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  • Luis Enrique Dlano

    LA BASENOVELA

    EDITORA AUSTRAL

  • Portada: a base de un dibujo de W. Fangor y J. Tchorzewski

    Es propiedad Inscripcin N 20241 Empresa Editora Austral Ltda.

    Santiago de Chile, 1958

  • ContenidoLA BASE .........................................................................................................................................1Primera Parte LA FUENTE DE SODA...........................................................................................4

    1....................................................................................................................................................52....................................................................................................................................................93..................................................................................................................................................114..................................................................................................................................................155..................................................................................................................................................206..................................................................................................................................................227..................................................................................................................................................258..................................................................................................................................................289..................................................................................................................................................31

    Segunda Parte LA COMPAERA OLGA....................................................................................371..................................................................................................................................................382..................................................................................................................................................423..................................................................................................................................................464..................................................................................................................................................505..................................................................................................................................................566..................................................................................................................................................597..................................................................................................................................................628..................................................................................................................................................679..................................................................................................................................................7110................................................................................................................................................75

    Tercera Parte LA CHAQUETA GRIS...........................................................................................81

  • Primera Parte LA FUENTE DE SODA

    1

    HELLO, DARLING, A QUE CINE vamos a ir esta noche?.

    No bien termin de decir esta frase, que haba aprendido en una pelcula de Rock Hudson, me dicuenta de su estupidez con slo mirar a la muchacha a quien iba dirigida. La Olga me clavaba losojos entre divertida y compasiva. La sangre se me agolp en la cara, de pura vergenza, dandoconsistencia a la sensacin de ridculo que me invadi.

    Qu va a servirse? me pregunt cuando juzg quizs que yo ya tena bastante.

    Cac al vuelo la oportunidad de hacer olvidar y olvidar yo mismo mi tontera y ped un caf purocon tostadas. Me sirvi con diligencia.

    Desde la caja, don Pedro, el propietario de la fuente de soda, sonrea divertido, como si hubieranotado tambin mi azoramiento. Me hizo un saludo amistoso y yo me puse a revolver el caf, ensilencio pero activamente, como si en ello me fuera la vida.

    La Olga me miraba con sus maravillosos ojos oscuros. El cabello casi negro, con reflejos rojizos,le caa hacia los hombros, cubrindole la oreja derecha una gran onda; la izquierda quedaba a la

  • vista; era pequeita, blanca, casi transparente. Habra dado no s qu por besar esa especie de florque era su orejita. Pero cmo, con lo estpido que me estaba portando!

    Qu distinta era de la Mara, la empleada anterior! A la Mara la haba invitado dos das despusde llegar a trabajar en La Rancagina. Habamos salido juntos por espacio de dos meses, hastaque me aburr de ella y la dej plantada. Pronto me encontr reemplazante en un muchacho dellaboratorio; a ste sigui un grfico de la imprenta El guila, con quien sala a besarse en lacalle, apenas se descuidaba don Pedro. Cuando la larg el grfico, se enred con un conscriptoque vena a verla los sbados en la noche, se quedaba en la fuente de soda hasta que don Pedrocerraba y luego se perda con la Mara en la sombra de la calle Maip, en direccin a la Alameda.

    La Olga haba llegado una semana atrs a reemplazar a la Mara. Segn dijeron, a sta le habapuesto casa un oficial de carabineros, lo cual no tena nada de raro, porque la Mara no era fea, unpoco ligera de cascos, algo blanda de corazn, si se quiere, pero de cuerpo bien modelado y bienasentado sobre dos piernas sensacionales. En los primeros das, la llegada de la Olga pas ms omenos inadvertida para la clientela, aunque no para los que, como yo, iban varias veces al da aLa Rancagina. Pero ella era as. Al principio uno la miraba y poda desviar la vista. No parecaencerrar nada de extraordinario. Haba que mirarla varias veces para reparar en su piel de unblanco mate demasiado plana tal vez, sin color, porque no se pintaba, salvo un poquito de rojo enlos labios; en sus ojos no muy grandes, pero profundos, llenos de luz, enmarcados por dos cejasque eran como arcos perfectos. Su boca, qu boca!, grande, con los labios hermosos, delgados, yla coleccin de dientes ms admirable que he visto jams.

    Me beba el caf con lentitud, sin sentirle gusto, saboreando ms bien mi tontera y el ridculo deque me haba cubierto, por mi propia culpa, ante los ojos de la Olga. Y sabe Dios que lo nicoque yo quera en ese momento era que ella me viera con admiracin, como una muchacha lo haceen el cine con Dana Andrews o Kirk Douglas. De vez en cuando la miraba, pero no lograba cazarsus ojos. Por fin lo consegu, pues coincidi que yo la mir al mismo tiempo que ella a m.Entonces nos remos y comprend que mi estupidez comenzaba a ser olvidada.

    Seorita, una plsener.

    Tuvo que alejarse para atender al importuno, que quizs iba a arruinar con su pedido esa especiede reconciliacin. Pero despus de atenderlo, Olga volvi a instalarse en el mismo sitio, casifrente a m.

    Usted pensar que soy un idiota dije. Quise impresionarla, pero ya veo que a usted no lecaen bien esas tonteras... Tiene razn... En fin, lo que quera era invitarla al cine... Si no tienenada mejor que hacer, me encantara que furamos juntos.

    Gracias dijo, pero ahora no puedo. Tengo que trabajar hasta las once... Otro da...

    Maana?

  • Maana? Qu da es maana?... Jueves. No puedo tampoco. Quizs el sbado... El sbadosalgo a las nueve. Pero a lo mejor usted tiene algn compromiso...

    No, ninguno, y si lo tuviera, lo deshara... De acuerdo para el sbado... No se le vaya a olvidar.

    Termin mi caf, que ya se haba enfriado, y sal despus de sonreirle a la Olga lo mejor quepude. Lo que se haba iniciado tan torpemente, terminaba bien y me llevaba su promesa. Faltabantres das para el sbado, tres das, un espacio bastante para ir intimando con ella, avanzando en suamistad y en su confianza. El sbado las cosas tendran que estar lo bastante maduras como paraque yo pudiera besar esa oreja tentadora, transparente como una flor.

    Al da siguiente ca por La Rancagina al filo del medioda. Por lo general almorzaba en micasa, con mi madre y mi hermano menor, pero ese da decid hacerlo en la fuente de soda, queofreca un almuerzo rpido bastante malo. El local se llenaba de obreros del laboratorio y de laimprenta. Del garage donde yo trabajaba iba slo el maestro Soto, nuestro mecnico jefe, queviva lejos, y el muchacho que atenda la bomba de bencina. Las mesas se repletaban dechiquillas del laboratorio, vestidas con sus delantales blancos con olor a cido fnico. Algunasllevaban bolsitas de papel con sandwichs y naranjas y slo pedan una taza de caf o una botellade refresco.

    La Olga y otra garzona (a m no me gusta la palabra, pero as las llamaban en La Rancagina)que iba para ayudar en las horas de mayor movimiento, se multiplicaban para atender a tantagente. Don Pedro, desde la caja, lo vigilaba todo con mirada tranquila, pero vivaz. Se habradicho que gozaba de ver su establecimiento repleto, no tanto por los billetes que iba guardando enel cajn de la mquina registradora como por el orgullo de que toda esa gente, los grficos, losdel laboratorio, prefiriera La Rancagina a las otras fuentes de soda de la vecindad.

    Me sent en un piso junto al mesn, con la esperanza de poder conversar un poco con la Olga.Me hizo un saludo silencioso, slo con los ojos, y continu atendiendo a los clientes. De la cocinasurgan de tiempo en tiempo alarmantes llamaradas, cuando la sopa hirviendo rebalsaba de lasollas y caa sobre los quemadores de parafina. Se oa un chirrido y se perciba el resplandor de lallama y todos volvamos los ojos, con el temor de que fuera a comenzar un incendio. No pasabanada y la cocinera, doa Juanita, asomaba su sonriente cabeza.

    La Olga iba de un lado a otro, tomaba el pedido, lo transmita a la cocina, regresaba con dosplatos humeantes que llevaba a las mesas, serva el caf, pona pan y servilletas de papel a cadacomensal, todo con gran expedicin, sin confundirse, con aire amistoso para todos los clientespor parejo. Dos das antes, don Pedro me haba dicho en el momento en que le pagaba la plsenerque acababa de consumir:

    Qu le parece la nueva garzona, Pato? (Me llamo Patricio Ramrez, pero todos me dicenPato). Esta no es como la Mara, no? Mrela como atiende a la clientela... No para un minuto ynunca se equivoca; jams se enoja, aunque los pesados de la imprenta la apuren y le digan

  • chirigotas... Y es seriecita, nada de cuentos. Esta muchacha vale un Per, Pato, y el sbado,cuando le pague su primera semana, le voy a anunciar inmediatamente un aumento. Tengo queasegurrmela, no le parece?

    La vea ir de una a otra mesa.

    Se termin la Coca Cola. Quiere una Bilz?

    Ya est, pues.

    A m, un sandwich de queso con tomate, seorita.

    Inmediatamente.

    Minutos antes de la una, la gente del laboratorio abandon en masa la fuente de soda y sloquedaron dos o tres linotipistas de El guila.

    Qu trabajo ha tenido! dije. Est cansada?

    Mmm... Un poco.

    Y a qu hora almuerza usted?

    Pronto, cuando termine de atender a los grficos.

    Aqu no le debe quedar tiempo ni para... Llevado por la costumbre, estuve a punto de decirni para mear, pero algo, un impulso, una especie de advertencia interior me fren, lo que nohabra ocurrido tratndose, por ejemplo, de la Mara. Pero ese algo admonitorio me hizocomprender repentinamente que con esta muchacha no se poda hablar con tanta libertad... nipara leer, dije entonces.

    Hay mucho trabajo, pero entre el almuerzo y las once, siempre se produce una hora de calma yyo aprovecho para leer un poco...

    Le gustan las novelas?

    S.

    A m me gustan las de emociones fuertes dije con petulancia, quizs con la secreta esperanzade causarle admiracin. Ahora estoy leyendo una muy buena en el Okay. Se llama Sangreen el Congo... Si quiere se la presto.

    La Olga sonri de una manera que me hizo sentirme tonto por segunda vez en el espacio deveinticuatro horas. Qu diablos leera entonces esa muchacha, que pareca compadecerme pormis gustos literarios?

    No me gusta mucho ese gnero dijo.

  • Prefiere las novelas de amor?

    De amor o de otras cosas. Me gustan las novelas que muestran la vida real y no fantasas.Meti la mano debajo del mesn y sac un libro. Ahora estoy leyendo esta.

    Era un libro titulado Crnica de los pobres amantes. Aj, pens para mis adentros, le gustan lasnovelas coloraditas, picantes, de esas que llaman pornogrficas. Pero me guard muy bien dedecirle que me complaca empezar a conocerla a travs de las lecturas que prefera. Penstambin que un temperamento ardiente era lo que me convena. Ya le hara ver el sbado que elPato Ramrez poda ser mejor, mejor que cualquiera de esos pobres amantes.

    2

    Prepar cuidadosamente el programa para el sbado. Revis con atencin La Tercera y encontruna pelcula que por fuerza habra de gustarle: La condesa descalza, por la Ava Gardner.Iramos a la nocturna y luego la convencera para que furamos al Zeppeln a bailar un par dehoras. Despus... bueno, eso dependera de m ms que nada, pero con mi experiencia... Para algobamos a estar dos horas a oscuras en el cine y luego, en el cabaret, bajo una luz muy tenue,bailando apretados tangos o alegres mambos. El mambo, dgase lo que se diga, es un baile biensensual. O no?

    Estaba preparado para desbaratar cualquier oposicin de la Olga a seguirla, despus de lapelcula. No podra alegar que tendra que levantarse temprano, pues el domingo LaRancagina no abra. El laboratorio estaba cerrado y en la imprenta el trabajo se reduca mucho;slo iba una parte muy pequea del personal. Entonces por qu no habramos de pasar toda lanoche juntos?

    Termin en el garage un poco despus de las cuatro. El gringo me propuso que me quedara aajustar el motor de un automvil y me ofreci pagarme extra, pero le dije que era imposible, queno lo hara hasta el lunes y no tuvo ms remedio que conformarse. Con las manos todava negrasde aceite, saqu la bicicleta para irme a la casa, pero antes pas por la fuente de soda pararemachar el compromiso. La Olga me recibi con los ojos llenos de sonrisas.

    A las nueve en punto?

    A las nueve en punto.

    Le hice un saludo, mont en la chancha y pedale hasta la casa. Mi madre haba salido, lo cual noestaba mal, porque me libraba de la serie de preguntas que nunca dejaba de hacerme cuando mevea sacar del ropero el traje azul, la camisa nylon que le haba comprado a un contrabandista de

  • Arica y la corbata con rayas rojas y moradas. La haba descubierto Ral, mi hermano, en unatienda de la calle San Diego y me dijo una noche:

    Pato, vi una corbata igualita a la que usa Montgomery Clift en Ambiciones que matan. Alda siguiente la fui a comprar. Me cobraron setecientos pesos los abusadores, pero era realmenteuna corbata de pelcula.

    Me di una buena ducha, me afeit y me vest. Bien peinado, con el traje azul cruzado, no estabatan mal. Qu ira a decir la Olga? O desmerecera yo de alguno de esos pobres amantes de susnovelas?

    Hice hora en el centro y a las nueve en punto aparec en La Rancagina. El efecto que produjomi tenida se reflej en los ojos de ella, que se abrieron como si yo no hubiera sido yo, sino otrapersona que iba a buscarla.

    Se visti de parada coment cuando echamos a andar hacia la Alameda. Le queda muybien, pero muy bien, el color azul.

    Gracias.

    Ella, aunque no lo pareciera del todo, tambin haba elegido su mejor vestido de verano, unvestido caf con adornos amarillos. Lo que quiero decir es que la Olga con su vestido no se veatan espectacular como yo con el terno azul. Pero estaba tan linda!... El pelo le caa hasta loshombros bastante descubiertos, ondeado, revestido de una luz especial. Los labios recin pintadosdaban a su boca una cosa de serenidad y belleza que me resulta muy difcil explicar; pero yo meentiendo: la boca ms bonita que he visto jams.

    Caminbamos con lentitud, gozando de la tibieza de la noche. Ella balanceaba la cartera alcomps de su brazo desnudo y pareca haberse olvidado de m, de mi traje, de todo. Yo habradeseado ms inters de su parte, que me hubiera dicho algo sobre la corbata o me preguntara qumarca de gomina usaba. Pero eso ya haba pasado a segundo trmino y la Olga segua caminandocon un paso largo y elstico, mirando hacia adelante, sonriendo vagamente.

    A qu cine iremos? pregunt de pronto.

    Iba a proponerle La condesa descalza, pero tuve una sbita inspiracin de galantera.

    Tiene inters especial en alguna pelcula?

    S, respondi con sencillez, me gustara ver La calle.

    La calle, La calle, repet desconcertado En qu cine la dan?

    En el Bandera.

    Ah, bueno, vamos all.

  • La calle era una pelcula bastante ruda, con actores desconocidos; la vida de un acrbatavagabundo que mata de desesperacin a una pobre mujer. No tena nada de aquello que a m megusta en el cine y que quizs habramos encontrado en La condesa descalza: ni mujereshermosas, ni sensualismo, ni esos admirables galanes de un metro noventa, elegantes, concorbatas como la que yo llevaba puesta. Pero haba emocin en la pelcula y varias veces mepareci que a la Olga se le apretaba la garganta. Quera decirme algo, pero la voz s leestrangulaba.

    Entonces, no sin temor, le tom una mano. Al principio not algo como sorpresa o resistencia,pero luego me la abandon, sin despegar los ojos de la pantalla. Era el momento justo de estirarel brazo, rodearle la espalda y acercar su cabeza a la ma; luego, el beso. La tctica habitual, quenunca haba dejado de darme resultado.

    Pero no me atrev. Haba en ella algo que impona respeto.

    Sent una terrible furia contra m mismo. De cundo ac tena que ponerme nervioso con unaempleadita de fuente de soda? A cuntas no haba derribado sobre las camas, para que ahora mesintiera como un colegial? Decidido a abrazarla, la mir: la vi de perfil, con los ojos clavadoshacia el frente, la nariz recta, un poquito arriscada en la punta, los labios plegados, algo cados enlos extremos, el mentn levantado, el largo cuello que la sombra desvaneca hacia los hombros,hacia el escote...

    No pude, sencillamente no pude y si me preguntan por qu, tengo que decir que no lo s.

    Confundidos entre el gento, abandonamos el cine. La sonrisa de la Olga era ahora un poco triste.La sent distante y me pareci que invitarla a bailar al Zeppeln habra sido como proponer unpartido de ftbol a un paraltico. Todo lo que en mi mente haba elaborado se iba al demonio,debido quizs a esa maldita pelcula, que haba terminado con la alegra de la Olga.

    Sin embargo me arriesgu.

    Quiere que vamos a tomar algo o a bailar un rato?

    Me mir como sondeando mis intenciones.

    Bueno, aceptara una taza de caf.

    Nos metimos en un caf de la Alameda, frente a la Universidad, donde la Olga empez ahablarme de la altura artstica de la pelcula y de otras cosas. Si mis amigos me hubieran vistocon mi traje de conquistador, mi corbata de lujo, el pelo engominado... tomando caf con unahermosa muchacha al frente!

  • 3El lunes, cuando la volv a ver con su delantal blanco, trasladndose de una mesa a otra con lasmanos llenas de platos, me pareci que no era la misma muchacha soadora y algo melanclicaque llev a su casa, caminando lentamente por la Alameda. Una brisa refrescante mova las ramasde los rboles. La Olga marchaba con sus pasos largos y tranquilos, mirando hacia el suelo. Detiempo en tiempo levantaba los ojos y me sonrea. Tal vez not algo en m, tal vez advirti eldescontento que yo senta porque las cosas haban resultado tan diferentes de como las imagin yque en vano trataba de ocultar.

    Pato, esta noche ha sido muy agradable para m dijo. Pero me parece que usted se haaburrido un poco. Y es natural... Yo no soy la muchacha que usted necesita... No soy alegre, esdecir, lo soy, pero de otra manera; encuentro mi alegra en otras cosas, no en el baile ni en lasdiversiones... Me parece como que usted se sintiera defraudado conmigo y no pudiera darexpansin a su carcter, no es cierto?

    Intent negar, pero parece que soy transparente como una ventana y no puedo ocultar missentimientos.

    La Olga prosigui:

    Bueno, no es la primera vez que me pasa esto, que me gusta un hombre y no llego aentenderme con l por la diferencia de carcter o de gustos...

    Esas palabras me sonaron a despedida y empec a sentirme mal, mucho peor de lo que hasta esemomento me haba sentido. Mir a la Olga en la penumbra de la noche y me pareci tan linda quecreo que me estremec. El pensamiento de que esa relacin se iba a cortar apenas iniciada y deque nunca ms saldra con ella, me result intolerable. La Olga me miraba tambin, con sus ojososcuros; su boca estaba entreabierta, como pendiente de lo que yo iba a decir.

    Romper as, porque no nos habamos entendido la primera vez que estbamos juntos? No, no eraposible. Me puse a analizar en qu consista la diferencia y llegu a la conclusin de que nisiquiera exista tal diferencia. Simplemente yo pens que esa noche me iba a acostar con ella; ellano estaba dispuesta a hacerlo, se vea a la legua. Pero no por eso tena que acabarse nuestraamistad. Las cosas seran menos rpidas tal vez, pero era preciso que siguieran adelante.

    Por la calzada pasaron dos automviles a ms de cien kilmetros, como empeados en unacompetencia. Nosotros nos habamos detenido sin saber por qu.

    Bueno dije con timidez, porque mi fuerte no es pronunciar discursos, es posible queseamos diferentes y tengamos distintos gustos, pero quizs con el tiempo eso pueda arreglarse,Olga... Qu apuro tenemos? Nos queda mucho tiempo por delante y podemos aprender aconocernos mejor.

  • Vi que se le iluminaban los ojos y me sent satisfecho de haber dicho por fin algo acertado. LaOlga me tom del brazo y me dijo casi con ternura:

    Eso es lo que esperaba or, Pato. Sus dedos apretaron suavemente mi brazo. Me gustas,me gustas desde el primer da, y estoy segura de que me seguirs gustando cuando nosconozcamos mejor.

    Yo me enamor de ti apenas te vi ment descaradamente, pero haba que hacerlo. Cada dame gustas ms...

    La Olga sonrea. La sonrisa pareca habrsele pegado a los labios y se coga de mi brazo con unaintimidad que me haca sentirme feliz.

    Doblamos por Brasil en direccin a su casa. Cuando llegamos a la puerta, vi una casita modesta,quizs ms modesta que la ma. Ya saba muchas cosas de ella. Viva con su hermana mayor, quetrabajaba en costura. Eran hurfanas. Olga haba cursado hasta tercer ao de humanidades, peroluego tuvo que dejar el liceo y ponerse a trabajar. As y todo haba seguido en un colegionocturno hasta terminar el cuarto. Le gustaban los estudios y los libros, pero la necesidad desostener la casa la haba alejado de ellos. Trabaj en varios oficios: haciendo clases, cuidandonios, como vendedora en una tienda del centro...

    Pero con tu instruccin, podas trabajar en una oficina le dije.

    Sonri.

    Ya lo intent. Estuve dos semanas en la oficina de un corredor de propiedades y me retir elmismo da que me invit muy amablemente a salir con l de noche... Esa gente quiere empleadaspara todo servicio... Yo no sirvo para eso, Pato. Prefiero ser una obrera honesta que una empleadacomplaciente.

    Y te gusta el trabajo en la fuente de soda?

    Si yo pudiera elegir mi trabajo, seguramente buscara algo distinto. Pero ah, por lo menos, losobreros son gente decente y nadie me falta el respeto. Se rio. Vieras el primer da que llegua trabajar... Era mi primera experiencia. Me empezaron a dar propinas: Seorita, tome parausted. Me pasaban uno o dos billetes de diez pesos... Tuve que convencerlos, uno por uno, deque no me dieran propinas porque a m me pagan para atenderlos, que entre los trabajadores lapropina no es propia, sino que es casi una ofensa... Esas son cosas de burgueses.

    Llevbamos diez minutos conversando en la puerta de su casa; yo me senta tan contento quehabra seguido toda la noche ah. La Olga me hizo contarle muchas cosas de m, de mis estudiosen la Escuela de Artes y Oficios, que tuve que abandonar para trabajar y sostener a mi madre y ami hermano menor.

  • Se rio mucho cuando le habl de las cosas que me gustaban, del ftbol, del cine, de las novelas desensaciones fuertes, pero ahora su risa era distinta y no me haca subir el color a la cara. Meofreci libros y cuando lleg el momento de despedirnos, juro que me senta mejor, mucho msfeliz que si mis primitivos planes se hubieran cumplido por entero.

    Me sent junto al mesn a esperar con toda paciencia que tuviera unos minutos libres. Haca calory ped una plsener. Ella tambin debi encontrarme diferente, con la camisa gris de manga corta,sin el traje azul cruzado y con las manos manchadas de aceite. Porque aunque uno se las limpiecon el guaipe empapado en parafina, el aceite metido en las ranuras de la piel no sale tanfcilmente.

    Vino donde yo estaba y se dej caer en una silla.

    El movimiento, el calor de medioda, aparte de la atmsfera irrespirable de la cocina, le habanpuesto en el color mate de las mejillas manchas rosadas que la hacan verse estupenda. Sac unpauelo y se limpi la frente.

    Ests muy ocupada...

    Uf!... Hay ms gente que nunca. Estir un brazo para sacar una botella de refresco delaparador y vi una mancha hmeda en el vestido, debajo de la axila, que me excit igual que sihubiera estado en el Bim Bam Bum mirando a las frvolas. Pero tuvo valor para sonrerme. Toma, te traje unos libros. Quizs no te gusten tanto como las novelas del Okay, pero cuando teacostumbres a este gnero, ser diferente.

    Gracias.

    Me puse a hojear las novelas. Una era la Crnica de los pobres amantes y la otra La Madre,por Mximo Gorki. Miraba en esta ltima obra el retrato del autor, un viejo con el pelo cortado enforma de escobilla de ropa y un bigotazo, cuando not que la Olga se haba corrido hacia unextremo del mesn y conversaba con un hombre. Al principio pens que era un cliente, pero no vique pidiera nada para comer o beber. Vesta una chaqueta gris y camisa con el cuello abierto yaunque pareca recin afeitado, la barba le azulaba el mentn. Le dijo alguna cosa y la Olga lecontest en voz baja. Alcanc a cazar la palabra convenido. Despus el hombre sonri y salide la fuente de soda.

    No me gust el asunto, para qu voy a negarlo. Sent que en mi interior se produca una protesta,pero me dije que quizs era demasiado temprano para sentir celos. El primer impulso deinterrogar a la Olga fue ahogado por m con mucha dificultad. Ella no aludi tampoco a la visita,pero yo sent que la duda quedaba flotando dentro de m. Algn da ella tendra que darmesatisfaccin por ese mal momento que yo haba pasado. Algn da tendra que saber quin era eldesconocido de chaqueta gris.

  • 4Me haba dicho que saldra a las nueve y yo qued de pasarla a recoger.

    Ando en la bicicleta le dije pero puedo dejarla en el garage hasta maana.

    Para qu?... Nos resistir a los dos?

    Claro! He llevado a personas que pesan mucho ms que t.

    Entonces...

    Se sent en el fierro, delante de m, y apoy sus manos en el manubrio, junto a las mas. Empeca pedalear ms orgulloso que si fuera manejando un Cadillac modelo 56. Sus omplatos seapoyaban en mi pecho y yo miraba hacia adelante por encima de su hombro, con su pelo casipegado a mi cara. Para sostener el manubrio iba casi abrazndola. Eso, unido al intenso aromanatural de sus cabellos, me aturda un poco. Era feliz y pedaleaba lentamente para gozar mstiempo de esa proximidad. Dobl por Agustinas hacia arriba, en direccin a su casa.

    La bicicleta iba muy lenta, pegada a la acera, con el ocupante habitual y su dulce carga. Sent quela cara me empezaba a arder y que nada iba a impedirme besar a la Olga. Pero al llegar a Brasil,fue ella la que volvi la cabeza y me dio un beso en el mentn, junto a la boca, muy suavemente.Le contest presionando mi pmulo contra su pelo y tuve el valor de seguir pedaleando hastallegar a su casa.

    Salt gilmente de la bicicleta. Acomod la chancha con un pedal en la cuneta y fui a reunirmecon la Olga en la puerta de su casa.

    Qu paseo tan lindo! me dijo. Luego me cogi de los brazos. El traje azul es muy bonito,pero me gustas ms as, en camisa, con el cuello abierto y los brazos desnudos. Te ves ms fuerte,ms alegre, ms juvenil.

    La cog de la cintura y la bes, pero esta vez como quera besarla, con toda mi alma. Uno de esosbesos en que uno siente que se le va la vida. Su clido brazo desnudo apret mi espalda y contramis labios sent sus dientes maravillosos. Luego aflojamos el abrazo y la Olga se separ de m,encendida como una rosa.

    Te vas a quedar nervioso dijo y yo tambin... Tenemos que tener cuidado, Pato...

    S, mi hijita...

    No dejarnos llevar por los impulsos tan fcilmente...

    Mmm...

  • Es peligroso.

    No dije nada. Ella abri con su llave.

    Hasta maana, Pato. Te vas a tu casa?

    Claro.

    Hasta maana.

    Me bes rpidamente y se meti en su casa.

    Tuve que esperar unos segundos y calmarme antes de montar de nuevo en la bicicleta. Cuandome acuerdo de ese da y de esas primeras caricias de la Olga, me parece que fue entonces cuandoempec realmente a vivir.

    El mircoles, en el garage y en La Rancagina slo se hablaba del paro nacional convocado porla CUT. Uno de los mecnicos me pregunt mi opinin y me encog de hombros. Yo no eraaficionado a la poltica. Cuando muchacho, en la Escuela de Artes y Oficios, los compaeros deestudio me haban hablado de todas esas cosas, pero yo las encontr demasiado complicadas. Enla escuela haba radicales, socialistas, comunistas y falangistas. Varios grupos me hicieroninvitaciones, pero me mantuve siempre a un lado. Todos eran buenos muchachos, excelentescompaeros... Por qu entonces pasarse peleando por los partidos y las ideas polticas? Mishroes de ese tiempo, los hombres que ms admiraba, como el Sapo Livingstone, RockyMarciano, Carlos Gardel, Tony Curtis, Johnny Ray, no tenan nada que ver con la poltica. Yotampoco.

    As haba seguido. Mi hermano Ral, que era demcrata, me quiso llevar a sus asambleas, peroyo no acept. En el garage haba dos socialistas, muy buenos compaeros; a veces me echabanpullitas por mi apoliticismo. Yo me rea y seguamos tan amigos como antes.

    En la fuente de soda, los de la imprenta hablaban en voz alta, de mesa a mesa, asegurando que elparo nacional iba a ser portentoso.

    Caer el gobierno?

    Quin sabe... Ojal cayera!

    Han amenazado con echar a los empleados pblicos y a los profesores que se plieguen.

    Qu los van a echar!

    No se atreven.

    La Federacin de Estudiantes acaba de aprobar un voto de adhesin al paro.

  • Yo me haba instalado, como siempre, en el mesn, pues era el sitio donde tena msoportunidades para hablar con la Olga.

    Ustedes se van a parar en el garage? me pregunt.

    En eso estamos; todava no se ha decidido, pero esta tarde vamos a votar. Y t, mi hijita?

    Yo no trabajo. Ya le advert a don Pedro... Pollo dems no va a abrir, no ves que paran laimprenta y el laboratorio?

    Entonces no te ver maana.

    Ella call.

    Podramos ir al cine.

    No va a haber cines ni micros, Pato. Yo voy a ir a la concentracin en la Plaza Artesanos... Siquieres, me podras llevar en la bicicleta...

    Por supuesto, mi hijita.

    Nos dimos cita para el da siguiente y volv al garage. Todo el personal se haba reunido en unade las rampas, para acordar si iba o no a la huelga. El gringo estaba ah tambin, callado,fumando sus cigarrillos americanos. Era muy descuidado con ellos y dejaba las cajetillas encualquier parte; estas desaparecan inmediatamente en los bolsillos de los obreros. Primero hablun mecnico y dijo que no corresponda ir al paro. Cuando se trata de una huelga porreivindicaciones econmicas, asegur soy el primero en votar afirmativamente.

    Despus pidi la palabra el socialista Banderas y estuvo hablando cerca de veinte minutos. Se lepas la mano en las cosas que dijo sobre las alzas y contra el gobierno. Termin llamando alpersonal a un paro completo.

    El secretario dijo entonces que los que estuvieran por adherir al paro de la CUT levantaran unbrazo.

    Los ojos del gringo, que se haba mantenido muy sereno, desde su lugar, se avivaron como pararegistrar fotogrficamente a los que votaran el paro.

    Yo levant el brazo, a pesar de que con o sin mi voto, la mayora estaba en favor del paro.

    Nos retiramos y saqu mi bicicleta. Cuando sala, el gringo estaba en la puerta del garage,alisndose el cabello canoso, que se cortaba muy corto, mirando hacia la calle. Siempre habamostenido buenas relaciones. Le gustaba pararse delante de m cuando yo estaba haciendo algntrabajo delicado y quedarse mirando. De vez en cuando mova la cabeza, aprobando lo que yohaca. Otras veces me daba alguna indicacin:

  • Es mejor que saque primero esa tuerca... Generalmente tena razn. Era un gran mecnico, o lohaba sido, pero ah, en el garage, se limitaba a controlar el trabajo nuestro.

    Hasta pasado maana, don Enrique, le dije.

    Gru algo que no entend, pero me clav los ojos con rencor, como reprochndome que yo, yotambin, hubiera votado en favor del paro.

    Me sent un poco culpable. Por qu haba levantado el brazo? Seguramente porque mi instintome dijo que eso iba a gustarle a la Olga cuando lo supiera.

    Haca mucho calor en el mitin de la Plaza Artesanos. No pudimos acercarnos a la tribuna a causade la bicicleta, pero vi a bastantes conocidos, casi todos clientes de La Rancagina. Los de laimprenta El guila llevaban un lienzo pintado con el nombre de su sindicato. La Olga estabarealmente entusiasmada: aplauda a los oradores, cantaba, gritaba las consignas que coreaban losgrupos, compraba cuanto peridico o insignia le ofrecan los vendedores y cuando se hizo unacolecta para la CUT la vi sacar de la cartera un billete de cincuenta pesos que ech dobladito enla alcanca. Era tambin muy popular. Varios manifestantes la saludaron alegremente y ellapareca estar en un da de fiesta.

    Yo, en cambio, me aburr de lo lindo. Habra preferido estar con ella en otra parte, por ejemplo enel Parque Forestal, que se vea con sus altos rboles, desde la Plaza Artesanos; all, sentados enun banco, con las manos tomadas. La Olga not que me quedaba mirando a los carabineros quecustodiaban desde lejos la concentracin, o a los vendedores de hallullas y empanadas quecirculaban atropellando a los manifestantes, gritando sus productos sin ningn respeto por losdiscursos. Despus que habl Clotario Blest, me dijo:

    Si quieres nos vamos, Pato.

    Acept de buena gana y empezamos a abrirnos paso entre la gente. Luego de cruzar el puente delro, se sent en el fierro de la bicicleta y salimos en direccin al poniente, por el costado de laEstacin Mapocho. La tarde se haba puesto plcida y agradable, lejos del gento sudoroso de laconcentracin. Una brisa nos pegaba de frente y el pelo ondeado de ella a veces me cubra losojos. La Olga en su blusa y yo en mi camisa llevbamos sendas cintas rojas con letras blancas:CUT. Quizs por esto, al llegar a una esquina, un carabinero nos ech una mirada hosca. Bah,acaso uno no puede ponerse la insignia que se le da la gana? Bastante molesto, le sostuve lamirada al paco. Qu poda hacerme? La bicicleta tena patente, luz y freno. Tal vez uno nopuede llevar a su muchacha sentada adelante, en el fierro?

    Dej a la Olga en la puerta de su casa, despus que nos besamos un rato. Todos los das meseparaba de ella con un verdadero esfuerzo, pues era tan bueno estar a su lado. Yo ya habaempezado a perder un sentimiento de temor que me invada cuando estbamos juntos; unaespecie de tensin permanente, que me haca estar alerta, siempre en guardia para no decirtonteras o expresiones demasiado vulgares. Le tema a las torpezas con que se haba iniciado

  • nuestra amistad y muchas veces me tragaba un juicio, una opinin, porque algo me deca que a laOlga iba a chocarle. La escuchaba, en cambio, con inters, sin hablar yo, por largo rato. Yo sabaqu estaba obrando de un modo antinatural, como si me falsificara yo mismo, pero prefera eso asalir con alguna barbaridad que pudiera rebajarme a sus ojos.

    Ese estado de alerta permanente estaba desapareciendo en nuestras relaciones, y para ser msexacto, creo que empez a desvanecerse el mismo da que la bes por primera vez. No es que mesintiera el amo, pero si ella haba recibido mis besos como lo hizo, era porque me consideraba suigual. Eso me quit la sensacin de inferioridad y empec otra vez a ser yo mismo y a hablar condesenvoltura.

    Mientras bamos en la bicicleta y el suave viento nos pegaba en la frente y desparramaba loscabellos de la Olga, nos pusimos a proyectar un paseo a Cartagena. Un da en el mar con ella!

    Escucha, podemos hacerlo as, Olga: estoy arreglando el motor de un Dodge antiguo. Le dir adon Enrique que el domingo voy a probarlo y nos vamos a la costa. Pens que iba a saltar dealegra, pero no hubo nada de eso. No te gusta la idea, mi hijita?

    Me encanta! Pero no la del automvil. Imagnate que le pase algo y te metes en un lo. Paraqu?... Quin nos obliga a ir en automvil? Podemos ir como todo el mundo, en tren. Al fin y alcabo el gasto de los pasajes debe andar por ah con el de la bencina.

    No es lo mismo dije amostazado. Qu le va a pasar al coche? Si no fuera un choferexperto, no te lo habra propuesto.

    No lo dudo, Pato, pero no se trata de eso. No quiero que hagas nada que pueda perjudicarte entu trabajo. Adems, no somos burgueses no es cierto? Podemos ir perfectamente en tren.

    Era la segunda o tercera vez que escuchaba la palabra burgueses de labios de la Olga. Yo no tenabien claro quines son los burgueses, pero por algo que haba ledo, me imaginaba a hombresgordos y ricos, muy elegantes, con levitas y sombreros de pelo.

    Claro que no somos burgueses! protest indignado.

    Entonces...

    En un minuto lo arregl todo. Yo pagara los pasajes y ella se encargara del cocav, para que notuviramos que almorzar en restaurante. Nos iramos en el tren excursionista, a las siete de lamaana, y volveramos lo ms tarde posible, bien asoleados, llenos de oxgeno para todo elverano.

    Tienes traje de bao?

    Claro. Y t?

  • Tambin; es muy viejo, pero creo que servir.

    Bikini?

    No, Pato, claro que no.

    5

    Imposible describir la algaraba que reinaba el domingo en la estacin. Los microsdesembarcaban a grupos y ms grupos de viajeros que iban invadiendo los andenes, cargados desacos, bolsas de comestibles, frazadas, carpas, chuicos de vino, sandas y guitarras. Cuando eltren excursionista de las siete se coloc, una avalancha se precipit hacia las puertas. Tom deuna mano a la Olga y corrimos entre tanto viajero alegre. Logramos ocupar excelentes sitiosmientras la multitud se peleaba los asientos. Se oan voces, gritos, llamados; corran nios de unlado a otro y en escasos minutos el coche estuvo repleto.

    Nos toc el lado del sol, Sofanor...

    Bueno, mujer, hay que aguantarse. Siquiera tomamos asiento.

    Y tu prima, dnde va?

    Debe ir en otro carro. All nos juntaremos.

    La Olga estaba feliz como una chiquilla. Iba vestida con un sweater caf y unos pantalones decotel de color verde botella que moldeaban sus muslos. Me record la silueta de KatherinHepburn en una pelcula cuyo nombre he olvidado, pero no quise decrselo. Ella se senta partede esa multitud que llenaba el tren, que cantaba, que pelaba frutas con cortaplumas y sacabaracimos de uva de sus bolsas de papel. Algunos grupos cantaban canciones de moda y estoyseguro de que si la Olga las hubiera sabido, se habra incorporado a los coros.

    Cargado hasta los topes de pasajeros, el tren excursionista haba tomado un agradable galope. Lalnea se internaba entre enormes viedos y granjas avcolas, corra junto a extensiones queamarilleaban de trigo. En los techos de paja de los ranchos campesinos, los choclos dorados sesecaban al sol.

    Las estaciones comenzaron a desfilar: Maip, Padre Hurtado, Malloco, Talagante, El Monte,Chiigue, El Marco, Melipilla... Aqu el tren se detuvo y un ejrcito de vendedoras bienuniformadas se despleg a lo largo del convoy. Desde ventanillas y puertas, los viajeroscompraban sandwichs, dulces, frutas, queso.

    Quieres comer algo, mi hijita?

  • Nada. Tom un buen desayuno... Y llevo muchas cosas ricas para el almuerzo.

    El tren sigui su viaje. Las estaciones eran ahora ms grises, ms solitarias: Esmeralda, Puangue,Leyda, Malvilla. Por las ventanillas del tren empez a entrar un aire nuevo, picante y salado. LaOlga y yo nos miramos: era el mar, el primer mensaje del mar en esa maana luminosa, de fuertesol de verano. Llo Lleo, San Antonio. Algunos grupos bajaron bulliciosamente a los andenes y eltren sigui, corriendo ahora paralelo a la costa rota y abrupta, hasta que se divisaron las casas deCartagena.

    Con la chaqueta al brazo, colgando del hombro el saco con el cocav y llevando de la mano a laOlga, baj al pueblo, que herva de gente. En Playa Chica, en la terraza, una multitud incalculablejugaba entre las olas o paseaba, defendindose del sol con extraos sombreros y anteojos oscuros.Los excursionistas de nuestro largo tren tenan que abrirse paso casi a codazos. Formbamos uncurioso desfile de muchachas con pantalones, nios, mujeres gordas y hombres cargando chuicoso enormes sandas a la espalda. El lugar de la cita pareca ser Playa Grande, que es tan grande queni los excursionistas de cien trenes podran llenarla.

    La Olga y yo dejamos atrs la zona de los baos y seguimos caminando en direccin a LasCruces, cuyas rocas se divisaban en la lejana. Nos habamos sacado los zapatos y marchbamospor la arena mojada. A ratos una ola vena a morir junto a nuestros pies y con la espuma que sehunda en la arena, se soterraban enormes pulgas de mar. Ahora la playa estaba desierta.Habamos dejado atrs los baistas, los telones de los fotgrafos, la zona de carpas y hasta uncampamento de gitanos.

    Ests cansada?

    No, pero creo que por aqu podramos quedarnos.

    Ese lugar solitario iba a ser nuestro cuartel general. Dej caer el saco de provisiones y la chaquetay me tend de espaldas en la arena, con los ojos cerrados. El sol me araaba la piel, pero unaespecie de voluptuosidad me mantena debajo de sus rayos, con los prpados apretados,entregado a una suave modorra.

    Cuando abr los ojos, vi venir a la Olga en traje de bao, moldeado su cuerpo por la malla negra.La mir de un modo abarcador, como si yo hubiera sido uno de los jurados que eligen a MissChile. Y la eleg. Su cuerpo alto, sus hombros anchos, sus senos pequeos y levantados, sucintura, sus muslos, sus piernas, obtuvieron mi voto entusiasta.

    Cmo me encuentras?

    Increblemente linda. La flor de Playa Grande, la reina de Chile, Miss Universo...

    No me dej terminar. Se tendi sobre la arena, junto a m, y me aplast los labios con un besosalado y ardiente.

  • 6Me puse el calzn de bao y estuvimos ms de una hora en el agua entregados a un juegoenloquecedor. La coga de la cintura y la derribaba en la arena, junto a m, mantenindola sujetahasta que llegaba la ola y nos llenaba la boca y los ojos de espuma. Se me escurra como unpescado y rodaba sobre la arena gris y yo tena que alcanzarla. La arrastraba de los pies por variosmetros, entre risas y gritos suyos, la sujetaba de los hombros y besaba sus labios con gusto a mary su pelo lleno de granitos de arena. Senta la dureza de sus senos bajo mi pecho desnudo y paraevitar embarcarme ah en el acto de amor, corra mar adentro y daba unas cuantas brazadas.Luego volva donde ella y las cosas recomenzaban, cada vez ms terribles y peligrosas.

    Cuidado! Viene un hombre a caballo.

    Vena lentamente por la playa. Las patas del animal dejaban hoyos en la arena, que la primera olahaca desaparecer.

    Nos tendimos de espaldas y el sol nos sec rpidamente la piel. La Olga empez a sacar de labolsa pan, sandwichs, tomates, carne asada, queso, frutas y unos dulcecitos que haba hecho suhermana y nos lanzamos al asalto, como nufragos hambrientos. Hacia el lado de Cartagena lagente pareca una colonia de hormigas en Playa Grande. Nosotros estbamos solos, ramos losdueos absolutos de las dunas, de las olas, del sol que empezaba a dorar los hombros de la Olga ya hacerme picar el cuello, la frente y la nariz. A nuestra espalda, cerros, rboles de un verdequemado. Al frente, el mar como una lmina y en el horizonte algunas nubes que parecan barcosfantasmas.

    Feliz? me pregunt.

    El domingo ms feliz de mi vida, mi linda.

    No echars de menos el ftbol?

    Ftbol? Qu es eso?

    En la noche le preguntara a mi hermano el resultado del partido Colo Colo-Audax y me dira,como siempre, con su complicado lenguaje: El primer tiempo estuvo mahoma (queriendo decirms o menos); pero el segundo fue realmente maluenda (malo). Yo no soy muy pulido parahablar, pero Ral usa siempre una serie de trminos que no s de dnde saca. Desfigura laspalabras, cambia unas por otras, cuando vamos a un bar pide maltusiana en vez de malta, uncaonazo por una caa de vino o un clrigo en lugar clery; dice copacabana por copa, basoaltopor vaso y clarn por claro.

    Me tend de lado y ella se instal junto a m y puso su cabeza en mi pecho. La abrac y nosquedamos as no s cunto tiempo.

  • Qu hora es?

    Busqu sobresaltado el reloj.

    Son las seis.

    Las seis ya!... Ay, Pato, que triste es tener que volver, no poder quedarme siempre aqu, en laplaya, contigo y con este sol tan rico...

    De veras...

    Tener qu volver a Santiago, al calor, a las alzas...

    Mmm...

    Pero uno no se puede escapar de la vida, Pato.

    Esto s que es vida!

    Ya lo creo... Pero no para nosotros. Los ricos pueden veranear tres meses. Nosotros tenemosque contentarnos con el tren excursionista.

    Ves? No quisiste aceptar el Dodge...

    Se rio.

    Date vuelta, mira hacia Las Cruces. Voy a vestirme.

    Yo tambin.

    Lentamente volvimos por la playa, mi brazo rodeando su cintura, su cabeza doblada sobre mihombro. En el silencio maravilloso del mar, un ruido iba producindose al ritmo de nuestrospasos, un rumor que nos acompaaba, como si hubiera sido alguien de la familia. Al principio nosupe de qu se trataba, pero luego, escuchando con atencin, lo descubr: el roce de la tela de suspantalones, al caminar. No se por qu ese ruido me produjo un sentimiento tan grande de ternura.Ese ruido es como una especie de msica que llevo asociada a todos los recuerdos de la Olga.

    En la estacin, centenares de gentes esperaban el tren, hablando a gritos, algunos con vocesestropajosas de borrachos. Si se hubieran puesto boca abajo todos los chuicos y botellas de losexcursionistas, seguramente no habra cado ni una sola gota.

    Asaltamos el convoy antes de que se detuviera y otra vez tuvimos la fortuna de sentarnos. Lascaras de los pasajeros eran distintas, despus del da de playa. Se vean narices coloradas, comococidas a fuego lento, frentes cubiertas de cabellos desordenados, ojos soolientos. Las camisetasde los nios tenan manchas oscuras de sudor. Un olor cido y espeso llen el vagn, tan diferentedel salado aire marino que nos haba sorprendido en la maana. Junto a la costa oscura, la espumadel mar teja encajes blancos.

  • La Olga iba cansada. Le puse un brazo en la espalda, porque el asiento de madera era duro y unpoco ms ac de Llo Lleo, su cabeza cay sobre mi hombro, con respiracin acompasada: sehaba dormido. Su frente estaba quemada por el aire salado y por el agua del mar. Yo no supe a,qu altura del camino me dorm tambin, despus de la fatiga, el aire y el amor de ese domingomaravilloso.

    7

    A veces tuve la sensacin de que la Olga, por razones incomprensibles para m, me haca algunasdesconocidas. Es decir, me quitaba de golpe la confianza que crea haber obtenido de ella. Desdeluego en cuestiones de dinero era muy escrupulosa y jams quera dejarse pagar nada, como nofueran los diez pesos del micro, de vez en cuando. Un da fuimos al teatro Antonio Varas a ver"La viuda de Apablaza y a pesar de que opuse toda la resistencia posible, termin pagando suentrada.

    Pero, mi linda...

    Es intil, Pato. Eres un trabajador, igual que yo, tienes que ayudar a tu familia y no puedoaceptar que pagues. No te olvides de que yo tambin trabajo y aunque no gano mucho, siempreme las he arreglado para sacar una entrada a balcn en el teatro, por lo menos una vez al mes.

    Mi orgullo varonil sufra gravemente cuando estas cosas se producan. Pero la Olga saba hacerloolvidar. Bastaba una sonrisa, un beso, para que toda la molestia se desvaneciera de golpe.

    Unos das despus del paseo a Cartagena vi por segunda vez al desconocido de la chaqueta gris.Yo estaba conversando con unos amigos del laboratorio, de pie junto a la mesa que ellosocupaban, cuando entr en la fuente de soda y avanz hacia el mesn. La Olga se acercvivamente a l y cambiaron unas palabras. l le dio algo, me parece que un diario y sali.

    Me mord para no preguntarle quin era ese tipo y creo que hasta me puse colorado de purofastidio. Disimul todo lo que pude, pero cuando la Olga me dijo que no bamos a irnos juntos alas ocho, como era lo convenido, estall.

    Vas a salir con... con el otro? le pregunt muerto de celos.

    Con qu otro, Pato?... Supongo que no hablas en serio.

    Con el de chaqueta ploma, el que te trajo el diario dije envalentonndome.

    La Olga me mir a los ojos y guard un silencio tan prolongado que se volvi molesto,embarazoso. Se vea que ella no contaba con mis celos, con mi decisin de intervenir encualquiera de sus actos capaz de poner en peligro la estabilidad de nuestro amor.

  • Es un amigo... Casi un pariente dijo. Absurdo tener celos de l o de otro, Pato. Ya estiempo de que me conozcas un poco y sepas que no soy capaz de engaos y cosas as.

    Pero, mi hijita, nos bamos a ir juntos; llega ese seor, te dice algo y cambias de opinin...Cmo no quieres que no crea que fue l el que te hizo cambiar de planes?

    En cierto modo fue l... Me avis que tengo que hacer una diligencia muy urgente... Pero nadade lo que te imaginas, Pato.

    No contest. Me sent quebrantado, deshecho, con los hombros pesados, como el que vienesaliendo de una grippe. Me desped de ella, que se qued mirndome con una expresinpensativa, y volv al garaje.

    Trabaj de mala gana, a ratos con rabia, apretando las tuercas casi hasta hacerlas reventar,golpeando innecesariamente las herramientas.

    No tard en acercarse don Enrique.

    Qu le pasa, Pato?... Quiere romper ese chassis?

    Lo mir con odio. Gringo de mierda fue la respuesta que se me ocurri, pero me aguant y nocontest. Por lo visto, esa tarde estaba hecha para que yo lo soportara todo en silencio,tragndome mis sentimientos.

    La Olga no se alejaba de mi cabeza. Me senta traicionado... No estara tomando las cosasdemasiado en serio? Con qu derecho quera convertirme en dueo absoluto de su vida?Recordaba entonces Cartagena, sus besos, esa tarde que habamos dormido en las dunas, el unoen brazos del otro. Un amigo, casi un pariente, me haba dicho la Olga refirindose al hombre dela chaqueta gris. Pero se haba cuidado de no decirme cul era la diligencia que tena que hacercon l.

    Dej la llave inglesa con que estaba trabajando y me sent en el suelo. Yo tena que saber de quse trataba. No soy de sos a quienes se puede pasar gato por liebre. Y si la siguiera?

    La idea, una vez que se me fij en la cabeza, no pudo ser desplazada. No ignoraba a lo que meexpona, pues la Olga era orgullosa, y si llegaba a vislumbrarlo, las cosas podran echarse aperder. S, pero yo sabra. Sabra a qu atenerme y no seguira viviendo entre angustiosas dudas.

    Un poco antes de las ocho la vi salir de la fuente de soda. Haba dejado la bicicleta en el garage,para que no se convirtiera en un estorbo si ella suba a un micro o algo as. Pero se fue caminandoa pie por Maip y dobl hacia el oriente por Erasmo Escala. Yo la segua a prudente distancia.Empezaba a anochecer. El vestido azul con dibujos blancos de la Olga se destacaba contra lasparedes oscuras de las casas.

  • De pronto ella se detuvo, ech una mirada como para convencerse de que no era vigilada (yo meocult rpidamente en una puerta) y penetr en una casita. Me qued donde estaba, inmvil, conel corazn apualeado por los celos. Habra dado un mes de salario, no, mucho ms que eso, porestar en el interior de esa casa.

    Dos hombres que venan por la acera del frente doblaron en ngulo recto y se metieron tambinen la casa. Y el que an faltaba para completar mi racin de hiel lleg poco despus: el hombrede la chaqueta gris. Pas a mi lado sin parecer percatarse de mi presencia y se meti en la puertade la maldita casa.

    Esper sin moverme unos diez o quince minutos, pero no lleg nadie ms. Sal entonces de mirefugio y me puse a pasear, nervioso como el que espera un hijo. Pero yo esperaba unaexplicacin, no un hijo; algo que me devolviera la calma y la fe en la Olga, que tambaleaba en micorazn.

    Compr cigarrillos y me puse a fumar como chimenea. Slo fumo cuando estoy muy nervioso.En mis furiosos paseos por la cuadra, pase dos veces frente a la casa misteriosa. No se oa nada,nada anormal se vea.

    Poco antes de las diez, ya estaba oscuro y en esa calle no hay muchas luces, vi salir una pareja. Secruzaron conmigo, pasaron sin mirarme siquiera, pero yo los examin como si fueran dosenemigos con los cuales tuviera que medirme. Ella era una mujer madura, de unos cuarenta aos,no fea y bien vestida. Usaba cabellos cortos y unos anteojos con marco oscuros. El pareca unpoco ms joven y vesta como un obrero. La patilla le sombreaba la cara y sus ojos negrosbrillaban como los de los gatos en la oscuridad. Al llegar a la primera bocacalle los vi doblarhacia la Alameda.

    Luego salieron dos hombres jvenes, que iban hablando animadamente. Al pasar a mi lado, unole deca al otro algo as como: No me pareci una intervencin muy acertada.

    Cinco minutos ms tarde abandonaron la casa cuatro personas: la Olga, el de la chaqueta ploma ylos dos que yo haba visto llegar juntos. Estos dieron media vuelta y se alejaron. La Olga y el otrohombre siguieron hasta la esquina, caminando lentamente. All se dieron la mano. El parti haciala Alameda y ella cort hacia el norte, seguramente hacia Agustinas, donde viva.

    Nadie me haba visto. Pens correr y alcanzar a la Olga, pedirle una explicacin, arreglar nuestroproblema... Pero tena que pensarlo un poco ms. Volv lentamente y pas otra vez frente a lacasa. La puerta segua abierta. Haba una mampara humilde, con vidrios empavonados. Sala olora comida, a sopa recalentada, a repollo cocido.

    Emprend el camino de mi casa, sumido en los ms tenebrosos pensamientos.

  • 8Al da siguiente, apenas me atreva a mirarla de frente, agitado en mi interior como estaba por losms contradictorios pensamientos. Por un lado, me pareca que acababa de ensuciar la limpiahistoria de nuestro amor con esa persecucin y esa larga espera en la calle Erasmo Escala. Porotra parte, mis celos exigan perentoriamente una explicacin. Quines eran esas gentes queestaban con ella? Qu haban hecho en esa casa humilde y disimulada?

    Pens las cosas ms absurdas y oscuras bajo la presin de los celos y me dije mil veces que todose haba acabado, que nada poda tener yo de comn con una mujer capaz de participar en esasescenas que mi mente inventaba.

    Romper? No era tan fcil. La miraba atender a los clientes con la misma actitud de siempre ycuando entr, me sonri como todos los das. Esto me envalenton y le pregunt si podamosvernos esa noche. Ella accedi y qued de esperarla a las nueve.

    Prepar en mi mente los ms complicados alegatos, los discursos ms severos, llamndola a unaconfesin completa, condicin para que siguiramos juntos. Pero en el momento de enfrentarme aella, todo se hizo humo, empec a tartamudear y le ped casi con humildad que me dijera cul erala diligencia que la haba hecho romper su cita conmigo. La Olga vacil, me mir de un modoraro, muy grave, y me asegur que no haba hecho nada malo, nada que perjudicara nuestro amor.

    Pero no me exijas que te lo diga, porque no puedo. Se trata de un asunto reservado, que no meconcierne solamente a m.

    Claro grit, aturdido por su negativa, les concierne al de la chaqueta gris, a la mujer depelo corto y anteojos y a los otros cinco que estaban contigo en la calle Erasmo Escala!

    bamos caminando cuando le dije esto. Se detuvo, vacil, abri la boca como para decir algo,pero pareci cambiar de opinin. Luego reanudamos la marcha. Seguramente estaba haciendograndes esfuerzos para serenarse, porque fue por lo menos una cuadra ms adelante cuandohabl.

    Me seguiste, Pato. Eso me irrita mucho, porque significa que no tienes la menor confianza enm. Y en estas condiciones, es mejor que nos digamos adis.

    No respond, aunque sus palabras me hicieron entrever algo como un abismo donde nada podraimpedir que rodara. Y creme que lo siento, Pato sigui diciendo porque haba llegado aquererte y a hacerme ilusiones... tuvo una risita sardnica, ilusiones... Te conviene buscaruna muchacha que te inspire confianza para creerle lo que te dice y as no tengas que espiarlaComo un polica.

    Yo mantena obstinado silencio.

  • No dices nada, Pato?

    Nada... Yo tambin puedo quejarme de tu falta de confianza... No veo que tengas cosas tanterribles que no me las puedas confiar.

    Anduvimos otra cuadra en silencio. En la esquina, la Olga se detuvo.

    Bueno, no hay necesidad de que sigas. Su voz era glacial. Tengo que empezar aacostumbrarme a andar sola. Hasta luego, Pato.

    Hasta luego dije, procurando adaptar el tono de mi voz al de la suya.

    Ella sigui caminando y yo me qued en la esquina, parado como un imbcil, pensando que seme derrumbaba todo, que a partir de ese momento los das se me volvan vacos.

    A la distancia vea an el vestido azul de la Olga. Me dieron ganas de correr, de alcanzarla ypedirle que lo olvidramos todo, que empezramos de nuevo. Pero me retuvo la certeza de queeso en nada podra cambiar las cosas. Ella seguira manteniendo fieramente su independencia yyo sufriendo de celos. No, quizs era ms sabio cortar por lo sano, aceptar la situacin como lahaba propuesto la Olga.

    Olvidar. Eso era todo. A eso haba que dedicar todos los esfuerzos. Apretar los dientes unos das,apartarse de los lugares donde ella estaba, buscar distracciones. Eso era, buscar distracciones.

    Llegu a tiempo a comer. Mientras tombamos la sopa, Ral comenz a hablar de salir a dar unavuelta. Yo saba lo que eran esas vueltas. Se empezaba en el bar Nuevo Mundo, donde por logeneral estaban sus amigos. Despus de despachar unas botellas o un par de jarros de borgoacon frutillas, se segua la fiesta en alguna quinta o en un saln de baile. Qu ms daba? Meembarcara con l.

    A dnde vamos a ir? pregunt un poco intilmente.

    Al Nuevo Mundo.

    Me sent desalentado.

    Est muy lejos...

    Nos vamos en un microbio (Quera decir un micro).

    Bueno, vamos.

    Esa noche me convenc de lo absurdo que es pretender olvidar con unos cuantos tragos. Mientrasms beba, menos incorporado me senta a la fiesta de mi hermano y sus amigos. La Olga no seapartaba de m. Entre vaso y vaso, su rostro grave de la despedida, sus hombros anchos, las ondasde su pelo parecan hacerse presentes. Recordaba sus palabras, sus besos, las horas del domingo

  • maravilloso en Cartagena, el roce de sus pantalones de cotel. Mi lengua se volva estropajosa,pero su imagen en mi pensamiento permaneca absolutamente clara. A ratos me vena como unarfaga de desesperacin, la sensacin del trmino de todo. Entonces me beba dos vasos seguidos,sin tomarles el sabor. Como a travs de una cortina de niebla, los oa comentar.

    Tu hermano tiene buen declive.

    S, as lo veo... Se me ocurre que ha peleado con su amorcito.

    Era buena la mina?

    No era mina, era novia... Parece que le peg el cadenazo.

    No supe bien cmo salimos del bar y llegamos a un saln de baile, medio vaco, en la calle SanPablo. Unas mujeres pintarrajeadas como payasos vinieron a sentarse en nuestra mesa. Ral y susamigos salieron a bailar y me encontr solo con una de ellas. La mir entre la niebla de laborrachera y a la escasa luz del saln y vi unos ojos negros muy grandes en una cara flaca yangulosa, con los pmulos salientes escandalosamente pintados de rojo.

    Usted no baila, mi hijito?

    No dije no bailo, estoy muy triste.

    Quera que esa mujer me compadeciera, que todos me compadecieran, que el mundo enterotuviera lstima de m.

    Por eso ha tomado tanto reflexion ella.

    S, y seguir tomando toda la noche y maana tambin, hasta que las velas no ardan.

    La mujer llen de vino su vaso y el mo.

    Salud dijo.

    Bebimos y ped otra botella.

    Y por qu est tan triste?

    No saba si la mujer tena inters en conocer la causa de mi pena o si todo era un pretexto paraquedarse conmigo, bebindose mi vino. No me gustaba su cara de pescado, su boca con variosdientes menos ni el olor de una horrorosa esencia que se haba puesto en el vestido. Pero queracontarle los orgenes de mi dolor, como si yo hubiera sido uno de esos compadritos de los tangos,que eligen los figones para vaciar su tonel de lgrimas.

    Me enga dije. La Olga expliqu como si ella supiera quien era la Olga. Descubrque me engaa miserablemente, en una casa de la calle Erasmo Escala...

  • Segu contndole mis desgracias y cuando la mujer me pregunt qu pensaba hacer, me sent tanconfuso que le dije que no saba.

    No la va a marcar, mi hijito, para que aprenda a serle fiel?... O por lo menos a l?

    A quin? De quin diablos hablaba esa mujer?

    A l, al querido...

    Me ech a rer.

    No es uno, para que vea... Son varios... Son por lo menos cinco los que estaban con la Olga enErasmo Escala.

    Es bien reputaza entonces!

    Escuch el comentario sin saber a quin se refera. Es seguro que si lo hubiera comprendido, lehabra hecho pagar caro el adjetivo.

    Los bailarines haban vuelto a la mesa y mi hermano tuvo lstima de m.

    Ya, Pato me dijo, pegumonos el ltimo pen- cazo antes de irnos. Ests ms borra que unacafetera.

    9

    Los das que siguieron fueron los ms difciles para m. El hbito encaminaba mis pasos haciaLa Rancagina, pero a medio camino me detena y regresaba al garaje dicindome que nadatena que hacer all, que la Olga ya no exista para m. Si quera tomar un caf o una plsener, ibaa otra fuente de soda, aunque tuviera que andar un par de cuadras ms.

    Sin embargo, qu ganas terribles tena de ir! Verla aunque fuera de lejos, saber cmo estaba, sinuestra separacin la haba afectado en algo, si sufra como yo, si pensaba en m.

    Esta situacin dur ocho das, ocho das que fueron como ocho aos. En el trabajo, era imposibleapartarla de mi pensamiento. Me propona hacerlo y cuando consegua que el arreglo de unradiador o de un carburador tapado me mantuviera veinte minutos con ella fuera de miimaginacin, me senta como el vencedor de una prueba de resistencia. No haba reincidido en elvino, que al fin y al cabo en nada me haba ayudado.

    Digo que despus de ocho das de torturas, en que apenas dorma, decid volver a la fuente desoda, sin llevar un propsito definido. Lo que quera por sobre todo, era verla. Llegu a las seis

  • de la tarde, despus de la hora de once, cuando La Rancagina empieza a llenarse de vecinosen camiseta que van a sentarse ante una botella de cerveza y un domin.

    Cuando entr, lo primero que vi fueron sus ojos que estaban fijos en la puerta, comoesperndome. Con la indiferencia ms estpidamente simulada, me sent en una mesa, despusde saludar con la mano a don Pedro.

    Qu le pasaba, Pato?... Estaba enfermo?

    No dije. Estaba muy ocupado.

    Con gran lentitud, ella dej su puesto del mesn y se acerc a m... Se detuvo junto a la mesa yme pregunt con gran naturalidad, como si no me viera desde el da anterior.

    Qu te vas a servir, Pato?

    La mir a los ojos.

    Podremos hablar cuando salgas?

    No querrs insultarme otra vez...

    No, Olga, quiero hablar contigo... Quiero pedirte... Bueno, despus te lo dir.

    Salgo a las ocho.

    Gracias... Me das una plsener?

    Me trajo la botella y el vaso y volvi al mesn. Me beb la cerveza y sal despus de hacerle unsaludo, que me contest con una sonrisa.

    Volv al garaje con tan mala suerte que apenas me vio, el gringo me hizo una sea.

    Pato, arrgleme el carburador de este coche, que se pasa; aproveche para limpiarlo; tengo queirme a casa en l, porque el mo se lo prest al doctor Cerda...

    Al tiro, don Enrique?... Es muy re tarde ya.

    S, inmediatamente.

    Mir al gringo que se alejaba. Me iba a hacer fallar a la cita con la Olga, el desgraciado? Corr aponerme el overol y a traer las herramientas. Levant el capot, era un tremendo Buick antiguo, ymir: en realidad el carburador estaba por fuera mojado en bencina... Claro, el flotador roto, llenode bencina, se va al fondo y se rebalsa el depsito: hay que soldarlo y cambiar la empaquetadura.Por suerte era un coche de modelo viejo y desarmar el carburador para limpiarlo no es nada delotro mundo, como ocurre con los modernos, que hasta una lnea elctrica tienen.

  • Saqu el filtro del aire y la varilla del acelerador con sus resortes: retir la parte de arriba ycomprob mi diagnstico: el flotador hundido dejaba suelta la pepa que obtura la entrada de labencina: afuera el eje del flotador! Lo sequ con guaipe, cosa que el gringo nos haba prohibido,porque deca que las pelusas obstruyen las caeras, pero esas son payasadas. Claro, estabadesoldado. Puse una gota de soldadura preparada y enchuf el cautil elctrico. Listo. Otro pocode guaipe enrollado en el destornillador y asear el "Venturi; ahora la mariposa; eldestornillador especial, afianzador de chicleres: fuera el afianzador, fuera el chicler. Sopl yluego chup: el aire pasaba bien. Listo, a su puesto.

    Qu hora sera? Para m la entrevista con la Olga era ms importante que este horrendo Buick,que el gringo, que el garaje y que el mundo entero.

    Qu hora tiene, maestro Soto?

    Las siete diez.

    Tena que trabajar rpido. Estaba listo el de baja; repet la operacin con el de alta. Un pocode vetumine y una tijera: en un segundo recort una nueva empaquetadura. Arm y un, puse elfiltro, cerr el capot y sub al volante, di contacto y apret el botn de partida; dej calentar, puseel motor en marcha y aceler... Esa porquera no era un auto, era una verdadera carreta!

    Por qu no acelera, me pregunt, cuando la alimentacin est bien? En ese momento se acercabael gringo,

    Est listo, Pato?

    No s qu diablos le pasa que no acelera...

    Ah, claro dijo don Enrique; el doctor Cerda me advirti que no aceleraba; me olvid dedecrselo.

    Gringo del diablo! Por suerte lo dije entre dientes y no lo oy. Pens que si no aceleraba con eldepsito rebasando era porque la bomba de pique estaba mala. Tuve que desacoplar caeras yagregados para disponer del carburador suelto; destornillar tuercas y contratuercas; saqu elmbolo con su vstago, resorte y gomas; ah faltaba un pedacito. Fui a pedirle gomas de repuestoa don Enrique. Y el reloj corra!

    Maestro Soto, por favor: dgame la hora.

    Falta un cuarto para las ocho.

    Gracias.

  • Arm, coloqu, acopl lo ms rpidamente que pude. Luego me puse a bombear repetidamentecon el acelerador. Cuando lo puse en marcha, el Buick peg un salto, porque en mi impacienciahaba pisado el acelerador a fondo.

    Listo, don Enrique! grit.

    Recog las herramientas y las ech al lote en la caja; al da siguiente habra tiempo de arreglarlas.Me lav en un minuto y me saqu el overol en treinta segundos; me puse mi ropa y sal delgaraje, pensando en las cosas que iba a decirle a la Olga. A las ocho en punto llegu a LaRancagina. La Olga me vio, tom su cartera y sali.

    Caminbamos muy serios, sin que yo pudiera hallar la manera de comenzar. Escudriaba la carade la

    Olga buscando algo especial, huellas de lgrimas, rastros del dolor de la separacin, el mismoque yo haba sufrido.

    Olga pude decir por fin, lo he pasado muy mal. Estos das han sido terribles...

    Y t crees que yo he estado en un lecho de rosas?

    La mir con gratitud. Ella tambin haba sufrido por nuestra separacin.

    Olga, quiero pedirte otra oportunidad. Me port como un bruto, pero yo no soy as... Los celosme volvieron loco...

    Ella comprendi que iba a ser muy difcil para m seguir monologando.

    Lo comprendo, Pato, no creas que no me doy cuenta. Y, adems, te dir otra cosa: para m estosdas tambin han sido espantosos y si no hubieras venido hoy a la fuente de soda, maana tehabra mandado una carta que te tengo escrita desde ayer... No podemos seguir atormentndonos,Pato... En cuanto a lo de la otra noche, quiero explicarte.

    No me expliques nada le interrump. Nunca volver a seguirte, jams te preguntar nada ytendr absoluta confianza en ti.

    Sus ojos brillaron de alegra.

    Crees que puedo darte un beso aqu, Pato, sin que sea demasiado escandaloso?

    Caminamos unos pasos para alejarnos del foco y la bes y la estrech en mis brazos. Por la aceradel frente iban pasando dos muchachos y nos gritaron algunas chirigotas. Pero no separamosnuestras bocas en unos cuantos minutos.

    Se cogi de mi brazo y seguimos andando.

  • Pato, no tengo ganas de irme a la casa... Qu te parecera que nos furamos de farra, a comerjuntos? Yo tengo plata.

    Y yo tambin dije. Claro, mi hijita, esto hay que celebrarlo. Qu tontos hemos sido!...Pasar estos ocho das sufriendo!... Conozco un restorancito en la calle Rosas...

    Donde quieras, Pato. Donde me lleves, estar feliz.

    Es increble la rapidez con que uno pasa de un estado a otro. Unas horas antes, yo andabadesesperado y mi nica aspiracin era que la imagen de la Olga se apartara por unos pocosminutos de mi pensamiento. Ahora me senta tan feliz! Los largos das de desaliento estabanlejanos, ya olvidados definitivamente. La Olga y yo ramos como personas nuevas, sin problemasen la trastienda.

    Nos instalamos en el bolichito de la calle Rosas y pedimos asado con ensalada de tomates, queapenas tocamos. Ped una botella de vino para celebrar la reconciliacin y le cont cmo la nochede la pelea haba bebido para olvidar... La Olga se indign.

    He pensado tanto estos das! Creo que yo fui la culpable de todo, Pato, porque no tuveconfianza en ti. Claro que el secreto no era solamente mo, como te lo dije esa noche, pero detodos modos yo deb confiar, deb estar segura de que t nunca podras traicionarme...

    Mi hijita, naturalmente que jams traicionar tu confianza... Pero no tienes ninguna necesidadde decirme nada...

    No. De todos modos te lo voy a decir, Pato... Slo que no s cmo empezar... Bueno, lareunin que tuvimos en la calle Erasmo Escala no era una fiesta como t lo creste, sino unasesin poltica, entiendes?

    En mi cabeza se haba hecho la luz casi antes de que la Olga me dijera eso. Imbcil de m!Cmo no se me haba ocurrido antes!...

    El Partido? pregunt.

    Me contest afirmando con la cabeza.

    Yo que nunca haba tenido nada que ver con la poltica, mir a la Olga bajo una luz nueva, en laque no faltaba la admiracin. Era eso, finalmente. El Partido.

    Perseguidos en todas partes, tenan que esconderse para celebrar sus actos, tomar precauciones,avisarse secretamente los lugares de reunin. Y yo pasendome ante la casa de la calle ErasmoEscala, mirando como un loco a los que salan de la reunin!

    Con razn, en medio de su furor, la Olga me haba dicho que pareca un espa de la polica!

  • Segunda Parte LA COMPAERA OLGA

    1

    EL DISGUSTO CON PATRICIO me haba puesto nerviosa, para que voy a negarlo. En la fuentede soda las cosas no anduvieron bien. Una parte importante de mi trabajo consista en sonrer, enatender a todos los clientes con una sonrisa cordial. Esto no me costaba mucho, en realidad, puescasi todos son gente simptica, buenos muchachos: los de la imprenta, los del laboratorio, los delgarage y los vecinos que suelen acudir, en mangas de camisa, a tomarse una cerveza. Pero esosdas no poda sonrer. Me haca falta Patricio, que se haba alejado tan estpidamente. Pero qupoda hacer? Le dira que sus celos no tenan razn de existir, que la casa de la calle ErasmoEscala no era un centro de diversin y que el hombre de la chaqueta gris, de quien parecaparticularmente receloso, no tena conmigo ningn vnculo amoroso?

    Tampoco andaba mejor en mi trabajo poltico. Falt a una reunin de base sin motivo, es decir sinotro motivo que mi estado de nimo. No habra podido concentrarme, escuchar con la cabezaclara las intervenciones de los compaeros.

  • Tuve intencin de ir a conversar con Green (no se llama as, pero ese es su nombre en lailegalidad) y pedirle consejo. Era el nico amigo que podra haberme dado una idea atinada.Pens en los dems compaeros de la base. A algunos no los conoca muy de cerca, ntimamente.La compaera Ofelia, en cuya casa celebrbamos nuestras reuniones, no creo que hubiera podidodecirme mucho. Me habra servido una taza de t (a veces haca largas colas para no privarse del), me habra mirado por debajo de sus cejas finas y seguramente me habra dicho: S, Olga,sigue los impulsos de tu corazn. Qu importa que ese joven no sea miembro del Partido? Luegolo ganars y todo se arreglar. Es decir, Ofelia me habra dicho precisamente lo que yo ansiabaescuchar.

    Pens en Lucho Castillo, un obrero ferroviario, hombre recio, de cuarenta y cinco aos, quedespus de militar mucho tiempo en nuestra base, haba sido promovido a un importante trabajosindical; pero nunca nos abandon y cada semana llegaba a nuestras reuniones, como decostumbre. Muchas veces habamos hablado de poltica y de las cosas simples de la vida. Un dadomingo, a la salida de una concentracin en el Caupolicn, me invit a almorzar. Viva en laAvenida Matta, en una casa pequea, limpia y extraordinariamente cordial. Recuerdo que pasuna tarde perfecta entre su compaera y sus hijos. En esa casa se respiraba hospitalidad y unadevocin a nuestra causa que me penetr como una emocin. Castillo haba estado en la UninSovitica, despus de la guerra, y tena una fe inquebrantable en esa tierra, en sus hombres, en loque all se estaba haciendo.

    Qu me habra respondido Castillo en el caso de llegar a plantearle un problema sentimental?No es que no fuese comprensivo, por el contrario. Pero adivinaba su respuesta, su solucin:Claro, compaera Olga, su problema es serio, todos los problemas del corazn lo son,indudablemente. Tiene que examinarse mucho, analizar sus sentimientos y ver si son bastanteprofundos o si simplemente se trata de una... perturbacin pasajera. En ese caso, compaera,pngase a trabajar, tome ms tareas polticas, concrtese a ellas y olvdese del hombre. En laUnin Sovitica, una muchacha en el caso suyo...

    Se habra extendido mucho, explicndome cmo all la juventud, sin dejar de lado las cuestionessentimentales, dedica una gran parte de su tiempo a la poltica, a la cultura, al arte, a hacer cadada ms grande al Partido y al socialismo.

    La otra compaera con quien haba llegado a tener cierta intimidad era Sonia Torrealba, laescritora. Me haba regalado un ejemplar de su novela La red vuelve vaca, que no meentusiasm mucho. La encontr abstracta, demasiado intelectual, como era la propia Sonia.Algunas veces, despus de las reuniones, caminbamos unas cuantas cuadras juntas o entrbamosa tomar un caf. Yo s que detrs de su pelo corto y rizado y de sus anteojos de montura ancha, deconcha, se ocultaba una mujer sencilla, un poco solitaria desde que se haba separado de sumarido, una mujer quizs ansiosa de ternura. Pero su aspecto intelectual subsista siempre, comouna mscara o una coraza, en su casa, en las reuniones, en sus libros y en sus intervenciones

  • polticas, que a veces se me haca difcil seguir (Creo que a la mayora de los camaradas lesocurra otro tanto).

    Qu me dira Sonia una vez que le hubiera expuesto mi problema? Ya me lo imagino...Empezara por preguntarme quin era Patricio y cuando yo le dijera que era un muchacho simple,poco cultivado, ajeno a la poltica y contagiado con algunas de las tonteras que se ven en laspelculas, hasta algo vulgar en ciertos aspectos, Sonia, con una mueca desdeosa me conminara:Lrgalo, Olga; ese no es el compaero que t necesitas. Tu hombre aparecer en el momentojusto. Espera. Habra sido intil argumentarle que yo no era una intelectual, como ella, sino unaempleada modesta. Su veredicto implacable sera: Espera.

    Pero es el caso que yo no quera esperar, porque alguien, mi propio corazn, me deca quePatricio era mi hombre, a pesar de todos sus defectos, y que no deba dejarlo irse por una simplecuestin de celos. Quizs haba llegado el momento de decirle quin era yo y por qu iba una vezpor semana a la casa de Erasmo Escala.

    Y Green, qu me habra dicho Green? Tampoco era difcil suponer su actitud. Habra metido lamano en el bolsillo de su chaqueta gris, tan vieja y gastada, y sacado la pipa antes de pronunciaruna sola palabra. Luego habra empezado a hablar lentamente, con los ojos bajos, como si no sedirigiera a nadie en particular. De vez en cuando levantara los prpados y me clavara sus ojos,grises como su chaqueta.

    Seguramente me habra dado consejos excelentes, capaces de aliviarme de mi tensin. Siemprehaba sido mi pao de lgrimas y el de casi todos los compaeros de la base... Pero yo no podaconsultarlo sobre un asunto de esta naturaleza.

    Es que una mujer sabe cuando le gusta a un hombre. No quiero decir que Green estuviera locopor m, no, nada de eso. Pero una nota ciertas cosas, el modo de mirar, la voz que se suavizacuando se dirige a una, las atenciones mnimas. En todo se conoce. Green es cordial con todos yparticularmente amable con las otras dos mujeres que pertenecen a la base, Sonia Torrealba y lacompaera Ofelia. Pero en su trato conmigo hay una cosa tierna muy especial, que posiblementelos camaradas no adviertan, pero que yo no puedo dejar de notar. Parecera que estoy hilandomuy delgado, pero yo s, por lo menos en lo que se refiere a m, distinguir el lmite entre lacortesa de un hombre y sus otros sentimientos... Muchas veces me di cuenta de eso, aunqueGreen haca lo posible por ocultar cualquier emocin. En fin, yo s, y eso es bastante.

    Por qu Green, si es que yo no estoy equivocada, no ha tomado el nico camino lgico en estoscasos? Sencillamente porque es un hombre honesto. Es casado y jams se atrevera a ofender auna compaera hablndole de amor, aunque se estuviera quemando en las llamas msabrasadoras. Con su aspecto sencillo, Green es un militante ejemplar y en el Partido se le tieneuna alta estimacin. Pienso que los sentimientos que involuntariamente le he inspirado debenhaberle causado ms de un trastorno.

  • Tiene flaquezas? Supongo que es un hombre como todos, pero sabe apretar los dientes ymantener ntegras sus decisiones. Eso lo vi un da que Green, otro camarada de la base y yofuimos a cumplir una tarea partidaria bastante arriesgada.

    Fue un domingo. Fingindonos representantes de una casa vendedora de ampliacionesfotogrficas, nos metimos subrepticiamente en un fundo cerca de Melipilla, una de las muchaspropiedades del senador Maury. Estbamos de acuerdo con un inquilino que simpatiza con elPartido y recorrimos una buena parte de la propiedad hablando con los campesinos, conociendosus problemas y sus miserables condiciones de vida, para denunciarlos despus en la prensapartidaria. Haba que trabajar rpido, porque en cualquier momento los capataces de Maurypodan descubrirnos. Mientras el compaero Esteban y Green hablaban a los grupos de inquilinosque haban acudido, instndolos a constituir un sindicato y a buscar contacto con los peones delos fundos vecinos, yo conversaba con las mujeres, les daba diarios y revistas y unos caramelospara sus nios.

    Al atardecer, el inquilino amigo nuestro vino a avisarnos que la cosa se volva difcil. Alguienhaba delatado nuestra presencia y el carcter de nuestras conversaciones con los campesinos y elsenador Maury estaba haciendo ensillar su caballo para salir a buscarnos, rebenque en mano yquizs tambin pistola al cinto. Maury tiene fama de no hacer las cosas a medias. Ni susnegocios, para los cuales la senatura le sirve mucho, ni esa especie de repblica centroamericanaque mantiene en su hacienda. Nos miramos, inquietos.

    Vengan conmigo nos dijo el inquilino. Voy a esconderlos por ah, mientras pasa eltemporal.

    Nos condujo a una especie de cobertizo con dos murallas medio derruidas, donde se guardabapaja para los animales. Qudense aqu, bien escondidos. Volver cuando no haya moros en lacosta.

    Tardaron varias horas los moros en alejarse de la costa, mientras nosotros, cubiertos a medias porla paja, esperbamos en silencio. Yo no puedo decir que estaba tranquila. El corazn me saltabapensando en lo que podra ocurrir si el senador Maury nos encontraba. Supongo que estaraplida y visiblemente alterada. De pronto pensaba en Maury como en un inquisidor que, desorprendemos, iba a encadenarnos en un subterrneo de su hacienda y luego a torturarnos confierros calentados al rojo para que confesramos nuestros siniestros propsitos... Luego, bajandoa la realidad, pensaba en los carabineros de Melipilla, quizs en los agentes de investigaciones, decuya ferocidad haba testigos en nuestra propia base... De pronto sent una mano sobre mi brazo.Una mano clida y amiga cuya presin me deca que estuviera tranquila, que nada malo iba apasarnos. Volv la cara y entre la penumbra me encontr con los ojos de Green. Movi la cabezasuavemente, de arriba a abajo y desde ese mismo instante sent que no haba nada que temer.Estbamos muy cerca, tendidos en la paja, no slo por lo reducido del lugar, sino tambin porqueel peligro aproxima a la gente. Hasta m llegaba el calor que emanaba del cuerpo de Green.

  • De pronto desapareci la presin de su mano sobre mi brazo e inmediatamente me invadi denuevo la intranquilidad, como si ahora todas las posibilidades siniestras volvieran. Fui yo la quebusc entonces su mano. Green oprimi la ma y su calor volvi a infundirme nimo.

    Ms tarde nuestro amigo vino a rescatarnos y nos condujo por alejados atajos hasta el camino,donde nos sentamos en tierra, bajo las estrellas, a esperar un micro que nos llevara a Santiago.Habamos dejado puesta una semilla en el feudo del senador Maury y en mi interior exista unaespecie de turbacin tierna.

    Nunca ms volv a recibir de Green sino esas muestras sutiles, imperceptibles a los ojos ajenos,pero que a m me indicaban que sus sentimientos haca m estaban sometidos a un controlriguroso.

    Por eso no poda consultar con Green el problema que haba surgido en mis relaciones conPatricio.

    2

    Pero lo ms interesante fue que las cosas se arreglaron solas. Mi desconcierto persista, pero nohabl de Patricio con ninguno de los compaeros de la base. No me atrev a hacerlo tampoco conmi hermana. Chela es una de esas personas que se aferran a un pasado mejor, digamos social yeconmicamente un poco ms elevado, y se quedan viviendo en l, dando la espalda a la realidad.

    Chela es ocho aos mayor que yo y cuando murieron nuestros padres y quedamos en la miseria,con un montepo tan ridculo que da vergenza mencionarlo, se empe en sacrificarse para queyo continuara estudiando. Desgraciadamente la defraud. No pude llegar ms all del cuarto aode humanidades. Es decir podra haber continuado, pero a costa de que mi hermana se gastara losojos cosiendo toda la noche y todo el da. Le dije que no y busqu empleo. Esto la afect mucho.

    Pero el golpe de gracia para ella se produjo cuando dej, despus de varias tentativas demantenerme en un plano de decencia, el trabajo de secretaria en distintas oficinas, para entrar enuna fuente de soda. Yo no lo haca porque ansiara cambiar mi situacin de empleada por la deobrera, no. Eso habra sido vano y ridculo. Chela no me reproch directamente el paso queacababa de dar. Se limit a suspirar y mir un retrato de nuestro padre que colgaba en la pared.

    Si l hubiera visto esto! dijo Qu golpe, Olga, qu golpe!

    No quise discutirle, porque no me gusta perder el tiempo. Ella sufra, haca mandas y meencomendaba a los santos cuando empez a adivinar que mis rebeldas de muchacha se habanencauzado por un camino organizado. Nunca me pregunt si haba entrado al Partido, perosupongo que no le cupieron dudas cuando vio los libros que yo llevaba a casa y los diarios que

  • lea. Yo s que temblaba y se torturaba cada vez que haba una huelga o una concentracinpoltica y yo tardaba en llegar a casa. Se condola de que yo, hermana suya e hija de un oficial deejrcito, viviera entre rotos y trabajara sirviendo a obreros mal vestidos, grficos con lasmanos sucias de tinta, a gentes que ella consideraba de condicin inferior.

    Habras preferido que siguiera trabajando con el corredor Manrquez, aunque tuviera queacostarme con l?

    No respondi. Frunca las cejas, porque le disgustaba mi costumbre de llamar a las cosas por susverdaderos nombres. Ella prefera no hablar de asuntos de esta naturaleza y si obligadamentetena que hacerlo, empleaba en su lenguaje los eufemismos ms divertidos. Y con todas susaejeces, aun viviendo mentalmente una vida tan alejada de la realidad y de la verdad, Chela esde una bondad conmovedora, de una adhesin a m que va ms all de sus deseos de conservar laintegridad de una familia venida a menos y casi desbaratada.

    De mi asunto con Patricio era poco lo que saba. Varias veces nos haba sentido llegar juntos,besarnos en la puerta, antes de que yo entrara, y luego partir el Pato en su bicicleta. Me imaginoque el solo hecho de estar enamorada de un ciclista debe parecerle tan inverosmil como si loestuviera de un mau-mau. As pues, Chela me vio preocupada, ms silenciosa de lo que me eshabitual y supongo que a veces me oy llorar un poco, con la boca apretada contra la almohada.Pero me guard muy bien de contarle cosas que no habra podido comprender. Para qu? Habracomenzado por preguntarme quin era, si perteneca a una familia decente, en qu trabajaba. Yme parece ver su gesto al saber que era mecnico en un garage, un obrero que se vea muy biencon su traje azul, cruzado, pero nada ms que un obrero.

    A veces me pongo a pensar que me porto mal con Chela. Me disgusta mucho hacer este tipo deautocrtica, quizs porque cada vez que pienso en mi hermana llego a la conclusin de que soyegosta con ella. Si me inquietan los pesares de los compaeros, tambin debera preocuparme loque amarga a mi propia hermana. Pero qu puedo hacer? Si yo la abandonara para vivir una vidasuperficial, la vida ms corriente entre las mujeres de mi edad, la falta sera grave. Pero no me healejado de ella y de su insignificante manera de vivir para entregarme a la frivolidad, sino a unacausa grande. A veces me digo que al participar en la lucha del Partido, trabajo tambin para ella,para arrancarla un da, quizs cundo! de su pequeo mundo fosilizado, de sus doce horas diariasde coser en casa. Porque ni siquiera ha tenido coraje para aplastar los prejuicios y emplearse enun taller, donde ganara ms y trabajara menos.

    Las cosas se arreglaron la noche que el Pato me fue a buscar. En medio de mi alegra y sin que lme lo preguntara, le dije lo que en realidad hacamos en la casa de la calle Erasmo Escala. Quizsfui indiscreta, pero cuando se lo cont a los compaeros y les di a conocer mis proyectos deincorporar a la base a Patricio, encontr en ellos la ms maravillosa comprensin.

    Claro que antes de llevar al Pato a una reunin, habl mucho con l de poltica. Reciba las cosascon un entusiasmo conmovedor. Empez a comprender quines ramos y qu queramos. Le

  • prest algunos libros, los ms elementales que encontr y los que me aconsej Green. Loscamaradas saban todo y seguan conmigo, paso a paso, los progresos del compaero en potencia.

    Cuando juzgu que Patricio estaba preparado, una noche lo llev a una reunin. Estaba nervioso,terriblemente excitado. Yo haba desaparecido de su imaginacin, reemplazada por la i