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     A M/ I N° 11S 2011

    C :L

    G, A D

    Guillaume Sibertin-Blanc 1

    Resumen

    En este artículo volvemos a la distinción propuesta por Deleuze entre

    la “historia de las revoluciones” y el “devenir-revolucionario de la gente”.

    Tratamos de aclarar el sentido reconduciéndolo a la reelaboración deleuziana

    del concepto de acontecimiento y a la secuencia histórica que la motivó. De

    ahí la hipótesis de una lectura sintomal de ese momento histórico-conceptual:

    dicho concepto de acontecimiento envuelve una referencia implícita o más

    bien forcluye el problema de la coyuntura revolucionaria en el marxismo.

    Este registra no solo las dificultades teóricas para construir un concepto

    materialista de coyuntura revolucionaria, sino los impases históricos que, en

    décadas posteriores a la guerra, llevaron a la crisis la representación del sujeto

    revolucionario que el marxismo creyó poder garantizar. Reexaminamos, a laluz de esta doble crisis teórica y política, las reflexiones contemporáneas de

     Althusser y Guattari sobre la articulación entre la coyuntura revolucionaria

     y la subjetivación política.

    Palabras clave : coyuntura revolucionaria, acontecimiento, subjetiva-

    ción política, esquizoanálisis.

    1 Doctor en Filosofía de la Universidad de Lille III. Actualmente enseña filosofía en la UniversidadToulouse-Le Mirail. Es además coordinador responsable del Grupo de Investigaciones Materialista(ERRAPHIS/CIEPFC); secretario de la Asociación EuroPhilosophie (Universidad Toulouse-LeMirail; Director de Programa en el Collège International de Philosophie (2010-2016); Coordinadorde las ediciones en línea de la “Bibliothèque de Philosophie Sociales et Politique”.Traducción: Gustavo Bustos, Ernesto Fehuerake, Lorena Osorio. Revisión traducción y edición:María Emilia Tijoux.

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     Abstract 

    In this article we return to the distinction proposed by Deleuzebetween «history of revolutions» and «revolutionary-becoming of people».

    We attempt to clarify this distinction by bringing it back to the Deleuzian

    elaboration of the concept of the event, and to the historical arrangement

    that required it. We propose the following hypothesis from a symptomatic

    reading of this historical-conceptual moment: the concept of the event

    contains an implicit, or rather foreclosed, reference to the Marxist problem

    of the revolutionary conjuncture. It demonstrates not only the theoretical

    difficulties involved in constructing a materialist concept of a revolutionary

    conjuncture, but also the historical impasses that, in the post-war decades,

     jeopardized the representation of the revolutionary subject that Marxism

    had supposedly guaranteed. We reexamine, in light of this two-fold crisis

    (theoretical and political), the contemporary reflections of Louis Althusser

    and Félix Guattari on the connection between revolutionary conjuncture

    and political subjectivization.

    Keyword : Revolutionary conjuncture, event, subjectivity politics,esquizoanalysis.

    Introducción

    Lo que proponemos aquí es una trayectoria del trabajo realizado por

    Gilles Deleuze y Félix Guattari sobre el tema que surge a mediados de losaños setenta y que regresará una y otra vez: del “devenir-revolucionario”.

    Este tema se impone de plano como un gesto de distanciamiento a

    la constatación que en el espacio ideológico-político francés de los

    años setenta se vuelve tan banal como mediáticamente enfático, del

    triste porvenir de las revoluciones pasadas. De modo general, Deleuze

    y Guattari lo hacen jugar a contrapelo de la instrumentalización

    bivalente del discurso histórico frente a las luchas de emancipación.

    No hacer funcionar la historia como un discurso de autentificacióno descalificación de los problemas prácticos, tanto existenciales como

    políticos, del compromiso revolucionario; no buscar ni los prestigios

    de los grandes seguros teleológicos o mesiánicos, ni los vértigos de las

    advertencias apocalípticas que ponen en el horizonte la misma palabra

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    cuestionan de un modo completamente inmanente, la economía

    global de la máquina y los agenciamientos de los Estados Nacionales.

    En lugar de apostar por la eterna imposibilidad de la revolucióny por el retorno fascista de una máquina de guerra en general,

    ¿por qué no pensar que un nuevo tipo de revolución está siendo

    posible, y que todo tipo de máquinas mutantes, vivientes, hacen

    guerras, se conjugan y trazan un plan de consistencia que mina el

    plan de organización del Mundo y de los Estados? Puesto que una

    vez más, el mundo y sus Estados ya no son dueños de su plan, los

    revolucionarios no están condenados a la deformación del suyo.

    Todo se juega en partes inciertas, “cara a cara, espalda con espalda,

    espalda con cara…”. La pregunta del porvenir de la revolución es

    una mala pregunta, porque mientras se hace, hay mucha gente

    que no deviene revolucionaria; y la pregunta se hace precisamente

    por eso, para impedir el problema del devenir-revolucionario de la

    gente, a todo nivel, en cada lugar”2.

    Esta distinción entre el “devenir-revolucionario” y la “historia de

    la revolución” sigue siendo problemática, al menos porque interioriza

    necesariamente, en una división interna, la noción de Revolución:entre la revolución como concepto histórico y la revolución como

    Idea práctica. ¿Acaso no podría esta misma distinción apelar a una

    nueva comprensión de su articulación? Pero las formulaciones del

    mismo Deleuze al respecto, oscilan entre posiciones inestables: a veces

    endureciendo la heterogeneidad de ambos polos, arriesgando volver

    incomprensible el hecho de que el devenir-revolucionario pueda todavía

    animar una política  ; a veces dialectizándola y haciendo de la “recaída”

    de los porvenires en el espesor histórico de las sociedades, la apuesta de

    una “micropolítica” que no puede diferir indefinidamente el problema

    de sus umbrales de eficacia histórica o “macropolítica”3. Pero tal vez estos

    problemas sean tributarios de un primer problema más urgente, que

    podría decidir sobre el resto: el de comprender qué es lo que produce

    esta distinción, si es solo de ratio, y si en lo real mismo vale en todo

    2 Deleuze, G. Dialogues . Flammarion, París, 1978, p. 175-176. Cf. Deleuze, G. Pourparlers . Editionsde Minuit, París, 1989, p. 208-209; Deleuze, G., Guattari, F. Mille plateaux . Editions de Minuit,París, 1980, p. 586 y ss. Para una tentativa de clarificación de esta articulación, que no es ellaanalítica sino histórica, entre el “devenir-revolucionario de la gente” y el “devenir-minoritario detodo el mundo”, ver Sibertin-Blanc, G. “Deleuze et les minorités: quelle politique?”, Cités , n° 40,2009, Presses Universitaires de France, París, pp. 39-57.3 Ver Deleuze, G., Pourparlers, op. cit., p. 238-239; Deleuze, G. Guattari, F., Qu’est-ce que la philosophie , Editions de Minuit, París, 1990, pp. 107-108.

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    tiempo y lugar. Dicho de otro modo, ¿cuál es la instancia que separa,

    en la historia, al devenir y a la historia como dos regímenes temporales

    heterogéneos? Y en consecuencia: ¿Acaso esta misma disyunción notiene una significación histórica para la secuencia del siglo XX que hace

    urgente su teorización, y para nosotros que la heredamos?

    Esta instancia que hace diferir a la historia consigo misma, es

    precisamente lo que Deleuze, desde la lógica del sentido, llama un

    acontecimiento. Pero en la filosofía francesa hace ya cerca de cincuenta

    años que este concepto está en boga. Quisiera mostrar ahora un examen

    del concepto de acontecimiento forjado por Deleuze y de su puesta

    en juego en la problematización de esta disyunción entre devenir-revolucionario e historia de las revoluciones, para entregar la hipótesis

    de una lectura sintomal de esta renovación, lectura que, aunque no agote

    con certeza el sentido, al menos permita extraer algunas enseñanzas

    histórico-conceptuales, más allá de la mera exégesis deleuziana. Es en

    este sentido que partiremos de un artículo relativamente tardío –el

    artículo firmado conjuntamente por Deleuze y Guattari en 1984 –“No

    hubo Mayo del 68”, donde se enuncia simultáneamente de forma claray confusa, explícita pero incompleta e inestable, y sobre todo diferida

    respecto al periodo histórico que evoca, el problema indisociablemente

    teórico y práctico que constituye el contenido objetivo mismo de un

    “acontecimiento” y que atañe a las categorías de sujeto y subjetivación.

    Que el concepto de “acontecimiento” para Deleuze, no sea un concepto

    de objeto que remita más bien a una instancia irreductiblemente

    problemática que solo se deja ver como un vacío o como una “grieta” que

    se sustrae a la representación objetiva, no es una tesis surgida en 1984.Dicha tesis ya está al centro de la teoría del sentido esbozada al final del

    capítulo III y luego en el capítulo IV de Diferencia y repetición en 1968 ,

    y cuya “excrecencia” convergerá el año siguiente en la Lógica del sentido

    que da forma simultáneamente a la prolongación y el desplazamiento.

    Pero el interés singular del artículo de 1984, incluso para reexaminar

    retrospectivamente estos análisis de 1968-1969, es recuperar esta noción

    de acontecimiento al contacto de una secuencia histórica determinada

    (esta secuencia de luchas colectivas, nacionales y mundiales de los años

    sesenta que genéricamente llama “Mayo 68”), por lo tanto al precio

    de un después-de que indudablemente hace cuerpo con esta noción

    y con el tipo de problema teórico-práctico que compromete. Para

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    tratar de identificar este problema, pero también para explicar ciertas

    dificultades de su formulación en 1984, propondré la hipótesis de leer

    la reanudación indirecta (en una relación de herencia simultáneamenteimplícita y ocultada) de un problema legado, pero sin solución viable,

    desde la problematización marxista de la “coyuntura revolucionaria”,

    que concentra justamente las dificultades de la articulación entre teoría

    y práctica, es decir, específicamente, la articulación entre el análisis de

    las formaciones históricas y la apropiación práctica por una política

    determinada como práctica colectiva de autogobierno de las “masas”.

    Tomando como punto de referencia la tentativa de Louis Althusser

    para definir precisamente un concepto materialista de coyunturarevolucionaria y delimitar al interior del marxismo los límites y las

    dificultades, volveré a las reflexiones hechas por Guattari en el mismo

    periodo, en particular en el artículo “La causalidad, la subjetividad,

    la historia”4, que me parece estar al fondo del diagnóstico de 1984,

    pues permite explicitar al mismo tiempo los términos y el problema

    subyacente –problema explícito en los años 1960, y ya forcluido en

    1984-, susceptible de aclarar “sintomalmente” el funcionamiento delconcepto deleuziano de acontecimiento, en su problemática relación

    con el problema de la subjetivación revolucionaria.

    1. Disyunción I: El acontecimiento revolucionario,

    entre devenir e historia 

    El artículo “No hubo Mayo del 68” se da en fórmulas medianamente

    alusivas, en torno a la articulación entre dos niveles de análisis: uno

    contiene una tesis relativa a la causalidad histórica; la otra formula un

    problema provocado por esta misma tesis, como una especie de tarea

    práctica por cumplir. La tesis enuncia que una mutación social, siempre

    preparada, condicionada y posibilitada por series causales complejas,

    sociales, económicas, políticas, solo se inscribe primero en lo real bajo

    la forma de una ruptura de las cadenas de causalidad. Guerra, crisisinstitucional o económica, revolución, una coyuntura de transformación

    4 Efectivamente se trata de cuatro textos redactados entre 1966 y 1968, reunidos en un solo conjuntoen la recopilación que apareció en 1972 en la editorial François Maspero [Psicoanálisis y transver-salidad, Siglo XXI, Buenos Aires, 1976, traducción de Fernando Hugo Azcurra].

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    histórica no solo es un periodo de cambios particularmente visible o

    ruidoso; es un periodo donde cambia la manera misma de cambiar  .

    Que las sociedades cambien y se transformen a través de su historia, esun hecho; pero lo que importa son los momentos donde se introduce un

    diferencial en el cambio; donde eso comienza a cambiar de otro modo.

    Este diferencial en el cambio, el cambio en la manera de cambiar, es

    lo que produce una ruptura de la causalidad histórica. Luego –y esto

    nos conduce a la tarea práctica– cuando tal mutación interviene, no

    basta “con sacar consecuencias o efectos, según las líneas de causalidad

    económica y política” supuestamente invariables. Es que efectivamente

    tales rupturas de causalidad provocan una suerte de estado de indecisiónmás o menos radical, que abre un campo de potencialidades cuyas líneas

    de actualización no están predefinidas y que provocan el devenir social

    en una imprevisibilidad objetiva. En este sentido, el acontecimiento

    designado con el nombre propio “Mayo del 68” no se identifica con

    un conjunto de hechos determinados (motines, huelgas, experiencias

    de autogestión…), ni tampoco con series complejas de experiencias

    nacionales e internacionales que lo hicieron posible 

    , sino que consisterigurosamente, en ese nuevo campo problemático “metaestable”, la

    apertura de posibles indeterminados, o al menos ambiguos y que solo

    pueden aprehenderse a través de experimentaciones colectivas en busca

    de su propio saber, o como lo escribiera Foucault, “sin programa”  .

    ¿Qué es lo que puede dar consistencia a tales posibles, y, en

    función de qué cadenas de causalidad objetiva, sociales, económicas

    y políticas, podrían ser revisados? “Es necesario que la sociedad sea

    capaz de formar agenciamientos colectivos correspondientes a la nuevasubjetividad, de tal manera que desee su mutación. Esto es una verdadera

    ‘reconversión’”. Encontramos nuevamente el lenguaje un poquito

    espiritualista de la “conversión” desde el cual, en Lógica del sentido,

    Deleuze problematizaba la schize traumática que un acontecimiento

    –por su carácter no simbolizable (corte no significable) y no incorporable

    (transformación incorporal)– produce en un sujeto que ahora no puede

    vivir este acontecimiento sino por una asunción poiética, creando en él

    la voluntad que “lo hace acontecimiento”, es decir, transformándose a sí

    mismo para ser capaz de devenir sujeto, agente o paciente. Esta tesis, al

    ser retranscrita en 1984 en el lenguaje político oficial de la “reconversión”

    (en el sentido que habla de reconversión de un sector industrial o de

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    un lugar de trabajo), apunta a un problema subjetivo análogo que se

    obstina esencialmente en desconocer las tecnocracias socio-económicas

    y estatales, siempre considerando, a contrapelo de un subjetivismovoluntarista, la extrema ambivalencia que introduce una coyuntura de

    cambio histórico al interior de los modos de subjetivación, de los modos

    de recuperación simbólico e imaginario, de las coordenadas del actuar y

    de los saberes que se articulan.

    Desde los años sesenta, Guattari interpelaba sobre las dimensiones

    generales de este problema:

    No se puede comprender la historia del movimiento obrero si

    nos negamos a ver que en ciertas épocas de las instituciones del

    movimiento obrero, se producen nuevos tipos de subjetividad y

    forzando las cosas, diría incluso de “razas humanas” diferentes. Un

    cierto tipo de obrero de la Comuna de París, se ha vuelto “mutante”

    a tal punto, que la burguesía no ha tenido otra solución que exter-

    minarlo. Porque fueron percibidos como una amenaza diabólica,

    insoportable. (…) La historia nos propone también verdaderas

    ‘guerras de subjetividad’5.

    Pero este problema aparecía de inmediato al interior de un

    diagnóstico crítico de los procesos revolucionarios del “socialismo

    real”: un diagnóstico que intenta sustraer el problema del “fracaso de la

    revolución” al lenguaje paranoico de las fidelidades y las traiciones, para

    situarlo contrariamente, no en un “para después” de las “desviaciones”

    y las “recuperaciones” sino en el presente vivo de sus luchas y de

    la duración de sus procesos, en la remodelación de construcciones

    subjetivas al interior de las relaciones de fuerza de la coyuntura, enlas formas de institucionalización y desinstitucionalización de esos

    modos de subjetivación, de sus “complejidades”, de sus impases y sus

    potencialidades creadoras. Por lo tanto, no se trataba simplemente

    de hacer valer los derechos de una subjetividad contra el reino de un

    determinismo objetivo, social y económico; se trataba, más bien, de

    medir las transformaciones subjetivas necesariamente implicadas en todo

    proceso de cambio o de transición revolucionaria, pero inseparablementede las experimentaciones institucionales desde las cuales los colectivos

    pueden autoanalizar y conquistar las mutaciones en las que están

    5 Guattari, F., Oury, J., Tosquelles, F., Pratique de l’institutionnel et politique , Matrice Editions,Vigneux, 1985, p. 53.

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    involucrados. Fue así como a partir de los años 1966, en los momentos

    que se encendían las controversias sobre la Revolución Cultural en

    China, Guattari pedía considerar la creatividad institucional como uncriterio de evaluación del devenir del socialismo real, pues solo dicha

    creatividad podía testimoniar respecto al acontecimiento revolucionario

    de 1917 en los nuevos agenciamientos colectivos de deseo y enunciación.

    De este punto de vista, Guattari escribía: “la debilidad de la creación

    institucional en Rusia en todos los ámbitos, desde la liquidación precoz

    de los Soviets”, debe estar presente entre los factores determinantes

    del fracaso de la Revolución Rusa. Desde entonces, los bolcheviques

    comenzaron, por ejemplo, a importar de Occidente automóviles armadosde fábrica, reintroduciendo no solo unas funciones tecnológicas, sino

    reincorporando simultáneamente formas de trabajo, de separación,

    entre el trabajo intelectual y el trabajo manual, entre las funciones de

    dirección y de ejecución, los modos de consumo, los tipos de relaciones

    humanas y de expresión “completamente extranjeras al socialismo” –en

    suma, los tipos de relaciones sociales que reintrodujeron las formas de

    subjetividad capitalistas al interior de la “construcción del socialismo”.Es precisamente a nivel de esta creatividad institucional (más

    allá de la oposición entre espontaneismo y organización, o como entre

    subjetivismo y objetivismo) que puede enfrentarse prácticamente

    el problema de las remanencias, los bloqueos y las fijaciones que

    comprometen la transformación revolucionaria en los agentes mismos

    que pretenden llevarla a cabo . Y precisamente es desde este punto de vista

    que se diagnostica en 1984, el “no lugar” de Mayo del 68: no el fracaso de

    sus efectos, sino el fracaso de inscribir sus efectos en huellas discursivas,prácticas, existenciales y colectivas, desde procesos de institucionalización

    únicos que habrían permitido soportar los reagenciamientos de los

    modos de subjetivación que el acontecimiento necesitaba. Este no-

    lugar es precisamente la forclusión de este problema subjetivo que no

    deja más alternativa que el delirio de una tecnocracia omnipotente que

    “operaría desde arriba las reconversiones económicas necesarias”, y sujetos

    vulnerados relegados a “situaciones de abandono’, controladas”, que no

    tienen otra solución que entregarse a las propuestas de un “capitalismo

    salvaje a la americana” o aferrarse a las viejas soluciones institucionales

    exangües de la Familia, la Religión y la Nación, donde se focalizan los

    fantasmas reaccionarios del Orden y la histeria de las Identidades.

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    “Después del 68, los poderes vivieron continuamente con la idea de

    que “eso se calmaría”. Y efectivamente eso se calmó, pero en condiciones

    catastróficas. Mayo del 68 no fue consecuencia de una crisis ni la reaccióna una crisis. Es más bien lo contrario. Es la crisis actual, son los impasses

    de la crisis actual en Francia que resultan directamente de la incapacidad

    de la sociedad francesa de asimilar Mayo del 68. La sociedad francesa

    mostró una impotencia radical para operar una reconversión subjetiva a

    nivel colectivo, tal como lo exigía Mayo del 68: y en estas condiciones,

    ¿cómo podía operar una reconversión económica en condiciones de

    izquierda? No supo proponerle nada a la gente: ni en el ámbito escolar, ni

    en el del trabajo. Todo lo que era nuevo fue marginado o caricaturizado.Hoy vemos a la gente de Longwy aferrarse a su acero; a los productores

    lecheros, a sus vacas; etc.: pero qué más podrían hacer, cuando todo

    agenciamiento de una nueva existencia, de una nueva subjetividad

    colectiva, fue aplastada de antemano por la reacción contra el 68, tanto

    en la izquierda como en la derecha. 

    Tomemos un poco de distancia de esta argumentación para extraer

    primero dos o tres observaciones generales. Primeramente, podemosobservar que el “no lugar” del acontecimiento diagnosticado en 1984

    es objeto de dos apreciaciones que sin ser necesariamente incompatibles,

    orientan el análisis en direcciones sensiblemente distintas. Por un lado,

    que el acontecimiento no haya tenido lugar, que nunca haya tenido lugar

    al momento en que Deleuze y Guattari escriben, es algo claramente

    integrado en un diagnóstico crítico de creaciones institucionales y

    políticas cuyas deficiencias, carencias o fracasos, entrega el criterio en

    el presente. Pero por otra parte, el no-lugar de este acontecimiento ensufrimiento, a la espera de agenciamientos colectivos capaces de crear

    condiciones de una asunción subjetiva para un nuevo “si” –tal como

    una nueva voluntad que no preexiste a la mutación en la que se apoya–,

    es pensada como una dimensión constitutiva del acontecimiento como

    tal. Como si su inactualidad, la contingencia de su actualización y la

    imprevisibilidad de sus efectos en la duración abierta de sus repercusiones

    posteriores, se confundieran con su positividad misma y en definitiva solo

    formaran la modalidad paradójica de su propia eficacia: una eficacia a

    distancia, esencialmente diferida, que solo puede producir efectos “fuera”

    de su presente o de su “lugar”.

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    De este último punto de vista, el “No hubo Mayo del 68”, re-

    moviliza indirectamente lo que Deleuze insistía por tematizar en la

    Lógica del sentido a partir de un par conceptual estoico que entrecruzala lógica y la física como parte virtual, no empírica e “inefectuable” del

    acontecimiento: el acontecimiento en tanto “expresado”, inseparable de

    los actos de lenguaje y no obstante irrepresentable por las significaciones,

    las manifestaciones y las designaciones de sus proposiciones; pero también

    el acontecimiento en tanto “transformación incorporal” inseparable

    de las acciones y las pasiones de cuerpos que lo causan y sin embargo,

    dotado de una autonomía respecto a sus causas, tal como una potencia

    de autoposición de una mutación en sí misma inactiva e impasible.Contentémonos con recordar acá que en esta conceptualización, el

    acontecimiento no figura como un componente entre otros, de una

    reflexión sobre la lógica proposicional y una reflexión sobre la ética. Por

    el contrario, nombra la instancia que simultáneamente abre el campo

    de la lógica como tal, que abre el espacio de la preocupación ética como

    tal, y los abre como irreductiblemente problemáticos, considerando

    a cada uno por separado, en su disyunción misma. Disyuntivo, elacontecimiento se da de varios modos. Primero, que el acontecimiento

    sea un “expresado” inseparable de los enunciados que lo expresan, es

    reconocer su carácter esencialmente discursivo, pero solo a condición

    de diferenciar lo expresado de las modalidades representacionales de

    propuestas como la manifestación, la designación y la significación. ¿Qué

    es el acontecimiento como “expresado”?, en último análisis: una cierta

    modificación de las relaciones de sentido y no-sentido, que insiste en las

    manifestaciones, designaciones y significados y que determina el sentido yel no-sentido de las proposiciones correspondientes, aunque nunca pueda

    él mismo ser designado o significado por sus proposiciones. Pero en otro

    sentido, las modificaciones de la repartición del sentido y del no-sentido

    no afecta solamente lo que se dice sin afectar sobre lo que se hace, lo

    que se vive y a lo que se reacciona, es decir, las acciones y las pasiones

    del cuerpo en las que estamos sumidos. Si un acontecimiento siempre

    es efecto de un encuentro del encadenamiento de acciones y pasiones a

    las que también entra como causa de nuevos efectos, saca su consistencia

    propiamente acontecimental de estar al límite de lo activo y lo pasivo,

    como límite de una relación donde esta deviene, como diría Blanchot, la

    “relación de una no-relación”. Corporales son las relaciones de acciones y

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    pasiones, pero incorporales son las mutaciones en las maneras de actuar y

    padecer, mutaciones que nunca son actuadas ni padecidas en sí mismas,

    aunque se atribuyan a lo que cambia las posibilidades relacionales. Aligual que no habría ningún problema lógico, si el sentido de lo que se dice

    se confundiera con las significaciones enunciadas, igualmente no habría

    ningún problema ético si los acontecimientos se confundieran con las

    pasiones y las acciones de cuerpo. De tal manera, que el acontecimiento

    es esta instancia disyuntiva que solo se aprehende en esta doble separación

    –y en su modalidad objetivamente problemática–: cuando se enuncian

    proposiciones cuyo sentido es incierto; cuando ya no sabemos cómo

    actuar y reaccionar, e incluso cómo soportar lo que sucede . Al extremo,si la subjetivación revolucionaria de un acontecimiento se señala

    cuando estas dos separaciones interfieren disyuntivamente entre sí, no

    cabe duda que la fenomenología del acontecimiento que subyace al

    análisis deleuziano hay que buscarla en aquellas situaciones donde nos

    encontramos hablando “al lado” de lo que hacemos, y donde actuamos y

    padecemos sin ser capaces de decir nada. En suma, en tales circunstancias,

    las modalidades aunque lógicas, lingüísticas y simbólicas, como físicas,activas y páticas, de la asunción subjetiva de palabras y actos, pierden

    su evidencia haciendo dudar a la posición misma de la subjetividad

    como función de unificación y soporte de las relaciones de algo como

    un mundo cuya coherencia y permanencia son llevadas de golpe a una

    contingencia de fondo.

    Por eso la tercera observación: el desplazamiento que introduce el

    artículo de 1984 en relación a la Lógica del sentido es, por lo menos,

    doble. Se refiere a la dimensión práctica que Deleuze desarrolla apartir de esta instancia problemáticamente disyuntiva respecto a lo que

    consiste e insiste un acontecimiento: no porque substituya simplemente

    un diagnóstico político a una teorización ética, sino más bien en el

    sentido que coloca un problema ético en el campo de la política, de

    una transformación de las “relaciones de si” como una dimensión a

    la vez interna, que tiene la tarea revolucionaria de la revisión de las

    causalidades sociales, económicas, institucionales e incluso ideológicas

    y sin embargo específica, es decir, no factible para la codificación

    estratégica de los grupos de poder y de las relaciones de fuerzas. Volveré

    más adelante a la formulación de esta tarea práctica, a la vez ética y

    poiética, cuando se encuentre con las reflexiones de Guattari sobre los

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    “grupos analíticos” y militantes, que entregará sus enunciados básicos al

    programa del “esquizoanálisis” desarrollado en El Anti-Edipo. Veamos

    acá primero que este primer desplazamiento es inseparable del segundo:este acontecimiento llamado “mayo del 68”, en la insistencia de su no-

    lugar más allá del desarrollo empírico de la secuencia histórica nacional

    y mundial a la que está claramente atado, concierne acá directamente a

    la temporalidad histórica y a la historia como proceso. Es importante al

    respecto destacar lo que en el artículo de 1984, da el efecto a posteriori

    de la redacción del texto, su significación propiamente conceptual.

    Efectivamente, es en el intervalo de este a posteriori que el acontecimiento

    “Mayo del 68” aparece simultáneamente como una ruptura del procesohistórico y como una inyunción aun activa de una transformación,

    institucionalmente creadora, de las formas de subjetividad. Pero también

    es al mismo tiempo lo que precisamente separa al proceso histórico de su

    “sujeto”, logrando que este último resista a ser pensado como si hubiera

    sido agente y paciente del acontecimiento. Todo ocurre entonces como

    si el acontecimiento, al impedir relacionar este proceso histórico y este

    sujeto entre sí, mostrara las dos caras de su no-lugar, por un lado unproceso histórico sin sujeto, por el otro un sujeto virtual, virtualizado

    por la ausencia de decisiones prácticas sobre este proceso.

    2. Disyunción II: La coyuntura revolucionaria,

    entre causalidad histórica e intervención política 

    Lo que se quisiera sugerir ahora, es que un tal no-lugar del

    acontecimiento solo pudo emerger en el trabajo del concepto, a causa

    de condiciones históricas determinadas, entre las cuales hay que

    considerar la crisis y el reflujo de la formación discursiva marxista que

    hasta entonces dominaba ampliamente los modos de enunciación, de

    representación y de problematización de la crítica social y política.

    Sabemos sin embargo, que paradójicamente su éxito era indisociable

    de sus herencias múltiples y conflictivas, fragmentadas y fragmentables–pues estas fragmentaciones internas son las que permitieron durante

    casi un siglo desarrollar críticas marxistas del marxismo–, hasta un punto

    de estallido y diseminación que hizo cada vez más complicada esta auto-

    referencialidad, aunque crítica, del marxismo . Volviendo también a la

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    agravación de la crisis del movimiento obrero que se había iniciado con

    la Gran Guerra y la derrota frente al fascismo entre las dos guerras, cada

    vez fue más insostenible la identificación del sujeto de la política que elmovimiento obrero creyó poder garantizar. A través del aplastamiento

    del movimiento comunista europeo por el fascismo de los años 1930,

    la capa estalinista sobre las vías del Este europeo de la “construcción del

    socialismo”, la escisión sino-soviética y el fin del movimiento comunista

    internacional, la integración tendencial de los sindicatos y los partidos

    obreros occidentales en los aparatos estatales y económicos de regulación

    de los conflictos sociales, esta crisis debía hacer cada vez más insostenible

    la figura de un sujeto de la historia, es decir, el cuerpo de representacionesteóricas e ideológicas en las que los movimientos obreros marxistas y sus

    organizaciones habían proyectado la unidad –unidad ficticia por cierto,

    pero de una ficción sumamente eficaz en el plano de las construcciones

    identitarias- de las masas y del partido, en la figura del proletariado,

    sujeto colectivo que encarna la verdad del proceso histórico, poseedor

    de su sentido, encomendado para escribirla, partero de su destino final

    en la sociedad sin clases. Apostemos a que la dislocación de este sistemade representaciones y, específicamente al modo en que repercutió sobre

    el concepto marxista leninista de “coyuntura revolucionaria”, forma

    en ciertos aspectos el mismo objeto de este concepto deleuziano de

    acontecimiento que no remite necesariamente a un objeto (un tipo

    de momento particular en el curso del tiempo histórico) pero sí a un

    problema, forcluido en lo real (“no-lugar”, separación o lugar vacío)

    y presente en el discurso de Deleuze y Guattari como el lugar de una

    mancha, lugar de una intervención práctica que tendrá como sintomáticoel que su indeterminación (o la indeterminación de su sujeto) solo sea

    compensada, en el artículo de 1984, de modo verbal por el recurso a

    la entidad imaginariamente plena: “la sociedad” (“la incapacidad de la

    sociedad francesa de asimilar Mayo del 68”, la “radical impotencia [de]

    la sociedad francesa” a “proponer a la gente” algo…).

    Para apoyar esta hipótesis, haré un desvío por el trabajo realizado

    a comienzos de los años sesenta por Althusser, primero porque allí hay

    un esfuerzo continuo, singular en su enfoque y emblemático al mismo

    tiempo, en su apuesta de fondo por tomar nota de esta crisis y por tomar,

    al interior del marxismo, la medida de lo que impone la renuncia a la

    idea de un sujeto de la historia y al cuerpo de representaciones, que

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    según Althusser están indisociablemente asociadas: a) del punto de vista

    de una teoría del conocimiento, la representación de un sujeto capaz

    de aprehender el proceso histórico en una representación totalizada; b)del punto de vista de la práctica política, la posibilidad de un agente

    para unificar al sujeto cognocente y al sujeto actuante, y por lo tanto

    de unificarse a sí mismo como instancia que reflexiona entre sí, en una

    completa transparencia, la apropiación teórica y la apropiación práctica

    del proceso histórico; c) desde el punto de vista de una teoría de la misma

    temporalidad histórica, la garantía de un actor predeterminado para

    encarnar el sentido, el principio de desarrollo o el fin. Pero el enfoque

    de Althusser es más significativo, porque al desmontar este dispositivo,es inmediatamente empujado a reabrir el trabajo de elaboración de un

    concepto materialista de coyuntura –como si a él le correspondiera asumir

    todas las consecuencias de este gesto crítico–, lo que aclara entonces, al

    contrario, la inestabilidad que marca en la historia teórica e ideológico-

    político del marxismo, esta noción de coyuntura que es al mismo tiempo

    absolutamente crucial y medianamente subelaborada.

    Es evidente que tenga un lugar crucial, primero, desde el puntode vista del materialismo histórico, entendido como “la ciencia de las

    formaciones sociales históricas”, de las contradicciones internas en

    sus relaciones sociales y de los mecanismos de reproducción de esas

    relaciones y los vectores críticos de su transformación. Es crucial sobre

    todo desde el punto de vista de una teoría de la práctica histórica como

    práctica colectiva, que es y forma parte de dichas contradicciones y

    dichos vectores críticos, lo que impone buscar diferenciaciones internas

    –ya sea tratando de formalizar secuencias o fases distintas al interiorde una coyuntura revolucionaria, o incluso distinguiendo coyunturas

    revolucionarias y coyunturas donde la revolución solo está “a la orden del

    día”–. En un contexto teórico que rechace abstraer la práctica colectiva

    de las condiciones históricas que la posibilitan y que determinen desde

    ahí, al menos parcialmente sus modalidades de realización, la noción de

    coyuntura finalmente solo concentra el problema de la articulación entre

    teoría y práctica. Para el marxismo, designa el lugar por excelencia de la

    verdad de su saber, es decir el punto donde debe demostrarse la positividad

    de su conocimiento sobre las estructuras y las contradicciones sociales

    (lo que Lenin llamaba “análisis concreto de la situación concreta”), pero

    simultáneamente, también, el lugar de su prueba práctica, el momento

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    de la apropiación de tendencias históricas por un agente colectivo capaz

    de incidir o precipitar el curso, por lo tanto el momento por excelencia

    de subjetivación política del proceso histórico. Pero al mismo tiempo,se comprende en qué sentido la representación de un proceso histórico

    que supuestamente predetermina y garantiza las composiciones subjetivas

    de las fuerzas colectivas que pensamos intervienen, podría tender

    simultáneamente a convertir en algo secundario la elaboración de este

    concepto de coyuntura, y al extremo volverlo superfluo, haciendo, como

    escribía Sartre al comienzo de la Crítica de la razón dialéctica , una palabra

    vacía inserta en la sencilla confirmación de lo que una filosofía de la

    historia parecía asegurarnos (con las violencias, agregaba Sartre, lectorde la dialéctica hegeliana del Terror, lo que esto implica para forzar lo

    real cuando no se pliega a lo imaginario). Esto implicaba volver a negar

    en un mismo gesto, las dificultades específicas que plantean el análisis

    de coyuntura y el problema mismo de una política marxista.

    Precisamente todo el problema de una política como ésta, reside

    en el modo en que las tendencias históricas contradictorias se subjetivan

    en agentes colectivos de una práctica política, lo que significa que estapráctica necesariamente queda presa de una doble dialéctica, pero sin

    armonía preestablecida, sin garantía para que ambas dialécticas se afinen

    o enlacen entre sí: una dialéctica interna de estructuras históricas cuyas

    múltiples contradicciones determinan sus vectores de transformación;

    pero también una dialéctica relativamente específica a esta práctica

    política, que impone a sus agentes la unidad contradictoria de la

    heteronomía de las condiciones históricas de sus prácticas (que nunca

    controlan totalmente) y de la autonomización de las formas de estasprácticas respecto a la política de las clases dominantes, por lo tanto

    también respecto a otros modos de subjetivación de los sujetos de la

    política. Es en el punto de (des)encuentro de estas dos dialécticas,

    dialéctica histórica y dialéctica política, que es necesario localizar el punto

    nodal de la intervención de Althusser en el campo del marxismo, pero

    al precio del contraataque de una escisión interna a su pensamiento,

    retomando los términos de Balibar, entre un “althusserianismo de la

    estructura” y un “althusserianismo de la coyuntura”. Una escisión que

     Althusser se esforzó continuamente en reducir aunque sin anularla

    por ello, e incluso contrariamente tomando cada vez claramente más

    conciencia de su irreductibilidad. Para resumir, recordemos simplemente

    algunos elementos que sostienen esta observación.

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    Primeramente, el rediseño de la concepción post-marxiana de la

    dialéctica histórica que ordena, desde La revolución teórica de Marx , hasta

    Para leer al Capital  hasta mucho más lejos, la empresa de redefinición,bajo la apremiante metáfora de la “tópica” marxiana del concepto del

    todo social, más que excluir el problema de la coyuntura, en gran parte

    lo orienta con su reposición. Dejando de lado los múltiples frentes donde

    este enfoque supuestamente puede producir efectos al interior mismo del

    marxismo (contra el economicismo que reduce el “motor de la historia”

    hasta el desarrollo de las fuerzas productivas y su contradicción con

    las relaciones de producción; contra “el humanismo teórico”; contra el

    historicismo gramsciano o sartriano que identifican la práctica teóricacon “la expresión” o con la consciencia de sí de la praxis…), recordemos

    simplemente que cuando Althusser implementa su tesis de la ruptura

    epistemológica con la que, desde las Tesis sobre Feuerbach hasta la

    Contribución a la crítica de la economía política , Marx habría conquistado

    una determinación propiamente materialista de la dialéctica totalmente

    distinta a la dialéctica idealista (es decir, sometida a toda otra estructura,

    imposible de extraer de la dialéctica idealista, ni siquiera, como lo quería latradición, por su “inversión”, la apuesta es indisociablemente re-tematizar

    la causalidad histórica y redefinir el concepto de la temporalidad histórica.

    De una totalidad social “expresiva”, fundada en un principio simple que se

    vería como idéntico a sí mismo en la integralidad de sus manifestaciones

    fenoménicas contradictorias y que integraría dichas contradicciones

    como momentos simultáneamente superados y conservados, es decir,

    como contradicciones internas al movimiento del principio, pasaríamos

    a la noción de un “todo social complejo estructurado a uno dominante”,muy diferente a la totalidad expresiva de la dialéctica idealista: un todo

    complejo, es decir, diferenciado en instancias cuyas relaciones son

    de heterogeneidad real (económica, política y jurídica, ideológicas),

    instancias entonces irreductibles a una simplicidad de principios y cuyas

    contradicciones cada vez más específicas, no son interiorizables en una

    unidad originaria o final; un todo estructurado, es decir, articulado en

    un conjunto de relaciones entre dichas instancias y al interior de cada

    una, donde cada instancia está interiormente marcada por la complejidad

    específica de todo lo que determina y hace variar, según las formaciones

    sociales y según las coyunturas al interior de una misma formación social,

    el grado de autonomía relativa y el coeficiente de eficacia propia; un todo

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    adominante, es decir, marcado por las diferencias de eficacia entre estas

    distintas instancias y entre los niveles de contradicciones que los afectan

    desigualmente (por eso la importancia, en La revolución teórica de Marx ,de la dialectización maoísta del mismo concepto de contradicción, que

    diferencia la contradicción principal de las contradicciones secundarias

    o subordinadas, y el aspecto principal del aspecto secundario de una

    contradicción, destacando los desplazamientos de sus desigualdades).

    Claramente en este complejo dispositivo se trataba para Althusser

    dejar espacio a toda interpretación economicista de la “determinación en

    última instancia” de las contradicciones de la infraestructura y romper

    los interminables movimientos del ir y venir entre las interpretacionesmecanicistas de las transformaciones históricas con el desarrollo

    providencial de las fuerzas productivas, y, como reacción contra ellas,

    las interpretaciones voluntaristas de la causalidad histórica que invocan

    una praxis constituyente que idealizan como la nueva forma de un

    principio originario, Esencia o Sujeto, que se “expresa” en otras instancias

    de las relaciones sociales. Inversamente, al poner la sumisión de la

    “determinación en última instancia” en condiciones de complejidad dela estructura del todo que “sobredeterminan” y el grado de autonomía

    relativa respecto a otras instancias (haciendo por ejemplo que la instancia

    “económica” sea imposible de aislar como tal en ciertas formaciones

    sociales –o, lo que es lo mismo, que las relaciones de producción estén

    interiormente constituidas por relaciones no económicas), y el grado

    de eficacia desigual (por lo tanto posiblemente subordinado) de otras

    contradicciones no económicas, se trataba para Althusser de fundar en

    esta desigualdad de eficacia y en los desplazamientos de contradiccionesheterogéneas, la contingencia de su “fusión” (para retomar la metáfora

    de La revolución teórica de Marx ) o de su “reencuentro” (retomando la

    de Maquiavelo y nosotros). En otros términos: fundar en la complejidad

    estructural de las formaciones históricas la necesidad de esta contingencia.

    Pero al “fundar” la necesidad estructural de la contingencia a la que se

    somete la causalidad histórica, Althusser minaba simultáneamente todo

    fundamento de intervención política, es decir, toda garantía a priori

    de la justeza de su intervención en un presente histórico determinado.

    Es en 1965, en el capítulo “El objeto del ‘Capital’”, que Althusser

    precisa las implicaciones de este gesto, durante una discusión del

    historicismo gramsciano del que busca mostrar que sigue siendo

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    tributario de una representación de la temporalidad histórica sometida

    a la estructura idealista de la dialéctica. Siguiendo tal representación,

    la temporalidad histórica sería la “reflexión, en la continuidad deltiempo, de la esencia interior de la totalidad histórica que encarna

    un momento del desarrollo del concepto”6  –que ese concepto sea

    concebido de modo especulativo como “Idea”, antropológico como

    “fuerzas genéricas del hombre”, empírico-especulativa como “praxis”,

    o incluso economista como “fuerzas productivas”–. Por lo tanto, esta

    temporalidad sería necesariamente continua, homogénea –porque al

    manifestar “la continuidad dialéctica del proceso de desarrollo de la

    idea”– y sobre todo contemporánea de sí misma en cada uno de estosmomentos, haciendo de cada presente la expresión de la identidad

    de sí del principio en su existencia histórica, o incluso, la expresión

    empírica del hecho que la totalidad social sería siempre ya sincrónica,

    contemporánea de sí misma, porque está enteramente presente en la

    integralidad de sus elementos como en cada uno de sus momentos: “tal

    determinación material o económica, tal institución política, tal forma

    religiosa, artística o filosófica, no es más que la presencia del concepto desí mismo en un momento histórico determinado. Es en este sentido que

    la copresencia de los elementos entre sí y la presencia de cada elemento

    en el todo, se fundan en una presencia previa en derecho: la presencia

    total del concepto en todas las determinaciones de su existencia”. Pero

    según Althusser, es precisamente lo que hace la imposibilidad de construir

    un concepto operatorio de la coyuntura. Un tal concepto impone,

    contrariamente, inscribir el concepto de temporalidad histórica en las

    condiciones de la complejidad, es decir, nuevamente de heterogeneidady desigualdad interna del todo social. Por lo tanto impone pensar a una

    misma temporalidad histórica como múltiple, diferencial y marcada por

    desigualdades internas y por los desplazamientos de esas desigualdades

    que, con un mismo gesto, destituyen la categoría de presente histórico

    como “corte de esencia” (“corte del presente tal como todos los elementos

    del todo revelados por dicho corte, están en una relación inmediata, que

    expresa inmediatamente su esencia interna”), y hacen determinables

    las reversiones internas de una coyuntura, con los desplazamientos

    de “lugares” de la intervención revolucionaria (revolución política,

    6 Althusser, L., « L’objet du “Capital” ». Dans Althusser, L. (dir.), Lire le Capital  (1965), rééd. PressesUniversitaires de France, París, 1995, p. 270.

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    económica, cultural…), las variaciones de sus ritmos y sus urgencias,

    las reparticiones móviles de los objetivos primarios y secundarios…7.

    Esta apuesta no es solamente la elaboración de una teoría general dela temporalidad histórica adecuada a los presupuestos del materialismo

    histórico. El problema es, por el contrario, establecer las condiciones de

    validez de toda una serie de nociones que Althusser estima irreemplazables

    para el análisis concreto de las coyunturas, aunque indudablemente dichas

    nociones estén irreductiblemente ancladas en una metafórica que continúa

    vehiculizando la idea de un tiempo de base o de una temporalidad única

    y unificante. De este modo las nociones de “desigualdad de desarrollo”,

    de “avance” y de “retroceso”, de “supervivencia” y de “anacronismo”,de “regresión sin repetición”, etc., todas nociones o “casi-conceptos”

    que connotan la heterogeneidad de sí del presente o las desigualdades

    internas (dominancias/subordinaciones) de la coyuntura como “tópico”8.

    La teoría de la sobredeterminación desemboca entonces en la tentativa

    de dar un estatus riguroso a nociones movilizadas por el análisis de

    coyuntura, nociones por definición “impuras”, que hacen interferir el

    conocimiento histórico y las decisiones para la acción en el presente,funcionando por lo tanto al mismo tiempo como conceptos de objeto y

    como indicadores tácticos en relaciones de fuerzas que escapan siempre,

    al menos parcialmente a su objetivación. De este modo permite sobre

    todo la identificación del problema político al que esos casi-conceptos

    aluden. Mientras más se esmera Althusser en reducir la distancia que

    separa el análisis de las estructuras sociales –objeto del materialismo

    histórico– y el análisis de las coyunturas –pieza ineludible de una política

    marxista que no desplazaría imaginariamente sus dificultades propiasal plano de una filosofía de la historia–, más se encuentra frente a la

    exigencia de sostener simultáneamente: a) que el “sentido de la historia”

    solo puede ser aprehendido en el presente, b) pero que en cambio ese

    presente solo se da en la complejidad interna, “asincrónica”, de una

    coyuntura, por lo tanto también en la equivocidad de ese “sentido”, c)

    que entonces por fin se encuentra excluida ipso facto toda posibilidad

    de poder adoptar un punto de vista sobre el todo –o por decirlo a la

    inversa, se plantea la necesidad de apostar sobre un eslabón decisivo, sin

    7 Este punto será central en el análisis althusseriano de la Revolución Cultural China: ver Althusser,L., “Sur la révolution culturelle”, Cahiers marxistes-léninistes , novembre-décembre 1966, n° 14,pp. 5-16.8 Althusser, L., Lire le “Capital” , op. cit., p. 293 y siguientes.

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    ninguna garantía teórica de “conversión” de las tendencias históricas en

    una práctica política ajustada a estas tendencias y por lo tanto a toda

    posibilidad de fusión de la teoría y la práctica, como a toda unificaciónde su sujeto (masa, proletariado, clases explotadas, multitud…). De ahí

    la necesidad que tiene Althusser de redoblar, como bien lo ha señalado

    de nuevo Balibar, el concepto de sobredeterminación de una noción de

    subdeterminación, que no es simplemente el complemento o lo simétrico

    del primero, sino más bien su punto de tope, su límite y su exceso no

    dialectizable: si la noción de sobredeterminación designa la necesidad de

    la contingencia de los puntos de ruptura o de mutación de las estructuras

    sociohistóricas, la de subdeterminación relaciona esta necesidad mismacon su lugar de contingencia, por lo tanto a algo como una contingencia

    de la contingencia (lo que Althusser llamará tardíamente “lo aleatorio”)

    que hace que no haya ninguna garantía, ni siquiera estructural, que haya

    historia, y que haya una subjetivación y una politización de un “sujeto”

    para hacerla, al punto que se pueda preguntar si todavía estamos frente a

    una “determinación” propiamente dicha, si estamos frente a un elemento

    no inscribible en el registro de una causalidad histórica (estructural y/ocoyuntural, estructural y/o político, objetivo y/o subjetivo), un elemento

    capitalizable por decirlo de algún modo, en el orden de una racionalidad

    del proceso histórico, de un seguimiento de sus tendencias contradictorias

    condensadas en el presente sobredeterminado de la coyuntura y de un

    ajuste de decisiones prácticas y políticas sobre esas tendencias; o si hay que

    recurrir, como recientemente lo ha propuesto Balibar, a algo como una

    “heteronomía de la heteronomía”, en la especie de una “causa ausente”

    que maquina sobre una “otra escena”, la dialéctica político-históricade la autonomía y la heteronomía del sujeto de la política  . Pero es

    precisamente en este último nivel que se sitúa la intervención de Félix

    Guattari en “La causalidad, la subjetividad, la historia”, donde podemos

    localizar retrospectivamente uno de los puntos de encuentro de Guattari

    con el trabajo que continúa Deleuze por su lado en torno a una lógica

    del sentido y del acontecimiento en la segunda mitad de los años 1960.

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    3. Disyunción III. La subjetivación revolucionaria a

    prueba de lo impolítico, entre inconsciente e historia 

    El texto de Guattari es contemporáneo a la publicación de La

    revolución teórica de Marx y Para leer el Capital . Y más importante

    aún, se presenta argumentado en parte contra ellos , pagando además el

    precio de un contrasentido tan masivo que después aclara directamente

    la empresa del mismo Guattari. Al leer la reelaboración althusseriana

    de la estructura materialista de la dialéctica, bajo los presupuestos de

    la complejidad estructural de las formaciones socio-históricas, comouna rehabilitación “solapada” de un determinismo histórico, allí donde

     Althusser, recordémoslo, busca hacer exactamente lo contrario, Guattari

    se apega precisamente a problematizar por sí mismo lo que para Althusser

    sigue siendo un límite de lo que puede ser articulado en el terreno del

    marxismo: esta sub-determinación de la coyuntura, es decir, la positividad

    y la eficacia de esta “contingencia de la contingencia” que consiste en

    la dimensión propiamente acontecimental de una coyuntura. Guattari

    propone indexar las huellas en un plano de causalidad sui generis,operando “en contrapunto al principio mismo de la determinación”,

    como una “causa ausente” que maquine sobre “otra escena” las

    instancias de la estructura social y de sus encadenamientos prácticos,

    discursivos, económicos, simbólicos e imaginarios, etc. Por medio de

    una conceptualidad lacaniana en la que fue formado (asiste al seminario

    de Lacan desde 1953 y contribuye activamente a difundir las enseñanzas

    tanto entre los grupos políticos al interior de los cuales circula como en

    el medio de la psicoterapia institucional), Guattari identifica este “orden

    de contra-determinación” en el juego de los “cortes significantes” que a

    instancias de los lapsus o los actos fallidos, rompen sintomáticamente

    con las cadenas enunciativas y las baterías significantes que se articulan

    sobre la escena de las luchas de clases, las construcciones identitarias de

    agentes colectivos, sus organizaciones y sus aparatos institucionales, sus

    regímenes de enunciados teóricos e ideológicos donde se formulan sus

    intereses, sus aspiraciones y sus rechazos, su lugar en el mundo modernoy su rol en la historia: en suma, el conjunto de estructuras simbólicas

    e imaginarias en que se sostienen la evidencia de los significados y la

    ilusión de una palabra plena. Esta plenitud de significaciones, que se une

    al sistema de lo vivido como conjunto de posiciones imaginarias de los

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    sujetos, constituye genéricamente la consciencia histórica. Pero es en los

    cortes significantes que se deciden las “posibles rupturas de la causalidad

    histórica”9

    . Psicoanalista y militante, Guattari llama a la necesidad decartografiar un nuevo tipo de campo analítico capaz de buscar estas

    brechas o rupturas sintomales que, al desestabilizar las constelaciones

    simbólicas e imaginarias en las cuales se subjetivan las relaciones de

    fuerzas sociales, obligan a abrir la teoría de la causalidad histórica sobre

    esta dimensión desconocida y hasta un cierto punto irreductiblemente

    desconocible: “este nivel inconsciente [donde] la historia se trama y

    [donde] surgen las revoluciones”.

    Es a partir de aquí que puede considerarse una causalidad en el orden

    de la lucha de clases. Aunque no quiera reconocerlo, es claramente

    en el plano de la subjetividad y del significante que el movimiento

    revolucionario desarrolla su intervención, trabajando por hacer sur-

    gir otros cortes significantes, una transmutación subjetiva cuando,

    en un sistema dado, la burguesía persiste inútilmente en articular

    oposiciones de todo tipo […], incluso cuando no funcionan más ni a

    nivel de la producción inconsciente, ni de la producción económica.

     Así los términos de la lucha de clases –la clase de las palabras de la

    clase– tal vez verán su acento y sus articulaciones fundamentalmente

    modificados, mientras que los que continúen profiriendo sus enun-

    ciados sin el respeto a esta nueva sintaxis inconsciente, caerán fuera

    del corte subjetivo revolucionario actualizado, reificarán la lógica

    histórica –lógica del sin-sentido– y volverán a caer a su pesar, en el

    estructuralismo…10

     Ante la evidencia, siempre se puede pretender que “realmentenunca la causalidad histórica de las relaciones de fuerza perdieron sus

    derechos en este asunto, que este famoso corte significante –el corte

    leninista– solo es un engaño y que la historia continúa regida en última

    instancia, por las mismas leyes de la naturaleza o, más bien, por las que

    la imaginación positivista les concede”11. Pero lo importante es que

    siempre se pueda hacer posteriormente, revelando con ello la dimensión

    irreductiblemente imaginaria del principio de la determinación o la

    causalidad histórica: que consiste en “taponear” retrospectivamenteestos efectos de ruptura, en llenar brechas, en restaurar la continuidad

    9 Ibid., p. 183 [p. 212].10 Ibid., p. 181 [210].11 Ibid., p. 184 [213].

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    de los desarrollos y las identidades. Y este taponeo no solo se hace en

    la cabeza de algunos teóricos, sino también en el cuerpo mismo de la

    sociedad y de la subjetividad colectiva. Guattari lo destaca desde unejemplo particularmente significativo e históricamente decisivo, cuando

    analiza lo que llama el “corte leninista fundamental”, que localiza al

    término del II Congreso del Partido Obrero Social-Demócrata Ruso

    en julio de 1903 , y que desembocará en la escisión del partido social-

    demócrata entre bolcheviques y mencheviques. Si esta escisión remite

    por cierto a toda una serie de causas históricas asignables al orden de

    la determinación de las relaciones de fuerzas históricas, es sin embargo,

    observa Guattari, a partir de elementos aparentemente menores, opropiamente insignificantes para los intereses de las problemáticas

    macropolíticas de la coyuntura  , que se desencadenó el conflicto, que

    las posiciones adversas se radicalizaron, que se fijaron los términos

    y las alternativas presentes y que por encima de esta escisión donde

    fusionaban a una multiplicidad de factores contingentes, se cristalizó

    irreversiblemente todo un cuerpo de representaciones y de oposiciones

    significante –estilos de enunciados, esquemas de interpretación, actosde nominación de posicionamientos políticos, teóricos e ideológicos, e

    incluso de formas de corporeidades y expresividades, posturas, gestos,

    maneras de “machacar las fórmulas”, etc., que no dejarán de repetirse a

    lo largo de la historia política del marxismo-leninismo–.

    Lo que allí se jugó se repitió al infinito en otras partes. Los enun-

    ciados se fijaron y cortaron definitivamente de sus situaciones

    enunciadoras. Puestos en posición de enunciados dominantes, su

    función fue después tratar de manejar toda enunciación en ruptura. Actitudes a un estilo ‘bolche’ profesional, un gusto perverso por un

    quiebre principista asociado a una gran flexibilidad táctica que a

    veces roza a la duplicidad, se lanzaron al mercado de la subjetividad

    militante12.

     Y esta axiomatización del ethos  militante debía someter la subjeti-

    vación revolucionaria a la ley de una repetición mucho más compulsiva,

    mucho más entregada a una crispación reaccionaria, haciendo que lasconstrucciones identitarias encerradas en estos enunciados estuvieran

    cada vez más desconectadas de las potencialidades efectivas de la situa-

    ción actual, por lo tanto cada vez más sujetas a negarlas, al entibiarse en

    12 Ibid., pp. 188 y 189 [218, traducción parcialmente modificada].

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    baterías significantes segurizadoras, manteniendo vacío un imaginario del

    sentido de la historia y del sujeto de la historia hecho esencialmente para

    conjurar cualquier corte nuevo, es decir, toda nueva potencialización,en el plano subjetivo, de un proceso revolucionario.

    De allí la tarea analítica de remontar a los regímenes de enunciados

    sobre los cuales se sedimentaron las fantasmatizaciones y las identificacio-

    nes imaginarias de las organizaciones políticas y militantes actuales, a la

    contingencia de oposiciones significantes que se estructuraron y analizar

    las fallas del presente, es decir, los nuevos cortes que, a modo de síntomas,

    por lo tanto en condiciones irreductiblemente ambivalentes, podrían

    mostrarse portadores de virtualidades o potencialidades subjetivas sus-ceptibles de provocar en plazos medianamente breves (en realidad, en una

    duración abierta imposible a predeterminar) una reconfiguración de los

    grupos de poder y de relaciones de fuerzas. – Aunque estas rupturas en el

    significante se resedimentan en nuevas estructuras simbólico-imaginarias,

    reificando la emergencia de una nueva enunciación en regímenes de

    enunciados cortados de situación de enunciación, incluso erigidos bajo

    nuevas coyunturas en posición de enunciados dominantes esencialmentedestinados “a controlar toda [nueva] enunciación de ruptura”13.

    Por último, un tal campo analítico debería tomar en cuenta el hecho

    de que estos cortes (acontecimientos moleculares) no tienen el mismo

    ritmo que los posicionamientos políticos e ideológicos de los individuos

    y los grupos en la escena histórica; producen efectos a distancia; pueden

    abrir a las constelaciones de significación, modificaciones al principio

    imperceptibles o más insignificantes, en los sectores más inesperados del

    campo social o aparentemente los menos “políticos”:

    Esto es la revolución, la historia verdadera. Ha ocurrido algo.

    Cualquiera que haya venido a Rusia en 1916 y que vuelve en

    1918 advertiría que la gente no está en el mismo lugar. Eso se lee

    en el significado. Los periodistas escribirán, por ejemplo que, ‘en

    los hipódromos ya no se ve a nadie’, que ‘el Palacio de Invierno

    no tiene el mismo aspecto’…, pero no se trata de eso: lo que ha

    cambiado completamente es el sentido de todas las significaciones,

    es decir algo que se produjo en el significante. […] Pero este corte

    significante es tan difícil de descifrar como el contenido latente de

    un sueño a partir de su contenido manifiesto: ¿Qué se rompió allí

    13 Ibid., p. 188 [218].

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    dentro; qué cadenas supuestamente significantes han sido quebradas

    y reorganizadas según otros esquemas? […] podemos admitir que lo

    que cambió debe ser identificable en el orden lingüístico, ¡pero estono es en modo alguno una exclusividad! Ciertamente no se habla

    más del mismo modo e incluso cuando se dice “hola amigo”, ya

    no es el mismo amigo después que se mató al zar, el objeto mismo

    cambió, porque ya no está instalado en las mismas relaciones de

    articulación significante, en las mismas constelaciones significantes

    de referencia: la del otro sexo, de otra edad, de otra raza, de Dios,

    ¿Cómo saberlo?14

    Sabemos que para problematizar una instancia como esta,teóricamente pero también prácticamente, Guattari propondrá con

    Deleuze, el concepto de “proceso deseante” (o deseo esquizofrénico), y

    luego los de “devenir-minoritario” y “devenir-revolucionario”, forjados

    a lo largo de una interrogación persistente sobre el fascismo histórico y

    sobre los mecanismos permanentes de la empresa de un “micro-fascismo”

    de masas a interior de los Estados nacional-capitalistas de posguerra. Es

    porque verán siempre más claramente en el fascismo, una condensación

    de la aporía nodal de la política: la incapacidad de conquistar una

    aptitud para sacarse de encima las cristalizaciones inconscientes de las

    identificaciones colectivas, en la urgencia de una coyuntura marcada

    por una manipulación del inconsciente a escala masiva, por la cual se

    destruía el propio espacio político. Esto significa replantear el problema

    que ya había preocupado a Walter Benjamin, Wilhelm Reich o Georges

    Bataille sobre los mecanismos de identificación colectiva y el lugar

    que estamos prestos a otorgar, en el pensamiento y el análisis políticoal fantasma, al imaginario de las identidades, incluidas sus formas

    extremas de despersonalización o al contrario (pero realmente las formas

    aquí comunican), de la histerización y el delirio de las identidades  .

    Pero ello implicará también profundizar sus implicancias prácticas, y

    replantear con eso el problema fundamental de toda política encargada

    y ocupada de la autonomía de su sujeto (emancipación) –el problema

    de la heteronomía de esta misma política–, pero llevándola a su límite

    o a su punto de exceso: el que marca el problema de una autonomíade esta instancia heterogénea impolitizable, de esta “otra escena” del

    inconsciente donde se inscriben sintomáticamente los impases y las

    14 Ibid., p. 178 [206-207].

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    crisis que atraviesan estos agentes colectivos. Que estos restos o estos

    síntomas que Deleuze y Guattari conceptualizan como “máquinas

    deseantes” y luego como “devenires”, no integrables en una racionalidadpolítica, estratégica e incluso ético-social (en el sentido de la Sittlichkeit

    hegeliana), puedan volver brutalmente al orden de la relación del cuerpo

    con el lenguaje, del arte y la sexualidad, el espacio y la historia, formando

    de este modo muchas huellas de la heterogeneidad de sí de sujetos de

    la intervención política, eso que se llama la construcción de un espacio

    analítico sui generis  que permita acondicionar sus posiciones, conjurando

    al mismo tiempo los desastres a los que siempre expone la pretensión de

    ganar sobre ellos un dominio irrestricto. Esta es la escena que Deleuzey Guattari intentan tematizar como “esquizo-análisis” y luego como

    análisis “micropolítico” de los “devenires-revolucionarios de la gente”.

    La tarea práctica conveniente que se desprende le da a este concepto

    de “devenir-revolucionario” su contenido efectivo; contenido cuya

    relativa borradura ulterior (lo vimos a propósito del ejemplo de 1984:

    “No hubo Mayo del 68”) seguirá exponiéndose al riesgo de recaer en una

    dualidad abstracta entre “devenir” e “historia”, desplazando verbalmentea los problemas práctico-políticos que habían ordenado durante los años

    sesenta la puesta en marcha del tema del devenir-revolucionario (problema

    de las “reconversiones subjetivas” y de la creatividad institucional, hasta

    la articulación de la analítica del deseo y de la lucha revolucionaria) hacia

    una “resolución” meramente especulativa de su relación. Guattari desde

    los años sesenta y luego con Deleuze en los años setenta, no dejará de

    abordarlo nuevamente: el problema no es psicologizar los antagonismos

    sociales y políticos, ni psicoanalizar las organizaciones militantes, sinocuestionar, teóricamente y prácticamente, la aptitud de las organizaciones

    vinculadas con movimientos revolucionarios para funcionar como

    analizadores colectivos y experimentadores de estos movimientos en los

    que se insertan; por lo tanto de agenciar en sí mismas las condiciones

    (inevitablemente provisorias y renegociables en la duración real de

    las luchas) para dirigir simultáneamente la crítica objetiva del orden

    social y la crítica interna tanto de las constelaciones libidinales y las

    formas de subjetividad que estas luchas secretan en sí mismas; en suma,

    problematizar su aptitud de hacer de la intervención política en el campo

    social el vector de experimentaciones y transformaciones de sí, y de

    dichas experimentaciones el medio de renovar los modos de percepción,

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    de inteligibilidad y de intervención material en el campo social. Como

    en suma, retomando los términos de Deleuze, “constituir en el grupo

    las condiciones de un análisis de deseo, sobre sí mismo y sobre los otros[…]; liberar los agentes colectivos de enunciación capaces de formar los

    nuevos enunciados de deseo; constituir no una vanguardia, sino grupos

    de adyacencia con los procesos sociales”.

    Pero en todo esto, se trata, a mi modo de ver, de mantener siempre

    la circularidad de las dos proposiciones: la primera, althusseriana, según

    la cual la política “remite a una circularidad esencial”, en el sentido

    de que solo encuentra sus condiciones allí donde las constituye y las

    reproduce (lo que Althusser en su lectura de Maquiavelo metaforizabaen la imagen de un “vacío” que la política requiere para instituirse, pero

    que no preexiste a la intervención mediante la cual consigue crearla –y

    que se mantiene entonces irreductiblemente contingente)–; la segunda,

    guattaro-deleuziana, según la cual esta contingencia o esta finitud de la

    política es irreductible, o más bien siempre puesta en juego, porque está

    sometida a una heterogeneidad irreductible, dependiente de una instancia

    que, desde otro lugar que aquel donde se ubica la práctica de la política,puede tener fuerza, modifica las relaciones del sentido y el sinsentido, y de

    lo posible y lo imposible en la política, y así expone continuamente a una

    contingencia de la contingencia misma. Para decirlo más sencillamente,

    esta instancia desplaza incesantemente las condiciones de la política, y al

    extremo puede destruirlas, aunque no sea inscribible en el orden de las

    racionalidades políticas donde produce sus efectos, ni sea traducible en

    silogismos prácticos de medios y fines, proporcionales a cálculos tácticos

    y anticipaciones estratégicas, codificable en la institucionalización dederechos y deberes, y en los instrumentos de regulación de relaciones de

    fuerzas históricas. Por eso justamente la necesidad de colectivos (“grupos

    analíticos y militantes”, “comunas analíticas”, siguiendo lo términos

    propuestos por Guattari para esta utopía activa), capaces de abrir el

    espacio analítico que permita acoger estos síntomas “impolíticos” en

    donde ya se juegan, a la vez, la subjetivación revolucionaria y el peligro

    de desmoronamiento de toda política posible: “cara a cara, espalda a

    espalda, espalda a cara…”.

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