MODERNIDAD, NACIONALISMO y CULTURA

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CICERCHIA, Ricardo Modernidad, nacionalismo y cultura. Anar a la terra: el excursionismo catalán (1876-1923), Prohistoria Ediciones, Rosario, 2011, 152 pp. il. - En este libro, Ricardo Cicerchia analiza el excursionismo catalán desde el campo de las narrativas de viaje de la modernidad. El texto propone el escrutinio de una teoría sobre esta práctica social y sus efectos en la dinámica de procesos sociales concretos, entre 1876 (momento de emergencia del asociacionismo excursionista) y 1923, año de comienzo de la dictadura de Primo de Rivera. El trabajo proporciona claves imprescindibles para comprender los significados cognitivos de la teoría y de la práctica excursionista a la vez que propone una serie de nexos entre los sistemas de ordenamientos de sujetos y actores, el ascenso del pensamiento nacionalista en Cataluña y la implosión del relato de viaje moderno. Ricardo Cicerchia es Ph. D. en Historia por la Universidad de Columbia y P Ph. D en Historia Cultural por la Universidad de Londres. Se desempeña como Profesor Titular de Historia de América Latina y del programa de Doctorado en Ciencias Sociales de la UBA. Es Investigador de CONICET, coordinador general del SEPHILA (Instituto Ravignani) y de REFMUR (Fundación Séneca). Participó como profesor e investigador invitado en diversas universidades nacionales e internaciones, entre otras Universidad de Liverpool, Universidad de Barcelona, Universidad Hebrea de Jerusalén (Titular de la Cátedra San Martín), Universidad de Londres, Universidad de Brown, Universidad de Auckland (director académico del NZCLAS), Universidad de San Simón, Universidad de Tsukuba, Universidad de Murcia y Universidad de Valparaíso. Ha publicado varios volúmenes de la Historia de la vida privada en la Argentina (Buenos Aires, desde 1998 a la actualidad); Viaje y modernidad. Relatos de mar y tierra (Quito, 2011); Tales of Land and Sea. Travel narratives of the Trans-Pacific South, 1700-1900 (editado en colaboración con Matthew O’Meagher, Sydney, 2005); Viajeros. Ilustrados y románticos en la imaginación nacional (Buenos Aires, 2005); e Identidades, género y ciudadanía en contextos multiculturales en América Latina (Quito, 2005).Este libro se consigue en las siguientes librerías: www.dondeconseguirprohistoria.blogspot.com

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Rosario, 2011

Ricardo Cicerchia

Modernidad, nacionalismoy naturalezaAnar a la terra:

el excursionismo catalán 1876 -1923

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A los viajeros definitivosA Salvador Francisco Castro: IN MEMÓRIAM

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Índice

Siglas y abreviaturas más utilizadas .......................................................................... 11

PRÓLOGOJoan Bestard .............................................................................................................. 13

Genealogías .............................................................................................................. 17

El catalanismo y sus narrativas ................................................................................. 31

El relato excursionista ............................................................................................... 69

Postales y réquiem. Epifanías en viaje ..................................................................... 113

BIBLIOGRAFÍA .................................................................................................... 139

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Siglas y abreviaturas más utilizadas

ACEC Associació Catalanista d’Excursions CientífiquesAEC Associació d’Excursions CatalanaCAF Club Alpin FrançaisCEC Centro Excursionista de CataluñaIEC Instituto de Estudios Catalanes BCEC Boletín del Centro Excursionista de CataluñaLAJDCEC Libro de Actas de la Junta Directiva del CEC LoR Lo Regionalista

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PRÓLOGO

Dos modelos culturales de subjetividad nos ha concedido la modernidad: el paseante de la ciudad y el excursionista del campo. Ambos son el producto de la ciudad moderna y uno y otro tratan de separarse de los itinerarios lineales

prescritos por los mapas de la ciudad o por los caminos ya trazados por la cartografía. Ambos buscan una nueva manera de pensar en movimiento. El paseante evita las lí-neas rectas de las grandes avenidas y calles cuadriculadas. Su forma es la del laberinto que aparece cuando uno camina sin un plan o propósito definido y queda fascinado por el más mínimo detalle de las miles de vidas con las que va encontrándose en sus paseos cotidianos. La masa humana de la ciudad se convierte en un complejo tejido de fortuitos, pero reveladores incidentes que inducen al paseante a seguir caminando y conocer mejor los detalles de las vidas de la gente. Este caminante de las ciudades fue celebrado por la poesía de Baudelaire en la figura del flâneur y posteriormente Walter Benjamin hizo de él el prototipo del sujeto moderno. Experimenta la ciudad a través del laberinto de contingencias y del azar del caminar. Al deambular sus objetivos son cosmopolitas puesto que en la gran ciudad se concentran los aspectos más universa-listas del mundo moderno.

El excursionista también convierte el deambular en una manera de vivir. Su cu-riosidad no es la masa anónima de la gente, sino la naturaleza en todos sus aspectos. Mira, anda, se detiene para observar y, sobre todo, piensa en movimiento. Tampoco sigue los caminos trazados, busca o hace nuevos senderos y experimenta una relación especial con el medio natural. Esta manera de conocer el lugar constituye una expe-riencia personal que le influye toda su existencia. Por ello necesita ir coleccionando nuevos paisajes y nuevas costumbres en los campos y montañas que visita. Se interesa por la vida de los habitantes del lugar, no porque quiera descubrir pequeñas muestras de su mundo anónimo, sino porque trata de ver en ellas formas de vida que ya no le pertenecen. Su relación con ellos es la de nostalgia por un mundo muy particular y más cercano a la naturaleza, que cree ya perdido para siempre. Mira al paisaje como un tapiz dentro del cual está entretejida la vida de la gente. Lo mira, no obstante, sin poder participar y seguir este modo de vida. Sabe que habita la ciudad, que, como excursionista, explora nuevas experiencias y busca, caminando, un conocimiento de lo particular, formas de vida que le son ajenas. Se trata de un sujeto que quiere saber donde está en el mundo. La búsqueda de su propia identidad la hace convirtiendo el paisaje en un territorio en el que sus habitantes son la muestra de una historia, una lengua y una cultura, las cuales, si bien le son lejanas, forman parte de una identidad que creía perdida en la ciudad. El excursionista, a diferencia del paseante de la ciudad, es particularista. No quiere saber las leyes que rigen los movimientos de la sociedad,

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sino las particularidades del territorio, la lengua y la cultura. Va en pos de las reliquias de su propio pasado. De esta manera el territorio se identifica con la lengua y la cultura de un pueblo. Es decir, la experiencia del excursionista es nacional. Camina, observa, conoce y, al mismo tiempo, cobra amor y apego a la tierra, su patria. En la ciudad, si es la capital de un Estado, celebra la nación en las paradas militares. En el campo, caminando y subiendo montañas.

El presente ensayo de Ricardo Cicerchia es una magnífica descripción de cómo surge la figura cultural del excursionismo, una genealogía histórica de la tradición excursionista en Catalunya, desde sus orígenes románticos en búsqueda de un cono-cimiento de la naturaleza y sus poblaciones, hasta el nacimiento del turismo, la foto-grafía y la tarjeta postal. Todo un recorrido por una voluntad de conocimiento regido por el motto “pisar la tierra, conocer lo local, reconstruir la lengua”. Todo ello con las cimas del Pirineo como testimonios de un marco para el desarrollo del conocimiento y la imaginación excursionista.

Este nuevo caminante necesitaba saber su ubicación. Para ello el conocimiento de la cartografía era fundamental. Su mirada por los estratos geológicos permitía co-nocer las características del terreno, sus estructuras y la historia de las formaciones geológicas. Había que saber leer más allá de la superficie cuando uno caminaba y se paraba a contemplar el paisaje. El medio natural se conocía andando. Esta era la ac-titud fundamental del naturalismo de finales del siglo XIX. Describir con palabras lo que observaba y dibujar al natural era el mejor ejercicio del caminante. Su actitud era la de haber estado allí, conociendo la tierra y sus habitantes.

La práctica del excursionismo se enmarcó dentro de diferentes narrativas que le daban sentido más allá de la experiencia inmediata. En este ensayo de Ricardo Cicerchia podemos identificar tres grandes narrativas: la positivista y objetivista de la mirada científica, la paisajista de la contemplación estética y la nacionalista del descu-brimiento identitario. Esta última fue dominante en el excursionismo catalán organi-zado por el Centre Excursionista de Catalunya. Se trataba de conocer caminando para tener afecto a la tierra. La mirada era etnográfica y el sentimiento el de hacer un país con una serie de características particulares que lo diferenciaban del resto de pueblos de la península ibérica. “El Estado es artificial y la nación es natural” era el núcleo narrativo que permitía construir homologías entre un determinado medio natural, una población particular y una lengua y cultura singular. Tierra, población, lengua y cultu-ra formaban una sola unidad. La antigua asociación entre “tierra” y “raza” tomaba una nueva forma en la narrativa nacionalista moderna donde un territorio se identificaba inmediatamente con una población autóctona y una lengua y cultura propia. De ahí que la observación de familia pairal del Pirineo con una larga genealogía enraizada en una misma tierra se convirtiera en el estereotipo cultural de la narrativa nacionalista. El excursionista que caminaba en un territorio aprendía a conocer bien la tierra y su cultura. Se trataba de una experiencia particular que acababa siendo narrada en térmi-nos de identidad nacional. Caminar implicaba un proceso de territorialización de la

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cultura, donde los mapas, las tradiciones y las expresiones orales de la lengua fueron los ejes del primordialismo cultural que hacía posible imaginar la nación.

Esta visión holística de un excursionista que iba de un lugar a otro para conocer la naturaleza y la cultura de un lugar, integrando este conocimiento con el sentimien-to de identidad, se fue transformando a lo largo del siglo XX. La excursión se fue convirtiendo en un deporte de montaña y la nueva clase ociosa de la ciudad vio en el turismo una nueva forma de consumir su tiempo libre. En la pintura de paisaje se fue expulsando todo resto de personas, habitaciones humanas y ruinas históricas. La pin-tura se hacía en plein air y el objeto de la mirada estética era la naturaleza pura libre de cualquier contaminación cultural. En las ciencias tanto naturales como humanas la observación profesional sustituyó la mirada amateur del excursionista. Al caminante le quedaba simplemente su cuerpo que tenía que mantener sano con el ejercicio y el deporte. El paseo del caminante fue sustituido por el deporte de montaña. Este proce-so de especialización fue acompañado de una nueva cultura material del excursionis-mo. Es fascinante leer en este ensayo de Ricardo Cicerchia la manera como nuevos inventos (la cerilla, las latas de alimentos, el nylon, el esquí, etc.), nuevos espacios (los refugios de montaña), nuevos sistemas de comunicación (el tren de alta montaña), nuevas formas de representación (las postales) han creado una nueva forma de practi-car el excursionismo que en Catalunya sigue siendo un deporte nacional.

Joan BestardBarcelona, 16 de julio de 2011

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Genealogías

El más reciente debate historiográfico ha enfrentado dos dimensiones de la in-vestigación histórica, representaciones versus prácticas.1 La nueva generación de estudios comienza a adoptar un enfoque cada vez más cercano a estas últi-

mas. Y han sido las aproximaciones antropológicas las más felices a la hora de defi-nirlas como esquemas de organización y valoración incorporados a formas institucio-nales, simbólicas y materiales que gobiernan la sociedad y la cultura.2

Claro, puestos a la tarea de analistas, nos posicionamos en un lugar que como tantos otros elementos de la realidad, ha cambiado por los límites del conocimiento, la mediación situacional y el observatorio. Pero allí están los hechos siempre y precaria-mente relacionados con una base empírica en la cual se sostienen los relatos. Las notas a pie de página dan verosimilitud, las citas textuales los tonos de época, los detalles la humanidad, los números la escala. Esta es la procedencia del estilo que usamos para hablar de esa realidad diferente de la existente.3

A pesar de la novedad, desde fines de la década de 1980 las representaciones conformarían un territorio firme; donde la potencia de las fuentes iconográficas se hizo incontrastable.4 La presunción de que éstas no reflejan mecánicamente el mundo real, sino que constituyen apenas el punto de partida para entender las desviaciones de los comportamientos en relación con los modelos, se halla todavía inmadura. Imbricar las prácticas en la misma matriz de las representaciones es el primer momento de una ruptura aún en ciernes.5

En el despliegue del oficio, dicha tendencia equiparó el documento histórico a la jerarquía de texto. Dimensión innegable pero que a la vez opaca los procedimien-tos de su producción: autoridad y veracidad. El embate del linguistic turn sobre el discurso historiográfico había hecho necesario un conjunto de respuestas desde el campo. Lejos de aceptar las realidades sociales como juegos lingüísticos, se afirmó la distancia entre las prácticas que construyen las relaciones sociales y las que sostienen

1 Algunas de las polémicas fueron publicadas en Historia, Antropología y Fuentes Orales, núm. 38, 2007.

2 TORRE, Angelo “Percorsi della pratica 1966-1995”, en Quaderni Storici, núm. 90, diciembre 1995, pp. 799-829.

3 Geertz avanza en esta idea de la contundencia de los hechos pero problematiza su manera de recons-trucción. Afirma que los antropólogos describen las cosas realmente ciertas con sistemas discursi-vos, estructuras, configuraciones de signos, formas de decir, y no al poder liberador de la realidad. GEERTZ, Clifford Tras los hechos. Dos países, cuatro décadas y un antropólogo, Paidós, Barcelona, 1996, pp. 27-28.

4 Un buen ejemplo de esta supremacía en CHARTIER, Roger Lectures et lecteurs Dans la France d´Ancien Régime, París, 1987.

5 Más o menos así lo advertía GINZBURG, Carlo “Représentation. Le mot, l´idée, la chose”, en Annales Esc, 46, 4, 1991, pp. 1219-1235.

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dispositivos discursivos. Un acercamiento a ese mundo concreto de situaciones, com-portamientos y conflictos.

La observación de las prácticas supone reglas, objetivos y destinatarios específi-cos. Y se inscribe en el proceso social. Fue Michel de Certeau quien sugirió que una gran cantidad de hechos cotidianos eluden toda forma de representación y son relati-vamente inalcanzables por los modelos ortodoxos de las Ciencias Sociales.6 Procesos mejor capturados desde el punto de vista del realismo documental. Aquel que arroja una multiplicidad de significados conducentes a una serie de preguntas cada vez más precisas: ante un pasado irremisiblemente perdido, la restauración de cierto sentido original a cargo de un relato histórico académico. En mis propios términos, estructura, localidad y etnografía.

En este mapa, mi objeto de análisis, el excursionismo catalán, visto desde el campo de las narrativas de viaje modernas, me ofrece un horizonte excepcional de indagación de esta relación entre el universo de lo simbólico y el mundo material de la vida. Y en el comienzo una certeza. Uno de los registros del viaje moderno y su narrativa, tal vez el más contemporáneo, fue el excursionismo.7

Se trata del ejercicio de una teoría de la práctica sobre la dinámica de procesos sociales concretos. Una teoría que adquiere un significado cognitivo, vinculado a los sistemas de ordenamientos de sujetos y actores. Es preciso, por lo tanto, identificar el conjunto de performances promovidas o anuladas en cada proceso social, un universo irreductible a las representaciones y con evidentes derivaciones no controladas.

Esta estrategia analítica y metodológica permite, a mi juicio, analizar las prácti-cas como un conjunto de costumbres concretas que se apartan de las imágenes cons-truidas y transmitidas socialmente. Para el caso de la cultura popular, demostrar que las apropiaciones sociales de los modelos culturales configuran una realidad sólo par-cialmente subsumida por las normas y el poder.

Con seguridad, toda identidad se funda en un deseo de creencia. Se conforma en la relación simbólica con un referente externo –por definición otro antagónico– cons-truido en la curiosa delimitación de las fronteras de la propia existencia. Es el proceso de sustantivación de las semblanzas internas, del énfasis de las divergencias.

Dilema sutil: ¿singularidad catalana en la práctica y la acción del excursionismo? Una producción que interpeló todos los aspectos de la cultura catalanista, desde los orígenes étnicos hasta la estructura de la sociedad, pasando por la experiencia etno-gráfica, las fronteras naturales y la psicología de los pobladores. En sus publicaciones, la repetición sistemática de imágenes ciertamente estereotipadas sobre una comunión mística con la naturaleza, la singularidad lingüística, la homogeneidad racial y cul-tural, las orientaciones asociacionistas de una sociedad estable, rústica, noblemente

6 DE CERTEAU, Michel L´invention du quotidien: l Arts de faire, Gallimard, París, 1990.7 Mis hipótesis surgen de más de una década de investigación sobre la narrativa de viajes. Muchos de

los argumentos de este texto surgen de una reflexión en torno a mis libros anteriores. Véase Cicerchia (1998, 2005a, 2005b, 2005c, 2009, 2011).

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cohesionada en las jerarquías y en la armonía social. Un mundo cerrado de valores que establece una estructura de significaciones, un aparato conceptual persistente sólo proporcional a la eficacia para consagrar un andamiaje retórico y los registros discur-sivos a través de intermediarios culturales: la burguesía culta catalana.

Determinadas a partir de las fronteras de la entidad histórico-geopolítica de la Nación Catalana, la proyección temporal de las imágenes encubren la reinvención constante de la tradición, de las instituciones, y de los valores en la ilusión de per-manencia de una cultura. Un dispositivo virtual que afianza la idea de nación, etnia y cultura definidas como sustantivos equivalentes en una red de homologías que se confirman y refuerzan inequívocamente en un todo orgánico.

La identidad catalana simula ser presentada de un modo factual, natural y casi obvio a partir de la reproducción de credos y costumbres populares que nos hablan de excepcionalidad y de una imagen monolítica, inmutable y trascendente sobre todo en su capítulo moderno.

El discurso del catalanismo excursionista fue parte de una construcción ideoló-gica y por lo tanto auto-destituyente. Diseminado por la burguesía catalana, desde la impronta saber-poder, su esencialismo impermeabilizaría por igual la cultura popular y el pensamiento académico y científico, proyectando un tipo especial de reflexión social, de debate político y de modelo de conocimiento.

De esta manera cada acontecimiento, cada excursión, cada torneo, cada descubri-miento, resultan gradualmente interpretados como síntomas de una cultura inmanente, insólita e inefable, que confirma en cada experiencia el ethos catalán. El excursionis-mo expresaría fatalmente una doctrina nacional. Una trayectoria que fue desde la des-dramatización de los relatos de la Renaicença de su primera etapa, un circuito cultural inspirado por una ética del conocimiento y cierto civismo romántico, hacia el diálogo y cierto sometimiento a nociones tan elusivas como país, nación y cultura.8

El catalanismo había esgrimido entre sus determinaciones los factores naturales y la lengua. Por cierto se trató del carácter sublime de estos elementos comunes, una construcción cultural. Los climas, los vientos, los cursos de agua y, en particular, la montaña, influyen en la cultura y personalidad comarcalista de los catalanes. Así en el corazón de las tradiciones, el intento de adaptación a las condiciones generadas por el ambiente. Simultáneamente un estado de ánimo y un sentido del humor también en correspondencia con el entorno.

La lengua, sobreviviente y victimizada, funcionó como elemento aglutinante de un nosotros catalán. De y por ella, una estructura emocional y un tipo de intimidad

8 Es importante destacar de la extensa bibliografía consultada que sólo algunos autores vinculan la emer-gencia del catalanismo y el auge del excursionismo. Es notable el caso de Marfany. Sin embargo, creo demasiada lineal su interpretación de dichas relaciones. Omite entre otras cosas el fenómeno del primer excursionismo casi ilustrado y romántico que titubeaba en torno a los problemas de identidad por su interés más profundo en la producción y difusión de saberes de carácter científico. MARFANY, Joan-Lluís La cultura del catalanisme. el nacionalisme català en els seus inicis, Empúries, Barcelona, 1995.

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particulares: simplicidad rústica, melancolía emprendedora. Y con el idioma, curiosos circuitos comunicacionales desplegados a través de una habilidad particular para el vínculo no verbal y el compromiso racional.

Es un discurso celebratorio de la afinidad entre la estructura social y las condi-ciones ecológicas. Así el comarcalismo se parapetó en un sentimiento de cooperación que reforzaba las identidades comunitarias rurales caracterizadas por la estrecha rela-ción entre las familias. Una configuración trasladable a la vida urbana y a los estilos empresariales. Será la indagación arqueológica y la historia los artefactos vitales en la legitimación de la utopía catalana. Es la caza de los orígenes culturales. La idio-sincrasia de los poblados de los Pirineos se transformaría en una verdadera teoría de la identidad catalana expresada en esa insistente vocación ascensionista del excursio-nismo. El objetivo: los picos. Un patrimonio natural que desbarató intencionalmente “lo exótico”.

El excursionismo fue apelado en la construcción del relato nacional. Elaborando verdaderos retratos de familia en el journey, en el contacto, en las descripciones. Bús-queda de un núcleo, producción de síntesis donde la experiencia queda subsumida en los mandatos. Simulacro de realismo antropológico. Una pluralidad atravesada por el esencialismo de lógicas identitarias comprometidas ancestralmente. Es esta aproxi-mación ideológica la que se contrapone con las proposiciones cientificistas de un pri-mer momento diferencial, ese excursionismo clásico, heredero natural de los relatos de viaje decimonónicos como itinerarios del discurso científico moderno.

Descendiente directo de aquellos “actos de reconocimiento” de la ilustración y el romanticismo, esta actividad tan popular como pocas en aquellos días, se fue re-definiendo en términos de cultura de masas, aquellas primeras disciplinas portadoras de ese espíritu de aventura y conocimiento. Como ninguna otra actividad, las certezas cartográficas fundamentaron su evolución, y en su estructura dos pilares: saberes y tecnología.

Denunciando una indudable tendencia neurótica y un exacerbado afán de domi-nio de toda alteridad, este proceso fue seleccionando desafíos. Entre ellos, el monta-ñismo, el teatro consagratorio del nuevo tipo expedicionario.

Alpinismo y espeleologíaEn 1857 se crea el Alpine Club de Londres. Proliferan en Europa las asociaciones dedicadas al estudio de la naturaleza y al estímulo de la práctica del escalamiento. Se trató de un movimiento vinculado a la consolidación de la clase media urbana y al ferrocarril que entre sus condiciones de posibilidad dispuso de inquietud cultural, capacidad económica y tiempo libre. La constitución del Club Alpin Suisse (CAS) en1863, inicia en el continente esa vocación naturalista. Y sin pausa, le seguirán nue-vas entidades hermanas en el resto del continente.

La matriz naturalista y romántica de este tipo de excursionismo articuló la ex-periencia del viaje, su narrativa y corrientes pedagógicas en boga: naturaleza, expe-

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riencia, performance y conocimiento. Un nexo que también se ordenaba en el campo de la pedagogía. Recordamos que fue Pestalozzi el gran promotor de las excursiones instructivas y en la gran difusión que alcanzó el método intuitivo en la enseñanza de la geografía, una visión que legitimaba la práctica excursionista.9

En sus inicios el excursionismo catalán fue portador de una aptitud científica, centrada en la práctica de las ciencias naturales y el ordenamiento cartográfico. Lo que se definió como el momento figurativo del discurso excursionista. Rápidamente a este primer perfil se sumó la afición al arte, el folklore, la historia o simplemente la estética del paisaje y el ejercicio al aire libre. Cimiento de su amateurismo esencial. Pisar la tierra, conocer lo local, reconstruir la lengua. Al encuentro de comarcas que expresaban singularidad, pero mucho más su papel como laboratorio de conocimien-tos. Montados en las tradiciones románticas el metier conoce su cenit durante las tres últimas décadas decimonónicas.10

Estas primeras asociaciones de alpinismo europeo aparecen como parte del campo del estudio sistemático de la naturaleza, en la vieja tradición exploratoria. La primera sociedad organizada de alpinistas, el Alpine Club londinense, tendría como primer presidente al prestigioso naturalista John Ball. En su primer Anuario, la socie-dad manifestaba satisfacer el deseo generalizado entre los que exploraban las altas regiones montañesas, aprovechando la oportunidad, al reunirse de vez en cuando, para comunicar información sobre las excursiones, con la esperanza de contribuir indirectamente al progreso general del conocimiento, dirigiendo la atención de los no profesionales de la ciencia hacia cuestiones a las que puedan coadyuvar a resultados positivos y valiosos socialmente.

Al calor de las primeras empresas cartográficas en los Pirineos, el alpinismo de la Europa continental se centrará en proyectos concretos de investigación a través de la financiación de estudios, la construcción de cabañas utilizadas por especialis-tas y la demarcación de travesías. Estas asociaciones impulsadas por los naturalistas proponen novedosos documentos visuales para la presentación de sus trabajos. Los cortes horizontales de paisajes o los mapas de distribución de elementos constituirán un género que se transformaría en la precondición de la estratigrafía y de la geología histórica. Fue este tiempo testigo del nacimiento de los mapas geológicos que ilustra-ron visualmente la localización y configuración de rocas en la corteza terrestre, y la sistematización y presentación de dicha información. Estos medios surgieron como solución metódica al problema referido por Humboldt al evocar a Montaigne: los ojos de los individuos –como el lenguaje local– lejos de contribuir al consenso sobre lo observado, empujaban a la fragmentación y la controversia. La evidencia debería

9 HENNEBERG, Jordi Martí “Pestalozzi y la enseñanza de la Geografía en el cantón de Vaud (Suiza) durante el siglo XIX”, en Revista de Geografía, Vol. XXVI, Barcelona, 1992, pp. 35-43.a

10 CLARA, Josep Excursions abans de l’excursionisme. Quatre recorreguts per terres gironines a mitjan segle XIX. D’Heras de Puig, Fénech, Reclus, Justo, CCG Edicions, Girona, 2003.

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surgir de cierta neutralidad, despojada de vanidades nacionales y particularidades y que, en el futuro, moldearía las formas de mirar y de observar.

Como objeto científico o cosa epistémica, una formación geológica lejos de exis-tir en la naturaleza, adquiría identidad ligada a una práctica de observación e inscrip-ción de lo observado en un sustrato material diferente al natural, a través de un sistema aprendido y compartido de convenciones. Es decir, se trataba de constituir una disci-plina en un punto de equilibrio entre las observaciones locales y las generalizaciones geognósticas. La naturaleza volvía a demostrar que los ojos veían con la ayuda de los oídos y que los asuntos científicos distaban mucho de constituir, sobre todo para los practicantes, una entidad estable y eterna.11

Una percepción geológica implicaba entonces reflexionar acerca de inmensos periodos de tiempo, enormes unidades de materia y las dinámicas de una gran multi-plicidad de variables. Enormes dificultades epistemológicas que sólo podían salvarse por medio de las “sensaciones reales” de una experiencia directa. Así por ejemplo, el mundo subterráneo se convierte en la plataforma de despegue de ese itinerario com-partido entre el primer excursionismo catalán y las prácticas científicas. Un recorrido por esas cavidades para interpretar los misterios de las temperaturas, leer las sinuo-sidades de las formaciones geológicas y por qué no, descifrar las enseñanzas de las leyendas populares. Entre estas profundidades, las de Sant Llorenc, las primeras visi-tadas por encumbrados miembros de la Associació d’Excursions Catalana (AEC).12 Los estudios geológicos y el interés tanto arqueológico como histórico conformaron pilares de aquellas excursiones. Hacia 1896, y resultado en parte de la visita a las

11 Recordemos, que en los años en que Humboldt escribía su método poligráfico y Darwin y d’Orbigny recorrían América, los geólogos no formaban un cuerpo de profesionales homogéneo. D’Orbigny seña-laría este hecho al publicar su obra en 1842: “…en 1825 la géologie était lain d’occuper le rang qu’elle tient aujour’hui parmi les connaissances humanines” (D’ORBIGNY, Alcide Voyage Dans l’Amérique meridionales… exécuté pendant les années 1826, 1827, 1828, 1829, 1830, 1831, 1832 et 1833, Tome Troisieme, 3e. partie, Gólogie, Bertrand, París, 1842, p. 7). A fines de esa larga década de 1820 se habían lanzado dos obras de extraordinaria repercusión. En 1829, Léonce Élie de Beaumont leía ante la Academia de Ciencias de París su memoria sobre “las revoluciones de la superficie del globo”. Allí, combinando las ideas de Leopold von Buch sobre la elevación sucesiva y destructiva de las cadenas montañosas con las revoluciones de Cuvier, afirmaba que tales formaciones no habían existido siempre y que procedían de épocas diferentes, pudiéndose distinguir y hasta enumerar los distintos paroxismos de elevación. Es decir, fruto de episodios de gran violencia donde los procesos normales adquirían dimensiones descomunales. Estos agentes singulares contrastaban con los Principles of Geology de Charles Lyell de 1830, donde se sostenía que la corteza terrestre se había modelado lentamente por las mismas causas que se podían observar en el mundo existente, es decir, la interacción de fenómenos ígneos con otros ligados a la acción del agua. Dos visiones, el catastrofismo de Élie de Beaumont frente a las ideas uniformistas propuestas por Lyell. En cualquier caso, los temas de la geología del continente se concentraron en el estudio de las cadenas montañosas. Sobre las relaciones entre la arqueología y lo local en la producción de conocimiento a fines del siglo XIX véase PODGORNY, Irina El sendero del tiempo y de las causas accidentales, Prohistoria, Rosario, 2009.

12 CANAL i FEBRER, Josep “Excursió collectiva á Sant Llorens del Munt, Mura y covas dels encon-torns, los dias 31 de maig, 1 y 2 de juny de 1879”, en Butlletí de l’Associació d’Excursions Catalana (BAEC), núm. 8, 30 de junio de 1879, pp. 123-126.

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cuevas de Salnitre en Montserrat y a la Fou de Bor en Cerdanya del geólogo francés Édouard Alfred Martel, ambas con el acompañamiento de excursionistas catalanes, se encuadró la idea arrolladora e ingenua de pensar estos estudios como una ciencia es-pecífica.13 En las memorias de Mariano Faura i Sans: “La Espeleología es en realidad una rama auxiliar y de aplicación, hija de la Geología; que ha llegado a constituir un verdadero programa, un asunto propio y definido, trazado por el eminente Martel”.14

La dimensión que adquiría la visita y el examen in situ vinculada al acceso real a los parajes demandaba y legitimaba la experiencia personal. Pero esas observaciones debían separarse del observador y las performances traducirse por dispositivos neu-trales: los mapas, los perfiles geológicos, los montajes fotográficos y las ilustraciones. Se trataba de una hoja de ruta de las ciencias naturales. Un programa que vinculaba con mucha imaginación la geodinámica, la geología, la mineralogía, la hidrología, la agricultura, la zoología, la botánica, la meteorología y algunos campos de las huma-nidades propios de la disciplina histórica.

Rápido de reflejos, el Centre Excursionista de Catalunya (CEC), creado en 1891 de la fusión del AEC y de la Associació Catalanista d’Excursions Científicas (ACEC), requiere a sus miembros información sobre las cavernas de la región. Utiliza para ello un cuestionario dirigido a todos sus socios delegados. Comienza entonces la búsqueda y estudio de cursos de aguas, circuitos de terrenos profundos, cuevas y corrientes de aire.15 El Catálogo Espeleológico de Mossén Norbert Font i Sagué, espeleólogo y na-turalista contendrá justamente las respuestas de los delegados a dicho requerimiento. El Catálogo ordenado por comarcas, indicaba cavernas (trescientos treinta y tres en total), los pueblos donde se situaban, las características de sus formaciones geológi-cas, e incluía anexos con los nombres de los exploradores y fuentes.16

En paralelo, la espeleología en clave histórica y social. Para Francesc Maspons i Labrós se harían inevitables las enseñanzas de la raza, la religión, la indumentaria y las prácticas funerarias de los antepasados, recogidas en su “Caràcter i extensió del programa excursionista”. Un acercamiento directo a las tradiciones populares que resaltaban el papel de la historia y la arqueología como pertinentes vehículos de cono-cimiento de ese primer excursionismo, con un horizonte: el futuro de Cataluña. De su puño y letra: “Cada roca un salto de agua, cada salto de agua una fábrica, cada fábrica

13 Martel, como pionero y fundador de la nueva ciencia, repartía entusiasmo y una idea concreta de las características de este tipo de exploración. Llegó a Barcelona con más de quinientos kilos de equipaje: el primer campamento portátil en suelo catalán.

14 FAURA i SANS, Mariano “La espeleología de Cataluña”, en Memorias de la Real Sociedad Española de Historia natural, Tomo VI, memoria 6ª, 1910.

15 Butlletí del Centre Excursionista de Catalunya (BCEC), núm. 22, julio-septiembre de 1996, pp. 181-189.

16 FONT i SAGUÉ, Norbert “Catalech Espeleologich de Catalunya”, en BCEC, núm. 24 al 35, 1897. Derivados de este programa, los primeros estudios sobre suelos. Más tarde, Font i Sagué dedicaría años a la observación bacteriológica de la Plana de Vic.

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una colonia, cada colonia un pueblo […] la vida y la riqueza que es la prosperidad de Cataluña”.17

Será justamente la aceleración del crecimiento industrial catalán el proceso que someterá las pretensiones científicas a las necesidades de este progreso. Los estudios sobre el agua y los minerales al servicio de la modernización catalana, ocuparán el centro de la escena espeleológica a partir del siglo XX. Esta ciencia alcanzará su cénit con los ensayos Sota Terra y el Recull espeleològic de Catalunya de Marià Faura i Sans publicado en 1909.18 Considerado el continuador de la obra de Font, Faura i Sans llegó a ser un destacado geólogo, paleontólogo y meteorólogo, además de sacerdote católico. Fue Director del Servicio del Mapa Geológico de Cataluña, Regente de la Sección de Paleontología del Museo Municipal de Ciencias Naturales de Barcelona y Director del Observatorio de Vielha. Para la primera década del siglo XX, ya se cuentan en cuatrocientos sesenta y tres las cavernas comprobadas, el gran logro de esta ciencia holística, pilar del relato científico excursionista.

esa pasión práctica por los inventosLa locación fue uno de los desafíos de todo viaje moderno. Responder científicamente a la pregunta dónde estoy significó parte importante de su éxito. La cartografía iba plantando certidumbres inconmovibles. Los cielos, la brújula y las latitudes acomo-daban un territorio firme. Pero el mar resistente, que siempre propuso movimiento, hacía de esta realidad apenas un simulacro. Toda la trayectoria del viaje moderno y su relato puede organizarse alrededor de una vocación: el invento. El excursionismo contemporáneo recupera esta tradición de aventura y conocimiento de los memora-bles travel accounts.

Antes de volver a nuestro asunto, una fantástica y ejemplificadora performan-ce, la de John Harrison. En 1675, Charles II había creado el Real Observatorio de Greenwich designando a John Flamsteed Astrónomo Real. Entre sus tareas primor-diales, la medición de la longitud en mar abierto mediante el cálculo del tiempo por la circulación de los cielos. Flamsteed obediente, pasó cuarenta años descifrando iti-nerarios estelares.

Sin progresos a la vista, la corona británica prometió ya durante el reinado de Anne, una recompensa de 20.000 libras para el que hallase solución al problema de la medición de la longitud. Hablamos de la archiconocida Ley de longitud de 1714. De poco servía para la navegación la vieja solución de Galileo Galilei y su cartografía de las lunas de Júpiter. El eclipse de las lunas era tan previsible que uno podría establecer

17 MASPONS i LABRÓS, Francesc Discurs llegit per D. Francisco de S. Maspons y Labrós president del CEC en la sessió inaugural del corrent any académich per dita associació, La Renaixensa, Barce-lona, 1895, p. 15.

18 Sota terra. Ressenya ilustrada de les excursions espeleològiques verificades durant l’any 1907 pel Club Muntanyenc de Barcelona, Club Muntanyenc, Barcelona, 1909. FAURA i SANS, Marià Espele-ología, Albert Martín editor, Barcelona, s/d.

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un reloj con ellas. El problema era que Júpiter y sus lunas sólo podían ser vistos en una noche clara, durante una parte del año, y sobre una base muy firme para el tele-scopio, condición obviamente inexistente en el mar.19

Abierta la contienda, dos rivales: la astronomía versus la mecánica; el reverendo Neil Maskelyne, futuro quinto Astrónomo Real, contra el artesano Harrison; el cielo frente al reloj. Nuestro relojero ya había construido su primer cronómetro de péndulo totalmente de madera en 1713, con apenas veinte años. Había utilizado una madera tropical dura que ofrecía su propia grasa, lo que eliminaba la necesidad de petróleo (Lignun Vitae), liberándolo de fricción y por esto mismo inalterable a los cambios de temperatura. Harrison había adquirido por entonces la fama de producir relojes con un margen de error de un segundo mensual. La Ley de Longitud lo hace cambiar de idea y pensar en un reloj libre de péndulo. Entonces se cita con Edmund Halley ya con-vertido en el segundo Astrónomo Real. Halley era miembro de la Junta de Latitud y sabía que ninguno de sus miembros acogería con satisfacción una respuesta mecánica a lo que se consideraba un problema astronómico. Sin embargo, impresionado con los bocetos, le asegura un préstamo y un relojero tutor para el desarrollo de su proyecto.

El primer H1 (así se bautizaban estos aparatos), demoró cinco años. Hasta el H4, el definitivo, pasarían casi veinte. Sólo a partir del H3 las pruebas marítimas fue-ron severas. A pesar de la rivalidad manifiesta de Maskelyne, George III tomó a los Harrison (el viejo relojero y su hijo) bajo su protección. Al momento de disolución de la Comisión Real en 1828, se había logrado definitivamente la determinación de un método de cálculo de longitud. Desde entonces la expansión imperial contó con los inestimables buques cronómetros. Y en 1884, en la Conferencia Internacional del Meridiano celebrada en Washington DC, veintiséis países aprobaron la designación de Greenwich como Meridiano Cero.

El excursionismo moderno, más banal, también se nutrió de dicho espíritu prácti-co. Y con él, dos virtudes insoslayables de la nueva sociedad de masas: útil y portátil. Hablamos de esas maravillas modernas: el fósforo, el abrelatas y el nylon. De tecno-logías al servicio del conocimiento a la parafernalia del confort burgués.

John Walker, químico británico, produjo en 1826 fuego instantáneo con la fric-ción de una cerilla contra una superficie áspera. No había sido el primero. En 1669, un alquimista de Hamburgo, Hennig Brandt, había conseguido el elemento llamado fósforo. Y Robert Boyie imaginó en 1680 un pequeño cuadrado de papel muy áspero revestido de fósforo y una astilla de madera con punta de azufre. Cuando se frotaba la astilla contra el papel plegado se producía la llama, consiguiéndose la primera cerilla química. Sin embargo, el fósforo escaseaba en aquellos tiempos, por lo que las ceri-llas, llamadas también fósforos, quedaron relegadas a la categoría de novedad costosa y fabricada en cantidad limitada. Desaparecieron antes de que la mayoría de los eu-

19 Sobre el asunto, el fantástico best seller de SOBEL, Dava Longitude. The True Story of a Lone Genius Who Solved the Greatest Scientific Problems of His Time, Penguin Bookds, New York, 1995.

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ropeos –que encendían sus fuegos con chispas desprendidas del choque del pedernal contra el acero– supieran que habían existido.

En 1817, un químico francés demostraba las propiedades de su “cerilla etérea”: una tira de papel tratada con un compuesto de fósforo, que ardía al ser expuesta al aire para encerrarse herméticamente en un tubo de cristal hecho el vacío. Este tubo era la “cerilla”. Para encenderla, se rompía el cristal y, sin pausas, puesto que la tira de papel sólo ardía unos instantes, se aprovechaba el fuego. La cerilla francesa no sólo fue etérea, sino también efímera e impopular.

Nuestro Walker, propietario de una farmacia en Stocktonon-Tees en North East England, se encontraba en el laboratorio que tenía en su trastienda, tratando un nuevo explosivo. Al remover una mezcla de productos químicos con una paleta de madera observó que en el extremo se había secado una gota en forma de lágrima. Para eli-minarla en el acto, la frotó contra el suelo de piedra del recinto hasta arder, dando nacimiento oficial a la cerilla de fricción.

Según su diario, el glóbulo formado no contenía fósforo, sino una mezcla de sul-furo de antimonio, clorato de potasio, goma y almidón. Walker fabricó entonces varias cerillas de fricción de unos siete centímetros de longitud que encendió para diversión de sus amigos, haciéndolas pasar con rapidez entre las dos caras de una hoja doblada de papel muy áspero. Nadie sabe si intentó alguna vez capitalizar su invención, lo cierto es que nunca la patentó. Las vendió bajo el nombre congreves, en alusión al cohete congreve, pero el invento fue patentado por Samuel Jones, y comercializado con el nombre de lucifers. Estos fósforos presentaban una serie de vicios: eran olo-rosos, inestables y violentos. Pero aquellas astillas inflamables entusiasmaron a los londinenses, y los registros comerciales demuestran que, después de la aparición de las cerillas, se aceleró considerablemente el consumo de tabaco en todas sus formas y clases. En aquellos días, debido a las emanaciones en el encendido, era la cerilla, y no el cigarrillo, lo que se suponía peligroso para la salud.

Los franceses juzgaron tan repugnante el olor de las especies británicas, que en 1830 Charles Sauria, químico parisino, mejoró casi todos sus efectos negativos excepto el de las características venenosas del elemento químico, usado en exceso en la fabricación de las cerillas. Entre sus consumidores, cientos de obreros industriales presentaron demandas aludiendo a necrosis que afectaba los huesos, en especial los de la mandíbula.

Por fin, en 1910, la Diamond Match Company patentó el primer partido no ve-nenoso en Estados Unidos, que utiliza un producto químico seguro llamado sesqui-sulfide de fósforo aniónico. Entonces, el presidente de los Estados Unidos, William H. Taft, pidió públicamente a la Diamond Match liberar sus patentes para el bien de la humanidad. Lo hicieron el 28 de enero de 1911, mientras el Congreso fijaba un im-puesto altísimo a las partidas realizadas con fósforo blanco. La cerilla Diamond consi-guió elevar el punto de ignición de la cerilla en más de cien grados, y los experimentos demostraron que los ratones no se dejaban tentar por las cabezas de cerillas, aunque

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ya no fueran venenosas. Además supo trasladar la superficie de frotación a la parte exterior, consiguiendo con ello un diseño que durante noventa años se ha mantenido invariable. Junto con el transporte seguro del fuego, la fabricación de estas carteritas de cerillas se transformaba en un próspero negocio como plataformas publicitarias de otros productos, en particular para la industria cervecera. Rápidamente los volúmenes de la demanda obligaron a crear una maquinaria de producción masiva en reemplazo del montaje manual.

En paralelo se perfeccionaba la producción de hojalata. Inventada en Inglaterra, en 1810 por el comerciante británico Peter Durand, fue introducida un año después en Estados Unidos como medio de conservación de alimentos. La hojalata fue vir-tualmente ignorada hasta la guerra civil, cuando los veintitrés estados norteños de la Unión guerrearon contra los once sureños de la Confederación y ambos contra el hambre de las tropas. Y con las latas de comida, la necesidad imperiosa del abrelatas.

Los soldados abrían sus latas con bayonetas y navajas o, si éstas fallaban, con un disparo de fusil. Una lata de carne de ternera que el explorador británico sir William Parry se llevó al Ártico en 1824, llevaba la siguiente instrucción: “Córtese alrededor de la parte superior con un escoplo y un martillo”. En realidad, las primeras latas de conserva eran grandes y de gruesas paredes, a menudo de hierro, y en ciertas ocasio-nes más pesadas que los alimentos que contenían. Sólo cuando se generalizaron unos envases de acero más delgados y con un reborde en la parte superior, el abrelatas tuvo la posibilidad de presentarse como un instrumento indispensable.

El primer abrelatas patentado, que venía a sustituir las herramientas caseras y las armas, fue inventado en 1858 por Ezra J. Warner, un inventor de Waterbury, Connec-ticut. Se trataba de un artefacto voluminoso e impresionante, que se parecía en parte a una bayoneta y en parte a una hoz. El protocolo decía que debía introducirse la gran hoja curva en el borde de la lata y, empleando la fuerza, deslizarla sobre la periferia. Todo con mucha precaución, una distracción o un desliz podían causar graves heridas.

El abrelatas, tal como lo utilizamos hoy, con una rueda cortante que gira alre-dedor del reborde del envase, fue fruto de otro inventor americano, William Lyman, quien lo patentó en 1870. Recién en 1925, la Star Can Opener Company de San Fran-cisco, perfeccionó el aparato de Lyman añadiéndole una rueda dentada, denominada “rueda alimentadora”, gracias a la cual el envase giraba, por primera vez, en sentido contrario. Un principio básico que se sigue utilizando siendo base del primer abrelatas eléctrico, presentado en diciembre de 1931.

Estrechamente asociado a esta maravilla moderna, la figura de Karl Elsener. Lue-go de un breve tiempo como aprendiz en Paris y Tuttlingen, en el sur de Alemania, Elsener abría en 1884, su propio negocio de cuchillas en Ibach-Schwyz, Suiza. Desde 1891 el ejército comenzó a abastecerse de su producción. Y en 1897, patentaba su cuchillo de oficial suizo y su modelo deportivo. Estamos hablando de los antecedentes del Victorinox. Con la invención del acero inoxidable, la nueva línea de cuchillería del

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señor Elsener, ya con el emblema de la cruz y el escudo incorporado, lanzó su modelo definitivo en 1921.

Ahora, por último, el turno de la tercera maravilla moderna: el nylon. Wallace Carothers tenía 32 años cuando fue nombrado director del centro de investigaciones de la empresa Du Pont. En los nueve años que permaneció en la empresa, Carothers había hecho contribuciones fundamentales a la teoría de la química orgánica. Sus tra-bajos lo llevaron a la invención de materiales poliméricos, tales como los materiales sintéticos de nylon y neopreno, el primer éxito comercial de caucho sintético. Después de graduarse en Tarkio College, obtuvo su maestría y doctorado en la Universidad de Illinois. Luego de un breve periodo como instructor en Harvard, donde comenzó a experimentar con las estructuras químicas de los polímeros con alto peso molecular, pasó a DuPont atraído con la oferta de un nuevo laboratorio de investigación en la ciu-dad de Wilmington. Allí debía desarrollar materiales artificiales estudiando la estruc-tura de sustancias de alto peso molecular y la formación de polimerización. DuPont fue la meca de la investigación básica para aplicaciones industriales, especialmente en el campo de los materiales artificiales. En 1931, debido a limitaciones políticas y problemas de comercio con Japón, principal fuente de seda, la compañía se propone desarrollar fibras sintéticas. En 1934, Carothers y su equipo, experimentaron sobre una fibra elástica capaz de no derretirse por debajo de 195 grados Celsius, diseñando un nuevo plan para la síntesis de moléculas gigantes, consiguiendo ese mismo año el primer polímero sintético de fibra más largo, fuerte y flexible de que se tuviera noticia. Inmediatamente cayeron en la cuenta que en esta fibra artificial había propiedades similares y en muchos sentidos superiores a fibras naturales como la lana, el algodón y la seda. El nuevo súper-polímero llegaría al mercado en 1937 en forma de cepillo de cerdas, y era anunciado como superior a cualquier armadura de piel de animal. Desde entonces sinónimo de cepillos de dientes, carpas de campaña, artículos de camping y pesca, hilo quirúrgico, paracaídas, y una revolucionaria línea de ropa interior: los pantyhose.

Por cierto, también el campamento excursionista se iba poblando de estas no-vedades. Y un lugar estelar lograba el esquí. El esquí peraltado fue inventado por artesanos talladores de madera en la provincia de Telemark, Noruega. Una de sus claves fue su arco en forma combada hacia el centro, lo que permitía distribuir el peso del esquiador de manera más equilibrada. Esta mueca sencilla evitaba los frecuentes hundimientos. Obsoletos los antiguos tablones, este esquí más delgado y abombado flotaba con mayor facilidad sobre la nieve blanda, y se flexionada mejor amortiguando el impacto de los golpes. Rápido, maniobrable, fino y ligero, fue toda una invitación al swing. El esquiador noruego Sondre Norheim, es reconocido como el padre del esquí moderno. Su invento, variaciones de las raquetas y un procedimiento de técni-cas, llevaron al esquí tal como lo observamos hoy en todas sus variantes deportivas. La clave, los enlaces que permitían fijarlos sin riesgo de desprenderse del esquiador. Hacia 1868, Norheim mostraba en la estación de esquí de Telemark, un modelo que

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reducía el tamaño a la altura de los pies mientras que la punta y la cola se ampliaban: más flexibilidad en los movimientos y mejor balanceo en los giros dinámicos.20 Lo que presentaba era un esquí corto, curvado y flexible diseñado para deslizarse en nieve blanca. Los esquís de nogal, con un cuerpo más ligero de abeto o tilo, mejoraban la calidad del equipo. El problema siguió siendo su permeabilidad. Hasta que para co-mienzos del siglo XX las colas comenzaban a responder al waterproof.

Para el caso catalán, el esquí se convertiría en su pieza emblemática. Su apari-ción en Cataluña data de 1908. Su función, favorecer las caminatas por las montañas nevadas. Esquiadores equipados para una misión polar hacían su descenso a Rasos de Peguera. Todos miembros del CEC. Gradualmente el deporte y el tiempo libre, y sus innovaciones tecnológicas, fijan otra impronta diferente a la contemplación y el estu-dio. Torneos, espectadores, pistas, turismo de invierno. En 1911, se realiza la primera competencia oficial de esquí, la Copa del Rey Alfonso III. La Molina, su sede, capital nacional del esquí. Una fama incrementada por la llegada del ferrocarril en 1922. Ya entonces Después de la compra del Porxo Nou de Sitjar, el 5 de diciembre de 1925, el CEC inaugura el bellísimo refugio en el Xalet de La Molina. Es por entonces que recién aparecerán los campamentos organizados. Ya parientes muy lejanos del primer movimiento excursionista. Y no habrá que esperar mucho hasta la constitución del Càmping Club de Catalunya en 1924, institución adscripta a la Societat d’Estudis Militars, entidad paramilitar del nacionalismo radical, para ver aquellas primeras, ru-dimentarias y politizadas tiendas de campaña.

20 Este año ganó la primera competición nacional de esquí celebrada en Christiania.

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