Hutton - El Arturo Temprano

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RONALD HUTTON. EL ARTURO TEMPRANO: HISTORIA Y MITO 1 Para cualquiera preocupado por los orígenes de la leyenda artúrica, hay una obra literaria que debería representar el punto de partida: la Historia Brittonum o Historia de los Británicos. Es a la vez el texto más temprano claramente datado que se refiere a Arturo, y aquel en el que se han basado la mayoría de los esfuerzos por localizar e identificar una figura histórica detrás del nombre. A partir de él, surgen tres rutas diferentes de indagación que pueden ser caracterizadas como la textual, la folklórica y la arqueológica, cada una de las cuales seguiremos ahora en ese orden. El Arturo de la literatura Cualquier búsqueda de Arturo a través de textos escritos necesita comenzar con la Historia misma; y gracias principalmente a las investigaciones de David Dumville y Nicholas Higham, ahora sabemos más o menos exactamente cuándo y por qué fue producida en su presente forma. Fue completada en Gwynedd, el reino noroeste de Gales, por petición de su monarca, Merfyn, durante el año 830. Merfyn no era un gobernante cualquiera de la época, sino un capaz y despiadado recién llegado, un aventurero que acababa de plantarse a sí mismo y a su dinastía en el trono de Gwynedd, y que tenía ambiciones de liderar a todos los galeses. Como tal, patrocinó algo que nadie, aparentemente, había escrito antes: una historia completa del pueblo galés. Para ajustarse a las ambiciones que Merfyn tenía para ellos, y para sí mismo, ésta representó a los galeses como los dueños naturales y por derecho de toda Gran Bretaña: piadosa, guerrera y galante gente que había perdido el control de la mayor parte de su tierra frente a los invasores ingleses, debido a una mezcla de traición y un abrumador número por parte de los invasores. La identidad del autor nunca será conocida. Hubo una tradición posterior, no registrada antes de 1160, acerca de que se trataba de un escritor de aproximadamente ese período llamado Nemnius o Nennius. Por lo tanto, pudo haberlo sido, pero no sobrevive evidencia firme para esto 1 . Quienquiera que fuera, probablemente era del sureste de Gales antes que de Gwynedd mismo, debido a su familiaridad visiblemente amplia con la región. Era también una excelente elección para el trabajo, pues dio forma a un relato a la vez breve y excitante proveniente de un conjunto de materiales relativamente restringido que retrataba a los galeses e ingleses exactamente como fueron descritos más arriba, y que daba a Gwynedd una primacía moral entre los reinos galeses. Lo que se ha convertido en la sección más famosa de todo el libro sigue, sin interrupción, a una descripción del crecimiento de la cantidad de ingleses en Gran Bretaña y la sucesión de un nuevo rey anglosajón de Kent 2 . Comienza con la oración “Luego Arturo luchó contra ellos en aquellos días, junto a los reyes de los Británicos; pero él era líder en las batallas” (sed ipse dux erat bellorum). Luego, hace una lista de doce batallas en las que 1 Publicado en Elizabeth Archibald y Ad Putter (eds.), The Cambridge Companion to Arthurian Legend, Cambridge: Cambridge University Press, 2009, pp. 21-35. Traducción de Mónica Cutullé; revisado por María Cristina Balestrini.

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RONALD HUTTON. EL ARTURO TEMPRANO: HISTORIA Y MITO

1

Para cualquiera preocupado por los orígenes de la leyenda artúrica, hay una obra literaria que debería representar el punto de partida: la Historia Brittonum o Historia de los

Británicos. Es a la vez el texto más temprano claramente datado que se refiere a Arturo, y aquel en el que se han basado la mayoría de los esfuerzos por localizar e identificar una figura histórica detrás del nombre. A partir de él, surgen tres rutas diferentes de indagación que pueden ser caracterizadas como la textual, la folklórica y la arqueológica, cada una de las cuales seguiremos ahora en ese orden.

El Arturo de la literatura

Cualquier búsqueda de Arturo a través de textos escritos necesita comenzar con la Historia misma; y gracias principalmente a las investigaciones de David Dumville y Nicholas Higham, ahora sabemos más o menos exactamente cuándo y por qué fue producida en su presente forma. Fue completada en Gwynedd, el reino noroeste de Gales, por petición de su monarca, Merfyn, durante el año 830. Merfyn no era un gobernante cualquiera de la época, sino un capaz y despiadado recién llegado, un aventurero que acababa de plantarse a sí mismo y a su dinastía en el trono de Gwynedd, y que tenía ambiciones de liderar a todos los galeses. Como tal, patrocinó algo que nadie, aparentemente, había escrito antes: una historia completa del pueblo galés. Para ajustarse a las ambiciones que Merfyn tenía para ellos, y para sí mismo, ésta representó a los galeses como los dueños naturales y por derecho de toda Gran Bretaña: piadosa, guerrera y galante gente que había perdido el control de la mayor parte de su tierra frente a los invasores ingleses, debido a una mezcla de traición y un abrumador número por parte de los invasores. La identidad del autor nunca será conocida. Hubo una tradición posterior, no registrada antes de 1160, acerca de que se trataba de un escritor de aproximadamente ese período llamado Nemnius o Nennius. Por lo tanto, pudo haberlo sido, pero no sobrevive evidencia firme para esto1. Quienquiera que fuera, probablemente era del sureste de Gales antes que de Gwynedd mismo, debido a su familiaridad visiblemente amplia con la región. Era también una excelente elección para el trabajo, pues dio forma a un relato a la vez breve y excitante proveniente de un conjunto de materiales relativamente restringido que retrataba a los galeses e ingleses exactamente como fueron descritos más arriba, y que daba a Gwynedd una primacía moral entre los reinos galeses.

Lo que se ha convertido en la sección más famosa de todo el libro sigue, sin interrupción, a una descripción del crecimiento de la cantidad de ingleses en Gran Bretaña y la sucesión de un nuevo rey anglosajón de Kent2. Comienza con la oración “Luego Arturo luchó contra ellos en aquellos días, junto a los reyes de los Británicos; pero él era líder en las batallas” (sed ipse dux erat bellorum). Luego, hace una lista de doce batallas en las que

1 Publicado en Elizabeth Archibald y Ad Putter (eds.), The Cambridge Companion to

Arthurian Legend, Cambridge: Cambridge University Press, 2009, pp. 21-35. Traducción de Mónica Cutullé; revisado por María Cristina Balestrini.

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peleó, cuatro de ellas a lo largo del mismo río, el Dubglas o Blackwater (“agua negra”). Dos de ellas son especialmente mencionadas especial: una fue en la fortaleza de Guinnion, donde él “llevó la imagen de santa María, la Virgen eterna, sobre sus hombros, y los paganos fueron puestos en fuga ese día y hubo una gran mortandad entre ellos, por el poder de la santa Virgen María, su madre”. La otra fue en Mount Badon, o Badon Hill, “y en ella novecientos sesenta hombres cayeron en un día, debido a un solo ataque de Arturo y ninguno los tendió en el suelo excepto él”. La lista termina con el comentario de que “fue victorioso en todas sus campañas”. Luego resume el recuento de los subsecuentes hechos de los ingleses, “cuando fueron derrotados en todas sus campañas”, trayendo refuerzos masivos de su tierra natal germana para continuar su ofensiva contra los nativos británicos.

No hay en absoluto buena evidencia de qué fuente o fuentes fueron utilizadas para este pasaje, y las respuestas al problema han variado desde aserciones confiadas acerca de que estaba basado en un poema galés hasta la hipótesis de Nicholas Higham de que todo fue inventado por el autor de la Historia mismo3. Ciertamente, el último dio el indicio de una conocida tradición detrás de esto, porque dio el nombre de una de las victorias de Arturo, Celidon Wood, en una versión latina y también en una celta: silve Celidonis, id est

[esto es] Cat Coit Celidon. Esto implica que el nombre galés ya habría sido celebrado. Es, de hecho, la única batalla que todavía podemos localizar en un mapa con alguna confianza, siendo el nombre galés medieval usual para el gran bosque que cubre mucho de lo que se convirtió en el sur de Escocia. Las ubicaciones de todo el resto permanecen como una cuestión de conjetura, por lo que todas podrían recaer dentro de los límites de una compacta región, o estar dispersas por toda Gran Bretaña. Durante mucho tiempo se ha señalado que Celidon Woods parece un lugar extraño para que cualquier clase de inglés haya estado peleando, menos todavía los de Kent, a quienes ni la historia ni la arqueología han descrito habiendo llegado tan lejos al norte tan tempranamente. Esto podría significar que el autor de la Historia estaba apiñando batallas que nunca habían involucrado a los ingleses en una obra de propaganda contra ellos; pero nuestro conocimiento de los eventos del período son tan leves que, de hecho, los ingleses podrían haber estado en cualquier parte. Tampoco ha existido mayor acuerdo en cuanto a por qué era tan significativo que Arturo fuera un dux bellorum, “líder en las batallas”; esto podría querer decir que fue un rey sobresaliente, o que no fue rey en absoluto, o que había asumido una antigua función militar romana, o que estaba siendo asimilado con el profeta bíblico Josué (a quién se le da el mismo título en la Biblia Latina), o incluso que estaba siendo inventado a imagen de Josué.

Sin embargo, la Historia Brittonum tiene más que decir sobre Arturo en otros pasajes que en esta lista de batallas constantemente citada. Este otro material se encuentra cerca del final del libro, en una sección de “las maravillas de Gran Bretaña” (caps. 67-74). La mayoría de estas están localizadas en el sureste de Gales, por lo que a menudo se piensa que el autor proviene de allí. Una ocurrió en el distrito de Buellt (moderno Builth), era un montículo de piedras con la huella de un animal encima de una de las rocas cerca de la cima. Se decía que había sido dejada por el perro de Arturo, Cabal, cuando Arturo cazó “al cerdo Troynt”. Otra “maravilla” consistía en un montículo en el distrito de Ergyng que no podía ser medido porque parecía cambiar de tamaño todo el tiempo. Había sido erigido sobre la tumba de Amr, o Anir, “hijo del guerrero Arturo”, quien fue muerto por el mismo Arturo.

Hay, o debería haber, mucho en la Historia para desanimar a cualquiera en la búsqueda del Arturo “real”. Por un lado, es ahora claro que nosotros sabemos mucho menos sobre la Gran Bretaña post-romana de lo que su autor creía saber. El relato que nos

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proporcionó ha sido largamente rechazado como completamente defectuoso, y efectivamente no hay historia política y militar de Gran Bretaña entre el 407 y el 595. Como sea que los expertos en asuntos culturales, sociales, económicos y religiosos se puedan sentir, para aquellos interesados en gobernantes específicos y en sus acciones, este período es todavía prácticamente “la Edad Oscura”. Es también muy claro que, en el momento en que la Historia fue escrita, Arturo había estado establecido durante mucho tiempo como una figura de mayor importancia en la memoria galesa, y se le atribuían en parajes a lo largo de todo el camino desde el centro de Gales hasta cuello de Escocia. Virtualmente, todo este gran tesoro de tradición, existente en la década del 820, ha estado completamente perdido para nosotros. Ninguna otra fuente menciona la mayoría de las batallas reconocidas a Arturo, o al desafortunado Amr o Anir y la razón de su muerte. El “cerdo Troynt” probablemente ha dejado una presencia en literatura más tardía, por lo que es casi seguramente el terrible jabalí salvaje, el Twrch Trwyth, que Arturo y su banda de guerreros cazan en uno de los principales episodios de una famosa historia artúrica incorporada en el siglo XIX a la colección de narrativa galesa medieval llamada por su editor The Mabinogion. Se trata de Mal y Kavas Kulhwch Olwen (Culhwch y Olwen), el cuento del cortejo del Príncipe Culhwch a Olwen, y una comparación entre este y la Historia de hecho acentúa nuestro problema.

La historia de Culhwch y Olwen ha sido tradicionalmente considerada como la sobreviviente más antigua en la que aparece Arturo y ya lo muestra como el supremo señor de la guerra de toda Gran Bretaña, con un séquito de héroes listos para emprender búsquedas y pelear contra enemigos sobrehumanos y magos. Se solía pensar que en su forma presente pertenecía al siglo décimo; ahora Rachel Bromwich y Simon Evans han demostrado que fue escrita alrededor del año 1100 y que probablemente se hayan agregado detalles incluso más tarde. En este sentido, difícilmente pertenece al mundo del “Arturo temprano”. Kenneth Jackson ya ha mostrado cuántos temas y motivos provenientes de cuentos que habían circulado a lo largo del Viejo Mundo desde hacía cientos de años han sido incluidos en su trama. Se trata, por lo tanto, de una obra sofisticada y elaborada que procede del mundo de las letras galesas altomedievales, y esto hace más significativo que el jabalí cazado en ella no sea exactamente el mismo que el (probablemente) conmemorado tres siglos antes en el montículo de Buellt. En realidad, Arturo tiene aquí un perro de caza llamado Cafal, o Cavall, que participa en la cacería pero como un personaje periférico, eclipsado en la historia incluso por otros perros, y ciertamente sin la prominencia que le garantiza la consideración de la huella.

Partiendo de la Historia, el rastro textual lleva a la vez hacia atrás y hacia adelante; pero la ruta hacia atrás, ¡ay!, no nos lleva hacia Arturo, sino a los orígenes de la necesidad de una historia galesa del estilo que representa la Historia. Estos comienzan con lo más cercano que tenemos a un registro del período sub-romano en Gran Bretaña escrito por alguien que fue parte de él: la obra de Gildas, De Excidio Britanniae. La gente de la Alta Edad Media creía que tenía una completa y confiable biografía de este hombre: ahora, nosotros no estamos seguros de quién fue, cuándo o dónde vivió. Pudo haber escrito en cualquier punto del periodo entre el 490 y el 560, en la mayoría de los lugares de Gran Bretaña o de Bretaña, y podría haber sido un clérigo o un laico educado. Su propósito era reprobar a los nativos británicos de su época en general, y a un grupo específico de sus reyes en particular (todos de Gales o del suroeste de Gran Bretaña) por sus pecados. En el proceso proporcionó algo así como un relato de la historia británica desde el final del dominio romano pero fue esquemático, selectivo y vago. Fue concebido para acusar a los

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britanos de ser a la vez moralmente malos y poco guerreros, y para presentar sus derrotas frente a los ingleses como un justo castigo de Dios. Trató de dejar en claro que Dios les había dado una oportunidad para pelear, produciendo algunos héroes militares y permitiéndoles vencer a los invasores en su momento; su argumento era que habían desperdiciado esa oportunidad. La única victoria nativa británica que mencionó fue la de Monte Badon, la cual en la Historia se le atribuye a Arturo. Gildas, sin embargo, nunca especificó quién había comandado allí y el único general nativo británico a quien nombra y exalta es un tal Aurelius Ambrosius, hombre de noble ascendencia romana. Su argumento aquí era que sus compatriotas habían necesitado de un romano para lograr incluso un éxito tal como el que habían logrado. Nunca menciona a Arturo, incluso cuando parecía estar viviendo justo en el momento preciso para hacerlo. Esto pudo deberse a que a Gildas le desagradaba personalmente, o a que sus logros iban en la dirección opuesta a la totalidad del argumento del libro, o porque estaban ubicados en una región en la cual Gildas no estaba interesado. Alternativamente, el silencio pudo deberse a que Arturo nunca existió, o a que había florecido en un tiempo bastante diferente, o a que era mucho menos importante de lo que la tradición más tardía hizo que fuera.

El que sigue a Gildas en la secuencia textual es Beda, el gran historiador de los ingleses de los primeros tiempos, que escribió en la década del 730. Su propósito fue configurar a su propio pueblo, los ingleses, como si fueran el pueblo elegido de Dios y los verdaderos herederos de los romanos. Para justificar esa mirada, los nativos británicos tenían que ser como los cananitas bíblicos: una forma de vida baja que resultó dejada de lado en la adecuada implementación del plan de Dios para Gran Bretaña. Gildas fue un absoluto regalo para Beda, porque fue un nativo británico que llamó a su propia gente un pecaminoso manojo de perdedores que habían merecido todo lo que habían sufrido a mano de los ingleses. La historia de Beda tampoco menciona a Arturo, pero difícilmente lo hubiera hecho, incluso si hubiera sido el gran comandante retratado por la Historia

Brittonum, por dos diferentes razones. Una es que hasta alrededor del año 600 los ingleses fueron casi completamente iletrados. Casi todo lo que Beda sabía sobre ellos antes de eso dependía de la tradición oral, y el tipo de tradición oral que los pueblos tribales preservan tiende a consistir en poesía épica y canciones celebrando sus propios logros. Es poco probable que hubieran celebrado ser destruidos por Arturo. La otra razón posible por la que Arturo no aparece en la historia de Beda es que para hacer eso, como un muy exitoso soldado británico nativo, habría arruinado todo el argumento de su libro. Las mismas consideraciones hacen incluso menos notable que las fuentes inglesas escritas luego de la época de Beda, como la Crónica Anglo-Sajona, tampoco mencionen a Arturo.

Lo que queda completamente claro es que la Historia Brittonum, compuesta para contrarrestar tanto los efectos de Gildas como de Beda y para dar a los galeses una imagen heroica de sí mismos como propietarios por derecho de Gran Bretaña, hace un uso de Arturo que ninguno de los dos escritos anteriores había realizado. Es, de hecho, la primera obra histórica conocida que lo hace, que es la razón por la cual no debería ser sorprendente que Arturo aparezca por primera vez aquí. Lo que no puede deducirse de la Historia misma es si hubo un Arturo “real” y, si lo hubo, cuánta semejanza guardaba con la figura representada en el texto; no hay tampoco otras obras literarias que hagan algo efectivo para resolver este problema. En el sendero textual que va de la Historia hacia adelante hay de hecho solo una obra que contribuye con algo que apenas puede parecer útil para el tema. Se trata de los Annales Cambriae, o Anales Galeses, una crónica aparentemente compuesta en el suroeste de Gales durante la década del 9504. Es importante porque representa el primer

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intento de emplazar a Arturo en un tiempo exacto. Para el período anterior al 613 el autor no tiene una secuencia sistemática de los acontecimientos de los nativos británicos. Lo que tenía era una crónica irlandesa, ahora perdida, que o bien ya incluía un total de once eventos ubicados en Gran Bretaña, o en la cual él insertó estos eventos. Todos los que tienen una localización identificable están ubicados en el norte de Gales o en el norte más distante de Gran Bretaña y este favoritismo norteño es, además, visible en las partes siguientes de la crónica.

Dos entradas que no pueden ser ubicadas en el mapa conciernen a Arturo. La más temprana es en el 516 (o 518, ya que no estamos absolutamente seguros de cuándo comienza la línea temporal): “La batalla de Badon, en la cual Arturo llevó la cruz de nuestro Señor Jesucristo sobre sus hombros [o escudo] durante tres días y noches y los Britanos fueron vencedores”. La segunda es en el 537 (o 539): “La batalla de Camlann en la que Arturo y Medraut perecieron, y hubo muerte en Inglaterra e Irlanda”. Hay alguna pequeña evidencia de que estas entradas originalmente derivaron de diferentes fuentes, porque la de Badon le da el nombre a la batalla, así como al resto de la crónica, en latín, mientras que la de Camlann se lo da en galés. Se diferencian también en que la primera está en armonía con la Historia Brittonum (que el compilador de la crónica ciertamente ha leído) y, de hecho, Nicholas Higham la ha llamado simplemente una fusión de dos de las batallas de la Historia. La más tardía no es tan armoniosa, porque describe una batalla no encontrada en la Historia, y lleva a cuestionar la afirmación que hace acerca de que Arturo fue victorioso en todas sus campañas; incluso si cayó en Camlann mientras que su causa triunfó, es un logro moderado. La entrada no da indicación alguna de la relación entre Arturo y Medraut, ni de la conexión de la batalla, si es que la hay, con el resto de los anales; la “muerte” es comúnmente interpretada como la “plaga”, pero podría significar alguna otra fuente de mortandad.

No hay otro material literario que pueda ser universalmente reconocido como una fuente por lo menos razonablemente buena para lo que la gente pensaba y decía sobre Arturo antes del momento clave en el siglo XII, en el que él se vuelve, o se revela como, una figura literaria de verdadera estatura internacional. La Historia, después de todo, no tuvo éxito en establecerlo de inmediato como héroe universalmente aceptado entre los galeses. El poema Armes Prydein tenía objetivos similares llamando a Gales a recordar su orgullo como nación y a resistir a los ingleses. Puede ser datado, con razonable seguridad, en un periodo de apenas poco más de un siglo después de la Historia; y nunca menciona a Arturo. Algunas de las vidas de santos galeses (Gildas, Cadoc, Carannog y Padarn) le dan un rol prominente y en el pasado a menudo han sido tomadas como evidencia de su identidad histórica. De ninguna, sin embargo, puede afirmarse con certeza que haya sido escrita antes del siglo XII; es el mismo problema encontrado en el cuento de Culhwch y Olwen. Allí está el enigmático poema conocido en la modernidad como Preiddeu Annwn, The Spoils of the Underworld (o Otherworld). Aparentemente, describe una desastrosa expedición guiada por Arturo hacia un reino sobrenatural y bien podría ser del siglo X; pero igualmente podría ser doscientos años posterior.

Una cantidad especialmente grande de tinta ha corrido, y continúa haciéndolo, sobre del poema conocido como Gododdin, uno de los clásicos de la literatura galesa temprana. Da a entender que describe la destrucción casi completa de un grupo de héroes salidos de lo que es ahora el sudeste de Escocia para ir a batallar en un lugar llamado Catraeth. El periodo en cuestión es aparentemente el final del siglo VI, una generación o dos después de la época asociada con Arturo en la Historia y los Anales. Uno de los guerreros

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involucrados, Guaurthur, es comparado con Arturo. Ahora bien, si al texto se le dio su forma presente enseguida después de la batalla real, constituye una buena evidencia de la existencia histórica de Arturo, aun si nos dice poco sobre él. De hecho, John Koch ha publicado recientemente nuevos argumentos diciendo que un texto del siglo VI o VII puede ser reconstruido a partir del poema. Incluso sin mayor consideración de que estos argumentos han sido cuestionados por otros académicos, Koch mismo reconoce que hay pasajes incorporados a los contenidos en períodos más tardíos. El último puede extenderse hasta el siglo XIII y la referencia a Arturo bien podría ser uno de ellos. Lo que una vez pareció ser una prometedora línea de investigación para aquellos originalmente preocupados por Arturo no ha llevado, por lo tanto, llegado a ninguna parte.

Si el análisis textual progresivo no ha sido amable con aquellos que han tenido la esperanza de una mejor orientación sobre quién podría haber sido el Arturo “original”, el estado de ánimo de la crítica literaria post-moderna no es más alentador. Uno de los expertos actuales en literatura galesa temprana, G. R. Isaac, recientemente invirtió la fórmula tradicional que había sido aplicada a ella. Ésta la había tratado como la creación de una sociedad guerrera de una “era heroica céltica”. Isaac señaló que no tenemos conocimiento de tal sociedad aparte de aquello que aporta la literatura; por lo que a nosotros concierne, esta última ha creado dicha era5. La Historia Brittonum no creó a Arturo, en el sentido literal; cuando fue escrita ya había un montículo en Buellt y un túmulo en Ergyng, por lo menos, que atestiguaban la reputación del héroe y probablemente mucho más. Tampoco lo creó como una figura literaria duradera: el Arturo de las historias alto medievales apenas coincide con las acciones y asociaciones del de la Historia. Es casi seguro que el héroe de la tradición oral habría florecido en el rey legendario familiar incluso si la Historia nunca hubiera sido escrita. Lo que sí hizo fue establecer al Arturo que ha sido comúnmente considerado, desde el colapso de la creencia en las pseudo-historias tardomedievales de Gran Bretaña, como el “real”. Así, la más importante característica de este texto sin precedentes es que, aunque es aparentemente el producto más temprano de todo el corpus artúrico, ha resultado tener una influencia en la imaginación moderna de la que han carecido muchos de los productos de los últimos siglos, que representan los episodios más celebrados de la leyenda.

El Arturo del folklore

Además de los dos Arturos familiares a los académicos, el guerrero de la Edad Oscura y el rey del romance medieval, ha existido por mucho tiempo un tercero. Está inscripto en el paisaje nativo británico como una figura de poder sobrehumano. Las piedras de las tumbas neolíticas en Gales, que pesan muchas toneladas cada una, son descritas en la tradición local como guijarros apartados por su zapato o tejos lanzados por él en un juego. Se suponía que un sustancial templo romano en Escocia, hace tiempo destruido, era su horno, mientras que la montaña que se asoma sobre Edimburgo era su silla. Durante el siglo XX, este Arturo fue considerado como un subsidiario de los otros (un ejemplo de la exageración que la memoria folklórica le daría a un gran ser humano) pero no siempre fue así. En la mayor parte del siglo XIX, se argumentó que el Arturo original fue un dios pagano, probablemente del sol, quien fue convertido en un héroe humano luego de la llegada del cristianismo. De acuerdo con este punto de vista, el personaje que arroja megalitos a través de condados era el “verdadero”, la forma a partir de la cual derivaron las otras. A los académicos del siglo XIX les gustaba relacionar héroes tradicionales con

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eternas y fundamentales fuerzas de la naturaleza. Los del siglo XX, tan afectados como ellos por la necesidad de una reconexión imaginaria con el pasado y la tierra, en una era de rápido cambio, han preferido encontrar personas reales detrás de las historias. El mismo contraste ha sido reflejado en actitudes hacia Robin Hood, la otra figura legendaria británica aparte de Arturo que ha logrado una duradera fama internacional.

Recientemente el estatuto esencialmente mítico de Arturo ha sido reafirmado por Oliver Padel6. Su punto de partida es, por supuesto, la Historia Brittonum, pero mientras que virtualmente todos los demás comentadores modernos se han concentrado en la lista de batallas, él ha atraído la atención hacia las maravillas físicas asociadas con Arturo más adelante en el libro. En su lectura, estas representan la figura original, completamente imaginaria, detrás de la leyenda, un gigante asociado con la magia y con animales maravillosos, quien fue más tarde transformado por algunas tradiciones en un guerrero cuasi histórico. El personaje paralelo en la tradición gaélica es Fionn MacCumhail, quien igualmente comanda un selecto grupo de famosos guerreros en defensa de su tierra, tiene un enemigo particular en la forma de invasores extranjeros (los hombres de Lochlann en lugar de los ingleses) y tiene frecuentes interacciones con encantamientos y seres sobrenaturales. Según el punto de vista de Padel, Arturo y Fionn son ambos el mismo ser mítico, un superhombre protector de la tierra, desplegado en diferentes regiones lingüísticas. Esta hipótesis ha sido replanteada en una escala considerablemente mayor, y con un detalle mucho más rico, por Thomas Green7.

El problema con esta hipótesis es que puede funcionar en sentido contrario a ambos lados de la comparación. El Arturo humano de la Historia puede fácilmente haberse transformado en el mítico. En lo referente a Fionn, el autor del estudio más reciente sobre su leyenda hasta la fecha, Dáithí Ó hÓgáin (a quien tanto Padel como Green recurren), ha sugerido que detrás yacen componentes tanto de un personaje histórico, asociado particularmente con el pueblo de Laigin del sudeste de Irlanda, como de una figura divina que simboliza la sabiduría. Una vez que los dos fueron combinados, el ciclo de cuentos se propagó a través de toda la isla, incorporando personalidades y tradiciones de otras provincias8. Es posible que exactamente lo mismo le haya sucedido a la leyenda artúrica temprana. Los que proponen un Arturo histórico algunas veces han estirado la evidencia tomando como demostrada la fecha más temprana posible para las fuentes que parecen representar tal figura; por el contrario, Thomas Green apoya mucho de su propuesta de un héroe mitológico en la adopción de la fecha más temprana posible para textos que parecen desplegar semejante figura. Las razones esgrimidas por él y por Oliver Padel son, sin embargo, tan sólidas como aquellas sobre un genuino líder militar e, incluso si están equivocadas, han servido a dos valiosos propósitos. Uno es que han atraído la atención hacia la relación complementaria entre los ciclos de Fionn y el artúrico, en que el primero ocupa exactamente el mismo espacio simbólico entre los hablantes de lenguas britanas que el otro en las áreas de lengua gaélica. El otro propósito es que nos recuerdan que la suposición de la mayoría de los académicos modernos sobre el hecho de que Arturo es en su origen un héroe puramente galés no es necesariamente correcta: tan pronto como aparecen los registros apropiados, se lo encuentra inserto en las tradiciones de Cornualles, Bretaña y también del sur de Escocia. Es un saludable recordatorio de que solo la mejor supervivencia de las fuentes galesas tempranas puede haber causado la particular asociación de Arturo con ese pueblo, y también (otra vez) de la enorme cantidad de información que circulaba sobre Arturo en la Edad Media temprana que se ha perdido.

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Un uso más exótico del folklore para sugerir los posibles orígenes de la leyenda ha sido hecho por algunos autores americanos, de vez en cuando, desde la década de 1970. Se concentra en historias recogidas a finales del siglo XIX entre los Osetas un pueblo que vive en una remota región de las Montañas del Cáucaso. Estas contienen motivos que proveen aparentes paralelos con rasgos del ciclo artúrico, como la espada en la tierra como un símbolo de soberanía, un maravilloso vaso que solo puede ser reclamado por un guerrero sin ninguna mancha moral y un héroe que solo puede morir cuando su espada es arrojada al mar. Se ha encontrado un mecanismo para explicar cómo esas tradiciones pueden haber sido trasmitidas a Gran Bretaña proponiendo que fue a través de la caballería sármata de las estepas del norte del Cáucaso, empleada al servicio de los romanos. Algunos fueron ciertamente apostados en Lancashire durante el final del siglo II bajo el mando de un oficial llamado Lucius Artorius Castus, uno de los muy pocos romanos que portaba la versión latina del nombre de Arturo9. Esta teoría sobre los orígenes artúricos eventualmente alcanzó una amplia aceptación popular en 2004 al ser incorporada en el film de Jerry Bruckheimer King Arthur, protagonizado por Clive Owen. El problema con ella es que ninguno de los paralelos va más allá de los posibles límites de la coincidencia, y bien podrían representar diferentes versiones de motivos comunes que han viajado por Eurasia durante milenios. En cuanto a Castus, parece no haber nada extraordinario en él excepto el nombre, y a su debido tiempo fue reasignado de Lancashire a Italia: Gran Bretaña era apenas una parte de la rutina del deber en una carrera que prestó servicio en cuatro provincias diferentes.

Más recientemente un clasicista británico, Graham Anderson, ha ubicado los orígenes de la leyenda en la Grecia arcaica. Encontró un rey de la Arcadia llamado Arktouros y 104 pasajes en literatura griega y romana que parecen referir a personajes o episodios de los romances artúricos. Hay también algunas aparentes similitudes entre los nombres: Gauanes con Gawain, Ganeira con Guinevere y así sucesivamente10. A esta hipótesis, sin embargo, le caben las mismas objeciones que a la caucásica, compuestas por el hecho de que Anderson ha seleccionado sus hechos y personalidades de la gama completa de romances medievales, tempranos y tardíos. Si todos sus ejemplos hubieran aparecido juntos en los más tempranos, su idea habría sido más interesante. Si bien estas soluciones “externas” para el problema de los orígenes de Arturo merecen respeto, todavía parece que Gran Bretaña y Bretaña fueran los mejores lugares para buscarlo.

El Arturo de la arqueología

Durante la mayor parte del siglo XX, parecía que la arqueología podría tener éxito en localizar un Arturo histórico donde el análisis textual había fallado, y por alrededor de quince intoxicantes años (entre 1960 y 1975) muchos creyeron que realmente estaba teniéndolo. Una gran parte del atractivo tradicional de la disciplina, desde que comenzó a emerger a finales del siglo XIX, ha sido como una novela de búsqueda, emprendida para revelar la verdad sobre determinados episodios del pasado humano. Una de las mayores agitaciones públicas que generó fue cuando pareció proporcionar evidencia para comprobar grandes historias tradicionales. A dos de ellas ya se les había dado aparente fundamento gracias a excavaciones anteriores a 1900 (los poemas de Homero y la Biblia) y era virtualmente inevitable que al final a los romances artúricos se les diera el mismo tratamiento. Hubo tres razones diferentes por las que lo hicieron a mediados del siglo XX, y no antes o después. Una era simplemente que para aquel entonces había muchos arqueólogos disponibles para el trabajo, resultado de la completa profesionalización de la

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disciplina a partir de la Segunda Guerra Mundial y su anexión a los cursos universitarios. La segunda era que esta dotación de personal debió enfrentar el problema de la financiación. La arqueología es enormemente más cara que los estudios históricos y los proyectos que generan una gran atracción para la imaginación popular tienen más oportunidades de reunir el dinero necesario, tanto a través de suscripciones públicas como de patrocinadores privados. Finalmente, para una Gran Bretaña de post-guerra atrapada en el proceso de renunciar a su condición de imperio y de poder dominante, y que tiraba por la borda la mayoría de las actitudes e ideologías remanentes de su apogeo victoriano, el Arturo de la Historia Brittonum parecía ser un héroe tradicional más adecuado que otros para adaptarlo a necesidades cambiantes. Había sido un guerrero que había defendido su nación con el coraje y éxito de los líderes patrióticos tradicionales, mientras que presentaba una figura menos recargada y convencional que la mayoría. Se podría decir que pertenecía a todos los pueblos de Gran Bretaña por igual y (vestido imaginativa pero plausiblemente de pieles, cueros, largos cabellos, con los bigotes colgantes y la joyería de un señor de la guerra céltico) que a la vez funcionaba como un ícono nacional y como un ícono contra-cultural, como figura del establishment y como salvaje noble.

Entre 1930 y 1975, los arqueólogos lo tomaron de estas dos maneras a la vez, con un enorme éxito en el corto plazo. Cavaron en sitios post-romanos en busca de la figura de la Historia, pero escogieron lugares que estaban asociados con las leyendas altomedievales más tardías, y más generalmente familiares. Raleigh Radford excavó en Cornwall en Tintagel, del que dichas leyendas habían hecho el lugar de nacimiento de Arturo, y en Castle Dore, la ubicación más probable para el palacio del rey Marcos en la historia de Tristán. En ambos lugares afirmó haber descubierto restos impresionantes correspondientes al periodo. Continuó excavando en la Abadía de Glastonbury, donde los monjes del siglo XII habían proclamado su descubrimiento de la tumba de Arturo y Ginebra, y declaró que había descubierto un monasterio britano nativo debajo de otro inglés. Philip Rahtz encontró una estructura en la Colina de Glastonbury que podría ser identificada con la fortaleza del rey Melwas, captor de Ginebra en otra historia del siglo XII. El más espectacular de todos pareció ser el logro de Leslie Alcock en el fuerte de South Cadbury, que según una leyenda de los Tudor había sido el emplazamiento de Camelot: luego de una excavación en la que no se escatimaron gastos, posibilitada por su máxima publicidad, concluyó que había descubierto una fortaleza y un palacio de la época correcta. Hacia finales de la década del 60, la década que fue testigo de los proyectos en Glastonbury y Cadbury, existía la convicción general tanto entre académicos como entre el público de que la arqueología había probado la existencia del Arturo de la Historia y de los Annales y así, implícitamente, autorizó la creencia en la mayor parte del resto de la leyenda.

Para 1975 esa creencia ya se estaba evaporando entre los expertos, y para 1980 había desaparecido casi completamente. En parte esta reacción nació de la decepción, pues en realidad en ninguno de estos sitios se encontró ninguna evidencia sólida de la presencia de Arturo o de alguno de sus compañeros tradicionales. En parte, fue el resultado del exceso, ya que el análisis más sobrio no reveló ningún rastro de ocupación post-romana en Castle Dore o en la Abadía de Glastonbury, mientras que los restos en Tintagel, en la colina de Glastonbury y en Cadbury podrían todos ser interpretados de manera que no tuvieran relevancia alguna para los romances medievales. En parte se debió a celos, ya que los arqueólogos que trabajaban en sitios productivos sin asociaciones artúricas sentían que su labor estaba siendo eclipsada y privada de fondos debido a la publicidad dada a lugares relacionados con la leyenda. En parte esto reflejó la declinación del romanticismo e

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idealismo de la década del 60 hacia el más duro, cínico y pesimista clima cultural del final de los años 70.

Esto también, sin embargo, se dio debido a que los arqueólogos del período post-romano ya no necesitaban a Arturo. Habían revelado una rica y excitante cultura que estaba representada tanto en sitios que tenían asociaciones artúricas como en sitios que no las tenían, y para la década del 80 esto podía ser un foco de interés y estudio por derecho propio. Es claro ahora que durante lo que históricamente todavía son los Años Oscuros el pueblo del oeste de Gran Bretaña floreció de manera en que nunca lo había hecho bajo el dominio romano; de hecho, una vez que los romanos se oficialmente se habían ido, se apropiaron de la civilización de sus antiguos señores y la desarrollaron como propia. Fabricaron hermosos y sofisticados artefactos, erigieron impresionantes monumentos de piedra para sus muertos, apoyaron una Iglesia basada en monasterios y obispos que fue tanto una poderosa usina de creencia como un repositorio de sofisticada erudición latina, y regularmente atrajo comerciantes que navegaban desde el Levante. Al hacer esto crearon una sociedad única e impresionante, que ya no necesita que la figura de Arturo la revista de encanto e interés a los ojos del presente.

De vuelta a la encrucijada

Mucho de lo que se ha dicho arriba puede inducir a la melancolía a lectores que siguen interesados primariamente, según la moda del siglo XX, en un Arturo histórico. Sin embargo, se puede encontrar para ellos algún consuelo en el lugar en el que estas reflexiones comenzaron, donde las perspectivas literarias, folklóricas y arqueológicas al tema concurren y divergen. Uno es simplemente que nadie ha realmente refutado la existencia de un personaje “real” detrás de la leyenda: sigue existiendo un agujero del tamaño de Arturo en la historia británica conocida.

Un segundo consuelo deriva de las continuas series de excavaciones en Tintagel, que cada vez más lo han interpretando como un sitio secular de alto rango (en términos simples, una sede real o principesca) de los siglos V y VI. Aún no se ha encontrado nada que lo relacione con Arturo, y el revuelo que creó en 1998 en círculos no-académicos el hallazgo de una pizarra grabada proveyó otra lección acerca de cómo tales vínculos pueden ser creados sin la adecuada evidencia. La inscripción garabateada en la pizarra incluía el nombre “Artognou”, que tiene poco en común con Arturo, pero fue inmediatamente tratada por una parte de los medios masivos como si de alguna manera sí lo tuviera. Lo que es realmente significativo acerca de la confirmación de la importancia de Tintagel durante lo que ha sido llamado la era artúrica son sus consecuencias para el poder de la memoria popular. El lugar fue abandonado en el siglo VII y, para la época de Geoffrey de Monmouth, 500 años después, podría no haber habido nada visible en el terreno que indicara su anterior importancia. A pesar de esto, indicó con seguridad que le había correspondido un papel clave en la historia de Arturo. De alguna manera, la tradición había preservado el recuerdo de su antiguo personaje a lo largo del medio milenio que los separó. Si esto es así, es posible que otros aspectos de la leyenda artúrica “desarrollada” de la Edad Media central también hayan podido ser transmitidos desde tiempos tempranos, aunque carecemos de medios para confirmar esto.

Otro consuelo para aquellos que todavía buscan a un Arturo histórico puede ser el provisto por el arqueólogo Ken Dark, en un reciente examen de restos materiales que ahora se sabe que proceden de la Gran Bretaña sub-romana. Se puede recordar que si la Historia

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Brittonum y los Annales Cambriae apuntan a alguna parte de la isla como especialmente asociada con él, es a lo que ahora es el norte de Inglaterra y el sur de Escocia. En cambio, el intento real, deliberado, de los arqueólogos del siglo XX de extraer evidencia de la presencia de Arturo se concentró en sitios del oeste de país que tuvieron lazos más tardíos con la leyenda. Ahora Dark ha juntado las piezas de una gran cantidad de evidencia dispersa para concluir en que los fuertes a lo largo de la Muralla de Adriano fueron renovados, reocupados y nuevamente vinculados con la antigua base legionaria romana en York en algún momento alrededor del año 500. Comentó que esto se veía como si alguien estuviera haciendo un intento de revivir mandato regional tardo-romano de un oficial llamado Dux Brittaniarum. Agregó que una aparente falta de reyes menores en el área, sugerida por la ausencia de fuertes reocupados del tipo común en el sur, refuerza la impresión de que había un único gran líder a cargo de toda la región en ese período. Con esto relacionó el comentario de Gildas acerca de que el más importante entre los monarcas sobre los que él estaba tratando, Magloconus, era “casi” el más grande gobernante en la Gran Bretaña de su época. El indicio aquí es que había uno más grande en algún otro lugar de la isla, y esa persona podría haber sido aquel que poseyera la revivida jurisdicción del Dux

11. Ken Dark ha por lo tanto identificado evidencia arqueológica para una figura que se

corresponde muy bien con el Arturo de la Historia, y al hacer esto encontró soluciones viables a dos clásicos problemas de los textos: la aparente falta de mención del héroe por parte de Gildas y la relevancia del énfasis de la Historia en que fue un dux tanto como, o en lugar de, un rey. Dark mismo, sin embargo, nunca habla de Arturo en el transcurso de esta discusión y por razones completamente entendibles: como arqueólogo del presente, no está interesado en la leyenda, y además no hay nada que la relacione directamente con los datos que él está analizando. Las conclusiones extraídas de su análisis son mías; y yo a mi vez no estoy intentando proponer el “descubrimiento” de un Arturo norteño (apropiándome de la erudición de alguien más). Lo que estoy tratando de hacer, en cambio, es mostrar cómo, así como todavía existe un hueco del tamaño de Arturo en la historia de Gran Bretaña, también aún es plausible que se pueda detectar una figura con forma de Arturo en la documentación arqueológica. Mi propia visión del futuro es que próximos descubrimientos hechos en excavaciones puedan ser combinados con la evidencia textual y folklórica para sugerir una cantidad de diferentes orígenes posibles para Arturo. Cada uno de estos sería emocionalmente satisfactorio, y creativamente inspirador, para diferentes grupos de gente interesada en una figura histórica detrás de la leyenda medieval tardía.

Tal resultado haría una virtud de los obstáculos que todavía se mantienen en el camino de cualquier búsqueda de semejante figura y que podrían, por el contrario, paralizar a cualquier investigador concienzudo. En la catedral de Módena en Italia hay tallados de Arturo y algunos de sus caballeros, especialmente de Gawain. Esto no importaría mucho si las esculturas en cuestión no estuvieran firmemente datadas entre los años 1099 y 1109, antes de que se registrara el boom de la producción de romances artúricos que supuestamente ha convertido a Arturo y sus seguidores en figuras con un atractivo paneuropeo, o por lo menos con un atractivo común para todo el mundo de la cristiandad latina. En términos de la evidencia textual sobreviviente, no deberían estar ahí. Como sí lo están, son un recordatorio adicional de cuán poco conocemos y cuánto hemos perdido del desarrollo temprano de la leyenda artúrica; testigos sólidos de la existencia de una enorme masa de tradición oral y escrita sobre Arturo que ya se había extendido en el oeste de Europa para el año 1100 y de la cual virtualmente nada queda. Algunos concluirían a partir

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de esto, con razón, que cualquier intento ya sea de localizar un Arturo original, o incluso de rastrear el crecimiento de la leyenda hasta el siglo XII debía ser totalmente fútil. En cambio, sería posible argumentar, con igual humildad frente a la pérdida de evidencia, a favor de una multiplicidad de interpretaciones plausibles de la clase de las sugeridas arriba. Tal acercamiento podría permitir a los investigadores individuales elegir si desean o no comprometerse con un Arturo de la Edad Oscura, y la manera en que desean hacerlo, mientras que no presentarían al público general, todavía imaginativamente excitado por la leyenda, un completo vacío interpretativo. Tal acercamiento, además, aceptaría el desafío planteado, en el preciso inicio de nuestro conocimiento, por el autor de la Historia

Brittonum, al presentar a la posteridad un poderoso líder que era al mismo tiempo una persona histórica creíble y una figura de mito. Desde el momento en que aparece documentado, Arturo ha sido más que un solo tipo de ser, y ha requerido de más de un tipo de interpretación. En ese sentido, el Arturo “temprano” es de hecho más complejo que muchos de aquellos que desde entonces han tenido un papel en la leyenda.

NOTAS 1 De un lado de la discusión, ver David Dumville, ‘“Nennius” y la “Historia Brittonum”’, Studia Celtica, 10-11 (1975-6), 78-95; del otro lado, P. J. C. Field, “Nennius and his history”, Studia Celtica, 30 (1996), 159-65.

2 Historia Brittonum, cap. 56, ed. y trad.de John Morris en British History and the Welsh Annals, Arthurian Period Sources 8 (Chichester: Phillimore, 1980), p. 76.

3 Nicholas Higham, King Arthur: Myth Making and History (London: Routledge, 2002), pp. 46-69.

4 John Morris ha editado esta obra en el mismo volumen que la Historia Brittonum; para las entradas artúricas, ver p. 85.

5 G. R. Isaac, “Gweith Gwen Ystrat and the Northern Heroic Age of the Sixth Century”, Cambrian Medieval

Celtic Studies, 36 (1998), 61-70.

6 O. J. Padel, “The Nature of Arthur”, Cambrian Medieval Celtic Studies, 27 (1994), 1-31.

7 Thomas Green, Concepts of Arthur (Stroud: Tempus, 2007).

8 Dáithí Ó hÓgáin, Fionn Mac Cumhaill: Images of the Gaelic Hero (Dublin: Gill and Macmillan, 1988).

9 C. Scott Littleton and Ann C. Thomas, “The Sarmatian Connection: New Light on the Origin of the Arthurian and Holy Grail Legends”, Journal of American Folklore, 91 (1978), 512-27; L. A. Malcor, “Lucius Artorius Castus”, The Heroic Age, 1 (1999), 1-11.

10 Graham Anderson, King Arthur in Antiquity (London: Routledge, 2004).

11 Ken Dark, Britain and the End of the Roman Empire (Stroud: Tempus, 2000), pp. 193-202.

* Por razones de fidelidad al texto original, para las distintas etapas de la Edad Media he utilizado en esta

traducción la división inglesa, ya que ésta no es equivalente a la francesa. En la división inglesa la Edad

Media Temprana (Early Middle Ages) corresponde a los siglos V al X, la Alta Edad Media (High Middle Ages) a

los siglos XI al XIII y la Edad Media Tardía (Late Middle Ages) a los siglos XIV al XVI, mientras que en la

segmentación francesa la Alta Edad Media corresponde a los siglos V al X y la Baja Edad Media a los siglos XI

a XV (N. de la T.)