Irreverentes - Antologia Del Relato Español

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  • Antologa del relato espaol

    Coleccin de NarrativaEdiciones Irreverentes

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  • Todos los derechos reservados. Prohibida la reproduccin total o parcial de esta obra por cualquierprocedimiento y el almacenamiento o transmisin de la totalidad o parte de su contenido por cual-quier mtodo, salvo permiso expreso del editor.

    Prlogo. Cuentos y cuentos Luis Alberto de CuencaUn espaol deprimido Francisco NievaAnbasis Fernando Snchez DragLecaroz Joaqun LeguinaNaufragios Luis Mateo DezAtrofia Jos Luis Alonso de SantosEl cabezazo Lourdes OrtizSintindolo mucho Fernando SavaterHistoria de un dlar Jos Enrique CanabalSoledad de otoo, infancia de silencio Antonio Lpez Alonso Estudios sobre La Aparicin Luis Antonio de VillenaEl viaje ms hermoso Antonio Gmez RufoEl crimen de los Gonzlez Andrs TrapielloDe Valdegimena a Montalbo, al encuentro de vrgenes y estrellas con Vicente Aleixandre

    Juan Manuel GonzlezLas mujeres de la casa Fernando MarasTodo cabe en un punto y aparte Paula IzquierdoLa verdad Miguel ngel de RusEl regreso Antonio Lpez del Moral

    De la edicin: Ediciones Irreverentes3 edicin Diciembre 2006Ediciones Irreverentes [email protected]://www.edicionesirreverentes.comISBN: 84- 96115-64-XDepsito legal: Diseo de la coleccin: Dos Dimensiones S.L.Imprime:PublidisaImpreso en Espaa.

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  • Prlogo

    Cuentos y cuentos

    LUIS ALBERTO DE CUENCA

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  • La narrativa es el arte o la magia de narrar, de contar historias.Un fuego primeval de campamento en el que el iniciado cuen-ta un relato, un mito, para conjurar soledades y terroresnocturnos. Pues bien, el cuento, desde el milenarioVolksmrchen hasta la formalizacin definitiva delKunstmrchen a partir de Jacques Cazotte, E. T. A. Hoffmanny Edgar Allan Poe, es el heredero del mito. Y la novela, desdeCervantes, una reescritura de la epopeya. El siglo XX ha sidoprdigo en grandes narradores, arquitectos de universos ver-bales tan significativos para el hombre moderno como loscreados por Kafka, Borges o Tolkien. Las vanguardias des-confiaron en un primer momento de la narrativa tradicional,lo que puso en peligro su supervivencia en la literatura delite. Pero hoy, en 2006, todos y cuando digo todos merefiero, como es natural, a nosotros coinciden coincidi-mos en que la tarea primordial del narrador no es otra quecontar bien una historia atractiva. Algo parecido sola repetirHoward Hawks que era el objetivo primordial de una buenapelcula.

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  • He dicho que el cuento es el heredero del mito, y el mitoes mucho ms antiguo y, por tanto, ms prestigioso quela mismsima epopeya, que es de donde procede la novela.Los cuentos ms antiguos no son cuentos literarios,cuentos artsticos o Kunstmrchen, sino cuentos popula-res, Volksmrchen o Folktales. La fidelidad al original entoda transcripcin de un cuento popular es obligada. Bien losaben los nios al emitir su reprobador as no es cuando elnarrador se atreve (all con su conciencia) a modificar loms mnimo las clusulas textuales de su recitacin. Unsimple adjetivo de ms puede derivar en catstrofe. En loscuentos literarios, sin embargo, uno puede cambiar lo que led la ganay esto vale incluso con Saki, con Villiers, conMaupassant, con Bierce y el firmamento no se rasga, ni laPirmide de Keops se desmorona, ni comienza a caer unalluvia letal y radiactiva sobre la superficie del planeta.

    El tiempo del cuento popular es, paradjicamente, laintemporalidad del haba una vez, del entonces, del ahora,del fueron felices y comieron perdices, frmulas habitualesen su desarrollo. La intemporalidad lleva consigo un cese dela duracin o, lo que es lo mismo, una forma de eternidad(como el Tiempo del mito). Es la eternidad de Beatrice en elParadiso de la Commedia, al ver a Dios l ve sappuntaogni ubi ed ogni quando (donde convergen todo dnde ytodo cundo). La eternidad del tiempo detenido en el pala-cio de la Bella Durmiente cuando entr el prncipe quedestruira el hechizo: Dorman las moscas en la pared, elcocinero tena an la mano extendida como para atrapar al

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    Si hablamos del espacio del Folktale, vale la pena quehable Wilhelm Grimm: El cuento est aparte del mundo, enun lugar tranquilo, ausente de perturbacin, ms all del cualno se divisa nada. Por eso el cuento no precisa lugares, alcontrario que la leyenda. Y las criaturas que habitan el espa-cio del cuento popular no exhiben, la mayora de las veces,nombres propios, personales e intransferibles, sino que seofrecen a la identificacin desde un formulismo fantstico,arquetpico y general: la muchacha, el caballero, la madras-tra En el lenguaje de los Volksmrchen las estructurassiempre se repiten, razn por la cual sus temas y sus perso-najes son susceptibles de analizarse desde una perspectivaformal. Ah estn, por ejemplo, los estudios morfolgicos deVladimir Propp al respecto, o los seis gruesos tomos delMotiv-Index of Folk-Literature de Stith Thompson.

    Mientras que el cuento popular es esencialmente narrati-vo, el cuento literario o artstico conlleva casi siempreelementos accesorios que oscurecen el nexo ritual e iniciti-co del cuento con el mito, ya sean episodios adyacentesmeramente ilustrativos, anlisis psicolgicos de los persona-jes o simples ornamentos verbales (vase el prlogo deBorges y Bioy Casares a Cuentos breves y extraordinarios).

    Van Gennep, en su precioso libro La formacin de lasleyendas, define as el Folktale: Recitado maravilloso yfabuloso en el que el lugar de la accin no est localizado,en el que los personajes no estn individualizados, que res-

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    Los Kunstmrchen son otra cosa. Mi amigo ngelZapata se ha sacado de la chistera de su inteligencia un inte-resantsimo manifiesto en relacin con este segundo yltimo tipo de cuentos. Son sus clebres 22 dogmas entorno al cuento breve, que incluyen frases como stas:Prohibido escribir historias basadas en hechos reales oProhibidos los finales sorpresivos, los finales felices, losfinales trgicos, los finales demasiado concluyentes.Dogma a dogma, Zapata va prohibiendo escribir de lo queno se conoce, pero tambin de lo que se conoce, y veda deforma taxativa la melancola, el casticismo, el tono solem-ne, la estereoscopia, el uso de las drogas o el alcohol, elcuento de gnero y casi todo lo dems, dando la sensacinde que el hipottico narrador que pretenda seguir los 22puntos del manifiesto a la hora de escribir un cuento lotiene complicadsimo.

    Hay un dogma, el decimonono, que no tiene desperdicio:Prohibido escribir un cuento cuando el autor conozca deantemano el final. Prohibida la premeditacin. El relato es lahuella que deja una deriva. Esta ltima frase, adems deposeer una intensidad potica memorable, es una gran ver-dad existencial. Uno, en su pesimismo, se sienteidentificado con el relato, tiende a compartir con l la defi-nicin aportada por el gran Zapata: Soy la huella que dejauna deriva, que equivale a autodefinirse, al pindricomodo, como el sueo de una sombra o algo por el estilo.

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  • Ediciones Irreverentes ha reunido en un volumen a unequipo de gala de narradores breves que escriben en caste-llano. Faltar alguno, cmo no, de los autnticamentegrandes, pero los que estn, todos ellos, son cuentistasexcepcionales. El lector podr encontrar en esta Antologadel relato espaol desde extraordinarias narraciones ttricas,como las de Antonio Lpez del Moral, Fernando Maras,Miguel ngel de Rus, Fernando Savater y Andrs Trapiello,hasta un divertido relato inicitico de Fernando SnchezDrag; desde los duros veranos descritos de forma tan brevecomo magnfica por los acadmicos Luis Mateo Dez yFrancisco Nieva, hasta los ambientes cultos, de conflicto yun punto transgresores pintados por Jos Luis Alonso deSantos y Luis Antonio de Villena; desde el cosmopolitismodescredo de Jos Enrique Canabal hasta la bsqueda en lopropio, en lo ntimo, en la calle, en la historia cotidiana, deAntonio Gmez Rufo, Juan Manuel Gonzlez, PaulaIzquierdo y Antonio Lpez Alonso; desde la esplndidanarracin histrica de Joaqun Leguina hasta el relato cogi-do al vuelo de la actualidad de Lourdes Ortiz.

    No s a cuento de qu he enhebrado este prlogo, trufa-do de disquisiciones antropolgicas, sobre los dos tipos decuento, ni a cuento de qu he trado a colacin los 22 dog-mas en torno al cuento breve de mi amigo ngel Zapata. Alo mejor lo he hecho para atizar la curiosidad del lector eincitarlo a comprobar cuntos de los veintids dogmas zapa-tistas son respetados por cada uno de los diecisietenarradores que han colaborado en este volumen. O quines

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  • de los cuentistas incluidos en este tomo se encuentran con-ceptualmente ms cerca, y quines ms lejos, de losesquemas del Volksmrchen. Son preguntas que puedehacerse el cmplice lector de esta estupenda antologa delcuento espaol actual, destinada, sin duda, a perdurar. Perotambin puede no hacrselas y limitarse a disfrutar de la lec-tura, que no es poco, a fe ma, en los tiempos que corren.

    Madrid, 27 de julio de 2006.

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  • Un espaol deprimido

    FRANCISCO NIEVA

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  • Tengo memoria de unas cortas vacaciones veraniegas haceya muchos aos en compaa de un adventicio compaero,que me mantuvo por 10 das en un estado de continuo sobre-salto. Yo ignoraba hasta qu punto poda ser grave suproblema, el de un espaol extraamente forjado en negati-vo por el maldito rgimen de Franco. Era inteligente y culto,pero secretamente traumatizado por todo tipo de represionesinfantiles, que su madurez como persona no lograba superarcon garbo.

    No logro recordar con precisin si era en el 72 el 73. lme acompaaba en este primer viaje a Lanzarote, invitadopor Csar Manrique. Su mal disimulada depresin, inte-rrumpida por accesos de un entusiasmo sin medida, en losque poda cometer imprudencias tremendas, hubieran debi-do advertirme. Pero yo me haba reinstalado de nuevo yalegremente en Espaa y vea con claridad que el problemade esta persona era un producto de su propio medio. As quele aconsej, como terapia, que conociese un ambiente conmenos prejuicios. El de un gran artista que, a la vez, eraamigo mo.

    Pero vino a resultar que, como criatura en alto gradoimpresionable, el ambiente de lujo y hedonismo en que vivaCsar Manrique lo desequilibr mucho ms. Hasta entonces

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  • haba tratado de retrasar, entre indefinibles torturas, los lti-mos exmenes para titularse de abogado y complacer de estemodo a su santo e, igualmente, atormentado padre. Queraser muchas cosas, antes que abogado y profesor de derechopenal, como finalmente lleg a serlo, aunque por poco tiem-po. Prefera ser fotgrafo, escritor, poeta, guionista odirector de cine. Y sacar cuanto fuera posible los pies delplato, lejos de su ambiente cerrado y provinciano.

    Bien recuerdo que, cuando yo lo conoc en casa de GloriaFuertes, no dejaba de poner machaconamente en el tocadis-cos una cancin de Simon y Garfunkel, titulada El puentesobre aguas turbulentas. Esta cancin era como su bunkerpersonal, su refugio blico. No quera dejar de ser nio, obien competir con el nio que llevaba dentro y enquistado.Las aguas turbulentas nos mareaban hasta la nusea, pero yome deca: Dejemos que este pobre se desahogue, algnimperativo le obliga a mantenerse en perpetuo contacto conSimon y Garfunkel. Mas, como he dicho, el ambiente crea-do por Manrique, que promulgaba todo un gnero de vidaque no se privaba de nada, entre sus burbujas volcnicas,sus suelos acolchados, sus cactus gigantes y sus amigosmillonarios, termin de desequilibrar al joven y tortuosoespaol. A los parasos de Manrique no llegaban los ecos deLepanto, de las Cortes de Cdiz o del pasacalle de los repa-triados. Ni los del derecho penal, por supuesto. Manriqueviva como inmerso en su decorado de ensueo para ricosamericanos. Y ello, lo mismo le haca caer en xtasis comoen un silencioso reconcomio.

    La misma noche de nuestra llegada a Lanzarote nosrecibieron Manrique y Pepe Dmaso otro mozo brillan-te con un grupo de amigos que parecan recolectados en

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  • el Olimpo, entre los cuales alguien despert repentina-mente dichos arrebatos, y l andaba como obnubilado deheroica plenitud. Hasta el punto de que el objeto amado,para despertar ms su inters, se lanz a la mar muy pica-da y muy peligrosa en aquel punto, para alcanzar una rocaprxima, o que lo pareca por ser noche cerrada dondelas distancias se confunden y l lo sigui sin saber ape-nas nadar en un ocano seriamente encrespado.

    Consternacin general! Remolino. A dnde van sos?!Estn locos!. Se van a ahogar! Al cabo de un tiempoangustioso, ya estaba el primero totalmente vencido sobre lapiedra y hecho unos zorros, pero su vctima se debata amitad del camino con olas como grandes garras y aquello sehaca eterno. - No puede, no llega! Y, ahora qu haceaqul que no le ayuda? Es que no se percata de que el otrose est ahogando?. Todos se hallaban con el corazn en unpuo, sin atreverse a afrontar el bao, muy seriamente inti-midados por el oleaje, casi seguros de que ya se les arruinabala noche trgicamente. De m no hablemos. - Y ahora quhago yo, con un ahogado a mis espaldas y teniendo que avi-sar a esos padres? Di por sentado que no volva y fui arefugiarme desesperado en el interior de aquel ClubMartimo al que primero nos haban conducido.

    Me afond en un divn, dispuesto ya a afrontarlo todo, yalguno de aquellos amigos venan como a darme el psame.Pero con qu clase de individuo has venido, que se lanzade ese modo al mar para competir con el otro, que es todo unexperto?. Pobrecillo, es un desquiciado. Pero no haalcanzado la roca todava? Qu dices? Ni tiempo va a darpara que llegue la brigada de salvamento, aunque ya lo esta-mos intentando. Otro deca: Ni un salvavidas, ni una

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  • cuerda se encuentran en este puto club de mierda. Losempleados se avisaban y corran a ver el ahogamiento, msque el salvamento. El tiempo se alargaba insoportablemente.

    Pero entr otro de repente, gritando: - Ha llegado, halogrado llegar y ya se estn besando esos cretinos encimade la roca y a punto de que se los lleve una ola! Vaya!Menos mal! No tendrn fuerzas ni para echar un polvomacho. Y ahora cmo van a regresar? Ya lo veremos.Ven con nosotros. Ahora resultaba que los dos hroes nose atrevan ya a cruzar de nuevo, con aquella mar delApocalipsis, agarrados desesperadamente a la roca. Ladichosa brigada de salvamento no llegaba. El tiempo sedetena, inflexible. Hay que insistir y telefonear de nuevoNada que hacer, no contesta nadie, estarn de camino. Enun repente, los dos se lanzaron al agua. Pasamos por nue-vos momentos de angustia. Pueden pagar muy cara estalocura. El loquito lleg al cabo de sus fuerzas, vomitandoagua, en un estado lamentable, completamente extenuado,y los otros se pusieron a recriminar al provocador. Lleg labrigada de salvamento y se les invit a tomar una copa enla barra.

    Los dos hroes de la intil hazaa no se volvieron a verms. Pero aqu no acabaron sus desgracias: Noches mstarde, Stanley Siger el millonario y su compaero lo invi-taron a baarse desnudos en el mar calmo y se lanz trasellos como si volara. Y en el vuelo se dio de bruces contrauna rocas picudas y se parti la cara. Llev, por todo elresto de aquellos diez das, esparadrapos y vendas comouna momia, y los accesos depresivos menudearon. Yo pen-saba que mis disipadas costumbres pervertan a los pobreshijos de familia espaoles, pero en verdad no era este el

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  • caso. Era su profundo desequilibrio, sin duda propiciadopor aquel tipo de represin familiar del que no lograbazafarse. Con el tiempo, incluso lleg a ser un adicto delsuicidio frustrado y estuvo internado varias veces.

    En todo caso, el espaolito triste y deprimido que meacompaaba en aquella ocasin no pas el mejor verano desu vida, pero tampoco me lo hizo pasar a m.

    Publicado orginalmente en el diario El Mundo el 26 de agosto de 2000

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  • relatos222222 copia 16/11/06 13:48 Pgina 20

  • Anbasis

    FERNANDO SNCHEZ DRAG

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  • Queran cohabitar a la vista de todos con lascortesanas que iban en el ejrcito: tal es lacostumbre entre ellos. Todos los hombres y

    las mujeres son all blancos. Los griegos decan que ste era el pueblo ms brbaro que

    haban encontrado, aquel cuyas costumbresdiferan ms de las griegas. Hacan en pblicolo que otros en secreto y a solas se conducan

    como si estuvieran entre gente; hablabanconsigo mismos, rean y se ponan a bailar encualquier sitio donde se encontrasen, como si

    alguien pudiese verlos.

    JENOFONTE, La retirada de los diez mil, lib.V, cap. V

    La noticia vena en las pginas dedicadas al consejo deministros. Decid releerla meticulosamente por si habatruco en la redaccin o desliz de mis ojos, an aletargadospor el sueo, al interpretarla. Puse el peridico a la luz ydeletre con lengua estropajosa: Gobernacin. Decreto-leydisponiendo el cierre definitivo de las casas de mancebao lenocinio y similares. Las productoras del ramo podrnacogerse a los subsidios de desempleo y asistir, si as lodesean, a cursos de rehabilitacin organizados al efectoen los centros de beneficencia adscritos a este ministerio.La medida entrar en vigor a partir de la publicacin delpresente decreto-ley en el Boletn Oficial del Estado.Mientras tanto, los agentes de seguridad podrn intervenira titulo preventivo, ya sea de oficio u obedeciendo a

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  • denuncia, en todas aquellas situaciones que a su lealentender atenten contra el espritu de esta disposicin. Lasinfracciones sern castigadas de acuerdo con los seala-do por el Cdigo Penal en lo tocante a la tutela del decoroy al mantenimiento de las buenas costumbres. Un recuadroen negrita comentaba favorablemente la decisin delgobierno.

    Apart el peridico y volv al desayuno. El reloj delcomedor dio campanudamente la hora. Mi padrastro serecort bajo el dintel.

    -Buenos das -dijo-. No vas a la universidad?-Sigue cerrada.Corra febrero del 56.Aad con un hilo de voz y de esperanza:-Cunto tiempo suele pasar desde que el consejo de

    ministros aprueba una ley hasta que se aplica?-Depende.-Depende de qu?-De lo que diga la ley.Era un maestro de la tautologa. Le tend el ABC -estaba

    ya instalado en su silla habitual, frente al tazn, las galletasMara y la mermelada de albaricoque- y me levant. Pero lospadres de aquella quinta no soltaban as como as una presa.

    -Por qu lo dices? Han aprobado alguna ley que rececontigo?

    Siempre tuvo buena puntera. Grazn:-Simple curiosidad.Y sal de la habitacin antes de que la metdica lectura

    del evangelio matinal lo condujese al punto crtico.Como crtica era mi situacin, aunque -de momento- no

    desesperada. Caba curarse en salud. Fui al cuarto de estar y

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  • marqu el nmero de Jaime. Contest de malas pulgas: dor-ma. Expuse framente los hechos, mis intenciones y lajugarreta del destino.

    -Desol -coment entre afnico y taciturno-. Mi madretiene gripe y no hay la menor posibilidad de que abandonela garita. Prueba con Rafael.

    Lo hice. Me pregunt que si estaba borracho.Llam, por inercia y espritu castrense, a otros amigos.

    Quiniela fcil. Todos vegetaban en el seno de familias tanapestosamente burguesas como la ma. No hubo novedad.

    Escog la puta rue, tir hacia el Retiro -mejor eso quegastar un solo duro de los setenta y dos que llevaban nuevedas encaneciendo en la cartera- y me sent a masticar ren-cores en un banco.

    Iba a dar la una, con sol de invierno y gris delGuadarrama. Mircoles laborable: los varones en el tajo ylas hembras a gallear. Un desfile de criaditas madrugadoras,de colegialas con uniforme, de novias requetecompuestas,de adolescentes teticapullas, de vejestorios culengredas, deenjambres sin zngano, de empollones con libros de latn, deabadesas en maxifalda, de gallinas rumbo al estanque, dehipermtropes lricas y de gamberras en flor. Todas, inutil-mente, me recordaban lo mismo.

    Asent con un gesto maquinal. Tena yo entonces veinteoctubres en el carnet y eran lo que se dice otros tiempos.Tiempos de no jalarse una rosca, de cinco contra uno porlas noches, de salivosos besos a hurtadillas y carnaza defoxtrot, de mirar, soar y pasar de largo. Quien lo vivi, losabe. No existan coches ni parientes comprensivos, ni jar-dines sin vigilancia, ni amiguetes con apartamento, nicomunas ecolgicas, ni chicas que no fueran vrgenes. Ni

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  • casi casi oscuridad o alrededores. El sexo era una dimen-sin a solas y, de tarde en tarde, un guateque, un anunciode lencera, una calleja con los faroles descosidos a pedra-das, un quiero y no puedo de tranva o autobs, una sordaescaramuza en la retaguardia de cualquier cine y -a veces,a lo mejor y a secas- el culo de una marmota inclinada parafregar.

    Joaqun -premio Adonais antes de hacer la mili- se achi-charraba en los vagones del metro, entre Sol y CuatroCaminos y a las horas punta, arrimando la tela de su gabar-dina con grenchudo forro de borrego, e imaginen por quparte, al mapamundi de candorosas modistillas envuelto enpao de Bjar, franela tubular, cors de hormign armado ybragas de lona virgen. Despus -calofros y sudores- histo-riaba el tripoteo en el bar de la facultad.

    Rafael -imposible conciliador de Marx y Bakunin- fun-da las vacaciones en campos mixtos de concentracinlaboral. Y el resto del ao, a hacer fiufi (afilndose laverga). Aclaracin intil: tena pasaporte.

    Julin le tentaba las carnes y le sacaba los cuartos a unaseorita de doble joroba que a la sazn, tras siete lustros lar-gos de servicios, desempeaba ambiguas funciones en unachacoso despacho del tercer piso del Ministerio deEducacin. Cierto da, en el cine y en lance masturbatorio,el frenes de la rijosa hizo saltar una ballena metlica desdeDios sabe qu Ortopdicas honduras y al pobre Julin tuvie-ron que darle cinco puntos en un prpado.

    Otros, menos camorristas, preferan el placer de la lec-tura. En la Biblioteca Nacional estaba prohibido casi todo,inclusive Boccaccio, pero la represin es la escuela delingenio. As que rellenaba el obsexo la ficha con cualquier

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  • ttulo irreprochable o, mejor an, piadoso (Florilegiomariano, Apotegmas del corazn de Jess, Gracias desanta Teresita... Todo colaba), especificando a continuacinla signatura correspondiente al volumen de carne y huesoVargas, Vila, Belda, Zamacois, Felipe Trigo... De ah nopasbamos- qu su lujuria impetraba. Y alemanita!, comodecan los chuletas de entonces (y de ahora) sugiriendo unahache inicial y separando las dos primeras slabas de lastres ltimas.

    Otros blsamos, lenitivos y desahogos consistan, paralos bachilleres, en espiar parejas por los desmontes delalfoz urbano, importunndolas -cuando la ereccin ceda-con gruidos porcinos o misteriosos proyectiles (que a loscuitados deban de antojrseles verdaderos ovnis; y, paranosotros, en perseguir infructuosamente a las zorrastronasdel curso de extranjeros o en esperar a que salieran entrefuncin y funcin las coristas de La Latina con objeto deespetarlas a quemapechuga cualquier piropo salaz. Losms audaces merodeaban jueves y domingos, a eso de lascuatro y para arponear criaditas acachalotadas, por lasinmediaciones de El capullo mallorqun -metro de Sol,salida Mayor- o se adentraban, a partir de las siete y por lomismo, en los bailongos subterrneos de criadas y de hor-teras. Audaces, digo, porque la bizarra intentona seresolva las ms de las veces en soplamocos y pies paraqu os quiero. Las maritornes de aquella dcada prodigio-sa eran tan resbaladizas, colmilludas y asilvestradas comoMoby Dick. Burladero? Slo uno: los uniformes del glo-rioso ejrcito de tierra. Anjel Conjota (dicho sea con elapodo fontico que motu proprio se adjudic) sacaba losdomingos por la tarde unos astrosos arreos de sorche -arma

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  • de Intendencia- procedentes del Rastro y all que se iba,rumbo a cazaderos de fregonas, para ligrselas con elincentivo del caqui.

    Ocho aos dur el asunto, hasta que el mlite de quita ypon sent plaza de archivero en una biblioteca de provincia.Lo gracioso es que Angel tena un cojn colgado y, aducin-dolo, se libr de servir a la patria (y a sus defensores).

    Ms sucedneos: las turistas (a condicin de no ser irlan-desas. Que se lo pregunten a Lucas, vctima de un botellazoen la chola sacudido por una cristiana de Dubln a la queprecisamente, aunque en reflexivo, quera sacudirse), lasnovias (punto y aparte. Por cuatro sobos y tres pellizcos tepasaban la factura en tul ilusin), las marmotas domsticas(entre emputecidas y amaestradas), las profesionales (oh,tmpora) y los golpes de suerte. Ah mi caso.

    La racha empez seis meses antes y dur menos de uno.Veraneaban los mos, y yo tambin, en la alicantina playa deCampello. Cerca, en el hinterland; funcionaba por aquelentonces una residencia femenina de Educacin y Descanso,FET y de las JONS, Juventudes Nazis, Auxilio Social o algopor el estilo, pues no hay memoria capaz de retener lasmuchas chorradas en siglas que la posguerra nos trajo. Sera,digo yo, lo de Auxilio Social, a tenor de cmo lo practicabanlas pupilas, casi todas pimpollos de buenas agarraderas ybreves entendederas, que durante las horas diurnas recibanlecciones tuttifrutti -zapatitos de beb, puntos de cruz y de laFalange, budines de bacalao- en los salones de Villabragas,y que al caer el sol, con la fresca, salan como miuras depaseo, ora en grupo y hacia el chiringuito de Carrasco, orapor lo bajinis y de a una en fondo, escoltadas por el moscnde turno y con los mascarones de proa apuntando hacia el

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  • sabroso cobijo de la oscuridad en que voluptuosamente sebaaba el pueblo.

    Las internas de aquel antro no pertenecan ni por ley deapellido ni por decreto de monises a lo que entre bromas yveras, alrededor de una horchata, llamaban mi mundo, sinoa lo que mis padres y los padres de mis compadres hubieranllamado, caritativamente, el medio pelo con champ deborrajas (etiqueta que nunca lleg a esgrimirse, porquenunca se percataron de mi promiscuidad off limits). Y -Oh,bondad y prodigio de la lucha de clases! -aquellas chavalas,por mi fe, jodan. No todas, claro, pero s algunas: las nece-sarias, las suficientes.

    Manoli, por ejemplo. La conoc en una refriega de bugui-bugui y dej que se me llevase al huerto en mi escter considecar. Saba del asunto. Catalana (no. Charnega), rubiales,pechugona, labios de saxofonista, ombligo helicoidal, ame-locotonada, caderas de besamel, dedos viciosos, culo grande,algo de bigote, dos michelines en la barriga y todo el intrn-gulis salvado in extemis por la juventud. Calzaba veinteprimaveras cabales y sala, sin un mal gesto, de tres noviaz-gos sucesivos y supuestamente (slo los dos ltimos)desvirgadores. Quera ya ser, y lleg a ser, azafata de musloscruzados en el vestbulo de cualquier empresa. Me enselatn: el que me faltaba, (aunque luego viniese la vida a ense-arme todo lo que se ignora despus de saberlo todo). Fue unverano -apenas un mes- de sexo, sexo en la playa, sexo degndara y matorral, y de algarroba, y de rosquillas con hino-jo, y tambin, puesto que no hay jodienda prolongada sin supoquito de amor, eso, un verano de diminuto amor.

    Despus, lo de siempre: octubre, el otoo, alguna carta,un pensamiento, casi nada ms... y ahora de sopetn, nueve

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  • das antes de que don Francisco Franco (madera!) volvie-se a cagarla por ensima vez con el invento de redimirprostitutas y escachifollar usuarios, tate, la extremauncinen forma de lacnico billete remitido por Manoli, el anun-cio de una visita al galope, entre tren y tren, llegada delcorreo de Barcelona a las quince y quince, salida del expre-so andaluz -una ta por parte de madre ha parido en Morn.Hay que ayudarla- a las veintitrs, casi ocho horas de liber-tad madrilea para reverdecer ardores, los dos con ganas,los dos con la ilusoria huella de un encoamiento olvidado,los dos -o quiz yo solo- con seis meses de furiosa abstinen-cia sobre el espaldar, muy bien, pintiparado, Dios no ahoga,rnica para un moribundo, pero... dnde, entre qu sba-nas, bajo qu desconchado techo, sobre qu mohoso jergon,en cul indecente escondrijo?

    A Roma por todas, por lana, por lo que sea! Ser, al fin,en una casa de citas. Estn para eso, no? Leyendas quecorren de boca en boca, mitos que se deshacen en dulcesemen, fbulas que atizan el sueo pegajoso de los impbe-res. Dar con ellas no resultar difcil. Amigos de ms edad ymejor pedigr se haban encargado de desviar mi atencin,en tardes de asueto y picarda, hacia el peristltico suceder-se de oscuras parejas tragadas por la sombra de portalesoscuros que yo no haba olvidado: Echegaray, Matute, Tirsode Molina, un chafln ominoso cerca de los Mostenses, doso tres espeluncas por Espritu Santo... Manoli es deBarcelona, emporio de los meubls. Aceptar. Segundo pro-blema: los aos. Resuelto. Cumpli ya los veintiuno. A mme faltan meses, pero con los tos, hacen la vista gorda: unapropineja y a menear el colchn. En cuanto a la pasta...Empear la mquina de escribir. Nueve das de paladeo,

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  • de contencin nocturna, de manos en los bolsillos. La granfecha! y zas: por la espalda, a traicin, el decreto-ley de esoshijos de puta que se atreven a dejar a sus madres sin traba-jo. Y ahora? Una copita y barajar? Por aqu! Queda elrecurso -la obligacin- de probar suerte. No pueden desacti-var el tinglado en una tarde.

    Conque mir el reloj: la una y media. Hora de bajar, sinprisas, hacia la estacin. El monstruo de metal y vidriosegua all. Las gachises me citaban, como a un burel, con elrevuelo de los abrigos. Las gamberritas -ojos irnicos, mus-los mordaces- me rozaban. Busqu el tabln de anuncios:treinta y cinco minutos de retraso. O sea: tiempo de sobrapara un bocata de calamares. Cruc la glorieta, localic untascucio y me acod junto a una furcia de perfil oxigenado.Furcia de nacimiento. Furcia a rajatabla, a prueba de bombay a machamartillo. Furcia del pezn al cltoris. Y furcia picode oro, despachndose sobre el tema del da con la labia deun cura en el plpito. Pero ningn interlocutor -el camarero,el grifo de la cerveza, el cartel de toros, el borracho de turno,el espejo de estilo floreal, ella misma reflejada en l- pare-ca interesarse por su discurso. As que la emprendiconmigo:

    -Y a ust qu le parece, joven?-Una vergenza.Beb, me limpi la espuma, aclar la voz y cog la oca-

    sin en marcha.-A propsito... Sabe usted si la cosa afecta tambin a las

    casas de citas?Casi un trabalenguas y con rubor. Pero ah estaba.-Natural. Si las dejasen abiertas, el negocio seguira por

    libre.

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  • -Y cundo cree que las cerrarn?-Eso, a saber... Depende de los redaos de la patrona.-Conoce algn sitio por aqu cerca? Sonri de babor a estribor. Sus bucles daban calambre. Las

    tetas se le asomaron al escote. Me acerc un muslo zalamero.Ape el ust.

    -Chacho...Deshice con precipitacin el malentendido:-Perdone... Seguramente me he expresado mal. Tengo

    una cita.Las tetas regresaron a su lugar de origen. Bueno, hay dos o tres... -pareca resignada-. Prueba ah

    detrs, enfrente del San Carlos. No tiene prdida. Es en elportal de la churrera. Tercer piso.

    Y ya se orientaba hacia otros apostaderos. El tren lleg resoplanfo, estornudando, escupiendo,

    meando, cagando. Fren entre rechinar de dientes. Vi sucabeza -la de Manoli- asomada al pretil costroso de una ven-tanilla. Tard ms de lo prudente en reconocerla: echaba demenos la piel oscura y los quilates pajizos del verano. Sehaba puesto de dulce, muy arreglada y muy pintada, casicon rabia.

    Lo primero, despus de intentar besarnos con agudo dfi-cit de conviccin, fue el trajn de la maleta y la consigna. Lepas el resguardo.

    -No vaya a ser que en el ltimo momento se nos olvide.Salimos de la estacin rechazando taxistas, mozos de

    chupa azul y expertos en la suerte del tocomocho. Me volvhacia ella. Estaba ms delgada, ms guapa y ms lejana. Selo dije. El primer adjetivo suscit una sonrisa, el segundo laacentu, el tercero la borr.

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  • -T tambin.Daban las cuatro: psima hora para tertulias metafsicas.

    Deriv hacia argumentos ms tangibles.-Tendrs hambre.-Algo.Repeticin del bocadillo de calamares, esta vez sin fur-

    cia. Aprovech su rastro para plantear crudamente lacuestin. Pausa. Se puso a hurgar con la ua granate en lasrendijas de la mesa.

    Insist:-No veo otra solucin.Levant la mirada, se ech a rer y dijo:-Claro.Slo entonces la reconoc. Ya se nos enredaban las

    manos, las intenciones, las rodillas...-Pues al ataque.Me esper frente a la churrera. Gesto inquisitivo.-Nada. Que si estoy loco. Que a quin se le ocurre en un

    da como hoy.Repiti el gesto.-La verdad, no s... Y si nos pusiramos en manos de un

    taxista? Los taxistas son unos linces para estas cosas. Seconocen todos los tugurios al dedillo.

    Volvimos a la estacin.-Pasa dentro y esprame junto a las taquillas.Eleg un tipo de bigote, huesudo, cuarentn, con entra-

    das, tirando a zarzuelero. Al principio no entenda. Tuve querepetrselo tres veces.

    Me mir con sorpresa y con burla.-Pero si no das la talla!-Dentro de unos meses cumplo veintiuno.

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  • -Y ella?-Mayor de edad.-No va a ser fcil. Sabes qu...?-S, lo s.-Dnde hay que recogerla?-Est aqu.-Trela Pero sin compromiso, eh? Luego no me vengas

    con reclamaciones.La contempl a sus anchas, con retintn y regodeo, como si

    fuera suya y de todos: el precio de la poca. Pero no dijo naday se lo agradec. Tambin le agradec a Manoli el desparpajo, lanaturalidad. No pareca azarada. Pens que en Madrid ramosunos palurdos, me arrellan a su vera, arrim el anca, le ech elbrazo por el hombro, la empotr en la axila, conect la red elc-trica, not la sangre, trinqu de un zarpazo su rodilla y barbot:

    -Has ido otras veces?Los ojuelos del taxista me miraban por el retrovisor.-Adnde?-Cmo que adnde? A sitios as, como el que estamos bus-

    cando.-T no?La primera parada fue en la calle de la Cruz. Nuestro hom-

    bre orden perentoriamente que le esperramos, se ape ydesapareci por una esquina. Aprovech el resquicio para chu-tar un beso. La falda resbal. Atisb la empuadura de laentrepierna tiznada por el liguero. Se resolva en ngulo agudo.Busqu su vrtice. Toqu humedades rugosas. El ngulo pas aobtuso. Me demor, me distraje. Notaba algo desconocido enaquella piel invernal: la urdimbre insolente de las medias.Sostuvimos el beso. Reincidimos en l. Lo retorcimos. Nos viouna viejecita (siempre haba viejecitas. Eran las columnas del

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  • Rgimen). Rezong. Manoli jadeaba al ralent. El taxmetrohaca tictac.

    -Nasti -dijo su propietario, reapareciendo-. En el primersitio no haba ni Dios. En el segundo se han cabreado, porquestas no son horas.

    Traa los mofletes a cien. Una robustiana en el portal? Undesahogo furtivo a nuestra salud?

    Mascull:-Como si para eso hubiera horas...Segunda tanda de bandazos por las calles de un Madrid que

    se desperezaba. Las cinco y veinte. Tictac. Vueltas y revueltas.Chaflanes. Esquinas. Semforos. Estiraba adrede los tiempospara trabajar con la vista? Sus ojos seguan chispeando en lasuperficie del retrovisor. Los peatones -jetas, lentes, sombreros,tabardos- dibujaban una cinta continua ms all de los cristales.Manoli y yo nos arrimbamos y desarrimbamos con la inerciade las curvas. Llevaba la ropa a la remanguill, cado el busto,desparejadas las piernas, roto el perfil, arriado el pelo.

    Parn en los bulevares.-Quedaros ah, en la taberna. A lo mejor me entretengo.Caricias varadas. Algunos clientes por el mostrador. Un caf

    solo, un carajillo. Cuchicheos.-Hay que tomar precauciones?-Por desgracia.De cajn. Otro gaje de la poca. No haba entonces diafrag-

    mas ni pldoras ni trmino medio: o joder con funda o apearseen marcha la tremenda. Y ms vala el condn, porque losegundo originaba reacciones absolutamente imprevisibles. Alborrico de Cols le espet cierta fmula consentidora despusde un casquete interruptus:

    -Guarro, me has meado.

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  • Y el hombre no volvi a levantar cabeza.Conque dej a Manoli en su rincn, busqu una farmacia

    e invert tres machacantes en un estuche de cinco gomas. Alpasar junto al taxi, ya de regreso, ech un vistazo al conta-dor: sesenta y seis. En consumiciones y coas se me habraido otro tanto. Mermaba el capital, creca la lujuria y se des-pepitaban los minutos.

    Mir el reloj: menos de cinco horas por delante y casitres por detrs, tiradas limpiamente a los perros. El taxme-tro segua a lo suyo.

    Desech la posibilidad de pedir una copa.El auriga asom la gaita y dijo:-Vamos.Luego, ya en el coche, aclar:-La seora de aqu arriba, una rubiales de armas tomar...Pausa, torsin de la cintura para comerse con los ojos a

    Manoli y anlisis del efecto producido, dice que no quierefollones con guayabos.

    Requetepausa y, en sordina, aparte con Manoli:-Lo de guayabo es por lGesto de costadillo.-que todava est a Pelargn.Y remate del asunto principal:-Pero me ha dado unas seas. Sal por los fueros de mi virilidad: -Puede saberse cules?-Por Jardines. -Pero si venimos de esa zona!-Quieres o no quieres una cama?Me la envain. Clav los ojos en el trasportn. Escuch

    de soslayo la Gran Va.

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  • Manoli, seguramente para quitar hierro, me la desenvai-n. Pareca un as de bastos. La mir, la admir, la sopes, laoprimi y, rinrn, la encapuch y descapull in crescendo.El retrovisor estaba hipnotizado.

    Jardines. Espera en Jardines. Salida de Jardines.-Y ahora?-Por mi barrio conozco un par de sitios, pero hay una tira-

    da...Su barrio era la Ciudad Lineal. En resumen: doce kil-

    metros de tumbos y virajes hasta naufragar en una procelosageografa de hojalata, desmontes, merenderos, y chals des-portillados. Reloj: las siete y diez. Taxmetro: cientonoventa y ocho. Empec a preocuparme.

    -Oiga, que no llego ni a las cuatrocientas pelas y ademsse lo avis!

    -Tranquilo. Por estoa andurriales va todo muy barato.Con cien del ala te arreglas.

    Manoli susurr:-Yo puedo poner otras cien.-Y quin pone el tiempo?Noa deposit en un ventorro -ms gasto- y se fue para

    organizar sus pesquisas. Mano1i me pregunt:-Por qu prohiben las putas?-Porque son gilipollas, tontos del haba, maricones y esbi-

    rros a sueldo del Vaticano.-Has ido alguna vez con ellas?Le devolv la pelota de los meubls;-T no?Y cog carrerilla. Me explay. Ech mano de la literatu-

    ra y de la historia. Arranqu de Egipto, pas por Grecia,mencion Cdiz, recal en Bizancio, di un rodeo hasta

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  • Oriente, dorm en Mongolia, par en Calcuta, volv por elAsia Menor, visit Gnova, insist en Barcelona, cruc elcharco, invent Las Vegas, record a Faulkner, me fui aMosc, tropec con Dimitri Karamazov, cit a Maupassant,declam al Aretino, regres a Petronio, jod en Copenhague,me extravi en Saign, imagin Acapulco, salt a La Habanay termin en la calle de la Reina. Habl de m y de mis ami-gos. Exhum episodios, rescat ancdotas, confessinsabores.

    -Dnde lo hiciste la primera vez?-En Alicante y por un duro. Tenan el cuartel general en

    la puetera playa, junto al ferrocarril de la Marina. Se te lle-naban los zapatos de arena.

    -Y la segunda?-En Mrida. Fuimos un montn de gente de la facultad

    para representar una obra de teatro. El despelote padre. Huboquien se tir tres das sin salir de la casa de putas. Ganado deprimera, aunque talludito y maternal. Un polvo costaba sieteduros, pero por una pela podas quedarte toda la noche dechchara en la camilla, y menuda camilla, una plaza detoros... Bueno, pues all, a tu aire: meter mano, leer la pren-sa, estudiar, lo que se terciara, incluso dormir... y charlar,claro... Sobre todo, charlar, charlar de cualquier cosa, dePlatn, de poltica, de ftbol, de mares del Sur... La tertuliams pipuda que haya visto. Por aquella habitacin pasabatodo Dios: arquelogos del Consejo, curas de paisano, mari-cones, intelectuales antifranquistas, guardias de la porra,seoritos de yegua jerezana... Yo tuve que joder un par deveces en un tabuco iluminado por una claraboya que daba alpasillo y en mitad de la faena la levantaban -a saber quin,una puta, un cliente, la seora de la limpieza, avergualo- y

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  • te decan: hale, cachondo!, o cualquier otra chuminada porel estilo. Qu tiempos! En Huelva conoc a una prjima quese haba afeitado el coo para tatuarse encima la palabracochera. En Cdiz me enred una individua como de dieci-siete aos, la que se dice un bombn, y fuimos a su casa, unade esas casas pobres andaluzas, con patio en el centro y todaslas habitaciones dando a l, sin puertas, separadas slo porunas cortinas, y carajo, junto a nosotros, pared por medio,seguro que no te lo crees, estaba palmando su madre, o por lomenos pasndolas canutas, pero que muy canutas, con esterto-res y quejidos de aqu a Lima, te lo juro, y sobre la cama habaun cuadro de la Virgen, un cuadro no, un recorte de peridicocon un marquito de mierda, y debajo la clsica lamparilla deaceite, bueno, pues va la chorba, ya despatarrada y en cuera-men, por cierto, qu pelambrera, va, digo, y moja los dtiles enel aceite y se los pasa por el chocho, y yo me quedo pasmado,y me suelta: es para lubrificar. Aunque todava peor, o mejor,que con el putero no hay quien se aclare, era lo de Madrid,precisamente por Atocha, en la cuesta de Moyano, con un car-camal de cien castaas, bueno qutale treinta, y me quedocorto, que tena, increble, una pata de palo, y la hincaba, qudigo, la atornillaba en un agujero, siempre el mismo, que nipensado a propsito, y as, apalancada, pues eso, a follar porunas gordas. O tambin las que montaban el negocio en unosjardincillos con rboles, de noche, claro, y lo hacan recosta-das en el tronco, qu escena, y antes de empezar tepreguntaban: con o sin clavo?, y t: cmo que con o sinclavo?, y la ta: como lo oyes, primavera. Con el clavo te salepor cinco duros ms, y t: explcate, y ella: anda ste! Si serpaleto... y por fin te descubra el intrngulis, o sea, echar elmuslo, el muslo de la pelandusca, se entiende, sobre un clavo

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  • de la hostia, pero de la hostia, como para jugar a robaterrenos,que la muy guarra haba hincado en el rbol, a media altura, ycon eso el coo se abra ms, tipo ventosa, y te daba un gustodiferente o adivina qu... Y aquellas reputas del Bernabeu quetasaban al milmetro sus habilidades pidindote cinco pavospor un polvo normal y ocho por uno con ilusin...

    Pero ya volva el chfer: pupilas dilatadas. Os quedan doshoras. Arreando. Y dnde? All mismo, al ladito. Una viudaque vive de su difunto, asesinado en Paracuellos, ya veis,medalla, pensin y enchufe, pero que redondea el peculio concosas as.

    -Cunto?-Lo que te dije: veinte machacantes. Eso s: slo hasta las

    nueve y media, porque su hija sale del trabajo a las diez.La casa era popular, subvencionada, falangista, mugrienta.

    Subimos al segundo: otra rubiales de aqu te espero. Bata confloripondios. Bigudes. Tufillo a yogur. Pecho amelonado ytembln. Culo tembln y amelonado. Gran papada. Y lo peor:cejas fruncidas al verme.

    -Pero si es un cro!Hablaba con el postilln. Que se ech al quite:-En el catre no hay diferencias.-Pero en el carnet s. A ver, scalo.Intervine:-Es intil, seora. Tengo veinte aos. Cumplir los veintiu-

    no en octubre.-Pues te esperas a entonces.Y sacudi sus cabellos de ngel oxigenado.El taxista cambi de tctica.-Desde hoy tan prohibido est para los unos como para los

    otros. As que...

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  • -As que nada. Con los mayores, multazo y resuelto. Perocon los chaveas, sabes t lo que me pasa con los chaveas?Eh?. Lo sabes?

    Pausa y expectacin.-Pues que me quitan el piso. Ni ms ni menos.

    Porque stas son casas protegidas. A ver si lo entiendes...Pro-te-gi-das!

    Conque dieron las ocho y otra vez estbamos en la calle.El taxista dijo:

    -Por qu no os vais a bailar? Yo que vosotros me iba abailar. Aqu mismo, en La Casuca. Por quince duros tenismerienda, y poca luz. Os atomatis y a otra cosa.

    Le crucifiqu con la mirada.-Est bien, est bien... All pelculas. Son doscientas

    veintinueve pesetas. Me quedo en el barrio.-Y nosotros cmo volvemos?-A Atocha? Tenis que coger dos autobuses...Se interrumpi bruscamente y dijo que nos iba a llevar a la

    parada. A los pocos minutos, en un recodo negro, par el cochey nos mir. Las piernas de Manoli rasgaban la oscuridad.

    -Por qu no lo hacis aqu?-Aqu? Est todo lleno de barro.-No digo fuera. Digo aqu, en el taxi.-Y usted?Tard en contestar. Casi no le veamos la cara.-Yo tambin.Manoli me apret el brazo. Dije con voz tensa:-Llvenos al autobs.ramos muy jvenes.Arranc y condujo unos instantes en silencio. Despus,

    sin volverse, dijo:41

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  • -Me conformara con mirar.ramos muy jvenes. Ni siquiera tuve que responderle.Nos dej en la parada. estbamos junto a un farol y apro-

    vech la penumbra para observar su rostro. Haba envejecido.El autobs tard en llegar. Y en irse. Madrid, cada vez

    ms tupido, nos engulla. Bajamos en General Mola ycogimos el metro.

    Al entrar en la estacin daban las diez. Gente por todaspartes: una muchedumbre casi oriental.

    Recuperamos la maleta, compr unos bocadillos y medesped de Manoli. Dije:

    -Avsame cuando pases de regreso.Asinti.Llegu a casa con sabor a carbonilla. Mi padrastro empe-

    zaba a releer el peridico. Mi madre formul las preguntasde ritual:

    -Dnde te has metido?-Por ah-Lo has pasado bien?-Psch-Qu has hecho?Contest lo de siempre.-Nada.-Y era verdad.

    Este relato se public originalmente en el libro Las fuentes delNilo, editorial Planeta, Barcelona 1986

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