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r LA INCOMPLETA RACIONALIDAD Jesús Mosterín Necesidades e intereses No PODEMOS ESTARdemasiado tiempo sin comer. Nos mori- mos. Todavía menos tiempo podemos sobrevivir sin respi- rar. y no podemos permitir que la temperatura de nuestro organismo descienda excesivamente, si es que queremos conservar la vida. Si queremos seguir viviendo, es necesario que comamos, que respiremos, que conservemos nuestro calor interno, etc. En este sentido vamos a decir que comer, respirar, conservar la homeotermia, etc., son algunas de nuestras necesidades. En general, nuestras necesidades son los factores imprescindibles para la continuidad de nuestra vida, son las condiciones de nuestra supervivencia. Normalmente no nos contentamos con sobrevivir, sino que tratamos de vivir bien, aspiramos al bienestar. No sólo comemos para vivir, sino que también vivimos un poco para comer (para comer bien, se entiende). No sólo nos preocupamos de abrigarnos de cualquier manera en invierno para salvar nuestra vida, sino que buscamos ropas ligeras, flexibles y atractivas, e incluso preferimos tener calefaccción. El comer bien, el arroparnos bien, la calefacción, el col- chón para dormir, etc., son otros tantos factores que, sin ser necesarios para la supervivencia, sin constituir necesi- dades, contribuyen eminentemente a nuestro bienestar. En este sentido vamos a decir que comer bien, arroparnos bien, disponer de calefacción, dormir sobre un colchón, etc., son algunos de nuestros intereses. 1 Y, en general, diremos que 1 Aquí se emplea la palabra "interés" con el significado que le damos cuando decimos que "tenemos que defender nuestros intereses" 55

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LA INCOMPLETA RACIONALIDAD

Jesús Mosterín

Necesidades e intereses

No PODEMOSESTARdemasiado tiempo sin comer. Nos mori-mos. Todavía menos tiempo podemos sobrevivir sin respi-rar. y no podemos permitir que la temperatura de nuestroorganismo descienda excesivamente, si es que queremosconservar la vida. Si queremos seguir viviendo, es necesarioque comamos, que respiremos, que conservemos nuestrocalor interno, etc. En este sentido vamos a decir que comer,respirar, conservar la homeotermia, etc., son algunas denuestras necesidades. En general, nuestras necesidades sonlos factores imprescindibles para la continuidad de nuestravida, son las condiciones de nuestra supervivencia.

Normalmente no nos contentamos con sobrevivir, sinoque tratamos de vivir bien, aspiramos al bienestar. No sólocomemos para vivir, sino que también vivimos un pocopara comer (para comer bien, se entiende). No sólo nospreocupamos de abrigarnos de cualquier manera en inviernopara salvar nuestra vida, sino que buscamos ropas ligeras,flexibles y atractivas, e incluso preferimos tener calefaccción.El comer bien, el arroparnos bien, la calefacción, el col-chón para dormir, etc., son otros tantos factores que, sinser necesarios para la supervivencia, sin constituir necesi-dades, contribuyen eminentemente a nuestro bienestar. Eneste sentido vamos a decir que comer bien, arroparnos bien,disponer de calefacción, dormir sobre un colchón, etc., sonalgunos de nuestros intereses. 1 Y, en general, diremos que

1 Aquí se emplea la palabra "interés" con el significado que ledamos cuando decimos que "tenemos que defender nuestros intereses"

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nuestros intereses son los factores que contribuyen a nuestrabuena vida, que determinan nuestro bienestar.

Evidentemente para vivir bien hay que empezar porvivir. No hay bienestar sin supervivencia. Y ya hemos vistoque no podemos vivir sin satisfacer nuestras necesidades.Nuestras necesidades son, pues, nuestros intereses primor-diales, que en cualquier caso han de ser satisfechos. Pero sino sólo se trata de vivir, sino también de vivir bien, otrosfactores intervienen: los intereses que no son necesidades,los intereses "lujosos" que contribuyen "meramente" a nues-tro bienestar.

Somos conscientes de algunos de nuestros intereses, perono de todos. Si soy muy aficionado al ajedrez y no encuentrocon quien jugar, tengo un claro interés en conocer al vecinodel quinto piso, a quien le pasa lo mismo. Pero yo puedoignorado. E igualmente puedo ignorar mi interés en tomarcalcio, aunque constantemente note la dolencia de espaldaque tal carencia me causa. Ni siquiera conocemos todasnuestras necesidades. A veces no somos conscientes de unanecesidad y, sin embargo, la notamos al dejar de ser satis-fecha. Así, podemos no ser conscientes de que necesitamosque el aire que respiramos contenga una determinada pro-porción de oxígeno, y sin embargo, podemos caer en lacuenta de esa necesidad al ascender a una moiltaña.

Nuestros intereses vienen en gran parte dados por nues-tra herencia y nuestra constitución biológica, pero en partedependen de nuestra educación, de nuestro entorno, denuestra experiencia de la vida, de nuestra edad, etc. Nues-tros intereses son variables, aunque siempre hay un núcleoconstante y permanente de intereses: las necesidades.

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o que '"los ganaderos tienen interés en que suba el precio de la leche".La palabra '"interés" tiene, evidentemente, otros usos, por ejemplo,para indicar curiosidad y dirección de la atención en oraciones como'"Fulano siente mucho interés por la arqueología" o '"tengo interéspor saber el resultado del último partido de fútbol".

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Deseos y fines

Muchos de nuestros deseos se refieren a nuestras nece-sidades e intereses. Cuando hace calor y sudamos, tenemossed y deseamos beber. Beber es una necesidad; si no bebe-mos, nos deshidratamos. Y puestos a beber agua, preferimosbeber el agua limpia que sale del manantial o de la botellade "agua mineral" que el agua clorada que sale del grifo.O quizás deseemos beber leche o cerveza. Aunque nuestrointerés primario -nuestra necesidad- estriba en beber,también tenemos interés en beber precisamente agua limpia(leche o cerveza). .

Sin embargo, otros deseos nuestros no se refieren a nues-tros intereses. A veces se trata de ganas repentinas y arbi-trarias, de caprichos, como cuando de pronto deseamoschutar una piedra que encontramos en nuestro camino,porque sÍ, por el gusto inmediato de chutarla, y aunque noveamos relación alguna de tal patada con nuestro bienestargeneral. Claro que necesidades, intereses y caprichos noagotan el campo del deseo.

Nuestros actos son a veces reflejos del entorno, reaccio-nes más que acciones o meros productos de la rutina irre-flexiva. Pero otras veces actuamos conscientemente en fun-ción de aquello que deseamos. En estos casos, los objetivosconscientemente deseados de nuestra acción constituyen susfines o metas -en griego, teloi (por eso la actuación queconscientemente persigue la consecución de fines se llamaactuación teleológica).

Cuando uno actúa reflexiva y conscientemente, su actua-ción es teleológica, está dirigida a la consecución de fineso . metas. Y, naturalmente, entre nuestras metas suele estarla satisfacción de nuestros intereses o, al menos, de nuestrasnecesidades. Pero ya hemos visto que no somos conscientesde todos nuestros intereses. Uno puede tener necesidadese intereses no conscientement explicitados y, por tanto, noincluidos en el sistema de fines conscientemente persegui-dos. Uno puede formular sus fines de tal manera que laestrategia más adecuada para su consecución lesione susnecesidades e intereses no explicitados.

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Así como uno normalmente no asume todos sus interesescomo fines, así tampoco tienen por qué referirse todos susfines a sus intereses.

Podemos perseguir fines independientes de nuestros in-tereses, fines desinteresados. Así, por ejemplo, uno puedefijarse como fines de su acción consciente metas tales comoel bienestar de otras personas o de generaciones venideraso la conservación de paisajes o de especies animales conlas que uno no tiene el menor contacto.

Incluso uno puede perseguir conscientemente un fin quees contrario a sus intereses bien .por falta de reflexión, bienpor haber sido persuadido por otros (el voluntario que vaa la guerrá), bien por un error de cálculo, etc.

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El sentido de las acciones

Cuando actuamos teleológicamente, en función de fines .

conscientemente explicitados, nuestras acciones adquierenun sentido. El sentido de un acto, de una acción realizadapor un agente determinado en un momento determinadoes la contribución de ese acto, de esa acción, a la consecu-ción del sistema de fines de ese agente en ese momento. Elsentido de un acto es aquello para lo que sirve ese acto,la finalidad perseguida por ese acto.

Una de las actividades más frecuentes y característicasde los seres humanos consiste en hablar. El sentido 2 de unacto lingüístico o de habla -de una proferencia- estribaen aquello que el hablante pretende conseguir con eseacto. El sentido de una proferencia puede consistir en trans-mitir información objetiva acerca de la realidad, o en llenarun vacío acústico embarazoso, o en iniciar un ligue, o eninsultar a alguien, o en animar a un corredor en su carrera,

2 Aquí usamos la palabra "sentido" con el significado que tieneen oraciones como "no sé qué sentido tiene su decisión de cerrar lafábrica" o "el sentido de estas falsas huellas dactilares está claro:despistar a la policía". Al tratar del lenguaje con frecuencia se llamasentido a lo que aquí, para distinguir, llamamos significado. Y elvocablo se usa además de muchas otras maneras: "se ha quedadosin sentido" (sentido como consciencia) ; "el sentido de la vista", etc.

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o en alcanzar favores de un dios, o en excitarse uno sexual-mente, o en enardecer a las tropas para el combate, b enexpresar la admiración de uno hacia alguien, o en mante-ner un contacto social correcto pero frío, o en aprender opracticar una lengua, o en dormir a un niño, o en despertara un viejo, etc., etc.

De lo que predicamos uno u otro (o ningún) sentidono es de la oración o pauta de proferencia, sino de la pro-ferencia misma, del acto de habla único, irrepetible y espa-cio-temporalmente localizado. El mismo individuo puedeproferir la misma oración en muy diversos sentidos. Una vezpuede decir "gracias" para expresar agradecimiento y otravez puede decir "gracias" en tono sarcástico, para expresartodo lo contrario. Las circunstancias, el contexto de la pro-ferencia, así como el tono (objetivo, irónico, irritado, debroma, de sarcasmo, etc.) con que se profiere permiten confrecuencia adivinar su sentido. Pero a veces el sentido dela proferencia es impenetrable para los oyentes, pues éstosignoran la finalidad que el hablante persigue con ella. Así,cuando un contrincante nuestro de pronto nos viene con ha-lagos y zalamerías nos quedamos perplejos y escamados, puesno logramos captar el sentido de sus proferencias -"¿Quépretenderá con todo esto?", nos preguntamos-o Y otras ve-ces ocurre que lo que decimos carece de sentido, es un sin-sentido -no responde a ninguna finalidad- o incluso esun contrasentido -tiene un efecto contrario a aquello queen ese momento pretendemos-o Vamos a ver al jefe con laintención de pedirle aumento de sueldo -nuestro fin esconseguir aumento de sueldo-, pero nos enzarzamos enuna discusión, perdemos los estribos, le insultamos y ofen-demos y, naturalmente, no conseguimos nuestro objetivo.Nuestras proferencias han carecido de sentido -aunque node función psicológica, pues han servido para desahogarnos,pero no era eso lo que pretendíamos-, incluso han cons-tituido un contrasentido. O sufrimos un mero lapsus linguae.Al recibir al presidente egipcio Sadat, el presidente GerardFord brindó "a la salud del presidente de Israel", con laconsiguiente y embarazosa carcajada general.

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El acto lingüístico no es el único tipo de acto que tiene(o no tiene) sentido. De cualquier acción humana -exceptode los actos fisiológicos dependientes del sistema nervioso-hormonal autónomo- nos podemos preguntar por su sentido.

Un gesto -concreto, token, no la pauta, type- puedetener sentido; gestos del mismo tipo pueden tener el sentidode negar, de saludar, de hacer auto-stop o de rehabilitar losmúsculos de la muñeca. Otros gestos, como los tics nerviosos,carecen de sentido -lo cual no significa que carezcan enabsoluto de función; pueden desempeñar una función fisio-lógica de descarga de tensiones, etc..

En definitiva, todo acto puede tener un sentido deter-minado: un paso que uno da al andar, un pedaleo, unfrenazo, el abrocharse el cinturón de seguridad, el encenderel intermitente de la izquierda, el desabrocharse un botónde la camisa, el lavarse las manos, el abrir la botella, el vertersu contenido en el vaso, el bebérselo, el matricularse en unafacultad, el viajar a Jerusalén, el silbar, el meterse en lacama, el entrar en la iglesia, el ayunar dos días seguidos,, ,etcetera, etcetera.

Al volante, uno puede frenar con diversos sentidos, porejemplo, para evitar el choque con el coche de delante,o para provocar voluntariamente el choque con el cocheque nos sigue, o para comprobar el estado de los frenos,o para que el policía que divisamos no note que íbamos avelocidad superior a la permitida, o para enseñar a nuestroacompañante a frenar, o para fastidiar a nuestro acompa-ñante a quiÉ~nmolestan los frenazos, etc. Uno puede tambiénfrenar sin sentido, porque sí, porque nos hemos metido bo-rrachos en el coche y vamos dándole a los pedales sin tonni son. Incluso el frenazo puede constituir un contrasentido.Conscientemente preocupados por la seguridad en la con-ducción y habiendo oído que en las curvas conviene acele-rar, estamos en una curva y queremos acelerar, pero nosconfundimos, frenamos y tenemos un accidente.

Como se ve, todo tipo de actos puede tener o no tenersentido y este sentido no es invariante respecto a las cir-cunstancias en que se produce, sino que actos del mismo

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tipo pueden tener sentido distinto (o carecer de sentido)en función de circunstancias diversas.

El sentido de la vida

Lo que da sentido a una acción es el fin con ella per-seguido por el agente. El sentido de esa acción consisteprecisamente en su contribución a la consecución de losfines del agente. Por ello una acción no motivada por finesconscientemente perseguidos es una acción sin sentido (locual, desde luego, no significa que sea necesariamente unaacción absurda). La acción sin sentido es a veces una merareacción más o menos automática, otras veces se ejecutapor hábito, rutina o tradición y en ciertos casos cumplefunciones psicológicas o fisiológicas más o menos impor-tantes.

En cualquier caso, y tal y como estamos utilizando eltérmino, sólo podemos atribuir sentido a actos, acciones oprocesos conscientes, teleológicos, dirigidos a la consecu-ción de fines. Por eso de actos, acciones o procesos cons-cientes humanos podemos preguntarnos si tienen sentido ono, y, en caso afirmativo, por cuál sea ese sentido. Pero nopodemos preguntarnos por el sentido -aunque sí por lafunción- de nuestros procesos inconscientes. Y mucho me-nos podemos preguntarnos por el sentido de procesos ajenosal hombre.

No tiene sentido (no sirve para nada) plantear la pre-gunta por el sentido del mundo o por el sentido de lavida. Se trata de preguntas mal planteadas. No podemospreguntar "¿cuál es el sentido del mundo?", pues el mundono es algo que dependa de ninguna consciencia o volun-tad, y por tanto, no es algo que pueda tener sentido. Esapregunta sólo podría ser planteada, sólo tendría sentido,si hubiera un dios omnipotente que decidiese continuamentecada hecho del universo en función de los fines suyos,aunque éstos no fueran conocidos por nosotros -como solíadecirse, "los designios de la providencia son impenetra-bles" -. En ese caso, la pregunta tendría sentido e inclusorespuesta afirmativa: los fines o designios de ese dios cons-

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tituirían el sentido del mundo. Tampoco podemos pregun-tar "¿cuál es el sentido de la vida?", pues la vida, comotal, no es un proceso consciente, teleológico, sino un pro-ceso no-consciente, bioquímico, causal. Ni el mundo ni lavida tienen sentido, y aún menos "sentido último".

Lo que sí podemos preguntarnos es "¿cuál (si es quealguno) es el sentido que queremos dar a nuestra vida?"Aquí nos preguntamos si queremos organizar nuestra vidateleológicamente, si de ahora en adelante queremos des-arrollar nuestras acciones conscientes en función de algúntelos o fin o sistema de fines. Nuestra vida, que de por sícarece de sentido, como la vida en general, es susceptible,sin embargo, de recibir -de nosotros mismos- un sentido:el que queramos darle.

Natura y cultura

La naturaleza, inmensa, abarca en su seno las sucesivasgeneraciones de hombres que se van" sucediendo sobre lafaz del planeta. Los individuos de cada generación pasan,pero hay algo que queda y se transmite, una cierta informa-ción que configura el comportamiento de los hombres. Todaesa información que se transmite de generación en genera-ción pasa por dos canales distintos: el canal hereditario delcódigo genético y el trabajoso canal del aprendizaje. Losrasgos de nuestra conducta determinados por nuestros genesforman nuestra naturaleza, nuestra natura; los rasgos apren-didos, nuestra cultura.

El que tengamos pelo o no y, si lo tenemos, de qué color,es un rasgo natural. El que nos lo cortemos, peinemos eincluso tiñamos, y de qué manera lo hagamos, es un .rasgocultural. Ya al nacer "sabemos" cómo hacer crecer nuestropelo, pero sólo mucho después aprendemos a peinado. Pornaturaleza mamamos, masticamos, deglutimos y digerimos,pero la cocción de los alimentos o el uso de la cuchara yel tenedor representan adquisiciones culturales. Por natura-leza tenemos pies y por cultura, zapatos.

Muchas de las cosas más impqrtantes que hacemos y,desde luego, las más imprescindibles para nuestra super-

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vivencia -como bombear la sangre por todo el cuerpo através de arterias y venas, oxigenarla en los pulmones, fil-trarla en los riñones, etc.- las sabemos hacer sin que nadienos haya enseñado a hacerlas y está grabada en cada unade nuestras células. Tampoco hemos tenido que aprender aabrir las pupilas cuando oscurece ni a refrigerarnos sudandocuando el calor aprieta. Todo eso forma parte de la natura.

"Cultura", en latín, significa primariamente agricultura.y todavía nosotros hablamos de la cultura del arroz y califi-camos de incultos a los campos no cultivados. Desde la revo-lución cultural del neolítico, la agricultura es uno de losingred~entes básicos de la mayoría de las culturas y, desdeluego, de la nuestra. La agricultura no es algo congénito;es algo que se aprende. El agricultor necesita aprender -desus padres, de la escuela o de donde sea- cómo y en quéépoca se roturan las tierras, qué semillas se siembran, quéabonos se aplican, cómo y con qué instrumentos se practicala recolección, etc. Pero la cultura no se limita a las activi-dades que designamos con palabras que la incluyen -agri-cultura, silvicultura, piscicultura, etc.-. El lenguaje, porejemplo, forma parte de la cultura, pues el hablar -a dife-rencia del llorar o el reir- requiere un aprendizaje. Nadienace sabiendo hablar (con la posible excepción de Confucio,si hay que dar crédito a viejas leyendas chinas). Tambiénhemos de aprender a limpiarnos los dientes y a conducirautomóviles, a buscar trabajo y a pedir créditos, a obedecery a mandar, a saludar y a resolver ecuaciones de segundogrado, a bailar el tango y a cantar gregoriano. Todo estoforma parte de nuestra cultura.

Todos los hombres tienen parecidas necesidades. Pero,a lo largo del tiempo, diversas poblaciones humanas quevivían en estado de relativo aislamiento han desarrolladodiversas culturas (o, como a veces también se dice, diversossistemas socioculturales), con las que han logrado hacerfrente al reto de sus diversos entornos y han satisfecho conmayor o menor fortuna sus necesidades.

Una cultura (o un sistema sociocultural) abarca todo tipode instituciones, esquemas y pautas d.e conducta, desde laexplotación de los recursos del. medio -agricultura, pesca,

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minería, etc.- y su elaboración artesanal o industrial hastala cosmovisión o concepción del mundo y de la vida, pasandopor la división en clases y la segmentación en clanes o pro-vincias, las normas morales, la expresión artística y la estruc-tura familiar.

En el pasado han coexistido sobre la Tierra numerosasculturas diferentes y muchas de ellas todavía perviven ennuestros días, aunque en general como fenómenos residual esen vías de extinción. En efecto, a partir del siglo XVIIse handesarrollado en Europa Occidental unos nuevos elementosculturales -la ciencia, la tecnología, la industria (en el sen-tido moderno de estas palabras)- que, al mismo tiempo quehan vaciado a la cultura en que surgieron de gran partede su antiguo contenido religioso, político y moral, le hanproporcionado un dinamismo y una eficacia incomparables.Por ello hemos asistido en los dos últimos siglos a un pro-gresivo e imparable proceso de aculturación ecuménica, enque todos los pueblos del mundo han dado entrada -demejor o peor gana, según los casos- en sus propios sistemassocioculturales a crecientes porciones de esta cultura occi-dental ~"occidental" de un "Occidente" que en cualquiercaso incluye a Rusia, China, Australia y Japón, claro está-o

Racionalidad teórica individual

La racionalidad teórica no es una facultad más o menosmisteriosa que unos tendrían y otros no. La racionalidadteórica es un método a la disposición de todos. Este métodotiene por misión maximizar la claridad, precisión y veraci-dad de nuestras creencias, tanto de nuestras creencias gene-rales acerca del mundo (cosmovisión), como de nuestrascreencias particulares acerca de ámbitos concretos y limita-dos por los que de algún modo nos interesamos.

Si cada uno de nosotros tuviese que construir su propiaimagen del mundo desde el principio y a partir de cero,es evidente que no llegaríamos muy lejos. La elaboraciónde esa imagen del mundo es tarea ardua y de largo alcance,obra de muchas generaciones más que de individuos aislados.y en efecto, en la mayoría de las culturas existen religiones,

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mitos, leyendas y doctrinas que, transmitidas de generaciónen generación, de hecho han saciado el hambre de cosmo-visión de los hombres a lo largo de la historia. El problemaaquí estriba en que ese tipo de cosmovisiones ofrecen muypocas garantías desde el punto de vista de la maximizaciónde la claridad, precisión y veracidad, que es el de la racio-nalidad teórica.

Afortunadamente para nosotros, vivimos en una culturadonde existe la ciencia, fenómeno raro y reciente en lalarga historia del desarrollo cultural de la humanidad. Ennuestro sistema sociocultural funcionan desde hace tiempocomunidades numerosas y relativamente autónomas de espe-cialistas competentes, dedicadas profesionalmente al des-arrollo, aplicación, transmisión y crítica de teorías cientí-ficas sobre áreas determinadas de la realidad de acuerdo connormas y reglas implícitas y explícitas que tienden precisa-mente, y entre otras cosas, a maximizar a la larga la claridad,precisión, alcance y veracidad de nuestras ideas sobre elmundo. En estas comunidades científicas juega un papelimportante la racionalidad teórica colectiva, tema complejodel que no me voy a ocupar aquí, pues lo que ahora meinteresa es la racionalidad teórica individual del-digamos-hombre de la calle y no la racionalidad teórica colectiva dela empresa científica.

Pues bien, respecto a un dominio determinado de larealidad, para el hombre de la calle, e incluso para el cien-tífico dedicado a otros menesteres e ignorante de ese domi-nio, lo más racional -lo más eficaz desde el punto de vistade la maximación de la veracidad de las propias creencias-consistirá sencillamente en enterarse de lo que dice lacomunidad científica correspondiente respecto a ese campoy creérselo. Intentos quijotescos de desarrollar ideas propiases probable que sólo nos lleven a la pérdida de tiempo oincluso a conclusiones falsas y desfasadas sobre el temaen cuestión. Así, pues, respecto a los astros, lo esencialconsistirá en que nos creamos lo que nos dicen los astróno-mos; respecto a las bacterias, lo que nos dicen los microbió-logos; y respecto a los antiguos sumerios, lo que nos dicenlos arqueólogos. Si la comunidad científica pertinente anda

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a la greña respecto a un punto concreto que nos interesa,. lo racional será que nos abstengamos de opinar, hasta que

la comunidad científica alcance un cierto consenso al res-pecto (o bien, si tanto nos interesa el asunto, que pro-fundicemosen las razones de los unos y los otros, a fin deformarnos nuestro propio juicio, pero eso resulta difícil,dado el nivel técnico inevitable de todas las especialidadescientíficas; claro que podemos hacerlo a pesar de todo, peroentonces ya habremos dejado de ser el hombre de la callede que aquí hablamos para convertirnos en un aprendiz deespecialista).

El creernos lo que nos dice la ciencia es un punto fun-damental de la racionalidad teórica. Pero la ciencia no nosdice todo lo que nos interesa y es relevante para nosotros.Otras muchas de nuestras creencias habremos de formár-noslas nosotros mismos, combinando resultados científicos yobservaciones personales directas, testimonios fiables y de-ducciones propias, etc., cuidando siempre de que el sistematotal de nuestras creencias sea consistente, abierto y some-tido a constante revisión, en función de nuevas experienciaspropias, de nuevas noticias o de cambios en las opinionescientíficas vigentes. Pero, puesto que de todo esto ya hehablado en otro lugar, 3 no voy a extenderme más en ello.

Naturalmente que este concepto de racionalidad teóricaindividual, en el que tan decisivo papel juega la ciencia, noes aplicable en la mayoría de las culturas. Este conceptosólo es aplicable en nuestra cultura -que prácticamente yaabarca el planeta entero- y en cualquier otra cultura quepueda surgir en el futuro, mientras conserve la empresacientífica como uno de sus elementos esenciales.

La racionalidad práctica

La racionalidad práctica, al igual que la teórica, no esuna facultad psicológica, sino un método, una estrategia.Pero esta estrategia no se despliega en el campo de las

.3 Véase mi artículo "El concepto de racionalidad", publicado enesta misma revista Teorema (1973), págs. 455-479.

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creencias, sino en el de las acciones; no nos indica cómopensar, sino cómo vivir; no tiende a la verdad, sino, endefinitiva, a la felicidad.

Vivir racionalmente es vivir en función de las metas más

lejanas e importantes, es aclarar lo que queremos y actuarde tal modo que lo obtengamos en la mayor medida posible.

La dificultad con que tropezamos para hacer lo quequeremos no suele ser tanto que no podamos hacer lo quequeremos, cuanto que no sabemos qué es lo que queremoshacer. Estamos inquietos y desasosegados, nos echamos aandar antes de definir el rumbo, nos agitamos sin sentido.Nos falta un norte, una meta que nos ponga en tensión ynos oriente en el camino. Al andar se hace siempre camino,pero sólo es racional el camino que nos conduzca precisa-mente allí a donde nosotros queremos ir.

La primera condición de la conducta racional consiste,pues, en la exploración, aclaración y explicitación conscientede los propios fines.

Olvidarse de sí mismo o sacrificarse a sí mismo en arasde otras instancias -de dios, de la patria, del rey, delpartido, de la familia o del estado- puede resultar admi-rable, pero no es racional en el sentido que aquí damos aesta palabra. Y de poco servirá que sigamos el consejoevangélico de amor a los demás como a n~sotros mismossi no empezamos por amarnos a nosotros mismos. Quien secomporta racionalmente, no pierde de vista sus propios inte-reses, su propio bienestar. Alguien objetará que el santo yel héroe se olvidan de su propiQ bienestar. Pero es que niel santo ni el héroe se comportan racionalmente. La santidady el heroísmo pueden constituir ideales de vida respetablese incluso admirables, pero en cualquier caso distintos delideal de la racionalidad.

La segunda condición de la conducta racional consiste,pues, en la asunción de los propios intereses en el sistemade fines; es decir, el bienestar propio ha de ser uno denuestros fines últimos.

Si hemos de organizar nuestra acción y, en definitiva,nuestra vida en función de nuestros fines últimos, no nosbastará con meras indicaciones generales. Los fines últimos

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han de ser articulados en fines intermedios, si es que hande ser operativos como guías de la acción concreta. Así, elfin último del bienestar propio ha de ser articulado mediantela explicitación de los diversos intereses, asumidos comofines intermedios. Cuanto más completa y realista sea estaarticulación, tanto más eficazmente podremos lograr la con-secución de nuestro fin último.

Los fines no son siempre independientes unos de otros.A veces un fin sirve de restricción a otro, es decir, nos fija-mos como fin la maximización de algún parámetro, perodentro de cierta restricción, es decir, queremos conseguiralgo en la mayor medida compatible con la realización deotro de nuestros fines. Alguien puede desear tener el mayornúmero de hijos posible que pueda alimentar y educar. Esapersona tiene dos fines: el de maximizar el número de sushijos y el de alimentar y educar convenientemente a todossus hijos; evidentemente el primer fin actúa como parámetroa maximizar, sometido a la restricción del segundo. Alguienpuede pretender comer tantos dulces como pueda mientrasno engorde. Es decir, ese alguien tiene dos fines: el demaximizar la cantidad de dulces que come y el de conservarla línea (o el peso); e igual que en el caso anterior, el segundofin actúa de restricción del primero. E,s evidente que a lahora de proyectar teleológicamente nuestra acción, no pode-mos perder de vista ni los fines a maximizar ni las restriccio-nes a las que queremos someter aquellos fines, y que, portanto, constituyen ellas también fines que han de ser expli-citados.

La tercera condición de la conducta racional cQnsiste,pues, en la articulación de nuestros fines últimos en finesintermedios y en la explicitación de las relaciones de limita-ción o restricción mutua que queremos imponer a nuestrosfines.

No hay ningún método para alcanzar lo imposible o loincoherente. La estrategia de la racionalidad sólo es viablesi el sistema de fines perseguidos es coherente, es decir,si cada fin es posible y si los diversos fines son compatiblesentre sÍ. Un hombre puede pretender vestirse como unamujer o vivir muchos años, pero no puede racionalmente

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pretender quedar embarazado o ser inmortal. Y nadie puedeorganizar su vida de tal manera que trate al mismo tiempode ganar la mayor cantidad posible de dinero y de disponerde la mayor cantidad posible de tiempo libre.

La cuarta condición de la conducta racional consiste enla coherencia de nuestro sistema de fines, es decir, en quecada uno de nuestros fines sea posible y compatible conlos demás.

Si de lo que se trata es de maximizar la consecución denuestros fines, tendremos que enterarnos de cuáles son losmedios más eficaces para conseguidos. Si queremos evitarel coger una determinada enfermedad infecciosa, debemosenterarnos de si existe una vacuna contra ella y de quéotros medidas profilácticas resultan eficaces en su preven-ción. Si queremos ganar las elecciones, hemos de conocerla manera de ganarnos la adhesión del electorado. Si que-remos hacer el amor sin tener hijos, hemos de conocer losmétodos anticonceptivos a nuestra disposición. Y si quere-mos tener hijos sin hacer el amor, hemos de enterarnos delas técnicas disponibles de inseminación artificial. En cual-quier caso está claro que por muy diáfana que sea nuestraconciencia de los fines, mientras no tengamos ciencia delos medios, no podremos organizar racionalmente nuestra. ,aCCIono

La quinta condición de la conducta racional consiste enel conocimiento -o, al menos, el intento de conocimiento-de los medios adecuados para la consecución de los finesperseguidos.

Es evidente que no basta con conocer teóricamente losmedios adecuados para la obtención de nuestros fines, side 10 que se trata es de maximizar la consecución de estosfines. Además de conocer los medios, es necesario ponerlosen obra. En esto estriba precisamente el momento esencial-mente práctico de la racionalidad. A veces ocurre que unapareja que desea no tener hijos y que conoce perfectamentelos medios anticonceptivos hace el amor sin usar siquieraun mal preservativo. O que la embarazada que desea lomejor del mundo para su futuro hijo sigue fumando duranteel embarazo, a sabiendas de que eso probablemente está

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perjudicando a1 feto. O que el matriculado en un curso deinglés con la seria intención de aprender esa lengua porpereza deja de ir a las. prácticas, aunque sabe que con ellono va a alcanzar su objetivo. De ninguna de esas personasdiríamos que se está comportando racionalmente en lascircunstancias descritas. La racionalidad supone el compro-miso práctico de hacer cuanto esté en nuestra mano porconseguir los fines que nosotros mismos nos marcamos, derealizar los actos y usar los procedimientos y las técnicas yefectuar los trámites necesarios para la consecución denuestros fines.

La sexta condición de la conducta racional estriba en ladecisión de poner en obra -al menos en la medida en quepodamos- los medios adecuados a la consecución de nues-tros fines.

Decimos que varios fines están en la misma línea si unode ellos, el fin inmediato, sólo nos interesa en cuanto mediopara obtener un segundo fin, que a su vez sólo perseguimospor su contribución a la consecución de un tercer fin, quepor su parte está en función de otro fin aún más lejano, etc.,hasta llegar al fin último de esa línea. Así buscamos un taxipara que nos traslade a la estación, a fin de coger el trenpara Valencia, a fin de visitar allí al famoso cirujano esté-tico, con objeto de que arregle la forma de nuestra nariz,a fin de tener más éxito en nuestra carrera cinematográfica,para así ganar más dinero y de este modo poder dedicarnoscuanto antes a la filatelia, que es 10 que en el último términodeseamos. En esta línea de ocho fines, la actual búsquedadel taxi constituye el fin inmediato; la dedicación a lafilatelia, el fin último; y el resto de los fines forman eslabo.nes intermedios. La táctica tiene que ver con la consecuciónde los fines inmediatos; la estrategia, con la de los finesúltimos. Si nos comportamos racionalmente, subordinamos latáctica a la estrategia; si hay conflicto entre fines de lamisma línea preferimos siempre los fines posteriores sobrelos anteriores; y estamos siempre dispuestos a cambiar losfines intermedios por otros alternativos que mejor puedanconducir a los fines últimos o a saltarnos fines anteriores,tomando atajos que nos lleven directamente a los posteriores.

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Quizá resulta que podemos arreglarnos la nariz sin necesi-dad de ir a Valencia, o que podemos hacer carrera cinema-tográfica . sin arreglarnos la nariz, o que podemos ganardinero fuera del cine o que podemos consagrarnos a la fila-telia sin disponer de dinero propio, obteniendo, por ejemplo,el cargo de conservador del museo de sellos de correos.

Como séptima condición de la conducta racional exigi-remos la subordinación de la táctica a la estrategia, es decir,la preferencia de los fines posteriores sobre los anterioresde la misma línea.

Acabamos de ver que el agente racional está siempredispuesto a sacrificar un fin próximo por otro más remotode la misma línea. Pero no es sólo eso. El agente racionalno es testarudo, no se aferra de una vez por todas a lospropios fines, una vez formulados, está dispuesto a reformu-lar sus fines cuando -por cambios en las circunstancias) oen los gustos, o en la edad, o por la adquisición de nuevosconocimientos o la acumulación de experiencias o por loque sea- sus deseos o intereses hayan cambiado. Está cons-tantemente dispuesto a borrar fines de la lista, a añadir otrosnuevos, a quitar o añadir restricciones y, en general, a revisary volver a articular el sistema de los fines de acuerdo conlos cambios que el propio agente o el mundo que les rodeavaya experimentando. El agente racional está siempre dis-puesto a negociar, a pactar y a coaligarse con otros, inclusosi para ello tiene que renunciar a una parte de sus fines, sicon ello puede obtener la satisfacción de otros fines másimportantes para él y que de otro modo no lograría alcanzar.El agente racional es, pues, por añadidura, razonable.

La octava condición de la conducta racional requiere laconstante disposición del agente a revisar, reformular ynegociar el sistema de sus fines en función de sus cambiantesintereses, deseos y circunstancias.

Resumiendo y simplificando, podemos decir que un in-dividuo cualquiera X es racional en su conducta si y sólo si:

(1) X tiene clara conciencia de sus fines.(2) X incluye su propio bienestar entre sus fines.(3) X articula explícitamente el sistema de sus fines

y sus interrelaciones de dependencia y restricción.

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El sistema de fines de X es violable.X conoce los medios adecuados para la consecu-ción de sus fines.X pone en obra -al menos, en la medida de loque puede- los medios necesarios para la con-secución de sus fines.En caso de conflicto entre fines de la mismalínea X da preferencia a los fines posteriores so-bre los anteriores.X está dispuesto a revisar, reformular y negociarel sistema de sus fines en función de sus cam..biantes deseos, intereses y circunstancias.

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En definitiva, la racionalidad práctica es el método prag-mático y consciente que conduce a la maximación tanto denuestro bienestar como de nuestros fines desinteresados,organizando teleológicamente nuestra vida y proporcionán-dole así un sentido. No es ésta, evidentemente, la únicamanera de dar un sentido a nuestra vida y a nuestra acción.Así, por ejemplo, tanto el quijote que persigue fines impo-sibles como el santo y el héroe que se olvidan de su propiobienestar pueden dar un sentido bien definido a su propiavida e incluso alcanzar la gloria y la fama. Pero si de loque se trata no es de la gloria, sino de la felicidad -queincluye el bienestar, pero lo trasciende-, entonces la racio-nalidad práctica constituye el método idóneo a aplicar, puesla racionalidad práctica no es otra cosa que la estrategialúcida y eficaz para la consecución de la felicidad posible.

La racionalización de la cultura

Nuestra conducta racional está condicionada, posibili-tada y limitada por la cultura en la que vivimos y de laque partIcipamos.

Fijamos nuestras metas últimas en función de la ideaque tenemos del mundo, de lo que sabemos -o al menos,creemos- acerca del mundo. Pero este saber acerca delmundo, esta cosmovisión, nos viene dado en su mayor partepor la cultura en la que nos movemos, y sólo podremos fijarracionalmente nuestras metas últimas si nos basamos en una

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cosmovisión racional, es decir, científica. Pero sólo en nues-tra actual cultura universal se ha desarrollado una cosmo-visión de este tipo. Sólo en, esta cultura puede uno plantearsela racionalidad teórica y, por tanto, también la práctica, queviene condicionada por la anterior.

Además de esta dependencia de la racionalidad prácticarespecto a la teórica -que a su vez presupone la racionali-dad teórica colectiva o empresa científica, parte funda-mental de nuestra cultura-, la racionalidad práctica de-pende también en muchos otros sentidos de la cultura enque se desarrolle. Nuestros intereses, nuestro bienestar, tie-nen una base común transcultural, pero en otra gran partedependen del sistema sociocultural en que nos encontremosinmersos. Además, qué sistemas de fines resulten viablesy cuáles otros inviables depende, evidentemente, de las po-sibilidades que nuestro sistema sociocultural ofrezca. Y losmedios para alcanzar nuestros fines se concretan en pautasde acción, técnicas, instrumentos, cauces jurídicos, econó-micos y sociales, etc., que en su mayor parte nos vienendados por la cultura en la que nos hallamos insertos.

De todo esto se sigue que si queremos vivir racional-mente, no podemos desinteresarnos de nuestra cultura.Tenemos un doble interés en el progreso de la ciencia, uninterés puro o teórico en el progreso de la ciencia comocosmovisión, como base de la fijación de nuestros finesúltimos y como satisfacción de nuestra curiosidad, y uninterés práctico en el progreso de la ciencia como baseoperativa de múltiples tecnologías. Tenemos también uninterés fundamental en el progreso de la tecnología, puescuantas más posibilidades nos ofrezca la tecnología de nues-tro tiempo, tanto más completos serán los sistemas de finesviables a los que podremos aspirar y tanto más fácilmentepodremos conseguidos. Es evidente, por ejemplo, que lamedida en que podamos conseguir nuestro fin de optimizarnuestra salud depende en gran parte (aunque no sólo) delprogreso de la higiene y la medicina. Tenemos igualmenteinterés en que las estructuras económicas, sociales, políticasy jurídicas sean lo más adecuadas posible a la más fácilconsecución de nuestros fines. Tenemos interés en que nues-

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tro sistema sociocultural minimice el esfuerzo necesario parasatisfacer nuestras necesidades y maximice las oportunidadesde movilidad social, ocupacional, espacial, etc.; en que mi-nimice el riesgo de que seamos asaltados, robados, raptados,violados, maltratados o asesinados y maximice nuestras opor-tunidades de tener encuentros interpersonales placenteros,,etcetera.

Tanto si hablamos de la ciencia como de la tecnología,de la medicina como de los modales, de la organizacióndel trabajo como de las garantías jurídicas, de la enseñanzacomo de los espectáculos, estamos hablando de rasgos cul-turales, estamos hablando de la cultura. Y como hemosvisto que de este tipo de cosas dependen fundamentalmentetanto los fines que podamos fijarnos como los medios conque podamos conseguidos, queda claro que la racionalidadpráctica depende esencialmente de la cultura.

Una cultura es un conjunto de pautas de conducta, deinstituciones, de ideas, etc. En la mayor parte de los casosesas pautas, instituciones e ideas son aceptadas sin discusiónpor todos o la mayoría de los componentes del grupo humanoen cuestión. Pero a veces ocurre que algunas de esas pautasde conducta y de esas instituciones carecen de sentido, nocumplen ninguna de las finalidades ni satisfacen los inte-reses de las personas que las aceptan. Unas veces se tratade pautas que en otro tiempo tuvieron sentido, pero luegolo han perdido por completo, a pesar de lo cual se man-tienen por tradición. (Por ejemplo, en la Edad Media lacelebración del carnaval tenía un claro sentido: se tratabade aprovechar al máximo la última oportunidad de comery gozar antes de iniciar el largo período de ayuno, absti-nencia y castidad de la cuaresma. Pero en nuestro tiempo~donde ya naaie se abstiene de nada durante la cuaresma,el carnaval ha perdido su sentido; sin embargo, sigue cele-brándose). Otras veces se trata de pautas absurdas, quenunca tuvieron sentido (piénsese en las múltiples mutila-ciones a las que tradicionalmente se ha sometido la genteen muchas culturas: tatuajes, deformación de los labios,orejas, cuello, clitoritomía, estrujamiento de los pies feme-ninos, etc.) y sin embargo, se transmiten de generación en

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generación. Con frecuencia, las pautas culturales cumplenalguna función e incluso tienen cierto sentido, pero otraspautas alternativas podrían cumplir mucho más eficazmentela misión encomendada y tendrían así más sentido.

Diremos que racionalizamos un ámbito determinadocuando explicitamos nuestros fines e intereses comunes res-pecto a ese ámbito y ponemos en cuestión las pautas cultu-rales relativas a él, sopesando su eficacia, modificándolaso sustituyéndolas por otras nuevas diseñadas ad hoc, segúnsu respectivo rendimiento y con vistas a la maximizaciónde la consecución de nuestros fines y de la satisfacción denuestros intereses. Cuando racionalizamos una faceta denuestra cultura es como si la sacáramos de la penumbra tra-dicional en que había estado sumida, transmitida y acep-tada hasta ahora y la sometiésemos a los potentes focosiluminadores del exámen crítico, rediseñándola en funciónde nuestros conocimientos científicos, nuestras posibilidadestecnológicas y nuestros intereses y fines, conscientementeperseguidos.

La racionalidad práctica del individuo -como estrategiapara maximizar la consecución de sus propios fines- pasapor la racionalización 4 de la cultura, del sistema sociocul-tural en que vive.

La incompleta racionalidad.

La racionalidad práctica es un método, una manera deactuar que todos aplicamos en mayor o menor medida.Nadie es irracional del todo y nadie e's racional del todo.

, Lo más frecuente es que la gente actúe racionalmenterespecto a unas cosas e irracionalmente respecto a otros.

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4 Aquí usamos la palabra "racionalización" con el significadoque le damos cuando, por ejemplo, hablamos de "la necesaria racio-nalización del sistema de transportes públicos" de nuestra ciudad,es decir, racionalización como introducción de la racionalidad en uncampo determinado. Evidentemente esto no tiene nada que ver conel uso de la palabra "racionalización" en el psicoanálisis de raízfreudiana para designar la pseudoexplicación encubridora de moti-vaciones penosas o conflictivas.

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. Hay quien actúa racionalmente en sus negocios e irracio-nalmente en sus ocios. Hay quien actúa racionalmente consus electores e irracionalmente con sus hijos. Hay quiencome racionalmente, pero bebe irracionalmente. Y hay quienestá en la situación inversa. La gente es con frecuencia par-cialmen te racional.

Esta parcial racionalidad práctica individual se reflejaen la cultura en forma de una parcial racionalización. A lolargo de los últimos cuatro siglos nuestra cultura "occidental"ha ido siendo sometida a una serie de intentos más o menosexitosos de racionalización parcial, pero nunca se ha inten-tado su total racionalización. El resultado es la situaciónactual de nuestro sistema sociocultural, en el que determi-nados aspectos han sido considerablemente racionalizados,mientras que otros han quedado en la inerte penumbra dela tradición.

Todos los animales, incluidos los hombres, estamos some-tidos a las leyes de la naturaleza. En especial, todas laspoblaciones animales, incluidas las humanas, necesitan parasu supervivencia mantener una serie de equilibrios internosy con el entorno, con el planeta. La mayor parte de lasculturas han estado en armonía con la naturaleza en elsentido de que no han alterado peligrosamente los equili-brios naturales. Nuestra cultura, por el contrario, y precisa-mente a causa del éxito de sus diversas racionalizacionesparciales, ha alterado irreversiblemente, ha roto múltiplesequilibrios naturales esenciales para nuestra supervivencia.

Uno de los más importantes equilibrios naturales que laspoblaciones animales normalmente mantienen es el equili-brio de su población, la estabilidad del número de i~diy.id:uosque la integran. Este mismo equilibrio poblacional suelenmantenerlo también los pueblos con culturas "primitivas".Quien ha roto ese equilibrio en su seno -y a continuaciónha exportado o contagiado ese desequilibrio a casi todas lasdemás culturas- ha sido nuestra cultura, debido, como siem-pre, a la incompleta racionalidad, a la aplicación parcial dela racionalidad a uno de los polos del equilibrio, dejando elotro en la penumbra de la tradición irracional. Mientrasfuncionan los equilibrios naturales, una población animal o

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humana "primitiva" permanece estabilizada. Crías nacen ycrías mueren en proporciones tales que en cada generaciónhay el mismo número de reproductores que en la anterior.En el caso humano, la pareja suele tener, natural y tradi-cionalmente, un número elevado de hijos -digamos diezde promedio-, de los cuales la mayoría, natural y tradi-cionalmente mueren en la infancia víctimas de diversasenfermedades, con lo que sólo dos o tres alcanzan la edadreproductiva, el número adecuado para mantener la esta-bilidad demográfica. El equilibrio es el resultado de unagran natalidad infantil y una gran -pero algo menor-mortalidad infantil. Aquí ha intervenido una racionalizaciónparcial de nuestra cultura en lo que respecta a la mortalidadinfantil, dejando la natalidad en el estadio de naturalezay tradición irracional. Nuestra cultura ha dominado y redu-cido drásticamente la mortalidad infantil, pero ha dejadola natalidad como estaba. El resultado ha sido catastrófico:la explosión demográfica. Hemos roto un equilibrio natural,pero no lo hemos reemplazado por otro nuevo equilibrioartificial, racional.

Otro importante equilibrio natural es el relativo al man-tenimiento de los recursos naturales de que vive una pobla-ción animal determinada. En las sabanas africanas, los leonescazan cebras y los guepardos cazan gacelas desde tiempoinmemorial, pero sólo cazan cebras o gacelas aisladas, en-fermas o sobrantes. Jamás los predadores cazan demasiado,jamás ponen en peligro la estabilidad de la población desus presas. Las cebras y gacelas, a su vez, comen las gra'-míneas silvestres de la sabana de tal manera que éstassiempre vuelven a crecer. (Recientemente el hombre haintroducido en la sabana el ganado doméstico, que comelas hierbas hasta la raíz, de tal modo que éstas no vuelvena crecer, transformándose la sabana en un desierto; esteproceso de desertización está actualmente en marcha enmuchas zonas de África). Los hervíboros actúan de tal modoque siempre haya hierba. Los carnívoros actúan de talmodo que siempre haya carne. Y los pueblos de culturas"primitivas" explotan igualmente su entorno sin degradadoy sin agotar las fuentes mismas de su sustento. El equilibrio

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natural se mantiene. Pero también aquí se interfieren lasparciales racionalizaciones de nuestra cultura. Ya hemoscitado la desertización de, amplias zonas de la sabana afri-cana. Hablemos ahora del caso escandaloso de la caza yexterminio de las ballenas. Hace millones de años queinnumerables ballenas -los más grandes animales- reco-rrían majestuosamente los océanos. De vez en cuando unpescador cazaba una ballena con un arpón arrojado amano. Las escasas víctimas así producidas mantenían a losprimitivos balleneros sin poner en peligro la estabilidad dela población de las diferentes especies de grandes cetáceos.Pero una racionalización parcial de nuestra cultura introdujotécnicas eficacísimas de captura de ballenas: localizaciónpor radar, disparo de arpones con cañón, flotas ballenerasy factorías flotantes de despiece de ballenas, etc. Al mismotiempo, los intentos de racionalizar la protección de lasballenas. fueron tardíos e ineficaces, en gran parte debidoa la oposición de la Unión Soviética y el Japón, poseedoresde las mayores flotas balleneras del mundo, que estánacabando de exterminar las últimas especies de ballenasque quedan. Dentro de unos años ya no habrá ballenas oquedarán tan pocas y aisladas que ya no valdrá la penabuscarlas. Las industrias balleneras soviética y japonesa sevendrán abajo, pero antes habrán sacrificado a estas mag-níficas especies, que entre otras cosas podrían haber consti-tuido un valioso recurso natural renovable. El resultado deesta parcial racionalización ha sido de nuevo catastróficoy ha producido la rotura de otro equilibrio natural.

La industria produce bienes -productos útiles que hacennuestra vida más agradable- y males -ruidos, contamina-ción del aire y del agua, residuos sólidos, etc. que hacennuestra vida más desagradable-. Y mientras hemos racio-nalizado muy eficazmente la producción de bienes, hemosdejado que la naturaleza se encargue de eliminar los males.Pero la naturaleza sólo puede eliminar y reciclar aquelloque ella produce. Si artificialmente nos salimos de los ciclosnaturales de producción, igualmente habremos de encargar-nos de los de eliminación. Los plásticos los hemos inventado

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nosotros. La naturaleza no sabe cómo eliminados. Y si racio-nalizamos la producción de plásticos, pero no su eliminación,creamos un nuevo desequilibrio.

Nuestra incompleta racionalidad, la parcial racionaliza-ción de nuestra cultura, nos ha llevado a la ruptura de losequilibrios ecológicos y no ha sido capaz de establecernuevos equilibrios. El resultado es la crisis en que nosencontramos. Si a esto se añade que nuestra actual culturase basa en el rápido y despreocupado despilfarro de losescasos recursos no-renovables formados por los combusti-bles fósiles como fuentes de energía y por las concentracionesminerales como fuentes de metales y que esta dilapidaciónva a conducir en breve plazo (menos de 100 años, en algunoscasos, menos de 40) al completo agotamiento de los mismos,fácil es ver que esta cultura nuestra en su forma actual tienelos días contados. Al contrario de lo que pasaba con lasculturas primitivas, nuestra cultura actual habrá tenido unaexistencia efímera.

A medida que vamos notando la falta de muchas cosasque hasta ayer teníamos, nos damos cuenta de que lasnecesitábamos, aunque no nos hubiéramos preocupado porellas, pues las dábamos por supuestas; hemos empezado atomar conciencia de nuestro interés en disponer de tranqui-lidad y de silencio, de aire puro yagua limpia, de soledady naturaleza intacta.

¿A dónde vamos? ¿A dónde va la humanidad? La pobla-ción humana crece anárquicamente y crece más allí dondemenos se la puede alimentar. Pero no crece con una metadeterminada o porque queramos que crezca. Crece al azarincontrolado de los nuevos desequilibrios creados. por laincom pleta racionalidad. Los recursos naturales de energíay materias primas se van gastando alegremente sin previsiónninguna, hasta que se acaben. Y ¿luego, qué? Luego, el .

diluvio o el milagro. Los paisajes se degradan, las ciudadesse hacen invivibles, ríos y mares se envenenan, numerosasespecies animales son reducidas o exterminadas. Todo ellono estaría tan mal si así lo quisiéramos, si realmente quisié-ramos transformar este jardín que es el planeta azul en unestercolero sin vida. Pero, ¿es realmente eso lo que quere-

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mas? En cualquier caso, todos estos desastresde procesos desmadrados, no conscientementeni teleológicamente dirigidos.

son efectosencauzados

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A lo largo de su historia (y de su prehistoria), el hombreha desarrollado múltiples culturas, en las que siempre hanabundado los rasgos irracionales. En una de ellas -la detradición cristiano-europea- los elementos racionales se hanido desarrollando más y más hasta dar lugar a una nuevacultura, que ya no es cristiana ni europea, sino universal.A pesar de los residuos más o menos folklóricos de otrasculturas que todavía perduran, la nueva cultura universalha sido adoptada por la casi totalidad de los pueblos. Deahí que la crisis de esta cultura sea una crisis global y quesus efectos se dejen sentir por toda la superficie del planeta.

Cada vez está más claro que las cosas no pueden seguirindefinidamente como hasta ahora. Nuestro sistema sociocultural, nuestro mundo, ha entrado en crisis. Y los aspectosmás visibles de esa crisis son el resultado de la aplicacióntecnológica (basada en la ciencia) a unos campos sí y a otrosno, son el resultado -en definitiva- de la desigual aplica-ción del método racional a parcelas sectoriales de la acti-vidad humana.

Ante la situación de crisis de nuestra cultura caben tresactitudes:

La primera actitud consiste en despreocuparse de lacrisis, en meter la cabeza en la arena como (según la leyenda)hace el avestruz, en ir resolviendo los problemas día a díay en confiar en que dios o la ciencia ficción solucionen ala larga nuestros problemas. Esta actitud, la más extendidaactualmente, nos lleva a una época de conflictos insospecha-dos y generalizados que puede acabar en un gran cataclismoecológico, en que la madre naturaleza finalmente restablezcapor las malas los viejos equilibrios naturales.

La segunda actitud ante la crisis consiste en proponerun alej amiento -un Abkehr- de la ciencia y de la técnica,como presuntas culpables de la crisis y en predicar un

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retorno -un Zurück- a la naturaleza, una vuelta a unpresunto estado previo de armonía y buenos sentimientos.Este tipo de pseudosolución utópica, oscurantista y escapistaes propugnado por los más diversos grupos -desde los reli-giosos hasta los anarquistas, pasando por los hippies y loscontraculturales- que suelen tener la suficiente sensibilidadcomo para darse cuenta de la crisis de nuestra cultura, perocarecen de la suficiente lucidez como para encararse a ellacon realismo y decisión. Además, los que sostienen estaactitud olvidan que los viejos equilibrios de la madre natu-raleza aseguraban la supervivencia de las especies, las razasy los grupos, pero no la felicidad de los individuos. Unavuelta a la armonía de la naturaleza y a los equilibrios natu-rales no sólo implicaría más flores y menos polución, sino

. también más enfermedad, más dolor y más miseria -laenJermedad, dolor y miseria que naturalmente regulan elnivel de la población en función de las posibilidades delmedio-. Esto, que desde el punto de la especie es indi-ferente, desde el punto de vista de los individuos (que esel nuestro) resulta inaceptable.

La tercera actitud consiste en proponer un gran saltohacia adelante en la racionalización de la cultura, propug-nando una racionalidad total y una solución de los. proble-man planteados por la ruptura de los viejos equilibriosnaturales mediante la introducción consciente de nuevos

equilibrios artificiales. Esta es la alternativa aquí propug-nada.

Los actuales problemas de nuestra cultura surgen de laincompleta racionalidad, de la aplicación de grandes dosisde racionalidad en unos campos simultaneada con .la casitotal ausencia de racionalidad en otros. Estos males sólo soncurables ampliando el ámbito de la racionalidad.

Rotos los equilibrios naturales por la intromisión racionalen algunos de sus puntos, sólo mediante la consiguienteracionalización del resto de los puntos será posible llegar aun nuevo equilibrio -es decir, una situación capaz de man-tenerse durante largo tiempo-, que esta vez será un equi-librio racional.

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Si queremos ser racionales, si queremos actuar racional-mente, no podemos renunciar a aquello mismo -la ciencia,la tecnología, etc.- que posibilita nuestra racionalidad yhace factible la consecución de nuestro bienestar. Por elcontrario, y como ya vimos, tenemos un interés básico en elprogreso de la ciencia y de la tecnología y en la ampliaciónde los campos de su aplicación. El remedio racional a laenfermedad de nuestra cultura es homeopático: los malesproducidos por la intromisión del progreso cientificotécnicoen áreas dejadas hasta ahora en manos de la naturaleza ola tradición sólo se curan con más progreso cientificotécnicoy con más intromisión en otras áreas.

De hecho, si hemos sabido y querido desarrollar técnicasde producción de plásticos, lo que hemos de hacer ahora esdesarrollar y aplicar técnicas de eliminación. Si hemos sabidoensuciar los ríos, hemos de aprender a limpiados. De hecho,no faltan los ensayos estimulantes. Gracias a la aplicación denuevas tecnologías de depuración a las aguas vertidas porciudades e industrias, tanto las aguas del Thames como lasdel Ruhr vuelven a fluir limpias. En el Ruhr se vuelve apoder pescar. Y en los árboles de Londres vuelven a anidarlas aves que desde hacía cien años habían desaparecido,merced a la aplicación de controles, filtros y técnicas adecua-das a los humos y gases de industrias y calefacciones. Así,pues, incluso en Londres y en la cuenca del Ruhr -zonasindustrializadas y urbanizadas si las hay- determinadosequilibrios han sido en parte restablecidos aplicando másciencia y más tecnología a todos los aspectos -y no sóloalgunos- de los complejos problemas de la calidad delaire. y del agua. .

Y, puesto que habíamos puesto el irracional exterminiode las ballenas como ejemplo de catástrofe causada por laincompleta racionalidad, citemos ahora el caso de la recu-peración de la saiga como ejemplo de restablecimiento deun nuevo equilibrio mediante la preocupación racional portodos los aspectos de un problema.

La saiga es un simpático rumiante a mitad de caminoentre la oveja y el antílope. Está perfectamente adaptado ala vida de las estepas, cuyos fríos aguanta y cuyo polvo filtra

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mediante los grandes vestíbulos nasales de su probóscideSe alimenta de todas las hierbas de las estepas, incluso delas que resultan venenosas para el ganado. Y nunca agotalos pastos, pues marcha. mientras come y sólo consume unaplanta entre cien.

Muchos cientos de miles de saigas han vivido siempreen las áridas estepas del sur de Rusia, Siberia y el Tur-questán. Sin embargo, durante la segunda mitad del siglo XIXlas saigas fueron implacablemente cazadas y casi extermi-nadas, sobre todo para vender sus cuernos en China, dondese les atribuían valores medicinales. Cada año, Rusia expor-taba muchos cientos de miles de cuernos de saiga a Chinahasta que, a principios de nuestro siglo, las saigas habíanprácticamente desaparecido. (Es curioso que los rinoceronteshan sido también cazados hasta el práctico exter.minio enAsia Tropical, debido a las propiedades afrodisíacas atribui-das a sus cuernos. En ambos casos se observa la funestainfluencia de la irracionalidad teórica en la práctica.)

Pues bien, en 1919 el gobierno soviético prohibió termi-nantemente la caza de la saiga. Posteriormente, cuandolas poblaciones comenzaron a .recuperarse, su comporta-miento fue cuidadosamente estudiado durante muchos añospor varios zoólogos, especialmente por A. G. Bannikov.Siguiendo sus recomendaciones, y cuando la población desaigas rebasaba ya de nuevo el millón de individuos,. seestablecieron unos colectivos para cazar anualmente unnúmero de ejemplares compatible con la estabilidad de lapoblación, impedir la acción de los furtivos e incluso ayudara las saigas en inviernos especialmente duros. El peligro deextinción que amenazaba a la especie a principios de sigloha quedado eliminado. La población de. saigas es racional-mente explotada para la obtención indefinida de carne ycuero. Y el árido paisaje de la estepa euroasiática se ve denuevo amenizado por la hermosa presencia de las saigas.

Aquí el hombre ha intervenido conscientemente no sól~para matar sino también para ordenar y conservar. Escurioso que el mismo gobierno que extermina irracional-mente las ballenas conserva racionalmente las saigas. (Quizáesto tenga que ver con el nacionalismo, con la preocupación

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con lo que queda -por ejemplo, las saigas- dentro de lasfronteras propias y la despreocupación por lo que pasa enel mar de todos.)

La intervención racional unilateral, la incompleta racio-nalidad, nos ha creado graves problemas que sólo la inter-vención racional multilateral, la completa racionalidad,podrá resolver.

La completa racionalidad implica la puesta en cuestiónde todo el sistema sociocultural y su re-diseño consciente enfunción de un sistema de fines conscientemente asumido.Hasta ahora nos hemos limitado a racionalizar aspectos par-ciales de nuestra cultura, dejando el resto -la mayoría-de sus aspectos en la cálida penumbra de lo aceptado.Sacado todo de la penumbra, racionalizado todo: he ahíla revolución cultural que necesitamos.

La revolución cultural

Hasta ahora todas las culturas han sido mezcolanzas deelementos racionales e irracionales, con abrumador predo-minio de los segundos. La novedad, fuerza y eficacia denuestra cultura estriba precisamente en el decisivo desarrollode algunos de sus componentes racionales. Pero la raciona-lización a que hemos sometido determinados aspectos denuestra cultura ha ido acompañada por el marasmo irracionalen el que hemos dejado otros. Hemos racionalizado a fondodeterminadas parcelas de nuestra actividad, como la fabri-cación de bienes y la transmisión de noticias. Pero otrosgrandes sectores de nuestra cultura han quedado al margende esos esfuerzos de racionalización.

Nuestros conceptos de familia y de propiedad son pre-rracionales y no han sido puestos a fondo en cuestión. Peroal menos hay una cierta conciencia de su crisis. ¿Qué pode-mos decir, en cambio, de esa forma irracional, romántica ygrotesca de estructurar espacial y socialmente nuestro pla-neta que son las naciones y los estados nacionales, y de lomístico del nacionalismo, hoy más vivo que nunca? Eliminarla ideología del nacionalismo, de los grupos homogéneos,de la no inmiscución en los asuntos de otros países, de la

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soberanía nacional, de la restringida solidaridad, etc., seráuna de las más difíciles, pero urgentes etapas en el caminodel establecimiento de una cultura completamente racional.Está claro que los problemas clave de nuestro tiempo sontodos transnacionales, que los estados nacionales y las patriashan de desaparecer, que la mística nacionalista ha de sersuperada y arrinconada, a pesar de los intereses establecidosde las castas que viven de ello. Sólo hay dos unidades natu-rales: el individuo y la especie. Todas las instancias inter-medias han de ser puestas en cuestión y sopesadas críti-camente.

Todas las especies se adaptan a su medio. Las que nose adaptan desaparecen. En ello no hay teleología, sino cau-salidad. Pero, ¿no sería posible convertir la adaptación ysupervivencia de nuestra especie en proceso consciente,elevar la causalidad al plano de la teleología?

La supervivencia de la especie sería un fin último queexigiría la estabilización de la población. La estabilizaciónde la población sería un medio (o fin intermedio) para garan-tizar la supervivencia de la especie (fin último). ¿A quénivel habría que estabilizar la población? A cualquier nivel,desde el punto de vista abstracto de la especie. Al nivelque garantice una máxima satisfacción de los intereses yfines individuales, desde el punto de vista de los individuosque, naturalmente, es el nuestro. El interés de la humanidady de cada uno de nosotros estriba en estabilizar la poblaciónal nivel óptimo permitido por las disponibilidades tanto deenergía y materias primas como de tecnología. Ese óptimoha de ser calculado y el crecimiento de la población humanaha de ser controlado y planeado conscientemente y racio-nalmente con vistas a alcanzar dicho nivel óptimo.

Los recursos no-renovables no pueden seguir siendo dila-pida dos como lo han estado siendo en los últimos decenios.y los renovables no pueden seguir siendo degradados, aniqui-lados o puestos en peligro. Aquí también está claro que hade producirse una transformación fundamental, un cambiode una economía de crecimiento y despilfarro a una econo-mía estable y reciclante -al menos en cuanto a productosmateriales-o Las expectativas individuales y colectivas de

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niveles crecientes de consumo no pueden ser mantenidas.Las escasas concentraciones de materias primas que quedanno pueden seguir siendo desparramadas por todos los basu-reros de la Tierra, entremezcladas e inútiles. La sustitucióndel actual cubo único de la basura por una batería de cubosdistintos, uno para cada material y cada tipo de residuos-orgánicos, de hierro, de aluminio, de plástico, etc.- noserá la menor de las transformaciones que la revolucióncultural que propugnamos nos imponga.

Hemos de cambiar también nuestros modales y nuestrosvalores, hemos de acostumbrarnos a despreciar un poco losbienes de propiedad y de consumo y hemos de aprender asacar más jugo a las fuentes inagotables de goce y de placerque no gastan energía ni consumen materias primas, fuentestales como el conocimiento, el contacto con la naturaleza,el sexo, la contemplación, etc.

Y, desde luego, hemos de promover el progreso de laciencia como núcleo de la cultura completamente raciona-lizada, orientando los desarrollos tecnológicos en la direc-ción más relevante para la consecución de nuestros fines.Hemos de llegar a una sociedad humana global, sin estadosnacionales ni castas guerreras que los guarden. Hemos dellegar a una economía estable del reciclaje circular de losmateriales y de la solución a largo plazo del problema ener-gético -si podemos domar la fusión nuclear, mediante lafusión; si no lo logramos, limitándonos a las fuentes reno-vables de energía: radiación solar, lluvias, vientos, mareas,etcétera-o Hemos de reducir la población 'Y estabilizarlaa un nivel óptimo. Hemos de desarrollar una nueva actitudante la vida, a la vez racional y sensual, escéptica y com-prometida. Hemos de racionalizar completamente nuestracultura. Hemos de hacer la revolución cultural.

Formulemos un proyecto de mundo, diseñemos explícita-mente un sistema sociocultural que sea humanamente atrac-tivo, que nos hiciese lo más felices posible si viviéramos enél, pero que, al mismo tiempo, sea físicamente viable no sólodurante unos años, sino durante un período indefinido detiempo. Programemos el paso de la situación actual a laproyectada del modo más eficaz y suave posible, minimi-

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zando los costes de la transmisión. Discutamos, critiquemosy revisemos constantemente el proyecto y el programa. Pero-el tiempo apremia- lleguemos en el plazo más breveposible a la cultura estable racional. En una palabra, haga-mos la revolución cultural.

Evidentemente, el universo es como es, sometido a leyesinexorables que sólo nos es dado a conocer y acatar. Evi-dentemente, el área cubierta por el destino -aquello quese escapa de nuestras posibilidades de decisión- es incom-parablemente mayor que el área de la posible libertad. Peroésta, aunque relativamente pequeña, existe y se da en ám-bitos de gran relevancia para la felicidad humana.

Alguien nos puede decir: buscamos trascender lo efímerode nuestra vida en una cultura igualmente efímera. Y bus.,.camas una cultura estable y duradera, que en cualquier casono durará más que la perecedera humanidad. No sólo pasanlos individuos, sino también las especies. Algún día lejanonuestro sol, convertido en gigante rojo, calcinará sus pro-pios planetas. Y en definitiva, ¿qué? -En definitiva, nada.Todo provisionalmente-o Y después de todo, ¿qué? -Des-pués de todo, nada-o

Antes de morir, digamos: -Hemos lanzado una miradalúcida sobre el universo ingente. Nos hemos encarado connuestros problemas y no hemos buscado consuelos ilusorios.Hemos gozado de la vida en la medida en que de nosotrosdependía y sólo el destino implacable ha marcado los límitesde nuestra felicidad. Hemos aceptado el destino y la muerte,pero no nos hemos doblegado ante los ídolos. Hemos tem-plado la cultura de nuestros padres en el fuego de la razóny hemos fraguado un instrumento dúctil para la consecu-ción de nuestros fines, fines que son más anchos que nuestravida y se desparraman en el tiempo. Este es el sentido quehemos dado a nuestras vidas sin sentido.

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