Hugo Marín. Una Cabeza No Convencional VD 21 Abril 12

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VIVIENDA | DECORACIÓN 40 VIVIENDA | DECORACIÓN 41 PERFIL C uando alguien le busca explicación a un chiste, el chiste se funó. Eso le pasa a Hugo Marín. Con un ingenio no y ludo pese a la barrera que a ratos le impone el audífono, cuando se enfrenta al chiste directo lo racionaliza, le busca la explicación y la talla falla. Su buen humor va por otros rumbos: le divierten mucho más sus esculturas, bailar frente al espejo, disfrazarse un poco, reírse de sus propias ocurrencias. “Con Hugo todo lo convencional queda de lado”, dice su amigo Guillermo Carrasco. La frase es un salvavidas para abordar a un artista que a los 83 años vive procesos de creación casi febril; un contemporáneo de todos los tiempos que del mismo modo toma un rito ancestral o la fotografía de un diario, los procesa, intelectualiza, emociona, da vueltas, y convierte en personajes. Un hombre que es padre y madre. Que habla en difícil; que se desliza con la suavidad del mimo por los niveles de la física cuántica, la medicina veda, la sincronía de los planos físicos y síquicos; que transforma en rito el juego de los sabores en la cocina. Un caballero urbano, pintor daltónico, que se ríe con una carcajadita, entre pituca y socarrona, de cosas inadvertidas para el común de la gente. La exposición, “Innita plenitud”, que inaugura el 25 de abril en la galería de Isabel Aninat, lo pilla, dice él mismo, en su época más creativa, “Artista fundamental y fundacional”, dice Guillermo Carrasco. “Es el primer latinoamericano que trabaja el barro en sentido docto, saliendo del arte popular”. con una obra inspirada por el ser profundo, “como corresponde”. Un tema que recorre su día, su mundo y sus quejas. “Todas las discu- siones del país ponen énfasis en la forma y no en el ser profundo”, se lamenta, reriéndose a un plano donde la emoción y el sentimiento son más sensibles que el intelecto. “Política y religión sólo discriminan. No abordan ese campo unicado del que se habla en física cuántica, que es lo que más me interesa. Se olvidan de que Dios lo crea todo y de que toda religión debe religar, unir más allá de ese estado donde nos enfrentamos como observador y observado. Ése es el estado trascendente o místico”. Y lo dice por el caso Zamudio, por el ma- trimonio gay, por el conicto mapuche, temas que conversa largamente en su living–taller frente al Mapocho en calle Santa María. De todo hay en su repertorio de intereses. “Su obra está muy conectada con su tiempo sin ser panetaria. Y justamente el poder arquetipizar situaciones cotidianas lo sitúa entre los gran- des artistas latinoamericanos”, dice Carrasco, fanático estudioso del trabajo de Marín, autor de dos libros sobre él y dueño de una colección enorme que recorre todos los periodos del autor, desde mucho antes de sus cabezas, de aquellos tiempos de esmaltes y de sus primeros óleos en los años 50. La biografía de Marín reúne muchas vidas, Desenfadado y solemne, sin mucha bulla trabaja una obra que propone abrir la mente a un país “medio severo de juicio”. Nada es fácil en Hugo Marín, nada en él es porque sí y, por lo mismo, sus obras pueden ser tan lúdicas como inquietantes. De por vida dedicado a cultivar el alma y el intelecto, ha llegado a ser un hombre serio que sabe ser gracioso, al que el estilo le importa más que la ropa, la trascendencia más que la fama y el amor más que la forma. TEXTO, PAULA DONOSO BARROS | RETRATO, JOSÉ LUIS RISSETTI FOTOGRAFÍAS, GENTILEZA HUGO MARÍN Marín, una cabeza no convencional ¿Escultor, pintor? “Hugo es complejo y universal , toda su obra se complementa, sin etiquetas. Necesita muchos lenguajes para desenmarañar el complejo misterio de la trascendencia”, explica Carrasco. “Los críticos se preguntan qué es escultura, qué es artesanía. Su obra no decora, por eso le cuesta el reconocimiento masivo”, comenta su mayor coleccionista. “Mi familia estaba abierta a otros mundos. Mi papá era un juez masón que me llevaba a ver arte a las iglesias; mi mamá creó la Legión Femenina en ayuda a las mujeres maltratadas”, recuerda Marín, aquí en una foto de juventud. EL MERCURIO “De reojo”, obra de 26x17x17 cms, en tela y barro que estará en la galería de Isabel Aninat a partir del 25 de abril.

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libro de arte chileno.

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PERFIL

Cuando alguien le busca explicación a un chiste, el chiste se funó. Eso le pasa a Hugo Marín. Con un ingenio fino y filudo pese a la barrera que a ratos le

impone el audífono, cuando se enfrenta al chiste directo lo racionaliza, le busca la explicación y la talla falla. Su buen humor va por otros rumbos: le divierten mucho más sus esculturas, bailar frente al espejo, disfrazarse un poco, reírse de sus propias ocurrencias.

“Con Hugo todo lo convencional queda de lado”, dice su amigo Guillermo Carrasco. La frase es un salvavidas para abordar a un artista que a los 83 años vive procesos de creación casi febril; un contemporáneo de todos los tiempos que del mismo modo toma un rito ancestral o la fotografía de un diario, los procesa, intelectualiza, emociona, da vueltas, y convierte en personajes. Un hombre que es padre y madre. Que habla en difícil; que se desliza con la suavidad del mimo por los niveles de la física cuántica, la medicina veda, la sincronía de los planos físicos y síquicos; que transforma en rito el juego de los sabores en la cocina. Un caballero urbano, pintor daltónico, que se ríe con una carcajadita, entre pituca y socarrona, de cosas inadvertidas para el común de la gente.

La exposición, “Infinita plenitud”, que inaugura el 25 de abril en la galería de Isabel Aninat, lo pilla, dice él mismo, en su época más creativa,

“Artista fundamental y fundacional”, dice Guillermo Carrasco. “Es el primer latinoamericano que trabaja el barro en sentido docto, saliendo del arte popular”.

con una obra inspirada por el ser profundo, “como corresponde”. Un tema que recorre su día, su mundo y sus quejas. “Todas las discu-siones del país ponen énfasis en la forma y no en el ser profundo”, se lamenta, refiriéndose a un plano donde la emoción y el sentimiento son más sensibles que el intelecto. “Política y religión sólo discriminan. No abordan ese campo unificado del que se habla en física cuántica, que es lo que más me interesa. Se olvidan de que Dios lo crea todo y de que toda religión debe religar, unir más allá de ese estado donde nos enfrentamos como observador y observado. Ése es el estado trascendente o místico”.

Y lo dice por el caso Zamudio, por el ma-trimonio gay, por el conflicto mapuche, temas que conversa largamente en su living–taller frente al Mapocho en calle Santa María. De todo hay en su repertorio de intereses. “Su obra está muy conectada con su tiempo sin ser panfletaria. Y justamente el poder arquetipizar situaciones cotidianas lo sitúa entre los gran-des artistas latinoamericanos”, dice Carrasco, fanático estudioso del trabajo de Marín, autor de dos libros sobre él y dueño de una colección enorme que recorre todos los periodos del autor, desde mucho antes de sus cabezas, de aquellos tiempos de esmaltes y de sus primeros óleos en los años 50.

La biografía de Marín reúne muchas vidas,

Desenfadado y solemne, sin mucha bulla trabaja una obra que propone abrir la mente a un país “medio severo de juicio”. Nada es fácil en Hugo Marín, nada en él es porque sí y, por lo mismo, sus

obras pueden ser tan lúdicas como inquietantes. De por vida dedicado a cultivar el alma y el intelecto, ha llegado a ser un hombre serio

que sabe ser gracioso, al que el estilo le importa más que la ropa, la trascendencia más que la fama y el amor más que la forma.

TEXTO, PAULA DONOSO BARROS | RETRATO, JOSÉ LUIS RISSETTI FOTOGRAFÍAS, GENTILEZA HUGO MARÍN

Marín, una cabeza noconvencional

¿Escultor, pintor? “Hugo es complejo

y universal , toda su obra se

complementa, sin etiquetas. Necesita

muchos lenguajes para desenmarañar

el complejo misterio de la

trascendencia”, explica Carrasco.

“Los críticos se preguntan qué es escultura, qué es artesanía. Su obra no decora, por eso le cuesta el reconocimiento masivo”,

comenta su mayor coleccionista.

“Mi familia estaba abierta a otros mundos. Mi papá era un juez masón que me llevaba a ver arte a las iglesias; mi mamá creó la Legión Femenina en ayuda a las mujeres maltratadas”, recuerda Marín, aquí en una foto de juventud.

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“De reojo”, obra de 26x17x17 cms, en tela y barro que estará en la galería de Isabel Aninat a partir del 25 de abril.

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“Los premios son interesantes, pero me da lata buscarlos. Bienvenidos si son justos, pero promoverme para ellos, lo encuentro espantoso”, dice Marín que ganó el Altazor 2009.

algunos. Paco León, aunque lleva el mismo nombre de su padre biológico, no se demora en aclarar que “Hugo ha sido mi papá y mi mamá al mismo tiempo. Es mucho más que un padrino”. Tanto, que a sus cinco años, cuando sus padres exiliados en Suecia lo enviaron de vuelta para que entrara al colegio y “fuera chileno”, Hugo lo recibió en su casa, lo acogió como un hijo y asumió todas las rutinas que ello implica. “Fue la estabilidad. Mis padres se separaron y mi

En su taller, hace 15 años trabaja con

Germán Acevedo. “Es un artista,

le surgen ideas, me ha ayudado

mucho”, dice Marín. Su asistente lo

delata: “Huguito es impaciente, lo saca de quicio que se le pierdan las cosas”.

Paco Léon y su hija Sara, en el 2008. “Hugo desde chico me celebraba, me empujaba, decía tú eres pintor”.

“Estoy trabajando en niños; en niños que hablan de sí mismos; debe ser el recuerdo de esa infancia en Talca, tan bonita; es volver a ella”, dice Marín.

con dos sobrinas y tres sobrinas nietas. Aparte de eso, dice, está la familia que él eligió formar. “El hijo de Francisco León, un amigo a quien he querido mucho y que murió hace menos de un año, es mi ahijado. Mi hijo. Porque la familia se abre de otras maneras... La importancia debe estar en la dimensión espiritual, no hay que quedarse en la forma”.

Su ahijado ya tiene 40 años. Una hija de trece y otro en camino. Es pintor: Pacheco para

“Por supuesto que he sentido el éxtasis

de lo sublime en mi obra, pero no

pongo apellidos, no me resulta atractivo

hablar con adjetivos”, sentencia Marín.

La obra de Marín quedará como patrimonio protegido en una fundación. Además, espera recorrer en una muestra todo Chile.

mamá vivió en muchas partes. Hugo era la protección, estuve hasta los catorce o quince años con él. Y siempre ha sido el pilar, el eje de esta familia a la que supo contener. Lo que hizo fue súper bonito”. Hugo y su padre fueron pareja. Paco lo supo a los once o doce años, cuando el mismo Hugo le contó, “fue fuerte, pero siempre le agradecí la honestidad”.

Vivían en General del Canto con Antonio Varas, en una casa donde también funcionaba el cen-tro donde Marín hacía clases de meditación, en ese entonces alejado del mundo artístico. “Nunca tuvimos nana, él me daba el desayuno antes de que me fuera al colegio, me lavaba la ropa. Se preocupaba del orden, de la limpieza”. Eran los 80, tiempos económicos muy difíciles; “él no tenía la entrada con sus pinturas. Sólo sus clases”.

Lo crió entre conversaciones profundas, abriéndole desde muy chico la ventana al diálogo y la razón. “Yo le rebatía todo y discutíamos eternamente. Íbamos a ver esas películas chinas de Bruce Lee o Jackie Chan, donde la enseñanza se transmitía de maestro a aprendiz... claro que a veces me dejaba en el cine, se le olvidaba irme a buscar y yo me quedaba viendo como cuatro veces la misma película en los rotativos...”, se acuerda Paco.

Hace más de diez años, en un país tan con-servador como Chile, Hugo Marín reconocía su relación. Ahora no es el momento, “hablar de ese tema ya no me resulta atractivo; ya es un perro muerto... Estamos en otra dimensión, en una dimensión abierta...”, dice diluyendo el

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épocas y aventuras. Hechos felices y bruta-les. Vivió en la India siguiendo los pasos del Maharishi Mahes Yogi, el mismo al que años después siguieron Los Beatles. Estuvo a cargo de la “Casa de la Luna Azul”, un bar que fue imán para los artistas a fines de los sesenta. Tuvo una escuela de meditación, y como pro-fesor llevó la técnica hasta la cárcel de Arica. “Un preso me dijo que llevaba veinte años sin dormir y que tras meditar tuvo el descanso más profundo que había tenido desde niño. Se pone tanto énfasis en las tecnologías aplicadas siendo que las tecnologías mentales son mucho más profundas y económicas...” Él mismo medita a

diario, una necesidad que llama higiene mental, “tan urgente como lavarse los dientes”.

De aquellos años viene su amistad con Enrique Noisvander y Alejandro Jorodorowsky en el Teatro de Mimos donde también participó. Época de

tertulias con Enrique Lihn, Estela Díaz, Luis Advis, Enrique Lafourcade, Sergio Larraín. “Ya quedamos pocos contemporáneos”. Sólo la cercanía con Jodorowsky continúa: “Llegaste muy lejos, ¡genial huevón de mierda! por fin

hiciste nacer el arte sudamericano, el inmenso vuelo del mago telúrico. (...) ¡Canalla exuberante: has creado objetos que delante nuestro mueren y viven eternamente!”, escribió al prologar el libro que publicó Carrasco el 2008. Tal euforia no saca a Marín de su ritmo pausado: “Es una amistad que se mantiene gracias al recuerdo, porque no soy muy asiduo a comunicarme ni por teléfono ni escribiendo”.

Pasado el almuerzo, su departamento huele a especias. No una sino muchas. Aunque el comino en especial –intenso, algo dulzón– fue lo que este día convirtió en arte unas lentejas. Cocinero eximio, casi alquimista según dicen, le cautivan los guisos modestos, con sabores que traen recuerdos, que tienen texturas. Sin recetas, porque Marín no hace comida, cocina. “La cocina es creación, es cultura”.

Se resta méritos en el tema y los transfiere a su hermano. “Él escribió Chilenos Cocinando a la Chilena, la biblia de la cocina chilena.”, dice con orgullo. Proctólogo de profesión, Roberto Marín es su pariente más cercano. Tres años menor, Hugo lo siente presente aunque han vivido mundos distintos. Es su familia sanguínea, la que crearon sus padres, y que se completa

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tema con su risa astuta.Marín tiene el ego grande. Los que lo rodean

lo saben. “En él, el ego es como un perrito que le mordisquea los talones, empujándolo a avanzar –dice Guillermo Carrasco citando una metáfora de Jodorowsky–, pero no se le cruza por delante, no lo hace tropezar...”. Paco está de acuerdo. “¿El ego de Hugo? Ah, es muy potente. Le ha crecido harto con el tiempo; él sabe que está haciendo algo grande y se lo han hecho saber, pero como el reconocimiento lo encontró más adulto no alcanzó a deformarse por ello. Lo pilló maduro...”.

Él se ríe sin darle mucha importancia. “El artista es generoso al entregar su tiempo para los otros. Pero uno comienza con uno mismo,

si no tienes amor por ti, ¿cómo lo vas a tener para los demás?”. Su inquietud por estos días vuelve a la trascendencia, a “lograr la dimen-sión de todo lo hecho para que no se pierda el sentido de ese corpus”, dice. El afán es escoger ciertas piezas y reunirlas “en algún lugar donde quede un recuerdo...”. Museo o fundación le parecen “palabrotas”, conceptos muy grandes; prefiere pensar en un espacio “donde perma-nezca una selección de mis obras, mis sillas holandesas, mi sillón de Chimbarongo, mi colección de arte mapuche... es bonito reunir el imaginario; una casa como la Casa de los Diez en San Francisco, sería precioso...”, dice Marín, pensando en grande, sin poder evitar que ladre el perrito.

El año 2008 Marín llevó sus objetos indispensables a la sala Matta del MNBA, para trabajar dos meses, como si estuviera en su taller.

“Las cabezas siempre me han

gustado; sobre todo los ojos que

hago en piedra o en concha:

son una mirada interiorizante”.

Estela y Paco, los padres de Paco León Fernández. “Hugo es importante en la vida de todos nosotros. Es una historia grande”, dice el ahijado de Marín.

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