Marco Ospina
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La «crítica» de Marco Ospina
Por Sylvia Juliana Suárez Segura
Los que atacan al arte moderno a nombre del clásico, los ignoran ambos.
Marco Ospina
Por un acentuado formalismo en la historia del arte colombiano, se ha
consolidado la idea de que entre la plástica americanista 1 y la modernista
ocurrió una ruptura total. Desde los primeros atisbos de esta versión,
cerrando la década de los cincuenta, hasta el presente, esta brecha se ha
hecho más profunda, quizás debido a su función heroizante con respecto a
algunos de los nombres más caros a la historia de las artes plásticas en el
país, como Alejandro Obregón, Eduardo Ramírez Villamizar, Fernando Botero
y Enrique Grau, entre otras figuras asociadas a la evolución de la plástica
modernista en el tránsito de los años cincuenta a los sesenta. 2 Según este
relato, en el mejor de los casos, la plástica americanista habría sido un
peldaño (algo defectuoso) en el avance del arte hacia un paradigma
modernista en plena realización.
1 Esta vertiente se desarrolló, en su diversas manifestaciones, desde fines de los años veinte, hasta iniciar los años cincuenta. Esta asociada a la integración de referentes plásticos y culturales indoamericanos en las dimensiones formal y temática, y a la inclusión de sectores marginales de la sociedad como cifras principales de la definición y representación de los nacional colombiano y americano.
2 Esta separación tajante ocurrió, en primera instancia, en la obra crítica de Marta Traba, en su fase inicial; fue influyente hasta el punto de modificar el lugar de los americanistas en el discurso de otros críticos importantes, como en el caso de Walter Engel y, a través de su Historia Abierta del Arte en Colombia, se integró de manera efectiva al relato histórico; reproduciéndose ampliamente a través de las colecciones y exposiciones de los diversos Museos de Arte Moderno existentes en el país. Sin embargo, existen algunas figuras excepcionales, entre las cuales destaca Álvaro Medina, por conceder un papel importante al americanismo en la consolidación del arte moderno en Colombia. No obstante, en Procesos del Arte en Colombia se preserva la idea de que la modernidad de los americanistas no se hallaría en el mismo nivel de realización que la de los cincuentas. Cabe recalcar que, entre los intelectuales y críticos contemporáneos de la generación de americanistas no había ningún velo de duda con respecto al espíritu de ruptura de arte americanista y, en este sentido, a su carácter moderno. Así se confirma en uno de los primeros intentos de hilar en sentido histórico las trayectorias de algunos de los artistas americanistas, el libro Nueve Artistas Colombianos de Jorge Zalamea. Muchos otros autores mantienen una posición ambigua, en la que se reconoce un germen de modernidad en el americanismo, pero que plantea una autonomía total del movimiento modernista de los años cincuenta con respecto al anterior.

Aunque estas construcciones puedan resultar útiles para afianzar algunos
referentes artísticos, van en detrimento de la memoria asociada a ambas
vertientes, y del conocimiento de los procesos intelectuales, poéticos,
sociales y políticos que las formaron en cuanto tendencias identificables. Es
decir , las despoja del horizonte cultural en el que emergieron, y con
respecto al cual podría interpretarse generosamente su significación. En este
sentido, existe una necesidad de investigar nuevamente sobre estos
fenómenos cruciales de la historia cultural, en los niveles nacional y
subcontinental.
El estudio de la trayectoria intelectual de Marco Ospina ofrece un potencial
sin igual para analizar los vínculos poéticos e intelectuales entre las varias
generaciones artísticas imbricadas en el desarrollo de las dos vertientes
mencionadas; para matizar la artificiosa argumentación que las escinde,
ignorando las importantes relaciones culturales que existieron entre estos
artistas, y desechando la existencia de factores tradicionales entre estos dos
capítulos de la plástica en Colombia.
Marco Ospina es reconocido como el primero en arribar al arte abstracto en
el país. Se trata de un hecho incontrovertible hasta hoy. No obstante, su obra
se presenta como un capítulo aparte del desarrollo del arte abstracto en los
cincuenta, dejándolo literalmente fuera de ambos momentos, de
americanismo y del modernismo. Pero ¿Acaso es concebible este grado sumo
de aislamiento en la producción cultural? ¿Es posible sostener semejante
idea, considerando la extensa trayectoria de Ospina como docente en la
Escuela de Bellas Artes de la Universidad Nacional y su conocida
participación en las tertulias de entonces?
En 1961, Eugenio Barney Cabrera afirmaba que “Marco Ospina es el pintor de
más difícil, paciente y ardua trayectoria entre los artistas de su generación.
[…] El mundo de los valores abstractos le llegó por esta vía libresca y
literaria. Pero en su ánimo debió librar aun luchas ideológicas para poder

colacionar opuestas fuerzas filosóficas y estéticas. Si por un lado él estaba
convencido de que las formas variaban, de que los valores pictóricos se
precipitan con rapidez en nuevas concepciones de tipo abstracto, por el otro
anhelaba volcar su humanidad en la pintura, practicar un arte humano que
no viviese de espaldas a las realidades del hombre, y, sobre todo, a las duras
realidades del hombre en el paisaje colombiano. Otra vez los factores tiempo
y espacio constituyeron binomio de difícil ensamblamiento[sic] que suscitaba
dramáticas dudas. Filosóficamente hablando, sus congéneres estaban del
lado de la realidad social, pero en el debate de las formas plásticas se
situaban en la opuesta orilla, casi, casi en la enemiga trinchera. ¿Cómo
resolver tan grave disyuntiva?”3
En este pasaje, Barney Cabrera describe muy bien el lugar paradójico de
Ospina, de su poética, en el auge de la plástica americanista. Ospina
compartía plenamente el horizonte poético político de los muralistas, pero se
distanciaba de ellos en su propuesta plástica. Siguiendo la argumentación de
Barney Cabrera, Ospina pudo salvar esta distancia en el ámbito de la
reflexión teórica e histórico artística. Además de confirmar esta tesis, a
través de este texto se pretende postular la hipótesis de que esta difícil
conciliación se habría efectuado además en su labor docente, en su
relevante trabajo en el ámbito denominado en la actualidad como gestión
cultural, y en su crítica. Siendo todas estas instancias de interacción con
grupos sociales de cierta amplitud, y de profunda injerencia en el campo
artístico, se considera que su papel paradójico también tuvo un efecto
importante en el movimiento de la plástica modernista de los cincuentas;
especialmente en lo que concierne al segundo momento de vigor del
muralismo en el país.
***
3 Tomado del artículo Teoría y práctica del arte, en Revista Semana, marzo 20 de 1961. En Eugenio Barney Cabrera y el arte colombiano del siglo xx.Antología de textos críticos (1954-1974), Ivonne Pini y Sylvia Suárez comp., Editorial Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 2011

Podemos llamar a este arte [de Marco Ospina] de muchas maneras: realista,
lírico, abstracto, figurativo, clásico, revolucionario. Ninguna teoría le es
ajena, pero no paga servidumbre a ninguna tesis, ni es miembro juramentado
de capillas o sectas. Es la extraña pintura de un hombre libre, sin
supersticiones ni rechazos en ninguna dirección: ni atrás, ni adelante, ni a la
derecha, ni a la izquierda. Podemos llamarlo anticuado; no se ofende; o
revolucionario; no se halaga. En verdad es viejo y es nuevo. En verdad no es
viejo, ni es nuevo.
Jesús Arango4
Así se postula la idea de que el lugar paradójico de Ospina en la evolución de
la plástica nacional no debe hallarse más en un vacío de interpretación
histórico artística, sino que, por su propia condición, aparentemente
contradictoria, la suya es, por el contrario, una trayectoria intelectual
completamente sugerente, que permite tender lazos poéticos e intelectuales
entre diversas generaciones artísticas.
El estudio de la labor de Ospina como crítico de arte permite sustentar en
principio estas hipótesis, aunque una investigación en profundidad de su
trayectoria profesional sería necesaria para apuntalarlas. El análisis de la
crítica de Ospina permite, primero, reafirmar el carácter fructíferamente
paradójico de su pensamiento; segundo, explicarlo mediante la dilucidación
de sus síntesis histórica y teórica, de su particular teoría del arte; tercero,
abrir varios cuestionamientos importantes a la historia del arte colombiano,
especialmente en lo que concierne a la emergencia del arte moderno.
Para comenzar esta tarea, es importante resaltar que Ospina concebía su
trabajo como crítico acentuando su función educativa, primordialmente con
respecto a la difusión de ideas básicas para la apreciación del lenguaje
plástico y visual. De esta manera, su crítica a exposiciones de artistas como
Alejandro Obregón, Enrique Grau o Pierre Daguet, también sus artículos de
divulgación de importantes referentes internacionales de la plástica, como
4 Fragmento de La pintura de Marco Ospina, del catálogo para la Exposición de pintura Marco Ospina, en el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, ca.1960-1961

Diego Rivera u Honoré Daumier, contemplaban indefectiblemente un análisis
formal de las obras, a través del cual Ospina insistía en la explicación de los
elementos constitutivos del lenguaje plástico. Por esta razón, la crítica de
Ospina es acuciosamente descriptiva, analítica más que interpretativa;
generalmente tiende a caracterizar las decisiones formales de los artistas,
con el fin de enriquecer la recepción que los públicos puedan tener de sus
obras.
Para Ospina, la crítica dependía estructuralmente de la obra:
“3. La crítica, por muy buena que sea, es un fenómeno secundario frente a la
creación artística, luego debe mantenerse en su sitio, y no pretender dirigir a
los artistas ni a los públicos.
4. Entendemos la crítica como mediadora entre el público y los artistas, que
cumpla su función específica de introductora y analista de las obras de
estilos poco comunes.”5
No obstante, ésta debe ofrecer una visión compleja e integradora, en lo que
respecta al carácter histórico del arte; Ospina se interesó por conocer en
profundidad la historia del arte universal con el fin de nutrir sus análisis
formales de las obras. En palabras de Ospina:
“11. El arte se mueve de manera dialéctica: por contradicciones y por
síntesis. En cambio la crítica parece no alcanzar sino un ritmo mecánico. El
arte va hacia el futuro; la crítica se queda en el presente, o cuando no, en el
pasado.
12. El ideal sería una crítica dialéctica: capaz de ver lo bueno y lo malo en
sus circunstancias de tiempo y espacio; de unidad y variedad; en movimiento
y en sus múltiples ritmos. Ver el arte en esta multiplicidad y luego en su
unidad, sólo es posible a una persona inteligente y honesta.” 6
Y:
5 Ospina, Marco. Crítica de la crítica, sin fecha y medio en el archivo del artista.6 Ibídem.

“Lo tradicional no es la copia simplista de las formas antiguas sino el
descubrimiento de las nuevas, consecuenciales [sic] de aquéllas, siguiendo
la trama dialéctica del movimiento artístico.” 7
Estas características que Ospina relieva en diversos artículos , nutren su
concepción de la crítica de arte como una práctica constructiva y objetiva
que, en buena medida, debe abstraerse de realizar juicios de valor fundados
en la opinión personal del crítico. Según Ospina “La crítica, en cualquiera de
las actividades humanas, para llenar su cometido, cual es el de orientar al
público, debe ser constructiva, esto es, que no se ejercite con el fin de
construir sobre bases falsas ni por el contrario con el fin exclusivo de
destruir. Esto lo sabe la mayoría de las personas que hacen crítica y en
especial la crítica artística, pero con bastante frecuencia olvidan este
principio fundamental (…)”8
***
La crítica de Ospina se desarrolló en el tránsito de los años 40 a los 50,
justamente durante el período en que varios artistas intentaban asociarse
con el fin de promover la expansión de la pintura mural como una vía para la
transformación del contrato social del arte porque, si es cierto que para ese
momento ya se habían ejecutado algunas de las obras más relevantes en
este sentido, también es verdad que los artistas promotores de esta práctica
no habían conseguido el apoyo necesario para darle a este proyecto la
envergadura que esperaban.
Fueron los artistas de esta generación quienes lograron abrir en la Escuela
de Bellas Artes un espacio académico para la enseñanza de las diversas
técnicas asociadas a la pintura mural. Bien podría decirse que en este
tránsito se afianzaron ideas fundamentales con respecto a esta práctica,
usando, además de las secciones culturales de diversos periódicos
7 Ospina, Marco. El arte moderno. Suplemento literario de El Tiempo, junio 29 de 1952 8

nacionales, algunas revistas especializadas. Marco Ospina fue uno de sus
abanderados. En 1944, fecha en que inició su carrera docente en la
Universidad Nacional, Marco Ospina era integrante del Consejo de Redacción
de Espiral. Revista de Artes y Letras9, cuyo primer número salió a la luz en
abril. Vale la pena, para hacerse una idea sobre las relaciones intelectuales
de Ospina, recordar la composición del consejo, en el primer número de la
revista: Luis Vidales (Director), Clemente Airó (Editor10), Eduardo Zalamea
Borda, Hernando Téllez, José Antonio Osorio Lizarazo, Arturo Camacho
Ramírez, Ignacio Gómez Jaramillo, Luis B. Ramos, Álvaro Pachón De La Torre,
Luis Alberto Acuña, Álvaro Sanclemente, Octavio Amórtegui y Roldán
Castello.
En 1953, realizó un mural sobre la fabricación del papel, junto a Ignacio
Gómez Jaramillo y a Jorge Elías Triana. Éste fue reseñado por la prensa como
el primero llevado a cabo colectivamente. El mismo año, los tres abrieron las
puertas de La Sala de Arte, un espacio dedicado a la exhibición permanente
de sus trabajos, ubicado en la Av. Jiménez # 5-16.
Estos hechos, sumados a la obra mural que Ospina realizó a través de los
años, muestran cuán comprometido se hallaba con el desarrollo del
muralismo en Colombia. Este interés se ve claramente reflejado en su crítica.
Ospina publicó un interesante conjunto de artículos, históricos y de opinión,
dedicados al tema. Además de difundir algunos principios técnicos y tácticos,
así como algunas anotaciones sobre la pintura mural en la historia del arte,
Ospina apoyó desde sus líneas el trabajo desarrollado por artistas como
Pedro Nel Gómez, Ignacio Gómez Jaramillo y Alipio Jaramillo. En este grupo
de artículos se observa una crónica sucinta del desarrollo del muralismo en
este período.
9 Espiral es una de las revistas más significativas de la historia cultural colombiana. Fundada en 1944 Espiral se publicó con contadas interrupciones hasta el fallecimiento de Airó, en 1975; durante este extenso laso, Espiral congregó diversas generaciones de artistas, críticos e intelectuales, pasando por figuras como Vidales, Walter Engel, Gaitán Durán, Eugenio Barney Cabrera, entre muchos otros.
10 Luego de una suspensión de casi 3 años en la publicación de la revista, al comenzar la segunda época, en 1948, Clemente Airó asumió su Dirección.

1948 Es un año crucial en este sentido, debido a la visita de David Alfaro
Siqueiros a Colombia. Sobre ésta, Ospina comentó que el artista mexicano:
“Mostró cómo los problemas artísticos están íntimamente ligados a los de
orden social, económico y político y en consecuencia la solución de aquéllos
está involucrada en la de éstos; por lo tanto no habrá salida más acertada
para la crisis del arte, que la unión de escritores y artistas con el pueblo en
su lucha por una democracia mejor, superada, en la cual no sea posible la
miseria física y espiritual de las clases trabajadoras (como hasta hoy ha
sucedido) y de esta manera sentar las bases para la difusión de la cultura a
la mayoría del pueblo colombiano.”11
A partir de allí, Ospina plantea llega a la siguiente conclusión:
“Así como los artistas egipcios, los griegos, los cristianos, interpretando su
época, hicieron discursos en arquitectura, escultura y pintura para difundir
las doctrinas que marcaban un progreso en las sociedades de su tiempo, hoy
para corresponder a la edad de la máquina, del capitalismo, del proletariado;
de las guerras imperialistas y de la existencia de la Unión Soviética, hay que
escribir, pintar, esculpir, discursos en pro de la victoria de una democracia
superior, la democracia socialista.”12
Si bien este fragmento describe efectivamente la adhesión de Ospina al
movimiento muralista latinoamericano, en él no se deja ver su distancia con
respecto a éste. Para Ospina el muralismo mexicano era un referente cultural
insoslayable, no sólo en términos plásticos, sino también con respecto al
proyecto revolucionario del que fue orgánico. No obstante, Ospina planteó en
varias ocasiones la necesidad de mantener la distancia con respecto a éste
para evitar la imitación servil de sus formas. Dos elementos llaman la
atención en este sentido: la observación atenta de las manifestaciones del
muralismo en Colombia y su defensa de la plástica pura, como elemento
11 Ospina, Marco. El arte para la victoria. Sin fecha y medio en el archivo del artista.12 Ibidem

revolucionario.
En algunos de sus artículos, Ospina realizó un importante recuento y
caracterización las obras de Pedro Nel Gómez, de Ignacio Gómez Jaramillo y
de Alipio Jaramillo. En Los murales de la Facultad de Derecho, Ospina señala
la existencia de un “movimiento pictórico muralista” en el país, recogiendo
sus principales elaboraciones, las tensiones inmanentes a su difícil recepción
por parte de la crítica y del público general, y enunciando algunas de las
características formales de la obra de sus protagonistas:
“Puede decirse que en Colombia ya se ha dado comienzo a un movimiento
pictórico muralista [...]Venciendo muchos obstáculos, tales como la
incomprensión oficial, los prejuicios y la pobreza en el gusto por el arte de la
mayoría de las gentes, etc., el mural está apareciendo en la nación. […] Es
cierto que el ritmo ondulado nos agrada, y el anguloso nos hiere; pero en
ambos se puede encontrar la belleza. Este es el caso de los maestros Pedro
Nel Gómez, Ignacio Gómez y Alipio Jaramillo. Sus estilos son rudos, de
fuertes contrastes de valores, de composición desbordante y un tanto
barroca. Gústenos o no estos estilos son francos y rudos como ciertas
maneras de hablar y de actuar en nuestro pueblo. Por conclusión, nuestro
país cuenta con una nómina de muralistas de magníficas capacidades y
preparación, de diferentes tendencias y estilos, que están listos a desarrollar
el arte de la pintura como para colocar a Colombia en situación destacada
entre los países cultos de América.”13
Estas argumentaciones se desarrollaron de diversos modos en otros
artículos, pero conservando su sentido inicial: la necesidad de proyectar
ampliamente el muralismo en Colombia por el potencial de transformación
cultural que ofrecía debido: 1. A su carácter público; 2. a la ampliación de los
públicos del arte derivada de la característica anterior; 3. al carácter
necesariamente colectivo de su producción. Se trata de argumentos que eran
13 Ospina, Marco. Los murales de la Facultad de Derecho, en el Suplemento literario de El Tiempo, 18 de diciembre de 1948

comunes entre los integrantes de este movimiento, pero, como se verá más
adelante, en la argumentación de Ospina se efectuaría un esguince
importante con respecto a la modalidad formal y temática que lo había
caracterizado hasta entonces. A pesar de cierto optimismo, en estos
artículos Ospina también tuvo que dar testimonio con respecto a la censura
que operó en Colombia sobre el americanismo, con gran ahínco en el caso de
sus expresiones mediante la pintura mural, como sucedió con Ignacio
Gómez14. Ospina:
“Según las determinaciones tomadas hace poco, paree ser que hay gentes
que por ser admiradoras del Apolo griego creen tener en sus manos la receta
de la belleza artística, y en consecuencia, se han sentido autorizadas para
excomulgar a quien se atreva a buscar la belleza por otras sendas que no
sean las de su gusto. Con este criterio se ha ordenado cubrir con pañete los
dos frescos hechos por un colombiano [Ignacio Gómez] que ya es pintor de
significación nacional y americana.”
Y es que a pesar de ser un momento de gran actividad del movimiento
muralista, el tránsito de los años cuarenta a los cincuenta, en el contexto de
La Violencia, particularmente propicio para la censura, también fue un
momento de franca oposición al movimiento cultural de izquierda (en sus
vertientes múltiples y heterogéneas) que se desarrollaba de manera
paulatina desde los años veinte, y del cual el muralismo era una expresión.
Ospina lo expresó como sigue, en un artículo denominado La pintura
proscrita. El estilo del “Nylon” se impone, en el cual, de manera significativa,
interpreta estos hechos como censura artística, no política:
“De cierto tiempo en adelante ha venido desarrollándose una campaña de
borrador contra una de las tendencias más interesantes de la pintura
colombiana por parte de alguno funcionarios del Estado. […] Así es como,
14 Poco tiempo después de la censura (en 1948) a los murales de Gómez Jaramillo en el Capitolio Nacional La liberación de los esclavos (1937) y La insurrección de los comuneros (1937), el ciclo de 20 murales de Alipio Jaramillo también fue censurado (en 1953); de los 20 sólo se conservan 9 en la Universidad de Caldas. Cf. “Los murales de Alipio”por Carlos-Enrique Ruiz, disponible en http://www.revistaaleph.com.co/desde-aleph/362-los-murales-de-alipio

por ejemplos de confusiones y desaciertos en materia de pintura, se ha
ordenado cubrir los frescos del pintor Ignacio Gómez Jaramillo que existían
en los muros correspondientes a las escaleras principales del Capitolio
Nacional, afirmando que eran feos por los temas tratados, el estilo fuerte de
su dibujo y la entonación colorística densa y adusta. Fueron reemplazados
por otra pintura en el salón central, de estilo bonito, reluciente de oros,
penachos, trajes y botas bien lustrosas, todo esto rematado por un dibujo en
serpentina. El ideal para los miradores del arte que entra por los ojos.
Después en Medellín la recia obra de Pedro Nel Gómez, uno de los artistas
más representativos del pueblo colombiano, ha sido cubierta y reemplazada,
ya no por otra pintura, sino por una cortina de tela estilo “nylon”. Parece ser
que este estilo es el que más está gustando.
Más luego, en estos días, se ordenó descolgar las pinturas sobre mesonite
que Alipio Jaramillo había realizado en el edificio de la Facultad de Derecho.
¿Las objeciones? Las mismas: pintura fea, con temas obreros y campesinos
que no deben ser; éstos son bonitos y viven en un paraíso para que se les
pinte con estilo bronco. […] Tal como van las cosas el arte del pueblo
colombiano quedará reducido al estilo bonito de los cromos de las cajas de
bombones de galletas, al estilo brillante y sedoso del nylon.”15
Hasta este punto, el acercamiento a la crítica de Ospina ha permitido
establecer sin lugar a dudas su adhesión al movimiento muralista en
Colombia; sin embargo, aún no ha arrojado luces sobre el hecho,
aparentemente contradictorio, de que Ospina se halle desarrollando una obra
abstracta en el mismo período de producción de este discurso. ¿Acaso el
muralismo no es primordialmente un arte figurativo, abocado a la
representación crítica de temas históricos, y de otros elementos referentes a
la identidad nacional? ¿Cómo explicar esta bifurcación poética?
***
15 Ospina, Marco. La pintura proscrita. El estilo del “Nylon” se impone, publicado en El Espectador, febrero 28 de 1953.

No obstante su adhesión al muralismo, Ospina mantuvo siempre la certeza
sobre la necesidad de mantener la autonomía del arte para lograr su función
transformadora, como fuerza civilizatoria de la cultura. El valor del
muralismo no era intrínseco a las formas de representación que lo habían
caracterizado desde su emergencia en México, en los años veinte: radicaba
en su valor táctico, en lo que Siqueiros había definido como su “finalidad
técnico social”, cuyas principales características ya se han expuesto con
antelación. Por esto, Ospina optaba francamente por la heterogeneidad de la
experimentación plástica, convencido de la urgencia de refinar el ojo crítico
de la nación. Este fue un móvil clarísimo de su trabajo en la crítica. En La
rebelión del artista, Ospina postula el carácter revolucionario de toda
manifestación artística, incluso del arte abstracto.
Su defensa de la abstracción radica en la riqueza de ésta en cuanto proceso
artístico/intelectual, que rebasa ambas, la condición artesanal y la
puramente visual de la plástica, para recaer sobre una función más
intelectual, asociada, no obstante, al ciclo fundamental de la
expresión/percepción; se trataba de un arte más sintético y, en este sentido,
perfectamente apto para cultivar el sentido de la belleza y de la armonía
que, en último término, se mantienen para Ospina como los más altos
valores de la plástica; aunque cabe decir, desde una concepción ampliada de
las dos. En el artículo recién mencionado, Ospina afirma concluyentemente:
“Estamos presenciando actualmente la crisis de una sociedad en desorden.
Hombre, guerras civiles,persecuciones, alza de los precios, huelgas y
amenaza de guerra mundial; también aparecen dos sistemas de vida que se
discuten sobre la palestra internacional su predominio. Que ojalá triunfe el
más armónico y que traiga más belleza a la sociedad humana, el que
suprima la explotación del hombre por el hombre y acabe con las guerras, es
el fervoroso deseo de los artistas que creemos que la belleza también la
pueden realizar los hombre por la armonía social. […] Llegando a estas
condiciones de progreso, la humanidad podría contemplar como nunca lo ha

podido, el espectáculo magnífico de la belleza que sus artistas plasmarían
con los medios más puros hasta hoy conocidos.”16
Barney Cabrera explicó esta operación intelectual de Ospina de manera muy
detallada y analítica:
“Filosóficamente hablando, sus congéneres estaban del lado de la realidad
social, pero en el debate de las formas plásticas se situaban en la opuesta
orilla, casi, casi en la enemiga trinchera. ¿Cómo resolver tan grave
disyuntiva? Marco Ospina se decide por la realidad artística. La realidad
física es la tesis. “Luego viene la mente del pintor −afirma en su opúsculo
‘Pintura y Realidad’− o sea la antítesis. La síntesis la compondrá el cuadro.
Esta última es, pues, la realidad artística, que es realidad pero transformada
por el hombre, y en ningún momento igual al hecho natural”. De esta
manera el pintor ha quedado bien con ambos mundos. Continúa siendo un
pintor humano que trabaja para el hombre y le da su aporte de belleza. No
es tránsfuga ni caprichoso que huye de las dramáticas realidades humanas.
Sino que, de acuerdo con la ley de la variedad en la unidad de Federico
Engels, el artista tiene la oportunidad de reflejar la belleza como mensaje
humano para que los hombres por su conducto puedan también realizar la
armonía social sin sujeción a una escuela, tendencia o interpretación
específica, pero sí mediante el ritmo impuesto por la naturaleza que es vario
y móvil dentro del sentido de la unidad cósmica.”17
Este es, en esencia, el razonamiento que permitió a Ospina mantenerse
abierto a las múltiples posibilidades de la plástica en su momento,
vinculándose también activamente a las iniciativas del nuevo capítulo del
modernismo que iniciaba con figuras como Alejandro Obregón, Enrique Grau,
Eduardo Ramírez Villamizar, Lucy Tejada; contribuyendo, además, al
16 Ospina, Marco. La rebelión del artista, en Vanguardia, semana del 16 al 22 de diciembre de 1947.17 Tomado del artículo Teoría y práctica del arte, en Revista Semana, marzo 20 de 1961. En Eugenio Barney Cabrera y el
arte colombiano del siglo xx.Antología de textos críticos (1954-1974), Ivonne Pini y Sylvia Suárez comp., Editorial Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 2011

desarrollo de las reflexiones artísticas que dieron suelo al cambio sustancial
de la plástica que diferenció ambos capítulos.
Ospina dedicó uno de sus artículos a la pintura de Obregón en 1948; en éste
es posible avizorar el grado de afinidad que el artista sentía con su plástica
(también era así con la de Grau). Ospina:
“En la pintura de Obregón el tema parece diluirse en la materia pictórica y
ocupar un segundo puesto; lo principal, lo esencial está presente en los
grandes planos de color: una mujer de carnaciones rosas, es tratada en
amarillos de cromo; una manzana se toma de pretexto para colocar un negro
profundo. […] Obregón no imita formas coloreadas, las construye con color.
[…] Resumiendo: la pintura de Alejandro Obregón está bajo el signo
dramático por la aspereza de su estilo y lo sombrío de sus colores,
características comunes en el arte de la mayoría de los artistas
contemporáneos: arte que refleja la angustia y desazón del espíritu moderno
ante los problemas de la vida presente y la complejidad de lo futuro.”
Esta afinidad iba más allá del gusto por su obra; ambos estaban implicados
en la defensa de los valores del arte moderno en una sociedad
tremendamente refractaria con respecto a la experimentación modernista.
Ospina sucedió a Obregón como director de la Escuela de Bellas Artes, en
1949, desde donde procuró, de manera infructuosa con respecto a algunas
de sus ambiciones, por la resistencia hecha desde la misma institución,
profundizar los cambios que se habían impulsado recientemente:
“En el año de 1949 fue nuestro deseo regirnos en los estudios por las leyes
generales del arte, buscando su unidad a la vez que su variedad; por lo
tanto, no nos parcializamos, porque no se puede, pues el que lo hace no
comprende la variedad en la unidad del arte.
Entendiendo que el arte es un gran árbol de muchas ramas, raíces, hojas,
flores y frutos, y que es nuestro deber enseñarlo o mostrarlo todo, sin ocultar

ninguna de sus partes.
Tomar el naturalismo como único fenómeno del arte, se nos hace como
tomar el árbol únicamente por las hojas.
Por estas razones de orden estético creímos que no podíamos seguir en la
Escuela una educación unilateral, pues ésta es otra de las causas del fracaso
de las academias; y fue así como se trató con los métodos más aconsejables,
dar a los alumnos la información necesaria para su ilustración sobre los
movimientos y tendencias o escuelas de arte en todos los tiempos o en la
mayoría de los pueblos, no para la copia mecánica ni la suplantación de
estilos sino, por el contrario, para mejor formar el criterio de los estudiantes,
y así se orientarán lo mejor posible en sus trabajos frente a la naturaleza.
[…] Nosotros queremos formar gente sin complejos y sin miedos, sin
prejuicios, apasionados por el arte en su unidad y no por sus
particularidades.”18
Desde el principio, figuras como Gómez Jaramillo y Acuña, estuvieron
vinculadas al movimiento modernista que eclosionó en la segunda mitad de
los cincuenta, a través de eventos tan significativos como El salón de los 26
y el Salón de Arte Moderno de 1949. Este es un elemento crucial para
comprender que a pesar de las diferencias generacionales y plásticas, estos
dos movimientos del arte moderno en Colombia tuvieron una relación
orgánica, de ruptura, ambos, con las formas de expresión asociadas al
academicismo, y con el naturalismo como clave única de calidad de las artes
plásticas, el modernismo de los cincuenta se apoyó en las transformaciones,
sociales (con respecto al rol del artista en la sociedad) y plásticas (mayor
libertad formal, temática y crítica -en cierta forma la plástica americanista es
la primera vertiente crítica y disidente de la plástica en el país-) efectuadas
por los americanistas.
En este proceso, Marco Ospina jugó un papel crucial, por el carácter
integrador de su pensamiento que, alimentado por teorías formalistas y
18 Ospina, Marco. La orientación actual de las Bellas Artes, publicado en El Tiempo, sin fecha en el archivo del artista, ca. 1949.

sociales del arte, le permitió mantener la mente abierta frente a
posibilidades de la plástica que, en su momento, e incluso en la actualidad,
podían parecer opuestas para muchos. La comprensión del carácter
constructivo de las tensiones entre la abstracción y la figuración, entre los
ritmos clásico y barroco, entre la unidad y la variedad, y, en última instancia,
entra “la pintura y la realidad”, motivos recurrentes, todos, en su obra
crítica, y articulados en su conferencia Pintura y Realidad, publicada por
Ediciones Espiral, en 1947, la comprensión de esta tensión, le permitió
romper los esquemas del arte de su tiempo, no por su vanguardismo, sino
por la austeridad de su teoría, que le permitió ver con claridad que “La
pintura es un poderoso medio expresivo. Es una voz plástica que comunica
belleza de unos hombres a otros. El hombre la encuentra y la produce para
otro hombre. Por esta razón la pintura cumple una función social.”19
19 Ospina, Marco. Pintura y realidad. Ediciones Espiral, Bogotá, 1947