LA TUNA, UNA “TRADICIÓN” EN CONSTANTE EVOLUCIÓN. El traje de Tuna.

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LA TUNA, UNA “TRADICIÓN” EN CONSTANTE EVOLUCIÓN. El traje de Tuna. ENRIQUE PÉREZ PENEDO Murcia, 13 de abril de 2012 1

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Análisis histórico pormenorizado de la evolución del traje escolar a través de los siglos, así como del traje de Tuna.

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LA TUNA, UNA “TRADICIÓN” EN CONSTANTE EVOLUCIÓN.

El traje de Tuna.

ENRIQUE PÉREZ PENEDO

Murcia, 13 de abril de 2012

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(*) El autor es Periodista, Dibujante de Humor, Director del Gabinete de Imagen y Comunicación Gráfica de la Universidad de Alicante y Presidente de la Federation Cartoonists Organizations en España, entre otras ocupaciones. Es coautor junto a Rafael Asencio González de “La evolución del traje escolar a lo largo de la historia: desde el inicio de las universidades hasta 1835, año en que se decretó su desaparición” publicado en “Tradiciones de la antigua Universidad: Estudiantes, Matraquistas y Tunos”. Ha colaborado en “Con aires de Tuna”, “Codex Tunantescum”, “30 años de buen tunar” y “Memorias tunantescas de un tuno muy tuno”, así como de la revista “Aventuna”. Es tuno activo en la Tuna de Ciencias de Alicante y la Cuarentuna de Alicante, entre otras. Ha impartido conferencias sobre el tunar en Chile, México y España.

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Han sido tres las ocasiones que he tenido el honor de impartir una conferencia

sobre la Tuna del otro lado del “charco”, en Iberoamérica. La primera, en el año

2004, en Chile, en La Serena, dentro del marco del III Seminario Internacional del

Buen Tunar; repetí al año siguiente, en el IV Seminario Internacional del Buen

Tunar, y por último, en los actos del Vigésimo aniversario de la Tuna de Sonora, en

Hermosillo, México. Tengo que reconocer que siempre regresé a España agradecido,

ilusionado, esperanzado y en cierto modo, preocupado. Agradecido, por el cariño y el

trato recibido de todos los allí presentes; ilusionado y esperanzado por el ambiente de

tuna y el amor a la misma que allí encontré. La tuna que en muchos lugares de

España se encuentra en franca decadencia, con mala prensa entre los jóvenes e

incluso a punto de extinción en muchas universidades históricas, mantiene en

Latinoamérica –Chile, México, Perú, Colombia, …etc. una llama muy viva, muy

limpia, muy pura, que garantiza su supervivencia por muchos años. Allí hallé

ilusión, interés, ansias de conocer los orígenes, de hacer bien las cosas y de conservar

la tradición.

Ahora bien, también dije al principio que volví preocupado, y el motivo de mi

preocupación es muy sencillo. Escuché a muchos tunos, siempre con la mejor de las

intenciones, todo sea dicho, y en un afán a veces desmesurado de trasladar a sus

respectivas tunas el más puro y genuino modelo español, hablar de la tradición y

aplicarla cual si dogma de fe se tratara.

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Tradición no escrita; en muchos casos, de escasa consistencia; en otros, sin

ningún rigor histórico.

Fue un e-mail recibido, hace ya unos años, desde México, de alguien que me

merece mucho respeto como tuno y como amigo, Antonio Torres “Cachai”, y en el que

me preguntaba sobre la veracidad de cierta historia que corría por Internet y que le había

llegado procedente de Perú, lo que me hizo plantearme muy seriamente que había que

intentar aclarar algunos conceptos.

Esto que les voy a contar, no es nuevo, seguramente alguien me lo haya

escuchado ya en otras conferencias, pero me parece altamente clarificador.

El relato que me enviaba Cachai era el siguiente:

"El nombre de Tuna viene de una larga historia. Resulta que allá por el siglo

XVII los antiguos estudiantes tenían, como es sabido, la costumbre de

cantar en las tabernas para poder comer. En aquella época no había

espagueti, y el quitahambre más usual, rápido y económico, era el

tradicional bocadillo de atún en aceite. Cuentan que en una fiesta organizada

al Duque de Wellington aparecieron unos estudiantes que les dedicaron

hermosas canciones y le amenizaron la jornada de tal forma que quedó

prendado. A su regreso a Londres en la recepción de Buckingham Palace

con su majestad William VIII le comentó cual maravillosa había sido la

actuación de unos juglares españoles de los cuales no tenia mas referencia

que la de que no pararon de comer bocadillos de atún (sandwiches of Tuna).

El rey de Inglaterra intrigado mandó una misiva al rey Felipe IV instándole

a que " Their Tuna" –es decir los de su Tuna – fueran a una de sus fiestas,

el rey español perplejo le contestó que en España no había ningún grupo con

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ese nombre, y como no envió a nadie se produjo un altercado diplomático

que afortunadamente no llegó a más ya que el Conde de Romanones

esclareció el asunto. Desde entonces, y para evitar más incidentes que

enturbiaran la paz entre ambos países, el rey decidió que se llamara Tuna a

aquellos grupos de mozalbetes estudiantes que se ganaban la vida merced a

sus andanzas".

La historia no tiene desperdicio, y el que la montó es un genio de la ciencia

ficción. Baste decir que jamás existió un William VIII en Inglaterra, que en el siglo

XVII reinaba William III; que su reinado no llegó a coincidir por unos años con el de

Felipe IV; que el Duque de Wellington nació un siglo después de que dejara de regir

Felipe IV; que el Conde de Romanones nació en el siglo XIX, más concretamente en

1863, y que el palacio de Buckingham se construyó un año después de la muerte de

William III. De los sandwiches de atún ya ni hablamos.

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Ante tal exposición “histórica”, tan documentada en cuanto a personajes públicos,

fechada y con tanto detalle ¿quién no pondría la mano en el fuego convencido del

origen de la palabra “tuna”?

Hoy vamos a dar un breve repaso, más bien, brevísimo repaso –el tiempo manda –

a uno de los aspectos de la tradición estudiantil de la tuna , el traje, e intentaremos ver

que hay en ella de ficción, que de realidad o si simplemente esa tradición la hacemos

entre todos día a día.

Ahora bien, cuando hablamos de tradición hasta donde nos remontamos. Cuánto

retrocedemos en el tiempo en busca de nuestros orígenes. ¿Siglo XIII? Estudios de

Palencia (1212), Universidad de Salamanca (1218) y Universidad de Valladolid (1292);

¿siglo XV? Universidad de Santiago (1495) y Universidad Complutense (1499); ¿siglo

XVI? Universidad de Granada (1531). Hablamos de una tradición de muchos siglos, de

tan sólo uno, o simplemente 50 años son para nosotros suficiente para asirnos a ella

como Moisés a sus tablas de la ley.

Comencemos pues por nuestra seña de identidad número uno: el traje.

¿Cuál es el origen del traje de tuno¿ ¿De qué siglo data? ¿Qué prendas –si es que

las hay– se han conservado fielmente con el paso del tiempo? ¿Vestían así los

estudiantes de las viejas universidades españolas o todo es producto del márketing,

cuando no existía aún ese concepto, de un grupo musical que en un momento

determinado supo vender una imagen y sin habérselo planteado acabó creando escuela?

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Haremos un breve recorrido por la historia del traje tradicional escolar desde el

inicio de la universidades hasta el decreto de su desaparición en el año 1835, y lo iremos

acompañando con imágenes para hacerlo más comprensible.

La primera pregunta que surge es, ¿por qué diferenciar a los estudiantes del resto

de la población?, ¿qué necesidad había de un traje escolar? Y la respuesta es muy

sencilla. En una sociedad poco instruida como la del medievo el recurso de identificar

ciertas galas exteriores con una concreta corporación era frecuente pues facilitaba

grandemente, sin necesidad de indagación alguna, el reconocimiento como

perteneciente a dicho grupo por parte de las personas ajenas al mismo.

No existía un modelo típico de atuendo estudiantil (salvo en el caso de los

colegiales en el que las Constituciones regulaban la forma en el vestir de los alumnos),

sino más exactamente prohibiciones expresas acerca de materiales, telas, colores y

ornatos que no debían formar parte del mismo, al no ser acordes con la austeridad

monacal que desde sus comienzos presidía los Estudios.

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Un ejemplo de estas prohibiciones lo tenemos en los Estatutos de la Universidad

de Orihuela. En ellos se dedica un escueto capítulo a la presencia de los estudiantes en

la universidad, pero con un título harto significativo: "Prohibiciones a estudiantes".

En él se contenían toda una serie de tópicos repetidos en otras universidades y que

iban encaminados a erradicar una serie de males comunes en la masa estudiantil durante

los siglos XVII y XVIII. Entre estos tópicos, junto a la prohibición de portar armas, de

provocar peleas, de participar en juegos de azar o la prohibición de asistir a

representación de comedias en horas y días de clase, figuraba la de "prohibición de

vestir prendas de color".

El origen eclesiástico de las primeras escuelas influyó en el uso de una serie de

prendas semejantes a las de los religiosos. Estas ropas eran la loba, el manteo y el

bonete.

Rezaba una copla popular:

El tuno es igual que el cura

en lo negro del color,

mas ante hermosas mujeres,

no, no ¡y no!.

Su uso era obligatorio, pues, cuando el estudiante nuevo llegaba a la Universidad

era examinado sobre sus vestimentas, antes de matricularse por el cancelario, quien

mostraba su conformidad extendiendo un boleto que decía “Va arreglado en el traje”.

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Una vez admitido el escolar se cuidaba de no lavarlo, pues “El desaseo y deterioro de

este traje era una de las galas del estudiante veterano.”

Vemos en primer lugar las puertas de estanterías de manuscritos e incunables

de la Universidad de Salamanca, pintadas por Martín de Cervera en 1614.

Nos fijamos en este detalle. Es una escena de clase.

La pintura representa el ambiente de una clase del antiguo Estudio salmantino y la

diversa indumentaria de los estudiantes, seglares en su mayoría a pesar de sus

apariencias. Diversidad en la indumentaria estudiantil que se aprecia en los distintos

colores de las lobas. Vemos negras, pardas. Diversos tipos de tocados, chambergos,

bonetes, y distintos colores de hábitos según la orden religiosa del alumno.

En la Universidad de Valladolid, los Estatutos del siglo XVI, bajo un epígrafe

denominado «de la honestidad de los estudiantes» (art. 30), indicaban cuáles debían ser

las vestiduras propias para sus escolares: «...que los estudiantes desta Universidad,

anden honestos en su vestir y traje. Y que ninguno pueda traer ropa de seda, o cosa

guarnecida con ella, ni gorra, ni capa, ni sombrero de seda, ni lana. Sino loba o

manteo, y bonete castellano. Ni trayga sombrero grande sobre el bonete por las

escuelas, ni entre en los Generales con ellos. Ni trayga muslos de seda, ni acuchillados,

ni camisas labradas con oro o seda».

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El artículo de los Estatutos era, como hemos visto, una llamada a la austeridad

pero sin embargo no olvidaba la existencia de universitarios llamados pobres. Para estos

decía «...permitimos que los estudiantes muy pobres y los que sirvieren, con licencia del

Rector puedan traer caperuça o gorra o capa, y no de otra manera».

El traje, así descrito por los Estatutos, se denominaba de manera genérica hábito.

Examinemos ahora cada una de sus partes.

La loba consistía en un alzacuellos que se ceñía en la zona del pescuezo y después

se ensanchaba hasta los hombros, para caer desde estos hasta los pies. Esta pieza tenía

una abertura delante y la parte superior, y dos en los laterales que les permitían sacar los

brazos. Estaba confeccionada de paño y de amplio vuelo, aunque luego se recogió hasta

la pantorrilla.

Talla en madera conservada en el Rectorado de la Universidad de Salamanca.

Representa a un estudiante colegial. Porta una loba larga hasta los pies, y se puede

observar con mucha claridad los amplios cortes laterales para sacar los brazos. La

vestimenta es tremendamente austera, como mandaban los cánones, y si no fuera por la

beca podríamos pensar que se trata de un miembro de alguna comunidad religiosa.

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Representación de un estudiante en una cerámica valenciana del siglo XVIII.

Observamos que el acortamiento de la loba es evidente

Antiguamente la loba se completaba con el capirote, que se unía a ella para

resguardar cuello y testuz de las inclemencias meteorológicas; esta prenda fue

reservándose paulatinamente para los maestros y reduciéndose hasta degenerar en la

actual muceta que usan los doctores en los actos universitarios solemnes.

Doctor en Derecho, pintado por Zurbarán, y que representa fielmente la

vestidura académica española del siglo XVII.

Viste loba, predecesora de la actual toga, de corte talar y las grandes aberturas

laterales.

Observamos ahora el capirote. Si bien esta fue una prenda que nació con un

uso funcional determinado, con el tiempo pasó al terreno de los símbolos del mundo

académico y se convirtió en una distinción de la misión de enseñar. Su parecido con la

actual muceta ya es evidente.

El bonete, cubierto por una gran borla, y que con el paso del tiempo se

convertirá en el birrete que aún se emplea en los actos académicos solemnes.

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Un detalle interesante es que bonete y capirote son de diferente color. Esto en

un principio fue así; pero en 1859 se decreta que ambos deberán ser del color del

capirote, que a su vez será del color de los estudios que representa. El color negro se

reserva para uso exclusivo del Rector.

Los estudiantes se tocaban con el bonete. Éste era un gorro que, como el resto

de sus vestiduras, no les era privativo, sino que se identificaba también con el de los

eclesiásticos aunque su forma no fuese idéntica. Los graduados y colegiales, y por

extensión todos los escolares, tendían a llevar bonete de cuatro picos en las cuatro

esquinas, que en vez de subir como en el de los clérigos salían hacia afuera. El adorno

para cubrir su cabeza se hizo una seña de identidad de este cuerpo, hasta el extremo de

que el refranero lo utilizaba como sinónimo de letras y de hombres letrados. Así, por

ejemplo, se decía: «bonete y almete hacen casas de copete», para apostar por las letras y

las armas como las dos vías de promoción social de la Edad Moderna.

En este fragmento de las puertas de Martín de Cervera, pueden apreciarse con toda

claridad los bonetes con sus punta apuntando hacia fuera.

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Esta ilustración corresponde a un estudiante del Colegio de los Irlandeses de

Salamanca. De nuevo el bonete con sus grandes puntas. Sobre este dibujo volveremos

más tarde al hablar de la beca de los colegiales.

Covarrubias nos define el bonete como “cierta cobertura de cabeza [...] de cuatro

esquinas que encima forma cruz”, sobre él ponían los doctores la borla, conjunto de

hebras rematadas en un botón, como insignia de su grado académico. La borla era del

color que la simbología asignaba a cada rama de la ciencia (colores que hoy, además se

emplean en las becas), así amarillo para medicina, rojo para derecho, blanco para

teología, etc. Apenas existen textos que relacionen la simbología que conecta los

colores y los estudios por ellos representados, no obstante lo anterior, en “La

Protestación de la Fe”, obra escrita por Calderón de la Barca en el año 1656, se aclaran

algunas de estas relaciones:

Las plumas de mi tocado

Son de aquí exteriores muestras,

Que sólo dicen lo real

De mi física apariencia,

Significándome aquí,

Para que mejor me entienda,

La docta Universidad

De la Ciencia de las Ciencias.

El Altísimo creó

La medicina y por ella,

Me adorna, entre esotras flores,

La pajiza, macilenta

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Color, porque con la muerte

A cada paso se encuentra.

La azul, que es color de cielo,

La filosofía ostenta,

Porque en el cielo la hallaron

El desvelo y la agudeza

De los que en él aprendieron

Aquella causa primera

De las causas, Alma y Vida

De la gran Naturaleza.

De los Cánones Sagrados

La verde en mí representa

La católica esperanza

Que los pontífices muestran,

De que todo el Universo

Ha de estar a su obediencia,

Cuando a un redil y a un rebaño

Se reduzcan las ovejas.

La carmesí que es color

De la Justicia severa,

Es divisa de las Leyes,

A que humildes y sujetas

Las repúblicas están

Políticamente atentas.

En la Sacra Teología

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La blanca color demuestra

De su docta facultad

El candor y la pureza,

Quien tiene a Dios por objeto,

¿Qué esplendor hay que no tenga?

Ilustración que sirvió de cabecera a un entremés de Miguel de Cervantes, "La

elección de los Alcaldes de Daganzo", y donde podemos apreciar el manteo de un

estudiante luciendo un bonete.

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La prenda de abrigo por excelencia del estudiante era el manteo. De esta palabra

derivó el apelativo manteísta, con el que se conocía a la generalidad de los estudiantes

para diferenciarlos de los que tenían beca en los colegios. Consistía en una capa de tela

gruesa, "de paño veintidoseno de Segovia", aseguraba Vicente Martínez Espinel en su

Vida del Escudero Marcos Obregón, que llegaba hasta el cuello y que carecía de

esclavina, por lo que se anudaba gracias a dos cordones que colgaban de un cintillo que

fileteaba su extremo y en el que los escolares prendían las cintas de los corpiños de sus

amantes. Ya en La Razón de Amor, poema de principios del siglo XIII, un escolar recibe

una cinta de su amada en prenda de amor:

"Ela conocio mi cinta man a mano – qu´ela ficiera con la su mano".

Este puede ser el precedente más antiguo del que se tiene conocimiento de la

costumbre estudiantil de prender en las capas las cintas de los amores o seres queridos.

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El manteo se remataba con una franja de paño picado con la que solía adornarse

su parte inferior, y que recibía por nombre "tirana". Por tirana se entiende también un

tipo de canción popular española, lo que puede hacer pensar en su origen estudiantil.

Precioso dibujo de Méndez Bringa (1916) mostrándonos a un estudiante

seguramente haciendo el camino de vuelta a casa en época vacacional, con su loba,

manteo, tricornio y su guitarra para ganarse el sustento.

Diversas representaciones de estudiantes procedentes de romances en pliego

de cordel y que Joan Amades recogió en sus obras de carácter tradicional y folclórico.

En todos ellos, el estudiante aparece indefectiblemente, como mínimo. con su manteo y

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su chambergo. Joan Amades nació en 1890 y murió en 1959, entre sus obras más

importantes nos dejó una muy interesante de tema estudiantil, Els estudiants.

Loba, manteo y bonete debían ser de unas calidades de tela determinadas,

excluyendo las sedas, pero nada se dice del color en que debían de confeccionarse. En

principio, dado el carácter expresado en la normativa y la insistencia en la honestidad,

es posible considerar que debía excluirse todo colorido en los hábitos. Sin embargo, no

hemos de estimar que el color era negro, como tampoco lo eran todas las vestiduras

eclesiásticas. Los escolares podían introducir alguna variedad pero se debía eliminar,

sobre todo, en los lutos reales, cuando de una manera especial se pedía a todo el gremio

universitario que se esforzara por ajustarse a un patrón respetuoso. En 1598

coincidiendo con los lutos por Felipe II, en la Universidad de Valladolid, universidad de

su ciudad natal, se pedía al claustro que vigilase que todos fueran vestidos con lutos de

bayeta, o por lo menos de paño, sin ningún género de seda. Tampoco los que llevaran

sombreros o herreruelos podían utilizarlos de seda, eso sí, llevando siempre hábito

largo. (El herreruelo o ferreruelo era una capa corta, con cuello y sin capilla, que según

Covarrubias recibió su nombre de los alemanes, que fueron los primeros en utilizarla).

Se pedía una multa de 2.000 maravedíes y cuatro días de cárcel para los que

incumplieran estas disposiciones, que a su vez eran contrarias al honesto vestir

estudiantil. Los propios Estatutos establecían unas sanciones para los que ignorasen lo

dispuesto. «Y el que... truxere alguna cosa o todas las sobre dichas, que las pierda. Y la

tercia parte de su precio sea para el Arca y las otras dos partes para el Rector que lo

sentenciare, y el merino que lo executare, y esté diez días en la cárcel.»

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La mejor manera de asegurar la observancia de cualquier disposición era

implicando y beneficiando económicamente a la Universidad, y alguno de sus

individuos, con la percepción de las multas por incumplimiento. Pero, aún así, la

uniformidad se hacía bastante difícil.

En general, podemos considerar a priori que los universitarios llevaron con gusto

su atuendo. Sin embargo, y sin que falten ejemplos de la adaptación e identificación de

profesión e indumentaria, también han trascendido muchos testimonios de oposición a

tales atavíos.

Las razones del rechazo a los manteos son sin duda varias. En primer lugar no

podemos olvidar que los hábitos identifican, pero también igualan. Los estudiantes, élite

cultural, no presentaban la misma homogeneidad en el ámbito económico. Sus

posibilidades eran muy diferentes, oscilando entre los escolares pobres que vivían de su

trabajo o de su picaresca y los que llegaban con los bolsillos bien repletos y estaban

respaldados por las fortunas de sus padres. Los había hidalgos y plebeyos, pero si

respetaban tajantemente las normas no presentaban en apariencia ninguna diferencia.

Esta disparidad la reconocía el fiscal del Consejo al Rector de la Universidad de

Valladolid en 1775, tras la solicitud de éste de una mayor exigencia en los trajes de los

universitarios:

"El asunto de los trajes... es muy delicado y de difícil egecución... No cabe regla

general adaptable a todas las clases de gentes que acuden a aquella Universidad, ni

parece razonable estrechar bajo una misma a todos con el pretexto de ser estudiantes

matriculados…".

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En este sentido, la posibilidad de igualar que tenía el hábito podía ocasionar una

doble respuesta. Por una parte, gracias a él, algunos jóvenes podían ocultar su humilde

origen; si bien para algunos las limitaciones económicas eran tantas que los viejos

paños de sus lobas no escondían nada. Pero, por otra, no faltaban varones a quienes el

hábito les impedía lucir sus mejores galas, con las que podían demostrar el lugar que

ocupaban en la estratificación jerárquica de la sociedad. Los primeros podrían pretender

una ascensión social a través del vestido; los segundos la rechazan porque no aportaba

nada relevante a su ser social.

Retrato de un estudiante posando en ropa estudiantil. Se trata del estudiante

Cabrera. Vestimenta austera, tricornio, y manteo terciado. Forma típica de lucir dicha

prenda por el colectivo estudiantil.

Esto por lo que respecta a los hábitos de San Pedro, que en lo referente a las

demás prendas que usaban los estudiantes no existía un patrón fijo, sino que se sometían

a los vaivenes de la moda, que influiría incluso en las tres prendas eclesiásticas.

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Ejemplo de lo anterior es la adopción por parte de los estudiantes del sombrero

gacho o chambergo, y que el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española

define como “sombrero de copa más o menos acampanada y de ala ancha levantada

por un lado y sujeta con presilla, el cual solía adornarse con plumas y cintillos y

también con una cinta que, rodeando la base de la copa, caía por detrás”. Mas los

escolares no colgaban de la presilla plumas o cintillos, sino la cuchara necesaria para

tomar la sopa de los conventos, por lo que se les conocía con el nombre de sopistas o

caldistas.

De nuevo volvemos al cuadro de Martín de Cervera, y observamos los

distintos tipos de sombreros con que se tocaban los estudiantes. Así junto al bonete,

vemos un chambergo en forma acampanada.

Y otro chambergo que empieza a tomar ya cierta forma, dejando caer un ala

y ligeramente levantando la otra. Ésta con el tiempo se fijaría con una presilla.

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Una presilla es un cordón pequeño con forma de anilla que se

cose al borde de una prenda para pasar por él un botón, un corchete,

un broche, etc.

Nuevo grabado de época. Cada vez la deformación del chambergo es mayor

y el pliegue del ala más evidente.

Aquí el estudiante luce su cuchara en el tricornio. Por otra parte y tal y como

comentábamos antes, lo raído de sus vestimentas no pueden ocultar su evidente pobreza.

Por esa razón, aunque los estudiantes tuvieran una uniformidad a la hora del vestir, la

calidad de sus paños y su estado de conservación decían mucho de su linaje o estrato

social.

El barón Charles Davillier y Gustave Doré, en su libro "Viaje por España",

recogen, entre otras, las siguientes coplas populares:

Las armas del estudiante

Yo te diré cuáles son:

La sotana y el manteo,

La cuchara y el perol.

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Desde que soy estudiante,

Desde que llevo manteo,

No he comido más que sopas

Con suelas de zapatero

Chambergo y manteo sufrirían una nueva modificación a consecuencia del bando

provocador del conocido como Motín de Esquilache (1766), que ordenaba apuntar

sombreros y recortar capas para evitar que los portadores de tales prendas llevaran

armas y ocultaran su rostro. Alarcón, ridiculizando al Motín, describe la exageración

con que vestían algunos personajillos, entre los que cita a los estudiantes, en su comedia

La Culpa Busca la Pena y el Agravio la Venganza:

Y el escolar que camina

con un matachín meneo

y hecho un rollo del manteo

se le encaja en la pretina

¿A quien no le causa risa?.

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La pretina de que hablaba Alarcón, es una tira de tela de una prenda de vestir

que se ciñe en la cintura. En esta bella ilustración de Méndez Bringa, de la obra de

Diego San José "Como finó sus estudios Ginesillo Negrete", observamos como el

estudiante recoge su manteo hacia delante y lo encaja en la cintura.

Los estudiantes, como respuesta al bando, en vez de apuntar los sombreros,

levantaron las dos mitades de las alas del chambergo por encima de la copa y las

sujetaron con la presilla, dando lugar al sombrero de medio queso o tricornio, llamado

así por su característica forma triangular; pero no recortaron los manteos como

recomendaba el decreto, tan sólo aumentaron el tamaño de los cordones que fileteaban

su cuello atándolos sobre el pecho tras pasarlos por bajo de las axilas, con lo que se

podía comprobar que iban desarmados. El tricornio, con los años fue perdiendo su

acentuada forma triangular y terminó denominándose impropiamente "bicornio".

Aunque el motín logra derrocar al ministro y derogar la norma, diversas órdenes

del Consejo del Rey, de julio de 1770 (reiteradas en 1777) emplaza a los órganos

rectores de las universidades a mantener aquella para los estudiantes.

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"Una broma picante", ilustración de Emilio Sala (1902).

Aquí nos encontramos con un estudiante con su tricornio absolutamente ladeado, era la

forma habitual de llevarlo, y la cuchara de palo prendida en él.

Poco a poco fue decayendo la sotana por dos razones fundamentalmente, la

progresiva independencia de los estudios de su origen eclesiástico, y la generalización

de los “trajes de gentes”, mucho más cómodos que la prenda talar.

Los escolares ricos comenzaron a vestir en corto para viajar y andar de noche por

las villas donde cursaban sus estudios, primeramente empleando la sotana corta y luego

el traje de galán, pero adaptándolo (aunque a veces no ocurría así) a las reglas

contenidas en las Constituciones Universitarias, principalmente el uso obligatorio de

colores oscuros, preferentemente el negro, prohibición en el uso de determinadas

calidades de tela como la seda, de adornos costosos como pieles y joyas, de

acuchillados, de camisas labradas, de polainas, de guantes adobados, etc.

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Page 25: LA TUNA, UNA “TRADICIÓN” EN CONSTANTE EVOLUCIÓN. El traje de Tuna.

"Estudiantes de la Tuna viajando con los arrieros" Esta ilustración de

Gustave Doré realizada en su viaje por España nos muestra las condiciones en que

viajaban los estudiantes. Evidentemente, y aunque las condiciones de viaje no eran tan

crudas para todos, el traje talar no era precisamente el más cómodo. Dentro del archivo

de la Universidad de Salamanca se conserva la Sección de Pleitos, y es una de las

principales fuentes para conocer la historia de la Universidad. Gran parte de esos pleitos

nos hablan de los problemas con los arrieros, tanto con los traslados de enseres, como

de las vicisitudes de los estudiantes en dichos viajes.

En “El Pasajero” de Suárez de Figeroa, un estudiante expone su deseo de vestir

en corto y de color con las siguientes palabras:

“Hallábame ya en hábito decente: con armas digo y en corto; que en esto de

arrimar los largos sin tiempo, ninguno es perezoso, como los murciélagos, que algo

antes de llegar la escuridad suelen comenzar el paseo... Deseaba con ansias las noches

para salir con el color [el traje] y todo el aparejo de reñir, afrecuantar las mocedades

que son propias de tan incautos años”.

El traje de gentes se componía de coleto (casaca con mangas que cubría el cuerpo

ciñéndolo hasta cintura, y que tenía unos faldones que no pasaban de las caderas), bajo

el que se encontraba la camisa de color blanco que sobresalía del coleto por cuello y

puños gracias a las lechuguillas, denominadas así por su forma parecida a la de las hojas

de lechuga; las calzas (prenda ceñida que cubría muslo y pierna llegando hasta la

cintura) con su soleta (pieza de cuero que se remendaba a la planta del pie de las

calzas); gregüescos acuchillados, (calzones anchos con una serie de cortes verticales que

dejaban ver otra tela de distinto color) que más tarde serían sustituidos por las calzas

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folladas que llegaban a las rodillas a las que se ajustaban con ligas o cintas de tela

negra; y zapatos negros con hebilla.

José García Mercadal en su libro, Estudiantes, Sopistas y Pícaros define las calzas

folladas como “especie de gregüescos muy huecos y arrugados, en forma de fuelles,

donde los estudiantes solían esconder las gallinas hurtadas al alejarse de los mesones"

Como prendas típicas de los colegiales, estudiantes de los Colegios –tanto

Mayores como Menores–, estaban el manteo y la beca, cuyos colores servían para

distinguir la pertenencia del estudiante a un determinado establecimiento educativo.

La beca, en sus orígenes, no era como la conocemos ahora. Nos relata Blanco

White en su autobiografía que “se dobla por la mitad como formando un ángulo y

manteniendo la doblez delante del pecho, se echan las dos mitades sobre los hombros

de manera que bajan por la espalda hasta cerca de los talones. La parte que cuelga del

hombro izquierdo se hace mucho más ancha a unos dos pies del extremo y en ese lugar

tiene un anillo circular de madera, de una pulgada de espeso cubierto con la misma

tela”.

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La parte de la beca de la que cuelga el anillo circular es la chía, y el anillo recibe

el nombre de rosca. La rosca con el tiempo se fue independizando de la beca dando

lugar a la gorra, pero conservaría el color; de su uso por parte de los estudiantes más

humildes que subsistían del caldo de los conventos derivó el apelativo capigorrista o

gorrón, y la expresión “comer de gorra”, que indicaba precisamente la gratuidad que le

era propia. Como vemos el origen de la beca era noble y acabó siendo un símbolo de

identidad corporativa del gremio estudiantil, con la salvedad de que la rosca ya no

cubría la cabeza sino que se dejaba caer por la espalda.

Estudiante del Colegio de los Irlandeses de Salamanca

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Vemos la beca, y sobre todo la parte que más nos interesa es la que cae por la

espalda y es recogida por el brazo izquierdo, la chía.

La rosca forrada de tela del mismo color, hizo las veces de tocado, pero los

colegiales con el paso del tiempo se limitaron a dejarla caer por la espalda y se

cubrieron con el bonete, que porta este estudiante en su mano derecha.

Cabecera de romance representando a estudiantes pobres acudiendo a la sopa

del convento.

Los hábitos colegiales usaban también colores oscuros para el manteo (así negro,

pardo, morado...) con variaciones en las becas. Sirvan de ejemplo estas combinaciones:

en el Colegio de San Ildefonso de Alcalá los colegiales llevaban manto y beca del

mismo color pardo rojizo, en el Colegio de Santa Cruz de Valladolid la beca era de

color rojo... a veces el manto era de color menos austero, por ejemplo en el Colegio de

Vizcaya de Alcalá era blanco y en el de Santa Catalina de igual ciudad, verde.

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Tallas de madera representando a un colegial portando beca de su colegio

mayor.

Otro talla de la misma época. Si comparamos ambas, aparentemente iguales,

podemos observar como el distinto color ropas y sobre todo de su beca, nos está

indicando que se trata de estudiantes pertenecientes a colegios diferentes.

Desde 1773 profesores y escolares debían usar traje de paño de fabricación

nacional, hasta de segunda clase y color honesto, y en verano de seda lisa sin

guarniciones. Sólo podían llevar en todo tiempo trajes de seda el rector, el

maestrescuela, los doctores, maestros y licenciados por Salamanca. La obligatoriedad en

el uso de las ropas académicas quedó reducida para los estudiantes a los días festivos, en

los que vestían manteo y sotana negra de bayeta hasta el zapato con alzacuello blanco,

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chupa, calzón, chaleco de paño negro, sombrero de tres picos con presilla y calzado

decente.

La Universidad de Cervera en 1808. La ilustración nos muestra lo que podía

ser un día festivo a juzgar por las galas que lucen todos, desde el clero a los estudiantes,

donde todos aparecen uniformemente vestidos y arreglados.

En 1835 quedó definitivamente suprimido el traje escolar. Algunos escritores y

periodistas dieron a este hecho una trascendencia mayor que la que verdaderamente le

correspondía. Julio Monreal, por ejemplo, concedió a la abolición del traje académico

en su artículo "Correr la Tuna" publicado en el Almanaque de la Ilustración Española y

Americana en 1879, la siguiente lectura: “Por fin vino un día funesto para la tuna.

Mandose, de orden superior, suprimir tricornio, manteos y sotanas, y por más que diga

el refrán que el hábito no hace al monje, desde aquella fecha perdieron los escolares

sus antiguas tradiciones”.

Como hemos podido ver, la historia del traje estudiantil es un compendio de

prohibiciones, desde su inicio hasta su extinción. Nace sin un patrón definido de cómo

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debería ser, y sí de cómo no debía ser, y su desaparición también se recubre de ese

manto prohibicionista que le había acompañado a lo largo del tiempo.

Un interesante documento que avala lo anterior es el conservado en el archivo

Universitario de Barcelona, referido a la Universidad de Cervera, donde D. José Ginés

Hermosilla, director general de Estudios y eminente humanista, ordena el 8 de octubre

de 1835 se prohíba el traje talar a los alumnos de la Universidad, por considerar que no

está en armonía con las costumbres del siglo, acostumbrando a los jóvenes al desaliño y

decoro impropio a las personas bien educadas.

Estudiante de la Universidad de Cervera. Aunque las nuevas modas se han ido

imponiendo, manteo y tricornio se mantienen.

Posiblemente, antes de comenzar mi charla, algunos de uds. tuviera alguna duda

sobre el origen del traje de tuno; ahora, bastante avanzada la misma, tendrán, con toda

seguridad, muchas más. En este brevísimo repaso a la historia hemos visto retazos que

nos recuerdan a la tuna y a los tunos: tricornios, manteos, alguna que otra guitarra pero

no hemos encontrado el maniquí ideal con el que identificarnos.

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El traje que muchos hemos identificado durante años con una tradición que venía

de siglos no es más que un invento del último tercio del siglo XIX de las comparsas y

estudiantinas de carnaval. Muchos de estos grupos carnavalescos, muchos de ellos

auténticas orquestas profesionales de pulso y púa, adoptan ropas estudiantiles a supuesta

semejanza, y hay que recalcar lo de supuesta, de las de los antiguos moradores de las

universidades españolas. Entre estas comparsas alcanzó gran renombre la denominada

Estudiantina Española que en 1878, y coincidiendo con las fiestas de carnaval y la

Exposición Universal que se celebraba en Paris, decide viajar a la capital francesa

llevando consigo sus guitarras, flautas, violines, vihuelas, bandurrias y panderetas. El

éxito de la experiencia es recogido por "La Ilustración Española y Americana", el 15 de

marzo de ese mismo año, donde, con gran profusión de grabados, nos ofrece una

crónica entusiasta y detallada del periplo, y lo que más nos interesa a nosotros: una fiel

descripción de sus vestimentas.

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El articulista se encuentra en la Plaza de la Opera con la Estudiantina Española, y

relata lo siguiente: "…y desfilando por delante de nosotros, nos dio ocasión para

examinar los ricos trajes de los sesenta y cuatro individuos de ella, que así se parecían

á los de los genuinos estudiantes que por las aulas de Salamanca y Alcalá arrastraban

bayetas, como los vestidos de las pastoras del teatro á los de las verdaderas zagalas

que pasan la vida entre zarzales: jubón y greguescos de terciopelo negro con botones

de acero, y mucho cuello de encajes: medias de seda, también negras: zapatos de

charol con lazo de igual color y hebilla de acero: guante blanco de cabritilla: gorra de

terciopelo con un nudo de cinta amarilla y encarnada en unos pocos: en los más ,

sombrero apuntado (claque d'arlequin, dicen los periódicos de aquí), y una funesta

cuchara a guisa de escarapela: tal era el atavío de estos bachilleres, más o menos

auténticos, que doctores de los más encopetados se hubieran dado con un canto en los

pechos por tener en el siglo XVI para presentarse en la procesión del Corpus."

La Estudiantina Española, el 6 de marzo de 1978, en el jardín de Las

Tullerías, en París.

Ildefonso de Zabaleta y Joaquín de Castañeda, presidente y vicepresidente de

la Estudiantina Española.

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Dura crítica a la Estudiantina Española la realizada por el comentarista de la

"Ilustración Española y Americana" en cuanto a la rigurosidad de su vestimenta, que

igualmente podría aplicarse al resto de las comparsas de carnaval y estudiantiles. Unos y

otros se copian, cambiando apenas detalles a su conveniencia. Se generaliza el uso del

jubón. Al principio sencillo, sin adornos, para acabar con los años afarolado. El manteo

terciado deja su paso a la capa adornada de cintas y escarapelas –éstas también sobre los

instrumentos–. Se introducen también exagerados cuellos de encaje y puñetas, y el

tricornio con la cuchara, símbolo por excelencia de los sopistas, alcanza gran

protagonismo.

Otra Estudiantina que merece la pena reseñar es la Estudiantina Fígaro, fundada

en 1878 por el insigne músico Dionisio Granados, y que a comienzos de los años 80

inició su periplo americano, recorriendo EE.UU, Canadá, México, Guatemala, El

Salvador, Costa Rica, Cuba, Puerto Rico, Perú, llegando a Chile en 1884. A su paso se

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fundaron en todos estos países numerosas estudiantinas, tanto masculinas como

femeninas.

Estudiantina Fígaro, 1880

Pero examinemos las fotos y grabados de la época, de la Estudiantina Española y de

otras agrupaciones de finales del siglo XIX y de principios del XX

Veamos algunos ejemplos:

Tuna de Santiago, 1877.

Estudiantina cordobesa, 1891.

Estudiantina Española de Valparaíso, 1891.

Estudiantina Valenciana de la Facultad de Medicina, 1905.

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Tuna Escolar de Veterinaria de León, 1914. Real C. Filarmónico de Córdoba, 1922.

Estudiantina F. de Medicina de Cádiz, 1929. Tuna Universitaria de Salamanca, 1946

En principio advertimos que los trajes son mucho más sencillos que los actuales,

mangas rectas, ausencia de faroles, uso del manteo terciado, zapatos con hebilla, cuellos

y puñetas de puntilla –algunas exageradamente grandes –, golas cervantinas, y

generalización en el uso del tricornio. Con los años hemos confeccionado trajes más

vistosos, bonitos faroles con el color de la facultad, y cubierto los manteos, o sea las

capas, de cintas y escudos dándole colorido al traje. Hemos dejado de llevar la capa

terciada sobre el hombro para lucirla al viento. El tricornio deja de usarse salvo por unos

cuantos; y aún son menos los que lucen la tradicional hebilla en el calzado. Los cuellos

que comenzaron siendo de puntilla y las golas son sustituidos paulatinamente por otros

falsos de camisa convencional o simplemente eliminados para dejar asomar por el jubón

el cuello de la camisa que hay debajo.

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Pero hay más, algo mucho más importante. Si nos fijamos bien en las fotos

anteriores podemos observar la ausencia de un elemento esencial e imprescindible para

todo buen tuno que se precie: ninguno lleva beca.

Ya avanzado el siglo XX ni tunas, ni estudiantinas, ni de carnaval ni universitarias

incluyen la beca entre sus ropajes . ¿Cómo puede ser eso? Pues muy sencillo. La beca,

que tradicionalmente en las antiguas universidades estaba reservada a los colegiales

mayores y menores, y que los diferenciaba de los manteístas que eran todos los demás,

se incorpora al traje como un elemento colorista e identificativo de la Universidad, la

Facultad o Escuela con el uso del color corporativo correspondiente, a mitad del siglo

XX, en los años 50, y aún así no todas las tunas la lucen, sino que su incorporación fue

gradual a lo largo de los años 60, con alguna excepción que comentaremos a

continuación.

Tuna de la Facultad de Medicina de Barcelona, 1960.

Tuna de la Escuela Técnica de Aparejadores de Madrid, 1962.

Tuna Pericial de Reus, 1962.

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Tuna de Peritos Industriales de Barcelona, 1963.

Tuna Universitaria de Barcelona, 1961.

Tuna Universitaria de Barcelona, 1967.

La excepción a la que hacíamos referencia es la de la Tuna del Colegio Mayor

Hispanoamericano Nuestra Señora de Guadalupe de Madrid, tuna fundada en 1947,

aunque en su bandera figuraba 1948, que siguiendo quizás la tradición de los colegios

mayores y menores de siglos atrás incorporaron la beca a su uniforme. Esta era de color

azul, y en sus orígenes dispusieron de dos modelos que simultaneaban: una, la

fundacional, con una gran cruz de Santiago, y otra, que hace su aparición casi al mismo

con el escudo del Colegio.

Tuna del Colegio Mayor Hispanoamericano Nuestra Señora de Guadalupe en

el año 1947. Se aprecia la cruz de Santiago en sus becas. La foto está tomada frente al

Colegio Mayor César Carlos. Esta cruz debió nacer de forma provisional ya en el

mismo año este escudo formaría parte de sus becas. Escudo que sufriría con los años

ligeras modificaciones.

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Valladolid, la misma tuna un año después. En la foto se aprecian dos

modelos diferentes de beca.

1949. Un grupo de los tunos fundadores de la Hispanoamericana posa

delante de las dependencias del Colegio Mayor.

En el mismo año, otro grupo, todos con la beca nueva, se fotografían delante

del colegio.

Beca de la Tuna Hispanoamericana a principio de los años 50

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Esta tuna que gozó de un gran prestigio participó con mucho protagonismo en

varias películas, a destacar: Mensajeros de Paz y Pasa la Tuna

En los años 50 el carnaval estaba prohibido por el gobierno del general Franco.

Las estudiantinas habían desaparecido, y la formación de las tunas en el ámbito de la

universidad tuvieron todo el apoyo del régimen que veía en ellas una forma de

expresión cultural muy saludable. Fueron adscritas al Sindicato Español Universitario e

incluso reguladas en el Boletín Oficial del Estado (B.O.E.).

En el Boletín Oficial del Estado del 10 de marzo de 1955 se regula el desfile de

agrupaciones musicales universitarias de estudiantes, conocidas por tunas.

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El texto es el siguiente:

1º A partir de esta fecha, para que puedan actuar y desfilar en la vía pública las

Agrupaciones musicales de estudiantes conocidas por “Tunas”, será requisito

indispensable la autorización escrita de la Dirección General de Seguridad, que

únicamente se otorgará previo informe del Sindicato Español Universitario.

Anexo a dicho documento, que deberá llevar en todo momento consigo el jefe de

la “Tuna”, irá la relación nominal de los componentes de aquella, con expresión de

domicilios y Facultad en la que cursen los estudios.

2º Por los Agentes de la Autoridad se exigirá, cundo así lo consideren oportuno,

la exhibición del aludido permiso, denunciando a la Autoridad Gubernativa

correspondiente las infracciones a lo anteriormente dispuesto, para su debida sanción.

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En la Orden, publicada en el BOE, el 7 de diciembre de 1955, sobre “Tunas

Estudiantiles”: Organización y funcionamiento se puede comprobar como el control de

la tuna quiso ser total y absoluto por parte del estado. Desde cómo, cuándo y quiénes

debían formarla, hasta matizar detalles en cuanto a los símbolos o vestuario.

En el Artículo 1º, leemos. No podrán existir más Tunas que las dependientes del

Sindicato Español Universitario, correspondiéndole exclusivamente al jefe del S.E.U. su

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creación, organización y supresión. Para su funcionamiento dependerán del Jefe del

Departamento de Actividades Culturales..

En el artículo 3º, por ejemplo, indica los requisitos para que un universitario

pueda ingresar en la Tuna. Condiciones imprescindibles:

Tener más de 17 años y menos de 27.

No tener nota desfavorable en el expediente sindical.

Poseer los suficientes conocimientos musicales.

En los siguientes artículos, entre otras cosas, se concreta que el jefe de Tuna será

designado por el Jefe del S.E.U.; la prohibición de contratos publicitarios comerciales,

así como las cuestaciones y colectas públicas, aún para fines benéficos; la prohibición

de actuar en el extranjero sin permiso expreso de la Jefatura Nacional del S.E.U.; se

reglamenta lo concerniente a sanciones y expulsiones ;y unas aclaraciones en el artículo

7º, relativas al traje. Este artículo dice así: Las Tunas Provinciales o Locales vestirán el

mismo traje que la de cabecera de Distrito. En el brazo izquierdo llevarán los tunos el

lazo con los colores de la Facultad o Escuela Especial a la que pertenezcan y sobre el

nudo el emblema del S.E.U.. La bandera llevará en una de sus caras el emblema del

sindicato y en la otra el color del Distrito Universitario.

Digamos que el detalle del lazo en la manga con los colores identificativos de la

Facultad o Escuela con los años fue suplido con los años por la beca.

Nuestros actuales trajes ya con escasísimas variantes son de esa época.

Como habéis podido comprobar la beca, símbolo por excelencia del mester de

tunería y cuya consecución lleva un gran sacrifico, sudor y lágrimas –que se lo digan a

más de un pardillo -, apenas forma parte del traje poco más de 50-60 años.

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Es decir, y ya para terminar, una vez más la tradición ha vuelto a menguar.

Lo cual a lo mejor no es malo, sino que demuestra que la Tuna está en continua

evolución y que lejos de estar anclada tantos siglos atrás, sin perder su espíritu, está

muy viva.

La tuna no es un maniquí, es una filosofía de vida, una manera de ser, de

comportarse, de relacionarse por medio de la música, y de compartir amistad y

experiencias. El traje, con todo lo que conlleva de seña de identidad no es más que un

envoltorio, y, el verdadero tuno, lo es con y sin traje

Muchas gracias a todos, y ¡Aúpa Tuna!

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