Sacerdocio femenino

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El sacerdocio femenino por el Académíco de Número Emmo. Sr. D. MARCELO GONZÁLEZ MARTIN (*) PRESENTACION y ORIGEN DEL PROBLEMA DEL SACERDOCIO FEMENINO En nuestro tiempo, la mujer ha conseguido un reconocimiento jurídico y un tratamiento social, que la hace superar con creces la situación en que ante- riormente se encontraba, tanto por la valoración social, cuanto por defender sus posibilidades de abrirse paso en la vida, accediendo a las diversas respon- sabilidades y colocaciones diversas en la sociedad. Es una conquista fácilmen- te constatable, que merece toda alabanza y respaldo. Hoy se le ofrece a la mu- jer, con mucha más facilidad que en otras épocas, la posibilidad de tener una vida segura, y un trabajo profesional sin recortes de posibilidades; dispone, por lo general, de libre acceso a los cargos públicos y a la vida política. Todos los indicios ambientales señalan que se ha"superado la pobre estima y el fre- cuente desprestigio, en que durante tiempos se ha encontrado, Juan XXIII destacaba en 1963, como una de las características de nuestro tiempo, «el ingreso de la mujer en la vida social, que es quizá más rápido en la sociedad cristiana; y más lento y progresivo en otros pueblos de diferente tradición y cultura». Las tendencias recientes han puesto de manifiesto los deseos de igualdad sociológica, no discriminada, entre los de uno y otro sexo, pues parece que de- ben gozar de los mismos derechos quienes tienen la misma naturaleza humana. El propio Concilio Vaticano 11 reconoce que «en nuestros días las mujeres toman parte cada vez más activa en toda la vida social; por lo que es suma- (*) Sesión del día 17 de febrero de 1988. 145

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  • El sacerdocio femenino

    por el Acadmco de NmeroEmmo. Sr. D. MARCELO GONZLEZ MARTIN (*)

    PRESENTACION y ORIGEN DEL PROBLEMA DELSACERDOCIO FEMENINO

    En nuestro tiempo, la mujer ha conseguido un reconocimiento jurdico yun tratamiento social, que la hace superar con creces la situacin en que ante-riormente se encontraba, tanto por la valoracin social, cuanto por defendersus posibilidades de abrirse paso en la vida, accediendo a las diversas respon-sabilidades y colocaciones diversas en la sociedad. Es una conquista fcilmen-te constatable, que merece toda alabanza y respaldo. Hoy se le ofrece a la mu-jer, con mucha ms facilidad que en otras pocas, la posibilidad de tener unavida segura, y un trabajo profesional sin recortes de posibilidades; dispone,por lo general, de libre acceso a los cargos pblicos y a la vida poltica. Todoslos indicios ambientales sealan que se ha" superado la pobre estima y el fre-cuente desprestigio, en que durante tiempos se ha encontrado,

    Juan XXIII destacaba en 1963, como una de las caractersticas de nuestrotiempo, el ingreso de la mujer en la vida social, que es quiz ms rpido enla sociedad cristiana; y ms lento y progresivo en otros pueblos de diferentetradicin y cultura.

    Las tendencias recientes han puesto de manifiesto los deseos de igualdadsociolgica, no discriminada, entre los de uno y otro sexo, pues parece que de-ben gozar de los mismos derechos quienes tienen la misma naturaleza humana.

    El propio Concilio Vaticano 11 reconoce que en nuestros das las mujerestoman parte cada vez ms activa en toda la vida social; por lo que es suma-

    (*) Sesin del da 17 de febrero de 1988.

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  • mente importante que aumente tambin la participacin en los distintos cam-pos de apostolado dentro de la Iglesia (Conc. Val. 11, Dto A.A., n." 9). A la luzde este texto, se comprende inmediatamente la necesidad de plantear el inte-rrogante siguiente: Hasta dnde puede llegar esa participacin dentro de lavida apostlica de la Iglesia? Se han publicado estudios, que tratan de ofreceruna respuesta convincente y serena, con seguridad y equilibrio. Entre los quese han pronunciado a favor de una mayor participacin en los diversos aspec-tos apostlicos de la vida de la Iglesia, algunos se muestran partidarios y de-fensores del sacerdocio femenino, basndose en que -aseguran- no existeninguna objecin teolgica fundamental para la admisin de mujeres sacer-dotisas.

    La Constitucin Gaudium et Spes enumera la que se hace por razn desexo como la primera de las formas de discriminacin, que afectan a los dere-chos fundamentales de la persona, y que deben ser superadas y eliminadaspor ser contrarias al plan de Dios (G. S. 29).

    Actualmente hay una indudable sensibilizacin ante los derechos funda-mentales de la persona humana, que se consideran conculcados, y una eviden-te, y a veces clamorosa, defensa de cuanto se califica como derecho funda-mental.

    En el ordenamiento cannico se ha sealado y defendido con insistencia, ycon gran acierto, el principio de igualdad de los fieles y, entre ellos, el princi-pio de igualdad entre varn y mujer. La mayor sensibilidad, que se despiertatambin en el mbito de la sociedad civil, apunta a la eliminacin de diferen-cias aparentemente injustificadas en la normativa eclesial.

    Por otra parte, en algunas confesiones cristianas, como en la Iglesia Epis-copaliana de Amrica, la defensa de esta igualdad de derechos y el reconoci-miento de los mismos ha llevado a la ordenacin sacerdotal de mujeres. En1971 la prensa inform que dos mujeres chinas fueron elegidas para ser lasprimeras sacerdotes de la Iglesia Anglicana de Hong-Kong. La Iglesia Anglica-na de Canad se pronunci en 1975 a favor de la ordenacin de mujeres sa-cerdotes. De una manera lenta, pero constante, se ha ido difundiendo dentrode algunos sectores, principalmente anglicanos, la conviccin de que no hayobjeciones fundamentales, en la lnea de los principios, para la ordenacinsacerdotal de mujeres.

    Esta innovacin, al principio, caus sensacin y dio lugar a muchos co-mentarios e, incluso, discusiones y enfrentamientos. Supona una gran nove-dad, incluso para las comunidades nacidas de la reforma del siglo XVI. Elproblema era menos grave para quienes haban rechazado el sacramento delorden, al separarse de la Iglesia romana. La situacin resulta ms preocupanteen aquellas comunidades que conservan la sucesin apostlica del sacramentodel orden.

    Todo esto ha ido generando un clima de actitud crtica ante la negativa dela Iglesia Catlica a la ordenacin sacerdotal de mujeres, y de expectativa antela posibilidad de un cambio de actitud de la jerarqua 'ante este tema, que enalgunos ambientes es considerado como asunto puramente disciplinar.

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  • ~ partir del Concilio Vaticano 11 se ha insistido en que, pese a que la pro-clamacin de la dignidad de la mujer ha sido obra preferentemente de la Igle-sia, existe una desigualdad de hecho, que responde a una resistencia a que lamujer ocupe plenamente el puesto que en el desarrollo de la Iglesia le corres-ponde.

    Es importante evitar la tentacin de caer en una crtica excesivamente par-cial e indiscriminada, como sucede cuando pretende imponerse la igualdadprocedente del plano natural sobre la diversidad procedente de las funcionesconstitutivas de la propia estructura eclesial. De ah que con facilidad se pro-duce un abuso cuando se defiende o insina que tal igualdad entre varn ymujer queda lesionada por el principio que la Iglesia mantiene de que nica-mente los varones puedan acceder al sacramento del orden, y no las mujeres(vd. en. 1.024).

    De forma general, puede decirse que los partidarios de la ordenacin sacer-dotal de mujeres, o quienes sientan lesionado un derecho fundamental pornegar a las mujeres la posibilidad de ser ordenadas, han acudido ms bien arazones de sociologa, de una aparente tica natural o de sicologa. Interpretanla negativa para la ordenacin sacerdotal de mujeres como si sta supusierauna injusta discriminacin por razn de sexo; y pretenden hacer ver que ac-tualmente, con la promocin y aumento de la cultura femenina, hay mujerescapaces para presidir la asamblea de los fieles y proclamar mejor que muchoshombres la palabra de Dios. En el fondo arrancan de un convencimiento, quepor una parte es ajenoa la verdadera historia y por otra ofensivo para las mu-jeres: que la negativa a que fueran sacerdotes obedeca a su inferioridad cultural ysu menor vala frente al hombre. Discuten y rechazan algunos argumentos, ociertas razones que tradicionalmente se han aducido para probar este modo deactuar de la Iglesia a lo largo de los veinte siglos de su historia.

    Es muy posible que algunos hayan sido rechazados no sin razn.En este problema que nos ocupa. el punto central y la cuestin esencial no

    est en ver si la mujer puede exponer la palabra de Dios -que indudable-mente puede hacerlo con verdadera calidad y acierto en las catequesis, confe-rencias, clases, escritos y en otros medios de trasmisin de la doctrina catli-ca-; o si puede presidir con autoridad y dignidad; sino en ver si ha sido o novoluntad de Cristo que la mujer pueda recibir la consagracin sacerdotal,que la capacite para el ministerio de la eucarista, de la confesin y de los de-ms sacramentos. Al tratar de un sacramento, su validez y sus efectos no sedisciernen por la va de la sociologa ni reflexionando sobre los principios delos llamados derechos fundamentales; sino buscando la voluntad de Cristoque los ha instituido. (Para acertar en el tratamiento de las diversas cuestionesde eclesiologa o de teologa en general no son los saberes humanos, ni la ca-pacidad de las personas, lo que debe decidir; sino que las fuentes adecuadasson los datos de la revelacin, que llega hasta nosotros a travs de la SagradaEscritura y de la viva tradicin de la Iglesia). Lo fundamental no consiste ensaber si al hombre actual le parece bien la ordenacin de mujeres; en conocersi la opinin pblica va a reaccionar positivamente o si, por el contrario, se va

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  • a producir un rechazo popular; sino en conocer con certeza la voluntad deCristo, autor de los sacramentos.

    El planteamiento del problema de la ordenacin sacerdotal de la mujer yla reivindicacin de estos presuntos derechos fundamentales obedecen a unaeclesiologa deformada, porque equipara la Iglesia con las diversas comunida-des humanas, como si la realidad social de stas fuera necesariamente el pa-trn al que se debe ajustar la vida y la organizacin de aqulla. Igualmente sedebe a una reduccin de la antropologa teolgica, por confundir el orden na-tural con el sobrenatural; o por prescindir de la realidad sobrenatural comodato fundamental para estudiar y analizar la riqueza del entramado teolgicode la vida cristiana.

    Evidentemente; la Iglesia no es como las dems sociedades, ni se rige porlos principios que regulan la vida de las instituciones humanas. Sin embargo,frecuentemente esta tentacin ha aflorado cuando se ha pretendido resolverlos problemas eclesiales, comparando a la Iglesia con los estados o sociedadesorganizadas. Cuando se intenta definir la estructura de la Iglesia con catego-ras polticas, se desemboca necesariamente en un callejn sin salida, o en unconcepto de Iglesia, de sacramentos y de realidades sobrenaturales totalmentedesenfocado, desdibujado e impreciso.

    CONCEPTO DE SACERDOCIO: ALGUNAS PRECISIONES

    Para poder dar una respuesta seria y bien fundada, es necesario precisar,aunque sea de una manera muy somera, algunos conceptos bsicos, relaciona-dos con el sacerdocio en la doctrina de la Iglesia. Es elemental, al afrontar lacuestin del sacerdocio de la mujer, tener bien sealadas algunas lneas bsi-cas y orientadoras sobre el sacerdocio en general.

    El sacramento del orden no es una realidad exigida por el hecho de serhombre, como si fuera una necesidad natural. El sacerdocio no proviene in-mediatamente del orden de la creacin, ni le pertenece al hombre en cuantohombre. De ah que no se pueda hablar con precisin del derecho natural alsacerdocio. Bien es verdad que a veces se habla de un sacerdocio, en sentidoamplio, que deriva de la creacin en esa dimensin de necesario culto a Diosen cuanto creador, y del que el hombre, como criatura ms perfecta, es el suje-to natural. En este sentido esta forma de sacerdocio es propia de la criaturahumana, tanto si es varn como mujer. Ambos estn llamados a ser cantoresde la belleza de la creacin, a unir sus voces al mensaje que de ella nos llega.La vocacin del hombre -tanto varn, como mujer- es la de coronar la si-lenciosa obra de la creacin y elevarla hacia su imagen. Sera ste un sacer-docio en sentido amplio, y ciertamente muy impropio.

    Pero no se trata aqu de ese sacerdocio, aunque no resulte inoportuno re-cordar esta originaria vocacin del hombre, que la revelacin no deroga, sinoque profundiza, concreta y eleva.

    El sacerdocio cristiano no brota de la creacin; y tampoco tiene nada que

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  • ver con una especie de sobrenatural igualdad de oportunidades del hombreante su meta ltima y sobrenatural.

    La pretensin de englobar dentro de los derechos humanos este inters porel sacerdocio revela en el fondo una notable superficialidad, al comprendermal lo sobrenatural, lo nuevo, lo indeducible y especfico de la vida cristiana.

    Igualmente sera claramente impreciso adoptar como principio fundamen-tal para la reflexin, la creencia de que el sacerdocio es creacin de la Iglesia,que podra poner condiciones para su concesin a la luz de las necesidadesambientales, las exigencias culturales y las reivindicaciones de los hombres.Aqu anida con preferencia, aunque no se manifieste expresamente, y an sinsaberlo en muchos casos, el intento de reducir el problema de la ordenacinsacerdotal de las mujeres a una cuestin puramente disciplinar, como si todaesta realidad fuera invencin o creacin eclesistica.

    Si el sacerdocio fuera hechura de la Iglesia, ante Ella habra que reivindi-car unos derechos no reconocidos, y eliminar una prohibicin tradicional, lla-mada a desaparecer en estos tiempos de progreso y de reconocimiento de to-dos los derechos humanos. Seguir rechazando a la mujer para el sacerdocio,por razn del sexo, sera una de esas discriminaciones a las que el ConcilioVaticano 11 ha querido oponerse expresamente.

    De ah que no sea intil repetir que el sacerdocio es un sacramento, quepertenece al orden sobrenatural, y que no es una institucin o profesin que laIglesia pueda regular segn ms convenga. Conforme a la fe catlica, el sacer-docio es un sacramento y no simplemente una profesin eclesistica. Es unarealidad que propiamente pertenece al campo de la revelacin, y de la que elderecho se ocupa en cuanto necesita una tutela y un ordenamiento jurdico,necesario para conservar su naturaleza y garantizar su ejercicio eficaz. Por esola Iglesia no tiene poder para alterar o aadir algo a la esencia del sacramen-to. La discusin sobre el problema de una nueva regulacin de las condicionesde acceso al sacramento del orden, aparece aqu como una tensin entre laconcepcin positiva y funcional del derecho, y la concepcin sacramental dela Iglesia. Esta no puede disponer libremente de s misma. Su ser y su obrarestn condicionados a la voluntad fundacional de Jesucristo. El sacerdocio noes una oportunidad, que la Iglesia pueda ofrecer o no. (No debe valorarsecomo si fuera una oportunidad o un derecho; sino que hay que considerarlocomo una vocacin, que nadie puede pretender y exigir en justicia, y que laIglesia no puede marcar o establecer, a pesar de que sin la aceptacin de laIglesia, dicha vocacin no puede ser plena y completa).

    La Iglesia no hace el sacerdocio; sino que lo recibe de 'Cristo, su fundador.Ella regula; pero nicamente sobre lo que previamente se le da, y con unos l-mites concretos.

    Tampoco se puede equiparar el sacerdocio a una profesin, a la que loscandidatos, que renen las condiciones exigidas, pueden acceder. (El sacerdo-cio no es una oportunidad, ni es objeto de ningn derecho. Afirmar otra cosasupondra que subyace la idea de que el sacerdocio es considerado como unaoportunidad profesional, que la Iglesia -Institucin- ofrece a unos, mientras

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  • que a otros les cierra el paso. Si as fuera, la Iglesia tendra que conceder elderecho a ser ordenado, a tenor de la igualdad de oportunidades. Tendra de-recho a recibir el sacerdocio quien lo reclamase, en conformidad con algunasnormas elementales que regularan el ejercicio de este derecho).

    Pero el sacerdocio no es una oportunidad, y nadie tiene derecho a l. Delprincipio bsico de la igualdad de derechos de la persona humana no puedeinferirse la necesidad de admitir a las mujeres al sacerdocio, pues ste, por supropia naturaleza, no puede ser considerado como un derecho; sino como unservicio a Dios y a la Iglesia, y por Ella a cada fiel. (Cfr. AA W, Misin de lamujer en la Iglesia, Madrid, BAC, 1978, pgs. 151 y s/s.).

    Me parece que no es ocioso exponer esta reflexin que viene avalada porla vida misma. Con frecuencia los intentos de reivindicar el sacerdocio feme-nino no nacen en los ambientes de mayor vivencia y fidelidad a las exigenciasde la fe. Por el contrario, estos intentos brotan como materializacin de diver-sas situaciones crticas con las exigencias de la fe, que no tienen en cuenta latotalidad de la doctrina revelada ni el carcter singular de la autoridad delRomano Pontfice y de la Jerarqua. (Con esta observacin se comprende fcil-mente que los intentos y la pretensin del sacerdocio femenino no son el re-sultado positivo de una mayor fidelidad al Evangelio y una mayor compren-sin de la Iglesia; sino ms bien la equiparacin de la vida de la Iglesia con lavida social de cualquier ambiente).

    NO EXISTE EL DERECHO AL SACERDOCIO

    Todo esto ayuda a comprender que el sacerdocio ministerial no puede serreivindicado como un derecho, ni por la mujer; ni por el hombre. (Nadie tienederecho al sacerdocio, y en ningn caso el rechazo supone una estricta injusti-cia). La ordenacin sacerdotal no completa en modo alguno la humanidad denadie. Si hubiera que hablar de la perfecta realizacin humana, se tendra queafirmar que los ms grandes en el reino de los cielos no son los ministros sa-grados, sino los santos.

    Nadie, ni hombre ni mujer, puede reclamar el derecho a ser sacerdote. Nisiquiera en nombre de un ntimo sentimiento, por el que alguien pensar quees llamado, y que no puede alcanzar la plenitud de su condicin cristianasin el sacerdocio. Verdaderamente, el sacerdocio no forma parte de los dere-chos de la persona, sino que es un don y un poder que se confiere a travs dela Iglesia a quienes Ella misma considera idneos, teniendo en cuenta el de-signio de Dios y la institucin de Cristo.

    En el fondo de la pretendida ordenacin sacerdotal de mujeres late un pe-ligro de clericalizacin, como si el desarrollo de la vida cristiana tendiese auna asimilacin de las funciones clericales. Ultimamente, especialmente enpases de Occidente, se ha desarrollado lo que podra calificarse de vuelta alclericalismo. En bastantes ambientes y en la concepcin cristiana de muchos

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  • hay una cierta tendencia a considerar que uno no forma parte de la Iglesia, sino tiene un ttulo formal o un cometido litrgico manifiesto.

    Por eso pretenden la difusin de los llamados ministerios, incluso dondeno son necesarios. Esto es tanto ms significativo, cuanto en esos mismos am-bientes se ve a sacerdotes que desempean cada vez ms trabajos propios delos laicos, como sucede en el terreno de la poltica. En la misma medida enque se clericaliza al laicado se est laicizando a los sacerdotes. La confusinsobre los respectivos papeles de sacerdotes y laicos hace que se resienta el tra-bajo y la misin de la Iglesia. Conviene volver a repetir que el sacerdocio espara los fieles, para su atencin y formacin; y no los fieles para el sacerdocio,como si ste fuera la meta y la coronacin de la vida cristiana que se encuentra entensin y en situacin de desarrollo incompleto mientras no recibe el sacramento delorden.

    Tampoco puede afirmarse que la tendencia y la expectativa de recibir el sa-cerdocio sea una exigencia o un derecho que brota de la recepcin del sacra-mento del bautismo. Verdaderamente el Bautismo concede unas gracias y unosderechos de indudable e importantsimo valor. Concede el sacerdocio comn atodos los bautizados, pero no el sacerdocio ministerial, que difiere del anterioresencialmente y no slo en grado.

    Tanto en la teologa como en la vida cristiana, todo es gracia o don deDios, y cooperacin del hombre. El cristianismo no es slo, ni principalmente,la bsqueda de la divinidad por parte del hombre o de la mujer; sino queDios revela, habla y se da en el Hijo. Ms que en hablar y en hacer, la vida yla espiritualidad cristianas consisten en escuchar y dejar hacer; en recibir sinexigir; en agradecer lo recibido sin reivindicar lo negado. No sintoniza con elautntico mensaje y con la realidad cristiana, quien habla del derecho delhombre o de la mujer al sacerdocio; o de la exigencia moderna de igualdadentre el hombre y la mujer, tambin en lo relacionado con el sacerdocio. Na-die tiene derecho al sacerdocio cristiano, que siempre es una gracia de Dios.No depende de cada hombre o mujer, y ni siquiera de la Iglesia en cuanto es-tructura; sino de Dios o de la Iglesia en cuanto misterio.

    EN LA IGLESIA NUNCA HUBO MUJERES-SACERDOTES

    La historia de la Iglesia aporta datos de indudable valor para esclarecer elinterrogante abierto sobre la posibilidad del sacerdocio femenino. Est sufi-cientemente demostrado que en la Iglesia jams hubo sacerdotisas, entendien-do ese trmino como mujeres que hubieran recibido el sacramento del orden.En ninguna localidad o comunidad cristiana se ha registrado un solo caso, nisiquiera en aquellas situaciones ms extraviadas o comunidades ms alejadasde una sede episcopal, o desatendidas por la carencia de sacerdotes. No es po-sible aducir testimonio alguno en contra de esta afirmacin. Y as ha sucedidoininterrumpidamente y permanentemente hasta nuestros das.

    Pocas veces en la evolucin histrica de la exposicin doctrinal y en la

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  • vida de la Iglesia aparece de forma tan clara la invariabilidad externa e inter-na de un principio. Es fcil que algunos de los argumentos esgrimidos puedanparecer ridculos, poco convincentes a veces, o alejados del pensamiento ac-tual. Pero se mantiene invariable y constante la afirmacin tradicional: nuncala mujer recibi el carcter sacerdotal.

    Las excepciones espordicas e incluso sumamente raras brotan fuera de laIglesia o en sectores cristianos heterodoxos, y como evidente sntoma de diso-nancia y separacin con el comn sentir y con la tradicin de la Iglesia.

    En los primeros siglos ni se plante el problema. No existe un libro o untratado, ni siquiera un captulo, dedicado a dilucidar la posibilidad de su exis-tencia, ni las razones de su viabilidad. Se da por supuesto que debe ser as, dela misma manera que se dan por supuesto otras afirmaciones de la doctrinacatlica. En el cristianismo ortodoxo no se da una excepcin como un hechoaislado, ni es conocida la existencia de ninguna sacerdotisa en ninguna de lasiglesias o comunidades cristianas, tanto orientales como occidentales. Las ex-cepciones surgen de forma espordica en la heterodoxia. En tres herejas se re-gistran algunos casos: en la montanista (siglo 11), en la marcosiana (siglo 11) yen la colrica (siglo IV), as como otros dos aislados: la sacerdotisa de la quehabla Firmiliano a S. Cipriano (s. 111) y el autor que llama sacerdotisa a laVirgen Mara (s. VII), si bien no le atribuye propiamente el sacerdocio minis-terial. De estos casos hablan los escritores antiguos, cuando tratan sobre ocontra las herejas; no cuando narran el desarrollo armnico de la doctrina yde la vida de la Iglesia. Incluso los casos aislados registrados tuvieron un in-flujo sumamente restringido en un ambiente muy localizado y siempre con de-talles en abierta discrepancia con el sentir universal de la Iglesia.

    En esos primeros siglos a las mujeres no se les reconoce que ejerzan fun-cin sacerdotal alguna y magisterial, en cuanto sacerdotisas diferenciadas delos simples bautizados.

    Los escritores cristianos, y la misma prctica eclesistica, cuando rechazanel sacerdocio femenino, no lo hacen con razonamientos derivados de las exi-gencias o condicionamientos socio-religiosos; sino como telogos, como mues-tra de fidelidad a las Sagradas Escrituras y como exigencia del mismo sensusfidei. No actan movidos por el dato sociolgico, antropolgico; sino comofruto de la reflexin, a la luz de la revelacin divina y desde la fe, aceptada yvivida en el seno de la Iglesia.

    El rechazo de la mujer-sacerdote no es producto de una trasnochada miso-ginia. La mujer debe el reconocimiento y su influidad al cristianismo. No sepuede olvidar la defensa y el valor que ella ha recibido siempre, como exigen-cia de la revelacin y de la fe. Nos olvidamos con frecuencia y con demasiadafacilidad de las mujeres anteriores a la cultura cristiana. Ignoramos lo que elsentido comn nos tendra que hacer ver: que el cristianismo con su nfasis enMara, Virgen y Madre, realiz algo que nadie haba hecho antes, como es laproclamacin de la belleza de lo vulnerable cuando exalt la bajeza. Elmundo pagano debi asombrarse -e incluso molestarse- por la condicinque el cristianismo atribuy a la mujer. A ningn lector serio del Nuevo Testa-

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  • mento se le ocurrir poner en duda que Cristo ama igualmente a los hombresya las mujeres. Cristo exalta la figura de una mujer: Mara; y a pesar de todala riqueza divina, Dios no quiso contar con Ella para el bautismo y la predi-cacin. Jesucristo vincul la legtima jerarqua y el sacerdocio de la Iglesiaprecisamente a la cadena sucesoria de sus ministros sagrados: los obispos ylos sacerdotes. Algunas mujeres eran diaconisas o sacerdotisas, con un sentidoy una naturaleza no sacerdotal, propia del sacramento del orden, sino con unadedicacin y un servicio a la comunidad, para desempear obras de caridad yno el ejercicio ministerial del sacerdocio. Cristo no quiso que fueran sacerdoti-sas ni las hermanas de Lzaro, Marta y Mara, ni ninguna de las santas muje-res, que se preocuparon de su salud y le atendieron con sus bienes; ni la cana-nea, o la hemorroisa; ni Salom, ni ninguna de las mujeres sobre la tierra; nila misma Virgen Mara. Esta razn -la voluntad de Jesucristo- es la aducidatambin por la comunidad apostlica, para justificar que no se permita a lasmujeres ensear en la Iglesia. Se las deneg el ministerio sacerdotal, oficial ypblico de la evangelizacin, por ser sa la voluntad y la decisin del Maestro.(Cfr. M. Guerra, El sacerdocio femenino, Toledo, 1987, pgs. 443-502).

    LA PROHIBICION DEL SACERDOCIO FEMENINO NO ESUNA OFENSA PARA LA MUJER

    Esta decisin de Jesucristo, y este modo de proceder en la Iglesia, no supo-ne una ofensa o una discriminacin lesiva para la dignidad de la mujer.

    Como en todos los planos, tambin en el sobrenatural, puede y debe distin-guirse como dos niveles: el de ser cristiano o la radicalidad de 10 esencial delser cristiano, y el del obrar, o la funcionalidad de cada individuo, sector o es-tamento cristiano dentro del organismo vivo de la Iglesia.

    En una primera aproximacin, con el texto bblico, ya no existe judo nigriego, no existe esclavo o libre, no existe varn o mujer, pues todos vosotrossois uno en Cristo Jess, da la impresin de que San Pablo hace desaparecerlas grandes barreras, que dividan a la poblacin del mundo helnico; a saber:la tnico-poltica, y en fin, la sexual. De esa forma reafirma la nivelacin detodos los cristianos. Pero es preciso aclarar que el Apstol en este texto hablade la igualdad de los hijos de Dios; no habla de la igualdad antropolgica, locual es evidente; o filosfica, sino de la teolgica, soteriolgica, bautismal, cris-tiana, en cuanto que todos los cristianos bautizados participan de la misma fe,del mismo sacerdocio comn, del mismo Espritu, de la misma gracia o vidasobrenatural, del mismo destino escatolgico. Todos los bautizados son igual-mente hijos de Dios. Todos tienen la misma vocacin o el mismo derecho y lamisma obligacin a la santidad, a la santificacin personal y a la consagra-cin del mundo mediante un apostolado personal con una riqueza y unas re-percusiones que superan todos los intentos de comprobacin y control hu-manos.

    Esta igualdad ntica, o de los cristianos en cuanto cristianos, se compagina,

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  • ms an se estructura necesariamente, en y gracias a su desigualdad funcionalo ministerial, en el sentido ms amplio de este trmino.

    No todos los cristianos tienen la misma misin en la Iglesia, pues hay unadiferenciacin funcional. Esta unidad radical por ser cristianos no es unaigualdad monoltica, ni amorfa, sino orgnica. Todos los bautizados participande la misma vida, y sin embargo un organismo no alcanza su plenitud, si cadamiembro no desempea con perfeccin su misin especfica, convergente albien comn, a la salud de todos. Sera un caos y un desorden que, por ejem-plo, en el cuerpo humano cada miembro quisiera aspirar a ser cabeza.

    Ciertamente, el sacerdocio ministerial seala y produce una divisin entrelos bautizados y distingue esencialmente a los sacerdotes del resto del pueblode Dios. Entre estos fieles se hallan las mujeres y tambin los hombres que nohan recibido el sacerdocio ministerial.

    Lo realmente trascendental y urgente no es una determinada insercin enlas estructuras de la Iglesia, con la pertenencia a un orden o estamento ecle-sistico; sino la pertenencia a la Iglesia como misterio, como Cuerpo de Cristoo Pueblo de Dios. A esta realidad profunda de la Iglesia se llega por medio deesta visin de fe, mist rica, de la Iglesia; no desde las interpretaciones sociol-gicas o polticas sobre la naturaleza de la Iglesia y de su sacerdocio. La dife-rencia de funciones genera una manera distinta de servir a la Iglesia, misterioy sacramento de Cristo en el mundo; supone no necesariamente mayor perfec-cin humana ni cristiana; menos an respaldo de la superioridad de unos so-bre otros; ni pie o pretexto para apetencias, rivalidades y envidia.

    El carisma que verdaderamente debe ser apetecido por todos es el de la ca-ridad, o sea: la santidad. Los ms grandes, eficaces, influyentes e importantesen la Iglesia son los santos, sean sacerdotes ministeriales o no. Y ciertamenteal margen de su reconocimiento pblico, as como de su condicin masculinao femenina.

    Esto no significa que se reste importancia al valor del sacerdocio en laIglesia. En este momento baste subrayar como afirmacin especialmente til ynecesaria para esclarecer el tema presente, que todos los bautizados necesitanel sacerdocio en cuanto que es imprescindible beneficiarse de los efectos so-brenaturales del ejercicio del mismo; pero no en cuanto llamados a recibir elmismo sacerdocio.

    Como punto de referencia puede ayudar a entender esta unidad radicalcon la diferencia funcional una llamada a la contemplacin trinitaria: slo laspersonas de la Santsima Trinidad colocan los papeles de la autoridad y de laobediencia en un contexto de completa y pura igualdad de dignidad. El Padrey el Hijo son iguales: poseen los mismos atributos. Sin embargo, el Padre y elHijo no intercambian sus posiciones dentro de la Trinidad. Cada persona ocu-pa un lugar propio. Esto contradice la extendida opinin que ve en el igualita-rismo la esencia de la comunidad cristiana. El criterio de igualdad real de tra-tamientos del hombre y de la mujer no consiste en dar a cada uno lo mismo,sino a cada uno lo suyo.

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  • ARGUMENTOS PARA LA PROHIBICION DEL SACERDOCIO FEMENINO

    Si fuera preciso aducir razones o argumentos en los que la Iglesia se apoyapara mantener viva y permanente esta conducta y la exclusiva de eleccin dehombres para el sacerdocio ministerial, es obligada la referencia a la Decla-racin sobre la cuestin de la admisin de las mujeres al sacerdocio ministe-rial, de la Sagrada Congregacin para la doctrina de la fe, del 15 de octubrede 1976. Este documento es el texto en que de una manera clara, ordenada ycompleta se recoge el pensamiento teolgico y la prctica de la Iglesia duranteestos veinte siglos. Este documento magisterial ofrece la razn fundamental: laIglesia al llamar nicamente a los hombres para la ordenacin y para el mi-nisterio propiamente sacerdotal, quiere permanecer fiel al tipo de ministeriosacerdotal deseado por el Seor Jesucristo y mantenido cuidadosamente porlos Apstoles. La Iglesia ha obrado as por fidelidad al ejemplo de su Seor, yno se considera autorizada a admitir a las mujeres al sacerdocio. Difcilmentese puede expresar con ms precisin y brevedad la razn fundamental de unadoctrina y una praxis secular de la Iglesia.

    Bien es verdad que no hay una declaracin explcita de Cristo para excluira las mujeres del sacerdocio. Pero los indicios del Nuevo Testamento tampocoautorizan para suponer una voluntad implcita de Cristo para incluirlas, mien-tras que en la prctica tanto Cristo, como los Apstoles y la Iglesia posterior-mente, siempre las han excluido. Cristo ha manifestado de modo inequvocoen su trato con las mujeres la equivalencia del hombre y la mujer, en abiertaoposicin a las costrumbres de la poca. Pero no las llam al sacerdocio. LaIglesia ha seguido su ejemplo hasta el da de hoy.

    Por otra parte, los textos bblicos no siempre y en todas las cuestiones teo-lgicas ofrecen toda la argumentacin necesaria para esclarecer cualquier inte-rrogante teolgico. De este cometido -esclarecer las cuestiones que se plan-teen posteriormente- se encarga luego la vida y el Magisterio de la Iglesia,iluminada por' el Espritu Santo. La tradicin ha propuesto como expresin dela voluntad de Cristo el hecho de que no haya escogido ms que a los hom-bres para constituir el grupo de los doce. No prescindi por prejuicios de lapoca, pues ya rompi con una costumbre del momento, al dar la importanciaque concedi a las mujeres rompiendo con muchos prejuicios sociales. Tampo-co eligi slo a hombres, y de stos a doce, como representantes de las docetribus de Israel, ya que su misin no es una simple continuacin de la de las12 tribus de Isarael, como si en este gesto se encerrase una intencin simbli-ca, ya que su misin no es una simple continuacin de la de las 12 tribus deIsrael. Ms an, por la ley del influjo socioreligioso de otras religiones, Cristoen su momento, y la Iglesia posteriormente, deberan haber admitido el sacer-docio femenino; y sin embargo, no lo admitieron. La nica razn que explicasuficientemente esta forma de comportamiento es la referencia a la voluntadde Cristo.

    Todo depende de la voluntad de Dios, y si sta ha sido manifestada unavez por medio de sus palabras o de sus hechos, su vigencia es eterna, como

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  • eterno es El. Para saber si ha habido, o va a haber sacerdotisas en la Iglesia,es preciso acudir a las fuentes de la revelacin: la Sagrada Escritura y la Tra-dicin. Todos aceptan el sacerdocio ministerial como sacramento instituidopor Jesucristo. Nadie lo presenta como una estructura nueva, surgida con eltiempo en la Iglesia. Jesucristo instituy el ministerio sacerdotal de los Apsto-les y de sus sucesores. Lo instituy as porque quiso. Unicamente a los hom-bres les confiri el ministerio cltico; y de stos a quienes Ella juzga que tie-nen vocacin autntica, ya que no basta la simple inclinacin o el deseo. quepueden sentir o tener algunos; ni sus cualidades naturales, aunque sean ex-traordinarias o, incluso, sobrenaturales; ni el clamor popular o las exigenciassociolgicas. Son cosas y planos distintos, en y a travs de los cuales tambinhabla o puede hablar Dios.

    Al hacer examen de los argumentos habitualmente aducidos para razonarla prohibicin del sacerdocio femenino, la principal y ms profunda razn secentra en la persuasin de la Iglesia a travs de los siglos, sin interrupcin, deque la actitud de Cristo y la prctica de los Apstoles, al no admitir mujeres alsacerdocio la fuerzan a ella a ser fiel a la norma dada por su Fundador. Es, endefinitiva, la tradicin de la Iglesia, constante e ininterrumpida, que siempreha protestado de la prctica contraria, atribuyndola a engaos y a influenciasambientales no catlicas de los primeros siglos de la Iglesia.

    La unanimidad de la tradicin en este punto es tanto ms de resaltar,cuanto que en otras muchas cuestiones su disciplina admite una gran diversi-dad. Por esta razn excluye el carcter meramente disciplinar de este tema.Ningn telogo o canonista hasta los ltimos decenios ha creido que se tratasede una simple ley de la Iglesia, cualquiera que sean los argumentos emplea-dos; o de una cuestin meramente disciplinar. o sociolgica.

    No parece serio emplear como argumento en contra de esta disposicin yprctica secular el hipottico prejuicio de la Iglesia contra la dignidad de lamujer, como si un desprecio ms o menos encubierto fuera la causa de este re-chazo para el sacerdocio. Esto no pasa de ser una vulgar demagogia.

    Por otra parte los mismos que hoy admiten a la mujer al sacerdocio paraque no est en inferioridad de condicin con respecto al hombre, son los quedecan en tiempos anteriores que el ordenado no estaba en situacin de supe-rioridad, y que el pastor es un bautizado como los dems, aunque su encargosea objeto de una consagracin. Entonces pretendan que todos poseyeran sloel sacerdocio comn. Los mismos hoy pretenden que cualquiera -hombre omujer- pueda recibir el sacerdocio ministerial.

    En el fondo late una concepcin de Iglesia, de sacramentos y de sacerdociodistinta de los contenidos de la teologa catlica.

    LA VERDADERA PROMOCION DE LA MUJER ENLA IGLESIA Y EN EL MUNDO

    Esta exposicin no puede dar la impresin de que es preciso rechazar a la

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  • mujer para el sacerdocio. Hoy urge profundizar en el papel que le correspondepara ejercer el sacerdocio comn en la Iglesia y en el mundo. Y esto no comouna consolacin o una concesin; sino como la tarea propia y fundamental detodos los cristianos en la sociedad eclesistica y civil.

    Lo ms urgente en nuestro tiempo es el inmenso trabajo de despertar ypromover a la mujer desde la base, tanto en la sociedad civil como en la Igle-sia, les deca el Papa Pablo VI a los miembros de la Comisin de Estado so-bre la funcin de la mujer en a Sociedad y en la Iglesia. (L'Osservatore Roma-no 11. V. 1975, pg. 9). Esta promocin de la mujer no depende de los honoresy los cargos, que se le concedan en los diversos ambientes eclesisticos. Lo ques importa es efectuar una apremiante llamada a la mujer para que aporte va-lores cristianos a toda clase de servicios en favor de la humanidad. La autnticapromocin cristiana de la mujer no se limita a reivindicar algunos derechosque piensa le corresponden. Sera mucho ms eficaz recordar y urgir los debe-res y responsabilidades que corresponden a cada cristiano. Hoy se trata deuna colaboracin mayor, ms estrecha entre todos, en bien de la sociedad y dela Iglesia, para que todos y todas aporten sus riquezas y su dinamismo espec-fico a la construccin de un mundo no nivelado y uniforme, sino armnico yunificado. La mujer es imprescindible, como imprescindible es la aportacindel hombre, en la tarea urgente de recristianizar la sociedad marcando y dandosentido cristiano a todas las realidades humanas, en las que se ocupa. Su pa-pel es capital hoy, como lo ha sido siempre, para la renovacin y humaniza-cin de nuestra sociedad, como para descubrir de nuevo, por parte de los cre-yentes, el verdadero rostro de la Iglesia. Es de un valor inapreciable ayudar arestablecer en cada hombre y en cada mujer la armona primera de la natura-leza elevada, intacta y lozana como era recin salida de las manos de Dios.

    En la Iglesia hay grandezas de jerarqua y grandezas de caridad. No secontraponen; pero no es imprescindible la grandeza jerrquica para adquirirla grandeza de la caridad. La Virgen fue colocada en la cumbre de estas lti-mas grandezas, y a stas son llamados todas las mujeres y todos los hombres,sean stos sacerdotes o no.

    La verdadera promocin de la mujer es la santidad, y para lograrla no esnecesario recibir la ordenacin sacerdotal, aunque s sea imprescindible reci-bir la ayuda que viene de Dios a travs de los sacerdotes. El sacerdocio es ne-cesario para que los fieles reciban los medios para llegar a la santidad. Quaportacin ms rica ofrecera a la Iglesia y al mundo, y qu ayuda ms subli-me prestaran a las mujeres quienes se afanan por mentalizar a la mujer rei-vindicando para ella el sacramento del orden, si emplearan todos esos esfuer-zos para conseguir un mayor nivel de santidad y de calidad moral en las mis-mas mujeres que pretenden presentar como candidatos al sacerdocio! La pro-mocin autntica de la mujer exige que se reconozca explcitamente el valorde su actividad materna, familiar y profesional, cualquiera que sea su tarea ysu quehacer. No se hara ningn favor a la mujer si sta llegase a creer que elideal del cristianismo es el acceso al sacerdocio, y que la verdadera promocinde la mujer depende de su participacin en el sacramento del orden, en su in-

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  • corporacin a las tareas litrgicas o en, los encargos que pueda recibir dentrode la organizacin eclesistica de una comunidad. Lo ptimo del fiel no orde-nado, y por lo tanto de la mujer, no se identifica con la posibilidad de realizarcada vez ms funciones culturales de las que realizan los ministros sagrados.Desde esta ptica los cristianos realmente ms comprometidos seran aquellosque participan, a modo de excepcin o de forma habitual, de los ministerioslaicales, o de otras misiones especiales dentro de la vida litrgica de la Iglesia.Esa aparente ampliacin del horizonte del laico en la pastoral puede llevar auna desviacin de lo propio y especfico del fiel cristiano corriente, que daralugar a un nuevo esquema de laico clericalizado.

    La mujer debe actuar en la Iglesia como cualquier fiel laico. La Iglesia lerecuerda que le compete realizar su papel propio en el mbito de la sociedadcivil. Sea cual sea su colaboracin en lo eclesistico, sabe que su carcter lai-cal es la primera contribucin que le pedir la Iglesia, y que el descuido desus deberes profesionales, familiares, sociales, apostlicos, etc., constituira undao cierto a lo ms propio de su llamada como miembro de la Iglesia en elmundo. La tarea de la mujer en el mundo constituye a la vez uno de sus prin-cipales quehaceres eclesiales como fiel. Su aportacin al mundo de la familia,de la cultura, de la sociedad es construccin de la Iglesia.

    Por todo esto se puede concluir que la exclusin de la mujer del sacerdociono es algo negativo; sino la garanta de su derecho a ser ella misma. El sacer-docio para la mujer no ha de concebirse como una carrera o una meta a laque tiene que llegar para poder lograr su promocin cristiana en nuestro mun-do. Las tareas propias de la mujer deben encontrar en la Iglesia un mbitopropio, con adecuada grandeza y dignidad.

    Lo verdaderamente positivo de la mujer es la consecucin de su santidad, yno la conquista de ministerios y cargos que, por voluntad de Jesucristo, no sonla meta de sus aspiraciones.

    De las muchas publicaciones que sobre este tema han aparecido en los l-timos afias, selecciono las siguientes:

    1. Sagrada Congregacin para la Doctrina de la Fe, Declaracin sobre lacuestin de la admisin de las mujeres al sacerdocio ministerial. 15 de octubre de1976.

    2. AA VV., Teologa del sacerdocio: El sacerdocio en el posconcilio. Burgos, Al-decoa. 1980.

    3. AA VV., Teologa del sacerdocio: El ministerio en los primeros siglos. Burgos.Aldecoa. 1979.

    4. AA VV., Misin de la mujer en la Iglesia. Madrid. BAe. 78.5. M. Guerra Gmez, El sacerdocio femenino: (en las religiones grecoromanas

    yen el cristianismo de los primeros siglos). Toledo. 1987.

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