qué debemos hacer, digo? Humillarnos bajo la

174. Carta LXX. 175. Carta III.

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mano todopoderosa de Dios... convertirnos a Dios de todo cora­zón... debemos rezar, ofrecernos, entregarnos a Dios como vícti­mas, y estar dispuestas a volar para socorrer a los enfermos, incluidos los del cólera, a la primera llamada que se nos haga.176

No parece que a la comunidad de La Puye le afectara la epide­mia en ese momento.177La correspondencia de Sor Isabel evoca el peligro para las Hermanas de las comunidades próximas a la región parisina. Habla también de la mala salud del Buen Padre, una de sus preocupaciones permanentes.

176. Carta CXLIV. 177. Una epidemia mortífera golpeará a La Puye y a las parroquias vecinas durante el verano de 1830.: Una santa en el día a día, pag. 242.

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Capítulo. 10

La espiritualidad del Buen Padre

El Pesebre, la Cruz, el Altar, la Santísima Trinidad Diga a las Hermanas que nunca se olviden del Pesebre, de la

Cruz, del Altar, y de la Santísima Trinidad que habita en ellas... Todo lo que da sentido a la vida activa y contemplativa de

Andrés Huberto, lo esencial de su fe, se encuentra resumido en esta frase que llegó a ser una fórmula en muchas de sus cartas.

El misterio de la persona de Cristo en su Encarnación es el núcleo de la espiritualidad del Buen Padre y a partir de Él y en Él, la adoración de la Santísima Trinidad. La Encarnación del Sal­vador toma sentido en la Cruz del Calvario convertida en Cruz de Pascua, realidad perpetua en la Eucaristía del Altar. Transmi­tirá al pueblo cristiano, y a las religiosas que tiene a su cargo, esta espiritualidad sencilla, con el vocabulario y las insistencias, a menudo muy moralizadoras, de su época.

Así se aprecia en esta introducción a la carta que escribe a una religiosa y le habla de sus reflexiones y deberes:

Reflexione antes de orar: ¿quién soy yo? ¿A quién voy a hablar?... Considere la grandeza de Dios en su creación, su miseri­cordia en la Encarnación, su bondad en su crucifijo, su amor en la Eucaristía, y se cubrirá de confusión viendo por una parte las maravillas, las perfecciones de la Santísima Trinidad y por otra parte las humillaciones de N. S. Jesús.178

178. Carta LVI.

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Lo esencial, es el recogimiento del espíritu y del corazón en Dios, para conocer a N. S. Jesús y formarlo en nosotros: el espectá­culo del universo, el crucifijo, el altar, la santa comunión... He ahí materia suficiente para unos buenos ejercicios espirituales.'79

El Buen Padre expresa esta espiritualidad según su sensibili­dad vibrante, que le llevará a textos sobre amor de Jesús, llenos de emoción: la fealdad y el peligro del pecado, la belleza de la virtud, la grandeza y la bondad de Dios...

Para decir todo esto, no se puede contentar con conceptos y palabras, necesita también el gesto, la actitud del cuerpo. A veces, creará ceremonias improvisadas para marcar la intensi­dad de una devoción o de una celebración e implica en su parti­cipación a los feligreses. Se le ocurrirá a menudo en La Puye, añadir una procesión a las vísperas para dar más solemnidad a una fiesta.180

¡Qué suerte más grande la de Vds.!, si cumplen los deberes con el Niño Jesús, en el Pesebre, en la Cruz, y en el Altar, escribe con todo el gozo, con todo el corazón a las primeras jóvenes novi­cias de Ustaritz.

El Pesebre Lo mismo ocurre con su devoción hacia todo lo que rodea el

misterio de la Encarnación en la fiesta de Navidad. El descubri­miento de los dos cánticos de Navidad, transcritos en las tapas del breviario, escritos seguramente durante la clandestinidad y llenándolas completamente, es bastante evocadora y muy con­movedora181. Como no tenía el texto a su disposición, los repro­duce de memoria, con su escritura laboriosa.

El origen de la Congregación de las Hijas de la Cruz, el pri­mer encuentro del Buen Padre con la Señorita Bichier des Ages en 1797, en una granja contigua a un establo, tenía algo que

179. Carta LXX.

180. Carta CILIV.

181. Una de ellas es: Fieles pastorales; la página del breviario del Buen Padre que lleva el texto está reproducida en esta obra. La otra es: ¡Silencio, cielo! ¡Silencio, tie­rra! En este día se ve lo invisible. La grandeza en el abajamiento, El Eterno, niño de un momento, vemos sufrir al impasible. En este pequeño cuchitril. Mientras por toda la tierra, Navidad, Navidad en esta fiesta, Navidad con ardor, Navidad, Navidad, ¡oh Dios Salvador! Hagamos de nuestros corazones su conquista. Cantemos todos hoy, Navidad por toda la tierra, pues toda la tierra le pertenece.

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recordaba el Pesebre de la Navidad y que marcó profunda­mente a la fundadora. Más tarde dirá: "Han ocurrido grandes cosas en los Petits Marsillys, es verdaderamente el Belén de la Congregación."

Una carta, ya citada, de enero de 1804 explícita las costum­bres del Buen Padre sugeridas más arriba. Isabel describe una celebración en la iglesia de Béthines, después de la clausura de la misión.

"El Párroco de Maillé volvió aquí después, para hacer la adoración al Niño Jesús, del que posee una bella estatua, que llevó a la última fiesta de Navidad y que depositó sobre un altar que yo preparé en dos minutos, en medio de la iglesia. Nos dio en vísperas una larga y emocionante instrucción y a continuación fuimos de dos en dos, con un cirio en la mano, a adorar al Santo Niño."182

En la Comunidad de La Puye, se celebra la Nochebuena, di* una manera particular. El Buen Padre manda colocar al Niño Jesús en un pequeño altar preparado cerca del comedor. Poco antes de la media noche y revestido de la capa, lo toma y lo lleva él mismo y lo deposita en el altar de la Santísima Virgen can­tando con una alegría comunicat iva "// est né le Divin Enfant..."»*3

Si el tiempo litúrgico es siempre importante en la correspon­dencia del Buen Padre, el del Adviento y el de la Navidad lo es especialmente. ¡Qué llamada para él a la sencillez de corazón y de vida, al celo por la misión apostólica, la de esta contempla­ción del Pesebre!

¡Y cuánto lo comparte con los que le escriben! ¿Ha comprendido la dicha de su estado, al celebrar las fiestas

de Navidad? Ánimo, Hermana, las lágrimas, la paja, los pañales, el establo, el pesebre, todo le dice que ha escogido la mejor parto, puesto que continúa la pobreza, la humildad, la caridad, el d< ••. prendimiento y el celo de N. S. Jesús hacia los niños y los enli i mos. Nuestro Santo Niño Jesús ha venido para hacernos conocvi ,i Dios, amarlo y enseñarnos a temer su justicia. Continúe haciendo lo mismo...184

182. Carta a Alexis Michon. Archivos de La Puye. 183. Según Saubat 1925, obra citada. 184. Carta LXXV.

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Conserven en sus corazones, como la Divina Madre María, la atención a estos misterios que traemos a la memoria para recor­darlo.

No hay predicador en la otra vida, ni hay retiros, ni hay La Puye, y sin embargo se conoce y se sirve al Buen Dios de todo corazón. Haga lo mismo en Bellegarde; allí tiene de qué maravi­llar e inflamar su corazón... Ocúpese de la venida de N. S. Jesús durante este Adviento; viene a reformarnos, a oponer el Pesebre al amor de nosotros mismos... Es el Salvador de todos, pero sobre todo el suyo, Hermana, si no está llena de amor a Vd. misma, agradézcaselo al Salvador del Pesebre, del Calvario y del Altar. Si es asidua a la oración, al examen, a la visita, al silencio, dé gra­cias al Divino Médico que viene a curarnos la noche de Navidad. Dé gracias al Espíritu Santo que le da a conocer la ciencia del Pesebre que muy pocos conocen. Piense a menudo en la venida del Señor; tómela como tema de sus reflexiones, de sus afectos, piense en él, ámelo, imítelo.185

Les deseo que el que viene a nacer por Vds., en Navidad, nazca de nuevo en sus corazones y soy su servidor y Padre.

Andrés.

Y a otra comunidad que no ha podido visitar como había previsto:

Preparen sus corazones, Sor Frangoise, Leonide, Felicité, y Marie des Anges, no es en un pesebre donde el Señor quiere nacer sino en el altar y en su corazón. El Señor viene como legislador, les dará su Evangelio. Viene como Salvador, les dará sus gracias, como modelo, les dará sus ejemplos... Quiere nacer en Vds., hagan que sus niños lo conozcan y lo amen.

El espectáculo del Pesebre les ha tenido que renovar en el espíritu interior. Les deseo un buen año, no un año de mucha cien­cia ni de prosperidad temporal, sino un año vivido en estado de gracia186

En otra car ta que escribe a Sor Marie Perpetué para las novi­cias y para las Hijas de la Cruz de Ustaritz, leemos:

185. Carta XI. 186. Carta IC.

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Sean todas religiosas regulares y santas, fieles y fervientes. Seguirán y poseerán en la gloria al que han seguido en las humi­llaciones; si comparten el Pesebre y la Cruz, compartirán también su felicidad.

Les deseo que N. S. Jesús Niño, venga a nacer de nuevo en sus corazones187

La Cruz

¡La Cruz, paso obligado para la Resurrección, hacia el per­dón, hacia la salvación! A través de hechos que marcan o a tra­vés de hechos más anecdóticos de su vida, el Buen Padre nos muestra cómo es Cristo crucificado, quien vive en él y con qué intensidad. En cuanto a sus escritos, casi todos ellos están impregnados de esta dimensión, en particular los que tienen una relación especial con la Congregación de las Hijas de la Cruz.

El Buen Padre a lo largo de interminables caminos, trillados, que recorre como párroco de Saint Pierre de Maillé y otras parroquias, después de la Revolución, no deja de pararse para saludar piadosamente las cruces que la piedad popular, a menudo mezclada de superstición, ha levantado en las encruci­jadas. Les hace parar también y rezar a sus compañeros de ruta188. Dicen que en sus paseos, destruía las marcas de las cru­ces que no podían ser honradas: figuras formadas casualmente por la unión de dos trozos de madera... pero cuánto más autén­tico y fuerte es el gesto que en Busserais le hace echarse sobre una cruz de madera, en actitud del crucificado, frente a los que le persiguen, un día de mucho miedo.

Los habitantes de Béthines se edifican cada vez que le ven llegar a caballo a la entrada de su iglesia, poner el pie en tierra, descubrirse y prosternarse delante de la gran cruz que lleva los instrumentos de la Pasión.

En los Arcos, subía cada día la colina de los olivos para hacer el Vía Crucis, las quince estaciones que le llevaban, a tra­vés de la meditación, hasta la capilla de la Resurrección.

187. Carta LIV. 188. toma gustoso el himno de la liturgia de la Cruz: O Cruz ave spes única... Yo te saludo ¡Oh Cruz! nuestra única esperanza

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Con sus feligreses de Saint Pierre de Maillé, el Vía Crucis de Cuaresma era el lugar y el momento de fervientes exhortaciones sobre la Pasión del Salvador, el horror del pecado, el amor de Dios... El Padre estaba a menudo visiblemente afectado y algu­nos feligreses se emocionaban hasta llorar.189

Después del Concordato, hace levantar Vía Crucis en sus parroquias. Ordena que las Hijas de la Cruz hagan el Vía Crucis todos los viernes del año.

Una de sus actitudes habituales durante su oración es la de estar con los brazos extendidos, con los brazos en cruz. Puede ponerse entonces largo en el suelo, con el rostro en tierra, o arrodillado. Pide a las Hermanas que recen cada día cinco Padre­nuestros y cinco Avemarias de rodillas y con los brazos en c r u z 1 9 0

La manera de hacer la señal de la Cruz, la exigencia con la que procura que se haga siempre lenta y respetuosamente, ha marcado a muchos testigos y particularmente a una u otra reli­giosa a quien reprochó vigorosamente la desenvoltura con que parecía hacer este gesto.

Cuando escribe las Constituciones de las Hermanas, está ante el cuadro de una cruz, en Saint Phéle. Esta cruz lleva el Corazón de Jesús abierto por la lanza por nuestro amor, para ado­rar en Él, por Él y con Él a la Santísima Trinidad.

El Padre invita a las religiosas a consagrarse, a entregarse al Sagrado Corazón de Jesús Crucificado.

Subraya en las primeras Constituciones: Llevan el nombre de Hijas de la Cruz y se consagran a los Sagrados Corazones de Jesús Crucificado y de María atravesada por una espada.. .Llevan un cru­cifijo sobre el pecho y un anillo liso en el que están grabados los nombres de Jesús y de María y una cruz191.

Durante sus charlas, especialmente en tiempo de la Pasión, hace rezar con los textos de la liturgia de la Cruz y particular­mente: ¡Oh buena Cruz!, Cruz preciosa que habéis llevado al Rey

189. Según Saubat. Ob. cit., pag. 390. 190. Esto a partir de 1830. 191. Primeras Constituciones. Archivos del Instituto.

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de los reyes, yo os adoro, os venero, os abrazo y quiero llevaros con valentía toda mi vida.192

El Padre vive entonces la liturgia con todo su ser, en particu­lar la Semana Santa. Su rostro mismo refleja los acontecimientos de la vida del Salvador que actualiza...

El día de Pascua, su rostro se vuelve radiante.

No cesa de decir a las Hermanas, y de escribirles, como un leitmotiv, la necesidad que tienen de consultar al crucifijo y al divino Crucificado.

Otras expresiones que vienen también frecuentemente bajo su pluma: Tienen que llevar el crucifijo con reflexión, tenerlo no sólo en el pecho, sino en el corazón: No pierdan de vista el cruci­fijo y al Crucificado.

Queridas Hermanas: Este santo tiempo de la Pasión ¿es para Vds. un tiempo de Pasión interior...? El Divino Crucificado no les pide lágrimas; les pide la compunción, el amor, la confianza, la imitación... ¡Oh, si conociesen el don que Dios les ha hecho con su vocación, que las asocia a la Cruz, que hace de Vds. otro Jesús crucificado! Sus corazones se dilatarían a la vista de su crucifijo.¡93

En la sequedad, y en el abandono, acuérdese de N. S. Jesús en la Cruz y diga: que no se haga mi voluntad sino la tuya, ¡Oh! buen Jesús: Quiero lo que vos queréis, porque lo queréis, como lo que­réis. ¡Ah, Hermanas mías!, si conociesen el don que Dios ¡es ha hecho con su vocación, serían ángeles en sus ejercicios espiritua­les, serafines en sus comuniones, serían Jesucristo en la manera de llevar la cruz... Ánimo, buenas Hijas de la Cruz, de la humil­dad, de la caridad. Cuando la Cruz juzgue el universo las coro­nará.

Escribe a una Hermana:

Hermana, está donde Dios quiere que esté, es ahora cuando comienza a ser sierva fiel, esposa querida, apóstol celoso; porque está en la Cruz, el Señor la suavizará.

El Buen Padre quiere que las fiestas de la Cruz, en particular la de la Exaltación de la Santa Cruz, sean las fiestas de la Congre-

192. Saubat, ob.cit.

193. Carta CIX.

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gación. Su santo Patrón de bautismo, San Andrés apóstol, cuya liturgia está ligada al culto de la Cruz, es el Patrón de la Congre­gación y su fiesta es una fiesta grande para las Hijas de la C r u z . 194

Por fin, las Hermanas tienen siempre ante los ojos y a menudo en los labios la fórmula que recapitula la espiritualidad de la Congregación: El Centro, el Modelo, el Todo en fin de las Hijas de la Cruz, es el Divino Corazón de Jesús Crucificado.

El Altar La adhesión a la persona de Nuestro Señor Jesús, como le

llama, la manifiesta particularmente en el encuentro con Él, cada día durante la misa. Es el centro de su jornada. Sus charlas dicen también, bajo múltiples formas, que la comunión es la transfor­mación de la vida terrestre en vida de Dios, y la adoración euca-rística, un tiempo de contemplación amorosa del Señor,

Los feligreses y las Hermanas, pueden ser testigos de la manifestación de fe profunda que da a la celebración del sacra­mento de la Eucaristía, que él llama sacramento del altar.

Se prepara largamente, con su presencia en la iglesia de Saint Pierre-de-Maillé y más tarde en la de La Puye, un buen rato antes de la hora de la misa. Se hace un deber, celebrar cada día, incluso cuando la enfermedad disminuye sus fuerzas hasta el punto que le tienen que ayudar a subir los peldaños del altar.

La consagración, las oraciones que preceden a la comunión, le llevan a un recogimiento interior que se expresa algunas veces en emoción intensa, y no es raro que se traduzca en lágri­mas que chorrean hasta el corporal.

Celebra lentamente y el oficio es largo, de cuarenta a cua­renta y cinco minutos, y prolonga su acción de gracias personal después de la misa. A una Hermana que le hace ver que la misa dura mucho, le contesta: Mi querida hija, tengo que rezar por todas y la familia es numerosa. Y a otro interlocutor que le hace la misma observación le dice: ¡Ah! Ya quisiera yo verle aquí...

194. A causa de la homonimia con otros institutos, las Hijas de la Cruz de La Puye, en algunas regiones de Francia, serán llamadas Hermanas de San Andrés.

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Parece ser que, a un sacerdote que le proponía celebrar durante un viaje, le habría respondido: \Ay! No sé si he dicho nunca bien la misa, pues ofrecer el Santo Sacrificio no consiste sólo en decir las oraciones, sino en convertirse en otro Cristo, en unirse tan perfectamente a este Divino Modelo que no tengamos ya con Él, más que un mismo corazón, unos mismos pensamientos y unos mismos sentimientos.195

Le ha ocurrido alguna vez,196 según dicen, abstenerse de celebrar bajo pretexto de su indignidad, por humildad... pero se sabe también que él animaba a las Hermanas a comulgar a pesar de sus defectos o incluso de sus faltas... lo dice él mismo en numerosas cartas:

Sin la comunión somos ignorantes, débiles y perversos; así pues, comulguen a menudo y dignamente, vivan de manera que puedan comulgar tres veces por semana. La buena y frecuente comunión nos transforma en Jesús, nos hace vivir de su vida, nos hace hastiarnos de esta vida terrestre y nos facilita el gusto por la vida celeste.19J

Vivan de manera que puedan comulgar todos los días. La con fianza agradará más a N. S. Jesús al ver que se aproximan, que la desconfianza al ver que se alejan.198

Invita a las hermanas a comulgar tres veces por semana, en una época en que la comunión es a menudo considerada como una recompensa reservada a una élite y les dice: la santa coma nión santifica incluso nuestro cuerpo imprimiendo en nosotros un germen de resurrección gloriosa. Todo viene con la comunión Comulguen pues Hermanas, comulguen a menudo, comulguen dig ñámente.199

Venera la Presencia Eucarística con una fe grande y un gran fervor. Cada día pasa tiempo en la iglesia de Maulé como más tarde en la de La Puye, en adoración delante del Santísimo Sacramento, ordinariamente arrodillado en el suelo, inmóvil, con los ojos cerrados o fijos en el tabernáculo. Cuando está solo, se

195. Saubat, ob. Cit. 196. Saubat, ob. Cit. 197. Carta XXXIV. 198. Carta CV. 199. Saubat, ob. Cit.

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pone en las escaleras del altar pero a veces, también se queda mucho tiempo en la iglesia con una presencia discreta, bien conocida de los feligreses y de las Hermanas que vienen a rezar.

Pedirá a las Hermanas, en sus Constituciones que hagan media hora de adoración eucarística al día.200 Para eso quiere que la Presencia Eucarística esté en la casa donde vive la comu­nidad cuando el acceso a la iglesia es difícil. No siempre es posi­ble. Así escribe a una comunidad privada de la Presencia y bien alejadas de la iglesia:

La Santísima Trinidad no abandonará los lugares donde habi­tan; consuélense pues. No perderán la unión con N. S. Jesús, aun­que pierdan su presencia oculta en el Santísimo Sacramento, imí­tenle y estarán siempre con Él.201

Su fe en la Eucaristía compart ida y la importancia de la comunión se revelan también en su preocupación de llevar la comunión a los enfermos, en particular los días de grandes fiestas religiosas. Pasa en eso la mayor parte del día. Lleva pegado al pecho el viril que contiene las hostias consagradas, en una act i tud de gran recogimiento . A veces acompaña, cuando puede, a un compañero sacerdote que le toca cumplir esta tarea.202

Además de la Navidad y la Pascua, celebra también con toda la brillantez posible la fiesta del Corpus Christi. En Saint Pierre de Maillé la piedad de los feligreses decoraba suntuosamente con flores, las calles por donde iba a pasar la procesión. Todo el pueblo estaba presente. El Buen Padre mantenía levantado ante su rostro radiante la gran custodia. Iba de monumento en monu­mento acompañado del Palio, llevado por los feligreses que se relevan en este puesto de honor. Cada monumento era lugar de una oración, de una bendición y algunas veces de una pequeña exhortación.203

En La Puye, a pesar de su edad avanzada, el Buen Padre no deja a nadie el cuidado de llevar la grande y pesada custodia para la procesión solemne. Este día de Corpus Christi, las Her-

200. Oración que se denomina entonces Visita al Santísimo Sacramento. 201. Carta XII. 202. Según Saubat ob. Cit. 203. Según Morisson, Memorias en Saubat, p. 363.

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manas salen de los jardines y del recinto donde se celebran sus ceremonias habituales; la procesión atraviesa el pueblo, se detiene en todos los monumentos y vuelve a continuación a la iglesia para una última bendición que reúne a las religiosas de la comunidad y a los feligreses de la parroquia. El Buen Padre irra­dia alegría a pesar de su cansancio.

Es la gran fiesta de la Eucaristía... la fiesta del Corpus Christi.

"Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo" El Buen Padre sabe, dice y vuelve a repetir - a veces quizá,

de una manera singular- que el trato continuo con Nuestro Señor Jesús a través de los misterios de su Encarnación y de su Cruz, conduce con Él, por Él y en Él, a la contemplación amorosa del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Se ha constatado que las primeras Constituciones de las Hijas de la Cruz están fuerte­mente marcadas de esta devoción a la Santísima Trinidad.

También lo están los consejos espirituales que da a las Her­manas.

¡Oh! Hermana, sea pues cada vez más religiosa, sobre todo interiormente; que sus pensamientos no sean terrestres sino celes­tes. Que su entendimiento crezca en el conocimiento de Dios por medio de continuas y serias reñexiones sobre la Santísima Trini­dad, sus beneficios y sus promesas.

Que su corazón crezca en amor al Padre, al Hijo y al Espíritu, que su voluntad se reafirme cada vez más en la voluntad de Dios, que su memoria no se ocupe ya más de las cosas viles y perecederas.

¡Oh! Hermana, ame mucho a la primera Persona de la Santí­sima Trinidad, su Padre, que pone a su servicio el cielo y la tierra. Ame mucho a la segunda Persona de la Santísima Trinidad que se hizo Hermano suyo para ser su víctima y su alimento y para poner su corazón junto al suyo. Ame mucho a la tercera Persona de la Santísima Trinidad que mora en Vd. desde su bautismo y que desde ese mismo instante, no ha cesado de inundarla de gracias de predilección.

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Ame a la Santísima Trinidad cuya criatura, conquista, templo e imagen es.204

Andrés.

Tengo el honor de saludar al buen pastor. Conserve esta carta y reléala. Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.

El Buen Padre da consejos para la vida interior y para la práctica de las virtudes religiosas, lo cual es normal y las Herma­nas tienen derecho a esperarlo de sus cartas, en las que ellas le piden directivas espirituales. Pero el tono cambia y se convierte en tono de contemplación cuando habla de ese Dios tan cer­cano... Así lo constatamos cuando escribe:

Vd. crece en la práctica de las virtudes de fe, de esperanza, de caridad, de humildad, de recogimiento; es una religiosa, religiosa. Lleva una vida interior, hace con su alma lo que Dios quiere que haga, puesto que no la deja que se ocupe de las cosas visibles sino de las invisibles.

¡Oh!, puesto que la Santísima Trinidad habita en Vd., como en el cielo, es un tabernáculo vivo, donde Dios fija su morada como en el tabernáculo de la iglesia ¿no debe aplicarse solamente a honrar, venerar, alabar y adorar al Padre que le ha dado a su Hijo tan a menudo; a este Hijo que viene con tanta frecuencia a morir a la puerta de su corazón, a este divino Espíritu que ha fijado su morada en Vd., para ser su regla de conducta, desde el primer ins­tante de su bautismo...?

Les deseo a Vd. y a todas las Hermanas, la gracia, la paz, y la gloria. Su abnegado servidor.

Andrés205

El amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, el amor de Jesús le ha conducido a Ustaritz y la retiene allí. ¡Oh! crezca siem­pre. Que todo en Vd. publique las bondades del Señor hacia Vd. y su amor al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo206

204. Carta I. 205. Carta XXXIX. 206. Carta ILII.

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Que su primera preocupación sea la de formar en sus herma­nas a Nuestro Señor Jesucristo. Conserve su vida interior, mantén­gase en la atención a la Santísima Trinidad, en la unión y la dependencia del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.207

Las novicias formadas por Soeur Marie Perpetué reciben este correo: exhortación a la adoración de la Santísima Trinidad a través de todos los acontecimientos de la vida.

Hermanas mías: ¿Qué hacen en Ustaritz? ¡Ahí Deben hacer lo que hacen los

ángeles, lo que hace allí la humanidad de N. S. Jesús para dar a la Santísima.Trinidad, lo que le es debido: agradecer, alabar, pedir y reparar.

La letra mata: Dios rechaza el exterior cuando el corazón está ausente y no reza. Sean pues todas, serafines en sus comunicacio­nes con Dios. Toda su vida debe ser una repetición continua de: Gloria al Padre que me ha creado a su imagen, que me ha dado a su Hijo... gloria al Hijo que ha dado su vida por mí, que me lia dado su corazón, gloria al Espíritu que mora en mí para asistirme en todo. Guarden la Regla, sean fervientes y fieles. Todo suyo en N. S. Jesús. Su servidor y hermano.

Andrés.™

En esta otra carta que dirige a Soeur Marie Perpetué emplea un lenguaje lleno de símbolos, para expresar lo que puede ser l.i atención a la presencia de la Trinidad en el corazón de la reí i giosa. Esta carta está escrita en 1831, después de las dificultado relativas a los acontecimientos políticos que habían marcado el año precedente.

Alabado sea Nuestro Señor Jesús, sobre todo en el corazón d< Soeur Marie Perpetué.

Reverenda Hermana: ¿No le parece que es todavía demasiado exterior, y que no es

lo bastante interior? Puesto que estamos más unidos a la Santi sima Trinidad, que nuestra alma a nuestro cuerpo, puesto qm estamos más en Dios que la sangre en nuestras venas, puesto qut •

207. Carta ILH.

208. Carta XXXXII.

234

Dios está en nosotros más que un niño en el vientre de su madre, el más ordinario de nuestros pensamientos, ¿no debe ser la aten­ción que tenemos que prestar a la presencia de Dios en nosotros?, ¿nuestro pensamiento dominante, la dependencia de Dios? Nues­tro afecto continuo, ¿no debe ser el amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo que nos rodea como las aguas rodean a los peces en medio del mar, como el aire rodea a un pájaro que vuela? Esta­mos en Dios más que la pupila en el ojo, nos lleva en su seno como una mujer lleva el hijo que ha concebido en sus entrañas, Él mismo es la casa donde habitamos sin poder salir de ella y donde nosotros estamos siempre. Él es el lecho que nos lleva, es nuestra vida, nuestro alimento, puesto que Él es quien nos hace vivir y quien nos alimenta mucho mejor que la madre alimenta a su hijito. Desarrolle, Hermana, estas verdades consoladoras para una religiosa para la que Dios es todo y para quien el mundo no es nada.209

El testamento espiritual que el Padre dejará a las Hermanas a su muerte, está muy centrado en la atención a la Presencia y a la Adoración de la Santísima Trinidad. Es como la recapitulación de lo que el seguimiento de Jesucristo, vivido día a día, ha ense­ñado a su siervo.210

"El nombre de Hermana..." No hay ninguna distinción entre las Hermanas, a cada una se

le asigna un empleo, según sus talentos y sus luces, ellas mismas hacen los trabajos pesados, no llevan más que su nombre de reli­gión y no se les da otro calificativo que el nombre de Hermana, incluida la misma Superiora, a la que no se le llamará más que con el nombre de Hermana.

Bajo el ángulo de una relación de fraternidad, el Buen Padre define en las Constituciones la vida comunitaria de las Hijas de la Cruz. Todas las religiosas tienen un único título, el de Her­mana. Esto es casi insólito en esa época en que las clases socia­les marcan todavía tan fuertemente las relaciones en todos los campos y en todos los lugares.

209. Carta ILVIII.

210. El testamento espiritual a las hermanas aparecerá más tarde.

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Las comunidades de las Hermanas dispersas a través de Francia, muy diferentes por el número de religiosas y por la misión a la que han sido llamadas, tienen todas una Hermana, a la que llama Hermana Superiora. A ella le corresponde mantener las relaciones con las autoridades civiles, con los bienhechores, con las instancias religiosas...Ella se ocupará también de la administración material de la comunidad y la responsabilidad de la observancia de la Regla de vida.

Dura tarea para una Hermana, a veces poco preparada, por ser joven y sin experiencia para esta clase de responsabilidad. Hay que tener en cuenta para el ejercicio de esta misión, la dife­rencia de medio, de culturas, de origen geográfico de las Herma­nas así como la diversidad de caracteres...

El Buen Padre sostendrá a estas Hermanas superioras con palabras de fe y de amor mutuo. Con mucho respeto y caridad advertirá de los abusos y dará consejos:

Les he dicho que vean en sus Hermanas, a otro Jesucristo y que las traten como tratarían a Nuestro Señor Jesús mismo, y que consideren sus debilidades e incluso su amor propio.211

Y no es suficiente: ver a N. S. Jesús en sus Hermanas, sino que deben soportarlas, amarlas, edificarlas.

Si su empleo le ha sometido a reformar a sus Hermanas, háble-les más con sus obras que con sus palabras y trate sobre todo de formar en ellas a Jesucristo muerto y resucitado.212

Preocúpese solamente del único adorador digno de Dios; Él le enseñará que debe a sus Hermanas el ejemplo en todo, la caridad, la vigilancia...

Esta Hermana Superiora necesita la oración y el apoyo de sus Hermanas y tendrá que pedirlo si le hiciera falta.

No actúe sin consejo y consulte a aquellas Hermanas que tie­nen más Espíritu de Dios y que ya han hecho sus votos perpe­tuos.213

Pero la vida fraterna en la comunidad hay que hacerla entre todas, cada día y en cada momento. Desde los orígenes de la

211. Carta LXXXVH.

212. Carta XXXVII.

213. Carta XXIV.

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vida en común, en la primera comunidad de Molante, la oración, el trabajo, las comidas y el descanso son actos comunitarios... las relaciones fraternas están en el centro de la vida de las Her­manas. Han pronunciado los votos en una comunidad, la misión la llevan entre todas. El Padre Fournet vuelve a menudo, con mucha insistencia y realismo a esta dimensión de complementa-riedad para la misión y de amor mutuo, esencial a toda vida cris­tiana y con mayor razón a la vida religiosa:

Vamos, Hermanas mías, puesto que N. S. Jesús es tan bueno para Vds., sean fervientes y fieles a su servicio. Manténganse bien unidas entre Vds., que no se oiga una palabra más alta que otra...

Una comunidad tiene dificultades con los habitantes del lugar a donde ha sido enviada. La instalación mal preparada explica la falta de acogida. El Buen Padre anima a las Hermanas, lo que les ayudará será la fe y el amor fraterno:

Deseo que estén bien unidas y que sean religiosas, religiosas para regular bien su conducta. Saben que la caridad no se ofende por nada, todo lo sufre, todo lo interpreta del lado bueno,214 aflí­janse más por la pena que dan a N S. Jesús, que por todo lo que les puedan decir a Vds. mismas... que no se vea entre Vds. ni mal humor, ni murmuración, ni desobediencia. Ámense, sopórtense, edifíquense, santifíquense.. .2l5

Los momentos felices están señalados y recogidos, para la gloria de Dios, la alegría de las Hermanas y del fundador:

Estoy bien contento de que procuren la gloria de Dios: conti­núen, ámense todas en Dios y como Dios les ama. Edifíquense. Que soportándose mutuamente alejen de Vds. toda palabra dura. Procuren que N. S. Jesús reine en sus corazones y en el de todos sus niños. ¿Permanecen con el Dios Esposo de sus almas? Mantén­ganse en su presencia. Que su vida se transparente en Vds. Las bendigo a las tres...216

Las dificultades de relación no se esconden. La realidad coti­diana está siempre presente con sus confrontaciones y sus imprevistos. El cansancio y los fracasos pueden aflorar, el mal

214. San Pablo a los Efesios.

215. Carta XXIII.

216. Carta XCV.

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humor, estallar... pero en medio de todo eso, hay que mantener la vida fraterna. El fundador ha escrito en las Constituciones como punto esencial:

La caridad debe unir a todos los corazones, cada vez que alguna de las Hermanas falte a la caridad con palabras agrias, o con maneras bruscas, tiene que pedir excusas el mismo día, sin sufrir en su corazón el menor descontento, la menor oposición, el mínimo mal humor, reparando su falta, humillándose, sin confiar su pena más que a Dios y a su superiora.217

Y porque al mismo tiempo, es una gracia de Dios vivir en comunidad, ayudadas por la oración, por el ejemplo, por el amor de las otras religiosas que necesitarán en otro momento la ayuda de las demás, puede escribir a Sor Ráphaél:

Sí, Hermana mía, el Señor le ha mandado a Sor Perpetué para su santificación. Imítela.

Tiene la dicha de vivir con dos almas justas, sean pues bien generosas para reformarse y ser religiosas, religiosas.218

No necesito recomendarles que se amen, que se soporten, que se ayuden y que no se escandalicen las unas a las otras.

El Buen Padre que ha tenido que definirse como hermano en la correspondencia con las religiosas, ha encontrado una fór­mula que marcará a las Hijas de la Cruz, dando peso al título de "Hermana". Sor Barbe es la feliz destinataria de esta carta en la que el Buen Padre encuentra, a través de palabras muy sencillas lo esencial de lo que se puede decir sobre la vida fraterna:

Presten atención a su nombre de Hermana que basta por sí solo para que no haya nunca ni la mínima desunión entre Vds.219

217. Primeras Constituciones, Art XV. 218. Carta VI. 219. Carta CLI.

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Capítulo 11

"Esta congregación viene de Dios..."

" . . . y procurará la gloria de Dios. . . "

A tres leguas de La Puye, se levanta Chauvigny sobre la orilla derecha de la Vienne, con la imponente mole de sus castillos medievales. Es un paso obligado para todo viajero que viene del Este del departamento de la Vienne, y desea llegar a Poitiers. En efecto, la barcaza que se ha instalado allí, es el único medio para franquear el río Vienne de una manera segura, a no ser que se alargue el recorrido tomando el puente de piedra de Chátelle-rault, cinco leguas al norte.

En el otro sentido, viniendo de Poitiers, a seis leguas al Oeste, un cochero asegura una especie de transporte público hasta la cabeza de cantón que es Chauvigny. Desde allí, las carretas y carricoches no tienen más remedio que lanzarse por caminos arriesgados, verdaderos pantanos en invierno, que unen Chauvigny con La Puye.

Los frecuentes desplazamientos de Sor Isabel y de las otras Hermanas que salen de La Puye o llegan para los ejercicios espi­rituales u otras necesidades, han hecho de Chauvigny una ciu­dad etapa para las Hijas de la Cruz El relevo es la Casa Parro­quial de la parroquia de San Pedro. Cuántas veces, durante esta época se les ha acogido y han reparado fuerzas en esta Casa Parroquial.

El párroco decano de Chauvigny, el Padre Taury, es también superior eclesiástico del Párroco de La Puye. El Buen Padre Fournet aún teniendo el título de Vicario General y no siendo párroco, es sensible a las relaciones que se dan entre los sacer-

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dotes en un decanato y tiene gran consideración para el Padre Taury.

Éste último ha obtenido una comunidad de Hijas de la Cruz para Vivonne, su pueblo natal, a dos leguas al sur de Poitiers. Ha invertido muchos de sus bienes en la preparación y la instala­ción de esta comunidad. Para el fundador y el párroco decano, fue ésta la ocasión de relaciones que hizo que se conocieran más y se apreciaran.

Antes de ser decano de Chauvigny, el Padre LouisTaury fue profesor en el seminario de Poitiers y ayudó a la formación de "los niños del Buen Padre", otro lazo de unión entre los dos sacerdotes. El Buen Padre invitó al Padre Taury a ir regular­mente a La Puye para dar conferencias a las Hermanas.

En octubre de 1831, el Buen Padre, cuya salud se va deterio­rando, pide al Padre Taury que le acompañe para los retiros espirituales que va a dar en la región de Orléans. Desde allí se dirigirán a París. Una carta de Sor Isabel señala en seguida que -el Buen Padre y el Padre Taury que estaban ausentes, acaban de llegar" y concreta, "a La Puye".

Evidentemente, el Padre Fournet piensa en el Padre Taury para sucederle en el cargo de Superior de la Congregación. Cuando le escriba oficialmente la carta siguiente, sin fecha, pero que seguramente era durante el verano de 1832, no le coge des­prevenido.

Se han dado ya algunos pasos en el obispado. La carta deja ver el estado de ánimo del fundador. Señor y buen Pastor-Monseñor le va a escribir para pedirle que vaya a tratar con él

nuestro importante asunto. Le ruego que no ponga obstáculo a su petición. No deseo más que dos cosas: morir en el amor de Dios y verle mi sucesor.

Temo haber importunado a Monseñor, escribiéndole denia siado a menudo sobre este tema; sin embargo me atrevo todavía a escribirle y le voy a mandar a Vd. la carta y si Su Ilustrísima Ir nombra coadjutor con la seguridad de ser superior general, no le enseñe mi carta; si por el contrario, no le nombrara más que visi tador, le enseña mi carta.

Deseaba ir a visitarle para pedirle que no rechace la cruz de nuestra administración. La Superiora Isabel ha ido al obispado pura

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pedir a Su Ilustrísima que le nombre a Vd.; todos lo deseamos, y sobre todo el que tiene el honor de ser, con respeto y abnegación, mi querido sucesor, su muy humilde y muy obediente servidor.

Fournet, sacerdote.

Está claro que el Buen Padre desea que se le descargue com­pletamente de su función. El Padre Taury que le acompaña en sus desplazamientos, ejerce ya la función de visitador de las Hermanas, sin tener el título. Pero el Buen Padre no puede estar satisfecho con esta situación. Insiste ante el obispado y obtiene una respuesta de Monseñor de Bouillé y saca la conclusión, de que puede dejar completamente su cargo.

De allí, esta carta del 7 de noviembre de 1832:220 Al Padre Taury, párroco de Saint Pierre, en Chauvigny. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo

Muy querido y buen Pastor-Puesto que mis viejos años no me permiten ir por el mal

tiempo a comunicarle de viva voz la respuesta del Señor Obispo, a la petición que yo le hice, respecto a que Vd. sea mi sucesor, se lo voy a comunicar por escrito.

Mi vejez paraliza singularmente el éxito de nuestra Congrega­ción, de los viajes que hay que hacer, de una correspondencia que hay que mantener, abusos que hay que reformar, etc, etc.. Esta tarea supera mis fuerzas. Esta Congregación es la obra de Dios. Bien organizada y administrada, procurará su gloria. He pedido pues a Monseñor que le nombre Superior General, no rechace, háganos el favor de aceptarlo.

Si quiere mantener su parroquia, podrá conservarla y el Señor Petit221 le reemplazará. Lo que yo le ofrezco, es la porción de los apóstoles: la Cruz. Sabe que esta gran luz que brilla en las tinie­blas, conduce al cielo, no la rehuse. La divina Providencia ha manifestado ya sus designios preservándole del peligro de altos puestos que podía y debía realmente ocupar y bendiciendo los ser-

220. Las cartas del p a d r e Fournet al Padre Taury relativas a su nombramiento están en los Archivos de La Puye . 221. El Señor Petit es e n ese momento capellán de la comunidad de La Puye. Cercano al Buen Padre, le ayuda especialmente para la correspondencia.

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vicios que se ha dignado prestar a las pobres Hijas de la Cruz. Diga pues Fíat. Yo haré en La Puye lo que pueda.

Todos los gastos que se originen serán a expensas de la Con­gregación. Monseñor da 400 fr. que Vd. cobrará mientras el Gobierno incluya en su presupuesto al clero.

Por el amor de Dios, no diga que no. Escríbame y dígame si puedo llevarle su nombramiento, confiando en su aceptación, la semana que viene. El mal tiempo no me detendrá, pues no deseo nada con más ardor que el placer de ver que Vd. es mi sucesor. Moriré contento si me concede este consuelo.

Mi respeto, mi agradecimiento, y mi afecto para Vd., no termi­narán más que con su abnegado servidor.

Fournet, sacerdote. Alabado sea N. S. Jesús.

El nombramiento del Padre Taury es ahora oficial, pero su desplazamiento no podrá llevarse a cabo hasta que tenga un sacerdote para reemplazarlo en Chauvigny. Entre tanto, conti­núa ayudando al Buen Padre en la comunidad de La Puye y en algunos de sus desplazamientos. Se nota que el Buen Padre desea vivamente la llegada definitiva del Padre a la Puye. Al mismo tiempo, es consciente de lo que va a suponer para la parroquia de Saint-Pierre de Chauvigny la falta de su pastor. Recuerda sin embargo que siempre es la dimensión espiritual la principal en todos los asuntos y situaciones:

Muy amable y querido superior:

Acabo de recibir una carta del Señor Obispo en la que me dice que él se va a ocupar de procurarle un sucesor, para que en enero pueda coronar nuestros deseos. No estaría demás que utilizase los medios permitidos para que su sucesor fuera un hombre de Dios, capaz de reemplazar por su piedad y el don de la palabra, el défi­cit que va a afligir a Chauvigny.

Me abstengo de ir a verle, para preservarme de las maldicio­nes que su cambio ocasionaría. Estamos mirando un lugar para alojarle lo menos mal posible... venga a verlo cuando pueda. Nos unimos de corazón para verle vivir en N. S. Jesús y amarnos en Dios, en La Puye más que en ninguna parte.

Vuestro abnegado servidor,

Fournet, sacerdote.

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Es normal que la circular que anuncia a la Congregación el nuevo nombramiento del Padre Taury como coadjutor del Buen Padre, esté escrita por la Bonne Soeur222

La Puye, 18 de enero de 1833

Muy queridas Hermanas:

Nuestro Buen Padre Superior General, preocupado por toda la Congre­gación, deseaba desde hace mucho tiempo, consolar con más frecuencia, a las Hermanas enviadas a las parroquias, y darles consejos útiles, que les ayudasen en las funciones tan importantes, para la misión religiosa que ellas desempeñan. Tenemos que agradecer hoy a la Divina Providencia haber secundado misericordiosamente los pensamientos y los deseos de nuestro Venerable Superior. A petición suya, el Señor Obispo de Poitiers se ha dig­nado designarle como vicario o coadjutor, al Padre Taury cuya ciencia y vir­tud lo han ensalzado y colocado tan alto en la estima de todos los que le conocen.

Este acontecimiento es importante y muy interesante para nuestra Congregación... una prenda más de la benevolente protección del Señor Obispo y del celo ardiente y claro de nuestro Venerable Superior para todas nosotras.

Se unirán pues a las intenciones del Padre y a las mías; cuando el Padre Taury las visite en sus parroquias, le recibirán como su representante y le rendirán obediencia y confiarán completamente en él. Debido a su edad, el Padre, no puede hacer largos y frecuentes viajes, aunque goza de una salud perfecta y conserva toda su autoridad entre nosotras y es completamente feliz de tener un eclesiástico tan digno que le represente. Además, la mayor parte de Vds. se ha confiado ya a él.

No dudo tampoco de que ésta haya sido la mejor elección que haya podido hacerse para nuestra Congregación, ni de que estén todas dispuestas a recibirle con gratitud. Bendiciendo al Señor de quien viene todo don per­fecto, reciban, mis queridas Hermanas, mi más sincero afecto

Sor Isabel.

En esta circular, Sor Isabel quiere tranquilizar a las Hermanas en cuanto a la salud del Padre, que sin embargo es mediocre. Un mes más tarde, el 23 de febrero, la inquietud asoma cuando escribe a una Hermana: "La salud del Buen Padre nos preocupa, su estómago no realiza sus funciones; no puede alimentarse y se debilita más

222. Es la única circular dirigida a todas las Hermanas y que esté impresa en Poitiers.

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cada día. Recen y hagan rezar por él y ofrezcan la santa misa." Y añade: "El Padre Taury acaba de llegar".

En efecto, el Padre Taury tendría que haber venido a insta­larse a La Puye, a finales de enero de 1833, sin embargo, no ha salido de Chauvigny, cuando debe ya marchar para consolidar la fundación de las Hijas de la Cruz de Fontenay le Comte. ¿Quizá sea a causa de los desplazamientos tan peligrosos entre Cha-vigny y la Puye durante el invierno, que el Buen Padre no puede ver al Padre Taury antes de su viaje? Le escribe con toda senci­llez lo que le parece esencial para una mejor marcha del estable­cimiento que va a visitar:

Querido hermano:

Estoy de acuerdo en que vale más que marche de Chauvigny, aunque me cuesta no poder decirle de viva voz que le estimo, sobre todo cuando está dispuesto a hacer este viaje... Tendría que decirle muchas cosas con relación al mismo. Me limitaré pues, a lo estricto necesario.

En este estricto necesario, las relaciones con los "fundadores" del establecimiento y con el párroco de la parroquia, son pri­mordiales. Lo mismo que los consejos a la Hermana Superiora para ganar la confianza de sus Hermanas por la vía de la dulzura.

Para ponerle más al tanto, le confiamos las cartas que hemos recibido; puede hacer el uso que juzgue oportuno.

Si ve a las Hermanas de Rouillé y de Nieul, les dice que la Her­mana St. Léon está mal y sin esperanza y diga al Sr. Párroco que no les haga trabajar demasiado barriendo y encerando su iglesia. Perfeccione en todas el espíritu religioso. Por lo demás, confío todo a su prudencia.

Si fuera necesario que esté en su parroquia el domingo, puede dejar algo sin hacer en las otras comunidades. Digo a Monseñor que Vd. le hablará de este viaje. Ya nos escribirá si hay que ir a su parroquia el domingo de carnaval y a qué hora.

Todo suyo y para siempre. Su abnegado servidor. Fournet, sacerdote.

Saludos y bendición a todas las Hermanas.

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Siguen noticias fraternas que hay que comunicar a las dife­rentes comunidades que el Padre Taury va a tener, quizá, la oportunidad de encontrar durante su viaje.

Las visitas de los superiores de la Congregación, a las Her­manas en las parroquias, no habían podido hacerse regular­mente durante estos últimos años. Fundaciones urgentes, nume­rosas y alejadas de la Casa Madre llevaban el tiempo y las fuerzas de la fundadora. Las dificultades de los desplazamientos en esta época, las turbulencias políticas de 1830, las dificultades económicas para los viajes, la mala salud de algunas Hermanas que obligaban a muchos cambios, y tantos elementos no habían permitido hacer las visitas según las normas de la Regla...

Inmediatamente después de su nombramiento, antes incluso de estar instalado en La Puye, el Padre Taury va a emprender solo o a veces con Sor Isabel, la vuelta a Francia, por las comuni­dades de las Hijas de la Cruz. Así visitan la región de París en marzo y Sor Isabel escribe de París el 14: "el Padre Taury ha ido a Valenciennes a visitar una comunidad donde yo no he estado desde hace seis o siete años."

En mayo, dice a una Hermana que le escribe: "El buen Padre está en Poitiers para el retiro del seminario" y algunos días más tarde: "El Buen Padre no ha vuelto todavía."

El 5 de jun io a Sor Mar the, la Superiora de Igon: "El Padre Taury irá a visitarlas, no sé si será antes o después del retiro..."

"Les seré más útil en el cielo" La llegada del Padre Taury y su asignación oficial de coadju­

tor del Buen Padre, va a transformar su manera de sentir la res­ponsabilidad en la Congregación. Dice y repite que su misión es la de prepararse para pasar a la eternidad, desde donde podrá ayudar a las Hermanas en su vida espiritual y en su misión, mejor de lo que puede hacerlo en adelante aquí abajo.

Cuántas veces, cuando las miserias de la edad se dejaban sentir con más intensidad y las Hermanas rezaban para pedir al cielo el restablecimiento de su salud, decía: No recen al Buen Dios para que prolongue mis días en la tierra, les seré mucho más útil en el cielo. O, con su humor habitual, haciendo alusión a los

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pesados rosarios que las Hermanas rezaban por él decía: ¿Cómo haré yo para salir de este mundo? Estoy encadenado a él con los rosarios de las Hermanas.223

Sin embargo, es evidente que el cielo será dentro de poco, su morada.

Desde el invierno de 1830, se veía a la fundadora muy preo­cupada por la salud del Padre: "El Buen Padre está bien, a pesar de todo, pero temo siempre que eso no dure mucho tiempo. Es un dolor que me persigue por todas partes."224

Y Sor Isabel lleva consigo una preocupación: ¿Cómo transmi­tir a las generaciones futuras de Hermanas e incluso a las que no pueden venir a La Puye, la imagen del Buen Padre? Se puede describir su estatura mediocre, sus cabellos blancos que él deja bastantes largos, al estilo del siglo anterior, su rostro profunda­mente surcado, esculpido por su delgadez y las miserias de la edad y tan blanco... Sin embargo, la vivacidad de la mirada a pesar de sus ojos siempre doloridos y hundidos, la sonrisa que aflora... Eso no basta a Sor Isabel, que está bien decidida a encontrar la manera de hacerle un retrato.

La menor evocación de este proyecto al Buen Padre, provoca palabras y gestos que no admiten réplica. Sor Isabel no se da por vencida. Casi consigue, por medio de una estratagema, este cuadro que tanto deseaba transmitir a la posteridad.

Aprovechando de una comida, donde el Buen Padre estaba rodeado de sacerdotes amigos, prolonga una sobremesa con temas edificantes, pide a un artista pintor que se esconda detrás de un biombo que reproduzca rápidamente del natural, los ras­gos característicos del rostro del sacerdote.

En La Puye, el comedor del Buen Padre es muy propicio para una escenificación con el biombo que oculta siempre la segunda puerta exterior para evitar la corriente. El pintor y su caballete estarán bien protegidos de las miradas del fundador, mientras que todos los invitados están al tanto de la embos­cada que le han tendido... Todo va bien hasta que en la conver-

223. Saubat, ob. Cit. 224. Carta a Sor Suzanne el 5 de enero de 1830.

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sación se evoca la frase de Ezequiel "Fode parietem," 225 lo que unido a la realidad, provoca una sonora carcajada en todos. El Buen Padre se acerca al biombo, ve el trabajo esbozado y

indo un puñetazo en medio del lienzo intenta destruir la obra empezada. Sin embargo no la destruye del todo, pues el artista habría dicho al recogerla agujereada: "Me da igual, no se ha tocado el ojo."

Se vuelve a extender el lienzo encolado y se termina el cua­dro a espaldas del Padre Fournet.

Está representado, según las leyes artísticas de la época que favorecían las posturas, sentado en actitud de orar ante su mesa, sobre la que se apilan algunos libros. Ante él un crucifijo de pie y una carpeta de escritorio.

A pesar de la mediocre ejecución del cuadro y de notarse que ha sido desgarrado, retocado y recolado, a pesar de la impresión de oscuridad a primera vista y a pesar de las espesas capas de una inhábil pintura de restauración, este cuadro está vivo. Es verdad que los ojos están llenos de una pizca de luz que denota la bondad y el humor.

Parece ser que el Buen Padre no conoció nunca la existencia de este cuadro terminado, cuyo origen e itinerario no son muy seguros.226

En adelante, el Padre Fournet, que se quedará continua­mente en la casa de La Puye estará, más que nunca, atento a la dimensión espiritual de su misión a través de los consejos y de la correspondencia. Seguirá todavía dando los retiros a las Her­manas en la Casa Madre, hasta que no pueda más.

Hay que destacar al mismo tiempo, la atención concreta que prestaba a la gente pobre que frecuenta los lugares. Para ellos, sea cual sea su estado o su ocupación, abrirá o hará abrir la puerta de su casa e incluso la puerta de su habitación.

225. "Perforen la pared": un agujero en el biombo permitía al pintor ver a su modelo. 226. El cuadro está hoy en el dormitorio del Buen Padre en La Puye. Historia o leyenda, otro cuadro habría sido pintado en el obispado de Orléans, en casa de Mon­señor de Beauregard, en circunstancias parecidas a las aquí descritas: Saubat, ob. Cit, p. 444. El retrato del Padre Fournet al principio de esta obra, sería una reproduc­ción de aquel.

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En mayo de 1833, en la octava de Pentecostés, desea hacer e n Poitiers, el retiro de los que se van a ordenar. Los seminaris­tas jóvenes, ordenados en este período, guardarán el recuerdo de este sacerdote anciano, cuyo nombre se conoce, pero que se le ve raramente ahora, en la ciudad episcopal.

Está pues allí sentado en primera fila con los que hacen el retiro, para oír mejor las instrucciones. Pequeño y delgado, encogido en el banco, con sus cabellos blancos, sus ojos cerra­dos se animarán cuando entable alguna conversación con otros. A pesar de los meticulosos cuidados de las Hermanas, la sotana e s tá un poco ajada y los zapatos son toscos. Los otros, los nue­vos, han debido tomar el camino de alguna casa más que modesta...

Habituado a dormir poco se le encuentra cada mañana arro­dillado en el suelo ante la puerta de la capilla, esperando a que la abran. Ha escogido como confesor a un sacerdote de veinti­séis años que le acompañará también espiritualmente durante el retiro: "Fui testigo entonces, de la sencillez y humildad con que el siervo de Dios se confundía con los seminaristas, no sola­mente en la iglesia, sino también en los recreos. Nos emocio­naba su piedad y sus postraciones ante el Santísimo Sacra­mento. Se decía entonces que el siervo de Dios había querido asistir a este retiro para prepararse a la muerte."227

En medio de estos jóvenes que están en vísperas de recibir las órdenes, revisa su vida de sacerdote en la que entró por pura gracia de Dios y cuyo camino de recovecos imprevisibles, se ha estirado, alargado, bajo el sol de la misericordia y de la caridad.

En efecto, ¡Qué camino recorrido, desde la ordenación del joven sacerdote en Poitiers, en 1776...la alegría de su madre... el sermón de Haims... y de los que le valían los cumplidos de la buena sociedad de Saint Pierre de Maillé... la vida confortable del párroco instalado... el óbolo negado y el abismo vislum­brado.!

Y todos esos cambios en la sociedad y en la Iglesia...Quizás ahora no le parecen más que espuma con relación al gran cam-

227. Proceso inf. 27-66.

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bio que es la transformación y maduración de un ser humano en las manos de Dios.

Bien largo sin embargo es el camino simple y rudo de la fe vivida día tras día, cuando lo esencial aparece con una evidencia tal, que hay que hacerlo... cuando Dios llama tan fuerte al cora­zón, por medio de los acontecimientos: los hermanos, los pobres... cuando su presencia y su voluntad parecen ser las úni­cas realidades que valga la pena detenerse a considerar. Nuestro Señor Jesús del Pesebre, de la Cruz y del Altar, único incondicio­nal de su vida.

Después de una nueva indisposición que inquieta más toda­vía a Sor Isabel, lo encontramos en Poitiers para el retiro ecle­siástico de agosto. Ese verano, el calor es excesivo. El Buen Padre soporta mal el calor. Sor Isabel se ha ingeniado para que esté siempre acompañado por el Padre Merigot, capellán de La Puye, que hace también este retiro. El Buen Padre acepta la pre­sencia de su acompañante, pero una vez que llega a Poitiers, se olvida completamente de las consignas de prudencia de la fun­dadora.

Como en el mes de mayo, se dirigirá para la confesión a un jovencísimo sacerdote el cual se quedará conmovido por su sen­cillez y su humildad.

En la asamblea, es uno de los mayores. La gran sencillez citada y el buen humor de su conversación, hacen que se fijen en él durante los recreos. ¿No es éste uno de esos valientes ancianos, raros ahora, que han vivido, hace cuarenta años los peligrosos tiempos de la Revolución?

Él sin embargo sigue este retiro como una preparación directa a su encuentro con Dios. Allá a los que toque remediarlo, habría dicho, poniendo su índice en el pecho, después de una conferencia en la que el predicador había insistido en la tibieza de la vida de algunos sacerdotes.

Una vez terminado el retiro, el Padre se queda en Poitiers para las visitas habituales, pero que adivina que serán las últi­mas, a los miembros de su familia, especialmente a sus sobrinas nietas, educadas en la Unión Cristiana. Visita también a los

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Chocquin, a los Nicolás y a los amigos sacerdotes retenidos allí por su edad o su enfermedad.

Como cada vez que va a la ciudad episcopal, se empeña en ir al gran Hospital, Hotel Dieu, que regentan las Hijas de la Sabidu­ría. Se detiene junto a la cama de los enfermos, les dice una pala­bra cariñosa y recita una oración. Le presentan a los niños que viven allí, pequeños huérfanos y enfermos. Entonces los reúne muy cerca de él y con un gesto muy propio suyo, se arrodilla en medio de ellos, a su altura, los rodea con sus brazos en cruz y reza con ellos. Enfermos, niños, pobres, otras tantas facetas del rostro de Jesucristo que reconoce por instinto.

Pide que antes de volver a La Puye, le lleven a la comunidad de las Hijas de la Cruz implantada en Migné Auxances desde 1826. La aparición de la Cruz durante la misión de 1827 le había impresionado mucho como, por otra parte, al resto de la dióce­sis. A partir de entonces, venir a Migné Auxances constituía para él, cada año, una peregrinación importante.

Sin embargo cuentan con él para el retiro de las Hermanas, en La Puye, en septiembre,

Ha estado tantas veces débil y después, llegado el momento, sostenido por la gracia de Dios, ha llegado hasta el final... Una vez más, Sor Isabel pone al corriente al Padre Taury de una situación inquietante.

"...Han llegado Hermanas de todas partes: de Saumur, de Chinon, de Bayonne, e t c . etc. . tendrían que empezar el retiro; he hablado con el Padre. No parece estar dispuesto y da para ello buenas razones, dice que no está muy fuerte; aduce que no está restablecido. Lo vemos todos, no puede alimentarse. Ayer me dijo que podría dar una charla de Bellecius; en estas estamos y no sabemos cómo resultará."

Pero dos semanas más tarde, el tono de las cartas es muy diferente, escribe al Padre Taury que está en la periferia de París.

"... Teníamos por lo menos treinta Hermanas en retiro. Todo ha ido muy bien y esta mañana han hecho la comunión general. No podía creer que el Buen Padre hubiese llegado hasta el final; pero los últimos días parecía más fuerte que al empezar. Daba tres charlas al día, y el resto del tiempo, confe­saba incluso al terminar de comer y los últimos días, desde las seis de la mañana. Todas las hermanas se marcharon el martes."

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La correspondencia de Sor Isabel al Padre Taury durante el invierno de 1833-34, evoca de una manera casi permanente, la salud del Buen Padre, unas veces hablará de un estado precario, otras de una mejoría.

Sin embargo, el invierno de 1833-34 es muy suave. En ade­lante, descargado de la preocupación de seguir los viajes, el Buen Padre continúa llevando una vida casi idéntica a la de los años precedentes. El consuelo que supone para él compartir la misión con el Padre Taury contribuye a este equilibrio que parece haber encontrado.

Las largas horas pasadas en el confesonario y en la iglesia fría son penosas; sin embargo las sigue haciendo pero ya no da más conferencias a toda la comunidad. La misa que cada mañana, celebra para la comunidad de La Puye, es el momento para decir a las Hermanas algunas palabras sobre el evangelio.

Pronto llegará una orden del obispado prohibiéndole las sesiones de confesonario que suponen para él un esfuerzo con­siderable. Mandará a sus penitentas una a una a los otros confe­sores y no podrá acompañarlas ya en adelante, en su camino espiritual, a lo que había consagrado tanto tiempo durante toda su vida.

"Si conociesen el don de Dios..." Por el contrario, le queda la relación epistolar que manten­

drá hasta el final. Está bien comprometida sin embargo, a causa de esa pluma temblona que tan difícilmente avanza por el papel, y esos ojos agotados.. . A veces, pide ayuda a su secretario, pero en cuanto puede, vuelve a tomar la pluma,228 y eso hasta sus últimos días. Insiste sobre todo en escribir él mismo la dirección.

Las cartas de este período están marcadas de un tal vigor que se ve claro que el estado de sus facultades intelectuales, no

228. M. Petit data escrupulosamente la carta, lo que el Buen Padre hace muy rara­mente.

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ha disminuido en nada, y que está en constante relación de cora­zón y de espíritu con el Señor y puede continuar a través de sus escritos, fruto de tantos esfuerzos, la misión de consejero espiri­tual, que sigue siendo la suya.

En otro tiempo, asistía a menudo, el domingo por la tarde, al recreo de las Hermanas. Su presencia se ha ido espaciando mucho... hasta llegar a ser casi inexistente. Sin embargo, esta noche, viene ayudado por Sor Saint-Martin. Ríe con las Herma­nas, gasta bromas, llevando siempre el tema de conversación a las verdades de la fe. Es visiblemente feliz: Queridas Hermanas, soy tan feliz de encontrarme junto a Vds. que esto me reanima.229

Vive la Semana Santa atento a los misterios de la Pasión y de la Cruz, aunque su estado no le permite tomar la palabra en las celebraciones del triduo santo. Si el día de Pascua no está con la fuerza de los otros años en que su ser entero gozaba con la Resurrección, su paz, su tranquilidad y su gozo interior no son menores.

Sabe que sus días están contados y los pone más que nunca, en las manos de Dios, con toda serenidad.

Algunas líneas de Sor Isabel d icen la s i tuación "No les escribo más que para darles noticias del Buen Padre, que no va mejor. Las fuerzas de su cuerpo disminuyen, pero su cabeza y su alma no pierden un ápice. Está siempre en meditación y dice palabras de fuego."230

El 27 de abril, domingo después de Pascua, celebra la misa por última vez; en adelante le ayudarán a ir a la iglesia para asis­tir, en sobrepelliz, a la misa celebrada por el Padre Petit. Sin embargo, a Sor Isabel se le plantea una grave cuestión... Hacia mediados de mayo, y por la primera vez, algunas religiosas jóve­nes deben pronunciar sus votos perpetuos en Ustaritz. La pre­sencia de Sor Isabel en la ceremonia es indispensable, lo mismo que la del Padre Taury. El Buen Padre lo sabe. Empuja a Sor Isa­bel para que vaya a preparar mejor este acontecimiento impor-

229. Saubat 1925 Tomo II. 230. A Sor Marcelina, seguramente en abril de 1834.

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tante para las futuras profesas y para toda la comunidad. Pero la Bonne Soeur duda. Lo ve decaer de día en día, y la fecha de la ceremonia está muy cercana.

¿Marchar hasta la otra punta de Francia? ¿Quedarse todavía algunos días más para un acontecimiento que se adivina inmi­nente? ¿Qué hacer? Envía un correo urgente a Monseñor Beaure-gard, obispo de Orléans, amigo y consejero desde siempre de Sor Isabel... Éste le responde y le invita a ir y a confiar. Marcha pues, a finales de abril a juntarse con el Padre Taury en Ustaritz.

Algunos días después, recibirá de La Puye esta carta del Buen Padre, dirigida también a Sor Marie Perpetué.

La Puye, 1 de mayo de 1834

Reverendas Hermanas Sor Isabel y Perpetué:

Van a proceder pues a esta ceremonia tan deseada, tan glo­riosa para Dios, tan edificante para el prójimo y tan consoladora para Vds.

Sí, mis queridas Hermanas, esas tiernas víctimas, gracias a sus cuidados, prefieren, inmolándose al Señor, la verdad a la mentira. Son Vds. las que les han dado el ejemplo y les han enseñado que solamente Dios es todo, que la mayor dicha de la criatura es la de ser víctima de la Santísima Trinidad, en unión con N. S. Jesucristo.

¿Qué van a hacer sus profesas? Lo que ha hecho Jesucristo en el Pesebre: Dios mío, no habéis querido los sacrificios que os ofre­cían los hombres, pero me habéis dado un cuerpo y vengo a inmo­larlo por el mundo. Vengo a inmolar mi cuerpo por el voto de cas­tidad, todos los bienes de mi alma por el voto de obediencia y todos los bienes de la fortuna por el voto de pobreza. He ahí lo que se llama hacer acto de adoración y de amor.

¡Ah, Hermanas mías! dilaten sus corazones acordándose que Dios se ha dignado servirse de sus buenos ejemplos para hacer de estas esclavas del mundo, esposas queridas. ¡Ah! ¡Qué motivo, que­ridas hijas, para seguir honrando y haciendo honrar; para propa­gar el estado religioso por todas las partes que puedan!

¡Ah, Hermanas mías! si conociesen el don de Dios que las asocia a las "Radegunda," a las "Teresa," qué digo, a sus

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apóstoles, a su Hijo, para continuar su obra, para hacer conocer, adorar y amar a Dios imitando a Jesucristo...

Sin duda que antes de admitirlas a los votos les han hecho comprender que al dejar todo por Dios se enriquecían de Dios mismo. ¡Qué alegría, qué agradecimiento, qué amor debe tener una pobre criatura que se alia con su Dios mismo! Me falta el papel y las expresiones para devolver los sentimientos que inspira tan gran misericordia de Dios hacia sus criaturas.

Nos unimos a sus oraciones. Nuestra salud va bastante bien. Las bendigo a todas, les saludo en N. S. Jesús y soy su abnegado servidor.

Saludos y bendición de todos al Padre Taury

Se ha encontrado otra carta de ese mismo día, escrita por el padre Petit, dictada por el Buen Padre al Padre Bertrand, párroco de Saint-Romans. Una asombrosa lucidez y una intensa preocupación pastoral sobresalen en esta carta.: aunque el cuerpo del Buen Padre se vaya deshaciendo por una debilidad cada vez mayor, su espíritu está siempre disponible para los asuntos de Dios...

La Puye, 1 de mayo de 1834, Querido Señor y Pastor:

...lo que debe consolarle, mi querido amigo, es que Dios no le pedirá el éxito, sino los cuidados de un caritativo pastor. El siervo inútil del evangelio es arrojado a las tinieblas exteriores por no haber hecho nada. Por la gracia de Dios, no será lo mismo para Vd., puesto que a pesar del abuso que hacen de su ministerio, Vd. se muestra siempre un buen pastor, dispuesto a dar la vida por sus ovejas. Ánimo pues, continúe sembrando, plantando, regando; la cosecha vendrá abundante. Sí, haremos todo lo que dependa de nosotros para procurarle Hermanas.

Pero le aconsejo que pida a Monseñor que le ayude en esta buena obra, y que diga a su madre que haga una colecta entre las almas caritativas, para procurarle Hermanas y un Hermano; es uno de los mejores medios para plantar los gérmenes de la reli­gión en los corazones jóvenes y quitar el germen de la corrupción y de la incredulidad en los corazones pervertidos.

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Encomiende esta obra a la Santísima Virgen y lo conseguirá. Si conociese personalmente a la señora Dupont, a la señorita Dauvi-lliers y a otras personas que hacen buenas obras, podría encontrar grandes recursos para nosotros, en su caridad. Nosotros haremos todos los sacrificios que nos pida.

Si he tardado tanto en escribirle, es porque estoy enfermo desde hace mucho tiempo, sin salir de mi habitación. Rece por mí, para que podamos vernos en el lugar de la paz. Las huérfanas no han olvidado su caridad. La Hermana St. Pardou me decía el otro día: Cuando el Señor Bertrand estaba aquí, no nos faltaba nada de lo que era necesario.

Ayer vi al Señor de Villemort que sostiene todavía que Vd. está donde Dios le quiere; que hará mucho bien allí, que renovará la parroquia. ¡Ah! ¡Qué profecía! Mi querido hermano, ¿qué más le hace falta para llenarle de celo para instruir, edificar, santificar y representar por doquier al Soberano Pastor... ?

Acabamos de perder a Sor Claire, rece por el eterno descanso de su alma. Toda la comunidad y nuestros hermanos sacerdotes, se unen a mí para confirmar el cariño y la respetuosa abnegación con que tengo el honor de ser, su muy humilde y obediente servidor.

Fournet, sacerdote.

El Señor Mérigot acaba de pasar una enfermedad que le ha lle­vado a las puertas de la muerte y que le ha impedido responderle, pero lo hará pronto, pues se encuentra mejor. "231

Estas dos cartas datadas del 1Q de mayo, son las últimas que el Buen Padre envió, tanto la una como la otra están llenas de fuerza espiritual.

El 3 de mayo, fiesta de la Invención de la Santa Cruz, fiesta de la Congregación, se empeña en seguir enteramente el oficio del breviario, pero se ve obligado a interrumpirlo varias veces y no lo consigue más que a fuerza de voluntad.

231. Carta en los Archivos de la Puye.

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El domingo, 4 de mayo, a petición suya lo bajan a la iglesia para asistir a la misa. Está demasiado débil y no puede que­darse; tendrá que reconocerlo y aceptar que lo lleven a su habi­tación.

Allí, en el estrecho paso entre la "Casita" y el lugar de culto recibe como una oleada de calor y de beneficios divinos, la luz del sol de mayo. Y dicen que habría exclamado: ¡Oh, bello sol, si supiéramos apreciar mejor tu belleza! Reacción inesperada, reac­ción impactante, si se tiene en cuenta que la ventana de su habi­tación, donde ha vivido durante tanto tiempo, y que en adelante no dejaría ya, está orientada al norte.

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Capítulo 12

"La caridad de Cristo nos urge..."

"¿...hay que contar...?" Pero su debilidad va en aumento y su fin parece inminente.

Envían un correo urgente a Sor Isabel, que sale precipitada­mente de Vstaritz a Bayonne para tomar la diligencia que la con­ducirá a Poitiers.

En la "Casita "de La Puye, donde el Buen Padre está postrado en cama, reina una atmósfera de tristeza. Sor Saint Martin que le sirve desde hace tantos años observa en él una docilidad que no ha conocido hasta ahora. A los cuidados que le propone, res­ponde con un: Si Vd. quiere, o si es necesario o también: Como quiera. Contrariamente a lo que es su costumbre, acepta lo que le proponen para aliviarle.

Cuando le preguntan si necesita algo, responde invariable­mente: La gracia de Dios. El día de la Ascensión, el 8 de mayo, pide que le lleven la comunión y la recibe con gran serenidad. El Padre Mérigot, capellán de las Hermanas, que le conoce bien y goza de su confianza, desde que viven tan cerca el uno del otro, le pregunta: "Padre, ¿desea algo?, ¿no tiene nada que le in­quiete?"

No, estoy en paz, responde muy claro el Padre.

Sin embargo, hay un momento en que Sor Saint-Martin le encuentra agitado; él le hace una señal. Quiere hablarle y decirle algo importante. Se aproxima y se pone muy cerca, muy atenta a lo que le va a decir. Y es ella quien recibirá el testa-

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mentó vivido del Buen Padre para conservar y transmitir a todas las Hermanas.

Hay que ir a las casas de los pobres a ver si necesitan algo.

Sor Saint-Martin conoce bien desde hace años el desfile coti­diano que se presenta a la puerta de la casa... el Padre también lo conoce. Que esté tranquilo ahora, la acogida a los pobres con­tinuará. Por eso le responde: "Pero, Padre, Vd. sabe bien que si necesitan algo vendrán."

Y la réplica es rápida: No, hija, lo superfluo de lo que tenemos les corresponde y hay

que llevárselo. Atenta, la Hermana le pregunta: "Pero, Padre, ¿cuánto hay

que dar?"

Su voz es débil y agotada, pero la mirada que le acompaña es todavía viva y profunda:

A manos llenas, hija, y sin contar...

Sor Saint-Martin recoge esta escena y este último mensaje del Buen Padre como un tesoro. Lo transmitirá íntegro a sus Her­manas. Viene directo del corazón de su fundador a favor de aquellos que le han enseñado su propio camino, un camino de Evangelio que le ha llevado hacia los pobres y por ellos y con ellos hacia su Señor.

En cuanto a la religiosa, testigo durante años de los gestos y costumbres del fundador, seguirá guardando la caja de hierro en la chimenea de la habitación, para las limosnas y de allí sacará "sin contar" y sin añadir nunca nada.

Y Sor Saint-Martin - o mejor el Buen Padre- seguirá sirviendo a los pobres con el dinero que contenía esta modesta caja. Mila­gro de la fe y de la caridad, las monedas de la caja, durarán hasta que en 1853 cambie la moneda.232

Sin embargo, la noche del 9 al 10 de mayo, llega Sor Isabel apresurada, de Ustaritz y se precipita a su habitación. Con los ojos medio cerrados, parece dormido o en coma. El Padre Méri-

232. Según Rigaud: Vida del Venerable Siervo De Dios, el Buen Padre Andrés Huberto Fournet, Oudin 1885, p. 417.

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got le presenta a la Bonne Soeur y trata de hacerle recuperar el conocimiento. "Padre, la Bonne Soeur está aquí, la Bonne Soeur ha llegado". Pero continúa inconsciente. El sacerdote insiste: "La Bonne Soeur está aquí, ha venido." Tras un estremecimiento, el enfermo parece despertarse, los ojos buscan, después la mirada se fija en la más antigua y más amada de sus hijas: ¡Ah, la Bonne Soeur! Es mi querida hija, bendito sea Dios. Su rostro se ilumina. Su mano intenta esbozar el gesto de bendición que se ha hecho ya espontáneo. Las lágrimas asoman a los ojos de Isabel: emo­ción, y también ternura entre esos dos seres a quien Dios ha encomendado poner en práctica, con esfuerzo y con dificultad pero con fe y esperanza, una obra común por amor a los herma­nos. Dos vidas cuya complementariedad, alguna vez un poco conflictiva, ha permitido vivir con los pequeños y los pobres, páginas fuertes del Evangelio.

El Buen Padre vuelve a caer en su adormecimiento. En la habitación reina una calma tranquila y una oración confiada. La muerte se aproxima como una entrada apacible en el Reino de la paz, de la certeza encontrada para siempre, como el abandono del hijo a su Padre, actitud que en estos momentos caracteriza la relación de Andrés Huberto a su Señor.

Preguntará una vez más si puede comulgar y parece recobrar un poco de su vitalidad al recibir el pan eucarístico. Después, de nuevo el adormecimiento, preludio de la gran partida.

Nada de temor, se va en paz...

"... el Santo está en el cielo..." Los sacerdotes del decanato se encuentran, providencial­

mente reunidos en La Puye, este martes, 13 de mayo, para la dis­tribución de los santos óleos, y p a r a una conferencia eclesiás­tica dada por el Padre Cousseau.233

Durante la mañana de ese día, después de haber exhalado el Padre el último suspiro, y de haberle revestido los sacerdotes presentes con los ornamentos sacerdotales, después que las

233. El Padre Cousseau, profesor del Seminario mayor en aquel momento, será el pri­mer biógrafo del Padre Fournet: Noticia histórica sobre M. A. H. Fournet, Poitiers, 1835. Más tarde será Obispo de Angouléme

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Hermanas hayan venido sollozando a rezar junto al lecho fúne­bre y a tocar con sus rosarios y sus medallas sus manos juntas, ha habido que rendirse a la evidencia de lo que representaba como hombre querido y admirado, capaz de reunir a la Iglesia local.

Sus hermanos sacerdotes rezan de continuo por él. Entre ellos hay jóvenes que él mismo ha bautizado, que han sido sus alumnos y a los que ha acompañado en su vocación.

Pero muy pronto, sacerdotes y Hermanas presentes tienen que ceder el sitio en la habitación, a toda una muchedumbre que la muerte del Buen Padre ha puesto en camino234.

El pequeño patio que hay a la cabecera de la iglesia, se llena de gente, "el Buen Padre ha muerto", "El santo está en el cielo." Las gentes que se han beneficiado de su bondad están deseosas de recibir del que era su Pastor, beneficios de otro orden. Quie­ren tocar su cuerpo con rosarios, medallas, pañuelos, que guar­darán como reliquias.

Decenas y decenas de feligreses que vienen de Maillé, de la Bussiére, de Angles, de Sainte Radegonde y de Lauthiers... otros que vienen de las parroquias de los decanatos de Saint Savin y de Pleumartin, se presentarán también para ver y tocar a su Buen Padre que los conoce tan bien.

Todos lo han visto, conocido, y le han oído hablar de su Dios y de ellos mismos. Todos lo consideran un poco de su familia después de tantos años vividos en estos cantones.

La exposición del cuerpo tendrá que continuar hasta la mañana del funeral, es decir hasta el 16 de mayo, para contentar a los que desean rendirle un último homenaje.

Su muerte reúne en el recuerdo y la oración, y también en la emoción a sacerdotes, religiosas, laicos, a toda la gran familia de Iglesia, ya que en este lugar, él es el Buen Padre.

Se comunica inmediatamente a Monseñor de Bouillé la muerte del que seguía siendo Vicario General y uno de los más antiguos sacerdotes de la diócesis. El Padre Cousseau le

234. Apenas dos horas después de la muerte del Buen Padre, la gente de Saint Pierre de Maillé llegaba a la casa del Padre Andrés.

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pide que el funeral refleje lo que representa para la Iglesia la personalidad del Buen Padre, a través del período que ha vivido y la obra que ha contribuido a llevar a cabo. El obispo accede.

Escribirá en su respuesta: "El cielo se ha enriquecido con un santo más y la tierra ha perdido un modelo de virtudes sacerdo­tales. Bendito sea el nombre del Señor".

El funeral, ese 16 de mayo, estará marcado por la presencia de las Hermanas y de los sacerdotes de los alrededores, en par­ticular la presencia de algunos de esos sacerdotes jóvenes, a los que ha acompañado tan de cerca en su camino al sacerdocio. La misa será cantada por su amigo, el Padre Arnaudeau, Arcipreste de Chátellerault.

La familia del difunto está presente también, sobrinos, sobri­nos nietos, que han venido a recoger de su pariente la más bella herencia que pueda dejarles, un ejemplo vivo de fe y de caridad.

Pero lo más notorio y que nadie dejaría pasar en silencio, es la multitud de gente que llena la iglesia de La Puye y desborda por los alrededores de la casa del Buen Padre. Es la asamblea de los días grandes, de los días de fiesta en que el Buen Padre estaba feliz de reunir a tanta gente para celebrar a Dios. Han venido de nuevo de las parroquias vecinas o más alejadas, las gentes ordinarias del campo y de las aldeas para rezar como cuando les convocaba y llamaba junto a él.

El orador, el Padre Cousseau, centra su homilía en la palabra de Pablo: "La candad de Cristo nos urge" y demuestra cómo ha sido el principio de la caridad quien ha conducido al Padre Four-net durante su larga vida al servicio de Dios y de los pobres.

Los que le escuchan en esta circunstancia, habían sido todos testigos de esta vida, de esta caridad, de este amor particular a los pequeños. Las palabras del orador les recordaban necesaria­mente hechos bien concretos, gestos de caridad, que hacen que Dios esté muy cerca.

La tarde del 16, sale de La Puye una circular a las 83 comuni­dades de las Hijas de la Cruz, establecidas en Francia. La funda­dora les informa del fallecimiento del Buen Padre.

"El que fue nuestro modelo, nuestro guía, nuestro maestro, nuestro Padre, acaba de sernos arrebatado. Ha estado en cama, sobre todo los ocho

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últimos días, durante los cuales se ha ocupado constante y únicamente de Dios; han sido para él días de consumación en el amor.

Después de su muerte, nuestro Buen Padre ha estado expuesto durante cuatro días y los fieles de la Puye y de las parroquias vecinas, han venido constantemente a rezar por él junto a sus venerables restos.

Al morir nos ha dejado por herencia su espíritu de fe y de oración, de mortificación y de caridad.

Todas, mis queridas Hermanas, nos sentiremos, creo yo, urgidas, siendo sus hijas, a ser sus imitadoras y confío en que es ya nuestro protector junto a Dios.

Por el agradecimiento que le debemos, les pido que hagan celebrar cinco misas por él en sus comunidades y cuento mucho con su piedad filial para creer que añadirán oraciones y comuniones fervientes."

Estos días han inscrito en el necrologio de la diócesis de Poi-tiers este texto que muestra cómo se percibía en esta época su rostro espiritual y la dimensión caritativa y apostólica de su vida:

Andrés Huberto Fournet, Fundador y primer Superior General de las Hijas de la Cruz, antes párroco de Saint Píerre de Maillé y después Vicario General del Obispo de Poitiers, sacerdote de eminente piedad que, después de haber sufrido cuatro años en el exilio por la fe, volvió en medio de su rebaño, en el momento en que la persecución resurgía y comenzaba con más furor..., se aplicó enteramente a renovar a los pueblos en la fe, traba­jando sin descanso, predicando la Palabra de Dios, instruyendo y educando al mismo tiempo a jóvenes clérigos, alimentando a los pobres, después de haberse hecho él mismo pobre y haber dejado todos sus bienes para seguir más libremente a Jesucristo.

Sacerdote digno de ser propuesto como modelo a todos los sacerdotes, por su humildad... su oración... su celo... Supo pedir ayuda, a la Congrega­ción de las Hijas de la Cruz, que él instituyó y extendió por varias provincias del reino...

Por fin, cargado de años... llevando siempre en su carne la mortificación de Jesucristo, vivió con alegría la cercanía de su liberación y después de una corta enfermedad y de haberse encomendado a la misericordia de Dios, se durmió en el Señor, en la casa de las Hijas de Cruz de La Puye, el 13 de mayo de 1834, a los 82 años de edad.

En el despacho del Buen Padre, entre algunos pedazos de papel en los que ha garabateado algunas notas más o menos desordenadas, aparece una hoja doble, que contiene un docu-

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mentó particularmente precioso, su testamento espiritual diri­gido a sus hijas, las Hijas de la Cruz.

Este texto se dará a conocer poco a poco a través de circula­res y más tarde en su biografía.235

Mis Reverendas Hermanas: Las dejo y no las volveré a ver más que en la otra vida para

continuar con Vds. adorando, dando gracias, alabando y bendi­ciendo a la Santísima Trinidad por N. S. Jesucristo, en Él y como Él, si es que durante nuestra vida terrestre, en lugar de decir gloria al mundo visible, hemos santificado el nombre de Dios, le hemos dejado reinar en nosotros y hemos hecho su santa voluntad.

Entonces, continuaremos repitiendo sin cesar Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Gloria al Padre que me ha creado a su imagen, que ha creado y conservado el mundo para mí, que me ha adoptado como hijo, que me ha dado a su propio Hijo como víc­tima, para alimento, para jefe, para modelo, para pastor. Gloria al Hijo que se ha dejado crucificar por mí, que me ha alimentado con su carne y sangre, cuando he querido; que me ha librado de mis pasiones, del fuego eterno, de la esclavitud del demonio; que me ha dejado disponer de Él, de sus méritos, de su Corazón, como yo he querido. Gloria al Espíritu Santo que me ha santificado por su gracia, que ha hecho de mi alma un cielo, donde ha establecido su morada, para ser la vida de mi corazón y asistirme en todas mis necesidades.

¡Oh, Hermanas mías! ¡Cómo podemos creer en tanto amor del corazón de Dios para nosotros y no compartir el celo, la sumisión, el amor de los ángeles al servicio del Señor!

La visión intuitiva de la que gozan arrebata su corazón. ¡Oh! Si tuviéramos una fe viva, seríamos ángeles visibles en nuestra manera de honrar a Dios y de reconocer sus beneficios y nuestra dependencia. ¡Oh, Hermanas mías!, la Caridad de N. S. Jesús nos urge, no resistamos más a los encantos de un Dios tan lleno de amor por nosotros.

Las dejo expuestas a grandes peligros, en medio de los más temibles enemigos a los que no temen lo suficiente y de los que a menudo son las víctimas.

235. La primera biografía - Cousseau, 1835 - parece ignorarlo.

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Son religiosas para meditar sobre la eternidad, profundizar las verdades de la religión; meditar los secretos de la sabiduría de Dios, admirar, adorar las perfecciones de Dios y su disipación las hace terrestres, mientras que son espirituales por estado. ¡Oh! No sean de aquí abajo, sino de allá arriba, puesto que reciben la vida del Espíritu Santo, déjense conducir por Él. El mundo pasa y los que lo aman pasarán con él; no amen pues al mundo, ni nada de lo que es del mundo. Si alguien ama el mundo, la caridad del Padre no está en él. A juzgar por el celo que tienen algunas por las cosas de esta vida, diríase que son el objeto principal de su espe­ranza.

Dios había prometido a Abraham la tierra de Palestina, pero el santo Patriarca no buscaba en todo más que el cielo y a menudo, a Vds. no les preocupan más que las cosas terrestres. Entren con frecuencia en Vds. mismas para considerar los deberes de su estado, las consecuencias de la Eternidad, la grandeza de la vida y las virtudes de N. S. Jesucristo.

No hagan nada por rutina, por vanidad, ni por placer; que el amor, la justicia y la soberanía de Dios sean los motivos que las animen en todos sus pensamientos, palabras y acciones. Sin regu­laridad, no hay salvación. Observen pues fielmente, todas las reglas y observancias de su estado. Hagan siempre lo que es más perfecto y prefieran lo que sea más contrario a su inclinación.

Vivan en un gran desasimiento interior de todas las cosas, de manera que su corazón no posea más que a Dios; en sus necesida­des, busquen lo más pobre. Hagan continuamente sacrificios a Dios. Alégrense cuando las humillan, las contrarían o las, despre­cian. Manténganse siempre bajo la dependencia de Dios y estén atentas a su presencia. Imploren sin cesar su auxilio y abandó­nense a menudo a la voluntad de Dios. Velen para que su corazón crezca en el conocimiento de Dios, de Vds. mismas, de sus deberes y de su eternidad. Velen por su exterior, y no pierdan ni un minuto, puesto que tienen que rendir cuentas.

Manténganse continuamente sobre Vds. mismas, para no llevar el crucifijo sin reflexión, y sin imitar al Crucificado...

No se desanimen nunca por sus debilidades y sus caídas... ¿Quieren santificar el nombre de Dios y dejarle reinar en Vds.?

Manténganse atentas a la presencia de la Santísima Trinidad.

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En cuanto al testamento de sus bienes materiales, enumera a los pobres de las distintas localidades, a los que quiere dejar algo...

En el nombre de la Santísima Trinidad, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

Cuando Dios tenga a bien retirarme de este mundo, le ruego por los méritos de mi Señor Jesucristo, que perdone mis pecados y me reciba en su misericordia. Quiero que mi cuerpo sea enterrado en el último lugar del cementerio. Que pongan una cruz pequeña sobre mi tumba, cerca de las cenizas de mi hermana. Que manden celebrar misas lo antes posible, por el eterno descanso de mi alma...

Que den a las familias más pobres de la parroquia de La Puye... a los pobres de Archigny... a los pobres de Maulé... a los pobres de Chauvigny, veinte monedas de cinco céntimos a cada uno.

Doy al hospital de Maulé, para ayudar a terminar la casa empezada, y si no hiciera falta para el hospital, doy a los pobres de Maulé todo lo que me quede y me pertenezca a la hora de mi muerte, a excepción de lo que he dispuesto para cumplir lo enun­ciado más arriba.

Ruego a mis parientes que me perdonen si no les dejo nada, ya saben el uso que he hecho de lo que la Divina Providencia me ha confiado.

Por la gracia de Dios, no lo he malgastado en cosas superfluas. Pido a la divina misericordia que les haga compartir conmigo los méritos de las obras que la gracia me ha concedido hacer con el uso de los dones de su divina Providencia...

La Puye, 29 de diciembre de 1830.

El Buen Padre será inhumado en el cementerio de la comuni­dad cuyo terreno había sido comprado recientemente por Sor Isabel, más tarde lo trasladarán al panteón situado debajo de la capilla que se construirá con ese fin y que será consagrada al año siguiente.

En esta época, la capilla llegó a ser lugar de peregrinaciones para muchas personas que le habían conocido, que le debían agradecimiento y cariño y para aquellos que tenían que pedir algún favor a Dios por su intercesión.

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Capítulo 13

De Buen Padre a San Andrés Huberto Fournet

Una gran calma se ampara de la casa del Buen Padre.

En adelante sólo se habitará la planta baja: el gran comedor donde los sacerdotes continuarán comiendo y el salón que pasará a ser el recibidor de la comunidad.

El primer piso se quedará como estaba, entreteniéndolo las Hermanas y poco a poco será lugar de recuerdos y recogi­miento. Se respetan los muebles del Buen Padre y se guardan allí los objetos y algunas ropas que le han pertenecido. Se guardan allí los ornamentos sacerdotales y sus vasos sagrados y se intenta reunir algunos de sus libros, bien dispersos.

El Buen Padre había dicho a las Hermanas con toda sencillez: les seré más útil en el cielo y ellas se acordaban.

"El santo está en el cielo", habían dicho en el momento de su muerte las gentes sencillas que le habían conocido bien y la voz de los pobres es con mucha frecuencia la voz de Dios.

"El cielo se ha enriquecido con un santo más," había escrito el obispo de Poitiers, testigo de los años de vida sacerdotal de uno de los más antiguos sacerdotes de su diócesis.

Así pues, no es extraño que en el momento de hacer una encuesta sobre la vida de Andrés Huberto Fournet, en vistas a una eventual canonización, se hiciera con bastante rapidez.

En 1854, Monseñor Pie, obispo de Poitiers, organiza esta encuesta y pide los testimonios de personas que hayan cono­cido bien al Buen Padre.

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Todavía son numerosos los que de una manera o de otra han compartido su vida o han sido su prójimo más cercano durante sus últimos años. Hay también otros que aunque jóvenes, han entrado precozmente en su historia.

Entre ellos, sacerdotes como Luis Forget, el monaguillo que después fue su sucesor, o Robert Butaud, todavía párroco de Nalliers, e igualmente Monseñor Cousseau, su primer biógrafo, después obispo de Angouléme, Berthon, párroco de La Puye, Rochemonteix, el Vicario General de Poitiers, amigo y confidente de los últimos años, Taury, su sucesor... y otros.

Algunas Hermanas, entre ellas Sor Saint Martin, tan habi­tuada a las costumbres de caridad del Buen Padre que había lle­gado a ser casi su cómplice, Sor Marthe, a la que él había reci­bido en el pos tu l an tado en aquel los t i empos lejanos de Rochefort, Sor Eugénie, la proveedora de los últimos años en La Puye y tantas otras...236

Gente del campo, campesinos y campesinas, artesanos, testi­gos en su juventud de las carreras pastorales arriesgadas del párroco de Maillé, sacerdote refractario...

Entre los laicos, el rostro particularmente querido de Honoré Forget, un anciano ahora, cochero y sobre todo amigo del Padre Andrés, el compañero de oración, de las fatigas y de sus expan­siones durante los desplazamientos...

Han venido a declarar bajo juramento, lo que han visto, lo que han percibido de la vida ordinaria y profunda del que ha sido para ellos un signo de Dios.

Otros cuentan solamente lo que les han contado sus padres, lo que la tradición familiar ha conservado como un tesoro que lleva a la confianza y a la oración: La bondad del Padre y su ejemplo en la fe.

Después de este trabajo preparatorio de la diócesis, la causa de Andrés Huberto Fournet se presentará a Roma en 1877, pero el Buen Padre va a tomar en este asunto, como lo había hecho en otros de su vida, caminos inesperados y atípicos.

236. Sor Isabel murió el 26 de agosto de 1838. No pudo participar en ninguna encuesta, pero debió colaborar en la primera biografía del Buen Padre, escrita por el Padre Cousseau en 1835.

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Como consecuencia de incidentes relativos a mutaciones de expertos encargados del dossier, entre ellos el postulador y los abogados, la marcha del proceso hacia la beatificación se retrasa considerablemente e incluso se interrumpe durante algún tiempo.

Pero otras razones más esenciales con relación a la lentitud de los trabajos serán también tenidas en cuenta.

Conciernen éstas a la época que le tocó vivir al Buen Padre. Las Congregaciones Romanas encargadas del proceso, tenían que ver claramente las situaciones por las que tuvieron que pasar los sacerdotes franceses, a finales del siglo XVIII y princi­pios del XIX, a causa de la Revolución Francesa.

Había que examinar muy de cerca los motivos profundos del exilio y de las distintas decisiones de los sacerdotes con rela­ción a la Constitución civil y al Concordato. Lo que había sido oscuro y difícil para la conciencia de tantos pastores, quedaba sujeto al examen y a la reflexión.

Roma tenía que investigar, informarse y necesitaría tiempo. Lo tomaría.

Sin embargo, la vida no espera, y ofrecía ya hechos que lleva­ban la marca del Buen Padre. Sin que la Iglesia le haya todavía reconocido santo, rezan al Buen Padre en privado y él continúa siendo aquel en quien la gente confía, porque han conocido su gran corazón. Y Dios concede gracias a los creyentes que se las piden con fe, por medio de su siervo.

Un florilegio de curaciones se han resaltado durante años, curaciones de niños en particular, concedidas por Dios en la tumba del Padre Fournet o después de haberle invocado. Algu­nas de ellas forman parte del proceso informativo.

Igualmente, durante esos largos decenios en que el proceso de beatificación del Padre parece dormir en el Vaticano, el Señor da a la obra empezada en los Marsillys un desarrollo que el Padre Andrés nunca hubiera soñado. No habían pasado todavía veinticinco años después de su muerte, cuando las Hijas de la Cruz, numerosas en Francia, cruzan las fronteras. Educan a huér­fanos y niños pobres en Italia y en España..

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Muy pronto, las leyes francesas de principios del siglo XX obligarán a las Hermanas de la enseñanza, a salir de Francia y van a América del Norte y del Sur y a varios países de Europa. Allí instruyen a los niños en la religión y las primeras letras y cuidan y curan a los enfermos.

Y cuando al fin, en 1921, reanude Roma el proceso de Beatifi­cación y Canonización, habrán acogido, alimentado e instruido a centenares de niños y habrán cuidado y consolado a muchos enfermos y desventurados, a través de las obras que nacen de la fe sencilla y profunda del Padre Fournet y de su seguimiento a Cristo, que él ha vivido y ha hecho vivir.

Beatificado el 16 de mayo de 1926, el Buen Padre es canonizado el 4 de junio de 1933, bajo el nombre de San Andrés Huberto Fournet.

Siendo el Buen Padre, San Andrés Huberto, un sacerdote de un medio rural y fundador de una congregación religiosa de vida

apostólica, que quería que fuese un signo de Evangelio en medio de gentes de distintas clases, es sin duda alguna un hombre de

su tiempo.

Está marcado por su medio y su cultura. Tiene las sombras y las luces de su época, llena de contradicciones.

Dudó, sufrió, luchó, aceptó y acogió.

Apasionado por Dios y por la vida de la gente, es sacerdote de la Iglesia de Jesucristo, de la Iglesia de siempre...

El testimonio de su vida de fe y de caridad incita a tomar con todas las fuerzas la misión de Evangelio en nuestro comienzo del

siglo XXI, como la tomó en el XIX.

¿En qué está pensando? ¡Apresúrese a venir aquí!, ¡Dios la llama al combate!

Hay niños... enfermos... pobres. El amor de Cristo nos urge,

podría decir todavía, como en los tiempos de la granja de los Marsyllis, como en los tiempos de demasiada gente sin fe y sin

esperanza, como en nuestros tiempos.

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Iría diciéndoselo a las Hijas de la Cruz y a los creyentes con los que ellas caminan, a ese pueblo de Dios al que tanto le gusta ver

reunido y que él ha puesto en marcha. Cree en esta Iglesia de siempre, inventando sin cesar su camino

a la escucha del Espíritu de Jesús.

No le desanima el que sean pocos: Un puñadito de hombres...

Confía en los laicos y en particular en las mujeres, muy santas mujeres en las aldeas,

a las cuales ayuda a comprometerse al servicio del Evangelio.

Conoce la escasez de sacerdotes en todas las parroquias. Cree en las nuevas vocaciones para un anuncio nuevo del

Evangelio en un mundo en evolución.

Suscita una comunidad de vida religiosa: Una asociación de santas mujeres reunidas...

¡Ah! ¡Si conociesen el don de Dios! le gusta repetir a los que les escribe cartas.

No dice de qué don de Dios se trata, él cree en ese don y sabe que puede acceder a él cada día... Lo recibe en el encuentro con

el mendigo, un encuentro tan fuerte, que hace que su vida se transforme.

En adelante, acoge este don cada día, esta gracia que se le ofrece diariamente.

Este don de Dios que es Dios mismo, Dios Trinidad, que no quiere otra cosa que colmar la vida y derramarse como agua viva, hecho amor para las gentes de todos los tiempos y de

todos los lugares.

Este don que es el Evangelio con toda su sencillez y su profundidad, la Palabra que da carne al rostro del que Andrés

Huberto llama con tanto amor, "Nuestro Señor Jesús".

"Lo que hagáis a uno de estos pequeños que son mis hermanos, a Mí me lo hacéis..."

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Índice de materias

Andrés Huberto Fournet Prólogo 9

Capítulo 1 - Andrés Huberto Fournet de Thoiré . . . 11 - Infancia y situación de familia 11 - Colegial, estudiante y... soldado 15 - En el exilio se abre el porvenir 21 - Primeros años de sacerdocio 28

Capítulo 2 - El párroco de Saint Pierre de Maillé .. 35 - En la casa parroquial de Saint Pierre 35 - Visitas a la casa parroquial 37 - Encuentros... Descubrimientos 41 - La gran conmoción: 1789 y siguientes 44

Capítulo 3 - Fournet, sacerdote refractario 53 - España hospitalaria 53 - "No consiguen atraparle." 61 - Luces en la noche 67

Capítulo 4 - Sacerdote de la Iglesia de su tiempo .. 73 - Hacia la paz religiosa 73 - "Que Nuestro Señor Jesús se digne instruirme..." 75

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Page 138: Guillebault, Madeline - San Andres Huberto Fournet

Capítulo 5 - Fundador a pesar suyo 85

- "¿En qué está pensando?" 85 - "El fin de las Hermanas al reunirse..." 91 - Las Constituciones de las Hijas de la Cruz 98 - "Sufrimiento y fecundidad" 106

Capítulo 6 - El Buen Padre en La Puye 113

- El Priorato de La Puye y la "Casita" 113 - El asunto de Issy les Moulineaux 120 - Acompañamiento espiritual de las Hermanas en La Puye. 128 - "Nuestros hermanos, los enfermos" 136

Capítulo 7 - Sacerdote de la Iglesia d iocesana 139

- "¿Dónde se encontrarán ministros...?" 139 - Sacerdote con sus hermanos, los sacerdotes 148 - Sacerdote para un pueblo 155 - Sacerdote con los pobres 162

Capítulo 8 - El Buen Padre, un hombre de relaciones 171

- Visitas a las Hijas de la Cruz 171 - La correspondencia y otros escritos del Buen Padre . . . . 179 - Cartas a algunas Hijas de la Cruz 187

Capítulo 9 - El Superior General de la Congregación. 201

- "... esta pobre Congregación..." 201 - "¿Qué hacen en Ustaritz?" 205 - "El nuevo régimen tendrá que tomar medidas..." 210

Capítulo 10 - La espiritualidad del Buen Padre 221

- El Pesebre, la Cruz, el Altar, la Santísima Trinidad 221 - El Pesebre 222 - La Cruz 226 - El Altar 229

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- "Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo" 232 - "El nombre de Hermana..." 235

Capítulo 11 - "Esta Congregación v iene de Dios...". 239

- "... y procurará la gloria de Dios..." 239 - "Les seré más útil en el cielo." 245 - "Si conociesen el don de Dios..." 251

Capítulo 12 - "La caridad de Cristo nos urge..." 259

- "¿... hay que contaf...?" 259 - "... el Santo está en el cielo..." 261

Capítulo 13 - De Buen Padre a San Andrés Huberto Fournet 269

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