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LA TEORÍA DE LAS SIBILANTES PROPUESTA POR RUFINO JOSÉ CUERVO: NOVENTA AÑOS DE DISCUSIONES* Los años 1895 y 1896 marcan, en su conjunto, una fecha do- blemente notable en los anales de la filología hispánica, por ha- ber coincidido en ella la publicación de un libro importante de un investigador todavía joven con la de un artículo no particular- mente largo, pero sí muy nutrido y firmado por un especialista ya reconocido por todas partes como verdadero maestro. El eru- dito joven en cuestión era Ramón Menéndez Pidal, y el trabajo a que acabo de aludir fue la primera redacción de una monogra- fía que llegó a ser famosa, La leyenda de los Infantes de Lara, acogida con excepcional generosidad por el mejor crítico europeo de aquella época, Gastón Paris 1 . En cuanto al artículo —ya descrito, pero * Este artículo encierra el texto de la ponencia que presenté, por invitación, en el Primer Congreso Internacional sobre el español de América (Puerto Ri- co, 1982). En un principio, el estudio estaba para figurar en las Actas de dicho congreso (las cuales, por desgracia, no llegaron a publicarse). E n ese ínterin, me he ocupado repetidas veces en las peripecias de las sibilantes españolas; basta con mencionar dos trabajos, de fecha reciente, que están para salir a me- diados o, a más tardar, a fines de 1987: a) "Regular sound development, pho- nosymbolic orchestration, disambiguation of homonyms", Actas de la Berkeley Conference on SoundSymbolism (1986); y b) "Integration of phono-symbolism with oíher categories of language change", Actas de la Sevenih Conferencefor Histor- ical Linguistics (Pavia). 1 El valioso glosario anotado que acompañaba la edición original de Los Infantes de Lara quizás sea la primera muestra de la curiosidad del autor por problemas de lingüística histórica— interés todavía secundario en aquel en- tonces, que iba cristalizando paulatinamente. El primer libro de gran enver- gadura de MENÉNDEZ PIDAL (1892) versaba sobre las crónicas. Con motivo de la publicación (no llevada a cabo, por desgracia) de sus Obras completas, el autor hizo varios agregados a Los Infantes de Lara, revisando también el glosario.

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L A TEORÍA DE LAS SIBILANTES PROPUESTA POR R U F I N O JOSÉ C U E R V O :

N O V E N T A AÑOS DE DISCUSIONES*

Los años 1895 y 1896 m a r c a n , en su con junto , u n a fecha do­b lemente notable en los anales de la filología hispánica, por ha ­ber co inc id ido en ella la publicación de u n l i b r o i m p o r t a n t e de u n invest igador todavía j o v e n con la de u n artículo no p a r t i c u l a r ­mente largo , pero sí m u y n u t r i d o y firmado por u n especialista ya reconocido por todas partes como verdadero maestro . E l e r u ­d i t o j o v e n en cuestión era R a m ó n Menéndez P i d a l , y el t raba jo a que acabo de a l u d i r fue la p r i m e r a redacción de u n a m o n o g r a ­fía que llegó a ser famosa, La leyenda de los Infantes de Lara, acogida con excepcional generosidad por el mejor crítico europeo de aquella época, Gastón Par i s 1 . E n cuanto al artículo — y a descrito , pero

* Este artículo encierra el texto de la ponencia que presenté, por invitación, en el Primer Congreso Internacional sobre el español de América (Puerto R i ­co, 1982) . En u n princ ipio , el estudio estaba para figurar en las Actas de dicho congreso (las cuales, por desgracia, no llegaron a publicarse). E n ese ínterin, me he ocupado repetidas veces en las peripecias de las sibilantes españolas; basta con mencionar dos trabajos, de fecha reciente, que están para salir a me­diados o, a más tardar, a fines de 1987: a) "Regular sound development, pho-nosymbolic orchestration, disambiguation of h o m o n y m s " , Actas de la Berkeley Conference on SoundSymbolism (1986) ; y b) " Integrat ion of phono-symbolism wi th oíher categories o f language change" , Actas de la Sevenih Conferencefor Histor-ical Linguistics (Pavia).

1 E l valioso glosario anotado que acompañaba la edición or iginal de Los Infantes de Lara quizás sea la pr imera muestra de la curiosidad del autor por problemas de lingüística histórica— interés todavía secundario en aquel en­tonces, que iba cristalizando paulatinamente. E l pr imer l ibro de gran enver­gadura de MENÉNDEZ PIDAL (1892 ) versaba sobre las crónicas. Con motivo de la publicación (no llevada a cabo, por desgracia) de sus Obras completas, el autor hizo varios agregados a Los Infantes de Lara, revisando también el glosario.

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todavía no i d e n t i f i c a d o— , fue la p r i m e r a parte de las Disquisicio­nes de R u f i n o José C u e r v o , la cual salió en u n a e r u d i t a revista parisiense recién fundada y que ya gozaba de u n éxito sensacio­n a l , la famosa Revue Hispanique, lanzada no por u n ins t i tu to u n i ­vers i tar io o una sociedad de especialistas, como era — y sigue s iendo— la n o r m a , sino por u n i n d i v i d u o de carácter indepen­diente , para no decir rebelde o terco, R a y m o n d Foulché-Delbosc. L a carrera sin par de Menéndez P ida l constituye u n apasionante t e m a aparte , en que hoy no podemos ahondar ; pero las Disquisi­ciones de Cuervo — m e j o r dicho, ciertas páginas de la pr imera parte de aquel estudio— sí merecen u n a atención detenida dentro del m a r c o de este Congreso, no sólo p o r los felices hallazgos concre­tos que encierran y el método e jemplar seguido por el i lustre filó­logo co lombiano radicado en París, sino también — y ante t o d o — p o r las extraord inar ias reverberaciones que provocaron a lo largo de u n cuarto de siglo, de ambos lados del Atlántico. Representan el p r i m e r caso de la enérgica intervención de Hispanoamérica en el desarrol lo de la lingüística románica, d i sc ip l ina hasta entonces casi exclusivamente europea.

C u a n d o Foulché-Delbosc q u i e n ya andaba reñido con el " E s ­t a b l i s h m e n t " un ivers i tar i o francés allá por 1894 (fecha de la f u n ­dación de su revista) comenzó a buscar colaboradores prestigiosos p a r a la Revue Hispanique, nada más n a t u r a l en tales circunstancias que d i r ig i rse a u n i n d i v i d u o de nac iona l idad extranjera e i m p e ­cable reputación científica, a q u i e n se le veía todos los días t o ­m a n d o notas en la Bibliothèque Nationale de la capita l de Franc ia . Pero C u e r v o , a q u i e n le repugnaba cua lquier t raba jo superf ic ial , apresurado , si b ien — c o m o me i m a g i n o — no tardó en aceptar la invitación en p r i n c i p i o con toda cortesía, de hecho reaccionó con característica l e n t i t u d ; por último ofreció a Foulché-Delbosc u n manuscr i t o m u y p u l i d o en su redacción, espléndidamente do­cumentado y , ante todo , basado en u n examen verdaderamente riguroso del mater ia l — l o mejor que se podía llevar a cabo en aquel entonces 2 .

E x a m i n e m o s , pues, p o r m e n o r i z a d a m e n t e la pesquisa que es­tá sobre el tapete de j u i c i o . E l título exacto, algo largo para el gusto m o d e r n o , es "D i squ i s i c i ones sobre a n t i g u a ortografía y p r o n u n ­ciación castellana" y ocupa en la revista ciento cinco páginas; es decir,

2 Sobre las relaciones epistolares y personales entre estos dos individuos se pueden sacar ciertas conclusiones interesantes del carteo que salió a luz en 1977.

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casi equivale a u n l i b r o delgado. L a p r i m e r a parte , la que corres­ponde al año 1895, salió en el t o m o segundo de la Revue Hispani-que, extendiéndose desde la p r i m e r a página de dicho t omo , todavía bastante delgado, hasta la 69, y absolutamente nada ind i ca que se t ra ta t a n sólo de u n a p r i m e r a par te , de u n trozo por definición incomple to : n i el índice general de mater ias , n i el título, n i la úl­t i m a página despiertan el más mín imo apetito por lo que ha de seguir. C o n gran sorpresa, no cabe d u d a , de varios lectores que se fijan en parecidos detalles, el autor publicó, al cabo de tres años, en la m i s m a revista , u n agregado que llamó " segunda p a r t e " , el cual abarca sólo 36 páginas (272-307) ; a título de apéndice, su­p lemento o excursus, siguen seis páginas más dedicadas a u n p r o ­b l e m a más b ien de l i t e ra tura que de filología o lingüística, g irando en t o r n o a la Diana de Jorge de M o n t e m a y o r —digresión que no puede dejar de p r o d u c i r u n anticlímax, dada la flojedad del enla­ce. L a segunda parte encierra, pues, u n a elaboración espontánea, n o prevista por el autor en u n p r i n c i p i o 3 .

¿Cuáles son los problemas que C u e r v o acometió en este t r a ­ba jo — p a r a acudir a u n inme jorab le g iro francés— 6 ' de longue h á l e m e " ? L a p r i m e r a parte , que t o m a como p u n t o de p a r t i d a dos tratados clásicos del p rop io N e b r i j a ( pp . 1-4), se d iv ide en cuatro elementos bastante independientes : unas secciones re lat ivamente breves sobre la B y la F ( p p . 5-15), sobre la S y la SS ( pp . 48-52) y sobre el uso de X J G H ( pp . 49-69) , quedando aparte u n a sec­ción m u c h o m e j o r desarrol lada sobre dos consonantes africadas de l español a n t i g u o , la g y la z, p r o b l e m a sumamente espinoso al que C u e r v o no vaciló en dedicar t r e i n t a y cuatro páginas m u y

3 L a palabra 4 'disquisiciones" —por cierto, no muy común en español— se ha empleado repetidas veces en lo relativo a las indagaciones de Cuervo, lo cual ha terminado por complicar el aspecto bibliográfico del asunto que nos ocupa. Así ambas partes de la pr imera versión (la de 1895-98) así como la se­gunda versión, postuma, que discutiremos más adelante, han sido reimpresas con todo pr imor tipográfico y con aparato crítico en el t . 2 de las Obras de R U ­FINO JOSÉ CUERVO (Bogotá, 1954) , bajo la dirección de Rafael Torres Q u i n ­tero, correspondiendo a las pp. 240-476 de dicho tomo; no deja de ser lamentable que una sección mucho más extensa del tomo — a saber, las pp. 9-835, que abar­can otros varios estudios— lleve u n título peligrosamente parecido: " D i s q u i ­siciones sobre filología castellana". Como si no bastase con esta confusión, existen aparte colecciones o selecciones postumas de escritos en clave didáctica o histórica del mismo protagonista de la filología colombiana, con títulos m u y semejantes, y alguna que otra de ellas contiene las Disquisiciones del último de­cenio del siglo pasado a que me refiero, particularmente, en el trabajo presen­te. Para todos los detalles, véase el apéndice bibliográfico.

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apretadas (15-48). E n el fondo, se t ra taba siempre en este p r i m e r c o n j u n t o de estudios de las peripecias de fonemas o grafemas ais­lados. A la inversa, la segunda parte (es decir , la de 1898), enfo­caba exclusivamente grupos o nexos de consonantes en posición m e d i a , limitándose por añadidura a cult ismos y sernicuitismos. E l p r o p i o C u e r v o definió así su p r o g r a m a de indagación para es­te segmento, por decirlo así, s u p e r n u m e r a r i o :

M e p r o p o n g o especialmente t r a t a r aquí de l a lucha que desde t i empos remotos h a n sostenido l a l e n g u a p o p u l a r y la l engua l i t e r a ­r i a con respecto a la pronunciac ión y ortografía de voces que o fre ­cen ciertas combinaciones de consonantes y que se t o m a r o n del latín c u a n d o ya d e j a r o n de o b r a r las leyes fonéticas que t r a n s f o r m a r o n tales combinac iones en el cauda l p r i m i t i v o de l castellano.

L o que se saca en l i m p i o de ta l deslinde es que C u e r v o , para la Parte Segunda, no necesitaba e t imolog izar escrupulosamente ca­da eslabón de las cadenas léxicas que reconstruía.

H u e l g a decir que para el pequeño grupo de especialistas que seguían las actividades de Cuervo con interés marcado, en las A m é -ricas i g u a l que en E u r o p a , todas las divisiones y subdivisiones de su nueva monografía tenían gran i m p o r t a n c i a . A pr inc ipios y me­diados de los años noventa el e rud i to co l ombiano ya era u n a figu­r a destacada. Tenía unos c incuenta años, l levando veinte a R a y m o n d Foulché-Delbosc; era h i j o de u n padre i lustre y autor de tres l ibros que habían despertado m u c h a cur ios idad y , por lo demás, no se vendían m a l , a j u z g a r por la rapidez con que se su­cedían las ediciones. D e su p r i m e r a obra maestra , las Apuntaciones críticas sobre el lenguaje bogotano, que lanzó a los veintitrés años de edad, es decir , en 1867, en la capi ta l de C o l o m b i a , salió u n a se­gunda edición, "notab lemente a u m e n t a d a " , en 1876, y u n a terce­ra edición, sencillamente " a u m e n t a d a " , las dos impresas también en Bogotá; además, u n a cuarta , que l leva la fecha de 1885, esta vez ya impresa en Franc ia , si b i en todavía no en París. De la obra m o n u m e n t a l del autor , el Diccionario de construcción y régimen de la lengua castellana, se distribuyó una muestra de 160 páginas en 1884, desde París, y el p r i m e r t o m o entero , que corresponde a las letras A y B , a los dos años. E l segundo t o m o , que abarca las letras C , C H y D (a decir v e r d a d , con atención mínima prestada a la C H ) , estaba de venta en 1893; es decir , su publicación se coloca entre la de la p r i m e r a parte y la de la segunda de las Disquisiciones t a n ­tas veces aludidas . F i n a l m e n t e , allá p o r 1892 y a salió la cuarta

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edición de la Gramática de Andrés Bello con las ' 'extensas n o t a s " , p a r a nada decir del índice alfabético, que se deben a la p l u m a de C u e r v o . Este pequeño i n v e n t a r i o , que se ciñe a los l ibros del filó­logo co lombiano domic i l iado en París, haciendo caso omiso de sus artículos, demuestra la est ima de que gozaba en varios ambientes y puede servir de garantía de que ningún estudio que publ i caba podía dejar indi ferente d e t e r m i n a d o círculo de lectores dotados de la inte l igencia y cur ios idad impresc indibles para d is f rutar de tales lecturas o consultas. S in embargo , no hay duda de que u n solo capítulo de la nueva monografía, a saber, las t r e in ta páginas —austeras y concentradas— que dedicó a las consonantes s ib i ­lantes africadas, la g y la z, t u v o en seguida varias repercusiones en parte m u y notables, a cuyo con junto no sería exagerado l l a ­m a r " E l gran debate sobre las sibilantes del español a n t i g u o " . Q u e d a por expl icar , entonces, por qué este capítulo par t i cu lar l o ­gró — i n m e d i a t a y , al parecer, fácilmente— eclipsar el resto de u n a o b r a , por lo demás, m u y e qu i l i b ra da .

C r e o que ta l desnivel de atención se expl ica sin d i f i c u l t a d . L a m a y o r parte de los problemas seleccionados por C u e r v o para u n examen minucioso eran a l tamente relevantes (como se diría hoy) p a r a u n hispanista en el sentido estrecho de la pa labra , eso sí, pe­r o encerraban escaso interés para el r omanis ta que cu l t ivaba , a n ­te t odo , ora el c omparat i smo , ora el estudio avanzado de o tro i d i o m a congénere, por e j . del francés ant iguo , del provenzal o del i t a l i a n o . A h o r a b i e n : la g r a n mayoría de los romanistas europeos de aquella época no se dedicaban a investigaciones luso-hispánicas, que p o r u n m o t i v o u o tro no estaban de m o d a en aquel entonces. D i cho de otro modo: problemas m u y parecidos a aquellos que p lan­teó C u e r v o en lo que atañe al or igen y al subsiguiente desarrollo de las g y z españolas medievales ya habían ido preocupando a var ios romanistas — e n parte de gran t a l l a — de especialización afín pero no idéntica. Esos provenzal istas , i tal ianistas , etc. desde hace largo t i empo echaban de menos u n examen pormenor i zado del m a t e r i a l español, y C u e r v o , quizás sin ant i c ipar resonancia t a n fuerte , les ofreció, en u n m o m e n t o sumamente o p o r t u n o , la exacta cuota de conocimientos e interpretaciones que les hacía falta. D e ahí la reacción sin par en los anales de la filología hispanoa­m e r i c a n a .

Rayaría en lo pedante si yo me empeñase en reconstruir aquí, prestando atención a todos los detalles, el pre ludio a ludido , el cual ocupa unos tres decenios de labor m u y concentrada, que l l evaron a cabo representantes de varias cu l turas y escuelas de pensamien-

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to filológico. M e ceñiré, pues, a lo esencial y lo que da par t i cu lar rel ieve a la intervención de C u e r v o en los años noventa 4 .

C o m o pasa casi siempre en los anales de nuestra d isc ip l ina , es impresc ind ib le comenzar con la obra de F r i e d r i c h D iez ; espe­cíficamente con el p r i m e r t o m o , dedicado a la fonética histórica, de su m o n u m e n t a l gramática comparada . Ese t o m o , en su edi ­c ión o r i g i n a l , salió hace u n siglo y m e d i o , y se caracteriza por la selección de u n a perspectiva m u y pecul iar : el autor i n v i t a a sus lectores a seguir el desarrollo de cada fonema (o, como se expre­saba Diez con c ierta torpeza, de cada le tra del alfabeto l a t i n o ) , a través de los siglos en las principales lenguas neolatinas. Así , en las páginas reservadas para las peripecias post-clásicas de la ve lar sorda, escrita C y p r o n u n c i a d a / k / en u n p r i n c i p i o , el autor no puede menos de dedicar algunas líneas a l a C española. Pero ya a p a r t i r de la segunda edición, a m p l i a m e n t e revisada, del t o ­m o en cuestión, que corresponde al año 1856, se p rodu jo u n cam­bio radical : sin abandonar esta pr imera perspectiva, Diez le agregó, a título de complemento y corrección, la opuesta, que parte de los sonidos medievales y modernos del romance — a n t e todo aque­llos que enc ierran u n a innovación, u n desvío del canon clásico— y aspira a ident i f i car sus fuentes o protot ipos lejanos. E n ambas proyecciones, D iez operaba no sólo con el latín, sino — s i b ien en escala m u y r e d u c i d a — también con el árabe y los id iomas paleo-germánicos. L a tercera edición del l i b r o , que cayó en el año 1870, fue la última elaborada por el autor , ya setentón en aquel enton­ces; las dos ediciones subsiguientes, ambas postumas, vue lven a ofrecer, s in a m p l i a r l o , el texto de la tercera. E n resumidas cuen­tas, D iez legó a sus sucesores la técnica de la doble perspectiva 5 . L o curioso es que casi todos se dec id ieron en favor de la p r i m e r a ; l a g r a n o r i g i n a l i d a d de C u e r v o — m e j o r d i cho , u n a de sus desta-

4 Así, hago caso omiso del folleto de M o n a c i , por no tenerlo presente; y no me detengo en la discusión de las gramáticas históricas de Múgica, Ale-many Bolufer, Kel ler , Gorra y Wiggers, por haber ejercido poco influjo como consecuencia de su escasa original idad. Registro los datos bibliográficos en el Suplemento, por si alguien se decide a rastrear tales fuentes de interés se­cundario .

5 N o me ocupé más detenidamente de este cambio en el enfoque de DIEZ en el trabajo " A Tentative Typology of Romance Histor ical G r a m m a r s " que salió en una revista europea en 1960 y, en forma algo retocada, forma parte de la miscelánea Essays on Linguistic Themes (Ox ford , 1968), pp. 71-164, por la sencilla razón de que no tenía a la vista todavía la rarísima segunda edición de la gramática. Más tarde descubrí u n ejemplar en la Widener L i b r a r y de H a r v a r d Univers i ty .

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cadas or ig inal idades— arraiga , precisamente, en su exclusiva pre­ferencia por la segunda.

Sería interesante sacar en l i m p i o el pensamiento de H u g o Schu-chardt — o t r a figura n o t a b l e — cuando , de p r i n c i p i a n t e casi, se lanzó en la indagación de la fonética del latín vu lgar , reg ional -mente di ferenciado (o, por lo menos , mat i zado ) . Por desgracia, el j o v e n autor , algo caprichoso, no avanzó más allá de las vocales en su obra fundamenta l , Der Vokalismus des Vulgärlateins (1866-68), de m a n e r a que sería meterse en puras conjeturas atreverse a dis ­c u t i r c ó m o se imag inaba entonces el desarrol lo de las velares asi-biladas y africadas, aunque sí volvió a ese tema en las postrimerías del siglo X I X .

C o n lo cual podemos pasar a sentar que la p r i m e r a invest iga­c ión de sesgo netamente monográf ico que se ocupó en serio de las f o r tunas de la c (es decir , / k / ) l a t i n a fue el estudio de u n estu­dioso francés algo enigmático, Charles J o r e t , q u i e n en 1874, te­n i e n d o cumpl idos los t r e i n t a y cinco años, publicó u n l i b r o de tamaño impres ionante , Du C flatinj dans les langues romanes. L a en­v e r g a d u r a de aquel l i b r o no deja de ser i m p o n e n t e , ante todo pa ­r a u n a o b r a concebida y e jecutada en Franc ia , país que entonces andaba atrasado en la aplicación del método comparado. E n efecto, d e n t r o de u n esquema algo compl i cado , por lo menos u n capítulo está dedicado al detenido examen del respectivo desarrollo en r o m a n c e 6 . Por desgracia, todo lo que hizo constar Jore t sobre el español carece de va lor , por la sencilla razón de que se basaba enteramente en textos medievales impresos a mediados del siglo X I X , n u n c a en clave crítica, acudiendo editores y tipógrafos a las idiosincrasias del español de su p r o p i o t i e m p o en lo que concer­nía a la distribución de la g y de la z. Además , J o r e t prestó i n s u f i ­ciente atención al tes t imonio del judeo-español . Estas graves deficiencias del capítulo en cuestión l l egaron a ser u n a i m p o r t a n ­te lección para C u e r v o , q u i e n , dos decenios después, para sus p r o ­pias Disquisiciones, en lo esencial decidió no aprovechar textos publ i cados por p r i m e r a vez o reimpresos en el siglo X I X , aunque

6 L a clasificación básica que propuso Joret descansaba en los resultados finales de la / k / latina —según tendía a convertirse, en los romances, en / g / , / x / , / 8 / , etc .—, quedando supeditada a ta l consideración el puesto que ocupa­ba el fonema en las respectivas voces del latín: inic ial de palabra, intervocáli­co, agrupado, etc. Es tal estructura caprichosa lo que más reprochaba A . DARMESTETER al autor en su crítica penetrante del l ibro (véanse las pp. 380 ss. de su reseña). Huelga decir que con la boga del idear ium de los neogramáticos triunfó la perspectiva de Darmesteter, en merma de la de su víctima.

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desistía de la aplicación de igua l r i g o r en la redacción de su Dic­cionario, proyecto concebido con a n t e r i o r i d a d y falto de or ienta ­ción fonética.

E n c o n j u n t o , cuantos no podemos an imarnos a leer u n l i b r o forzosamente ant icuado , y no part i cu larmente b i en redactado, de más de 350 páginas, como resultó ser el de J o r e t , podemos dejar­nos gu iar por la m a n o de u n crítico jus t i c i e ro , Arsène Darmeste -ter , q u i e n , en su reseña m u y n u t r i d a de veinte páginas, subrayó los numerosos aciertos y hallazgos del autor , p roduc to de la ense­ñanza de l 'École prat ique des Hautes Études, ante todo en el aná­lisis de ciertos patois de la Francia septentrional (por e j . , del picardo y del n o r m a n d o ) ; pero también reconoció varios errores y desli­ces y , ante todo , numerosas lagunas, conc luyendo así su veredic­to : ' ' L ' o u v r a g e est neu f en divers po ints . L ' a u t e u r n ' a pas résolu t o u t le problème de la g u t t u r a l e , i l l ' a d u moins beaucoup a v a n :

c é " . Es curioso que el d i rec tor de la prestigiosa revista en que salió esta reseña t a n penetrante , a saber Gaston Paris , se d i s tan ­ció algo — e n u n a nota final— del j u i c i o quizás excesivamente se­vero de su discípulo predi lecto . D e todos modos , monografía y reseña provocaron , entre sus lectores, el deseo de aver iguar más, ya que el t ema de n i n g u n a manera quedaba agotado. E n cuanto al p r o p i o J o r e t , al parecer se sintió her ido y dedicó los cuarenta años que l a suerte le deparó v i v i r y t raba jar a asuntos enteramen­te d is t intos , como la h is tor ia simbólica y alegórica de la rosa en la Antigüedad y la E d a d M e d i a ; las vicisitudes del helenismo f r a n ­cés; y las relaciones l i terar ias entre A l e m a n i a , I n g l a t e r r a y F r a n ­cia en el siglo X V I I I . Enseñó en la U n i v e r s i d a d ( ' ' A c a d é m i e " ) de A i x , la cual — q u e yo sepa— no cu l t ivaba la lingüística en aquel entonces.

L a discusión se aceleró y acaloró p a u l a t i n a m e n t e . E n su l i b r o j u v e n i l sobre los dobletes del léxico español, C a r o l i n a Michaëlis, en vísperas de sus bodas con u n prestigioso h i s tor iador de arte portugués y de su subsiguiente traslado de Berlín a O p o r t o , es decir , en 1876, contribuyó al debate con a lguna que o t ra m i g a j a , ya que su i n v e n t a r i o de dobletes descansaba en u n a infraestruc­t u r a de fonética histórica. E n t r e los secuaces directos de Diez con­viene m e n c i o n a r al e rud i to —casi demasiado e r u d i t o — filólogo y polígrafo C a r i v o n Re inhardstoe t tner , en su cal idad de autor de u n a gramática del portugués, del año 1878, pesadamente his-tor i c i s ta ; así como al hispanista P a u l Fôrster, otrt> alemán, autor de u n a gramática notable del español, concebida en clave neta­mente diacrónica. Este l i b r o , que salió en 1880, rompió con la

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tradición de Joret y Darmesteter , quienes habían adoptado la p r i ­m e r a perspectiva de D i e z , t o m a n d o como p u n t o de p a r t i d a u n sonido la t ino y pasando a observar sus peripecias; Fórster, al con­t r a r i o , optó por el segundo método diez iano, part iendo del hecho concreto de la existencia de u n a g y u n a z en español y e t i m o l o g i -zando, con l i m i t a d a per ic ia , gran número de voces que contenían tales fonemas, o tales letras. Luego , categorizando las ecuaciones etimológicas, estableció u n cuadro de las l lamadas " f u e n t e s " de las consonantes en cuestión. E l catálogo de observaciones sueltas que cuajó así, a base de etimologías en parte harto dudosas, re ­sultó m u y tosco. Fórster supo aprovechar b ien los datos que le p roporc i onaban Diez y Michaélis, pero a aquella a l t u r a no llegó a t a m i z a r , j e r a r q u i z a r , reconci l iar o in tegrar los hallazgos disper­sos. Ofreció a sus lectores u n a l ista de posibil idades compi lada con entusiasmo, eso sí, pero con poco sentido crítico. S in embar ­go, de la idea de presentar u n con junto de fuentes para d e t e r m i ­nados fonemas del español se asieron más tarde C u e r v o y , con m a y o r deten imiento en los detalles, el j o v e n norteamer icano J e -r e m i a h D . M . F o r d , q u i e n todavía cruzará nuestro sendero.

L a etapa siguiente coincide con la publicación — e n 1883— de u n l i b r o entero ( la p r i m e r a monografía después de los tanteos de J o r e t ) dedicado exclusivamente a las vicisitudes románicas de l a velar sorda l a t i n a . A u n q u e el autor , A d o l f H o r n i n g , no llegó a hacer u n a carrera u n i v e r s i t a r i a y así, al fin de cuentas, tampoco consiguió hacer escuela, su l i b r o , más delgado y escueto que el de J o r e t , no dejó de ser sensacional y creó el c l i m a inte lectual en que , a los pocos años, medró la contrapropuesta de C u e r v o . Así aquel l i b r o , t i t u l a d o Zur Geschichte des lateinischen C vor E und I (es dec ir , T a r a la h i s to r ia de la C l a t i n a ante E e / ' ) , merece nuestra atención — a u n q u e no s iempre nuestra adhesión incond i c i ona l .

E l título muestra en seguida que H o r n i n g aspiraba a c ierta economía ; así c omenzó por e l i m i n a r de su crónica o análisis las peripecias de la / k / l a t i n a ante a (y , con m a y o r razón, ante o y u) en posición i n i c i a l ; o de la / k / agrupada , por e j . seguida de u n a ¿, en posición i n t e r n a , etc. , reduc iendo quizás a u n tercio el t o t a l de los problemas en cuya solución decidió empeñarse. V i s t a des­de la atalaya de hoy —nos separa u n poco más de u n siglo de la redacción de ese l i b r o — el p r o p i o estudio de H o r n i n g y sus f o r t u ­nas se caracterizan por tres rasgos esenciales, a saber:

a) E l autor fue quizás el p r i m e r comparat is ta en nuestro c a m ­po q u i e n , a la zaga del i lustre indoeuropeísta danés C a r i V e r n e r

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y de sus secuaces inmed ia tos 7 , atribuyó u n a enorme i m p o r t a n ­cia a la posición del acento en el desarrollo de los sonidos — t a l vez equivocadamente en lo que atañe a las consonantes;

b) C o n H o r n i n g comienza el fuerte p r e d o m i n i o de la preocu­pación por las vicisitudes del francés (ant iguo , m o d e r n o y dialec­ta l ) en la ciencia centroeuropea. M u y cerca en la escala de valores sigue, de aquí adelante, el i t a l i a n o , mientras el español y el por ­tugués están condenados a const i tu i r la re taguard ia . E n efecto, los capítulos del l i b r o en cuestión que versan sobre los dos i d i o ­mas de la península ibérica son re lat ivamente flojos, a pesar del esporádico uso — " n o v e d o s o " en aquel m o m e n t o — de la docu­mentación judeo-española contemporánea, y

c) E n lugar de u n a sola reseña — a decir v e r d a d , mortífera en su efecto— como lo fue aquel la que dedicó Darmesteter al t r a b a ­j o de J o r e t ( la o t r a , más t i b i a , firmada por C . C h a b a n e a u , contó por poco) , esta vez salieron tres reacciones críticas, menos p r o ­fundas pero m e j o r equi l ibradas y casi de igua l peso. Es curioso que una de ellas emanaba de u n pr inc ip iante suizo alemánico prác­t i camente desconocido, u n t a l W i l h e l m M e y e r , q u i e n más tarde , contraídas sus nupcias con Fräulein Lübke, había de convertirse en el ilustrísimo Meyer -Lübke ; las otras dos, más halagüeñas, l le ­v a b a n las respectivas firmas de u n benemérito filólogo alemán de procedencia y n o m b r e franceses, H e r m a n n Suchier , y de u n n o r ­teamericano domic i l iado en B a l t i m o r e , A . M a r s h a l l E l l i o t t , el f u n ­dador de la escuela filológica de Johns H o p k i n s . Ensanchándose así y ganando en h o n d u r a el cauce de la discusión, el p r o b l e m a de las sibilantes románicas or iundas de la velar sorda l a t i n a se t rans fo rmaba lentamente en u n a cuestión m u y reñida de reper­cusiones internacionales . Todavía faltaba en el coro la voz de H i s ­panoamérica.

Pero la g ran novedad que t r a j e r o n consigo los años ochenta del siglo pasado no eran sólo nuevos conceptos prosódicos de la gramática histórica, s ino, ante todo , u n a técnica m u c h o más es­crupulosa y m e j o r desarrol lada de r e p r o d u c i r textos medievales. C o m o era de prever , la innovación cundió de los países de lengua

7 E l único romanista que se adhirió —precipitadamente— a las ideas de Verner antes de H o r n i n g fue — s i no me engaño— una figura rara vez evoca­da hoy día, a saber F. N e u m a n n , en su gramática histórica del francés antiguo (1878). Sobre estos episodios, que ya parecen pertenecer a u n pasado remoto, traté de arrojar cierta luz en m i nota (del año 1966) sobre varias aplicaciones poco felices de la Ley de Verner al material románico: véanse en particular las pp. 83-86, dedicadas al vaivén de las hipótesis sobre las sibilantes.

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alemana . H e aquí algunos in formes concretos: en 1880, u n j o v e n desconocido, G o t t f r i e d Baist , presentó en u n a un ivers idad báva-r a de segunda fila, E r l a n g e n , a título de tesis de doctorado, u n a edición paleográficamente minuc iosa , aunque por cierto no i m ­pecable, del Libro de la caza de d o n J u a n M a n u e l , precedida de u n examen de t r e i n t a páginas de la clasificación de los m a n u s c r i ­tos disponibles para las futuras ediciones críticas del autor medie ­v a l . ( A los pocos años salió la edición del Libro del caballero y el escudero, preparada por S. Gráfenberg.) E l m i s m o año de 1880 pre­senció l a esmerada publicación de u n lap idar i o redactado en es­pañol medieva l : Ein altspanisches Steinbuch, texto que se coloca en el cruce de dos tradic iones : la i s idor iana y la que se asocia con M a r b o d i o , obispo de Rennes ; el responsable por esta hazaña fi­lológica fue K a r l Gustav Vol lmól ler , el fundador de la i m p o r t a n ­te revista Romanische Forschungen así como de u n anuario concebido en clave crítica (Jahresbericht über die Fortschritte...). Pasados tres años, u n j o v e n suizo alemánico, H e i n r i c h M o r f (el f u t u r o sucesor de A . T o b l e r en Berlín), acometió u n p r o b l e m a más a rduo : la p u b l i ­cación de l Poema de José, en transmisión a l j amiada , a base de u n m a n u s c r i t o hispano-arábigo conservado en la Bibl ioteca N a c i o ­n a l de M a d r i d . P r o n t o se adhirió a este g rupo F r i e d r i c h L a u c h e r t a l d a r a conocer dos textos medievales, La estoria del Rey Anemur... y La estoria de los quatro dotores de la Santa Eglesia. Esta m o d a puso fin a l a m a n e r a desaliñada de entresacar textos de manuscr i tos medievales , remozándolos caprichosamente en lo ortográfico, ta l c omo habían pract icado esa técnica los filólogos facilitónos de la generación de Florencio J a n e r y Pascual de Gayangos . D e aquí en adelante, no podía ser i g u a l a nadie si el manuscr i t o en cues­tión traía u n a s o / s i m p l e o doble ; si el copista acudía a u n a z o u n a Q; etc. Y así, prestando atención a los detalles paleográfi-cos, los eruditos de la E u r o p a C e n t r a l y m u y p r o n t o otros , que t r a b a j a b a n en París o en M a d r i d 8 , se d i e r o n cuenta de que , en

8 M u y lejos de mí af irmar que, a part i r de mediados del siglo x i x , Espa­ña careciera de excelentes paleógrafos-archiveros. Pero ello es que la mayor parte de esos especialistas dedicaba su talento y pericia a la publicación de to­da clase de actas y documentos (pienso en pr imer lugar en tan consumados técnicos como el P. Fidel Fita así como Aurel iano Fernández-Guerra y Orbe , de cuya edición del Fuero de Aviles [ 1 8 6 5 ] opinaba RAFAEL LAPESA en 1948: " L a llevó a cabo... con esmero notable para lo que entonces se acostumbra­b a " [Asturiano y provenzal en el Fuero de Aviles, Acta Salmanticensia, Filosofía y Letras, t . 2, núm. 4, p .7 ] . Sólo con la edición de las Cantigas alfonsinas que le encomendó al marqués de V a l m a r la R . Academia Española y con la pub l i -

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español ant iguo , se escribía y presumiblemente se decía fazer y re-dondeza, lo que a rmon izaba con la grafía y la pronunciación por ­tuguesa; y, además, brago, lo que también concordaba con el canon occidental ; pero que tampoco fa l taban casos más enrevesados, co­m o el de desmenuzar/esmiugar, en que el test imonio del español a n ­t i guo , restaurada la ortografía e, indirectamente , la pronunciación auténtica, ya no cuadraba b i en con el m a t e r i a l gallego-portugués ora medieval , ora m o d e r n o . Así comenzó a imponerse la necesi­d a d de revisar cuanto se había investigado hasta entonces, esta vez — e n la med ida de lo pos ib le— a la luz de lecciones impeca­bles; y para esta operación, delicada sin remedio , ya que fácil­mente podía her i r el p u n d o n o r de varios eruditos de la generación v ie ja , se necesitaba u n especialista m u y autor izado . Este papel , a mediados de los años noventa , incumbió a R u f i n o José C u e r v o .

Agregando u n a última pincelada al p a n o r a m a inte lectual que hemos ido reconstruyendo , para mostrar c ó m o terminó por enca­j a r el opúsculo de Cuervo con lo que se andaba haciendo por aque­llos años, conviene menc ionar que en 1888 y en 1890— es decir , casi en vísperas de la publicación de la p r i m e r a entrega de las Dis­quisiciones —sa l i e ron , respectivamente, el t omo p r i m e r o de la gran enciclopedia (Grundriss) de Gróber y el t omo dedicado a la fonéti­ca de la m o n u m e n t a l gramática comparada de W . Meyer -Lübke . E l a lud ido t omo de la enciclopedia — l a p r i m e r a jamás planeada en ta l escala por los r o m a n i s t a s — era de sesgo netamente lingüís­t i co , y en él figuraban, a título de secciones semi-autónomas, u n esbozo de la gramática histórica redactada por Baist ; el corres­pondiente bosquejo — m á s c i r cunstanc iado— que había prepara ­do Jules C o r n u p a r a el gallego-portugués; y , por añadidura, u n breve pero jugoso estudio de los antecedentes lat inos , escrito por el fu turo Meyer-Lübke. H u e l g a decir que la caprichosa asibilación de la C —es decir , de la / k / - — l a t i n a ocupaba u n puesto de honor en todos estos contextos y que la fase anter ior (o p r i m i t i v a ) del desarrol lo (es decir , el p r o p i o latín) representaba casi ob l igator ia ­mente el p u n t o de p a r t i d a c o m ú n , con m a y o r dogmat i smo que en los últimos trabajos de D iez . C o m o los autores no se ponían de acuerdo, ante todo en ciertos contextos m u y característicos en que el español ant iguo concedía m a y o r ámbito a la z sonora que

cación de varios textos de la l i teratura amena medieval que ejecutó hábilmen­te A . Paz y Me l ia , en las postrimerías del siglo pasado, por encargo de varias sociedades de orientación bibliofílica, confluyeron —por decirlo así— las dos corrientes de la especialización paleográfica y de la erudición l i teraria , que­dando así allanado el camino para R. Menéndez Pidal .

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los demás romances, la t e m p e r a t u r a provocada por la i n q u i e t u d y tensión no cesaba de subir. E n 1893 Gastón Paris, tras diez años de silenciosa reflexión concentrada sobre la controversia entre Joret y Darmesteter , hizo constar su opinión personal en u n artículo que desilusionó u n poco a los lectores, ya que descansaba en u n a p r e m i s a dudosa: u n mapa de la l a t i n i d a d tardía ya m u y desmo­r o n a d a . Para Paris las varias asibilaciones de la consonante velar representaban, en gran parte , evoluciones posteriores y m u t u a ­m e n t e casi independientes, lo cual no dejaba de resultar chocan­te . A n t e ta l sorpresa se necesitaba cada vez más u n claro d ic tamen de u n hispanista autor izado . Este d i c t a m e n b i en equ i l ibrado es lo que proporcionó C u e r v o en sus Disquisiciones del año 1895 9 .

D e casi todos estos esfuerzos C u e r v o estaba m u y b ien entera­do al preparar su p r o p i a contribución, las Disquisiciones del año 1895; aunque no a b r u m a b a a su f u t u r o lector con u n sinnúmero de detalles bibliográficos, señaló la i m p o r t a n c i a de los estudios de J o r e t y H o r n i n g sin callar sus graves deficiencias en lo que con­cernía al español. Declaró ro tundamente que, a su parecer, lo más defectuoso en tales tentativas de rastreo no era el rac ioc in io , sino el p r o p i o m a t e r i a l — e n el fondo , inaprovechab le— a que habían acud ido , en su apresuramiento , sus predecesores. E l p r i m e r paso que convenía dar era encontrar u n a documentación intachable . A esta a l t u r a conviene recordar que hacia pr inc ip ios de los años n o v e n t a , fa l taban en absoluto ediciones impecablemente críticas de textos l i terar ios escritos " p o r la q u a d e m a v í a " , del Poema de

9 Quizás sea lícito hablar de una bifurcación de pesquisas a part i r de ese momento . Por un lado continúa la discusión de la C / k / en determinadas cir­cunstancias, tomándose en cuenta principalmente la Antigüedad clásica y post-clásica. E n aquel debate, por cierto apasionante, toman parte, antes de 1930, varios comparatistas de gran talla, entre ellos P. E. Guarnerio (1897), O. Den-susianu (1900), W . Meyer-Lübke (1905), M . Friedwagner (1922) y B. M i -g l i o r i n i (1929). En este panorama, los problemas particulares del español medieval , lejos de descollar, desempeñan u n papel modesto y subordinado. Por otro lado, la enérgica intervención de Cuervo , que procuramos dilucidar aquí, dio u n poderoso empuje a una serie de " tomas de posición" en u n círcu­lo más estrecho de hispanistas, quienes concentraron su atención cada vez más en el período trisecular que se extendió de 1400 a 1700. A raíz de las Disquisi­ciones venti laron el problema Ford , Saroíhandy, Tal lgren y otros eruditos, cu­yas respectivas aportaciones quedan por alambicar en las últimas páginas de la ponencia presente, terminando el hi lo los trabajos de A . Alonso así como la reacción a ellos por parte de R. Lapesa y D . Catalán. A decir verdad, no se produjo ningún contacto, n i menos u n diálogo fecundo, entre estos dos gru­pos de investigadores.

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Mió Cid, de textos alfonsinos historiográficos, jurídicos o didácti­cos, de los Proverbios morales de Santob y del Libro de buen Amor. Así C u e r v o , en busca de autent i c idad y de homogene idad , dec i ­dió asirse de la obra prerrenacent ista de N e b r i j a , ante todo de su Gramática castellana del año 1492 y de su Ortografía pub l i cada exac­tamente u n cuarto de siglo más tarde . N e b r i j a —como su reen­carnación moderna , el p r o p i o C u e r v o — , además de d o m i n a r el latín, sabía orientarse en tres lenguas clásicas: el griego aten ien­se, el hebreo bíblico y el árabe coránico . Además , N e b r i j a había r e c u r r i d o a u n idearium teórico, suponiendo, por e j . , que a cada sonido debía corresponder u n a le tra en u n alfabeto rac io ­n a l ; y como en el abecé de N e b r i j a habían figurado, sin jamás confundirse , las letras g y z, C u e r v o sacó de ello la acertada con­clusión de que en la pronunciación de su i lustre precursor no se había produc ido todavía n i la m u t u a nivelación de la g y de la z, n i la subsiguiente confusión del p roduc to de su amalgama con la s o ss. A pesar de la plena conf ianza que depositaba el e r u d i t o co­l o m b i a n o en el tes t imonio de N e b r i j a , se daba cuenta del riesgo que correría excluyendo o t ra fuente y así, a título de c ont ro l y p a r a l lenar lagunas en la información que proveía el h u m a n i s t a de las postrimerías del siglo x v y de pr inc ip ios del x v i , aprove­chó E l arte... y , sobre todo , E l vocabulista arábigo (1504) , de f ray Pedro de Alcalá, el moro granadino convertido al catolicismo, con­temporáneo de N e b r i j a , así como lo poco que se había aclarado en aquel entonces sobre el judeo-español de Salónica, a base de observaciones re lat ivamente tardías. A u n dándose cuenta de l a desventaja de la distancia t e m p o r a l , C u e r v o se sentía a n i m a d o a aprovechar el mater ia l judeo-español , dejándose guiar por los p r o ­nunc iamientos de testigos ant iguos sobre su va lo r , como Gonza lo de Illescas (1574) y B e r n a r d o A l d r e t e (1614).

E l núcleo del estudio de C u e r v o sobre la g y la z ( p p . 15-48) está concentrado en seis páginas m u y nutr idas (16-22) que corres­ponden al epígrafe "Ortograf ía y et imología" . Estas páginas, que rebosan de ideas nuevas presentadas en f o rma calculadamente aus­t e r a , se d i v i d e n en tres partes: A , B y C . Bajo A , C u e r v o se ocu­pa de los orígenes de la z\ ba jo B , se fija en las fuentes de la g; estas dos secciones están organizadas de m o d o casi simétrico, lo que realza su u t i l i d a d . L a sección C enc ierra la comparación de los resultados alcanzados y las conclusiones que se i m p o n e n a raíz de el la ; ante todo , C u e r v o aspira a colegir de lo que precede los caracteres generales de estas dos letras (o , como quizás p r e f e r i ­ríamos declarar nosotros, de estos dos fonemas) .

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Este esquema, a u n antes de que se d iscutan los pormenores , m u e s t r a en seguida qué r u m b o eligió el bogotano domic i l iado en París: se adhirió al " p l a n B " de D i e z , ideado en 1856, decisión que , automáticamente, le acercó a Fórster y le alejó de inmed ia to de J o r e t y H o r n i n g , así como de Meyer -Lübke (1890). L e preo­c u p a b a n no las peripecias de de te rminado sonido l a t i n o , sino las fuentes — f u e r a n las que fueran , griegas, lat inas , germánicas, árabes— de dos letras (o fonemas, p a r a vo lver a modern izar su formulación) altamente características del español medieval . Pa­r a aislar tales fuentes, resultó impresc ind ib le e t imolog izar unas doscientas palabras, y es esta labor de et imolog is ta escrupuloso, eso sí, pero también dotado de imaginación l a que presta u n v a ­l o r p a r t i c u l a r a estas seis páginas t a n jugosas.

¿ C ó m o está organizado ese sistema de fuentes, por e j . , en lo que atañe a la z? L a p r i m e r a división (en a , (3, etc.) refleja la res­pect iva posición del fonema dentro de las palabras —fe l i zmente , s in la m e n o r atención al acento, pese a los secuaces de V e r n e r . Así , el autor distingue la z a ) in i c ia l [de pa labra ] , reparando siem­pre en el reflejo, es decir , en el español nebri jense, de la m i s m a l e t r a , (3) intervocálicos, y ) después de consonante, 8 ) delante de consonante y E) en fin de dicción. E l esquema paralelo para la g resultó, a p r i m e r a vista, todavía más sencillo, contando con tres, en vez de cinco, categorías: a ) i n i c i a l , (3) intervocálica, y ) post-consonántica.

M i r a d o de cerca llega a ser m u c h o más comple jo el cuadro de las subdivisiones. Así, para vo lver a l a z, C u e r v o , tras u n bre ­ve reparo sobre la resistencia de N e b r i j a a la tentación de r e c u r r i r a la t a l l e t ra en voces grecolatinas como celos, celoso, celar, registra u n t o ta l de ocho voces en que su precursor sí la admitió, en cuyo número figuran a a ) cinco arabismos {zaque ' odre pequeño ' , zarco 'de color azul c laro ' , zarcatona (palabra anticuada cuyo sentido des­conozco) , zebratana ' cerbatana ' y zorzal 'pájaro parecido al t o r d o ' ; (3(3 dos voces exóticas, zebra y zangaño, habiéndose ant ic ipado el i t a l i a n o a l español en la adopción de la z\ y u n a voz onomatopé-y i ca : zumbar.

H u e l g a decir que , a m e d i d a que nos adentramos en ese m a t o ­r r a l , a u m e n t a n las di f icultades . Así , la -z- intervocálica — s i b i e n , con rarísimas excepciones, aparece t a n sólo en voces de abolengo l a t i n o — no sólo procede de fuentes bastante var iadas , sino que (y esto es incomparablemente más grave) depende de factores m u y heterogéneos. E l factor básico, en voces p a t r i m o n i a l e s , es, desde luego , u n sonido de terminado o u n grupo de sonidos sucesivos del latín; en general , la consonante ve lar sorda seguida de la se-

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miconsonante palata l . Así se expl ican fácilmente erizo, lizo, panizo y amenazas; además, con cierto esfuerzo, lazo, y este proceso es t a n regular que, en cada e jemplo , el resultado es previsible . Pero ade­más , como advierte C u e r v o , hay unos cuantos casos excepciona­les, como aquellos en que la z refleja u n a s, preferiblemente seguida deyod\ testigos deslizar ( la única voz germánica de esta serie, de aceptarse la hipótesis bastante frágil por la que abogó C u e r v o ) , así como cereza y cerveza, y es todavía más excepcional la z como representante de la G l a t ina ante vocal anter i o r , como se entrevé en rezio, diáfano descendiente de rígídu. Pero el supuesto desa­r r o l l o asume u n carácter ya m u y d i s t in to cuando interv ienen fe­nómenos como la influencia asimiladora; a ella acudió Cuervo para just i f i car — d e n t r o del caudal nebri jense— macigo en vez de * macizo, y creía reconocer su in f lu j o ejercido en dirección opuesta en el ca­so de los numerales onze, doze, treze, catorze y quinze. (De ser así, sorprende que no haya postulado la presión de la m i s m a fuerza también para expl icar la chocante z de cereza y cerveza.)

L a d i f i c u l t a d estriba en que con frecuencia interv ienen facto­res de categorías m u y dist intas , sin que C u e r v o se haya empeña­do en j e rarqu izar las o en hacer constar explícitamente c ó m o encajaban en la fase decisiva del desarrol lo . Así el lector se entera de que coadyuvó en la cristalización de u n a z el haber sido la voz en cuestión u n adjet ivo , o u n adjet ivo sustantivado, ante todo si estaba provisto de ciertas terminaciones (o, como se diría hoy , su­fijos de derivación), a saber, -azo e -izo —testigos bavaza, hilaza, hornaza, enterizo, primerizo, cañizo, granizo, caedizo, olvidadizo. C o n ser todo esto m u y correcto, el análisis del autor despierta nues­t r a cur ios idad sin satisfacerla por entero , ya que no se c o m p r e n ­de el puesto pr iv i leg iado reservado para ciertas clases de adjetivos d e n t r o de u n marco r igurosamente fonético-ortográfico sin pre ­v i a discusión de la dimensión morfológica que asoma de súbito. Y l a falta de ta l examen p r e l i m i n a r del fondo teórico se hace sen­t i r todavía más cuando se advierte la subsiguiente extensión de -azo e -izo (los respectivos productos d e a c e u , í c e u ) a costa de mor femas de estructura más sencil la, como de hecho aconte­ció en los casos de mord-aza, rom-aza, ten-azas; carr-izo y tom-iza, que C u e r v o , por lo demás, logró a g r u p a r con m u c h o acierto.

Las seis páginas que seguimos va lo rando de n i n g u n a manera cons t i tuyen mero ejercicio taxonómico ; enc ierran u n a lección — que , para su época, no t i tubeo en cal i f icar de a d m i r a b l e — de es­crupulosa labor etimológica. Las etimologías o ra se sobrentien­d e n , ora se i n d i c a n de m a n e r a m u y somera, s in discusión más allá de u n s imple i n t e r r o g a n t e , que a veces acompaña u n aserto

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dudoso o u n d i l e m a ; así, el autor se p r e g u n t a si hechizo proviene d e f a c t í c i u s o d e f i c t í c i u s . Los asteriscos para bases hipotéticas se i n t r o d u c e n rara vez, con todo esmero, como con m o t i v o de mellizo (*g e m e 1 1 í c i u s) y de ceniza (*c i n i c i a ) . C u a n d o la base i n m e d i a t a de la voz castellana se aleja de la for­m a clásica, C u e r v o se contenta con u n a alusión, así a propósito de ceuadazo, que, cuando más, se parece tipológicamente — a h o r -d e a c e u s ; y d e lampazo, que recuerda, eso sí, 1 a p p a c e u s, pero todavía carece de la nasal interca lada ; y de advenedizo, que representa u n pro to t ipo ( a d v e n t l c i u s ) m u y remozado en su esquema morfológico. D o n d e el m a t e r i a l recopi lado le s u m i ­n i s t ra dos var iantes , como en el caso de fuzia y fiuzia ' c onf ianza ' , C u e r v o las recoge y consigna su dependencia de la m i s m a base, por e j . f í d u c i a , sin enzarzarse en detalles. Frente a " u n a s cuantas voces de or igen o evolución fonética o s c u r a " , no vacila en a d m i t i r su ignoranc ia con toda i n g e n u i d a d , negándose a dic­t a m i n a r sobre aziago ' in fausto ' , enaziado ' t ornadizo ' y la pareja acezar ' j adear ' y bocezar ' m o v e r los labios el caballo hacia u n o y otro l a ­do , bostezar ' , lo que es prueba de cautela, y a u n sobre gozo y go­zar, lo que ya atestigua u n escrúpulo exagerado, no siendo nada difícil la construcción de u n puente e n t r e n z o y g a u d i u m . Re­gistra las voces arábigas por separado e ident i f i ca con toda breve­d a d la consonante semítica en cuestión, sin proveer etimologías, como si resistiese a la tentación de a b r u m a r al lector no or ienta ­l ista con toda clase de bases exóticas. D a d o el c on junto de t a n sen­satas normas de conducta , no causa sorpresa que el número de errores sea mín imo , si b i en en a lguno que o t r o caso u n investiga­dor de nuestra época desde luego se inclinaría a ofrecer u n a for­mulación algo d i s t i n t a ; me refiero a bozina, que , a m i entender, ha de ser producto de b ü c i n a alterado por asociación con boca y voz\ a deslizar, de cuyo germanismo estamos m u c h o menos con­vencidos en la ac tua l idad de lo que estaba la generación de Cuer ­vo ; y a a lguno que otro más caso de étimo cont rover t ido .

Desde luego, no es lícito e x a m i n a r aquí con i gua l l u j o de de­talles el resto del análisis de C u e r v o 1 0 .

1 0 Sobre la fragmentación de f I d ü c i a 'confianza' , que llevó a la for­mación de una tríada en español antiguo {fiuzia, fiuza, fuzia; nótense, a pr inc i ­pios del siglo x v i , ahuizar y huzia, que sobreviven en una típica rel iquia léxi­ca, desahuciado), véase m i estudio de 1977; examino las fortunas d e g a u d é r e y g a u d i u m e n u n artículo breve del año 1979. M e ocupo del zigzagueo de las opiniones sobre el rumbo que siguieron las parejas almuerzo/almorzar y port . almogolalmocar en dos artículos paralelos, que están en prensa. N o repito la lista de estudios anteriores a 1966 que figura (en nota) en m i trabajo arriba

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E n resumidas cuentas, mostró u n a técnica, u n a finura y u n a intuición realmente impresionantes , envidiables en el n ive l de la diagnosis etimológica, acertando casi siempre con sus juicios dentro de los límites de la me jor ciencia de su época, que él se negaba a traspasar. E n el n i v e l de conclusiones de carácter más general , empero , a l ternaban en sus veredictos hipótesis que hoy siguen pa­reciendo felicísimas con otras que nos sentimos autorizados a re ­chazar por lo menos en parte . Por e jemplo , a di ferencia de lo que ocurrió con su Diccionario, C u e r v o mostró escaso interés por el i n ­grediente cronológico de los problemas que se le p lantearon en las Disquisiciones. Así, insistió en que la -z- de clerezía, en clara con­tradicción con la -c- de abogacía y legacía, se expl icaba por la pre ­sencia de u n a C en c 1 e r i c u s, mientras a d v o c a t u s y l e g a t u s , al revés, mostraban u n a T . Observación innegable­mente j u s t a ; pero agregúese el hecho de que clerezía pertenece a u n a capa del léxico m u c h o más ant igua que voces medio a r t i f i ­ciales, como abogacía y legacía.

C u e r v o reconoció certeramente, sin saber expl icarlo b i e n , el chocante desarrol lo de dos sufijos, a saber, -azón y -eza, en vez de *-agón y *-ega, que los antecedentes y los paralelos nos l levan a postular como los productos ' ' i d e a l e s " ; pero , al parecer, no se daba cuenta de que la f a m i l i a de sufijos verbales -azar, -izar, -uzar ( como en adelgazar, bautizar y desmenuzar), a que se refirió en o tro contexto , adolecía de la m i s m a d i f i c u l t a d . L e causó honda inqu ie ­t u d descubr ir que razón y sazón se c o m p o r t a b a n como los abstrac­tos verbales en -azón (por e j . , castrazón), m ient ras coragón parecía oponerse a ta l corr iente . Pero, vo lv iendo a anal izar hoy ese mate ­r i a l en el n i v e l t e m p o r a l del latín, se echa de ver en seguida que los respectivos étimos de estas voces, r a t i o y s a t i o (en estre­cho enlace con s t a t i o ) , eran de hecho, en u n p r i n c i p i o , abs­tractos verbales, de modo que no debería causar sorpresa descu­b r i r su perfecta congruencia con la evolución d e c a s t r a t i o , mient ras nuestro análisis de coragón dependerá del p u n t o de p a r t i ­da que el i jamos (y C u e r v o no se atrevió a pronunciarse sobre esa m a t e r i a de l i cada) 1 1 . O t r o terreno resbaladizo es el del sufijo -eza.

mencionado sobre algunas aplicaciones erróneas de la Ley de Verner ; se rea­nudan varias discusiones, a veces desde puntos de vista diversos, en u n artícu­lo reciente (1981), de mayor envergadura.

1 1 Sobre el encauzamiento especial de los sufijos -azón, -izan, etc. formulé una conjetura en 1971; y para la formación de coragón como u n compuesto de esquema luego borrado y desdibujado propuse una hipótesis ya con anterior i ­dad, en 1958. N o me consta que hayan provocado mucha discusión estos dos estudios.

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E l autor , reconociendo la frecuencia, a u n en lo a n t i g u o , del sufi ­j o mel l i zo -ez ( como en vej-ez, der ivado de viejo), supuso que -eza podía haberse a r r i m a d o a -ez (a decir ve rdad , no se ve a las claras si aludía a la ortografía, a la pronunciación o a ambas) . D e todos modos, de haber tenido presente en aquel momento la m a y o r com­p le j idad del ant iguo gallego-portugués, quizás se ceñiría a u n i n ­terrogante y evitaría u n a con jetura t a n frágil. Porque en el Oeste de la Península las formas que correspondían a vej-ez e ran velh-ece y velh-ice, ambas con c, sin que esto impidiese que figurara -eza en el i n v e n t a r i o local de los sufijos. Prefiero no desarrol lar aquí m i p r o p i a t e n t a t i v a de explicación, que ya ofrecí hace unos diez años. Por lo demás, el p r o p i o C u e r v o , al t e r m i n a r su examen, se apresuró a a d m i t i r , con su prob idad intelectual de siempre, que el esquema propuesto no e l i m i n a b a u n residuo nada pequeño de contradicciones, que —agrego por cuenta m í a — olían a excep­ciones, lo cual no a r m o n i z a b a b i e n , por supuesto, con las exigen­cias (vigentes en aquel entonces) de los inexorables neogramáticos.

L o que sigue de i n m e d i a t o a estas seis páginas saturadas de hallazgos, repletas de ideas nunca t r iv ia les , de datos rarísima vez inexactos no deja de ser, hasta cierto p u n t o , anticlimáxico. Segu­ramente , consciente de que el tes t imonio de N e b r i j a , por notable que fuese, adolecía de su fecha m u y tardía frente al c on junto de la E d a d M e d i a española y , además, de su posible m a t i z dialectal (andaluz , por supuesto) así como de otras idiosincrasias, C u e r v o decidió acarrear, a título de c o n t r o l , otros mater ia les , ya menos fidedignos, sobre la ortografía coetánea y anter i o r a N e b r i j a ; esta colección de datos auxil iares se extiende desde algunos i n s t r u m e n ­tos notari les de los siglos déc imo, undécimo y d u o d é c i m o 1 2 a t r a ­vés de los fueros de M a d r i d y Aviles y los Reyes Magos en la edición de Baist , el epitaf io de la C a t e d r a l de To l edo (que l leva la fecha de 1278) y u n o de los mejores manuscr i tos del Fuero Juzgo (que C u e r v o p u d o e x a m i n a r en París) hasta el Cancionero de Stúñiga, el de Baena y varios textos del siglo X V publ icados por H . K n u s t . Pero n i los ant iguos autores de tales textos tenían el o ído ref inado de N e b r i j a ; n i los copistas b r i l l a b a n por u n exceso de escrupulosi ­d a d ; n i tampoco los paleógrafos, archiveros , filólogos e impreso­res de l siglo X I X encargados de las respectivas ediciones

1 2 Como ávido lector de esos materiales —sólo a pr imera vista algo aburr idos—, Cuervo allanó el camino a R . MENÉNDEZ PIDAL, quien, por su­puesto, estando radicado en España y no en el extranjero, aprovechó los pro­pios manuscritos (originales o copias) en el t . 1 de su l ibro magistral, Documentos lingüísticos de España.

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comprendían a fondo el p rob lema " t é c n i c o " que C u e r v o se ha­bía propuesto solucionar; de manera que estas páginas, con rebo­sar de m u c h a " m a t e r i a p r i m a " sobre la z y la g, desi lusionan en el fondo.

Sigue a ese subcapítulo o t ro , el más largo de todos, que abar­ca unas veinte páginas (29-48) y se t i t u l a " P r o n u n c i a c i ó n " ; se puede caracterizar como u n a especie de pre lud io a u n a obra de sesgo parecido , si b i en de proporciones y finalidad m u y dist intas : me refiero al t raba jo de pr inc ip ios de los años c incuenta de A m a ­do A lonso , publ i cado postumamente en dos tomos , De la pronun­ciación medieval a la moderna en español13. H a s t a cierto p u n t o se t ra taba aquí de captar el detalle fonético, a base de testimonios de antiguos ortoepistas y gramáticos, de dos procesos t a n lentos y paulat inos que resultaban difíciles de observar: la pérdida de la africación en todo el t e r r i t o r i o peninsular (y a u n de u l t r a m a r ) ; y la transformación de las sibilantes hechas acéfalas ora en u n a /8/, o ra en u n a /s / —siendo esa /s / , en el n i v e l fonético, m u y dis­t i n t a de la /s/ acústicamente palatal de las Castil las. L l a m a la aten­ción el hecho de que C u e r v o se desentendió p o r completo de u n proceso que hoy nos parece afín a las vic is itudes de la z y la g, a saber, l a formación de la chlll, muchas veces f o rmidab le r i v a l de la g en lo ant iguo (compárese la a l ternanc ia de aguacha y agua­za, para ceñirme a u n a sola pareja de " d o b l e t e s " ) . Además , la ch, la g y la z compartían l a africación en el n i v e l cronológico de la E d a d M e d i a ; y si la ch logró conservar este rasgo en español 1 4 , lo perdió en cambio en la g ran mayoría de los dialectos por tugue -

1 3 Para u n resumen bastante detallado del extenso capítulo en cuestión puede consultarse m i reseña del pr imer tomo. Entre las reacciones críticas a la obra postuma de A . Alonso es justo subrayar la importancia de aquellas que contribuyeron D . Catalán y R. Lapesa a raíz de su publicación. En rigor, los estudios de Alonso sobre el seseo y ceceo se ja lonan a lo largo de más de dos decenios; quien desee releerlos en su conjunto puede aprovechar la Bibl io ­grafía que precede a la miscelánea dedicada a la memoria de Amado Alonso en la Nueva Revista. L l a m a la atención el escaso influjo que ejerció el l ibro , por lo demás serio y nut r ido , de H . Gavel, que por u n motivo u otro no hizo me­l la , indiferencia que quizás explique la violenta decisión del autor de dedicarse de allí en adelante a la investigación del vascuence, en merma de la filología hispánica.

1 4 Aunque varios dialectos, precisamente entre los de ul tramar (por ej . , los de Chi le ) , muestran el relajamiento de/c/ en /s/, según quedó demostrado más de una vez precisamente en el Congreso de San J u a n (octubre de 1982) que sirvió de marco para la presente ponencia. Véase, entre otros, el útilísimo trabajo de Carmen Silva Corvalán.

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ses, i gua l que , desde luego, en todas las variantes del portugués l i t e r a r i o . Además de esos problemas, m u y reñidos, de la fonéti­ca, C u e r v o se veía obl igado a contestar a u n a p r e g u n t a ya menos espinosa, que hoy llamaríamos de orden fonológico: ¿Cuándo se p r o d u j o la neutralización del contraste (o de la oposición) entre la z sonora y la g sorda? A esta pregunta consiguió dar u n a res­puesta, en efecto, m u y neta: en la p r i m e r a m i t a d del siglo X V I I (p . 29), es decir —agrego por cuenta mía— verosímilmente cuando ya estaban desafricados los dos fonemas en cuestión. U n rasgo pintoresco de la discusión de C u e r v o fue el grado de atención que prestó a la extraña hipótesis de N e b r i j a — f o r m u l a d a en la Gramá­tica, en la Ortografía y a u n en el t ratado De literis hebraicis— de que en u n p r i n c i p i o la g y la z e ran ajenas al caudal fónico de la l a t i n i ­d a d hispánica, debiéndose su introducción al contacto con moros y judíos . H o y se sabe de fijo que estos últimos, al revés, tendían a as imi lar su p r o p i a pronunciación del hebreo — l e n g u a de plega­r i a , no de conversación en aquel entonces— a las m u y variadas preferencias locales de su ambiente , en España igua l que en otros países de su destierro y dispersión.

C o n ser éstas veinte quizás las páginas que hoy más e s t i m u ­len e i n q u i e t e n al estudioso de la dialectología andaluza e hispa­noamer i cana , de ningún m o d o fue así a fines del siglo pasado. D a d a la elevada cur ios idad por la etimología y la gramática histórico-comparada, fue el registro esquemático de las fuentes el que no tardó en provocar reacciones críticas, tanto más como que el autor fue el p r i m e r o en a d m i t i r , con la honradez intelectual que siempre le caracterizaba, que varios problemas — e n lo que ata­ñía a lagunas y a contradicciones chocantes— quedaban por re ­solver, l i t e ra lmente p id i endo ayuda a i n d i v i d u o s de preparación adecuada y buena v o l u n t a d . Quienes más se apresuraron a soco­rrer le con su crítica no fueron n i españoles n i menos hispanoa­mericanos , sino personas de alta calificación técnica que pertenecían a varias cu l turas extranjeras : u n m u y j o v e n invest i ­gador nor teamer i cano , J e r e m i a h D . M . F o r d , que por aquellos años se preparaba en H a r v a r d para el doctorado en filología r o ­mánica; u n b r i l l a n t e exp lorador del terreno p i rena ico , de f o r m a ­ción u n i v e r s i t a r i a francesa pero de abolengo vasco, Jules Saroi 'handy; y u n finlandés que se trasladó a M a d r i d para t r a b a ­j a r con apas ionamiento en el ambiente de u n R a m ó n Menéndez P i d a l todavía j o v e n : O i v a Johannes T a l l g r e n ( q u i e n en lo sucesi­vo cambió de apel l ido , adoptando el de T u u l i o , de apariencia me­nos sueca y más auténticamente fénica). A estos tres hispanistas

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jóvenes se les agregaron otros , quizás menos empeñados 1 5 , para no decir nada de autores de gramáticas históricas, como M e n é n -dez P i d a l , Z a u n e r y Hanssen (cada u n o de ellos en más de u n a ocasión). D e todos modos , conviene caracterizar con toda breve­d a d el aporte de cada al iado (o contr incante) de aquel la p r i m e r a generación de admiradores entusiastas y , a la vez, críticos de Cuer ­vo , n i n g u n o de ellos — r e p i t o — su compatr i o ta . ( A la inversa , los estudios monográficos que salieron después de 1910 —es decir , los de F. Krüger y M . L . W a g n e r , los cuales aparecieron en vís­peras de la P r i m e r a G u e r r a M u n d i a l , y el de A u r e l i o M . Espinosa-h i j o , que pertenece a los años t r e i n t a , a u n con presuponer la fa­m i l i a r i d a d de sus respectivos autores con el opúsculo de C u e r v o , ya no merecen el marbete de meras reverberaciones.) Además , el escrupuloso examen del uso prealfonsino de la z y la g que llevó a cabo, por p r i m e r a vez, Menéndez P ida l en sus Orígenes (1926) marcó u n cambio rad ica l de perspectiva.

C u a n d o salió en su redacción o r i g i n a l la p r i m e r a parte de las Disquisiciones de C u e r v o , F o r d tenía unos veintidós años: era me­ro mozalbete y , desde luego, no podía respaldarse en n i n g u n a pes­quisa anter ior organizada por cuenta prop ia . E n t r e sus profesores descollaban — c o m o era de esperar, tratándose de u n centro u n i ­versitario como H a r v a r d — varios eruditos norteamericanos de p r i ­m e r a fila, entre ellos el romanista Charles Grandgent , el anglicista George K i t t r e d g e y el medieval ista E . S. Sheldon. Este último, a j u z g a r por su ac t i tud m u y opt imis ta , fue qu ien animó a su a l u m ­no predi lecto a e x a m i n a r con esmero casi exagerado y en clave crítica ciertas partes de la sensacional monografía de C u e r v o — e n g r a n parte l a h i s to r ia de la z y la g, pero también, aunque con m e n o r d e t e n i m i e n t o , las peripecias de la s s imple y doble , de la x p r o n u n c i a d a / & / , así como de la pareja j/g*'*. M e i m a g i n o que F o r d , en aquel m o m e n t o , estaba en busca de u n t e m a apa­sionante para su tesis de doctorado , u n asunto que le colocase de i n m e d i a t o en la p r i m e r a fila de investigadores; era u n j o v e n a m ­bicioso, tenaz y t raba jador . T o d o esto podemos i n f e r i r de la estu­penda rapidez con que llevó a cabo el proyecto de indagación e m p r e n d i d o . E n efecto, a lo sumo a los dos años de labor m u y intensa consiguió presentar su famosa tesis, The Oíd Spanish Sibi-

1 5 Así, la monografía de Juraszek, dedicada a otro id ioma, tiene tan sólo dos páginas apretadas sobre las peripecias de la g y z del español antiguo. Has­ta cierto punto , pertenecen a esta etapa de la discusión varios pasajes del mer i ­torio estudio de J . Subak (discípulo directo de Meyer-Lübke en Viena) # sobre el judeo-español de Bosnia y de Constantinopia.

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lants que , pasados otros tres años (es decir , en 1900), salió como monografía de 192 páginas de texto impreso , ocupando casi p o r entero el t . V I I del prestigioso a n u a r i o , [Harvard] Studies and Notes in Philology and Literature (confundiéndose por entonces todavía los terrenos de la filología p rop iamente d icha y de la lingüística his ­tórica) . E l t raba jo d io lugar a varias reseñas en las mejores revis ­tas europeas 1 6 , entre ellas u n a firmada por Meyer-Lübke, que así acometió el p rob l ema por tercera vez; o t ra reseña emanó de H o r -n i n g , el verdadero culpable por la notor iedad del asunto t a n de­b a t i d o .

V i s t o en esta perspectiva, el t raba jo de F o r d encerraba u n a especie de desafío, por parte de u n p r i n c i p i a n t e u n tanto a r r o ­gante , lanzado a u n e r u d i t o de gran ta l la y de impres ionante m a ­durez de j u i c i o . Para alcanzar su m e t a , F o r d se tomó la molest ia de hojear , t o m o tras t o m o , todas las revistas de filología románi­ca asequibles, ante todo las m u y prestigiosas de lengua a lemana, p a r a formarse u n a idea de las controversias etimológicas que con­cernían a las palabras en cuestión. Además consultó muchos l i ­b ros , antiguos y modernos ; l a bibliografía que compi ló excede de c inco páginas. Así , donde C u e r v o se contentaba con breves a l u ­siones dignas de u n per i to sof isticado 1 7 o, por su elocuente s i len­c io , daba por aceptadas numerosas soluciones, F o r d alardeó, con c ier ta pesadez típica de u n p r i n c i p i a n t e , la inagotable a b u n d a n ­c ia de su fichero. Aburr ió a sus lectores con diez páginas de c u l ­t ismos, cuyo test imonio es inútil. E n algunos casos ofreció, a título de a l ternat ivas , sus propias conjeturas , a decir v e r d a d , no m u y interesantes, n i s iquiera atrevidas. C o m o por aquellos años ya co­m e n z a b a n a p u l u l a r las ediciones críticas de textos medievales, aprovechó varias p a r a entresacar (y así documentar ) g r a n núme­r o de voces con z y g. L a investigación culminó en u n a tab la o

1 6 La Zeitschrift für romanische Philologie —quizás la más prestigiosa de to­das en aquella época— inclusive publicó dos críticas, una de H o r n i n g , a la que aludo más adelante, y la otra de Herzog.

1 7 Téngase en cuenta que ya la pr imera de las célebres Notas que redactó Cuervo a título de u n comentario a la Gramática de la lengua castellana de Andrés Bello giraba, en parte, en torno al uso de la g y de la z en los autores antiguos; véanse las pp. 23-34 de la importante edición crítica que debemos a Ignacio A h u m a d a Lara (1981). Si comprendo bien a este investigador, la redacción de dicha Nota ya andaba m u y adelantada en las ediciones de 1891 y 1892 (la pr imera edición de la obra se remonta a 1874); circunstancias que explican satisfactoriamente la madurez de ju i c i o que lució Cuervo en sus Disquisiciones del año 1895, que a su vez le ayudaron a ofrecer el texto definitivo de la Nota en la edición de 1898.

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l i s ta (pp . 87-88), que registraba, para l a z , cuatro fuentes fidedig­nas, cinco problemáticas o chocantes y , o t ra vez, cinco segura­mente falsas; las cifras correspondientes para la g e ran nueve , cuatro y , de nuevo , cuatro . Desgraciadamente, cuanto F o r d re ­chazaba como dudoso o ilógico ( " a p p a r e n t sources, f r o m w h i c h its evo lut ion cou ld h a r d l y be expec ted" ) , repetidas veces terminó p o r ser re iv indicado con m u c h o éxito, ya no teniendo n i sombra de extrañeza, como la z de enzía, senzillo y esparzirl-er.

Trataré de describir y caracterizar con mayor brevedad los t r a ­bajos de Saroíhandy y T a l l g r e n - T u u l i o . Desconozco en absoluto la prehistor ia del artículo de aquel que , en 1902, salió en t . I V del Bulletin Hispanique de Burdeos , revista d i r i g i d a por aquellos años por su fundador , el f u t u r o decano Georges C i r o t . Así y t o ­do , sospecho que en u n p r i n c i p i o se t rataba de u n a reseña que había encomendado C i r o t a l sabio profesor del liceo de Versalles — o r a del artículo monográfico de C u e r v o , ora del l i b r o recién p u ­bl icado de F o r d , o ra de ambos. D e haber pasado así las cosas, conviene suponer que las proporciones de la reseña t e r m i n a r o n p o r exceder de la n o r m a est ipulada, y que el benévolo d i rec tor y el concienzudo crítico se pus ieron de acuerdo sobre la necesi­d a d de t r a n s f o r m a r el r esumen , las observaciones y los reparos en u n artículo independiente de 17 páginas m u y concentradas, t i t u l a d o " R e m a r q u e s sur la phonétique d u g et d u z en ancien e s p a g n o l " . Nótese el ámbito programático m u c h o más estrecho que en los casos anteriores y paralelos del artículo de C u e r v o y de la tesis de F o r d . Fue , en efecto, Saroíhandy el p r i m e r o en re ­conocer el intrínseco desnivel entre la comple j idad de este prob le ­m a par t i cu lar y la m u c h o m e n o r de los demás problemas que habían obsesionado a sus precursores.

E x a m i n a d o en proyección retrospect iva, el t raba jo de Saroí­h a n d y resulta útil y honesto, pero carece de u n a no ta dramática, p o r la sencilla razón de que , en el fondo , C u e r v o y F o r d casi no diferían en sus j u i c i o s ; por lo t a n t o , no se t ra taba de t o m a r deci ­sión o de desempeñar el papel de u n a r b i t r o . D a d a ta l situación, Saroíhandy co lmó de elogios a sus dos predecesores; resumió a m ­bas investigaciones; llenó varias lagunas bibliográficas; se p r o n u n ­ció sobre a lguno que o t ro p u n t o oscuro; y proveyó la parte más técnica de su artículo de u n aparato etimológico m u c h o más sis­temático, y por lo t a n t o , más pesado que aquel a que había acu­d i d o C u e r v o .

E n cuanto a T a l l g r e n , su tarea p r i n c i p a l , allá por 1905, era preparar u n a edición crítica, a base de u n solo m a n u s c r i t o , del p r i m e r d icc ionar io de r i m a español —inédito en aquel entonces—

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que se escribió jamás, se supone que alrededor del año 1430. E l n o m b r e del ant iguo compi lador era Pero Guillen de Segovia, y l a obra se t i t u l a b a La gaya [ciencia] o Consonantes. Últimamente se publ icó en M a d r i d en 1962, más de dos decenios después de la m u e r t e del benemérito invest igador finlandés; en efecto, salió en c ircunstancias bastante dramáticas que no hacen al caso. Pero ya de j o v e n p r i n c i p i a n t e , allá por 1905, T a l l g r e n reparó en el caudal de preciosos datos que su m a t e r i a l ofrecía para la aclaración del p r o b l e m a filológico más reñido y , a la vez, más urgente de aque­l l a época en el ambiente de hispanistas — e l de las sibilantes m e ­dievales. Así se dejó desviar brevemente de su compromiso p r i n c i p a l y separó de u n a monografía de gran envergadura sobre u n a figura del siglo X V su análisis de la z y la g iniciales de sílaba a base de las preferencias del p r o p i o autor o del copista —los dos, p o r c ier to , anteriores a N e b r i j a y así, hasta cierto p u n t o , más fi­dedignos como testigos del uso de la E d a d M e d i a . Nótese la es­trechez cada vez m a y o r del p r o b l e m a que se planteaba ante los per i tos : p a r a desbrozar el t e r reno , T a l l g r e n , superando en este respecto a sus tres predecesores, ¡se ciñó a la z y la g iniciales de sílaba! U n a p r i m e r a versión de su estudio , redactado en español, salió en u n excelente anuar i o local dedicado expresamente a la filología, con varias enmiendas y no pocas adiciones relegadas a u n Suplemento que figuraba en el m i s m o t o m o ; a los dos años, se publ icó , o t ra vez en Hels ingfors (como todavía se l l amaba H e l ­s i n k i entonces), u n texto más p u l i d o , y a como último capítulo de l a tesis entera .

L o que nadie sospechaba por aquellos años es que el p rop io C u e r v o , q u i e n — c o n su discreción de s i empre— se abstuvo de t o m a r parte en la controvers ia , a pesar de aquel largo silencio se­guía revisando la p r i m e r a parte de sus Disquisiciones que habían dado t a n fuerte y noble empuje a la ciencia europea y a u n nortea ­m e r i c a n a . C u a n d o murió en 1911 , dos años antes de Saussure, de jó a l a poster idad u n m a n u s c r i t o de la nueva versión, m u y a m ­p l i a d a en lo que atañía a la biografía y documentación de cada u n a de las voces-clave. L a ironía ar ra iga en que dicha redacción, con ser i n f i n i t a m e n t e super ior a la o r i g i n a l de 1895, salió a luz solo en 1944, figurando en las Obras inéditas del maestro c o l o m b i a n o 1 8 . Entonces soplaba ya u n v iento m u y d i s t i n t o , y las nuevas vanguard ias de lingüistas se negaron a prestar a esa ver -

1 8 U n a colación sistemática de las dos redacciones —página por página y aún línea por línea— rendiría por cierto unos resultados muy notables; que-

30 Y A K O V M A L K I E L N R F H , X X X V

sión tan valiosa y personal n i u n a modestísima parte de la aten­c ión que sí había prestado u n a generación menos m i m a d a a u n texto que, a b ien m i r a r , en el fondo era mero esbozo de la obra d e f i n i t i v a 1 9 .

Y A K O V M A L K I E L Univers i ty of Cal i fornia, Berkeley

da por hacer todo. H o y por hoy podemos sentar lo siguiente. E l texto revisado y ampliado de las Disquisiciones ( I ) ocupa las pp. 351-492, sin contar las muy elaboradas aclaraciones bibliográficas (pp. x ix -x l iv ) que estaban a cargo de P. U . González de la Calle y que facilitan mucho la lectura y la consulta. Parece que Cuervo se desentendió de cualquier tentativa de revisar la Segunda Parte (de 1898), quizás por parecerle adecuada la versión original o por haber figu­rado en el examen de los cultismos relativamente pocas incógnitas (faltando, por e j . , el ingrediente etimológico). E l texto revisado y puesto al día figura también en las Obras ( t . 2, pp. 344-476), acompañado de u n comentario útil por parte de Rafael Torres Quintero . Intercalado a medio camino en ese tomo hay u n "índice de vocablos y expresiones , , (pp. 804-832), el cual abarca, a más de las dos versiones del tratado que está sobre el tapete, otros varios tratados del autor, de la misma índole.

Salta a la vista —además del tamaño doble que alcanzaron las Disquisicio­nes ( I ) a raíz de la revisión (así, el capítulo sobre c y z se extiende ahora desde la p. 372 hasta la p. 464, resultando así el más enérgicamente ampl iado)— el aparato de anotaciones realmente excepcional. Así, muy lejos de mencionar de pasada una voz anticuada como arcabuz (pp. 410 ss.). Cuervo no sólo docu­menta con citas concretas los derivados primarios y secundarios (arcabuz-ero, -eri'a, -azo) con las respectivas variantes ortográficas, sino que abona las voces congéneres del francés y del italiano (faltando sólo la documentación del por­tugués) y ofrece al lector u n caudal de alusiones al uso de aquella voz técnica en numerosos autores españoles de los siglos x v a x v n , incluyendo no sólo u n Cervantes sino también u n Luis de A v i l a y Zúñiga (y otros varios historiógra­fos) y u n Gonzalo de Ayora .

1 9 N o salió en los años cuarenta, que yo sepa, una sola reseña del l ibro digna de la ocasión (verdad es que, en parte, retardó su difusión la Segunda Guerra M u n d i a l ) .

N R F H , X X X V TEORÍA D E L A S S I B I L A N T E S 31

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