Robert Crumb

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Robert Crumb ( Filadelfia, Pensilvania, 30 de agosto de 1943) es un artista e ilustrador estadounidense. Fue uno de los fundadores del cómic underground y es quizá la figura más destacada de dicho movimiento. Aunque es uno de los más conocidos autores de cómic, su carrera se ha desarrollado siempre al margen de la industria.

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Robert Crumb ( Filadelfia, Pensilvania, 30 de agosto de 1943) es un artista e ilustrador estadounidense. Fue uno de los fundadores del cómic underground y es quizá la figura más destacada de dicho movimiento. Aunque es uno de los más conocidos autores de cómic, su carrera se ha desarrollado siempre al margen de la industria.

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EL GATO FRITZ: el personaje de Fritz fue inicialmente creado por un joven Crumb de quince años para el que fuera su primer fanzine, Foo Crumb Brothers

Almanac; sin embargo, no sería hasta enero de 1965 -en el número 22 del Help! de Harvey Kurtzman- que el minino no haría su primera aparición luciendo aquella actitud egoísta, pasota y pervertida que le caracterizaría en ahí en adelante. Aunque de buena gana accedió a incluir en su revista esta primera historia de Fritz (titulada Fritz Comes on Strong), Harvey confesó a Robert que ignoraba cómo iban a poder seguir publicándolas “sin que les arrestaran”; pero ocurrió que el achantado Kurtzman no tenía mucha idea de lo que decía, y no sólo no fueron detenidos, sino que, gracias a la gran acogida que tuvieron entre el público las aventuras de Fritz, éstas comenzaron también a publicarse en diversos fanzines alternativos como Cavalier, Fug y The People's Comics, consiguiendo para 1969 su propio título con el que terminaría por consolidarse -junto a Mr. Natural- como uno de los más grandes iconos del comic underground de todos los tiempos.

El mérito de Fritz como creación subversiva fue siempre el de saber representar el espíritu generacional de efervescencia y rebeldía (también de uniformidad y desencanto) que imperaba en aquellos años, y todo ello -en claro contraste- a partir de la figura humanizada de un felino abiertamente crápula y de aviesas y oscuras intenciones, que no tardaría demasiado en hacer famoso -él solo- a su travieso creador. De hecho, su impacto mediático fue tal que Fritz acabó protagonizando la primera de las películas de animación clasificadas para adultos por su alto contenido erótico, "FRITZ THE CAT" (1972), cuyo resultado final ofendió de tal manera a Crumb que, en un giro totalmente inesperado, decidió terminar con su más popular personaje emulando a Ramón Mercader en su salvaje y

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explícito asesinato de Trotsky.

MR. NATURAL: fue en el año 1967, en la revista Yarrowstalks, donde hizo su aparición por vez primera este inefable guía espiritual obseso del sexo, sinvergüenza y nihilista que, mientras hace alarde de una total falta de escrúpulos, se burla abiertamente de todo aquel rollo místico que reinaba entre los hippies de la época. Al igual que Fritz, Mr. Natural se reveló muy pronto como un personaje genial en total

sintonía con su tiempo, en el que la colectiva y espontánea necesidad espiritual implicaba por fuerza el surgimiento de la figura del gran gurú. En consecuencia, el santón barbudo no tardaría en convertirse en el personaje central de Zap Comix, desde cuyas páginas predicaba su particular y amoral filosofía de la vida en un formato de coartada que Crumb ideó y exprimió para poder lanzar públicamente una diatriba tras otra en contra de todo aquello que consideraba podrido en el seno de la política y la sociedad estadounidenses. Con motivo de la publicación de su nueva revista Mystic Funnies, para el año 1997 Crumb rescatará del olvido a este personaje clave de la contracultura norteamericana, con nuevas y delirantes historias -esta vez a todo color- en las que el viejo y entrañable Mr. Natural y su inseparable y mediocre Flakey Foont demuestran no haber perdido ni un ápice del ácido espíritu crítico que, treinta años atrás, les diera tan merecida fama.

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FLAKEY FOONT Y DIABLESA: ambos personajes fueron creados al hilo de las historias de Mr. Natural, apareciendo Flakey desde las primeras viñetas junto al bonachón gurú (en una relación amor-odio de lo más surrealista) mientras que la imponente Diablesa (Devil Girl en el original) hará su presentación bastante más tarde, revolucionando el mundo de este par de cabrones y dando así lugar a las páginas más

perturbadoras, polémicas y divertidas de toda la serie de Mr. Natural. Flakey Foont (con su aburrido y "perfecto" matrimonio -con parejita de críos incluida- y sus valores y moral tradicionales) será la pareja perfecta de Mr. Natural en este acoso y derribo crúmbico del pensamiento y el modo de vida burgueses, que contrapone ambas personalidades en sus tan dispares concepciones acerca de lo humano y lo divino para que surja así y con total evidencia el absurdo de lo convencionalmente establecido.

Por su parte, la Diablesa (Cheryl Borck) se nos muestra como la Hembra Definitiva -siempre en base a los marcados cánones de Crumb- en sus dos facetas humanas: en su interior es el prototipo perfecto de mujer librepensadora y desinhibida sexualmente (que tiene muy claro quién es y lo que quiere), mientras que en el exterior es pura sensualidad y erotismo salvaje encarnado, con unas

medidas físicas desproporcionadas (al más puro estilo Crumb) que enfatizan aún más su abierta sexualidad. Si a todo ello le sumamos el punto de malicia y perversidad que le da al personaje, nos encontramos sin duda alguna ante el ideal femenino de Crumb, cuya incontrolada libido no podrá reprimirse ante su creación y termina sometiéndola -quizás desde ese punto misógino que conserva pero no oculta- a los "experimentos" y fantasías sexuales más aberrantes que

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su mente calenturienta es capaz de concebir (eso sí, a manos de Mr. Natural y Flakey Foont).

ANGELFOOD McSPADE: en la misma línea satírica que el personaje de la Diablesa, esta exuberante y escultural hembra africana -de pulsión sexual aún más dislocada que la de aquella- es utilizada por Robert Crumb como vía hacia una crítica despiadada y feroz del puritanismo subyacente en nuestra sociedad

(en su caso, la pobre Angelfood ha tenido que ser aislada de la humanidad y recluida en lo más profundo de la selva por ser demasiado activa sexualmente), dándole en este caso al personaje un carácter bobo e ingenuo de marcado tinte xenófobo que pueda llegar a provocar y escandalizar incluso al más acérrimo y progre de los lectores.

MR. SNOID: es sin duda la creación más desagradable de Crumb; enano, salido, ruin, racista y feo como un demonio, Mr. Snoid odia a todo el mundo -sin distinción- desde el ojete de un culo en el que vive... Es en sus historias dedicadas a tan mezquino personaje donde la crítica de Crumb afloja un poco para dar cabida a sus recurrentes

paranoias y traumas fetichistas más soterrados (con una obsesión por las piernas femeninas en grado superlativo); quizás sea por eso que Mr. Snoid no le gusta a nadie excepto al propio Crumb.

MODE O'DAY: pija ochentera por antonomasia, Mode es una fashion victim de las de "antes muerta que sencilla"; desde la más pura modernez y vacuidad mental, sentencia sin parar sobre "lo que se lleva" entre su círculo de amistades más cercano (como son Doggo y Porpy, todos auténticos perdedores como ella -que es la única

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que aún no lo sabe-), a la vez que se rodea de yuppies y `productores de lo que sea' en su eterna y nunca coronada escalada hacia las cumbres del éxito (aunque se conformaría de buena gana con siquiera llegar a ser famosilla). Mode es así, el perfecto bisturí para diseccionar aquella movida ochentera vacía de contenidos en la que sólo importaba aparentar ser alguien, y de la que Crumb se ríe con sumo gusto y sin cortarse un pelo.

EL PROPIO CRUMB: de entre todas sus criaturas, es posible que ninguna sea tan curiosa y digna de análisis como una llamada Robert Crumb que también vive en sus comics. Y es que aunque las ideas de Crumb son constantemente expresadas por boca de Mr. Natural, Fritz, Doggo y un largo etcétera de seres que van desde lo patético y acomplejado a lo abiertamente grandilocuente (pues todos son

parte inherente de la personalidad de Crumb), la mayoría de su obra -como él mismo confiesa- tiene un claro tinte autobiográfico, y en consecuencia son muchas las ocasiones en las que es el mismo Crumb el que tiene que salir a la palestra de la viñeta para relatar aquellos pasajes o expresar aquellas concepciones más íntimas y personalistas.

Todo esto tiene un gran valor añadido: Crumb aparece en sus comics como él mismo, tratando de reflejarse tal cual es (o, al menos, tal como se ve), de modo que -en un continuo alarde de sinceridad que fue asombro de muchos en su época- el Robert Crumb que vemos en sus comics es un hombre común, si acaso nimio, un cascarrabias que machaca a jornada completa sobre la triste desaparición de todo lo que valía la pena y que con frecuencia se ve atormentado por sus obsesiones y deseos más enfermizos; o lo que es lo mismo: el propio "CRUMB" en papel y tinta, con todas sus luces y sus numerosas sombras.

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Conjuntamente a estos personajes centrales en su obra, R. Crumb nos ha obsequiado también con toda una fauna de estrafalarios secundarios que pueblan un universo caótico cuando menos: los CRUMBTOONS. A partir de los funny animals (aquellos animalitos antropomórficos con los

que Walt Disney -por poner un ejemplo- nos contaba historias aleccionadoras), Crumb creó varias historias cortas a finales de los '60 y durante los '70, eso sí, con dos notables diferencias respecto al estilo Disney: por un lado aquí tratamos con perros sarnosos, cuervos mutiladores de ojos, una cerda Patricia calentorra y apática, mujeres-buitre de bajos instintos y más baja inteligencia, ositos existencialistas… y por el otro, la moraleja queda reducida por sistema a demenciales anécdotas y sinsentidos, en ocasiones rebosantes de ultraviolencia y sexo ultrajante en clara consonancia con la línea alegre que caracteriza a nuestro autor.

Todos estos son los instrumentos que Crumb creó con el fin de poder tratar en sus comics aquella marabunta de obsesiones, preocupaciones y reflexiones vitales que le cuece la sesera desde que era un crío en Philadelphia. Al respecto parece evidente que, junto con el tratamiento de toda una serie de espinosos temas de carácter social (las drogas, la integración racial, el feminismo, la guerra de Vietnam, la decadencia de una sociedad WASP gastada y enferma...) que eran comunes entre los autores underground de su generación (Shelton, S. Clay Wilson, Spiegelman, etc.) y más propios de la época de juventud de Crumb, junto a toda esta temática comiquera progresista Robert ofrecía también un componente terapéutico personal basado en la plasmación sobre el papel de aquellos aspectos más oscuros con que su psique se había ido adornando con el paso de

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los años. Teniendo como pavoroso ejemplo la locura patente y no canalizada de sus dos hermanos (tan parecidos a él), Crumb debió tomar conciencia muy pronto de que si no sacaba deprisa aquellas cosas de su cabeza, no tardarían en instalarse en ella definitivamente.

Así, eligió cuidadosamente sus traumas en la medida de su gravedad así como del interés que su narración-tratamiento pudiese suscitar entre el público lector, de modo que a lo largo de su vasta obra podremos asistir a sus primeros y disfuncionales escarceos amorosos de adolescencia (Footsy), narraciones sobre su particular integración en el rollo hippie (Recordando los '60), alegorías sobre su carrera y su reconocimiento como artista (La historia de mi vida) o su inadaptación a un mundo que no comprende (Cagueta de las cavernas), así como a relatos introspectivos acerca de su entrada en la edad más adulta (La crisis de madurez de tío Bob). Sin embargo, y en lo que respecta a sus trastornos y desórdenes mentales, todo esto no es más que la punta del iceberg: la verdadera patología crumbiana, la que le corroe por dentro, radica en su relación con las mujeres, y no sólo con aquellas que se llegaron a cruzar en su camino, sino con las mujeres como género.

Por un lado, esta su gran obsesión ha sido tratada con la habitual medicina Crumb ya reseñada; muestra de ello son las dos geniales partes de Mis problemas con las mujeres, La historia de mi vida, Footsy o la más centrada en la terapia Si yo fuera rey, en las que sus desbocadas fantasías eróticas están a la orden del día y su latente misoginia no puede sino aflorar en determinadas situaciones comprometidas. Pero al margen de todas estas historias de carácter autobiográfico, las mujeres -siempre en su faceta de animales sexuales- campan a sus anchas por toda su obra, en los más

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insospechados rincones, aunque no cualquier tipo de mujer, no: Crumb -como Rubbens- tiene un riguroso canon estético para definir aquello que para él es deseable sexualmente, y no se lo salta por nada ni nadie. Estas son las Mujeres de Crumb, sempiternas e incontables en su obra.

De caderas anchas y contundentes, generosísimos traseros y piernas robustas como columnas griegas (todo ello hasta la más pura desproporción), parece que a Crumb el resto de su anatomía le sobrara por completo (opinión apoyada por cierto dibujo bizarro), ya que caras y torsos -aunque los prefiere hermosos, claro está- le traen más sin cuidado que el fundamental tren inferior, al que dirige su más auténtico y enfermizo fetichismo. En lo que respecta a su carácter, estas mujeres suelen ser

bastante excéntricas en su comportamiento como norma general, cosa bastante lógica si caemos en la cuenta de que -en la gran mayoría de los casos- se trata de comics autobiográficos que muestran a mujeres que REALMENTE han osado acercarse a un tipo de la especie de Crumb (y además liarse con él!!). Semejante reduccionismo sexista irritó -como es natural y comprensible- a las hordas feministas de la época, que veían en estos dibujos una clara depreciación de la mujer como persona (en pos sólo de su físico), pero a él le daba igual, siempre le resbaló. Ama y desprecia tanto y a la vez a las mujeres que cualquiera que intente ponerle un apelativo al respecto -del signo que sea- hará necesariamente el ridículo: Crumb es inclasificable.

En el cartel publicitario para una exposición suya en el Museo

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del Erotismo en París, Crumb se muestra a sí mismo como un degenerado baboso y sudoroso en una imagen que pide a las feministas que corten y usen como blanco de sus iras, así que al menos es consciente -y comprende- los exacerbados odios que genera. Sin embargo, esa misoginia de la que hace gala, más que algo elegido y aislado parece una clara derivación de una misantropía mayor que Crumb dedica a un mundo y una época en los que jamás se sintió como en casa, en los que nunca consiguió adaptarse ni ser aceptado como uno más. Como él mismo admite, las mujeres -a las que

desea y venera por encima de Todo- no se dignaron a hacerle el más mínimo caso hasta que, por azares del destino, se vio encumbrado con éxito en un mundillo de sana y descontrolada promiscuidad sexual, de modo que no debe resultarnos extraño que, junto con esa adoración venérea, conserve cierto resquemor por tantos y tantos años de frustrante

sexo en solitario (declara que, aún hoy, tiene por norma masturbarse cuatro veces al día, incluso con sus propias creaciones).

Como vana disculpa a todo esto (si es que la hay), debemos argumentar en su favor el hecho de que -al mismo tiempo- está marcado a fuego por cierta empatía hacia todo ser humano, cierta compasión universal por todos nosotros que caminamos como borregos por la senda marcada, lo que hace que su trabajo tomé en ocasiones el rumbo de lo simplemente hermoso, humano o reconfortante, un tono abiertamente positivo y conciliador en el que sabe regocijarse hasta el punto de gritar un sincero agradecimiento por todo aquello que de bueno tiene para él esta vida (Gracias! Gracias! del '89). Estas pinceladas ocasionales -que le congracian por momentos con nuestro cruel y estúpido mundo- han dado como fruto las más bellas páginas que Crumb se ha permitido dibujar, con varias historias fantásticas y reflexivas sobre los pioneros del antiguo blues del delta del

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Mississippi (a las que Crumb dedica su trazo más delicado y cuidadoso) o su pasmoso Art & Beauty Magazine, una fascinante recopilación de sus más variados y preciosos dibujos entre los que destacan retratos -más o menos eróticos- realizados con una delicadeza, sensibilidad y respeto hacia la figura femenina a priori impensables en un autor tan denigrado por el movimiento feminista.

Técnicamente, sus comics tienen un estilo único como gran innovador en su campo que es: su inconfundible trazo básico a pluma -limpio y grueso- casi siempre se halla ausente de refinamiento alguno, dando lugar a unas líneas enfáticas y ondulantes que la zurda de Crumb ha terminado por convertir en marca de la casa. Su

caracterización de los personajes jamás tuvo rival, dándole un giro de tuerca a la herencia cartoonist para dejar de humanizar a los animales y pasar a animalizar a los hombres, mostrando además la misma facilidad para dibujar formas monstruosas y alegóricas que para el realismo y las formas humanas, el mismo

talento para colorear que para mostrar su trabajo en ese blanco y negro tan característico en él. Los escenarios y ambientaciones que ocupan el fondo de sus viñetas suelen ser copiados fielmente de fotos y visiones reales, a partir de las cuales crea texturas, profundidad y espacialidad con gran cantidad de matices y detalles preciosistas; pareciera que, con toda su carga de subjetividad, Crumb no pudiera despegar de la realidad ni siquiera sus historias más oníricas e irreales.

Este estilo narrativo centrado en el arte como liberación de las

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propias obsesiones ha encontrado otras formas de expresión artística tan válidas y meritorias como la de R. Crumb, concretamente en el cine de un tal Woody Allen que, bien mirado, se nos semeja tanto a Crumb que parecen hechos por el mismo molde: con sus brillantes reflexiones sobre la inadaptación social, las modas absurdas que todo el mundo sigue sin poner a trabajar una sola neurona, su desacuerdo con la gente normal de su tiempo, en definitiva, sus pesares existenciales, ambos resultan artistas minoritarios y nostálgicos de una América desaparecida hace tiempo, refugiados en la práctica y escucha de una música propia de un pasado en el que las cosas tenían más sentido porque se hacían poniendo el corazón en ellas. Y es a pesar de su terror hacia la vida moderna que ninguno de los dos puede evitar reaccionar ante ella, querer derribarla por completo con sus solas manos, poniendo a parir en ello al resto del planeta pero no dudando ni un instante en hundir su propia persona en el fango si es necesario, pues sólo riéndose de uno mismo puede uno aprender a hacerlo también de toda la mierda que le rodea; sólo hay que echarle un poco de voluntad.

Como ya hemos visto, el amor e interés de Crumb por el comic se despertó muy pronto gracias a su hermano mayor, Charles, quien -además de prestarle comic-books de E. C. Segar, Carl Barks y Walt Kelly entre otros- le imponía la obligación de dibujar constantemente en una actividad compulsiva que le marcaría de ahí en adelante; de hecho, son los hermanos Crumb el perfecto punto de partida a la hora de

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explicar el por qué de esa original excentricidad desviada que impregna todo tanto en la vida como en la obra del autor. Debemos ver el documental sobre Crumb y familia para comprender como un padre violento, una madre católica ultraortodoxa y adicta a los tranquilizantes y un círculo de hermanos asociales y retraídos determinan todos ellos el carácter de un joven Robert y su actitud mental y vital para con todo lo que

vendrá después.

De modo que si su infancia plantó ya el germen para el perfecto outsider, los ambientes de rechazo a todo lo convencionalmente establecido que frecuentará de forma voluntaria durante sus años de juventud (sumado a su propio y peculiar desarrollo personal) harán de él el tipo raro, introvertido e irrepetible que es hoy en día. Porque Crumb es raro en un sentido especial de la palabra; para ser un tío que estaba en medio de todo aquel asunto de la contracultura, nunca fue precisamente de hippie: con un aspecto más bien rancio y conservador, se aburría en las

mismas fiestas a las que Joplin y Hendrix acudían a desfasar, detestaba el rock psicodélico en favor del blues de cinco décadas atrás y el LSD le provocaba ataques de paranoia. Y sin embargo ahí estaba, cerca del centro de todo e integrado oficialmente en la nueva corriente libertaria de lo políticamente incorrecto. Este es el tipo de realidad en el que siempre ha vivido inmerso Crumb, haciendo de su obra algo único y -a todas luces- fuera de lo común para cualquiera; y es que gente rara la

encontramos en todos lados, pero gente rara como Crumb (con la capacidad de comunicar tan gráficamente todo lo anómalo que hay en su interior) existe muy poca. Por buscar paralelismos en otros campos (no hay comparación posible con Crumb dentro del comic, ni siquiera

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del más underground) podríamos recurrir a Bukowsky (con quien ya ha compartido fatigas) y, más lejos, algo del Burroughs menos delirante.

Si la circunstancia personal de Crumb resultaba convulsa y caótica, no lo es menos la del mundo inmediato que le rodea: en la época en la que empieza su carrera como dibujante para la American Greeting Card Company de

Cleveland, los EE.UU. establecen un mando militar en Vietnam del Sur, el rector de la Universidad de Mississippi niega el ingreso a un estudiante negro (la policía y 3.000 soldados reprimen los disturbios ocasionados cuando el estudiante ocupa su lugar en la universidad), el satélite estadounidense Telsar envía señales de radio y televisión tanto a Europa como a 200 reactores atómicos en funcionamiento y John Glenn es el primer estadounidense en órbita. En este tiempo de cambios, de lucha contra el racismo y el inicio de la conquista del espacio, los Estados Unidos comienzan ya a conformarse como una sociedad de consumo en la que el pensamiento único es la pauta establecida. Este consumismo creciente irá marcando a Crumb tanto como el postmodernismo en que el que podría enmarcársele y al que

Lipovesky se refiere en La era del vacío:

"En el curso de los años sesenta el postmodernismo revela sus características más importantes con su radicalismo cultural y político, su hedonismo exacerbado; revuelta estudiantil, contracultura, moda de la marihuana y del LSD, liberación sexual, pero también películas y publicaciones porno-pop, aumento de violencia y de crueldad en los espectáculos, la cultura cotidiana incorpora la liberación, el placer y el sexo."

Las creaciones de la era psicodélica de Crumb captaron hábilmente los colocados ideales, alegrías y paranoias

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de ese período, pero siempre con un "tercer ojo" despiadadamente analítico que tendía a desmontar sistemáticamente todo aquello, mostrando sin pudor cuanto de hipocresía y borreguismo yacía latente en la cultura del hippie de entonces; hoy sus dibujos se nos muestran tan lúcidos como lo fueran entonces. Por contra, y junto con esta especie de conciencia superior crumbiana, debemos destacar aquí la aparente falta de rumbo -por llamarlo de alguna manera- con que el autor creaba en esta época:

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"Mi estilo cambió mucho en los años 65 y 66. Fue como una visión, algo muy fuerte, como un bofetón; una experiencia visionaria. Tomé una droga muy rara, se suponía que era LSD, pero tuvo un efecto extrañísimo, me enturbió el cerebro

totalmente, el efecto me duró un par de meses, empezaron a salirme estos personajes como de dibujos animados, cosas que no había dibujado nunca, con estos zapatones y tal. Entonces dejé de tener una idea clara y coherente de lo que estaba haciendo, empecé a ser capaz de dibujar esta especie de historietas inconscientes e improvisadas y a inventarme cosas. Daba igual que no tuviesen sentido, aunque fuesen una idiotez, me daba lo mismo. Todos los personajes que utilicé en los años siguientes los creé durante ese periodo, pensé que encajaban en la visión que estaba teniendo, pues se me estaba revelando un lado muy sórdido del subconsciente de América. Entonces se editaban todas aquellas revistas hippies underground, allá por los años 66 y 67; en cada ciudad había por lo menos un par de ellas, publicaban cualquier cosa relacionada con la experiencia psicodélica o con la ética hippie, empecé a mandar a estas revistas algunos de aquellos comics que había hecho inspirados por el LSD y les gustaron. Entonces apareció un tipo que me propuso hacer un número entero de su revista, que se llamaba Yarrowstalks; al final lo llevé a cabo y fue todo un éxito. Entonces me dijo: `oye, por qué no haces más historietas psicodélicas, yo te las publicaré.' Así que me puse a trabajar e hice dos números completos de Zap Comix."

Sería en esa primera edición de Zap en la que surgirían dos de los personajes que más tarde se convertirían en símbolos absolutos de la contracultura: el gato Fritz (de ideas amorales, sexualmente promiscuo y aficionado a la marihuana) y Mr. Natural (un pseudo-gurú lascivo y embaucador con una pretendida conciencia iluminada).

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Utilizando el estilo de las tiras de prensa de comienzos del siglo XX, Zap Comix abordaba abiertamente el sexo y la crítica política, lo cual resultó enormemente transgresivo en aquellos años y sociedad, sobre todo teniendo en cuenta que el comic en Estados Unidos

había estado tradicionalmente orientado hacia el público juvenil; el chispazo saltó con la publicación de "Joe Blow", una historia sobre el incesto aparecido en el Zap #4 que causó varios arrestos en Nueva York por obscenidad. Y mira tú por donde, resulta que aquella serie (en la que el Crumb más corrosivo se pasaba todos los pueblos que le daba la gana) comenzó a tener gran éxito en todo aquel mundillo de revistas y fanzines contraculturales. En principio, puede parecer poca la repercusión de estas publicaciones de cara al Salón de la Fama yankee, pero conviene señalar que éstas crecían por entonces como setas al calor de la nueva ola del emergente arte lisérgico, y ya movían por entonces dos cosas a lo largo y ancho de todo el país: cierto capital (en los más profundos abismos que pudiera tener el mercado norteamericano de la época) y una auténtica legión de jóvenes flipados con toda aquella movida comiquera, a la que veían crecer entre sus manos a golpe de nueva viñeta. El resto podemos imaginarlo sin mucha dificultad: el boca a boca entre peta y peta, y para mañana R. Crumb ya es mega-famoso en todo aquel ambientillo hippie de artes expresivas y sexo despreocupado entre rebaños de groupies entripados, que buscarán sin descanso al más enrollao de entre todos Los Enrrollaos con el objeto de comerle toa la oreja (o lo que se tercie) hasta que se le caiga sola de puro aburrimiento.

Fue sin embargo una popularidad que él no fomentó en forma alguna, ganada con talento pero que siempre despreció; no se sentía a gusto con el falso interés, las modas pasajeras, con resultar agradable a todos en todo momento. No quiso realizar propuestas de

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enorme calado, como una portada para los Rolling Stones ni salir en el archiconocido

programa de televisión humorístico Saturday Night Live, nunca tuvo ese punto de vista comercial de su obra tan extendido a su alrededor, estaba en aquello porque le gustó desde siempre, desde los tiempos de Foo Crumb

Brothers Almanac en que Robert encontró una manera de canalizar su enorme talento artístico -que no encontraron sus hermanos- y al mismo tiempo de exorcixar sus demonios interiores por medio del dibujo como terapia personal estabilizadora. Respecto a esta vía de escape de una locura innata a los genes de los Crumb (que se materializó brillantemente en sus comics de los 60), el propio Robert confiesa:

"(...)retrataban los ritmos de la muerte cultural. En mi propia manera incoherente y alucinada, traté de dibujar las imágenes que veía en mi mente cuando oía música pop moderna estando de LSD... tontos payasos moviéndose en la pila de basura en la que estaban convirtiendo la Tierra... me engañé con mis propios dibujos. Otra gente pensó que eran imágenes felices de muñecos relajados teniendo un buen rato... ¡Así que eso terminé pensando yo mismo! Olvidé lo que eran realmente: ¡fotografías de la danza de la muerte!."

Esta tensión entre la angustia espiritual y la satisfacción terrenal (que dio como fruto cuatro décadas de afiebrada actividad artística) convirtieron a un huraño Crumb en una de las figuras capitales del emergente comic underground, que surgió en y como contraposición contestataria a aquella corriente de la ilustración contemporánea que, personificada por una nueva generación de súper-héroes americanos de grandes y patrióticos ideales, era subvencionada por el administración norteamericana como vía hacia la

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politización guiada de la juventud de la nación, constituyéndose el movimiento underground en todos sus niveles y formas como autoproclamada némesis del conservadurismo y conformismo del americanismo oficial. Aunque lo que se comenzó a denominar como "comics underground" empezó con los números cero y uno de Zap Comix, Crumb no editaba por aquel entonces sus propias historias (Zap y otra publicación posterior de 1968, Snatch, fueron

publicadas y distribuidas por Don Donahue y Charlie Plymel), por lo que debía pulular de editor underground en editor underground con el objeto de publicar sus historias:

"Dibujé los primeros dos números de Zap Comix a finales del año 1967, un número en octubre y el siguiente en noviembre. Tenían 24 páginas cada uno. Aquello fue todo muy rápido. Envié el material para el primer número a Brian Zahn y nunca volví a saber de ese material ni de él de nuevo. Afortunadamente ya había hecho fotocopias para William Cole, ese tío de Nueva York que estaba siempre hablando sobre hacer algo para Head Comix con la editorial Viking Press. Él tenia mucho interés en ver las copias de este nuevo comic en el que estaba trabajando. Don Donahue vio el material original para Zap y realmente le gustó; Donahue conocía a Charles Plymell, un viejo poeta hippie que tenía una pequeña imprenta, una Multilith 1250. Donahue pagó la primera edición de Zap con su casette de trescientos dólares a Plymell, a principios de 1968. La primera edición fue de 5.000 copias, tenía una portada naranja y azul, y el precio era de tan sólo 25 centavos. Dana y yo, Donahue y algunos amigos nuestros vendíamos Zap en la calle y los alrededores de las tiendas

en Haigh Street. Las gentes que chusmeaban por las tiendas hippies veían Zap y decían, ¿un comic?, ¿qué quieres que hagamos con un comic?. Zap no parecía algo proveniente de la contracultura hippie... parecía un comic normal. Pero seguimos insistiendo, y la gente

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La herencia de Crumb pervive con fuerza incluso en los tardíos noventa, siendo el estadounidense Peter Bagge (que coordinó los siete números de Weirdo que no hicieron Robert y Aline) el alumno más aventajado a mi entender. Una comparación de la obra de Crumb con la del talentoso e inconfundible Bagge nos descubre inmediatamente ese mismo humor cáustico en un comic "actual" (Odio es una perfecta muestra de ello),

maneras similares en la forma de contar historias sobre personajes no demasiado convencionales, situaciones estúpidas de la vida cotidiana y reflexiones sobre temas sólo aparentemente absurdos; incluso gráficamente sigue habiendo paralelismos: el estético uso del blanco y negro y la tendencia a la caricaturización grotesca son marcas estilísticas que ambos comparten.