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1 LAS CRISIS DURANTE LA FASE DE MODERNIZACION PERIFERICA ” (a partir de 1976 hasta 1995) 1 De “Historia de las Crisis Argentinas ”, Antonio Elio Brailovsky, Buenos Aires, Editorial de Belgrano, 1997 2 . "Pero el señor Lebetzniákov, que está al tanto de las nuevas ideas, me ha dicho que la compasión está prohibida por la ciencia, y así se practica en Inglaterra, donde existe la economía política." (Fiodor M. Dostoyevsky: "Crimen y castigo", Madrid, Aguilar, 1957.) EL MODELO DE PAIS La fase de desarrollo que se inicia a partir de 1976 se caracteriza por haber abandonado el proyecto de industrialización y de autarquía económica que funcionó, con grandes altibajos, a partir de la crisis de 1930. En muy poco tiempo, se reacomoda completamente el aparato productivo del país, debido a una política económica basada en bajos salarios, bajos aranceles de importación y tasas de interés inicialmente muy elevadas. Un cambio sustancial es el que ocurrió en el rol del Estado. Se pasa de un Estado que juega importantes roles en el sistema de producción, distribución y consumo, a un Estado que abandona su rol protagónico. El Estado deja de cumplir funciones empresarias, que transfiere a las empresas privadas y también declina funciones sociales, las que simplemente dejan de cumplirse. En efecto, durante la fase de desarrollo de sustitución de importaciones (1930-1976), la industria generaba efectos multiplicadores que permitían niveles altos de ocupación. Y durante el período de inserción del país en la división internacional del trabajo (1860- 1930), el modelo económico era lo suficientemente expansivo como para requerir del trabajo de todos y aún traer grandes masas de inmigrantes europeos. Nuevamente, los problemas principales tenían que ver con la inestabilidad social y la conciencia de que existían grandes injusticias en la distribución del ingreso. Pero la diferencia fundamental con la fase de desarrollo posterior es que este modelo económico no necesita de toda la población del país ni tiene ninguna respuesta para los que quedan excluidos. El carácter explosivo de esta situación y sus riesgos sociales no pueden ser subestimados. Este fenómeno se corresponde con cambios importantes en la economía internacional, en la cual la industria pierde su importancia relativa como fuente de ganancias de las grandes corporaciones frente a la actividad financiera. En esta fase de desarrollo se pasa de una política de tasas de interés reales negativas (es decir, inferiores a la inflación), a políticas de tasas fuertemente positivas, a menudo superiores a la 1 Resumen realizado por la cátedra. 2 Resumen realizado por la cátedra.

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“LAS CRISIS DURANTE LA FASE DE MODERNIZACION PERIFERICA” (a partir de 1976 hasta 1995)1

De “Historia de las Crisis Argentinas”, Antonio Elio Brailovsky, Buenos Aires, Editorial de Belgrano, 19972.

"Pero el señor Lebetzniákov, que está al tanto de las nuevas ideas, me ha dicho que la compasión está prohibida por la ciencia, y así se practica en Inglaterra, donde existe la

economía política." (Fiodor M. Dostoyevsky: "Crimen y castigo", Madrid, Aguilar, 1957.)

EL MODELO DE PAIS

La fase de desarrollo que se inicia a partir de 1976 se caracteriza por haber abandonado el proyecto de industrialización y de autarquía económica que funcionó, con grandes altibajos, a partir de la crisis de 1930. En muy poco tiempo, se reacomoda completamente el aparato productivo del país, debido a una política económica basada en bajos salarios, bajos aranceles de importación y tasas de interés inicialmente muy elevadas.

Un cambio sustancial es el que ocurrió en el rol del Estado. Se pasa de un Estado que juega importantes roles en el sistema de producción, distribución y consumo, a un Estado que abandona su rol protagónico. El Estado deja de cumplir funciones empresarias, que transfiere a las empresas privadas y también declina funciones sociales, las que simplemente dejan de cumplirse.

En efecto, durante la fase de desarrollo de sustitución de importaciones (1930-1976), la industria generaba efectos multiplicadores que permitían niveles altos de ocupación.

Y durante el período de inserción del país en la división internacional del trabajo (1860-1930), el modelo económico era lo suficientemente expansivo como para requerir del trabajo de todos y aún traer grandes masas de inmigrantes europeos. Nuevamente, los problemas principales tenían que ver con la inestabilidad social y la conciencia de que existían grandes injusticias en la distribución del ingreso.

Pero la diferencia fundamental con la fase de desarrollo posterior es que este modelo económico no necesita de toda la población del país ni tiene ninguna respuesta para los que quedan excluidos. El carácter explosivo de esta situación y sus riesgos sociales no pueden ser subestimados.

Este fenómeno se corresponde con cambios importantes en la economía internacional, en la cual la industria pierde su importancia relativa como fuente de ganancias de las grandes corporaciones frente a la actividad financiera. En esta fase de desarrollo se pasa de una política de tasas de interés reales negativas (es decir, inferiores a la inflación), a políticas de tasas fuertemente positivas, a menudo superiores a la 1 Resumen realizado por la cátedra. 2 Resumen realizado por la cátedra.

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rentabilidad industrial. También se abandonó la política de promoción industrial masiva y casi indiscriminada y se reforzaron los estímulos a los usos financieros del dinero.

Durante el gobierno militar (1976-1983) se contrajo una deuda externa elevada -superior a la capacidad de pago del país- que actuaría como limitante a las posibilidades de crecimiento económico. Esa limitante actúa por la doble vía de restar recursos a la inversión productiva y por la necesidad de acordar las políticas económicas con el Fondo Monetario Internacional.

El cambio en el modelo de país se aplicó con un enorme costo político y social. Durante la década de 1970 -y bajo el pretexto de combatir el terrorismo- varios miles de disidentes o simplemente sospechosos, obreros, estudiantes y gremialistas activos fueron secuestrados, torturados, desaparecidos y fusilados sin someterlos a juicio y sin siquiera presentar cargos contra ellos3.

Los servicios de inteligencia del régimen impusieron la explicación: "Por algo habrá sido", para justificar cada uno de los crímenes cometidos por los grupos de tareas4, que se realizaban en complicidad con las autoridades. La aceptación de esa "explicación" por parte de amplios sectores de la población refleja que la dictadura constituyó una alianza de intereses, que se apoyó tanto en el terror sobre unos como en el consenso de los otros.

LA CRISIS COMO PROYECTO DE PAIS

Una crisis no es consecuencia misteriosa de las grandes fuerzas económicas, sino que ha sido parte de los objetivos de la política económica implementada a partir de marzo de 1976. Para hablar de eso tenemos que desarrollar los motivos por los cuales se abandonó la idea de industrializar el país.

Los límites del crecimiento

El primer antecedente importante de la política económica llevada a cabo por el Dr. José Alfredo Martínez de Hoz5 es un librito de apariencia inofensiva, denominado "Los límites del crecimiento", el cual resume las conclusiones de un complicadísimo modelo matemático que intentó pronosticar el futuro del mundo6: el hombre ya no cabe en la Tierra, la dotación de recursos naturales del mundo es finita y escasa, y si persistimos en aumentar la producción y el consumo, estamos llevando el mundo a una catástrofe.

En el siglo XXI, el exceso de población, contaminación, presión sobre recursos agotables —como el petróleo— o recursos cuya renovación está amenazada —como el agua— entrarían en crisis. El mundo ya no podrá alimentar a tanta gente y el desequilibrio entre oferta y demanda de recursos se resolverá a través de la muerte de grandes masas de la población mundial.

3 Comisión Nacional Sobre la Desaparición de Personas (1985). “Nunca Más” EUDEBA. Buenos Aires. 4 Integrados por personas pertenecientes a diversas fuerzas (policía, ejercito) que generalmente de noche irrumpían por la fuerza en domicilios llevándose mucha gente que nunca más apareció. 5 Ministro de Economía de la primera etapa de la Dictadura. 6 Meadows y otros (1972) “Los límites del crecimiento” Fondo de Cultura Económica. México. Escrito bajo la dirección del profesor Meadows, del Instituto Tecnológico de Massachussts.

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Las conclusiones son inmediatas: o nosotros limitamos el crecimiento de la población —en forma voluntaria o compulsiva— o lo harán el hambre y la peste, al igual que en la Edad Media. La humanidad termina su etapa de expansión y comienzan los tiempos de escasez.

Estas recomendaciones afectan especialmente a los países del Tercer Mundo: no se plantea un uso o distribución más racional y equitativa de los recursos a escala mundial, sino un congelamiento del desarrollo en su situación actual. Los países pobres no podrán alcanzar nunca los niveles de consumo de los Estados Unidos.

Ahora bien, ¿por que nos interesa políticamente este informe? Porque no fue un ejercicio académico, sino una propuesta de ordenamiento de la economía mundial, efectuada por un grupo de corporaciones con suficiente poder como para intentar llevarla a la práctica.

Este primer informe levantó una oleada mundial de protestas en círculos políticos y académicos. Un grupo de especialistas argentinos, nucleados en la Fundación Bariloche, se tomó el trabajo de efectuar un modelo alternativo en el que las computadoras, cargadas con hipótesis diferentes, daban otras respuestas: el mundo aguantaba, la catástrofe podía evitarse si se producían cambios sociales y económicos de envergadura, que tendieran a racionalizar el uso de los recursos naturales y a redistribuir la riqueza. A partir de aquí, siguió una polémica en los medios académicos, con distintos modelos que tuvieron sus variantes, pero las palabras ya estaban dichas y quien quisiera recordarlas sabía que un grupo de grandes empresas multinacionales ya no consideraba rentable la expansión y estaba apostando al crecimiento cero.

El inmediato corolario es la necesidad de un Estado autoritario a escala nacional y de un régimen de control internacional sobre aquellas personas o países que se resistan a alimentarse exclusivamente de la bondad o de la sabiduría.

Pero veamos algunos de los mecanismos por los cuales se procura detener el crecimiento económico del mundo para después centrarnos en la forma en que funcionaron en nuestro país.

Un mundo cada vez más pequeño

El segundo antecedente importante de la política de Martínez de Hoz es el enorme aumento sufrido por los precios del petróleo a partir de 1973. La economía industrial del mundo se había apoyado en el supuesto implícito de considerar despreciables los costos energéticos. La civilización del automóvil fue la forma de hacer rentable un mundo de energía casi gratuita.

Desde 1973 —por la combinación de una mayor conciencia autónoma de los países exportadores y una alta cuota de poder en manos de las empresas comercializadoras—, el petróleo pasa a ser un recurso caro. Eso afecta al conjunto de los precios relativos del mundo. Un mundo que ya se encontraba alterado por una crisis monetaria de magnitud, resultado del conflicto entre el dólar norteamericano y las monedas de los demás países industrializados. Se inicia así una recesión internacional, tanto más grave ya que nadie hizo lo suficiente por evitarla o atenuarla.

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Ahora bien, antes de hablar de la crisis mundial, es necesario hablar de la expansión que la precedió. Se trata de "un gran período de expansión que vivió la economía de Occidente entre 1940 y 1973. [El mismo] se originó en la producción militar norteamericana para la Segunda Guerra Mundial, se continuó en la posguerra con la reconstrucción europea, el desarrollo industrial de los países periféricos, el rearme para la guerra fría y remató finalmente con la intervención norteamericana en Vietnam"7. A este esquema podemos agregar la carrera espacial, el auge del automóvil y las obras viales, y en los últimos años, de la automación y de los equipos de descontaminación y de control de la calidad ambiental.

En los años anteriores, el aumento de los salarios reales, la ocupación y el consumo en buena parte del mundo habían producido beneficios tales que justificaron el pago de esos mayores salarios. De a poco, los mercados solventes fueron saturándose, mientras que los demás no interesaban. Por efectos de la presión sindical y política, los salarios tendieron a crecer más rápido que la productividad del trabajo en muchos países industriales. Este es, por otra parte, un fenómeno frecuente cuando la economía está próxima al pleno empleo.

O quizás simplemente ocurrió que el bienestar material de los asalariados creció en forma más rápida que las ganancias de las grandes corporaciones. Esas ganancias comenzaron a bajar en algunos países, mientras que en otros dejaron de crecer debido a la presión redistributiva. Así, fue haciéndose más evidente que la etapa de consumos elevados y bienestar general creciente ya no era un buen negocio.

En política económica se reproduce gran escala el monetarismo. Esta corriente de pensamiento considera a la inflación como el peor y casi único de los males y recomienda su tratamiento con las conocidas estrategias de la recesión planificada. Al tradicional peso del Fondo Monetario Internacional agrega ahora el prestigio de algunos premios Nóbel de Economía que la defienden. Por ejemplo, uno de los teóricos del monetarismo, el profesor Hayek, manifestó, refiriéndose a los Estados Unidos, que "lo que necesita este país, para salir de la estanflación (estancamiento con inflación) es una auténtica y profunda depresión"8. Afirmaciones que sólo pueden provocar el desconcierto de quienes conocen la literatura económica del último siglo, orientada unánimemente a combatir las depresiones.

Porque una de las características más difíciles de aceptar de la etapa que nos ocupa es que se ha abandonado la idea de que el crecimiento económico es uno de los grandes objetivos de la humanidad. Tengamos en cuenta que el sistema de las Naciones Unidas y los organismos financieros internacionales que se crearon después de la Segunda Guerra Mundial habían planteado que la situación de los más postergados iría mejorando día a día. Pero de un día para otro se dijo que eso ya no era importante y que cada uno debía hacerse cargo de su propio destino, sin que el sistema económico hiciera nada por apoyarlo, sino a menudo todo lo contrario.

El monetarismo hace a veces el elogio de la recesión, y en ocasiones niega su existencia. Mientras el número de desocupados aumentaba a razón de varios cientos de miles al mes en todos los países, el principal ideólogo del monetarismo, profesor Milton

7 Abalo, Carlos (1975) “Un análisis de la crisis monetaria”. En: Anuario del Cronista Comercial. Buenos Aires 8 En “Comercio Exterior” (1981) México

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Friedman, manifestó que "no hay recesión en el mundo", agregando que "es fácil hablar de recesión, pero es un concepto que no tiene gran significación".

La receta monetarista consistió en: combinar control de salarios con libertad de precios, restringir la cantidad de dinero y de préstamos bancarios y mantener tasas de interés muy altas.

Precisamente, una de las estrategias de la administración de Ronald Reagan9 fue forzar a casi todos los países del mundo a elevar sus tasas de interés. La manera de hacerlo fue fijar para los Estados Unidos intereses tan altos que provocarían la fuga de capitales de todos los mercados financieros del mundo, a menos que esos mercados también elevaran sus tasas10. El resultado fue el aumento de la especulación financiera y las ganancias de los financistas en todo el mundo, al precio de un encarecimiento de los créditos y de condiciones recesivas generalizadas.

Es decir, que se encarecieron dos insumos básicos para el funcionamiento de la economía mundial: el petróleo y el dinero.

Por medio de estos ataques a los puntos más vulnerables de la economía occidental, se consiguió pasar de una etapa expansiva a una etapa de contracción de la economía mundial. El objetivo de esta política, según lo explicó el presidente norteamericano Ronald Reagan en una reunión efectuada en julio de 1981 en Ottawa entre los jefes de Estado de las grandes potencias, es el siguiente: "Estados Unidos —dijo— debe retornar a un nivel de consistencia tal que los demás países puedan depender de nosotros"11.

Opinión que fue reforzada por la de Margaret Thatcher, primer ministra británica, quien agregó que "el Tercer Mundo no debe esperar nada hasta que las naciones industrializadas hayan superado sus problemas económicos"12.

En la mayor parte de los casos, la estrategia para superarlos consistió en disminuir los gastos públicos con finalidad social y aumentar los presupuestos militares.

Todo ello combinado con medidas tendientes a favorecer la concentración económica y a disminuir los salarios reales, aumentando, dentro de lo posible, el desempleo. Así, la recesión forzó la concentración del mercado: en la primera mitad de 1981 se verificaron 1.184 fusiones en empresas de Estados Unidos, es decir, un 60 por ciento más que en igual período del año anterior.

Pero mientras los países desarrollados seguían por el camino de las altas tasas de interés y el aumento de los gastos militares, es difícil pensar que pudieran superar sus problemas económicos. Sobre este aspecto, la revista Comercio Exterior de México comentó que "pese a las teorías más conocidas, no está demostrado que haya una correlación directa entre la reducción de la inflación y las políticas anti-inflacionarias.

9 Presidente de Estados Unidos 1981 y 1989 10 Bommensath, Maurice (1981) “La querelle des taux d’interet. En : Diario Le Monde 5-5-1981. París 11 En: Comercio Exterior (1981) México 12 Idem anterior

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Tampoco se puede probar la correlación de inflación con recesión, sino que, más bien, parece ser la política anti-inflacionaria la que provoca la recesión".13

Sobre el mismo tema, el economista norteamericano John Kenneth Galbraith expresó en un tono mucho menos académico que "la política monetaria trabaja en contra de la inflación solamente en la medida en que crea suficiente desempleo como para restringir los reclamos de los sindicatos y suficiente capacidad fabril desaprovechada como para que se desista de los aumentos de precios y se combatan los sindicatos". Bajo esta política —agregó— "se da la terrible tragedia de los que nunca tuvieron trabajo, o están en un lugar inapropiado, o son del sexo inapropiado, o tienen la particular desventaja de ser del color o raza inapropiados".

EL PLAN MARTINEZ DE HOZ

La historia se inicia el 2 de abril de 1976, pocos días después de que un golpe de Estado diera lugar a la dictadura más sangrienta de la historia de nuestro país, poniendo al general Jorge Rafael Videla en la Presidencia de la Nación. Ese día, el ministro de Economía, Dr. José Alfredo Martínez de Hoz, pronunció un larguísimo discurso en el que afirmaba: "si tuviera que definir en pocas palabras el tipo de economía que considero debe implantarse, podría considerarla simplemente como una economía de producción". Un poco más adelante agregaba que "habrá sin duda sacrificios que realizar, pero cuando los mismos se reparten equitativamente, tales sacrificios pueden ser llevaderos".

La etapa del entusiasmo inicial venía cargada de promesas: se iba a modernizar el país, se iba a fomentar la eficiencia. Todo el mundo trabajaría más, sin que la inflación se llevara el fruto de su trabajo. No habría estrangulamientos externos porque se crearía la industria de base que el país necesitaba. El aparato financiero iba a estar al servicio de la producción y no de la especulación. El capital extranjero vendría a crear nuevas fuentes de trabajo y a aumentar la riqueza nacional, justamente ahora que el país estaba en orden y la confianza reinaba por doquier.

Así, Martínez de Hoz inicia su gestión en medio del más amplio apoyo prestado por la comunidad de negocios. La violenta actuación de la guerrilla había convencido a muchos empresarios de que lo mejor era un régimen autoritario que pusiera orden y recuperar la disciplina laboral. No todos tenían conciencia de la cantidad de vidas que iba a costar esa política.

En forma concomitante, parecía existir consenso entre los empresarios en el sentido de que bajarían los costos salariales y con ello quedarían solucionados casi todos los problemas de la industria y del comercio. Muy pocos empresarios recordaban que los asalariados eran, además, los compradores de los productos que ellos ofrecían. Casi todos pensaban que la exportación permitiría crear un mundo feliz en el cual los salarios fueran bajísimos pero las ventas crecieran indefinidamente.

Para el Día de la Industria de 1976, el diario El Cronista Comercial publicó un suplemento especial, en el que se resumían los puntos de vista oficiales sobre este país, al que el monetarismo estaba salvando del caos y la ruina. Al respecto afirmaba:

13 En: Comercio Exterior (1981) México

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"El Banco Nacional de Desarrollo seguirá ejerciendo una acción pionera en el financiamiento de la pequeña y mediana empresa, especialmente en el interior del país", dijo Carlos Conrado Helbling, titular de ese banco oficial. “La madurez industrial del país lo consolida como exportador de manufacturas", dijo Alberto Fraguío, secretario de Comercio Exterior. La industria anunciaba que "se aumentará la capacidad instalada". Había recuperación en siderurgia, nuevas perspectivas para la construcción y los textiles estaban convencidísimos de que exportarían camisas y pantalones a todos los mercados del mundo.

Pero si la función del artista es testimoniar las carencias, la del economista es cuantificarlas y analizarlas críticamente. El primer paso es describir los mecanismos que permitieron generar la crisis que ahora analizamos y sus efectos sobre nuestros padecimientos actuales y futuros.

El fin del mercado interno

Esta etapa se caracteriza por la incongruencia entre lo prometido y los resultados efectivos de la política económica. A medida que avanzó el tiempo y los sacrificios pedidos no hicieron más que aumentar mientras la situación económica empeoró, aquellos que creyeron en las promesas iniciales se preguntaron qué es lo que falló y como un modelo tan convincente pudo provocar resultados tan desastrosos.

Cuando esos sectores quisieron pedir explicaciones, el secretario de Comercio, Alejandro Estrada, les contestó: "Las pautas no se modificarán. Es el sistema económico el que debe adaptarse a las pautas"14. Lo que equivalía a afirmar que no se consideraba necesario el consenso para gobernar, sino que la política económica podía aplicarse aún con la oposición de la mayor parte de la población. Eso no era novedoso para la mayor parte de la población, pero sí lo era para muchos de los empresarios que habían apoyado al gobierno de facto.

Agregaremos un par de cifras significativas sobre la situación de empresarios y trabajadores. En seis años, las tasas de interés pasaron de valores del orden del 15 por ciento anual a tasas del orden del 10 por ciento mensual. Entre octubre de 1980 y septiembre de 1981, por dar un ejemplo, se cobró un interés nominal del 261,8 por ciento, lo, que, comparado con la inflación, significa una tasa de interés real del 52,9 por ciento.

No existe una sola empresa en el mundo capaz de resistir estas tasas de interés, salvo quizás los contrabandistas de armamentos del Medio Oriente, o los plantadores de marihuana de la selva colombiana. Pero los industriales argentinos, atrapados en la menos romántica aventura de la producción, no estuvieron en condiciones de hacerlo.

Paradójicamente, las empresas que menos sufrieron con esta situación son aquellas que desoyeron la invitación oficial a capitalizarse y, por consiguiente, se endeudaron lo menos posible. Ocurrió lo mismo con aquellos que prefirieron seguir trabajando con tecnologías antiguas y "obsoletas", que ocupaban una mayor proporción de mano de obra y menor proporción de capital, ya que resultaba más rentable pagar bajos salarios que altos intereses. En el sector agropecuario, los que comparativamente sufrieron

14 Revista Humor, 7/9/1981

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menos fueron los minifundistas, que como nunca habían tenido acceso al crédito, no quedaron entrampados en los mecanismos de indexación.

Durante el período de altas tasas de interés, fue muy frecuente ver productores agropecuarios que vendían el campo para poner el dinero en el Banco. Descubrieron demasiado tarde que el privilegio de vivir de rentas no estaba hecho para que ellos lo aprovecharan.

La segunda cifra significativa es la del salario real: a fines de 1981, el salario real era apenas equivalente al 21,8 por ciento de su valor en 1974. 0 sea que en siete años había perdido casi las cuatro quintas partes de su valor15 16. Y eso que en el medio hubo un cambio en la metodología del índice de precios (antes costo de vida), que sirvió para disfrazar el impacto de la indexación de los alquileres sobre salarios congelados.

Si a ello agregamos la desocupación creciente y la desaparición de las "changas" y horas extras, concluiremos que la disminución del salario de bolsillo ha sido aún mayor de lo que muestran las estadísticas. Hay quienes sostienen que los salarios estaban sobrevaluados en aquella época, pero es difícil sostener que lo estaban en esa magnitud. Es más: por más que se haya hablado del progreso del país y haya habido grandes cambios en la productividad del trabajo, lo cierto es que los salarios comenzaron a bajar con la crisis de 1949 y nunca recuperaron el nivel que habían alcanzado.

La participación de los asalariados en el ingreso nacional pasó del 40,9 por ciento en 1970 a apenas el 31,5 por ciento en 198017. En otras palabras, que las ganancias de las empresas se llevaron en 1980 el 68,5 por ciento del producto bruto de la Argentina. Si deseáramos efectuar una comparación con otros países, vemos que en los Estados Unidos, en 1970, las ganancias de las empresas representaron sólo el 7,1 por ciento del producto bruto interno18. Sesenta y un puntos porcentuales de diferencia son el impresionante resultado de una política económica que no tuvo en cuenta a la mayor parte de los argentinos.

¿Cómo se rebajaron los salarios? Los mecanismos fueron variados y actuaron en forma concurrente. La primera herramienta fue combinar el congelamiento salarial con la liberación de precios, pero ésta fue apoyada por otras. Se modificó la legislación de contrato de trabajo para disminuir los días de descanso anual, hacer más baratos los despidos y reducir globalmente la protección jurídica al trabajador. Se intervinieron sindicatos, se les quitaron las obras sociales. Se modificó la ley de alquileres para encarecerlos al máximo, tolerándose todos los abusos por parte del propietario, tales como indexar el alquiler que debía pagar el inquilino, pero no indexar el depósito que debía devolver el propietario al fin del contrato.

La política impositiva también apuntó a castigar al trabajador, mediante la generalización del impuesto al valor agregado (IVA). Por tratarse de un impuesto al consumo, debe ser pagado por todos; por el contrario, los impuestos a los réditos, ganancias o bienes personales, sólo deben ser pagados por los que más ganan o más

15 Organización Techint (1980), “Boletín Informativo”, Nº 217, enero-marzo 16 Realidad Económica (1981) Nº 33, IADE, Buenos Aires, diciembre 17 Vilas, Carlos (1994) “Reestructuración capitalista, reforma del Estado y clase obrera en América Latina . En: Cuadernos del Sur, Nº 18, diciembre 18 Comercio Exterior (1981). Septiembre. México

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tienen. En 1970, el antecesor del IVA, el impuesto a las ventas, equivalía al 19,3 por ciento de la recaudación de la Dirección General Impositiva. En 1980, el IVA cubría el 36,6 por ciento. Al mismo tiempo se rebajó el peso de los impuestos a los ricos: ganancias y réditos bajó del 24,1 por ciento, a representar sólo el 12,6 por ciento de lo recaudado en 198019.

Nos interesa destacar cuáles fueron los bienes o servicios que pagaron este impuesto. Las facturas del gas para uso domiciliario pagaron impuesto (el IVA y otros) por valores que llegaron al 30 por ciento del consumo. Las de electricidad pagaron impuestos que alcanzaron al 35 por ciento de la luz consumida. Un buen ejemplo de la orientación de la política tributaria fue que el pan y la leche pagaron IVA, pero el oro en barras quedó desgravado.

Gran cantidad de organismos públicos fueron intervenidos y su personal separado del cargo o sometido a un régimen laboral de características excesivamente arbitrarias. En un esfuerzo por acentuar la desocupación (y disminuir, así, el precio de la fuerza de trabajo), se aplicaron leyes de prescindibilidad y se procuró la cesantía del mayor número posible de agentes públicos. En innumerables discursos se exhibieron las cifras de cesantes de cada repartición con la satisfacción del deber cumplido, como si hubiera sido precisamente ése el objetivo de la gestión.

En los hechos, la prescindibilidad no representó un ahorro para el fisco, ya que buena parte de las tareas que efectuaban los agentes cesantes fueron transferidas a contratistas privados, los que cobraron por su trabajo montos varias veces superiores a los salarios de los empleados públicos que antes realizaban esa misma tarea.

El "deme dos" y los tiempos de la plata dulce

Uno de los aspectos más terribles de la política económica ha sido sin duda el del endeudamiento. Era de 8.000 millones de dólares en 1975 y comenzó a crecer muy rápidamente a partir del año siguiente. Sólo en 1980, la deuda externa creció un 42,7 por ciento, llegando a la entonces difícilmente imaginable cifra de 30 mil millones de dólares, o 35 mil millones si se cuentan los intereses. Esa suma era algo así como la mitad del producto bruto anual de la Argentina. Hasta 1978 los intereses y servicios de esa deuda costaban unos 250 millones de dólares anuales, pero desde 1981 fue necesario pagar unos 4.000 millones por año20.

¿Cómo se llegó a esa situación? Diremos que fue a partir de una política económica que postulaba que lo mejor que podía ocurrirle al país era recibir muchos préstamos del exterior, aunque no supiera cómo devolverlos ni en qué utilizarlos. En efecto, a principios de la década del '70 se criticó en los medios académicos internacionales la política del Brasil, de endeudarse excesivamente en el exterior. Pero ese endeudamiento tenía por lo menos la contrapartida de los dólares aplicados al crecimiento industrial. Con una política aparentemente similar, Brasil salió con una industria fortalecida y la Argentina con una estructura industrial en franco retroceso.

19 FIDE (1981) , Nº 36, agosto, D 20 Prensa Económica (1981), año VII, Nº 74, agosto

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A partir de 1978, y con las reservas internacionales en alza, la Argentina comenzó a pedir préstamos a la banca privada internacional para no usarlos. Se obtenían divisas pagando por ellas los intereses más altos del mundo —porque la Argentina aparecía como un área de riesgo financiero, por su alto grado de endeudamiento— y se volvían a depositar, a un interés menor, en los mismos bancos que las habían prestado. Y lo que en una medida menor era una operación financiera usual, adquirió las proporciones de la desmesura. Se regalaron millones de dólares en intereses pagados a los bancos internacionales por préstamos que el país no utilizó para nada. En ningún momento se proporcionó una explicación que justificara esta conducta.

Esta política se complementó con la rebaja de aranceles aduaneros, efectuada con el propósito de fomentar la eficiencia industrial y restringir el alza de precios. En promedio, se bajaron los aranceles a la mitad y se programaron rebajas posteriores que debían dejarlos para 1984 en la cuarta parte de sus valores de 197621. La rebaja arancelaria se combinó con la sobrevaluación del peso, lo que acentuó aún más sus efectos.

Por imperativo de la libertad de comercio —dirigida mediante la fijación oficial del valor del dólar—, resultó más barato importar que producir, veranear en Brasil o en España que en Córdoba o Mar del Plata. Así, en 1979, las importaciones crecieron un 46,5 por ciento y en 1980 aumentaron otro 41,5 por ciento. De importar insumos, necesarios por la falta de una adecuada industria de base, el país pasó a importar bienes de consumo prescindibles: grabadores de Taiwan, juguetes de Hong-Kong, quesos de Holanda, carnes del Uruguay, galletitas de Alemania Federal, jamones de Suecia, arvejas del Canadá, tomates de España. El abaratamiento de los viajes al exterior posibilitó que muchas personas fueran a Miami para traer al país esos mismos productos en vez de comprarlos aquí. Se generalizan los "tours de compras" al exterior. Los argentinos se hacen famosos en todo el mundo por preguntar el precio de lo que fuera y después decir: "deme dos".

Esto representó una enorme sorpresa para una sociedad que estaba habituada a consumir exclusivamente productos que llevaban el cartelito de "industria argentina". El tener acceso a vistosos productos y paisajes antes desconocidos o solamente vistos a través del cine y la televisión, creó una sensación de euforia económica, que el lenguaje popular calificó como de "plata dulce".

Desde el punto de vista político, significó que el gobierno militar estaba ofreciendo una alternativa para canalizar las tensiones que había generado su propia política del terror. En una sociedad en la que se seguía fusilando gente en las calles, los nuevos consumos permitían crear una sensación de distracción y alivio.

Se pretendió que la industria argentina tenía que ser tan eficiente como para poder competir en condiciones ventajosas con todos los productos que se fabricaran en el mundo, los que, además, ingresaban a la Argentina con un doble subsidio: el de su propio gobierno —otorgado en todo el mundo a las exportaciones— y el que le proporcionaba nuestro país, al mantener artificialmente sobrevaluado el peso.

21 Abalo, Carlos (1981) “Argentina 1976-1981 (1º parte) ” . En: Comercio Exterior, junio. México.

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Si a ello se agrega que la industria argentina debía arreglárselas para hacer frente a las tasas de interés más altas del mundo y que la reducción del mercado interno aumentaba sus costos fijos —al tener que mantener una enorme capacidad ociosa— nos parece que la exigencia fue desmesurada.

Paradójicamente, en el mismo momento que la Argentina iniciaba sus rebajas masivas de aranceles —esas que habían de transformar la fisonomía de la calle Florida—, los industriales norteamericanos se dirigían al gobierno de su país pidiendo mayor protección frente a los artículos electrónicos que llegaban de Extremo Oriente a precios de dumping22. En ésta, como en tantas otras ramas industriales, se pretendió que la industria argentina tuviera una mayor capacidad de defensa que la industria norteamericana.

Algo similar ocurrió con las inversiones del exterior. Desde el primer momento se manifestó que era indispensable contar con el concurso del capital extranjero. No se discutió este aporte en términos de una relación entre costos y beneficios (es decir, cuánto le cuestan al país las concesiones que se hacen al inversor extranjero y cuánto se obtiene a cambio). Por el contrario, se procedió con la idea de que no había que escatimar gastos en este aspecto y que todo lo que se diera era poco en comparación con los inmensos beneficios que se obtendrían.

Una publicación del Banco Interamericano de Desarrollo señala que "según la opinión de expertos en el tema de las inversiones extranjeras en América Latina, la legislación existente en Argentina está entre las que ofrecen mayor atracción al inversionista de otros países"23.

Esta legislación estableció dos principios esenciales:

1) Todas las áreas de la actividad económica están abiertas al inversor extranjero; y 2) Se asegura a quien registre su inversión la repatriación del capital y la remesa de

utilidades, aun en períodos durante los cuales se aplique el control de cambios24

Por otra parte, la legislación admite como inversión extranjera, no sólo el aporte de capital para formar una nueva empresa o ampliar otras extranjeras existentes, sino también para comprar empresas argentinas. De este modo, la desnacionalización de empresas es una actividad que recibió todos los beneficios de la ley.

Pero como estas leyes establecieron que las empresas extranjeras podían recibir créditos en igualdad de condiciones que las locales, ni siquiera necesitaron traer al país el dinero que se supone invertían. Les bastó con pedir préstamos a los bancos argentinos para levantar empresas extranjeras (o extranjerizar empresas locales), totalmente financiadas con el ahorro nacional, y con derecho a repatriar capital y utilidades en cualquier momento.

Esto, que hoy nos parece habitual, resultó escandaloso en ese momento, cuando aún se pretendía que la Argentina tuviera una importante actividad industrial de capitales

22 Cámara argentina de la industria electrónica (CADIE) (1978) . “Primer simposio de la industria electrónica argentina”. Buenos Aires 23 INTAL (1981) “Integración Latinoamericana” , Nº 59, julio. Buenos Aires 24 Leyes nacionales Nº 21.382 y Nº 22.208

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nacionales. Precisamente, el abandono del proyecto de industrialización autárquica se realiza a partir de estas leyes del gobierno de facto. Lo que vendrá después se apoyará ideológicamente en ellas.

La aplicación de este principio, según el cual hay que facilitar la salida del capital extranjero para que éste entre al país, se combinó en la práctica con la profunda recesión provocada por esta misma política económica. Con lo cual el capital extranjero obtuvo grandes facilidades legales para salir del país, pero ningún incentivo económico para quedarse.

Un optimista anuncio de la Secretaría de Inversiones Extranjeras25 decía que entre 1977 y 1980 las inversiones extranjeras habían alcanzado los 1.643 millones de dólares, cifra que —además de haberse juntado cuatro años para hacerla parecer un poco más abultada— debería en rigor, compararse con las divisas que el país perdió gracias a las inversiones extranjeras a las que tanto benefició.

Estas cifras pueden obtenerse de las memorias anuales del Banco Central y en ellas se puede ver el crecimiento de la fuga de capitales: 679,2 millones de dólares en 1976; 871 millones en 1977; 1.354,2 millones en 1978 y 2.184,3 millones de dólares en 197926 . Plata que se fue por desinversiones declaradas (la mayor parte no se declaran), utilidades, dividendos, intereses, regalías, comisiones, honorarios, sueldos, etc. Totaliza 5.088,7 millones de dólares. Es decir que el país recibió inversiones extranjeras por 1.643 millones de dólares y perdió por ese mismo concepto 5.088,7 millones, tres veces más, y eso que en el cálculo de egresos no se alcanzó a computar las cifras de 1980.

De hecho, lo único que esta política ha estimulado fue la fuga de capitales al exterior, por dos vías concurrentes. Primero, porque a nadie que tuviera algo de dinero podía ocurrírsele la peregrina idea de invertirlo en ese momento en la Argentina. Y segundo, porque con el dólar tan barato, era buen negocio comprarse una buena cantidad de dólares (que se vendieron libremente, por aplicación de esos principios de libertad de mercados) y reinvertirlos en casi cualquier cosa, mientras esa cosa estuviera en otro país. Así, se calcula que a mediados de 1981 había inversiones argentinas en el exterior por valor de 30 mil millones de dólares27.

Sintetizando: si sumamos el aumento de la deuda externa (27 mil millones de dólares), las inversiones de argentinos en el exterior (30 mil millones) y lo girado por los inversores externos a sus respectivas casas matrices (5 mil millones), nos encontramos, dólar más, dólar menos, con todo el producto bruto anual de la Argentina de ese momento. Y eso que no pusimos en la cuenta toda la chatarra electrónica que llegó de Taiwan durante este período, que hubo que pagar, como también hubo que pagar todas las importaciones efectuadas con sobreprecio para transferir ganancias al exterior sin pagar impuestos.

Con razón señala Ferrer que "a partir de aquí hay que aceptar que la Argentina es un país en una situación muy semejante a la de aquellos salidos de la guerra de 1945"28. Sin embargo, lo que vendría después sería infinitamente peor, ya que la sociedad

25 INTAL “Integración latinoamericana”, Nº 59, op. Cit. 26 Banco Central de la República Argentina. “Memorias”, (1976-1977-1978-1979) 27 Abalo, Carlos “Argentina” op. cit. 28 Ferrer, Aldo (1981) “Los economistas ante la crisis” En: Realidad Económica, Nº 33. IADE, octubre-diciembre. Buenos Aires.

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argentina olvidaría que alguna vez tuvo un país industrial, con un alto nivel de ocupación y una economía en crecimiento.

Un Estado caro y desmantelado ¿En qué se gastó tanta plata?

En los años del gobierno militar, la expansión del gasto público fue un fenómeno paralelo a la caída de la producción industrial. En realidad, ambos no son necesariamente incompatibles, a pesar de la abundante literatura liberal en contrario. En la mayor parte del mundo —y en buena parte de la historia argentina— el Estado efectuó inversiones en aquellos rubros que el sector privado no puede afrontar, facilitando así su desarrollo. Sin embargo, la experiencia reciente de los argentinos fue ver al Estado más como una carga que como un apoyo. De hecho la presión tributaria aumentó continuamente desde 1975.

Paradójicamente, la mayor presión tributaria de la historia argentina fue el resultado de la gestión de un equipo económico que negaba ser estatista y que propiciaba la reducción del aparato oficial. Y si fueran a analizarse algunas medidas en forma aislada, pareciera que el gasto público debiera haberse reducido, al menos en la misma proporción que se redujeron los servicios que el Estado prestó a la comunidad29 .

Por de pronto, se transfirieron las escuelas y los hospitales a las provincias, a las que, simultáneamente, se les redujo el aporte del Tesoro. El resultado fue en muchos casos un empeoramiento de las prestaciones efectuadas a la población, ya que no todas las provincias tuvieron los recursos suficientes para atenderlos.

También se congelaron los subsidios oficiales a las empresas públicas, las que debieron elevar sus tarifas hasta llevarlas en muchos casos, más allá de lo soportable por una población empobrecida. Como consecuencia de ello, se retiraron los medidores de luz a numerosas familias que no se encontraban en condiciones de pagar las nuevas tarifas. Solamente en Salta se cortó la electricidad a cuatro mil quinientas familias.

Los empleados públicos, por su parte, vieron drásticamente reducido su salario real, lo que hizo que el país perdiera valiosos equipos de profesionales y científicos —cuya formación había costado mucho en su momento— que emigraron, atraídos por los mejores sueldos que se pagan en casi cualquier país del mundo. Justificando esos ahorros, el ministro de Salud Pública, brigadier Amílcar Argüelles, afirmó que existía un "despilfarro de recursos en personas y elementos que se dedican a investigar temas que carecen de verdadera prioridad". Se refería, no necesitamos aclararlo, a los estudios efectuados en ciencias sociales, los que mostraban una dramática realidad que no se deseaba conocer ni corregir. De todas maneras, en 1981, los salarios no representaron más de la tercera parte de los gastos corrientes del Estado30.

Y ante este panorama de enormes sacrificios exigidos al conjunto de la población en pro de la reducción del gasto público, cabe preguntarse por qué ese gasto continuó aumentando. ¿En qué gastó tanto dinero el Estado?

29 Brailovsky, Antonio (1981) “Un análisis de esta crisis”. En: FAIMA, anuario. Buenos Aires 30 Prensa Económica. op. cit

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Por una parte, se efectuaron mayores gastos militares, cuyo crecimiento se aceleró bajo la presión de un posible conflicto con Chile y en la preparación de la trágica aventura de Malvinas. Durante 1980, la Argentina invirtió 54 dólares per capita en comprar armamentos, contra 54 dólares en educación y 43 dólares por habitante en salud pública. Por su parte, el capitán ingeniero Álvaro Alsogaray estimo que los gastos efectuados por el conflicto con Chile oscilaron entre los 3.500 a 4.500 millones de dólares31.

En segundo lugar, se gastó en obras públicas innecesarias, de las cuales el ejemplo más patético fueron las autopistas urbanas. Cuando se anunció su construcción, todos los especialistas en el tema se pronunciaron en contrario, recomendando alternativas más racionales, tales como la prolongación de la red de subterráneos. A pesar de ello fueron construidas y permanecieron vacías durante años, con un escasísimo número de usuarios, mientras el Estado pagaba, mediante avales, el peaje que correspondía a los usuarios teóricos, esos que figuraban en las planillas previas a la obra pero que no usaron nunca la autopista. Ya que el Estado había avalado los créditos para hacer las autopistas, las empresas constructoras se desligaron de la obligación de devolverlos. Durante largos años -más allá de la dictadura-, el Estado siguió pagando por los préstamos otorgados para hacer unas autopistas que no se necesitaban.

También se gastaron 800 millones de dólares en la realización de un campeonato mundial de fútbol. Se instaló la televisión en colores y se construyó un lujoso edificio para ATC, ubicado exactamente enfrente del proyectado para la Biblioteca Nacional, cuya construcción se suspendió por razones de economía.

Se pagaron cuantiosas indemnizaciones a empresas multinacionales con las que el Estado tenía controversias pendientes. En todos los casos se otorgó la razón a las empresas y el Estado se manifestó dispuesto a pagar lo que hiciera falta para solucionar el diferendo.

Además, se gastó dinero en sobreprecios originados en sobornos. Según la revista TIME, la Argentina figuraría entre los grandes receptores de sobornos, "los que fluctuarían entre un 10 y un 20 por ciento de sobreprecio en los contratos". Aclaramos que la existencia de estos sobornos era escandalosa para ese momento. En la actualidad, consideraríamos que un 10 por ciento del contrato es una tasa de soborno muy moderada.

Pero aún computando todos estos rubros, y calculándolos con mucha amplitud, las cifras no nos cierran. Volvemos a preguntarnos, entonces, ¿en qué gastó tanto dinero el Estado?

En un país lleno de paradojas, la respuesta no puede dejar de ser inverosímil: el Estado usó el dinero de los contribuyentes para pagar intereses. Es decir, intereses de intereses de intereses, producto de un endeudamiento gigantesco, desmesurado, sometido a la pulcra indexación de los tiempos que corrían.

31 Diario La Nación 17-10-1981

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Veamos algunas cifras de ese endeudamiento32:

En 1980, la inversión de las empresas públicas se financió en un 90 por ciento con endeudamiento. A diciembre de 1980 esa deuda era de 11.000 millones de dólares.

Solamente en el primer semestre de 1981, YPF aumentó sus deudas a un ritmo de 2 millones y medio de dólares por día. El titular de esa empresa estatal, general Guillermo Suárez Mason, afirmó que desde 1978 YPF fue endeudándose peligrosamente, "no por propia voluntad sino por decisiones de política económica”.

En el período enero-julio de 1982, el pago de deudas internas del Estado representó el 40,5 por ciento del déficit de Tesorería. O sea, que casi la mitad del déficit se fue en devolver préstamos y en pagar intereses.

¿Cómo se llegó a esto?

La historia se parece un poco a esas profecías vueltas al revés de algunos cuentos orientales, en las que el protagonista queda atado por sus propias palabras, sin poder librarse de sus efectos inesperados.

Se afirmó que la emisión monetaria era perjudicial por sus efectos inflacionarios, lo cual es rigurosamente cierto. En consecuencia, se buscó una forma distinta de la emisión para cubrir el déficit fiscal. Así, gracias a la imaginación técnica del monetarismo, los argentinos descubrimos que la maquinita de fabricar billetes no era la peor de las alternativas posibles.

Se decidió sustituir la emisión por el endeudamiento, lo que no significaba solucionar el problema del déficit sino simplemente postergarlo, o, en el mejor de los casos, cargárselo al gobierno siguiente. Se cubrió el déficit con préstamos en vez de nuevos billetes. Estos créditos tenían una importante ventaja política: por esas maravillas de la contabilidad, aparecían computados bajo el prestigioso título de "ingresos de capital", en lugar de figurar con el antipático nombre de "déficit".

Es decir, disminuía el desequilibrio contable, aumentaban los ingresos contables, las finanzas públicas parecían ir bien, cuando en realidad el gobierno se estaba endeudando más allá de su capacidad de pago.

La respuesta gubernamental fue intentar hacer crecer aún más la presión tributaria con mayores tasas, mayores controles, mayores penalidades a los evasores y otras medidas similares, todas de probados efectos recesivos. A ello apuntan proyectos tales como el que calificaba de delito la incitación a no pagar impuestos, figura jurídica tan arcaica como que fue una de las acusaciones lanzadas por los fariseos contra Jesús. Esta vez fue dirigida a impedir la protesta de las organizaciones empresarias, que llamaron a boicotear los aumentos en los tributos.

Los hiper-intereses

32 FIDE Nº 38. op.cit.

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Hemos visto cómo se pasó de salvar al país de la hiperinflación a una política monetaria basada en los intereses más altos del mundo, llamados los hiperintereses desde el primer momento. Nos interesa analizar cómo se generaron los mecanismos que mantuvieron altas las tasas de interés.

Aquí entra en acción una herramienta clave de la reforma monetaria efectuada por Martínez de Hoz: la cuenta de regulación monetaria. Esta cuenta procura compatibilizar dos objetivos en apariencia antagónicos. El primero de ellos es el mantenimiento de una alta rentabilidad para el sector bancario. El segundo es que dicha rentabilidad pueda lograrse en condiciones de fuerte restricción crediticia, necesarias para mantener indefinidamente la recesión.

Ahora bien: ¿cómo se hace para que los bancos ganen dinero sin haberlo prestado antes? Lo primero que se hizo fue posibilitar que le prestaran dinero al Estado, que apareció pidiendo plata y dispuesto a pagar unos intereses altísimos, que mantuvieron elevadas las tasas. Se argumentó que el Banco Central prefería que los intereses estuvieran altos para que el público depositara la plata en los bancos y no comprara dólares, como si fuera tan difícil prohibir directamente la especulación con dólares.

Y como todo esto no fue suficiente, aquí aparece la cuenta de regulación monetaria. La imaginación monetarista creó un subsidio a los bancos para que no presten una parte importante del dinero qué reciben, a fin de mantener deprimido el mercado interno. Se obligó a los bancos a mantener en reserva una proporción importante del dinero que recibían como depósito.

Como no lo podían prestar —y al no poderlo prestar, se perdían de ganar intereses— el Banco Central les pagaba intereses como si se lo prestaran al Estado. Solamente que les pagaba interés para que tuvieran la plata inmovilizada, sin hacer nada con ella, únicamente para mantener las condiciones recesivas de falta de créditos y de tasas de interés elevadas.

Con lo cual, el Banco Central no emitió moneda para pagar los gastos del gobierno —que servían a toda la comunidad—, pero sí la emitió alegremente para regalársela a los banqueros, para que éstos no prestaran todo el dinero que hubieran podido prestar. Al igual que en la década del '30, el Banco Central volvió a actuar como una junta reguladora del dinero, es decir, como una herramienta para la destrucción programada de riqueza.

De este modo, no sorprende enterarse que la única actividad que se expandió durante este período fueron las finanzas. Entre 1974 y mediados de 1980, el conjunto de sectores productores de mercancías había crecido apenas un 3,2 por ciento. En ese mismo tiempo, los servicios financieros crecieron un 35,4 por ciento33 y lo hicieron a costa de la industria, del comercio y del agro.

La crisis se profundiza

La profundización de la crisis lleva a pasar de la etapa del desconcierto a la del pánico, cuando sus consecuencias superan los pronósticos más pesimistas. Como en el '30, los

33 Abalo, Carlos “Un análisis de la crisis monetaria”, op.cit

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diarios recogen testimonios de la catástrofe, en los que todavía predomina la sorpresa por la profundidad de sus efectos.

Los primeros indicios del pánico se refieren al estado en que se encuentra el aparato productivo. En julio de 1981, la industria opera con una capacidad ociosa del 50 por ciento; es decir, produce la mitad de lo que podría producir con las instalaciones que tiene 34. El producto bruto por habitante vuelve a los niveles de 1970: se ha cumplido una década de sacrificios inútiles.

La industria se achica. Entre 1975 y 1980, 437.000 operarios perdieron su puesto en la industria. En el primer trimestre de 1981 se les sumaron otros 89.000. Entre el primer trimestre de 1975 y su equivalente de 1981 se produce una baja del 30 por ciento "sobre el total de horas-hombre aplicadas en el país al trabajo fabril".

Solamente en la industria metalúrgica cerraron 200 establecimientos en ese período. Este gremio ocupa 100.000 personas menos. La desocupación avanza: una estimación moderada habla de 1.478.000 desocupados absolutos a mediados de 198135. Los cálculos que incluyen diversas formas de subocupación bordean los cuatro millones de personas.

Al mismo tiempo, comienzan a hacerse explícitas las consecuencias sociales de la crisis, en la medida que los afectados comprenden que el suyo no es un problema individual, sino que afecta al país en su conjunto. Paradojas del país de las vacas y el trigo: aparecen ollas populares en Florencio Varela, mientras que en Tandil, al amparo de una vieja ley originada en crisis anteriores, vecinos anónimos faenan vacunos y dejan colgados los cueros sobre el alambrado, para no ser acusados de cuatrerismo.

En 1980, la deficiente alimentación determina que 65.000 de cada 600.000 niños nacidos vivos resulten precariamente pertrechados para afrontar los primeros meses y aun los primeros años de la vida. El 20 por ciento de ellos morirá antes de cumplir un año. Este sombrío panorama se agrava en algunas provincias: en Chaco, Formosa, Salta y Jujuy, la desnutrición afecta al 80 por ciento de la población. El radical Luis León describe el panorama nacional diciendo: "Todo es desintegración, quiebra, industrias paradas, producción frustrada y salarios de miseria".

En el año 1981 se desencadenó el pánico. Durante ese año, el conjunto de la opinión pública del país comenzó a expresar, en un tono cada vez más alto, su rechazo por una política económica que había provocado efectos tan desastrosos. La respuesta de los sectores oficiales consistió en esquivar el pánico antes que en darle respuestas. Así pasó, pendularmente, por dos grandes líneas argumentales. Por una parte, se afirmó que la crisis era un fenómeno sin importancia, que pronto pasaría. Por otra parte, en algunos casos se describieron sus efectos sin mencionar sus causas, como si fuera una especie de catástrofe natural, independiente de la obra humana consciente. En ambos casos, la actitud gubernamental fue de distracción, en la medida que ninguna de las respuestas apuntaba a modificar la política económica.

En síntesis, el gobierno militar afirma que se trata de una crisis larga pero coyuntural, que está mejorando pero que al mismo tiempo es la peor del siglo, sin que por eso haya

34 Instituto de Economía Universidad Argentina de la Empresa (1981). “Utilización de la capacidad instalada”. Buenos Aires. 35 FIDE, Nº 38, op. cit.

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que alarmarse demasiado. Estas contradicciones entre los más altos funcionarios del país revelan la falta de interés por una política coherente de reactivación del aparato productivo.

La receta es más de lo mismo

Durante 1981, entidades gremiales, políticas, profesionales, culturales, etc., representantes de una proporción abrumadoramente mayoritaria de la sociedad argentina, coincidieron en atribuir la culpa de la crisis a la política económica implementada a partir de 1976. Y como, después que se ha hallado al culpable, lo que lógicamente parece corresponder es castigar a un inocente, se decide castigar al conjunto de los argentinos. El instrumento usado para ese castigo es la continuación de la misma política económica que desmanteló el aparato productivo del país.

El primer indicio fue un reportaje al doctor Roberto T. Alemann, cuando todavía era candidato extraoficial a ocupar el ministerio de Economía. A mediados de 1981, es decir cuando el salario real andaba por la cuarta parte de su valor unos años atrás, Alemann explicó que no era cierto que el peso hubiera estado sobrevaluado durante la gestión de Martínez de Hoz. No. Lo que pasaba era que los salarios eran muy altos. "Es una sobrevaluación de los salarios internos —dijo—, que es lo que ocurría a principios de este año: eran los altos salarios los que compraban productos importados; eran los altos salarios los que impedían que se exportara; eran los altos salarios los que financiaban loa viajes al exterior"36. De aquí se desprende la cantidad de problemas que pueden solucionarse con el sencillo expediente de disminuir los salarios.

Muy pronto aparecerán otros problemas que también pueden solucionarse con esta original panacea. Así, se congelan los salarios de los empleados públicos para que el Estado no necesite distraer fondos de su verdadera función social, que es el pago de intereses a los banqueros.

Para aumentar los recursos del fisco, se aumentan las tasas del impuesto al valor agregado que gravan alimentos y medicamentos37, lo que representa algún avance sobre los criterios del presidente Avellaneda, quien en 1876 estaba dispuesto a ahorrar solamente sobre el hambre y la sed de los argentinos.

Otra de las paradojas de la política económica argentina de este período es que durante treinta años se pidieron (a veces en forma continuada, a veces muy frecuentemente) sacrificios a la población para poder aumentar las inversiones. Con este objetivo, se comprimió el consumo y se redujeron los salarios a niveles difícilmente imaginables para quien hubiera conocido el país de las vacas gordas. Hemos visto que esta estrategia no logró gran cosa en materia de aumento de las inversiones, pero en cambio consiguió achicar el país. Y una vez achicado el país, un ministro de Economía del gobierno de facto afirmó que "la tasa de inversión de los últimos años fue muy elevada para la capacidad del país"38. Con lo cual, simplemente, no se entiende nada.

Y una paradoja más, que también lleva al castigo de un inocente, es lo ocurrido con las empresas del Estado. Se argumentó que el país andaba mal porque el déficit fiscal era 36 Prensa Económica, año VII, op. cit 37 Diario Clarín, 22/01/1982 38 Brailovsky, A. “El país del Centenario...”, op. cit

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muy elevado, y que lo que hacía que el déficit fuera tan grande eran los aportes del Tesoro a las empresas públicas. Se agregó entonces que esto ocurría porque el Estado era siempre un mal administrador y que si esas empresas fueran privadas, ya no darían déficit y dejarían de ser una carga para todo el mundo.

Sin embargo, las cifras sugieren que las empresas públicas fueron ineficientes cuando estuvieron administradas por funcionarios encargados de demostrar su ineficiencia, vaciándolas deliberadamente. Un informe de FIEL (Fundación de Investigaciones Económicas Latinoamericanas), efectuado a principios del gobierno militar, y destinado a demostrar lo desastrosas que fueron para la economía argentina las empresas del Estado, ofrece cifras que demuestran exactamente lo contrario. Por ejemplo, que en 1975 las empresas públicas invirtieron el 68 por ciento de sus ingresos, mientras que la tasa de inversión de la economía argentina en su conjunto era del 20,9 por ciento. O que entre 1965 y 1975 la productividad por persona ocupada de esas empresas había aumentado un 27,9 por ciento. El resto de los indicadores son también favorables y muestran que la economía de las empresas estatales, antes de la llegada de los militares al poder, era más eficiente que el promedio de la economía argentina. Al no poder rebatir las mismas cifras que estaba suministrando, el informe de FIEL sostuvo que eso reflejaba el grado de "socialización" de la economía argentina39 40.

Ofrecidos en pública subasta, nadie quiso comprar los ferrocarriles ni los teléfonos, por lo cual el ministro de Economía explicó que iba a privatizar las que pudiera y que "comenzaremos con las rentables". Es decir, que se decidió castigar con la privatización a aquellas empresas del Estado que habían actuado con mayor eficiencia y que en lugar de pedir dinero al Tesoro estaban en condiciones de aportarle fondos. Con lo cual es obvio que el déficit no podía disminuir, sino que era previsible que aumentara.

Un castigo adicional es el referido al endeudamiento externo. La opinión del doctor Alemann —cuando aún era candidato a ser el ministro de Economía del general Galtieri— fue la siguiente: "Lo que hay que hacer es negociar abiertamente con los acreedores. Seguramente todos van a aceptar la reestructuración de la deuda. Eso sí, tenemos que aceptar pagar tasas de interés más altas" 41. ¿Es necesario agregar que él mismo era representante de un banco suizo, acreedor de la Argentina?

Al igual que en 1890, la Argentina ofrece antes que sus acreedores pidan. ¿Es que la historia gira en redondo y el último siglo ha transcurrido inútilmente?

La sociedad expresa su protesta

En algún momento, el pánico se transforma en hostilidad. Una diferencia importante con respecto a la crisis de 1930 es que en este caso se atribuyen responsabilidades. La crisis deja de ser una catástrofe natural y es asumida colectivamente como obra humana. Como tal, tiene sus culpables y la sociedad lo manifiesta, a pesar del clima represivo que caracterizó a esa dictadura.

39 Consejo Empresario Argentino: "Las empresas públicas en la economía argentina", Buenos Aires, Fundación de Investigaciones Económicas Latinoamericanas (FIEL), diciembre de 1976. 40 Brailovsky, Antonio Elio: "¿Son o no eficientes las empresas del Estado?",en Realidad Económica N°28, Buenos Aires, julio-septiembre de 1977. 41 Diario Clarín, 13/01/1982

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El reclamo social alcanza una intensidad tal, que hay buenos motivos para considerarlo como un antecedente de la ocupación de las Malvinas, entendida como una forma de distraer a la población de sus problemas económicos y generar algún apoyo para un gobierno unánimemente rechazado.

La Confederación General del Trabajo (CGT) manifestó: “asistimos al dantesco espectáculo de ver maquinarias modernas y obsoletas oxidándose por el desuso, mientras alrededor de esas mismas fábricas aumentan la desocupación, la miseria, la marginalidad y la mortalidad infantil. El pretendido efectivamente se llevó a cabo, aunque no precisamente para modernizar al país, sino para atrasarlo, debilitarlo y entregarlo inerme y postrado a los imperios de turno"42.

Raúl Prebisch, califica de "aberraciones" a las principales estrategias que aplicó el monetarismo en nuestro país. Tales aberraciones son las siguientes43:

• La elevación de las tasas de interés y el aperturismo financiero: Esta técnica, dice Prebisch, "trae como consecuencia otro fenómeno impresionante de hipetrofia, que ya no es del Estado, sino del aparato bancario, financiero y especulativo. Gracias a aquellas ganancias, los grupos favorecidos adquieren una poderosa gravitación en el Estado autoritario, tan poderosa que prevalece sobre el desconcierto de quienes se ven perjudicados en sus intereses".

• La sobrevaluación monetaria: "No puede ser más contraproducente esta política, por donde se la mire. Pretende atenuar la inflación —agrega— con el aumento del ritmo de importaciones y el debilitamiento de las exportaciones, en desmedro del ritmo de la producción".

• El aperturismo comercial: "Por donde se mire, se trata de una política extraviada", y agrega que con esta política, la industria "sólo podrá sobrevivir si se comprimen más y más las remuneraciones de la fuerza de trabajo a fin de llegar a un mínimo de rentabilidad. ¡Libre juego de las fuerzas del mercado y remuneraciones fuertemente reguladas!"

Ante este aluvión de críticas, la respuesta del doctor Martínez de Hoz fue la siguiente: "Con independencia de una cuantificación de las metas alcanzadas —dice en su libro—, consideramos que ha sido de gran importancia el cambio cualitativo que se ha logrado en el pensamiento y la opinión de la ciudadanía"44. Y esto es rigurosamente cierto. Porque unos años atrás los argentinos estaban profundamente divididos en innúmeras fracciones irreconciliables. Martínez de Hoz consiguió unificar, en contra suya, el pensamiento y la opinión de la ciudadanía.

Al mismo tiempo, el rechazo unánime que esta política provocó hizo que no bastaran las guerras "patrióticas" para sostener la política económica de la dictadura. Se hizo necesaria una salida electoral para que los gobiernos tuvieran un mayor grado de consenso. Y así como acabamos de historiar el rechazo social al modelo neoliberal, en los próximos apartados vamos a analizar la aceptación social del mismo modelo.

42 Diario Clarín, 30/12/1981 43 Prebisch, R. “Capitalismo periférico: crisis y transformación”, México, Fondo de Cultura Económica, 1981. 44 Martínez de Hoz, J. “Bases para una argentina moderna: 1976-1980”. Buenos Aires, 1981

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LAS CRISIS EN EL GOBIERNO DE ALFONSIN

No vamos a pagar la deuda externa

Las decisiones tomadas a propósito de la deuda externa son especialmente sugestivas. El gobierno de Raúl Alfonsín (1983-1989) había prometido que no reconocería la mitad de la deuda externa, pero terminó estatizando todas las deudas contraídas por las empresas privadas. ¿De veras necesitaba hacerlo?

Desde un punto de vista técnico, no parecía haber razones suficientes, pero quizás no haya tenido otra alternativa desde el punto de vista político. Cuando se empieza a hacer algunas concesiones, se termina haciéndolas todas.

La historia es que el gobierno decidió que las deudas privadas con el exterior iban a ser en adelante deudas del Estado argentino, y emitió algunos bonos para documentar ese traspaso. Es decir, que el Estado se hizo cargo de todas las deudas en dólares y las cambió a las empresas por deudas en pesos. ¿Para qué sirvió esto? Para mezclar y confundir todas las deudas entre sí. A partir de esa medida, ya no fue posible distinguir la deuda legítima de la deuda ilegítima, porque se le había perdido el rastro a unas y a otras. Un ideólogo francés del neoliberalismo califica a la masiva fuga de capitales de comienza de la década del 80 como “la estafa del siglo”45.Vale la pena recordar que todas las propuestas de suspender el pago de la deuda externa fueron cayendo en el olvido.

El planteo va más allá de la discusión sobre la legitimidad de la deuda. Una transferencia de ingresos tan formidable a cambio de nada no puede ser calificada como un hecho económico. Se trató, definitivamente, de un hecho político: la deuda externa, más que una operación financiera, toma la forma de un tributo imperial.

Si bien el radicalismo tenía una tradición importante en fortalecer el rol económico del Estado, el gobierno de Alfonsín inicia una serie de privatizaciones, muchas de las cuales fallan, pero indican el cambio de rumbo. El motivo de varios de estos fracasos, es el rechazo de los legisladores peronistas a aprobar las leyes correspondientes, que sólo votarán cuando las proponga un Presidente de su propio partido. A pesar de ello, Alfonsín llega a privatizar la compañía aérea Austral46.

La historia del gobierno de Alfonsín es la de la continua lucha entre el deseo de un cambio y las posibilidades que daba la correlación de fuerzas para realizar ese cambio. Desde la soledad de su despacho, el Presidente lanzaba las voces de orden de la transformación, convencido de que la sociedad las seguiría: limitaciones al pago de la deuda externa, cambio de moneda, reforma constitucional, traslado de la capital, juicio a los militares involucrados en violaciones de los derechos humanos.

En cada uno de los casos, la realidad del poder fue limitando sus aspiraciones o haciéndolas fracasar. El gobierno democrático tenía todo el poder que quisiera, pero a condición de que aplicara una sola política económica.

45 Sorman, Guy (1987) “La Nouvelle richesse des nations”. Ed. Fayard, Paris. 46 Arango de Maglio, Aída: "Radicalismo y empresas públicas", en Realidad Económica N°97, Buenos Aires, 5° bimestre 1990.

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El plan Austral y el desencadenamiento de la hiperinflación

A mediados de 1985, los niveles de inflación eran lo suficientemente altos como para preocupar a toda la sociedad. Una tasa anual media del 250 por ciento había multiplicado los precios por 20.000 en ocho años, y en ese momento la tasa mensual había llegado al nivel escandaloso del 30 por ciento.

En ese momento, se produce el lanzamiento del Plan Austral, orientado por el ministro de Economía Juan Sourrouille. Como siempre, un nuevo programa económico aparece como la gran solución de todos los tiempos. Lanzado con un discurso de Alfonsín en la Plaza de Mayo, el plan cambió el nombre de la moneda nacional (que pasó a llamarse Austral) y le quitó varios ceros, para dar la impresión de una moneda fuerte. En rigor, esto era lo menos necesario, pero se trató de dar la impresión de una conducta fundacional, que fue la que caracterizó los principales actos de este gobierno.

El plan congeló las distintas variables económicas, en medio de un clima de euforia ante la solución definitiva del problema de la inflación. Alfonsín había prometido que con la democracia era posible alimentar, sanar y educar al pueblo y todo daba a entender que lo estaba cumpliendo. El fracaso de estas políticas reveló la debilidad de un gobierno que no conseguía el apoyo de los grandes factores de poder.

El Plan Austral y su sucesor, el Plan Primavera, terminan bajo la presión incontenible del crecimiento de los precios. Previsiblemente, se utiliza la palabra crisis también para designar la hiperinflación. Los precios dejan de expresarse en la moneda que se hiperdevalúa, lo que significa que va dejando de ser unidad de medida de valor. En ese momento, por ejemplo, los precios comenzaron a expresarse en dólares, aunque se pagan efectivamente en australes. Las casas y los departamentos se compran y venden en dólares, pero el pan y la leche en australes.

El principal efecto político es que se trata "de una forma de disciplinar a los trabajadores y hacerles aceptar la nueva caída histórica de sus remuneraciones" (408). De hecho, la gente siempre estará dispuesta a aceptar que se detenga la hiperinflación, aún al precio de terminen ganando menos que antes.

La crisis como arma para voltear un gobierno

La prioridad de Alfonsín era la consolidación del sistema democrático. Para él, la economía era apenas una cuestión de técnicos que le dirían qué era lo mejor que se podía hacer en cada momento. Cuando se dio cuenta de que la economía era, además, el mayor condicionamiento imaginable para la política, ya era demasiado tarde.

A principios de 1989, a tres meses de las elecciones presidenciales, el Banco Mundial suspende el apoyo que venía brindando al gobierno de Alfonsín, argumentando que no se había controlado adecuadamente el déficit fiscal, ni se había comenzado con la privatización de las empresas públicas. Esto no fue un error: el Banco Mundial sabía perfectamente lo que iba a provocar. Esa fue la señal que desencadenó la catástrofe. Poco a poco, todos abandonaron al gobierno que se hundía por la falta de apoyo del sistema financiero internacional.

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Los sindicatos pararon, la especulación provocó desabastecimiento, el periodismo reforzó el clima de alarma. Y aún el propio candidato a Presidente del partido oficialista, Eduardo Angeloz, se lanzó públicamente a pedir la renuncia del Ministro de Economía, Juan Sourrouille, como si de veras hubiera creído que el problema estaba en el nombre del ministro.

Alfonsín renunció a la Presidencia el 8 de julio de 1989, en medio de la hiperinflación y de un clima de inseguridad y violencia social extremos. El alza de los precios devoraba los sueldos en menos de una semana. Los saqueos a los supermercados y el clima de desorden y confusión que llevó a la caída de Alfonsín eran lo que se dio en llamar un "golpe de Estado económico".

La inmediata conclusión sobre este episodio es que un gobierno no puede simultáneamente liberalizar la economía y entrar en conflicto con los factores de poder. Sólo un gobierno absolutamente identificado con dichos intereses puede darse el lujo de desmantelar los controles estatales sobre la economía. Como tantas cosas, el liberalismo no es para todos.

De alguna manera, podríamos identificar a esos controles del Estado sobre la economía como a la existencia de mecanismos para la defensa nacional. Un gobierno no va a estar todo el tiempo en guerra, pero un país necesita tener un ejército, aunque sea para estar seguro de no tener que usarlo. Se pueden liberalizar las variables económicas, si uno cree que se trata de una medida útil. Lo que no se puede es desmantelar todas las posibilidades de que el Estado recupere el control de esas variables. Hacerlo equivale a dejar el país a merced de los especuladores.

En ese momento, la opinión pública se dividió entre los que condenaron la enorme cobardía de Raúl Alfonsín, por no haberse atrevido a denunciar el golpe de Estado del que era víctima, y haber dejado el campo libre a sus ejecutores. Y los que elogiaron el enorme coraje de Raúl Alfonsín, por no haber querido denunciar que se trataba de un golpe de Estado, y haber evitado así el derramamiento de sangre.

EL GOBIERNO DE MENEM Y LA CRISIS PERPETUA

Carlos Menem asumió el 8 de julio de 1989, cinco meses antes de la fecha prevista. Había basado su campaña electoral prometiendo una “revolución productiva” y anunciando la implementación de un “salariazo”. Hizo exactamente todo lo contrario. Inició su gestión con un gesto inusual en la política económica argentina, que fue el otorgar el Ministerio de Economía a un único grupo económico, el grupo Bunge y Born.

Quizás Menem haya querido marcar sus diferencias con el peronismo histórico, que, como vimos, pensaba exactamente lo contrario en términos económicos. A punto tal, que el fundador del partido, el ex presidente Juan D. Perón se había referido a la misma empresa en términos particularmente duros47. Bunge y Born, como exportadora privada de cereales, era un símbolo de lo que el peronismo había combatido siempre. Ubicar a la empresa en el Ministerio de Economía simbolizaba, a su vez, ese viraje ideológico que el escritor mexicano Carlos Fuentes denominó "cambio de piel",

47 Perón, J. “Los vendepatria: las pruebas de una traición”, Buenos Aires, 1958.

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refiriéndose a la transformación de los guerrilleros de la Revolución Mexicana en grandes financistas y hombres de negocios.

Los intentos fallidos y la construcción de la crisis

La primera etapa del gobierno de Menem se caracterizó por tratar de compatibilizar los criterios neoliberales con su carácter de representante de los intereses opuestos. Esto significó una distancia progresiva de los principios históricos del peronismo, como también de lo que decían sus principales referentes. Esto provocó algunas fracturas dentro del partido oficial, pero la mayor parte de los dirigentes políticos prefirieron quedarse dentro de su partido. Poco a poco, la ideología fue reemplazada por la obediencia.

El plan Bunge y Born tuvo dificultades, precisamente por haber sido implementado en esta etapa de transición hacia el liberalismo. Se basaba en la proyectada ampliación de la capacidad exportadora tradicional del país. Poner en producción nuevas tierras, emplear mayores capitales y ocupar mano de obra en reconstruir el granero del mundo. Todo eso, en el marco de un ajuste tradicional, al estilo del FMI.

Uno de los pilares de un proyecto exportador, es controlar los costos internos. Una posibilidad es subsidiar desde el Estado a las exportaciones para que lleguen baratas a los clientes del exterior. Si estamos asociados a las políticas del FMI, esto es impensable. Otra posibilidad es reducir los salarios para bajar los costos y que sean los asalariados quienes paguen el costo de subsidiar las exportaciones. Esto es políticamente difícil de hacer si uno acaba de ganar las elecciones prometiendo un "salariazo".

En pocos meses, una oleada de huelgas y un par de derrotas electorales hicieron caer el Plan BB. El dólar volvió a dispararse y la hiperinflación volvió a mostrar que los principales conflictos económicos seguían latentes. El nuevo ministro de Economía, Antonio Erman González, trató de zanjar las diferencias mediante un modelo liberal a ultranza.

Todas las medidas del Plan Erman fueron recesivas y llevaron a la gradual construcción de una crisis, esta vez sí, sin precedentes48:

• La reforma del Estado apuntaba, desde el principio, a deshacerse de numerosas entidades públicas deficitarias o ineficientes. En ningún momento se plantearon nuevos criterios de eficiencia para el sector público. Nadie parecía apuntar a la creación de una burocracia moderna. Simplemente, se sostuvo que el mejor empleado público era el empleado despedido y se procuró por todos los medios reducir la cantidad de personal del Estado. El resultado es que se empezó a endeudar al fisco para pagar las indemnizaciones de mucha gente que estaba haciendo tareas útiles. Algunas de esas tareas dejaron de hacerse y otras se contrataron a empresas privadas, a precios superiores a los que pagaba el Estado a su personal.

• La ley de emergencia económica y social llevaba a eliminar los múltiples subsidios a las provincias y a los sectores sociales de menores recursos, que pesaban sobre el presupuesto de la Nación y se suponía distorsionaban los mecanismos del mercado.

48 Sukup, V. “El peronismo y la economía mundial”, op. cit

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Es significativo el que se hayan recortado los subsidios a los pobres pero no los subsidios a los ricos. Como veremos más adelante, toda la política de privatizaciones se basó en regalar inmensas cantidades de dinero a quienes se hacían cargo de las empresas públicas, para garantizar que prestaran el servicio con eficiencia y sin deudas.

• Se inicia una política de "flexibilización" de las relaciones laborales, para que las empresas pudieran despedir a su personal con mayor facilidad. La idea es que esto les facilitaría volver a ocupar gente en el momento en que se reactivara la demanda. Sin embargo, estaba en marcha un cambio tecnológico basado en el ahorro de mano de obra. En consecuencia, esta política sirvió para acelerar ese cambio, solucionando los problemas de una sola de las partes.

• Se terminan con los últimos controles de precios y del tipo de cambio, para atraer inversiones extranjeras.

• El ajuste monetario trataba de reequilibrar las cuentas públicas. Con una inflación del 100 por ciento mensual, y estando ideológicamente prohibidos los controles de precios, se procuró contener los precios volviendo a una política de dólar barato, que alentara las importaciones. Esto hizo que entraran productos importados a menor precio que los fabricados en el país, al precio de seguir cerrando cuentes de trabajo. Durante 1990, el dólar aumentó un 300 por ciento, mientras que la inflación oficial fue del 1.350 por ciento. Esto equivale a decir que los precios internos, calculados en dólares, se triplicaron en ese año.

Me quedo con tus plazos fijos

Los precios seguían subiendo a toda velocidad. La sociedad veía a la inflación y la hiperinflación como reflejos de una situación de crisis, que debía ser corregida de alguna manera. El problema era definir qué sector de la sociedad pagaría los costos de la futura estabilización de los precios. Una medida que daría la pauta de los criterios del gobierno sobre la distribución del ingreso y la forma de administrar la crisis fue la decisión de apoderarse de todos los fondos depositados a plazo fijo en los bancos y entregar a cambio bonos de la deuda pública (los Bonex)49. Se trataba principalmente de los ahorros de la clase media que, acosada por la inflación, tenía esa alternativa para protegerlos.

El pretexto usado fue que los plazos fijos pagaban intereses altísimos (debido a la inflación) y que tenían el efecto de realimentar el alza de los precios. Si se quería detener la carrera de precios, era razonable evitar que los bancos siguieran pagando intereses altísimos. El argumento era cierto, pero el método elegido no era equitativo. De un día para otro, los ahorristas se encontraron con que tenían papeles (bonos) en vez de dinero y que así como habían pagado el costo de la hiperinflación, también debían pagar el costo de intentar detenerla.

Lo interesante fue que la mayor parte de las instituciones económicas consideraron esta confiscación como una medida razonable y no pusieron el grito en el cielo en nombre de la seguridad jurídica.

Domingo Cavallo y el plan de convertibilidad o la crisis para toda la eternidad

49 Decreto 36/90, del Poder Ejecutivo Nacional

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Los proyectos de política económica venían fracasando por un eco cada vez más lejano de la sociedad de empate. Si la inflación era el resultado de conflictos sociales no resueltos, la única forma de detenerla era definir claramente un ganador y un perdedor. Esta fue la tarea que cumplió Domingo Cavallo en el Ministerio de Economía a partir de marzo de 1991. Su política económica no representó un cambio importante con respecto al modelo neoliberal que venía aplicándose con pequeñas variantes desde 1976. Se generalizó la expresión "más de lo mismo" para calificar cada nueva variante de estas políticas.

Siguiendo el criterio fundacional de siempre, se volvió a cambiar el nombre de la moneda. Un peso pasó a valer 10.000 australes y -esto ya es novedoso- se le fijó por ley una cotización equivalente a un dólar. Se denominó a esto el "Plan de Convertibilidad" y su éxito fue, al mismo tiempo, su principal debilidad. La única posibilidad de que un peso valga siempre un dólar es que el Banco Central esté dispuesto a vender toda la cantidad de dólares que le pidan al precio eternamente estable de un peso. Esta política logró para 1995 el nivel de inflación más bajo del mundo: 0,2 por ciento en todo el año.

Esto significa que la convertibilidad no trae problemas cuando la situación está tranquila. Es decir, cuando las necesidades de dólares se cubren con la gente que tiene que venderlos. El problema es cuando la situación se tensa y son muchos más los que quieren comprar dólares de los que están dispuestos a venderlos. Allí el Banco Central tiene que conseguirlos y salir rápido a venderlos antes que todo el sistema se caiga y se vuelva a disparar la hiperinflación.

¿Cómo lo hace el Banco Central? El gobierno tiene que estar dispuesto a vender todo lo que pueda vender -y cobrar en dólares- para tener una reserva de divisas para hacer frente a esos pedidos. Esto significa vender cosas importantes (por ejemplo, una cantidad de empresas públicas) solamente para mantener dólares en la caja fuerte y entregarlos al que los pida. Cuando se acaben las cosas para vender, habrá que pedir prestado y aumentar más y más la deuda externa sólo para tener dólares y venderlos baratos. Es claro que esa deuda va creciendo, que habrá que devolverla en dólares, lo que significa seguir endeudándose para pagar los intereses de deudas anteriores.

Pero además, una economía como la nuestra no sólo demanda dólares por motivos especulativos. También los necesita para importar una cantidad de productos que se venden en el mercado interno. Como se liberó la importación de todo, habrá más pedidos de dólares para importaciones. El resultado es que el país se endeuda (pagando tasas de interés altísimas) para poder seguir vendiendo dólares baratos que sirvan para importar productos que no siempre necesitamos.

La forma neoliberal de controlar esto es mediante políticas recesivas que reduzcan la actividad económica, con lo cual la demanda de dólares también se reducirá. Por ejemplo, estas políticas suponen tasas de interés muy elevadas (en teoría, para que el sistema funcione, deberían estar entre las más altas del mundo). Esto es para evitar que nos ocurra lo que pasó en 1930, cuando la gente pedía préstamos a los bancos de Buenos Aires para depositar el dinero en los bancos de Nueva York, con lo cual se hizo una sangría de divisas que no hubo forma de mantener.

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Las principales medidas del Plan Cavallo pueden agruparse de la siguiente manera50:

• La reforma del Estado: Se planteó como un medio para reconquistar la capacidad reguladora del Estado. Se trataba de que el sector público fuera más pequeño y sus funciones estuvieran concentradas en la regulación de los servicios públicos antes que en prestarlos por sí mismo.

Para esto se usaron dos herramientas básicas: una fue la privatización de las empresas públicas y otra fue la reforma administrativa.

• La reforma tributaria: Planteada como un ataque a fondo contra la evasión, la reforma tributaria significó, efectivamente, un intento de dar racionalidad a un esquema en el que eran más los que evadían que los que pagaban. Sólo que se basó en impuestos cada vez más regresivos, como veremos en un próximo apartado. ¿Es necesario recordar que los impuestos sobre el consumo tienen siempre el efecto de reducir el nivel de actividad económica? Su consecuencia inmediata es reducir el consumo, lo que a su vez hace más lentos los circuitos económicos.

Por el contrario, los impuestos a la riqueza (si no son confiscatorios) impulsan a los sectores más ricos a invertir productivamente su dinero. La decisión de basar la recaudación en impuestos al consumo (como el impuesto al valor agregado) obligó a pagar más a los que menos tenían, con las consecuencias recesivas que dijimos.

• La flexibilización laboral: "Se trata de la dimensión laboral del proceso de flexibilización", dicen dos autores ya citados51.Se argumentó que el exceso de regulaciones del mercado laboral impedía que los empresarios tomaran más trabajadores. Se supuso que si se abarataban los despidos y disminuían las cargas sociales, los empresarios iban a ocupar más personas.

• La desregulación económica: la desregulación apuntó a eliminar mecanismos tales como los regímenes de promoción industrial, los controles de precios o los instrumentos para proteger determinadas economías regionales. También se desreguló el mercado de capitales, lo que facilitó tanto la llegada al país como la salida de fondos especulativos.

• La apertura al comercio y la inversión extranjera: Se afirmó que la mejor manera de lograr la expansión y modernización del aparato productivo era hacer competir a la actividad local con todo producto que se quisiera importar. El razonamiento era que el proteccionismo vigente había encarecido artificialmente los productos hechos en la Argentina. También se afirmó que había retrasado la modernización de las empresas, ya que, al no competir con el exterior, no tenían incentivos para el cambio tecnológico.

En cuanto a las facilidades otorgadas a los inversores del exterior, esto permitió darles un rol importante en la privatización de las empresas públicas y en la compra de empresas locales, ya que las inversiones dirigidas hacia nuevos emprendimientos fueron muy escasas. 50 Sánchez, Marcelo y Sirlin, Pablo: "Elementos de una propuesta transformadora para el desarrollo económico argentino", en Realidad Económica N°117, julio-agosto de 1993. 51 Sánchez, Marcelo y Sirlin, Pablo, op. cit.

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La reforma del Estado: las privatizaciones. Vendiendo las joyas de la abuela

En los últimos años, se privatizaron las principales empresas del Estado. El argumento utilizado fue la mayor eficiencia de los operadores privados frente al sector público. Este argumento no es tan automático como parece, ya que los objetivos de uno y otro sector son distintos. No es lo mismo tener eficiencia para ganar dinero que para prestar un servicio.

El argumento teórico es tan débil que en algunos casos (por ejemplo, en Aerolíneas Argentinas), se vendió una empresa pública argentina al estado de otro país (en este caso, España), sin que el carácter estatal del comprador fuera cuestionado.

El motivo de fondo para privatizar fue dar una fuente de negocios a determinados grandes capitales, en reemplazo del mercado interno perdido. Este es el único objetivo cumplido de todos los que se enunciaron en su momento.

El manejo de las privatizaciones refleja, en el mejor de los casos, una confusión entre los criterios de corto y los de largo plazo. Se vendieron las empresas públicas principalmente para obtener dinero fresco para cerrar las cuentas públicas y las cuentas externas.

Desde el punto de vista de los condicionamientos políticos "las privatizaciones de empresas públicas, como lo fue anteriormente la capitalización de la deuda externa, están impuestas por el FMI y el Banco Mundial a instancias de los bancos acreedores para cobrarse la deuda externa en especies. En este caso, las privatizaciones no fueron realizadas para mejorar la eficiencia microeconómica del aparato productivo, sino para solucionar los problemas fiscales del Estado, pagar los intereses de la deuda externa y facilitar el ingreso al Plan Brady"52.

Vender un capital social acumulado durante décadas para hacer frente a los gastos de este mes se parece bastante a creer que uno puede vivir como rico vendiendo sus propiedades una a una.

El resultado económico de las privatizaciones efectuadas en la Argentina es tan desfavorable que pasan a ser un factor importante en la formación de las futuras crisis económicas. Esto requiere una aclaración importante, ya que la gente suele creer que se trató simplemente de una serie de ventas. Hay, sin embargo, diferencias importantes, ya que cuando alguien compra una empresa, se supone que paga lo que valen los bienes de esa empresa, y le resta las deudas, porque el comprador tendrá que hacerse cargo de ellas. Es decir, que se compra el activo y el pasivo de esa empresa.

Las empresas eran deficitarias en manos del Estado, porque tenían tarifas políticas, especialmente bajas para que no tuvieran un efecto recesivo sobre la economía. Al venderlas, se aumentaron todas sus tarifas, con lo cual muchas de ellas se hubieran vuelto rentables por ese sólo motivo. Y además, el Estado se hizo cargo de las deudas que esas empresas tenían.

52 Sánchez, Miguel Alberto: "Privatizaciones y extranjerización de la economía argentina", en Realidad Económica, N°116, Buenos Aires, mayo-junio de 1993.

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Para dar una idea de lo irracional de esa conducta (por no calificarla de un modo mucho más duro), diremos que en algunos casos se procedió de la siguiente manera:

• Primero, la administración de una empresa estatal pide préstamos para modernizar la empresa. Es decir, que recibe nuevos equipos o maquinarias y se queda con una deuda a cambio de esas compras.

• Después, la empresa se vende a un precio muy inferior a lo que vale.

• El aumento de las tarifas garantiza al operador privado la ganancia que antes se le negó al Estado.

• El Estado sigue pagando los préstamos recibidos por la empresa. Es decir, que las mejoras que entrega no le cuestan nada al que la compra.

Algunas cifras servirán para ejemplificar la forma en que el Estado se desprendió de sus “mejores joyas”. La responsabilidad mayor corresponde al gobierno de Menem, pero su antecesor tampoco queda demasiado bien librado:

• "La valuación de la flota (de Aerolíneas Argentinas) fue efectuada en 1987, tomando como base los valores de libro. Como ya estaban amortizados, dos Boeing 707 fueron tasados en un dólar cincuenta y siete centavos cada uno y no según su valor de reventa en el mercado de usados, que era de 2,1 millones de dólares cada uno. La diferencia no era menuda: de tres dólares a cuatro millones (de dólares)" 53.

No sorprende, entonces que un estudio minucioso haya llegado a la conclusión de que "si se analiza la transferencia de Aerolíneas Argentinas y varias de las restantes privatizaciones, lo primero que se advierte es que pocos de los objetivos invocados para justificar la necesidad de privatización fueron alcanzados con el proceso real" 54.

• La venta de ENTel fue "aquella en la que se pagó el menor precio por línea en servicio de todas las privatizaciones de empresas de telecomunicaciones en el Tercer Mundo: 800 dólares por línea, contra 1.600 de teléfonos de México, 1.714 de Telecom de Nueva Zelanda y 3.3.57 de Telekom de Malasia (423).

• El valor comercial de Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF) fue estimado en no menos de 13.000 millones de dólares, con una ganancia anual que puede variar entre los 700 y 1.000 millones. Se la vendió por 3.040 millones de dólares y se cedió su conducción a quienes manejan entre el 10 y el 20 por ciento de las acciones (424).

Un análisis de las relaciones entre lo que ingresó al Estado vendiendo empresas públicas y la deuda que se le cargó revelan lo desfavorable de estas operaciones. El cuadro siguiente se refiere a las empresas del sector eléctrico. No contempla las pérdidas por haber vendido las empresas más barato de lo que valían, lo que agravaría mucho más las cifras.

53 Verbitsky, H. “Robo para la corona”, op cit 54Sánchez, Miguel Alberto: "Privatizaciones y extranjerización de la economía argentina", en Realidad Económica, N°116, Buenos Aires, mayo-junio de 1993.

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Venta de empresas del Estado: Relación entre ingresos percibidos y deuda transferida al Estado

Empresas privatizadas Recaudación Deuda para el Estado

Ganancias(+) y pérdidas(-)

SEGBA 1.294 902 + 392 Agua y Energía 620 1.058 - 438 Hidronor 746 1.488 - 742 Cías. transporte de electricidad 287 - + 287

Subtotal 2.947 3.448 - 501 Privatizaciones en proyectos Yacyretá y centrales nucleares 1.500 5.000 - 3.500

Totales 4.447 - 4.001 - 4.001

¿Qué significan estos números? Que si se suman las privatizaciones eléctricas proyectadas a las ya realizadas, el Estado obtiene 4.447 millones de dólares y se endeuda por 8.448 millones. Esa deuda es, insistimos, un regalo para los compradores de las empresas, ya que se las entrega equipadas, pero sin tener que pagar los préstamos que se usaron para el equipamiento. Manejar eficientemente una empresa que no tiene deudas es, lo sabemos, algo muy sencillo.

Un caso extremo es el de las privatizaciones del área nuclear, ya que aquí se agrega el costo económico del riesgo ambiental. La proyectada privatización suponía que los compradores privados administrarían las centrales atómicas de Atucha I y Embalse de Río Tercero, pero el Estado se haría cargo de reparar los daños e indemnizar a las victimas en caso de un eventual accidente nuclear. Afortunadamente, no hubo privatizaciones en las actividades de energía atómica.

Es decir, las privatizaciones son uno de los principales mecanismos por los cuales se pasa de una economía en la que la expansión podía beneficiar a todos (aunque de manera diferente) a otra economía en la que unos se salvan de la crisis mientras los demás quedan sumergidos en ella. Esto supone, nuevamente, que no hay motivos suficientes para impulsar la reactivación desde el poder.

El despido de los empleados públicos

En cuanto a la reforma administrativa, se planteó la modernización del Estado y su mayor eficiencia. En realidad, casi lo único que se hizo fue hacer desaparecer organismos públicos y despedir personal. No se atendió a la función que estaban cumpliendo esos organismos, sino al apoyo político que tenían para mantenerse dentro de la Administración Pública.

Se dijo que el personal despedido por el Estado sería absorbido rápidamente por la actividad privada, lo que ocultó por un breve tiempo el carácter recesivo de las medidas. Con respecto al personal, se eligió el peor método posible, el del retiro

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voluntario, lo que significa que el Estado le pagó a la gente para que se fuera a otro lado.

Como los únicos que podían irse eran los que ya habían conseguido otro trabajo, el resultado fue una forma de expulsar a los más capacitados. La situación fue especialmente crítica en las áreas de ciencia y técnica. En la Comisión Nacional de Energía Atómica, para ahorrar sueldos de científicos, se le pagó para que se fueran a reconocidos especialistas, en cuya formación había invertido recursos muy importantes.

Los efectos de la reforma tributaria: Menos impuestos para los yates y para la Bolsa

Sabemos que la política impositiva es una importante herramienta en la distribución del ingreso. Decidir quién pagará impuestos y de qué magnitud es una facultad del poder político. Puede usarse para atenuar o acentuar las diferencias entre los grupos y clases sociales.

Durante la presidencia de Carlos Saúl Menem se rebajan sustancialmente los impuestos internos al consumo de whisky, que pasan del 30 por ciento a apenas el 12 por ciento. También se reducen los impuestos que pagan las alfombras importadas de Turquía y otros países de Oriente. En 1991, los aviones y barcos de recreo pagaban un impuesto interno del 24 por ciento. En 1996, para favorecer a los postergados dueños de los aviones y los yates, ese impuesto se redujo a cero. En 1991, las joyas y pieles pagaban un 25 por ciento. En 1996, se les baja el impuesto a valores entre el 2 y el 5 por ciento. También se eliminan los impuestos a los automóviles55.

Siguiendo la misma línea, se decide que las empresas que cotizan en la Bolsa no retengan los impuestos que debiera pagar cada inversor. "No hay que temer una mayor presión fiscal porque todas las medidas de eliminación o reducción de impuestos fueron para abaratar los costos de la producción, la inversión y para alentar el empleo", dijo el ministro de Economía, Domingo Cavallo.

¿Acaso la flexibilización aumenta la ocupación?

Las políticas de flexibilización laboral parten de un razonamiento paradójico, según el cual la mejor manera de combatir la desocupación es facilitando los despidos. Pertenece a una cadena de razonamientos semejantes, como la afirmación de que la mejor manera de obtener divisas para el país es facilitar su salida, o la que dice que la mejor forma de industrializar el país es permitiendo la importación masiva de todo lo que producen todos los competidores imaginables.

Durante los dos siglos iniciados en la Revolución Industrial, cada aumento de la producción se correspondía con un aumento en el empleo. Pero en las últimas décadas del siglo XX, se produce simultáneamente un aumento de la producción y una disminución de empleo.

La mayor parte de los economistas y políticos afirman que se refiere a "una tendencia del mercado", a la que se trata como si fuese la voluntad de Dios. Pero no hay ninguna razón para suponer que las tendencias del mercado sean irreversibles. De hecho, las 55 Diario Clarín, 21/04/1996.

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tecnologías ahorradoras de mano de obra son consecuencia de un cierto contexto económico y político que las favoreció.

Pero si los poderes públicos aceptan que la desocupación no es el precio del progreso, pueden hacer mucho al respecto. Por ejemplo, aplicar políticas impositivas y crediticias que favorezcan a las empresas que usen técnicas de producción intensivas en mano de obra. El cuadro siguiente muestra el crecimiento de la desocupación a partir del final del gobierno militar.

Alfonsín Menem Año Tasa Año Tasa 1984 4,6% 1990 7,4% 1985 6,1% 1991 6,5% 1986 5,6% 1992 7,0% 1987 5,9% 1993 9,6% 1988 6,3% 1994 11,5% 1989 7,6 1995 17,4% 1996 17,1% Promedio 6,0% 10,9%

Fuente: FIEL, cit. Diario Clarín, 14/04/1996.

A mediados de 1996, las cifras de desocupación alcanzaron las 2.118.000 personas. Si se suman que además se registraron 1.573.000 subempleados, se llega a 3.691.000 personas (casi el 30 por ciento de la gente en condiciones de trabajar) con graves problemas laborales56.

Dentro del modelo neoliberal, el ex ministro R. Alemann propuso, entre otras cosas, la flexibilización laboral, fundamentalmente la eliminación completa de la indemnización por despido. Lo cual, según él, “generaría mucho empleo porque disminuiría mucho el riesgo empresarial"57.

La idea de que la mejor manera de evitar la desocupación es facilitar los despidos suena inverosímil pero es exactamente lo que se hizo. A partir de 1991, se aprobaron normas de "flexibilización laboral", que consisten en disminuir los aportes jubilatorios patronales, y reducir en algunos casos y en otros anular las indemnizaciones por despido58 59 60.

La reducción de los aportes patronales significó una baja de 2.500 millones de dólares anuales en los ingresos del Estado. Para compensarla, se aumentaron los impuestos al

56 Diario Clarín, 29/06/1996. 57 Diario Clarín, 14/04/1996. 58 Ley de Empleo N°24.013 59 Ley de Fomento al Empleo N°24.567. 60 Ley de Trabajo en las Pequeñas y Medianas Empresas N°24.567.

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consumo y a la clase media. Es decir, se hizo aún más regresiva la distribución del ingreso61.

La desindustrialización ocurrida en la Argentina no llevó sólo a despedir gente sino también a destruir las mismas fuentes de trabajo. El 18 de marzo de 1996, la Comisión de Pastoral Social de la Iglesia realizó una dura advertencia sobre "las graves situaciones sociales que está viviendo gran parte del pueblo argentino". En el documento, los obispos criticaron:

• El hiperdesempleo y la exclusión social, y exigieron medidas urgentes que contemplen un salario mínimo que no sea sometido a eventuales medidas de emergencia o recortes.

• Reclamaron que el costo social sea equitativo, dejando de lado a los sectores de menores recursos, que no llegan ni siquiera a cubrir sus necesidades básicas.

• Sostuvieron que es urgente flexibilizar y humanizar el modelo económico y la necesidad de una más equitativa distribución de la riqueza.

• Destacaron la crisis de las provincias, la quiebra del sistema de salud, el drama de los jubilados y la desnutrición infantil62.

Los sectores ligados a la política de la administración peronista quedaron entrampados en su relación con la política económica. Por una parte, sólo podían elogiar el control de la inflación, planteado como el mayor éxito de la gestión de Carlos Menem. Pero, al mismo tiempo, no podían desconocer el aumento de la desocupación provocado por la misma política que estaban elogiando.

El resultado fue un discurso político contradictorio, en el que las cosas se dijeron a medias y que no fue capaz de reconocer que la estabilidad monetaria y la desocupación son dos caras del mismo fenómeno. Al mismo tiempo, desde el peronismo se criticó al ministro que llevó a cabo la política, pero no al presidente que se la encomendó.

"No creo que Cavallo tenga la intención de arruinar el país -dijo el senador Antonio Cafiero en una reunión con empresarios-. Es un ministro que cumple su función, pero está preso de un modelo". Cafiero miró a su auditorio y pidió lugar para una digresión: recordó que el Código Penal dice que "se castigará con penas de cinco a veinte años de cárcel a aquél que atentara directa o indirectamente contra la independencia económica del país"63.

¿Quién se benefició con la desregulación y la apertura?

Después de haber enunciado en todos los tonos los grandes beneficios que nos proporcionaría la desregulación de la economía y la apertura al comercio internacional, vale la pena ver algunos de sus resultados. En el cuadro siguiente vemos la comparación de los dos últimos censos industriales. Se ve con claridad que la crisis no es de un trimestre, sino, por lo menos, de una década entera. En ese período, la industria perdió puestos de trabajo, disminuyó la cantidad de locales y perdió en el porcentaje de capital 61 Diario Clarín, 29/06/1996. 62 Diario Clarín, 01/04/1996. 63 Diario Clarín, 31/01/1996.

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nacional. Al mismo tiempo, aumentó la cantidad de empresas grandes, lo que muestra que el que una empresa sea grande no significa que ocupe muchas personas en proporción al volumen de los negocios que maneja.

Censos económicos nacionales -sector industrial- Año Año 1985 1993 Puestos de trabajo (miles) 1.381 1.002 Locales industriales (miles) 109 102 Empresas con más de 100 trab. 1.453 2.004 % de origen nacional 43,4 (*) 36,3

(*) En 1986 Fuente: Diario Clarín, Sección Económica, 11/02/1996.

Al mismo tiempo, el éxito de esta política durante un período de varios años se debe a que logró separar la coyuntura económica de los distintos sectores sociales. Es decir, expansión para unos y crisis para otros. Un dato relevante es que, a medida que la desocupación crecía, también lo hacía el producto bruto nacional, lo que marca una importante diferencia con las fases de desarrollo anteriores. Por ejemplo, durante la gestión de Cavallo como ministro de Economía, el PBI subió un 8,9 por ciento en 1991, un 8,7 por ciento en 1992, un 6,0 por ciento en 1993 y un 6,5 por ciento en 1994. Recién comenzó a bajar en 1995, con una reducción del 4,4 por ciento64. Pero en ese momento, ya eran muchos los argentinos que sufrían la profundidad de la crisis, mientras los beneficiados por la política económica continuaban en expansión.

La incidencia de todo esto sobre la distribución del ingreso se refleja en el cuadro siguiente, que muestra la continua reducción de la participación de los asalariados en el ingreso nacional:

Participación de los salarios en el PBI Año 1970 1980 1985 1989 Porcentaje 40.9 31.5 31.9 24.9

Fuente: Vilas, Carlos “Reestructuración capitalista, reforma del estado y clase obrera en América Latina”. En Cuadernos del Sur N°18, 1994.

Las consecuencias sociales de una política que no tiene en cuenta el mantenimiento de la ocupación ni el cuidado de todo el aparato productivo (sino sólo una parte de él) fueron resumidas por la revista Time del siguiente modo: "De los 32 millones de ciudadanos de la Argentina, cerca de 10 millones están por debajo de la línea de pobreza (un ingreso familiar de 100 dólares por mes), y otros 15 millones oscilan apenas por encima de ella"65 .

64 Diario Clarín, 27/07/1996. 65 Revista Time, 1989.

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Las finanzas bajo la crisis

Al comienzo, la política llevó a una transferencia de ingresos hacia el sector financiero. Se suponía que la modernización y la globalización llevarían a reacomodar unos sectores en beneficio de otros. Pero las finanzas sólo pueden ser el reflejo de lo que ocurra en la economía real. No puede haber un país con finanzas ricas y el resto empobrecido, ya que no habrá a quien prestarle. Por una parte, las empresas quebradas no pueden devolver los préstamos que reciben. Por ejemplo, los créditos "irrecuperables" llegaron en enero de 1996 a 3.841 millones de pesos, un 388% más que los 786 millones de enero de 199566.

Esto hace que, otra vez, el principal deudor haya sido el Estado. El sistema financiero está dispuesto a prestar grandes cantidades al fisco porque garantiza la devolución de los fondos, lo que no pueden decir todos los deudores. El Estado se endeuda cuando no le alcanza con la recaudación para hacer frente a sus gastos. Como la recaudación depende del nivel de actividad económica, es claro que las políticas recesivas tenderán a aumentar el endeudamiento del fisco.

Al mismo tiempo, una política económica que privilegia lo financiero y olvida todo lo demás, tendrá problemas para crear sus cuentas externas, lo que obliga a aumentar continuamente la deuda externa. En 1989, la deuda externa era de 63 mil millones de dólares. En 1996, había subido a 92 mil millones. Esto significa que en los próximos años habrá que seguir pidiendo préstamos para pagar los intereses de los préstamos anteriores, con todas las consecuencias que esto tiene.

El país de los corruptos

Al igual que en la crisis de la década de 1930, la situación económica provoca un deterioro importante en los sistemas de valores y en la ética pública. El primero que lo dijo con todas las letras fue el presidente de la Asociación de Bancos Extranjeros en la República Argentina, Emilio J. Cárdenas, quien sostuvo que la Argentina vivía en una cleptocracia, es decir, en el gobierno de los ladrones67.

La enumeración de los hechos de corrupción que involucran a funcionarios públicos sería demasiado larga y ocuparía por sí sola varios libros como éste. Basta con recordar que los hechos de corrupción llevaron a la desaparición de una institución como el Concejo Deliberante de la Ciudad de Buenos Aires, ya que nadie quiso que fuera la base de la Legislatura de la Ciudad.

Durante la guerra entre Ecuador y Perú, el país decretó un embargo de armas a ambas partes en conflicto. Sin embargo, en febrero de 1995 se remitieron 8 mil fusiles de combate y 75 toneladas de municiones a Ecuador. Se trata de una operación que fue negada oficialmente y que terminó con el procesamiento de varios funcionarios de Fabricaciones Militares. Sorprendentemente, durante un año el Congreso no pareció interesado en el tema, a pesar de su rol constitucional referido a las relaciones exteriores. Por su parte, el Poder Ejecutivo Nacional también esperó un año para darse por enterado, con lo cual no pudo sancionar a los responsables porque el hecho ya había 66 Abalo, Carlos (1981), “Argentina 1976-1981” (1° Parte). En: Comercio Exterior. México. 67 Diario Página/12, 27-28/12/1990.

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prescripto. Los peruanos lo consideraron una traición, después del apoyo de su país a la Argentina en el conflicto por Malvinas. Por su parte, los ecuatorianos se quejaron de haber sido estafados con material bélico en tan mal estado que no podía ser utilizado, y por el cual pagaron, no sólo su precio, sino también gruesos sobornos a las autoridades argentinas.

La convertibilidad en un mundo globalizado

Para Carlos Abalo, hablar de esta política requiere analizar el contexto internacional en el que se produce y el rol que juega la deuda externa. "No se puede entender -dice- el plan de convertibilidad y la política económica a que éste da lugar si no se parte del fenómeno de reconversión en la economía mundial capitalista. La periferia quiso aprovechar los primeros indicios generalizados de esta reconversión y algunos países lo consiguieron".

"La reconversión es difícil de eludir para las burguesías nacionales porque su transnacionalización en el nuevo orden mundial es la única manera de supervivencia que les queda en detrimento de fracciones más débiles o de internacionalización más dificultosa. Para la periferia, el aspecto más importante de esta reconversión es la nueva acumulación -aunque haya sido predominantemente financiera y destinada a la exportación de capital, como en la Argentina-, y como esa acumulación está basada sobre la deuda externa, esta última se convierte en el eje del ajuste y de la capacidad de reconversión. De ahí que el principal objetivo de los planes de estabilización, como sucede ahora con el de convertibilidad, consista en el pago de la deuda, en sus distintas formas y con diferentes repercusiones económicas y sociales"68.

Lo que equivale a decir que la deuda externa forma parte de un proceso de acumulación de capitales. Sólo que esos capitales se acumulan en otro lugar y benefician a otros sectores sociales.

En tal sentido, tenemos que recordar que la economía argentina debía reconvertirse. Que después de varias décadas de aislamiento durante la fase de sustitución de importaciones, era necesaria una modernización de todo el aparato productivo. Un cambio tecnológico profundo, basado en la producción de nuevas formas de conocimiento aplicadas a la producción y en la inversión masiva de capitales.

Y, obviamente, en todo proceso de cambio, hay construcción y destrucción. Pero el camino elegido para nuestro país fue el peor de todos los caminos posibles. Porque se destruyó el aparato productivo en forma cuidadosa y deliberada, a cambio de la ilusión de que las fuerzas impersonales del mercado habrían de reconstruirlo. Lo cual fue particularmente reforzado por el Plan de Convertibilidad que estamos comentando. De este modo, nos quedamos sentados, esperando un milagro que quizás el mercado no llegue a producir nunca.

La crisis en el alma de la gente

Como en la crisis del 30, la situación económica provoca profundas alteraciones en la vida cotidiana de las personas. Recordemos que se trata de una sociedad que refuerza

68Abalo, Carlos: "La reconversión argentina y el mercado capitalista", en Realidad Económica N°105-106, enero-marzo de 1992.

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cada vez más los valores de tipo económico y debilita las demás formas de las relaciones humanas. Al respecto, señala Liliana Mizrahi que la crisis social y económica "arrasa familias, disuelve parejas, enfrenta y enemista a padres e hijos. Lo reprimido retorna con mucha fuerza. Dentro de la familia se alteran los roles, la autoridad, las creencias. Se pierden vínculos amistosos, laborales, instituciones, grupos sociales que proveían de un sentimiento de pertenencia y de referencia que identificaban nuestro lugar en el mundo. Esta coyuntura es devastadora. Yo como terapeuta, nunca escuché a tanta gente, en tan poco tiempo diciendo que desea la muerte".

"La crisis económica es represión: aísla, limita, inhibe, amenaza, intimida, aterroriza, persigue, invalida, obsesiona al sujeto hasta paralizarlo. De un modo o de otro, el dinero ocupa el lugar que deberían ocupar temas existenciales que aún la sociedad no ha resuelto, como es en el caso de los argentinos nuestra propia historia reciente"69.

El desarrollo ausente

El abandono de los proyectos de desarrollo (casi de cualquier signo) y la extensión del mismo modelo económico a casi todo el planeta Tierra, han generado efectos catastróficos. En la década de 1970, cuando el desarrollo era la prioridad de muchos gobiernos, se afirmaba con escándalo que en el mundo había unos mil millones de personas en situación de extrema pobreza. A mediados de la década de 1990, había en el mundo entre 1.500 y 2.000 millones de personas en esa situación. Es decir, que por lo menos el 20 por ciento de la humanidad sobreviviendo con ingresos inferiores a un dólar por día70.

Todos los años, unos 25 millones de personas cruzan hacia abajo la línea de la extrema pobreza. En 1994, el entonces director del FMI, Michel Camdessus reclamó mayor cantidad de fondos para ayudar a los países empobrecidos. Los representantes de Estados Unidos, Alemania e Inglaterra, que poseen la mayoría de los votos, se opusieron por considerar que ello generaría presiones inflacionarias71.

"El desarrollo ausente" es, precisamente, el título de un excelente estudio de Daniel Aspiazu y Hugo Nochteff sobre la política económica vigente durante esta fase de desarrollo. Creo que la mejor forma de terminar este capítulo es sintetizando las conclusiones de ambos autores sobre lo que nos pasó a los argentinos en dos décadas de economía neoliberal.

Entre 1976 y 1995, el producto por habitante decreció, lo que significa una tendencia nítida a la caída del ingreso promedio de los argentinos. Esto no es coyuntural, sino que hace al modelo de país implementado. Por más que a veces se hable de una moderada "reactivación", la misma no altera la tendencia al empobrecimiento general.

En esa etapa, la tasa de inversión decayó. "Como se puede leer en cualquier manual de economía, cuando la tasa de inversión decrece, el producto -a la corta o a la larga- también decrece".

69Mizrahi, Liliana: "Qué hacer en el campo de la salud mental ante la crisis socioeconómica: aprender y ayudar a resistir", en Diario Página/12, Buenos Aires, 18/1/1996. 70 Diario Clarín 09/02/1996 71 Diario Clarín 09/02/1996

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A partir de 1976 la productividad de la sociedad argentina estuvo cayendo. Desde 1976 el producto, la inversión, la productividad social y los salarios cayeron juntos. Sólo que los salarios cayeron más. El salario real de 1993 (fecha en que fue publicado este libro) era inferior a la mitad de lo que era en 1975. Desde 1976 aumentó la desocupación y la subocupación, mientras cayeron los salarios y la inversión. Esto desmiente, obviamente, la afirmación habitual que dice que con sólo bajar los costos salariales se resuelve el problema del desempleo.

Desde 1976 se redistribuyó, y mucho. La participación del 10 por ciento más rico de la población creció, la del 60 por ciento -la famosa clase media- disminuyó. La del 30 por ciento más pobre disminuyó más aún.

Desde 1976 la pobreza aumentó, y mucho. En 1974 el porcentaje de los hogares que no legaban a comprar la canasta mínima necesaria para la subsistencia era del 4 por ciento; en 1992 se elevó al 20 por ciento.

En consecuencia, la Argentina se subdesarrolló durante la casi dos décadas en las que predominaron el diagnóstico, las recomendaciones y las políticas neoconservadoras. Las políticas de privatización, desregulación y apertura fueron políticas que transfirieron poder de regulación -de coacción- a la elite económica. Estas políticas no eliminaron las restricciones al desarrollo sino que erigieron nuevas restricciones al desarrollo económico y social72.

CONCLUSIONES

La investigación que aquí detallamos nos muestra que los altos niveles de desocupación y marginalidad social no son accidentes de coyuntura ni subproductos indeseables de una cierta política económica. Por el contrario, estamos analizando un período en el que la crisis permanente forma parte del modelo de país.

1. La destrucción del aparato productivo

La perdurabilidad de esta crisis no depende del nombre del ministro de Economía de turno. Nuestra crisis es cualitativamente diferente de la que sufrió el mundo durante la década de 1930. En aquél momento, los trabajadores estaban parados (con las dramáticas secuelas que esto implicaba) pero el aparato productivo estaba intacto. Las fábricas y oficinas tenían cerradas las persianas, pero las máquinas y los escritorios estaban adentro, en la penumbra, ocupando el lugar de siempre, esperando una reactivación de la demanda que permitiera volver a ocupar a los cesantes.

Pero en la Argentina actual gran parte del aparato productivo ha sido destruido. Es cierto, el país tenía que adaptarse a la globalización. Pero los países que efectuaron esa adaptación, lo hicieron mediante una reconversión de su aparato productivo. Para dejar de producir unas cosas y empezar a producir otras distintas, los empresarios de otras latitudes tuvieron apoyo crediticio y tecnológico por parte de sus respectivos Estados nacionales, que decidieron no borrarse de esa responsabilidad. Sólo en

72Aspiazu, Daniel y Nochteff, Hugo: "El desarrollo ausente", Buenos Aires, FLACSO Economía - Tesis Grupo Editorial Norma, 1994.

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Argentina se entendió que la modernización consistía en destruir lo antiguo sin ayudar a crear lo nuevo.

Sin fuentes de trabajo y sin las condiciones para crearlas, no puede pensarse en ninguna forma de reactivación económica en un plazo razonable. En esta situación, cualquier aumento de la demanda, cualquier ampliación del mercado, sólo pueden traducirse en un aumento de las importaciones, no en un aumento de la producción y la ocupación dentro del país.

Esto, por supuesto, encuentra rápidamente sus límites: para comprar el exterior hacen falta divisas, que siempre serán escasas. Entonces, más tarde o más temprano, toda reactivación deberá ser frenada porque no habrá divisas para seguir adelante. Estos límites serían mucho más lejanos en un país que tuviera una importante producción propia y necesitara importar una parte menor de lo que consuma. Es decir, que una economía más autárquica que la nuestra puede permitirse una expansión económica que nosotros no podemos sostener.

Sin duda que existe la globalización y que no es posible mantener una industria ineficiente protegida durante largos períodos por barreras aduaneras. Para salvar esa contradicción, los países tienen un Estado que juega el rol de ir orientando la transición, mediante apoyos económicos y tecnológicos. La función de los bancos estatales no debería ser venderse a toda velocidad para cerrar la caja de este mes, sino otorgar créditos para esa reconversión productiva. Y los organismos de ciencia y tecnología del Estado están precisamente para realizar las investigaciones y desarrollos que esa reconversión necesita. El desmantelamiento del sistema científico y tecnológico argentino (a pesar de sus fallas evidentes) sólo puede prolongar el modelo de crisis perpetua. No es lo mismo desarrollar la tecnología que uno considere conveniente que comprar la que otros quieran venderle.

Nada de esto es demasiado nuevo. Estas ideas han sido expresadas y puestas en práctica muchas veces a lo largo de nuestra historia y funcionaron lo suficientemente bien como para dar resultados satisfactorios en contextos diferentes. Por el contrario, cada vez que se destruyó lo existente argumentando que lo nuevo sería una creación espontánea del mercado, nos quedamos viviendo en medio de las ruinas, sin que el mercado se acordara de nosotros.

Este fenómeno no ocurrió solamente en Argentina sino que afectó a buena parte de América Latina, donde los gobiernos civiles tuvieron que pagar la deuda externa contraída por los militares. "El desencadenamiento de la crisis -explica Lavergne- apresuró la necesidad de reemplazar los regímenes militares por otros de mayor consenso y legitimidad que contuviesen el profundo malestar y daño con que los pueblos están soportando la situación"73. Sólo que se condicionó de tal manera a los gobiernos siguientes, que lo único que terminaron haciendo fue continuar con la misma política económica. Esto va más allá de la simple incapacidad o corrupción de los sectores políticos de cada momento. Tiene que ver con las profundas transformaciones iniciadas durante esta dictadura.

73 Lavergne, Néstor (1993) “Argentina 1993: estabilidad económica, democracias y Estado Nación”. En Calcagno, Alfredo, “La ética del crecimiento”. Fundación Sergio Karakachoff. Bs.As.

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Vale la pena, entonces, señalar que la última dictadura se diferenció de las anteriores en que no procuró solamente hacer ciertos arreglos en beneficio de los sectores tradicionales, sino que cambió completamente las reglas del juego de la economía. La profundidad de ese cambio justifica el que lo hayamos reflejado en un cambio de fase de desarrollo. Las anteriores dictaduras habían dejado un país semejante al que encontraron. Pero la última produjo cambios profundos en el modelo de país. Es decir, en la clase de país que estamos habitando. En su estructura económica y en las relaciones entre los distintos sectores sociales, pero también en las actitudes de la gente hacia la política, la sociedad, la cultura y aún hacia su propia vida privada.

2. La crisis en una sociedad despolitizada

Uno de los cambios importantes es el proceso de despolitización de la sociedad argentina, particularmente de los más jóvenes. Este fenómeno parecía consecuencia directa de la represión al finalizar la dictadura y la mayor parte de los observadores pensaban que la falta de represión llevaría una repolitización de la juventud. Sin embargo, un sondeo de opinión efectuado en 1993 (es decir, diez años después del fin de la dictadura) revela que el desinterés por la cosa pública era una característica del momento histórico. Según dicha encuesta, los objetivos de vida de los jóvenes son en casi un 80 por ciento “ser feliz”, en un 60 por ciento “formar una familia”, y en un 45 por ciento “ganar dinero”. Sólo un 14 por ciento se planteaba “desarrollar una actividad que contribuya al bienestar del país”.

Al respecto, un autor citado comenta que "veinte años de insurgencia y contrainsurgencia violadora de derechos humanos, con atrocidades; quince años de especulación financiera y deuda externa; una década de democracia de partidos clientelistas con alta corrupción, creciente, y la caída de la utopía comunista en Europa, no han pasado en vano".

"Las razones -agrega- por las cuales los jóvenes tienen orgullo de ser argentinos, según la misma fuente, son 71 por ciento por sus “hermosos paisajes” y un 41 por ciento “por sus deportistas”. Ninguna razón trascendente, patriótica, ética o cultural, enorgullece hoy a los jóvenes argentinos en su mayoría"74. Las consecuencias de este alejamiento -antes impensable- entre política y sociedad se reflejan sobre los estilos políticos de esta fase de desarrollo.

Por ejemplo, si la política no le interesa a casi nadie, la militancia en una organización estará condicionada a los beneficios (económicos o de otro tipo) que se puedan obtener, antes que a la adscripción a determinada ideología.

Esto contrasta aún más con el estilo político del período anterior. Es difícil explicar a los jóvenes de la década del 90 que veinte años atrás muchas personas estaban dispuestas a matar o morir por una opinión política. Agreguemos que esa pasión política tenía mucho que ver con el rol que jugó la política durante la fase de desarrollo anterior la que actualmente estamos viviendo.

La inestabilidad política y económica del período de sustitución de importaciones iniciado en 1930 había tenido que ver con una continua lucha por el poder entre los 74 Lavergne, Néstor (1993), op. cit.

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sectores "tradicionales" y los sectores "nuevos". La pasión estaba reflejando conflictos reales de intereses que trascendían a los grupos políticos mismos e involucraba a toda la sociedad. Eso provocó lo que se ha dado en llamar una "sociedad de empate", en la que ninguno de los sectores obtenía una victoria definitiva. Las situaciones de "empate político" han sido, históricamente, muy peligrosas, a punto tal que algunos autores interpretan el surgimiento del fascismo en Italia y del nazismo en Alemania como formas de resolver un empate entre el movimiento obrero y los industriales75.

Al respecto, señala O`Donnell que el golpe militar de 1976 no fue dirigido -como los anteriores- contra un gobierno determinado. Lo fue contra todo el proceso de industrialización y de ascenso de nuevos grupos sociales y económicos iniciado en 1930 y que amenazaba el monopolio del poder por parte de la élite económica local76.

El fin de la "sociedad de empate" es, también, el fin de la sociedad de consumo, entendida como una sociedad centrada en el mercado interno y que necesitó, por lo mismo, de niveles altos de empleo y de salarios para crecer. Desde lo político, es el fin de una sociedad en la que los proyectos políticos reflejaron el contraste entre diferentes modelos de país. Cada vez más, la política pasó a representar el conflicto entre profesionales que compiten entre sí para ver quién hace las mismas cosas. En las décadas del 80 y del 90 fueron diluyéndose cada vez más los puntos de vista contrarios a seguir con una economía en permanente crisis. Esto ha hecho confluir cada vez más los partidos y los dirigentes políticos entre sí. En la medida en que sus posibilidades de actuación son cada vez menores, sus propios discursos van semejándose, a punto tal que a menudo es difícil poder distinguir el de un partido de los restantes.

3. La crisis y los gobiernos sin poder

Los motivos por los que los distintos partidos políticos no cumplieron con las expectativas de sus votantes (aunque empezaron a intentarlo) van mucho más allá de la tradicional explicación sobre la volubilidad de los políticos. Hace, más bien, a cambios profundos ocurridos en las relaciones entre la sociedad y el Estado durante la actual fase de desarrollo77. Estos cambios permiten comprender mejor la conducta que tuvieron los militares cuanto estuvieron al frente de diversos organismos públicos civiles. En ese momento, llamó la atención la fiebre de destrucción de archivos y de mecanismos de control de la economía.

Desde un director del Instituto Geográfico Militar (que mandó tirar a la basura una colección de mapas históricos) hasta un interventor en el organismo de riego de Santiago del Estero (que destruyó registros de caudales y formas de distribución del agua), pasando por un intendente de la Ciudad de Buenos Aires (que levantó los puestos de control bromatológico en las rutas de ingreso a la Capital Federal), se borró la memoria de los organismos públicos del país.

75 Sturmthal, Adolf (1958): "La tragedia del movimiento obrero", Buenos Aires.. 76 O`Donnell, Guillermo: "Las Fuerzas Armadas y el Estado autoritario del Cono Sur de América Latina", en: Lechner, N. (editor): "Estado y política en América Latina", México, Siglo XXI Editores, 1981. 77 Brailovsky, Antonio Elio: Diversos desarrollos del tema en clases de la materia Introducción al Conocimiento de la Sociedad y el Estado. Universidad de Buenos Aires, Ciclo Básico Común, 1991-96.

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Se ha hablado tanto de otras memorias borradas durante el período militar que no se le prestó la suficiente atención a lo que pasaba en las reparticiones del Estado. En Argentina había existido una burocracia lenta y pesada, a menudo corrupta o ineficiente, pero que tenía amplias posibilidades de intervenir en el funcionamiento de la economía. Esto significa que el Estado había podido actuar como acelerador del desarrollo económico, como redistribuidor de ingresos, o como atenuador de los efectos y causas de las crisis económicas. De hecho, cumplió, mal o bien, con esos roles durante la fase de desarrollo iniciada con la crisis de 1930.

Pero los militares creían que el único control que el Estado debía ejercer sobre la sociedad era el ideológico. Y así como se hipertrofiaron los mecanismos de espionaje y censura, se desmantelaron los instrumentos que hacían al rol planificador del Estado. Se trataba de transferir cada vez mayor poder a los grandes grupos económicos, de manera que el único planeamiento posible fuera el que realizaban esos grupos, desde afuera del sector público.

Por ejemplo, durante 1973 y 1974, el Consejo Nacional de Desarrollo había estado abocado a la elaboración y el seguimiento del Plan Trienal, que era un programa de desarrollo económico.

Esto suponía articular la perspectiva del mediano y largo plazo (planificar para que el país creciera) con los problemas del corto plazo (arreglárselas para que la falta de algún insumo no detuviera el proceso de producción). Lo que equivalía tanto a prevenir las causas de las crisis como a hacer frente a cualquier coyuntura adversa.

Esto no significa que esos problemas se solucionaran automáticamente. Sólo quiere decir que el Estado tenía herramientas para intentarlo. Estas herramientas reflejaban en su constitución la forma en que habían sido creadas, como expresión del choque entre intereses contrapuestos. Al respecto, señala Oszlak que "cuanto más pluralista la estructura de poder, más pareja la relación de fuerzas y más conflictivos los intereses representados, mayor la necesidad de negociación y compromiso entre las partes, lo cual conduce a una permanente redefinición de objetivos políticos, a una progresiva superposición e inconsistencia entre normas y regulaciones, que dificultan la actividad administrativa"78.

Es decir, que era un Estado ineficiente, porque su propia estructura era expresión de los conflictos en los que debía mediar. Sin embargo, era un Estado que podía resolver problemas, y por eso fue atacado por los gobiernos de facto. Podríamos decir que fue atacado mucho más por su eficiencia (en última instancia, se capacidad de planificar) que por su ineficiencia.

Pero al destruir los militares los mecanismos de control económico, el planeamiento se hizo imposible, al menos el planeamiento entendido del mismo modo que bajo los gobiernos anteriores. Y es que para tener una visión del largo plazo es necesario ser capaz de organizar la economía para que crezca en una determinada dirección, evitando caer en crisis variadas ante cada problema que aparezca.

78 Oszlak, Oscar: "Modernización del Estado en América Latina: diagnóstico y perspectivas", Buenos Aires, mimeo. 1987.

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En otras palabras, que la articulación entre las cuestiones del corto y del largo plazo es requisito indispensable para un planeamiento que funcione. Lo contrario es una economía sujeta a los vaivenes del mercado, y amenazada constantemente por crisis que el gobierno no puede manejar. Esto lo obliga a pactar permanentemente con los grandes grupos económicos y hacerles concesiones cada vez mayores para lograr que la economía siga funcionando. Es claro que los intereses de esos grupos coincidirán con los del resto de los habitantes del país sólo por casualidad.

El debilitamiento del Estado modificó, además, los roles de sus distintos poderes. El Legislativo se quedó girando en el vacío, sin poder ejercer las funciones que le encomienda la Constitución. Su pérdida progresiva de autonomía (tanto bajo Alfonsín como bajo Menem) tiene que ver con la necesidad de concentrar en el Ejecutivo las complejas negociaciones con los factores de poder que están afuera del Estado. Es claro que la mayor vinculación del Parlamento con los electores y la amplia red de opiniones e intereses que allí se mueven es menos eficiente para este tipo de acuerdos que un único interlocutor desde el Ejecutivo.

Es especialmente sugestivo que el Parlamento no haya reclamado en ningún momento el ejercicio de su obligación constitucional de arreglar la deuda externa. También es sugestivo que no haya insistido con sus proyectos en los casos de veto presidencial.

Al mismo tiempo, la pérdida de roles del Parlamento provocó una menor idoneidad de los ciudadanos elegidos para ocupar roles parlamentarios. Se había terminado la época de los grandes debates, de las discusiones históricas. Ya nadie seguía por los diarios lo que discutían diputados y senadores en los recintos. La sociedad consideraba que no valía la pena hacerlo.

Además, el vaciamiento de funciones de las instituciones parlamentarias abrió el camino para usarlas para el tráfico de influencias. La democracia había llegado para moralizar la política, pero se encontró con que el vaciamiento de sus instituciones había generado niveles altísimos de corrupción, de los cuales el más claro ejemplo fue el Concejo Deliberante de la Ciudad de Buenos Aires.

4. La crisis y el funcionamiento del multiplicador

Una de las piezas claves en la concepción de Lord Keynes sobre la administración de las crisis y los mecanismos de reactivación es la noción de multiplicador. Se trata del seguimiento de los efectos en cadena que tiene una inversión (o cualquier gasto) en la economía de un país.

Suponemos que se realizan obras públicas para reactivar la economía. En consecuencia, ingresa a la economía una suma de $100. Los que reciben ese dinero, ahorran una parte y vuelven a gastar en la economía nacional la mayor parte del mismo, digamos el 90 por ciento. O sea, que vuelven a circular $90 más.

Si suponemos que los que reciben esa cantidad, sacan de circulación otro diez por ciento y gastan el resto, tenemos que entran en la economía otros $81. Si sumamos toda la serie, nos da una cantidad un poco superior a los $900 que se gastan y contribuyen a la reactivación de la economía.

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Pero, ¿qué ocurre si la proporción de cada peso cobrado que se gasta en el país es un poco menor? ¿Por ejemplo, si en vez de gastar $90 de cada $100, se gastan 80 de cada cien pesos? Repetimos la cuenta y nos da que el total de gastos es del orden de los $500 pesos en vez de $900 pesos.

A medida que baja un poquito la parte que cada uno no gasta en el país, el efecto de reactivación se va perdiendo. Si de cada 100 pesos, se gastan 70 en el país, el efecto de conjunto será un poco superior a los 300 pesos. Esto es lo que la economía keynesiana llama las filtraciones del multiplicador. Que funcionan igual que las filtraciones en un caño de agua: haciendo perder una parte de su contenido.

Ahora bien, las ideas keynesianas de reactivación a través de las obras públicas suponen, además, un multiplicador que funcione adecuadamente. O sea, que cada peso gastado por el Estado se multiplique indefinidamente, aumentando la producción y circulación de riqueza. Pero en un contexto de políticas recesivas, combinado con la posibilidad de importación masiva de cualquier cosa, el multiplicador keynesiano no tiene por qué funcionar.

La propia política económica genera tantas filtraciones que cualquier aumento de la cantidad de dinero no reactiva nuestra economía, sino que reactiva las economías de los países que nos venden bienes y servicios. Así, nos lo pasamos contribuyendo al desarrollo del sudeste asiático, del sur de Estados Unidos o de cualquier otro lugar al que hagamos turismo o le compremos computadoras y tacitas de té. Decir que no puede haber una reactivación significativa en una economía tan abierta como la nuestra puede parecer una conclusión extrema, pero nos gustaría ver las pruebas en contrario.

5. La corrupción ahora es recesiva

Una de las preguntas que aparecen con frecuencia cuando se discute el tema de la corrupción es si ahora hay más corrupción en el aparato estatal que antes o si lo que ocurre es una mayor conciencia pública de ella.

Nuestro punto de vista es que la sociedad ve de otra manera a la corrupción, pero no por su mayor o menor extensión, sino porque ahora cumple un rol económico diferente. Para pensarlo, nos interesa ver su rol dentro de los mecanismos generales de funcionamiento del ciclo económico. Es probable que la condena social a la corrupción sea distinta según su efecto sea expansivo o recesivo.

La expresión tradicional "roban pero hacen" refleja implícitamente un punto de vista favorable al rol expansivo. Equivale a decir que los que roban, también construyen obras públicas, crean fuentes de trabajo y gastan lo robado de un modo que reactiva la economía. Esta visión del robo es, ahora, ingenua, ya que se refiere al funcionamiento de la corrupción oficial durante la fase de desarrollo de sustitución de importaciones. Durante ese período (y especialmente en los primeros años), el robo oficial tuvo un carácter expansivo. La ostensible corrupción del primer gobierno peronista, por ejemplo, tuvo un importante efecto de reactivación del mercado interno.

Pero en una economía que no atiende a su mercado interno, la corrupción sólo puede fomentar la salida de capitales del país. Esto, insistimos, tiene efectos recesivos por dos vías:

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* Por la pérdida de capitales que podrían haberse reinvertido localmente, y además

* Por el mayor esfuerzo social para obtener las divisas necesarias para efectivizar esa salida de capitales. En las condiciones actuales, -y quizás por mucho tiempo- lo previsible es que genere un aumento de la deuda externa, cuyos efectos recesivos ya han sido detallados.

Es decir, que en una economía en la que el multiplicador de las inversiones genuinas es bastante bajo, el efecto reactivador de los fondos corruptos es casi nulo. Es probable que el mayor rechazo social por estas conductas tenga algo que ver con esta circunstancia.

6. Popularidad del neoliberalismo

Las razones por las cuales cientos de millones de personas en todo el mundo apoyaron propuestas económicas que los perjudicaban son extrañas y cualquier reflexión sobre ellas es sugestiva e incompleta. Se ha querido ver en esto el poder de los medios de comunicación masiva, que han repetido continuamente los puntos de vista neoliberales como si fuesen los únicos posibles. Pero la explicación es demasiado lineal. La televisión sirve para vender un dentífrico en vez de otro igual que ofrezca la competencia. Pero cuando lo que se ofrece afectará profundamente la vida cotidiana de las personas -como lo es una política económica-, es difícil creer que hayan sido simplemente engañadas.

Es probable que la influencia de los medios de comunicación haya sido importante, sin embargo, pero en otro sentido. Ha habido en las últimas décadas una presión en el sentido de favorecer ideologías y soluciones económicas exclusivamente individuales.

Durante la campaña electoral que llevó a Carlos Menem por segunda vez a la Presidencia de la Nación, numerosos economistas dijeron en todos los tonos posibles que la continuidad de la política económica en curso iba a agravar la desocupación. Todo aquél que quisiera escuchar pudo enterarse de que la única manera de mantener la estabilidad de la moneda era mediante la desocupación creciente.

La respuesta popular fue desentenderse del problema hasta que les tocara a ellos mismos. La absoluta conciencia de la mayor parte de la población de lo que esto significaba fue perceptible en la calle durante ese momento. Por una parte, aunque Menem ganó con un porcentaje equivalente casi a la mitad del total de sufragios, era muy difícil encontrar a alguien que dijera que lo había votado. Esta vergüenza de haber votado a un candidato que sus electores no podían defender en voz alta se reflejó en la misma noche del escrutinio. Por primera vez en la historia electoral argentina, nadie salió a festejar al triunfo de su candidato. Un silencio de muerte envolvía las calles vacías de las principales ciudades argentinas, como si nadie quisiera alegrarse del resultado.

Esta falta de actitudes solidarias llevó, por supuesto, a que muchas personas descubrieran demasiado tarde que el modelo económico no tenía lugar para ellos.

7. ¿Alguna vez saldremos de la crisis?

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La pregunta de fondo es si los cambios que describimos son irreversibles, como argumentan los apologistas del modelo vigente. Nuestra conclusión es que son la característica de la actual fase de desarrollo, que no dependen de un gobierno determinado, sino que la política sólo les da la apariencia y algunas características menores, pero, en el fondo, insustanciales.

La experiencia -nuestra e internacional- sobre los grandes ciclos económicos muestra que nada es irreversible y que las etapas de destrucción del capital productivo son necesariamente sucedidas por etapas de expansión. Esto vale tanto para los ciclos cortos (de unos pocos años de duración) como para los fenómenos de larga duración que hemos denominado fases de desarrollo.

Por supuesto, que los procesos históricos no son espontáneos sino que son la obra de los seres humanos. Las políticas recesivas terminarán cuando los movimientos sociales trabajen para su reemplazo. Esto supone, obviamente, no retroceder a modelos de obsolescencia tecnológica. Tenemos que avanzar hacia la reconstrucción del aparato productivo propio, pensando en su modernización y orientándolo hacia el mercado interno. Tenemos que empezar a recuperar el poder de decisión tecnológico y financiero del país. Es el desafío de los próximos años. Esto significa acciones deliberadas que contradigan las tendencias del mercado.

Hemos visto a lo largo de este libro que la sumisión de los dictados del mercado lleva a la destrucción de la economía y a continuar exigiendo un interminable sacrificio inútil. El grado y los tiempos en que esto sea posible surgirán de estudios de detalle, que permitan evaluar, para cada una de las ramas de actividad, propuestas de desarrollo posibles.

La palabra crisis, además de ruptura, significa oportunidad. La salida de esta fase de desarrollo requiere de actitudes imaginativas para nuevos diseños del Estado y de nuevas formas de relación económica entre la sociedad y el Estado. El vaciamiento del Estado (provocado por la ilusión de que es posible vivir casi sin Estado) nos lleva a pensar que no hay por qué reconstruirlo de la misma manera.

Quizás el amplio desarrollo que están teniendo ahora las nuevas formas de democracia participativa o semidirecta sean el preludio de nuevas maneras de intervención del Estado en la economía. De un Estado sujeto a mayores controles por parte de la sociedad civil, como una de las formas de tratar de desterrar la cleptocracia.

Al mismo tiempo, la profundización de la crisis dejará ver, cada vez con mayor claridad, que esta situación no puede ser administrada por un sólo partido político, con independencia de la cantidad de votos que haya sacado. Los próximos años verán la conformación de acuerdos, alianzas y proyectos comunes antes inimaginables entre diversas fuerzas políticas.

Y es que la crisis va a ser, cada vez más, al principal problema de gobernabilidad de la Argentina, aunque parte de sus dirigentes tarden en comprender todas las implicaciones de esta situación. Aún más: es probable que los bordes de las organizaciones políticas dejen de ser tan nítidos como hasta ahora y se comience a pensar en otras formas de agruparse.

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Nada de esto aparece de un momento para otro, pero es necesario que exista un momento inicial. Las propuestas aparentemente utópicas sirven, antes que nada, para indicarnos el camino. Que es el poner la economía al servicio de la gente y no al revés.

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