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    ES INMORAL, HOY,LA PENA DE MUERTE?

    "El tema de la pena de muerte es uno de los temas clsicosen los cuales las posiciones se han invertido en la era contempo-rnea, aunque no univer salm ente ni de mane ra definitiva ". Estaaf i rmacin de Leandro R os s i (1) es verdadera, s i nos l imitamos aconsiderar superf ic ia lmente las manifestaciones de la l lamada opi -nin pbl ica en determinados pases y en part iculares c i rcunstan-c ias de la sociedad.Hasta qu punto sea tambin verdadera en una consideraciny anl i s i s profundo de los argum entos que defendan la pena demuerte en el pasado y que la impugnan al presente, no parece cosatan c lara. N os propon em os ref lexionar sobr e aquel los argum entosy sobre la impugnacin que de el los se hace actualmente en no po-cos libros y artculos, para buscar un juicio objetivo de los unos yde la otra.

    1. Ojeada histricaEl mundo ant iguo no puso nunca en d iscusin la facultad de laautoridad civi l suprema para aplicar la pena de muerte a delincuen-

    tes reos de gravsimos delitos, en particular de crmenes contra lavida de ciudadanos inocentes o contra la seguridad del Estado.El pueblo de Di os israelita no fue ningun a ex cepc in en estepunto. Ms bien encontramos dificultad en interpretar ciertas r-den es e xterm inado ras del Di os de los ejrcitos (2 ), y ciertas acti-tude s de su providencia (3) en el An tigu o Testam ento. En el Nue-vo no se presenta con los mismos acentos, y muestra un espr i tude amor y misericordia muy opuesto a los sent imientos de odio yde venganza; pero, no obstante, aparecen sentencias que, lejos deopo ner se absolu tame nte a toda la dureza de la Vieja Alianza, de-jan abierta la puerta a represiones penales de sangre y vida (4).En la tradicin catlica nunca se neg hasta nu estr os das, ano ser excepcionalmente, la posibilidad de aplicar legtimamente la

    pena de muerte. Si algn Padre de la Iglesia o Autor eclesistico,como S. Ambrosio, Tertul iano o Lactancio, pudo ser ret icente o ne-(1) En Dicc ionar io enc ic lopd ico de teolog a mora l , 2 ed., (M adr id 1974) 793.(2) Dt. 20.16: Jo s. 7.25-26 etc.(3) CF. 1 Sam . 15, 8-9. 32.(4) Cf. Mt. 26,52.

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    gat ivo, y a lgn otro vaci lante o amb iguo com o S . Ag us t n (5), e lMag i s ter io med ieva l conden la p ropos i c in de los Wa lde nse s quereprobaba como pecado grave todo "juic io de sangre" pract icadopor el poder secular (D S 795); y s ig l os m s tarde censura ba laafirma cin de Lutero, se g n la cual se ra contra la volun tad divinaaplicar la pena capital por los delitos contra la religin (DS 1483),tantas veces sancionados con el la en el Ant iguo Testamento.La fi losofa cristiana adm itida por a teologa, invoc en defen-sa y sostn de esta pena un argumento de b ien comn y garant adel orden y seguridad debidos a los c iudadanos, que an parece amuchos del todo vl ido en su apl icabi l idad posib le para nuestrosdas. Y as lo s igu en entendiendo respetables soc ilo gos , pol t i-cos y telogos en la actual idad.Es c ierto que desde f ines del s ig lo XVI I I , ms concretamente,desde la aparicin de la conocida obra Sobre los delitos y las penas(6), que fue puesta en el Indice, la opinin a favor de la abolicinde la pena de muerte, com o instituci n inmoral, ha ido en aume n-to; y actualmente predomina acaso en el empleo de los medios dedifus in, a l menos en determinadas s i tuaciones, invocando cono-c idos s logans como la d ignidad del hombre, el va lor supremo de suvida, el deber de los Estados de promover el bien comn, etc., conargum entos ev identemente defectu oso s en mu cho s casos , y ha-c iendo af i rmaciones categricas sobre cuest iones muy d iscut ib lesen su realidad.Intentaremos considerar objetivamente el punto de vista de lalnea tradicional y las nuev as pe rspe ctiva s que, se g n afirman al-

    gunos, destruyen aquel la l nea en el actual proceso de "humani-zac in " .2. Los datos de la Biblia

    " E s temerario sacar de la Bib l ia argu men tos en favor de la pe-na de muerte o en contra de la misma", se deca en un documentodel episcopado francs, des pu s de una larga invest igacin sobr elo que cabe deducir al respecto de una lectura reflexiva de la pa-labra revelada. En los textos del Antiguo y del Nuevo Testamento,se af i rmaba, "h ay que busca r un espr i tu y una insp irac in, m s queuna letra y una codif icaci n" (7).Pensamos que hay que i r a buscar lo que en el la se contenga,s in pred ispos ic in en ningn sent ido. Y entonces cree mo s que,

    junto al respeto debido a la vida del hombre, que tiene indudableapoyo en la Biblia, se puede descubrir una facultad de destruir esavida concedida o determinada por Dios a la autoridad de Israel en( 5 ) C f . N. BLAZ OUE Z, Textos polmica-interpretat ivos agust inianos sobre la pena de muerte, enAugust. 22 (1977) 265-299.( 6) C . B EC C A R IA , De i

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    algun as c i rcuns tancias, no raras en la histor ia de aquel pueblo. Que"las sanciones son consideradas y ejecutadas para ayudar a l pue-blo en su fidelidad a Dios", adems de excluir la arbitrariedad, in-dica el valor y la importancia de la religin para el pueblo; peronada hace pensar que se sea el nico motivo legtimo para casti-gar con la muerte grave s del i tos. Por es o no nos parece que, co-mo resulta do de la lectura reflexiva, se p ueda so ste ne r qu e la dis-tancia entre aquel los t iempos y los nuestros, y la evolucin cultu-ral que se ha registrado, haga de la legislacin bblica algo "extra-o a las mot ivaciones de una legis lac in contempornea", o queno permita pensar que, adem s del mot ivo rel ig ioso part icularmen-te vlido para el pueblo de D ios , no existan otros que p uedan ha-cer legtima la pena de muerte.Leyendo s in prejuic ios la palabra de Dios encon tramo s muyclaro el quinto precepto del De clo go "n o m ata r s" (Ex. 20, 32; Dt.5,17). Pero, si no ais lam os este texto de otros que tam bin est nen la Biblia, co mp ren dem os cul es su verdadera interpretacin.No se trata de una prohibicin absoluta, porque el mismo Dios daotras d isposic iones contrar ias. Y sobre todo se trata de no mataral hombre exento de culpa: "No matars al nocente y justo", ex-plica Ex, 23,7; y lo mism o repite, para nu estra recta inteligencia,Dan. 13,53. En cambio otros textos, como Gen. 9,6 o Ex. 22,17. 18o Lev. 20, 1-5, dejan entend er m s bien qu e el homicid a, el impoy el malhecho r pel ig roso s no deben permanecer en v ida. Y Ex.21,12 ordena s in ambages: "El que hiera a otro mortalmente, sercondena do a mu erte". So n d ig nos de atencin otros m uch os tex-

    tos: Num. 35,16, Dt. 19,4, 1 Sam. 15,32 etc., cuya consideracinconjunta nos dar lo que permit i o d ispuso Dios que se determi-nara para el gobierno de su pueblo.No es evidente, como se ha dicho, que slo se trata de una leydel t iempo, desautorizada definitivamente por el Evangelio. Tam-bin en el Nuevo Testamento hay expresiones que suponen la apl i -cacin de la pena de muerte, sin un rechazo absoluto de la misma.No obstante el testimonio del respeto que se debe a todo hombre,incluso a l ms miserable y aun a l enemigo personal, s i se quierevivir segn el espritu del Evangelio, es cierto que, cuando se tratade la autoridad pblica que debe proteger a la sociedad, aparecenen el Nuevo Testamento ideas que favorecen la tes i s ant iabol ic io-nista de la pena de mu erte (M t. 26,52; Le. 13, 1-4), sien do particu-larmente significativo S. Pablo, cuando de la autoridad pblica, "mi-nistro de Dios para el b ien... vengador para cast igo del que obramal", d ice que "no en vano l leva espada" (Rom. 13,4).

    3. El magisterio de la IglesiaHemos mencionado dos intervenciones de Inocencio l i l y LenX que suponen la aplicacin legtima de la pena de muerte por gra-

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    v s imos del i tos. En otras ocasionee, a l reprobar la propia defensamediante la muerte del ca lumniador y fa lso juez (D S 2037/8. 2130),del ladrn de poca cuanta (ib. 2131) y del t irano (ib. 1235), s e e s-t indicando implcitamente que hay otros delitos a los que puedecorresp onde r aquel la pena. Len X I I I , a l condenar el duelo, ense-aba que las leyes divina y natural prohiben decididamente la muer-te de un hombre fuera de causas de orden pbl ico o de defensade la propia vida, dejando entender que en estos dos casos la reac-c in sangrienta puede estar legit imada (cf. D S 3272).En tiemp os de Po XI I declar el Sto. Ofic io que es contraria alderech o natural y posit ivo la ejecucin de pe rso na s tarada s, que"no han cometido ningn cr imen digno de muerte" (DS 3790), ad-mit iendo implc i tamente que se cometen cr menes a los cuales sepuede aplicar justamente la pena de muerte. El mismo Papa admi-ti esa pena, y recono ci al poder sup rem o de los E sta do s la facul-tad de aplicarla, explicando el hecho no porque entonces la auto-ridad dispone del derecho del criminal a la vida, sino porque lo pri-va "de l bien de la vida, en ex piacin de su extravo, de sp u s deque l mismo, por su cr imen, se ha despojado del derecho a con-t inuar v iv ie ndo " (8).Los que hablan de una progresiva toma de conciencia sobrela dignidad de la persona humana y del mismo Estado, para af i rmarque, en virtud de la que ya se ha realizado en nuestro tiempo, seha de reconocer y admitir una evolucin y cambio en la calificacinmoral de la pena de muerte, pasando del licet (es lcito) al non li-

    cet (no es lcito) aplicarla en nuestros das, recurren a veces a ladesc r ipc in de "b ie n com n " que p ropuso Juan XX I I I , y que a sumiel Concilio Vaticano II: "En la poca actual se considera que el biencomn consiste pr inc ipalmente en la defensa de los derechos ydeberes de la persona humana. De aqu que la mis in pr inc ipal delos hombres de gobierno deba tender a dos cosas: de una parte areconocer, respetar, armonizar, tutelar y promover ta les derechos;de otra, a facilitar a cada ciud adano el cumplim iento de su s resp ec-tivos deberes. Tutelar el campo intangible de los derechos de lapersona humana y hacerle l levadero el cumplimiento de sus de-beres debe ser of ic io esencia l de todo poder pb l ico" (9). Que-riendo i lustrar la aplicacin prctica de esta descripcin a (a penade muerte en nuestros d as se ha escr i to: "Hoy el Estado no esta la altura de su m isin , es decir, " s e de gra da " si, para salva guar -dar el b ien comn que le corresponde sa lvaguardar, echa mano dela pena de muerte. El progresivo descubrimiento de que el Esta-do .. . promu eve "e n la poca actual" e l b ien com n defendiendoprincipalmente los derechos y deberes de la persona humana...,con stituye la cobertu ra doctrinal del nue vo im perativo tico: "n o n(8) A l l ocut io ad eonvenhim bistopathologlae. in A A S 44 (1952) 787.(9) En c c l Pace m in tetr is 60, en A A S 55 (1963) 273-274.

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    l icet" (no es lcita) ho y la pena de mu ert e" (10) . Adems de ot ra sobservaciones que harem os m s abajo, y de que no co mp rend em oscmo en fuerza del mero progreso en el conocimiento de una rea-l idad que en s no cambie pueda suceder una s imple "evolucin"en la doctrina que haga i lcito lo que ante s se reco noca lcito,confe samo s que tampoco comprendem os que la desc r ipc in p ro-puesta de "b ien-comn" imponga un cambio de lo l c i to a lo i l c i to.En efecto, la tutela de los derechos y deberes de los buenos c iu-dadanos, po r qu no puede requeri r que, respetando la d ignidadsustancial del ciudadano criminal en cuanto es persona, no se ac-te con l segn sea necesario para que los buenos se vean segu-ros y tutelados en sus derechos? La s imple toma de conciencia ma-yor de la dignidad del hombre y del Estado no vemos que haga i l-cita hoy, ni siquiera en el sector de la humanidad que haya adqui-rido mejor conciencia, la aplicacin de la pena de muerte a cier-tos cr iminales.El Co ncilio Va ticano II, a pesa r de haber con side rado que ennuestro tiempo crece la conciencia de la eximia dignidad de lapers ona hum ana (D H 1,1; G S 26,2), y de afirmar que el orden so-cial y su proceso deben dar siempre la preferencia al bien de laspe rso na s (G S 26,3), no se pron unci contra la pena de muerte encuanto su aplicacin se estime necesaria para el orden social y elb ien comn de los c iudadanos, puesto que el orden debe fundarseen la just ic ia (G S 26,3). Cua ndo d ice que "el orden so cia l y suprogresivo desarrol lo deben subordinarse en todo momento a l b iende la persona, ya que el orden real debe so me ters e a l orden p erso-nal, y no al con trar io", no contrad ice la te sis antiabo licionista dela pena de muerte, si en definitiva la aplicacin de sta se demues-tra necesaria para el b ien de las personas en su conjunto.

    Ref i r indose a los derechos del hombre, Pablo V I ha observa-do que hoy se d iscute a veces con pasin "en busca de una mayorjust ic ia efect iva o presunta", aadiendo que las reiv indicaciones nosiempre son razonables o realizables; que las hay arbitrarias o deanrquica utopa. Y en concreto, cuanto a la vida humana "sobrela cual, por motivo de parentela o de superioridad social, ejercitael hombre su autoridad de tantas maneras, est sustrada, en cuan-to tal, a es a m ism a autorid ad" (11). De jam os al lector la interpre-tacin del inc iso "en cuanto ta l " . Aadamos que en a lguna ocasinse expres de modo que pareca considerar excesivamente dura laejecucin de a lgu nos c r iminale s m s culpables, mientras se con-ceda el indulto a otros tantos de su s co mp aer os (12).Las Conferencias episcopales, casi exclus ivamente las de los(10) J. M. de LAH IDA LG A. La pena de muerte , y s u ca l i f i cac in m o r a l , hoy, en Sc r ipt . Vctor. 23(1976) 45.( 1 1 ) A locuc in pastora l , en l 'Osse rvatore Romano 21, IV, 1978.(12) Cuando fueron e jecutados c inco de once c r imina le s en Espaa, habindose concedido Indu l -to a los otros seis, en la audiencia del 28, IX, 1975 el Papa Pablo VI habl de "v ibrantecondena de una repres in tan dur a " , de " t r i s t s im o e piso d io" , de "dem as iad a sangre der ra -mada por ambas par tes " .

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    pas es d esarrol lado s, se han pronunciado recientemente, en nota-ble nmero, ms b ien en sent ido abolicionista de la pena de muer-te. Pero ta l vez s in reparar suf ic ientemente que "en nuestro t iem-po", las condic iones externas de cuya ndole puede estar pendienteel criterio moral, no son en toda s partes y en toda cir cun stan cialas m ism as . No contribu ye a la clarificacin del juicio moral s ob rela pena de muerte, que presupone s iempre un del incuente respon-sable de su delito, el unira en la condena con el aborto de se re ss iemp re inocentes person almente, aunque se d iga que el aborto secondena "con mayor razn" (13). En las ref lexiones de la Comi-s in del episcopado francs de pr inc ip ios de 1978 creemos que pre-domina en general la actitud, menos objetiva a nuestro juicio, queles guiaba en la lectura de la Biblia: la de "buscar un espritu y un ainsp irac in, ms que una letra y una codif icacin". Slo as pudie-ron conclui r taxat ivamente: "B as ad os en este conjunto de razo-ne s. .. los firma ntes de esta nota estim an que en Francia la penade muerte debera ser abol ida". S , desde luego que debera serabol ida, s i todos s us c iud adanos baut izados v iv ieran segn el es-pritu del Evangelio. Pero otro es el caso.4. La tradicin del pueblo de Dios

    Tal t radic in, que es verdadero " lugar teolgico" s iempre ys lo cuando la comunidad de f e les jera rqu a y pueb lo co inc i -de en admitir y profesar una proposicin doctrinal en materia defe y de moral (cf. LG 12), s e puede decir que ha tenido como 1 cues-tin pacfica la licitud de la pena de muerte, por lo menos para las i tuacin general de los pueblos hasta t iempos recientes. Este he-cho no puede me nosp reciarse, aunque haya de drsele el va lor, talvez relativo, que le corresponda en un anlisis objetivo del influjoque las condic iones para la va l idez de una norma y las c i rcunstan-cias que la acompaan pueden tener en la moral de una norma ti-ca funcional.

    La tradic in ecles ia l ha estado s iemp re en conso nanc ia conlos a rgumen tos f i losf i cos a sum idos por los te logos . Y eso s ar -gum ento s, aunque frecuentemente se formulan bajo pre supu esto sy condiciones en s variables, que influirn en el valor de la normaen la forma y medida en que los presupuestos var en, hay que re-conocer que en las escuelas catl icas se consideraban casi comosustancia lmente invariables; porque aquel los presupuestos y c i r-cunstancias eran considerados como poco dependientes de las va-r iantes cultura les y socia les, y muy rad icados, en cambio, en la con-dicin constante del hombre afectado por el pecado original, cuyasconsecuenc ia s a r ra st ra en manera muy estable mientras no em-prende seriamente un camino de honradez cvica y virtud cristiana.De otra manera; al criminal insigne que no diera pruebas profun-113) A s la Conf erenci a episcopal austr a ca, al desapro bar la pena de muerte por del ito s sexu ales,en abr il de 1977.

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    da s de arrepen timiento le juzgab an m uy difci lmente recuperablepara la sociedad ordenada y segura. Y a sus compinches, l ibres enla cal le, muy pel ig roso s, s i no se les amedrentaba con una sa ncinejemplar de sus compaeros. Creemos que a l p lantear hoy la cues-tin de la moralidad de la pena de muerte, ade m s de gua rda rno sde norm as un iversa les en el espac io, hem os de considerar los pre-supuestos y cons iderac iones, s in dar demas iado va lor a los s i gnossuperf ic ia les de los t iempos, ins i st iendo en una consideracin pro-funda de la condicin estable del hombre cado.La teologa tiene que considerar el valor, sentido y alcanceexacto de la tradicin, sin menospreciar ni exagerar su significa-do. Pero en cuanto a la bas e fi losfica, est sujeta a rev isin y acambio, conforme a la realidad y fuerza probativa de los argumen-tos que descubra la pura razn natural. En definitiva, "la doctrinatradicional de la Iglesia es que la pena de muerte no est en con-tradiccin con la ley divina, pero tampoco esta misma ley la exigecom o necesaria: su necesidad depende de las c i rcunstancias. Unbuen catl ico puede sostener, segn las d iversas c i rcunstancias ysu valoracin, la pena de muerte o su abolicin; mas no puede lle-gar a decir que el infligir esta pena constituya una violacin delderecho natural" (14).

    5. La reflexin filosficaLa reflexin fi losfica ha contribuido decisivamente en la doc-trina tradicional favorable a la pena de muerte cuando la requieranlas c i rcunsta ncias. Su consid eracin fundamental la formul Sto.

    Toms de la manera s iguiente: "Cualquier parte se ordena a l todocomo lo imperfecto a lo perfecto, y por ello cada parte existe na-turalmente para el todo. Por tanto, si fuera necesario para la sa-lud de todo el cuerpo hum ano la amputacin de a lgn miemb ro,por ejemplo, si est podrido y puede infectar a los otros, tal am-putacin ser laudable y sa ludable. Pues b ien, cada persona s in-gula r se com para a toda la com unid ad com o la parte al todo; y portanto, s i un hombre es pel igroso para la sociedad y la corrompepor a lgn pecado, en orden a la conservacin del b ien comn se lequita la vida laudable y saludablemente; pues, como afirma S. Pa-blo (1 Cor. 5,6), un poco de levadura corrom pe toda la m as a" (15).Este recurso al principio de totalidad no tiene perfecta aplica-c in unvoca y d i recta en el caso. El cr iminal es un miembro deltodo socia l; pero no le est subordinado en cuanto a su propio ser

    y a su existencia, como le estn subordinados a l todo f s ico suscomponentes. El c iudadano se subordina a l Estado solamente encuanto a c iertas prestaciones u omis iones necesarias para el b iencomn. Y la autoridad pblica no tiene sobre l otro poder que el(14) L . BEND ER-A. PUG L IESE . Muerte (pena de ), en Dicc ionar io de Teolog a mora l , (Barce lona1960) 819.(15) Summa theologica, 2-2, 64. 2, c.

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    de obligarle a la colaboracin necesaria para el bien de la comuni-dad y a la om is in de las actuaciones cr iminales, respetndole enlo posible la integridad de su ser y sobre todo el bien bsico y fun-damental de la vida. Sin embargo, no es claro que el principio detotalidad no d pie para concluir que , cuan do parezca n ece sario pa-ra el bien com n y para la seg urid ad de los ciud ada nos inoce ntes,el Estado puede asegurar la omisin radical de toda actividad cri-minal, poniendo a los malhechores en la imposibilidad absoluta deintentarla, inclu so med iante la aplicacin de la pena de muerte.Otra consideracin fi losfica ms clara, anloga a la que fun-da el derecho de una persona privada a defenderse cruentamentecontra un agr eso r injusto, es la siguie nte: Toda soc ied ad perfectat iene en s mis ma los medios nec esario s para promo ver el b ien

    comn entre sus miem bros. A esa prom ocin estn obl igados to-dos los c iudadano s mediante su colaboracin necesaria, y abste-nindose de todo lo que puede perjudicar a ese bien comn y alorden so cial. Y el Estad o puede imp oner tanto la colab oraci n ne-cesaria, cuanto la abstencin de actuaciones perjudiciales de ma-nera eficaz en la medida n ecesa ria. Ah ora bien; si la autoridad p-blica considera razonablemente como necesaria para la conviven-cia pacfica y segura de los buen os la el iminacin de a lgu nos mal-hechores insignes, parece claro que la pena de muerte ser legti-ma en cuanto sancin ejemplar, defensa o prevencin contra nue-vos cr menes, correct ivo a leccionador para otros eventuales malhe-chores. Discut ib le ser solam ente la hipte sis: s i realmente esnecesaria tamaa pena para asegurar el orden pblico. Pero si elEstad o juzga que se verifica la hip tesis y es l so lo el juez com-petente en este punto en caso de conflicto entre el bien parti-cular y el bien comn, ms universal y ms necesario que el bienparticular, habr que sac rificar el seg un do al primero , sobre todocuando el sacrificio viene impuesto por razn de un actitud libre-mente escogida por el cr iminal sacr i f icado.6. Cambio del juicio moral?No podram os hablar de cambio de la "do ctr ina " moral. Una"doctr ina" profesada universa lmente por mucho t iempo en el pue-blo de Dios, aunque no tenga el refrendo claro de la revelacin ode una definici n infalible de la Iglesia, difci lmente p uede sufrirun cambio. Aun que s u proposic in se a en s fa l ib le, puede suce-der que su contenido sea infa l ib lemente verdadero por considera-cio ne s de otro orden, en ltimo trm ino por la interven cin garan-

    t izada del Esp r i tu de verdad en sem ejante s pr opo sic ione s.Pero s cabe hablar de cambio del juicio moral, incluso contra-dictoriamente, hacindose lcito lo que antes era lcito. Esto puedesuceder con proposic iones doctr inales cuyo valor y verdad depen-da de determinadas c i rcunstan cias o hiptes is; de suerte que loque resulta verdader o en fuerza del cum plimie nto de una co ndi- 70

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    cin, sea fa lso cuando no se real iza esa condic in. En estos casosno hay cambio alguno de la doctrina, de los principios doctrinales;lo que cambia es su apl icacin en los casos concretos.Se menciona hoy frecuentemente como cambio del " impera-t ivo t ico", permane ciendo invariable la "no rm a m oral", el cas odel prs tam o con inters. Pero, a nue stro parecer, errneam ente.No ha cambiado la norma moral general "no robars", pero tampo-co el imperat ivo t ico "no hars un prstamo que, como tal, seaone roso para el prestatar io". Este lo sol ic i ta, por necesidad, de s uprjimo. Y el prjimo, con s u sacr o deber de amar al herma no ne-cesi tado, est obl igado a no explotar su necesidad s ino remedir-sela, a lo meno s en cuanto pueda hacerlo s in me nosc abo de su sbienes. Este es precisamente el caso en el contrato del prstamo

    en cuanto tal. Es extrao que, hablando tan elocuentemente del de-ber de amo r sac rificado h acia el prjimo, ciertos autore s propo n-gan el caso del prstamo con inters como tpico de evolucin dela doctr ina mor al en s m ism a. Por lo de m s, para evitar tal afir-macin errnea, les bastara leer la norma cannica con base doc-trinal que est expresada en el canon 1543. Lo que ha cambiadono es el imperativo tico sob re el prst amo co n inter s, sin o elmun do econ m ico en el cual, hoy, no hay prcticame nte ning nprstamo que no suponga un dao para el prestamista, al revs delo que suceda en otros tiempos. Por razn de ese dao, habitual-mente ahora, como c i rcunstancia lmente en el pasado, se puedeexigir un inters compensatorio, porque el amor cristiano no obli-ga hasta imponer un perjuicio al prestamista en beneficio del pres-tatario.Con la pena de muerte puede suceder a lgo semejante. El Es-tado no t iene derecho absoluto para sancionar con esa pena ni s i -quiera los delitos de san gre . En principio tiene que proteg er lav ida de todos su s c iuda danos; y nunca puede d ispon er de el lacuando no se ha hecho indigna de ser conservada por enormes cr -menes que hacen del criminal, difci lmente controlable, un ser al-tamente peligr oso para el orde n social. Est o quiere decir que laaplicacin de la pena de muerte a delincuentes es inmoral, mien-tras no sea insust i tuib lemente necesaria para el b ien comn. Otrasrazones que pudieran a legars e, concretam ente el ejerc ic io de lajust ic ia v indicat iva sancionadora de los cr menes de mayor cuant a,no ser an suf ic ientes.La cuest in sometida a examen es, por consiguiente, s e lmantenimiento de la pena de muerte contra malhe chores ins ig neses "h o y " insust i tuib lemente n ecesaria para la segu ridad de los c iu-dad ano s inoc entes y para el cirden pblico. Si lo fuera, no se po-dra apoyar razonablemente la opinin pblica de los ciudadanos yla labor parlamentaria de los polt icos a favor de la abro gaci n de

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    la pena de muerte, que se est imponiendo en Europa (16). De-bera subsist i r el punto de vista tradicional: "La pena de muerte,como todas las otras penas, no es legt ima s ino porque y en cuan-to corresp onda a la legtima defen sa de la sociedad. No est jus-tificada como en fuerza de un derecho del Estado a disponer de lav ida de los c iudadanos, s ino solamente en fuerza de un derecho adefenderse. El derecho a la vida del ciudadano permanece en to-do caso inviolable tambin para el Estado como para los particu-la res " (17 ) .Al tratar de examinarla, debiera hacerse en primer lugar unaobservacin que generalmente pasan por a lto los autores. El "hoy"debiera ser completado con el: "y en un pas determ inado". S i seoye crit icar sin fundamen to la aplicacin de la moral europ ea (oroma na) a los pueb los africa nos, com o si la tica natural estu vierasustancia lm ente en funcin de las culturas histr icas, sorpre ndeque esos mismos cr t icos igualen condic iones cultura les y socia lesmuy d iversas, s iendo as que, de la real idad de esas condic iones,depende e mantener uno u otro criterio respecto de la aplicabili-dad de la pena de muerte. Lo primero que se debe tener presen te,por con sigu iente , en la reflexin sob re este problem a es que lass i tuacio nes pue den ser muy d iversas, y que no cabe s impli f icar lacuest in de ese m odo. A nuestro parecer existen hoy mu cho s pa -ses en v as de desarrol lo, cuyas condic iones pol t ico-socia les y cul-turales no son muy diferentes de las que tena presentes la tradi-cin catlica cuan do aceptaba hipotticame nte la muerte, dandopor descontado que la hiptesis era real y verdadera.

    Pero enu me rem os aqu, s in perjuic io de una respu esta poste-rior ms explcita, las objeciones que se le hacen hoy a la pena demuerte. Se dice, entre otra s cosas, que en un Estado moderno noes indispensable para sa lvaguardar el b ien comn; que las inst i tu-c iones c iv i les y socia les t ienen actualmente d isposi t ivos suf ic ien-tes de defensa contra los delitos; que la historia demuestra que lapena de muerte no es operante y eficaz como intimidatoria y pre-ventiva contra el multiplicarse de nuevos delitos; que la justiciadistributiva no la requiere, sin o que, m s bien, la rechaza; que eljuicio huma no, esen cialm ente falible, no la puede imponer, sien doposib le el error en su juic io e i rreparables las conse cue ncia s delmismo, si se lleva a efecto la sentencia.Co nce de mo s fc i lmente que la sanc in de pena capita l no esexigencia de la justicia human a, n i como cast igo del del incuente

    ni como accin preventiva de nuevos delitos por intimidacin delos malintencionados. Ne ga mo s valor al lt imo reparo, porque unasentencia de muerte se pronuncia generalmente en nuestra socie-dad culta y humanizada con todas las garantas de certeza moral;( 16 ) C f . M. ANCEL, La peine de mort dans les pays europens, ( St rassbourg 1962) .(17) J. LECLE RCQ , Lecon s de dro it natural, (Namu r 1947) IV , 89.

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    y sta es suf ic iente aun para decis ione s trascendentales, com o lodem uestra la experie ncia de cada da. Q ued a por con side rar laotra objecin, se g n la cual no es hoy nece saria, al me no s en mu-chos pases, puesto que existen otros medios m eno s inhum anossuf ic ientemente comprobados para garant izar la seguridad y el or-den que un Estad o tiene que garantizar a favor de su s ciuda dano s.Puede suc ede r que en un pas de elevada cultura, con largoentrenamiento y experiencia de vida ciudadana ordenada y pacfi-ca, prspero y con buenas leyes socia les, la posib i l idad de apl icarla pena d muerte deje de tener sentido, porque la responsabilidadde los buenos c iudadanos, en caso de ser necesaria su colaboraciny apoyo a las fuerzas del orden pblico, asegura suficientemente lapaz y el ejercicio de los derechos cvicos. Es, sin embargo, signifi-

    cativo que precisamente la nacin que en un pasado no muy leja-no conoci acaso como ninguna otra esa s i tuacin pienso en In-glaterra presente un proceso pendular entre abrogacin y resta-blecimiento de la pena de muerte, alega ndo los antiab olicion istasel motivo de que la abolicin aumenta la criminalidad y el sacrifi-c io de mucha s v idas inocentes por sa lvar pocas pers ona s cr imi-nales.Ser tal vez supuesto, y no real, este motivo, porque los inte-reses afect ivos nublan muchas veces la c lar idad de los razonamien-tos. Pero lo mis mo puede suceder a los abol ic ionistas, quienes s induda exageran al afirmar que "hoy el Estado tiene, indiscutible-mente, otros modos y medios de organizar ef icazmente la autode-fensa de la so cie dad " (18). El supu esto no est suf ic ientementecom prob ado ; y el aprecio de la realidad, a falta de esta dst icas su-f ic ientes b ien comprobadas, pertenece a las autoridades responsa-bles del bien pblico. Por qu se discute tanto en los parlamen-tos, s i la cos a es c lara? D es de luego no se puede general izar, comose hace en la observacin, cual si fuera vlida a escala mundial,cuando es muy posib le que dos pases l imtrofes se encuentren endiversa s i tuacin, a lo menos transi tor iamente.Tamb in parece muy d iscut ib le y mal dem ostrada la af irma-cin comple me ntaria: que la vigen cia de la pena de mu erte no re-frena la criminalidad ; que sta sue le ser sensib lem ent e igual conpena de muerte y sin ella. Para poder convencerse de ello sobrebuena base y prudentemente habra que comparar entre s perodosde vida polt ico-so cial-econ m ica bastante largos, atendiendo almismo tiempo al clima moral del pas-objeto de estudio compara-t ivo. Slo entonce s cabra f iarse de los datos materia les. Y casino es posib le que la comparacin se haya hecho en esas condic io-nes. Parece bastante claro que una determinada situacin de te-

    (18) A s J . M . d e L A H I D A L G A . La pena de muerte y su cal i f icacin moral hoy, en Scriptor. Vc-tor. 23 (1976) 45*16.

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    rror i smo, en pases pol t icamente poco maduros y con gobiernosdbile s, la pena de muerte ejemplarme nte aplicada evitara el sa-crificio de muchas vidas inocentes. Y en cuanto a la afirmacin ge-neral, basta pe nsar en los pase s de rgim en totalitario c om unis tao tirnico para ponerla en duda. G racia s a la pena de m uerte sepudo mantener la t irana de Stalin y se mantiene la de Amn sin de-mas iadas consp i rac iones.7. Respuesta a algunas objeciones ms corrientes

    a) Existen en la sociedad actual medios suficientes para aislara los delincuentes, de suerte que se ha hecho ya innecesaria la pe-na de muerte. Res pue sta: Tericamente e s claro que la socied adactual t iene me dios su ficien tes para aislar a los delinc uent es. Peroes os med ios exist an tambin en los t iempos pas ados. Por aadi-dura eran ms ef icaces, porque exist an muchas menos posib i l ida-des de evasin de las ant iguas mazmorras, con cooperacin del ex-terior o sin ella. As , pue s, la pena de muerte no es hoy m eno s ne-cesaria por este captulo. Y an menos, si se tiene en cuenta queantiguamente no existan fciles esperanzas de indultos por diver-so s m otivos , pre sio ne s irresistible s por parte de la autoridad de-mocrticamente intervenida, movimientos de opinin pblica hbil-mente manipulados para conmemorar con mayor regoci jo populareventos faustos de la nacin con una amnist a generosa.

    b) A la conciencia moderna, tan abierta y sensible a los valo-res del hombre, a la con ciencia de su dignidad, al derec ho a es ebien primario fundamental que es la vida para el hombre, le repug-na la pena de muerte com o proce dimien to inhum ano, primitivo ybrbaro, que pudo mantenerse en el pasado gracias a la condescen-dencia del pensamiento cr i st iano, a l amparo de las condic iones so-cio-culturales del t iempo y de una fi losofa discutible. Resp. Exis-ten todav a socilogos, hombres pol t icos y f i lsofos cr i st ianos fa-vorables a la doctrina tradicional sobre la pena de muerte bajo con-dic iones b ien pre cisas. Se g n queda d icho, a l cr iminal no se lepriva del derecho a vivir, porque l mismo lo ha sacrificado con suconducta. La pena capita l, aunque revuelve sent im ientos humani-tarios instintivos, no es en realidad inhumana y menos an antihu-mana, cuando se apl ica en sus debido s l mites y cond ic iones. Enrealidad la dictan el respeto y la estima genuina de la vida, que re-claman la proteccin del inocente cuando est en peligro por la con-ducta impenitente del culpable. No se debe olvidar la reaccin,tambin ella instintiva, de la gente, cuando pretende linchar o pideque se ejecute a ciertos criminales en el momento del delito.

    c) En la actual idad tenemos una conciencia mucho mayor queantes de la d ignidad de la persona humana, y comprendemos la s in-razn y la injusticia que supone un atentado contra su vida. Resp.Es bien dudosa, y aun manifiestamente falsa, esta afirmacin, si la 74

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    examinamos con mente serena y nimo desapasionado. De la ver-dadera dignidad de la persona humana se ha pensado mejor, real-mente, cuando se la consideraba teniendo en cuenta los criteriosde fe que la hacan ver en su origen divino y en su carcter tras-cendente, que inspiraban tantas vocaciones a l serv ic io humanita-rio y religio so del prjimo (19). Y lo m ism o se puede decir r espe c-to a la sinrazn e injusticia de los atentados contra la vida. Porquevida hum ana indudable es la del feto de se is o siete me se s (que-remos abstraer de posibles cuestiones sobre el momento de laanimacin racional) , con toda la conf iguracin de una persona,cuan do se la sacrific a en un aborto provo cado , para evitar a s u spadres la dolorosa experiencia de tomar en sus brazos un hijo irre-mediablemente tarado. Vida humana es la del enfermo incurableo la del anciano decrpito, de los que se desembarazan a veces fa-mi l iares y aun m dicos con escndalo cada vez meno r de la opi -nin pblica. Vida humana es la de centenares de ciudadanos no-centes que perecen por culpa de una decena escasa de cr iminales,y v ida que el Estado t iene obl igacin de proteger ef icazmente conmed ios oportunos. Sob re la oportunidad de ta les m edios e s l e ljuez ms competente. Decir que hoy el Estado no est a la alturade su mis in, que se degrada echando mano de la pena de muertepara sa lvaguardar el b ien comn es prejuzgar, s in autoridad y s indatos, arbitrariamente, situaciones que no son ni fijas ni igualeslas unas con las otras. Y no hay que olvidar la distincin entre vi-da humana inocente y v ida humana del incuente, que es fundamen-tal en esta cuestin.

    d) " S ie nd o c ierto que toda decis i n huma na est sujeta aerror, t iene el hombre derecho a creerse infalible de tal maneraque pronuncie una sentencia cuyo carcter impide toda posibili-dad de rev is in? " (20). Resp. Hemos de admit i r la posib i l idad deerrores judiciales, que en el caso sern irreparables, si se ejecutala sentencia. Ello quiere decir que jams se podr "aventurar" unasentenc ia , fundndola so lamente en grav s im as sospe chas ; quesiempre debern obtenerse pruebas del del i to sancionado con pe-na de muerte con verdadera certeza moral para poder pronunciarla sente ncia. Pero cuan do esa certeza existe, aunq ue no exc luyaabsolutamente un pel igro remots imo de equivocaciones, se puedesentenciar. En mi l oca sion es toma mo s resolu cione s prudentes queno excluyen absolutamente un peligro de la vida propia y aun dela ajena sometida a nuestras rdenes.

    e) "E l carcter irrevocable de la pena de muerte impide cier-tamente toda rehabi l i tac in del ser humano y v iene a suponer una(19) Dudamos mucho de la objet ividad de este juicio formulado por personas que merecen todonuestro respeto: "El rechazo de la pena de muerte corresponde entre nuestros contempo-rneos a un progreso real izado en el respeto a la persona humana". Cf. Docum. Cath. 75(197) 115.(20) M. GARCON, La peine de mort. en Le Monde 15. I I , 1958.

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    solucin fc i l que ev ita la bsqueda de s i stemas y medios rac io-nales y ef icaces de prev enci n" (21). Resp . S i estuv iera dem os-trado que existen , al me no s con gran de probabilidad, me dio s efi-caces de prevencin de nuevos atentados contra el orden pbl icoy la seguridad de los ciudadanos, el Estado no podra aplicar la penade muerte hasta haber com prob ado la ineficacia de aqu ellos me-dios. Repetimos que es l quien tiene que juzgar de la posibilidadde tales medios. En cuanto a imposibilitar la rehabilitacin, advir-tase que no es la autoridad, sino el propio delincuente, quien radi-calmente se la ha imposibilitado o puesto en inminente peligro deello. La rehabilitacin para la vida social terrena se impide cierta-mente con la ejecucin, pero antes de inculpar al Estado por ellohabra de demostrarse que tiene obligacin de mantener la posibi-lidad en beneficio del criminal, aun a pes ar del ries go de los ino-cente s. Por lo dem s, si la espe ranza de la rehabilitacin para lasociedad terrena viene a frustrarse en la pena capital, no pocasveces esa s i tuacin dolorosa es la prov idencia l ocasin para quese produzca una habi l i tac in mucho ms val iosa para la sociedadcelestial.

    f ) La conducta de Jesuc ri sto con los pecadore s d el incuentes(mujer adltera, bue n ladrn) as com o su doctrina so bre la mise-ricordia y el perd n es tn indicando que la pena de muerte estfuera de lugar, a lo me no s en una socie dad cristiana. Re sp. Cris toaplica la misericordia y la propone a sus discpulos para los delin-cuentes s inceramente arrepent idos; para los obst inados en sus de-litos t iene palabra s de terrible amen aza. El pecador s ince ram entearrepent ido que, merce d a ese arrepent imiento, ha cancelado encierto modo sus del i tos y se ha rehabi l i tado ante Dios, encuentraaco gida e n el Se or. Pero si se aduc e el ca so del buen ladrn, nose olvide que tambin existe el del mal ladrn, que no obtuvo ex-cusa ni defensa en igual ocasi n. Y t ngase p resente que ante eljuez humano la promesa de buena conducta en el futuro por partede un criminal no slo puede ser fingida, sino que tambin, aunquesea sincera, nunca ofrece garanta segura a la autoridad humana.Nada indica en el Evangelio, como se ha dicho, que Jess lleg atomar partido contra la pena de muerte, prescrita por la ley de Moi-s s, en el ca so de la adltera (22 ).

    g) A lgunos cr iminales escapan a la condena, otros a la eje-cucin . N o es sta una sorp rend ente difere ncia de trato entre cri-minal y cr iminal? Semejante desigualdad no ofende a l sent ido dela just ic ia? Re sp. Es indudable que a lgu nos cr iminales e scapa n ala persecucin de la polica o a la sagacidad de los jueces que bus-can d i l igentemente las pruebas de sus cr menes. Es sta una l imi-(21) Sobre la pena de muerte, en Cuadernos para el dilogo 6 (1969) 6.(22) M. de UNCITI, en Ya 8. I I . 1978.

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    tacin que padece la sociedad humana, y ninguno puede achacr-sela a culpa. La diferencia real de trato aludida no puede ser, portanto, objeto de reproche en este caso, cuanto a la evasin de lacondena. Respecto a los condenados que escapan a la ejecucin,hay que admitir que una amnista arbitraria y partidista no tendrajustificacin. Pero la co nce si n de gracia a favor de algu no s, mien-tras se la deniega a otros, si se funda en buenos motivos, en mo-do algu no ofe nde al sen tido de la justicia. Al juez que tiene poderpara hacer justicia y para aplicar misericordia no se le puede acu-sar de falta de equidad cuando, por motivos razonables, sin faltara su s deberes, apl ica gen erosam ente la misericordia en a lguno sca so s en los cua les hubiera podido aplicar la justicia. Habra deprobrsele que no t iene autorizacin para ser misericordioso, aun-que con la misericordia no perjudique al orden y seguridad pbli-ca. Si se apurara esa consideracin, que no es admisible la desi-gualdad en el cast igo de los que han cometido cr menes, qu ha-bramos de decir de la economa mister iosa de sa lvacin que t ie-ne lugar en la suerte de los hombres?

    En conclusin, Dios slo es el dueo de la v ida humana, y Elsolo d ispo ne s iemp re d irectamente de toda v ida de hombre ino-cente. La Igles ia lo ha tenido que proclamar as repetidamente enlos lt imos decenios frente a mtodos rac istas, abusos de poder,act i tudes terror i stas y experimentos abusivos de la c iencia en cam-pos de pr i s ioneros y en c iertos hospita les y laboratorios.Pero en cuanto a la ejecucin capita l de pel igrosos del incuen-tes, cuya cont inuacin con v ida comp rome te la seguridad pbl ica

    y daa al bien comn a juicio de la autoridad competente, el Esta-do puede ejecutarla cuando no encuentra otro med io suf ic iente yste lo considera ef icaz para reprimir los atentados cr iminalesque perturban profundam ente el orden y sacr i f ican v ida s inocentes.Al apl icar en esos casos la pena de muerte el Estado no d isponede un derecho del criminal a la vida, sino que le priva del bien dela vida en expiacin de los delitos por los que l renunci al dere-cho a vivir, y para poder de esa man era cum plir s u debe r de man-tener el orden pblico.Un cr i ter io prudente y sabio en esta materia nos parece elque acepte o rechace la aplicacin de la pena de muerte hipotti-camente: si se demuestra, y en tanto y en la medida en que se de-mu estre, nece saria y eficaz para proteger el orden pblico y la

    seguridad de los buenos c iudadanos. Es mejor que sean ejecuta-do s uno s poco s del incuentes de cuyo po sib le arrepent imiento nose tiene seguridad, y que vivan en tranquilidad, sin peligro de serasesinados, en mayor nmero otros c iudadanos inocentes. Preci -samente la conciencia y estima creciente de la dignidad de la per-son a humana que no se degrada ante la socied ad es la que debe 77

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    inducir al Estado a protegerla eficazmente, echando mano para ello,en cuanto sea necesario, del extremo escarm iento y prevencinque es la pena de muerte aplicada a quienes se hayan hecho indig-nos de permanecer en la sociedad humana s iendo un pel igro paraella.P. M A RC E L I NO Z A L BA S . J .

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