Sobre El Universal en Abelardo - A. Tursi

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1 Consideraciones sobre el universal en Abelardo Antonio Tursi Pedro Abelardo comienza su llamada parte constructiva (pars construens) de la Lógica “Ingredientibus” suscribiendo de lleno universalidad a las voces: “Ahora bien, señaladas las razones por las cuales las cosas, ni tomadas singularmente ni colectivamente, pueden ser llamadas universales que se prediquen de muchos, resta que adscribamos tal universalidad solo a las voces.” 1 Como ya demostró en la parte destructiva (pars destruens) que las cosas, ni una ni muchas tomadas colectivamente, satisfacían los requisitos de la definición aristotélica del universal, los de ser predicado de muchos, la universalidad tiene que ser algo que atañe a las palabras (voces). Sencillamente, si, como se demostró, el universal no es una res, entonces es una vox. Ya su maestro Roscellino de Compiègne había identificado el universal con las voces. Es más, había inaugurado, según algún testimonio, frente a la tradición realista, una nueva corriente entre los peripatéticos (término que por la época designaba a los que estudiaban temas dialécticos): la de los que siguen la doctrina de las voces (sentencia vocum) en la que se alista Abelardo. Abelardo, a diferencia de Roscellino, se centra en el aspecto significativo de las voces. La vox es un mero sonido y no puede ser universal, primero, porque es algo físico y, segundo, porque varía entre las diferentes lenguas. Pero esa vox puede ser soporte o sustrato material de un significatum que se une convencionalmente (ad placitum) a la vox y que Abelardo identifica aquí con el universal. Con ello Abelardo abre un camino del que los filósofos que estudian el lenguaje y concretamente el tema de los universales aún no han desandado. El dimensión significativa que elabora Abelardo, además, lo separa de sus maestros que sostenían dos tipos de realismos absolutamente opuestos: uno universalista como el de Guillermo de Champeaux y otro individualista, como el de Roscellino de Compiègne. 1 Nunc autem ostensis rationibus quibus neque res singillatim neque collectim acceptae universales dici possunt in eo quod de pluribus praedicantur, restat ut huiusmodi universalitatem solis vocibus adscribamus.”

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Consideraciones sobre el universal en Abelardo

Antonio Tursi

Pedro Abelardo comienza su llamada parte constructiva (pars construens) de la Lógica

“Ingredientibus” suscribiendo de lleno universalidad a las voces:

“Ahora bien, señaladas las razones por las cuales las cosas, ni tomadas

singularmente ni colectivamente, pueden ser llamadas universales que se

prediquen de muchos, resta que adscribamos tal universalidad solo a las voces.”1

Como ya demostró en la parte destructiva (pars destruens) que las cosas, ni una ni

muchas tomadas colectivamente, satisfacían los requisitos de la definición aristotélica

del universal, los de ser predicado de muchos, la universalidad tiene que ser algo que

atañe a las palabras (voces). Sencillamente, si, como se demostró, el universal no es una

res, entonces es una vox. Ya su maestro Roscellino de Compiègne había identificado el

universal con las voces. Es más, había inaugurado, según algún testimonio, frente a la

tradición realista, una nueva corriente entre los peripatéticos (término que por la época

designaba a los que estudiaban temas dialécticos): la de los que siguen la doctrina de las

voces (sentencia vocum) en la que se alista Abelardo. Abelardo, a diferencia de

Roscellino, se centra en el aspecto significativo de las voces. La vox es un mero sonido

y no puede ser universal, primero, porque es algo físico y, segundo, porque varía entre

las diferentes lenguas. Pero esa vox puede ser soporte o sustrato material de un

significatum que se une convencionalmente (ad placitum) a la vox y que Abelardo

identifica aquí con el universal. Con ello Abelardo abre un camino del que los filósofos

que estudian el lenguaje y concretamente el tema de los universales aún no han

desandado. El dimensión significativa que elabora Abelardo, además, lo separa de sus

maestros que sostenían dos tipos de realismos absolutamente opuestos: uno

universalista como el de Guillermo de Champeaux y otro individualista, como el de

Roscellino de Compiègne.

1 “Nunc autem ostensis rationibus quibus neque res singillatim neque collectim acceptae universales dici possunt in eo quod de pluribus praedicantur, restat ut huiusmodi universalitatem solis vocibus adscribamus.”

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El esquema de esta segunda parte de la Lógica “Ingredientibus” es como sigue:

I) El universal como voz, distinción entre términos particulares y términos

universales.

II) La causa de imposición del universal del lado de la realidad: el status rei.

III) La causa de imposición del universal del lado del entendimiento.

IV) La forma común como significado del universal.

V) El universal como abstracción.

VI) Respuesta a los tres dilemas de Porfirio y planteo de una cuarta cuestión.

Nosotros vamos a analizar los principales pasajes de esta parte a fin de establecer las

principales consideraciones de Abelardo sobre el universal.

Abelardo comienza trasladando la clasificación de términos que se hace en gramática a

la dialéctica:

“Como algunos nombres son llamados por los gramáticos, apelativos, y otros,

propios, así por los dialécticos son llamadas universales algunas de las

expresiones simples, y otras, particulares, es decir, singulares. Universal es el

vocablo que, por su institución, es apto para ser predicado de muchos

singularmente, como este nombre «hombre», que es posible unir a los nombres

particulares de los hombres, según la naturaleza de los objetos a los cuales se

impone. Y singular es el que es predicable de uno solo, como «Sócrates» cuando

se toma como nombre de uno solo.”2

La correspondencia en términos generales es:

2 “Sicut igitur nominum quaedam appellativa a grammaticis, quaedam propria dicuntur, ita a dialectis simplicium sermonum quidam universales, quidam particulares, scilicet singulares, appellantur. Est autem universale vocabulum quod de pluribus singillatim habile est ex inventione sua praedicari, ut hoc nomen 'homo', quod particularibus nominibus hominum coniungibile est secundum subiectarum rerum naturam quibus est impositum. Singulare vero est quod de uno solo praedicabile est, ut Socrates, cum unius tantum nomen accipitur.”

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Gramática Dialéctica

Nombres apelativos Nombres universales

Nombres propios Nombres particulares

Digo en términos generales, porque la clasificación de los gramáticos no se corresponde

exactamente con la de los dialécticos. Abelardo marca ciertas discrepancias respecto de

las formas verbales conjugadas y de los nombres en los llamados casos oblicuos, pero

ello no hace a nuestro tema.

< Hagamos un excurso: los dialécticos no eran solo especialistas en dialéctica o lógica,

en el arte de razonar, sino más bien eran profesores de las artes del Trivium. Cuando

referimos las obras de Guillermo, vimos que cubrían las tres artes: gramática, retórica y

dialéctica. Y con producción de Abelardo ocurre otro tanto. Abelardo recurre aquí al

apoyo de la gramática, como en la primera parte de su Lógica “Ingredientibus” había

recurrido a los principios de la retórica para notar que el proemio que está haciendo los

cumple. Sucede que entre las tres disciplinas hay una suerte de solidaridad porque

tienen el mismo objeto de estudio: el sermo, el “lenguaje”, de allí el nombre de artes

sermocinales. La Gramática trata de que el lenguaje sea correcto; la Dialéctica, de que

sea verdadero, y la Retórica, de que sea decoroso. Lo mismo ocurre con las artes del

Quadrivium. Su objeto de estudio es uno solo, la armonía u orden. La armonía que se

manifestaba en movimiento y en el tiempo era objeto de la Música; en movimiento y en

el espacio, de la Astronomía; inmóvil y en el tiempo, la Aritmética, e inmóvil y en el

espacio, la Geometría. >

Volviendo al pasaje citado, los términos universales, en cuanto términos, por ahora con

prescindencia de lo que sea que signifiquen, cumplen, a diferencia de las cosas, con lo

que Aristíetles exigía del universal: ser predicado de muchos. El ejemplo recurrente es

“hombre” –que sería para los gramáticos un término apelativo-, por cuanto “hombre” se

ha impuesto o insitutido para ser predicado de Sócrates, de Platón, etc. En cambio,

como sabemos, los términos particulares –propios, para los gramáticos- se dicen de uno

solo, si es que ese solo no tiene un tocayo. Pero, ¿a partir de qué se da esa institución o

imposición?

Continúa Abelardo:

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“Ahora bien, asignada la definición tanto de los universales como de los

singulares a las voces, inquiramos atentamente la propiedad de las voces y

especialmente la de las universales. Sobre los universales se propusieron

cuestiones, porque se duda máximamente de su significación, ya que ni parecen

tener algún objeto ni constituir un concepto natural respecto de algo.”3

La investigación se dirige, pues, a qué es lo propio de las voces universales, porque

parece muy conflictiva su significación, ya sea del lado de la realidad al pretender

encontrar una cosa “hombre”, ya sea incluso –y esto será muy significativo en

Abelardo- del lado del entendimiento, porque “hombre” como concepto no alude a algo

real, porque no existe la cosa “hombre”, ni representa en el entendimiento algo bien

determinado, como una imagen particular que se recuerde.

Y sigue al respecto:

“Y parecía que los nombres universales no se imponían a ninguna cosa, a saber

porque todas las cosas existen en sí distintamente, y no convienen en cosa

alguna, como se señaló, por cuya conveniencia se pudieran imponer los nombres

universales. Entonces, porque es cierto que los universales no se imponen a las

cosas según la diferencia de su distinción, pues ya no serían comunes, sino

singulares, ni tampoco pueden denominarlas como convenientes en alguna cosa,

pues no hay ninguna cosa en la que convengan, parece que los universales no

adquieren significación alguna de las cosas, sobre todo porque no constituyen

ningún concepto de alguna cosa.”4

3 “Nunc autem universalis quam singularis definitione vocibus adsignata praecipue universalium vocum proprietatem diligenter perquiramus. De quibus universalibus positae fuerant quaestiones, quia maxime de earum significatione dubitatur, cum neque rem subiectam aliquam videantur habere nec de aliquo intellectum sanum constituere.” 4 “Rebus autem nullis videbantur imponi universalia nomina, cum scilicet omnes res discrete in se subsisterent nec in re aliqua, ut ostensum est, convenirent, secundum cuius rei convenientiam universalia nomina possint imponi. Cum itaque certum sit universalia non imponi rebus secundum suae discretionis differentiam, quippe iam non essent communia sed singularia, nec iterum eas possint ut convenientes in aliqua re nominare; quippe nulla res est in qua conveniant, nullam de rebus significationem contrahere videntur universalia, praesertim cum nullum de re aliqua constituant intellectum.”

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Los términos universales no se imponen a ninguna cosa porque las cosas particulares,

son absolutamente distintas (discretae) entre sí. Tampoco se imponen a una colección o

conveniencia de cosas, como lo demostró en la parte destructiva y referimos cuando

analizamos las posturas realistas. Tampoco se imponen a una reunión de accidentes,

porque una reunión de accidentes o formas se da necesariamente en una sustancia

particular y cada sustancia con sus propios accidentes es significada por un nombre

singular o propio: Sócrates, esta mesa, etc. La conclusión de Abelardo es que los

universales no toman su significado de ninguna cosa real existente extramental. Y, en

consecuencia, no hay tampoco ningún concepto universal que tenga como correlato una

cosa real.

Sin embargo, encuentra Abelardo, hay algo en la realidad más allá de las cosas

particulares y diferentes entre sí. Hay un estado o situación en que las cosas se

encuentran y que parece obrar como causa común, del lado de la realidad, de la

imposición de los términos universales.

“Primero consideremos la causa común. Cada uno de los hombres distintos entre

sí puesto que difieren tanto en sus esencias como en sus formas propias, como

arriba lo hemos recordado al inquirir respecto de la repugnancia de la física,

convienen, sin embargo, en esto, en que son hombres. No digo en el hombre,

porque ninguna cosa es el hombre, a no ser la cosa distinta, sino en el ser

hombre. Ahora bien, el ser hombre no es el hombre ni alguna cosa.”5

Cada una de las cosas, por caso los hombres particulares, absolutamente diferentes por

sus sustancias o esencias y sus correspondientes accidentes, tal como quedó de

manifiesto al refutar la primera opinión de Guillermo de Champeaux, convienen en

algo: en el hecho de ser hombres (esse homines). “Hombre” en la realidad coincide con

un individuo particular. Pero “ser hombre” es un estado, no una cosa, en el cual se

hallan determinados individuos “hombres”.

Y sigue Abelardo:

5 “Ac primum de communi causa consideremus. Singuli homines discreti ab invicem, cum in propriis differant tam essentiis quam formis (ut supra meminimus rei physicam inquirentes), in eo tantum conveniunt quod homines sunt. Non dico in homine, cum res nulla sit homo nisi discreta sed in esse hominem. Esse autem hominem non est homo nec res aliqua.”

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“Pero parece algo inadmisible que tomemos la conveniencia de las cosas como

aquello que no es alguna cosa, como si uniéramos en la nada las cosas que ahora

existen, como cuando decimos que éste y aquél convienen en el estado de

hombre, esto es, en que son hombres. Pero no opinamos otra cosa sino que ellos

son hombres y que según ello en nada difieren; según ello, digo, en que son

hombres, aunque no apelemos a ninguna esencia. Ahora bien, llamamos estado

de hombre al mismo ser hombre, que no es una cosa, y que dijimos también es la

causa común de la imposición del nombre a cada uno, según ellos convienen

entre sí.”6

Cuando, en la parte destructiva de la Lógica “Ingredientibus”, Abelardo refiere a

aquellos realistas que sostienen que el universal consiste en la conveniencia en una

cosa, dice que esa opinión se acerca más a lo que la cosa es. Abelardo recoge esa

doctrina, pero no hace convenir el universal en una cosa, sino que hace convenir las

cosas individuales en un estado. Hay en la realidad una conveniencia, pero no es

sustancial sino, digamos, estatual. El status no es un universal, porque en la realidad no

hay nada universal, ni es aquello a lo que los términos universales refieren, porque,

veremos, los terminos universales refieren, como se sigue de Aristóteles, individuos,

sino que el status es la causa de imposición del lado de la realidad del término universal

a individuos que comparten determinado status o situación. Abelardo retoma la variante

realista de la conveniencia y la descosifica, la hace un status.

Esto es todo lo que en la Lógica “Ingredientibus” Abelardo dice al considerar el motivo

por el cual hay en la realidad algo que coadyuva a la imposición de términos

universales. En el artículo de Bertelloni (1995), “Status… quod non est res, etc.” podrán

leer la síntesis obrada por Abelardo de elementos que toma de la tradición para su teoría

del status; la confrontación de estos pasajes con otros de otras obras de Abelardo en los

que se podría equiparar el sattus con el significado de las proposiciones (dictum

propositionis), e incluso Bertelloni pasa revista a las diferentes interpretaciones de los

historiadores contemporáneos sobre esta discutida teoría abelardiana del status. 6 “Abhorrendum autem videtur quod convenientiam rerum secundum id accipiamus quod non est res aliqua, tamquam in nihilo ea quae nunc sunt uniamus, cum scilicet hunc et illum in statu hominis, id est in eo quod sunt homines, convenire dicimus. Sed nihil aliud sentimus nisi eos homines esse et secundum hoc nullatenus differre, secundum hoc, inquam, quod homines sunt, licet ad nullam vocemus essentiam. Statum autem hominis ipsum esse hominem, quod non est res, vocamus, quod etiam diximus communem causam impositionis nominis ad singulos, secundum quod ipsi ad invicem conveniunt.”

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Y continúa Abelardo:

“Señalada la significación de los universales, a saber sobre las cosas por

denominación, y demostrada la causa común de su imposición, señalemos cuáles

son los conceptos que constituyen.”7

La significación de los universales consiste en denominar cosas individuales, como la

definición aristotélica lo pedía. Cuando decimos “hombre”, significamos a Sócrates, a

Platón y a todos los individuos que subsume el status de ser hombre. Justamente, esa

significación les viene impuesta, del lado de la realidad, por el status rei. Ahora,

Abelardo pasa a considerar qué correlato mental tiene el término “hombre”:

“<…> distingamos los conceptos de los universales y los de los singulares. Los

cuales, ciertamente, se diferencian en esto, en que aquel que es propio de un

nombre universal, concibe una imagen común y confusa de muchos, mas aquel

otro que una voz singular genera, contiene la forma propia y como singular de

uno, esto es, reteniendo a una sola persona. De allí que cuando oigo «hombre»,

surge en el ánimo un cierto parecido que se halla respecto de cada hombre de tal

manera que es común a todos y no es propio de ninguno. En cambio, cuando

oigo «Sócrates», surge en el ánimo cierta forma que expresa la semejanza de una

determinada persona. De allí que por este vocablo que es «Sócrates», que suscita

en el ánimo la forma propia de uno solo, se notifica y determina una cosa; en

cambio, por «hombre», cuya /22/ inteligencia se apoya en la forma común de

todos, la misma comunidad depara tal confusión que no entendemos cuál es de

todos. De allí que rectamente se dice que «hombre» no significa Sócrates ni

ningún otro, porque ninguno es notificado por la virtud del nombre, aunque

denomine a cada uno. En cambio, «Sócrates» o cualquier otro singular, no sólo

debe nombrar, sino también determinar el objeto.”8

7 “Ostensa autem significatione universalium de scilicet rebus per nominationem et communi causa impositionis eorum monstrata, quid sint eorum intellectus quos constituunt ostendamus.” 8 “<…> universalium et singularium intellectus distinguamus. Qui quidem in eo diuiduntur, quod ille qui uniueralis nominis est, communem et confusam imaginem multorum concipit, ille vero quem vox singularis generat, propriam unius et quasi singularem formam tenet, hoc est ad unam tantum personam se habentem. Unde cum audio 'homo', quoddam instar in animo surgit, quod ad singulos homines sic se habet ut omnium sit commune et nullius proprium. Cum autem audio 'Socrates' forma quaedam in animo surgit quae certae personae similitudinem exprimit.

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Hay una suerte de correspondencia entre los términos universales y los particulares, del

lado del lenguaje, y los conceptos universales y los particulares, del lado del

entendidmiento. De hecho, como vimos, los términos particulares remiten a una cosa

particular, como cuando decimos “Sócrates” o “esta mesa”, y los términos universales

remiten, por su función predicativa, a esos mismos particulares: “hombre” refiere a

“Sócrates”, “Platón”, etc. “mesa” remite a “esta mesa”, “aquella mesa”, etc. Y ya

sabemos que esos particulares se encuentran en un cierto status, el “ser hombre”, el “ser

mesa”, que es causa común, dice Abelardo, que permite la imposición de términos

universales a individuos.

En el caso de los conceptos, los términos particulares remiten a una forma o imagen

concreta que tiene su correlato real. Hay una cierta correspondencia entre: la cosa real

existente “Sócrates”, el término particular “Sócrates” y la imagen particular “Sócrates”.

Pero respecto de los conceptos universales el asunto es muy diferente: del lado de la

realidad no hay una cosa ni una colección de cosas universal “hombre”, del lado del

lenguaje hay universalidad: “hombre”, y del lado del entendimiento, el concepto

“hombre” es una imagen confusa, surgida por un proceso de abstracción de imágenes

particulares y que remite a todos y a ninguno. “Hombre”, en tanto concepto, no me

notifica o pone en conocimiento de ningún hombre particular, aunque como término sea

predicado de todos los hombres particulares.

Abelardo ensaya una teoría del conocimiento con un lenguaje boeciano, aunque su

planteo es originalísimo respecto de la tradición aristotélica-boeciana. El alma percibe

los objetos individuales y forma una imagen individual de ellos. Pero esa imagen

concebida es independiente del objeto extramental, tiene vida propia. El objeto

extramental correspondiente puede desaparecer y su imagen seguir viva en nosotros.

También puede el entendimiento alterar esa imagen –lo que también demuestra su

independencia respecto del objeto- y componer imágenes ficticias que no se

corresponden con un objeto extramental. Al tener experiencia de otros objetos, el

entendimiento retiene, en base a características comunes entre esos objetos, cierta

Unde per hoc vocabulum quod est 'Socrates' quod propriam unius formam ingerit in animo, res quaedam certificatur et determinatur, per 'homo' vero cuius intelligentia /22/ in commmuni forma omnium nititur, ipsa communitas confusioni est ne quem ex omnibus intelligamus. Unde neque Socratem neque alium recte significare 'homo' dicitur, cum nullus ex ui nominis certificetur, cum tamen singulos nominet. Socrates vero vel quodlibet singulare non solum habet nominare, verum etiam rem subiectam determinare.”

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semejanza entre ellos. Esa semejanza es imprecisa, pues quedan cancelados los

accidentes propios de la imagen particular. El entendimiento abstrae una imagen general

a partir de la semejanza que se da entre imágenes particulares. Esa imagen general o

difusa es la que nos permite reconocer determinado objeto dado a la experiencia. Pero

esa imagen no es un concepto a la manera aristotélico-boeciana, no da conocimiento

cierto de la realidad, sino solo un conocimiento confuso, compuesto de notas generales

y mentado por los términos universales. Cuando se oye “hombre”, decía el pasaje antes

citado, surge al instante en el alma un cierto parecido (quoddam instar) que se relaciona

con todos los hombres particulares pero que no es ninguno de ellos. El término

universal significa, justamente, ese parecido.

Antes de responder puntualmente las preguntas de Porfirio, Abelardo se pregunta si la

causa de la imposición de los términos universales se debe a ese concepto difuso o al

status o a ambos a la vez. Y responde que lo es por ambos a la vez, pero que parece

tener más fuerza la causa que se toma de la realidad, esto es, el status.

Abelardo refiere nuevamente los dilemas de Porfirio que ya antes, al comienzo había

comentado, y los responde:

“Entonces, la primera cuestión era si los géneros y las especies subsisten, esto

es, si significan algunas cosas realmente existentes, o si están colocados sólo en

/28/ el entendimiento.”9

“A lo cual hay que responder que significan con toda verdad, por denominación,

cosas realmente existentes, a saber esas mismas que significan los nombres

singulares y que de ningún modo están colocados en una opinión vacía, y sin

embargo en cierto modo consisten en un conocimiento solo, desnudo y puro,

como se ha determinado.”10

Los universales significan las mismas cosas que significan los términos singulares, esto

es, individuos, ya que las cosas que hay en la realidad son individuos –el status está en

9 “Prima itaque huiusmodi erat Utrum genera et species subsistant, id est significent aliqua vere existentia, an sint posita in /28/ intellectu solo.” 10 “Ad quod respondendum est quia re vera significant per nominationem res vere existentes, easdem scilicet quas singularia nomina, et nullo modo in opinione cassa sunt posita; quodam tamen modo intellectu solo et nudo et puro, sicuti determinatum est.”

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la realidad, pero no es una cosa-. “Hombre” significa a Sócrates, a Platón, etc., por lo

cual no son una opinión vacía, sin correlato real. Pero ese correlato real no es un

universal, porque, ya lo sabemos, no hay ninguna cosa universal, sino individuos. Y por

ello mismo su concepto es solo, desnudo y puro, por cuanto no tiene un correlato real.

Respecto del segundo dilema: si, en el caso de que sean subsistentes, son corpóreos o

incorpóreos, Abelardo lo responde diciendo:

“<…> en cierta manera, corporales, esto es, /29/ cosas distintas en su esencia, e

incorporales en lo que hace a la denotación del nombre universal, a saber porque

no las nombran distinta y determinadamente, sino confusamente, como arriba

hemos con suficiencia enseñado.”11

Esto es, el universal no existe por sí en la realidad como cuerpo. El caso de “hombre”, si

se quiere poner en la realidad, coincidiría con una esencia particular, “Sócrates”, por

caso, o Platón, o con cualquiera de los individuos de los que se predica. Como

incorpóreo, el universal podría tomarse como aquello que denota el término universal,

esto es, esa imagen mental confusa, que como concepto es incorpórea.

Al tercer dilema, al de si los universales están en las cosas o más allá de las cosas,

responde:

“<…> sediceque losuniversalessubsistenen lascosassensibles,estoes,

significanunasustanciaintrínsecaexistenteenlacosasensibleapartirde

formasexteriores,yaunquesignifiquenesasustanciaquesubsisteenacto

en la cosa sensible, sin embargo se demuestra que la misma está

naturalmente separada de la cosa sensible, como antes según Platón

determinamos.”12

La respuesta, según lo expuesto, puede crear cierta perplejidad. Pero hay ciertas formas

exteriores, verdaderas esencias y causas de las cosas, a las que alude Abelardo 11 “<…> corporalia quodammodo (id est /29/ discreta) in essentia sua et incorporalia quantum ad universalis nominis nominationem, quod scilicet ea non discrete ac determinate nominant sed confuse, ut supra satis docuimus.” 12 “dicuntur universalia subsistere in sensibilibus, id est significare intrinsecam substantiam existentem in re sensibili ex exterioribus formis et cum eam substantiam significent, quae actualiter subsistit in re sensibili, eandem tamen naturaliter separatam a re sensibili demonstrant, sicut superius iuxta Platonem determinavimus.”

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refiriendo aquí a Platón, cuyo mundo eidético, ya saben, el neoplatonismo de Agustín p.

e., identifica con el plan divino. En ese mismo sentido, en otro pasaje Abelardo cita las

Construcciones (Instituciones Gramaticales, I) de Prisicano (s. V/VI) quien habla de

“concepciones comunes de la mente divina antes de que se plasmen en cuerpos”.

Abelardo comenta que dios como artífice concibe de antemano la forma ejemplar

(forma exemplar) de lo que va a crear, forma que de hecho se exterioriza en los cuerpos.

Pero, acota:

“<…> tal concepción se atribuye acertadamente a dios, no al hombre.”13

Para el hombre es imposible conocer esas verdaderas esencias de las cosas. Y sigue

comentando:

“De allí que también acertadamente se atribuyen a la mente divina, y no a la

humana, tales concepciones por abstracción, porque los hombres, que conocen

las cosas sólo por los sentidos, raramente o nunca alcanzan esa simple

inteligencia, y la percepción exterior de los accidentes les impide concebir de

manera pura las naturalezas de las cosas. En cambio, dios, a quien son

manifiestas por sí todas las cosas que creó, pues antes de que existan las conoce,

distingue a cada uno de los estados en sí mismos, y no le es de impedimento el

sentido a quien posee, él solo, la verdadera inteligencia. De allí que los hombres,

en aquellas cosas que no afectan su sentido, tienen más opinión que inteligencia,

cosa que aprendemos por la experiencia misma.”14

En conclusión, hay una esencia de las cosas que nos es desconocida. La forma en que se

nos dan las cosas nos impide conocer su verdadera esencia. Nuestra inteligencia, cuya

operación propia es la abstracción, llega por ello a una imagen abstracta confusa. El

conocimiento pleno y cabal es el del particular, no el del universal.

13 “Haec autem communis conceptio bene Deo adscribitur, non homini.” 14 . Inde etiam bene diuinae menti, non humanae huiusmodi per abstractionem conceptiones adscribuntur, quia homines, qui per sensus tantum res cognoscunt, uix aut numquam ad huiusmodi simplicem intelligentiam conscendunt et ne pure rerum naturas concipiant, accidentium exterior sensualitas impedit. Deus vero cui omnia per se patent, quae condidit, quique ea antequam sint nouit, singulos status in se ipsis distinguit nec ei sensus impedimento est qui solus ueram habet intelligentiam. Unde homines in his quae sensu non attractauerunt, magis opinionem quam intelligentiam habere contingit, quod ipso experimento discimus.

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En la segunda alternativa del tercer dilema sobre la naturaleza de los universales que

trama Porfirio en la Isagoge y que Abelardo lee en la traducción de Boecio se dice:

“<…> o en las cosas sensibles y existiendo en torno a ellas.” (“<…> an in

sensibilibus et circa ea constantia.)

Se trata, en rigor, de dos sintagmas unidos por la conjunción “y”. El segundo hace las

veces de aclaración y precisión del primero. Pero Abelardo toma esa aclaración como

una especie de subterfugio para introducir el plano que a él le interesa y que no está

contemplado en las preguntas de Porfirio, el de la dimensión semántica del universal.

Dice Abelardo:

“Podemos exponer «y existiendo en torno a ellas» como agregando una cuarta

cuestión, a saber, si los géneros y las especies, mientras son géneros y especies,

es necesario que tengan por denominación algún objeto, o si, destruidas las cosas

denominadas, es posible todavía, a partir de la significación de su entendimiento,

que sigan siendo universales, como este nombre «rosa», cuando no existe

ninguna de las rosas a las que es común.”15

Abelardo está distinguiendo entre denominación (Abelardo dice nominatio) y

significación (significatio), (la semiótica contemporánea hace la misma distinción). El

término universal denomina algo extramental, esto es los individuos de los que se

predica. Y, por otra parte, el término universal significa un contenido mental. La

pregunta que abre Abelardo es si los términos universales siguen significando aún

cuando no denoten. Y responde:

“<…> su solución es que /30/ no queremos de ningún modo que haya nombres

universales una vez que, desaparecidas las cosas, ya no sean predicables de

muchos, pues tampoco serían comunes a ninguna cosa; como el nombre de rosa,

cuando ya no existan rosas, y sin embargo tal nombre es significativo a partir del

15 “Possumus sic exponere «et circa ea constantia» ut quartam quaestionem adnectamus, scilicet utrum et genera et species, quamdiu genera et species sunt, necesse sit subiectam per nominationem rem aliquam habere an ipsis quoque nominatis rebus destructis ex significatione intellectus tunc quoque possit universale consistere, ut hoc nomen «rosa» quando nulla est rosarum quibus commune sit.”

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entendimiento, aunque carezca de denominación; de lo contrario la proposición

«ninguna rosa existe» no existiría.”16

Los términos universales son predicado de muchos, como decía Aristóteles. Esos

muchos son individuos. En eso consiste su denotación. Pero aún cuando dejen de

denotar, cuando no tengan muchos individuos extramentales de los cuales predicarse,

con todo no pueden dejar de significar, esto es, de referir una imagen mental, por más

confusa que ella sea. Y mientras sigan significando, aunque no denotando, siguen

teniendo sentido. La prueba es que, en la suposición de la absoluta desaparición de

todas las cosas rosa, la proposición “ninguna rosa existe” tiene sentido.

16 “Haec est solutio quod /30/ universalia nomina nullo modo volumus esse cum rebus eorum peremptis iam de pluribus praedicabilia non sint, quippe nec ullis rebus communia, ut rosae nomen non iam permanentibus rosis, quod tamen tunc quoque ex intellectu significativum est liceo nominatione careat. Alioquin propositio non esset: Nulla rosa est.”

Page 14: Sobre El Universal en Abelardo - A. Tursi

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Bibliografía

Abelardo, Lógica «Ingredientibus» = B. Geyer, Peter Abaelards, Philosophische Schriften, Beiträge zur Geschichte der Philosophie des Mittelalters, Münster i, Westfalia, 1919. Heft 1: Die Glossen zu Porphyrius. F. Bertelloni, «Pars construens: Las solución de Abelardo al problema del universal en la 1ra. parte de la Lógica ´Ingredientibus´», Patristica & Mediaevalia, VIII, 1987, pp. 39-60, y IX, 1988, pp. 3-26. F. Bertelloni, «Status… quod non est res: Facticidad del status como fundamento de la universalización de lo real en Pedro Abelardo», Mediaevalia. Textos e Estudos, 7-8, 1995, pp. 153-175. J. A. Castello Dubra, «Ontología y gnoseología en la Logica ingredientibus de Pedro Abelardo», Anales del seminario de historia de la filosofía, 21, 2004, pp. 43-60.