La agonia de Mariátegui

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LA AGONIA DE MARIATEGUILa polémica con La KominternAlberto Flores Galindo

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LA AGONIA DE

MARIATEGUI

La polémica con

La Komintern

Alberto Flores Galindo

LA AGONIA DE MARIATEGUI ALBERTO FLORES GALINDO

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INDICE

INTRODUCCION

CAPITULO I

EL INICIO DE UNA POLEMICA: BUENOS AIRES, 1929

CAPITULO II

EL DESCUBRIMIENTO DEL MUNDO ANDINO

CAPITULO III

AMAUTA COMO TAREA COLECTIVA

CAPITULO IV

ENTRE EL APRA Y LA INTERNACIONAL: EL PARTIDO SOCIALISTA

CAPITULO V

LA AGONIA FINAL

EPILOGO

ANEXOS

Anexo 1

Sobre las Fuentes

Anexo 2 Cronología de los principales acontecimientos en el movimiento comunista de la época

Anexo 3

Vida de losé Carlos Mariátegui 1927 - 1930

Anexo 4

Acontecimientos de importancia durantelos últimos años de Mariátegui

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"En la poesía, en la revolución y en el amor

veo actuantes los mismos imperativos esencia-

les: la falta de resignación, la esperanza a

pesar de toda previsión razonable contraria':

Emilio Adolfo Westphalen

"Agonía no es preludio de la muerte, no

es conclusión de la vida. Agonía -como

Unamuno escribe en la introducción de su

libro- quiere decir lucha. Agoniza aquel que

vive luchando luchando contra la vida

misma Y contra la muerte" .

José Carlos Mariátegui

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INTRODUCCION

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Si se tratara, al inicio de este ensayo, de resumir con palabras que quisieran ser breves y adecuadas las cuestiones sobre las que debatieron José Carlos Mariátegui y sus contemporáneos, tendríamos que referirnos a ese problema recurrente en las revoluciones contemporáneas que es la articulación entre el marxismo y la nación, lo que en otras palabras significa la confluencia entre un fenómeno generado inicialmente al interior de Occidente y una tradición cultural muchas veces distinta y quizá antagónica con respecto a Europa. Las revoluciones victoriosas han exigido una adecuada solución a este problema, como de hecho sucedió en China o Cuba, antes en Rusia y ahora en Nicaragua. Mariátegui no pudo desatender el problema.

Pero las revoluciones victoriosas son las excepciones. De igual manera, entre marxismo y nación, en la mayoría de los casos, se ha planteado una relación difícil que no ha podido evitar convertirse en una disyuntiva. La respuesta que Mariátegui fue encontrando al problema en el transcurso de su vida, pero especialmente entre 1923, fecha de su regreso de Europa, y 1930, se fue generando al compás de las polémicas y debates donde intervino y en contacto directo con la praxis política. No se elaboró pacientemente en un escritorio, sino al interior de la vida misma, en la lucha y el conflicto, día a día Por eso no podemos encontrar un texto, una cita, donde esté meridianamente clara la solución: hay que buscarla por el contrario tanto en la vida de Mariátegui como en los acontecimientos que la rodean. Tal vez uno de los más significativos al respecto fue su polémica final con la Internacional Comunista: el tema de este libro.

El lector de Mariátegui debe comprender que marxismo y nación fueron un verdadero problema -en el sentido vital de la palabra- para el fundador del socialismo peruano. Esto nos remite a constatar, como trataremos de ilustrar en las páginas que siguen, una verdadera tensión que atraviesa sus escritos y su vida, algunas veces prima el marxismo, otras veces la nación, no siempre fue una relación armónica y en muchas ocasiones esa misma tensión se expresó en el contrapunteo entre el arte de vanguardia y el indigenismo, entre Occidente y el mundo andino, entre la reivindicación de la heterodoxia y la exaltación de la disciplina, entre lo nacional y lo internacional, entre México (el lado nativo de Latinoamérica) y Buenos Aires (el puerto hacia Europa). La tensión entre marxismo y nación que recorre los siete años finales de la vida de José Carlos Mariátegui es un acicate de su obra pero también puede ser motivo de algunas contradicciones: no hace falta desconcertarse porque, como lo recuerda Ruggiero Romano con su agresividad característica, sólo los imbéciles temen contradecirse y evidentemente Mariátegui no pertenecía a esa especie (1).

Ese doble eje conformado por el marxismo y la nación hace que la vida de Mariátegui sea a la vez una página en la historia peruana y una página en la historia del socialismo. Fuera de la historia, sin la relación con otros intelectuales peruanos, sin la presencia de la joven clase obrera limeña, sin los inicios del capitalismo en el país, imposible entenderlo. Pero ocurre que, precisamente a partir de su peculiar articulación entre marxismo y nación, Mariátegui acabó elaborando una manera específica -peruana, indoamericana, andina- de pensar a Marx y, como siempre, precisamente por ser más peruano se convirtió en universal; de manera que consiguió

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proponer un marxismo tan diferente como el de Gramsci y el de Lukács, y tan valioso como ambos, gracias a lo cual el Perú recién comenzó a figurar en la geografía del socialismo.

Pensar de esta manera a Mariátegui conduce a abolir una cierta imagen del marxismo que lo representa como una genealogía perfecta o una sucesión lineal, en la que luego de la prehistoria del socialismo utópico, Marx genera a Lenin, quien a su vez engendra a Stalin y de allí -por lo menos hasta hace poco tiempo- se deriva Mao. Las imágenes religiosas que enmarcan algunas reuniones de la izquierda peruana evocan repetidamente esta sucesión tan simple como falsa, porque además de anular el conflicto en el desarrollo del pensamiento marxista, acaba marginando y condenando al olvido a pensadores incómodos como todos esos heterodoxos que emergen en la década de 1920: Gramsci en Italia, Panecoeck en Holanda, Lukács en Hungría, Korsch en Alemania... En realidad el marxismo más que a la imagen de un rio, evoca una variedad de corrientes diferentes que así como se juntan y engruesan, siguen también rutas nuevas y hasta divergentes. La imagen del marxismo sin fisuras, resumida en la fórmula marxismo-leninismo, nació junto con el culto a Lenin, posterior a la muerte de éste desde luego, y con la finalidad específica de proscribir a Trotsky del pensamiento marxista.

Lamentablemente, muchos trotskistas han tenido la torpeza de contraponerle otra imagen igualmente adulterada del marxismo-leninismo-trotskismo.

Mariátegui pensó que entre el marxismo y el pensamiento crítico existía una indispensable confluencia. De manera tal que nunca se encerró en los estrechos límites de una sola tradición socialista v de allí que al lado de referencias a Marx o Lenin, aparezcan citas -después no comprendidas por algunos exegetas- de George Sorel, un personaje con el que simpatizó poco Lenin, o de Piero Gobetti. Esta actitud siempre crítica, siempre libre, nunca de a-catación reverente que Mariátegui tuvo frente a la historia anterior del socialismo, hay que tratar de repetirla al momento de pensar al propio Mariátegui. Es fácil suponer que no le desagradaría.

La agonía de Mariátegui: el título de este ensayo exige algunas explicadones porque con el verbo "agonizar" no se quiere aludir al hecho obvio del final de una existencia, sino más bien al sentido un amuniano de lucha por la vida. La Agonía del Cristianismo fue un libro fervorosamente comentado por Mariátegui en el primer número de Amauta, aprovechando de la ocasión para establecer algunos paralelos entre cristianismo y marxismo en ambos casos lo que cuenta es la fuerza para encarnarse en las masas, la doctrina deja lugar a la vida, entendida a su vez como lucha y combate, es decir agonía. Esta imagen del marxismo se resistía a la repetición rutinaria de los dogmas y por el contrario fomentaba las herejías, al estilo de George Sorel, como único camino posible para renovar y hacer avanzar el pensamiento de Marx. Por eso Mariátegui confiesa identificarse con aquellos "...en quienes el marxismo es lucha, es agonía" (2). Agonía significa también afán polémico, no para "epatar" a los burgueses rutinarios, sino para intercambiar ideas, para dialogar, para discutir: más adelante nos referiremos in-extenso a la importancia de la polémica y la discusión en el pensamiento de Mariátegui. Agonía es sinónimo de conflicto interior: corrientes encontradas que generan una tensión íntima, como lo ilustra Mariátegui recurriendo al ejemplo de las dos almas contemporáneas, la revolución y la decadencia, coexistiendo ambas en tos mismos individuos de manera "agonal" (3).

La reflexión de Miguel de Unamuno recogida por Mariátegui evoca esa concepción del marxismo definido como el mito o la religión de nuestro tiempo. La validez del marxismo sólo

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puede ser testimoniada por las masas, porque a su vez el criterio de verdad por excelencia es la capacidad para movilizar a las multitudes.

El marxismo es una fe, sin confundir evidentemente "...la fe ficticia, intelectual, pragmática de los que encuentran su equilibrio en los dogmas y el orden antiguo, con la fe apasionada, riesgosa, heróica de los que combaten peligrosamente por la victoria de un orden muevo" (4). Estas palabras fueron publicadas faltando apenas 18 días para la muerte de Mariátegui. Agonía es pasión, fe, elan. Agonía se confunde finalmente con esa esperanza que define en la política y en la vida cotidiana el derrotero de Mariátegui: la confianza en el futuro que no reposa en las leyes de la dialéctica, ni en los condicionamientos de la economía, sino en las voluntades colectivas. En otras palabras, se trata del voluntarismo y el espontaneísmo que emergen en diversos pasajes de su pensamiento.

De esta manera el verbo "agonizar" es una especie de "llave" del mariateguismo: nos abre al mundo de su tensión interna -al que hicimos alusión párrafos atrás- y nos aproxima a las polémicas que enmarcan su biografía: por ambos senderos terminaremos aproximándonos a la imagen de un marxismo elaborado lejos de cualquier academicismo, envuelto por los acontecimientos, sumergido en la vida cotidiana, vástago de esas mismas calles y multitudes que alentaron el oficio periodístico del joven Mariátegui: "La calle, o sea, el vulgo; o sea, la muchedumbre. La calle, cauce proceloso de la vida, del dolor, del placer, del bien y

del mal" (5).

(1) Cfr., Aricó, José, Mariátegui y la formación del Partido Socialista del Perú, ponencia presentada en el coloquio "Mariátegui y la revolución latinoamericana" organizado por la Universidad de Sinaloa, Culiacán, México, del 14 al 18 de abril de 1980. De ese mismo coloquio recogemos especialmente las intervenciones de Robert Paris y los comentarios de Oscar Terán y Chiaramonte.

(2) "La Agonía del Cristianismo" de Don Miguel de Unamuno, en Amauta, Lima, No. 1, 1926. También en Signos y

Obras, Lima, 1975, p. 120.

(3) "Arte, revolución y decadencia" en Amauta, Lima, No. 3, nov. 1926. También en El Artista y la Epoca, Lima, 1964, p. 18.

(4) "¿Existe una inquietud propia de nuestra época?" en Mundial, 29 de marzo de 1930 y también en El Artista y la

Epoca, p. 30.

(5) "La torre de marfil" (noviembre de 1924) y op. cit., p. 29

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CAPITULO I

EL INICIO DE UNA POLEMICA:

BUENOS AIRES, 1929

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El tema de este ensayo -la polémica entre Mariátegui y la III Internacional o Komintern- transcurre entre dos acontecimientos: la supuesta conspiración comunista develada por el gobierno de Leguía el 5 de junio de 1927, que nos permitirá mostrar cómo hasta entonces no existía vinculación orgánica alguna entre los socialistas peruanos y Moscú, y por otro lado, el inevitable final impuesto por la muerte de José Carlos Mariátegui, el 16 de abril de 1930. En el transcurso de esos tres años o con mayor precisión, treinta y cinco meses, Mariátegui tuvo que diversificar sus escasas fuerzas: periódicamente debía entregar sus colaboraciones dedicadas a

escrutar la vida internacional y a comentar publicaciones recientes tanto para Variedades como

Mundial, además de alguna eventual colaboración en revistas del extranjero como Repertorio

Americano o La Vida Literaria; desde la editorial Minerva emprendió la doble tarea de editar

Amauta y Labor; tuvo que convertirse en un asiduo corresponsal para de esa manera mantener con algún éxito sus debates con el aprismo y la Internacional; pero tal vez la tarea más importante fue la menos advertida por sus contemporáneos la organización del proletariado y del partido, hecha con cuidado y silencio, alejada del triunfalismo.

Las páginas que siguen, aunque no omitirán los hechos anteriores, no deben ser leídas como parte de una biografía. No nos preocupa toda la vida de Mariátegui, sino que centraremos la atención casi exclusivamente en la polémica -muchas veces olvidada y soslayada- con la Internacional. Esta polémica nos permitirá encontrar a Mariátegui como político, en respuesta a

quienes, desde 1928, se empeñan en retratarlo sólo como el "intelectual" por contraposición a Haya de la Torre, a quien precisamente Luis Alberto Sánchez le dedicó una emotiva crónica

biográfica titulada Haya de la Torre o el político, como si hubiera sido el único entre sus contemporáneos. En realidad, Haya y Mariátegui (a los que se debe añadir la persona de Eudocio Ravines) encarnaron tres maneras diferentes, contrapuestas y enfrentadas de entender la política. Trataremos de mostrarlo.

El texto estará articulado en torno al debate con la Internacional, iniciado en Buenos Aires, en junio de 1929. Tratar de esclarecer los términos del debate nos ha obligado a desligarnos de una narración cronológica y, en la medida que otorgamos más importancia a la interpretación que al relato, algunas veces tendremos que retroceder para rastrear el origen de una idea, detenernos para relacionarla con las estructuras sociales del país en ese entonces o adelantar un desenlace previsible. Ojalá que estos "juegos con el tiempo", siempre reprochables en un historiador, se mantengan fieles a la preocupación central de este ensayo.

En los años finales de su vida, José Carlos Mariátegui terminó sintiéndose acosado por el régimen de Leguía (6) a pesar de tener amigos y parientes que, como Sebastián Lorente o Foción Mariátegui, eran personajes, próximos al dictador. Esa sensación de acoso puede sorprender a quienes olvidan los aspectos represivos del "oncenio" (1919-1930) generalmente ocultados tras las imágenes festivas de los carnavales y las grandes celebraciones nacionales (el centenario de la independencia y de la batalla de Ayacucho) o bajo el esplendor fugaz de las obras públicas, la modernización de las ciudades, el trazo de las amplias avenidas y los utópicos

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proyectos de irrigación; pero ocurre que Leguía también se preocupó por la expansión de los aparatos del Estado y garantizó su prolongada permanencia en el poder, no sólo con el recurso a la demagogia sino que necesariamente reposó en mecanismos represivos más eficientes: son años en los que, con el apoyo de una misión española, se estructura la policía y se fomentan otros organismos conexos, uno de los cuales recibiría popularmente el gráfico nombre de "soplonaje".

En principio las relaciones entre Mariátegui y el régimen eran claras. A José Carlos Mariátegui no le interesaba, por el momento, conspirar contra Augusto B. Leguía dado que no se proponía tampoco sustituir a un dictador por un presidente; la transformación sustancial del Perú sería el resultado de una tarea prolongada y silenciosa para la cual -aunque sonara paradójico- el gobierno de Leguía aportaba algunos beneficios: dados sus propósitos antioligárquicos y su afán por desarrollar el capitalismo, no sólo facilitaba la lucha contra la feudalidad y la vieja cultura tradicional, sino que además obligaba a plantear el socialismo como alternativa, único medio para desplegar una oposición radical y consecuente. Los proyectos de Leguía perseguían cambios en la sociedad peruana, enunciados como la edificación de una "Patria Nueva", pero en dirección del capitalismo. Para cumplir ese cometido, Leguía afecto el poder de la vieja oligarquía, aliada con los gamonales, trató de fomentar a las clases medias y sobre todo encontró sustento en las inversiones y cuantiosos préstamos imperialistas. Una consecuencia de estos cambios fue que se debilito ostensiblemente el viejo control monopolítico ejercido por la clase dominante en la vida cultural del país. A su vez, se facilitó el ingreso de las clases medias provincianas en las universidades, las profesiones liberales y el periodismo. Tanto en la ciudad como en el campo, Leguía alentó con estruendo todo proyecto conducente al desarrollo del capitalismo. No siempre se cumplieron, la gran mayoría de las veces apenas se trazaron, pero todo esto acabó infundiendo temor entre los viejos terratenientes y muchos optaron por el camino del exilio. Fueron precedidos por los intelectuales. Tiempo antes los hermanos García Calderón habían dejado el país para establecerse en Europa. Con el ascenso de Leguía, ese camino fue seguido por José de la Riva Agüero y Víctor Andrés Belaúnde. Acabaron dejando el campo libre a los jóvenes intelectuales y también a las nuevas opciones políticas, dado que durante esos años, como luego lo reconocería con pesimismo el propio Belaúnde fueron incapaces de elaborar una alternativa al proyecto de Leguía.

José Carlos Mariátegui supo distinguir con claridad entre el oncenio y gobiernos anteriores. La República Aristocrática había representado, entre 1895 y 1919, la realización en el Estado de la confluencia de intereses entre oligarcas y gamonales, a partir de la marginación política de las grandes mayorías. El oncenio era igualmente antidemocrático, pero sus proyectadas reformas abrían la posibilidad política de nuevas opciones y replanteaban otras. En efecto, ya no era posible -siempre desde la perspectiva mariateguista- predicar desde una postura radical el desarrollo del capitalismo en la sociedad peruana, porque eso era un proyecto asumido desde el Estado por el propio Leguía. Entonces, a pesar del atraso de la sociedad peruana, el socialismo podía aparecer como una exigencia histórica. La caracterización del oncenio fue una de las primeras discrepancias de José Carlos Mariátegui con Haya de la Torre, para quien Leguía no era más que una variante, con los rasgos represivos acentuados, del viejo gamonalismo y por lo tanto existía una continuidad entre el civilismo y la "Patria Nueva".

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Se entiende, a partir de su visión del régimen leguiísta, que Mariátegui no ensayara una oposición inmediata. Se debe añadir además sus escasas fuerzas, la debilidad del naciente socialismo peruano, la necesidad de persistir y durar, única manera de garantizar una obra colectiva y de largo aliento: la ansiada edificación del partido y del proyecto socialista. Es por todo esto que Mariátegui se cuidó de no dirigir ataques frontales a Leguía. Pero la respuesta

del dictador no fue exactamente una política de tolerancia. Es cierto que Amauta circulaba, pero también es cierto que fue cerrada en dos ocasiones. Labor fue clausurada definitivamente cuando sólo había llegado al número 10. A Mariátegui se le permitían cotidianas reuniones en su casa, escribir en los diarios adictos al gobierno, propagar el socialismo y defender a la revolución soviética, pero a medida que fue transcurriendo el tiempo, y sobre todo cuando comenzó a deteriorarse la situación económica y ciertos signos crepusculares se fueron anunciando, Mariátegui comenzó a ser observado, espiado; perseguido: su correspondencia

era muchas veces interceptada y leída, se presionó a los directores de Mundial o Variedades para que prescindieran de su colaboración, se tenía bajo vigilancia a sus amigos más cercanos.

Todo este asedio empezó en junio de 1927, cuando la policía requisó Amauta, detuvo a José Carlos Mariátegui y lo confinó por seis días en el hospital militar de San Bartolomé, y paralelamente llevó a cabo una redada como consecuencia de la cual acabaron en la isla San Lorenzo alrededor de cuarenta intelectuales y obreros, entre los que figuraban Nicolás Terreros, Arturo Sabroso, Armando Bazán y Julio Portocarrero (7). El Ministerio de Gobierno denunció un supuesto complot que habría sido organizado por los "comunistas criollos". En el

editorial de Variedades, la página titulada "De jueves a jueves", se argumentó sobre la necesidad y el derecho que amparaban al régimen para defenderse (8).

Fue la primera vez que se denunció desde el Estado la amenaza comunista. Dejando de lado el aparente disparate de pensar que desde la calle Washington se podía asaltar el palacio de gobierno, ¿qué había de cierto en la acusación? ¿cuáles eran las vinculaciones entre Mariátegui y sus amigos con la Internacional Comunista? En junio de 1927, al parecer, no existía -lo cual es otro ejemplo de la clásica ineficiencia policiaca- relación alguna entre

Mariátegui y la Komintern. En una carta publicada en La Prensa y destinada a levantar los cargos hechos por la policía, Mariátegui no temía confesar su definición marxista y asumirla en voz alta, no podía proceder de otra manera para ser consecuente con los primeros editoriales de Amauta y con una concepción de la política compatible con la verdad; pero en dicha carta negaba de manera igualmente rotunda "cualquier conexión con la central comunista de Rusia" (9)

Cuando Mariátegui estuvo en Europa asistió a la fundación del Partido Comunista de Italia, estableció amistad con muchos intelectuales comunistas, corno Barbusse y el grupo de Clarté en Francia, pero nunca llegó a establecer vinculación alguna con la Internacional. Ni siquiera pudo viajar a Rusia. Es cierto que -casi como en uno de esos juramentos románticos- Mariátegui y otros peruanos de paso por Europa como César Falcón, adquirieron en Génova el compromiso de edificar un Partido Socialista en el Perú y que, por lo tanto, cuando desembarcó en el Callao traía ya ese proyecto, pero en junio de, 1927 todavía continuaba su lenta gestación y al margen de la III Internacional (10).

Para mostrar que entre Mariátegui y la Internacional Comunista no existía relación alguna, puede ser útil pasar revista a los telegramas de solidaridad que comenzaron a llegar: estaban firmados por Gabriela Mistral, Alfredo Palacios, José Vasconcelos, Manuel Ugarte,

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Waldo Frank, Miguel de Unamuno, todos personajes importantes de la cultura en habla hispana,

algunos colaboradores de Amauta, la mayoría de izquierda, pero ninguno de ellos comunista. El año 1927, Mariátegui no existía para la Internacional.

Años antes, en marzo de 1919, en Moscú, el Primer Congreso de la Internacional Comunista había lanzado el llamado mundial para la formación, de Partidos Comunistas. Fue rápidamente escuchado en Europa. Algo después en Latinoamérica: en México, en septiembre de 1919, un hindú, un norteamericano y un ruso formaron el P.C. de ese país; luego se establecieron partidos similares en Argentina (diciembre, 1920), Uruguay (abril, 1921), Chile (enero, 1922), Brasil (noviembre, 1921)... Al poco tiempo desplegaron diversos tipos de acciones

y no dejaron de inaugurar siempre una significativa actividad periodística con A Classe Operaria

en Brasil, Los Comuneros en Paraguay o La Humanidad en Colombia. El Perú quedó al margen de este movimiento tal vez porque aquí la clase obrera era más reducida y joven que en esos países, a lo que debe añadirse la carencia de un Partido Socialista al estilo de la II Internacional. En la medida en que el comunismo nacía como una disidencia al interior de los partidos socialdemócratas, la tarea se facilitaba en países como Argentina o Chile y se dificultaba en otros como Perú o Bolivia. De hecho, la Komintern pudo ingresar con mayor facilidad en el lado más occidental de América latina.

Pero, a pesar de la existencia de Partidos Comunistas en la gran mayoría de países latinoamericanos, el interés de la Internacional por el continente, como lo ha señalado José Aricó, fue muy escaso: primero, porque su atención había estado dirigida casi exclusivamente a Europa, y después, porque entre los países atrasados sus funcionarios se terminaron interesando prioritariamente por el Asia. La situación se modificó sustancialmente luego del VI Congreso de la Internacional Comunista, celebrado entre julio y septiembre de 1928, cuando se previó la inminencia de una situación revolucionaria como consecuencia de la dura crisis que debería afrontar en los próximos años el sistema capitalista. Para el nuevo combate, que transcurriría a escala mundial, la Internacional opta reagrupar y adecuar sus filas. Es así como se decide la organización de la que sería I Conferencia Comunista Latinoamericana. Es interesante señalar que en el órgano periodístico del Buró Sudamericano de la Internacional, establecido en Buenos Aires, el Perú era entonces todavía una gran ausencia. Efectivamente, si

uno revisa las páginas de La Correspondencia Internacional, puede constatar el interés por Chile o Argentina, países con clase obrera numerosa, de tradición casi europea; por Colombia, donde se han producido radicales enfrentamientos de clase; desde luego por México, a pesar de no comprender bien la experiencia agrarista; incluso por Nicaragua, dada la lucha contra el imperialismo; pero desde luego que muy poco, casi nada de interés, por los países andinos. Incluso en el temario inicial de la Conferencia aparecían solo ocho puntos, faltaba uno que luego sería el IV punto, es decir, el problema de las razas en América Latina. La mayoría de informantes eran lógicamente mexicanos, argentinos, uruguayos o chilenos. El Perú fue un invitado tardío y postrero de la reunión. A todos sus inconvenientes estructurales -desde la perspectiva de la Internacional- se añadía otro: la existencia apenas de un pequeño Partido Socialista, de futuro incierto, comandado por un intelectual y que por razones para ellos hasta el momento incomprensibles, se resistía a asumir la denominación comunista.

Antes de la I Conferencia Comunista de Buenos Aires pero después de la redada de 1927 -tal vez como consecuencia precisamente de ella-, se produjeron los primeros contactos entre Mariátegui y la Internacional. A fines de ese año se le hizo llegar a Mariátegui una

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invitación para que los obreros peruanos intervinieran en el IV Congreso Sindical Rojo (Profinterm) a realizarse en Moscú entre el 15 y el 24 de marzo de 1928. Para la delegación pe-ruana se pensó en dos nombres: Armando Bazán y Julio Portocarrero, ambos se habían conocido no hacía mucho en la prisión, en San Lorenzo.

Portocarrero llevó una ponencia sobre la situación de la clase obrera en el Perú. El hombre escogido por Mariátegui provenía de la tradición anarcosindicalista, era obrero textil, se había formado en las primeras luchas laborales emprendidas desde Vitarte. (un distrito cercano a Lima, con una población mayoritariamente proletaria conformada alrededor de algunas fábricas textiles). Si bien la clase obrera de principios de siglo era reducida y joven, albergaba núcleos muy modernos, como esos textiles a cuyas filas pertenecía Portocarrero, que laboraban en empresas tecnificadas, con gran concentración de trabajadores y que supieron asumir tempranamente el sindicalismo. En Vitarte y con los anarquistas, Portocarrero acabó convencido de la imprescindible independencia de clase y de la autonomía obrera, tal vez consecuencia de la cultura que consiguieron elegir: César Lévano ha referido en varias ocasiones la existencia de un teatro, de una música y de una poesía inspirada en temas proletarios y realizados por los propios trabajadores. De manera que Julio Portocarrero, formado en ese medio, aunque conocía muy poco de marxismo y casi nada de leninismo, tenía una cultura suficientemente sólida como para exponer con claridad sus ideas y saber defenderlas. Fue lo que hizo en Moscú (11).

Armando Bazán, compañero de Portocarrero en Moscú, era un joven intelectual, muy

vinculado a la revista Amauta y a los trabajadores, galardonado, en un certamen político organizado por los obreros de Vitarte.

Los delegados peruanos no se limitaron a escuchar y ejecutar las sugerencias de los organizadores. Mostraron que, como provenientes de una tradición diferente a los otros delegados comunistas, pensaban algunas veces de otra, manera y no temían exponer sus ideas. Un pequeño incidente tras el escenario de la conferencia ilustra lo que venimos diciendo: comenzaba en 1927 la segregación del "trotskismo" y se pidió a un grupo de delegados, entre los que estaban Portocarrero y Bazán, firmar un documento contra Andrés Nin, un militante español vinculado a la Aposición de Izquierda. Todos aceptaron firmar, menos Portocarrero y Bazán argumentando que sólo conocían una versión del problema y que adicionalmente se trataba de una cuestión que no atañía directamente a los trabajadores. Habían ido como delegados obreros y para tratar problemas obreros. Evidentemente ni Portocarrero ni Bazán conocían las problemas que en esos momentos escindían al Partido Comunista de la Unión Soviética, pero, dado eso mismo, no consideraban conveniente tomar posición sobre un asunto que no alcanzaban a entender y sobre el que no tenían información suficiente. Portocarrero no fue a Moscú a obedecer o ejecutar órdenes de Mariátegui porque, en primer lugar, éste no, le dio ninguna y, en segundo lugar -como veremos reiteradamente-, no era su estilo en la relación con los trabajadores. De manera que la discusión en torno a Andrés Nin, que derivaría en una polémica con Vittorio Codovilla, uno de los principales dirigentes de la Internacional para América Latina, fue hecha sin que Mariátegui la auspiciara. Cuando regresó a Lima, Julio Portocarrero traía algunas dudas comprensibles sobre la validez de su actuación pero Mariátegui, que lo recibió al poco tiempo de su regreso, no pudo negarle su respaldo: "ha hacho Ud. bien", le habría dicho (12).

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Desde el inicio las relaciones entre los peruanos y la Internacional no fueron armónicas: En Portocarrero se mostró una voluntad poco apta para aclimatarse a los dictados exteriores. En la misma reunión Portocarrero no secundó la condena al aprismo que desde entonces propugnaba la Komintern: recién se iniciaba el debate entre socialistas y apristas en el Perú (13). Para entender de dónde salía esta capacidad de votar en contra, a pesar que eso implicara un enfrentamiento con un organismo tan poderoso como la Internacional y en pleno Moscú, hay que pensar que si bien, eran obreros carentes de una prolongada tradición histórica, habían desarrollado una autonomía de clase marcada y obsesiva desde sus primeras luchas y contaban con una cultura propia y robusta que avalaba esa misma autonomía.

La relación entre José Carlos Mariátegui y Julio Portocarrero no fue en ningún momento la relación de dependencia, muchas veces reiterada, entre el intelectual y el obrero, porque Mariátegui nunca asumió la figura del intelectual que lleva la luz y la ciencia a la clase revolucionaria; por el contrario, se trató de una relación igualitaria, que siempre transcurrió en el mismo plano: un diálogo, un intercambio de opiniones y de experiencias. Portocarrero tampoco hubiera admitido otra relación. Eran pares, iguales, la dependencia quedaba, por decisión de ambos, desechada.

Cuando llega la invitación a la Conferencia. Comunista de Buenos Aires, dado el antecedente de lo ocurrido en Moscú, Mariátegui propone que integren la delegación peruana Julio Portocarrero, quien debería asistir un mes antes a la Primera Conferencia Sindical Latinoamericana de Montevideo y el médico Hugo Pesce. Ambos formaban parte del núcleo central del recién fundado partido Socialista (octubre de 1928). Pesce era hombre de una cultura muy amplia, que trascendiendo a la propia medicina, sustentaba una detenida y sólida formación marxista. Había nacido con el siglo en la ciudad de Tarma; realizó sus estudios en Italia y se graduó en la Universidad de Génova. El intelectual y el obrero -Pesce y Portocarrero- terminaron constituyendo un buen equipo. Eran jóvenes, 29 y 30 años, respectivamente.

Pesce, Portocarrero, Mariátegui y Martínez de la Torre prepararon las tesis y ponencias que serían llevadas a Montevideo y a Buenos Aires Para la I Conferencia Comunista se elaboraron específicamente, "El problema de las razas en América Latina" y "Punto de vista antiimperialista". Antes que partiera la delegación, se reunieron todos los nombrados para discutir, con evidente premura, la situación del país y los aspectos organizativos del Partido Socialista; pero en Buenos Aires tanto Portocarrero como Pesce no sólo fueron portadores de las ideas del grupo de Lima, sino que además llevaron sus propios planeamientos, con los que intentaron defenderse y argumentar frente a las continuas objeciones que desde un inicio recibirían en la Conferencia.

El director de orquesta -si se permite la comparación- de la Conferencia de Buenos Aires era Vittorio Codovilla: un hombre que parecía empeñarse en hablar con un marcado acento italiano, "cocoliche", como decían los argentinos. Este hombre, que hasta en su dicción mostraba ser poco latinoamericano, presentó el informe inicial, base para los debates que se desarrollaron entre el lo. y el 12 de junio de 1929. En el prolongado texto a que dio lectura, destinado a caracterizar la coyuntura por la que pasaba el continente y a realizar un balance provisorio de la situación comunista, la delegación que recibía más críticas, mencionada con su nombre propio, fue la delegación peruana. De todas, hay una que llama especialmente la atención porque,

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aunque se refería a una cuestión muy específica, ilustraba la contraposición entre dos maneras de razonar y entender el marxismo. Se trata de la cuestión de Tacna y Arica.

La cuestión de Tacna y Arica se remontaba a la guerra del Pacífico porque venía arrastrándose desde la firma del tratado de Ancón, donde se prescribía la realización de un plebiscito para definir la situación de esas dos provincias, que hasta antes de 1883 habían pertenecido al Perú. Chile argumentó el incumplimiento de ciertas cláusulas y persistentemente se opuso a la realización de ese acuerdo, llegando incluso a una política de hostigamiento a los peruanos residentes en esos lugares, acompañada por el fomento de la migración chilena al norte; todo lo cual configura el cuadro de un conflicto permanente, más agudo en la medida que los recuerdos de la guerra de 1879 eran todavía muy vivos, la herida estaba abierta. La cuestión de Tacna y Arica fue tema en los debates parlamentarios, motivo de artículos y editoriales perio-dísticos, inspiración para la creación popular en pinturas, composiciones musicales, alocuciones patrióticas. Desde luego que no pudo faltar el chauvinismo. Para el gobierno de Leguía fue una ocasión de remitir al exterior los problemas internos y sobre todo de recubrir con un supuesto patriotismo a una política internacional caracterizada por la subordinación a los intereses

norteamericanos. Si se pasa revista a los editoriales de Variedades, especialmente a partir de 1927, es raro no encontrar todos los jueves una mención al problema con Chile; lo mismo se puede observar en las portadas o en las caricaturas de esa misma publicación. Tal vez fue por esto -por la intensificación entre la cuestión de Tacna y Arica y el régimen- que ese problema

está ausente en la obra de Mariátegui apenas hay una breve mención sin firma en Amauta y una alusión indirecta a propósito del conflicto entre Bolivia y Paraguay, donde Mariátegui sostiene, frente al hecho de la guerra, la tesis convencional de la unidad latinoamericana. En este punto coincidía con la temprana prédica integracionista de Haya de la Torre, pero difería de otros intelectuales como Raúl Porras, Jorge Basadre o José Jiménez Borja, para quienes, sin ser leguiísta, la cuestión nacional en el Perú empezaba por ese problema fronterizo. Aunque explicable, fue un silencio significativo en la obra de Mariátegui.

La Internacional, por intermedio del informe de Codovilla, criticó a la delegación peruana específicamente por no haber lanzado como alternativa en el problema fronterizo la consigna de un "plebiscito por contralor obrero" (14), con la finalidad de fomentar una resistencia popular a

una solución que según Codovilla era impuesta por los yanquis, con "descontento de ciertas

capas de la población" (15), y destinada a constituir posteriormente en la zona una base norteamericana de operaciones militares apta para sofocar cualquier insurrección. Esta apreciación se enmarcaba al interior de un razonamiento que consideraba inminentes los conflictos interimperialistas en Latinoamérica, la, agudización de la situación económica y la emergencia de movimientos sociales con un perfil insurreccional. La cuestión de Tacna y Arica era un aspecto importante de la estrategia norteamericana en el Pacífico, aunque no había sido percibida así por los peruanos, dado su desconocimiento de la cuestión nacional y de la coyuntura por la que pasaba América Latina. Para Codovilla, los comunistas consecuentes solo podían tener una respuesta frente a ese problema, de allí que sin la menor duda dijera en pocas palabras cuál debía haber sido la consigna necesaria.

Terminada la intervención de Codovilla, Saco, seudónimo utilizado, por Hugo Pesce, no tuvo el menor separo en pedir la palabra y objetar esa intervención: "Nosotros, comunistas,

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debemos estudiar un punto importantísimo: cuál ha sido la posición de las distintas capas sociales frente a un conflicto determinado" (16), lo que significaba argumentar que ante un mismo problema las masas no realizan necesariamente un tipo condicionado y único de res-puesta. En efecto, "las masas se sintieron -continuaba refiriendo Pesce- desde el primer momento, ajenas a tales manifestaciones patrióticas y se mantuvieron espontáneamente neutrales" (17). La discrepancia con Codovilla no era sólo un problema de información; Pesce esgrimía un razonamiento que subordinaba la acción política a la situación de las clases, que no omitía las condiciones objetivas y la conciencia social y desde el cual resultaba imposible elaborar una táctica al margen de estas consideraciones. En la manera de argumentar mostrada por Pesce y Portocarrero, a diferencia de las otras delegaciones, escasean, son prácticamente inexistentes, las citas de Marx o de Lenin las menciones al ejemplo de la Unión Soviética, y en cambio abundan las referencias a la realidad: datos, información histórica, descripciones sociológicas... Resultaba evidente que para ellos el marxismo no era una bíblia sino un instrumento de análisis, una especie de gramática, una manera de interrogar a la realidad más que un conjunto de definiciones y preceptivas.

Desde luego que este estilo de razonar no fue comprendido por Codovilla y probablemente acabó siendo atribuido a un escaso conocimiento del marxismo (presunción absolutamente infundada en el caso de Pesce). Siguiendo el desarrollo de la conferencia, a continuación Vittorio Codovilla ensayó una réplica poco exitosa, que en definitiva fue la repetición de sus argumentos iniciales y la reafirmación machacona de su conclusión: "Sea como fuere, el partido no podía estar ausente, no podía dejar de hacer conocer sus consignas, que debieron ser: contra el gobierno dictatorial de Leguía, vendido al imperialismo yanqui, único beneficiario de dicho arreglo; por el derecho de autodeterminación de Tacna y Arica; por el plebiscito bajo el contralor obrero y campesino, etc." (18). Es interesante reparar en el tono impositivo qué tiene la réplica: "debieron ser", para lo cual el respaldo que no encuentra en la realidad -conocía muy poco sobre el Perú- cree tenerlo evidentemente en una supuesta teoría marxista; de allí que esa realidad (lo que sucede con las clases populares) acabe importando muy poco: "sea como fuere". Eran dos maneras de razonar completamente antagónicas las que inicialmente, desde la primera confrontación, evidenciaron Vittorio Codovilla y Hugo Pesce. Desde luego que la mayoría de los delegados se fueron agrupando en torno al primero. El aislamiento de los peruanos comenzó a ser visible incluso al momento de almorzar, comer o tomar el café: ambos solos, soportando críticas y objeciones en todo momento.

Tal vez con un cierto afán. conciliador y para romper la marginación que comenzó a gestarse, en una de las interrupciones de la reunión, Pesce se acercó a Codovilla para entregarle algo que era motivo de orgullo y afirmación de los delegados peruanos: un ejemplar

de los 7 Ensayos de interpretación de la realidad peruana. Codovilla, que tenía en esos momentos también por azar el folleto de Ricardo Martínez de la Torre sobre el movimiento obrero en 1919, mirando a Pesco y con la seguridad de ser escudo por los otros delegados, dijo en su habitual entonación enfática que la obra de Mariátegui tenía muy escaso valor y por el contrario el ejemplo a seguir, el libro marxista sobre el Perú, era ese folleto de Martínez de la Torre. La anécdota fue referida por Pesce y refrendada por Julio Portocarrero.

A Codovilla le incomodaba, le resultaba insoportable, un libro en cuyo título se juntaran las palabras "ensayo" y "realidad peruana". Ensayo implicaba asumir un estilo que recordaba a los escritos de autores burgueses y reaccionarios como Rodó o Henríquez Ureña, aparte de

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implicar un cierto tanteo, un carácter provisional. en las afirmaciones, y evidentemente un hombre como Codovilla así como no podía admitir un error, menos toleraba la incertidumbre: los partidos o eran comunistas o no lo eran, se estaba con el proletariado o con la burguesía, no podía haber nunca otras posibilidades. La realidad estaba nítidamente demarcada, de manera que se debía hacer una u otra cosa; la línea correcta no admitía discusión, los "ensayos" quedaban para los intelectuales. Mariátegui precisamente era un "intelectual" y tanto para Codovilla como para Humbert-Droz, un comunista suizo presente en la reunión, todos los intelectuales eran peligrosos porque si no eran todavía traidores, acabarían siéndolo: no se podía confiar en ellos, nunca debería bajarse la guardia, era necesario someterlos a vigilancia permanente. Un intelectual dirigiendo un movimiento quedaba condenado a persistir en la deriva, en función de cualquier viento o corriente. Eran años en los que la Internacional Comunista, previendo una nueva coyuntura revolucionaria, se proponía la extrema y acelerada proletarización de sus cuadros: la problemática de la hegemonía obrera pasó a ocupar un lugar central y decisivo.

El otro término insoportable para Codovilla era "realidad peruana"', porque para la Komintern sólo existían los países "semicoloniales", definidos por una específica relación de dependencia al capital imperialista, y era esta condición -como interpreta José Aricó- la que permitía trazar una táctica y una estrategia definidas a nivel continental. No existían las especificidades nacionales. El Perú era igual que México o la Argentina. De allí que no fuera, necesario indagar por el pasado de cada uno de esos países y que bastara con una aproximación al conjunto del continente. Como no existía una "realidad peruana", no hacía falta tampoco pensar en los rasgos distintivos del partido revolucionario en el Perú: dada la condición de país semicolonial, el partido peruano no tenía por qué diferenciarse de su similar argentino o mexicano. Una breve revisión del contenido de los 7 Ensayos habría reafirmado a Codovilla en sus objeciones: escaso espacio a la economía, un tratamiento abusivo de los problemas culturales, un descuido de la actualidad inmediata, indudablemente, habría concluido, la obra de "un intelectual pequeñoburgués". Los comentarios elogiosos sobre Mariátegui en los círculos intelectuales argentinos, incluso entre algunos conservadores como Leopoldo Lugones, acabarían confirmando a Codovilla en su desprecio hacia ese libro que pretendía estudiar la inexistente "realidad peruana". De allí que fuera suficiente recurrir a la ironía para refutar a Mariátegui.

En el transcurso de la Conferencia, desde estos razonamientos diferentes se fueron desplegando posiciones igualmente antagónicas sobre los temas tratados. No es difícil encontrar las discrepancias, hasta el punto que uno puede acabar preguntándose qué hacían en Buenos Aires Portocarrero y Pesce, por qué seguían en una reunión donde eran personajes desconcertantes y marginales, a los que en cada momento era imposible no objetar o replicar y que a pesar de todo se resistían a entender cuestiones que para el resto eran demasiado claras y evidentes.

La discrepancia fue muy nítida en el tratamiento del fenómeno imperialista. Para la Internacional el imperialismo mantenía la feudalidad en Latinoamérica, pero para Pesce, al igual que para Mariátegui, la realidad no era tan simple porque si bien el imperialismo no era sinónimo de progreso, tampoco. era cierto que se articulara con una realidad estática y que la mantuviera inamovible. En el Perú, desde la era del guano se había iniciado un lento aunque irreversible proceso de desarrollo del capitalismo, continuado con las inversiones imperialistas de principios

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de siglo y posteriormente auspiciado desde el Estado por Leguía, todo lo cual configuraba una peculiar estructura agraria, donde al lado de las formas feudales que persistían especialmente en la hacienda andina tradicional, comenzaban a emerger las primeras y embrionarias formas de capitalismo. Entonces no se podía hablar -como lo hacía Luis, seudónimo de Humbert-Droz- de un feudalismo latinoamericano igual al feudalismo clásico europeo; había que pensar en una situación de transición para cuya definición tal vez resultaba más adecuado el término de "semifeudalidad". La caracterización de una América Latina feudal era coherente con la propuesta de una revolución democrático-burguesa.

Para Hugo Pesce, en lo cual también concordaba plenamente con Mariátegui, capitalismo no era, insistimos, un necesario sinónimo de progreso; todo lo contrario, en la medida que su desarrollo aparecía unido con la expansión imperialista, el capitalismo en Latinoamérica derivaba, a diferencia de Europa, en dependencia, subordinación, atraso, destrucción de las peculiaridades nacionales. Esto no era percibido ni por Codovilla, ni por Humbert-Droz, porque así como las naciones latinoamericanas se esfumaban ante la imagen del continente, éste acaba confundido con Europa perdiendo sus características propias. Pensando al marxismo como un cuerpo cerrado de doctrina o como una teoría con validez universal, para que funcionara en América Latina, este continente tenía forzosamente que asemejarse a la Europa donde se había generado ese marxismo y donde se estaba conquistando los logros de la revolución soviética.

Existía un proletariado y una burguesía, en el razonamiento de la Internacional. En cambio para Portocarrero existía un proletariado con determinada historia, cultura, conciencia de clase, condiciones de vida: un proletariado peruano. Las clases sufrían también la mediación nacional. Nuevamente encontramos en una intervención de Zamora, el seudónimo utilizado por Julio Portocarrero, ese terco afán por argumentar desde la realidad, partiendo de los hechos. Refiriéndose a la conciencia de clase del proletariado observaba que "En el sector del Perú, esta economía (el capitalismo) está poco desarrollada y si la fábrica es la formadora de conciencia de clase del proletariado, es lógico que éste tenga una conciencia política poco desarrollada. De aquí deducimos que las directivas; que para nuestros países importa el Secretariado Sudamericano de la Internacional Comunista, tienen que ser diferentes, porque diferentes son las condiciones de cada región" (19). Se reitera la afirmación de las peculiaridades nacionales. La clase obrera peruana era joven y numéricamente reducida. Esto último obliga a prestar atención a otros sectores sociales igualmente explotados. El escaso .número del proletariado industrial podría compensarse si se le unían los campesinos, los obreros agrícolas que laboraban en las plantaciones azucareras y algodoneras y los artesanos. La intervención de Portocarrero es casi la única, a lo largo de toda la Conferencia, en la que se hizo mención de los artesanos, personajes precisamente no secundarios en la América Latina de entonces. En el Perú, al interior de los grupos heterogéneos que formaban el artesanado, tenían cierto liderazgo los zapateros, carpinteros, sastres. Ellos fueron los protagonistas de las primeras luchas que convulsionaron a Lima con los inicios del siglo. Para la definición de una clase, los socialistas peruanos asignaban una importancia decisiva al comportamiento, a la acción y la historia anterior de los hombres que la conformaban: la praxis.

Es así que cuando Portocarrero y Pesce, en otro momento de la Conferencia, reivindican el papel de los campesinos, lo hacen pensando en su condición de explotados pero también por la tradición de movimientos y sublevaciones acumulada en el país. Pero, como ocurría con los obreros, lo importante es buscar las peculiaridades de esos campesinos, que en

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el área andina nacían de una especial unión entre la condición de clase y la situación étnica, es decir, eran campesinos pero también Indios: hombres que mantenían tercamente una cultura a pesar de la dominación colonial española y la persistencia de la feudalidad en la república. Pero si la cultura indígena había logrado permanecer con su lengua y sus costumbres, eso se debía a que las bases materiales de esa cultura seguían siendo consistentes.

Ni la conquista, ni la colonia, ni menos la república criolla habían podido destruir a la comunidad. Era a través de la comunidad indígena que se mantenían supérstites rasgos y formas colectivistas heredadas del pasado prehispánico. Antes que se estableciera la civilización incaica, en el territorio andino se había estructurado un conjunto de grupos étnicos -como los llamaríamos ahora- bajo un régimen de "comunismo agrario", que no fue destruido por el Estado que fundaron los Incas y que por encima de todo mostraría una gran impermeabilidad a los cambios posteriores y una resistencia a los embates procedentes de Europa e incluso, ya en los años más recientes, el capitalismo. Ese colectivismo comunal podía servir de base para el desarrollo del socialismo en el Perú. Esta era una tesis fundamental porque de allí se derivaba una imagen muy peculiar de la sociedad peruana: mientras que para la Internacional se le podía definir simplemente como una sociedad "semicolonial y feudal", para los socialistas peruanos se trataba de un mundo donde coexistían conflictivamente el naciente capitalismo, con el feudalismo heredado de la colonia y el comunismo agrario que daba vida a las grandes masas campesinas. Los rasgos colectivistas permitían que el campesinado pudiera escuchar y secundar la prédica socialista, es por esto que, el término "proletariado" tenía una acepción más genérica -como ha reparado Robert Paris- para los socialistas peruanos englobando en su interior a obreros y también a campesinos. Mariátegui, en "El informe sobre las razas" sostenía que "una conciencia revolucionaria indígena tardará quizás en formarse pero una vez que el indio haya hecho suya la idea socialista, la servirá con una disciplina, una tenacidad y una fuerza, en la que pocos proletarios de otros medios podrán aventajarlos" (20). Al incluir a los indígenas en el término proletariado se terminaba comprendiendo de una manera diferente la alianza entre obreros y campesinos. Desaparecía la imposición o la sobreposición de la clase obrera y en su sustitución emergía una relación igualitaria: ambas clases eran revolucionarias, lucharían por el socialismo, harían el Perú nuevo. Otro tema de discrepancia con la Internacional donde resaltaba que ni siquiera en el contenido asignado a los términos estaban de acuerdo.

Todo lo anterior hace comprensible que al momento de pensar en la alternativa necesaria para Latinoamérica, los socialistas peruanos y la Internacional optaran por caminos diferentes. Para la Internacional se trataba, como ya lo anotamos, de luchar por una revolución "democrático-burguesa"; para los peruanos la meta era, con absoluta claridad, una revolución socialista. A esa conclusión arribaron antes de la polémica con Haya y dada la necesidad de una oposición consecuente a Leguía. Teniendo en cuenta que ,el socialismo reivindicaba las viejas tradiciones nacionales, estaba llamado a solucionar tanto el problema del atraso y la miseria del Perú como a realizar un imprescindible arreglo de cuentas con la conquista española, para así dejar de ser una sociedad vencida y frustrada: vencida desde la implantación del colonialismo, frustrada por el fracaso de los proyectos anticoloniales durante la independencia. El socialismo, al liberarnos de esas taras del pasado, sería la herramienta indispensable para construir la nación.

Ocurre que en el razonamiento de Mariátegui, Pesce y Portocarrero, el Perú reunía los elementos de una nación, aunque todavía no lo era: la historia anterior así como había dispuesto

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esos elementos, había también obstaculizado su confluencia y el país era apenas un proyecto de nación. Un problema y una posibilidad, parafraseando el título de un libro célebre. Codovilla, repitiendo ciertos enfoques que procedían de textos stalinistas, contrapuso la tesis de las nacionalidades: en el Perú, como en Bolivia o el Paraguay, existían al lado de una nacionalidad occidental y criolla dominante, otras nacionalidades subordinadas, principalmente los quechuas y los aymaras: el Perú era, como Rusia, una sociedad multinacional. Desde luego que en Codovilla persistía el razonamiento apriorístico. Sólo en los delegados peruanos hubo una notable y característica referencia al pasado nacional como consecuencia de querer reposar una estrategia política en la historia del país.

En cierta manera todas estas discrepancias estaban llamadas a culminar en la cuestión del partido político, pero como allí también estaba uno de los pocos elementos de confluencia, esa cuestión central acabó siendo uno de los temas más confusos, oscuros y hasta enrevesados de toda la Conferencia.

Los socialistas peruanos necesitaban de la Internacional Comunista. Antes que ellos existieran para la Komintern, Mariátegui ya se había referido en sus conferencias en las Universidades Populares o en los artículos periodísticos que serían recopilados en La escena contemporánea (1925), a la Rusia soviética, Lenin y la nueva Internacional, mostrándose en franca discrepancia con los partidos socialdemócratas y el marxismo conservador revisado por los socialistas alemanes y austriacos. La revolución tenía un aspecto internacional. No era evidentemente un rasgo exclusivo de las revoluciones proletarias por que había ocurrido anteriormente con las revoluciones burguesas y con la independencia norteamericana, pero la dimensión internacional del imperialismo acrecentaba en nuestra época ese aspecto continental y mundial del hecho revolucionario. Por eso es que Mariátegui aceptó la invitación a Buenos Aires y por eso es que Pesce y Portocarrero persistieron en la reunión. Incluso, y no sin cierta contradicción con sus afirmaciones nacionales, Mariátegui criticó a la II Internacional la "excesiva autonomía de sus secciones", porque "era imposible que este mecanismo no afectara a su coordinación y disciplina en materia internacional" (21). Sería necesario añadir que todavía eran admitidas las discrepancias al interior del movimiento comunista, pero es evidente que éstas tenían ciertos límites. Luego de tantas diferencias en los enfoques, razonamientos y conclusiones sobre el imperialismo, las formaciones sociales latinoamericanas, el carácter de la revolución, las clases sociales, existía un tema donde si bien las discrepancias eran igualmente irreductibles, la persistencia en la Internacional y tal vez esa "disciplina" que obsesionaba a Mariátegui, exigía atenuar los puntos de vista y anular algunas aristas aunque fuera a riesgo de la coherencia: era la cuestión del partido. Pero en las intervenciones de Pesce y Portocarrero este recurso fue más inconsciente que previamente delineado, porque ocurría que sobre esa cuestión no existía una posición definida al interior de los socialistas peruanos. Exactamente no era un retraso en la discusión, ni un descuido del tema, sino que obedecía a la manera de en-cararlo: dado que el partido era el resultado del movimiento social, era imposible proponer desde el inicio un modelo destinado a ser ejecutado y aplicado. El partido se iba construyendo pacientemente, en la teoría y en la práctica, pero siempre al interior del movimiento de masas. Este proceso fue interrumpido y a la vez acelerado, como veremos después, por la polémica con el aprismo. El camino era todavía más difícil y escabroso si se tiene en cuenta que de una manera espontánea se fueron alejando de las rutas conocidas y se internaron en lugares en ese entonces poco explorados: los terrenos de la nación y la conciencia de clase. Eran frecuentes las dudas, incertidumbre e incluso discrepancias entre los socialistas peruanos.

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Los peruanos necesitaban ganar tiempo para aclarar sus ideas; tampoco querían derivar en un antagonismo total con la Internacional. Después de la experiencia con Haya de la Torre sabían que una polémica a veces puede desembocar en derroteros incontrolables; por otro lado en ningún momento dejaron de pensar que las discrepancias con la Komintern no tenían el cariz antagónico que tuvo el enfrentamiento con el Apra. Estas consideraciones nos ayudan a comprender la cautela inicial y también las contradicciones de Pesce y Portocarrero en Buenos Aires. Debemos considerar, por último, que no necesariamente ellos compartían a plenitud las ideas de Mariátegui, por entonces múltiples fisuras comenzaban a escindir al socialismo peruano.

"Tomando en consideración -decía Julio Portocarrero- nuestra situación económica y nuestro nivel político, hemos creído conveniente constituir un partido socialista que abarque la gran masa de artesanado, campesinado pobre, obreros agrícolas, proletariado y algunos intelectuales honestos. Para constituir este partido, hemos considerado: primero, que es necesario que éste se desarrolle sobre la base del proletariado" (22). Es aquí que, ante la necesidad de encontrar un puente con la Internacional Comunista, se esbozará la "tesis" de un núcleo comunista al interior de un partido socialista. En otras palabras: la perspectiva comunista al largo plazo pero, dadas las condiciones de la sociedad peruana, la posible represión y la escasa madurez del proletariado, en lo inmediato una agrupación socialista. El aparente reformismo inicial permitiría proteger y auspiciar el asentamiento del germen revolucionario conservado en su interior. La célula secreta, el núcleo central, los fundadores se definirían como comunistas, completamente acordes con la Internacional, pero esto no sería exigible al conjunto de los miembros. Esta tesis, apenas sugerida por Julio Portocarrero en Buenos Aires, ha sido tiempo después presentada como la interpretación oficial del mariateguismo: permite reducir las discrepancias con la Internacional a un problema táctico, sólo una cuestión de nombres o etapas. También la ha recogido Patricio Ricketts, en sugerentes artículos dedicados a estudiar el pensamiento de Mariátegui, al proponer la imagen de las "matushkas" de Mariátegui: ese juego ruso donde una muñeca grande mantiene en su interior a otra de inferior tamaño evocaría la imagen perfecta del partido concebido y delineado por Mariátegui (23). Pero, los recuerdos de Portocarrero, Larrea y Navarro Madrid desmienten esta figura.

El mayor inconveniente que tiene el modelo del partido bifronte es que cuestiona la democracia interna porque si la mayoría ignora la existencia de esa célula, quiere decir que la mayoría ignora también hacia dónde se enrumba la organización, y se trata por lo tanto de una refinada o burda -según como se le interprete- manipulación, que evidentemente entra en contradicción con esa idea de la política confundida con la verdad que Mariátegui sostenía. ¿Una contradicción? En este caso no existe, porque tampoco existió ese juego de "matushkas". Fue un recurso de Portocarrero, casi improvisado en el lugar mismo de la Conferencia, para atenuar las aristas y las discrepancias pero que no pasó inadvertido. En efecto, ¿qué pasaría en el Partido Socialista si los reformistas mantenían su predominio y los comunistas no alcanzaban la hegemonía? Portocarrero, criado al interior de una tradición sindical democrática, no pudo sino responder que en ese caso "habremos hecho que el proletariado haya dado un paso en su evolución y educación política", con lo que se volvía al razonamiento de un trabajo paciente, en el interior de las masas, de lenta formación de una conciencia de clase, incompatible con las apremiantes necesidades de la Internacional.

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Uno de los menos convencidos por la argumentación de Portocarrero fue Peters: "Nuestros camaradas del Perú proponen la creación de un `partido socialista' y argumentan diciendo que este partido no será más que la máscara legal del Partido Comunista, pero los mismos camaradas del Perú se refutan, cuando nos dicen que ese partido socialista tendrá una composición social amplia, que será formado por obreros, campesinos, pequeñoburgueses, etc. En suma, no se trata de `una máscara legal', sino de otro partido político más `accesible', como dicen los camaradas" (24). La Internacional exigía partidos monolíticos, obreros, disciplinados; los peruanos pensaban en un partido de masas: dos perspectivas diferentes, pero admitirlo, dado el carácter fundamental de la cuestión significaba colocarse al borde de la ruptura, en torno a un tema sobre el cual los delegados peruanos no tenían en esos momentos la misma claridad que al abordar la cuestión del imperialismo o las clases sociales. Era materia de intensos debates en los grupos de Lima, provincias y también en los círculos de exilados peruanos establecidos en París, México o La Paz. Es de presumir que al intervenir en la Conferencia tanto Portocarrero como Pesce se plantearan una pregunta de imposible respuesta en esos mo-mentos: ¿era posible persistir en la revolución fuera de la Internacional? ¿se podía luchar por el socialismo sin ser comunista? ¿un revolucionario' podía oponerse a la Komintern?

Partido Socialista o Partido Comunista: no era sólo una cuestión de nombre, pero también era un problema de nomenclatura. Mariátegui sabía que una de las veintiún condiciones impuestas por Lenin para el ingreso a la III Internacional era abolir el nombre socialista (identificado con reformismo y claudicación frente a la burguesía) para reemplazarlo por el de comunista, sin ocultarlo, en voz alta y clara. El tema se planteó con nitidez en la fundación del Partido Comunista de Italia en cuyo órgano periodístico oficial se propalaron las veintiún condiciones; es innecesario añadir que nunca fueron publicadas en Amauta. Pero ni Codovilla, ni Humbert-Droz, ni González Alberdi podían pasar por alto la cuestión del nombre. Una vez más, Codovilla lo acabó diciendo sin ambages y de manera categórica: el nombre socialista significa

"la traición a los intereses proletarios y la capitulación ante la burguesía" (25). Sería difícil ser más claro.

A pesar de todos los ataques y reparos, del aislamiento y las críticas persistentes, Codovilla esperaba que los peruanos terminaran por rectificarse. Pudo alentar esta esperanza, la incertidumbre y las dudas que mostraron en el debate sobre el partido. Pero un cambio de línea significaba también una reorganización de los dirigentes y si se trataba de insuflar el espíritu obrero en la nueva organización, no podía continuar como dirigente un intelectual pequeñoburgués -traidor en potencia-, como era José Carlos Mariátegui. Tampoco, claro está, se trataba de propiciar una condena pública porque el prestigio de Mariátegui podría acarrear algunos prejuicios inocultables al nuevo partido. Entonces acabó optando por el camino sinuoso de la conspiración y la maniobra detrás del escenario: le propuso a Portocarrero, dejando al margen todas las discrepancias, que asumiera la dirección del grupo despojando de su condición a Mariátegui. Julio Portocarrero se negó rotundamente (26). El hombre de recambio tenía que ser alguien formado fuera del Perú, lejos de Mariátegui, con una contextura marxista tan sólida como próxima a la Internacional: Eudocio Ravines.

Al terminar la Conferencia Comunista de Buenos Aires, apenas se había planteado un debate político que seguiría por el camino de las ideas y también forzosamente por el de las maniobras y la lucha por el poder. Desde la manera de hablar o razonar eran visibles las diferencias entre la delegación peruana y los otros asistentes a Buenos Aires. Exagerando la

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figura, podríamos decir que mientras los otros delegados desde el comunismo querían a-proximarse a la realidad latinoamericana, en el caso de Portocarrero, Pesce o Mariátegui era a la inversa: desde el Perú llegaban al comunismo; de allí que aspiraran a realizar algo diferente, un nuevo tipo de partido.

De las muchas cuestiones en discrepancia hay tres que terminan por definir el perfil de los delegados peruanos: el afán por engarzarse al interior de la tradición histórica andina, el rol relevante asignado a los intelectuales y la solución que estaban dando (era un proceso) al problema del partido. A discutir estos temas se dedican los tres capítulos siguientes: en ellos tendremos que referirnos a los antecedentes de la Conferencia y recién después estaremos en condiciones de presentar las repercusiones del debate iniciado en Buenos Aires al interior del socialismo peruano, tema del capítulo final.

(6) Archivo José Carlos Mariátegui, José Carlos Mariátegui (en adelante JCM) a Samuel Glusberg, 10 de enero 1928.

(7) Basadre, Jorge, la vida y la historia, Lima, 1975, p. 218. Basadre también fue detenido. Correspondencia

Sudamericana, 15-VIII-27, No. 29 (Carta de Mariátegui) Entrevista a Cesar Miró (1, VI, 80).

(8) Variedades, año XXIII, No. 1006, 11 de junio de 1927. Según Ricardo Martínez de la. Torre, el término "comunistas criollos" -popularizado años después por Seoane y los apristas- fue acuñado por Leguía.

(9) Carta de Mariátegui a La Prensa 10 de junio de 1927, reproducida en Martínez de la Torre, Apuntes para una

interpretación marxista de historia social del Perú, Lima, 1928, t. II, p. 274 (en adelante Apuntes...).

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(10) Archivo José Carlos Mariátegui, JCM a Glusberg. Entrevista a Javier Mariátegui.. (12-IV-80).

(11) Entrevista a Julio Portocarrero (29-V-80).

(12) Entrevista a Julio Portocarrero (22-V-80). Posteriormente, en una conferencia dictada por Julio Portocarrero en la Universidad Católica de Lima (17-VII-80), expuso una versión diferente, según la cual el encuentro con Mariátegui se habría producido tiempo después de su regreso de Moscú y lo que conversaron se habría borrado de su memoria. Pero, como observó después de dicha conferencia Lino Larrea, resulta poco verosímil que, dada la importancia del viajé a Moscú, Mariátegui y Portocarrero no se reunieran tan pronto éste regresó. De manera que primera versión -espontánea- nos parece más fidedigna.

(13) Hubo otros temas en debate que omitimos reseñar, como por ejemplo la discrepancia con Codovilla acerca del acuerdo para enviar a Cuba a Julio Antonio Mella, pero la oposición no sería suficiente y el dirigente comunista debió partir a su país donde sería asesinado por Machado; previendo este desenlace, dado los antecedentes de Machado y lo conocido; que era Mella, Portocarrero se había opuesto a ese viaje.

(14) Internacional Comunista (en adelante I.C.). El movimiento revolucionario latinoamericano, Buenos Aires, 1929, p. 30.

(15) Loc. cit. (el subrayado es nuestro)

(16) Op. cit., p. 52 (17) Loc. cit.

(18) Op. cit., p. 70

(19) Op. cit., p. 153

(20) Op. cit., p. 290

(21) Mariátegui, José Carlos, 25 años de sucesos extranjeros, Lima, 1945, p. 11 (Variedades, 1929).

(22) I.C. Op. cit., p. 154.

(23) Ricketts, Patricio, "La bigamia política de Mariátegui" en Correo, 3 agosto de 1974,p. 13. El tema fue retomado en Realidad Nos. 8 y 9, Lima, octubre-noviembre, 1979. Ricketts argumenta la tesis de los "dos partidos" citando lo que serié el programa máximo y el programa mínimo del P.S. De otro lado, considera con acierto que era una organización apenas en sus inicios, sin una estructuración definida.

(24) I.C., Op. cit., p. 162.

(25) I.C., Op. cit., p. 189.

(26) Entrevista a Julio Portocarrero (9-VI-80).

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CAPITULO II

EL DESCUBRIMIENTO

DEL NUEVO MUNDO

"A veces es necesario alejarse de las cosas, poner un mar de por

medio, para ver las cosas de cerca".

Alejo Carpentier.

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Durante los años en que Mariátegui realizó su iniciación literaria -esos años tediosos absorbidos por el apogeo de la República Aristocrática-, los intelectuales jóvenes compartían una actitud de pesimismo y resignación ante los problemas peruanos, que a veces se expresaba en la denuncia radical pero sin alternativa, al estilo de González Prada: "donde se ponía el dedo brotaba la pus". Se negaba el pasado y especialmente a la generación anterior, pero no se ofrecía ninguna opción viable: "Me he convencido de que toda lucha por ideas es estéril en nuestro medio". La sociedad era tan gris como el cielo de Lima y la melancolía era incluso cultivada con esmero por los escritores: Juan Croniqueur había pensado precisamente titular a su primer poemario con el lacónico nombre de Tristeza. El motivo se puede encontrar por igual en Eguren y Valdelomar. El propio Chocano, a pesar de sus arranques épicos, cuando debía retratar al indio no podía sino repetir el lugar común que lo imaginaba resignado, solo y siempre triste. Lo mismo se repetía en los cuentos de Ventura García Calderón. El pesimismo era compatible con una imagen pasiva y resignada de los campesinos: se ignoraban los gestos de rebeldía de la masa indígena y se le retrataba, incluso en publicaciones pretendidamente

científicas como La Crónica Médica, aplastada por el medio geográfico, ignorante, renuente a los supuestos beneficios de la civilización. En los textos científicos como en las obras de ficción se mostraba no sólo la imagen de un país atrasado y pobre, sino también un conjunto de actitudes que nacían de la condición de vencidos heredada desde la conquista. A diferencia de México o Venezuela, entre nosotros la independencia de 1821 no contó con el suficiente respaldo de las masas populares y no sirvió para arreglar cuentas con el pasado colonial. Pero a esa frustración se añadiría tiempo después otra mayor, consecuencia de la derrota militar de 1879: la ocupación del territorio y el colapso económico. Podía suponerse, con todos estos antecedentes, que el Perú no era una nación y que el proyecto de la república había fracasado; pero en cambio no se podía saber qué era el Perú: la pregunta no encontraba una respuesta afirmativa y en ocasiones, dado que el pesimismo era visto como una actitud elegante y de buen gusto, se fomentaba el enclaustramiento mental.

Una sociedad rígidamente jerarquizada como era la República Aristocrática (27) fomentaba la resignación como un hecho natural. Parecía, lo hemos dicho en un ensayo anterior al ocuparnos de Juan Croniqueur, (28) que nada podía cambiar y que las jerarquías como los rituales eran inamovibles. Una entrevista de Mariátegui al poeta Martínez Luján logra recoger una patética confidencia: "Llego al final de la vida -admite el poeta- con una amargura muy honda. No tengo empeños. No tengo ideales. Me he convencido de la ineficacia del esfuerzo. Soy un pesimista. ¿Para qué voy a trabajar más? ¿Para qué voy a escribir más? Mi única preocupación presente es la muerte. Espero a la muerte y sé que va a venir a visitarme muy pronto" (29). Nos encontramos así con el tema de la escritura inútil que se reiterará en autores

posteriores. Pero ese mismo mes de diciembre de 1916 en que se publica esta entrevista en El

Tiempo, por curiosa coincidencia, Víctor Andrés Belaúnde remite a José de la Riva Agüero una carta en la que sentencia a su generación con estos términos: "No somos los quijotes que se estrellan noblemente contra los molinos de viento, sino los sanchos fracasados expuestos al manteamiento, en medio de la risa universal" (30). El pesimismo y la resignación nacían como consecuencia de los horizontes estrechos y la falta de perspectivas.

Pero precisamente durante la década de 1910 se anunciaron algunas variaciones: no sólo se modernizan los medios de transporte con el arribo del automóvil, el aeroplano, la apertura del canal de Panamá, sino que además se experimentan cambios en la vida social. El ascenso de Guillermo Billinghurst al poder (1912-1914) ocasiona una interrupción en el monopolio oligárquico

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del Estado, que hace posible la insurgencia desordenada y espontánea de artesanos y obreros de Lima en marchas, motines y huelgas. Para Mariátegui -como también para Abraham Valdelomar- ese descubrimiento de la multitud sería decisivo en la evolución de su mentalidad.

Pero el descubrimiento de las clases populares estuvo acompañado en esos años con el encuentro con una especie de onda sísmica -para emplear una metáfora del propio Mariátegui- que desde los departamentos del sur peruano parecía irradiarse al conjunto del país: esas masas indígenas aparentemente resignadas y vencidas, se rebelan y en el mundo gris de la República Aristocrática enarbolan una reivindicación que parece en un principio absurda o incomprensible: quieren volver atrás, rechazan toda la historia que han soportado desde la conquista e intentan recuperar un idealizado imperio incaico, con lo que terminan mostrando una imagen diferente del país y de la nación. Estalla a fines de 1915 y principio de 1916 en Puno, en la provincia de Azángaro, el efímero levantamiento de Rumi Maqui: un sargento mayor de caballería cuyo nombre original era Teodomiro Gutiérrez Cuevas, de formación al parecer anarquista, que opta por apoyar a esas masas campesinas y dirigir una gran rebelión. Lamentablemente habría sido descubierta en sus inicios y fue fácilmente sofocada. Pero eso no impidió que fuera una alternativa o el anuncio del cambio como posibilidad: una utopía que abría los caminos de la esperanza.

Mariátegui tenía en ese entonces una columna diaria en El Tiempo titulada "Voces": se trata de páginas por lo general burlonas, crónicas parlamentarias, dirigidas a satirizar la política civilista, especialmente al señor José Pardo o a los jóvenes "futuristas"; pero frente a Rumi Maqui el tono cambia radicalmente: se impresiona por el hecho, constata que el personaje era para una parte del Perú "sólo el mayor Teodomiro Gutiérrez Cuevas" pero "entre los indios es el Inca, el restaurador y otras cosas tremendas y trascendentales" (31). Ocurren movimientos con un similar espíritu nativista en Huancané y Nazca: también concitan la atención de Mariátegui y descubre que entre esos movimientos sociales y el renacer de una cultura indígena -tradicionalmente oprimida y despreciada- existe alguna relación: "La vida nacional llega indu-dablemente a una etapa interesantísima. Se diría que asistimos a un renacimiento peruano. Tenemos arte incaico. Teatro incaico. Música incaica. Y para que nada falte nos ha sobrevenido una revolución incaica" (32). En esos años, en efecto, se inicia la música indigenista ensayando la escala pentafónica, se forman también los primeros conjuntos teatrales que con ropajes y decorados incaicos recorren costa y sierra.

Hacia 1918 Mariátegui realizó, acompañado por Ricardo Martínez de la Torre, su único viaje al interior del país: fue al valle del Mantaro y permaneció algunos días en Huancayo. Esta experiencia sería inolvidable para quien -amante de los viajes- no podría después, por razones de una agobiante fragilidad física, volver a recorrer los paisajes andinos. Con su imposible viaje a Buenos Aires se frustraría también una proyectada visita a Arequipa.

En Europa prosiguió el encuentro con el Perú. Años después, recordando la ilusión con que partieron él y César Falcón dirá: "Nos habíamos entregado sin reservas, hasta la última célula, con un ansia subconsciente de evasión, a Europa, a su existencia, a su tragedia. Y descubrimos al final, sobre todo, nuestra propia tragedia, la del Perú, la de Hispanoamérica" (33). En este sentido se puede admitir que hizo en Europa su mejor aprendizaje.

La actitud de Mariátegui frente a Europa difiere de la que tuvieron Belaúnde, los García Calderón o Riva Agüero, es decir, la generación del novecientos. El joven Mariátegui cuando

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toma el barco es ya un intelectual formado, reconocido por sus lectores y que no quiere contemplar a Europa sino interrogarla desde su condición de peruano: intentará mirar a Occidente desde un país dominado y atrasado. Mientras para Francisco Calderón, Europa fue el inicio de una aventura intelectual y por lo tanto asumió frente a lo europeo la condición subordinada del discípulo, para Mariátegui fue una escala imprescindible pero momentánea en un aprendizaje iniciado tiempo antes, de allí que pueda "observar" y "estudiar" a los europeos en un estilo que podría evocar a la perspectiva de un etnólogo occidental frente a un país atrasado, con la diferencia que en este caso la situación fue completamente á la inversa. Entonces Mariátegui no se limitará a leer, sino que escribirá sobre Europa haciendo anotaciones en torno a fenómenos a veces inadvertidos para los propios europeos, manteniendo siempre una postura crítica. La atracción por Occidente entre los intelectuales latinoamericanos es un hecho recurrente. Para Francisco García Calderón -por ejemplo- la salvación de Latinoamérica quedaba supeditada a su capacidad de asimilación de la cultura latina. Ser afrancesado era una manera de ser peruano, por lo menos desde el siglo XVIII y Pablo de Olavide, como lo seguirá siendo hasta fechas más recientes con el surrealismo y César Moro. La crítica del hispanismo llevaba -incluso a personajes radicales- al recurso de otro modelo cultural y a persistir en la imitación: a principios de siglo era evidente que las élites intelectuales del Perú se resignaban a la condición de "eco de ecos" de la cultura Europea; quedaba al remolque de Occidente.

Mariátegui, en cambio, no comparte esta encandilación. Escribir sobre Europa le proporciona un distanciamiento indispensable que fue posible porque antes de tomar el barco, ya la ilusión europea se había mellado en su espíritu: los artículos de Juan Croniqueur recogen un temprano desengaño por el progreso, esa tranquilizante ilusión burguesa que no resiste el impacto de la Gran guerra. La llegada a Europa, los comentarios, las heridas visibles, los campos, de batalla, las ciudades destruidas confirmarán esa imagen de absurdo y desconcierto que desde Lima lo produjo la gigantesca matanza. Viene luego la lectura de las novelas inspiradas, en la guerra, el conocimiento de Henry Barbusse y también el descubrimiento de otros narradores que se aproximan al deterioro europeo desde su interior: Román Rolland, pero sobre todo Marcel Proust. Descubre entonces un mundo crepuscular, en ocaso, en su hora final, en un momento histórico muy diferente de Latinoamérica, convulsionada por la agitación juvenil con la reforma universitaria o por la revolución agraria en México. La lectura de Oswald

Spengler servirá para reafirmar estas primeras impresiones. La decadencia de Occidente, con esa habilidad spengleriana para acuñar como propias ideas ajenas y con la ilusión de erudición expuesta en un estilo ágil y martillante, se convierte en un verdadero "best seller" en los países de habla hispana, para lo que no fue secundario el respaldo entusiasta de Ortega y Gasset. Pocos sabían que Spengler era un personaje conservador y nadie podía suponer que terminaría como ideólogo del nacional-socialismo. Pero estas referencias políticas en realidad no interesan, porque este texto reaccionario en Europa, tuvo efectos imprevisiblemente revolucionarios en América Latina, robusteciendo y afirmando a quienes hacían la crítica de lo europeo para

reivindicar las raíces propias de nuestra cultura. Sin La decadencia de Occidente, no se

hubiera escrito de la misma manera Tempestad en los Andes.

Mariátegui leyó a Spengler en alemán. Estuardo Núñez pudo apreciar años después, en la biblioteca de Washington izquierda, el ejemplar debidamente mente anotado y subrayado. Pero la crítica a Occidente no derivará en una negación absoluta, porque Mariátegui acabó por distinguir entre la cultura occidental y el capitalismo. La decadencia, el ocaso y el fin obedecían a un sistema económico y no a las conquistas de una cultura. Occidente no tenía que seguir

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necesariamente el camino del capitalismo. De hecho la revolución rusa era un producto de Occidente -tanto como la Gran Guerra- pero con un contenido evidentemente distinto: nació en el extremo oriental de esa civilización pero en umbilical unión con un producto occidental como era el marxismo.

En Europa, Mariátegui fue testigo de las repercusiones de la revolución rusa en Alemania e Italia: la formación de soviets, toma de fábricas, insurrecciones urbanas y asistió personalmente a la fundación del Partido Comunista de Italia. Las luchas obreras forman parte también de la historia europea aunque obedezcan a una corriente diferente y antagónica con el capitalismo. En conclusión, lo que terminaba era el capitalismo y, con él, esa mitificación burguesa del siglo XIX: la religión del progreso. Este descubrimiento remite a Mariátegui a las páginas de George Sorel, autor al que leyó cuando por vez primera se aproximaba a las luchas obreras de Lima y con el que simpatizó por su exaltación de la violencia y la acción espontánea de las masas. Pero ocurre que Sorel además era un crítico del progreso, no creía en el evolucionismo. Mariátegui, desde una perspectiva similar, arriba al convencimiento que el Perú no debe repetir el camino europeo. Para Víctor Andrés Belaúnde, el término "europeísta" (34) tenía implicancias elogiosas; en cambio, para Mariátegui, igual que para Haya de la Torre, tendrá una evidente connotación despectiva. Europa es el escenario de un aprendizaje indispensable: el descubrimiento de las diferencias con Latinoamérica, lo que no significó abjurar del conocimiento de esa cultura y de sus beneficios. Todo lo contrario: era indis-pensable estar informado, conocer los nuevos aportes pero nunca para imitarlos. Estuardo Núñez ha indicado con perspicacia cómo fue José Carlos Mariátegui un personaje decisivo para el ingreso de las corrientes surrealistas en el Perú: acabó encontrando parentesco entre un movimiento que reivindicaba la imaginación y la espontaneidad creativa, con un continente alejado del racionalismo y la ilustración, donde el sentimiento importaba más que lo racional.

De los tres años y siete meses europeos nace esa doble vertiente mariateguista: la defensa de lo nacional y la necesidad del internacionalismo. El afán cosmopolita de Mariátegui explica el entusiasmo que siempre sintió por los hebreos. Recordemos que entre sus amigos más próximos figuraban varios judíos, como Bernardo Regman -uno de los siete fundadores del Partido Socialista-, el comerciante Feldman, Jacobo Lerner -que persistiría en el comunismo peruano- y sobre todo una pareja de estudiantes, Miguel Adler y Nomi Müllstein, a quienes se

debe la edición en Lima de una importante revista llamada Repertorio Hebreo, para la cual Mariátegui escribirá un artículo titulado "Israel y Occidente, Israel y el Mundo": "El pueblo judío que yo amo -dice con entusiasmo- no habla exclusivamente hebreo ni yiddish; es políglota, viajero, supranacional" (35). Ya nos referimos a su amor por los viajes; en Europa adquirió un diestro empleo del francés, inglés, alemán y desde luego italiano, la lengua que utilizaba al interior de su familia, en la conversación cotidiana con su mujer y sus hijos. Pero el problema esa tratar de armonizar este espíritu abierto a la cultura moderna, con la independencia y la defensa de los elementos nacionales. No fue tarea fácil aunque en el artículo citado terminaba viendo el problema con gran optimismo: "Internacionalismo igual a Supranacionalismo. El internacionalismo no es como se imaginan muchos obtusos de derecha e izquierda la negación del nacionalismo, sino su superación. Es una negación dialéctica, en el sentido que contradice al nacionalismo; pero no en el sentido de que lo condene y descalifique como necesidad histórica de una época" (36).

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Internacionalismo no era, desde luego, sinónimo de Occidente. El distanciamiento con la cultura occidental -que posibilita conocerla tan bien como cualquier europeo pero con la conciencia de no serlo- le permitió a Mariátegui utilizar a Europa como un mirador sobre el mundo, un observatorio de su época, como lo ha subrayado Robert Paris: constata de esa manera el resurgimiento de viejas civilizaciones que habían sido negadas por Occidente tanto en Turquía como en China (37). Lo que ocurría en el Asia podía haberse iniciado también en el mundo andino: los vencidos intentaban recuperar su historia. Pero en este terreno era también difícil articular lo nacional con los aportes occidentales. De allí que le llamara la atención el Japón moderno ". . . porque nos ofrece el ejemplo de un pueblo capaz de asimilar plenamente la civilización occidental sin perder su propio carácter ni abdicar su propio espíritu" (38).

Mariátegui, siendo consciente que el socialismo y el marxismo eran productos occidentales, no podía derivar en un nacionalismo simple y a ultranza (39). El viaje a Europa lo salvó de esa tentación, en la que de una manera u otra encallaron Luis Valcárcel o Emilio Romero, nacionalistas pero también alejados de Marx. Tras la difícil articulación entre la nación y occidente existía en realidad un problema más complejo: la relación necesaria, pero a veces antagónica, entre el marxismo y la tradición nacional. En esos años la Unión Soviética parecía ser un signo esperanzador porque, como observó Mariátegui, en esa tierra de experimentación de un mundo que nace se "protege sabiamente la personalidad de cada uno de los pueblos que la componen" (40). La revolución en el Perú, a diferencia de la república impuesta por los criollos, no debía hacerse contra el indio, a costa de nuestra personalidad nacional, sino por el contrario, además de respetarla, debería mantenerla y fomentarla

De Europa, Mariátegui regresa "marxista convicto y confeso": la lectura de George Sorel iniciada en Lima, su inicial simpatía por los bolcheviques, habían derivado en el conocimiento de Marx, de Lenin, también de los marxistas centroeuropeos como Kautsky o sin descuidar a otros socialistas como Labriola. . . No estaba adscrito a una sola escuela, ni encerrado en una corriente específica del marxismo. No se entienda esto como un eclecticismo fácil en quien a la vez que emprendía el conocimiento de Marx, hacía una imprescindible crítica del socialismo domesticado y reformista y apostaba por los revolucionarios "tachados de herejía", en el estilo del propio Lenin, Trotsky y Rosa de Luxemburgo. Pero el marxista que regresa al Perú, ante una sociedad diferente a Europa, no podía dejar de interrogarse sobre la validez de lo aprendido en otro continente, lejos de sus fuentes originarias. ¿Era posible ser marxista en Latinoamérica? o, en otras palabras, ¿cómo ensayar el camino marxista sin derivar en el europeísmo? Cuestión crucial para cualquier intelectual de izquierda en Latinoamérica: Mariátegui y Haya supieron plantearse la pregunta, pero terminaron difiriendo sustancialmente en sus respuestas. Año después, un lector acucioso y crítico de los 7 Ensayos, en una carta dirigida a su autor, reiteraría con lucidez el problema: "Estoy casi siempre de acuerdo con Ud. -le decía en junio de 1929 Francisco García Calderón a Mariátegui en una misiva remitida desde París- cuando estudia los diversos aspectos del problema indígena y ofrece soluciones. Me separo en otros puntos, como Ud. ha de suponerlo, sobre todo en lo que se refiere a la implantación del marxismo como panacea en un país como el nuestro sin capitalismo, sin industrias, de organización semifeudal" (41). Esa caracterización del Perú, hecha por el intelectual conservador y oligárquico que era García Calderón, se asemejaba notablemente a la que por esas mismas fechas hacía en Buenos Aires Vittorio Codovilla; hemos visto páginas atrás las discrepancias de Mariátegui, pero el problema persiste: ¿era posible concluir un producto tan

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avanzado de Occidente como el marxismo con un país tan atrasado, que hasta entonces no existía en la geografía del socialismo o en los textos de la Internacional Comunista?

Cuando Mariátegui regresa al Perú terminaba una gran convulsión agraria que como en 1915, afectó principalmente a los departamentos del sur andino. La crisis en las exportaciones laneras, el enfrentamiento estructural entre las economías campesinas y los terratenientes, la prédica de los grupos indigenistas, los conflictos entre medianos comerciantes y gamonales, son factores que posibilitan el estallido casi simultáneo de motines y sublevaciones rurales en el altiplano puneño, las alturas de Cuzco, tanto en Ocongate como en Espinar, la onda rebelde llega a Andahuaylas, incluso Ayacucho, también Cailloma y las alturas de Tacna. Todo el sur termina afectado. Un ejemplo es lo que ocurre en 1921 en Tocroyoc cuando los comuneros de las alturas toman la población pidiendo la expulsión de los mistis y hacendados y afirmando la restauración del Tawantinsuyo. La impronta mesiánica, milenarista o mejor dicho, nativista, recorre todas esas sublevaciones: no por azar aparecen precedidas por un renacer cultural indígena. Cuando Mariátegui regresa, el movimiento está en franco descenso: los hacendados que se vieron obligados a huir y refugiarse en las ciudades, comienzan a regresar, la hacienda recupera su dominio sobre la región, pero las noticias de la gran rebelión llegan a Lima mediante cartas intercambiadas entre los provincianos y los migrantes recientes a la capital, no faltan desde luego escuetas crónicas periodísticas, pero los informes más adecuados son los que traen esos campesinos que acuden a los Congresos de la Raza Indígena. Mariátegui asiste a uno de ellos y conoce al líder puneño Ezequiel Urviola, verdadero nuevo indio, rebelde, defensor de su cultura pero capaz de asimilar los mejores elementos de Occidente, a través del cual recibe una narración fidedigna de las rebeliones en Huancané y Azángaro.

Esas rebeliones formaban parte de un amplio ciclo iniciado desde el siglo XVI, en la resistencia nativista a la conquista, prolongado posteriormente en la revolución de Túpac Amaru: la misma esperanza mesiánica recorre durante siglos la historia andina, mostrando que existe allí una tradición viva y diferente del hispanismo fomentado por los intelectuales conservadores. Mariátegui descubre de esa manera que el término tradición -esa alianza estrecha entre los hombres del presente y los recuerdos- no es un coto exclusivo de Barres y del pensamiento reaccionario, porque existe una relación diferente con el pasado que no es la pasiva veneración de los muertos, sino la lucha por la defensa de una cultura que se niega a perecer.

El nativismo indígena contagiará a los intelectuales del sur. La esperanza mesiánica, a veces exagerada hasta infligir las reglas estéticas, inspira a las páginas de Valcárcel pero también alienta a todo el grupo "Resurgimiento" de Cuzco o al círculo "Orkopata" de Puno. En

Tempestad en los Andes se puede encontrar la formulación categórica de una tesis medular para las expresiones más radicales del indigenismo: es necesario buscar los mecanismos que permitan otorgar efectividad a las luchas campesinas y que anulen la esterilidad de su heroísmo y eso solo se conseguirá cuando el indio encuentre su Lenin, una manera caudillista de reclamar la unión entre el marxismo y la tradición andina. El reclamo no pasa inadvertido para Mariátegui: Valcárcel fue un distribuidor de Amauta en Cuzco, corresponsal, y cuando venía a Lima, un visitante frecuente de la casa de Washington-izquierda, de manera que no llamó a extrañeza

que uno de los primeros libros editados por el sello Minerva fuera precisamente Tempestad en

los Andes, con un elogioso prólogo de Mariátegui, donde se ponían reparos a un programa político que se basara en la sola vuelta al pasado indígena, pero no se negaba en ningún

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momento la fuerza y el arraigo del sentimiento mesiánico, la necesidad imperativa de incorporarlo en cualquier proyecto revolucionario (42).

Mariátegui, en esta perspectiva, se esforzó por estar informado lo más detenidamente posible sobre el mundo andino: las relaciones sociales en las haciendas, la historia local, la vida en las comunidades, las condiciones de la agricultura y la ganadería andina, la religiosidad y la

cultura de los campesinos. Recurrió a la información oficial: Anuario Estadístico por ejemplo;

leyó las publicaciones técnicas, las revistas de las asociaciones de hacendados como La Vida

Agrícola; tampoco dejó de consultar monografías y estudios de casos, pero sobre todo acudió a la información directa que le podían proporcionar algunos estudiantes provincianos establecidos en Lima: especialmente Emilio Romero y Luis Valcárcel. Ambos nos han referido en sendas conversaciones cómo, estando en Lima, asistían puntual y constantemente a la casa de Mariátegui, donde eran sometidos a un interrogatorio perspicaz, escuchados con detenimiento, obligados a veces a precisar uno y otro dato y de esa manera el "maestro" Mariátegui acababa durante esas tardes convertido en un acucioso "alumno" que tomaba notas y reflexionaba luego sobre todo lo que apuntaba (43). A esta información oral debe añadirse, por último, la lectura de Castro Pozo y sus estudios sobre la comunidad indígena y el conocimiento de los recientes aportes arqueológicos que iniciaba Julio C. Tello. El interés de Mariátegui por el mundo andino acabó comprendiendo tanto el presente como el pasado.

Pueden llamar la atención todavía las páginas que Mariátegui dedicó a la civilización andina, cuando era escaso, fragmentario e inseguro el conocimiento de las sociedades prehispánicas, a pesar de una temprana tesis de Víctor Andrés Belaúnde que fue una invocación al conocimiento de ese tema (44). Belaúnde no encontró eco. La actitud

predominante era la omisión total, tal vez esa fue precisamente la mayor debilidad de Le Pérou

Contemporain de García Calderón, donde así como no existían los campesinos como perso-najes históricos, tampoco había existido civilización alguna antes de la invasión europea. Mariátegui, en evidente contraposición, consideró imprescindible ocuparse del tema, entre otras

ocasiones, al inicio de los 7 Ensayos y en el informe presentado por la delegación peruana a la Primera Conferencia Comunista de Buenos Aires. Cincuenta años después, los comentadores y críticos de Mariátegui parecen coincidir en considerar esos aportes como uno de los aspectos más débiles de toda su obra, producto de la falta de información (según los más benévolos), el apresuramiento o el afán de ordenar el pasado peruano en función de ciertas exigencias políticas. La imagen de la sociedad incaica definida como "comunismo agrario" fue desechada en nombre del "esclavismo", el "feudalismo" o una imagen rígida del "comunismo primitivo", clasificaciones más acordes con el esquema oficial del marxismo sobre la evolución humana (por lo menos hasta los años 60). El comunismo agrario era para Mariátegui un término adecuado en el esfuerzo de definir una sociedad sin propiedad privada, sin moneda aunque con intercambios, y donde los excedentes permitían el funcionamiento de un poderoso Estado contrapuesto a las comunidades de base colectivista, anteriores al Imperio Incaico. No era una sociedad idílica; existían contradicciones y conflictos pero a pesar del Estado, el colectivismo persistía en los ayllus.

¿Por qué el interés de Mariátegui por el Imperio Incaico? Antes de responder a la pregunta, conviene recordar que para Mariátegui el estudio del pasado sólo se justificaba y explicaba en función del conocimiento del presente: en la actualidad se descubrían las pistas del verdadero pasado, de manera que una indagación histórica no era sino el esfuerzo por

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remontar una tradición. "Una tradición no está viva sino en cuanto se continúa y se agranda, en cuanto es presente y futuro tanto como pasado". La sociedad incaica era un tema con-temporáneo porque si bien la conquista había interrumpido y variado el proceso histórico peruano, no había conseguido destruir ciertos rasgos colectivistas, heredados de los antiguos ayllus, que supérstites en las comunidades sólo podrían explicarse por el terco afán campesino de mantener una determinada tradición: un estilo de vida que arrastraba relaciones sociales y también una cultura específica. En la comunidad existían "elementos de socialismo práctico". Esta constatación -y sólo ella- permitía plantear el socialismo como alternativa viable en un país atrasado, y campesino, con una clase obrera reducida y una industria, apenas naciente. Los campesinos podían asumir la idea socialista, fusionarla con sus aspiraciones mesiánicas, porque en su vida cotidiana habían sabido mantener y defender ese viejo colectivismo andino. Aunque fuera paradójico, en el mismo atraso de la sociedad peruana encontraba Mariátegui la exigencia y la justificación del socialismo.

Cualquier posibilidad exitosa del marxismo en el Perú pasaba por la confluencia con la cultura andina: por eso el profundo respeto de Mariátegui hacia Valcárcel, y su defensa de los indigenistas, no sólo contra algunos jóvenes intelectuales criollos proclives al leguiísmo como Luis Alberto Sánchez, sino también en contra de algunos marxistas ortodoxos que despreciaban al mesianismo andino, a los que nos referiremos en el capítulo final.

El colectivismo agrario de las comunidades terminaba por diferenciar con nitidez a la estructura agraria peruana de cualquier país europeo. Entonces no se podían importar y repetir mecánicamente los razonamientos de los revolucionarios europeos. Sin los campesinos era imposible la revolución: ellos compensarían crecientemente la debilidad numérica de los obreros, pero para contar con la acción campesina era imprescindible que el socialismo fuera una garantía de la vida rural en el Perú. A diferencia del capitalismo, su desarrollo no debía implicar la destrucción de la comunidad. El socialismo no se edificaría a costa de los campesinos.

La defensa de la comunidad robustece el rechazo de Mariátegui al capitalismo. En el Perú no tenían que repetirse los errores que en Occidente había generado ese sistema económico porque gracias a la comunidad, podríamos seguir una evolución histórica diferente. Una vez más, nuestro camino no era el europeo. Es así como Mariátegui se ubica en un terreno radicalmente diferente de análisis y reflexión: a diferencia de los apristas o los comunistas orto-doxos, el problema no era cómo desarrolla el capitalismo (y por lo tanto repetir la historia de Europa en América Latina) sino cómo seguir una vía autónoma. De aquí se concluye que sin la relación con los poetas y ensayistas de la corriente indigenista y sin las sublevaciones rurales, el marxismo de Mariátegui carecería de un rasgo esencial: su recusación del progreso y su re-chazo de la imagen lineal y eurocentrista de la historia universal.

En efecto, la conclusión más importante que se deriva del "comunismo agrario" es la ruptura con esa imagen de una historia universal impuesta por los europeos a todos los países atrasados y que recogida por el marxismo -en la versión de Engels y después de Stalin- dio origen al esquema clásico que partiendo del comunismo primitivo, seguía por el esclavismo, desembocaba en el feudalismo y llegaba al capitalismo... La ruptura se explica porque al sostener que en pleno siglo XVI la economía incaica se regía por reglas asimilables al "comunismo agrario", se estaba sosteniendo que aquí no había ocurrido una etapa esclavista

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como en Grecia y Roma y además, mientras en Europa el feudalismo se encontraba en pleno apogeo, en América las relaciones de producción eran completamente diferentes. Posteriormente, la conquista no consigue incorporarnos plenamente a Europa y se configura la "peculiar imagen de un país donde -como lo observaba también Raúl Porras- coexistían el capitalismo avanzado de la fábrica textil o la empresa minera Cerro de Paseo, al lado de la servidumbre de haciendas como Ccapana y Lauramarca, enfrentada con el colectivismo agrario de las comunidades limítrofes. Un país diverso, heterogéneo, resultado de una evolución histórica alejada del modelo clásico. Mariátegui resaltaba de esta manera la especificidad de nuestro pasado y nuestro, presente y, desde el interior de la historia andina, busca fundar una manera peculiar de pensar el marxismo.

José Carlos Mariátegui era consciente de las posibles derivaciones que acarreaba el concepto de "comunismo agrario". Por eso criticó duramente a algunos arqueólogos ecuatorianos, que con el propósito de asemejar la historia andina a la historia europea, creían encontrar elementos de feudalismo en las postrimerías del Imperio Incaico. Su reafirmación en el "comunismo agrario" se explica porque, además de encontrar respaldo para esa concepción en los análisis de Luis E. Valcárcel o Heinrich Cunow, la historia le permitía sostener que así como en el pasado el área andina se había desarrollado autónomamente, en el presente debíamos encontrar un camino propio y diferente al socialismo. En el informe de 1929, ante los oídos escépticos de los dirigentes comunistas de América Latina, los socialistas peruanos afirmaron rotundamente su confianza en las masas campesinas: "Nosotros creemos que entre las poblaciones atrasadas", ninguna como la población indígena incásica, reúne las condiciones tan favorables para que el comunismo agrario primitivo, subsistente en estructuras concretas y en un hondo espíritu colectivista, se transforme, bajo la hegemonía de la clase proletaria, en una de las bases más sólidas de la sociedad colectivista preconizada por el comunismo marxista" (45).

Desde luego que no se trataba de una romántica actitud retrospectiva. Las comunidades podrían y debían incorporar los adelantos técnicos occidentales. El Programa del Partido Socialista enunciaba así la asociación entre el socialismo y el campesinado: "El socialismo encuentra lo mismo en la subsistencia de las comunidades que en las grandes empresas agrícolas, los elementos de una solución socialista de la cuestión agraria, solución que tolerará en parte la explotación de la tierra por los pequeños agricultores ahí donde el yanaconazgo o la pequeña propiedad recomiendan dejar a la gestión individual, en tanto que se avanza en la gestión colectiva de la agricultura, las zonas donde ese género de explotación prevalece. Por esto, lo mismo que el estímulo que se preste al libre, resurgimiento del pueblo indígena, a la manifestación creadora de sus fuerzas y espíritu nativos, no significa en absoluto una romántica y anti-histórica tendencia de reconstrucción" (46). Socialismo no podía significar "retroceso". La cita despeja otro posible malentendido: no se trataba de imponer el colectivismo a diestra y siniestra sino simplemente desarrollarlo donde existían bases materiales. Es significativo, de otro lado, que en el programa se asociaran las reivindicaciones económicas con los problemas culturales, como parte de un mismo proceso. El "socialismo práctico" persistía tanto en la agricultura como en la vida indígena: "Para el socialismo peruano este factor tiene que ser fundamental" (47).

Es evidente, sin embargo, que esta imagen de la comunidad y de la evolución agraria peruana terminó con el tiempo convertida en uno de los aspectos más frágiles del pensamiento de Mariátegui, pero ese "error" fue imprescindible para que se ubicara en un terreno de reflexión

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radicalmente diferente, conquistando una difícil autonomía en sus análisis, que le permitió a su vez fundar un socialismo "peruano", "indoamericano", "nuestro". De esta manera, la verdadera tradición peruana -compuesta por las luchas campesinas, la impronta mesiánica y especialmente por el colectivismo supérstite en la vida comunal- conducía a la innovación del marxismo. Guillermo Nugent ha reparado en que todas estas reflexiones se encuentran comprendidas en una fórmula prístina acuñada por el propio Mariátegui: la "heterodoxia de la tradición", título de un artículo publicado en Mundial en noviembre de 1927.

El encuentro con el mundo andino deparó a Mariátegui otros dos asertos: relevar la importancia de la historia, en un país donde el pasado significa a veces una dura carga de frustraciones pero también un sustento para la esperanza; admitir que en la reflexión del marxismo, también teníamos que seguir otros derroteros, por lo que, a diferencia de Kautsky o

de Lenin, nunca se planteó la tarea de escribir "el cuarto tomo de El Capital". El marxismo equivalía a la expresión más alta del pensamiento crítico y éste sólo se conquistaba insertándose en la tradición histórica del país. Nada de esto fue valorado con entusiasmo por la Internacional: les desagradó ese hincapié en la autonomía pero sobre todo la defensa de los campesinos y la proclamación resuelta del socialismo, todo lo cual, a cualquier conocedor de la historia bol-chevique le .evocaba esa vieja polémica entre Lenin y los populistas (48). El defensor de la comunidad tenía que ubicarse próximo a Vera Zasulich o Herzen y en una perspectiva diferente y

quizá antagónica con la que se expone en El desarrollo del capitalismo en Rusia, libro que Mariátegui no llegó a leer. Por entonces -en 1929- se ignoraban los escritos de Marx sobre el llamado "modo de producción asiático" (inéditos hasta 1939) y también la correspondencia entre éste y Vera Zasulich, donde se habían planteado, en 1881, la cuestión de si el socialismo exigía o no una previa etapa capitalista (49).

Descubrir la especificidad de Latinoamérica y la importancia del campesinado no fueron consecuencias de las lecturas marxistas de Mariátegui. Los textos, insistimos, dedicados por Marx a la discusión de la evolución historica en su mayoría recién se difundirían años después y sólo en la década del 60 el problema pasaría a ser casi un "lugar común" en el marxismo. Esta inevitable escasa información teórica originó múltiples vacíos que lo obligaron a una inusitada creatividad y a seguir un camino en completa divergencia con el marxismo occidental. A diferencia de Lukács, por ejemplo, el marxismo do Mariátegui no fue una reflexión sobre textos, nunca aspiró a constituirse en una "marxología", no le interesó la fidelidad a la cita o la rigurosidad en la interpretación. Utilizó a Marx, en el sentido más egoísta de la palabra, lo em-pleó como un instrumento, sin temer nunca derivar en la herejía o infringir alguna regla, y como por otro lado su socialismo se alimentó de otras fuentes, no se sintió nunca sujeto a una escuela determinada y no perdió la libertad crítica. En la breve nota autobiográfica redactada para la Conferencia Comunista de Buenos Aires, afirmó -para incomodidad de los asistentes- su deuda intelectual con Sorel: defensor de la violencia, del sindicalismo, de la espontaneidad, pero también, como lo señalamos páginas atrás, cuestionador del progreso y de la ilusión occidental.

La misma argumentación que alejó a Mariátegui de Codovilla y la Internacional, sirvió para aproximarlo a los indigenistas, quienes también en la defensa de la comunidad descubrieron una posibilidad auténticamente nacional para "dinamizar el Perú económica y socialmente" (50). Tiempo después, desde España y en las páginas de Bolívar, Pérez-Domenech argumentará que en la confluencia entre socialismo e historia se encontraba el punto nodal del pensamiento mariáteguiano: "El socialismo y la historia de su país confluían en la

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civilización incásica, que en lo social tuvo estructura perfectamente comunista. No aparecía, pues, -a su criterio-, descabellada, ni mucho menos exótica, la conveniencia de aplicar las teorías de Marx a la organización política de su tierra y al resto de América indohispana, propugnábala por el contrario, como un medio de salvación urgente" (51).

¿Qué era entonces el marxismo de Mariátegui? Su heterodoxia sería ahora intolerable para un profesor de "materialismo histórico" de San Marcos y esos inocultables vacíos en su formación habrían motivado la desaprobación proveniente de algún sociólogo de la Universidad Católica; sin embargo, con su irreverencia y todas sus flaquezas, fue el fundador del marxismo peruano: el introductor y a la vez el innovador de un pensamiento. Desde luego que para Mariátegui el marxismo nunca fue una "teoría", ni un juego de "conceptos" sino ante todo una actitud, un estilo de vida, una manera de encarar el mundo: "el marxismo representa incontrastablemente la Revolución" (52). ¿Qué era la revolución? "La revolución más que una idea, es un sentimiento. Mas que un concepto es una pasión. . ." (53). En otras palabras, la Utopía -con mayúsculas- él mito, en cierta manera la religión de nuestro tiempo, la invitación a combatir por el milenio en la tierra: una agonía. El marxismo era una práctica que envolvía a todo el hombre y a todos los hombres; desterraba el aislamiento y el individualismo de los intelectuales, para sumergirlos en la política, sinónimo de pasión. Es así como la razón y los

sentimientos, la inteligencia y la imaginación se confundían. En su Defensa del marxismo puesto frente a la necesidad de resumir lo esencial del pensamiento de Marx, no pensó en ninguna categoría de análisis (mercancía por ejemplo), en ninguna disciplina (la economía política), tampoco en algún nuevo continente científico (el materialismo histórico), ni siquiera en un método (la dialéctica), pensó estrictamente en que su "mérito excepcional" consistía en haber descubierto al proletariado, es decir al sujeto de la Revolución.

(27) Burga, Manuel; Flores Galindo, Alberto, Apogeo y crisis de la República Aristocrática, Lima, 1980. Algunos temas desarrollados en este libro tendrán sólo breves referencias en las páginas que siguen, por ejemplo, todo lo relativo a la gran rebelión en el sur andino o a la ideología oligárquica. Sobre los levantamientos campesinos durante la década del 20 ha proseguido investigando Manuel Burga, quien promete publicar un ensayo con nuevas evidencias sobre el carácter masivo y generalizado de esos movimientos.

(28) Cfr. Flores Galindo, Alberto, "Juan Croniqueur" en Apuntes. Lima, Universidad del Pacífico, No. 10, 1980.

(29) El Tiempo, Lima, 19 de diciembre de 1916. Reproducido en Caretas, No. 451, 31 de enero - 10 de febrero 1972, por Willy Pinto.

(30) Archivo Histórico Riva-Agüero, Carta de Víctor Andrés Belaúnde a José de la Riva-Agüero, Lima, 27 de diciembre de 1916.

(31) El Tiempo, Lima, año II, No. 187, 17 de enero de 1917, p. 1.

(32) : El Tiempo, Lima, año II, No. 288, 25 de abril de 1917, p. 1.

(33) Mariátegui, José Carlos, "Una novela de Falcón" en Repertorio Americano, San José, t. XXI, No. 14, octubre de 1930.

(34) Belaúnde desde Madrid le decía a Riva-Agüero: "Tengo nostalgia de la Universidad, de mis amigos, de nuestras conversaciones y proyectos. Me consuelo pensando que después de europeizarme regresaré a luchar al lado

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de la nueva generación de la que son ya representantes conspicuos García Calderón y Ud.". Archivo

Histórico Riva Agüero, Víctor Andrés Belaúnde a José de la Riva-Agüero, Madrid 3 de diciembre de 1905.

(35) Mariátegui, José Carlos, "Israel y Occidente, Israel y el Mundo" en Reportero Hebreo, Lima, año I, No. 1 abril-mayo de 1929, p. 5.

(36) Loc. cit.

(37) Paris, Robert, "Préface" a la edición francesa de los 7 Ensayos (París, Maspero, 1965), p. 12.

(38) Variedades, Año XXIII, No. 984, 8 de enero de 1927.

(39) Una versión quizá algo exagerada de la relación entre Mariátegui y el problema nacional -por la preponderancia de esta problemática- fue propuesta en nuestro ensayo "Mariátegui: marxismo y nación", La Revista, Lima, No. 2, julio de 1980, pp. 34-38.

(40) Mariátegui, José Carlos "Israel y Occidente, Israel y el Mundo" en Repertorio Hebreo, Lima, Año I, No. 1, abril-mayo de 1929, p. 7.

(41) Francisco García Calderón a José Carlos Mariátegui, París, 13 de junio de 1929, en Mercurio Peruano, Lima, Año XII, Vol. XVIII, No. 129-130, p. 309.

(42) Entrevista a Luis E Valcárcel (27-VI-80).

(43) Entrevista a Emilio Romero (26-V-80)

(44) Belaúnde, Víctor Andrés El Perú Antiguo y los modernos sociólogos, Lima, 1908.

(45) I.C., Op. cit.

(46) Martínez de la Torre, Ricardo, Apuntes.. , t. II, pp. 399-400.

(47) Mariátegui, José Carlos "El problema agrario" en La Sierra, Lima, año I, No. 2, febrero de 1927, pp. 12-13.

(48) Mariátegui compartía con los populistas rusos la fe en la comunidad y la creencia en un desarrollo autónomo del socialismo, pero esto no significa que hubiera leído sus libros. Ocurre que los intelectuales rusos en 1860 o en 1880, inmersos en un país atrasado y campesino, debieron afrontar problemas similares a los que afrontarían años después y en un continente diferente, Mariátegui y su generación. Existe, en los medios de izquierda, una imagen injustamente vituperable de los populistas que ha sido revisada completamente por Franco Venturi en El populismo ruso, Madrid, 1970, T. 1, p.140.

(49) "Propio como se Lenin, per proseguire el paralelo, invece di scrivere Lo avluppo del capitalismo in Rusia si posas attenuto ale aperanze ripor te nel mir de Vera Zasulic", Robert Paris, "Saggio lntroduttivo" a la edición italiana de los 7 Ensayos, Torino, Einaudi, 1972, p. lvii. El texto de Paris es un aporte fundamental para el conocimiento de Mariátegui lamentablemente todavía no traducido al español y muy poco conocido en el Perú. Cuando Mirochevski pretendió refutar a Mariátegui acusándolo de "populista", más allá de sus simplificaciones y juicios abusivos, tenía razón en algunos aspectos: ocurre que felizmente, gracias entre otros autores a Venturi, populismo ha dejado de ser sinónimo de "agente del enemigo" o "reaccionario".

(50) Mendoza Díaz, Vicente "Alrededor de José Carlos Mariátegui" en Boletín Titikaka, Puno, T..III, No XXXV, 1930.

(51) Bolívar, Año I, No. 7, 1 de mayo de 1930.

(52) Mariátegui, José Carlos, La defensa del marxismo, Lima, 1950.

(53) Mariátegui, José Carlos, La escena contemporánea, Lima, 1960, p. 155.

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CAPITULO III

AMAUTA COMO TAREA

COLECTIVA

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Lo europeo y lo nacional, esas dos vertientes del pensamiento de Mariátegui, eran también dos grandes tendencias intelectuales en el Perú durante la década de 1920. Terminaron escindidas en temas contrapuestos: lo artístico frente a lo social, la vanguardia literaria por un lado, el indigenismo por otro (54). En un caso predominó la poesía y la imaginación, en el otro el género predilecto terminó siendo el ensayo. Pero en ambas vertientes los intelectuales buscaron agruparse, formar círculos y editar revistas: fue precisamente una época de múltiples revistas

como Flechas, Poliedro -donde Mariátegui publicó una prosa poética-, Guerrilla, la efímera

Jarana con un único número, otra de múltiple nombre llamada Trampolín-Hangay-Rascacielo;

a las que sería necesario añadir, desde la otra ribera, publicaciones como La Sierra, editada en

Lima, Atusparia en Huaraz, Kosko y Kuntur del Cuzco, Boletín Titikaka de Puno. El

pensamiento conservador consiguió persistir, con algunas variantes y escisiones, en Mercurio

Peruano.

Al interior de este panorama prolífico, el rasgo distintivo de Amauta -iniciada en septiembre de 1926- es esa extraña capacidad de poder orquestar esfuerzos variados y aparentemente contrapuestos: fue una revista social, donde escribieron ensayistas como Romero, Orrego y Martínez de la Torre, pero no faltó nunca la poesía, la pintura o el cine. La filiación marxista confluyó con el psicoanálisis: precisamente el primer número de Amauta se inaugura con un texto de Freud, traducido por primera vez al español, verdadera primicia en

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América Latina. Posteriormente se editó un número especial (marzo 1929) dedicado al poeta José María Eguren: su poesía intimista había sido marginada en los años de apogeo de Chocano, en contra de lo cual Amauta intentó su reivindicación. Pero al lado de las finas acuarelas de Eguren, se publica también un ensayo de dura prosa escrito por Eudocio Ravines sobre el capital financiero. Acerca de un tema similar, el número 9 de Amauta había publicado un documentado estudio que era también una denuncia del imperialismo norteamericano: "Mientras ellos se extienden", firmado por Jorge Basadre. El número 16 fue un justo homenaje a González Prada. Hasta la polémica de 1928, Haya de la Torre será un persistente colaborador de la revista; siguieron siéndolo otros peruanos en el exterior como Magda Portal, Manuel Seoane y desde luego ese viejo amigo de Mariátegui que era César Falcón. Al repasar los treinta y dos

números de Amauta se encuentran también artículos de Miguel de Unamuno, de Georges Sorel

y de Waldo Frank, junto a colaboraciones de André Breton, César Moro y Xavier Abril. Amauta supo de esta manera combinar la vanguardia artística con la vanguardia política -para emplear términos de Mellis- para realizar una revista de cultura, donde el pensamiento crítico y el marxismo se ampararan mutuamente. Fue la obra de un hombre que tenía la rara capacidad -incluso en el Perú de la década del 20- de admirar y comprender por igual el mesianismo de Valcárcel y el intimismo de Eguren (55).

En los 39 meses de vida que tuvo Amauta, sin contar la prolongada interrupción de 1927, apenas se publicó una información de la Internacional Comunista sobre el problema del Chaco y un artículo de Stalin sobre la agricultura soviética, al lado de otro de Trotsky en dos partes sobre Lenin. Parece sintomático que el artículo de Stalin apareciese en el número 31, dos meses después de fallecido Mariátegui.

Amauta no fue pensada como la obra exclusiva de Mariátegui; por el contrario, estaba destinada a ser el órgano de una generación, el mecanismo para agrupar a los intelectuales peruanos y cohesionarlos frente a la cultura dominante. Resulta sintomático que el proyecto surgiera en una revista y no desde los claustros universitarios. Fue una generación antiacadémica, que se formó precisamente en las redacciones periodísticas.

El propio Mariátegui había empezado como periodista. Sus años de iniciación

transcurrieron en La Prensa, cuando el diario agrupaba a las corrientes liberales y a los partidarios de Billinghurst. El periodismo de entonces fue una especie de grieta en el monopolio cultural ejercido por la oligarquía, y por ese resquicio ingresaron muchos jóvenes de procedencia mesocrática y actitud radical. Inicialmente la crónica periodística pretendió vincularse con la creación literaria: fue el proyecto de Yerovi o Valdelomar y también de Juan Croniqueur. Pero luego el editorial acabó acoplándose con el ensayo social. En ambos casos el periodismo peruano alcanzó una calidad intelectual, una exigencia en el estilo, en la información, en la cultura de los redactores, difícil de imaginar ahora (56).

El estilo periodístico contagió incluso a los eruditos de procedencia universitaria: frases cortas, precisión acompañada por una adjetivación sobria; fue también el estilo que iría desarrollando José Carlos Mariátegui (57). "Al revés de lo que aconteciera antes -recuerda Gastón Roger, el creador de la columna "Peruanicemos el Perú"-, en que la Universidad se antojaba divorciada del periodismo, en que ni Víctor Andrés Belaúnde, ni Carlos Concha, ni Raymundo Morales de la Torre, ni Juan Bautista de Lavalle -cabe la excepción harto explicable de Oscar Miró Quesada-. tuvieron nexo ni contacto con los diarios, con la vida agitada y febril de

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las redacciones, los nuevos estudiantes inquietos (...) viven dentro del periódico, se familiarizan con el periódico, se nutren con la sabia intelectual del periódico" (58).

El periodismo fue para Mariátegui, ante todo, un ejercicio de observación de la vida cotidiana, una ocasión para reflexionar sobre los acontecimientos. Aquí nace una evidente diferencia entre el mariateguismo y el marxismo occidental: no fue la obra de un "profesor universitario" y no se le puede reclamar exigencias académicas: haber agotado las lecturas, citar con precisión, disponer de un adecuado "marco teórico" ... Nunca tuvo la ambición de

escribir un gran libro: nada en Mariátegui puede evocar a La cuestión agraria de Kautsky, El

desarrollo del capitalismo en Rusia de Lenin o La acumulación del capital de Rosa de Luxemburgo. Su estilo de trabajo era incompatible con la investigación detenida y con la reflexión prolongada sobre una monografía, porque recusaba el aislamiento. El mariateguismo fue la obra de un periodista, un hombre en estrecho contacto con otros hombres, sumergido en la vida cotidiana, interesado más por el impacto de sus ideas, por la emoción que generaba en sus contemporáneos que por la certeza cartesiana de su pensamiento: de allí la tesis del marxismo como un mito -fuerza movilizadora, un elan, una agonía, un entusiasmo vital- de

nuestro tiempo. Por eso también la importancia de una obra como Amauta, hecha día a día y elaborada en colaboración con otros intelectuales, desde el llano y no desde la altura de la cátedra universitaria. Mariátegui acostumbraba citar a Lenin: "Sin teoría revolucionaria no hay práctica revolucionaria", pero en todo caso su visión era a la inversa. Cualquier proyecto intelectual nacía de la praxis, unido a la acción y por medio de ella, a la historia. Mariátegui fue un intelectual: es su ubicación en una ficha sociológica. Pero por encima de esa condición fue un político: nunca estuvo enclaustrado, siempre se interesó por el público, por agitar a las multitudes, y en esa perspectiva una revista -empresa donde el individuo se diluía en la generación o el grupo- podía ser más importante y necesaria que la elaboración de un tratado sobre Marx o de un estudio con abundantes estadísticas, documentos directos y una cantidad apreciable de citas sobre la renta de la tierra en la agricultura de la costa norte peruana. La temprana iniciación periodística de Mariátegui lo inmunizó contra esta tentación "teoricista" y el engarce con el movimiento social lo alejó de cualquier enclaustramiento, quedando para el olvido su juvenil retiro en el convento de los descalzos.

La inquietud periodística en Mariátegui estuvo unida a su interés por la cultura. Nuevamente tenemos que referirnos a sus años de iniciación para recordar sus comentarios sobre pintura, sus primeros bocetos críticos y añadir la importancia que posteriormente tuvo la educación, la evolución literaria o el factor religioso en su comprensión de la "realidad peruana". Es evidente que en su valoración de la cultura no obedeció sólo a la influencia de una generación "literaria"; el entusiasmo por la práctica contribuyó a su alejamiento del determinismo: nadie más distante de la comprensión mecanicista de la historia; por eso, a diferencia de Haya o Codovilla, pudo preguntarse sobre la posibilidad del socialismo en una sociedad atrasada como era el Perú de 1920.

El periodismo fue en Mariátegui, de otro lado, un ejercicio polémico, en lo cual mantuvo una obvia similitud con Marx o Lenin: el marxismo nació como confrontación, en polémica con Dühring o Proudhon, de igual manera el mariateguismo se fue entretejiendo agónicamente en las polémicas periodísticas mantenidas desde un inicio con intelectuales tradicionales, como el pintor Teófilo Castillo o el historiador José de la Riva Agüero; luego vendrían las discrepancias con los anarquistas sobre el problema del partido y la organización política; en 1927 se produjo

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la diferencia con Luis Alberto Sánchez, sobre el indigenismo y la cultura nacional: es al interior de estos antecedentes que deben ubicarse las polémicas con el aprismo y la Internacional.

El periodismo fue también un vínculo de unión entre Mariátegui y sus contemporáneos. La referencia de Gastón Roger hecha páginas atrás es suficientemente ilustrativa. Añadamos que el deterioro de la Universidad durante el oncenio y el exilio voluntario de los intelectuales civilistas, alentó por contrapartida a la actividad periodística. El propio Leguía tuvo algún papel

apoyando publicaciones oficiosas como Mundial y Variedades. Para ellas colaboró Mariátegui -a pesar del malestar que producía entre personajes adictos al oncenio-, con sus semanales análisis de política internacional o sus comentarios sobre novedades bibliográficas europeas.

Esa vocación periodística de Mariátegui lo condujo al proyecto de organizar una publicación independiente, donde no experimentara el carácter subordinado y la situación

insegura que tuvo en El Tiempo o después en Variedades. Ese viejo proyecto se inició con

Nuestra Época, concebida bajo la imagen europea de la revista España; vino luego La Razón, un órgano militante desde donde Mariátegui y Falcón secundaron las luchas estudiantiles y el paro por las subsistencias en mayo de 1919. Al regreso de Europa, Mariátegui sucedió a Haya

de la Torre en la dirección de Claridad: desde el título era evidente la influencia de Barbusse quien dirigía en París Clarté; pero no se trataba de un simple remedo. Era una publicación que pretendía articularse al movimiento social, convirtiéndose en una expresión de las inquietudes o-breras y estudiantiles expresadas en mayo de 1923, aspirando a constituirse en el germen de la oposición al régimen (59).

Amauta no fue una revista de coyuntura: queremos decir que no se proponía analizar la actualidad inmediata, indicar qué se debía hacer, trazar una táctica. Era -es necesario repetirlo- una revista de cultura, indispensable para crear un nuevo ambiente, un espacio ideológico diferente, que a su vez fuera el marco adecuado para la reflexión del marxismo peruano. Tenía que combinar adecuadamente lo social con lo artístico, porque el proyecto implicaba recoger los mejores avances de Occidente, junto con esas inquietudes que contemporáneamente habían germinado en las provincias andinas a través de los círculos indigenistas. Zum Felde acertó cuando dijo, en un artículo titulado "El Perú de Mariátegui", que el centro cultural de la nueva

sociedad peruana no era la Universidad de San Marcos, sino la revista Amauta (60).

El origen inmediato de Amauta hay que buscarlo en la casa de la calle Washington. Esta casa ubicada a medio camino entre el centro de la ciudad y el nuevo barrio proletario de Breña, si bien mostraba una fachada angosta, tenía una considerable profundidad interior, lo que permitía disponer a la familia Mariátegui de varias habitaciones. Una de ellas fue separada como escritorio: allí estaban los libros, repartidos en una estantería ordenada, sobre la mesa central figuraban las novedades, los textos que llegaban de Buenos Aires, México o París, las revistas a las que estaba suscrito Mariátegui, desde luego la indispensable máquina de escribir; las sillas estaban dispuestas en desorden, pero en una esquina se encontraba un sillón angular, encima del cual en una repisa se podía ver cerámica incaica o preincaica, poco común en las casas de Lima durante esos años. Ese ángulo era el "rincón rojo" (61). En este cuarto, de lunes a viernes, entre las 6 y 8 de la noche, desde que regresó de Europa hasta su muerte, José Carlos Mariátegui reunió una tertulia amable a la que acudían personajes tan diferentes como Antonio Navarro Madrid, Martínez de la Torre, fundadores del Partido Socialista; José Sabogal, María Wiesse, Carmen Saco, Ángela Ramos, Julio del Prado, artistas y connotados bohemios.

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También fue Jorge Basadre, Valcárcel y Romero cuando se encontraban en Lima. Incluso Sebastián Lorente, funcionario gubernamental y Carlos Roe, médico. Entre los jóvenes, se acercaron a la tertulia Rafael de la Fuente Benavides (que comenzaba a ser Martín Adán), Estuardo Núñez y Cesar Miró, entonces un poeta precoz. La tertulia no era sólo una reunión de intelectuales. Acudían también estudiantes y obreros. Fue allí donde comenzó a gestarse lo que después sería el grupo rojo Vanguardia de la Universidad de San Marcos (62). Los intelectuales latinoamericanos de paso por Lima encontraban un ambiente acogedor: lo podrían haber testimoniado la uruguaya Blanca Luz Brum, el norteamericano Waldo Frank y el boliviano Tristán Maroff.

Recuerda Basadre que el rasgo más evidente de esa reunión era la espontaneidad. Se llegaba cuando uno quería, no había temas fijados con antelación, nadie se proponía hacer grandes cosas, ni decir frases categóricas; simplemente se trataba de ejercitar un viejo uso limeño, que Mariátegui había cultivado en las redacciones periodísticas: la conversación. Pero, a diferencia de otros ambientes, se desterraban las bromas inútiles; en sustitución quedaba la proximidad cotidiana con los problemas significativos del país.

Mariátegui nunca aspiraba a ser el centro de la reunión. A veces se terminaban formando más de un grupo y surgían varios corrillos. Ocurre que una persona como Martínez de la Torre, era poco comprensiva con los nuevos intelectuales como Martín Adán. Entre algunos indigenistas y Eguren era difícil encontrar temas comunes de conversación. Pero todos estaban allí atraídos por Mariátegui y nadie pensaba en imponerse o prescribir al otro. En la espontaneidad a veces no se podía derivar -al margen del parecer de Martínez de la Torre- en la improvisación de un recital como los que acostumbraba Blanca Luz Brum, quien además de recitadora era poetisa: viuda de Parra del Riego, había venido al país para difundir la obra de su marido, pero su juventud, mostrada en su seductor talle, intensa mirada y los recordados cabellos negros cayendo sobre sus hombros, le imposibilitaba ejecutar el recogimiento que la pacata sociedad limeña reclamaba a la viudez y acabó convertida en angustia y obsesión para algunos de los asistentes a la tertulia. Todo derivó en una desconsolada historia de amor cuando César Alfredo Miró Quesada, a pesar de la oposición familiar, marchó a Chile siguiendo los pasos de Blanca Luz (63).

Menos apasionada fue la historia de Miguel Adler y Nomi Müllsteim: ambos eran estudiantes, formaban parte de la colonia judía de Lima, posiblemente rumanos. Adler traducía

del ruso y el alemán para Amauta. Dijimos anteriormente que bajo su influencia asumió la

empresa de publicar Repertorio Hebreo, revista también de cultura pero donde se hacía una exaltación de los judíos (Mariátegui fue un acerbo crítico del antisemitismo sin derivar en posturas sionistas, porque a pesar de su entusiasmo por el renacimiento judío, desconfiaba de un movimiento alentado por Gran Bretaña). Adler y Müllsteim compartieron con Mariátegui el entusiasmo por Marx y Freud. Lo acompañaron hasta el final. Estuvieron en la Clínica Villarán y luego en el entierro. Después se fueron del país.

En este ambiente, donde a veces se confundían los sentimientos con las reflexiones y

las mezquindades, se fue elaborando Amauta, con la misma espontaneidad de las conversaciones: Mariátegui le mostraba, por ejemplo, a Estuardo Núñez una reciente publicación alemana y le proponía una reseña; se veía la necesidad de traducir a Panait Istrati

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y alguien sugería a Garro; se comentaba los proyectos publicistas de Sánchez y a cualquiera

se le podía ocurrir solicitarle un adelanto de su Don Manuel.

Al igual que la tertulia, Amauta carecía de un programa, de una trayectoria previamente concebida y trazada, porque según Mariátegui le era suficiente con tener un objeto: el estudio y la discusión de los problemas peruanos. En otro lugar hemos señalado que para la generación intelectual de 1920, el Perú además de ser un tema, estudiado en su historia (Porras, Jorge Guillermo Leguía), en la economía (Romero, Ugarte), la cultura (Sánchez), era sobre todo un

problema, motivo de discusiones e imágenes contrapuestas, dado que si bien coincidían en la critica al pasado o en definir lo que no era el país, pocos concordaban sobré su destino: desde luego que la cuestión nacional no se podría resolver en la redacción de una revista, pero en todo caso era una buena ocasión de plantear el problema. Siendo una publicación abierta al debate, la exposición de un programa en su primer número habría sido contraproducente, aparte de imposible.

Esta instintiva espontaneidad, que agradaba a todos, correspondía a una imagen del marxismo como un "método" y no como un "programa rígido", simplemente una "brújula", "derrotero" o "carta geográfica" para el viaje. No existía el temor al pensamiento crítico porque tampoco había la aceptación de afirmaciones rígidas e inamovibles. El elogio de la "herejía" en Mariátegui puede aparecer contrastado con sus invocaciones al "dogma", pero ocurre que esta palabra, extraída del léxico religioso, tenía sólo la aceptación, precisada explícitamente, de doctrina que necesitaba ser fecundada con esa renovación constante que sólo confería la herejía siempre y cuando no se tratara de un acto aislado. La heterodoxia solitaria era apenas la ex-presión del estéril individualismo de ciertos intelectuales. La revista era por el contrario una empresa colectiva -podríamos decir generacional- donde la vanguardia política podía confluir con la vanguardia cultural.

Nadie -entre los asistentes a la tertulia, los amigos o los familiares de Mariátegui- tuvo en ningún momento la sensación de estar en la casa de un hombre enfermo, cuyos días estaban casi determinados. El rasgo personal que todos recuerdan es la inconfundible risa de Mariátegui: espontánea, cálida, amigable (64). Siempre contagiosa. Sabía matizar su conversación con ironías y bromas: nunca asumió el aire señero del "maestro", ni pretendía tomarse "demasiado en serio". Hasta en la vida cotidiana, Mariátegui sabía mostrar su desdén por la rigidez académica.

Amauta exigió de Mariátegui un ritmo de trabajo cada vez más intenso. Las mañanas quedaron reservadas para la redacción de sus artículos y cartas, con la ayuda de algún mecanógrafo (65). En las tardes, Mariátegui leía las publicaciones recibidas y a partir de las 6 empezaba la tertulia. A veces el trabajo se prolongaba durante las noches. El agravamiento de su enfermedad complicó su horario porque tuvo que destinar varias horas de la mañana a sus curaciones. Día a día, los dolores eran más intensos. Pero aun en esas circunstancias no perdió su sonrisa característica: así fue conservada su imagen en una película firmada por Martínez de la Torre o en las fotografías de Malanca. Su esposa, el obrero Juan Larrea, el estudiante Navarro o la niña que entonces era Amalia Cavero, ninguno de ellos ha podido olvidar ese gesto optimista, el temple esperanzador, la voluntad afirmativa que se resumía en esa risa tantas veces escuchada en la casa de Washington. Pocos recordaban que años antes,

ese mismo hombre había pensado publicar un poemario titulado Tristeza. Eudocio Ravines

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recuerda que "discutía con agudeza, en medio de risas constantes y de frases ingeniosas. De su silla de ruedas se alzaba como una estremecedora paradoja: una maravillosa alegría de vivir y, sobre todas las cosas, un vehemente deseo de alargar su vida. . ." (66). Poco tiempo después de su muerte, los estudiantes que comenzaron a editar el periódico universitario Vanguardia, testimoniaron ". . . la alegría matinal de José Carlos, su sonrisa burlona y llena de fina ironía..." (67).

Sería erróneo pensar que Amauta fue una revista limeña. Frente a Leguía y el agobiante centralismo, las provincias reclamaban sus derechos. El regionalismo fue otra preocupación generacional. De manera que Mariátegui pensó que su revista podría servir para vincular a los grupos que se habían formado en las ciudades del interior. Hubo varios mecanismos: el intercambio de colaboraciones, el canje de una revista por otra, la incorporación al equipo de los

provincianos primero como distribuidores de Amauta y después como propagandistas de sus

ideas. En Trujillo se vincularon de esa manera con el diario El Norte y con Antenor Orrego. En Chiclayo fue el grupo formado por el poeta Nicanor de la Fuente y el periodista Arbulú Miranda, a los que se añadió el cajamarquino Nazario Chávez (68). Un lugar especialmente significativo fue la sierra central, donde existía un agitado centro de irradiación cultural en Jauja: allí los intelectuales, como Moisés Arroyo o Nicolás Terreros, se habían confundido con los obreros y artesanos, propagandistas del anarcosindicalismo como el impresor Máximo Pecho. Desde Jauja

Amauta podía irradiarse a los centros mineros, especialmente a Oroya y Morococha. En esta última localidad apartada -a una altitud superior a los 4,000 m.s.n.m.- Mariátegui tuvo dos buenos colaboradores en Gamaniel Blanco y Adrián Sovero (69). Pero los grupos mayores se encontraban en el sur andino. En Arequipa, el grupo "Aquelarre", formado por Gibson, había sido desplazado por el iconoclasta "Revolución", donde entre otros destacaba un joven pintor, Jorge del Prado (70). En Puno, el grupo "Orkopata" difundía las novedades literarias de Lima y también de La Paz y Buenos Aires (71). En el Cuzco, al lado del grupo "Resurgimiento", existía una agresiva agrupación de universitarios llamada "Kuntur": entre ambos se desarrolló una intensa polémica, sobre lo indígena y la revolución social (72). Esta red de comunicaciones, que comprendía una parte significativa del territorio peruano, se expandió cuando en noviembre de

1928 el esfuerzo de Amauta fue secundado por Labor: aspiraba a constituirse en un quincenario y después tal vez en un periódico, desde cuyas páginas se apoyaría la organización de la Central General de Trabajadores del Perú (CGTP), pero a causa de la represión sólo alcanzaron a editarse diez números y un boletín.

Una proyección anacrónica nos llevaría a imaginar que Amauta era la revista destinada a, los intelectuales y Labor a los obreros, la diferencia entre ambas publicaciones radicaba sólo en la preponderancia de unos temas sobre otros, en el formato y en la periodicidad pero no necesariamente en el público. La división capitalista del trabajo era rechazada por los izquierdistas de la generación de Mariátegui (José Aricó). Precisamente trataron, desde las Universidades Populares o las páginas de Claridad, de acortar las distancias entre los obreros y los intelectuales. El trato igualitario entre ambos (recordemos lo dicho sobre la amistad entre Mariátegui y Portocarrero), abolía -como observa Guillermo Nugent- cualquier proposición sobre lo que ahora se ha dado en llamar la "difusión popular". La cultura obrera de entonces no hubiera tolerado un trato diferente. Estas concepciones eran acordes con el marxismo: El Capital fue

pensado por Marx como una lectura obrera. De igual manera ocurría con Amauta.

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Mariátegui, que no era amante de escribir cartas, obligado por su revista debió convertirse en un asiduo corresponsal. A esa tarea reservaba las primeras horas de la mañana. En algunas ocasiones tenía la ayuda de Navarro Madrid o Martínez de la Torre. También Armando Bazán contribuía a mantener el frecuente intercambio con las provincias. Desde el interior llegaban sugerencias: "Acojo con simpatía y adhesión su iniciativa para crear en Labor una página dedicada a los comuneros indígenas", respondía Mariátegui a Arroyo Posadas (73). Labor permitió la constitución de "núcleos de simpatizantes" en las ciudades de provincias y los

barrios obreros de lima. Fue así como el órgano periodístico y cultural que era Amauta confluyó con las tareas de organización política.

Desde el "rincón rojo" de la calle Washington, Amauta adquirió una dimensión nacional. Tal vez por eso, a diferencia de otras revistas, persistió, pudo durar; no fue una obra efímera. La tenacidad del equipo logró sortear los obstáculos de, la represión del régimen leguiísta. Poco tiempo después de la clausura de 1927, Armando Bazán le escribía a Nicanor de la Fuente:

"Estamos en pleno trabajo para conseguir la reaparición de Amauta. Hay posibilidades para ello. Por esta razón, en Chiclayo también debe iniciarse el trabajo en este sentido. Avísanos a la brevedad posible qué hay de las acciones. Habla con Arbulú Miranda y dile que ya es tiempo de actuar con un poco más de precisión" (74).

Gracias al correo, Mariátegui, ese hombre inmovilizado en Lima, que desde el agravamiento de su enfermedad en mayo de 1924 pocas veces salía de su casa, pudo informarse directamente de los sucesos en el interior del país, propalar sus ideas, incluso sugerir procedimientos organizativos. El hecho no fue ignorado por el Ministerio de Gobierno. Las autoridades policiales optaron por interceptar, revisar y a veces sustraer la correspondencia de Mariátegui. Se tuvieron que tomar precauciones: la mayoría de las veces las cartas aparecían remitidas por Anna Chiappe, su esposa, otras por Sandro, su menor hijo. Bazán le decía a Nicanor Mujica que las cartas dirigidas a Mariátegui o a él fueran a la dirección de Jorge Delmar Pinedo. Pero estas precauciones no fueron suficientes para contrarrestar el hostigamiento de Le-guía. En ocasiones no se recibían cartas, se interrumpía bruscamente la correspondencia con alguna provincia o durante meses no se tenía la menor noticia de un colaborador. Todo esto sirvió para generar esa sensación de acoso y aislamiento sentida en los meses finales por Mariátegui.

Fue de similar intensidad el intercambio epistolar con los peruanos en el exilio. Existen cartas intercambiadas entre Mariátegui y César Vallejo. Igualmente con Eudocio Ravines. Las solicitudes de colaboraciones se reiteran en una y otra carta: "Cuando le envié un ejemplar de

Amauta en que se publicó su lied -le decía a Alfonso de Silva- le escribimos líneas pidiéndole

nueva colaboración (...) Envíeme para Amauta versos o música. Le mando la, revista regularmente a la Legación" (75).

Pero, regresando a la tarea colectiva que fue Amauta, su persistencia también se explica por la "gestación empresarial' que debió desplegar Mariátegui. Era una empresa: se editaban 5,000 ejemplares por número que exigían un adecuado sistema de distribución. Para mantener su precaria economía, se recurrió al sistema de avisajes: la increíble capacidad de seducción y convencimiento de Mariátegui explica que entre los auspiciadores aparte de estudios jurídicos, médicos o librerías, figurasen también empresas industriales, bancos, grandes corporaciones. Los biógrafos de Mariátegui han omitido considerar su capacidad como empresario. Esa

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vocación databa también de su juventud, cuando partiendo con un magro capital convirtió en una

próspera y eficiente empresa periodística a la revista El Turf, desde donde se consiguió popularizar el juego de la polla (76).

Amauta encontró apoyo financiero en la editorial Minerva, consecuencia de la asociación entre José Carlos Mariátegui y su hermano Julio, fundada en 1927. Minerva proyectó desarrollar tres líneas editoriales: la Biblioteca Moderna, donde se publicarían obras representativas del espíritu contemporáneo, como podrían ser tempranas traducciones de Freud o reediciones de

Sorel; la Biblioteca Amauta, donde predominarían los ensayos de contenido social, los estudios sobre las civilizaciones americanas, los análisis sobre la economía y la cultura indígena; finalmente la Biblioteca de Vanguardia, destinada exclusivamente para difundir obras literarias.

Venían después algunas traducciones, como la que se hizo de Kira Kiralina, de Panait Istrati. De todo el proyecto se alcanzaron a publicar algunos libros: mencionamos anteriormente a

Tempestad en los Andes, al que se añadió una antología de Eguren, El nuevo absoluto, texto

compuesto por el joven filósofo Mariano Ibérico y también La escena contemporánea y 7

Ensayos de interpretación de la realidad peruana. Antes de la muerte de Mariátegui estaban anunciados textos de Orrego, Uriel García, Falcón, Basadre y Sánchez. La editorial se enmarcaba dentro de la misma amplitud que la revista.

Amauta y la editorial Minerva aspiraban a una dimensión continental. Por esos años

circulaban importantes revistas latinoamericanas como El Diario de la Marina en Cuba,

Repertorio Americano en Costa Rica o La Vida Literaria en Buenos Aires. Desde un inicio, Mariátegui había diseñado a su revista como una "tribuna americana", para lo cual reclamaba, por ejemplo, a Emilio Rey de la Habana, un intercambio de textos originales con los grupos de

vanguardia peruanos. De igual modo que con las ciudades de provincias, Amauta debería permitir unir, relacionar y mantener una estrecha comunicación a los grupos culturales, formados por gente joven y radical, activos en el continente. El país, para los hombres de la época de Mariátegui, se confundían con Latinoamérica, sobre todo cuando existían núcleos de peruanos dispersos desde México hasta Buenos Aires (77).

México y Buenos Aires, precisamente, acabaron siendo los dos grandes puntos de

referencia geográfica en el mapa latinoamericano de Amauta. Pero la imagen se repite entre los

redactores de Boletín Titikaka e incluso la podemos encontrar en algún ensayo coetáneo de Sánchez. Eran además las dos vertientes de América Latina: lo vernáculo frente a lo cosmopolita, lo autóctono frente a lo europeo (78). En un extremo la reforma universitaria y en el

otro la revolución agraria: dos fenómenos continentales que explican también a Amauta.

De esta manera Amauta quebraba ese tradicional aislamiento cultural andino. Mariátegui, a partir de su revista, desarrolló un activo intercambio epistolar con Samuel Glusberg: le

mandaba ejemplares de Amauta y recibía La Vida Literaria, pero también intercambiaron libros entre Minerva y Babel. Glusberg pensó en un número especial de su revista dedicado al Perú donde, además de Mariátegui, colaborarían Eguren y Núñez. Todos estos intercambios derivaron, como veremos posteriormente, en el proyectado viaje que Mariátegui haría a Buenos Aires (79).

Amauta fue un nexo entre Lima y las provincias, de un lado, y Lima y el continente del otro. A veces las fronteras se expandieron, en el intercambio epistolar entre Mariátegui y Henry

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Barbusse. A la casa de Washington llegaron también ejemplares de la Verité y otros órganos de

la naciente oposición de izquierda parisina. Desde luego que también llegaba La

Correspondencia Internacional, en favor de cuya difusión instaba Mariátegui a sus

colaboradores provincianos. Amauta terminó por ser algo más que una revista: fue la antesala del partido.

(54) Basadre, Jorge Equivocaciones, Lima, 1928, p. 41.

(55) El mejor estudio sobre Amauta se debe a Alberto Tauro, Amauta y su influencia, Lima, 1960. En las páginas que siguen hemos

aprovechado múltiples referencias del .importante libro de Estuardo Núñez, La experiencia europea de Mariátegui, Lima,

1978; las observaciones eruditas se intercalan con recuerdos del propio Núñez, joven contertulio de Mariátegui en la casa de

Washington izquierda.

(56) "Del periodismo, criado y modernizado en los primeros quince años del siglo, surgió una personalidad que la Universidad no

había podido producir", Basadre, Jorge, Perú, problema y posibilidad, Lima, 1930, pp. 194-195.

(57) Basadre, Jorge "La literatura peruana" en La Sierra, año II, No. 16-17 mayo, 1928.

(58) Roger, Gastón "José Carlos Mariátegui" en Mercurio Peruano, Año XIII, Vol. XX, No. 139-140, pp. 205-206.

(59) "Es de gran importancia que la clase obrera tenga una imprenta y una prensa de su propiedad donde pueda revelar su

pensamiento y su opinión frente a todos los problemas de carácter económico, social y político que se le presentan a diario"

"Boletín de la editorial obrera Claridad" en Biblioteca Nacional, Lima, Volantes, 19 de julio de 1926.

(60) Zum Felde; A. "El Perú de Mariátegui" en Mercurio Peruano, Año XII, Vol. XVIII, pp. 129-130.

(61) Entrevista a Jorge del Prado, Unidad, 17 de enero de 1975, No. 516, p. 11. Entrevistas a Amalia Cavero (28-V-80), Estuardo

Núñez (18-VII-80), Ángela Ramos (21-VII-80).

(62) Entrevistas a Antonio Navarro Madrid (21-V-80) y Moisés Arroyo Posadas (2-VII80).

(63) Entrevista a Estuardo Núñez (18-VIII-80) y César Miró (1-VII-80).

(64) Entrevista a Gloria Ferrer (4-VII-80).

(65) Entrevista a Anna Chiappe (24-V-80).

(66) Ravines, Eudocio La gran estafa, México, 1952, p. 184.

(67) Vanguardia, No. 2, junio de 1930, p. 2 en Archivo Moisés Arroyo Posadas.

(68) Kapsoli, Wilfredo, "Mariátegui y la cultura nacional" en Suceso, 8 de octubre de 1978.

(69) Entrevistas a Moisés Arroyo (9-VII-80) e Isaías Contreras (29-V-80).

(70) Entrevista a Jorge del Prado (15-VII-80).

(71) Cfr. Editorial Titikaka, después convertido en Boletín Titikaka.

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(72) Entrevistas a Julio Gutiérrez (Cuzco 7-VI-80), Román Saavedra (Cuzco, 9-VI-80) y Estela Bocángel (Cuzco, 9-VI-80). Estas

entrevistas fueron conseguidas gracias a la invalorable ayuda que nos prestó José Tamayo Herrera, a quien encontramos en

Cuzco cuando proseguía su investigación sobre el indigenismo en el sur andino.

(73) Archivo Arroyo Posadas, JCM a Moisés Arroyo, Lima, 5 de junio de 1929.

(74) De Armando Bazán a Nicanor de la Fuente, cit., en Castillo Paz, El movimiento obrero en Lambayeque, 1900-1930, Chiclayo,

1977. Gracias a la ayuda de Oscar Castillo pudimos entrevistar a Carlos Arbulú Miranda (21-VI-80).

(75) Entrevista a Patricio Ricketts (24-V-80).

(76) Archivo Juan Mejía Baca. JCM a Alfonso de Silva, Lima, 28 de febrero de 1927.

(77) JCM a Emilio Roig, 23 de octubre de 1926, citada por Orrillo, Winston, "La solidaridad cubana con Mariátegui: cartas

inéditas" en Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, Lima, No. 4, 1976, p. 134.

(78) Sánchez, Luis Alberto Esta novela peruana, Lima, 1928. Editorial Titikaka, Puno, agosto, 1926, p. 1: "... desde México, el

gran país cuya autoctonía orienta los ideales de América, hasta Buenos Aires, donde se confunden las herencias de Europa y

producen un nuevo tipo de cultura".

(79) Archivo Mariátegui. JCM a S. Glusberg, Lima, 18 de febrero de 1930. Mariátegui, por intermedio de Glusberg, envió el libro

Poesías de José María Eguren a Jorge Luis Borges.

CAPITULO IV

ENTRE EL APRA

Y LA INTERNACIONAL:

EL PARTIDO SOCIALISTA

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La cuestión del partido fue -como lo ha precisado José Aricó- el centro del debate entre los

socialistas peruanos y la Internacional en Buenos Aires. Meses antes, la misma cuestión había generado la polémica con los apristas (80). Pero el tema del partido -que obsesiona los años forales de Mariátegui y alimenta su vocación polémica- no era una preocupación reciente. Por el contrario, era de antigua data y, como en muchos otros temas, comprenderlo obliga a remontarse a sus años de iniciación.

Cuando llegan a Lima las primeras noticias de la revolución rusa, Juan Croniqueur no

puede evitar un cierto entusiasmo frente a esa posibilidad de la rebelión contra lo establecido

que parecía emerger luego de la Gran Guerra. Desde su columna "Voces" en El Tiempo, denota su admiración tanto por Lenin como por Trotsky: encarnan la imagen del "revolucionario", cada uno a su manera pero ambos empeñados en variar el curso de los acontecimientos. Desde luego que estas declaraciones no son bien recibidas en el periodismo de la República Aristocrática y algún colega termina motejándolo de "bolsheviqui". Mariátegui no rechaza el sobrenombre y por el contrario lo asume con simpatía. Todavía no era marxista. Menos todavía leninista. Apenas se iniciaba en el conocimiento del socialismo. Pero el camino hacia Marx empezó, en su caso, con una adhesión romántica a la revolución como posibilidad. Páginas atrás nos referimos a sus escritos sobre Rumi Maqui. En cierta manera fueron continuados a fines de 1917 con sus notas editoriales sobre la naciente Rusia soviética.

Pero el joven periodista Mariátegui interroga a los sucesos mundiales desde el Perú. No

debe llamar la atención, entonces, que frente a la revolución rusa termine por preguntarse acerca de su posibilidad como solución para la sociedad peruana. ¿Se podía importar el socialismo? "Nosotros que motejados de bolshevikis, no nos hemos defendido con grima de este

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mote sino que lo hemos abrazado con ardimiento y fervor tenemos que holgarnos y refocilarnos de que el socialismo comience a aclimatarse entre nosotros como una planta extranjera que halla amor en este suelo donde tan bien saben medrar y prosperar próvidamente la rica caña de azúcar y el generoso algodón mitafifi" (81). Encontramos así una sencilla y primera formulación de temas que luego serán desarrollados con detenimiento. La crítica del capitalismo no implicará -como ya anotamos- el rechazo absoluto de la cultura occidental. Necesitábamos importar el socialismo, pero, como ocurrió antes con los cultivos europeos, era preciso descubrir la tierra adecuada, las condiciones climáticas precisas que permitieran su crecimiento: el socialismo nunca fue pensado como un calco. Esa nueva planta europea exigía de un conocimiento imprescindible del terreno. Pero en 1917 ó 1918 estos temas eran todavía brumosos, imprecisos, desdibujados...

En efecto. El socialismo al que alude Juan Croniqueur era apenas la preocupación de

algunos intelectuales, alejados de la naciente clase obrera (que se enrumbaba por los senderos del anarquismo) y en cierta manera próximos incluso a la clase dominante: pensamos en Víctor Maúrtua o en Alberto Ulloa. Este último, previsto de una especie de "anticapitalismo romántico", reúne una tertulia donde, en relación con algunos jóvenes escritores como Martínez de la Torre y César Falcón, se piensa en un Partido Socialista en el estilo de la II Internacional. Pero Mariátegui -según testimonio de Jorge Basadre- termina oponiéndose a la idea por considerarla prematura (82).

La necesidad del partido llega a ser una convicción en Europa. "Desde Europa me concerté

con algunos peruanos para la acción socialista", dirá Mariátegui a Glusberg en una referencia autobiográfica fechada en enero de 1928 (83). Es cierto que un grupo de peruanos, animados, por el ejemplo soviético se reúnen en Génova, intercambian ideas y confiesan un propósito; pero la cita de Mariátegui no debe llevar a pensar en el diseño –desde Europa- del posible Partido Socialista. Simplemente quiere decir qué en Europa la idea prosiguió macerándose. El hecho es importante además en función de su realización posterior, porque ocurre que el desarrollo político de Mariátegui transcurre paralelamente con la constitución de la Internacional Comunista: el Congreso para su fundación ocurrió entre el 2 y el 6 de marzo de 1919. Allí se fijaron las 21 condiciones, por iniciativa del propio Lenin, obligatorias para todos los partidos que quisieran incluirse en sus filas. El II Congreso, al año siguiente, estará definido por una línea que terminó abusando del radicalismo: sin embargo el poder no pudo ser tomado por asalto ni en Alemania ni en Polonia. Esos fracasos obligarán a un replanteamiento estratégico que culmina en el III Congreso. A lo largo de sus sesiones, entre el 22 de junio y el 12 de julio de 1921, se pone en cuestión la imagen de las organizaciones bolchevizadas, especies de destacamentos de combate, donde el número era relegado siempre en función de la calidad acerada del militante, todo lo cual será sustituido por la consigna de "ir a las masas" y de esa manera reemplazar la guerra de asaltos por un prolongado sitio de la fortaleza capitalista. La sociedad burguesa estaba deteriorada pero no se derrumbaba tan fácilmente como parecía años atrás. Todo lo contrario: mostraba poder resistir diversos embates. Un elemental realismo exigía no persistir en un camino que deparaba pocos éxitos. Surge así también la idea del "frente único proletario", se insiste en las necesarias alianzas con otras clases y ya no se piensa en partidos monolíticamente obreros (84).

La orientación del III Congreso, de esta manera, difiere de la orientación inicial de la Internacional y también, desde luego, de la orientación que tendrá el VI Congreso de 1928. Este último señaló un viraje conducente a imponer la táctica de "clase contra clase", la proletarización

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de los cuadros y la depuración de las filas en función de una inminente crisis del capitalismo: un ánimo similar al de 1919. El VI Congreso inspiró a la reunión de Buenos Aires. Fue también el Congreso de Eudocio Ravines. En cambio, el III Congreso -con su línea amplia y su estrategia a largo plazo fue el que formó a Mariátegui: una especie de alumno libre de la Internacional teniendo en cuenta que, a diferencia de Ravines, no se adscribió y mantuvo su absoluta inde-pendencia -quizá a pesar suyo- por lo menos hasta septiembre de 1927.

El partido era necesario e imprescindible para introducir en el Perú esa especie de planta europea que era el socialismo, pero el partido no era exactamente el inicio de esa tarea, sino casi su estación final. La idea, intuida en el Perú, madurada en Europa, debía discutirse y

prepararse al regreso. Es en ese derrotero que se inscribe el proyecto de Amauta y toda la labor publicista desplegada por Mariátegui. También sus conferencias en las Universidades Populares González Prada y sus charlas con los jóvenes dirigentes obreros, como Larrea, Portocarrero o el ferroviario Avelino Navarro. El partido exigía el desarrollo de la "conciencia de clase". La conciencia obrera se formaba -como lo recordaría el propio Portocarrero en Buenos Aires- en la fábrica. Pero no sólo en la fábrica: también en la vida cotidiana de los trabajadores. De allí, por ejemplo, la importancia de la fiesta de la planta, esa reunión proletaria que ocurría una vez al año en Vitarte y adonde acudían no sólo textiles, sino obreros y artesanos de Lima, junto con estudiantes y jóvenes intelectuales. La fiesta duraba todo un día: al lado del deporte (en esas reuniones se fueron gestando célebres equipos del fútbol nacional), se escuchaba música, recitaba alguna escritora como Ángela Ramos o Blanca Luz Brum y no faltaba un discurso, en el viejo estilo de Manuel González Prada, como el que leyó en una ocasión José Carlos Mariátegui: llegaba en auto, acompañado de sus hijos y su esposa, como cualquier otra familia. Pero así, silenciosamente, se iba formando la conciencia de clase, porque esa fiesta era también una ocasión para que obreros y artesanos intercambiaran sus experiencias, se reencontraran los dirigentes sindicales y se gestaran proyectos comunes, en una época en que todavía no existía una central de trabajadores, ni tampoco un aparato sindical (85).

Sería tedioso enumerar las continuas innovaciones de Mariátegui sobre la necesidad de

formar "conciencia de clase". De los viejos anarquistas, con los. que discrepó a su regreso de Europa, terminó recogiendo el entusiasmo por el sindicato. El sindicalismo era también un puente entre el pensamiento de Mariátegui y Sorel. En cierta manera el desarrollo de una vida sindical, la organización del proletariado, devenía en uno de los pilares para levantar el edificio partidario. "La organización de los obreros y campesinos con carácter netamente clasista, constituye el objeto de nuestro esfuerzo y nuestra propaganda" (86) sería el primer objetivo del Partido Socialista. Aricó y Germaná han sugerido que el sindicato en Mariátegui terminó por ser más importante que el partido. En realidad se trata de una exageración, necesaria para mostrar que el partido no era pensado fuera ni tampoco por encima .de la clase, sino que se iría formando al interior del movimiento de masas. En los "conceptos" iniciales del comité destinado a organizar el Partido Socialista, se plantean como tareas complementarias y paralelas la organización sindical y el partido.

En el Perú, el sector de vanguardia del proletariado estaba constituido -desde la

perspectiva de Mariátegui- por los mineros. Ellos combinaban una doble condición al ser paralelamente obreros y campesinos: laboraban temporalmente en los campamentos mientras sus familias permanecían en sus comunidades o parcelas. Esta dualidad hacía que los mineros fueran los personajes imprescindibles para dirigir una revolución donde contaba tanto el aporte obrero como el campesino. En esos trabajadores se combinaba de manera peculiar lo moderno y

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lo occidental que podía encontrarse en el sindicalismo, con todas las antiguas tradiciones andinas.

A lo anterior debía añadirse la alta concentración laboral del proletariado minero: cerca del

30 % trabajaban en la sierra central en los campamentos de la Cerro de Pasco Corporation. La mayoría de los operarios procedían del valle del Mantaro, escenario de una importante movilización regional cuando los campesinos que sufrieron los efectos devastadores del humo y el relave de la fundición de La Oroya, apoyados por la burguesía mercantil local, por intelectuales, como Nicolás Terreros, e incluso por un equipo de técnicos, emprendieron una serie de reclamaciones contra la empresa norteamericana. Aunque ubicado en cauces legales, fue un movimiento de gran envergadura que consiguió imponer a la empresa el pago de algunas indemnizaciones a los propietarios del valle. De esta manera, en la región central, a la vez que surgía el proletariado, se formaba un movimiento de claro perfil antiimperialista, todo lo cual acrecentaba la importancia del proletariado minero.

En la tarea de construcción del Partido Socialista, Mariátegui logró establecer diversas

vinculaciones con los trabajadores de Morococha, La Oroya y Cerro, campamentos de la empresa norteamericana. Mencionamos que Adrián Sovero y Gamaniel Blanco empezaron como

agentes de Amauta en la zona. Cuando Portocarrero regresó de Moscú, Mariátegui le propuso que viajara a Morococha para que tomara contacto con ellos. Desde luego que no le dio instrucciones precisas. Debía primero observar, aprender de los trabajadores, conocer el lugar y sólo al final actuar (87). Años después, Mariátegui propondría una misión similar a Jorge del Prado. A su vez, Sovero y Blanco, a los que se sumó Loli, visitaron a Mariátegui en Lima: una foto que los presenta reunidos en el parque de la exposición lo testimonia. Partido y sindicato se confundían: la historia del Socialismo no puede desligarse de la historia de la CGTP:

Las vinculaciones con el proletariado minero se acrecentaron después de la catástrofe de

Morococha: en diciembre de 1928, por un descuido de la empresa, el hundimiento de una laguna destruyó varias secciones y túneles ocasionando un derrumbe y la muerte consiguiente de 26 operarios. Labor recogió la justa indignación (88). Fue en cierta manera el punto de arranque para desplegar la organización sindical. Al respecto era escasa la experiencia de los mineros. Salvo algunos antecedentes en 1919, carecían de historia sindical. En cambio sí tenían una prolongada historia de motines y movilizaciones. No se trataba, con estos antecedentes, de alentar un aparente radicalismo que condujera al enfrentamiento anticipado cuando todavía no había echado raíces el sindicalismo. El trabajo era paciente: empezaba por el sindicato local, seguiría la constitución de un organismo regional, el Sindicato de Mineros y fundidores del Centro, para después establecer una Federación de mineros a nivel nacional. No debía atemorizarse a nadie y siempre era necesario el concurso del mayor número posible de trabajadores. Las reivindicaciones debían, como aconsejó Mariátegui a Portocarrero, ser descubiertas en el lugar. Era la misma actitud cotidiana que a su vez observaba Mariátegui con cualquier visitante: siempre escuchaba, sabía atender, no interrumpía el hilo de un pensamiento. De Lima en cambio se podían mandar sugerencias sobre el estilo de trabajo: "Lo que interesa ante todo -decía Mariátegui a Arroyo Posadas en noviembre de 1929-, es que los obreros aprovechen la experiencia de su movimiento, consoliden y desarrollen su organización, obtengan la formación en La Oroya, Cerro de Pasco y además centros mineros del departamento de secciones del Sindicato, etc. No deben caer por ningún motivo en la trampa de una provocación" (89). Al igual que Arroyo, Abelardo Solís y otros intelectuales jaujinos colaboraban en la

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organización de los mineros. Era una tarea de largo aliento. No estaba destinada a derrocar a Leguía; ni debía empeñarse en luchas menudas que sacrificaran todo lo alcanzado. Los inicios son siempre difíciles, lentos, requieren de paciencia y tenacidad, sobre todo cuando las tareas tienen la opacidad de la vida clandestina. Todo se hacía bajo la más estricta reserva. Era un cuidado imprescindible para sortear la vigilancia de Leguía pero también porque el Partido Socialista era una organización, como veremos, insurreccional. Aspecto peculiar, porque de un lado utilizaba los mecanismos legales (los sindicatos debían, según consejo de Mariátegui, ser reconocidos ante el Ministerio de Trabajo), pero de otro lado, en el largo plazo, existía el convencimiento que el poder tendría que ser asaltado, tomado por las, armas.

La carta a Arroyo Posadas -citada líneas atrás muestra un rostro poco habitual de

Mariátegui: era un organizador, un político. No se limitaba a sus ensayos, a desarrollar polémicamente sus planteamientos sobre la realidad peruana. También actuaba, en el más lato sentido de la palabra. En Lima, eran frecuentes las visitas de los obreros a la casa de

Washington-izquierda. Mariátegui colaboró con el periódico El Obrero Textil y cuando, en mayo de 1924, sufrió la amputación de su pierna derecha, los obreros del sindicato textil "La Victoria" realizaron una colecta a su favor. Jesús Rivera y Eliseo García, obreros de ese mismo sindicato, frecuentaron la casa de Mariátegui y pudieron contar con su asesoramiento -realizado de manera natural y espontánea- para sus reclamos laborales. Todo esto ha sido referido por Antonio

Rengifo como resultado de una paciente pesquisa en los Libros de Actas del Sindicato La

Victoria. Pero la tarea paciente y silenciosa de organización del Partido Socialista, emprendida

desde el regreso de Europa por medio de la docencia en las Universidades Populares, sufrió una verdadera conmoción cuando Haya de la Torre desde México, el 22 de Enero de 1928 lanzó un supuesto Partido Nacionalista Libertador que llevaría su candidatura a la presidencia de la República. Mariátegui, como todos los intelectuales progresistas de Lima o provincias, no había ocultado sus simpatías por el Apra: un movimiento continental fundado por Haya en México y que agrupaba a círculos de intelectuales especialmente en Lima, México, La Habana y Costa Rica. No era entonces un partido político nacional; la escasa organización y todavía poca coherencia doctrinaria, recordaban más a una corriente de opinión. Mariátegui no tenía por qué

discrepar con la convocatoria antiimperialista de Haya. En los 7 Ensayos testimonia sus

múltiples coincidencias con Por la emancipación de América Latina, libro publicado en Buenos Aires, 1927.

Mariátegui, sin embargo, siempre mantuvo su autonomía en relación al aprismo. En una

carta dirigida a Miguel Ángel Urquieta y fechada el 2 de mayo de 1927 -varios meses antes que se desencadenara la polémica con Haya-, Mariátegui establecía un nítido distingo: "Yo, por mi parte, trabajo porque un movimiento de renovación peruana se oriente hacia el socialismo", para añadir líneas después: "Le recomiendo considerar atentamente el programa de la A.P.R.A. Pienso por mi parte que nos toca participar en su acción sin renunciar a la organización de un movimiento más específicamente peruano que encuadre dentro de nuestras filas a los que no son capaces de elevarse a un plano continental. La A.P.R.A. además está aún por precisarse y definirse. Esto se conseguirá sólo a través de la acción" (90).

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Haya admiraba a la revolución soviética, incluso había estado en Rusia y conversado con Trotsky y Lunachasky, pero creía que el socialismo era uña etapa todavía, imposible en América Latina, porque antes era preciso superar el atraso, hacer la revolución burguesa que Europa había hecho durante los siglos XVIII y XIX, es decir, acondicionar a la sociedad peruana con el ritmo histórico que desde el viejo continente se irradiaba al mundo. En otras palabras, lo anterior significaba que el socialismo sólo era posible si antes se construía el capitalismo, para que así existiera una burguesía y un proletariado en el cabal sentido de la palabra. Estas ideas

terminaron expuestas en El antiimperialismo y el Apra, libro redactado en 1928, del cual se difundirían algunos fragmentos impresos hasta 1936 cuando salió la edición definitiva en Santiago de Chile. Esto ha hecho que algunos -como José Aricó o Carlos Franco consideren anacrónica su mención al tratar de la polémica con Mariátegui. Pero ocurre que las ideas de ese libro se difundieron también por otros medios: artículos de Haya, comentarios y notas polémicas de sus amigos como Luis Heysen, por todo lo cual no sorprendía que en 1929 se le citara como un texto ya editado (91).

A diferencia del aprismo y del comunismo ortodoxo, para Mariátegui el socialismo era una

cuestión a la orden del día y el camino imprescindible para superar el atraso. Desde esta situación inicial, a medida que Haya y Mariátegui fueron precisando sus concepciones, terminaron divergiendo y distanciándose cada vez más. La tendencia se mostró con claridad en la caracterización del fenómeno imperialista. Páginas atrás indicamos que para la Internacional la dependencia mantenía el atraso porque servía de sustento a la feudalidad. El aprismo, en cambio -conduciendo su discrepancia hacia la derecha-, formuló la sugestiva teoría según la cual el imperialismo era una etapa necesaria en la medida en que introducía el capitalismo en los países atrasados, pero sólo significaba progreso si las inversiones podían ser controladas por un Estado moderno, sustentado en las clases productoras. Los socialistas peruanos retrucaban considerando que si bien el imperialismo podía modificar las viejas estructuras feudales, acarreaba también todos los perjuicios propios del capitalismo, de manera tal que sólo se podía alcanzar la independencia, transformar el país y edificar la nación pasando por la ruptura con el imperialismo. Ocurre que para los socialistas ni capitalismo ni imperialismo eran sinónimos de progreso, porque tampoco aspiraban a repetir en el Perú la historia europea.. Pensando el problema del socialismo desde el interior de la tradición histórica peruana, arribaron a una respuesta autónoma, que los terminó conduciendo por un sendero a la izquierda de la Internacional: terminaron por asemejarse -en este aspecto- a la "ultraizquierda" de entonces.

A las discrepancias anotadas, debe añadirse la caracterización diferente que proponían

Haya y Mariátegui sobre el régimen de Leguía. Tuvieron también tácticas diferentes. Difiriendo del trabajo silencioso que desplegaba Mariátegui, Haya incorporó en su práctica política los viejos elementos del caudillismo. Se terminó formulando así lo que sería la discrepancia definitiva.

Fueron dos concepciones diferentes sobre el "partido" las que se enfrentaron. En algunas

interpretaciones recientes se ha sugerido que mientras el aprismo propugnaba un estilo de organización "político-militar", concebida desde el exterior y destinada a capturar rápidamente al poder sustentándose en un aparato armado, los socialistas peruanos estarían pensando en una organización de masas, inscrita dentro de los marcos democráticos y pacientemente construida. Pero esta imagen, que evoca de inmediato la figura contemporánea de la guerrilla contrapuesta

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desfavorablemente con los partidos socialdemócratas, sólo es concebible para 1928 a costa de forzar: la interpretación y omitir la lectura de las fuentes.

Decir que el Partido Nacionalista Libertador quería ser una organización político-militar es

interpretar más allá de los propios acontecimientos. Siendo un nombre acuñado desde México, no teniendo un respaldo real en el interior del país sin haber llegado a funcionar, no se puede afirmar en qué tipo de organización devendría. Por otro lado, el necesario aparato militar inherente al partido de la revolución fue una problemática planteada también por Mariátegui, de manera que confundir el lento trabajo al interior de las masas con la aspiración a constituir un partido fiel a las reglas del "juego democrático", es una adulteración evidente de su pensamiento.

La objeción a Haya no podía derivar nunca en cuestionar el proyecto de una revolución

armada. Fueron temas más simples, en cierta manera, los que estuvieron en debate. Mariátegui criticó dos procedimientos: emplear el bluff, la mentira, al momento de lanzar una organización partidaria y por otro lado tratar de sustentarla exclusivamente en el mesianismo de Haya. El respeto a la verdadera tradición nacional no incluía la incorporación del viejo caudillismo criollo y la política de conspiración en el partido. Todo lo contrario. El partido llamado a edificar el Perú nuevo, debía introducir nuevos métodos y estilos en la política, distanciándose con nitidez de la llamada "politiquería criolla. No se trataba de montar una organización en torno a una persona. Los procedimientos del aprismo parecían repetir al pierolismo o al billinghursrismo, movimientos que en el pasado tuvieron su justificación, pero mostraron también todas sus limitaciones. El desafío consistía en hacer algo diferente. Pero, finalmente, lo grave era que Haya, al lanzar esa especie inverosímil del Partido Nacionalista Libertador terminaba por liquidar el carácter de frente del aprismo, lo convertía de corriente de opinión en partido y todo esto sucedía sin que se hubiera hecho consulta alguna y menos discusión: un procedimiento poco democrático que además podía conducir, a un enfrentamiento prematuro con Leguía, cuando las, fuerzas eran escasas, todavía no estaban consolidadas y se ponía en peligro todo el paciente trabajo desplegado por los grupos de Lima y provincias.

El recusamiento del caudillismo sería interpretado por Haya como la incapacidad política de

Mariátegui, su falta de decisión y coraje. El socialismo, a su vez, serviría para que Haya lo presentara como un repetidor de modelos extranjeros, un "europeísta". Ambas acusaciones podían tener un cierto impacto entre los exilados y los grupos provincianos, angustiados por la lentitud de los acontecimientos y ansiosos por encontrar un desenlace en el enfrentamiento con Leguía. Mariátegui y Haya se entregaron febrilmente, cada uno por su lado, a un intercambio epistolar exponiendo en una y otra ocasión sus argumentos y de esa manera a la vez que precisaron sus discrepancias terminaron ahondándolas.

"Haya se ha obstinado -dirá Mariátegui en carta dirigida a Moisés Arroyo- en, imponernos

sin condiciones su caudillaje. Y yo habría asumido una gravísima responsabilidad si, constatada su resistencia absoluta a situarse en un terreno más serio y leal, no hubiese tomado posición contra las desviaciones sucesivas a que el aprismo nos iba conduciendo. Si de algo he pecado, ha sido de espíritu tolerante y conciliador. Abrí a Haya, atenido a sus protestas revolucionarias marxistas -he averiguado después que en materia de marxismo no ha aprendido nada- un crédito de confianza quizá excesivo" (92). De manera tal que en julio de 1929, fecha de la carta

citada, Mariátegui rectificaba su elogioso juicio sobre Haya impreso en los 7 Ensayos. Ambos se sentían emplazados en terrenos opuestos. Terminaban en conclusiones opuestas porque habían

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partido de perspectivas diferentes: "No se trata, pues, de discrepancias entre marxistas -precisaba Mariátegui meses después a Esteban Pavletich, exilado en México-. Haya se ha situado en un terreno de caudillaje personal oportunista y pequeño burgués... ", para terminar afirmando rotundamente que "en cuanto a Haya, ninguna duda es posible respecto a su viraje, a derecha" (93).

El aprismo terminará comparado con el fascismo. En los artículos que Mariátegui escribe

sobre la revolución mexicana en el transcurso de 1929, se plantea una identificación entre el "estado regulador" establecido en ese país y el "estado fascista", donde subyace una evidente similitud entre las realizaciones políticas mexicanas y los proyectos de Haya de la Torre;(94). De esta manera, la caracterización del aprismo como socialfascismo comenzó a esbozarse por obra del propio Mariátegui; después sería retomada por los comunistas peruanos en el proceso electoral de 1931. Además, la crítica al aprismo condujo a una reformulación del papel de los intelectuales en el pensamiento de Mariátegui. Los rasgos revolucionarios atribuidos en 1927 a las capas medias, fueron después minimizados, aunque a la postre siempre se rescató la contribución imprescindible de los intelectuales "honestos": el calificativo introducía una

discriminación que años antes, bajo el influjo de Barbusse y Clarté, no habría sido formulada. Se admitió la posibilidad de alianzas con organizaciones o grupos de la pequeña burguesía, "siempre que éstos representen efectivamente un movimiento de masas", en octubre de 1928. Pero el entusiasmo de Mariátegui por las expresiones nacionalistas se atenuó, convencido que sin el socialismo, ese sentimiento podía enrumbarse hacia posiciones conservadoras y reaccionarias. De esta manera la polémica lo obligó también a precisar la articulación entre el socialismo y la nación y en ocasiones, así como exageró el derechismo de Haya, terminó por considerar que el término "socialismo" era suficiente como definición de su proyecto, aunque en otras siguió considerando imprescindible añadir su carácter "peruano" o "indoamericano".

La separación entre Haya y Mariátegui no puede interpretarse como la escisión entre lo

nacional y el marxismo. De un lado se habrían ido los nacionalistas, las capas medias y los intelectuales y de otro lado habría quedado el socialismo: la clase obrera condenada al aislamiento. De haber sido ésta la figura, Mariátegui hubiera terminado arrastrado por la Internacional, pero si pudo mantener su independencia en relación a Buenos Aires, fue porque la escisión entre socialismo y nación no llegó a producirse. Socialistas y apristas terminaron por encarar dos maneras de entender el problema. Haya pretendía negar al socialismo como tarea inmediata en nombre de las peculiaridades de América Latina. Pero la afirmación persistente del socialismo hecha por Mariátegui, era a su manera una defensa irreductible de la especificidad andina. La tradición nacional no debía llevar a la negación del aporte europeo, ni menos a posturas chauvinistas. El equilibrio era difícil de lograr y el origen teórico del error aprista radicaba precisamente en la ruptura de ese equilibrio cuando el sendero caudillista los condujo a una "desviación nacionalista que ha liquidado teórica y prácticamente al Apra. . ", como creía Mariátegui en una carta remitida al pintor argentino José Malanca, el 11 de junio de 1929 (95).

En la carta anterior encontramos una de las primeras menciones a la "liquidación" del Apra:

un pronóstico reiterado en los análisis de izquierda y derecha en el país. Evidentemente Mariátegui aquí también se equivocó. Pero el año 1929, cuando el grupo de Lima mostraba su acuerdo con Mariátegui y posiciones similares se adoptaban en Chiclayo, Jauja, Cuzco, Arequipa, Puno y también fuera del Perú, en México, París, Buenos Aires, parecía que el aprismo terminaba reducido a Haya de la Torre y algunos estrechos colaboradores como

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Seoane, Heysen, Orrego, los redactores de La Sierra. . . Mariátegui prosiguió su labor de convencimiento. Cuando Luis Alberto Sánchez viajó a Chile invitado como conferencista de la Universidad de Santiago, por su intermedio envió una carta a Manuel Seoane en la que trataba de argumentar el presumible derrotero fascista del Apra. Hacía casi un año que la correspon-dencia entre Mariátegui y Haya estaba definitivamente cortada (96). Mariátegui se quejó de no haber recibido nunca explicación alguna de Haya y éste a su vez diría después que la extensa carta donde daba razón de sus motivos para el lanzamiento del Partido Nacionalista Libertador, había sido depositada en el correo. No intentó, en los meses que siguieron, volver a escribirla. Es preciso reconocer que habría sido inútil: la línea de demarcación, por lo menos desde la trinchera de Mariátegui, era muy clara, no había por lo tanto posibilidad de conciliación ni de confluencia alguna. Haya repuso no sólo recurriendo a argumentos, sino que también, con cierta soberbia, aludió a la enfermedad de Mariátegui, al posible ánimo afiebrado que guiaba sus comunicaciones y esa invalidez evidente que contrarrestaba cualquier proyecto político. Surgió así en la acritud de la discusión esa imagen que reducía a Mariátegui al inmovilismo y que lo retrataba como un intelectual. Años después Luis Heysen propondrá la figura de un "decadente d'annunziano" aludiendo a ciertas proclividades de su adolescencia -supuesto esteticismo que permanecieron en el adulto.

La caballerosidad que enmarcaba a otras polémicas de los años 20 se esfumó en el

enfrentamiento entre Haya y Mariátegui. Al margen -de las ideas, los sentimientos también quedaron irreconciliables. Aunque no lo recordaran 4n 1929, los dos polemistas habían sido camaradas años antes y habían compartido las mismas preocupaciones. El lector de la polémica entre socialistas y apristas tiene la ventaja de poder encontrar una diferenciación nítida entre una y otra posición, pero el trazo de la frontera acabó realizándose a .costa de algunas exageraciones por parte de Mariátegui (cierto menosprecio por los intelectuales, desdén por las capas medias, excesiva identificación entre aprismo y fascismo) y una evidente dosis de menosprecio altanero y acidez verbal aportada por Haya.

Pero en función de la polémica con la internacional Comunista -el tema de este ensayo-,

interesa señalar que la disidencia con el aprismo planteó como cuestión inmediata la formación del partido: el trabajo tuvo que acelerarse y se terminaron acortando algunas etapas, pero no se podía proceder de otra manera. La polémica no fue una cuestión meramente intelectual: ante todo se trató de una disputa política y la cuestión del poder envolvió en todo momento la discusión. En efecto, para replicar a Haya no era suficiente proponer una alternativa diferente; había que desarrollarla en la práctica: la refutación del Partido Nacionalista Libertador exigía el establecimiento del Partido Socialista. Es así como el 16 de septiembre de 1928, en una tarde nublada, siete hombres convocados por Mariátegui se reunieron, con las debidas preocupaciones, en el camino a La Herradura, que en ese entonces quedaba muy distante de la capital: eran los obreros Portocarrero, Nava, Hinojosa y Borja, junto con el vendedor ambulante Bernardo Regman y el empleado de Seguros Ricardo Martínez de la Torre. Mariátegui no pudo asistir. Fue una conversación preparatoria, donde se intercambiaron opiniones y se preparó una reunión mayor que tuvo lugar el 7 de octubre, en Barranco, en la casa del ferroviario Avelino Navarro y a la que aparte de los nombrados, acudieron Luciano Castillo y un joven universitario del norte, Chávez León. Se acordó el establecimiento de un grupo organizador del Partido Socialista y además se designaron algunos cargos provisionales como el de Secretario General, asignado desde luego a José Carlos Mariátegui, y el de Secretario Sindical a Julio Portocarrero: fueron los dos personajes más importantes.

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La fundación del partido tenía un sentido sólo simbólico y no literal, porque quedaba

constituido apenas un núcleo inicial, "un comité organizador". Ningún cargo era definitivo. Había que invitar todavía a otros, como Larrea, Pesce, Navarro Madrid, Zerpa, Zárate, sin olvidar el concurso de todos los amigos de provincias. Nunca dejaron de insistir sobre la necesidad de "trabajar en las masas obreras y campesinas": el Partido Socialista sería una organización de mayorías, desarrollada al interior del movimiento popular. Recién entonces se podría convocar a un verdadero congreso y liquidar la etapa preparatoria. Todos eran conscientes de obedecer a una cierta improvisación, forzada por las circunstancias, corno era evidente si se considera que no obstante la importancia asignada al campesinado y a la cultura indígena, no se puede mencionar a un solo campesino en el grupo inicial.

¿Cómo estaría organizado el partido? ¿Cuál sería la relación entre los dirigentes y las

bases? ¿Cómo se ejercería la democracia interna? ¿De qué manera se relacionarían las células y el Comité Central? ¿Dónde debían constituirse los principales núcleos? Estas preguntas no tenían, en su mayoría, respuestas categóricas. Hemos indicado ya la prioridad asignada a los mineros, la necesidad de buscar la confluencia entre obreros y campesinos, la línea de masas, la importancia del sindicalismo... Pero si faltan mayores precisiones se debe a que el estilo de trabajo seguido recusaba la definición de un plan diseñado de antemano, porque de otra manera no se podría recoger las experiencias y las enseñanzas de los trabajadores: no se trataba de imponer una organización fuera del movimiento de masas. Un error de Haya -según Mariátegui- era haber hecho política lejos del Perú. Por eso él hacía lo indecible obligándose incluso a algunos silencios, por asistir en el país. El mismo argumento sería repetido a Eudocio Ravines para instarlo a regresar y también a Esteban Pavletich: "Es aconsejable, y sobre todo, necesario, el regreso de todos los compañeros que puedan volver al país. Si Ud. está en grado de regresar, debe aprestarse al viaje. Fuera del país, los elementos que no siguen una severa disciplina de estudios, se desvinculan de nuestra clase obrera, se alejan de nuestros problemas, si no se han incorporado absolutamente en el movimiento proletario de los países en que residen. Aquí, en cambio, mantendrían su contacto con nuestras masas y nuestros problemas" (97). El aspecto organizativo del partido debía, en conclusión, resolverse al interior del movimiento de masas. Allí también se iría elaborando el programa del cual se hizo sólo un esbozo preliminar que fue leído por Portocarrero en Buenos Aires.

El partido se definía como adscrito al "marxismo" y al "leninismo militante". No se trataba de

la formulación staliniana del "marxismo-leninismo". En todo caso, la fórmula todavía no reflejaba la rigidez dogmática posterior. Mariátegui nunca negó los aportes de Trotsky y hasta el final de su vida mantuvo su visión favorable de Sorel; por el contrario, criticó las tempranas desviaciones burocráticas de la Unión Soviética y se mostró contrario al autoritarismo. El Partido Socialista, así como se vinculaba con la III Internacional, mantenía también relaciones con los primeros grupos

trotskistas franceses, con Pierre Naville y los redactores de La Verité, como ha sido anotado por Robert Paris.

Leninismo significaba positivamente una adhesión al marxismo revolucionario. Desde sus

iniciales conferencias en las Universidades Populares González Prada, hasta su ardorosa

Defensa del marxismo esgrimida en las páginas de Amauta, Mariátegui delimitó con claridad sus objeciones y discrepancias con el socialismo de la II Internacional: domesticado por las clases dominantes, alejado del mito revolucionario, adocenado, encerrado en la repetición de

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citas, aburridamente ortodoxo, incapaz de cualquier creatividad. Revolución era sinónimo de heterodoxia y herejía pero también de asalto al poder. Defender la concepción de un partido de masas no hacía de Mariátegui un precursor del "eurocomunismo".

El esbozo de programa leído por Julio Portocarrero en Buenos Aires no hubiera podido ser

acusado de "reformista", ni menos de "socialdemócrata". Los seis puntos principales deben ser citados in extenso porque, salvo en las Actas del Congreso, la reproducción de Martínez de la Torre y la cita de ellos en un folleto de Vanguardia Revolucionaria (1965), se trata de un texto soslayado, omitido y desterrado del pensamiento de Mariátegui, por razones que pueden resultar obvias luego de su lectura:

"1o. Expropiación sin indemnización de los latifundios; entrega de una parte a los "ayllus" y comunidades, prestando todo el contingente de la técnica agrícola moderna. Repartición del resto entre los colonos, arrendatarios y yanaconas.

2o. Confiscación de las empresas extranjeras: minas, industrias, bancos y de las, empresas más importantes de la burguesía nacional.

3o. Desconocimiento de la deuda del Estado y liquidación de todo control por parte del Imperialismo.

4o. Jornada de 8 horas en la ciudad y en las dependencias agrícolas del Estado, y abolición de toda forma de servidumbre y semiesclavitud. 5o. Armamento inmediato de los obreros y campesinos y transformación del ejército y de la policía en milicia obrera y campesina.

6o. Instauración de los municipios obreros, campesinos y soldados, en lugar de la dominación de clase de los grandes propietarios de la tierra y de la Iglesia" (98).

El programa sellaba la ruptura definitiva con el aprismo al articular los motivos

antiimperialistas con el socialismo. Reiteraba la alianza entre obreros y campesinos al incorporar a los ayllus en la revolución agraria, pero no se limitaba a la lucha contra la feudalidad; se encaminaba hacia el socialismo. El socialismo tendría que pasar por 1a destrucción de la forma de dominación oligárquica, lo que significaba para un buen lector de Lenin, la destrucción del ejército y la policía, el armamento consiguiente de las masas y la formación de milicias. Mariátegui no era cualquier clase de político; al definirse como socialista, se definía también como un político revolucionario. Jamás pensó en una transición pacífica hacia el socialismo: el poder debía ser disputado y arrebatado a la clase dominante. Acertó Luis Alberto Sánchez

cuando, en una breve nota necrológica publicada en Mundial el 26 de abril de 1930, compendió la vida de José Carlos Mariátegui con palabras que implicaban un reproche a Haya: "El revolucionario típico fue Mariátegui".

Pero también en el programa resultaron nuevas discrepancias con la internacional. En ese

entonces los comunistas admitían la lucha armada, pero hubieran preferido que se propusiera la organización de "soviets" y no de "municipios" como sostenía Mariátegui. A la postre fue sólo una de las muchas objeciones planteadas a Pesce y Portocarrero.

Los municipios obreros y las milicias populares, el asalto violento del Estado y la edificación

del socialismo, estas metas trazadas a largo plazo por un grupo reducido de hombres en una organización que carecía todavía de un perfil definido, debían armonizarse con el oscuro trabajo de organización y desarrollo de la conciencia de clase en el presente inmediato. En la medida que siempre se pensó al Partido Socialista cono la expresión de las grandes masas -obreros, campesinos, artesanos y algunos intelectuales-, era imprescindible saber articular el trabajo

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legal, el empleo de los mecanismos que admitía la clase dominante, con la praxis clandestina. En otras palabras, se trataba de un esfuerzo tanto de la inteligencia como de la imaginación para poder combinar la utopía en la estrategia con el realismo más elemental y necesario en la táctica. No eran cuestiones fáciles de resolver. Apenas comenzaban a ser planteadas cuando llegó la invitación para Montevideo y luego para Buenos Aires. De manera que las dudas e incertidumbres de Portocarrero y Pesce se explicaban porque -a diferencia de Humbert-Droz o de Codovilla- no tenían una alternativa clara: recién la estaban construyendo.

El trabajo legal exigía la defensa de los escasos resquicios democráticos concedidos por la

clase dominante: "No puedo pensar que la libertad de prensa en el Perú sea indiferente a la Asociación Nacional de Periodistas, fundada para defender todos los derechos y fueros del periodista. Si las noticias é ideas que se consienten divulgar a los periódicos están subordinados al criterio policial, la prensa se convierte en un comunicado de policía. En esas condiciones, la dignidad de la función periodística se muestra atacada y rebajada. Entre la censura irresponsable y vergonzante y la censura pública, el periodista, en todo caso, debe exigir que se implante francamente esta última" (99). El socialismo mariateguista no era incompatible con la democracia.

Tanto la polémica con Haya como la discusión entablada con la Internacional Comunista no

sorprendieron a Mariátegui, persona habituada al intercambio de ideas y al enfrentamiento de posiciones. No tenían una concepción armónica e idílica del socialismo: sabía que al interior de las fuerzas revolucionarias las contradicciones persistían y era necesario desplegar nuevas batallas. Tal vez pensando en su propio derrotero o quizá inspirado en el reciente enfrentamiento

entre Trotsky y Stalin, comentando la novela El cemento para Repertorio Hebreo (julio-agosto de 1929), sintió la necesidad de anotar algunas reflexiones donde, a pesar de su introversión característica, trasluce experiencias vividas con intensidad: "La revolución no es una idílica apoteosis de ángeles del renacimiento, sino la tremenda y dolorosa batalla de una clase por crear un orden nuevo. Ninguna revolución, ni la del cristianismo, ni la de la Reforma, ni la de la burguesía, se ha cumplido sin tragedia. La revolución socialista, que mueve a los hombres al combate sin promesas ultraterrenas, que solicita de ellos una, tremenda e incondicional entrega, no puede ser una excepción en esta inexorable ley de la historia. No se ha inventado aún la revolución anestésica, paradisíaca y es indispensable afirmar que no será jamás posible, porque el hombre no alcanzará nunca la cima de su nueva creación, sino a través de un esfuerzo difícil y penoso, en el que el dolor y la alegría se igualarán en intensidad" (100). Revolución era así sinónimo de agonía: lucha y batalla cotidiana, sucesión de éxitos y, fracasos pero donde lo importante era saber persistir, durar. El verbo "agonizar" adquiría de esta manera un contenido opuesto precisamente al de muerte.

Emerge así en los textos y en la vida, desde el interior mismo de la historia, la figura de

Mariátegui como un político revolucionario, alejado de los afanes caudillistas, educado en el sobrio trabajo clandestino, con la paciencia de los viejos topos: en el estilo de trabajo radicaba la mejor filiación entre Mariátegui y Lenin. Fue -en el sentido unamuniano-, un agonista, es decir, un combatiente.

El hombre sentado en la silla de ruedas: la misma imagen inmóvil en las fotos tomadas por

Malanca o Martínez de la Torre. Para sus enemigos y opositores se trataba simplemente del "cojo" Mariátegui; para la mayoría de sus lectores era el imprescindible comentarista de los

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sucesos y los personajes mundiales; para los asistentes cotidianos a Washington-izquierda, era el hombre alegre, siempre dispuesto a escuchar, atento a la cultura de su tiempo, interesado en todas las innovaciones; en la intimidad familiar era el esposo, el padre o el tío en quien siempre se encontraba un gesto de cariño. . . pero más allá de estas imágenes, sin pretender negar a ninguna de ellas, hemos querido recuperar al político, oculto en el anonimato de la vida clandestina. Uno de los rasgos distintivos e irreductibles de José Carlos Mariátegui fue esa voluntad erguida desde la silla de ruedas y que a pesar de su inmovilidad, en contra de las determinaciones que desde su infancia lo condenaban a la contemplación, permite la emergencia polémica y batalladora del político: asombra esa tenacidad de Mariátegui, que detrás de un escritorio, en una ciudad perdida en el mapa mundial del socialismo, escribe cartas, concibe libros, discute y conversa, impulsa la organización del movimiento obrero y combate paralelamente en dos extensos frentes contra el aprismo y la Internacional, en un escenario polémico que trasciende al Perú para incluir a Buenos Aires, México y París.. .

Insistimos en que este temperamento batallador pasó inadvertido para muchos de sus contemporáneos. La silla de ruedas parecía confirmar la imagen del "intelectual" -en el sentido estático y despectivo del término- enrostrada tanto por Haya como por Codovilla. Poco tiempo después de la muerte de Mariátegui, Alberto Ulloa, que lo conoció desde sus años de iniciación

en La Prensa, pretendió resumir su biografía en palabras estrictas: "Mutilado, inválido, puesto por un destino torturador e impío en la imposibilidad de ser un hombre de acción". La descripción era cierta pero la conclusión falsa. La vida de Mariátegui fue precisamente una rebeldía contra ese destinó. A la postre cuando la policía denunció el supuesto "complot comunista" y las amenazas al orden que se estarían urdiendo en la casa de Washington-izquierda, no se trataba de una simple paranoia policíaca: nos termina pareciendo verosímil que desde esa casa un inválido estuviera cavilando el asalto al poder. En la desproporción entre la utopía y los medios para alcanzarla radica la grandeza del personaje. (80) La polémica con el Apra no será tratada específicamente en las páginas que siguen porque nuestro interés manifiesto desde el inicio de este ensayo es la polémica con la Komintern. Existen además estudios suficientemente documentados y valiosos sobre el tema como los de César Germaná, Julio Cotler, Diego Messeguer, Ricardo Luna, Carlos Franco, para mencionar solo algunos, y en la otra ribera a Luis Alberto Sánchez. Sin embargo no podremos abstenernos de realizar referencias y alusiones a la discusión con Haya, no sólo porque se entrecruzaron en el tiempo, sino porque como ha sido observado por Sinecio López, ambas forman parte de un mismo proceso. (81) El Tiempo, Lima, Año III, No. 637, 9 de abril de 1918, p. 1. (82) Lévano, César "La República es una promesa no cumplida", entrevista a Jorge Basadre en Caretas,

Lima, No. 464, 20 septiembre - 20 de octubre, 1972, p. 40. Cfr. Rouillón, Guillermo La creación heroica

de José Carlos Mariátegui, T. 1, Lima, 1975. (83) Archivo Mariátegui. JCM a Glusberg, Lima, 10 de enero de 1928. Por error mecanográfico figura 1927. (84) Kriegel, Annie "La III Internacional", en Historia Generale du Socialisme, Paris, 1971, T. III. En este mismo libro, para lo referente a América Latina, consultar el artículo de Paris, Robert y Reberioux, Madeleine, "Socialisme et communisme en Amérique Latine", T. IV.

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(85) Entrevistas a Julio Portocarrero (2-VI-80) y Lino Larrea (29-V-80). (86) Archivo Arroyo Posadas. "Puntos iniciales del Comité Organizador del P.S." 7 de octubre de 1928. Diferimos para otro ensayo nuestras observaciones sobre Mariátegui y el movimiento obrero. En esa ocasión nos ocuparemos de la CGTP. (87) Entrevista a Julio Portocarrero (3-VII-80). (88) Labor, Lima, No. 4, 29 de diciembre de 1928, p. 2. (89) Archivo Arroyo Posadas. JCM a Arroyo Posadas, 16 de noviembre de 1929. (90) Archivo La Prensa. Oiga, Carta de José Carlos Mariátegui a Lino Urquieta, 1927.

(91) Heysen, Luis "Comprendamos mejor el Apra" en Repertorio Americano, T. XX, No. 5, febrero 1930, pp. 79-80. (92) Archivo Arroyo Posadas. JCM a Arroyo Posadas, Lima, 30 de julio de 1929.

(93) JCM a Esteban Pavletich, Lima, 25 de septiembre de 1929 en Unidad, Lima, 16 de junio de 1976, No. 585, p. 5. (94) Mariátegui, José Carlos, Temas de nuestra América, Lima, 1960, p. 70.

(95) JCM a José Malanca, Lima, 11 de junio de 1929 en Unidad, Una, 16 da junio de 1976, No. 585, p. 5.

(96) Sánchez, Luis Alberto. "Datos para una semblanza de José Carlos Mariátegui" en La polémica del

indigenismo, Lima, 1976. JCM a Luis Alberto Sánchez, Lima, 26 marzo de 1930, Biblioteca Nacional.

(97), ]CM a Esteban Pavletich Lima, 25 de septiembre de 1929 en Unidad, Lima, 16 de junio de 1976, No. 585, p. 5. (98) I.C. Op. cit. (99) Miró, César Asalto a Washington,, izquierda, Lima, 1974, p; 38. (100) Mariátegui, José Carlos "Preludio de elogio de 'El Cemento' y del realismo proletario" en Repertorio Americano, Lima, Año I, No. 3-4, julio-agosto de 1929, pp. 11-12.

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CAPITULO V

LA AGONIA FINAL

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A pesar de las múltiples discrepancias reseñadas en el primer capítulo, la I Conferencia Comunista de Buenos Aires no terminó en una ruptura abierta entre los dirigentes de la Internacional y los socialistas peruanos. Nadie fue excomulgado. Por el contrario, Humbert-Droz expresó su esperanza en una paulatina rectificación de los peruanos.

Ocurre, como explicación de este desenlace desconcertante si recordamos las múltiples discrepancias, que en Buenos Aires apenas se plantearon los temas en debate, siendo. en realidad el inicio de una polémica, que en efecto continuó desenvolviéndose en los meses posteriores. Pero para entender el desarrollo ulterior conviene precisar quiénes eran los "socialistas peruanos No se trataba sólo de un grupo reducido de militantes, muchos de ellos establecidos en Lima, con un sostén todavía débil en el movimiento popular y con ideas poco claras; a todas estas deficiencias, para la defensa de sus posiciones sin ceder terreno frente a la Internacional, debe añadirse que adolecían de una evidente falta de homogeneidad: a la postre constatamos que hablar de un Partido Socialista sería un abuso del lenguaje; incluso pensarlo como un "grupo" era una exageración. Como inevitablemente seguiremos utilizando estos términos -"partido" y "grupo"-, el lector deberá recordar las reservas anotadas.

Al interior de los socialistas peruanos existían tendencias contrapuestas que no tardaron en mostrarse como tales, a pesar del carisma político de José Carlos Mariátegui o de su innegable prestigio intelectual. De manera que en los meses finales de su vida, Mariátegui tuvo que proseguir la agria discusión con Haya, batirse en un extenso frente con la Internacional, y paralelamente soportar el asedio interno proveniente de quienes en apariencia eran sus se-guidores. En parte fue la consecuencia de una abundancia de intelectuales en el grupo pero lo decisivo fue que los acontecimientos políticos -Haya y la conversión del aprismo en partido- sin dejar alternativa, obligaron a salir al escenario público a los socialistas peruanos cuando estaba a medio camino el proceso de gestación interno. Entonces quienes eran precisamente adalides del trabajo paciente y metódico, acabaron forzando a hechos y personajes, omitieron fases previas y por encima de sus posibilidades se vieron obligados a actuar como "partido" sin tener la organización, los militantes, el programa y la coherencia necesarios. Alguien, en estas circunstancias, terminó imponiendo una línea y frente a ella, surgieron los disidentes. Las discre-pancias aumentaron cuando se descubrió que esa línea era -en demasiados aspectos- antagónica con la Internacional Comunista. Pero las posiciones de la Internacional no fueron seguidas a remolque; ocurre que en realidad antes que lo hubiera deseado, la Komintern contaba con adictos ortodoxos y fieles en el interior del socialismo peruano.

Mariátegui se había propuesto, por intermedio de Amauta, articular al movimiento intelectual peruano: en alguna medida lo consiguió al vincular corrientes antagónicas y al conectar a grupos antes ignorados y distantes como los de Chiclayo, Jauja y el Cuzco. Pero así como existían ideas y concepciones que unían a todos esos intelectuales dándoles un cierto

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carácter generacional, ellos también sabían alimentar y sostener debates. Estaban educados en la polémica. Las diferencias significativas empezaron allí donde existía el grupo socialista más numeroso, es decir, en el Cuzco, el eslabón más importante, pero también el más débil en la

cadena organizada por Amauta.

El grupo del Cuzco tenía un ritmo propio, independiente y antagónico con Lima. Antes que llegaran al Perú noticias del movimiento de Reforma Universitaria propalado desde la Argentina, los estudiantes cuzqueños se enfrentaron a sus viejos profesores y pretendieron renovar a una oscura universidad de provincia. Contaron con el respaldo de un dinámico Rector, Albert Giesecke, quien además dio impulso a la investigación social: había organizado el primer censo moderno del Cuzco. La agitación estudiantil prosiguió y años después, en 1927, sería ocasión para manifestar el radicalismo regionalista enarbolado contra Leguía. Fue al interior de estas circunstancias que Román Saavedra y Sergio Caller invitaron a la formación de un círculo intelectual que comenzó a funcionar con el apelativo de "Ande" desde 1926. Tempranamente se diferenciaron de Luis Valcárcel: mayor que ellos, se había formado también en la universidad cuzqueña aunque era oriundo de Moquegua y, desde los tiempos, iniciales de las Universidades Populares, mantenía estrechas vinculaciones con los intelectuales limeños. Valcárcel formaría el grupo "Resurgimiento" donde latió siempre un afán mesiánico, la esperanza en un renacer indígena, junto con un programa inmediato que desconcertaba por su falta de radicalidad: apenas reclamaban una mejora en el trato a los siervos, carecían de cualquier perspectiva antifeudal (101). En "Ande", por el contrario, el menosprecio a la cultura indígena estuvo acompañado por un programa político muy radical, que los enfrentó contra las autoridades, los hacendados e incluso la propia Iglesia. Eran anticlericales, siguiendo viejos cauces del izquierdismo peruano. Todas estas inquietudes permitieron la elaboración de una peculiar revista llamada Pututo: salieron hasta siete números pero, como se trató siempre de un solo ejemplar mecanografiado, apenas consiguió ser una rareza bibliográfica (102). Recién arribaron a la imprenta con Kuntur. Entonces a Caller y Saavedra, se incorporaron otros jóvenes como Estela Bocángel, Corina la Torre, Rafael Tupayachi, Casiano Rado, César Gutiérrez (103). Pero por encima del número, primó una agresividad panfletaria, esgrimida incluso contra Varcárcel, a quien le reprochaban su aparente pasividad, y contra todos los otros indigenistas -que entonces comenzaron a agruparse en una publicación rival, la revista Kosko- a quienes criticaban la estéril añoranza del pasado (104). Es así como pensaron que cualquier intento en favor de reivindicar la cultura tradicional, era reaccionario. Descubrieron el marxismo, y a diferencia de Mariátegui, lo pensaron antagónico con el viejo mundo indígena. Había que construir un orden nuevo, mirar hacia el futuro, olvidar la historia: entre la clase y la nación no advertían ninguna confluencia y escogían por la primera. Es así como en febrero de 1927 o en los primeros meses de 1928, según una u otra versión, se formó en el Cuzco un prematuro círculo comunista. Todavía ni siquiera se había producido la polémica entre Haya y Mariátegui, cuando esos jóvenes cuzqueños, la mayoría estudiantes de Letras, intentaban establecer una imprescindible conexión con Buenos Aires. Desde luego que tenían noticias de la Internacional (105).

Puede sorprender este ritmo intenso de la vida cultural cuzqueña que permite la aparición de un movimiento de avanzada antes que Lima. Pero para entenderlo conviene recordar el esplendor mercantil de la ciudad en las primeras décadas de este siglo, los ensayos por industrializar la región hechos desde las fábricas de Lucre, Maranganí, la Estrella y Urcos, cuatro empresas textiles a las que deben sumarse la cervecería y las fábricas de cocaína, para usos farmacéuticos. El Cuzco hacia 1920 no es la ciudad estacionaria, relegada y que apenas logra

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supervivir con el turismo. Se trataba, por el contrario, de una de las más dinámicas ciudades andinas, En la vida intelectual, las librerías estaban provistas de novedades españolas; se podían conseguir con facilidad las ediciones de los clásicos marxistas. La proximidad con

Buenos Aires era mayor que con Lima: junto con periódicos como La Nación, llegaban también revistas y en general toda clase de referencias sobre la cultura porteña, de manera que no faltaban cuzqueños que terminaban sus estudios en Buenos Aires (106). Tempranamente

comenzó a llegar La Correspondencia Sudamericana.

El grupo del Cuzco ignoraba -según una carta enviada por Caller a Mariátegui- la existencia del grupo de Lima. Es posible. La constitución del Partido Socialista fue un hecho clandestino. Eran en cambio públicas las discrepancias con Haya. Sin embargo, salvo intercambios epistolares, no fueron más allá, antes de 1930, las relaciones entre limeños y cuzqueños (107). Los cuzqueños manifestaron una evidente falta de interés cuya explicación está en el entusiasmo que sentía Mariátegui por Valcárcel. Las posteriores discrepancias con la Internacional, los reproches que recibió la delegación peruana por no haber formado un Partido Comunista, confirmarían a los cuzqueños en lo que para ellos era una "línea correcta". El comunismo cuzqueño -según el testimonio de Ferdinand Cuadros recogidos por José Tamayo- aparece, de esta manera, independiente de Mariátegui, sin ningún contacto con él, incluso en franco antagonismo (108). Si nos remitimos a los recuerdas de Saavedra o Caller, a la par que atacaron a Haya de la Torre, los apristas y los redactores de La Sierra, habrían criticado y rechazado al socialismo de Mariátegui. Resulta lógico, porque en mayo de 1929 el círculo comunista del Cuzco habría decidido su afiliación a la III Internacional. Meses después, en octubre, Sergio Caller remitía a Guillermo Mercado -fundador del grupo "Revolución en Arequipa- una carta donde resumía las tres orientaciones de la célula: romper definitivamente con el aprismo, rechazar las insinuaciones para una afiliación al Partido Socialista de Mariátegui y prepararse para organizar el Partido Comunista en el Perú (109). Desde el Cuzco era evidente que el proyecto de Mariátegui estaba contrapuesto con el de la Internacional y resultaba inevitable optar entre uno y otro. Ellos tenían, desde antes, sin que mediara presión externa, una trinchera tomada y hacia ella trataron de ganar a otros grupos. Caller escribió a Meneses en La Paz. De igual manera aceleró los intercambios con Arequipa, donde tal vez obtuvo algunas simpatías.

En Lima, a su vez, algunos jóvenes, como Jorge del Prado, Pompeyo Herrera, Moisés Arroyo y quizás Alejandro Franco Hinojosa, se aproximaron también a las posiciones del comunismo ortodoxo. Cuando llegaron noticias sobre la Conferencia de Buenos Aires acudieron donde Mariátegui para inquirir sobre los hechos; éste no tuvo inconveniente en proporcionarles las Actas de la reunión, editadas casi inmediatamente y recibidas en Lima a principios de 1930. Del Prado, recuerda que esos jóvenes habrían argumentado, posteriormente, sobre la necesidad de cambiar el nombre al Partido (110).

Otro testimonio indica que desde 1927 el grupo estudiantil "Vanguardia" de la Universidad de San Marcos se habría definido comunista. La versión es consecuencia de un trastocamiento cronológico. En realidad, el grupo rojo "Vanguardia" comenzó a actuar cuando después, de muerto Mariátegui, en mayo de 1930, se imprime el primer número de su periódico (111), sin em-bargo los redactores al enfocar el problema universitario y de esa manera ir preparando el terreno para lo que después sería la "revolución universitaria" mostraron una posición acorde con la Internacional, que debió gestarse al interior del grupo todavía en vida de Mariátegui.

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Ignoramos con precisión con qué actitud regresaron Portocarrero y Pesce de Buenos Aires. El Dr. Hugo Pesce murió hace algunos años, no conocemos que se le hubiera entrevistado sobre el tema (salvo Chavarría) y su archivo terminó misteriosamente perdido. En cuanto a Portocarrero, sintomáticamente él no recordaba, en una primera ocasión, qué había hecho a su regreso de Buenos Aires, pero luego, ante nuestra insistencia, surgió de su memoria la imagen de la casa de Washington donde Mariátegui señalándole a Ravines le habría dicho que en adelante todas las cuestiones partidarias deberían ser conversadas con él: sería el mes de febrero de 1930 (112). Según Alejandro Franco, fue en efecto durante ese mes que regresaron Pesce y Portocarrero y, siguiendo su testimonio, ellos habrían sido portadores de las posiciones oficiales: ¿fueron convencidos luego de la Conferencia? ¿el optimismo de Humbert-Droz se debía a un previsible cambio de los delegados peruanos? Es verosímil que sufrieran durante y luego de la reunión, presiones diversas sustentadas en argumentar la imposibilidad de ser revolucionarios fuera de la Internacional. No era un argumento despreciable. Lo cierto es que después de su regreso, Portocarrero y Pesce no difirieron significativamente de las posiciónes -acordes con Buenos Aires- que ya eran dominantes en el Partido Socialista.

Tanto la posición de los universitarios como la de los jóvenes cuzqueños, encontraron aliento y respaldo en algunos prestigiosos exilados peruanos. Nicolás Terreros, dirigente en la movilización antiimperialista contra la Cerro de Pasco, deportado por Leguía, después de una breve estadía en México, pasó a Europa y luego a la URSS: se volvió comunista, incluso aprendió el ruso y cuando Portocarrero asistió al Congreso Sindical Rojo, hizo vanos esfuerzos para conseguir su adhesión a la Internacional (113). Un caso similar fue el de Jacobo Hurwitz, quien ingresó en 1927 a las filas del Partido Comunista Mexicano (114). En México también, Esteban Pavletich, después de su ruptura con Haya y su ingreso al sandinismo (combatió en Nicaragua), asumió las posiciones del comunismo ortodoxo: cuando se encontraba en una fase

de transición supo mostrar su independencia de criterio al comentar los 7 Ensayos y, junto a varios elogios, anotar reparos sobre la omisión del problema imperialista en dicho libro. Habría que añadir a Jacinto Paiva y César Vallejo. Como todos ellos, la mayoría de los exilados en México o París, luego de haber roto con el aprismo, se aproximaba a la Internacional Comunista, compartiendo ortodoxamente sus puntos de vista. En realidad casi no tenían otra posibilidad si querían persistir militantemente en la izquierda: el proyecto de Mariátegui tenía el grave inconveniente de ser poco claro, apenas comenzaba a esbozarse y en el exterior era todavía menos conocido, a lo que se añade que en París o México solo se concebía una postura revolucionaria: la que se, inspiraba en Moscú.

Entre todos los exilados el más brillante era precisamente el más ortodoxo: nos referimos a Ravines. Deportado tempranamente por Leguía, de Buenos Aires fue a París, donde luego de formar parte del grupo aprista, rompió por su cuenta con Haya e inició una amistad con Henry Barbusse, decisiva para que al poco tiempo emprendiera un viaje a Moscú, donde permaneció varios meses, formándose en la escuela de cuadros de la Komintern: en realidad, fue la culminación de su aprendizaje del "marxismo-leninismo" iniciado desde París (115). Las

colaboraciones de Eudocio Ravines en Amauta mostraban a un cuidadoso y raro conocedor de la economía marxista, preocupado por dilucidar las tendencias contemporáneas del capital, obsesionado por la claridad de su exposición al margen de los adornos estilísticos. Con Ravines aparece en la historia del socialismo peruano el "hombre-aparato" diferenciado tanto del ideólogo (que para algunos era Mariátegui) como del político mesiánico (encarnado en Haya), él pretendía realizar la eficiencia anónima de una poderosa maquinaria. A fines de 1929 parte de Moscú con

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destino al Perú: trae la misión de enrumbar a ese grupo de socialistas peruanos que parecen marchar a la deriva. La historia posterior de Ravines ha distorsionado casi inevitablemente el recuerdo de ese joven comunista que llega al país para disputar la hegemonía de Mariátegui. Entonces no era el traidor, tampoco un agente provocador, menos el aprista o el hombre al servicio del fascismo que algunos imaginan. Por el contrario, era uno de los mejores cuadros disponibles, el único capaz de rivalizar con Mariátegui. Este, a su vez -según anota Chavarría-, siempre admiró la inteligencia despierta, ágil, adecuada para la polémica, de Ravines. Hombre orgulloso, ansiaba siempre -según ha referido Luis Nieto- el primer lugar, ser el arquitecto de una gran obra; sin embargo; no podía evitar el respeto por Mariátegui.

Así como los exilados peruanos se fueron distanciando del mariateguismo, el mismo camino fue seguido por los colaboradores más próximos a Mariátegui. Martínez de la Torre, en las cartas que remitía por el mes de setiembre de 1929 a Mario Nerval -otro exilado en La Paz-, se mostraba furibundamente antitrotskista, partidario de construir una organización de acero, monolítica, sin fisuras, inflexible en sus principios, con todo lo cual fue alejándose de ese Partido Socialista concebido como una organización amplia y de grandes masas. Martínez abogaba por la proletarización. Escogía así por el partido de cuadros: "Más vale un puñado de hombres disciplinados y revolucionarios verdaderamente orientados, que una agrupación numerosa y heterogénea" (116). Al margen de la crítica al Apra, hacía también un reproche a Mariátegni. Tuvo que derivar -al igual que Codovilla o Humbert-Droz- en el menosprecio y la agresividad contra los intelectuales: amenazaba con redactar un próximo folleto destinado a ser "un vigoroso ataque a los intelectuales y profesionales pequeñoburgueses que pretenden aportar su "inteligencia" al movimiento; siendo su labor, dentro de él, precisamente negativa. A la inte-ligencia inerte hemos de oponer la inteligencia activa. El partido, en sus distintas células, tiene que: desembarazarse de estos elementos y extirpar todo rezago ideológico de la antigua forma de la U.P. que pueden filtrarse en nuestras filas (117). Una actitud similar la encontramos meses antes, en marzo, en párrafos de una carta dirigida por Ravines a Mariátegui: "Entre la pequeña burguesía capitalista y precapitalista y el proletariado, hay una frontera profunda: hay una división neta; hay una lucha abierta, activa o en potencia; que no podemos negar ni desconocer: la lucha de clases" (118). Era una traducción fiel de la tesis propuesta por el VI Congreso de la Internacional: clase contra clase, burguesía contra proletariado. Frente a este argumento, la posición de Mariátegui no era muy clara. Antes de la ruptura con Haya, así como había valorado la impronta revolucionaria del nacionalismo, también exaltó el papel radical de las capas medias

y se interesó vivamente por ganar mediante Amauta el concurso de los intelectuales; luego de la polémica con el Apra todas estas ideas fueron revisadas y si bien no fueron negadas, tuvieron que admitir ciertas precisiones pero que nunca llegaron al extremo de considerar a los intelectuales como traidores en potencia.

El mayor peligro de las posiciones antiintelectualistas, que se propagaban desde Buenos Aires por Codovilla, desde París por Ravines o desde Lima por Martínez de la Torre, radicaba en que dos proyectos complementarios y además indisolubles, podrían acabar separados y contrapuestos: nos referimos a la revista y el partido. En efecto, la tertulia de Washington-izquierda acabó dividida entre quienes optaban por la política -prescindiendo de cualquier otra actividad- y aspiraban a lo que después serían los "militantes profesionales" y quienes persistían en su vocación por el arte, la literatura o las ciencias sociales. Surgen así los proyectos contrapuestos del "político" y el "intelectual", bifurcación que no había existido en Mariátegui y que éste, por el contrario, se había esforzado en negar. Las consecuencias serían fatales

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después de su muerte: Amauta, bajo la dirección dé Martínez de la Torre, se define como una "revista clasista", anuncia su ingreso a una nueva etapa, se alejan los escritores y apenas logra imprimir tres números; la tertulia de Washington-izquierda perece de inmediato; los militantes del recién fundado P.C. pierden cualquier vinculación con los intelectuales. Volviendo a los meses finales de Mariátegui, descubrimos que en la disyuntiva entre "políticos" e "intelectuales", quienes terminan más cercanos a las posiciones de Mariátegui fueron los últimos, pero personajes como José María Eguren, Martín Adan o Estuardo Núñez no eran los más adecuados para empresas que exigían realísmo y acción inmediata. En cierta forma, parecía que la biografía de Mariátegui se encaminaba hacia una encrucijada: escogía el partido o su revista.

Mariátegui, en su polémica con el Apra y sus diferencias con la Internacional, requería desarrollar de una manera nítida sus planteamientos. Si el Partido Socialista deseaba seguir a flote y no ser arrastrado por esa poderosa corriente que partía de Buenos Aires y a la cual se fueron agregando aportes desde Cuzco, París, México o Arequipa, debía no solo adelantar su organización, sino contar con un respaldo doctrinal mayor, que ayudara a improvisar las cartas de navegación y confiriera cierto respaldo mínimo, indispensable a militantes inseguros por la incertidumbre del panorama. Es así como Mariátegui se entrega a la redacción febril de dos libros: su ardorosa Defensa del marxismo, donde arremete contra las desviaciones y el dogmatismo de la II Internacional y su libro sobre política peruana, Ideología y política en el Perú.

La lectura de Defensa del marxismo nos remite a uno de los aspectos más modernos del pensamiento de Mariátegui: la relación entre marxismo y psicoanálisis, planteada no con el propósito de postular una fusión entre ambas metodologías, sino más bien ensayando una comparación entre el acercamiento de Freud al individuo y el de Marx a la sociedad, y el rol que uno asignaba al sexo y el otro a la economía. La comparación permite desechar una vez más cualquier tesis determinista. Habría que esperar hasta 1965 para qué Lotus Althusser recorra un camino similar al que más de treinta años antes había emprendido Mariátegui. _ ¿Cómo explicar esta modernidad? Debemos considerar que el psicoanálisis no era un producto cultural ignorado

en el Perú: fue tempranamente introducido por Honorio Delgado por medio de la Revista de

Psiquiatría y ciencias conexas, algunos artículos periodísticos y la elaboración de un informado

manual publicado en Lima el año 1919 bajo el escueto título de El Psicoanálisis, que le reportó comentarios elogiosos de Freud. Suponemos que Mariátegui, con esa atención que sabía prestar siempre a las novedades y los avances en el conocimiento, no dejaría de leer estos escritos. Este conocimiento inicial de Freud sería completado en Europa. Debemos ir más allá de la sobrevalorización de la experiencia italiana para, en la dirección indicada por Estuardo Núñez, añadir la relación entre Mariátegui y la cultura germana: estuvo en Viena y permaneció varios meses en Berlín. Pero la relación con el Psicoanálisis, como lo plantea José Aricó, debe comprenderse desde el entusiasmo que Mariátegui sintió por el surrealismo: el método de Freud, al quebrar las represiones y las barreras del inconsciente, permitía fluir y descubrir una intensa vida interior, lo que llevado a la literatura significaba una opción por la imaginación y la creatividad, por la espontaneidad en la escritura. Surrealismo y Psicoanálisis formaron parte del lado cosmopolita de Mariátegui y además lo preservaron de cualquier tentación economicista. Ambas aficiones no se entenderían si olvidamos esa importancia que siempre asignaba a la cultura y a la poesía. la literatura era un medio de conocimiento tan importante como la economía y la sociología. En alguna medida -como lo ha sugerido Washington Delgado- incluso más importante: de allí que el ensayo más extenso haya sido el dedicado al proceso de la lite-ratura peruana.

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En su correspondencia con Samuel Glusberg, Mariátegui hizo múltiples referencias a Defensa del marxismo e Ideología y Política en el Perú. Mariátegui le anuncia desde mediados de 1929 que ya tiene los dos libros listos: Primero solicita que Glusberg le busque un editor. No quería imprimirlos en el país dando como razón que Minerva no era una empresa destinada a la publicación exclusiva de sus obras. Pero a ese argumento debe añadirse que el debate con el aprismo y la Internacional era forzosamente un debate continental y por lo tanto, los libros destinados a responder a sus críticos, debían ser impresos fuera del país, en otro ámbito que a su vez ayudara a una difusión mayor. En Buenos Aires, Glusberg le sugiere la editorial del Partido Socialistá, a lo que Mariátegui responde anotando algunas dudas sobre su factibilidad:

consideraba que su Defensa. . . implicaba conclusiones "desfavorables al marxismo" (119), que no sería del agrado de sus editores. Mariátegui se refería a conclusiones poco ajustadas con la ortodoxia, al introducir por ejemplo a Freud o considerar a Sorel el mejor discípulo de Marx. A la postre ofreció el libro a Historia Nueva en Madrid. Esa misma editorial, dirigida por su, amigo

César Falcón, anunciaría después en las páginas de Amauta la edición del libro sobre política. Mariátegui confirma el hecho en su correspondencia con Glusberg: desde junio de 1929 daba por sentado el compromiso de entregar ese libro a la editorial madrileña. Martínez de la Torre sostiene que, en efecto, la obra fue remitida por partes a España. Otros testigos reafirman su versión, aunque Navarro Madrid la niega por completo. Llegamos así a una vieja cuestión: ¿existió o no el libro? A los hechos antes anotados -las referencias explícitas realizadas por

Mariátegui en su correspondencia y los avisos de Amauta-, se puede añadir la mención del texto en el breve informe biográfico que Mariátegui remitió a Buenos Aires. Entonces, por lo menos para Mariátegui, si lo tomamos en serio y admitimos su veracidad, existió. Pero, ¿no acostumbraba Mariátegui adelantar en artículos sus libros? Los textos, reunidos después bajo el título de Ideología y política, por los hijos de Mariátegui, ¿no serían en realidad el libro anunciado en 1929? Casi todos los libros de Mariátegui fueron escritos al compás de las circunstancias, al interior de la actividad periodística, sin ser previamente trazados. Pero, como fue precisamente el caso de sus ensayos sobre el mito, Mariátegui siempre tuvo el cuidado de reunir sus artículos, corregirlos y dejarlos agrupados en el orden que tendrían como libros. Los textos que luego se publicarían como Ideología y política no se encontraron así, ordenados y listos para la imprenta. Ocurre que el verdadero libro pensado por Mariátégui era una variante en su manera habitual de escribir porque era precisamente un libro excepcional: destinado específicamente a presentar su posición, no fue escrito intermitentemente sino de corrido, formando una unidad, que no podía escindirse y menos publicarse en fragmentos, porque el tema, el carácter interno del debate,

hacía que ese texto no pudiera ser incluido en sus colaboraciones a Mundial o Variedades, o en

la propia Amauta. Dado que la publicación por Historia Nueva era inminente, Mariátegui tampoco se preocupó por adelantar sus argumentos.

Pero el libro no fue publicado. Hay quienes sugieren una especie de hurto intelectual por parte de César Falcón. Pero tratándose de un escritor diferente, con una personalidad definida, el argumento es un disparate. Quedan sólo dos posibilidades: que Falcón disidiera posteriormente y luego desechara la publicación de la obra o que nunca llegara a sus manos. Lo primero guarda relación con el ingreso de César Falcón a las filas del P.C. español, donde llegaría a ser un alto dirigente. La segunda circunstancia nos trae a la memoria el asedio sobre la correspondencia de Mariátegui, incrementado precisamente hacia fines de 1929. Aunque a España habrían sido enviados varios paquetes, podemos, haciendo un esfuerzo, admitir la posibilidad de una intersección policiaca y una posible incineración de la obra. Pero Mariátegui sabía que su correspondencia era seguida con atención por la policía, de manera que siempre

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tomaba precauciones al mandar o recibir algo, cambiando el nombre del destinatario, la dirección o cualquier otro cuidado similar. En el caso de un libro, la precaución mínima era conservar una copia. Pero el elemento más desconcertante de esta enrevesada historia, es que esa copia nunca fue hallada. El archivo y la biblioteca de Mariátegui estuvieron -poco tiempo después de su muerte- al acceso de sus discípulos aparentemente más próximos, es decir, los dirigentes del P.C., como el propio Martínez, Navarro, desde luego Ravines... Para completar la imagen debemos recordar que Historia Nueva, de acuerdo a un telegrama remitido por Falcón a

Mariátegui, tampoco recibió los originales de Defensa del marxismo, libro que se salvó porque

fue editándose en Amauta, pero que como tal, sólo sería impreso dos años después, en Chile, por Waldo Frank, sin la menor acogida entre los comunistas peruanos y con la frialdad absoluta de la Internacional.

Si nos hemos detenido tanto en el libro perdido es porque, la anécdota puede resumir muy gráficamente el aislamiento en el que transcurrieron los meses finales de Mariátegui. Pero ocurre además que ese libro era una pieza central, una matriz indispensable para reconstruir el mariateguismo. En una carta dirigida a Moisés Arroyo Posadas, el autor resumía así su contenido: "Este último libro, precisamente, contendrá todo mi alegato doctrinal y político. A él

remito a todos los que en 7 Ensayos pretenden buscar algo que no tenía por qué formular en ninguno de sus capítulos: una teoría y un sistema políticos, como a los que, desde un punto de vista hayista, me reprochan excesivo europeísmo o insuficiente americanismo. En el prólogo de 7

Ensayos está declarado expresamente que daré desarrollo y autonomía en un libro aparte a mis conclusiones ideológicas y políticas. ¿Por qué, entonces, se quiere encontrar en sus capítulos u pensamiento político perfectamente explicado? Sobre la fácil acusación, de teorizante y europeísta que puedan dirigirme quienes no han intentado seriamente hasta hoy una interpretación Sistemática de nuestra realidad, y se han contentado al respecto con algunas generalizaciones de declamador y de editorialista, me hará justicia, con cuanto tengo ya publicado, lo que muy pronto, en el libro y en la revista, entregaré al público" (120). La acusación de "europeizante" provenía del Apra; la de "teorizante" formaba parte del desprecio a los intelectuales fomentado por la Internacional. Estaba entre dos fuegos; él mismo se sentía batiéndose en dos frentes. Para sostener la lucha el libro era indispensable, sobre todo ad-

mitiendo que en los 7 Ensayos, a diferencia incluso de Le Pérou Contemporain de Francisco García Calderón, el diagnóstico del país no iba acompañado por una alternativa: se analizaba lo que era el Perú pero no se proponía qué debía ser, cuál era el derrotero a seguir. Deficiencia prescindible en un intelectual pero grave en un político. La utopía mariateguista carecía así de una meta, de un diseño de la tierra prometida. Es evidente que el socialismo peruano no podía definirse por anticipado para no caer en la metafísica, de la que siempre anduvo lejos Mariátegui, pero esto no quiere decir que no existieron algunas ideas, ciertas metas próximas, lineamientos indispensables que ayudasen a vislumbrar al Perú nuevo: fueron cuestiones que absorbieron el pensamiento y las conversaciones finales de Mariátegui pero que al terminar perdiéndose, son ahora un vacío difícil de llenar en la comprensión de su pensamiento y termina siendo el origen de las múltiples interpretaciones. La desaparición del libro sobre política obliga a que sus lectores se entreguen a una complicada exégesis, a la cuidadosa construcción de una imagen para la cual debemos suponer o imaginar cómo era la pieza principal. Siendo Mariátegui por encima de todo un político, el libro perdido era su obra más importante. José Aricó abriga la esperanzó de que algún día se encuentre en los archivos -por el momento inaccesibles- de la III Internacional.

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Los meses finales de la vida de Mariátegui fueron agónicos también en el sentido físico de la palabra. Sus males se agravaron. Como muchas veces ocurre, no faltaron pronósticos esperanzadores. Mariátegui puso su confianza en una operación a la que sería sometido en Buenos Aires, gracias a la cual podría disponer de una pierna ortopédica y, junto con el alivio de su salud, volvería a caminar. Por el momento, sus médicos de Lima, le dieron el absurdo consejo de someterse a unos "baños de arena" en La Herradura: casi todas las mañanas, acompañado por Martínez de la Torre, Adler o Navarro, emprendía el viaje a la playa, lo que, significaba restar tiempo a sus libros y a su correspondencia.

Al agravamiento de la osteomelitis, vino a añadirse el persistente acoso policial En noviembre de 1929 la casa de Washington-izquierda fue asaltada por la policía. Mariátegui prácticamente secuestrado en su propio domicilio y presos los visitantes que por rara casualidad eran escasos; las habitaciones fueron registradas con minucia y muchos libros y papeles acabaron en la prefectura. Esta vez se habló, a diferencia de 1927, de un complot judío con ras-gos de "progrom"; también fueron allanadas 30 casas, la mayoría de rumanos. Hemos recordado páginas atrás las amistades semitas de Mariátegui. Pero, en definitiva, sólo se trataba de recurrir a un pretexto para la represión: el régimen sentíase débil, desgastado por la prolongada permanencia en el poder, pero además existía el propósito de aislar a Mariátegui, con lo que a la acción de apristas y comunistas -cada uno en un frente diferente- venía a sumarse el leguiísmo. El acoso se tornó insoportable.

Llegamos así al tema del viaje imposible: la partida para el sur. Desde enero de 1928

Mariátegui abrigó la esperanza, de visitar Buenos Aires: "Si Amauta sufriera una nueva clausura -le decía a Glusberg-, renunciaría a la tarea de rectificar el juicio de esta gente y me dirigiría a Buenos Aires, donde creo que mi trabajo encontraría mejor clima y donde yo estaría a cubierto de espionajes y acechanzas absurdas (121). Pero no se trataba sólo de un problema policial y del encuentro con un ambiente más amplio y democrático, donde pudiera propalar sus ideas. También comenzó a sentir el acoso, más duro y difícil de sobrellevar, proveniente de quienes antes sentía como próximos: "Me acosa aquí, en general, la represalia siempre cobarde de toda la gente que combato o que, simplemente, desprecio por su estupidez, su mediocridad, su arribismo. Por eso; se apodera en mí con frecuencia el deseo urgente de respirar la atmósfera de un país más libre. Si no me apresuro a satisfacerlo es, más que por mi invalidez física, de la que todavía no me he curado en lo posible, por no dar la impresión de que abandono, cansado y vencido, mi lucha" (122).

El ambiente amable fomentado desde la tertulió de la calle Washington había comenzado a enturbiarse como consecuencia de los enfrentamientos y las, polémicas. ¿Pero este Mariátegui que confiesa sus deseos de partir es acaso el mismo que reclamaba el regreso de Pavletich y Ravines al Perú? Se trata, en la vida cotidiana, de una eclosión de esa tensión que, como ha observado Oscar Terán, recorre su vida: entre Europa y América latina, el partido y la revista, el intelectual y el político. Es admisible la duda: la tentación del viaje es frecuente según su propia confesión, pero sin embargo persiste, en el país. Acabarán por decidirlo los acontecimientos posteriores. El acoso policial, como ya anotamos, fue in crescendo: "Nos han suprimido Labor -relata Mariátegui a Malanca-. Las organizaciones obreras están acordando memoriales de adhesión a nuestra demanda para que se nos permita continuar su publicación. Pero, con motivo de ciertas o supuestas conspiraciones en el ejército, extrañas en todo caso al movimiento sindical, todo papel suscita alarma y sospechas. Se ha notificado a la imprenta para que no se

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publique nada mío ni de los obreros. No sé aún si esta notificación concierne en alguna forma a

Amauta. He recibido ya tres visitas de la policía por estos asuntos. Defenderemos a Amauta, cuyo número 26 está listo, a toda costa, como la vez pasada. Si la clausuran saldré del país. Preferible será esto a resignarme a que ahoguen mi voz en silencio" (123). Mariátegui veía su partida como una opción en la que terminada presionado por las circunstancias. Añadamos que

perdiendo terreno en su partido, en cambio lograba mantener su presencia en Amauta. Está circunstancia hizo que renaciera un viejo proyecto: editar la revista a nivel continental. Esta era la única manera de seguir produciendo, de hacerse oír y evitar ser acallado pero era también el camino necesario para mantenerse con vida e independiente entre esas dos grandes fuerzas continentales: la Internacional y el aprismo. Mariátegui al viajar a Buenos Aires, no rehuía ni abandonaba el combate: cambiaba de escenario, se replegaba de un país donde tenía perdido un primer enfrentamiento, para contratacar desde otro escenario. Un viraje táctico, por lo tanto.

El agravamiento de la enfermedad terminó por convencerlo. Chavarría señala que también intervino la influencia de Waldo Frank. El ambiente de Lima, a fines de noviembre de 1929, era insoportable: "No me es posible trabajar rodeado de acechanzas. Aunque me cueste un gran esfuerzo vencer el temor; a la idea de que abandono el campo por fatiga o por fracaso no puedo llevar a un extremo límite de sacrificio físico y mucho menos imponerlo a los míos" (124). En marzo de 1930 el viaje estaba decidido. En carta a Blanca del Prado, Mariátegui le aseguraba un encuentro en Buenos Aires o Santiago (125). Incluso -según los recuerdos de Anna Chiappe- ya tenían pensado dónde proseguirían sus estudios los niños y habrían alquilado un departamento en Buenos Aires (126). Desde luego que todo esto se hizo al margen de la Internacional. Glusberg era un hombre progresista, pero distanciado por completo de Codovilla. Además, el dinero para el viaje sería conseguido gracias a unas conferencias que Mariátegui, por gestión de Luis Alberto Sánchez -quien todavía no era aprista y nunca fue comunista- dictaría en la Universidad de Santiago. En esa ciudad había proyectado encontrarse con varios exilados peruanos, como Magda Portal, precisamente para conversar acerca del futuro político del país. Mariátegui pensaba persistir en la política, pero el solo hecho de su viaje ilustra gráficamente sus discrepancias con la Internacional y la fuerte presión interna, que se había configurado detrás de sus propias líneas, incluso entre sus colaboradores más próximos.

¿Quién era Samuel Glusberg? Hemos venido mencionándolo con persistencia a lo largo de este ensayo: fue ante todo el corresponsal en el exterior más importante de Mariátegui; gracias a su concurso se tomaba verosímil el viaje a Buenos Aires. Pero desde antes, desde fines de 1927, entre ambos se había formado una relación de amistad, que derivó en el intercambio de

revistas y publicaciones. Glusberg era poeta y ensayista, dirigió La Vida Literaria y la editorial Babel. La simpatía de Mariátégui, por los judíos ayudó a consolidar esa amistad: A través de Glusberg, Mariátegui tomó contacto con otros escritores argentinos como Leopoldo Lugones, e incluso la red se extendió cuando Minerva envió los poemas de Eguren a Jorge Luis Borges. Y en otro momento Glusberg le remitió, precedidos de palabras elogiosas; los ensayos de Pedro Henríquez Ureña: ninguno de ellos era marxista. bifícil encontrar personajes más diferentes de Codovilla y los funcionarios de la Komintern en Buenos Aires.

La correspondencia entre Samuel Glusberg y José Carlos Mariátegui fue iniciada en marzo de 1927 y terminó en marzo de 1930 un total de 29 cartas, de las cuales 18 fueron escritas por Mariátegui y 11 por Glusberg; a medida que transcurrieron los meses, la correspondencia se fue intensificando: 6: cartas en 1927, 7 en 1928, 11 en 1929 y 5 en los tres primeros meses de 1930.

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Pareciera que su comunicación con el exterior lo aliviaba en alguna medida de su aislamiento interno el conversador se tuvo que volver un activo corresponsal y las cartas vinieron a reemplazar a las charlas.

Para entender el aislamiento final de Mariátegui, debemos reparar también en la escasa

acogida a los 7 Ensayos en los medios de izquierda. Para la Internacional era un libro de poca importancia. En el Perú, los comentarios en su mayoría procedieron de intelectuales no marxistas como Luis Alberto Sánchez, autor de una breve nota; Raúl Porras que redactó un

extenso comentario para el Mercurio Peruano, donde ponía reparos al ensayo sobre regiona-lismo; similares observaciones fueron hechas por Valcárcel, en una reseña publicada por

Repertorio Americano, donde también -fue la excepción en la izquierda- escribió sobre el libro Esteban Pavletich; Belaúnde comenzó a preparar una extensa réplica que desde luego se

publicaría en Mercurio Peruano, y Basadre sólo alcanzó a proyectar otra, que en cierta forma

seria después su libro Perú; problema y posibilidad. Todo un ciclo intelectual generado por los

7 Ensayos, pero la queja de Mariátegui se refería a la poca acogida que tuvo en los medios comunistas.

Los antecedentes anteriores permiten entender el derrotero final del Partido Socialista. En marzo se acordó la adhesión a la Internacional: Mariátegui, insistimos, ya había definido su viaje y su traslado a Buenos Aires. Sin embargo se resistió al cambio de nombre: éste ocurriría el 20 de mayo de 1930, menos de un mes después de su muerte, en una sesión que tuvo, lugar en la chacra del campesino Peves, en Santa Eulalia, apenas con la oposición simbólica de Martínez de la Torre, según la versión de éste, o con la disidencia de Portocarrero, Pesce, Navarro, Martínez, según, los recuerdos de Navarro, pero en uno u otro caso, fueron oposiciones simbólicas, que no llegaron a constar en el Acta y en definitiva el cambio de nombre se cumplió con el acuerdo de todos: fundado el Partido Comunista del Perú, Sección Peruana de la III Internacional, el proyecto de Mariátegui quedaba desechado. La rapidez y casi unanimidad en el nuevo rumbo muestra que desde antes de su muerte, el mariateguismo estaba reducido prácticamente a la figura de su fundador. Tal vez una excepción fue Adler y su novia: eran "intelectuales" pero también "políticos", al igual que Mariátegui, pero ellos estaban más interesados por el porvenir judío que por los problemas peruanos. No fueron más allá de la periferia del Partido Socialista y desde luego no se incorporaron al P.C.: después de abril de 1930 abandonaron el país y se establecieron en Venezuela.

Antes de la muerte de Mariátegui ya estaba liquidado su proyecto en el Perú. Aparte de la adhesión a la Internacional -tardía y luego de variadas presiones-, en marzo se produce la escisión del grupo comandado por Luciano Castillo y, a la par, la designación de Eudocio Ravines como Secretario General. Ravines ingresó en febrero al Perú, acompañado por Jacinto Paiva. Ambos fueron decisivos para imprimir la nueva orientación a la organización. Algunos testigos recuerdan discusiones entre Mariátegui y Ravines, otros insisten en el respeto que ambos se profesaban; lo cierto es que la designación de Ravines como Secretario General fue una propuesta del propio Mariátegui. Si uno tiene en cuenta las discrepancias que hemos anotado y a ellas añade la campaña de "desmariateguización" del partido que emprendería Ravines poco tiempo después de la muerte de Mariátegui, este desenlace puede llamar a sorpresa y desconcierto. ¿Por qué Mariátegui proponía como sucesor a Ravines? En la pregunta está contenida la respuesta: era su "sucesor" y el hecho estaba acorde con dos circunstancias que lo anteceden y explican. Primera: el viaje a Buenos Aires era una decisión tomada, se

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trataba de una partida definitiva o por un período prolongado, con la finalidad de iniciar un nuevo

proyecto, la edición de Amauta a escala continental. Segunda: había perdido todo sustento al interior del grupo, su posición era notoriamente minoritaria, incluso había sido abandonado por sus colaboradores más próximos, era un hecho que cualquier elemental realismo político obligaba a admitir. En ausencia de Mariátegui y con una orientación diferente, el hombre, que te-nía las mejores condiciones para llevar a cabo el proyecto era precisamente Eudocio Ravines. El viraje estaba consumado.

Pero Ravines no tenía la aprobación de Luciano Castillo, Sánchez y Chávez, cuyos argumentos fueron rebatidos por Avelino Navarro, Portocarrero y Navarro Madrid: los dirigentes más importantes secundaban al nuevo Secretario General. Al parecer, Castillo discrepó también con una línea de oposición, radical al aprismo: el 16 de marzo de 1930 terminó separándose del grupo (127). Ese mismo día todos debieron saber -por boca del propio Mariátegui- su partida del Perú. Muchos habrían experimentado el alivio de no seguir atados a quien, no obstante haber iniciado el socialismo en el Perú, comenzaba a ser una especie de lastre, una rémora que impedía avanzar, un obstáculo ante las exigencias de la revolución mundial. A la postre, quienes sostienen que la nueva orientación del partido estaba impresa desde antes de la muerte de Mariátegui y que luego el cambio de nombre fue sólo un acto formal, tienen razón. Ravines y Codovilla habían vencido al menos momentáneamente. El propio Mariátegui tuvo que reconocerlo. Para los ansiosos miembros del "grupo de Lima" terminaba la época de iniciación, dominada por los "intelectuales" -meritorios precursores del comunismo- y se iniciaba la etapa definitiva de los "revolucionarios profesionales": Ravines sustituía a Mariátegui. El funcionario reemplazaba al político y el aparato partidario relegaba a la espontaneidad creadora.

¿Qué habría sucedido con Mariátegui en Buenos Aires? ¿Amauta habría podido subsistir en el vendaval de la crisis del 30? ¿Era posible seguir en la revolución fuera de las filas de la Komintern? Esta última era la pregunta decisiva. En el transcurso de la década de 1930, mientras por un lado ascendía y se consolidaba el fascismo en Europa y la onda reaccionaria afectaba incluso al Perú, por el otro los rasgos más duros del stalinismo terminaban imponiéndose, con las purgas y los campos, al movimiento comunista internacional. En este contexto, se formularon algunas respuestas a esa pregunta: algunos intelectuales alejados del comunismo ortodoxo terminarían seducidos por la burguesía, reconciliados con su pasado; otros, para evitar ese riesgo, acabaron abdicando del pensamiento crítico y sujetándose a la más estricta acatación a Stalin y Moscú; no faltaron quienes como Georgy Lukács optaron por callarse, ocultar sus pensamientos, guardar un prolongado silencio convencidos que fuera del partido no había salvación. Los antecedentes de José Carlos Mariátegui parecerían oponerse a cualquiera de estas alternativas. Quedaba por último la posibilidad del intelectual solitario, ale-jado de la Komintern pero esforzándose en persistir en la revolución, conservando la inteligencia despierta y el pensamiento crítico sin estar sumergido en la lucha de clases, manteniendo desde la soledad un proyecto colectivo; pero las cartas de Mariátegui a Pávletich o Ravines reclamándoles que regresaran al país daban precisamente los mejores argumentos contra la verosimilitud de este camino. Toda la trayectoria intelectual de Mariátegui era, además, un recusamiento persistente de la opción individual.

Estamos especulando. Ignoramos cuál pudo haber sido la respuesta de Mariátegui. Solo sabemos que la muerte interrumpió la etapa tal vez más apasionante de su vida, un período de prueba en el cual se le exigía una respuesta original, donde hubiera tenido que llevar a los limites

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su heterodoxia y donde su biografía se terminaría enmarcando con el continente para proseguir un debate al interior del marxismo latinoamericano que apenas estaba en sus inicios.

(101) Recientemente estos temas han sido abordados por Carlos Franco y José Tamayo Herrera en Allpanchis, Cuzco, 1980, No. 16.

(102) Entrevista con Julio Gutiérrez (Cuzco 7-VI-80).

(103) Lynch, Nicolás La polémica indigenista y los orígenes del comunismo en el Cuzco, Lima, 1978 (texto mimeografiado en la Universidad Católica).

(104) Entrevista a Román Saavedra (Cuzco, 9-VI-80) y a José Tamayo (Cuzco, 6-VI-80).

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(105)Tamayo, José Historia social del Cuzco republicano, Lima, 1978, p. 165 y ss. Ver también, Escalarte, María, Emiliano Huamantica y el mon to sindical en el Cuzco, Cuzco, 1974 (texto mimeografiado) y Aranda, Arturo; Escalante, María, Lucha de clases en el movimiento sindical cuzqueño 1927.1965,. Lima, 1979.

(106) Entrevista a Luis E. Valcárcel (27-VI-80).

(107) JCM a Román Saavedra, Lima, 25 de diciembre de 1927. Archivo Román Saavedra, Cuzco.

(108) Tamayo, José Loc. cit.

(109) Martínez de la Torre, Ricardo, Apuntes...., T. II, p. 371,

(110) Entrevista de Denis Sulmont a Jorge del Prado (texto inédito) Del Prado, Jorge, Mariátegui y su obra, Lima,

1947, p. 105. Del Prado, Vladimiro, "La lucha de un comunista" en Unidad, Lima, No. 404, 5 de octubre de 1972, p. S. Entrevista Franco Hinojosa (Chosica, 26-VII-80).

(111) Vanguardia, Lima, junio y agosto de 1930, No. 2 y 3. Archivo Moises Arroyo posadas

(112) Entrevista a Julio Portocarréro (29-V-80).

(113) Biblioteca Nacional, Lima, Sala de Investigaciones. Volantes 147/1933-34-35.

(114) "La última batalla de Jacobo Hurwitz" en Unidad, Lima, No. 426, 15 de mayo de 1973, p. 5.

(115) Ravines, Eudocio, La gran estafa. México, 1952. Prieto Celi, Federico, El deportado. Lima, 1979.-

(116) Martínez de la Torre, Ricardo, Apuntes.. T. II, p. 362: R Martínez de la Torre a Nerval, 30 de setiembre de 1929.

(117) Op. cit. T. II p 363.

(118) Op. cit. T. II, p. 339. Ravines a Mariátegui,19 de marzo de 1929.

(119) Archivo Mariátegui.JCM a Glusberg, Lima, 10 de marzo de 1929. "Agradezco y acepto su ofrecimiento de gestionar la publicación de este libro por La Vanguardia. Pero temo que mis conclusiones desfavorables al

marxismo, aunque no abordan la práctica de los partidos socialistas, sean un motivo para que La Vanguardia no se interese por este libro".

(120) Archivo Arroyo Posadas .

(121) Archivo Marítegui. JCM a Glusberg, Lima, 10 de enero de 1928;

(122) Idem, JCM a Glusberg, Lima, 10 de junio de 1929.

(123) JCM a Malanca, Lima, 9 de octubre de 1929 en Unidad, Lima, No. 647, 13 de abril de 1978.

(124) Archivo Mariátegui JCM a Glusberg, Lima, noviembre de 1929.

(125) JCM a Blanca del Prado. Lima, 12 de marzo de 1930 en Unidad, No. 710, 25 de octubre de 1979.

(126) Entrevista a Anna Chiappe (24-V-80). Entrevista a Luis Alberto Sánchez., (2-VII-80).

(127) A pesar de nuestros esfuerzos y nuestra buena voluntad, el Dr. Lucianó Castillo no nos concedió ninguna entrevista. La versión que proporcionamos no ha podido ser enriquecida con ningnn relato proveniente de quienes después fundarían el Partido Socialista Peruano

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EPILOGO

Marzo de 1930: Ravines Secretario General del Partido Socialista y la irrevocable decisión del viaje a Buenos Aires. El último mes en la vida de José Carlos Mariátegui podría parecer una

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postrera victoria de Haya: "mis objeciones fraternales a Mariátegui fueron siempre contra su falta de sentido realista, contra su exceso de intelectualismo y su ausencia casi total de un sentido eficaz de la acción" (128). ¿No se había roto el difícil equilibrio entre la utopía y el realismo o entre la imaginación creadora y la inteligencia paciente? ¿La utopía contrarrestó la efectividad?

¿Mariátegui derrotado? En cierta manera sí: el partido, la obra a la que estuvieron destinados sus mejores esfuerzos, la obsesión iniciada en su adolescencia, madurada en Europa y en función de la cual enrumbó su vida al regreso, nace prematuramente y no puede preservar con nitidez su irreductible autonomía: diferenciarse del aprismo sin ser absorbido por la Internacional comunista. Pero, desde luego, Mariátegui habría dado una respuesta muy diferente a esta pregunta: su actitud ante la vida, que nacía de la esperanza y de un anhelo utópico, era incompatible con la admisión fácil de una derrota; la revolución era un camino difícil y prolongado donde, dado que las metas de hoy serían reemplazadas por las de mañana, paradójicamente importaba más la decisión de marchar que el arribo a la tierra prometida: "El mesiánico milenio no vendrá nunca. El hombre llega para partir de nuevo. No puede, sin embargo, prescindir de la creencia de que la nueva jornada es la jornada definitiva. Ninguna revolución prevé la revolución que vendrá después, aunque en la entraña porte su germen" (129). En la polémica con la Internacional, lo importante es que -sin reparar en la disparidad de las fuerzas- Mariátegui supo afrontarla, no la rehuyó. En marzo de 1930 apenas ha terminado el acto inicial, se ha escindido la revista del partido y para salvar a la primera y de esa manera persistir en el pensamiento

crítico y la polémica, Mariátegui retoma viejos proyectos -hacer de Amauta un órgano de la inte-lectualidad de vanguardia latinoamericana-, y decide partir a Buenos Aires, para cambiar de frente y buscar mejores condiciones que ayudaran al desarrollo de su pensamiento. Desde luego que no fue una decisión alegre y rápida. La idea fue reflexionada varias veces y asumida a costa de sacrificar el necesario contacto con las masas, desde cuya historia Mariátegui había logrado repensar el marxismo, animar una nueva perspectiva: "el socialismo peruano".

La muerte interrumpe un debate que recién se iniciaba. Se añade también la desaparición del decisivo libro sobre política donde hubiéramos podido leer la exposición de su alternativa. Esto condiciona a la obra de Mariátegui como un texto inacabado, dando lugar a todas las Controversias posibles sobre su filiación y su carácter. En lo inacabado y en lo polémico radica también su atracción contemporánea y su desafío para el desarrollo del marxismo peruano. Deberíamos poder añadir lo mismo que José Carlos Mariátegui dijo de Edwin Elmore -joven intelectual asesinado por Chocan-, a propósito de un proyectado congreso de escritores latinoamericanos: "Juzgo, por otra parte, que polemizar con una tesis es, tal vez, la mejor manera de estimularla y hasta de servirla. Lo peor que le podría acontecer a la de Elmore sería que todo el mundo la aceptase y la suscribiese sin ninguna discrepancia. La unanimidad es siempre infecunda" (130). En la reunión de fundación del Partido Comunista del Perú, el 20 de mayo de 1930, superadas las oposiciones más simbólicas que efectivas, se indicó en el Acta que el acuerdo era por "unanimidad": el debate interno quedaba postergado.

"El valor de una idea -anotó en otra ocasión Mariátegui- está casi íntegramente en el debate que suscita" (131). La polémica fue un hecho cotidiano en su biografía pero además terminó siendo el instrumento privilegiado para el desarrollo de su pensamiento, un imprescindible criterio de verdad, una necesidad. Desde esta perspectiva era imposible reclamarle o exigirle el acatamiento ritual a la Komintern. Fue, por el contrario, un interlocutor y en diversos aspectos, un disidente tenaz: "nuestro destino es la lucha más que la contemplación".

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¿De dónde surge ese aliento esperanzador en José Carlos Mariátegui, que sustenta su lucha y su agonía? A diferencia del problema nacional, estamos en un ámbito que no es compartido por sus contemporáneos y que lo distingue incluso de intelectuales peruanos posteriores: no encontramos en el mariateguismo esa doliente postración ante los males del país, ni el entusiasmo por la crítica corrosiva, tampoco el desaliento. Es evidente que esa pers-pectiva signada por la esperanza mantiene un parentesco con el cristianismo de su adolescencia, transformado, más que perdido, en el mito socialista del adulto. Por encima de cualquier filiación, la voluntad de Mariátegui contrasta de manera muy obvia con sus primeras experiencias: inestable vida familiar, el cuerpo doliente, el mundo de los hospitales y de los enfermos... Todo revolucionario así como busca insertarse en una tradición y formar parte de

una historia para ejecutar una empresa colectiva, sabe que es igualmente necesario forzar a esa historia, actuar sobre el acontecimiento, llevar las posibilidades a sus límites. Esto significa que para entender a Mariátegui es necesario buscar las conexiones -no siempre evidentes- entre el hombre y su tiempo: es el camino que hemos seguido en éste y otros ensayos, pero al final descubrimos que no es suficiente, que el método histórico, a pesar de su aspiración a la to-talidad, puede desembocar en algunos "callejones sin salida" y que tal vez para definir a Mariátegui, sea más importante -como anotó Sartre a propósito de Gustavo Flaubert- "aquello que lo distingue de sus contemporáneos". En Mariátegui es una actitud: la esperanza por encima de cualquier previsión razonable contraria, como justamente se define en la cita de Westphalen al inicio de este ensayo, esa esperanza que hace de un inválido un político revolucionario. Entenderla nos remite obligatoriamente al malentendido inicial con la vida: al niño enfermo. De esta manera, el final lleva al principio; la muerte evoca la infancia.

(128) Haya de la Torre, Víctor Raúl Obras Completas, Lima, 1976, T. 5, p. 253. (129) Mariátegui, José. Carlos, El Alma Matinal y otras estaciones del hombre de hoy. Lima, 1970, p. 24.

(130) Mariátegui, José Carlos, Nuestra América, Lima, 1960, p. 19. (131) Op. cit. p. 26.

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ANEXOS

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ANEXO 1

SOBRE LAS FUENTES

Este ensayo partió de una conversación: meses atrás, cuando recién se planteaba el ARI (Alianza Revolucionaria de Izquierda) como una posible alternativa electoral y unitaria, y a través de ese proyecto se vislumbraba la posibilidad de esperar la eclosión de una izquierda de masas y con raíces en la sociedad peruana, Oscar Dancourt me invitó un café (que a la postre terminé

pagando) para plantearme la necesidad de recordar en las páginas del semanario Amauta la defensa que de similares posiciones había hecho Mariátegui, en 1929, en polémica con la Internacional. El artículo se convirtió en varios más, en el transcurso de cinco semanas. Terminé

recibiendo críticas diversas, fraternales o condenatorias, tanto en Unidad, como en Clase

Obrera o Patria Roja, sin olvidar los comentarios de César Lévano en Marka y las réplicas orales de César Germaná. Me obligaron a proseguir con la lectura e investigación del tema, para precisar o corregir algunos argumentos.

Se trataba de emprender la crítica de la imagen mitificada de Mariátegui -esa especie de ícono y de infaltable referencia para avalar cualquier posición política- y encontrar en sustitución al hombre, al personaje histórico: hacía falta entonces ubicar la polémica con la Komintern en la sociedad peruana durante las postrimerías del régimen de Leguía, releerla desde la biografía de Mariátegui y restablecer las vinculaciones entre éste y sus contemporáneos. El análisis histórico proporcionaría un cierto "efecto de distanciamiento" imprescindible para no subordinar la interpretación a las tácticas políticas, actuales. Ocurre que, al lado de la imagen del icono, Mariátegui había terminado en una especie de "megáfono" por intermedio del cual la izquierda propalaba sus posturas políticas, al margen de cualquier respeto a la fidelidad del pensamiento

mariateguista. Es así como, desde el estudio de Jorge del Prado sobre Mariátegui y su obra, publicado en 1947, fueron apareciendo el Mariátegui "marxista-leninista-stalinista", luego simplemente "marxista-leninista", sin faltar el "trotskista" o el "maoísta", recientemente el "gramsciano" y en una última versión, el "eurocomunista". Para adaptar el pensamiento de Mariátegui a cualquiera de esas ortodoxias era menester violar las reglas elementales del método histórico: abandonar la comprensión del pasado y cometer cualquier anacronismo.

Este panorama -someramente descrito- fue variando bajo la influencia de algunos investigadores extranjeros, que ubicados en otra tradición cultural, no tenían que soportar la imagen desmesurada, mistificada, de Mariátegui y podían enfrentarlo como a un personaje histórico. El primer paso fue dado por Diego Messeguer, un ex jesuita español (ahora, además de casarse, se ha asimilado a la cultura peruana), quien a la vez que sintetizó todo lo conocido

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sobre Mariátegui hasta 1970, propuso nuevos derroteros para investigar la formación de su

pensamiento en fuentes europeas: José Carlos Mariátegui y su pensamiento revolucionario (Lima, 1974). Un camino similar era seguido paralelamente por Robert Paris, un intelectual marginal al mundo académico francés, que interesado en la renovación del marxismo y el reencuentro con personajes heterodoxos excluidos de la historia oficial del socialismo, descubre con gran lucidez las relaciones entre Mariátegui y otro revolucionario olvidado, Georges Sorel: con erudición, Paris supo desmontar las lecturas de Mariátegui, sus procedimientos bibliográficos, la pertinencia de sus citas y mostró el campo vasto de las heterogéneas lecturas que tuvo que desplegar para edificar la autonomía de su pensamiento. Tanto Messeguer como Paris fueron alumnos de Ruggiero Romano en la Ecole Pratique des Hautes Etudes. Dado que el

estudio de Paris, publicado a modo de artículos en Aportes, Annales o en los brillantes prólogos

a las traducciones francesas e italianas de los 7 Ensayos, desligaba a Mariátegui de la tradición marxista-leninista, acabó siendo criticado y combatido por quienes se empeñaban en defender la imagen ortodoxa: el crítico más importante terminó por ser un norteamericano, Henry Vanden, cuyo principal aporte fue la tarea erudita de reconstruir la biblioteca de Mariátegui. En el Perú, las nuevas investigaciones sobre Mariátegui terminarian por tener una excepcional acogida en el historiador Jorge Basadre, en su Historia de la República del Perú como en el prólogo a la edi-

ción norteamericana de los 7 Ensayos (Texas, 1971) y especialmente en La vida y la historia (Lima, 1978). Siguiendo a Robert Paris, llamó la atención sobre las discrepancias entre Mariátegui y la Internacional pero sin olvidar la polémica anterior con Haya y los apristas. El análisis de las fuentes mariateguistas sería proseguido por Estuardo Núñez.

Es sobre los aportes anteriores que surge el ensayo más polémico y relevante sobre

Mariátegui: el estudio de José Aricó publicado como prólogo al volumen antológico Mariátegui y

los orígenes del marxismo latinoamericano, México, 1978. Aricó; con un amplio dominio sobre la historia del socialismo, insistirá en el tema de Sorel como un indispensable puente entre Mariátegui y el marxismo europeo, pero tal vez su mejor aporte será descubrir el nuevo terreno intelectual desde el cual Mariátegui entendió a Marx: la intelectualidad peruana preocupada por el indigenismo y el problema nacional, lo que además le permitirá revalorar al "populismo" mariateguiano y establecer, algunos paralelos con la intelectualidad rusa del siglo pasado, recurriendo a los estudios de Franco Venturi. Aricó, un hijo de la derrota del movimiento popular argentino, termina seducido por la posibilidad de elaborar desde una sociedad atrasada como el Perú, una manera inédita de pensar a Marx.

El profesor italiano Antonio Mellis, en algunos artículos, había llamado la atención sobré la habilidad de Mariátegui para unir la reflexión política con las preocupaciones culturales de la vanguardia europea. Impresionado por la modernidad de su pensamiento, no se atrevió a sujetarlo a ninguna ortodoxia y lo definió simplemente como "el primer marxista de América". Esa idea fue recogida por José Aricó, con lo que terminaba sentándose la autonomía del mariateguismo.

En una orientación similar avanzaron las investigaciones de Jesús Chavarría, un chicano, preocupado por la cuestión nacional, que supo descubrir nuevas fuentes para el conocimiento de

la biografía de Mariátegui luego de su regreso a Europa. Autor de José Carlos Mariátegui and

the rise of modem Peru, 1890-1930 (University of Mexico, 1979). Se interesó especialmente por el problema del partido, lo que terminó conduciéndolo al tema de la polémica con la Komintern.

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Precisamente sobre ese mismo tema Aricó ha elaborado un último aporte, una polémica ponencia presentada al Congreso que sobre el pensamiento de Mariátegui organizó en abril de 1980 la Universidad de Sinaloa, México, donde se discute qué tipo de partido fundó Mariátegui y por qué era antagónico con la III Internacional. En esa misma reunión, los aportes de Aricó fueron matizados con algunas imprescindibles intervenciones de Oscar Terán, Carlos Franco y César Germaná.

Las discrepancias con la Internacional han permitido que algunos autores, como Carlos Franco, insistan en la proximidad entre mariateguismo y aprismo, lo cual obliga a quienes no compartimos esa posición a pensar que las polémicas en la biografía de Mariátegui no pueden estudiarse en forma aislada, sino formando parte de todo un proceso.

Sin mayor relación con la problemática que abordaban los autores hasta ahora mencionados, desde el Perú, se produjo un aporte decisivo en la biografía elaborada por Guillermo Rouillon: más allá de algunos errores e imprecisiones cronológicas o de una abusiva interpretación freudiana, por parte de un autor que no conocía bien a Freud y no simpatizaba con

su pensamiento La creación heróica de José Carlos Mariátegui (Lima, 1975) nos devolvía nuevamente, al hombre histórico, retrotrayéndonos a su adolescencia y juventud, para lo cual, a parte de leer textos olvidados de la llamada "edad de piedra", Rouillon tuvo que recurrir a las entrevistas. Un trabajo paciente, que seguía y culminaba la tradición de otros estudiosos como

Genaro Carnero Checa, autor de La acción escrita, Lima, 1964. Después de redactado este

ensayo consulté el valioso prólogo de Aníbal Quijano a la edición de los 7 Ensayos. por la Biblioteca Ayacucho: "José Carlos Mariátegui: reencuentro y debate" (Caracas, 1979).

En esté ensayo he hecho uso de todos los aportes anteriores. Debería haber citado con mayor frecuencia tanto a Paris como a Aricó: cualquier lector reconocerá rápidamente todas las confiscaciones que realizo de uno y otro y espero que ellos traten con benevolencia mis saqueos de sus textos. Pero, interesado en pensar históricamente a Mariátegui; debí recurrir a otras fuentes que me aproximaran directamente al personaje.

Es así como emprendí la lectura de la correspondencia de Mariátegui. Para el tema es lógicamente imprescindible el Archivo Mariátegui, donde sus hijos, especialmente Javier, han tenido la paciencia y tenacidad de reunir las cartas intercambiadas entre su padre y los intelectuales peruanos o latinoamericanos; escribiendo a unos y otros, solicitando originales o copias, para de esa manera reparar las pérdidas generadas por el tiempo o los servicios policiacos. Lamentablemente, a pesar de mi insistencia, solo tuve acceso a una parte pequeña del archivo, a la correspondencia con Glusberg, parcialmente publicada por este mismo autor en 1932. Esto me obligó a revisar revistas y periódicos donde, especialmente en los últimos años,

se habían publicado, desordenada y dispersamente, cartas de Mariátegui: Oiga, La Prensa y

especialmente Unidad. Se añadió la invalorable colaboración de algunos corresponsales de Mariátegui, como Moisés Arroyo Posadas. Las cartas conocidas eran bastante más que las supuestas a simple vista. Algunas figuran en la importante contribución de Ricardo Luna Vegas

Los últimos dos años de J. C. Mariátegui, Cuadernos de Runamarka.

A la correspondencia se suman las entrevistas a intelectuales amigos de Mariátegui como Jorge Basadre, Emilio Romero, Luis Valcárcel, Angela Ramos, César Miró, Luis Alberto Sánchez, Estuardo Núñez; dirigentes políticos como Julio Gutiérrez, Román Saavedra, Estela Bocángel

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(en el Cuzco), Arbulú Miranda, Moisés Arroyo, Jorge del Prado, Franco Hinojosa y especialmente Julio Portocarrero, Lino Larrea e Isaías Contreras, con quienes sostuve durante tres meses largas reuniones que se sucedían jueves a jueves y sin los cuales este ensayo habría sido imposible, ellos además supieron alentarme comunicándome algo de esa tenacidad de "viejos comunistas". Finalmente pude conversar con algunos parientes de Mariátegui como Javier Mariátegui, Anna Chiappe, Amalia Cavero de Cornejo y Gloria Ferrer. Nos ayudaron para loca-lizar a algunos entrevistados César Lévano, José Tamayo Herrera, Violeta Sánchez y Edmundo Cornejo. Mi agradecimiento a todos, pero especialmente a quienes teniendo posiciones discrepantes no me negaron la entrevista. Aproveché también entrevistas realizadas por otros, como la de Denis Sulmont a Jorge del Prado y especialmente las publicadas por César Lévano a Moisés Arroyo, Jorge Basadre, Anna Chiappe, Alejandro Franco Hinojosa, publicadas en

Caretas y Unidad.

La correspondencia y las entrevistas exigían la lectura paralela de los textos de la Komintern, como la Correspondencia Internacional, o las Actas de las conferencias de Montevideo y Buenos Aires (de esta última, Aricó me proporcionó amablemente una copia xerox, después de lo cual conseguí localizar el texto en Lima, en el Archivo Sabroso, Universidad Católica).

Pero a pesar de estas búsquedas de fuentes diversas, este ensayo adolece de varios vacíos. Dejando a un lado todo lo referente a la interpretación, en cuanto a las fuentes, los estudios sobre Mariátegui parecen llegar a un "callejón sin salida" mientras no se realice una imprescindible edición crítica de las obras de Mariátegui, donde se publiquen todos los textos incluidos los de su juventud en orden cronológico, conforme fueron apareciendo y con algunas anotaciones y concordancias bibliográficas. Esta tarea debe ser continuada con la edición de la correspondencia completa, de esa manera quedará al acceso democrático de todos los investigadores. Leídos escritos y correspondencia en su totalidad, relacionando artículos periodísticos, con cartas, seguidos fielmente en orden cronológico, podremos reconstruir con precisión la elaboración del pensamiento de Mariátegui; el desarrollo de sus ideas, la germinación de intuiciones, sus dudas, marchas y contramarchas, es decir, el pensamiento tal como fue vivido.

Finalmente mi agradecimiento a Olga Mejía por sus imprescindibles correcciones.

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ANEXO 2

CRONOLOGIA DE LOS PRINCIPALES ACONTECIMIENTOS

EN EL MOVIMIENTO COMUNISTA DE LA EPOCA (*)

I. Fechas de los Siete Congresos realizados por la Internacional Comunista:

I 2 al 6 de Marzo de 1919 II 19 de Julio al 7 de Agosto 1920 III 22 de Junio al 12 de Julio 1921 IV 5 de Noviembre al 5 de Diciembre 1922 V 17 de Junio al 8 de Agosto de 1924 VI 17 de Julio al 1 de Setiembre de 1928 VII 25 de Julio al 21 de Agosto de 1935.

II. Las principales instancias de la Internacional Comunista:

a) Congreso Mundial, el "órgano supremo"; los estatutos señalaban que se debía celebrar por lo menos cada dos años.

b) Comité Ejecutivo (CEIC), "dirige la IC en el intervalo de los Congresos". Tenía a su vez tres instancias:

1. Presidium 2. Buró de Organización. Desde 1926 se llamó Secretariado Político. 3. Secretaría

c) Asamblea Plenaria del Comité Ejecutivo (pleno ampliado). A diferencia del Congreso, no podía renovar los órganos directivos de la IC.

d) Comisión Internacional de Control.

e) Organo de Prensa: La Correspondencia Internacional (Inprecorr).

f) Sección para enlaces internacionales; más conocida por OMS (Otdiel Mechdunarodnoi Sviasi). Se encargaba fundamentalmente de los trabajos clandestinos.

g) Organizaciones de masas:

1. Internacional Comunista de Jóvenes (KIM), creada en 1919. 2. Secretariado Femenino Internacional. Dirigido por Klara Zetkin. En 1920 convocó la

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Conferencia Internacional de Mujeres.

3. Ssocorro Rojo; destinado a brindar ayuda a las víctimas de la represión. Se creó en 1922.

4. Internacional Sindical Roja (Profintern). En Julio de 1921 realizó su primer congreso. 5. Internacional de los Campesinos (Krestintern). 6. Internacional del Pensamiento. Tuvo como uno de sus principales animadores a Henri Barbusse.

III. Adherentes efectivos a la IC, excluyendo al PC (b) URSS.

1921 - 887,745 1932 - 913,000 1922 - 779,102 1934 - 860,000 1924 - 648,090 1935 - 785,000 1928 - 445,300 1939 -1'200,000 1931 - 328,716

IV. Algunas fechas importantes:

-1917: 6-7 Noviembre Lenin exclama en Petrogrado "¡Viva la revolución socialista mundial!"

-1919: Julio. 91 delegados, en representación de 17'740,000 sindicalizados de 14 países, se reúnen para crear la Internacional Sindical

-1920: Se realiza en Bakú el Congreso de los Pueblos de Oriente. En esa ocasión Ho Chi Minh, dirigiéndose a los delegados europeos, expresó: "Ustedes han perdido de vista este importante punto estratégico (la significación de las colonias para la revolución mundial)".

.1921: Marzo. El X Congreso del PC (b). Entre otras resoluciones prohibió la formación de fracciones al interior del partido.

-1921: Diciembre. El 18 el Primer Pleno del Ejecutivo lanza sus "Tesis sobre el frente único proletario". En un discurso durante el evento, Lenin observa que "Hay que pasar de los asaltos al asedio".

-1922: 2-5 Abril. Conferencia de Berlín que reúne a representantes de la, II, II 1/2 y III Internacionales para intentar una coordinación. Se creó un órgano consultivo conocido como, "Comité de los 9". El CEIC estimó que sus representantes habían hecho demasiadas concesiones.

Diciembre. En el cuarto congreso mundial de la IC se aprueba la táctica de frente único.

-1923: Mayo. Congreso de Fundación de la Internacional Socialista. Critica tres aspectos de la IC: 1. El régimen político interior de las repúblicas soviéticas, la dictadura del proletariado, iba más allá del breve período de liquidación de las capas burguesas. 2. La hostilidad -mutua por lo demás- de la IC para con la socialdemocracia y la perse-cusión de socialdemócratas al interior de la URSS. 3. La tesis de Lenin sobre la "inevitabilidad de las guerras imperialistas".

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-1923-1924: En estos años se impulsa en la IC un proceso conocido como "bolchevización" , que asumió tres características:

a) Centralismo democrático: La iniciativa, el poder, la autoridad y las decisiones se ubican en el más alto nivel.

b) Formación de un núcleo dirigente y un aparato permanente.. . "la armazón de un partido revolucionario debe estar formada por una red de revolucionarios profesionales".

c) Creación de las células de fábricas, en lugar de la organización por barrios de residencia. Se consideraba que era la fábrica el lugar de lucha privilegiada contra el capitalismo y que mantener el anterior esquema de organización era un vicio socialdemócrata.

-1924: Decimotercer Conferencia del PC (b). La URSS califica a Trotsky de "revisionista antibolchevique".

Junio-Agosto, V Congreso IC. La escasa militancia de algunos partidos comunistas coloniales (China 800, Java 2,000, Persia 600, Egipto 700, Palestina 100, etc.) plantea la necesidad de las alianzas entre comunistas y nacionalistas. La militancia representada en este congreso se dividía, según su procedencia, de la siguiente manera:

Europa (+ URSS) 656,090 América 19,500 Asia 6,350 Oceanía 2,250 Africa 1,100

-1927; Congreso antimperialista de Bruselas. Masacre de comunistas en China durante el mes de Abril.

Diciembre. El XV Congreso del PC (b) URSS aprueba los proyectos para emprender la colectivización en el campo.

-1928: Enero. Trotsky es deportado a Alma Ata.

Julio-Septiembre. VI Congreso IC. La anterior táctica del frente único se restringe al período prerrevolucionario: "La táctica del frente único como medio de lucha victoriosa contra el capital; de movilización clasista de las masas y de desenmascaramiento y aislamiento de los jefes reformistas, es pues parte esencial en la táctica de la Internacional Comunista durante todo el período prerrevolucionario". El capitalismo entra en el "tercer período" de crisis definitiva. Se caracterizan tres tipos de guerras: a) entre estados imperialistas; b) contrarrevolución imperialista contra los estados proletarios; c) las guerras nacionales revolucionarias contra el imperialismo. Las resoluciones del congreso alertan contra la "subestimación del peligro y de la inmi-nencia de la guerra".

Las consignas de este congreso fueron las siguientes:

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¡Contra la unidad socialdemócrata con la burguesía!

¡Por la unidad proletaria de clase! ¡Contra el social-imperialismo! ¡Por el apoyo varonil a los hermanos de las colonias! ¡Contra el engaño pacifista! ¡Por la lucha incondicional en contra de la guerra imperialista! ¡Contra el reformismo y el pacifismo! ¡Por la revolución proletaria! ¡Viva la dictadura proletaria de la URSS! ¡Viva la revolución proletaria mundial!".

En el discurso final Bujarin condenó la lucha sin principios entre fracciones, recordando una frase de Lenin en una carta que les enviara a él y Zinóviev varios años antes: "Si ustedes expulsaran a todos los que no son particularmente obedientes, pero que son inteligentes, y sólo dejaran a su alrededor estúpidos obedientes, seguramente arruinarían el partido. Se aprueba el ingreso de los PC de Colombia, Paraguay y Ecuador. Bujarin: "AL entra en la órbita de influencia de la Internacional Comunista".

Abril. IV Congreso Profintern.

-1929: Conferencia Comunista de América Latina en Buenos Aires. Se decide la creación de Partidos Comunistas en Perú (1930) y Venezuela (1931).

En Montevideo se crea la Confederación Sindical Latinoamericana.

Agosto. Jornada Internacional de lucha contra la guerra imperialista y de defensa de la Unión Soviética.

-1931: El suizo Humbert-Droz es destituido de las funciones de Secretario del CEIC.

(*)Preparado por Guillermo Nugent

ANEXO 3

VIDA DE JOSE CARLOS MARIATEGUI 1927- 1930

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(Algunos artículos y fechas importantes) (*)

-1927: Enero. "El imperialismo yanqui y Nicaragua" en Variedades, día 22. "Mensaje al Segundo

Obrero de Lima" en Amauta.

Febrero. "El Congreso Antiimperialista de Bruselas". Variedades, día 19. "El problema de

la China". Variedades, día 12.

* Forma parte, junto con Basadre y Arturo Sabroso, del jurado calificador para el Concurso Poético de Vanguardia organizado por los obreros de Vitarte, con motivo de la fiesta de la Planta.

Marzo. "El Indice Libro" (... el Perú lee demasiado poco), en Mundial, día 24.

Abril, "La toma de Shanghai" en Variedades, día 2.

Mayo. "El debate político en Inglaterra" en Variedades, día 7.

Junio. Aparece número 9 de Amauta, dedicado a tratar diversos aspectos del imperialismo.

* Detención de JCM, acusado de participar en "complot comunista".

* Mariátegui desmiente las acusaciones en cartas a El Comercio y La Prensa.

"Jesús" de Henri Barbusse, en Variedades, día 25.

Julio. "El Problema del Desarme", en Variedades, día 16.

Agosto. Repertorio Americano publica carta de JCM, fechada el 27 de abril, en la que expresa su desacuerdo con el calificativo de desertora del "nacionalismo continental"

aplicado a su revista Amauta.

* Correspondencia Sudamericana, No. 29, publica carta de JCM desmintiendo la versión del "complot comunista".

Noviembre. "Heterodoxia de. la Tradición", en Mundial, día 25.

Diciembre. "La tradición nacional" en Mundial, día 2.

"El factor religioso" en Mundial, días 9 y 16.

"El destino de Norteamérica" en Variedades, día 17.

"Yanquilandia y el Socialismo" en Variedades, día 31.

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-1928: Febrero. "Trotsky y la oposición comunista" en Variedades, día 25.

Marzo. "La aventura de Tristán Marof" en Variedades, día 3. (Marof, seudónimo de Gustavo Navarro, fundó en 1934 el Partido Obrero Revolucionario

en Bolivia).

Abril. JCM escribe carta desaprobatoria a célula de México sobre el, lanzamiento del Partido Nacionalista Libertador por parte de Haya. En la carta afirma: "Todo es declamación estrepitosa y hueca de liberaloides de antiguo estilo. Como prosa y como idea está esa pieza por debajo de la literatura política posterior a Billinghurst". Y más adelante, expresa: "La táctica, la praxis en sí misma son algo más que forma y sistema. Los medios, aún cuando se trata de movimientos bien adoctrinados, acaban por sustituir a los fines".

Poco después se redacta una "carta colectiva" fijando posición ante el Apra como partido: "Los elementos de izquierda que en el Perú concurrimos a su formación (del Apra como frente), constituímos de hecho y organizaremos formalmente un grupo o Partido Socia-lista de filiación y orientación definidas".

Julio. "El problema editorial", en Mundial, día 13.

Setiembre. "La filosofía moderna y el marxismo", en Variedades, día 22.

"Aniversario y Balance", en Amauta, No. 17.

Octubre. "Esquema de una interpretación de Chaplin", en Variedades, días 6 y 28.

* Se funda el Partido Socialista. JCM es designado Secretario General. Son preparadas las ponencias de la delegación peruana para la Conferencia Comunista de Buenos Aires, a celebrarse en junio del año próximo.

* Mundial anuncia en su edición del día 26 la publicación de "Siete Ensayos de Interpretación de la Realidad Peruana", obra "que la semana próxima estará a la venta en librerías". Se reproduce el prefacio del libro.

* JCM redacta el Programa del Partido Socialista.

Noviembre. "Etica y Socialismo", en Mundial, día 16.

"Moral de producción y lucha socialista", en Mundial, día 23.

Diciembre. "El determinismo marxista", en Mundial, día 7.

"La economía liberal y la economía socialista", en Mundial,. día 14.

"La América Latina y la disputa boliviano-paraguaya", en Variedades, días 22 y 29.

"Freudismo y marxismo", en Variedades, día 29.

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-1929: Febrero. Participación de JCM en la fiesta de la planta en Vitarte El 21 de febrero Labor publicó una nota bajo el título: "El domingo 3 se celebró con gran entusiasmo en Vitarte la

fiesta de la planta". "El exilio de Trotsky", en Variedades, día 23.

Marzo. JCM envía carta a Variedades por su XXV Aniversario. En ella afirma que esta revista "inauguró en el Perú un género moderno de periodismo: el hebdomadario gráfico, miscelánea ilustrada de actualidad con hojas anexas de literatura y arte. Este solo hecho le señala un lugar importante en la renovación de nuestro periodismo".

"Veinticinco años de sucesos extranjeros", en Variedades, día 6.

"Orígenes y perspectivas de la insurrección mexicana", en Variedades, día 27.

"Preludio al renacimiento de José María Eguren", en Amauta, No. 21.

Mayo. "Admonición del Primero de Mayo", en Labor.

"La misión de Israel", en Mundial, día 17.

"La libertad y el dogma", en Mundial, día 31.

"El arreglo peruano-chileno", en Amauta, No. 23.

"El Congreso Sindical Latinoamericano de Montevideo", en Amauta, No. 23.

"Antecedentes y desarrollo de la acción clasista", en Amauta, No. 23. "Hacia la

Confederación General de Trabajadores del Perú", en Amauta, No. 23.

Junio. " `La ciencia de la revolución' ", por Max Eastman", en Variedades, día 26.

"La central sindical del proletariado peruano", en Amauta, No. 24.

Julio. "Presentación de Piero Gobetti", en Mundial, día 12.

"La economía y Piero Gobetti", en Mundial, día 26.

"Rusia y China", en Variedades, día 26.

Agosto. "El proletariado contra la guerra", en labor, día 1o.

"Labor continúa", Id., día 18.

"El problema de Palestina", en Repertorio Hebreo, Jul-Ago. 1929.

Noviembre. Asaltan la casa de Mariátegui y clausuran Labor. Esta vez la acusación fue por participar en un "complot judío".

-1930: Enero. "La lucha de la India por la independencia nacional", en Variedades, día 1o.

"Populismo literario y estabilización capitalista", en Amauta, No. 28.

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Febrero. "El balance del suprarrealismo, a propósito del último manifiesto de André

Breton", en Variedades, día 19.

Marzo. "Al margen del nuevo curso de la política mexicana", en Variedades, día 19.

Abril JCM fallece el día 16.

(*) Preparado por Guillermo Nugent.

ANEXO 4

ACONTECIMIENTOS DE IMPORTANCIA DURANTE

LOS ULTIMOS AÑOS DE MARIATEGUI (*)

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-1928: Enero. Haya de la Torre difunde "Plan de México" para fundar un Partido Nacionalista Libertador.

Setiembre. "Grupo de Buenos Aires" envía carta a la gente de Lima: "... proponemos formación de un partido socialista peruano".

* El día 16 se reúnen en La Herradura, Portocarrero, Avelino Navarro, Hinojosa y Borja, Martínez de la Torre y Bernardo Regman para discutir la formación del Partido Socialista.

Noviembre. Se entregan a perpetuidad los ferrocarriles del país a la Peruvian Corporation.

Diciembre. En París se forma la célula del Partido Socialista presidida por Eudocio Ravines: " ¡Viva el Partido Socialista del Perú!".

-1929: Mayo. Martínez de la Torre y Portocarrero presentan en la reunión sindical de Montevideo un "Informe del Perú". Señalan que entre los partidos políticos existentes en el país está "el partido político del proletariado; Partido Comunista, está en víspera de formarse".

* Ese mismo mes el Grupo del Cuzco elabora un programa comunista de doce puntos y se afilia a la Internacional Comunista.

Junio. Se realiza la Conferencia Comunista de Buenos Aires. Durante la misma, Julio Portocarrero afirma: "El partido socialista se basa en nuestro grupo, el cual es enteramente afín con la ideología de la Internacional Comunista. Somos y nos declaramos ante todo comunistas y queremos imprimir al movimiento obrero en el Perú el sello de la Internacional Comunista".

Las posiciones de los representantes peruanos fueron muy criticadas por los miembros de la IC.

* Se firmó el tres de Junio el Tratado de Límites con Chile, Rada y Gamio - Figueroa Larraín.

Agosto. Leguía se presenta como candidato único para su segunda reelección.

Octubre. Huelga en el asiento minero de Morococha. Grupo del Cuzco resuelve:

"1.- Dejar por terminadas nuestras relaciones con el Apra y su organización.

2.- Rechazar insinuaciones y gestiones encaminadas a formar un Partido Socialista encabezado por Mariátegui, Ravines...

3.- Constituirse definitivamente en Célula Comunista Cuzco, así como preparar y organizar el partido comunista en el Perú".

24 de Octubre: "Viernes Negro" en la Bolsa de Nueva York.

-1930: Enero. Grupo del Cuzco afirma que antes de la reunión sindical de Montevideo no había tenido noticias precisas de la actividad de Mariátegui.

Febrero. Ravines y Paiva regresan de París.

Marzo. Ravines es elegido Secretario General del Partido Socialista. Julio Portocarrero es detenido.

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Abril. Poco después de la muerte de Mariátegui, llega una carta de Humbert-Droz: "De los informes que poseemos sobre el Perú, juzgamos que la situación se ha hecho favorable a la constitución y a la acción de un partido comunista en vuestro país".

Mayo. El 20, en reunión realizada en la huerta del campesino Peves, se acuerda cambiar el nombre del Partido Socialista por el de Partido Comunista del Perú.

Agosto. El 22 comienza la sublevación de la guarnición de Arequipa, conducida por el coronel Sánchez Cerro, que derroca a Leguía.

Octubre. Creación del Sindicato Metalúrgico Obrero de La Oroya. Noviembre. Masacre de Malpaso: 23 obreros muertos y 27 heridos.

(*) Preparado por Guillermo Nugent.