La pena de muerte en los Estados Unidos de América

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Rev. Asoc. Esp. Neuropsiquiatria. Vol. VII. N. 022. 1987 La pena de muerte en los Estados Unidos de América Una cuestión que atañe a los profesionales de la salud INTRODUCCION En los primeros nueve meses de 1986 fueron ejecutados dieciséis hombres en los EE.UU. Más de 1.700 reclusos están a la espera de la ejecución en 33 de los 37 Estados cuya legislación prevé la pena de muerte; algunos llevan hasta doce años en esta situación. A partir de la década de 1930, en que se dio la máxima frecuencia de la aplicación de la pena capital', hubo un descenso gradual de la misma hasta 1967, en que entró en vigor una moratoria para las ejecuciones, después de que se argumentara jurídicamente que la pena de muerte era una «pena cruel y excepcio- nal» y, por tanto, inconstitucional. En 1972, el Tribunal Supremo de los EE.UU. declaró, por cinco votos a favor y cuatro en contra, la inconstitucionalidad de la pena de muerte en tres recursos inter- puestos ante el mismo. Durante el perío- do comprendido entre 1967 y 1976 no hu- bo ninguna ejecución en el país. Sin em- bargo, en 1976 el Tribunal Supremo de- claró compatibles con la Constitución las leyes reformadas de tres Estados 2, lo que , En 1935 hubo en los EE.UU. 199 ejecuciones (véase el informe de Al «Death Penalty in the USA» (<<La pena de muerte en los EE.UU.»), Londres, Al Publications, 1987. Las modificaciones necesarias para ajustarse a la Constitución, como se sugería en el voto parti- cular en el que constaba la opinión minoritaria en la sentencia del Tribunal Supremo de los EE.UU. de 1972, eran: a) la provisión de «normas para que si- guieran jurados y jueces a la hora de determinar la sentó el precedente para la reintroducción generalizada de las ejecuciones en los Es- tados en los que se modificó la legislación al respecto. Amnistía Internacional se opone sin re- servas a la aplicación de la pena de muer- te y se ha dirigido a las autoridades de los EE.UU. en gran número de ocasiones pa- ra pedir la conmutación de las ya impues- tas, así como, en el ámbito jurídico, su abolición. En 1980, por ejemplo, Amnistía Internacional presentó ante las autorida- des de los EE.UU. una Propuesta para la creación de una Comisión Presidencial sobre la pena de muerte en los Estados Unidos, en la que observaba: «No puede haber un acto de go- bierno más grave que ocasionar la muerte de un ser humano deliberada- mente. L .. ) Antes de que EE.UU. se introduzca en una senda que podría conducir a una generalización de las ejecuciones, debe examinar al más alto nivel toda la información disponi- ble sobre el impacto en la sociedad, la constitucionalidad y la convenien- cia de una medida de este tipo.» pena en los casos en los que cabe la imposición de la pena capital», o b) una «definición más concreta de los delitos por los que puede imponerse la pena». La cuestión de la constitucionalidad «per se» de la pena capital se estableció en tres casos en los que se dictó sentencia en julio de 1976. El Tribunal Supremo, por siete votos a favor y dos en contra, confirmó la constitucionalidad de la legislación reformada sobre pena de muerte de Georgia, Texas y Florida. 2 479

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Rev. Asoc. Esp. Neuropsiquiatria. Vol. VII. N. 022. 1987

La pena de muerte en los Estados Unidos de América Una cuestión que atañe a los profesionales de la salud

INTRODUCCION

En los primeros nueve meses de 1986 fueron ejecutados dieciséis hombres en los EE.UU. Más de 1.700 reclusos están a la espera de la ejecución en 33 de los 37 Estados cuya legislación prevé la pena de muerte; algunos llevan hasta doce años en esta situación. A partir de la década de 1930, en que se dio la máxima frecuencia de la aplicación de la pena capital', hubo un descenso gradual de la misma hasta 1967, en que entró en vigor una moratoria para las ejecuciones, después de que se argumentara jurídicamente que la pena de muerte era una «pena cruel y excepcio­nal» y, por tanto, inconstitucional. En 1972, el Tribunal Supremo de los EE.UU. declaró, por cinco votos a favor y cuatro en contra, la inconstitucionalidad de la pena de muerte en tres recursos inter­puestos ante el mismo. Durante el perío­do comprendido entre 1967 y 1976 no hu­bo ninguna ejecución en el país. Sin em­bargo, en 1976 el Tribunal Supremo de­claró compatibles con la Constitución las leyes reformadas de tres Estados 2, lo que

, En 1935 hubo en los EE.UU. 199 ejecuciones (véase el informe de Al «Death Penalty in the USA» (<<La pena de muerte en los EE.UU.»), Londres, Al Publications, 1987.

Las modificaciones necesarias para ajustarse a la Constitución, como se sugería en el voto parti­cular en el que constaba la opinión minoritaria en la sentencia del Tribunal Supremo de los EE.UU. de 1972, eran: a) la provisión de «normas para que si­guieran jurados y jueces a la hora de determinar la

sentó el precedente para la reintroducción generalizada de las ejecuciones en los Es­tados en los que se modificó la legislación al respecto.

Amnistía Internacional se opone sin re­servas a la aplicación de la pena de muer­te y se ha dirigido a las autoridades de los EE.UU. en gran número de ocasiones pa­ra pedir la conmutación de las ya impues­tas, así como, en el ámbito jurídico, su abolición. En 1980, por ejemplo, Amnistía Internacional presentó ante las autorida­des de los EE.UU. una Propuesta para la creación de una Comisión Presidencial sobre la pena de muerte en los Estados Unidos, en la que observaba:

«No puede haber un acto de go­bierno más grave que ocasionar la muerte de un ser humano deliberada­mente. L .. ) Antes de que EE.UU. se introduzca en una senda que podría conducir a una generalización de las ejecuciones, debe examinar al más alto nivel toda la información disponi­ble sobre el impacto en la sociedad, la constitucionalidad y la convenien­cia de una medida de este tipo.»

pena en los casos en los que cabe la imposición de la pena capital», o b) una «definición más concreta de los delitos por los que puede imponerse la pena». La cuestión de la constitucionalidad «per se» de la pena capital se estableció en tres casos en los que se dictó sentencia en julio de 1976. El Tribunal Supremo, por siete votos a favor y dos en contra, confirmó la constitucionalidad de la legislación reformada sobre pena de muerte de Georgia, Texas y Florida.

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LOS MEDICaS y LA PENA DE MUERTE

Una de las numerosas preocupaciones de tipo jurídico, social y ético de Amnistía Internacional en relación con la pena de muerte es la participación de los médicos o de otros profesionales sanitarios en el proceso de la ejecución, ya sea directa­mente en la misma o como asesores antes del ajusticiamiento. En marzo de 1981, el Comité Ejecutivo Internacional de la orga­nización adoptó una Declaración sobre los Médicos y la Pena de Muerte, redacta­da por la Junta Médica Asesora de Am­nistía Internacional. En ella se ponía de manifiesto la postura de la organización respecto de la participación de los médi­cos en las ejecuciones, señalando que po­día adoptar cualquiera de las siguientes formas:

- «la determinación de aptitud mental y física para la ejecución;

- la prestación-asistencia técnica; - la prescripción, elaboración, admi­

nistración y supervisión de la dosis de sustancia letal en las'jurisdicciones en las que se emplea este método;

- la realización de reconocimientos médicos durante las ejecuciones para que éstas puedan proseguir en el caso de que el preso no haya muerto aún (... ).»

(Véase el texto de la Declaración en el Apéndice.)

LOS MEDICaS y LA PENA DE MUERTE EN LOS EE.UU.

Los motivos de preocupación de Am­nistía Internacional en relación con la pe­na de muerte en los EE.UU. comprenden varias de las citadas formas de posible participación de los médicos, que podrían darse en cualquiera de las fases del proce­so que se sigue desde que se impone la pena capital hasta que se ejecuta la sen­

tencia. Además, como organizaclon que defiende la abolición de la pena de muer­te, Amnistía Internacional cree que los médicos, así como otros especialistas en sanidad, disfrutan de una posición privile­giada, tanto desde el punto de vista ético como del técnico, para influir en la opi­nión pública acerca de la pena de muerte y convencer a las asociaciones profesio­nales para que perfeccionen sus códigos deontológicos en lo que respecta a la par­ticipación en las ejecuciones.

La imposición de la pena

La decisión de 1972 del Tribunal Supre­mo que prohibió las ejecuciones en las condiciones entonces existentes obligó a introducir en los Estados que deseaban mantener la pena de muerte varios cam­bios, uno de los cuales fue la separación del acto de la determinación de culpabili­dad del de la imposición de la pena. En virtud de la legislación reformada, los tri­bunales tuvieron que establecer primero, a través del proceso, la culpabilidad o ino­cencia del encausado, y determinar la pe­na oportuna después, en una vista dis­tinta.

La legislación de Texas dispone que, una vez que el acusado ha sido declarado culpable de un asesinato punible con la pena capital, se pida al jurado que estudie tres circunstancias para determinar la pe­na que ha de imponerse. Si el jurado ha­lla, por unanimidad, aplicables al procesa­do todas ellas, el Tribunal está obligado a dictar pena de muerte. Las tres circuns­tancias que deben considerarse son: 1) si el hecho que causó la muerte se «cometió deliberadamente previendo razonable­mente que (... ) ocasionaría (... ) la muer­te; 2) la probabilidad de que el procesado cometa «actos delictivos de violencia que constituyen una amenaza permanente pa­ra la sociedad», y 3) si la conducta del procesado fue «una respuesta desmedida a una provocación, en su caso, de la vícti­ma fallecida».

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Es probable que dos de estas circuns­tancias (que la muerte fuera infligida deli­beradamente y una respuesta desmedida a una provocación) ya se hayan conside­rado aplicab1es a cualquier persona decla­rada culpable de asesinato. Por consi­guiente, las decisiones del jurado en cuanto a la imposición de la pena de muerte dependen, en la práctica, de sus predicciones acerca de la futura peligrosi­dad del procesado. En Texas, el Ministe­rio Público presenta normalmente testi­monios de psiquiatras para determinar la probabilidad de que el acusado cometa nuevos actos de violencia, en el sentido que contempla la legislación. En muchos juicios celebrados en este Estado después de la reintroducción de la pena capital, la prueba pericial psiquiátrica presentada por la acusación ha confirmado dicha proba­bilidad de comisión de nuevos actos de violencia y ha sido un factor determinan­te, yen algunos casos probablemente de­cisivo, a la hora de convencer al jurado de que'1::lebía recomendar la pena de muerte.

El papel que desempeñan los psiquia­tras en la valoración de las probabilidades de que el acusado cometa en el futuro ac­tos peligrosos se analizó en profundidad en el sumario Barefoot contra Estelle, so­bre el que el Tribunal Supremo de los EE.UU. dictó sentencia en julio de 1982 3 .

El recurrente, Thomas Barefoot, había si­do declarado culpable en noviembre de 1978 del asesinato de un agente de poli­cía, y condenado a muerte. En la vista en la que se impuso la condena, se había presentado ante el jurado la opinión de dos psiquiatras que declararon, en res­puesta a preguntas hipotéticas, que una persona con el carácter de Barefoot co­metería probablemente nuevos actos de violencia y representaba una amenaza continua para la sociedad. El jurado halló convincente este testimonio, lo que hizo que Barefoot fuera condenado a muerte. Este recurrió posteriormente ante el Tri­bunal Supremo la sentencia de un Tribu-

Sumario núm. 82-6080, Tribunal Supremo de los EE.UU.

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nal de Texas por la que se desestimaba un recurso anterior según el cual la utiliza­ción de las decla¡aciones de psiquiatras por la acusación en la vista en que debía imponerse la pena había sido inconstitu­cional porque los psiquiatras carecían de competencia especial para valorar la peli­grosidad futura de una persona.

Para respaldar el recurso de Barefoot, la Asociación Psiquiátrica Americana (American Psychiatric Association, APA) presentó un info,rme «amicus curiae» 2 *. Dicho informe rechazaba la utilización de testimonios de psiquiatras basados en preguntas hipotéticas 5 y afirmaba que «el extenso cuerpo de investigación (sobre la predicción de conductas futuras) indica que, incluso en las mejores condiciones, las predicciones psiquiátricas de peligrosi­dad futura a largo plazo son erróneas en al menos dos de cada tres casos». El in­forme de la APA manifestaba que, en aquellos casos en los que pudiera ser oportuna una opinión psiquiátrica sobre la peligrosidad futura del acusado, no debía autorizarse ésta a menos que se hubiera efectuado al procesado un examen psi­quiátrico adecuad0 6 . El informe concluía:

«( ... ) los inadecuados procedi­mientos utilizados en este caso per­miten que un psiquiatra disfrace sus preferencias personales de opiniones "médicas", sin proporcionar una ba­

4 Informe «amicus curiae» de la Asociación Psi­quiátrica Americana. Tribunal Supremo de los Esta­dos Unidos, período de sesiones de octubre de 1982. Barefoot contra Estelle (Informe de la APA).

(*) N. del T.: Procedimiento mediante el que en­tidades o personas ajenas al sumario pueden presen­tar escritos a favor del encausado con el fin de infor­mar al Tribunal, o de llamar la atención del mismo acerca de aspectos del proceso.

5 Los dos psiquiatras que declararon en la vista no examinaron a Barefoot, sino que se les interrogó sobre un caso hipotético basado en Barefoot. Uno de los psiquiatras «manifestó que podía predecir la conducta futura del recurrente (. .. ) "dentro de los li­mites la certeza psiquiátrica razonable"». El otro afirmó tener una «exactitud en la predicción del "cien por cien"». (Informe de la APA, pág. 4.)

6 Informe de la APA, págs. 8-9. 3

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se significativa para rebatir sus con­clusiones. En una causa en la que es­tá en juego la pena capital, la grave­dad de la decisión del jurado exige que sus deliberaciones no se vean distorsionadas por prácticas de este tipo,»

El Tribunal rechazó por mayoría esta postura señalando, entre otras cosas, que «ni el recurrente ni la Asociación (Psiquiá­trica Americana) sugieren que los psiquia­tras estén siempre errados respecto a la peligrosidad futura, sino sólo la mayor parte de las veces», Prosigue la sentencia:

«Sin embargo, estamos convenci­dos (,.,) de que puede confiarse en el proceso de contraste para separar los argumentos y pruebas fiables sobre la peligrosidad futura de las que no lo son, especialmente cuando el crimi­nal declarado culpable tiene la opor­tunidad de presentar su propia ver­sión de los hechos.» 7

y concluye:

«No hay duda de que el testimonio psiquiátrico hizo aumentar la proba­bilidad de que el recurrente fuera condenado a muerte, pero este he­cho no hace dicha prueba más inad­misible que otra prueba pertinente presentada contra cualquier procesa­do en una causa penal.» 8

7 Sentencia, pág. 19. 8 Sentencia, pág. 24. V~ase BENNET, G. T.;

SULLWOLD, A. F.: «Oualifying the psychiatrist as a lay witness: a reaction to the American Psychiatric Association petition», in Barefoot v. Estelle (Cualifi­cación del psiquiatra como testigo lego: una reac­ción ante la petición de la Asociación Psiquiátrica Americana en el sumario Barefoot contra Estelle). J. Forensic Sci, 1985, 20: 412-416, debate sobre las consecuencias de esta sentencia y el papel de los psiquiatras como expertos ante los tribunales de jus­ticia. Y EWING, C. P.: «Dr. Death» (<<Dr. Muerte») y el informe para una prohibición ética sobre la predic­ción psicológica y psiquiátrica de la peligrosidad en los trámites relativos a la imposición de la pena capi­tal. Am. J. Law Med., 1983,8: 407-428.

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El proceso de la ejecución

La ejecución de una sentencia en la que se condena a la pena capital es un proce­so en el que existe un riesgo evidente de participación médica. Este hecho se de­mostró con la mayor claridad tras la intro­ducción, en algunos Estados, de la ejecu­ción mediante la administración intrave­nosa de drogas letales (<<inyección le­tal») 9. En ju lio de 1980, la Cámara de De­legados de la Asociación Médica Ameri­cana (American Medical Association, AMA) estudió las repercusiones de la par­ticipación de los médicos en las ejecucio­nes a la luz de la legislación que permitía el ajusticiamiento mediante inyección le­tal, y resolvió que:

«Un médico, como miembro de una profesión dedicada a preservar la vida cuando existe la esperanza de ello, no debe tomar parte en una eje­cución autorizada legalmente.»

Añadiendo que el facultativo podría «determinar o certificar la muerte tal y co­mo prevé actualmente la ley».

La Asociación Médica Mundial (World Medical Association, WMA), preocupada igualmente por la posible participación de médicos en la ejecución mediante inyec­ción letal, resolvió en su Asamblea de 1981, celebrada en Lisboa, manifestar una postura similar a la de la AMA, es decir, que el papel del facultativo en una ejecu­ción no podía ser más que el de certificar la muerte 10.

Los temores de las personas que se oponen a esta nueva forma de ejecución

9 En 1977, Oklahoma y Texas aprobaron leyes que permitían la ejecución mediante inyección letal. En la actualidad, quince Estados permiten esta for­ma de ejecución, como única modalidad o como al­ternativa facultativa a otras formas de ajusticiamien­to, como la horca lvéase Tabla 1, pág.491)'

10 La Asamblea Médica Mundial resolvió apro­bar la declaración emitida unas semanas antes por el secretario general de la WMA, Dr. André WVNEN, en la que manifestaba que «actuar como un ejecutor no es el ejercicio de la medicina» y que «el único papel de un médico sería certificar la defunción una vez que el Estado ejecutara la pena capital».

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«medicalizada» se vieron corroborados en el primer caso de ajusticiamiento median­te este método. Charles Brooks fue decla­rado culpable, en 1977, de asesinato en primer grado por un Tribunal de Texas y condenado a muerte 11. Después de que su pena fuera confirmada en segunda ins­tancia, se fijó la ejecución en Huntsville, Texas, para el 7 de diciembre de 1982. La víspera, el doctor Ralph GRAY, el enton­ces director médico del Departamento de Prisiones de Texas (TDC) examinó a Brooks para comprobar que sus venas eran adecuadas para la inserción de caté­ter que introduciría la sustancia letal en su organismo. El acto de la ejecución fue descrito en los siguientes términos por un corresponsal de «The Guardian» de Lon­dres (8 de diciembre de 1982):

«Transcurridos cinco minutos (... ) el doctor Ralph GRAY auscultó su co­razón con un estetoscopio, movió la cabeza y comentó: "Un par de minu­tos más". El doctor Bascom BEN­TLEY, que también examinaba al reo, dirigió la luz de una linterna a sus ojos y preguntó al verdugo: "¿Se ha ter­minado la inyección1", a lo que que se le dijo que no. Dos minutos des­pués, tras otra exploración con el es­tetoscopio, el doctor GRAY dijo: "De­claro a este hombre muerto".» 12

11 Brooks, así como un cómplice, fueron decla­rados culpables en dos causas distintas de la muerte por disparos de un mecánico de automóviles en 1976. Ambos fueron condenados a muerte, pero la pena impuesta al cómplice de Brooks fue anulada tras recurrir éste la sentencia. Nunca se determinó quién disparó el tiro fatal. El fiscal del proceso de Brooks pidió, sin éxito, la conmutación de la pena basándose en el hecho de que se le había perdonado la vida a su compañero.

12 Esta muerte cumplió la predicción realizada en un artículo entregado para su publicación antes de la ejecución, pero que apareció dos días después de la misma: «Parece ahora muy probable (. .. ) que la inyección de sustancias letales, con la participa­ción voluntaria de al menos algunos médicos, será (pronto) una realidad en los Estados Unidos». CASS­CELLS, W.; CURRAN, W. J.: «Doctors, the death pe­nalty, and lethal injections» (<<Médicos, pena de muerte e inyecciones letales»). N. Engl. J. Med., 1982, 307: 1.532-1.533.

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Aunque las actuales normas éticas mé­dicas relativas a las ejecuciones permiten, sin ambigüedad, la certi'ficación de la de­función, parece que la función desempe­ñada por los dos médicos en esta ejecu­ción fue más allá de este límite. La Socie­dad Médica del Condado de Walker-Ma­dison-Trinity (dentro de cuya competen­cia se encuentra Huntsville) estudió una denuncia contra el doctor GRAY porque su participación en la ejecución había vio­lado las normas ,de actuación de la Aso­ciación Médica de Texas (Texas Medical Association, TMA). Al dictaminar sobre la denuncia, en febrero de 1984, la socie­dad concluía que los actos del doctor GRAY no constituyeron participación en la ejecución y que no se había dado ninguna conculcación de la ética médica 13.

La TMA no abrió ninguna investigación sobre las cuestiones éticas relativas a este caso. Sin embargo, y ante las noticias de inquietud en el seno de la Asociación por el grado de participación de los médicos en la ejecución de Brooks, respaldó un proyecto de ley presentado ante el legisla­tivo del Estado que disponía que no debía exigirse, como condición de servicio, a ningún médico empleado por el Departa­mento de Prisiones de Texas, o contrata­do por el mismo, su presencia o participa­ción en una ejecución. El proyecto incluía en la definición de participación «no sólo la preparación personal de los condena­dos y el procedimiento de su ejecución, sino también la supervisión de las activi­dades del personal no médico». Aunque esta ley no se promulgó por falta de tiem­po, par~ce que el doctor Armando START -que sustituyó al doctor GRAY como di­rector médico del TDC en 1983- ha to­mado medidas para reducir al mínimo la

13 En noviembre de 1980, la TMA declaró que: «Un médico puede estar presente en una ejecución química con el único fin de certificar la defunción», La Sociedad Médica del Condado de Walker-Madi­son-Trinity lo interpretó como algo encaminado a «prohibir la participación directa de un médico en una ejecución por inyección letal, a través de actos tales como la inserción de un catéter intravenoso o la introducción del (los) agente(s) letal(es)).

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participación de los médicos en las ejecu­ciones, no habiendo estado presente él mismo en ninguna de las realizadas des­pués de la de Charles Brooks.

La inyección letal no es el Ijnico méto­do de ejecución que implica la participa­ción activa de los médicos. John Louis Evans fue ejecutado mediante electrocu­ción en Alabama, en abril de 1983, tras ser declarado culpable de asesinato en 1977. Según relatos de testigos presen­ciales, fueron necesarias tres descargas eléctricas distintas de 1.900 voltios duran­te un período de 14 minutos hastq que sp certificó oficialmente su defunción. Du­rante la primera descarga, el electrodo si­tuado en la pierna se quemó completa­mente y de desprendió. Los guardianes de la prisión lo repararon después de que los médicos examinaran a Evans y dijeran que no estaba muerto. Durante la segun­da descarga, salieron llamas y humo de su sien y pierna izquierda. Los médicos no estaban seguros de que hubiera muerto y se aplicó una tercera descarg'a, tras la que se certificó la defunción de Evans.

Alpha Otis Stephens fue ejecutado me­diante electrocución en Georgia, en di­ciembre de 1984. El «New York Times», en su edición del 13 de diciembre de 1984 informó que la primera descarga, de dos minutos, no le produjo la muerte. «Su cuerpo se desplomó cuando cesó la co­rriente (... ) pero poco después, los testi­gos le vieron luchando por respirar. En los seis minutos previstos para que se enfríe el cuerpo antes de que los médicos pue­dan examinarlo, Stephens respiró 23 ve­ces». Los dos médicos presentes le exa­minaron y manifestaron que estaba aún con vida y, diez minutos después de la primera descarga, se aplicó la segunda y definitiva.

La ejecución de William Vandiver por electrocución en Indiana, el16 de octubre de 1985, duró, según las informaciones, 17 minutos, y requirió cinco descargas de electricidad antes de que se le declarara muerto.

Cada uno de los casos citados ilustra el dilema inherente para el médico que asis­

te a una ejecución chapucera; la persona a la que examinaron estaba viva después de un trauma casi fatal, pero el Estado les exigía que no mantuvieran la vida de esa persona. Por el contrario, se les pidió im­plícitamente que indicaran al verdugo que la persona requería la aplicación de otro trauma para completar la ejecución. Fste papel parece estar en conflicto con la éti­ca médica e indicar un nivel de participa­ción en la ejecución que va más allá de la mera «certificación de la defunción».

ENFERMEDAD MENTAL V PENA DE MUERTE

Aunque Al se opone a la pena de muer­te incondicionalmente y no considera que unas ejecuciones sean menos justificables que otras, sí cree que la cuestión de la eje­cución de reos mentalmente enfermos ilustra algunos de los dilemas éticos que surgen del conflicto entre la responsabili­dad del Estado moderno de proveer de cuidados médicos a los reos y su papel como patrocinador de ejecuciones.

Ejecución de enfermos mentales

Es una práctica aceptada en los EE.UU., la no ejecución de los reos per­turbados mentalmente. Los penados que se encuentran recluidos en la celda de los condenados a muerte son sometidos a examen médico antes de la ejecución pa­ra asegurarse de que están lo suficiente­mente sanos como para que ésta tenga lugar. Aquellos a los que se encuentra no aptos médicamente para la ejecución de­ben ser sometidos a tratamiento -en un hospital psiquiátrico, en el caso de los perturbados mentales - hasta que se res­tablezcan y se estime que son aptos para la ejecución.

El procedimiento utilizado para deter­minar la enfermedad mental del condena­do a muerte varía según los Estados y puede ser, desde una vista judicial en to­

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da regla hasta un examen del reo, solicita­do a discreción del director de la prisión y de acuerdo con el criterio del mismo.

En los últimos años, varios condenados que parecían sufrir graves enfermedades mentales han sido ejecutados, o estuvie­ron a punto de serlo 14. Algunos de estos casos se han dado en Florida, en donde el gobernador decide en última instancia acerca de cualquier alegación de pertur­bación mental presentada por un conde­nado a muerte. La legislación del Estado de Florida dispone que, en caso de alega­ción de perturbación mental, el goberna­dor debe designar tres psiquiatras para que examinen al reo. Tras el dictamen de los psiquiatras, el gobernador toma libre­mente la última decisión. El gobernador no da ninguna explicación por escrito, ni se celebra ninguna vista al respecto. El sistema judicial del Estado no permite plantear aparte la cuestión de la perturba­ción mental 15. Sin embargo, el Tribunal Supremo de los EE.UU. resolvió, en julio de 1986, que estos procedimientos eran insuficientes (ver el caso Ford recogido más abajo).

El caso de Alvin Ford

Alvin Ford fue condenado a muerte, en 1975, cuando contaba 22 años de edad, por el asesinato el año anterior de un agente de la policía de Florida. En 1983, sus abogados alegaron que su salud mental había empezado a deteriorarse en diciem­bre de 1981, cuando se dictó la primera

14 Ver LEWIS, D. O., Yotros: «Psychiatric, neuro­logical, and psychoeducational characteristics of 15 death row inmates in the United States» (<<Caracte­rísticas psiquiátricas, neurológicas, y psicoeducacio­nales de 15 condenados a muerte en espera de su ejecución en los EE.UU.»). Am. J. Psychiatry, 1986, 143: 838-845, estudio reciente de condenados a muerte cuya ejecución es inminente.

15 El criterio para determinar si el condenado es mentalmente apto para ser ejecutado es el de si el reo «comprende la naturaleza de la pena de muerte y el motivo por el que se le va a imponen>, Ley de pena de muerte de Florida, Sección 922. 07, 1983).

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orden de ejecución (tras seis años de es­pera), y que no era mentalmente apto pa­ra la ejecución, en los términos estableci­dos en la legislación de Florida. Desde di­ciembre de 1981 hasta agosto de 1982, Ford fue examinado por un psiquatra, que diagnosticó que padecía alucinaciones paranoicas, incluyendo «alucinaciones auditivas y visuales». En noviembre de 1983, un psiquiatra de Washington DC examinó a Ford a instancias de su aboga­do defensor y dictaminó que padecía una psicosis grave.,

De resultas de una petición de la defen­sa de Ford, el gobernador designó a tres psiquiatras que le hicieron un examen mé­dico el 19 de diciembre de 1983. El reco­nocimiento tuvo lugar con la presencia si­multánea de los tres psiquiatras y, al pare­cer, duró unos 30 minutos. Uno de los psiquiatras se negó a estudiar los antece­dentes y el historial clínico psiquiátrico de Alvin Ford para realizar su evaluación. No se entrevistó a ningún testigo.

En sus dictámenes, dos de los psiquia­tras designados oficialmente concluyeron que Ford era un «psicópata», pero no hasta el punto de que no comprendiera que iba a ser ejecutado. Uno de ellos afirmó que su perturbación mental, «aun­que grave, parece artificial y aprendida re­cientemente» .

El gobernador concluyó que Ford era mentalmente apto para ser ajusticiado y firmó la orden de ejecución el 30 de abril de 1984, fijando la fecha de la misma para fines de mayo. En mayo, el psiquiatra de Washington examinó de nuevo a Ford, hallando que su estado había «empeora­do gravemente hasta el punto de que ac­tualmente, en el mejor de los casos, tiene sólo un contacto mínimo con los aconte­cimientos del mundo exterior». Se inter­puso un recurso en nombre de Ford ante los tribunales federales alegando la in­constitucionalidad de la ejecución por parte del Estado de un condenado que mostraba indicios de perturbación men­tal, sin haberse celebrado una vista judi­cial sobre la cuestión. Once horas antes

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de la ejecución, el Tribunal Federal de Apelaciones número 11, concedió un aplazamiento de la misma hasta que re­solviera el recurso. Posteriormente lo de­sestimó este órgano jurisdiccional, pero, en diciembre de 1985, el Tribunal Supre­mo de los EE.UU. acordó examinar el ca­so y, el 26 de julio de 1986, falló, por cinco votos a favor y cuatro en contra, que la prohibición constitucional de penas crue­les y excepcionales proscribe la ejecución de un reo cuya salud mental se deteriore mientras espera su ejecución. El Tribunal resolvió que se debe permitir a los conde­nados el presentar pruebas en una vista judicial sobre su salud mental, así como impugnar los dictámenes de los psiquia­tras nombrados por el Estado.

El caso de Arthur Goode

Arthur Goode fue ejecutado en Florida el 5 de abril de 1984. Tenía un documen­tado historial de perturbaciones mentales desde la edad de tres años y desde los 15 había estado recibiendo, debido a proble­mas sexuales, inyecciones de Depo-Pro­vera. En 1972 fue detenido acusado de delitos relacionados con la paidofilia. Tras varias detenciones más fue internado en un hospital psiquiátrico, pero escapó en 1976 y abusó sexualmente y asesinó a un niño de diez años. En 1977, tres psiquia­tras nombrados por el Tribunal le declara­ron apto para ser procesado por un delito de asesinato. Goode asumió su propia de­fensa en el juicio (con la ayuda de un abo­gado designado por el Tribunal), durante el que presentó pruebas para asegurar su propia condena, confesó detalles san­grientos en relación con su culpabilidad y afirmó ante el jurado que debía ser decla­rado culpable y condenado a muerte 16. El Tribunal Federal de Apelación número 11 admitió haber tenido «serias dudas acerca de la aptitud de Goode» 17, pero confirmó

16 Texto del recurso presentado ante el Tribunal Federal de Apelación núm. 11 (Goode v. Wainw­right, núm. 704 F. 2. o 593 en 6011.

17 Ibid.

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su culpabilidad. El gobernador y los tres psiquiatras designados oficialmente man­tuvieron que era mentalmente apto para la ejecución. Una petición presentada an­te el Tribunal Supremo de los EE.UU. la víspera de su ejecución fue desestimada y la ejecución se realizó.

El caso de Gary Eldon Alvord

Gary Alvord pasó la mayor parte de su vida adulta internado en instituciones psi­quiátricas de Michigan, antes de huir al Estado de Florida, donde asesinó a tres mujeres en 1973. Por entonces tenía unos 27 años de edad. Tres días antes de la fe­cha prevista para su ejecución, Alvord fue examinado por un grupo de psiquiatras del Estado, quienes informaron al gober­nador de que Alvord no era mentalmente apto para ser ejecutado. El gobernador ordenó que fuera trasladado a un hospital psiquiátrico del Estado para recibir trata­miento al amparo de la sección 922.07(3) de la legislación de Florida. En ella se es­tablece que si se determina que un conde­nado a muerte no es mentalmente apto para ser ejecutado, permanecerá en el hospital hasta que «la autoridad pertinen­te del hospital» juzgue que se le ha «de­vuelto la salud mental». Cuando fue tras­ladado al hospital, Alvord llevaba más de diez años a la espera de su ejecución.

Posteriormente, los trabajadores de sa­lud mental de Florida expresaron preocu­pación en torno a los fundamentos éticos de la prestación de tratamiento a un pa­ciente con el expreso propósito de dejarle mentalmente apto para su ejecución. En diciembre de 1984, la Comisión de Defen­sa de los Derechos Humanos del Hospital Estatal de Florida 18 declaró que «apoyaba

18 Organismo independiente, designado por el gobernador del Estado, que tiene la función de ser tercera parte en los asuntos que afecten a los dere­chos de los pacientes tratados en el Hospital Estatal de Florida. Existen comisiones similares en todas las instituciones estatales dependientes del Departa­mento de Sanidad y Recursos Humanos.

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plenamente al personal del hospital que se negara, por razones éticas, a propor­cionar tratamiento psiquiátrico al señor Alvord con la finalidad de hacerle apto pa­ra ser ejecutado». La Comisión señaló que esta postura se ajustaba a la adopta­da por la Asociación Psiquiátrica Ameri­cana (ver pág. 490).

La Asociación de Salud Mental de Flo­rida también adoptó una postura pública, oponiéndose a la ejecución de enfermos mentales y a la «designación de psiquia­tras estatales para determinar la capaci­dad mental de los que han de ser ejecuta­dos». Asimismo, la asociación instaba a todos los profesionales de la salud mental a que se negaran a diagnosticar Ic:t aptiturl de un condenado para ser ejecutado.

El caso de Morris Mason, Virginia

Morris Odell Masan, trabajador agrícola de raza negra de 32 años de edad, fue eje­cutado en Virginia el 26 de junio de 1985. Había sido condenado a muerte en octu­bre de 1978, tras ser declarado culpable del asesinato en mayo de 1978 de una mujer de raza blanca, anciana, en el curso de actos de violencia producidos en esta­do de embriaguez. Al parecer, la violó, le clavó una mano a una silla y prendió fue­go a la casa, en cuyo pereció la víctima.

Morris Masan poseía un largo historial de enfermedad mental y había estado in­gresado en tres instituciones psiquiátricas del Estado, donde se le había diagnostica­do retraso mental (se estimó que tenía un coeficiente de inteligencia de 66 y una edad mental de ocho años) yesquizofre­nia paranoide. Cuando cometió el asesi­nato se encontraba en libertad condicio­nal mientras cumplía una pena de prisión impuesta por provocar un incendio de ca­rácter leve. Según sus abogados, la se­mana anterior al asesinato Masan había pedido ayuda en dos ocasiones al agente a cargo de su libertad condicional, por sus excesos incontrolables en relación con la bebida y las drogas. El día anterior al cri-

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men parece ser que pidió que se le admi­tiera en un centro de ayuda para la rea­daptación de los presos; sin embargo, no existían instituciones de este tipo en Virgi­nia.

La legislación de Virginia preceptúa el traslado a un centro psiquiátrico de todos los condenados que padezcan perturba­ciones mentales. Sin embargo, el director de la prisión sólo es responsable de iniciar una vista para tratar de la salud mental del condenado. L~ vista la celebra entonces un juez del Estado que puede ordenar el examen del reo por dos médicos. Este procedimiento no se siguió en el caso de Masan.

A pesar de que tres psiquiatras habían diagnosticado por separado, a lo largo de los ocho años anteriores a la celebración del juicio, en 1978, que Masan padecía de esquizofrenia paranoide, el Tribunal dene­gó su petición para que compareciera un psiquiatra al efecto de que evaluara su es­tado mental. El abogado defensor que le designó el Tribunal no dispuso de recur­sos para contratar a un psiquiatra privado y a Masan se le declaró apto para ser pro­cesado. En junio de 1985, los abogados de Masan recurrieron para que se revisara su causa -y se concediera un aplaza­miento de la ejecución - a la luz de la sen­tencia del Tribunal Supremo de los EE.UU. de febrero de 1986, en la que se fallaba que los Estados debían proporcio­nar asistencia psiquiátrica gratis a los pro­cesados carentes de recursos para que pudieran preparar en sus procesos una defensa basada en la enfermedad mental. Sin embargo, el Tribunal Supremo deses­timó su recurso y su solicitud de aplaza­miento de la ejecución basados en estos motivos.

Asimismo, el gobernador de Virginia denegó las peticiones de clemencia pre­sentadas por los abogados de Masan fun­dadas en su retraso mental y sus antece­dentes de enfermedad mental.

Además de ser ejemplos de ejecución, o de casi-ejecución, de reos con perturba­ciones mentales significativas, los casos

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anteriores ilustran el dilema existente o posible inherente a las situaciones en las que se pueda exigir a un especialista en medicina que haga uso de su pericia pro­fesional para que un paciente recobre la salud, siendo el objetivo último de tales cuidados el permitir la ejecución del pa­ciente.

¿ES CRUEL LA PENA DE MUERTE?

Toda consideración que se haga sobre este punto debe ir precedida del reconoci­miento del sufrimiento que infligen los culpables de delitos punibles con la pena capital a las víctimas de los mismos y a sus familias. Al argumentar contra la pena de muerte, Amnistía Internacional no in­tenta en modo alguno minimizar el signifi­cado de los delitos cometidos, sino que, más bien, trata el problema de la pena de muerte en sí mismo, y es en este marco en el que se considera la cuestión de la crueldad de la pena capital.

Sufrimiento psíquico

En los EE.UU. es normal que un reo es­pere durante años la ejecución. Es opi­nión general que esta experiencia provoca un profundo «stress» 19, aunque existen pocos estudios sobre los cambios opera­dos en la salud psíquica durante el perío­do de reclusión en espera de la ejecu­ción 20.

19 WEST, L. J.: «Psychiatric reflections on the death penalty» (<<Reflexiones psiquiátricas sobre la pena de muerte»), Am. J. Orthopsychiatry, 1975, 45: 689-700.

20 Véanse, por ejemplo, BLUESTONE, H.; MeGA­HEE, C. L.: «Reaction to extreme stress: impending death by execution» (<<Reacción al stress extremo: muerte inminente mediante ejecución»), Am. J. Psy­chiatry, 1972, 119: 393-396. GALLEMORE, Jr. J. L.; PANTON, J. H.: «Inmate responses to lengthy death row confinment» (<<Reacciones del interno a la reclu­sión prolongada en espera de la ejecución»), Am. J. Psychiatry, 1972, 129: 81-86. Para relatos de expe­riencias facilitados por los propios presos, véase JOHNSON, R.: Condemned to die (<<Condenados a morir»). New York. Oxford: Elsevier Press, 1981.

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Parte del tiempo que transcurre hasta la ejecución puede estar ocupada por recur­sos jurídicos que tienen un carácter de vi­da o muerte. Se ha observado un deterio­ro psíquico importante durante este perío­do en varios presos (véase, más arriba, el caso de Alvin Ford), pero el «stress» psí­quico se acelera a medida que se acerca la fecha de la ejecución. En Florida, como en varios Estados más, los internos cuya orden de ejecución ya ha sido firmada suelen ser trasladados a una celda conti­gua a la cámara de ejecución cuatro se­manas antes de la fecha señalada. Se despoja al reo de sus pertenencias perso­nales y se suprime toda relación con otros internos. También concluyen en este pe­ríodo las visitas «vis a vis» de los fami­liares.

Las normas vigentes en Florida estipu­lan que desde cuatro días antes de la eje­cución (mediante electrocución) el preso sea sometido a observación constante, circunstancia que se conoce como proce­dimiento de «vigilancia de la muerte». Se toman las medidas del condenado para hacerle la ropa que llevará en la ejecución, debiendo consignarse por escrito el tipo de honras fúnebres que desea y el desti­natario de sus pertenencias personales. El día de la ejecución, puede mantener el úl­timo contacto con sus familiares en torno a la una de la madrugada. Hacia las 4,30 de la madrugada se le sirve la última comi­da y una hora antes de la ejecución se le ducha y se le ponen las ropas que llevará durante el ajusticiamiento. Se le afeita la coronilla y la pierna derecha, aplicándose sobre estas zonas un gel conductor. A las siete de la mañana el preso es escoltado hasta la cámara de ejecución. Después de atarle con correas a la silla eléctrica, y con un electrodo en un tobillo, se le permite expresar su última voluntad. A continua­ción se pone en la cabeza del reo una es­ponja empapada en amonio, unos auricu­lares y electrodos y se aplica la corriente eléctrica.

En cualquier momento de este procedi­miento, hasta que se conecta la corriente,

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puede concederse un aplazamiento de la ejecución y, si no se conmuta la pena, se repite todo el ciclo de preparación de la ejecución. Las directrices para ejecucio­nes que emplea el Departamento de Pri­siones de Florida exigen que el superin­tendente a cuyo cargo estén los trámites pregunte por teléfono, inmediatamente antes de la declaración de última voluntad del preso, si se ha concedido un aplaza­miento de la ejecución en el último mo­mento.

Sufrimiento físico

Como ilustran los casos de electrocu­ción ineficaz que se citan más arriba (pá­gina 484), no es raro que en las ejecucio­nes no se produzca la muerte instantá­neamente. En varios métodos, el no so­brevenir la muerte instantáneamente sig­nifica que el condenado sufre angustia fí­sica hasta que pierde el conocimiento y llega la muerte. La introducción en 1977 de la inyección letal en los códigos supu­so, al decir de sus partidarios, una ejecu­ción más «humana»21. Pero incluso este método puede causar angustia física y emocional si, por ejemplo, el condenado ha sido consumidor de drogas durante mucho tiempo o tiene las venas especial­mente pequeñas, o si los técnicos médi­cos no tienen la suficiente experiencia en la inserción del catéter.

James Autry fue ejecutado en Texas, mediante inyección letal, el 14 de marzo de 1984. Su ejecución se había fijado an­teriormente para noviembre de 1983. En esa ocasión, estaba atado con correas a una camilla y sufría la primera fase del proceso de la inyección letal (inyección intravenosa de suero fisiológico) cuando se aplazó la ejecución. La revista estado­

21 Un resumen de las causas fisiológicas de la muerte mediante todos los principales métodos de ejecución, junto con un análisis de las posibilidades de que cada uno de ellos cause dolor, puede hallarse en HILLMAR, H.: «An unnatural way to die» (<<Una manera no natural de morin>). New Scientist, 27 oct., 1983, págs. 276-278.

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unidense «Newsweek» informaba en su número del 9 de abril que Autry «tardó al menos diez minutos en morir y durante gran parte de ese tiempo estuvo cons­ciente, moviéndose y quejándose de do­Ion>. Un médico de la plantilla de la prisión que estuvo presente en la ejecución dijo después, según las informaciones, que era posible que la aguja del catéter se hu­biera obstruido, haciendo más lenta la ejecución. Otros testigos dijeron que, al parecer, parte de la solución había pene­trado en el tejido muscular, causando el dolor.

En la ejecución de Stephen Morin, me­diante inyección letal, en Texas, el 13 de marzo de 1985, al parecer los técnicos es­tuvieron más de 40 minutos buscando en los miembros del reo una vena adecuada para insertar en ella la aguja.

Sin embargo, en opinión de Amnistía Internacional, todo sufrimiento físico in­herente a la pena de muerte sólo añade peso a los argumentos contra esta pena; no sirve como argumento en sí mismo ya que hasta la forma de ejecución más exenta de dolor sigue siendo una viola­ción del derecho a la vida.

LA RESPUESTA DE LOS PROFESIONALES DE LA SALUD

Aunque siempre ha habido médicos que han argumentado contra la pena de muerte, a menudo a partir de su experien­cia personal 22, la cuestión de la pena de muerte se debatió con más fuerza en el seno de las profesiones relacionadas con la salud tras la introducción de la inyec­ción letal como método de ejecución. En un detallado razonamiento publicado en 1980, CURRAN y CASSCELLS 23 llegaban a la conclusión de que la participación de

22 Ver, por ejemplo, WEST, L. J., loc. cito 23 CURRAN, W. J.; CASSCELLS, W.: «The ethics

of medical participation in capital punishment by in­travenous drug injection» (<<La ética de la participa­ción médica en la pena capital mediante inyección de drogas por vía intravenosa»). N. Engl. J. Med., 1980, 302: 226-230.

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médicos en la ejecución mediante inyec­ción letal sería totalmente contraria a la ética médica. Posteriormente, esta cues­tión fue debatida por varias asociaciones profesionales a nivel local, nacional e in­ternacional. Además, las implicaciones éticas de la participación de 105 médicos se reflejó en debates y resoluciones de di­versas asociaciones médicas nacionales de otros lugares de las Américas, Europa y del resto del mundo.

En 105 EE.UU., las asociaciones médi­cas de 105 primeros Estados en 105 que se introdujo la legislación que permitía la eje­cución mediante inyección letal declara­ron su oposición a la participación médi­ca. A nivel nacional, la Asociación Médi­ca Americana declaró en 1980 que el úni­co papel que podían desempeñar 105 mé­dicos en una ejecución era el de certificar la defunción. La Asociación Psiquiátrica Americana (American Psychiatric Asso­ciation) resolvió que:

«El hecho de que 105 médicos sir­van a 105 Estados como verdugos, di­recta o indirectamente, es una per­versión de la ética médica y de su pa­pel como curadores y consoladores. La APA, por tanto, se opone con fir­meza a cualquier tipo de participa­ción de 105 psiquiatras en la pena ca­pital. »24

La Asociación Americana de Enferme­ras (ANA - American Nurses' Associa­tion) respondió a la nueva legislación de­clarando en 1983 que:

«Con independencia de la opinión personal de las enfermeras en rela­ción con la moralidad de la pena capi­tal, es una violación del código deon­tológico de las enfermeras participar directa o indirectamente en una eje­cución autorizada legalmente.»25

24 Citado por CURRAN y CASSCELLS (19821. loc. cit.

25 De la Declaración del Comité de Etica de la Asociación Americana de Enfermeras, 1983. Citado

En otras partes del mundo la pena de muerte ha sido objeto de debate en las asociaciones profesionales. La Asocia­ción Médica Mundial, en su asamblea de Lisboa de 1981 i resolvió oponerse a la participación de los médicos en la pena capital (ver más arriba, pág. 482). En Bra­sil, el secretario general de la Asociación Médica Brasileña escribió en el órgano de prensa de la Asociación, en noviembre de 1985, que «el papel del médico es el de ali­viar el dolor y prolongar la vida (... ). Los médicos nunca pueden, en ninguna cir­cunstancia, estar a favor de la pena de muerte (. .. l. Quienes ejecutan deben asu­mir toda la responsabilidad; los médicos no deben participar en esto», y sugería que «esta sea la política de los organis­mos médicos de todo el mundo» 26. A fi­nales de 1985, seis miembros de la Aso­ciación Médica Turca fueron procesados por pedir la abolición de la pena de muer­te en Turquía y que se pusiera fin a la si­tuación en la que se exigía a los médicos que certif~aran que los presos condena­dos eran «aptos para la ejecución». Los médicos turcos fueron procesados en vir­tud de la ley de asociaciones, que prohíbe las actividades fuera de la esfera de com­petencia profesional; los seis fueron ab­sueltos en septiembre de 1986. También en 1986, el Colegio Médico de Chile publi­có una recopilación de principios de ética médica nacionales e internacionales, en­tre los que se hallaban la Declaración de Amnistía Internacional sobre los médicos y la pena de muerte, y en junio de 1986, las asociaciones médicas de los países nórdicos de Europa (Dinamarca, Finlan­dia, Islandia, Noruega y Suecia) resolvie­ron que «es indefendible que ningún mé­dico participe en acto alguno relacionado con, y necesario para, la administración de la pena capital»27.

en la carta de la presidencia de la ANA al «Washing­ton Post», 22 de diciembre de 1984.

26 Jornal da Associat;ao Médica Brasileira, no­viembre, 1985, pág. 12. (N. del T.: Traducido de la versión inglesa del SI.)

27 Declaración de las Asociaciones Médicas Nórdicas, Aland, Finlandia, 16-19, junio, 1986.

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CONCLUSION cree que los profesionales de la salud desempeñan un papel importante en el 10­gro de este objetivo, primero mediante la

Amnistía Internacional se opone a la articulación y puesta en práctica de códi­pena de muerte en todos los casos por gos de ética que prohíban sin ambigüe­considerarla una violación del derecho a dades toda participación en el proceso de la vida y del derecho a no ser sometido a ejecución y, en segundo lugar, a través penas cruel~s, inhumanas o degradantes. de la ampliación del debate para que en él La organización trabaja por la abolición de se incluyan las cuestiones éticas de mayor la pena de muerte en todo el mundo y amplitud sobre la pena de muerte.

TABLA 1

METODOS DE EJECUCION

Método Estado

Horca Delaware (1) Montana New Hampshire (2) Washington (1)

Electrocución Alabama Louisiana Arkansas (1) Nebraska Carolina del Sur Ohio Connecticut (2) Pennsylvania Florida Tennessee Georgia Virginia Indiana Vermont (2) (3) Kentucky

Gas Arizona Maryland California Mississippi (1) Carolina del Norte (1) Missouri Colorado

Inyección letal Arkansas (1) New Jersey Carolina del Norte (1) Nuevo México Dakota del Sur (2) Oklahoma Delaware (1) Oregón Idaho (1) Texas lIIinois Utah (1) Mississippi (1) Washington (1) Montana (1) Wyoming Nevada

Fusilamiento Idaho (1) Utah (1)

(1) Uno de los dos métodos de ejecución posibles para algunos o para todos los presos condenados a muerte en este Estado.

(2) Aunque en este Estado existe legislación que estipula la pena capi­tal, no se han impuesto penas de muerte desde la sentencia del Tribunal Supremo de 1976.

(3) Vermont tiene una legislación anterior a 1972 que no ha sido refor­mada.

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TABLA 2

PENAS DE MUERTE Y EJECUCIONES POR ESTADOS (Todas las cifras estén actualizadas a 1 de octubre de 1986)

Número de presos Número de presos ejecutados en espera de la desde la sentenciaEstado

ejecución del Tribunal Supremo de 1976

Alabama Arizona Arkansas California Carolina del Norte Carolina del Sur Colorado Connecticut Dakota del Sur Delaware Florida Georgia Idaho IlIinois Indiana Kentucky Louisiana Maryland Mississippi Missouri Montana Nebraska Nevada New Hampshire NewJersey Nuevo México Dhio Dklahoma Dregón Pennsylvania Tennessee Texas Utah Vermont Virginia " Washington Wyoming

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79 65 29

190 62 44

1

5 247 105 14 98 38 29 49 19 46 43

5 13 36

21 5

67 63

1 87 57

218 7

34 8 3

2

3 2

16 7

2

7

2

18 1

5

TDTAL . 1.788 66

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TABLA 3

EJECUCIONES REALIZADAS DESDE LA SENTENCIA DEL TRIBUNAL SUPREMO DE 1976

(Todas las cifras están actualizadas a 1 de octubre de 1986)

1977 (Utah).

1978

1979 2 (Florida y Nevada).

1980

1981 1 (Indiana).

1982 2 (Texas y Virginia).

1983 5 (Alabama, Florida, Georgia, Louisiana, Mississippi).

1984 21 (2 en Carolina del Norte, 8 en Florida, 2 en Georgia, 5 en Louisiana, 3 en Texas, 1 en Virginia).

1985 18 (1 en Carolina del Sur, 3 en Florida, 3 en Georgia, 1 en Indiana, 1 en Louisiana, 1 en Nevada, 6 en Texas, 2 en Virginia).

1986 16 (1 en Alabama, 1 en Carolina del Norte, 1 en Carolina del Sur, 3 en Flo­(hasta el rida, 1 en Georgia, 8 en Texas, 1 en Virginia). 1 de octubre)

TABLA 4

POSTURA DE ASOCIACIONES PROFESIONALES DE LA SANIDAD SOBRE LA PENA DE MUERTE

Profesi6n Asociaci6n Política

Médicos Asociación Médica Mundial

Asociación Médica Americana

Psiquiatras Asociación Psiquiátrica Mundial

Asociación Psiquiátri­ca Americana

Psicólogos Consejo Internacional de Psicólogos

Asociación Americana de Psicólogos

Enfermeras Consejo Internacional de Enfermeras

Asociación Americana de Enfemeras

Sin postura sobre la pena de muerte propiamente dicha. La única función de los médicos es certificar la defunción.

Sin postura sobre la pena de muerte propiamente dicha. La única función de los médicos es certificar la defunción.

Sin postura sobre la pena de muerte propiamente dicha. Sin postura expHcita sobre la función de los psiquiatras.

Sin postura sobre la pena de muerte propiamente dicha. Se opone a la participación de psiquiatras en las ejecucio­nes y ha presentado ante el Tribunal Supremo un informe oponiéndose al uso de datos hipotéticos en las vistas en las que se dictan las condenas.

Sin postura sobre la pena de muerte propiamente dicha. Sin postura sobre la función de los psicólogos.

Sin postura sobre la pena de muerte propiamente dicha. Sin postura explícita sobre el papel de los psicólogos.

Sin postura sobre la pena de muerte propiamente dicha. Sin postura formal sobre el papel del personal de enfermería.

Sin postura sobre la pena de muerte propiamente dicha. Violación de la ética de la enfermería por aquellos miem­bros de la profesión que participen directa o indirectamen­te en una ejecución.

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APENDICE

DECLARACION DE AMNISTIA INTERNACIONAL SOBRE LA PARTICIPACION DE LOS MEDICOS EN LA PENA DE MUERTE

Amnistía Internacional,

RECORDANDO

que el espíritu del Juramento de Hipócra­tes ordena a los médicos ejercer en bien de sus pacientes y nunca para hacer daño,

CONSIDERANDO

que la Declaración de Tokio de la Asocia­ción Médica Mundial estipula que «se mantendrá el máximo respeto a la vida humana, incluso bajo amenazas, y no se hará uso alguno de cualquier conocimien­to médico contrario a las leyes de la hu­manidad»,

CONSIDERANDO ADEMAS QUE

la misma Declaración prohíbe la participa­ción de los médicos en la tortura u otros procedimientos crueles, inhumanos o de­gradantes,

SEÑALANDO,

que la Secretaría de las Naciones Unidas ha manifestado que la pena de muerte viola el derecho a la vida y que constituye una pena cruel, inhumana o degradante,

TENIENDO PRESENTE

que puede recabarse la participación de médicos en las ejecuciones de alguna de las formas siguientes, entre otras

la determinación de la aptitud mental y física para la ejecución, la prestación de asesoramiento téc­nico, la prescripción, preparación, adminis­tración y supervisión de las dosis de sustancia letal en las jurisdicciones en las que se emplee este método, la realización de reconocimientos mé­dicos durante las ejecuciones para que éstas puedan proseguir en el caso de que el reo no haya muerto aún,

DECLARA

que la participación de los médicos en las ejecuciones es una violación de la ética médica;

HACE UN LLAMAMIENTO

a los médicos para que no participen en las ejecuciones;

HACE UN LLAMAMIENTO TAMBIEN

a las organizaciones médicas para que presten su protección a los médicos que se nieguen a participar en ejecuciones, y para que adopten resoluciones con esos fines.

* * *

Esta declaración fue formulada por la Junta Médica Asesora de Amnistía Inter­nacional y adoptada por el Comité Ejecu­tivo de la organización, el 12 de marzo de 1981.

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