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La urbanización en México en el último cuarto del siglo XX Avance de investigación Marina Ariza Instituto de Investigaciones Sociales, UNAM Introducción Presentaremos a continuación las tendencias generales de la evolución del sistema urbano mexicano en las últimas décadas en términos del grado de urbanización, el volumen de la población urbana, el número, tipo y tamaño de las ciudades éstas, y el curso seguido por la primacía urbana. En el segundo apartado se exponen las tendencias recientes de los mercados de trabajo; y en el tercero y último los indicadores disponibles sobre violencia e inseguridad ciudadana en México. 1. A Tendencias generales del crecimiento urbano en el período 1970-2000 Es recién en el último cuarto del sigo XX cuando México puede considerarse una sociedad urbana. En efecto, no es sino hasta la década de 1980 cuando más de la mitad de su población pasa a residir a localidades de 15, 000 habitantes y más (cuadro 1). Para el año 2000 alcanzaba ya a 67.3% el total de mexicanos residentes en núcleos urbanos. Entre el principio y el fin del período de estudio (1970-2000), el número de ciudades se duplicó (de 174 a 350), mientras el volumen de habitantes urbanos creció en aproximadamente un 188% (22.730 millones a 65,653). 1 En sentido general, los años de 1970 a 2000 representan tanto momentos de cambio como de continuidad con las tendencias precedentes del desarrollo urbano. En al menos dos aspectos clave es fácil reconocer un quiebre en las pautas previas: el ritmo de crecimiento de la población urbana y la tendencia a la superconcentración en la ciudad 1 En este importante incremento incide naturalmente el efecto acumulado de las altas tasas de crecimiento poblacional. 1

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La urbanización en México en el último cuarto del siglo XXAvance de investigación

Marina ArizaInstituto de Investigaciones Sociales, UNAM

Introducción

Presentaremos a continuación las tendencias generales de la evolución del sistema urbano mexicano en las últimas décadas en términos del grado de urbanización, el volumen de la población urbana, el número, tipo y tamaño de las ciudades éstas, y el curso seguido por la primacía urbana. En el segundo apartado se exponen las tendencias recientes de los mercados de trabajo; y en el tercero y último los indicadores disponibles sobre violencia e inseguridad ciudadana en México.

1. A Tendencias generales del crecimiento urbano en el período 1970-2000Es recién en el último cuarto del sigo XX cuando México puede considerarse una sociedad urbana. En efecto, no es sino hasta la década de 1980 cuando más de la mitad de su población pasa a residir a localidades de 15, 000 habitantes y más (cuadro 1). Para el año 2000 alcanzaba ya a 67.3% el total de mexicanos residentes en núcleos urbanos. Entre el principio y el fin del período de estudio (1970-2000), el número de ciudades se duplicó (de 174 a 350), mientras el volumen de habitantes urbanos creció en aproximadamente un 188% (22.730 millones a 65,653).1

En sentido general, los años de 1970 a 2000 representan tanto momentos de cambio como de continuidad con las tendencias precedentes del desarrollo urbano. En al menos dos aspectos clave es fácil reconocer un quiebre en las pautas previas: el ritmo de crecimiento de la población urbana y la tendencia a la superconcentración en la ciudad principal (primacía). Indudablemente, desde cualquier parámetro que se evalúe, los años de 1950 a 1970 fueron los de mayor impulso urbanizador. En ellos la población urbana creció a un ritmo anual de aproximadamente el 3.2% y, el tamaño de la ciudad principal fue -al menos en 1950- siete veces mayor que la siguiente ciudad en tamaño (Guadalajara) (cuadro 1). En esos mismos años la Ciudad de México concentraba poco menos del 40% de toda la población urbana. En las tres décadas siguientes, el ritmo de la urbanización se desaceleró notablemente al pasar de una tasa de crecimiento medio anual del 2.0 en 1970, a 0.6 % en el año 20002, al tiempo que la ciudad principal redujo también de manera significativa su participación en el conjunto de la población urbana a poco más del 27% del total. En consonancia con estos cambios, el índice de primacía de la Ciudad de México respecto de Guadalajara experimentó un descenso no despreciable al pasar de 5.83 a 4.89

1 En este importante incremento incide naturalmente el efecto acumulado de las altas tasas de crecimiento poblacional.2 Como en el caso anterior, en esta desaceleración influye también la baja en el crecimiento poblacional.

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En contraste, la pauta de crecimiento por tamaño de las ciudades guarda en apariencia más similitudes que contrastes con las tendencias del período anterior (1950-70). En efecto, la observación del peso proporcional de cada tamaño de ciudad en el mapa urbano nacional entre 1970-2000, muestra una tendencia general y consistente a la baja en el conjunto de la jerarquía urbana, con excepción de las ciudades de entre medio millón y menos de un millón de habitantes, las que salen a relucir como las grandes ganadoras del período. En estas décadas finiseculares de 1970 a 2000, tanto las ciudades medias (de 50,000a 499,000) como las pequeñas (de 15,000 a 49,000) ven reducir sistemáticamente su representación en el entramado de la jerarquía urbana nacional: las primeras descienden de 9.2 a 2.6 su porcentaje en el universo urbano; las segundas, de 34.8 a 21.4 (cuadro 1). Los centros urbanos de 500,000 a 999,999 habitantes, por el contrario, lo incrementan de 2.8% en 1970, a 19.2% en el año 2000. En otras palabras, esto quiere decir que el número de ciudades grandes de este rango se multiplicó 19 veces en el período en cuestión (cuadro 1). Las llamadas metrópolis (de más de 1 millón de habitantes), por el contrario no muestran una tendencia tan unidireccional. Entre 1970 y 1990 se observa una inflexión de su posición relativa (de 50.0 % 43.6%), que es recuperada de nuevo en el año 2000. Así, aún cuando ocurrieron variaciones importantes en el interregno, tanto al principio como al fin del período, las métropolis de más de un millón de habitantes concentran el mismo porcentaje de población urbana: la mitad (50%), sólo que ahora éste se distribuye entre un número mayor de localidades de este rango, nueve en vez de las tres que existían en 1970, lo que quiere decir que ocurrió un cierta redistribución de la población hacia otras metrópolis de la república. Es importante tomar nota, sin embargo, de este punto de retroceso en la tendencia concentradora del crecimiento de las grandes ciudades, pues el mismo dará pie a numerosas interpretaciones sobre el curso de la urbanización en México que retomaremos en el siguiente apartado.

En suma, la observación del proceso de urbanización en México en las últimas décadas del siglo XX da cuenta tanto de la desaceleración del ritmo de urbanización como de la duplicación de los centros urbanos junto a la considerable expansión del número de habitantes residiendo en estas localidades, en parte por la inercia del crecimiento demográfico y por el efecto de las migraciones internas en la conformación de las ciudades3. Esta proliferación de los asentamientos urbanos ha implicado la diversifcación del número de metropólis, y el ensanchamiento en general de la malla urbana, desde un modelo claramente unipolarizado a otro multicéntrico o, a lo sumo, con varias constelaciones centro-periferia. Sin excepción, todos los tamaños de ciudades que conforman la jerarquía urbana se han multiplicado, desde las muy pequeñas (15,000 a 19,000) que pasaron de 115 a 234, a las muy grandes (más de un millón), de tres a nueve.

No obstante, en lo esencial la estructura –vista a través de la jerarquía urbana- da cuenta de una enorme continuidad al mantenerse, y aún consolidarse, la tendencia a la mayor concentración de población en las localidades grandes en detrimento de las pequeñas y medianas, a pesar de que las primeras se han diversificado contrabalanceando así la hegemonía de la ciudad principal. En este 3 Ellas fueron responsables de cerca de la mitad del crecimiento urbano de las ciudades de México, Guadalajra y Monterrey antes de 1970 (Aguilar y Graizbord, s/f :157)

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punto quiero llamar la atención sobre un problema metodológico que envuelve el análisis de la evolución de la jerarquía urbana en el tiempo, destacado ya por otros especialistas (Solís, 1997), mismo que sesga la apreciación de las tendencias.

Por el modo en que se construye la información –ubicación de las ciudades según su tamaño- y dado que la urbanización es por lo general un proceso creciente- el movimiento de una posición a otra dentro del sistema (de un tamaño inferior a otro superior), favorece siempre al estrato superior. En otras palabras, el crecimiento de éste es un efecto tanto del aumento de sí mismo como del tamaño de las unidades inmediatamente inferiores a él –que no tienen otro lado hacia donde moverse que ascender al siguiente rango de la jerarquía. Este sesgo conocido como de filtración jerárquica (CONAP, s/f) hace que continuamente leamos como parte del crecimiento de un rango de ciudad lo que es en estricto sentido el efecto de la expansión de un tamaño inferior que se reclasificó –por su aumento- en el siguiente. Este sesgo es posible porque leemos la jerarquía urbana tomando en cuenta sólo el tamaño de la ciudad al final del período. Para evitarlo habría que controlar por el tamaño de la localidad al principio del período de observación, y seguir su evolución a lo largo de las tres décadas.

Al corregir los datos para el período 1960-95, luego de un laborioso trabajo estadístico, Solís (1997) pudo mostrar que aun cuando todos los tamaños de ciudad venían exhibiendo tasas decrecientes de incremento anual, eran las ciudades de 100,000 a 499,000 habitantes, las llamadas ciudades medias, las que mostraban un mayor dinamismo relativo, con incrementos anuales del 3.04% entre 1990-95. Este hecho no salía a relucir cuando no se tomaba la precaución metodológica señalada. El propósito de introducir esta larga aclaración metodológica no es otro que el señalar que la apreciación de las tendencias respecto al tamaño de las ciudades y la evolución de la jerarquía urbana es preliminar, y está sujeta a poder incorporar con posterioridad las observaciones señaladas, o al menos, a dejar sentado los problemas que contienen.

Para finalizar, baste resumir la evolución seguida por la Ciudad de México como centro neurálgico del sistema urbano. Como se señaló con anterioridad, entre 1970 y 2000 se ha producido una reducción paulatina y sistemática de la magnitud de la primacía urbana de la ciudad principal, ya sea que ésta se compare con la segunda ciudad o con las tres siguientes. En estricto sentido, esta reducción venía anunciándose ya desde el fin del período anterior, concretamente desde 1960. En coherencia con ello, el porcentaje de población urbana que absorbe ha descendido desde cerca del 40% a poco más de una cuarta parte (27.3%). Esta reducción ha favorecido principalmente a otras metrópolis, hecho que ha movido a algún autor a afirmar que México es hoy en día básicamente un país metropolitano (Olivera Lozano, 1997). Otros aspectos no contemplados aquí como la evolución de las tendencias migratorias internas confirman por otra vía la pérdida de importancia de este la Ciudad de México, y en particular del Distrito Federal, el que desde hace ya bastante tiempo expulsa más población de la que atrae (Ariza, 1998).

1.B ¿Concentración o desconcentración urbana? Los puntos de un debateLos aspectos antes reseñados han sido objeto de diversas interpretaciones entre los estudiosos del tema, algunas de ellas divergentes. En aras de la simplicidad,

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las formulaciones pueden polarizarse en dos grupos. Para un conjunto de investigadores (Ruiz, 1986; Corona y Tuirán, 1994; Graizbord, 1984, 1992; Sobrino, 1996; Graizbord y Sánchez, 1997; Negrete, 1999), las tendencias mencionadas son expresión inequívoca de un cambio en la pauta concentradora del crecimiento urbano hacia una desconcentración, contraurbanización o inversión de la polarización, como indistintamente se le llama, por lo que la década de 1970 marcaría un parteaguas en el curso seguido por el proceso de urbanización. Para otros, entre los que destaca Garza (1999; 2000a; 2000b; 2002), dichas tendencias, lejos de obedecer a una suerte de desconcentración “espontánea”, como apresuradamente se ha querido ver, responden a una acentuación de la tendencia concentradora y a un cambio en el nivel de la concentración, de la metrópolis a la megalópolis (solapamiento de al menos dos metrópolis).

Los detentadores de la primera posición sostienen que tanto la disminución de la velocidad del proceso de concentración urbana, como el carácter crecientemente expulsor del Distrito Federal, el elevado incremento demográfico de un grupo de ciudades medias, la multiplicación de las opciones migratorias, la pérdida de importancia de los deplazamientos campo-ciudad, y el hecho de que las tasas de crecimiento de algunos centros medios hayan sido en algún momento superiores a las de la ciudad capital, son elementos suficientes para afirmar que el proceso concentrador, tal y como se había verificado antes de 1970, ha llegado a su fin. En lo esencial, dicho proceso se caracterizaba por la atracción casi exclusiva de las grandes zonas metropolitanas del país, en especial, de la Ciudad de México. Ahora, no sólo ella ha cedido espacio a otras ciudades de diverso rango, sino que han emergido nuevos patrones de distribución territorial, entre los que destacan: la frontera norte, algunas zonas costeras, y las regiones petroleras del Golfo de México (Negrete, 1999).

Partiendo de una crítica incisiva a la concepción del crecimiento urbano como una tendencia inelectuble hacia una concentración cada vez mayor, algunos de estos autores enmarcan sus reflexiones en planteamientos teóricos que visualizan el proceso de urbanización en etapas las cuales describen una curva tipo U invertida, común por lo demás a la mayoría de los procesos de desarrollo (Graizbord, 1992, apoyándose en Alonso, 1980 y en Williamson, 1965). De acuerdo con ella, el curso de la urbanización se mantendría estable durante un largo período, para acelerarse en el momento en que el sistema sufre un cambio, hasta alcanzar el punto más alto y volver a desacelerarse y alcanzar estabilidad de nuevo con posterioridad. En la actualidad México habría entrado en la tercera etapa de este proceso, en la que las metrópólis nacionales pierden población absoluta en sus núcleos centrales y en sus anillos circundantes o suburbanos, a favor de sus hinterlands no urbanos o de las localidades urbanas de sus periferias (Graizbord, 1992). Estos cambios se manifestarían en la expansión de las regiones periféricas, de las áreas rurales, y de las ciudades medias y pequeñas, las que pasarían a convertirse en el destino principal de los flujos migratorios internos (Ibídem).

En un interesante trabajo empírico en el que evalúa el proceso de desconcentración poblacional tomando en cuenta dos escalas de observación, estatal y municipal, Negrete (1999) afirma, apoyándose en la menor de estas dos

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aglomeraciones, que en los años 1990-95 se generaliza y acelera la tendencia a la desconcentración urbana iniciada en la década de 19704. Tan sólo en este lustro, cinco veces más municipios atrajeron población que en los veinte años transcurridos entre 1950 y 1970, hecho que estuvo acompañado de una expansión considerable de la superficie que comprenden. La autora hace además una puntualización importante respecto de la naturaleza que reviste el proceso desconcentrador en países como México, de bajo nivel de desarrollo. En ellos, a diferencia de los países del primer mundo, la ausencia de alternativas adecuadas de infraestructura urbana y económica que permitan un efectivo y exitoso crecimiento lejos de las metrópolis tradicionales, obliga a que la desconcentración se verifique en la periferia cercana a la ciudad principal, por un simple problema de economías de escala (Ibídem).

Para Garza (1999, 2000ª y b; 2002), por el contrario, estas aseveraciones descansan en una interpretación apresurada, cuando no errónea, de algunas variaciones observadas en la década de los 80, por lo demás coyunturales. Fueron dos evidencias empíricas, la baja en la tasa de urbanización intercensal entre 1980 y 1990, de 1.3 a 0.8, y el descenso en la participación porcentual de las ciudades de más de un millón de habitantes, de 51.3 a 45.0, las que animaron a los investigadores a proclamar no sin entusiasmo el fin del proceso concentrador. Desde su mirada, ambas evidencias no constituyen más que una manifestación espacial de los efectos de la llamada crisis de los ochenta, que en México - es menester recordar -adquirió tintes muy severos. Como prueba de que la evaluación fue precipitada señala que ambas tendencias se revertieron en el lustro siguiente, 1990-95: la tasa de urbanización repuntó, a la vez que ascendió la participación porcentual de las ciudades más grandes a 47.25. Estos aspectos lo llevan a enunciar que lejos de haberse producido un crecimiento urbano menos desequilibrado o uniforme, o una desconcentración espontánea, lo que ha tenido lugar es un cambio en el ámbito de la concentración hacia conglomerados megapolitanos y regiones urbanas policéntricas. El paso de una a varias áreas metropolitanas y su creciente papel en la jerarquía urbana serían indicios inequívocos del cambio en el modo de concentración. En sí mismo, el desarrollo del complejo megapolitano es un proceso de largo plazo que podría llevar décadas o siglos. En México, a finales del siglo XX sólo existía en sentido estricto una megalópolis, producto del solapamiento de la Ciudad de México y Toluca, capital del Estado de México, y ello aconteció allá por los años ochenta. Las demás regiones policéntricas hegemónicas en México en la actualidad serían el Occidente, con vértice en la ciudad de Guadajalara; y el Noreste, con Monterrey como núcleo principal.

Hasta aquí hemos descrito los principales puntos de un debate no concluido. Es evidente que antes de tomar posición frente al mismo, es necesario realizar un análisis más profundo de la información. Se impone también una reflexión de carácter metodológico sobre la manera en que se observa el proceso,

4 Cuando el análisis se hace sustentado en la observación en el nivel estatal, la conclusión es que efectivamente la región Centro ha crecido encima del promedio nacional, lo que quiere decir que ha concentrado población.5 Los datos para 1995, hechos con base en el Conteo Nacional de Población y Vivienda, no figuran en el cuadro anexo.

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sobre el modo en que se construyen los datos. No deja de ser sintómatico que la menor escala de observación, el nivel municipal, sea la que arroje como resultado el mayor grado desconcentración posible; y que la escala megapolitana sea la que nos pinte el panorama de irrefrenable concentración, o más bien, de superconcentración urbana.

2. Evolución reciente de los mercados de trabajo en México (1980-2000)En este apartado se hará una breve síntesis de las tendencias más generales de la evolución reciente de los mercados de trabajo en México. Se prestará especial atención a la dinámica del sector informal, principalmente en la última década.

A. Tendencias generalesEs probable que haciendo un ejercicio de comparación histórica, sean pocos los períodos económicos que encierren tantas y tan decisivas transformaciones en los mercados de trabajo en México como los que acotan las décadas de 1980 a 2000. Dos grandes crisis y sendos períodos de tímida recuperación económica, tres devaluaciones monetarias, un profundo cambio en el esquema de crecimiento hacia la apertura externa, la desindustrialización y diversificación espacial del sector manufacturero, la acentuada terciarización y feminización de la fuerza de trabajo, una caída prácticamente irrecuperable de los salarios reales, la proliferación de las actividades no asalariadas, la desprotección laboral, la polarización, y el deterioro en la calidad del empleo son, a grandes rasgos, los eventos que resumen el período. A continuación haremos una breve mención a los más relevantes de ellos.

La década de los ochenta principia, en efecto, con una aguda contracción económica que no fue más que la escenificación tardía en el caso mexicano de un episodio más de la llamada crisis de la deuda, la que azotó a la mayoría de los países latinoamericanos desde los tempranos años de los 70.6 Las manifestaciones de esta crisis resultaron ostensibles en la pronunciada caída del producto per cápita y del salario real, en la traumática devaluación monetaria, y en la no menos lacerante alza inflacionaria7 (Tello, 1987; Ros, 1985; Oliveira y García, 1996 y 1998). En el mediano plazo, sin embargo, la crisis no fue más que la antesala de un cambio más radical aún, el que habría de transformar el esquema de crecimiento económico desde un modelo sustentado en la protección del mercado interno y la industrialización por sustitución de importaciones -hegemónico grosso modo entre 1940 y1970- hacia otro cuyos ejes descansan en la comercialización, la reorientación del papel del Estado en la economía, la apertura y competitividad externas. Sería 1986 el punto de arranque de una serie de medidas decisivas que crearían la plataforma institucional necesaria para el despegue del nuevo modelo económico.

Es quizás la relativa desindustrialización de la economía que en esos años tomó cuerpo, el rostro más evidente de los decisivos cambios estructurales a que hemos hecho mención. La misma resulta evidente en la pérdida de importancia de

6 El boom petrolero del período 1979-81 permitió a México retardar ficticiamente por unos años el severo impacto de la crisis.7 La moneda se devaluó cerca de 40 veces entre 1982-1986; la inflación rebasó el 100 %, mientras la tasa se desempleo abierto llegó al 12% a mediados de 1983 (Ros, 1985).

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la manufactura como generadora de empleo a nivel nacional: entre 1980 y 1986, el porcentaje de ocupación correspondiente a este sector en los establecimientos fijos descendió de 46% a 37% (Garza, 1991; Oliveira y García, 1996). Fueron las empresas destinadas a la producción de bienes de capital y de consumo duradero las más severamente afectadas por la crisis, de ahí que las ciudades donde ellas eran importantes (Monterrey, Ciudad de México) registraron la mayor contracción relativa del empleo (Olivera Lozano, 1997)8. Los datos disponibles muestran una reducción de 21.2 % a 17% de la PEA industrial entre 1979 y 1991, que tiende a recuperarse a finales de los 90 9 (Oliveira, Ariza y Eternod, 2001). En esos primeros años de los noventa, y por primera vez en la historia reciente de México, se revierte la tendencia a la rápida expansión del sector industrial iniciada en los años 50. Entre 1991 y 1995 éste se crece con un ritmo inferior al del sector terciario.

Pero el golpe al sector industrial fue en cierto modo contrabalanceado por el auge de las exportaciones manufactureras (maquilas), puntal decisivo del nuevo esquema de crecimiento. Estas experimentaron una extraordinaria expansión desde mediados de los 80 en adelante, y sólo ha sido a principios del siglo XXI cuando por efecto de la ola recesiva de la economía estadounidense han recortado la planta laboral.10

El proceso de cambio económico estuvo acompañado por una reorganización espacial de la producción que terminó por conformar una nueva geografía económica en el país (Olivera Lozano, 1997). Así, en el lapso 1980-88, fueron las ciudades y regiones más vinculadas a la inversión externa y a los servicios de exportación (Norte y, en menor medida, Centro Norte) las que se vieron favorecidas por el nuevo impulso industrializador vinculado ahora al mercado externo. En cambio, las grandes metrópolis del Noroeste (Monterrey) y Centro (Ciudad de Mëxico), resultaron perdedoras netas (Ibídem)11. Esta nueva geografía expresa un cambio en la especialización económica de algunas ciudades. Así, la Ciudad de México ha acentuado su papel como productora de servicios, mientras otras como Guadalajara han emprendido un proceso de diversificación de su planta industrial desde la pequeña industria artesanal a empresas de mayor tamaño y a la producción de bienes de capital e intermedios (Parnreiter, 2002; García y Oliveira, 2001). Monterrey, como se mencionó anteriormente, implementó un exitoso programa de reestructuración industrial logrando niveles de modernización tecnológica que le han permitido competir

8 A diferencia de la Ciudad de México, Monterrey lograría años después relanzar un proceso de reestructuración exitoso y revertir parte de la tendencia desindustrializadora (Alba, 1998).9 De acuerdo con los datos de la Encuesta Nacional de Empleo, en el año 2000 el sector industrial manufacturero absorbía al 19.3 de la fuerza de trabajo.10 Entre 1980 y 1998, el número de empleados en la maquila pasó de 101,020 a 817,877; en el año 2000 sobrepasaba el millón. (1,307,982). Sin embargo, por efecto de la recesión norteamericana se perdieron 226 mil empleos y se cerraron 253 establecimientos entre diciembre del 2000 y diciembre del 2001 (Fleck, 2001; Carrillo y De la O, 2002, e INEGI,2002).11 De acuerdo con el autor citado (Olivera, Lozano, 1997), los sectores líderes dentro del nuevo modelo de económico (exportadoras de vehículos, de autopartes, maquinarias no eléctricas, hierro, acero, industria química…), ubicados en la región Norte, mostraron tasas de crecimiento por encima del promedio nacional de 3.6. Por su localización espacial, resultaron favorecidas de manera particular ciudades como Chihuahua, Monclova y Saltillo.

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airosamente en la arena internacional, aunque ello haya sido merced a la destrucción de numerosas pequeñas empresas (Alba, 1998; García y Oliveira, 2001). En los últimos años, además, ha tenido lugar un importante proceso de expansión territorial de la industria maquiladora por el cual las menos competitivas se han desplazado hacia el centro del país en procura de salarios más bajos y condiciones más atractivas12 (Fleck, 2001); de modo que ahora no son sólo las ciudades fronterizas las beneficiarias de la inversión extranjera en este dinámico sector de la actividad económica. Llama la atención que el llamado patrón emergente de distribución territorial de la maquila, iniciado en la década de los 90, haya tenido como principal depositario a las ciudades medias, e incluso, a algunas localidades rurales (Carrillo y De la O, 2002)13.

Una de las tendencias que se ha afirmado con más fuerza en las décadas postreras del siglo XX , ha sido la creciente terciarización de la economía. En efecto, el porcentaje de fuerza de trabajo alojada en el sector servicios no ha dejado de crecer entre 1980 y 2000 (cuadro 2.1), absorbiendo en este último año alrededor del 52% de la población ocupada (ENE, 2000)14. Alcanzado este nivel, México entra en el concierto de las llamadas economías terciarias, aquéllas en las que al menos la mitad de la fuerza de trabajo encuentra inserción en dicho sector de la actividad económica. En contraste con lo que fue la pauta de crecimiento del terciario durante los años de auge del modelo por sustitución de importaciones, en el prolongado período de crisis y reestructuración económica abierto entre 1983 y 1995, no son los subsectores modernos y más dinámicos de los servicios (sociales y al productor) los que liderean el crecimiento, sino los más heterogéneos y los que peores condiciones laborales ofrecen a la fuerza de trabajo (los personales y el comercio)15 (Oliveira, Ariza y Eternod, 2001).Entre 1991 y 1995, por ejemplo, el comercio fue el subsector más dinámico dentro del terciario. En ese último año, y por primera vez en la historia reciente del país, la fuerza de trabajo en el comercio al por menor (o al detalle) era igual a toda la mano de obra ocupada en la industria, la minería y el sector energético (García.1996).

Como sucede en otros contextos sociales, la progresiva ampliación del terciario ha ido de la mano de la creciente feminización de la fuerza de trabajo. La presencia relativa de mujeres no ha dejado de aumentar desde la década de los 70. En el año 2000 el índice de feminización era de 51.85 mujeres por cada cien hombres, una magnitud realmente importante si se considera que el porcentaje de mujeres en el conjunto de la fuerza de trabajo oscilaba alrededor del 35% (Ariza y Oliveira, 2002). Ello resulta coherente con el incremento de las tasas de participación económica femenina las que, como es sabido, se han más que duplicado en el período 1970-2000. La ampliación del terciario favorece la inserción de las mujeres en la actividad económica extradoméstica, no sólo porque 12 Entre 1979 y 1998 el porcentaje de industrias maquiladoras en la frontera descendió de 88.0% a 62 % (INEGI, 1991 y 1998).13 Así, por ejemplo, la industria textil maquiladora ubicada en municipios no fronterizos pasó de 27 establecimientos en 1985 a 783 en el 2000 (Carrillo y De la O, 2000). 14 En el año 1979, el porcentaje de trabajadores en el conjunto de los servicios apenas llegaba al 34.2% (Oliveira, Ariza y Eternod, 2001).15 Parnreiter (2002) llama la atención sobre el crecimiento reciente de los servicios al productor, en particular en la Ciudad de México. Su impacto sobre la fuerza de trabajo es sin embargo limitado debido a la baja proporción de población que absorben.

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muchas de sus actividades les permiten compatibilizar mejor las funciones productivas y reproductivas tradicionalmente asignadas a ellas, sino porque el carácter sexualmente segregado del mercado de trabajo imprime a este sector un tinte particularmente femenino: las ocupaciones que en él predominan son aquéllas concebidas como propias de su sexo.

Después de la aguda contracción del lapso 1982 a 1988, la economía empezó a dar visos de recuperación a principios de la década los 90, pero una nueva onda recesiva en 1994 sumió al país en la crisis económica más severa de que se tiene memoria desde los años 40. El producto bruto interno se contrajo en casi un 7%, la moneda se devaluó un 44%, la inflación se elevó al 52%; el desempleo abierto, históricamente bajo en México, alcanzó la cifra récord de 7.6% en agosto de ese año, magnitud sólo equiparable a los valores alcanzados en los momentos más severos de la crisis de la deuda. Ese mismo año, 22,186 empresas suspendieron sus cotizaciones al Instituto Mexicano del Seguro Social (García, 1996), los salarios mínimos se redujeron en un 12%, y los correspondientes a los grandes establecimientos manufactureros en un 20%, quedando sin efecto la frágil recuperación lograda entre 1991-1993 (Zepeda, 2002).

A partir de 1996 y hasta el 2000 al menos, se abre un período de breve repunte del crecimiento económico observable en la recuperación relativa de los salarios, la que no alcanzó sin embargo a remontar los niveles previos a la crisis de mitad de la década (Zepeda, 2002). De acuerdo con cifras de la Secretaría del Trabajo, entre 1995 y 1998 el producto interno bruto creció a una tasa media anual de 5.6%, mientras la población ocupada lo hizo al 4.5%. Tal situación se reflejó en una reducción de la tasa de desempleo abierto hasta el 3.2% en 1999 (STPS, 2000). No obstante, esta mejoría no se tradujo en una elevación de las condiciones laborales. Así, entre 1995 y 1998, la tasa de condiciones críticas de ocupación (TCCO) que mide la proporción de población en situación precaria16, se mantuvo estable en 23.8% (STPS, 2000). Otros indicadores como el porcentaje de trabajadores sin prestaciones sociales que en México se sitúa por encima del 55%, o de aquéllos que devengan menos de dos salarios mínimos al mes –por encima del 60% de la población trabajadora- arrojan un panorama todavía menos esperanzador en cuanto a la calidad de las ocupaciones en el México finisecular.

Uno de los cambios más notables de las transformaciones económicas descritas ha sido el freno en la tendencia a la asalarización de la fuerza de trabajo, otrora uno de los signos indiscutidos de “modernización” económica. Las transformaciones señaladas han tenido como consecuencia un incremento gradual de los trabajadores no asalariados (principalmente cuenta propias y familiares no remunerados) en el conjunto de la fuerza laboral, los que a fines de los 90 constituyen alrededor del 37% del conjunto de los ocupados. Muchos de esto aspectos resultan más inteligibles al echar una rápida mirada a la evolución reciente del sector informal.

B. El caso del sector informal16 La que trabaja menos de 35 horas a la semana por razones de mercado, más la que labora más de 48 horas semanales ganando menos de dos salarios mínimos al mes, o que trabaja más de 33 horas semanales con ingresos inferiores al salario mínimo.

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Ya en los años 80, como consecuencia de la severa crisis vivida desde principios de la década, el sector informal empezó a absorber una parte importante de la fuerza de trabajo urbana. Dependiendo de los criterios utilizados, las estimaciones más habituales oscilaban entre el 25 y el 35% de la fuerza trabajo en los últimos años de la década17 (Jusidman, STPS, 1993). En los 90, y como consecuencia de la extrema sensibilidad de este sector a las fluctuaciones económicas, el porcentaje de trabajadores informales se colocó por encima del 40% de la población urbana (cuadro 2.2).

Resulta interesante observar las variaciones en su magnitud de acuerdo con los altibajos de los ciclos económicos (cuadro 2.2). En efecto, a principios de los 90, en 1993, el porcentaje de trabajadores en el sector informal no se distanciaba mucho del observado a fines del período más crítico de la década anterior, pues rondaba el 39% de la población ocupada. Dos años después, en pleno momento de contracción económica, el valor se disparó hasta el 44.3 %18. En tan sólo ese bienio, la tasa de crecimiento del sector fue del impresionante 7.8% anual; unos años después, durante el incierto período de recuperación económica posterior a 1995, el porcentaje se redujo, pero no en la magnitud de los años previos al parteaguas marcado por la mitad del decenio.

En la actualidad continua estando por encima del 40% del total de la población ocupada. La tasa de crecimiento medio anual entre 1993 y 1998 fue de 5.3, ritmo considerablemente alto si se compara con el de su contraparte, el sector formal, que fue de apenas el 2.7% anual. En términos absolutos estas cifras significan que 7 millones 475 mil personas, dos quintas partes de la población ocupada en actividades no agropecuarias en las áreas urbanas, obtienen su modus vivendi en el sector informal de la economía, con todas las implicaciones que ello encierra. En valores absolutos ello representa un millón 694 mil personas más que a inicios de la década (1993).

De acuerdo con la distribución por sector de actividad económica las mayores tasas de informalidad se encuentran en el comercio al menudeo –un subsector, dicho sea de paso, extraordinariamente feminizado-, y los servicios, sobre todo hoteles y restaurantes. Pero también son elevadas en la construcción y en el transporte. En el comercio y en los servicios en general, se encuentra más de las dos terceras partes de todos los informales urbanos en México, tanto a principios como a finales de 1990 (cuadro 2.3).

La observación de la distribución del número de empleos por establecimiento (cuadro 2.4) muestra una tendencia a la polarización de la estructura entre 1993 y 1998. Si bien ya en 1993, eran los establecimientos “sin trabajadores”, por un lado, y los de dos a cinco trabajadores, por otro, los que absorbían a la mayoría de la fuerza laboral del sector informal, un 28.5% de ellos 17 Sin embargo, una encuesta realizada en 1976 específicamente para medir informalidad en el nivel de los hogares, arrojó una cifra del 38% (Jusidman, STPS, 1993).18 El concepto de sector informal que se maneja aquí es una combinación del criterio del tamaño de establecimiento con el de situación en el empleo. Incluye a los empleadores, asalariados y trabajadores a destajo que laboran en establecimientos con cinco o menos personas; a los trabajadores domésticos, a los cuenta propia, y los sin pago. De la categoría de trabajadores en empresas con hasta cinco personas se excluye a los que se encuentran en ramas que se definen como formales. De los cuenta propia y trabajadores sin pago, se excluye a los profesionistas, considerados no informales, y a los trabajadores domésticos para evitar una doble contabilización (STPS, 2000).

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se encontraba ubicado en un tamaño intermedio (establecimientos con un solo trabajador). En 1998, y desde 1995, este sector intermedio desaparece en favor tanto de los establecimientos sin trabajadores, como de los que tienen entre dos y cinco, pero sobre todo de estos últimos, cuyo peso porcentual de ellos pasó de 38.4% a 60.4%, entre 1993 y 1998.

Por último, una mirada al nivel de ingresos de los trabajadores informales revela tres aspectos relacionados (cuadro 2.5): a) el peso importante de los trabajadores sin remuneración en el conjunto de los informales; b)sus menores ingresos respecto de los formales; c) el descenso de los trabajadores que ganan menos de dos salarios mínimos, o incluso menos de uno, entre 1995 y 1998, mucho más acentuado entre los trabajadores formales que entre los informales. Estos aspectos sugieren que el sector informal sigue siendo un espacio de acentuada precariedad laboral, un elemento de diferenciación y segmentación de la fuerza de trabajo, y una recurrente salida a las dificultades de empleo que confronta la estructura económica.

Con base en la Encuesta Nacional de Micronegocios (ENAMIN), es posible conocer algunas de las características de los establecimientos de hasta 6 personas.19 De acuerdo con ella, alrededor del 35% del total del empleo urbano tiene lugar en este tipo de negocios, magnitud que en cifras absolutas envuelve a un total de 6,693.7 personas. Visto de otro modo, 4. 2 millones de micronegocios generan la tercera parte del empleo urbano a nivel nacional. La abrumadora mayoría de éstos, el 84%, son unipersonales o utilizan trabajadores familiares a los que no otorgan remuneración alguna (cuadro 2.6) (INEGI, 2000). Sólo una tercera parte lleva a cabo sus actividades en locales, la inmensa mayoría o deambula en la vía pública, o hace y deshace diariamente un pequeño puesto callejero, o bien toma al propio domicilio o el de sus clientes como centro de operaciones (INEGI, 2000).

En un 85% de los casos el financiamiento para la realización de la actividad provino de recursos propios, y la finalidad perseguida era casi siempre obtener un mejor ingreso que en el trabajo asalariado y/o disfrutar de flexibilidad en el horario durante la jornada laboral. El otro móvil mayormente expresado era obtener un complemento al ingreso familiar (datos no incluidos en los cuadros, INEGI, 2000). Como era de esperarse, el grueso de estos establecimientos carece de registro ante las autoridades correspondientes. La observación de la distribución del número de horas trabajadas por tipo de trabajador en los micronegocios (cuadro 2.6) revela un escenario mixto de subempleo y sobre trabajo, con porcentajes importantes de la población en jornadas inferiores a las 35 horas o superiores a 40. Menos del 10% cuenta con seguridad social, y apenas un 15% cuenta con la

19 La Encuesta Nacional de Micronegocios de 1998 es representativa de todas las áreas urbanas de 100,000 habitantes y más. La muestra seleccionada fue de 16 mil micronegocios. El informante fue el patrón o trabajador por cuenta propia seleccionado, y no otro miembro de la familia. Se consideraron en forma operativa a las unidades económicas de hasta seis personas en las actividades de la industria extractiva y de la construcción, el comercio, los servicios y el transporte. En lo concerniente al sector manufacturero se tomó a las unidades de hasta 16 personas, incluyendo al dueño y a los trabajadores, remunerados o no, debido a que en general se requiere a un mayor número de personas para operar este tipo de negocios. Como la selección de los micronegocios se realiza con base en la Encuesta Nacional de Empleo Urbano, una encuesta de hogar, es posible incluir negocios que escapan a las encuestas, a establecimientos y a los Censos Económicos. Se conforma así una encuesta mixta hogares-establecimientos.

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estabilidad que proporciona un contrato escrito (datos no presentados en los cuadros). Los aspectos reseñados rearfiman el carácter extraordinariamente precario de estas pequeñas unidades económicas, cuya proliferación colma casi por completo el universo de los informales. Revelan también que aún así, para ciertos sectores sociales, estas pequeñas y precarias unidades económicas constituyen una mejor opción que el trabajo asalariado.

3. Violencia e inseguridad social en México: 1980-2000Uno de los rasgos emergentes en las sociedades latinoamericanas en las últimas décadas ha sido la creciente violencia social. Entre sus manifestaciones más elocuentes se encuentra el aumento del crimen, la delincuencia y la inseguridad ciudadana en las grandes concentraciones urbanas. Según lo refieren algunas estudios, América Latina y El Caribe figuran hoy en día entre las regiones más violentas del mundo, con tasas promedio cercanas a 20 homicidios por cada cien mil habitantes (Arriagada, 2001). En las décadas de 1980 y 1990, dichas tasas aumentaron en todas las subregiones del continente, como también en México y en Brasil. Como era de esperarse, Colombia se lleva la presea en cuanto a la violencia como causa de muerte. Los países que se encuentran más distantes de ella son los del cono sur y los del Caribe inglés (Ibídem). México no se queda rezagado en esta poco honrosa carrera, pues el nivel que alcanza su tasa de homicidios -19.6 por cien mil habitantes- lo coloca según ciertos estándares internacionales como uno de los países en los que la delincuencia es un fenómeno epidémico (BID, 1998).

Entre los estudiosos de la criminalidad existe consenso acerca de la relación entre ciertos factores sociales y la mayor proclividad a la violencia social. Así, la densidad poblacional, la estructura por edad, la deprivación material, la composición étnica, la estructura familiar y las diferencia regionales, podrían incidir de manera variable en el nivel de homicidios e inseguridad que una sociedad experimenta (Villareal, 2002). Se argumenta incluso que en una sociedad en proceso de transición hacia formas democráticas de gobierno, el debilitamiento de las relaciones tradicionales de patronazgo y la creciente competencia electoral pueden, en una fase inicial, estimular los conflictos y –por ende- la criminalidad (Ibídem).20

Tanto en a México como en el resto de América Latina, las investigaciones disponibles confirman la veracidad de algunas de estas relaciones, sobre todo las que atañen a variables demográficas como la edad y el sexo, y a las diferencias regionales. En efecto, uno de los rasgos aparentemente “universales” del perfil de víctimas y victimarios es que son desproporcionadamente adultos jóvenes, y además, hombres. Algunos estudios constatan no sin pesar un aumento de la participación de los más jóvenes en algunos países de América Latina como Chile, por ejemplo (Arriagada, 2001). Si bien en las mujeres también las tasas de homicidio han sufrido alguna elevación, por razones eminentemente socio-

20 El estudio se refiere precisamente a México. Villarreal (202) encuentra que las municipalidades rurales con mayor competencia electoral y fraccionamiento de los partidos, tienen hoy en día tasas de homicidio más altas. El hallazgo resulta consistente con la hipótesis de que ello obedece al debilitamiento de los cacicazgos locales.

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culturales, los hombres siguen siendo los innegables protagonistas de la mayoría de los hechos violentos en nuestra región.

Fuera de estos aspectos, la pertinencia de factores sociales como la densidad poblacional o la deprivación de recursos han sido más difíciles de corroborar. Las evidencias al respecto son mixtas y muchas veces controversiales, pero su discusión es una asignatura obligada cuando se trata de dilucidar la frecuente asociación entre vida urbana, violencia e inseguridad. 21 Se especula así que la creciente fragmentación social que por diferentes vías promueve el modelo económico en curso (menguada ciudadanía laboral, caída de los niveles de bienestar, debilitamiento de los canales tradicionales de movilidad, pérdida de centralidad de las identidades colectivas, etc..) estaría en la base de la ruptura de la solidaridad social y la espiral ascendente en la criminalidad que hoy en día enfrentan nuestras sociedades.

Escapa a los objetivos y posibilidades de este informe el esclarecimiento de tales relaciones. Sería interesante conocer en qué medida ellos explican algunos de los rasgos emergentes en el escenario delictivo de América Latina. Estos refieren al carácter crecientemente organizado de la violencia, perpetrada cada vez con más cálculo y premeditación y mayor número de agresores, al uso creciente de armas de fuego, al aumento de delitos como los secuestros, a la extensión del consumo de drogas, del tráfico de órganos y personas, y a la prostitución infantil (Arriagada, 2001). Sirvan estos aspectoscomo contexto para enmarcar la exposición de los datos disponibles sobre México que a continuación hacemos.

A. Aspectos generales de la violencia en MéxicoLas muertes violentas han crecido extraordinariamente en México no sólo producto de la creciente criminalidad e inseguridad social, sino de la modificación en la estructura general de la mortalidad producto del avance en la transición demográfica (Bringas, 1990). En efecto, el paso del predominio de las enfermedades infecciosas a las crónico degenerativas, junto al descenso considerable de las tasas brutas de mortalidad propiciados por el cambio demográfico secular, han permitido que ganen relevancia las muertes por causas sociales –como las violentas- en la estructura general de los decesos en México. Se estima así, que si a mediados del siglo XX ellas explicaban sólo el 5.5% del total de las defunciones, treinta y cinco años después, en 1985 eran responsables del 15% (Ibídem).

En esas décadas (1950-85), sin embargo, el ascenso de la violencia en la jerarquía de las causas de muerte se explicaba más por el rápido incremento de los accidentes de transporte y vehículos de motor que por la tasa de homicidios en sí, pues ésta –si bien era alta- había experimentado en el período en cuestión (1950-85) su mayor caída histórica (Bringas, 1990). A partir de ese momento, no obstante, la historia dio un giro inesperado con el ascenso gradual pero

21 Algunos de estos aspectos serán retomados en la discusión de la información relativa a México en el siguiente apartado.

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sistemático de las defunciones por homicidio, cuyo episodio más dramático ha tenido lugar en el último lustro de los 90.

Algunas cifras arrojadas por la Primera Encuesta Nacional sobre Inseguridad Pública en las Entidades Federativas (ICESI, 2002) permiten forjarse una idea de la situación actual. En los albores del siglo XX, esto es, en el año 2001, en el 14 % de los hogares mexicanos al menos uno de sus miembros ha sido víctima de un delito. En números absolutos ello representa alrededor de 4.2 millones de mexicanos. De estos delitos, poco menos de la mitad (44%) fueron cometidos con violencia, siendo el arma de fuego la más frecuente (44%). Casi la totalidad de los acciones delictivas resultaron del fuero común, y es el robo el que hegemoniza la mayoría de ellas (92%). Este se comete casi siempre contra transeúntes (61%), y sólo en el 5% de los casos contra comercios establecidos. En términos de costos, se estima que las pérdidas que ellos ocasionaron al país en el año 2001 equivalen al 0.85 del PIB (49 mil millones de pesos); evaluación que a nivel individual representa un costo aproximado de $13,245 pesos por víctima (ICESI, 2002).

Aun cuando puede decirse que esta mayor incidencia delictiva es un rasgo que envuelve a toda la sociedad mexicana, la información disponible permite delinear algunas diferencias territoriales. Sobresalen así el noroccidente, el centro norte, centro-sur y el valle de México, como las regiones más violentas (Villareal, 2002). En coherencia con ello, son el Distrito Federal, Morelos y el estado de México (en el centro); Chihuahua y Baja California (en el norte y noroeste); Guerrero, Tabasco (centro Golfo) Quintana Roo (peninsular); y Nayarit y Jalisco (en el noroccidente), los diez estados que ostentaron los mayores índices delictivos en el año 2001 (ver cuadro 3.1 A; ICESI, 2002). En el extremo opuesto se encuentran Durango, Zacatecas, Baja California Sur, Colima, Puebla y Tlaxcala, como las entidades de más baja incidencia (Ibídem) (cuadro3.1).

Producto del escenario que acabamos de describir, el 47% de los mexicanos se siente inseguro en el lugar en que reside. De ellos, lógicamente, son los habitantes del Distrito Federal los que muestran un mayor grado de desconfianza respecto a la seguridad en su ciudad (80%). Es quizás este aspecto lo que explica el que confrontados con la pregunta “¿Si tuviera la oportunidad le gustaría vivir en otro lugar fuera de la Ciudad de México?”, la mayoría de los capitalinos (57%) contestara que sí22 (Termómetro Capitalino, Este País, 2000). El mismo escenario ha ocasionado además que cerca de una cuarta (23%) parte de la población haya modificado sus hábitos de vida con la finalidad de evitar un segundo (o tercer) episodio. Tales nuevas pautas se reducen a: evitar salir de noche (81%), llevar dinero en efectivo consigo (44%); utilizar o exhibir joyas (37%), y visitar a parientes o amigos cuyas residencias se encuentren a una distancia considerable (27%) (ICESI, 2002).

B. El perfil de la inseguridad en la ciudad principalAunque con breves inflexiones en algunos años, la tendencia general del índice delictivo en el Distrito Federal ha sido la de un ascenso ininterrumpido en las dos últimas décadas del siglo XX. Entre 1983 y 1988 se observó un primer incremento,

22 Al 43 % le gustaría vivir en otra ciudad y al 14% en el extranjero.

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que –de acuerdo con las fuentes oficiales (PGJDF e INEGI)- descendió ligeramente entre finales de los ochenta y principios de los 90 (cuadro 3.2). A partir de ahí, sin embargo, el aumento ha sido constante. Los datos muestran una inusitada elevación del indicador en el lapso de 1994 a 1997, justo los años que comprenden la crisis económica de fin de siglo (Banco Mundial, 1999). Si a principios de los 90 la tasa de crecimiento anual de los delitos fue de 2.2%, en 1995 fue de 35.4%. Los niveles alcanzados ese año fueron alarmantes, pues supusieron el paso de 180,000 delitos en 1994, a 252,000 en el año siguiente (Ibídem).

Las distintas fuentes consultadas coinciden en que esta espiral delictiva obedece principalmente a la expansión de un tipo de delito: el robo (BID, 1998; Banco Mundial, 1999; ICESI, 2002). De acuerdo con los datos de la Encuesta de Victimización realizada por el Banco Mundial y la Fundación Mexicana para la Salud en el mes de mayo de 1999 en la Zona Metropolitana de la Ciudad de México, el robo sin agresión había sido el delito más frecuente del que habían sido víctimas las personas en los seis meses previos a la realización de la encuesta. En el 31% de los casos éste había sido cometido con agresión. A juzgar por los datos, es la propia colonia en que residen el lugar en que los citadinos están más expuestos a una agresión, pues en el 43% de los casos fueron agredidos cuando se encontraban dentro de ella (Banco Mundial, 1999). En coherencia con el perfil habitual, tanto víctimas como agresores son fundamentalmente hombres, aunque en el caso de estos últimos el porcentaje es mucho más alto (83%). Se trata también en la mayoría de los casos de personas jóvenes (61%) (Ibídem).

El panorama que nos deja ver la evolución de las tasas de homicidio no es menos desconsolador. Entre 1981 y 1995 éstas registraron un incremento del 90%, al pasar de 10.2 a 19.5 homicidios por cien mil habitantes, mismo que se verificó en todos los grupos de edad y en ambos sexos. En la mayoría de los casos los homicidios obedecen a riñas, a las que siguen los robos (SEMEFO, BID, 1998); y son las armas de fuego las más empleadas para cometerlos, aunque también tienen relevancia las llamadas armas blancas. El 50% de estos crímenes tiene lugar en la delegación de residencia de la víctima, lo que confirma que el espacio barrial se ha convertido en un entorno amenazador para sus habitantes. En consonancia con esta evolución, el homicidio intencional ha ido ganando terreno al no intencional o accidental, que era el responsable de la mayoría de este tipo de delitos en México.

Obviamente existe una relación entre robo y crimen. En el año 1995, más de la mitad de los homicidios dolosos cometidos fueron consecuencia de un robo. Por encima del 50% de los robos que se perpetran en el Distrito Federal se realizan en presencia de la víctima y, de acuerdo con las estimaciones del BID (1998), esto es causa a su vez de 25,000 delitos más.

En las investigaciones sobre violencia es frecuente calcular un indicador que mide simultáneamente los daños provocados por las muertes prematuras y por las secuelas de la violencia en sí (expresadas éstas como discapacidad funcional). Ese indicador es conocido con el nombre de AVISA, años de vida saludable perdidos. Los datos elaborados por el Banco Mundial (1999) y el BID (1998), ya citados, indican que en el año 1995 se perdieron en el Distrito Federal 57, 673 mil años de vida saludables producto de homicidios y/o lesiones

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infringidas intencionalmente, y 10,308 por suicidios y/o lesiones autoinfringidas. El 84% de estos AVISA corresponde a años perdidos por muerte prematura, y 15% a años vividos con discapacidad. Estas magnitudes varían dependiendo de la causa externa que provocara la muerte. En general, la letalidad es mayor con las armas de fuego, y la discapacidad aumenta cuando son otros los medios que se emplean para infringir el delito (armas blancas, golpes, estrangulación, sumersión, envenenamiento, etc..). (cuadro 3.3)

Las distintas informaciones recabadas han permitido trazar un mapa de la ciudad según el nivel que alcanzan los índices delictivos23. De acuerdo con estos datos, y como era de esperarse, la más alta incidencia (tasas superiores a los 2000 delitos por 100000 habitantes) corresponde al centro de la ciudad. En ella es la delegación Cuauhtémoc la que presenta mayor peligrosidad social, con una tasa de 7,989 delitos por cada cien mil habitantes en 1997. Las de menor índice delictivo (menos de 1000 delitos por cada cien mil habitantes) se encuentran en el extremo opuesto y colindan con la zona sur de la ciudad Tienen un crecimiento poblacional lento y mucho menor actividad comercial que las restantes. Entre ellas destacan las delegaciones de Cuajimalpa, Tláhuac y Xochimilco.

Las distintas fuentes consultadas coinciden en destacar el carácter crecientemente organizado de los delitos que se cometen en la Ciudad de México. Oscila entre dos y tres el número de personas que en promedio agreden a un individuo con la intención de robarle. Se ha incrementado además el uso de estupefacientes y de armas de fuego . Entre los delitos organizados que más asolan a la Ciudad de México figuran los secuestros y los asaltos bancarios. Los primeros son realizados no sólo en contra de personas acaudaladas, sino de medianos comerciantes o incluso, de transeúntes a los que se les priva de libertad por unas horas con la finalidad de agotar las posibilidades de retiro de sus tarjetas bancarias (el llamado “secuestro express”).

De acuerdo con las estimaciones del Banco Mundial (1999), los desempleados tienen un riesgo de ser víctimas cuatro veces menor que los empleados. La probabilidad de los hombres es un tercio mayor que la de las mujeres, y se incrementa a medida que el nivel de escolaridad aumenta. Al mismo tiempo, el hecho de vivir en una delegación con alto desempleo eleva la probabilidad de ser objeto de agresión. Serían los empleados con mayor escolaridad, de sexo masculino y que residen en delegaciones con alto desempleo, los que tienen una mayor probabilidad de ser víctimas de un delito en la Ciudad de México. Todos estos aspectos contrastan con la baja tasa de denuncia de los habitantes de esta gran urbe (cuadro 3.4). La abrumadora mayoría de ellos no denuncia los delitos de que son víctima, tanto por el descreimiento y la falta de confianza en los resultados, como por los enormes obstáculos burocráticos que han de salvar, no obstante el hecho de que las denuncias no implican costo alguno (son gratis). De acuerdo con la Encuesta de Victimización señalada, sólo el 17% de las víctimas se tomó el trabajo de denunciar el delito ante alguna autoridad competente. Otras fuentes como la Primera Encuesta Nacional sobre Inseguridad Pública en las Entidades Federativas, 2001, ya citada, arrojan porcentajes de denuncia más altos para todo

23 Esta clasificación fue realizada por el Banco Mundial en el informe ya varias veces citado.

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el país, del orden del 34%. Muestran también que son los estados con mayor índice delictivo los que menos denuncian los delitos. Tal es el caso del Distrito Federal, el Estado de México, Guerrero y Morelos, cuyas porcentaje de no denuncia están por encima del 70% (ICESI 2002).

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Williamson, J. G. (1965), “Regional inequality and the process of national development: a description of patterns”, EDCC, 13, pp.3-45.

Zepeda, Eduardo (2002), “Empleo y salarios en los noventa: los vaivenes del estancamiento”, documento elaborado para el Seminario de Demos, Tepoztlán, México, enero 2003, borrador.

20

Page 21: Reporte de investigacion2

Cuadro 1Evolución del sistema de ciudades. Indicadores seleccionados, México, 1970-2000

1970 1980 1990 2000 Abs. % Abs. % Abs. % Abs. %

Pob. urbana (miles) 22,730 36,739 51,491 65,653Grado de urbanización 47.1 55.0 63.4 67.3Tasa de urbanización 2.0 1.5 0.8 0.6

Ciudades Pequeñas 15,000-19,000 20,000-49,000 Subtotal

43 72 115

3.3 9.3 12.6

55 96 151

2.5 7.8 10.3

80 124 204

2.7 7.3 10.0

70 164 234

1.8 7.3 9.1

Ciudades Medias 50,000-100,000 100,000-499,000 Subtotal

25 30 55

7.7 27.0 34.7

24 44 68

4.3 27.3 31.6

39 42 81

5.4 21.3 26.7

46 42 88

5.0 16.5 21.5

Ciudades Grandes 500,000-999,000 1,000,000 y más Subtotal

1 3 4

2.8 50.0 52.8

4 4 8

6.8 51.3 58.1

15 4 19

19.6 43.6 63.2

19 9 28

19.2 50.2 69.4

Gran total 174 100.1 227 100.0 304 99.9 350 100.0 Evolución de la Ciudad de México, indicadores seleccionados, 1970-2000

1970 1980 1990 2000

21

Page 22: Reporte de investigacion2

Indice de primacía Dos ciudades(a) Cuatro ciudades (b)

5.83 2.57

6.11 2.57

5.10 2.10

4.89 2.04

Porcentaje de la población urbana 37.94 36.83 29.57 27.37Porcentaje de la población total

17.88 20.71 18.74 18.43

(a) Ciudad de México en relación a Guadalajara; (b) Ciudad de México en relación a Guadalajara, Monterrey y PueblaFuentes: elaborado con base en Garza, Gustavo (2000 y 2002).

Cuadro 2.1Distribución porcentual de la población ocupada por sector de

actividad económica, México 1970-2000

Sector de actividad 1970 1979 1991 1995 2000

AgropecuarioIndustriaConstrucciónServiciosComercio

39.4 20.5 4.8 25.1 10.2

29.1 21.2 6.4 29.4 13.9

27.0 17.0 6.2 33.8 16.0

24.9 16.0 5.4 35.2 18.5

18.2 19.3 7.3 37.4 17.8

Total 100.0 100.0 100.0 100.0 100.0

Fuentes: Rendón y Salas, 1987; Encuesta Continua de Ocupación, 1979,Encuesta Nacional de Empleo, 1991, 1995 y 2000

Cuadro 2.2Evolución del sector informal, 1993-1998

México, áreas urbanas (100,000 habitantes y más)

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Page 23: Reporte de investigacion2

Dimensión Población ocupada(en miles de personas)

Tasa de participación Tasa de crecimiento media anual

1993 1995 1998 1993 1995 1998 (%) (%) (%)

1993 1995 1998 (%) (%) (%)

Población ocupada 14923.0 15161.2 17936.9 100.0 100.0 100.0 0.8 5.8 3.7Sector formal 9141.9 8445.5 10462.0 61.3 55.7 58.3 -3.9 7.4 2.7

Sector informal 5781.1 6715.7 7474.9 38.7 44.3 41.7 7.8 3.6 5.3Fuente: Secretaría del Trabajo y Previsión Social, 2000.

Cuadro 2.3Evolución del sector informal por actividad económica

Localidades de 100,000 habitantes y másMéxico, 1993-1998

Sector de actividad Composición del sector1993 1995 1998

Tasa de informalidad*1993 1995 1998

Total

MineríaIndustriaComercio Al mayoreo De menudeoServicios Hoteles y restaur. Transportes Comunicaciones Servicios Adm. Pública

No especificado yEn EUA

100.0 100.0 100.0

0.0 2.0 1.3 20.7 18.8 18.8 31.8 30.5 30.8 0.0 0.9 1.231.8 29.6 29.647.3 48.5 48.8 6.8 7.6 8.0 7.5 8.1 7.6 0.0 0.0 0.033.0 32.7 33.2 0.0 0.0 0.0

0.2 0.3 0.3

38.7 43.1 41.2

4.0 86.4 69.528.1 30.8 27.658.3 61.6 60.3 0.0 9.2 12.170.6 74.0 71.536.9 41.1 40.654.8 53.7 55.452.3 61.4 58.6 0.0 0.8 1.039.6 43.5 42.9 0.0 0.2 0.1

17.2 23.7 18.4

* Tasa de informalidad= [sector informal/ s.formal+s.informal] *100Fuente: elaborado con base en Secretaría del Trabajo y Previsión Social, 2000.

Cuadro 2.4

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Page 24: Reporte de investigacion2

Distribución porcentual de la población ocupada en el sector Informal por tamaño de establecimiento, localidades de

100,000 habitantes y más, México, 1993-1998Cantidad de empleosPor establecimiento 1993 % 1995 % 1998 %TotalSin trabajadores1 trabajador2 a 5 trabajadores6 a 50 trabajadores51 y más trabajadoresNo especificado

100.0 32.3 28.5 38.4 0.7 0.1 0.0

100.0 36.8 0.0 61.9 1.0 0.3 0.0

100.0 38.4 0.0 60.4 1.0 0.2 0.0

Fuente: elaborado con base en Secretaría del Trabajo y Previsión Social, 2000.

Cuadro 2.5Distribución de la población ocupada en los sectores formal e informal

Por nivel de ingreso, localidades de 100,000 habitantes y másMéxico, 1993-1995

Nivel de ingreso Sector formal Sector informal 1993 1995 1998 1993 1995 1998

Población total 100.0 100.0 100.0 100.0 100.0 100.0Sin remuneraciónHasta 50% del SMLMás de 50% a 1 SMLDe más de 1 a 2 SMLDe más de 2 a 3 SMLMás de 3 SMLNo especificado

0.3 0.82.932.824.434.64.1

0.1 1.1

5.0 34.4

24.435.10.0

0.0 0.5

1.110.820.966.70.0

12.1 12.0 3.8 5.911.3 15.435.3 37.7

17.3 14.5 17.3 14.5 2.9 0.0

11.9 2.8 6.7 24.1 20.2 34.3 0.0

Fuente: elaborado con base en Secretaría del Trabajo y Previsión Social, 2000.

Cuadro 2.6Micronegocios por posición en el trabajo y jornada laboral, áreas urbanas, México, 1998

Posición en el trabajo y jornada laboral

Total negocios (en miles)

(%)

Posición en el trabajo Total Patrones

4218.6

689.1100.016.3

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Page 25: Reporte de investigacion2

Cuenta propia 3529.5 83.7

Jornada de trabajo Total No trabajó Subtotal 1-14 horas 15-24 horas 25-34 horas 35-39 horas 40-48 horas 49-56 horas 57 y más

Total (miles)4218.6219.43999.2680.1506.6402.5291.91029.1457.3631.7

100.05.294.816.112.09.66.924.410.815.0

Fuente: INEGI, 2000, ENAMIN, 1998.

Cuadro 3.1AIncidencia delictiva a nivel estatal, México 2001Entidad Delitos / 1000,000 habitantes1. Distrito Federal2. Morelos3. Baja California4. Chihuahua 5. Estado de México6. Nayarit7. Guerrero8. Jalisco 9. Tabasco10. Quintana Roo.11.Nuevo León12.Campeche13.Coahuila14.Tamaulipas15.Veracruz16. Sinaloa17. Querétaro18. San Luis Potosí19.Aguascalientes20.Guanajuato21. Yucatán22. Hidalgo23. Puebla

17,718 5,573 5,531 4,979 4,778 4,642 4,423 4,272 4,080 4,044 3,988 3,595 3,071 3,001 2,768 2,745 2,445 2,356 2,316 2,206 2,148 2,090 1,940

25

Page 26: Reporte de investigacion2

24. Chiapas25. Baja California Sur26. Durango27. Colima28. Sonora29. Oaxaca30. Michoacán31. Zacatecas32. TlaxcalaTotal Nacional

1,836 1,793 1,727 1,704 1,638 1,595 1,471 1,453 1,448 4,412

Fuente: Encuesta Nacional sobre Inseguridad Pública en lasEntidades Federativas, 2001,ICESI

Cuadro 3.1 B Tasa de homicidios* de hombres y mujeres Distrito Federal, 1990-1995Motivo Hombres

1990Mujeres 1990

Hombres 1995

Mujeres 1995

Riñas Robos Resto

15.3 10.3 0.9

2.0 0.8 0.3

15.9 16.3 2.4

1.2 1.1 1.1

Total 26.3 3.0 34.6 3.4*Tasas por 100,000 habitantes Fuente: SEMEFO, varios años, BID, 1998.

26

Page 27: Reporte de investigacion2

Cuadro 3.4 Porcentaje de la población que no reportó el delito por entidad federativa, México, 2001 Entidad Porcentaje

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Page 28: Reporte de investigacion2

1. Distrito Federal2. Estado de México3. Guerrero4. Morelos5. Campeche6. Nayarit7. Tabasco8. Oaxaca9. Puebla10. San Luis Potosí.11. Nuevo León12. Quintana Roo13. Sinaloa14. Veracruz15. Yucatán16. Coahuila17. Durango18. Chiapas19. Tamaulipas20. Chihuahua21. Guanajuato22. Querétaro23. Aguascalientes24. Tlaxcala25. Jalisco26. Michoacán27. Colima28. Hidalgo29. Zacatecas30. Baja California31. Sonora32. Baja California Sur

76 73 72 72 69 67 65 64 64 64 63 63 63 63 63 62 62 61 61 60 58 58 56 56 55 55 54 54 52 50 45 43

Fuente: Encuesta Nacional sobre Inseguridad Pública en las Entidades Federativas, 2001,ICESI

28

Page 29: Reporte de investigacion2

Cuadro 3.3Años de vida perdidos por muerte prematura y años de vida con Discapacidad por causas en los homicidios y lesiones a terceros

México, D.F., 1995Causa Muerte prematura

%Discapacidad

%AvisaNo.

Arma de fuego Otros medios Arma blanca Golpes Estrangulación Sumersión Niño maltratado Envenamiento

77.468.953.831.799.7100.043.399.3

22.631.146.268.30.30.056.60.7

28,94512,63810,1304,3021,06326822897

Total 68.4 31.6 57,673Fuente: BID, 1998

Cuadro 3.2

29

Page 30: Reporte de investigacion2

Incidencia de robo por delegaciones, Distrito Federal, 1989-1997Delegación 1989 1990 1991 1992 1993 1994 1995 1996 1997

1.Milpa Alta2.M contreras3.Cuajimalpa4. Xochimilco5.Tláhuac6.A. Obregón7. Iztapalapa8. Azcapotzalco9.Tlalpan10.G.A. Madero11.Coyoacán12. Iztacalco13. V. Carranza14.M.Hidalgo15.B.Juárez16.Cuauthémoc

290332302317280525456776598734811690837

1,5782,1222,071

161254312248258437372552359612707551835

1,3451,5061,734

184338270253182388377611393541708521838

1,2541,5531,849

164266233216226453423750425637901699

1,0741,3021,8251,943

151239392240170369359866373591798724878

1,4891,4672,078

228324496354349556609

1,196656734931889

1,1612,1102,2802,755

400485698653811873

1,1861,5721,0761,3611,4761,4911,7983,1793,4403,692

539669764796892

1,1541,3981,4201,3611,7571,7381,9972,2762,2573.1964,769

508601815826947

1,1051,2731,3521,3851,7361,7822,0262,4742,9234,0434,793

Total 866 712 706 795 751 1,017 1,593 1,830 1,831Fuentes: PGJDF, Información Básica sobre Indices Delictivos y Procuración de Justicia. Oficialía Mayor,1989-1997. FUNSALUD, 1999.

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