Historia de Abelardo & Eloisa

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Historia de Abelardo y Eloísa - 1 -

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Abelardo & Eloisa: Historia de Amor y Tragedia entre Maestro y Alumna

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  • Historia de Abelardo y Elosa

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    Pedro Abelardo naci en Le Pallet, Bretaa en el ao 1079, en Palis, pueblo de

    Francia, de corta consideracin, de familia distinguida. Su educacin fue

    correspondiente a su calidad. Pasados los aos de la niez, su padre Berenguer

    le quiso destinar a las armas, mas su madre Luca se opuso a ello. Aplicse a las

    bellas letras con tanta ventaja, que en breve tiempo accedi a sus maestros. Su

    talento fue universal; aprendi latn, griego y hebreo; se hizo grande orador,

    excelente filosofo, telogo y jurisconsulto. El deseo de conocer a los ms

    famosos literatos de la poca, le llevo a Paris contra la voluntad de sus padres.

    En aquella capital hizo grandes adelantamiento, que le acarrearon muchos

    mulos y enemigos. El excesivo ardor al estudio, debilit su salud, obligndole a

    tomar los aires nativos. Recobrado ya, volvi a pars y all se dedico de nuevo

    en la enseanza de las Santas Escrituras, para cuyo efecto obtuvo un canonicato

    de aquella catedral, que le obligo a recibir las rdenes menores. Noticioso por

    este tiempo de que otro cannigo llamado Fulberto, tenia consigo una sobrina

    de talento y prendas muy aventajadas, que la fama por todas partes extenda,

    fue a estar con l y suplicarle que le dejara or y hablar a tan clebre seorita.

    Ambala tiernamente el cannigo y hacia con ella oficios de padre (pues era

    hurfana desde su niez), y como si estuviese ufano de la educacin que la haba

    dado, de lo bien aprovechada que haba sido, accedi gustoso a la solicitud de

    tan famoso sujeto. Era, en efecto, la joven Elosa (que as se llamaba) tan

    discreta y entendida, como modesta y hermosa, pareciendo que la Providencia la

    haba enriquecido con todas las dotes y gracias que dan atractivos al sexo

    delicado. Hallbase en la edad de 17 a 18 aos, ya a la mucha hermosura de

    su rostro reuna cualidades de nimo muy revolantes. La vio y hablo Abelardo,

    y quedo absorto y prendado de ella; no sucediendo menos a Elosa, cuyo

    corazn quedo herido de amor hacia un hombre en cuyo rostro brillaban a perfila

    la gallarda y gentileza (sin embargo de tener 22 aos ms que la joven), a par que

    jovial conversacin y dems virtudes que la adornaban Ambos experimentaron

    a un tiempo y en su primera vista los poderosos efectos del amor, y sus

    corazones se sintieron irresistiblemente impelidos a mutua correspondencia.

    Procuro Abelardo ganar y mover la voluntad del cannigo, a que le convidase a

    frecuentar sus visitas, cuyo pensamiento le sali a medida de su gusto;

    conseguido lo cual, ya logro Abelardo medio de enamorarse y apasionarse de

    Elosa ms de lo que convena a su estado eclesistico de que se hallaba

    revestido. En fin, ellos se apasionaron en tal extremo, que el deseo de estar ms

    frecuentemente unidos, movi a Abelardo a proponer al cannigo le admitiese

    por maestro y le diera habitacin en su casa, con pretexto de que fueran mas

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    rpidos los progresos e instruccin de Elosa, cuyo partido no tuvo dificultad en

    admitir Fulberto, con menos precaucin que la que debiera. Los amantes se

    entregaron a sus placeres tan exclusivamente que descuidaron todo lo dems, en

    trminos de hacerse notable a los dems discpulos de Abelardo la negligencia y

    el descuido con que los trataba. Cundi la voz, y pronto el rumor se extendi por

    Paris, que hasta se publicaron canciones, las que llegaron a odos del cannigo, el

    cual encolerizado los separ al punto, despidiendo agriamente al maestro. No

    tardo Elosa en aparecer encinta, lo que descubri la calidad de sus amores. Dio

    esta parte de su situacin a Abelardo, que para salvar la reputacin de su

    amada, dispuso extraerla secretamente de la casa de su to, y conducirla

    disfrazada a casa de una hermana suya en Bretaa, avisada ya de antemano, lo

    que se verific con grande indignacin de Fulberto, que juro vengarse del

    raptor. Entretanto, Elosa dio a luz un nio, que muri a poco de nacer.

    Abelardo compadecido de las pesadumbres que haba ocasionado al cannigo,

    procuro aplacarle por todos los medios de sumisin y respeto, hasta prometerle

    desposarse secretamente con Elosa; palabra que fue aceptada y con seales, al

    parecer, de perfecta reconciliacin. Abelardo corri ansioso a participar esta

    nueva a su amada, creyendo que le sera muy agradable, mas sorprendiese

    cuando Elosa, lejos de regocijarse, desaprob su designio, empleando toda su

    sagacidad para aprtele de su propsito, manifestndole que los cuidados

    domsticos no eran convenientes a un filosofo; que era preferible el amor libre a

    la sujecin del matrimonio, y que apeteca mas ser amiga que esposa suya. No

    poda conseguir Abelardo el desviarla de su opinin; pero al fin ella cedi

    (aunque contra su gusto), a las suplicas e instancias de su amante, cuya palabra

    estaba comprometida; y cuando su desposorio estaba para cumplirse, exclamo

    llena de afliccin: quiera el cielo que este funesto matrimonio no sea ocasin de

    ruina para ente ambos, y que los trabajos que se subsigan no sean mayores que

    el amor que le ha precedido. Llegaron a casa el to, celebrronse las bodas con

    todo sigilo; y verificado se separaron para mas disimulo, quedando Elosa en

    casa del cannigo y yndose Abelardo a servir su ctedra. As paso algn

    tiempo hasta que Fulberto no creyndose bastante satisfecho de su ofensa y

    sediento siempre de venganza, principio por dar mal tratamiento a su sobrina,

    hacindola grandes amenazas, de que ella se quejo a su esposo, quien al instante

    la saco de all para conducirla a la Abada de Argenteuil. Cada vez ms irritado

    Fulberto contra Abelardo, formo y llevo a cabo el proyecto de tomar una

    venganza ruidosa con la que quedasen castigados los dos esposos con un solo

    golpe. Para verificarlo cohecho con dinero a uno de los criados de Abelardo, que

    prometi entregar a su amo la noche que quisiera, con efecto; cinco asesinos

    parientes de Fulberto, se introdujeron una noche en el aposento de Abelardo, y

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    sorprendindole en su lecho le cortaron con una navaja los rganos de la

    propagacin, y huyeron; al ruido y a las voces acudieron gentes, y la justicia,

    informada del atentado horrible, descubri a los cmplices, y algunas sufrieron la

    pena del Talin (se refiere a una pena equivalente sino a una pena idntica, ojo por

    ojo), entre ellos, el criado traidor y el cannigo Fulberto, motor principal d aquel

    delito. Aburrido y avergonzado Abelardo, a penas curado de su herida,

    determino ocultarse en la oscuridad de un claustro, no sin consentimiento de su

    esposa, a quien comunico el referido desastre, exhortndola a seguir su ejemplo,

    despidindose para siempre del mundo engaoso; y Elosa, que le amaba

    entraablemente, quiso hacerse religiosa por complacerle. Abelardo entro de

    religioso en el convento de San Dionisio, oscilando antes de hacer sus votos a

    que Elosa verificase los suyos, porque en medio de su desgracia llego a tener

    celos y a temer que un rival le arrebatase el objeto de sus carios. Elosa

    conoci y sinti esta flaqueza de su amante, y para desvanecer sus sospechas, se

    anticipo a hacer el voto de religiosa. A pocos das profeso Abelardo, y desde

    luego volvi a dedicarse y dar lecciones teolgicas; pero en breve sus hermanos

    religiosos le miraron con odio por las represiones que les daba sobre la

    inobservancia de la regla, cuya comunidad, a fin, le arrojo de su seno bajo

    frvolos pretextos. El amor a la soledad lo empeo a retirarse cerca del Noguen

    sobre el Sena, donde hizo construir un oratorio dedicado al Espritu Santo a quien

    dio por nombre Paracleto, que es como si dijera: consolador. Tambin se le

    acuso de hereja por la dedicacin y nombre de este oratorio, de lo que consigui

    justificarse plenamente; luego despus se fue a vivir a la Abada de San Gildas,

    cuyos monjes le movieron nuevas persecuciones. Tal era su suerte desventurada.

    En medio de estos contratiempos y alternativas, la Providencia le deparo ocasin

    de establecer en su Paracleto una comunidad de religiosas gobernadas por

    Elosa. Mientras que Abelardo se complaca sobremanera en la contemplacin de

    una obra en que tanta parte le cavia, supo que sus enemigos no se descuidaban

    en redoblar sus esfuerzos para quitarle la vida por cualquier medio, lo que le

    preciso a retirarse al Monasterio de Abada Cluny en calidad de sbdito. Desde

    entonces solo pens en dedicarse con todo rigor al cumplimiento de los deberes

    que le impona su estado. Cuando se hallaban entregado solo a la penitencia,

    recibi carta de una amigo que con grandes demostraciones de afliccin le

    noticiaba un acontecimiento muy funesto que acababa de tener, en que haba

    perdi la prenda que mas amaba su corazn; todo a fin de hallar alivio en su

    respuesta y saludables consejos. Crey Abelardo (y no se engaaba) que el

    medio de consolar a un triste era referirle desgracias y pesadumbres mucho mas

    trabajosas y pesadas que las suyas; y as en su respuesta le hizo una menuda

    relacin de los sucesos de su vida y de la de Elosa. Por una extraa casualidad

  • Historia de Abelardo y Elosa

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    llego esta carta a manos de Elosa que mirando en el sobre caracteres tan bien

    conocidos de ella, se sinti arrebatada (como dice en su primera carta) de un

    vehementsimo deseo de saber su contenido. Cada lnea renovaba a sus ojos la

    dulce imagen del dueo que haba perdido. Estas dolorosas ideas, que no pudo

    contener en su interior, la obligaron a desahogarse escribiendo al dolo de su

    amor; esto dio ocasin a la excelente correspondencia que se sigui entre tan

    dignos cuanto malhadados amantes y la cual insertamos a continuacin. No

    tardo en debilitarse la salud de Abelardo, y caer en su ltima enfermedad, que

    le hizo pagar el tributo comn a la naturaleza en la edad de 63 aos y 25 de

    religioso. Su cuerpo fue depositado en el Paracleto a instancia de Elosa y

    diligencia del Abada de Cluny, Pedro el Venerable. Elosa sobrevivi 22 aos a

    su amante habiendo en todo este tiempo sido ejemplo de penitencia y virtud de

    su sbditas que llenaron su prdida. Despus del fallecimiento de Elosa (ao

    1164), se unieron ambos cadveres, que todava se conservan y manifiestan a

    curiosos y viajeros.

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    CINCO

    CARTAS

    Correspondencias entre

    Abelardo y Elosa

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    CARTA #1

    Elosa a Abelardo

    Hace algn tiempo que la casualidad me trajo una carta que a un amigo tuyo

    encaminabas. Luego que conoc tu letra, la abr; disculpando mi satisfaccin el exclusivo

    derecho que en mi lisonja creo tener a cuanto a ti pertenece o de ti sale. Pero bien caro

    pago mi curiosidad, y hartas lagrimas me cuesta; que solo halle en ella una

    circunstanciada relacin de nuestros trgicos sucesos. Con movise excesivamente mi

    espritu, y parecime superfluo hablar all (para consolar a tu amigo de alguna pequea

    desgracia) de nuestros infortunios. Qu reflexiones hizo! ya el tiempo borraba en algn

    modo de mi memoria lo acerbo de nuestras penas, y habindolas visto escritas de tu mano,

    la sent en lo ntimo de mi corazn. Representse de nuevo a mi imaginacin cuanto por

    mi haz sufrido; cuantos envidiosos te ha grangeado tu mrito en fin, mi memoria nada

    perdon del amargo recuerdo de nuestras desdichas. La relacin que haces a tu amigo

    est escrita con tanta energa y sencillez, que ha fallado poco al leerla para ahogarme el

    dolor; y hubiera tenido gusto en volvrtela borrada con lgrimas, si hubieran tratado mas

    en arrancarla de mis manos. No dejes por eso de escribirme fielmente cuanto lo suceda

    por triste y doloroso que sea; que si es verdad que las penas comunicadas se alivian,

    refirindome las tuyas te sern menos pesadas. No te sirva de disculpa querer excusar mi

    llanto, porque tu silencio me sera mucho ms costoso an. Acurdate de m; no olvides

    mi ternura ni mi fidelidad; piensa que te amo frenticamente, aunque me esfuerzo

    algunas veces para no amarte. Ms, qu blasfemia! No amante! Esta idea me

    estremece; me siento con deseos de borrarla del papel En fin, concluyo esta carta:

    Abelardo mo, dicindote adis, tu Elosa

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    CARTA #2

    Abelardo a Elosa

    A poder persuadirme que una carta que no se diriga a ti poda caer en tus manos, me

    hubiera guardado de mezclar en ella cosa que pudiera renovar el recuerdo de nuestras

    pasadas delicias. Hablaba con satisfaccin a mi amigo de mis desventuras para que

    comparndolas, se suavizaron las suyas; perdname, si creyendo hacerle mucho bien te he

    causado un grave mal; basta que yo, sin quererlo, te haya hecho sufrir, para padecer

    tambin contigo; porque, creme, Elosa, te amo ms que nunca, y voy a descubrirte mi

    corazn, he ocultado mi pasin despus de mi retiro, al mundo por vanidad y a ti por

    compasin te quera curar con mi lingida indiferencia y excusarte las crueles amarguras

    de un amor sin esperanza. La soledad en que crea hallar un asilo contra ti, deja que

    ocupes sola mi corazn y mi entendimiento; por ms que procuro apartarme de ti, tu

    imagen y mi pasin me sigue sin cesar; nada espero del amor, y no puedo consagrarme a la

    virtud. Elosa, Qu dbiles somos cuando no nos apoyamos sobre la cruz de Jesucristo!

    Los desiertos sin la gracia no apagan los fuegos que se traen a ellos. No me tengas por

    hombre de merito, que no merezco eso elogio; mi flaqueza me anonada. Para aborrecerme

    piensa que he sido el seductor de tu inocencia y que he manchado tu reputacin; no me

    perdones por amor, vlele del cristianismo para olvidar el mal que te he ocasionado. La

    prudencia quiere salvarnos; no nos opongamos a sus designios, Elosa. No me vuelvas a

    escribir; esta carta ser la ltima que yo te escriba; pero en cualquier parte que la muerte

    me coja, mandar que mi cuerpo sea conducido al paracleto. Entonces necesitare de

    oraciones, no de lgrimas llora, hoy me muriere ser ms elocuente que yo; ella te

    enseara que sola una cosa es digna de amor, y que pueda tambin ser amado

    eternamente Abelardo

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    CARTA #3

    Elosa a Abelardo

    En este silencio y triste albergue, de la inocencia venerable asilo donde reina la paz

    sincera y justa en sosegado y placido retiro, y la verdad austera y penitente, sujeta la

    razn el albedro. Qu tempestad, que horror tan impensado vuelve a turbar el corazn

    tranquilo de esta dbil mujer? Qu nueva llama se aviva en lo interior del pecho tibio?

    Quin renueva mi ardor mal apegado? Amor, cruel amor, tu fuego antiguo empieza a

    renacer en mis entraas despus de tantos aos? Qu delirio, infeliz Elosa! Ya

    pensabas haber de amor el fuego sacudido, y aun amas y conservas encubierto de

    engaosa ceniza un fuego vivo; oh Abelardo! Oh placer! Oh dulce nombre! Estos

    rasgos de mi tan conocidos, esta carta, estos tristes caracteres por tan preciosa mano

    dirigidos, cien veces los he visto, y otras tantas, a mi amorosa boca los aplico; si,

    Abelardo, cien veces, y otras tantas, oh Abelardo mi bien! Pero qu digo! y en esta

    soledad, tan tierno nombre me atrevo a pronunciar, y aun a escribirlo? Perdona, Dios

    benigno; a tu allares, inmenso Dios, me postro y sacrificio; tu ley, tu ley, terrible me

    prohbe escribir al esposo ms querido. Ya Elosa obedece tu mandato Pero que en

    vano a resistir me animo! Si el corazn me dita las palabras, Cmo podr la pluma

    resistirlo? Oh triste soledad! Oh horror! Oh claustros! Prisiones infelices del destino!

    Mrmoles insensibles, piedras duras, pues no os puede hablar el dolor mo; yertas cenizas,

    cuyas sombras fras aplacamos con flores y con himnos; quin fuera cual vosotros,

    insensibles! En vano desde el trono Empreo me llama todo un Dios; mi pecho cede de la

    naturaleza el yugo indigno. En vano invoco al cielo en mi socorro; la oracin, las

    plegarias, los cilicios, mi llanto y confusin no son bastantes para aplacar la llama que

    respiro. A penas vieron mis turbados ojos la carta que escribiste a tu amigo, en aquel

    mismo instante, Oh Abelardo! Se renov el dolor de mi martirio. Ac a mis solas te

    contemplo y veo, y a veces me parece que te miro con placentero y halageo rostro, la

    sien ceida de amoroso mirto, gustoso y satisfecho entre mis brazos rendir al dios de amor

    tu sacrificios; otras te miro solitario y triste, cubierto de cadenas y cilicios, plida la

    color, y el rostro hermoso con ayudas y lagrimas marchito en la inquietud del ignorado

    claustro. Ante las aras invocando auxilios all la santa religin, opuesta a nuestro amor

  • Historia de Abelardo y Elosa

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    intenta desunirlo, y cortando cruel con violencia, lazos con tanto amor y tiempo unidos,

    quiere hacer de Abelardo y Elosa dos seres olvidados de s mismos. y podemos, y

    podremos sin desdoro menospreciar lo mismo que quisimos? Abandonar la fe, el amor la

    gloria y el bien con tantas penas adquirido? No, Abelardo, no puede tu Elosa vivir

    indiferente a su destino. Escrbeme, formemos nuevos lazos; yo llorare tus males, t los

    mos; el eco acostumbrado tantas veces a or lamentos de amadores finos, repetir tus

    quejas y las mas. Podrn quitarnos nuestros enemigos hasta el consuelo acaso de

    querernos? Nos privarn aun de este triste alivio? Mis lgrimas son mas; libremente

    regar con ellas puede el suelo frio; mas, Ah! Que tu, Abelardo, t me dices que el llanto

    en que me anego y aniquilo tan solamente se le debe al cielo, al cielo que tenemos

    ofendido. Pero que en vano intentas persuadirme! Todo al perderte lo perd contigo. Al

    contemplar que para m no vives, que no te he de ver ms, que te he perdido a ti solo mis

    lgrimas se deben, por ti yo peno y lloro de continuo. Hazme saber tus maleso tus bienes;

    escrbeme, Abelardo, yo lo pido. El arte de escribir, don de los cielos, el arte encantador y

    seductivo de or, de hablar y de tratar sin verse, un concerni tan dulce y tan activo, sin

    duda fue invencin de dos amantes. El puede hacer pasar un fiel suspiro desde el frio

    Boreas al opuesto Antartos; Qu bien que expresa un sentimiento fino en la agitada

    pluma de su amante la sincera elocuencia del cario! All sin rubor que turbe el alma,

    ostenta amor su placido dominio, y vierte sin rodeos ni apariencia su ardiente llama el

    corazn sencillo. Nuestra unin fue legtima y sincera, los hombres la acusaron de delito,

    y el cielo, el mismo cielo se resiste! Cuando t me ofreciste bajo el nombre sagrado de

    amistad el amor mismo, turbada con tu vista anonadada en el gustoso error de mis

    sentidos, yo misma me buscaba los engaos y preparaba a mi prisin los grillos. Te tuve

    por mi Dios, yo lo confieso; no tuve ms querer, mas albedro que el mover de tus labios

    amoroso. T me pintabas el amor benigno, afable, bien hechor, tierno y humano, con

    esto, de tus labios a los mos la dulce persuasin se introduca. Elosa te amo; sigui e tu

    busca los pasos de amor no permitidos, sin tener de su Dios en aquel tiempo sino la

    sombra de un recuerdo frio. Todo lo ced; mi honor, mi gloria te rend muy gustosa en

    sacrificio. T fuiste m querer, t mi destino, mi anhelo, mi placer, mi Dios, mi todo;

    todo, Abelardo, lo encontr contigo. Cuando tu mano asida con la ma quisiste unir

    nuestros afectos finos con el terrible lazo de himeneo, mi amor, mi mismo amor, lo

    contradijo; Qu intentas, te deca, loco amante? Abelardo, amor no es un delito; Por

  • Historia de Abelardo y Elosa

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    qu pretendes, pues, esclavizarlo a las tiranas leyes del capricho? El naci, pues, libre,

    independiente, Por qu tiranizarlo y oprimirlo? nanse con el lazo de himeneo

    corazones ms bajos o ms tibios, ms no los de Abelardo y Elosa. Al verdadero amor

    nada le altera; ni tiene falsedades ni desvos, imagnate, Abelardo, que un monarca,

    prendado en vano de mis atractivos, y que ostentado con amor rendido su poder, su

    opulencia y su reinado, se le ofrece a mi amor en sacrificio; veras a tu Elosa

    despreciando de tanto bien el aparente brillo, posponer al amor de su Abelardo la

    grandeza, el honor y el reino mismo tu, Abelardo, lo sabes, de mi pecho solo tienes el

    trono y el dominio, solo tu corazn es mi riqueza, la grandeza y los bienes a que aspiro,

    los ttulos que inventa la fortuna solo con risa y menosprecio miro, jactndome de ser tu

    enamorada. Si hay hombre ms tierno, si ms digno que exprese mi pasin con mayor

    fuerza, ese ser Abelardo, el nombre mo. Qu dulce es el amor! Qu lisonjero el ver

    corresponder un fiel cario! Quin ms feliz que dos linos amantes, que en una mutua

    llama consumidos, un mismo pensamiento los anima? Dichoso aquel que ama, y ms

    dichoso aquel que ve su amor correspondido! Dichoso quien amor nunca abandona; que a

    solo amor es dado y concedido el bien de hacer felices a los hombres, sacrifiqumonos al

    amor propicio; as pensaba yo cuando enojada y envidiosa del bien en que nos vimos, una

    mano cruel y temeraria profan, pero basta, Qu delirio! De un golpe nos quitaron los

    placeres; indique mi rubor lo que no digo. Dichoso si el destino que nos rige dejara

    alguna vez de perseguirnos; pero aun otras desgracias nos aguardan de un abismo

    corremos a otro abismo. Acurdate, Abelardo, de aquel da que ante las sacras aras

    ofrecidos, renunciando del mundo y de su pompa victimas del amor entre ambos fuimos.

    Tu mismo con dudosa y dbil mano fuiste del acto fnebre ministro; mis tristes ojos de

    llorar rendidos, baaron con sus lgrimas (en vano) el habito sagrado y los cilicios; el

    cielo mismo oy, no sin espanto, lo votos que uno a otro dirigimos; y la luz que

    alumbraba a los altares lucio con un color triste y sombro. Ven, pues, lumbrera de mis

    tristes ojos; ven, Abelardo, ven; el hado impo no me prive tambin de tu presencia, que es

    el bien postrero que te pido. Ven, y renovaremos los placeres de solo los amantes

    conocidos. De nuestro amor cautivas nuestras almas volvern a sus dulces extravos. Yo

    me abrazo de amor en vivo fuego, otra vez predomina en mis sentidos; djame recostar en

    tu regazo, juntar tus dulces labios con los mos, y unidos con estrecho y tierno lazo

    respirar un amor y un fuego mismo. Qu momentos! Te acuerdas, Abelardo? Qu

  • Historia de Abelardo y Elosa

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    encantos! Qu placeres! Qu delirios! Oh Abelardo! Oh placer! Oh que tormento!

    Placer para Elosa ya perdido! Tiempo pasado ya, recuerdos tristes que aumentan el

    dolor de mi martirio! Pero qu dices, desgraciada monja? No; Abelardo, no escuches mis

    delirios; otros placeres hay, otros contentos; mustrame tu la senda y el camino. Ven, s,

    pero no vengas a quererme; ven a ensearme como buen amigo a postrarme a los pies de

    los altares, a dirigir mis llantos y gemidos, bajo la suave ley de la obediencia al cielo, de

    mis culpas ofendido; ven y piensa a lo menos que las monjas que habitan este lbrego

    recinto un director piadoso necesitan que arregle sus diarios ejercicios. Ellas recogern

    desde tus labios la voz sagrada de un prelado amigo, y bajando con dcil obediencia a su

    suave voz el cuello erguido, se harn ms llevaderos con tu ejemplo la soledad y horror en

    que vivimos. T fundiste esta ley sagrada y veneranda, las vrgenes humildes que la

    siguen claman por un director piadoso a quien con gusto quedaron sometidas. Muvanle,

    pues, sus lgrimas siquiera, que yo en nombre de todas te lo pido. Ms ah! Qu caridad

    tan engaosa! Qu ingenioso es el hombre en su perjuicio yo soy sola, Abelardo, quien te

    llama! Ven, pues, de los amantes el ms fino, de todos los esposos el ms tierno, mi

    padre, mi querer, mi bien, mi amigo; tu apasionada Elosa no, no puede ni aun seguir la

    virtud sino contigo; yo me muero, Abelardo, ven, no tardes, ven a cerrar mis ojos

    oprimidos con el pesado sueo de la muerte; ven y recoge el ltimo suspiro con el postrer

    aliento de mi vida. Y t, cuando el destino ms tardo ponga fin a la tuya, cuando el

    tiempo marchite los preciosos atractivos que tanta pena y lgrimas me cuentan, haz que

    se junte en un sepulcro mismo tu ya velada ceniza con la ma. El mismo amor sobre el

    mrmol frio, grabara por su mano el epitafio, que por si algn curioso peregrino se llega

    ms de cerca a contemplarlo, dir. Aqu yacen dos amantes finos; gurdate, caminante,

    de seguirlos.

  • Historia de Abelardo y Elosa

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    CARTA #4

    Abelardo a Elosa

    Quien pudiera pensar que en tantos aos de penitenta y retirada vida, tanta oracin,

    ayunos, penitencias, despus de tantas lgrimas vertidas, cuando ya el cano hielo de los

    aos va arrugando la tez de mis mejillas, el fuego del amor no se extinguiera Yo tambin

    algn da lo crea ms, Cmo me engaaban! De esta calma, de esta serenidad pura y

    tranquila, que solo cabe en corazones castos, Cuan distantes estamos, Elosa! Jzgalo

    por ti misma; aquesta carta, con tanto ardor y tal pasin escrita, una expresin tan

    tierna y elocuente, amor llevo la pluma al escribirla. Solo amor es capaz de tanto fuego;

    amor dicto las expresiones vivas, bastantes a avivar la llama oculta que en miya tibio

    pecho se esconda. No hay remedio; esta llama abrasadora, cuando en mi dbil corazn

    se abriga, si nmen superior no la combate, si de nuestra misericordia condolida la

    potencia de un Dios no la destruyo, en vano intenta el hombre resistirla. Yo lo s por mi

    mal; no habr recursos de cuantos la razn persuade y dicta, que contra mi amor no llame

    en mi socorro, cilicios, oraciones, disciplinas, nada basta; su fuego irresistible es de

    naturaleza tan maligna, que cuantos ms obstculos le pongo mas con la oposicin crece

    y se aviva. Las flores que hermosean la ribera mil graduaciones de color varan; all una

    fresca y encarnada rosa sus colores suavsimos respira. Mas all un tornasol enamorado

    a los rayos del sol su faz inclina; una vana azucena en otra parte ostenta su bizarra

    lozana; nasa de eso es hermoso ni agradable, exclama mi pasin enfurecida. Ms bella

    es Elosa, ms hermosa, ms puro el color de sus mejillas que la derecha y cndida

    azucena. El mismo sol que las influye y cra, si con sus bellos ojos se compara, menos

    hermoso y ms oscuro brilla. Una calle formada de arrayanes me lleva a una distante

    casera, termino regular de mi paseo. La simple risa y el placer la habitan; una agraciada

    y tmida aldeana gobierna cuidadosa su familia, los pequeuelos hijos la rodean; uno con

    inocente y dulce risa pide a su madre pan, otro la halaga, otro sube a la trmula rodilla

    del carioso padre; ella gozosa, y en inocentes gustos sumergida, reparte a todos con

    igual cario sus maternales besos y caricias. Oh, qu escena tan triste y tan funesta!

    Qu terribles imgenes se excitan en un alma de amor tan ocupada! Oh, amado objeto

  • Historia de Abelardo y Elosa

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    de dolor y envidia! Quin fuera cual vosotros! Quin pudiera estrechado entre los

    brazos de Elosa con el perpeto e indisoluble lazo multiplicar el ser que nos anima! Qu

    bien habr que pueda compararse con la posesin dulce y tranquila de un objeto tan

    tierno y tan querido! Cuanto producen las remotas indias por un solo momento de este

    estado, Cun despreciable y abajo me seria! Con cuanto gusto fuera ganadero! Con el

    calor por la floresta umbra cantando llevara los ganados; Cundo por la tarde el sol

    declina? De la dura labranza fatigado los perezosos bueyes guiara; en el umbral de

    nuestra tristeza choza ya con la cena preparada y limpia, culpndome de tardo y

    negligente, solicita Elosa esperara. Pero, Oh vanas ideas! Oh ilusiones! Oh

    esperanzas que no he de ver cumplidas! Dos lejos de m! Ya se acabaron el placer, los

    contenios, las delicias. Los gustos que otro tiempo me sobraban, ya nada soy Con la

    venganza indigna que tomaron de mi, mis enemigos, solo me aguarda el llanto y la

    ignominia con este me levanto despechado, sin aguardar la simple despedida de la corts

    y tmida aldeana, que en mi turbacin sobrecogida, lo que es humillacin y abatimiento

    atribuye a virtud con fe sencilla. Otras veces absorto en mis ideas, sin senda que me guie

    y me dirija, me subo a lo ms alto de una pea, de all descubre la ambiciosa vista una

    llanura inmensa, en que a lo lejos se ve un camino que a mi patria gua. La memoria

    confusa y agitada me recuerda mil imgenes antiguas dormidas algn tiempo; un

    montecillo me oculta con lo erguido de su cima la morada feliz donde crecieron los

    inocentes aos de Elosa. Aquel es el paraje, aquel el sitio, aquel el blando lecho en que

    yaca cuando la vez primera a mis ternuras rindi humillada su esquivez altiva. All en

    vez de las tiles lecciones de una sabia y veraz filosofa con que instruir su corazn

    honesto, las tiernas y amorosas elegas que amor dictaba al elocuente Ovidio, su engaoso

    maestro la; expona; Yo te ensee a querer, yo fui el maestro de la engaosa y perdida

    doctrina que corrompi tu cndida inocencia. Yo en vez de la pureza y alegra que en tu

    sincero pecho se albergaba, sembr el error, la pena y la perfidia; yo te conduje al solitario

    claustro, donde una voluntad no persuadida hizo a Dios el tremendo sacrificio del resto

    miserable de tus das. Un habido funesto, un triste velo cubre el verdor, la gala y

    bizarra del cuerpo ms hermosa y agradecido; los bellos ojos cuya luz sola causar

    envidia a tantas hermosuras, hoy en la tierra con dolor se fijan. Qu har mi dulce bien

    en este instante? Absorta en su dolor y confundida, Se habr olvidado ya de su

    Abelardo? No, no es posible; su voluntad lina no es capaz de olvidar mientras el alma

  • Historia de Abelardo y Elosa

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    unida al cuerpo permanezca y viva. Yo tambin por la noche doy la rienda a mi

    imaginacin enardecida, y busco en mil ejemplos que acumulo, disculpa a la pasin que

    me domina. Todos los hombres aman; el salvaje que vive sin cultura y polica, ama a su

    dulce y cara compaera; el tostado africano, el fiero escita, y aun los irracionales tambin

    aman. Ama el pez en su estancia hmeda y fra, y por el aire en acordados trinos cantan

    su amor las tiernas avecillas. Sigue el len a la leona fiera, el ciervo a la ligera cervatillo,

    detrs de la becerra brana el foro, y en los espesos rboles metida, lamenta y gime con

    suspiros tiernos su triste amor la viuda tortilla. As cuando percibes desde lejos el olor de

    la yegua apetecida, desbocado el caballo generoso con inquieto furor, brama y relincha.

    El elefante y la pequea hormiga, el sencillo cordero, el lobo hambriento, el sapo tardo y

    la ligera ardilla, el insecto a la vista imperceptible, y la ballena enorme, que domina con

    su extensin las dilatadas mares, todos sienten de amor la llama activa Amor, de la

    sagaz naturaleza las varias producciones vivitica; el reproduce en los amenos prados las

    flores apagadas y marchitas, y de las plantas tiles al hombre los dulces frutos sazonados

    cra. El extiende a los seres ms remotos su dilatada y vasta monarqua; por el baja la

    piedra hacia su centro, por el las aguas hacia el mar caminan; l hace generoso al

    avariento y al ms cobarde infunde valenta, que en busca del objeto que le arrastre, a

    peligro mayor se determina. Por l, el atrevido y ciego amante, sin respetar del ronco mar

    las iras a nado lo atraviesa en una noche, sin temor ni respeto que lo impida. Cuantos

    ms riesgos ms inconvenientes, mas el amor los allana y facilita. Amor ablanda el

    corazn ms duro, y al hombre ms feroz rinde y mitiga. Por amor llora el hroe ms

    valiente, por l la madre tierna y compasiva estrecha en su regazo el fruto adulto de sus

    pasados gustos y alegras. Por l, el viejo consumido y cano, que vecina al sepulcro ya se

    mira, ve en sus robustos hijos el apoyo de los cansados aos de su vida. De amor es

    cuanto vive; cuanto siento, por la virtud de amor nace y respira. Amor es todo, sin amor

    no hay nada; todo al imperio del amor se humilla. Si amor es, pues, tan fuerte, si en el

    mundo de su activo poder nadie se libra, si todo se le humilla y se le rinde, ser el nico

    yo que le resista? Tales son mis continuos pensamientos, estas son las ideas que me

    agitan, y esta furia, esta llama, esta locura, no hay esfuerzo que baste a reprimirla.

    Pngome en oracin, y perturbado solo a Elosa mi pasin medita. Y cuando ya entre el

    sueo y la fatiga batallando la mquina suspensa ni bien despierta est, ni bien dormida.

    Oigo el reloj las doce y a maitines trmulos la campana nos avisa. Vstome y voy al

  • Historia de Abelardo y Elosa

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    coro apresurado; la senda que a la iglesia me encamina pasa por el vecino cementerio y la

    imaginacin despavorida con la terrible imagen de la muerte el turbado cabello se me

    riza. Todo infunde un silencio pavoroso; las copas lentamente conmovidas de los cipreses

    fnebres redoblan el funesto terror que me intimida, el importuno crabo no cesa su

    lamentable y triste gritera; la rana en el arroyo cenagoso redobla su querella repetida, y

    desde lo ms alto de la torre melanclico el bho aulla y silla. De los tristes objetos que

    me cercan el temor de las imgenes duplica; la planta temerosa y vacilante pisa con miedo

    las cenizas fras de tantos compaeros, que en el claustro uni un destino y una suerte

    misma ms, Dnde voy arrebatado y ciego? Podr darte a entender la pena ma, por

    mucho que se empee en explicarlo, la serie de mis males infinita? No, Elosa, no puedo;

    adis, bien mo, no nos queda otro arbitrio, vida ma, que en lgrimas baada el pecho y

    suelo invocar siempre la piedad divina. Otras plumas mas tiernas y expresivas pintaran

    los objetos de esta llama, que no se acabaran ni aun con la vida. Los venideros siglos

    ms remotos; los pueblos ms distantes y provincias, conservaran de nuestro amor la

    historia en mrmoles y bronces esculpida, servir de ejercicio a los ingenios expresndola

    en amena poesa. Ninguna alma sensible al referira dejar de verter lgrimas tiernas,

    dbil consuelo a la cruel e impa separacin que basta el Empreo cielo para siempre

    divide nuestras vidas. Renunciemos a vernos, y vivamos libres de amor, de celos y ansias

    vivas, procuremos entre ambos libertarnos de suerte tan amarga y abatida. Yo no puedo

    ya verte ni escucharte sin incurrir en las celestes iras; ni t puedes tampoco pretenderlo

    sin irritar la clera divina. Ya no pienses en mi, piensa en Dios solo, y fija en el tus ojos

    noche y da.

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    CARTA #5

    ltima respuesta de Elosa

    Y tuya es esta carta? Con que me amas y a verme y visitarme te deniegas: no basta,

    cruel, que tu Elosa, en este triste claustro viva presa?, a esta negra mansin de pena y

    llanto, donde la muerte y el horror se albergan; a estos alzados muros, a estas lapias que

    a mis llorosos ojos se presentan, a tantas cerraduras, tantas llaves, a este torno espantoso

    y a estas rejas, intentas aadirme todava el continuo tormento de tu ausencia? Ay,

    querido Abelardo tu mudanza no puede corregir mi pasin tierna; el amor de mi pecho el

    fuego pretendes apagar con las ideas mientras el alma en tu pasin absorta y vuelta entre

    visiones halageas, est siempre mi imagen contemplando tus caricias y gracias

    hechiceras. Es fuerza, amigo, no hay remedio, que te vea Elosa o que perezca. Qu

    digo, desdichada? En mi desgracia la mano vengadora y justiciera de todo un Dios

    irrito. Qu horrores, qu de crmenes negros se me engendran! Ya abrasada en angustias

    lastimeras, suelto en desorden el cabello al viento, llorosa al cielo envo mis querella,

    lucho me agito y me fatigo en vano, orando por clamar mi pasin ciega; que mi mano

    violenta y anhelosa en alas del deseo al pecho vuela de su distante bien, y ay de mi,

    triste! Le siento palpitar en cada vena, yo que en otro tiempo de tu fiel cario me v

    colmada y de placeres llena, ahora miro furibunda y triste, sin consuelo a mi brbara

    tristeza, y a un desastroso fin abandonada. Ser que el ser supremo se complazca en

    nuestro suspirar y amargas penas? Ser ser virtud un sacrificio que no pudo aprobar

    naturaleza? Ms que digo, insensata! Cmo olvido los votos fervorosos, las promesas

    que ante las sacras aras ofrecimos? Apidate, gran Dios, de mi miseria; una dbil mujer,

    vil polvo, nada, abrasada de amor, de fuego llena, Cmo puede vencerse y moderarse, si

    vos no la prestis vuestra existencia? Y es forzoso que olvide a mi Abelardo para poder

    del todo merecerla? Sacrificio costoso, mas debido, supuesto que Dios mismo me lo

    ordena, resgnome gustosa Oh Abelardo! Adis, adis, mi bien, mi cara prenda

    Con que habr de olvidarte para siempre? Y ser irrevocable esta sentencia? Yo,

    Abelardo, no puedo por mi parte a una ley sujetamente tan funesta; y luego para m que

    te idolatro. Qu es el cielo viviendo t en la tierra? A qu al caso cubrir bajo este velo

  • Historia de Abelardo y Elosa

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    bajo este velo santo, la viveza del indmito amor que me devora, si aparece su llama por

    do quiera? Para qu he de jurar no mas amarte si el alma cada vez te ama ms tierna?

    Cada sol que renace, nuevo fuego trae a mi corazn con llamas nuevas; cada sol al morir

    deja a mi pecho entre nuevos ardores, nuevas penas; y la Gracia Divina apenas basta

    para poder contemplar su activa fuerza. Ven, Oh dulce Abelardo! Ven hacerme algo

    ms soportable mi existencia; si no te veo ms, si te ensordeces a mis tiernos suspiros y a

    mis quejas, Oh cual vas a encontrar mis crudas llagas! Ya que graves dolores me

    condenas! Qu temes, amor mo? No, mi vista la paz no alterar de tu conciencia, no

    imagines, prenda, que tu pecho se muestre amorosa y se enternezca, ni que alivias mis

    males como esposo, ni que rendido amante compadezcas. Yo verte solo quiero y obligarte

    a que no me olvides, y me atiendas. Ven, imagen querida, pues mi mente tan solo por ti

    vive, por ti anhela, y un perenne santuario ser siempre de do nunca arrancarle nadie

    pueda. Ms qu digo! Abelardo, no me escuches, sepulta a tu Elosa en el olvido, pues el

    mismo Dios as lo ordena. Estas bvedas tristes, estos claustros que en silencio de una

    noche quieta, en tu halagea imagen toda absorta, velar, gemir y orar antes me vieran,

    acaso me vern apaciguada, si mi virtuoso amante por mi ruega. Oh Padre Omnipotente,

    Dios benigno, que del cielo bajaste a la tierra, por solo el bien del hombre que lavaste con

    tu muerte y pasin sus impurezas, Tambin yo soy hechura de tu mano, y acreedora

    tambin a tu demencia! Calmadme una pasin que infatigable lucha con mi deber, y ms

    se aumenta cuando me esfuerzo ms en combatirla; apiadaos, seor, de vuestra sierra.

    Pero que en vano ruego fervorosa! Qu vanas oraciones! Ah no hay fuerza que baste a

    desunir los corazones que libres de prisin a unirse vuelvan, Qu vale que mi voz ciertos

    momentos el olvido pronuncie en apariencia, si el amor y nada mas constantemente

    profiriendo est el alma con firmeza? Oh, Abelardo! Oh dolor! Oh Dios inmenso! Yo

    no s que es de mi!.... No hay en la tierra mujer ms infeliz. Cielo Santo, sostenedme y

    darme fortaleza!... Y en tanto que la dulce poesa tenga lustre y honor, mientras se

    aprecie la sensibilidad dulce y benigna, y a la activa pasin que nos oprime la especie

    humana se sujeto y rinda, ser eterno y durable entre los hombres el amor de

    ABELARDO Y ELOISA.

    Fin