La receta de cocina Elenaren liburukoa _erans 2
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8.- LA RECETA DE COCINA.
¿Por qué no?
Elaboración de un recetario.
Artículo publicado en el libro ¿Enseñar o aprender a escribir y leer? II. Formación y
práctica docente. Francisco Carvajal Pérez y Joaquín Ramos García (coords). Colección
Colaboración Pedagógica. Publicaciones del M.C.E.P. (septiembre 1999).
En euskera , publicado en la revista Arbela nº24-25 (2000), del PAT/COP de
Barakaldo.
La receta es un tipo de texto instruccional muy “rico” para trabajar en la
escuela y al que se puede sacar mucho “jugo”. Quizá después de leer estas
líneas se os abra el apetito y os animéis a utilizarlo para seguir aprendiendo
sobre el lenguaje escrito.
Antes de pasar a relatar una experiencia en concreto, analizaremos
brevemente las PROPIEDADES de este tipo de texto, siguiendo el esquema
propuesto por Myriam Nemirovsky, para situarnos y situar las actividades que
después se comentarán.
Función: al ser un texto instructivo de ámbito culinario, su función es
ayudar a preparar determinados alimentos.
Autor/es: pueden figurar o no. Los recetarios pueden ser
recopilaciones de recetas de uno o varios autores, de lugares, etc.
Público potencial: normalmente, las recetas van dirigidas a lectores
adultos, preferentemente mujeres o aficionados a la cocina. También hay libros
de recetas especiales para niños, con más ilustraciones y colorido, con recetas
más sencillas de elaborar, etc.
Relación con lo real: es total y absoluta, es decir, no tiene nada de
fantasía. La imaginación tendrá que ponerla el cocinero para darle su toque
personal, para mejorar la presencia, para transformarla ...
Extensión: no pueden ser textos demasiado largos, puesto que el
objetivo no es recreativo o informativo, sino instructivo y práctico. Seguramente
nadie prepararía una receta si tuviera que leer dos folios.
Fórmulas fijas: casi todas las recetas cuentan con indicadores de nº
de comensales, ingredientes, modo de preparación, tiempo , dificultad.
Léxico: este tipo de texto utiliza un léxico muy específico, concreto,
exacto y bastante técnico (“macerar”, “aliñar”, “punto de nieve”, “majar”,
“gratinar” ...)
Categorías gramaticales: en la lista de ingredientes suelen
aparecer, sobre todo, sustantivos, a veces también adjetivos y determinantes
de cantidad. En la preparación abundan los verbos en infinitivo, imperativo o
forma impersonal; también adverbios de modo, lugar y cantidad. Suelen
utilizarse frases cortas, pocas compuestas; muchas comas y puntos y nexos
textuales que cohesionan el texto.
Estructura del texto: título, lista de ingredientes (en columna o
entre comas), párrafo/s de modo de preparación y alguna foto del resultado.
Tipografía: no hay nada destacable a este respecto, aunque suele ser
habitual que la lista de ingredientes vaya escrita con un tipo de letra diferente al
del modo de elaboración.
Formato: variado, pero acorde con la estructura del texto.
Uso posterior de la lectura: los recetarios en forma de libro o
archivador con fichas, se guardan una vez utilizados, lo mismo que los
cuadernos en los que copiamos o pegamos recetas de revistas, de amigos, del
periódico, etc.
Modo de lectura: Resulta curioso observar el modo particular de
cada uno al leer una receta, casi siempre de pie, en la cocina y con las
mangas remangadas. Se suele hacer una lectura rápida y un poco superficial,
para hacernos una idea general, y una búsqueda de fragmentos específicos
(por si nos falta algún ingrediente, para ver el tiempo que nos llevará
prepararla, el grado de dificultad, la necesidad o no de horno o congelador,
etc.). Después, la lectura es por partes y reiterada, va combinándose con la
acción y requiere mucha atención. Hay ciertas palabras o explicaciones sobre
las que se vuelve una y otra vez.
Relación título-contenido: el título suele incluir, casi siempre, el
nombre del ingrediente principal y muchas veces, también, alguna referencia al
modo de prepararlo o al lugar de donde es típico (“pimientos rellenos de
bacalao”, “pisto a la bilbaina”, “merluza en salsa verde”, “estofado de carne”,
“calamares fritos”...)
Relación imagen-texto: no es imprescindible la imagen, pero, sin
duda, una buena fotografía atrae la atención y anima al posible cocinero.
Además añade información sobre el modo de presentación.
Soporte: la receta tiene su portador específico (libro-recetario) pero
puede utilizar también otros, como revistas, periódicos, envases.
Personajes: no existen.
Temática: gastronomía, cómo preparar los alimentos.
PROCESO DE TRABAJO SOBRE LA RECETA Y
ELABORACIÓN DE UN RECETARIO
Participan los niños y niñas de 3º, 4º, 5º y 6º de Ed. Primaria, en un solo grupo.
A mediados de Septiembre, les pregunté a los niños de clase qué tipos
de texto les gustaría trabajar a lo largo del presente curso. Teniendo en cuenta
los trabajados el curso anterior, seleccionamos algunos, entre ellos la receta.
Comentamos qué posibilidades teníamos y les sugerí algunas ideas.
Decidimos trabajar la receta durante el primer trimestre y aproximadamente
hasta finales de Octubre. Hablamos sobre las recetas, cómo definirían ellos
este tipo de texto, etc. Quedamos en traer de casa recetas (libros, cuadernos,
hojas sueltas, revistas,etc.)
A partir de este momento ... “manos a la obra”.
Comencé a diseñar secuencias de actividades (con antelación había vuelto
a leer apuntes, a buscar ideas en la bibliografía, etc., pero la verdad es que
sólo había encontrado unas sugerencias de Myriam Nemirovsky y alguna cosita
en los libros “Leer y Escribir” de Ed. Edelvives).
Por tanto, no me quedó más remedio que ponerme a ello y las ideas
fueron llegando a montones.
Hice un listado de actividades según se me iban ocurriendo, guiándome de
lo que la gente hacemos en la vida real con las recetas y de lo que podría
resultar interesante aprender para manejarnos mejor con este tipo de texto y
avanzar en el aprendizaje del lenguaje escrito. Al releer la lista pensé que a los
niños les van a gustar y lo vamos a pasar bien aprendiendo. La verdad es que
a mí también me atraía este tipo de texto que hasta ahora había trabajado muy
poquito.
Seguí añadiendo posibles actividades al listado y también recopilé libros y
recetas de cocina para llevar al día siguiente a la escuela. Más tarde ordenaría
o agruparía esas actividades y organizaría secuencias (...)
Paso a contar, en primer lugar, esas actividades o secuencias que
más trabajamos durante los primeros 10 ó 15 días:
Definir qué es una receta: Cada uno escribió su definición, las
leímos en alto, las comparamos y analizamos, dimos opiniones e ideas. En
parejas, volvieron a escribir otra definición que fuera mejor que las individuales.
Las leímos, analizamos, etc. Y, entre todos, decidimos cuál dábamos por
definitiva.
Después buscamos en diccionarios y enciclopedias las definiciones de
receta (encontramos diferentes acepciones que quizá no se nos habían ni
ocurrido, como por ejemplo las del médico) y las comparamos con las nuestras.
Algunas nos parecieron mejores y otras, no.
Relacionar títulos, listas de ingredientes y modos de
elaboración: De entre todos los libros y revistas que habíamos recopilado,
seleccioné las recetas que me interesaron, las fotocopié y las corté en pedazos
(títulos, listas de ingredientes, modos de preparación). Por parejas, tenían que
reconstruírlas. Elegí algunas que tenían el mismo ingrediente principal o
algunos otros ingredientes iguales, de manera que fuera necesario leer el modo
de elaboración.
Descubrir el/los ingrediente/s que no coresponde/n y
encontrar el/los que ha/n sido sustituído/s: Yo había trucado las
listas de ingredientes de varias recetas, sustituyendo uno/s de ellos por otro/s
de otra receta.
Individualmente, o por parejas, tenían que localizar el/los ingrediente/s
“intruso/s” y, leyendo la elaboración, encontrar cuál/es era/n el/los sustituído/s.
Recetas a las que se les ha permutado uno de los ingredientes.
Encontrar el/los ingrediente/s que falta/n o sobra/n: Como
en la actividad anterior, eliminé o añadí un/os ingrediente/s en varias recetas.
Tenían que descubrirlo/s leyendo la elaboración.
Trucar recetas: Ellos, por grupos, eran los que sustituían, quitaban o
ponían ingredientes; otro grupo tenía que adivinarlos.
Clasificar recetas: El objetivo era ordenar un montón de recetas que
teníamos sueltas, pero los niños debían decidir el criterio clasificador. Como
había diferentes opiniones, consultamos varios recetarios para ver cómo
estaban organizados. Decidieron que fuera por tipo de plato (entremeses, 1º
platos, 2º platos, postres) y elaboramos un archivador con todas esas recetas
sueltas.
Traer recetas de algún miembro de nuestra familia: Había
que pedir a madres y padres, abuelos y abuelas, tíos y tías, que nos
escribieran alguna receta del plato que prefirieran. Hubo niños que
consiguieron (imaginaos el empeño que pondrían) traer recetas escritas de
puño y letra de sus abuelos y abuelas, algunos de los cuales era la primera vez
que escribían en euskera y, otros, casi la primera vez que escribían desde
hacía muchos años.
Recetas escritas por los abuelos y abuelas.
A medida que íbamos realizando estas actividades, fuimos esbozando la
idea de hacer nuestro propio libro de recetas, en el que podíamos incluir
las trabajadas hasta ese momento, otras que trabajaríamos en días siguientes,
otras de nuestras familias, otras redactadas por nosotros, etc. Así que
decidimos ir guardando todo este material.
Y continuamos con más actividades:
Escribir en el ordenador: Algunas de las recetas escritas a mano
que traían de casa las fuimos pasando al ordenador.
Receta escrita en ordenador por un alumno de 4º de Educ. Primaria.
Ordenar una preparación previamente desordenada: Al
principio fui yo la que les presentaba los textos desordenados y ellos, primero
individualmente y luego por parejas, debían ordenarlos para que el texto
quedara coherente y fuera posible su realización.
Desordenar modos de elaboración: Cada pareja debía
desordenar, utilizando el procesador de textos, una receta guardada en el
ordenador. Otra pareja debía ordenarla, y viceversa.
Poner títulos a recetas: Yo les presentaba algunas recetas,
previamente quitados los títulos, para que, una vez leídas, se los pusieran.
Luego comparábamos con los títulos originales, reflexionando, de esta manera,
sobre los modos peculiares de titular las recetas.
Recetas a las que se les puso el título una vez leídas.
- Después de una larga discusión se llegó a la conclusión de que “Sorbete de fresas” era más
adecuado que el título original.
- En el segundo caso, reconocieron que el original era mejor, porque, efectivamente, el pan no
se rellenaba, sino que se cubría con el ingrediente principal.
La idea de elaborar nuestro recetario había tomado forma definitivamente y
tratamos a fondo el tema del formato, portador, organización textual, etc. Y,
además, decidimos hacerlo bilingüe, ya que estabamos trabajando la receta
tanto en las horas de castellano como de euskera, “obligados”,
afortunadamente, por la realidad; es decir, como contábamos con más material
en castellano que en euskera, pensamos que sería bonito traducir las recetas
más interesantes para poder utilizarlas en todas las casas.
A partir de ese momento, dedicamos muchas horas a la traducción en
las dos direcciones, es decir, las recetas que traían de sus casas escritas en
euskera y las que habíamos elegido para hacer alguna actividad de libros
también en euskera, las traducíamos al castellano, y hacíamos el trabajo
inverso con las elegidas en castellano.
Recetas originales en castellano y traducidas al euskera.
A las dificultades propias del léxico, sintaxis, etc. de la receta como tipo
de texto, se le añadían las dificultades, grandes, del idioma, ya que estos niños
todavía tienen muy poca competencia lingüística en castellano. Así que, para ir
dotándoles de más recursos, a la vez que trabajaban en la traducción, les
proponía diversas actividades relacionadas con los aspectos que les resultaban
más dificultosos, por ejemplo:
Localizar los nexos que cohesionan el texto
correspondiente al modo de elaboración : Buscaban
individualmente y/o por parejas los inicios de los párrafos, marcándolos con
rotulador “fosforito” y los iban escribiendo en una lista común colocada en la
pared (“una vez hecho”, “mientras se enfría”, “en primer lugar”, “en otro
recipiente”, ...). Esta búsqueda se hacía tanto en recetas en castellano como en
euskera.
Hacer correspondencias entre los dos idiomas: Tratábamos
de ver qué nexos podrían ser equivalentes en los dos idiomas.
Adivinar en qué tipo de receta aparecerá determinada
palabra: Discutir entre todos dónde podemos encontrar “amasar”, “colar”,
“asar”, “moler”, etc.
Buscar palabras prototípicas de la receta: Volvimos a hacer,
con este objetivo, otra lectura de las recetas acumuladas y trabajadas hasta
ese momento, sacando y apuntando en una lista todas esas palabras o
expresiones que se repiten una y otra vez en las recetas y que serían muy
poco habituales en otro tipo de texto (“salpimentar”, “gratinar”, “punto de nieve”,
etc.)
Lista de palabras prototípicas de la receta, una vez ordenadas alfabéticamente.
A raíz de esta actividad, y de todo lo que íban sabiendo sobre la receta, a
los niños se les ocurrió que al libro de recetas podríamos añadirle un anexo, a
modo de diccionario específico en los dos idiomas. También en aquel momento
se decidió que todas las recetas que aparecieran en el libro serían en los dos
idiomas, por lo que ya no recopilaríamos más diferentes, ya que teníamos
muchísimas de las que, incluso, habría que retirar algunas.
Estábamos ya hacia mediados de Octubre y después de todo este
tiempo trabajando tantos aspectos de la receta, se dieron cuenta de que en
ningún recetario de los manejados por nosotros aparecía cómo preparar los
platos más habituales, ésos que se comen todos los días en la mayoría de las
casas. Hablamos bastante sobre este asunto y sacamos varias conclusiones
(la transmisión oral de madres a hijas, etc.). También tomamos la decisión de
intentar, humildemente, llenar este “hueco editorial”. Se dedicaron (nos
dedicamos), a partir de ese momento, y, combinándola con otras, a una
actividad que les resultó sumamente interesante y divertida:
Elaborar sus propias recetas: En nuestro caso, los niños
decidieron que éstas fueran las de los platos más comunes en sus casas, es
decir, debían escribir las recetas de platos bien conocidos por ellos y que
estaban acostumbrados a ver cocinar. Recurrieron, en muchos casos, a los
diccionarios de clase, pero también a la lista de nexos elaborada entre todos, la
cual a la vez fue completándose.
Como os podréis imaginar, rodeados como estábamos de tantas delicias
gastronómicas, se nos hacía la boca agua continuamente, por lo que decidimos
hacer un alto en el camino de la escritura y pasar a la acción, es decir,
meternos en harina. Dicho y hecho, buscamos entre nuestras recetas algunas
que pudiéramos realizar en la escuela (no teníamos fuego ni horno), nos
pusimos de acuerdo en cómo y quién traer todo lo necesario y en la distribución
del trabajo. Como de antemano se pensó en invitar a los otros dos grupos de la
escuela, calculamos las cantidades necesarias para que llegara para todos.
Un jueves a la tarde, por tríos, preparamos cuatro exquisitos platos y a
última hora nos juntamos toda la escuela para merendar. Fue un éxito y
decidimos que lo repetiríamos ( lo hicimos otras tres veces más).
Con las manos en la masa.
Pero octubre llegaba a su fin y había que trabajar duro para terminar
nuestro libro de recetas. Nos quedaba todo el tema de la maquetación,
ilustraciones, portada, etc. Fue entonces cuando se tomaron varias decisiones:
las recetas que habíamos sacado de libros, irían fotocopiadas; las inventadas
por nosotros, algunas a mano, otras a máquina y otras a ordenador; las
escritas a puño y letra por abuelos, abuelas, madres, tíos, tías, etc.,
aparecerían tal como estaban, sin correcciones ni cambios; escribiríamos una
nota de agradecimiento al inicio del libro; el anexo de vocabulario iría al final;
en el reverso del libro aparecería una pequeña reseña del contenido; etc. etc.
Por fin, entrado ya noviembre, llegó el día en que dimos por concluído
nuestro trabajo. Regalamos un montón de ejemplares a gente querida,
enviamos algunos a cocineros famosos (Arguiñano, Subijana) y vendimos
bastantes a amigos, familiares, etc.
Fue un éxito y recibimos muchos agradecimientos y varias sorpresas
(Subijana sacó nuestro libro en su programa de T.V. e hizo una de las recetas,
Arguiñano nos regaló un libro suyo a cada uno, etc.). Pero, sobre todo,
aprendimos un montón sobre el lenguaje escrito y disfrutamos siendo lectores y
escritores.
A mí se me quedaron muchas ideas en el tintero, pero seguro que en otro
momento retomaremos este tipo de texto y podré ponerlas en práctica.
Entonces, quizás, escribamos la continuación de este recetario.
Observaciones:
Efectivamente así ha sido en otras dos ocasiones en los últimos años,
con otros niños y niñas, y hemos dado continuación a lo que llamamos
“Colección de Libros de Recetas de la Escuela San Millán”.