San Juan María Vianey

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San Juan María Vianey. Día 4 de Agosto. El Papa Benedicto XVI proclamó a San Juan María Vianney "Patrono de todos los sacerdotes del mundo" el 19 de junio de 2009. - PowerPoint PPT Presentation

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El Papa Benedicto XVI proclamó a San Juan María Vianney "Patrono de todos los sacerdotes del mundo" el 19 de junio de 2009.

Ya antes, el 31 de mayo de 1928, tres días después de la canoniza-ción, el papa Pio XI lo había nombrado Patrono de los párrocos.

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Y antes, san Pío X, al beatificarle en 1905, se consideraba feliz en proponer al entonces beato Juan Mª Vianney como modelo para todos los pastores de almas.

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Un buen pastor, un pastor según el corazón de Dios, es el más grande tesoro que el buen Dios pueda

conceder a una parroquia y uno de los dones más

preciosos de la misericordia divina.

El Sacerdocio es el amor del corazón de Jesús.

Dejáis una parroquia por veinte años sin sacerdote:

se adorarán las bestias.

Estas son algunas frases del Cura de Ars sobre el sacerdocio:

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La vida de San Juan María Vianney se caracterizó por una entrega constante de amor, sacrificio, penitencia y oración; centrada totalmente en la Eucaristía y en el servicio dedicado a los fieles en el sacramento de la Reconciliación.

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Juan María Vianney nació el 8 de Mayo de 1786 en Dardilly, aldea cercana a Lyon (Francia).

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Le pusieron Juan María, pues hacía poco se había muerto una hermanita de nombre Juana María.

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De padres muy cristianos, era el cuarto de ocho hermanos.

Decía el santo sobre su madre: "Me decía con frecuencia mi buena madre: Mira, pequeño Juan, si te viera ofender al buen Dios, me harías tú más daño que cualquiera de mis hijos".

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Un día su madre le regaló una pequeña imagen de la Virgen y siempre la llevaba consigo.

Ya desde pequeño manifestaba una devoción muy grande por la Virgen María.

Y en el campo era como un estímulo para trabajar mejor.

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La amabilidad hacia los pobres y necesitados era una virtud familiar; ningún mendigo fue nunca arrojado de sus puertas. Un día dieron hospitalidad a San Benito Labre, que era mendigo y es el patrono de los mendigos.

Dicen que este mendigo santo predijo que un día un hijo de esta familia haría célebre esta morada.

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La familia Vianney vivía del trabajo en el campo y del cuidado del rebaño. Juan María participó con sus padres y hermanos en estas arduas tareas.

El contacto con la naturaleza y con la gente humilde le fue despertando su vocación al ministerio sacerdotal.

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Con frecuencia reunía a sus compa-ñeros pastores para compartir con ellos todo aquello que su madre le iba enseñando acerca de la fe cristiana.

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En 1793 reina el terror, estalla la revolución francesa.

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Juan María tiene siete años.La Iglesia de Dardilly está cerrada. Muchas veces su madre lo lleva a misa que un sacerdote celebra

a escondidas en un granero.

Juan María no pierde ni una palabra de lo que dice el sacerdote.

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en una celebración nocturna, a escondidas, en un pajar, a donde los campesinos llegaban con bultos de pasto, simulando que iban a alimentar sus ganados.

La primera comunión la hizo Juan María a los 13 años,

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Con la subida al poder de Napoleón Bonaparte, la situación religiosa cambió levemente y la Iglesia gozó de algo más de libertad.

El anciano párroco volvió en plan de triunfo y volvieron a sonar las campanas.

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Tras años de persecución, el deber ahora de los obispos era buscar candidatos al sacerdocio y con motivo de ello las parroquias comenzaron a promover las vocaciones sacerdotales. El Padre Balley, párroco de Ecculy, abrió en su parroquia una pequeña escuela para formar a aquellos jóvenes que sintiesen la vocación.

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Sin embargo, como él mismo reconocía, “no podía guardar nada en su mala cabeza” y esta dificultad para memorizar textos, contenidos, etc., unida a sus dificultades con la gramática latina casi le hicieron volver a casa, de no ser porque el Padre Balley lo retuvo y convenció para que prosiguiera sus estudios.

Entre ellos se encontraba Juan María que, a los 20 años de edad, consiguió ser admitido.

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Entre tanto, el insaciable afán conquistador de Napoleón, provocó en Francia nuevos reclutamientos que obligaron a Juan María a alistarse en el ejército para luchar en la Guerra de la Independencia de España.

Ni siquiera su condición de seminarista, ni los esfuerzos de sus padres por buscarle un sustituto al precio de 3.000 francos, que a última hora falló, le salvaron del alistamiento.

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Juan María se fue para el cuartel, pero por el camino, por entrar a una iglesia a rezar, se perdió del grupo. Volvió a presentarse, pero en el viaje se enfermó y lo llevaron una noche al hospital y, cuando al día siguiente se repuso, ya los demás se habían ido.

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Al fin en 1810, cuando Juan María llevaba 14 meses de desertor, el emperador Napoleón dio un decreto perdonando la culpa a todos los que se habían fugado del ejército, y alegre pudo volver otra vez a su hogar.

Al llegar a un pueblo, Juan María se fue a donde el alcalde a contarle su caso. La ley ordenaba pena de muerte a quien desertara del ejército. Pero el alcalde que era muy bondadoso escondió al joven en su casa.

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De nuevo en libertad, en Octubre de 1813, ingresó en el Seminario Mayor de Lyon. Sus dificultades

con el latín aumentaban y los profesores estimaron conveniente que se marchara a su

casa.

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Al ver Juan María que le era tan difícil retener especialmente la gramática del Latín, en un momento de desesperación casi se regresa a su casa, pero felizmente el Padre Balley captó el peligro en el que se hallaba su estudiante, y le pidió hiciese un peregrinaje al Santuario de San Francisco Regis, en Louvesc.

El peregrinaje logró un cambio en él, no tanto de inteligencia cuando de paz en el espíritu. Fue lo suficiente para salvarlo del sentimiento de desaliento que casi logra apartarlo de sus estudios. Y se dedicó más a los estudios.

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No pasó el examen previo a la ordenación, pero fue tomado como suficiente un examen privado en la casa parroquial del Padre Balley, donde fueron juzgadas más sus cualidades morales que sus méritos académicos.

Pensó en irse a una de tantas congregaciones de hermanos religiosos; pero una vez más el Padre Balley vino en su rescate y se ocupó en privado de su formación sacerdotal.

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A su primera misa, en la capilla del Seminario de Grenoble, no le acompañó apenas nadie. Sin embargo, al fin, su dicha estaba colmada.

El 13 de Agosto de 1815 Juan María Vianney fue ordenado sacerdote a los 29 años de edad.

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Fue enviado a Ecculy como ayudante de su gran amigo y

protector, el Padre Balley.

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Al principio de su ministerio sacerdotal a Juan María se le negaron las licencias para poder confesar, y sólo después de la insistencia del Padre Balley a la autoridad eclesiástica, se las concedieron.

Poco después ya tenía colas de penitentes en el confesonario.

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Al poco de la muerte del Padre Balley fue destinado al pequeño y aislado pueblo de Ars, que contaba apenas con 40 casas.

Para poder llegar, como había mucha niebla, se perdió y tuvo que preguntar a un campesino por el camino.

Cuentan que el santo le dijo: “Un día te enseñaré el camino para ir al cielo”.

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Ars tenía fama en círculos eclesiásticos de ser una Siberia por su frío ambiente espiritual y su desolación material. En Ars vivió desde 1818 hasta 1859, año de su muerte. Lo que allí encontró fue desolador: Casi nadie

cumplía con el precepto dominical. La blasfemia abundaba. Los odios y enconos

estaban a la orden del día.

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Y se dedicó intensamente a la oración y a las más austeras penitencias. Regaló su cama y adoptó el suelo como lugar de reposo.

Pasaba sin comer varios días y su plato principal eran patatas hervidas y un huevo de vez en cuando.

Sus primeros pasos en Ars fueron visitar a las familias una por una. Acudía al campo para contactar con los hombres y mujeres del pueblo.

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Ante el estado lamentable de la iglesia invirtió sus ahorros en comprar un altar y con su propio trabajo fue restaurando paredes, muebles y ornamentos.

Y comenzó a administrar los primeros sacramentos.

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Su falta de memoria para los sermones la trataba de compensar con noches enteras de preparación y memorización de los mismos.

Sin embargo, lo que más preocupaba a Juan María era la ignorancia religiosa de

su pueblo.

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Enseñaba el catecismo a los niños en la casa rectoral antes de que se marcharan a

trabajar temprano al campo.

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Y se propuso acabar con la profanación del Domingo, ya que los hombres durante el día iban a trabajar al campo y por la tarde y noche acudían a los bailes y tabernas.

Tan grande fue su influencia que llegó una época donde todas las tabernas de Ars tuvieron que cerrar sus puertas por la falta de clientes.

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Cinco años después, Ars tenía otra fisonomía: el trabajo de los domingos fue totalmente abolido. La blasfemia, que andaba loca por el lugar, desapareció. El vicio de la embriaguez, en el que la mayoría de los hombres había caído, se había retirado. Y los bailes inconvenientes y desenfrenados, paulatinamente fueron siendo eliminados de la feligresía.

Para ganar tal batalla, cuántos trabajos, cuántos ayunos, cuántas suplicas, ¡cuánta oración!

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A los dos años de su estancia en Ars quisieron trasladarlo, pero el pueblo entero se opuso y para asegurar su futuro, el pueblo pidió que su villa fuese erigida en parroquia regular y que su párroco fuese el Cura de Ars.

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Algunos años después de llegar a Ars, fundó una especie de orfanato para jóvenes desamparadas. Se le llamó "La Providencia" y fue el modelo de instituciones similares establecidas más tarde por toda Francia. El propio santo instruía a las niñas de "La Providencia" en el catecismo.

Estas enseñanzas catequéticas llegaron a ser tan populares que al final se daban todos los días en la iglesia a grandes multitudes.

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Sus instrucciones se daban en lenguaje sencillo, lleno de imágenes sacadas de la vida diaria y de escenas campestres, pero que respiraban fe y ese amor de Dios que era su principio vital y que infundía en su audiencia tanto por su modo de comportarse y apariencia como por sus palabras, pues al final, su voz era casi inaudible.

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Su fiesta favorita era el Corpus Christi, donde todo el pueblo participaba con gran devoción.

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Sobre la entrada de la pequeña iglesia puso una

estatua de la Virgen que aún se encuentra en el mismo

lugar.

Su amor a la Virgen María le movió a consagrar su Parroquia a la Reina del Cielo.

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Era de esperarse que un triunfo tan grande de la religión así como la santidad del instrumento que Dios usó con este fin, trajese la furia del infierno. Por un periodo de 35 años el santo Cura de Ars fue asaltado y molestado, de una manera física y tangible, por el demonio. Solían ser horribles ruidos y gritos estentóreos que parecían provenir del exterior de la casa parroquial.

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Una mañana en la que se disponía a celebrar la misa el demonio incendió su cama y el cuarto parecía arder, sin inmutarse les dio las llaves a algunos hombres para que apagaran el fuego mientras él celebraba la misa. Sabía que el demonio quería impedir la misa y no pensaba permitírselo.

Hoy en día puede observarse en Ars, sobre el cabecero de la cama, un cuadro con su cristal con las marcas de las llamas de fuego.

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El santo Cura llegó a entender que cuando más molestaba el demonio era porque iba a haber un gran penitente. Parece que en 1845 cesaron las instigaciones del demonio, y el Cura de Ars fue agraciado con un poder extraordinario para expulsar demonios de las personas poseídas.

En otras ocasiones el demonio por espacio de horas lo martirizaba con ruidos, silbidos, relinchos, y hasta le gritaba: “Vianney, Vianney, come papas”. Con todo ello pretendía no dejarle descansar por las noches y que no pudiera estar durante horas en el confesionario.

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Las peregrinaciones a Ars fueron constantes desde 1827, alcanzó su culmen en 1845, donde llegaban a diario al pueblo entre 300-400 personas. El último año de la vida del Santo Cura el número de peregrinos alcanzó el asombroso número de unas 120.000 personas.

La principal labor del Cura de Ars fue la dirección de almas.

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Sólo Dios sabe los milagros de gracia ocurridos en ese confesionario, que hasta hoy se mantiene en pie, en el mismo lugar donde lo puso, en la capilla de Santa Catalina, o en la sacristía donde usualmente escuchaba las confesiones.

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Su estilo era sumamente amable y comprensivo con los pecadores, a la vez que decía la verdad que cada cual necesitaba escuchar para su bien. En sus exhortaciones era breve pero siempre tocaba el punto crucial que la persona necesitaba resolver.

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En el confesionario sufría mareos y a ratos le parecía que se iba a congelar de frío en el invierno y en verano sudaba copiosamente. Pero seguía confesando como si nada estuviera sufriendo. Decía: “El confesionario es el ataúd donde me han sepultado estando todavía vivo”. Pero ahí era donde conseguía sus grandes triunfos en favor de las almas.

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Podemos decir que su gran tentación era el deseo de soledad, junto con su sentida incapacidad para ejercer como pastor de almas. En 1851 le rogó a su obispo que lo dejase renunciar.

En tres ocasiones llegó hasta irse del pueblo, pero siempre regresó.

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Habían pasado 41 años desde el primer día en el que Juan María llegó a Ars. El viernes 29 de Julio de 1859 el Santo Cura de Ars, que confesaba desde la 1.00 a.m., cayó gravemente enfermo. Fue la última vez que se le vio en la iglesia.

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En los días sucesivos fue visitado por su obispo, recibió la comunión rodeado de numerosos sacerdotes.

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finalmente, a las 2.00 a.m. del sábado 4 de Agosto de 1859 pasaba a la casa del Padre.

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Los peregrinos y los feligreses desfilaron por cuarenta y ocho horas sin interrupción, ante el cuerpo de aquel Santo. Solamente se hablaba del buen Juan María, de su bondad, paciencia, humildad, santidad, desvelo y caridad que en abundancia había derramado en su vida.

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Su cuerpo permanece incorrupto en la iglesia de Ars.

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Ars, rápidamente, se convirtió en un gran centro de peregrinación. Allí, fue erigido un

magnifico santuario.

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El corazón, que fue encontrado intacto en la exhumación del 17 de junio de 1940, es venerado aparte.

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El papa Benedicto XVI ante el corazón de san Juan María Vianney.

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El 8 de Enero de 1905, el papa Pío X beatificó al Cura de Ars; y en la fiesta de Pentecostés del 31 de Mayo de 1925 fue

canonizado por el papa Pío XI.

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Y al final del año sacerdotal en 2010, el papa Benedicto XVI proclamaba a san Juan Mª Vianney patrono de todos los sacerdotes.

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Vivió con total despego de los bienes de este mundo y su corazón libre se abría generosamente a todas las miserias materiales y espirituales que a él llegaban. «Mi secreto, decía él, es sencillísimo: dar todo y no conservar nada».

Debemos destacar la pobreza del humilde Cura de Ars. Rico para dar a los demás, mas pobre para sí.

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y cuando un pordiosero llamaba a su puerta, se consideraba feliz en poder decirle, al acogerlo con bondad: «Yo soy pobre como vosotros; hoy soy uno de los vuestros». Al final de su vida, le gustaba repetir: «Estoy contentí-simo; ya no tengo nada y el buen Dios me puede llamar cuando quiera».

Recomendaba que nunca se dejara atender a los pobres, pues tal falta sería contra Dios;

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San Juan María Vianney, pobre en bienes, fue igualmente mortificado en la carne. «No hay sino una manera de darse a Dios en el ejercicio de la renuncia y del sacrificio, decía, y es darse enteramente». Durante toda su vida practicó en grado heroico la ascesis de la castidad.

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Aunque era áspero consigo, era tierno con las personas, especialmente con los niños.

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El tabernáculo de su Iglesia se convirtió muy pronto en el foco de su vida personal y de su apostolado, de tal suerte que no sería posible recordar mejor la parroquia de Ars, en los tiempos del Santo, que con estas palabras de Pío XII sobre la parroquia cristiana:

«El centro es la iglesia, y en la iglesia el tabernáculo, y a su lado el confesionario: allí las almas muertas retornan a la vida y las enfermas recobran la salud».

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Decía el santo: “Hijos míos, no hay nada tan grande como la Eucaristía. ¡Poned todas las buenas obras del mundo frente a una comunión bien hecha: será como un grano de polvo delante de una montaña!”. Aunque tuviera que atender a muchas personas, la santa Misa era el centro del quehacer diario.

 Con sólo verlo celebrar la misa, muchos se convertían.

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Siempre se creía un miserable pecador. Jamás hablaba de sus obras o éxitos obtenidos. A un hombre que lo insultó en la calle le escribió una carta humildísima pidiéndole perdón por todo, como si él hubiera sido quien hubiera ofendido al otro.

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Para evitar llamar la atención, mandaba a los enfermos a hacer novenas a santa Filomena con el fin de que no hablaran de él como un santo que hacía milagros.

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Nuestros errores son granos de arena al lado de la gran montaña de la misericor- dia de Dios.Cuando el sacerdote da la absolución, es necesario pensar sólo en una cosa: que la sangre del buen Dios se derrama sobre nuestra alma para lavarla, purificarla y hacerla bella cuanto lo era después del bautismo.El buen Dios, al momento de la absolución, tira detrás de sus espaldas nuestros pecados, es decir se olvida, los cancela: no reaparecerán jamás.No se hablará nunca más de los pecados perdonados. ¡Han sido cancelados, no existen más!

Sentía vivamente la misericordia de Dios. Decía:

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La oración  no es otra cosa que unión con Dios.

La oración es una dulce amistad, una familiaridad sorprendente, es un dulce

coloquio de un niño con su Padre.

En la oración podía sentir, como san Pablo,

que su vida era la de Cristo.

Sobre la oración decía:

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Ya no soy yo quien vive, Tú eres quien vive en mí.

Automático

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Mi vida la he perdido, pues todo lo vivo en ti.

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Tú pronuncias con mis labios las palabras de tu boca.

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y levantas en mis manos el misterio de tu cuerpo.

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Tu espíritu mora en mí y mi espíritu mora en ti.

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y ahora lo tengo todo, pues todo lo tengo en ti.

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Con tu amor me has seducido y me dejé seducir.

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Mi corazón encendido arde de amor por ti.

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Sólo quiero conocerte y sólo para ti vivir.

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In persona Christi,

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In persona Christi,

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“Tomen y coman, tomen y beban”,

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que este soy yo.In persona Christi.

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Que la Virgen María, a quien tanto amó san Juan María Vianney, nos consiga imitarle.

AMÉN