TEMA 1: CONCEPTO Y FUENTES DE LAS OBLIGACIONES

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David González Martín 3ºA Curso 2009-2010 CIVIL II Prof. Carlos Ortega Melián 1 TEMA 1: CONCEPTO Y FUENTES DE LAS OBLIGACIONES: 1.- Concepto de Obligación: El Derecho de Obligaciones ha sido tradicionalmente la parte del derecho civil dedicada al estudio de las relaciones jurídicas que sirven de substrato al intercambio de bienes y servicios entre las personas. Toda obligación requiere la existencia de un “obligado” y al mismo tiempo, de una persona u otro organismo que pueda reclamar al obligado el cumplimiento de una conducta. Ab initio, toda obligación requiere la existencia de sujetos que ocupan posiciones contrapuestas de ahí que se suela hablar de “relación obligatoria”. En sentido amplio la expresión “derecho de obligaciones” comprende la temática propia de las obligaciones en general, la teoría general del contrato, la regulación de las distintas figuras contractuales, el estudio de los cuasicontratos, y la consideración de la responsabilidad civil. Dicha temática se encuentra regulada en el Libro IV del Código Civil, bajo la rúbrica “De las obligaciones y contratos”. La importancia de la misma viene motivada entre otras cosas, debido a que la regulación general de las obligaciones y contratos prevista en el Código, tal y como afirma el art. 50 del Código de Comercio, es aplicable al tráfico mercantil: “ Los contratos mercantiles, en todo lo relativo a sus requisitos, modificaciones, excepciones, interpretación y extinción y a ala capacidad de los contratantes, se regirán en todo lo que no se halle expresamente previsto en este código o en Leyes especiales, por las reglas generales del Derecho Común”. De otra parte, huelga decir que la elaboración doctrinal que ha versado sobre las obligaciones ha sido utilizada como base para la legislación administrativa y tributaria. En cuanto al concepto técnico de obligación, propiamente dicha, incluso centrándonos en su valor puramente jurídico, el término se caracteriza por su multivocidad, pues es utilizado con muy diferente significado tanto por los textos legales cuanto, en general, en el lenguaje jurídico, para describir las variopintas situaciones en que una persona puede ser constreñida por el Ordenamiento jurídico a desarrollar una conducta determinada. En efecto, dentro de nuestro ordenamiento jurídico nos encontramos con que los mandatos normativos en virtud de los cuales una persona es obligada a desarrollar una determinada conducta pueden ser de muy distinta índole, como así se evidencia, por ejemplo, del art. 16.2 CE, o de los arts. 111 in fine, y 110 CC, 1254 ó 1.902 CC. la diferencia entre ellos puede estribar en que en los dos primeros y los dos últimos la obligación consistente en dar una cosa, o prestar u servicio, es directamente traducible a un valor patrimonial de carácter objetivo. Por el contrario, la obligación de los padres de velar por sus hijos que establece el art. 110 CC excede el ámbito patrimonial. Partiendo de dicha distinción la tradición jurídica del Derecho privado ha reservado stricto sensu el término obligación, para aquellas situaciones de subordinación en las que la conducta del obligado es susceptible de una valoración patrimonial concreta, mientras que en el resto de casos se habla simplemente de “deber jurídico”. Por tanto, la

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David González Martín 3ºA Curso 2009-2010 CIVIL II Prof. Carlos Ortega Melián

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TEMA 1: CONCEPTO Y FUENTES DE LAS OBLIGACIONES: 1.- Concepto de Obligación : El Derecho de Obligaciones ha sido tradicionalmente la parte del derecho civil dedicada al estudio de las relaciones jurídicas que sirven de substrato al intercambio de bienes y servicios entre las personas. Toda obligación requiere la existencia de un “obligado” y al mismo tiempo, de una persona u otro organismo que pueda reclamar al obligado el cumplimiento de una conducta. Ab initio, toda obligación requiere la existencia de sujetos que ocupan posiciones contrapuestas de ahí que se suela hablar de “relación obligatoria”. En sentido amplio la expresión “derecho de obligaciones” comprende la temática propia de las obligaciones en general, la teoría general del contrato, la regulación de las distintas figuras contractuales, el estudio de los cuasicontratos, y la consideración de la responsabilidad civil. Dicha temática se encuentra regulada en el Libro IV del Código Civil, bajo la rúbrica “De las obligaciones y contratos”. La importancia de la misma viene motivada entre otras cosas, debido a que la regulación general de las obligaciones y contratos prevista en el Código, tal y como afirma el art. 50 del Código de Comercio, es aplicable al tráfico mercantil: “ Los contratos mercantiles, en todo lo relativo a sus requisitos, modificaciones, excepciones,

interpretación y extinción y a ala capacidad de los contratantes, se regirán en todo lo

que no se halle expresamente previsto en este código o en Leyes especiales, por las

reglas generales del Derecho Común”. De otra parte, huelga decir que la elaboración doctrinal que ha versado sobre las obligaciones ha sido utilizada como base para la legislación administrativa y tributaria. En cuanto al concepto técnico de obligación, propiamente dicha, incluso centrándonos en su valor puramente jurídico, el término se caracteriza por su multivocidad, pues es utilizado con muy diferente significado tanto por los textos legales cuanto, en general, en el lenguaje jurídico, para describir las variopintas situaciones en que una persona puede ser constreñida por el Ordenamiento jurídico a desarrollar una conducta determinada. En efecto, dentro de nuestro ordenamiento jurídico nos encontramos con que los mandatos normativos en virtud de los cuales una persona es obligada a desarrollar una determinada conducta pueden ser de muy distinta índole, como así se evidencia, por ejemplo, del art. 16.2 CE, o de los arts. 111 in fine, y 110 CC, 1254 ó 1.902 CC. la diferencia entre ellos puede estribar en que en los dos primeros y los dos últimos la obligación consistente en dar una cosa, o prestar u servicio, es directamente traducible a un valor patrimonial de carácter objetivo. Por el contrario, la obligación de los padres de velar por sus hijos que establece el art. 110 CC excede el ámbito patrimonial. Partiendo de dicha distinción la tradición jurídica del Derecho privado ha reservado stricto sensu el término obligación, para aquellas situaciones de subordinación en las que la conducta del obligado es susceptible de una valoración patrimonial concreta, mientras que en el resto de casos se habla simplemente de “deber jurídico”. Por tanto, la

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obligación puede definirse como un deber jurídico patrimonializado, o susceptible de ser evaluado económicamente. 2.- Notas características de la Obligación : La distinción entre obligaciones stricto sensu, y deberes jurídicos permite abrir paso a la caracterización de las obligaciones. El carácter patrimonial de la obligación permite superar la multivocidad del término, y así lo ha defendido la mayor parte de la doctrina civilista desde Savigny. Sin embargo, dicha aseveración carece de un apoyo textual o positivo. En particular, el art. 1088 CC se limita a indicar que “toda obligación consiste en dar, hacer o no hacer alguna cosa”, sin exigir que tales prestaciones sean evaluables desde la óptica patrimonial. Para superar esta situación algunos autores se apoyan en el art. 1271 CC que establece que “pueden ser objeto de contrato todas las cosas que no están fuera del comercio de los hombres, aun futuras”, deduciendo a partir de ello la necesaria valoración patrimonial de la prestación. No obstante, no deja de ser criticable tal planteamiento. La nota de patrimonialidad ha de basarse en una serie de principios inspiradores del conjunto normativo regulador de la relación obligatoria, por ejemplo, que el incumplimiento de las obligaciones conlleva como último mecanismo de reparación del acreedor insatisfecho la indemnización de daños y perjuicios que ultima ratio, acaba por convertirse en una reparación pecuniaria. Estructura general de la Obligación: En cuanto a la estructura general de la relación obligatoria, como ya se señaló con anterioridad la relación obligatoria vincula, al menos, a dos personas, dada la evidente vocación del derecho como instrumento de resolución de conflictos. La relación obligatoria requiere estructuralmente la existencia contrapuesta de personas que ocupan posiciones distintas en dicha relación: una de ellas se encuentra legitimada o tiene derecho a exigir una conducta de la otra, que recibe el nombre de sujeto activo, o acreedor. La otra persona vinculada por la relación obligatoria debe observar la conducta prevista en la obligación, esto es, cumplir lo que se debe, siendo recibiendo el nombre de sujeto pasivo, o deudor. En cuanto a la prestación, la conducta a desplegar por el deudor puede ser de muy variada naturaleza, en dependencia del origen y del tipo de obligación de que se trate, pues en esta materia la primacía de la iniciativa privada es muy acusada. Por tanto la conducta a desplegar se denomina genéricamente como prestación. Por consiguiente, la prestación constituye el elemento objetivo de la relación obligatoria, y según el art. 1.088 CC puede consistir en “dar, hacer o no hacer alguna cosa”. Derechos de Crédito y Derechos Reales: El poder o facultad de reclamar la prestación que se reconoce al acreedor se denomina derecho de crédito. A veces se habla de él como derecho personal para diferenciarlo de los derechos reales pues la posición del titular de unos u otros es diversa:

• El derecho real otorga a su titular un señorío (total o parcial) o una facultad concreta sobre las cosas en sí mismas consideradas y con independencia de

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quién sea su titular o poseedor actual. El titular real puede dirigirse directamente contra las cosas afectadas por el derecho real.

• Los derechos reales deben ser respetados por todos los sujetos de una colectividad dada: son derechos absolutos o con eficacia erga omnes, mientras que los derechos de crédito solo pueden hacerse valer frente al obligado.

• El mecanismo técnico-jurídico del derecho real responde al problema de la distribución estática de la riqueza: los derechos reales son tendencialmente derechos permanentes, mientras no se modifique la situación fáctica que les sirve de fundamento. Frente a ellos, los de crédito atienden fundamentalmente al intercambio de bienes y servicios para satisfacer necesidades humanas. En tal sentido los derechos de crédito suelen ser transitorios mientras dure la relación obligatoria.

• La tendencial permanencia de los derechos reales conlleva que el ordenamiento jurídico requiera mayores requisitos de forma para los actos constitutivos, modificativos, o extintitos de los derechos reales.

• La general susceptibilidad de posesión de los derechos reales conlleva la posibilidad de usucapión o prescripción adquisitiva. Tal eventualidad está excluida de los derechos de crédito.

3.- Las Obligaciones naturales: El estudio de las llamadas obligaciones naturales se ha presentado tradicionalmente como fruto de la contraposición entre obligaciones civiles y obligaciones naturales. Las primeras serían las obligaciones propiamente dichas, dotadas por consiguiente de la posibilidad de reclamación y, en su caso, de ejecución judicial. Las obligaciones naturales por el contrario serán aquellas que no conceden acción alguna a su titular para reclamarlas ni ejecutar su cumplimiento, aunque constituirían causa suficiente para retener el pago en caso de que este tenga lugar. Este planteamiento se remonta al Derecho Romano, si bien la obligación natural era considerada como una obligación imperfecta, una obligación civil abortada, por falta de personalidad o capacidad del obligado o por defectos de orden procesal. Nuestro Código sin embargo no parece aceptar la pretendida categoría de obligación natural debido a la continua falta de contemplación expresa de la materia a diferencia de recopilaciones latinas coetáneas. Sin embargo, no faltan autores que, a pesar de que la categoría de la obligación natural no ha sido incorporada al Código Civil, consideran que este cuerpo legal las contempla y permite supuestos en que debe asumirse la noción de obligación natural. Entre tales supuestos se encuentran:

• El pago de intereses por el prestatario cuando no han sido convenidos (art. 1.756 CC)

• El pago de deudas procedentes de juegos ilícitos (art.1 .798 CC) • El pago de la deuda que se encontraba ya prescrita (art. 1.935 CC) • La prestación de alimentos por oficio o piedad (art. 1.894 CC) • La justa causa que permite excluir el carácter indebido del pago. (art. 1.901 CC)

La complejidad del tema se evidencia cuando la jurisprudencia habla del término

para justificar ciertos deberes morales o de conciencia, lo que supone que varios autores insistan en el reconocimiento implícito del concepto. En este sentido, la doctrina acepta

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que la obligación natural debería configurarse como una justa causa de atribución patrimonial concreta que encontraría su fundamento en a existencia de un deber moral cualificado. Tal planteamiento cambia el sentido del significado de obligación natural.

Históricamente la obligación natural era considerada como una obligación civil

degenerada o abortada, mientras que ahora pasa a ser un deber moral. Pese a que carece de acción procesal viene a desempeñar la misma función que en el derecho romano: justificar la irrepetibilidad del pago. Tal formulación es posible en ciertos ordenamientos como el francés, pero discutible en el ordenamiento español. La jurisprudencia española abordó el tema en la sala del Tribunal Supremo, siendo expresiva la STS de 7 de Diciembre de 1932. Pese a la explícita referencia a la existencia de “deberes morales” la cuestión central que aborda la sentencia radica en el valor que haya de otorgarse a la “promesa formal ofrecida” y a la “violación del compromiso contraído”. La joven seducida y posteriormente abandonada, que es la demandante, no plantea la irrepetibilidad de lo anteriormente pagado, sino que reclama el pago de la pensión para el futuro. El TS declara el valor de la promesa en cuanto se fundamenta en deberes morales preexistentes que desempeñan la función de justa causa de la obligatoriedad de la promesa. Algo similar ocurre con la STS de 5 de mayo de 1958, citada en apoyo de la obligación natural. En este caso una heredera promete a unos familiares el pago de ciertas cantidades que posteriormente dejaría de pagar y que serían reclamadas por aquellos. El TS considera la obligación estrictamente moral, y por tanto su cumplimiento es obligado por el oferente.

Por ende, parece razonable reconocer que el TS acepta la configuración de la obligación natural, propugnando que cuando existan deberes morales o compromisos de conciencia cuyo alcance patrimonial haya sido transmitido o notificado a los beneficiarios, estos podrán no solo oponer la irrepetibilidad de los pagos en su caso realizados, sino incluso reclamar el cumplimiento de las promesas unilateralmente emitidas por la persona afectada por aquellos deberes.

Sin embargo, en contra de cuanto ocurre con el Código Civil la Compilación

Navarra regula expresamente las obligaciones naturales en la Ley 510.1 que establece que “no será repetible el pago cuando se haya hecho en cumplimiento de un deber moral, o impuesto por el uso, aunque no sea judicialmente exigible” Semejante norma acepta la formulación de la obligación natural como deber moral alejándose de aquellas posturas que pretenden enraizar la aceptación de la obligación natural en el derecho justinianeo. No obstante, sí que existe cierta solución de continuidad con el Derecho romano en el supuesto regulado en la Ley 538 de la Compilación: préstamo al hijo de familia sin consentimiento paterno.

4.- Las Fuentes de las Obligaciones en el Código Ci vil: El término “fuentes de las obligaciones” tiene puramente un sentido instrumental y descriptivo de cuáles son las circunstancias, los hechos o los actos que sirven de fundamento genético de las obligaciones en sentido técnico. El propio art. 1.089 CC nos dice de dónde nacen las obligaciones, sin embargo, ello no agota el debate en torno a la sistematización de las mismas.

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El Código Civil aborda la cuestión a considerar en el Libro IV, inmediatamente después de haber ofrecido una descripción general de la obligación. Así, el art. 1.089 CC expresa que “las obligaciones nacen de la ley, de los contratos y cuasicontratos, y de los actos y omisiones ilícitos o en que intervenga cualquier género de culpa o

negligencia”. Según el artículo transcrito la génesis de las obligaciones puede deberse a cuatro factores principales arriba enunciados. Sin embargo, la expresada cuaternidad de factores no excluye la existencia de otros hechos o circunstancias que pueden ser igualmente originadotes de obligaciones, entre ellos la propia voluntad unilateral. Asimismo, cabe considerar una segunda subdivisión dentro de los actos ilícitos a que se refiere el art. 1.089 CC, pues entre ellos se puede diferenciar aquellos de origen civil y penal. Es por ello que, para muchos, el tenor literal del precepto enunciado supone un catálogo exhaustivo y exclusivo de las fuentes originadotas de las obligaciones, aduciendo a favor de esta tesis que en alguna ocasión el TS ha realizado afirmaciones en idéntico sentido. Así, la STS de 25 de abril de 1924 establece que las obligaciones no pueden tener otra causa u origen que los previstos por el legislador. Sin embargo, los detractores de este planteamiento aducen en su favor que tal afirmación no es ratio decidendi de la sentencia enunciada. En muchas otras sentencias se deja un margen a la aceptación del art. 1.089 CC como un precepto sistematizador y no por ello suficiente. En efecto el art. 1.089 CC ha recibido desde su publicación sendas críticas:

1. la exclusión del testamento del precepto no excluye su eficacia obligatoria 2. el olvido de la obligación de restitución o reparación consiguiente a la

aplicación del enriquecimiento injusto tampoco le veda eficacia obligatoria al mismo

3. asimismo, la insuficiencia del art. 1.089 CC se pone de manifiesto en relación a muchos supuestos de responsabilidad civil en los que sin intervenir culpa o negligencia, sino tan solo la producción objetiva de un daño, es merecedora de validez obligatoria.

Una vez constatada el insuficiente detalle que muestra el art. 1.089 CC podemos

considerar las fuentes de las obligaciones como las siguientes: a) Las obligaciones ex lege: De conformidad con el art. 1.090 CC tales obligaciones serían aquellas derivadas de la ley. Ello plantea el problema de determinar qué significado debe otorgarse al término ley. La mayor parte de los autores actuales consideran que por Ley debe entenderse toda disposición normativa sea de carácter consuetudinario o incluso de un principio general del derecho. Para ello se apoyan en lo establecido en el art. 1.258, en el que se dispone que “los contratos obligan no solo al cumplimiento de lo expresamente pactado, sino a todas las consecuencias que, según su naturaleza sean

conformes a la buena fe, al uso, y a la ley” no obstante no se trata de un apoyo resolutivo, pues el art. 1.090 establece que solo son exigibles las obligaciones expresamente determinadas por el Codigo Civil y demás leyes especiales. Sin embargo, de admitir esta última posición presenta un problema de gran magnitud como es el justificar la aplicación de la prohibición del enriquecimiento injusto. Hasta que no fue recogido expresamente su prohibición se sustentó en una interpretación amplia del

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término “ley” como fuente de obligación que permitió a la jurisprudencia pronunciarse en contra del enriquecimiento injusto. b) Los contratos: Los contratos asumen un papel estelar en la generación de obligaciones, ya que tanto su celebración cuanto su ejecución tienen por finalidad fundamental crear un entramado de derechos y de obligaciones entre las partes. No cabe contrato alguno que no genere obligación. Tal y como afirma el art. 1.091 “las obligaciones que nacen de los contratos tienen fuerza de ley entre las partes contratantes, y deben cumplirse al

tenor de los mismos”

c) Los cuasicontratos: El art. 1.887 afirma que “son cuasicontratos los hechos lícitos y puramente voluntarios, de los que resulta obligado su autor para con un tercero ya veces una

obligación recíproca entre los interesados”. El Código regula como cuasicontratos: la gestión de asuntos o negocios ajenos y el cobro de lo indebido. No obstante las insuperables diferencias entre uno y otro ponen en tela de juicio la validez sistemática de la categoría bajo la cual se ubican. d) La responsabilidad civil: Aunque el art. 1.089 CC considere conjuntamente “los actos y omisiones ilícitos o en que intervenga cualquier género de culpa o negligencia” seguidamente el propio Código se refiere por separado a la responsabilidad civil nacida de delito y a la responsabilidad civil extracontractual: el art. 1.092 CC establece que las obligaciones civiles que nazcan de los delitos o faltas se regirán por las disposiciones del Código Penal. El art. 1.093 CC establece a su vez que las que se derivan de actos u omisiones en las que intervenga culpa o negligencia no penadas por la ley quedarán sometidas a

las disposiciones del capítulo II del libro XVI, esto es, los artículos 1.902 y siguientes. Ello permite poner en duda si la sistematización del art. 1.089 CC es cuatri- o pentamembre, según se interprete el enunciado en forma copulativo o disyuntiva, si bien tal disquisición es tan solo meramente marginal. Lo cierto es que el enunciado del art. 1.089 CC tan solo ha servido para debatir en el seno doctrinal la mejor sistematización de las fuentes. De forma preferente ha imperado la concepción dualista que distingue las obligaciones nacidas de la ley y aquellas que tienen su origen en la autonomía privada, y así lo reconoce el propio Tribunal Supremo en la STS de 17 de octubre de 1975. lo cierto es que la explicación a tal debate viene dada por la inclusión o no, de la voluntad unilateral como fuente de obligaciones En cualquier caso el debate doctrinal sobre las fuentes de las obligaciones se remonta incluso a la época romana. Ya Gayo enunció “omnis obligatio vel ex contractu vel ex delicto nascitur” lo cierto es que desde entonces se ha seguido dicha discusión hasta llegar a nuestros días.

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5.- La voluntad unilateral como fuente de las Oblig aciones: Nuestro Código Civil no parece contemplar la posibilidad de considerar como fuente de las obligaciones a las declaraciones unilaterales de voluntad, que sin embargo son constantes en la vida cotidiana. Como manifestación de las mismas podríamos fijar todas aquellas promesas que suelen emitirse en público. En estos casos se plantea la duda de hasta dónde se extiende la obligación del declarante en caso de existir tal obligación, o si por el contrario estamos meramente ante una declaración de intenciones que no genera obligación alguna. La tradición jurídica romanista había venido sosteniendo que la voluntad unilateral no generaba por sí misma obligaciones propiamente dichas. Sin embargo, con la publicación del BGB se reavivó la discordia en el seno de la doctrina. Desde entonces se han venido sucediendo los autores que defienden a la voluntad unilateral como fuente de obligaciones. Sin embargo, no por ello debemos colegir que la voluntad unilateral sea admisible en nuestro ordenamiento como vehículo para generar obligaciones. NO obstante podemos destacar varios supuestos: a) La promesa pública de recompensa: Pese a las dudas que genera el análisis de la jurisprudencia la doctrina más autorizada permite considerar vinculante para el promitente dicha promesa. Según dicha concepción la promesa pública de recompensa debe considerarse como fuente productora de obligaciones para el declarante o el promitente, exceptuando así la regla general de que en Derecho español la voluntad unilateral no es fuente de obligaciones.

Ahora bien, ¿qué requisitos debe cumplir la promesa pública para generar realmente obligaciones? Hasta nuestros días los códigos que regulan esta cuestión exigen que haya sido objeto de pública divulgación y que se encuentre dirigida a personas determinadas. Tales requisitos son indiscutibles, no así el carácter revocable o irrevocable de la decisión. b) Los concursos con premio: Con dicha denominación suele referirse la doctrina a aquellas promesas de premio o recompensa que van indisolublemente unidas a la participación de varias personas en la realización de cualquier actividad lícita. La realización de una actividad o resultado que, mediante la promesa de premio, impulsa al promitente no basta por sí misma, sino que es necesaria la concurrencia de varias personas por conseguir dicho resultado. Con carácter general suele considerarse a tales concursos como una clase de promesa pública de recompensa. Sin embargo, en no menos ocasiones se suele integrar como una modalidad de contrato típico, entendiendo que la participación en dichos concursos supone una declaración o manifestación de voluntad por parte de los concursantes. En definitiva la calificación de los concursos con premio requiere atender de forma casuística a las bases de la convocatoria o a las reglas del concurso. Entre tales

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reglas no es infrecuente incluir una cláusula de estilo que establezca que “el concurso podrá ser declaro desierto”, de tal manera que el promitente ni siquiera se encuentra vinculado al otorgamiento del premio aunque la convocatoria del concurso determine la participación efectiva de sus eventuales destinatarios.

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TEMA 2: SUJETOS Y OBJETO DE LA OBLIGACIÓN:

1.- Los Sujetos de la obligación: Toda obligación vincula, al menos, a dos personas. Una de ellas se encuentra legitimada o tiene derecho a exigir una conducta determinada de la otra, y recibe el nombre de acreedor. La otra debe observar la conducta prevista en la obligación, y a ella se la denomina deudor. Ahora bien, si la estructura general de la relación obligatoria es siempre la misma, no ocurre lo propio con la dinámica de las obligaciones constituidas cotidianamente. La multiplicidad de supuestos obliga a poner de manifiesto que las normas referentes al cumplimiento de las obligaciones no son siempre idénticas, sino que han sido establecidas por el legislador del Código decantando una serie de reglas seculares de la práctica jurídica y atendiendo a los diferentes tipos o clases de obligaciones.

2.- Unidad y pluralidad de sujetos: planteamiento g eneral sobre las obligaciones mancomunadas y solidarias:

Lo normal es que la titularidad activa y pasiva de la obligación corresponda a un solo acreedor y a un solo deudor. No obstante no son extrañas las ocasiones en que la posición del acreedor y/o del deudor es asumida por varias personas. Semejante situación se da, en la práctica, fundamentalmente en los casos de fianza o aval, formas de garantía personal, y en los supuestos de responsabilidad extracontractual. Pero puede darse en muchas más ocasiones. La pluralidad de sujetos en la obligación plantea una cuestión inmediata, ya que la obligación puede organizarse de forma diversa: puede ser que en caso de pluralidad de acreedores, cualquiera de ellos esté legitimad para exigir el íntegro cumplimiento de la obligación, o por el contrario, la parte que le correspondiere en el crédito. Lo mismo ha de decirse desde la perspectiva contraria en el caso de pluralidad de deudores: cada uno de ellos puede estar obligado a cumplir solo parte o, por el contrario, la íntegra obligación. Dicha premisa obliga a distinguir entre ambas formas de organizar la obligación con pluralidad de sujetos, y en definitiva a traer a colación las ideas de de obligaciones mancomunadas y obligaciones solidarias. a) La obligación mancomunada o dividida: Se habla de obligación mancomunada cuando: cada uno de los acreedores solo puede exigir o reclamar del deudor la parte que le corresponde en el crédito

(mancomunidad activa), o cuando cada uno de los diversos deudores solo esta obligado a cumplir la parte de la deuda que le corresponde (mancomunidad pasiva). Dicha idea viene expresada en el art. 1.138 CC, al disponer que si del texto de las obligaciones con pluralidad de sujetos no resultare otra cosa “el crédito o la deuda se presumirán divididos en tantas partes iguales como acreedores o deudores haya,

reputándose créditos o deudas distintos unos de otros”. La calificación legal de mancomunidad no trae consigo la idea de una obligación conjunta o de una relación

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obligatoria “en mano común”, sino precisamente lo contrario: una absoluta fragmentación y diversificación de los créditos y deudas. No es de extrañar por tanto que la expresión “obligación mancomunada” origine no pocos conflictos: la existencia de una obligación mancomunada legitima la actuación separada de cada uno de los acreedores y/o deudores implicados en la relación obligatoria a satisfacer sus créditos, y/o ejecutar la prestación debida de tal manera que queden liberados de la obligación preexistente. Sin embargo, tampoco es raro encontrar en la práctica supuestos en los que la utilización del epíteto mancomunado se fundamenta precisamente en tratar de lograr que todos los interesados actúen de consuno o “en mano común”. Por ejemplo, cuando se afirma que se otorga un poder a varias personas de forma mancomunada. La simplicidad del esquema mancomunado no empece a su efectiva importancia práctica: una vez satisfecho el crédito solidario o una vez cumplida la deuda solidaria, en las relaciones internas entre los coacreedores o codeudores las reglas aplicables son precisamente las propias de las obligaciones mancomunadas. A este respecto, el art. 1.138 CC establece como criterio general en la materia, que, en caso de obligaciones mancomunadas “el crédito la deuda se presumirán divididos en tantas partes iguales como acreedores o deudores haya” dicho criterio no tiene más valor que el de ser una norma de carácter supletorio. La igualdad de departes tendencialmente operante según el artículo 1.138 del Código no aparece en el precepto correspondiente de la Compilación de Navarra que establece la presunción de divisibilidad de las obligaciones. “Salvo que las Ley o el pacto declaren que varios acreedores o deudores que intervienen en la obligación lo son solidariamente o así

resulte de la naturaleza o circunstancias de la misma, se considerará que lo son por

partes divididas tanto activa como pasivamente” Por otra parte, el art. 1.138 es concordante con la regla establecida en el Código Civil en materia de comunidad de bienes, pues según el art. 393 las cuotas de los partícipes se presumirán iguales, mientras no se pruebe lo contrario. La previsión del legislador en ambos casos es encomiable pues en el supuesto de que no logre probarse la cuota de participación de las personas implicadas el establecimiento de un criterio resolutivo evita disputas y litigios estériles. Sin embargo, por el hecho de que el legislador utilice el mismo giro lingüístico e ambas previsiones, no deja lugar a dudas de que se trata de una presunción iuris tantum. Asimismo, el art. 1.137 CC establece que, en caso de pluralidad de sujetos en la obligación, ésta tendrá carácter mancomunado. Ello no implica que cada uno de los acreedores o deudores deba prestar íntegramente las cosas objeto de la misma. Solo habrá lugar a esto cuando la obligación expresamente lo determine, constituyéndose con el carácter de solidaria” La doctrina mayoritaria y la jurisprudencia se pronuncian a favor de la existencia de una presunción legal, al tiempo que interpreta laxamente el adverbio expresamente, exigido para le existencia de solidaridad. Lo cierto es que esta regla dista mucho de ser la regla práctica pues en la mayoría de los negocios convencionalmente pactados en que existen pluralidad de deudores es frecuente estipular de forma expresa la responsabilidad solidaria. La razón para ello es clara: y es que la obligación mancomunada resulta escasamente llamativa para el acreedor quien en

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última instancia deberá para ver satisfecho su interés seguir tantas reclamaciones cuantos deudores haya por sus respectivas cuotas. En efecto, parece que razones de justicia material han llevado a la jurisprudencia del TS a desembocar en una interpretación correctora del segundo inciso del art. 1.137 CC que puede resultar acaso excesiva:

• En primer lugar, es relativamente pacífico en los casos de responsabilidad extracontractual, si existen varios responsables, estos responderán solidariamente.

• La solidaridad no debe reducirse únicamente al texto de las obligaciones, sino que también puede extraerse de su contexto, y en particular, cuando del contexto de la obligación, derivado del comportamiento de los contratantes, aparece la voluntad de las partes de pagar íntegramente lo debido.

• En la legislación contemporánea se observa una cierta predisposición a atender a los intereses del contratante burlado, estableciéndose consiguientemente la responsabilidad solidaria de los suministradores de bienes y servicios.

b) La obligación solidaria: Al igual que ocurre en el caso de la mancomunidad, la solidaridad puede darse tanto en la posición de acreedor cuanto en la de deudor: en el primer caso cualquiera de los acreedores podrá reclamar del deudor la íntegra prestación objeto de a obligación (solidaridad activa) en caso de pluralidad de deudores, todos y cada uno de ellos quedan obligados a cumplir íntegramente la obligación cuando el acreedor le compela

a ello (solidaridad pasiva). En los casos en que existan simultáneamente varios acreedores y varios deudores se suele hablar de solidaridad mixta, si bien tales casos son poco frecuentes. El cumplimiento de la obligación solidaria extingue la obligación. Sin embargo la extinción de la obligación no agota las consecuencias propias de la obligación solidaria ya que su cumplimiento ha de verse completado con el siguiente reparto interno o arreglo de cuentas, entre la pluralidad de sujetos de la obligación. No obstante la solidaridad activa es mucho menos frecuente que la pasiva, dado que lo común es que el acreedor imponga voluntariamente el esquema solidario a sus deudores, si bien también la propia ley contempla supuestos en que prevé la institución de una obligación solidaria.

3.- La Pluralidad de Acreedores: a) Obligación mancomunada simple:

Cada uno de los acreedores solo puede exigir o reclamar del deudor la parte

que le corresponde en el crédito. Tal y como establece el art. 1138 CC el crédito se reputará dividido en tantas partes iguales como acreedores haya. Reputándose distintos unos de otros. Por tanto, la divisibilidad de la prestación es conditio sine qua non para la obligación mancomunada, a fin de reputar créditos independientes desde el punto de vista de la mancomunidad activa.

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b) Obligación conjunta o “en mano común”: Tal y como establece el art. 1139 CC si la división fuera imposible, bien por la propia naturaleza de la prestación o bien por haber pactado las partes en tal sentido, solo perjudicarán al derecho de los acreedores los actos colectivos de estos, y solo podrá hacerse efectiva la deuda procediendo contra todos los deudores. c) Obligación Solidaria: En caso de que uno de los acreedores haya cobrado es evidente que, seguidamente, debe hacer partícipes de dicho cobro a los restantes acreedores, ya que si no estos verían burlados sus legítimos intereses. Por ello dispone el Código que “el que cobre la deuda responderá a los demás de la parte que les corresponde en la

obligación” de tal forma, el accipiens, esto es, el acreedor que recibe la totalidad de la deuda debe hacer participes a los demás acreedores del cobro. Los acreedores que no hayan participado en el cobro pueden ejercitar su derecho de regreso contra el accipiens, desde el momento en que esta haya cobrado y habrán de hacerlo cada uno en su propio nombre y por su respectiva cuota. Ello significa que el cobro solidario una vez realizado pierde tal carácter. Por consiguiente, a partir del cobro las relaciones internas entre los coacreedores encuentran su fundamento en las reglas de la mancomunidad y no en las de la solidaridad. La existencia de la solidaridad comporta que cualquier actuación de cualquiera de los acreedores solidarios es determinante en relación con el deudor y con la subsistencia o extinción de la relación obligatoria de que se trate. Por ello el art. 1.143,1 CC prevé expresamente que “la novación, compensación, confusión o remisión de la deuda, hechas por cualquiera de los acreedores solidarios o con cualquiera de los

deudores de la misma clase, extinguen la obligación” para seguir diciendo que “el acreedor que haya ejecutado cualquiera de estos actos responderá a los demás de la

parte que les corresponde en la obligación” Esto es, la responsabilidad por reembolso del accipiens solidario se mantiene incluso en el caso de que la extinción de la obligación tenga lugar por una causa diferente al pago o cumplimiento propiamente dicho.

4.- Pluralidad de deudores: a) Obligación mancomunada simple: (art. 1138 CC) Se refiere a la división de la deuda en tantas partes iguales como deudores existiera. Para ello es necesario que la prestación sea divisible per se. Así, si las partes han convenido una prestación en principio divisible de manera conjunta tampoco habrá lugar. Los efectos son la división de la deuda en tantas partes como deudores haya y en idéntica cantidad, de forma tal que se puedan reputar independientes. b) obligaciones conjuntas (arts. 1139 y 1150 CC) Lo que caracteriza a este tipo de obligaciones es la indivisibilidad, per se o convenida, de la prestación. Así, para dar cumplimiento a la obligación ha de actuarse conjuntamente. De ahí que el art. 1139 CC establezca que el acreedor se dirija contra todos los deudores, pues en caso de dirigirse contra uno solo podrá este oponer una

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excepción de litisconsorcio pasivo necesario, que dará lugar a una absolución en la instancia. Sin embargo es posible que un solo de los deudores efectúe la prestación de forma completa y satisfactoria de los intereses del acreedor, siempre y cuando ello sea posible, de forma que dicho pago sea válido. El art. 1150 CC regula el incumplimiento en estos casos. Siendo necesaria la actuación conjunta, desde que uno incumple el incumplimiento se extiende a todos los deudores aun cuando estos estuvieren dispuestos a efectuar el pago. Así, en caso de incumplimiento la indemnización se hará en forma económica, incluyendo el valor de la prestación y la indemnización por daños y perjuicios que incluye el daño emergente y el lucro cesante. Una vez verificado el incumplimiento la deuda se transforma en divisible. En este sentido, el art. 1150 CC establece que aquellos deudores que estuvieren dispuestos a efectuar el pago solo responderán de su parte de la prestación, pero no de la porción correspondiente a los daños y perjuicios que serán abonados por el deudor responsable del incumplimiento. c) Obligaciones Solidarias: (arts. 1145, 1146, 1147, 1148 CC)

En caso de pluralidad de deudores, es igualmente evidente que el cumplimiento íntegro de la obligación por parte de cualquiera de ellos implica la extinción de la relación obligatoria frente al acreedor o a los acreedores, pues una vez satisfechos los intereses de estos es obvio que la eventual reclamación a cualquiera de los restantes deudores se encontraría privada de causa y fundamento. En las obligaciones solidarias se puede distinguir una relación externa y otra interna: la primera vincula a los codeudores con el acreedor, y a segunda, que surge una vez el deudor solidario paga la prestación, entre el deudor solvens y los demás codeudores.. En la relación externa el deber de prestación es indistinto, cualquier deudor puede ser exigido el pago íntegro de forma que extinga la obligación. Es el denominado “ius variandi” del acreedor, que puede dirigirse contra uno, varios o todos los deudores solidarios en forma simultánea o sucesiva siempre y cuando no se haya pagado el total de la prestación. Mientras no ha sido pagado el acreedor cuenta con un amplio campo de acción. Puede reclamar el pago a su libre arbitrio, a cualquiera de los deudores solidarios hasta que la deuda quede completamente satisfecha. Sin embargo conviene precisar ciertos extremos:

• La libertad de actuación y reclamación del acreedor puede quebrar en los supuestos a los que se refiere el art. 1.140 CC. “la solidaridad podrá existir auque los acreedores y deudores no estén ligados del propio modo y por unos mismos plazos y condiciones” Así pues si habiendo 3 deudores A, B y C, para A la obligación nace en el acto, pero para B y C solo nace tras un año, durante ese período el acreedor solo podrá dirigirse contra A.

• Si existen varias personas in itinere, es evidente que si una de ellas culmina felizmente para el acreedor y éste cobra, todas las demás reclamaciones caerán. El acreedor no podrá aceptar el nuevo pago, que sería un cobro indebido.

Ante la pretensión del acreedor existen excepciones objetivas que derivan del

título del contrato o la obligación que pueden oponer cualquiera de los deudores e tanto

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que se asan en la naturaleza del contrato. Por otro lado, hay excepciones subjetivas que solo pueden oponer aquellos deudores en quienes concurran tales circunstancias. Por ejemplo, la falta de capacidad de obrar.

Respecto a la imposibilidad sobrevenida (art. 1147 CC) puede acontecer un suceso

imprevisible ajeno a la voluntad del deudor que extingue la obligación. En caso de no ser imputable al deudor dará lugar a la extinción de la relación obligatoria. Sin embargo, de ser imputable, el deudor responderá de una indemnización por daños y perjuicios cuya reclamación podrá dirigir el acreedor a cualquier deudor por el valor de la prestación y el concepto de la indemnización por daños y perjuicios. Por otro lado, la insolvencia de un deudor no afecta a la relación externa.

En el ámbito de la relación interna la extinción de la obligación solidaria por pago

no conlleva que internamente la obligación pueda darse por extinguida ya que el solvens tendrá derecho a que los restantes deudores solidarios le abonen o satisfagan la parte correspondiente. Dicha consecuencia la establece el Código en su art. 1.145,2 y técnicamente se conoce con el nombre de acción de regreso o acción de reembolso.

No significa ello que la obligación solidaria continúe viva. Tanto externa como

internamente el pago realizado por el solvens determina la desaparición del régimen propio de la solidaridad, en consecuencia:

1. el solvens podrá reclamar a cada uno de los codeudores la cuota parte que le corresponda del pago realizado

2. ello significa a su vez que una vez satisfecho el acreedor, la obligación solidaria se convierte en mancomunada o dividida. En caso de que alguno de los codeudores solidarios sea insolvente los demás a prorrata habrán de soportar o suplir el pago de su cuota parte.

La subrogación del deudor-solvens: El Código concede al solvens la posibilidad de ejercitarla en las mismas condiciones y con las mismas garantías con que contaba el acreedor.

• El deudor solidario no se subroga en el crédito íntegramente considerado sino en el montante resultante una vez deducida la cuota parte de la deuda que a él personalmente le correspondiera.

• Las facultades del acreedor pagado correspondientes al esquema técnico de la solidaridad no se transmiten al deudor solvens

• Corresponde sin embargo al solvens una facultad complementaria: la de reclamar los intereses del anticipo. Conforme al art. 1.145,2. el deudor solvens puede reclamar los intereses de cuanto haya pagado, computados desde el preciso momento del pago, aunque no se encuentren convencionalmente establecidos y pese a que los demás codeudores solidarios no puedan ser calificados de morosos. La previsión normativa tiene carácter dispositivo y por tanto puede ser excluida por los interesados.

La insolvencia del Codeudor: La divergencia entre obligación mancomunada y obligación solidaria se evidencia de forma notoria en caso de que alguno de los codeudores sea insolvente:

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1. en caso de obligación mancomunada no estarán los demás deudores obligados a suplir su falta, lo que conlleva que cada uno de los deudores debe responder exclusivamente de su cuota parte.

2. por el contrario la falta de cumplimiento de la obligación por insolvencia del deudor solidario será suplida por sus codeudores, a prorrata de la deuda de cada uno (art.1.145,3 CC) Por tanto, la responsabilidad del deudor solidario se limita a la cuota parte que le corresponde, una vez satisfecha la obligación solidaria con el acreedor.

De otra parte, el problema fundamental que plantea la aplicación del precepto viene

representado por la delimitación del concepto de insolvencia. Parece claro que debe bastar con a falta de atención del pago de la cuota parte de cualquier deudor solidario para que el solvens pueda exigir el prorrateo a los demás codeudores, incluyéndose en el cómputo del mismo:

• si las cuotas son iguales es evidente que el solvens y los otros codeudores habrán de responder cada uno de su propia cuota y además, del prorrateo de la cuota del insolvente.

• Sin embargo, en caso de cuotas desiguales el prorrateo deberá respetar la proporcionalidad con tales cuotas.

5.- El Objeto de la Obligación: la Prestación La doctrina identifica la prestación con el elemento objetivo de la relación

obligatoria. Las cosas y los servicios no representan el objeto de la obligación, sino el contenido o el objeto de la actividad o del comportamiento prometido por el deudor. Nuestro Código no demuestra una especial preocupación terminológica. A veces asimila las cosas y servicios al objeto de la obligación, así por ejemplo, el art. 1.135 que habla de la “desaparición de todas las cosas que alternativamente fueron objeto de la obligación”, sin embargo en otras ocasiones le propio código se refiere al objeto de la obligación utilizando el término “prestación”.

6.- Requisitos de la Prestación:

Los autores clásicos pusieron ya de manifiesto que la prestación par ser considerada idónea, debe reunirlos siguientes requisitos: posibilidad, licitud, y determinación:

1. Posibilidad: La conducta prometida por el deudor debe ser posible. El art. 1.1272 establece que “no podrán ser objeto de contrato las cosas o servicios imposibles”. La imposibilidad originaria de la prestación constituye un obstáculo insalvable para el nacimiento de la obligación. Por el contrario, la imposibilidad sobrevenida no afecta al nacimiento de la obligación, sino a su eventual o futuro cumplimiento. Si la imposibilidad sobrevenida de la prestación es imputable l deudor, la relación obligatoria subsistirá y por ello el deudor habrá de hacer frente a la correspondiente indemnización de daños y perjuicios.

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2. Licitud: Se trata de expresar la necesaria adecuación o conformidad de la prestación con los valores o principios del Ordenamiento jurídico. El alcance de la licitud no depende solo de lo establecido en las leyes sino de un concepto jurídico indeterminado mucho más amplio e impreciso, como es la adecuación a las buenas costumbres. (art. 1.255 CC)

3. Determinación:

El requisito referente a que la prestación debe encontrarse determinada es un presupuesto o una consecuencia de la estructura de la relación obligatoria. Solo existirá una obligación cuando el deudor sepa a qué queda obligado y el acreedor conozca la conducta prometida por el deudor que llegado el caso puede reclamar. A la determinación del objeto del contrato se refiere el art. 1.273 CC cuyo contenido debe extenderse a las obligaciones en general. En rigor basta con que la prestación sea determinable.

7.- Tipos de Obligaciones en atención a la prestaci ón: Las clases o tipos fundamentales de obligaciones conforme al objeto o al comportamiento en que consista la prestación debida por el deudor. Atendiendo a la conducta del deudor, las obligaciones se diversifican en prestaciones de dar, hacer o no hacer. Así lo indica el propio art. 1.088. a) La obligación de dar: La obligación de dar o entregar alguna cosa no se encuentra regulada de forma particularmente sistemática en el Código Civil. Las reglas generales dedicadas a la obligación de dar son los siguientes: (arts. 1094-1096 CC)

1. el obligado a dar alguna cosa lo está también a conservarla con la diligencia propia de un buen padre de familia

2. el acreedor tiene derecho a los frutos de la cosa desde que nace la obligación de entregarla. Sin embargo no adquirirá derecho real sobre ella hasta que haya sido entregada.

3. cuando lo que deba entregarse sea una cosa determinada el acreedor independientemente del derecho que le otorga el art. 1.101 puede compeler al deudor a que realice la entrega. Si la cosa fuere indeterminada o genérica, podrá pedir que se cumpla la obligación a expensas del deudor. Si el obligado se constituye en mora, o se halla comprometido a entregar una misma cosa a dos o más personas diversas, serán de su cuenta los casos fortuitos hasta que se realice la entrega.

4. el obligado a entregar una cosa debe entregar también sus accesorias aunque se guarde silencio al respecto (lo accesorio sigue a lo principal) en atención a la finalidad de tráfico y aprovechamiento económico que persigue el cumplimiento de la obligación.

Tales reglas tienen carácter dispositivo y cabe el pacto en contrario

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b) La obligación de hacer: obligación de medios y de resultado; la obligación personalísima: La obligación de hacer presupone el desarrollo de una actividad por parte del deudor. Dicha actividad puede venir requerida desde una doble perspectiva: el desempeño de la actividad en sí misma considerada en cuyo caso se habla de obligación de actividad porque la prestación del deudor se limita a desarrollar una conducta diligente, otrora el desempeño de una determinada actividad dirigida a la obtención de un resultado concreto. El deudor debe conseguir el producto perseguido y por tanto se habla de obligación de resultado. En caso de no obtenerse este por el acreedor la responsabilidad por incumplimiento pesa sobre el deudor incumplidor aunque haya desplegado la actividad correspondiente a la obligación contraída con la mayor diligencia posible. De otra parte la obligación de hacer puede encontrarse presidida por la especial consideración de la persona del deudor., o por el contrario que sea esta relativamente indiferente. En el primer caso se habla de obligación personalísima o intuitu personae. El código civil se refiere a dicho tipo de obligaciones en el art. 1.161 para excluir, salvo consentimiento del acreedor, el pago del tercero. En caso contrario se habla sencillamente de obligación de hacer no personalísima en la que el cumplimiento puede ser llevado a cabo por personas diferentes al deudor. c) Obligación de no hacer: Consiste en imponer al deudor una conducta negativa. La imposición de las obligaciones negativas de carácter accesorio encuentra su origen en numerosas ocasiones, en la propia ley. Así por ejemplo los adquirentes por retracto legal han de mantener durante cierto plazo la adquisición quedando obligados a no enajenar el bien objeto de retracto. Naturalmente en otras ocasiones la obligación de no hacer tiene un origen puramente convencional. A) OBLIGACIONES POSITIVAS Y NEGATIVAS: En el caso de obligación de no hacer estamos frente a una obligación negativa, mientras que las de dar o hacer algo se califican de obligaciones positivas. Sin embargo, la formulación lingüística de una determinada obligación puede realizarse negativamente aunque se trate de una prestación de carácter positivo y viceversa, por ejemplo: no fabricar una mesa con otra madera que no sea de roble (formulación negativa para una obligación positiva) la prestación tiene un carácter negativo cuando el cumplimiento de la misma determina una continuidad de la situación jurídica dimanante de la relación obligatoria de la que trae causa. B) OBLIGACIONES TRANSITORIAS Y DURADERAS: La presente distinción se fundamenta en la duración de la prestación prometida por el deudor. Serían obligaciones transitorias aquellas que se agotan o realizan en un acto único, mientras que por el contrario, las obligaciones duraderas presuponen una cierta continuidad temporal en su realización. Las obligaciones transitorias o instantáneas se caracterizan porque el cumplimiento de la íntegra prestación por el deudor se lleva a cabo mediante la realización de un acto o conducta que se ejecuta

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pasajeramente y sin que, posteriormente, exista vinculación alguna entre deudor y acreedor. Frente a ellas las duraderas se caracterizan por establecer una ligazón entre el acreedor y el deudor que se proyecta o prolonga en el tiempo además de requerir actos sucesivos. Dentro de estas se pueden subdistinguir diversos tipos de obligaciones:

1. Obligaciones duraderas simples o propiamente dichas: serían aquellas en que la prestación del deudor es de tracto único, pero se encuentra aplazada y no es exigible hasta que llegue el término o plazo.

2. Obligaciones duraderas continuadas: en ellas la conducta del deudor debe mantenerse durante un cierto tiempo, pero de manera prolongada y sin solución de continuidad pues la interrupción de la misma provoca la insatisfacción del acreedor.

3. obligaciones duraderas periódicas: la calificación de periódicas la determina el hecho de que el deudor deba satisfacer de forma regular prestaciones parciales previstas en la realización obligatoria. Ello no implica que tales períodos deban ser absolutamente iguales.

C) OBLIGACIONES PRINCIPALES Y ACCESORIAS: Las menciones normativas más sobresalientes en la materia serían las siguientes:

1. los artículos 1.154 y 1.155 que, en sede de cláusula penal, recurren expresamente a la calificación de “obligación principal”. E el segundo de ellos se establece textualmente que “la nulidad de la cláusula penal no lleva consigo la nulidad de la obligación principal. La nulidad de la obligación principal

lleva consigo la de la cláusula penal” 2. el art. 1.196 en materia de compensación habla de “que cada uno de los

obligados lo esté principalmente, y sea a la vez acreedor principal del otro”

Bastan tales referencias normativas para demostrar la idea de obligación principal pretende resaltar la autonomía o independencia propias de determinadas relaciones obligatorias en cuanto su existencia no depende de ninguna otra obligación preexistente.

Por el contrario, serían obligaciones accesorias aquellas que han nacido como

meros añadidos o complemente de otra relación obligatoria respecto de la cual se encuentran en situación de subordinación funcional y que , por tanto, desaparecerán en caso de que la obligación principal despliegue por sí misma los efectos que le son propios o por el contrario se extinga o sea declarada nula por cualquier motivo. En general las obligaciones accesorias suelen desempeñar una función de garantía del cumplimiento de la obligación principal auque igualmente asumen un papel de cierta relevancia determinadas obligaciones accesorias que tienen por objeto delimitar el alcance de la principal.

De otra parte es sumamente raro constituir relaciones obligatorias que tengan por

exclusivo objeto una obligación de no hacer. La categoría de obligaciones accesorias o subordinadas tiene carácter general y puede darse en cualquier relación obligatoria sea positiva o negativa. Lo cierto es que en la mayoría de supuestos reales la obligación de no hacer tiene carácter accesorio respecto de la pretensión principal. Ello no obsta a que en las relaciones obligatorias calificables en su conjunto de positivas existan

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prestaciones accesorias respecto de la principal y que tales obligaciones accesorias tengan carácter positivo o negativo. D) OBLIGACIONES DE CANTIDAD LIQUIDA E ILIQUIDA: EL concepto de obligación líquida no es ofrecido por ninguno de los artículos del Código. En el primer sentido, afirma el art. 1.169,2 que “cuando la deuda tuviere una parte líquida y otra ilíquida, podrá exigir el acreedor y hacer el deudor el pago de

la primera sin esperar a que se liquide la segunda”. Por su parte el art. 1.196,4 considera como uno de los requisitos de la posible compensación de las obligaciones que las deudas sean liquidas y exigibles. Según ello, se habla de obligación líquida cuando el montante de la prestación de dar se encuentra determinado numéricamente, cuando se conoce con exactitud la cantidad de cosas o unidades monetarias debidas. La noción de liquidez de la obligación demuestra su innegable utilidad, si bien el Código da por sentado que se conoce dicho término. Lo cierto es que se suele hablar de deuda líquida en el caso de las deudas indemnizatorias que han de ser determinadas judicialmente, y hasta que recaiga sentencia firma se habla de obligación o deuda líquida para poner de manifiesto que se desconoce la cuantía exacta de la prestación debida. Dado que la obligación líquida resulta inexigible e inejecutable, no es extraño que la noción de liquidez se utilice recurrentemente como argumento para retrasar el pago efectivo de la obligación, de ahí que el legislador haya optado por quebrar el principio de indivisibilidad del pago en caso de que la deuda tenga una parte liquida y otra ilíquida. Dicho supuesto encuentra particular aplicación en todos aquellos casos de obligaciones pecuniarias. Por su parte la doctrina del TS ha venido entendiendo que, pese a que no resulte expresado el montante exacto de la prestación debida; la obligación es líquida si dicha cuantía precisa puede obtenerse mediante simples operaciones matemáticas por complejas que estas puedan resultar. E) OBLIGACIONES DIVISIBLES E INDIVISIBLES:

La divisibilidad o indivisibilidad de las obligaciones se deriva de la propia prestación. En tal sentido cabe hablar de divisibilidad o indivisibilidad natural y objetiva. Una obligación pecuniaria es por naturaleza divisible. Otras muchas obligaciones habrán de ser consideradas indivisibles por naturaleza. Sin embargo la divisibilidad natural de la prestación en sí misma considerada no autoriza el cumplimiento parcial de la obligación. Conforme al principio establecido en el art. 1169 CC “a menos que el contrato expresamente lo autorice, no podrá compelerse al acreedor a recibir parcialmente las prestaciones en que consista la obligación” Según el art. 1151 son indivisibles:

1. las obligaciones de dar o entregar una cosa que no permita fraccionarse o distribuirse en lotes.

2. las obligaciones de hacer que no sean susceptibles de cumplimiento parcial, si bien determinadas obligaciones que por su naturaleza sean susceptibles de cumplimiento parcial habrán de considerarse divisibles.

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3. la mayor parte de las obligaciones negativas de no hacer. La tendencial indivisibilidad de las obligaciones negativas se deriva de la propia naturaleza y objeto de ellas.

La distinción entre obligaciones divisibles y obligaciones indivisibles es de fácil

comprensión. La eventual divisibilidad de la prestación no determina de forma necesaria y paralela la divisibilidad de la obligación que por el contrario puede establecerse convencionalmente como indivisible de conformidad con el principio de autonomía privada establecido en el art. 1255 CC. De ahí que la generalidad de la doctrina destaque que, existiendo una unidad de sujetos la contraposición entre obligaciones divisibles e indivisibles realmente carece de trascendencia pues en definitiva, una vez identificadas las prestaciones de carácter indivisible, en lo demás entrarán en juego las reglas generales.

Sin embargo, el problema aflora cuando se trata de una pluralidad de sujetos.

La pregunta planteada, en estos casos se plantea si han de estructurarse las obligaciones en base al esquema de obligación mancomunada o solidaria. La pregunta planteada se contesta con relativa facilidad cuando la obligación indivisible se ha configurado simultáneamente como obligación solidaria. Cualquiera de los deudores o acreedores podrá actuar libremente frente a la contraparte, sea pagando, sea exigiendo el cobro. Por tanto, en tal caso, la indivisibilidad de la obligación no arroja ninguna novedad sobre la dinámica de la solidaridad.

Por el contrario, el régimen jurídico de las obligaciones mancomunadas

demuestra la inadecuación de dicho esquema técnico a la obligación indivisible, pues se esta frente a estructuras obligatorias de signo contrario: la idea de mancomunidad consiste precisamente en la fragmentación y no en la indivisibilidad. Por tanto, en caso de que la obligación indivisible no sea solidaria la conclusión es obvia: no puede aplicarse el esquema propio de las obligaciones mancomunadas.

En estos casos el comportamiento de los deudores y acreedores debe realizarse

de consuno. Así se deduce de varios preceptos del Código: • la necesaria actuación conjunta de los diversos deudores puede deducirse

del primer inciso del art. 1150 “la obligación indivisible mancomunada se resuelve en indemnizar daños y perjuicios desde que cualquiera de los deudores falta a su compromiso. De aquí se evidencia que si la actuación en mano común no es posible debe entenderse que se ha incumplido la obligación y ha lugar a una indemnización

• por su parte la actuación conjunta de los diversos acreedores parece venir impuesta por el primer inciso del art. 1139

De ello se deduce que si la obligación en mano común se convierte en una

deuda indemnizatoria, ésta si será divisible. A partir de entonces la característica de divisibilidad de la deuda indemnizatoria traerá consigo la posibilidad de aplicación de las reglas propias de las obligaciones mancomunadas. A este problema parece referirse el segundo inciso del art. 1150 al disponer que los deudores que hubieren estado dispuestos a cumplir no contribuyeran a la indemnización más que con la porción correspondiente del precio de la cosa o del servicio en que consistiere la obligación.

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8.- La determinación relativa de la prestación: la determinación y la determinabilidad de la prestación: Uno de los requisitos de la relación obligatoria consiste en la determinación de la prestación. Nuestro código no impone textualmente dicho requisito si bien dispone en efecto, con carácter general, el art. 1273 que el objeto de todo contrato debe ser una cosa determinada en cuanto a su especie. La identificación exacta de la prestación puede ser conocida inicialmente o en un momento posterior de la dinámica de la relación obligatoria. En el primer caso se habla de que está determinada, y en el segundo se suele indicar que exista una indeterminación relativa, esto es, que la prestación es determinable.

El problema que plantea la denominada indeterminación relativa de la prestación consiste naturalmente en establecer las reglas que permitan convertir la prestación determinable en determinada, en dependencia de los datos de hecho:

• la indeterminación puede venir provocada porque la identificación del objeto de la prestación se ha realizado solo mediante la referencia a un género de cosas

• en algunos casos la determinabilidad desaparece en virtud de un acto de elección entre varias prestaciones

• la determinación concreta de la prestación se obtiene mediante el recurso a elementos externos a la propia obligación constituida, requiriendo tener en cuenta ora una determinada circunstancia de hecho, ora la intervención de un tercero, extraño a las partes de la obligación.

La idea fundamental radica en que la prestación será considerada determinable

cuando su concreción no dependa de futuras acciones de las partes vinculadas por la relación obligatoria.

9.- Las Obligaciones Genéricas: El código Civil no utiliza la terminología de obligaciones genéricas o específicas sino que se limita a establecer una regulación diferente para el caso de que la obligación de entregar una cosa recaiga sobre un objeto determinado o individualizado, o por el contrario, sobre un objeto determinado únicamente mediante su pertenencia a un género. Estaríamos ante una obligación específica en los casos en que la prestación del deudor se encuentre perfectamente individualizada, así dispone el art. 1166.1. “el deudor de una cosa no puede obligar al acreedor a que reciba otra diferente, aun

cuando fuere de igual o mayor valor que la debida” Las obligaciones genéricas existirían en aquellos supuestos en que la obligación de dar o entregar una cosa viene caracterizada por la relativa determinación. La calificación de obligaciones genéricas y específicas parece estar referida necesariamente a las obligaciones de dar, dado que los preceptos ad hoc, además de referirse siempre a cosas utilizan reiteradamente la expresión “entregar una cosa” Sin embargo, no existe dificultad alguna para aplicar las categorías de obligaciones específicas y genéricas a las obligaciones de hacer. Por tanto las

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obligaciones no recaen necesariamente sobre cosas y servicios aunque por lo común sea así. Por lo demás, en general suelen referirse a bienes muebles, aunque tampoco existe dificultad para que recaigan sobre bienes inmuebles. a) la obligación genérica de género limitado: Dentro de la categoría de las obligaciones genéricas, es común subdistinguir entre las obligaciones genéricas ordinarias y las obligaciones genéricas de género limitado según la mayor o menor amplitud y determinación del género considerado. Se debería hablar de género limitado cuando el objeto de la prestación no se determina solo por su pertenencia a un género sino por una serie de datos o circunstancias complementarios de origen, lugar, añada, etc. que circunscriben o delimitan el objeto de la obligación. En tal sentido resulta correcto afirmar que la regla genus numquam perit no es aplicable a este subtipo de obligaciones genéricas. b) Régimen jurídico de las obligaciones genéricas: La obligación genérica plantea dos problemas fundamentales: la calidad de la cosa que ha de entregarse y la repercusión sobre el cumplimiento de la obligación constituida arroja la propia pérdida de la cosa. i) la regla de calidad media:

En el caso de que la obligación genérica encuentre su causa en un contrato puede haberse determinado en el mismo la calidad de las cosas a entregar. En caso de imprevisión, el art. 1167 in fine establece una regla salomónica, que procede del derecho romano justinianeo: “el acreedor no podrá exigir de la calidad superior, ni el deudor entregar de la inferior”. Esta regla de calidad media sin embargo es de una utilidad relativa aunque en términos teóricos pueda defenderse en cuanto norma equitativa. La entrada en juego de dicho precepto en cualquier caso es de carácter supletorio respecto a la falta de expresión de la calidad y circunstancias de la prestación en el título constitutivo de la obligación.

ii) la pérdida de la cosa y la regla de genus numquam perit:

En el caso de la obligación genérica, la pérdida de la cosa no es en sí misma significativa, por la sencilla razón de que puede ser sustituida por otra del mismo género. En consecuencia la responsabilidad del deudor se agrava en las obligaciones genéricas, dado que las prestaciones correspondientes pueden seer atendidas incluso en el caso de que desaparecieran o perecieran todas las cosas genéricas de que inicialmente dispusiera el propio deudor. El art. 1182 establece que queda extinguida la obligación si pereciera la cosa determinada que el deudor estaba obligado a entregar, lo que a sensu contralor permite afirmar que en nuestro ordenamiento pervive la regla del gneus numquam perit.

c) La individualización de la prestación en las obligaciones genéricas: La determinación de la prestación se le denomina de forma indistinta concentración, concreción o especificación. Nuestro código no se refiere en absoluto a esta materia y ni siquiera indica si corresponde realizar la especificación al deudor, o al

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acreedor. Algunos autores entienden que si nada reconsidera sobre el particular la especificación corresponderá al deudor. En cuanto al momento temporal de su realización, la especificación suele coincidir con el momento solutorio, pues hasta que no llegue el instante del pago del interés del acreedor radicará en que el deudor quede sometido a la agravación de la responsabilidad que implica la aplicación del genus numquam perit cabe que la especificación tenga lugar antes, bien sea porque así se previó en el título constitutivo o bien porque las plurales prestaciones genéricas consideradas devengan todas ellas imposibles salvo una. d) la diferencia entre obligaciones específicas y genéricas respecto de la ejecución forzosa: La diferencia entre obligación específica y genérica lleva igualmente al Código Civil a establecer un régimen jurídico diverso para cada una de tales categorías por cuanto se refiere a la posibilidad de reclamar la prestación in natura:

• si la cosa fuera indeterminada o genérica el art. 1096.2 el acreedor podrá pedir que se cumpla la obligación a expensas del deudor, el acreedor podrá obtener judicialmente el mismo resultado previsto en la obligación.

• En caso de obligación específica, resulta imposible con carácter general que el acreedor pida el cumplimiento de la obligación a expensas del deudor, pues en muchos casos la colaboración de este es necesaria.

10.- Las Obligaciones alternativas: Considerando la unidad o multiplicidad de prestaciones previstas en la obligación, se suele distinguir entre:

• Obligaciones simples: caracterizadas porque en ellas la prestación prevista es única, concretándose finalmente en un solo objeto o en un comportamiento determinado

• Obligaciones complejas: calificadas así en cuanto en ellas existe una multiplicidad de objetos o comportamientos en la obligación. Estas a su vez pueden estructurarse de dos formas muy distintas: cumulativas o alternativas:

En el caso de que la relación obligatoria tenga un contenido múltiple y las diversas

prestaciones sean todas ellas exigibles, cabe hablar de obligaciones cumulativas, precisamente para resaltar la idea de que las diversas prestaciones deben considerarse e el momento del cumplimiento cumulativa o acumuladamente. El deudor no se encuentra liberado de la obligación mientras no ejecute todas las prestaciones previstas.

El planteamiento alternativo conlleva que el obligado o deudor cumple la

obligación ejecutando cualquiera de las prestaciones. Y en tal sentido, expresa el art. 1131 que el obligado alternativamente a diversas prestaciones debe cumplir por completo una de estas. La elección de una de entre varias prestaciones alternativas queda reservada al deudor. La elección de la prestación a realizar suele ser denominada concentración. En efecto, una vez elegida o concentrada la prestación y en cuanto haya

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sido notificada a la otra parte, el deudor quedará liberado de la obligación si por causas que no le sean imputables, resulta imposible el cumplimiento de la prestación seleccionada. Al contrario, mientras la concentración no haya tenido lugar la imposibilidad de realización de alguna de las prestaciones resulta intrascendente.

El art. 1134 regula lo que podríamos denominar la concentración automática, o

pérdida del derecho de elección atribuido al deudor en el supuesto de que todas salvo una de las posibles prestaciones devengan imposible. En el caso de que todas las prestaciones previstas en la obligación alternativa hayan perecido o devenido irrealizables por culpa del deudor el Código establece que este no queda liberado Desde otra perspectiva, cuando la facultad de elección corresponde al acreedor, este goza de algunas facultades complementarias en el supuesto de que la imposibilidad de cumplimiento no sea imputable al deudor. En tal caso, el deudor cumplirá entregando la que el acreedor elija entre as restantes o la que haya quedado, si una sola subsistiera. En cambio si la imposibilidad de ejecutar la prestación. Por el contrario, si la imposibilidad es imputable al deudor el acreedor podrá reclamar cualquiera de las que subsistan o el precio de la que hubiera desaparecido, y en caso de que todas hubieren perecido el precio de aquella que elija el acreedor.

11.- Las obligaciones facultativas o con facultad d e sustitución:

Estaríamos frente a una obligación facultativa cuando existe una sola prestación prevista en el título constitutivo de la obligación, pero el deudor cuenta con la posibilidad de llevar a cabo otra diversa llegado el momento del pago. La categoría de las obligaciones facultativas no encuentra apoyo textual alguno en e articulado del Código Civil. Es más alguno de sus artículos parece estar dirigido a excluir su existencia, por ejemplo, el art. 1166 CC, que dispone que “el deudor de una cosa no puede obligar a su acreedor a que reciba otra diferente aun cuando fuera de igual o mayor valor que la debida.

Obsérvese que conforme lo dicho el acreedor solo puede exigir el cumplimiento

de la única prestación debida y carece de facultad alguna para reclamar la prestación facultativa.

La diferencia básica entre las obligaciones alternativas y facultativas es fácil de

exponer: en aquellas se debe una prestación, aun no individualizada, entre varias prestaciones contempladas en el título constitutivo de la obligación. En las obligaciones facultativas se debe una prestación única. Por tanto, es preferible hablar de obligación con cláusula facultativa pues verdaderamente la facultad de desistimiento es un añadido a la obligación.

Nótese que, dado que realmente existe solo una prestación en la relación

obligatoria, en caso de resultar imposible su cumplimiento por causas no imputables al deudor la obligación se extingue, y por tanto también la prestación facultativa, en cuanto accesoria de aquella.

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TEMA 3: LAS DEUDAS PECUNIARIAS

1.- Las Obligaciones Pecuniarias: Con la denominación de obligaciones o deudas pecuniarias, identificamos aquellas que consisten en pagar una suma de dinero. En las sociedades contemporáneas resulta innecesario destacar la importancia práctica de las obligaciones pecuniarias, pues es evidente que todas las relaciones contractuales tienen por objeto la consecución de una suma de dinero.

2.- Funciones económicas y significado jurídico del dinero:

Desde el punto de vista normativo el dinero es fundamentalmente el medio de pago jurídicamente reconocido, recordando que, desde el punto de vista económico, el dinero es el medio o valor de cambio por excelencia. Carece de interés en nuestros días la vieja teoría materialista en virtud de la cual el valor del dinero vendría representado por el propio valor intrínseco del metal y de la subsiguiente distinción establecida por los juristas clásicos entre valor intrínseco, valor legal, y valor en curso o de tráfico, en el que el valor legal identificaría la valoración atribuida por el propio Estado que legitima, y acuña las especies metálicas llamadas monedas; mientras que el valor en curso, por el contrario, introduciría un factor económico en la valoración propia de las monedas acuñadas, reflejando las oscilaciones producidas en el valor de las cosas, por efecto del juego de la oferta y demanda de las mismas. En nuestros días las monedas han pasado a representar las fracciones más bajas del dinero en curso, asumiendo el papel estelar en la materia el papel moneda. El papel moneda no solo es medio legal de cambio y pago, sino que nadie puede requerir u obligar a otro a la entrega de unidades metálicas por conversión del valor legal del papel moneda. En otro orden de cosas, como es sobradamente conocido por todos, desde la Revolución Gloriosa en 1868 la moneda de curso legal en España ha sido la peseta, hasta la instauración del euro como moneda única. El establecimiento oficial del euro como moneda única europea se ha llevado a efecto en el ámbito de la UE a través de la publicación de dos reglamentos comunitarios. Tales disposiciones son directamente aplicables a los Estados miembros, peor la mayoría ha preferido dictar leyes ad hoc. Así cabe destacar la Ley 46/1998 que establece un período transitorio de convivencia entre peseta y euro que llega hasta el 1 de enero de 2002. Por lo demás, hemos de subrayar el contenido de los artículos 6 y siguientes, donde se denomina “principio de neutralidad” al hecho de que la sustitución de la peseta por el euro “no produce alteración del valor de los créditos o deudas, cualquiera que sea su naturaleza…” y “efecto de continuidad” al corolario de que “la sustitución de la peseta por el euro no podrá ser, en ningún caso, considerada como un hecho jurídico con efectos modificativos, extintivos, revocatorios, rescisorios o resolutorios en el cumplimiento de las obligaciones”

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a) Deudas monetarias y deudas pecuniarias: El dinero puede ser contemplado en las relaciones jurídicas desde puntos de vista muy diferentes: como objeto de coleccionismo, como valor de cambio legal, etc. de hay que podamos distinguir los siguientes supuestos: 1.- Aunque raramente, a veces, la obligación dineraria puede consistir en la entrega de una o varias especies monetarias individualmente determinadas y especificadas, atendiendo al valor numismático, simbólico o afectivo que las mismas representen para el acreedor. Por ejemplo, el coleccionista que busca obsesivamente una especie monetaria en sí misma identificable. En tal caso, doctrina y jurisprudencia hablan de “deuda monetaria” o de “obligaciones de moneda individual” 2.- Tampoco puede considerarse deuda pecuniaria la denominada obligación de especie monetaria. En esta nos estaríamos refiriendo al supuesta en que el deudor debe entregar una o varias monedas que se caracterizan por pertenecer a una determinada especia o serie monetaria 3.-Finalmente, la contemplación del dinero en curso sin mayores precisiones como objeto de la obligación nos situaría frente a las obligaciones pecuniarias propiamente dichas, las cuales se caracterizan por tener un régimen jurídico y unas características propias.

Solo cuando el dinero es considerado objeto de la obligación como mera unidad de valor y por referencia a unidades monetarias jurídicamente establecidas estaremos ante verdaderas obligaciones pecuniarias. Conviene recordar a este respecto cual es la consideración que para el derecho privado merece el dinero: se trata de un bien mueble, fungible y productivo de frutos civiles. Conforme a lo dicho las obligaciones pecuniarias se caracterizan por lo siguiente:

• La obligación pecuniaria es el supuesto de obligación genérica por excelencia. Nunca podrá tener lugar la extinción de la obligación pecuniaria por imposibilidad sobrevenida

• Solo hay una obligación pecuniaria propiamente dicha cando tenga por objeto la entrega de una determinada cantidad de dinero cuyo único requisito sea el de tener curso legal, es decir, servir como medio general y liberatorio de pago, por imponerlo así la ley

• La indemnización por incumplimiento de la obligación pecuniaria consistirá, salvo pacto en contrario, en el pago de intereses como así dispone el art. 1108 CC.

• b) la distinción entre deudas de dinero y deudas de valor: La doctrina contemporánea suele distinguir entre deudas de dinero y deudas de valor dentro de las obligaciones pecuniarias propiamente dichas. Recalifica generalmente como deuda de dinero aquella obligación pecuniaria en la cual la prestación debida por el deudor coincide con una suma de dinero precisa y determinada por referencia a un conjunto de unidades monetarias. Frente a la anterior, debería hablarse de deudas de valor en todos aquellos supuestos en los que el deudor cumple también finalmente entregando una suma de dinero, pero esta no se encuentra concreta y directamente determinada en el titulo constitutivo de la obligación, sino antes bien se

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determina a posteriori como equivalente económico o medida de valor de otro bien. Hay pues una determinación indirecta y futura de la suma de dinero debida en cuanto el montante concreto de la misma se desconoce en el momento constitutivo o genético de la obligación.

3.- El principio nominalista y su corrección: las c láusulas de estabilización: La doctrina y la jurisprudencia deducen de la regulación concreta del préstamo que, en materia de obligaciones pecuniarias, rige el denominado principio nominalista: el deudor cumplirá entregando el valor nominal o el importe exacto de unidades monetarias contemplado en el título constitutivo de la obligación, con independencia de que dicho valor nominal no satisfaga suficientemente los intereses del acreedor de la obligación pecuniaria, debido al proceso inflacionario o la devaluación de la moneda. Tanto el art 1.753 del Código Civil, cuanto el art. 312 del Código de Comercio, la obligación que imponen al prestatario consiste en devolver “otro tanto de la misma especie y calidad” la generalidad de los autores, no obstante reconocer que se trate de una regla económicamente injusta, suelen confirmar la persistencia de la misma en atención a la seguridad del tráfico para facilitar así el tráfico económico. Dicha tesis no está exenta de críticas pues no es siempre cierto que la justicia haya de plegarse a la seguridad del tráfico, pues es la justicia y no la seguridad del tráfico uno de los valores superiores del ordenamiento jurídico como estipula el art. 1 CE. Desde el punto de vista técnico, la cuestión es igualmente discutible. Por hablar de otro contrato en particular, cuando el comprador se ve privado de la cosa por evicción el vendedor habrá de restituir, entre otras cosas, el precio que tuviere la cosa vendida al tiempo de la evicción, ya sea mayor o menor que tuviere la cosa vendida al tiempo de evicción, ya sea mayor o menor que el de la venta. Lo cierto es que no hay apoyo legal textual para la defensa del pretendido principio nominalista, salvo que se interprete con predisposición favorable a dicho principio. a) las cláusulas de estabilización o de actualización del valor nominal: El principio nominalista es claramente pernicioso y desfavorable para el acreedor. Por ello todos los agentes económicos han superado semejante desembocadura estableciendo cláusulas de estabilización que garanticen el justo equilibrio entre las prestaciones en todas las relaciones obligatorias de carácter duradero. Se trata de previsiones contractuales, en virtud de las cuales las partes contratantes acuerdan que el importe nominal de la obligación pecuniaria se actualizará conforme al valor de un bien que se toma como punto de referencia en el momento constitutivo de la obligación, o con referencia a unos índices estadísticos de mayor objetividad. Su funcionamiento es muy sencillo:

1. en el caso de que se haya tomado convencionalmente como referencia el precio de un bien o conjunto de bienes se calcula el número o cantidad de bienes de referencia que podrían adquirirse con el importe nominal de la deuda pecuniaria

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en el momento constitutivo de la obligación. Llegado el momento solutorio de la obligación pecuniaria, mediante la operación inversa.

2. en el supuesto de que se haya establecido como punto de referencia una determinada serie de índices o un particular índice estadístico de carácter oficial o corporativo, la operación resultará aún más fácil: bastará con aplicar al importe nominal de la deuda pecuniaria el porcentaje de incremente o decremento.

b) los tipos de cláusulas contractuales de actualización: Contractualmente, las partes son libres para fijar el criterio actualizador:

• cláusulas de valor en especie: en ella se trata de imputar como criterio de actualización el precio de un determinado bien o conjunto de bienes

• Cláusulas de valor oro o plata: en las que el valor del metal en momentos distintos sirve como criterio de referencia para hallar el montante exacto de la prestación

• cláusulas de moneda extranjera: se toma como referencia la cotización oficial de cualquier moneda diferente al euro, de curso legal en España: generalmente el dólar o el yen japonés.

• Cláusulas de escala móvil o de índices variables: con las que se suelen identificar hoy día los índices publicados por el INE en relación con un determinado sector productivo o con algún parámetro económico de valor común. En la actualidad son estas últimas las cláusulas de estabilización más seguras las de mayor utilización por los agentes económicos.

c) la validez o ilicitud de los medios correctores del nominalismo: La jurisprudencia y la doctrina han acabado finalmente por reconocer la general licitud de los pactos y de las previsiones legales tendentes a conseguir una cierta estabilidad en el valor real del importe nominal. En favor de la ilicitud de las cláusulas convencionales de actualización se argumentaba que semejante práctica atentaba contra el orden público, y en particular, contra le economía nacional a través del deterioro del crédito del propio valor de la moneda de curso legal. No obstante, todavía hoy no es extraño encontrar manifestaciones contrarias a la conveniencia de la ilicitud de las cláusulas de estabilización. Dichas cláusulas d estabilización, cuya validez ha sido plenamente aceptada por la jurisprudencia en el campo del derecho civil se fundan en la justicia conmutativa que demanda la equivalencia de las prestaciones de las partes en los contratos onerosos, estimándose el más justo sistema de señalar en los pagos de tracto sucesivo un precio variable que se determine en proporción a ciertos índices.

4.- La deuda de intereses: El dinero es un bien productivo en cuanto genera o puede generar intereses, que son reputados frutos civiles por el art. 355.2.CC En términos jurídicos, la obligación de pagar intereses no es una derivación necesaria y automática de la obligación pecuniaria. La obligación de pagar intereses se configura técnicamente como una obligación accesoria que, con carácter general requiere, bien que el pago de intereses se haya pactado convencionalmente, o bien que el deudor de la obligación pecuniaria se halle constituido en mora, pues en tal caso el propio art. 1.108 CC establece que la

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“indemnización de daños y perjuicios, no habiendo pacto en contrario, consistirá en el pago de intereses convenidos, y a falta de convenio, en el interés legal”. a) los intereses convencionales y la usura: Las partes de la relación obligatoria pueden pactar un tipo de interés inferior o superior a dicha tasa legal. La regla cotidiana consiste en fijar tipos de interés que por lo general duplican o triplican el interés legal. La pregunta de si son lícitos explicita que resulta indiscutible la licitud de la tasa de interés legal, pero se plantea la duda respecto a aquellas tasas muy superiores. El código Civil nunca ha contenido norma alguna que establezca una barrera a partir de la cual el tipo de interés convencionalmente fijado pueda ser considerado usurario. El art. 315 CCom. Dispone que “podrá pactarse el interés del préstamo sin tasa ni limitación de ninguna especie”. Tales circunstancias provocaron con el objeto de atajar y frenar la usura, se dictara la Ley de represión de la usura, más conocida como Ley Azcárate aún en vigor. Dicha ley dispone en su art. 1 “Será nulo todo contrato de préstamo en que se estipule un interés notablemente superior al normal del dinero y

manifiestamente desproporcionado con las circunstancias del caso o en condiciones

tales que resulte aquél leonino, habiendo motivos para estimar que ha sido aceptado

por el prestatario a causa de su situación angustiosa, de su inexperiencia o de lo

limitado de sus facultades mentales” b) Los intereses usurarios: El criterio legalmente establecido por la Ley Azcárate es intemporal y de gran ductilidad. Tales características han permitido a la jurisprudencia adecuarse a las circunstancias socioeconómicas de cada momento pues el interés normal del dinero es un dato extrajurídico que viene proporcionado por parámetros macroeconómicos, coyunturales y cambiantes incluso de forma caprichosa. Las disposiciones de la Ley de usura son de aplicación tanto a las relaciones obligatorias civiles cuanto a las propiamente mercantiles. c) el Anatocismo: el interés de los intereses: Anatocismo es un término griego comúnmente utilizado por los juristas para evitar la redundancia que supone hablar del “interés de los intereses”. La cuestión práctica que plantea el Anatocismo radica en saber si los intereses vencidos y no satisfechos generan a su vez el interés fijado para la obligación pecuniaria ya convencional ya legamente. El Código Civil se muestra extraordinariamente permisivo con el Anatocismo, y legalmente presume la existencia en caso de reclamación judicial “los intereses vencidos devengan en el interés legal desde que son judicialmente reclamados, aunque la obligación haya guardado silencio sobre este

punto”. Cabe considerar igualmente posible que los intereses devengados y no satisfechos generen también intereses desde el mismo momento en que, debiendo haber sido atendidos, han quedado impagados. Así pues el Anatocismo puede producirse tanto convencional cuanto legalmente en caso de reclamación judicial. En cambio, curiosamente el encabezamiento del art. 317 CCom establece que en el préstamo mercantil los intereses vencidos y no pagados no devengarán

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intereses, al tiempo que el art. 319 dispone que interpuesta una demanda, no podrá hacerse la acumulación del interés al capital para exigir mayores réditos. Innecesario es advertir que en la práctica bancaria el Anatocismo convencional constituye la regla general de aplicación. El TS se ha pronunciado al respecto en sendas sentencias que resumidamente quieren significar:

• Que el principio de autonomía de la voluntad que consagra el art. 1255 CC permite que las partes puedan celebrar el referido convenio siempre que el mismo además de no ser contrario a la moral, ni al orden público, no esté prohibido por la ley, como no lo esta efectivamente

• El art. 1109 CC admite también el convencional cuando las partes lo convengan expresamente. Dicho preceptos aplicado con carácter supletorio en los contratos mercantiles, siempre que en este código no se prohíba

• El art. 317 CCom prohíbe el Anatocismo legal, pero admite el convencional pactado por las partes

d) El interés legal: Es obvio que se denomina interés legal al tipo o tasa de interés que viene establecido o fijado por la ley por considerar que el dinero es un bien productivo que, en numerosas ocasiones, requiere actualizar el valor nominal de las deudas pecuniarias. Así pues, bastaría quizá con indicar que, en tal año, el interés legal es el 5% o el 9% sin ulteriores precisiones. El interés legal del dinero constituye uno de los puntos de inflexión del sistema contractual y en definitiva del sistema económico, por lo que conviene explicar su significado en nuestro derecho y su bífida utilización por el legislador. Tras la Ley de 1984 se identifica el tipo de interés legal con el tipo básico del banco de España salvo que la ley de presupuestos establezca uno diferente. Dicho interés será aplicable cualquiera que sea la naturaleza del acto o contrato de que se derive la obligación. La obsolencia del interés básico del Banco de pesan se evidencia en el propio año 1984. Apenas publicada la Ley 24/1984 la Ley de presupuestos que se prepara abandona tal parámetro optando directamente por la fijación de un tipo concreto y directo de interés legal. A partir de entonces las sucesivas leyes de presupuestos han previsto para su anualidad correspondiente un interés de demora a favor de la administración tributaria que supera entre un 20 y un 36% al tipo fijado en cada año como interés legal del dinero. e) mora plurianual y obligación de intereses: No cabe duda sobre la importancia que tiene plantear el tipo de interés aplicable a las deudas dinerarias en general cuando se soliciten o reclamen por períodos superiores al año, dado que la tasa del interés legal propiamente dicho es objeto de fijación anual, y previsiblemente lo seguirá siendo. Prima facie pudiera parecer que dicho problema solo se presentará en las relaciones obligatorias sometidas a interés lega, pero cada día son más frecuentes aquellas operaciones que fijan el interés convencional incrementando el legal en “x” puntos. Porcentuales. De otra parte, habría que excepcionar de lo dicho el primer párrafo aquellas previsiones legales que se caracterizan por fijar una tasa o tipo de interés fijo, por ejemplo, la ley de regula la percepción de cantidades anticipadas en la construcción y

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venta de viviendas (6%), o la ley reguladora del contrato de seguro (20%), o el estatuto de los trabajadores, con el 10% si el contratista entra en mora. f) los supuestos de incremento del interés legal:

Problemática diferente plantean otras previsiones normativas en las que se toma como índice base el interés legal, incrementándolo en una cuantía o en una proporción determinada:

1. cuando la resolución de un Tribunal condene al pago de una cantidad líquida, ésta devengara a favor del acreedor un interés anual igual al del interés del dinero incrementando en dos puntos. Aunque no haya intereses moratorios propiamente dichos si hay sentencia de condena a una cantidad líquida, ésta generará por sí misma intereses desde el pronunciamiento judicial.

2. la aprobación de la nueva Le de Enjuiciamiento Civil de 2000 no ha introducido novedades de importancia en la materia y en lo fundamental mantiene el tenor del artículo 921

3. en definitiva cuando el tipo de interés se mantiene fijo e inalterado durante u período de tiempo superior al año, es evidente que la exigibilidad de la obligación de intereses habrá de hacerse conforme a dicho tipo de interés. Por el contrario, cuando de año en año varíe el tipo de interés aplicable, parece natural concluir que el devengo de los intereses ha de calcularse año por año.

g) la Ley 3/2004, contra la morosidad en las operaciones comerciales: Consideración especial merece el nuevo interés de demora en las operaciones comerciales. Se trataría de las relaciones contractuales existentes entre empresas o empresas y administraciones públicas. El interés de demora lo regula el art. 7 y ciertam3ente arroja el resultado de que el interés de demora ha estado siempre por encima del 9% y en breve superará el 10%,a fin de disuadir la morosidad.

1. el interés de demora que deberá pagar el deudor será el que resulte del contrato y en defecto de pacto, el tipo legal que se establece en el apartado siguiente

2. el tipo legal de interés de demora que el deudor estará obligado a pagar será la suma del tipo de interés aplicado por el Banco Central Europeo a su más reciente operación principal de financiación efectuada antes del primer día del semestre natural de que se trate más siete puntos porcentuales.

3. el ministerio de economía y hacienda publicará semestralmente en el BOE el tipo de interés resultante por la aplicación de la norma contenida en el apartado anterior.

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TEMA 4: EL CUMPLIMIENTO DE LAS OBLIGACIONES

1.- Concepto, naturaleza y requisitos del pago o cu mplimiento: En el lenguaje común, el término pago se identifica con la entrega de una determinada suma de dinero, debida por cualquier circunstancia. Sin embargo, para el Derecho también significa llevar a cabo la prestación debida, con independencia de que la conducta exigible al deudor consista en un determinado hacer o no hacer. Por consiguiente, en términos jurídicos, pago y cumplimiento son vocablos absolutamente sinónimos. El cumplimiento de la obligación es la realización efectiva de la prestación debida y la ordinaria desembocadura de toda obligación constituida. Así pues a nadie pude extrañar que el Código Civil contemple en el art. 1156 al pago o cumplimiento como unas de las causas de extinción de las obligaciones. A este respecto, uno de los temas abordados por la doctrina radica en plantearse la naturaleza del pago, es decir, si se trata este de un mero hecho jurídico, un acto jurídico, o por el contrario de un negocio jurídico propiamente dicho. El cumplimiento en sí mismo considerado no puede ser considerado un negocio jurídico, igualmente, se encuentra en franco retroceso la tesis de que el pago deba ser calificado como un hecho jurídico, y de ahí que el pago deba calificarse como un acto cuyo carácter voluntario corre en paralelo con el de ser un acto debido. a) Requisitos del pago: Cumplir equivale a hacer cuanto se promete. Para que el cumplimiento de la obligación la extinga el acreedor ha de verse satisfecho mediante la realización exacta de la prestación. Son requisitos de la misma la identidad, integridad e indivisibilidad del pago. 1.- Identidad de la prestación:

Se encuentra regulada como regla general en el art. 1166 “el deudor de una cosa no puede obligar a su acreedor a que reciba otra diferente aun cuando fuere de igual o

mayor valor que la debida. Tampoco en las obligaciones de hacer podrá ser sustituido

un hecho por otro contra la voluntad del acreedor” El art. 1166 considera que el deudor no puede conminar al acreedor a recibir una cosa o una prestación de hacer distinta a la prevista. Sin embargo lo cierto es que en la práctica tales supuestos de ofrecimiento de prestaciones de mayor valor acaban convirtiéndose en supuestos de dación en pago. Mas de no mediar la voluntad favorable del acreedor el deudor no puede llevar a cabo prestaciones distintas a la establecida. La identidad de la prestación puede estar referida tanto a la prestación objetivamente considerada cuanto a al persona del obligado a ejecutar la prestación. Esta última cuestión así contemplada por el art. 1161 acarrea la calificación de obligación personalísima. 2.- Integridad de la prestación:

La completa y total ejecución de la prestación viene regulada en el art. 1157.” No se entenderá pagada una deuda sino cuando completamente se hubiese entregado la

cosa o hecho la prestación en que la obligación consistía” La integridad supone: en las obligaciones de dar, la entrega se encuentra referida tanto a la cosa adeudada como a sus

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frutos accesorios. En el caos de las obligaciones pecuniarias que generen intereses la prestación debe alcanzar al principal adeudado y a los intereses vencidos. 3.- Indivisibilidad de la prestación:

La integridad de la prestación excluye, en principio, que el cumplimiento o pago de la misma pueda realizarse por partes o de forma fraccionada aunque el objeto de la prestación sea por naturaleza divisible. Sin embargo dicha regla conoce frecuentes excepciones: “a menos que el contrato expresamente lo autorice, no podrá compelerse al acreedor a recibir parcialmente las prestaciones en que consista la obligación. Sin

embargo, cuando la deuda tuviera una parte líquida y otra ilíquida, podrá exigir el

acreedor y hacer el deudor el pago de la primera sin esperar a que se liquide la

segunda” La indivisibilidad de la prestación puede ser excluida convencionalmente por cuerdo de las partes en el propio titulo constitutivo de la obligación o como derivación necesaria de la propia naturaleza de la relación obligatoria. Cabe igualmente que llegado el momento del pago el acreedor renuncia a la indivisibilidad y admita pagos parciales. De otra parte, en numerosas ocasiones es la propia Ley la que excepciona el requisitos de la indivisibilidad, permitiendo el fraccionamiento o la división de la prestación. Ocurre así en el supuesto previsto en el segundo inciso del art. 1169 CC. 2.- Circunstancias del pago: tiempo, lugar y gastos : A) El tiempo del cumplimiento: La determinación del momento temporal del cumplimiento tiene una gran importancia: a partir del mismo el deudor puede ser constituido en mora o conceptuado como moroso, con la agravación de la responsabilidad que ello conlleva. A partir de dicho momento comienzan a generarse en perjuicio del deudor los intereses por mora o retraso en las obligaciones pecuniarias. Desde la otra cara de la moneda, el momento temporal del cumplimiento determina igualmente la posibilidad de constitución en mora del acreedor, que rechace el cumplimiento idóneo por el deudor. a) exigibilidad de las obligaciones puras: La obligación ha de cumplirse en el momento temporal concreto que se haya previsto en su título constitutivo. La regla general establecida por el código es que la obligación pura ha de cumplirse de forma inmediata una vez nacida. Sin embargo no es aplicable a las obligaciones puras mercantiles que serán exigibles a los 10 días, después de contraídas, si solo produjeren acción ordinaria, y el día inmediato si llevaren aparejada ejecución”. b) obligaciones sometidas a condición suspensiva o término inicial: En caso de condición suspensiva o término inicial entretanto no acaezca el suceso contemplado o llegue el plazo señalado como término, la obligación no será exigible ni ha de ser cumplida. c) obligaciones sometidas a término esencial:

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Se habla de término esencial cuando a fijación de una fecha para el cumplimiento de la obligación ha de considerarse como una circunstancia absolutamente determinante respecto de la ejecución de la prestación debida. La importancia del término esencial radica en que hace coincidir rígidamente la fijación del día de cumplimiento con la satisfacción del legítimo interés del acreedor, quien se vería burlado en caso de cumplimiento extemporáneo, sea anticipado o demorado. La prestación ha de ser cumplida precisamente en el momento temporal fijado. d) plazo a voluntad del deudor: Son relativamente frecuentes las relaciones jurídicas obligatorias en las que la ejecución de la prestación por el deudor queda aplazada, pero sin que se fije el alcance o la extensión temporal de dicho aplazamiento. En el caso de que el plazo de cumplimiento haya quedado a voluntad del deudor habrán de ser los tribunales quienes fijen la duración del mismo conforme a lo dispuesto en el art. 1128 CC que contempla la posibilidad de que la duración del plazo haya quedado a voluntad del deudor y que de la naturaleza y circunstancias de la obligación pueda deducirse que el plazo se ha concedido al deudor. El acreedor que reclame el cumplimiento de la obligación aplazada a voluntad del deudor debiera reclamar simultáneamente la fijación del plazo por parte del tribunal o acreditar la expiración del mismo por reclamaciones extrajudiciales. No obstante los tribunales pueden llevar a cabo el señalamiento del plazo aunque no lo hubieran solicitado expresa y concretamente los interesados. El art. 1128 no es aplicable sin embargo a las obligaciones mercantiles que exceptúan la posibilidad de que la fijación del plazo pueda venir dada por la autoridad judicial. e) El vencimiento anticipado de las obligaciones aplazadas: Aun cuando la obligación haya sido objeto de aplazamiento el hecho de que la situación patrimonial o la actitud del deudor hagan peligrar la satisfacción del interés del acreedor puede conllevar la anticipación del vencimiento de la obligación aplazada, de acuerdo con el art. 1129 en los siguientes supuestos:

� Cuando después de contraída la obligación resulte insolvente salvo que garantice la deuda

� Cuando no otorgue al acreedor las garantías suficientes a que estuviere comprometido

� Cuando por actos propios hubiese disminuido aquellas garantías después de establecidas, y cuando por caso fortuito desaparecieran, a menos que sean inmediatamente sustituidas por otras nuevas e igualmente seguras.

1.- El vencimiento anticipado o la anticipación del vencimiento:

El artículo transcrito aborda con carácter general la decadencia o

caducidad del plazo establecido, lo que conlleva la posibilidad de la inmediata exigibilidad del cumplimiento de la obligación por parte del acreedor. El precepto comentado solo despliega su eficacia cuando el plazo haya sido establecido en beneficio del deudor, pues si ha quedado a voluntad o en beneficio del acreedor este podrá reclamar el cumplimiento cuando lo estime conveniente.

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2.- La insolvencia sobrevenida del deudor:

La insolvencia de la que trata el art. 1129 se refiere a la situación

patrimonial concreta del deudor por comparación ala que tuviera en el momento constitutivo de la obligación, sin necesidad de que se encuentre incurso en situación concursal, según opinión unánime de la doctrina. La situación de insolvencia ha de ser sobrevenida y el acreedor no podría argüir insolvencia coetánea o anterior a la constitución de la relación obligatoria.

3.- La falta de constitución de las garantías pactadas:

Se refiere a una relación obligatoria cualquiera existente y válida que se

ha visto completada con la constitución de las garantías previstas y acordadas por las partes, o en su caso, impuestas por la resolución judicial oportuna. Tales garantías pueden ser personales o reales, y su falta de constitución implica realmente un verdadero incumplimiento parcial de la obligación constituida que afecta, sin embargo, a la relación obligatoria en su conjunto. Más discutible resulta establecer si dicho cumplimiento debe entenderse realizado sólo cuando resulta imputable al deudor o también por caos fortuito.

4.- La disminución de las garantías:

La caducidad del plazo se asienta en el hecho de que el deterioro o la

disminución de la garantía se ha producido precisamente por actos propios del deudor, esto es, que le resultan imputables. Tales actos suponen objetivamente una actuación fraudulenta respecto a las legítimas expectativas del acreedor, quien por consiguiente puede reclamar la caducidad del plazo, salvo que el deudor renueve las garantías.

5.- Desaparición de las garantías:

Se refiere a la completa desaparición de las garantías otorgadas por el

deudor, quien responde en tal caso de dicha eventualidad aunque se haya visto originada de forma fortuita.

f) El cumplimiento anticipado de las obligaciones aplazadas: Es factible que el cumplimiento tenga lugar antes de que dicho plazo se gagote o llegue a término: por iniciativa del deudor, mediante acto o acuerdo entre acreedor y deudor. Naturalmente la posibilidad de cumplimento anticipado está radicalmente excluida en los casos de término esencial.

a) validez e irrepetibilidad del pago anticipado: El pago o cumplimiento anticipado es perfectamente valido y cumple sus efectos propios de extinción de la relación obligatoria siempre que reúna los requisitos comunes del pago.

b) Error en el plazo del pago:

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La irrepetibilidad del cumplimiento anticipado se mantiene aun en el caso de que el solvens en el momento de pagar desconozca por error la existencia del plazo. Solo que en tal supuesto tendrá derecho a reclamar del acreedor los intereses o frutos que este hubiese percibido de la cosa. El art. 1126.2 CC contempla el supuesto de que el solvens yerra respecto al plazo, bien de un modo absoluto o relativo. Sin embargo, contempla solo el supuesto de error en el solvens, no en el accipiens, prescinde de la existencia de buena o mala fe en la conducta del solvens, y establece un derecho a reclamar del acreedor los intereses o los frutos que este hubiese percibido de la cosa, peor no la devolución de lo anticipadamente pagado por error. El error es trascendente con independencia de que el plazo fuera constituido en beneficio del acreedor, del deudor o de ambos, ya que lo que tiene relevancia es el error aisladamente considerado, y el posible perjuicio patrimonial soportado por quien lo sufrió, con el consecuente enriquecimiento injusto por parte del accipiens. La reclamación de los frutos o intereses es lo que se denomina interusurium, esto es, la diferencia que se produce cuando un crédito que no devenga interés es pagado antes de su vencimiento. Los presupuestos de interusurium son principalmente dos:

• Que el crédito no sea remunerado, pues si se trata de un crédito con interés el pago anticipado no requeriría descuento sino la cesación del devengo del interés.

• Que la anticipación voluntaria del cumplimiento traiga a causa del error. B) El Lugar del cumplimiento: Resulta aconsejable prever el lugar de cumplimiento expresamente en caso de que ello resulte posible, en el título constitutivo de la obligación. En función claramente dispositiva la propia regulación normativa de ciertos contratos contiene reglas particulares. El código civil contiene un precepto concreto, el art. 1171 que tiene pretensiones de generalidad. Dicho precepto dispone:” El pago deberá ejecutarse en el lugar que hubiese designado la obligación. No habiéndose expresado y tratándose de

entregar una cosa determinada, deberá hacerse el pago donde ésta existía en el

momento de constituirse la obligación. En cualquier otro caso, el lugar del pago será el

del domicilio del deudor”

El criterio preferente es el lugar en que hubiese designado el título de la

obligación. Dicha designación o fijación puede producirse de forma expresa o deducirse de la propia naturaleza de la obligación conforme a los usos del tráfico. Sin embargo la aplicación de dicha regla es dificultosa para las obligaciones que no encuentran su origen convencional. La jurisprudencia del TS ha acabado por concluir que el lugar del cumplimento debe coincidir en el caos de la responsabilidad extracontractual por ejemplo, en el lugar en que se ocasionó los daños. En la práctica, lo cierto es que la mayoría de las obligaciones pecuniarias se cumplen a través de la Banca. Para el supuesto de que el título constitutivo de la obligación no arroje determinación alguna sobre el lugar:

• La entrega de la cosa deberá hacerse donde esta existía en el momento de constituirse la obligación. Dicha previsión se encuentra

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referida en exclusiva a las obligaciones específicas de dar, aunque en la práctica conoce muchas excepciones.

• Para las restantes obligaciones, y con carácter general, la regla legal del carácter supletorio determina que el lugar de pago será el del domicilio del deudor.

3.- Sujetos del pago: el pago hecho por tercero y e l pago al tercero: Como es sabido toda obligación presupone la existencia de dos o varias personas vinculadas por la misma y asumiendo respectivamente el papel de acreedor y deudor. Los protagonistas naturales del cumplimiento son el deudor y el acreedor: el primero está obligado a materializar la prestación debida, y el segundo puede, de una parte, exigir el cumplimiento de la misma, y de otra, no poner reparos injustificados, ni retrasar la realización de la prestación debida, cuando esta se ajuste perfectamente al programa de la obligación. Ahora bien, ello no excluye la posibilidad de que en el momento del pago intervengan personas extrañas a la obligación, ora sumiendo el papel de deudor, ora de acreedor. Ambas posibilidades se conocen en la doctrina con el nombre de pago del tercero y pago al tercero. Para que se den tales figuras es necesario que los intervinientes en la obligación ajena actúen realmente como extraños a la misma y que tengan la iniciativa de la ejecución o de la recepción de la prestación debida. Por consiguiente, cuando quien asuma el papel de deudor o acreedor lo hago en cuanto representante de una de las partes ciertamente no estaremos frente a un caso de intervención de tercero alguno en el cumplimiento. a) las reglas de capacidad en relación con el pago: El Código Civil español no regula sistemáticamente la cuestión planteada sino que se limita a contemplar algunos aspectos concretos de la misma:

1.- Capacidad del solvens: la capacidad del solvens aparece en el art. 1160 que dispone “en las obligaciones de dar no será valido el pago hecho por quien no tenga la libre disposición de la cosa debida y la capacidad para enajenarla. Sin

embargo si el pago hubiere consistido en un cantidad de dinero o cosa fungible,

no habrá repetición contra el acreedor que la hubiese gastado o consumido de

buena fe”. El hecho de que dicho precepto esté referido exclusivamente a las obligaciones de dar podría autorizar la interpretación a sensu contrario y concluir que en las restantes obligaciones no se exige requisito alguno para el pago. Sin embargo, la doctrina propugna exigir al menos una cierta capacidad natural.

2.- Capacidad del accipiens: el art. 1163.1 dispone que “el pago hecho a una persona incapacitad para administrar sus bienes será válido en cuanto se

hubiere convertido en su utilidad” se deduce de ello que en principio, como regla general que aparece aceptar el código es que solo las personas con capacidad para administrar sus bienes pueden recibir el pago con plena eficacia solutoria. Ahora bien, la falta de capacidad no excluye por sí misma la validez y eficacia solutoria del pago frente a la persona incapacitada cuando se hubiere convertido en su utilidad.

b) la ejecución de la prestación debida por un extraño: el pago del tercero:

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El Código Civil se muestra partidario de que el cumplimiento de la

obligación pueda ser llevado a efecto por cualquier personas, salvo en el caso de que se trate de obligaciones de hacer en las que la calidad y circunstancias de la persona del deudor se hubiesen tenido en cuenta al establecer la obligación” según los términos textuales del art. 1161. Este último tipo de obligaciones llamadas personalísimas excluyen el pago del tercero.

Ahora bien, excluidas tales obligaciones, la regla general establecida

por el código es que cualquier persona puede llevar a cabo la ejecución de la prestación con independencia de la situación en que, frente a dicha intervención ajena se encuentre el deudor: que la ignore, que la consienta, que se oponga…, mas si el pago del tercero cumple una función satisfactoria del interés del acreedor y este desaparece de escena es evidente que el deudor no queda liberado y ha de procederse a un arreglo de cuentas entre el solvens y el deudor. Las consecuencias fundamentales respecto a las relaciones entre el solvens y el deudor que pueden generar el pago del tercero son:

1. en algunos casos se traduce en una sustitución del titular del derecho de crédito. Donde se encontraba antes el acreedor se coloca ahora el solvens. A este fenómeno se le conoce como subrogación. La subrogación supone que el solvens ocupa exactamente la misma posición que el acreedor primitivo, por lo tanto podrá reclamar el crédito con las mismas garantías y en las mismas circunstancias (Ej. Reteniendo lo dado al acreedor en prenda)

2. cuando el deudor haya ignorado o se haya opuesto al pago del tercero la regla del código radica en otorgar al solvens un crédito para reclamar al deudor “aquellos en que le hubiera sido útil el pago” de forma que el pago del tercero ha generado una nueva obligación. La reclamación por el solvens en los casos de acción de reembolso ha de limitarse al beneficio o enriquecimiento líquido que el pago le haya supuesto para el deudor y que no ha de coincidir siempre y necesariamente con la actividad o el desembolso realizados por el solvens.

c) la recepción de la prestación: el pago al acreedor aparente y al tercero: Por antonomasia el accipiens del cumplimiento será el propio acreedor. No obstante la persona podrá designar a un representante o sin llegar a elevarlo a tal categoría, habilitar a cualquier otra persona para recibir el pago. En este último caso se habla de adiectus solutions causa.

1.- el pago al acreedor aparente: El Código Civil contempla los supuestos de pago al acreedor aparente en el

art. 1164 estableciendo que “el pago hecho de buena fe al que estuviere en posesión del crédito, liberará al deudor”. Para que se produzca tal efecto se requiere pues, exclusivamente: � que el deudor lleve a cabo el cumplimiento de buena fe ya que no llega a

determinar que el accipiens es un acreedor aparente � que este ultimo actúe como verdadero acreedor, ya sea porque se

encuentre en posesión del crédito, ya porque el acreedor aparente se encuentre en una situación que, de forma usual, corresponde al acreedor o a la persona legitimada.

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Aunque el verdadero acreedor no llegue a cobrar la prestación el deudor queda en todo caso liberado.

2.- Pago al tercero: Los supuestos de pago al acreedor aparente son relativamente frecuentes

en comparación con los de pago al tercero. A tal hipótesis se refiere el art. 1163.2 “también será válido el pago hecho a un tercero en cuanto se hubiere convertido en utilidad del acreedor” el pago al tercero no es un verdadero cumplimiento y no tiene eficacia liberatoria para el deudor. No obstante si a través del tercero el acreedor llega a recibir la prestación el pago habrá sido útil y en consecuencia válido.

5.- La imputación del pago: Sucede a veces que entre deudor y acreedor existen diversas relaciones obligatorias o una sola que genera obligaciones periódicas. La multiplicidad de deudas a cargo del deudor puede dar lugar a equívocos en caos de que el solvens en el momento de realizar el pago no indique cual de tales deudas entiende cumplida. Para que dicha equivocidad sea posible se requiere:

• que un deudor lo sea por varios conceptos, • que las deudas sean de una misma especie. Así pues las obligaciones de

dar específicas están excluidas del ámbito de la imputación de pagos. El problema de la posible equivocidad del pago solo cabe precisamente en las obligaciones genéricas, y generalmente, pecuniarias.

• Que las obligaciones se encuentren vencidas y sena por tanto exigibles.

El código civil contiene en los artículos 1172 a 1174 una serie de reglas tendentes a discernir cual de las diversas deudas debe entenderse pagada. Parte de la base de que la imputación de pagos es una materia reservada a la autonomía privada y que por tanto, las partes de la relación obligatoria pueden determinar a qué deuda debe entenderse referido el pago realizado. Inicialmente el Código atribuye tal facultad al deudor y subsidiariamente al acreedor. En el supuesto de que se abstengan entrarán en juego las reglas de imputación legal contenidas en el art. 1174 a) atribución del pago al deudor: La primera de las reglas establecidas consiste sencillamente en atribuir al deudor la facultad de realizar tal determinación: el deudor podrá reclamar al tiempo de hacer el pago a cual de las deudas debe aplicarse. Asimismo, los principios de identidad, integridad e indivisibilidad del pago continúan vigentes. A tales requisitos se añade ahora la necesidad de que el deudor de las obligaciones pecuniarias observe necesariamente el carácter accesorio de la obligación de intereses, imponiendo que si la deuda produce interés, no podrá estimarse hecho el pago por cuenta del capital mientras no estén cubiertos los intereses. El deudor vincula al acreedor mediante la imputación del pago, para la que el Código no requiere forma especial alguna. b) la imputación por el acreedor: el recibo del pago Si el deudor aceptare del acreedor un recibe en que se hiciese la atribución del pago, no podrá reclamar contra esta a menos que hubiere mediado causa que invalide el

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contrato. Esto es, en caso de existir recibo, la definitiva atribución del pago la realiza el acreedor. En este sentido dispone el art. 1110 CC:

• El recibo del capital por el acreedor, sin reserva alguna respecto a los intereses extingue la obligación del deudor en cuanto a estos

• El recibo del último plazo de un débito cuando el acreedor tampoco hiciere reservas extinguirá la obligación en cuanto a los plazos anteriores.

El acreedor está en efecto obligado a entregar recibo del pago o cumplimiento

peor es claro que para que dicha obligación pueda hacerse efectiva el cumplimiento realizado por el deudor debe ser exacto y conforme con la naturaleza de la obligación. Al deudor le basta con manifestar su voluntad de atribuir la prestación realizada a una de las deudas pendientes, sin que en principio le sea necesario contar con la voluntad favorable del acreedor. Por el contrario, en el caso de que la imputación se pretenda realizar por el acreedor mediante la entrega del reiterado recibo, este debe ser admitido sin reservas por el deudor. c) reglas de imputación de carácter subsidiario: la imputación legal: • Se habrá de entender satisfecha en primer lugar la deuda que resulte más

onerosa para el deudor, expresión que conlleva escalonar las obligaciones pendientes y vencidas según el perjuicio económico que su respectivo incumplimiento genere para el deudor. Para determinar la onerosidad habrá que atender no solo al tipo de interés sino también a la existencia de garantías reales que sean realizables por la vía ejecutiva. Debe ser, por ejemplo, considerada más onerosa una obligación que genere intereses moratorios convencionalmente pactados que otras posibles deudas que solo produzcan intereses a partir de la constitución en mora del deudor.

• Si las obligaciones fueren de igual naturaleza y gravamen, el pago se imputará a todas a prorrata. El criterio del prorrateo es el ultimo criterio de imputación regla y consiste en la distribución o reparto proporcional del pago realizado entre las diversas deudas exigibles, por lo que en definitiva genera una excepción al principio de la indivisibilidad del pago establecido en el art. 1169 CC. los criterios de onerosidad y prorrateo no son excluyentes entre sí, sino que pueden aplicarse de manera conjunta.

6.- La dación en pago : Es frecuente que llegado el momento del cumplimiento el deudor no se encuentre en condiciones de ejecutar la prestación debida. Ante ello, el acreedor puede proceder judicialmente contra el deudor en búsqueda de satisfacer su derecho de crédito. No obstante, dicha salida puede resultar escasamente llamativa, y ante ello no es extraño que cualquiera de los sujetos de la obligación adopte la iniciativa de sustituir la prestación debida por otra, aunque dicha eventualidad no se hubiera contemplado en el momento constitutivo de la obligación. En ocasiones dicha salida supondrá la celebración de un contrato de carácter novatorio de la relación previamente establecida; mas, en muchos otros casos, el cambio de prestación no pasará de ser un acto de cumplimiento del deudor que pese a no reunir los requisitos del pago, el acreedor da por bueno y tiene plena eficacia

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solutoria. El pacto renovado entre deudor y acreedor puede plantearse de dos formas sumamente distintas:

• Partiendo de la base de que la entrega de algo o la prestación de un servicio pese a ser diferentes a la prestación originaria suponen cumplir la obligación existente

• Asegurando el cumplimiento de la prestación originaria mediante la entrega de bienes al acreedor para que este los enajene, y posteriormente aplique el producto de la venta al pago de la obligación originaria.

La primera de tales eventualidades planteadas supone que el deudor con

consentimiento del acreedor realiza una prestación distinta a la originaria que surte el efecto de extinguir la obligación constituida. La dación en pago representa una quiebra o fractura del requisito de la identidad del pago establecido en el art. 1166, que solo pude obviarse mediante el consentimiento del acreedor. A dicho mecanismos se le conoce técnicamente con el nombre de dación en pago. La dación en pago es perfectamente lícita, posible y de añadidura, frecuente. Los requisitos para que una relación obligatoria pueda entenderse cumplida mediante el recurso de la dación en pago son los dos siguientes:

• El acuerdo entre las partes que, con el designio de dar por extinguida la obligación preexistente y sin dar origen por tanto a una nueva relación obligatoria, convienen sustituir la prestación inicialmente establecida por otra distinta. La dación en pago pues excluye la novación

• Transmisión o entrega simultánea del objeto de la nueva prestación pues si el deudor solo se comprometiera ella estaríamos frente a un supuesto de novación, pudiendo ser la nueva prestación de distinta naturaleza a la originaria.

7.- La cesión de bienes para el pago: En la cesión de bienes el deudor se limita a transferir al acreedor o acreedores la posesión y administración de sus bienes para que los liquiden y apliquen el precio obtenido al pago de sus créditos. La cesión no comporta la extinción de la obligación originaria, sino que sencillamente facilita el cumplimiento dejando en manos de los acreedores el cobro de sus propios créditos. Si el dinero obtenido supera el montante de créditos restituirán el excedente al deudor. Si fuera menor, el deudor seguirá siéndolo de la cantidad restante; ya que la cesión solo tiene eficacia solutoria si satisface la deuda. La segunda parte del art. 1175 da a entender que la cesión de bienes para el pago ha de llevarse a cabo dentro de un procedimiento concursal, peor lo cierto es que cabe la cesión de bienes para el pago de forma individualizada, permitiéndonos distinguir:

a) Cesión de bienes judicial: tal forma de cesión constituye un apartado más de los procedimientos concursales, y se encuentra sometida a las reglas imperativas que regulan el fundamento de las mismas, en los supuestos de suspensión de pagos, quiebra o concurso.

b) Cesión de bienes convencional: se encuentra solo supletoriamente regulada por las normas generales de la contratación o del derecho de obligaciones. Cabe que

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el deudor acuerdo con un solo acreedor o con varios acreedores llevar a cabo la cesión, como ocurre en la práctica. Solo que en tal caso si existen más acreedores la cesión no puede ser realizada en fraude de los mismo. A este respecto la doctrina se pronuncia en el sentido de que en la cesión de bienes subyace un verdadero contrato e mandato, en cuya virtud el deudor concede poder a los acreedores para que estos procedan a enajenar los bienes entregados y satisfagan sus créditos con el líquido obtenido

a) Diferencias entre dación en pago y cesión de bienes para el pago:

Las figuras analizadas son muy frecuentes pese a su falta de regulación expresa en el Código. Las características diferenciadoras de la datio pro solutio y l datio pro solvendo son:

• La datio pro solutio se trata de un acto en virtud del cual el deudor transmite bienes de su propiedad al acreedor, a fin de que este aplique el bien recibido a la extinción del crédito de que era titular.

• La datio pro solvendo se configura como un negocio jurídico por virtud del cual el deudor propietario transmite a un tercero que en realidad actúa por encargo, la posesión de sus bienes ya la facultad de proceder a su realización, con mayor o menor amplitud de facultades, pero con la obligación de aplicar el importe obtenido en la enajenación de aquellos al pago de las deudas contraídas por el cedente, sin extinción del crédito en su totalidad, pues que, salvo pacto en contrario, el deudor sigue siéndolo de adjudicatario en la parte del crédito que no hubiera alcanzado el impar líquido del bien o bienes cedidos

8.- Mora creditoris, ofrecimiento de pago y pago po r consignación: En algunos supuestos se produce la situación paradójica de que, pese a la disponibilidad del deudor, el cumplimiento de la obligación no puede llevarse a cabo. El deudor se encuentra con que la relación obligatoria sigue vigente y le vincula sin lograr liberarse de la deuda. Tales eventualidades pueden deberse tanto a circunstancias independientes de la voluntad del acreedor, cuanto a su deliberada intención de retrasar el pago. La falta de recepción de la prestación debida, por causas atinentes al acreedor conlleva el retraso o la demora en el cumplimiento pretendido por el deudor, se habla en los casos de está índole de mora creditoris. El referido art. 1176.1 CC establece que “si el acreedor a quien hiciese el ofrecimiento de pago se engase sin razón a admitirlo, el deudor quedará libre de responsabilidad mediante la consignación de la cosa debida”. Ello arroja 2 conclusiones:

• La mora del acreedor no requiere conducta o actuación culposa de aquél, pues cabe perfectamente pensar en una negativa sin razón que no implique una conducta culpable del acreedor, y si ello es posible no parece lógico rechazar la posibilidad de la mora del deudor.

• La mora del acreedor no requiere que este sea interpelado por el deudor sino que basta con el ofrecimiento del pago.

a) la consignación como sustitutivo del cumplimiento: La mora del acreedor es objetivamente inaceptable, por implicar un perjuicio para el deudor y ser contraria a los intereses generales del tráfico económico. El

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Ordenamiento jurídico instrumenta un mecanismo que permita al deudor cumplidor liberarse de la obligación, pese a la falta de colaboración del acreedor. Tal mecanismo consiste en que el deudor ponga a disposición de la autoridad judicial las cosas debidas. b) el ofrecimiento del pago como presupuesto de la consignación: Antes de proceder a la consignación, el deudor debe haber ofrecido el pago al acreedor y este haberse negado sin razón a admitirlo. El ofrecimiento de pago puede hacerse de cualquier manera peor dado que n su caso, es necesario acreditarlo ante el juez. No resultará operativo hacerlo en modo que no pueda probarse y convendrá preconstituir la prueba (por transferencia bancaria por ejemplo)

• El ofrecimiento ha de ser incondicional • Ha de estar dirigido al acreedor o a la persona autorizada a recibir la

prestación en su nombre • Ha de hacerse en el momento oportuno y en el lugar establecido en el

pago • La prestación ofrecida ha de ser íntegra, e idéntica a la que constituye el

objeto de la obligación, incluidos los accesorios, resultando ineficaz el ofrecimiento de pago y la consignación de una suma de dinero que es inferior a al a debida.

c) el ofrecimiento de pago y la constitución en mora del acreedor: El ofrecimiento de pago, además de operar como presupuesto de la consignación tiene virtualidad propia aunque no se vea seguido de la consignación. El rechazo injustificado del ofrecimiento de pago idóneo realizado por el deudor constituye en mora al acreedor. La constitución en mora del acreedor traerá consigo:

i. Que el retraso en el cumplimiento no hará nacer la mora del deudor ii. En caos de obligaciones pecuniarias, cesará la generación de intereses iii. La imposibilidad sobrevenida de la prestación sin culpa del deudor operará

en perjuicio del acreedor, quien habrá de cumplir con las obligaciones que tuviera para con el deudor. Uno de los efectos principales de la mora del acreedor es la atribución al mismo del riesgo de la pérdida fortuita de la cosa.

iv. Que el acreedor constituido en mora deberá abonar todos los gastos derivados de la conservación y custodia de la cosa debida.

d) consignación directa: La regla general del previo ofrecimiento de pago decae en aquellos casos en que el deudor no puede llegar ni siquiera a dirigirse al acreedor ofreciéndole la prestación debida. Conforme al art. 1176.2 CC cuando el acreedor esté ausenten o incapacitado; así como cuando varias personas pretendan tener derecho a cobrar o se haya extraviado el título de la obligación. La ausencia o falta de capacidad del acreedor a que se refiere el precepto deben entenderse como meras circunstancias de hecho. El elenco de supuestos recogidos en el art. 1176.2 CC no puede ser interpretado en todo caos de forma literal y taxativa, sino ad exemplum. Requisitos de la consignación:

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i. Debe ser anunciada previamente a las personas interesadas en el cumplimiento d la obligación

ii. La consignación debe ajustarse estrictamente a las disposiciones que regulan el pago, ha de respetar escrupulosamente los requisitos de identidad, integridad, e indivisibilidad del pago.

iii. Una vez que haya sido admitida judicialmente posteriormente la consignación deberá notificarse también a los interesados.

Efectos de la consignación: La consignación conlleva la liberación del deudor quien puede instar del juez que le libere carta de pago en nombre del acreedor. Siendo idónea o procedente la consignación, todos los gastos generados por la misma serán de cuenta del acreedor, según dispone el art. 1179 CC. En cuanto a las prestaciones susceptibles de consignación, es largamente utilizada la consignación respecto de las obligaciones pecuniarias y suele verse dificultada en otros supuestos. La interpretación literal del art. 1178 que habla de depositar las cosas ha llevado a algunos autores a defender que solo pueden consignarse bienes muebles, peor también es posible la consignación de bienes inmuebles.

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TEMA 5: EL INCUMPLIMIENTO DE LAS OBLIGACIONES:

1.- Los diferentes tipos de incumplimiento: la mora del deudor: Incumplir una obligación equivale a no llevar a cabo la exacta prestación debida. El incumplimiento tendrá lugar tanto en caso de falta absoluta de ejecución de la prestación, cuanto en caso de inexacta ejecución de la misma. Dicho ello, es claro que los supuestos de incumplimiento pueden ser muy variopintos. La doctrina se ha esforzado en ofrecer una clasificación de las diferentes eventualidades de incumplimiento. Entre ellas la más extendida es la que diferencia entre:

• Incumplimiento propio o absoluto: en el que habrían de integrarse todos aquellos supuestos de falta de cumplimiento caracterizados por la imposibilidad futura de ejecutar la prestación.

• Incumplimiento impropio o relativo: categoría que acogería a todos los casos de cumplimiento defectuoso, extemporáneo o parcial que, no obstante, permiten un posterior cumplimiento exacto y absolutamente acorde con el título constitutivo de la obligación.

Otros autores prefieren distinguir entre la falta absoluta de cumplimiento, y el

cumplimiento defectuoso o inexacto. Lo cierto es que el Código parte de la base de que cualquier contravención de la relación obligatoria será considerada como falta de cumplimiento y, por tanto, dará lugar al resarcimiento o indemnización de los daños y perjuicios causados al acreedor insatisfecho. Así, establece el art. 1101, que “quedan sujetos a la indemnización de los daños y perjuicios causados…los que de cualquier

modo contravinieren al tenor de aquellas”. En cualquier caso, lo que realmente interesa es dilucidar si el deudor

responderá por ello, o si pueden existir supuestos en los que la falta de cumplimiento no sea imputable al deudor, o si pueden existir supuestos en los que la falta de cumplimiento no sea imputable al deudor:

1. en ciertas ocasiones excepcionales el deudor no es responsable: caos fortuito o fuerza mayor. Establece en este sentido el art. 1105 CC que “fuerza de los casos expresamente mencionados en la ley, y de los en que así declare la obligación, nadie responderá de aquellos sucesos que no hubieren podido preverse, o que, previstos, fueran inevitables”.

2. en los demás casos el deudor será responsable de la falta de cumplimiento y, en particular, cuando haya incurrido en dolo, culpa o mora.

2.- Concepto, clases y efectos de la mora del deudo r: Se habla de mora del deudor cuando el cumplimiento de la obligación no tiene lugar en el momento temporal prefijado. El simple retraso en el cumplimiento de la obligación equivale al incumplimiento total. Ocurre así en todos los supuestos en que el cumplimiento de la obligación ha sido sometido a un término esencial. Solo tendrá sentido hablar de mora cuando el cumplimiento aunque tardío,

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resulte satisfactorio para el acreedor, al mismo tiempo que la falta de cumplimiento puntual sea imputable al deudor. Quiere ello decir que la mora no es incompatible con la culpa o el dolo. La mora encuentra precisamente su causa en la falta de diligencia o en la actuación dolosa del deudor. Si el retraso en el cumplimiento ha sido originado por el caso fortuito o fuerza mayor, y no es imputable al deudor este no podrá ser constituido en mora. La mora solo entra en juego en las obligaciones positivas quedando excluida su aplicación en las obligaciones negativas. Para que el retraso se convierta en mora es necesario que el acreedor exija al deudor, judicial o extrajudicialmente, el cumplimiento de la obligación, como afirma textualmente el art. 1100.1 pese a que la obligación sea exigible y esté vencida, el acreedor ha de llevar a cabo la intimación o interpelación al deudor para constituirlo en mora. Mientras la interpelación o intimación no se lleve a cabo, no puede hablarse técnicamente de deudor moroso: si el acreedor pudiendo exigir el cumplimiento no lo hace cabe pensar que tácitamente está otorgando al deudor un plazo complementario. Por tanto, en los casos de interpelación extrajudicial deberá preconstituirse la prueba de la misma: por ejemplo, mediante transferencia bancaria o con acuse de recibo o requerimiento notarial. a) los supuestos de mora automática: la mora en las obligaciones recíprocas: La regla general de que la generación de la mora requiere previa interpelación al deudor no es absoluta. No será necesaria al intimación del acreedor para que la mora exista:

• cuando la obligación o la ley lo declaren así expresamente • cuando de su naturaleza y circunstancias resulte que la designación de la

época en que había de entregarse la cosa o hacerse el servicio fue motivo determinante para establecer la obligación

La exclusión convencional de la necesidad de interpelación es muy frecuente en

la práctica contractual. Basta indicar en alguna de las cláusulas del contrato relativas a la prestación que el retraso en su ejecución dará lugar a la indemnización de daños y perjuicios sin necesidad previa de reclamación. Por cuanto se refiere a la exclusión legal de la interpelación es absolutamente excepcional en el Código Civil.

En todos los supuestos considerados la doctrina considera oportuno hablar de

mora automática, con la finalidad de resaltar que, automática o inmediatamente, el mero retraso temporal en el cumplimiento equivale a la constitución en mora del deudor. El párrafo tercero del art. 1100 disciplina el caos particular del papel de la mora en las obligaciones sinalagmáticas, estableciendo lo siguiente “en las obligaciones recíprocas ninguno de los obligados incurre en mora si el otro no cumple o no se allana a cumplir

debidamente lo que le incumbe. Desde que uno de los obligados cumple su obligación,

empieza la mora para el otro” Ello es así siempre y cuando las obligaciones además de recíprocas sean

instantáneas, pues si alguna de las partes tiene concedido plazo diverso para llevar a cabo su cumplimiento, la regla dejará de tener operatividad por razones obvias. Lo cierto, sin embargo, es que la jurisprudencia no es uniforme, peor en la mayor parte de

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los casos se pronuncia a favor de la tesis generalmente aceptada, entendiendo que la previsión normativa del art. 1100.3 excluye la necesidad de interpelación. b) efectos de la mora:

1. el deudor queda obligado a cumplir la obligación, y además, a indemnizar los daños y perjuicios causados al acreedor por su retraso. Conforme al art. 1108 CC “si la obligación consistiere en el pago de una cantidad de dinero, y el deudor

incurriere en mora, la indemnización de daños y perjuicios, no habiendo pacto

en contrario, consistirá en el pago de los intereses convenidos, y a falta de

convenio, en el interés legal” 2. responder por la falta de cumplimiento de la obligación incluso en los supuestos

en que el cumplimiento resulte imposible, con posterioridad al momento de constitución en mora, a consecuencia de caso fortuito o de fuerza mayor. Por el contrario, el deudor que se ha retrasado en el cumplimiento peor no ha sido constituido en mora, no habrá de indemnizar daños y perjuicios por el mero retraso, ni soportar la perpetuatio obligationis por caos fortuito o fuerza mayor que provoque la imposibilidad de cumplimiento.

c) referencia a la moratoria: Dado que la constitución en mora requiere la reclamación del cumplimiento o incumplimiento por parte del acreedor cuando este concede un nuevo plazo de cumplimiento al deudor, la mora queda total y absolutamente excluida de la relación obligatoria. A esta prórroga se la denomina moratoria. En atención a su origen pueden ser convencionales si son dimanantes de la autonomía privada, o legales, si encuentran su base de existencia en disposiciones legislativas. d) reacción del acreedor y ejecución forzosa: El acreedor reclamará judicialmente el cumplimiento de las obligaciones o la resolución del contrato según los casos: en los supuestos en que el acreedor opte por exigir del deudor el cumplimiento de la obligación o bien la restitución de las prestaciones ya realizadas a favor de la otra parte, además de la correspondiente indemnización de daños y perjuicios pueden ocurrir dos cosas:

• que el deudor se decida a cumplir conforme a lo ordenado por el juez en el fallo

• que pese a existir sentencia firme de condena se niegue a cumplir y por tanto el acreedor se vea forzado a reclamar de nuevo la intervención judicial para lograr que se ejecute la sentencia de condena previamente obtenida. Se habla entonces de ejecución forzosa.

La ejecución forzosa constituye el último paso que ha de dar el acreedor para ver

satisfecho su interés de cobrar. Para ello ha de dirigirse al Juez o tribunal competente reclamando su intervención, a efectos de que se lleve a cabo el cumplimiento de lo declarado en la sentencia. La ejecución forzosa podrá tener lugar de dos manera: en forma específica, o sea mediante el cumplimiento in natura, o en forma genérica, mediante el cumplimiento por equivalente pecuniario.

a) Ejecución forzosa en forma específica:

La denominada ejecución forzosa consiste en obtener judicialmente la prestación tal y como quedó prefijada en el

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título constitutivo de la obligación: el juez actuando en nombre del deudor acabaría por ordenar el otorgamiento de escritura pública de compraventa en favor del acreedor que no ha visto satisfecho su interés.

b) Ejecución forzosa en forma genérica:

En el caso de que no siquiera el juez pueda obtener el cumplimiento in natura, este habrá de convertirse a un puro resarcimiento pecuniario una vez que el Juez determine el montante del mismo. Se habla en tales casos de cumplimiento por equivalente, en razón de que la suma de dinero fijada en la sustitución de la prestación debida equivale valorativamente a la prestación no ejecutada. El Código civil no contempla expresamente en ninguno de sus artículos la modalidad de ejecución forzosa genérica, aunque lo dicho se deduce de la ley de Enjuiciamiento Civil.

3.- La responsabilidad del deudor: dolo y culpa o n egligencia: Salvo existencia de caso fortuito o fuerza mayor, el deudor será responsable de la falta de cumplimiento, conforme al art. 1101 CC. El deudor puede incumplir por incurrir en dolo, negligencia o morosidad, o por contravenir de cualquier modo el tenor de la obligación: a) la culpa o negligencia: El art. 1104.1 CC define la culpa o negligencia como la omisión de aquella diligencia que exija la naturaleza de la obligación y corresponda a las circunstancias de las personas, del tiempo, y del lugar”. Nuestro Código propugna un sistema de culpa en concreto, en cuanto la fijación del grado de diligencia no depende tanto de categorías o tipos teóricos de culpa, como los reseñados e históricamente elaborados por los autores, sino de la naturaleza y circunstancias concretas de la relación obligatoria de que se trate. En efecto, la diligencia requerida en el Código depende tanto de la naturaleza de la prestación cuanto de las restantes circunstancias de la obligación. Los factores a considerar para determinar el grado de diligencia exigible son múltiples y muy variados, requiriendo una determinación concreta ad hoc. Mas semejante entendimiento resulta oscurecido por el párrafo segundo del propio art. 1104 al establecer que cuando la obligación no exprese la diligencia que ha de prestarse en su cumplimiento, se exigirá la que correspondiera a un buen padre de familia” reiterando así el criterio básico de culpa en abstracto. Tales criterios no constituyen óbice alguno para que las partes de la relación obligatoria precisen cuanto tengan en gana respecto de la diligencia exigible. Lo cierto, sin embargo, es que la mayoría de la doctrina considera que la remisión al baremo de la diligencia del buen paterfamilias lo es de forma supletoria. Debe quedar claro que el código civil utiliza la noción de culpa en un sentido sumamente amplio: no se requiere una conducta malévola del deudor, sin que basta

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que éste cumpla o incumpla defectuosamente lo prometido, sea por olvido, dejadez o falta de pericia. El Código Presume la culpa del deudor en caso de incumplimiento de la obligación, pues si la ejecución de la prestación es un deber de conducta o de comportamiento, es necesario concluir que, en caos de no llevarse a cabo, la infracción de dicho deber es imputable al obligado salvo que acredite la existencia de causas exoneradas de la responsabilidad. Así pues, la inexistencia de culpa deberá ser acreditada por el deudor en todo caso, la presunción iuris tantum del art. 1183 impone al deudor demostrar que la causas de incumplimiento ha sido debida a circunstancias insuperables para él. b) el Dolo o la conducta dolosa en el cumplimiento de las obligaciones: El Código civil no define el dolo como eventual conducta del deudor en el cumplimiento de las obligaciones:

1. el dolo en el cumplimiento consiste en una actuación consciente y deliberada del deudor que, malévolamente, se resiste a cumplir cuanto debe.

2. no es necesario que el deudor tenga intención de dañar, sino que basta con que el deudor, a sabiendas, infrinja el deber de cumplimiento

3. la actuación dolosa es considerada de mayor gravedad que la culposa, de ahí que el Código prohíbe:

a. que los tribunales puedan moderar o mitigar la responsabilidad dimanante del dolo

b. que el acreedor renuncie anticipadamente a exigir responsabilidad derivada del dolo.

El Código utiliza dos nociones diversas de dolo: como vicio del consentimiento

en la celebración del contrato, y como conducta del deudor reacio al cumplimiento o dolo causante del incumplimiento.

4.- El caso fortuito y la fuerza mayor como causa d e exoneración para el deudor: Conforme a la parte final del art, 1105 “nadie responderá de aquellos sucesos que no hubieran podido preverse o que, previstos, fueran inevitables” ello exonera de responsabilidad al deudor en aquellos casos en que la falta de cumplimiento se deba a la existencia de un caso fortuito o de un supuesto de fuerza mayor. Ello mismo plantea la cuestión de determinar en qué pueden consistir tales supuestos, y si la fuerza mayor es análoga al caso fortuito. Tales incógnitas se acentúan si tenemos en cuenta que los términos “caso fortuito” y “fuerza mayor” en absoluto son extraños al Código. Los hechos provenientes de la naturaleza serían, en opinión de la doctrina mayoritaria, casos fortuitos, mientras que los eventos nacidos de la acción humana originarían supuestos de fuerza mayor. Atendiendo al dato de la imprevisibilidad los sucesos imprevisibles deberían considerarse casos fortuitos, mientras que los inevitables deberían ser calificados como supuestos de fuerza mayor. Sin embargo, los redactores del Código optaron por no utilizar ninguna de tales expresiones:

a) Prueba del caso fortuito y de la fuerza mayor:

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Aunque por lo general resulte fácil acreditar la existencia del caos fortuito o la fuerza mayor resultará fácil, es evidente que será el deudor que pretenda exonerarse del cumplimiento de la obligación quien haya de probar el efectivo acaecimiento de circunstancias objetivamente insuperables a su capacidad de acción.

b) Mantenimiento de la responsabilidad del deudor pese a la existencia de caso

fortuito o fuerza mayor:

La tendencia exoneración de responsabilidad del deudor en los supuestos de concurrencia de caso fortuito o fuerza mayor no tiene carácter imperativo. El propio encabezamiento del art. 1105 explicita que la regla estudiada no será aplicable en los casos expresamente mencionados en la ley, y cuando expresamente lo declare la obligación. Así pues, dado que la norma tiene carácter dispositivo los sujetos de la obligación pueden pactar la pervivencia de la responsabilidad del deudor en caos de incumplimiento inclusive cuando ese se deba al acaecimiento de algún supuesto de caso fortuito o fuerza mayor.

A) la responsabilidad por caos fortuito o fuerza mayor convencionalmente pactada: El fundamento de dicha posibilidad no radica únicamente en la autonomía de la voluntad del art. 1255 CC, sino que la propia norma es la base de un modelo contractual típico, el contrato de seguro, cuya celebración bascula precisamente sobre el acaecimiento de un riesgo que origine un daño al asegurado. B) la responsabilidad por caso fortuito o fuerza mayor legalmente determinada: Los supuestos a los que ahora nos referimos son claramente excepcionales:

1. cuando destina la cosa a un uso distinto de aquel para el que se le prestó o la conserva en su poder por más tiempo del convenido

2. cuando la cosa se le entregó bajo tasación 3. cuando el obligado a entregar una cosa determinada se constituye en mora

o se halla comprometido a entregar una misma cosa a dos o más personas diversas serán de su cuenta los casos fortuitos hasta que realice la entrega

4. cuando la prestación de hacer resulta legal o físicamente imposible y el deudor hubiese incurrido en mora o culpa, pese a que no lo disponga así expresamente el art. 1184 CC

5. cuando el gestor de negocios ajenos acometa operaciones arriesgadas o posponga el interés del dueño al suyo propio

Por último, señalara que la regla de genus numquam perit debe llevar a la

conclusión de que la existencia de caso fortuito o fuerza mayor es intrascendente para las obligaciones genéricas. En estas el deudor no queda exonerado por la existencia del caos fortuito o fuerza mayor más que cuando se ha llevado a cabo la denominada concentración o especificación.

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5.- La indemnización de daños y perjuicios: La indemnización de daños y perjuicios es siempre de carácter pecuniario. Consiste en la suma de dinero que el deudor incumplidor ha de entregar al acreedor para resarcirle de los daños y perjuicios causados por el incumplimiento, por cualquier tipo de incumplimiento. En tal sentido expresa el art. 1101 que “quedan sujetos a la indemnización de los daños y perjuicios causados los que en el cumplimiento de sus obligaciones. De cualquier modo contravienen al tenor de aquellas” de conformidad con ello, cualquier contravención de la obligación, cualquier falta a la exactitud de la prestación puede generar o causar daños y perjuicios al acreedor. Así pues la indemnización de daños y perjuicios puede entrar en juego de forma accesoria y complementaria:

• en el caos de ejecución forzosa en forma específica, ya que la reclamación del cumplimiento no excluye la indemnización

• en el supuesto de ejecución genérica cumplimiento por equivalente pecuniario, ya que este tampoco excluye el resarcimiento por daños y perjuicios causados por la falta de cumplimiento in natura establecido en el título constitutivo de la obligación.

• En el caso de resolución del contrato

Pero además, la indemnización de daños y perjuicios opera de forma autónoma o independiente en un gran número de supuestos de responsabilidad extracontractual.

a) componentes de la indemnización: daño emergente y lucro cesante:

La indemnización de daños y perjuicios tiene por objeto dejar al acreedor indemne de las consecuencias perjudiciales causadas por el incumplimiento de la obligación o por la realización del acto ilícito. La traducción a dinero de la misma debe valorar dos aspectos o componentes que, si bien son fácilmente teorizables, plantean en la práctica notorias dificultades de concreción: el daño o pérdida sufridos por el acreedor, y la ganancia dejada de obtener por le acreedor a consecuencia del incumplimiento contractual o del sufrimiento de la acción u omisión generadora de responsabilidad extracontractual.

b) Los presupuestos de la indemnización:

La indemnización de daños y perjuicios propiamente dicha no se genera automáticamente por virtud del incumplimiento contractual o del acto ilícito, sino que es necesario que se den los siguientes requisitos o presupuestos:

• Que la actuación del deudor en la relación obligatoria de que se trate o las condiciones y circunstancias de la misma lo haga responsable del incumplimiento contractual o del acto ilícito

• Que el acreedor pruebe o acredite la efectiva existencia de daños y perjuicios mediante algún medio de prueba, descartándose las meras suposiciones, previsiones o hipótesis no probadas.

En la práctica la suma reclamada como indemnización de daños y perjuicios suele ser altísima y desproporcionada. La jurisprudencia del TS es notoriamente

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rigurosa con la exigencia de prueba del lucro cesante proclamado por el acreedor, en evitación de que argumentos sin vacuos constituyan el fundamento de la indemnización de daños y perjuicios.

c) Alcance de la indemnización: deudor culposo y doloso

De ahí que el Código se limita a establecer criterios sumamente generales respecto de los daños y perjuicios susceptibles de resarcimiento pecuniario, distinguiendo según que el deudor sea de buena fe o mala fe. Los daños y perjuicios susceptibles de indemnización se amplían en el caos de que el deudor haga caso omiso de la obligación que sobre él pesa. Las reglas legales al respecto son:

• Deudor de buena fe: responderá de los daños y perjuicios que s e hubieren previsto o podido prever al tiempo de constituir la obligación y que sean consecuencia necesaria de su falta de cumplimiento

• Deudor de mala fe: habrá de responder de todos los daños y perjuicios que se deriven de la falta de cumplimiento de la obligación.

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TEMA 6: LA EXTINCION DE LAS OBLIGACIONES

1.- Las causas de extinción de las obligaciones: Conforme al art. 1156 del Código Civil “las obligaciones se extinguen: por el pago o cumplimiento, por la pérdida de la cosa debida, por la condonación de la

deuda, por la confusión de los derechos de acreedor y deudor, por la compensación y

por la novación”. Las circunstancias enunciadas se conocen técnicamente con el nombre de causas de extinción de las obligaciones. Ello no obsta a que existan causas particulares de extinción, aplicables a ciertas relaciones obligatorias y no a la generalidad de las obligaciones. Por ejemplo, la muerte del deudor en casos de obligaciones de hacer. 2.- La pérdida de la cosa debida o la imposibilidad sobrevenida de la prestación : Según el art. 1156 se extinguen las obligaciones por la pérdida de la cosa. De acuerdo con el art. 1184 también quedará liberado el deudor en las obligaciones de hacer cuando la prestación resultare legal o físicamente imposible. a) características de la imposibilidad de cumplimiento:

• El carácter sobrevenido: al hablar de imposibilidad sobrevenida de la prestación, la doctrina trata de resaltar que el incumplimiento se ha de producir necesariamente a causa de circunstancias posteriores al momento constitutivo de la obligación.

• Origen físico o jurídico de la imposibilidad: la imposibilidad de cumplimiento debe venir provocada por la destrucción física o desaparición material de las cosas que son objeto de prestación. La imposibilidad sobrevenida del cumplimiento podía ser tanto física cuanto jurídica.

• El carácter objetivo de la imposibilidad: la imposibilidad ha de ser objetiva: referida al objeto de la relación obligatoria, a la prestación en sí misma considerada, siendo intrascendentes en principio las circunstancias relativas a la persona del deudor. No obstante, habrían de excepcionarse de esa regla las obligaciones de hacer cuando las circunstancias y condiciones del deudor forman parte del contenido de la relación obligatoria.

• Imposibilidad sobrevenida y total: el art. 1182 regula la imposibilidad sobrevenida de la prestación que tenga carácter total, es decir, que haga absolutamente imposible el cumplimiento de la obligación.

b) presupuestos de la eficacia extintiva: La imposibilidad sobrevenida de la prestación solo tendrá eficacia extintiva cuando el consiguiente incumplimiento no sea imputable al deudor, conforme a las reglas generales:

• Que la imposibilidad sobrevenida de la prestación no sea imputable al deudor • Que la imposibilidad sobrevenida de la prestación se produzca con

anterioridad a la eventual constitución en mora del deudor

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• Que en caso de obligaciones de dar, la cosa sea específica o determinada; pues, para las cosas genéricas sigue rigiendo el principio de genus numquam perit. En el caso de obligación genérica, la pérdida de la cosa no es en sí misma significativa.

• Que la cosa específica no proceda de delito o falta ya que en tal caso ha de aplicarse el art. 1185 CC. Dispone este precepto que cuando la deuda de la cosa cierta y determinada procediere de delito o falta, no se eximirá al deudor

3.- La condonación o remisión de la deuda :

En los artículos 870 y siguientes, se refiere el Código a la posibilidad de que el testador libere de la obligación a una persona. Denomina el Código Civil a dicha figura “legado de perdón” o liberación de la deuda, que en la práctica es relativamente frecuente. Con carácter general, condonar equivale a perdonar una deuda o renunciar a exigirla, ya se haga: mortis causa, o inter vivos.

a) unilateralidad o bilateralidad de la condonación de la deuda: La condonación de la deuda depende en exclusiva de la iniciativa del acreedor. La condonación es la renuncia unilateral del acreedor al ejercicio del derecho de crédito. En la mayor parte de los supuestos prácticos la unilateralidad de la condonación de la deuda es indiscutible. No obstante la resistencia del deudor a aceptar la condonación de la deuda trae consigo que no baste la voluntad del acreedor para dar por extinguida la relación obligatoria. Si no se puede obligar a nadie a aceptar la donación tampoco será posible obligar al deudor a liberarse de la obligación. Por tanto, aunque a primera vista parezca lo contrario, la condonación de la deuda se caracteriza por su bilateralidad. b) régimen normativo básico: 1.- Límites a la condonación: En el Código se configura como un acto a título gratuito, sin contraprestación alguna por parte del deudor, que resulta asimilado en buena medida a la donación propiamente dicha. En consecuencia el primer límite que encuentra la facultad de renunciar al derecho de crédito viene representado por los derechos de los legitimarios. El acreedor podrá condonar solamente los derechos que sean renunciables por no contrariar el orden público ni perjudicar a terceros, conforme a los principios generales establecidos en el artículo 6.2 CC 2.- Clases de condonación: el código no somete la condonación a especiales requisitos de forma, el acreedor puede llevar a cabo la condonación de la deuda de forma expresa o tácita, siendo esta última deducible de cualquier actuación o hecho concluyente del acreedor. Sin embargo, la condonación expresa deberá ajustarse a las formas de la donación. A ello hay que sumar la denominada “condonación presunta” en los siguientes supuestos:

• La entrega del documento privado justificativo de un crédito, hecha voluntariamente por el acreedor al deudor pues implica la renuncia a la acción que el primero tenía contra el segundo.

• Se presumirá remitida la obligación accesoria de prenda cuando la cosa pignorada, después de entregada al acreedor se hallare en poder del deudor.

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3.- Efectos de la condonación: El efecto fundamental de la condonación consiste en la extinción de la obligación. En el caso de la condonación parcial, obviamente la relación obligatoria seguirá subsistiendo con el alcance, extensión y contenido que se deriven de aquélla. Especial interés reviste el supuesto de que la relación obligatoria contenga obligaciones principales y obligaciones accesorias. “lo accesorio sigue a lo principal” como regla general, y en estos casos no es una excepción, la condonación de la deuda principal extingue la accesoria, pero no en sentido inverso. 4.- La Confusión : El Código expresa que se dará la extinción de la obligación a causa de la confusión de derechos, cuando se reúnan en una misma persona los conceptos de acreedor y deudor. La coincidencia de la condición de acreedor y deudor puede deberse a circunstancias muy diversas:

• Inter vivos: se da el supuesto de confusión en una multiplicidad de supuestos, por ejemplo, cuando una empresa acreedora de otra se fusiona con esta última.

• Mortis causa: la sucesión hereditaria origina desde antiguo frecuentes casos de confusión, por deber los heredero al causante o viceversa

a) Régimen jurídico básico:

• Aun siendo la misma persona acreedor y deudor no se dará confusión en caso de patrimonios separados por disposición legal

• En caso de existir obligaciones accesorias, la extinción de la obligación principal por confusión conlleva la extinción de aquéllas y no al revés

• En el supuesto de existir pluralidad de sujetos acreedores y/o deudores y producirse la confusión parcial, deberán aplicarse las reglas propias de las obligaciones mancomunadas y solidarias, aunque inicialmente el artículo 1194 pueda inducir a error o confusión. Dispone dicho precepto que la confusión no extingue la deuda mancomunada sino en la porción correspondiente al acreedor o deudor en quien concurran los dos conceptos. Mas lo cierto es que existe una regla para la confusión en las obligaciones solidarias: el art. 1143, conforme al cual se produce la extinción de la relación obligatoria en su conjunto aunque naturalmente ello no obsta a las consecuentes relaciones internas entre los acreedores o deudores solidarios.

5.- La compensación: En términos coloquiales, compensar equivale a nivelar o igualar el efecto de una cosa con el efecto opuesto de otra cosa contraria. Se habla a veces de compensar como equivalente a indemnizar o resarcir el daño. En Derecho privado el término compensación tiene una significación propia y bien definida como causa de extinción de las obligaciones: la total o parcial extinción de dos deudas homogéneas cuando sus titulares sean mutua y recíprocamente acreedor y deudor.

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a) requisitos: 1. que cada uno de los obligados lo esté principalmente y sea a la vez

acreedor principal del otro. Se trata pues de la necesaria reciprocidad entre una y otra persona en las condiciones de acreedor y deudor

2. que ambas deudas consistan en una cantidad de dinero, o, siendo fungibles, sean cosas de la misma especie y también de la misma calidad, si esta se hubiese designado

3. que las dos deudas estén vencidas 4. que sean líquidas y exigibles 5. que sobre ninguna de ellas haya retención o contienda promovida por

tercera personas y notificada oportunamente al deudor.

Dándole tales requisitos la compensación operará respecto de cualesquiera tipo de obligaciones, aunque conviene insistir que, en la práctica, la compensación es un campo abonado para las obligaciones pecuniarias y relativamente inadecuado para las restantes obligaciones. El Código civil considera vetada la compensación en dos supuestos concretos:

• cuando alguna de las deudas proviniere de depósito o de las obligaciones del depositario o comodatario

• en el caso de la obligación de alimentos a título gratuito b) efectos de la compensación: El efecto de la compensación es sencillamente la extinción o liquidación en la cantidad concurrente, aunque no tengan conocimiento de ella los acreedores y deudores. Por tanto, puede haber compensación total o parcial, y de tal naturaleza será la liquidación

La automática extinción de las obligaciones recíprocamente homogéneas ha de entenderse producida en el momento en que se dan los requisitos del art 1196 aunque uno de los acreedores-deudores piense que su crédito sigue vivo. La compensación tiene eficacia retroactiva, y que, antes o después ha de considerarse el momento temporal en que se producen los requisitos exigidos por el art. 1196 y la extinción ope legis de las obligaciones contrarias. c) aplicación de las reglas de imputación del pago: En términos generales, la aplicación de las normas sobre imputación del pago encuentra su fundamento en la relativa asimilación entre el pago propiamente dicho y el fenómeno de la compensación. Además, la remisión normativa establecida en el art. 1201 es indiscutible. Sin embargo no parece claro que todos los criterios de imputación sean aplicables a los casos de compensación, pues si bien resultan acordes con la dinámica de la compensación las disposiciones establecidas en los arts. 1173 y 4, no así en la 1172. d) la pretendida compensación voluntaria o convencional y la compensación judicial: La compensación hasta ahora vista es, posiblemente, la única y verdadera compensación en nuestro sistema patrimonial. Se habla de compensación voluntaria o

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convencional cuando tiene lugar la extinción de dos obligaciones recíprocas a consecuencia del acuerdo de las partes. La llamada compensación judicial es admitida hoy día sin reservas en nuestro TS, y viene establecida por sentencia si bien esta no tiene efecto retroactivo.

6.- La Novación: El término novación solo se utiliza en el lenguaje jurídico. La idea de novación sugiere inicial y aproximadamente la renovación o modificación de algo. Contempla el Código Civil la figura de la novación, ofreciendo un doble concepto de la misma: cabe hablar de novación extintiva en algunos casos, y en otros, tal como así se infiere de algunos artículos del Código, parece estar referida a la alteración de la obligación preexistente o primitiva que no supone necesariamente su extinción. Así, el art. 1203 dispone al principio que “las obligaciones pueden modificarse” la alteración de los elementos y circunstancias de la obligación no conlleva, de forma

obligada, su extinción. Por consiguiente, en casos de tal índole, cabe hablar con

absoluta propiedad de novación modificativa. Desde el momento en que se admite la posibilidad de modificar elementos o circunstancias de la obligación preexistente sin que dicha alteración implique la extinción de la obligación primitiva la novación extintiva ha ido perdiendo peso específico en los textos legales y la práctica jurídica. Por el contrario, la novación modificativa ha incrementado su presencia e importancia. a) alcance de la novación extintiva:

La novación extintiva puede recaer sobre aspectos subjetivos u objetivos de la relación obligatoria. Se habla de novación subjetiva cuando se produce la sustitución del acreedor o del deudor por otra persona diferente con intención claramente novatoria: esto es, extinguiendo la relación obligatoria originaria.

Realmente la novaicón sujetiva de carácter extintivo encuentra escasa aplicación

práctica siendo lo frecuente acudir a los esquemas de la denominada novación modificativa: cesión de créditos y transmisión de deudas. Por su parte, la novación objetiva puede afectar tanto al propio objeto de la relación obligatoria cuanto a los demás aspectos de la misma que no incidan sobre las personas de acreedor y deudor. b) Requisitos de la novación extintiva:

1. Que la voluntad o intención novatoria de los sujetos de la obligación no deje lugar a dudas, ya sea porque de forma expresa las partes den por sentado que la obligación originaria se extingue y sustituye por otra, ya sea porque tácitamente se llega al mismo resultado en base a la imposibilidad de conciliar la nueva relación obligatoria con la primitiva.

2. que la voluntad novatoria sea común a ambos sujetos de la obligación 3. que la obligación primitiva u originaria sea válida.

c) efectos de la novación extintiva: Radica en la extinción de la obligación primitiva u originaria. Sin embargo, el art 1207 indica que podrán subsistir las obligaciones accesorias en cuanto aprovechen a

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terceros que no hubiesen prestado su consentimiento. En caso de estar vinculado un tercero por una relación obligatoria accesoria, subsistirá dicha relación si su pervivencia aprovecha al tercero, o se entenderá extinguida si le resulta perjudicial.

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TEMA 7: LA MODIFICACIÓN DE LAS OBLIGACIONES

1.- Modificación de las obligaciones y novación mod ificativa o impropia: El Derecho objetivo ha ido admitiendo progresivamente la posibilidad de introducir alteraciones y modificaciones en la relación obligatoria sin que ello presuponga la extinción de la misma. Basta con resaltar la importancia que asumen los supuestos de modificación subjetiva en la relación obligatoria. A las restantes modificaciones podríamos denominarlas modificaciones objetivas. Este último tipo de modificaciones no suele presentar problemas prácticos de importancia. Al contrario las modificaciones de carácter subjetivo suscitan una rica problemática.

2.- Los diferentes tipos de modificaciones: las mod ificaciones de carácter no subjetivo.

3.- Los cambios de acreedor: la transmisión de créd itos:

La modificación subjetiva puede quedar referida al cambio de deudor o transmisión de deuda, o bien al cambio de acreedor o transmisión de crédito. La transmisión de deuda o sustitución del deudor es admitida por los Derechos actuales con mayores recelos que la transmisión del crédito ya que el interés del acreedor podría verse burlado con facilidad si el cambio de deudor se pudiese realizar sin el consentimiento de aquél. Por el contrario, la transmisión del crédito puede llevarse a cabo sin necesidad de contar con el consentimiento del deudor.

La transmisión del crédito tiene una extraordinaria importancia práctica. Al mismo tiempo la transmisibilidad de derechos de crédito constituye un principio fundamental del Derecho patrimonial, formulado legalmente en el art. 1112 CC: “todos los derechos adquiridos en virtud de una obligación son transmisibles son sujeción a

las leyes, si no se hubiese pactado lo contrario.

La cesión de crédito es una facultad del acreedor que este puede ejercitar por sí mismo y por propia iniciativa, con independencia de la voluntad del deudor. Nuestro Código Civil contempla la cesión de créditos como un capítulo más del contrato de compraventa en los arts. 1526 y siguientes. a) créditos transmisibles: La regla general de transmisibilidad del crédito quiebra en algunos supuestos:

• En primer lugar, el art. 1112 es una norma de carácter dispositivo que puede ser derogada por las partes pues puede excluirse si se hubiese pactado lo contrario.

• Son intransmisibles los derechos personalísimos derivados de una relación obligatoria cualquiera

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• No pueden cederse créditos a ciertas categorías de personas que tengan una especial relación con el eventual cedente o ciertas funciones públicas en relación con el crédito que se trate

b) régimen normativo de la cesión del crédito: La sustitución del acreedor originario por el nuevo acreedor y la permanencia del mismo deudor plantean una serie de cuestiones:

• Relación entre cedente y cesionario: salvo en los supuestos excepcionales de intransmisibilidad, el acreedor puede disponer libremente de su derecho en favor del cesionario. La validez de la cesión depende únicamente de que el cedente y el cesionario lleven a cabo un negocio cualquiera. El contrato o negocio de cesión puede realizarse eficazmente conforme al principio de libertad de forma contractual. Sin embargo, dicha regla encuentra numerosas excepciones, entre ellas, la del art. 1280.6

• Conocimiento de la cesión por el deudor: relación entre deudor y cesionario: aunque la cesión del crédito sea válida y eficaz por el meo consentimiento del cedente y el cesionario, se comprenderá que el deudor no puede considerarse vinculado a este último más que cuando llegue a tener conocimiento de la cesión del crédito. Por ello el art. 1527 dispone que “el deudor antes de tener conocimiento de la cesión satisfaga a acreedor quedará libre de la obligación”. Dicha regla no supone que al perfección del negocio de cesión requiera la notificación al deudor. La ratio legis del art 1527 no consiste en establecer sino en regular el carácter liberatorio del pago realizado por el deudor al acreedor cedente en el caso de que aquél desconozca la cesión ya realizada. Por ello al cesionario le conviene poner en conocimiento del deudor la cesión realizada lo antes posible. De hecho, en la práctica lo frecuente es documentar al cesión con intervención del deudor. Conforme a lo dispuesto en el art. 1198 el deudor puede enfrentarse a la cesión en muy diferente situación según que:

o No la haya conocido: en este caso podrá oponer al cesionario la compensación de los créditos que tuviera frete al cedente con anterioridad a la cesión e incluso de los posteriores hasta que hubiese tenido conocimiento de la misma

o La haya conocido pero se haya opuesto a ella: solo podrá oponer al cesionario la compensación de los créditos que tuviera frente a cedente con anterioridad al conocimiento de la cesión siendo inoponible los posteriores

o Que conociéndola la haya consentido: en tal supuesto, el deudor cedido no podrá oponer al cesionario compensación de crédito alguno que tuviera frente al cedente.

Tales reglas deben considerarse extensivas.

c) la responsabilidad del cedente frente al cesionario: En los arts. 1529 y 1530 establecen el Código el particular régimen de responsabilidad del acreedor cedente frente al cesionario si bien tales normas son solo aplicables a los supuestos de carácter oneroso. En los casos de cesión gratuita hay que entender que el donante-cedente no incurriría en responsabilidad alguna. Para determinar la responsabilidad del cedente a titulo oneroso, distingue el art. 1529 entre vendedor de buena o mala fe.

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• El cedente de mala fe responderá siempre del pago de todos los gastos que

haya realizado el cesionario y de los daños y perjuicios que la falta de cumplimiento por el deudor le haya ocasionado.

• El cedente de buena fe solo responderá de la existencia y legitimidad del crédito al tiempo de la venta o cesión, pero no de la solvencia del deudor. No obstante la responsabilidad del cedente de buena fe puede verse:

o Atenuada: cuando cede el crédito como dudoso o Agravada: respondiendo incluso de la solvencia del deudor cuando tal

agravación de responsabilidad estuviese expresamente pactada, o la insolvencia del deudor fuera anterior a la cesión del crédito y pública. No obstante, su responsabilidad quedará limitada al precio recibido y a los gastos realizados por el cesionario.

d) efectos de la cesión: Dado que la cesión del crédito es simplemente una novación modificativa el cesionario se encuentra en la misma posición que el cedente y contará con las mismas garantías y derechos accesorios inherentes al Código Civil. El cesionario puede reclamar al deudor el importe íntegro del crédito aunque lo haya adquirido a título oneroso por un precio menor, si bien se establece una regla diferente para el caso de objetos litigiosos (vid. Art. 1535 CC)

4.- La subrogación del crédito y el pago con subrog ación: En determinadas ocasiones el pago del tercero comporta la subrogación del solvens en la posición del acreedor. Conforme a ello subrogación significa suceder a otra persona en una determinada situación jurídica que en este caso consiste en asumir la posición activa de la relación obligatoria. En ciertos casos el solvens que paga o satisface al acreedor sucede a este en su posición jurídica, pasando aquél a detentar la titularidad del crédito y sus accesorios. El efecto subrogatorio no es una consecuencia automática del pago realizado por persona distinta del deudor. En cualquier caso, la subrogación por pago puede encontrar su origen en el convenio o pacto de las personas intervinientes en el pago, o por el contrario en una disposición legal expresa: a) subrogación convencional: Hay subrogación convencional cuando el pago del tercer es conocido por el deudor y además el solvens y el acreedor llegan a tal acuerdo. Por ello se requiere:

• Que se establezca con claridad • Que el solvens haya realizado el cumplimiento de la obligación con

conocimiento del deudor pues si la situación en que se encuentra el deudor no es exactamente esa las consecuencias serán diferentes a la subrogación convencional

b) subrogación legal: Los supuestos generales de subrogación legal se encuentran en el artículo 1210 CC que textualmente dispone: “se presumirá que hay subrogación: cuado un acreedor pague a otro acreedor preferente, cuando un tercero no interesado en la obligación pague con aprobación expresa o tácita del deudor, y cuando pague el que tenga interés

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en el cumplimiento de la obligación salvo los efectos de la confusión en cuanto a la porción que le corresponda” A ello habría que añadir varios supuestos concretos. En síntesis, las notas características de los supuestos anteriores son las siguientes:

1. pago al acreedor preferente: el caso de que un acreedor pague a otro acreedor preferente tiene una clara extracción hipotecaria en los precedentes del Código civil y está pensado directamente para aquellos supuestos en que el segundo acreedor hipotecario satisface el crédito del titular de la primera hipoteca, en evitación de la ejecución de esta y de que el bien salga a subasta

2. pago del tercero con aprobación del deudor: el código habla de un tercero no interesado en la obligación. El solvens en estos casos es un sujeto extraño a la relación obligatoria, un verdadero tercero, en el sentido de ser alguien que interviene solo en el momento solutorio. El efecto subrogatorio es una consecuencia en este caso de la existencia del otro requisito exigido por el art. 1210.2 CC la aprobación expresa o tácita del deudor

3. pago del interesado en el cumplimiento: El código exige tener interés en el cumplimiento de la obligación, lo que supone estar implicado en el mismo aun siendo una persona distinta al deudor propiamente dicho. La redacción de este precepto supondría otorgar la subrogación a quien siendo codeudor o fiador del deudor principal lleva a cabo el cumplimiento de la obligación.

El caso particular del art. 1211: Un supuesto particular claramente excepcional de subrogación se contempla en el art. 1211 CC “el deudor podrá hacer la subrogación sin consentimiento del acreedor, cuando para pagar la deuda haya tomado prestado el dinero por escritura pública,

haciendo constar su propósito en ella, y expresando en la carta de pago la procedencia

de la cantidad pagada” según ello, cuando un deudor consigue un préstamo para atender una obligación preexistente y lleva a cabo el pago de ella, una vez cumplidos los requisitos formales que expresa el artículo, el nuevo prestamista se subroga en la posición que ocupaba el anterior acreedor originario. c) efectos del pago con subrogación: Las consecuencias inherentes a la subrogación son las mismas que en el caso de la cesión de crédito: el mantenimiento del crédito tal y como se encontraba en el patrimonio del acreedor. Tales efectos los explica el propio artículo 1212 CC “la subrogación transfiere al subrogado el crédito con los derechos a él anexos, ya contra

el deudor, ya contra los terceros, sean fiadores o poseedores de las hipotecas” los derechos o facultades de carácter accesorio siguen la suerte del crédito. Así, el efecto traslativo del crédito debe suponer la transferencia al subrogado por el mismo importe nominal que originariamente tuviera. La íntegra transmisión del crédito supone su previo pago total.

5.- Los cambios de deudor: la transmisión de deudas : El fenómeno contrapuesto a la transmisión del crédito es la transmisión de deudas permitida en Derecho moderno sin necesidad de preconizar de la extinción de la

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relación obligatoria originaria: el nuevo deudor ocupará la posición o situación detentada por el deudor primitivo. En materia de transmisión de deudas, es fundamental que la sustitución del deudor originario se lleve a cabo con consentimiento del acreedor, para que aquél pueda decirse liberado del cumplimiento de la obligación. En tal sentido, expresa el art. 1205 que la sustitución de un nuevo deudor en lugar del primitivo puede hacerse sin el conocimiento de este pero no sin el consentimiento del acreedor. El código parte de la base de que la verdadera transmisión de deudas consiste en la liberación del deudor primitivo y la aparición de un nuevo deudor. Sin embargo, conviene diferenciar entre aquellos supuestos en los que sin quedar liberado el primitivo deudor un nuevo deudor asume la deuda. Este ultimo supuesto es denominado asunción cumulativa de la deuda. El deudor nuevo se introduce en la obligación en concepto de deudor solidario, la aceptación por el acreedor del nuevo obligado no libera al originario Asimismo, cabe la transmisibilidad singular de la posición de deudor sin que haya de implicar la novación extintiva de la relación obligatoria. No obstante ello no faltan argumentos contra dicha postura:

1. ninguno de los artículos del Código impone que el cambio de deudor haya de conllevar la novación extintiva de la relación obligatoria ordinaria

2. prevalencia de la novación modificativa frente a la extintiva es el criterio jurisprudencial dominante

3. abandono de los rigores formalistas propios de la tradición histórica romana y consiguiente primacía de la autonomía privada hacen pensar que ello deriva en una simple modificación y no extinción.

b) Formas de transmisión de deuda: Nuestro código civil no se refiere de forma expresa a tales figuras pero suele afirmarse por la doctrina y la jurisprudencia que el cambio de deudor propiamente dicho puede llevarse a cabo mediante expromisión y delegación.

• La expromisión consistiría en un pacto o acuerdo entre el acreedor y un tercero que se sitúa como sujeto pasivo de la obligación, liberado al correspondiente deudor primitivo, presumiendo de anticipo el consentimiento del acreedor

• En el supuesto de delegación el cambio del deudor tiene lugar a instancia de un acuerdo entre el deudor primitivo y el nuevo deudor, requiriendo también el consentimiento del acreedor.

c) efectos de la transmisión de deuda: Dependen de la opción por la que se pronuncien las partes de la relación obligatoria y por el entendimiento que de ella haga e intérprete. No son extraños en nuestro sistema los supuestos de cambio de deudor sin consecuencias extintivas, pero ello no excluye que el cambio de sujeto pasivo de la relación obligatoria genere una verdadera novación: sustitución de una obligación por otra nueva a causa del cambio de deudor.

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6.- La cesión del contrato Además del crédito aisladamente considerado puede ser objeto de transmisión la posición contractual que una persona ocupe en un determinado contrato. La cesión del contrato es sumamente frecuente en la práctica comercial de nuestros días. El Código Civil sin embargo no dedica norma alguna a la cuestión que no obstante resulta admisible a la luz de la jurisprudencia. Para que pueda darse la cesión del contrato se requiere fundamentalmente:

1. Que se trate de contratos bilaterales cuyas recíprocas prestaciones no hayan sido totalmente ejecutadas.

2. Que la otra parte del contrato acceda o consienta la cesión.

La cesión del contrato conlleva la liberación o desvinculación del cedente, que en adelante no queda obligado respecto del contratante cedido.

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TEMA 8: LAS GARANTÍAS Y PROTECCIÓN DEL CRÉDITO

1.- Las garantías en general: La expresión doctrinal de “garantías del crédito” es utilizada por lo común con un significado enormemente amplio, comprensivo de cualquier medio por el cual el acreedor puede asegurarse el cumplimiento de la obligación o agravar la responsabilidad del deudor en el supuesto de incumplimiento. Es indiferente que los mecanismos o procedimientos de garantían procedan de la voluntad o el acuerdo de las

partes cuanto de la propia ley, aunque obviamente de acuerdo con el origen las garantías pueden clasificarse como legales, o por el contrario, convencionales. La propia ley concede al acreedor la posibilidad de reclamar la intervención judicial para que declare sus derechos y, en su caso, proceda a la denominada ejecución forzosa. Asimismo, sabemos que los derechos reales de garantía tienen por finalidad fundamental afectar a un bien del deudor al cumplimiento de una obligación “garantizada”. Resulta sin embargo difícil encuadrar sistemáticamente el conjunto de medidas

que garantizan y protegen el derecho de crédito, y en cualquier caso tan solo tiene una finalidad didáctica careciendo por completo de utilidad real. Así pues, la clasificación más común es la siguiente:

1. Medios generales de protección, defensa y garantía de los créditos: a. Responsabilidad patrimonial universal del deudor (art. 1911 CC) b. Ejecución forzosa:

i. En forma específica ii. En forma genérica

2. Medios específicos de garantía dirigidos al reforzamiento o aseguramiento del derecho de crédito:

a. garantías personales: fianza, aval, etc., b. derechos reales de garantía: prenda, hipoteca, etc. c. Otorgamiento de carácter preferente o privilegiado a los créditos d. Derecho de retención e. Cláusula penal f. Arras

3. Medios específicos de mantenimiento de la integridad del patrimonio del deudor:

a. Acción subrogatoria b. Acción directa c. Acción pauliana

2.- El derecho de retención: El derecho de retención es un mecanismo coactivo que trata de inducir al deudor de una obligación al cumplimiento de la misma a favor del acreedor. No es un derecho subjetivo autónomo sino una facultad que legalmente se atribuye, en ciertos casos, al acreedor para conservar bajo su poder y posesión una cosa que está obligado a restituir

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a quien se la entregó, mientras que éste no cumpla con su deuda. Una facultad además que es inseparable del derecho de crédito cuya exigencia y cumplimiento garantiza o asegura, y que por tanto, constituye un mero agregado accesorio, pero al mismo tiempo inescindible, de dicho crédito. Por tanto, el derecho de retención no puede transmitirse ni enajenarse aisladamente del crédito que asegura. El derecho de retención no garantiza una especial responsabilidad del deudor en caso de incumplimiento sino que consiste fundamentalmente en una medida disuasoria del posible o eventual incumplimiento. Sin embargo, su eficacia disuasoria del incumplimiento es innegable, y su aplicación práctica es frecuente y reiterada. a) los supuestos legales de derecho de retención: En principio, el derecho de retención es una facultad atribuida al acreedor legalmente solo en ciertos casos. El Código no regula el derecho de retención sino que lo establece como una facultad generalmente reconocida al acreedor. Los supuestos fundamentales serían los siguientes:

1. la retención de cosa mueble o inmueble por el poseedor de buena fe, en tanto no le sean abonados los fastos necesarios, el precio de adquisición o la cantidad prestada al transmitente de la posesión

2. la retención de la cosa usufructuada a favor del usufructuario cuado este haya atendido a la realización de reparaciones extraordinarias

3. el derecho de retención otorgado a quien haya ejecutado una obra en cosa mueble mientras no le sea abonada

4. la facultad de retener correspondiente a mandatarios y depositarios en tanto no se les abone canto se les deba a causa del mandato o deposito

5. el derecho de retención otorgado al acreedor pignoraticio, extensible a la hipótesis de que el deudor contraiga una segunda deuda antes de haber pagado la primera

Sin embargo, los supuestos en que es aplicable no se agotan con estos

enunciados. El derecho de retención es atribuido legalmente por remisión a un bloque o conjunto normativo en el que la facultad de retención se conoce de forma indiscutible.

b) el derecho de retención de origen convencional: Pese a que su formulación típica sea legal, no está excluido del ámbito propio de la autonomía privada, y de ahí que pueda ser establecido por voluntad de los particulares. Sin embargo, dicho pacto solo tendrá eficacia inter partes.

c) efectos del derecho de retención: Resulta prácticamente imposible atribuir unos efectos generales a la facultad de retención que deban imponerse a la regulación específica de cada uno de los supuestos legales. La consecuencia fundamental es dilatar la entrega de la cosa situándose el retentor en una postura pasiva respecto a la devolución del objeto.

Ahora bien, se plantea la duda de si el derecho de retención tiene eficacia erga omnes, o relativa. La cuestión es sumamente compleja. Debe caracterizarse como una particular situación posesoria especialmente protegida. En los casos en que tiene origen convencional debería negarse la eficacia erga omnes salvo que los terceros hubiesen

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podido conocer o conocido la existencia de la retención. En caso contrario, cuando encuentra su origen en el mandato de la ley habrá de atenderse a la regulación específica y a la naturaleza mobiliaria o inmobiliaria del bien. Así pues, en caso de concurso el retentor no goza de preferencia alguna en relación con los demás acreedores, y solo podrá oponerse a las pretensiones de los demás acreedores si goza de un derecho preferente para el cobro. d) retención y prenda: La distinción entre ambas figuras se basa en que:

• el derecho real de prenda conlleva o presupone la retención de la cosa pignorada, y además la posibilidad de que en caso de incumplimiento de la obligación garantizada, el acreedor proceda a la realización del valor de la cosa (ius distrahendi)

• el retentor no cuenta con esta última facultad y no puede satisfacer promoviendo directamente la enajenación de la cosa retenida.

3.- La cláusula penal o pena convencional: Se refiere el Código Civil en sus arts. 1152 y ss. a dicha cláusula con el nombre de “obligaciones con cláusula penal”. Según nuestro código la estipulación que tiene por objeto el establecimiento de la cláusula penal desempeña con carácter general un papel garantista del cumplimiento de la obligación. a) la pena sustitutiva o compensatoria: Conforme al tenor del art. 1152.1 CC, la función característica y propia de la cláusula penal estriba en ser un previsión negocial sustitutiva d la indemnización de daños y perjuicios para el supuesto de incumplimiento definitivo de la obligación. La pena sustituirá a la indemnización de daños y al abono de intereses en caso de falta de pago. Se habla por tanto de pena sustitutiva o compensatoria cuando las partes valoran anticipadamente los posibles daños y perjuicios que el incumplimiento de la obligación puede acarrear a acreedor. Con ello cumple una doble función:

• disuadir al deudor del posible incumplimiento • que el acreedor, en caso de incumplimiento efectivo y dado que reclama ya el

cumplimiento se vea suficientemente resarcido sin tener que probar daños y perjuicios

Por lo demás, este último extremo excluye la necesidad de la prueba de daños y

perjuicios sin olvidar que el tenor literal del art. 1152 CC manifiesta que la pena sustitutiva constituye la regla dispositiva general en la materia salvo pacto en contrario. b) la pena cumulativa: El propio art. 1152 in fine indica expresamente que puede pactarse otra cosa. El siguiente precepto del código evidencia que el acreedor podrá exigir conjuntamente el cumplimiento de la obligación y la satisfacción de la pena siempre que esta facultad le haya sido claramente otorgada.

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Es posible que el acreedor reclame simultáneamente la pena fijada por las partes y además el cumplimiento de la obligación. En tales casos se habla de pena cumulativa. Para ello requiere el código que la naturaleza cumulativa de la cláusula penal haya sido objeto de contemplación expresa o de mentón concreta. En caso de que el carácter cumulativo no se desprenda claramente de la relación obligatoria, existiendo duda al respeto, primará el carácter sustitutivo de la cláusula penal. Un subtipo particular de la pena cumulativa de especial interés es la pena moratoria, que suele consistir en la fijación de un tanto alzado por períodos temporales de demora que se fija como valoración anticipada de los daños ocasionados por el retraso y que es exigible, por principio junto con el cumplimiento de la obligación. c) la multa penitencial: Junto con la cláusula penal propiamente dicha suele estudiarse la denominada multa penitencial o multa de arrepentimiento. El art. 1153 reconoce la posibilidad de que la fijación de una pena se lleve a cabo para permitir a una de las partes desentenderse de una relación obligatoria constituida. Constituye en definitiva un supuesto concreto de obligación con cláusula facultativa. d) la moderación judicial de la pena: La previsión convencional de la cláusula penal está referida lisa y llanamente, al incumplimiento de la obligación principal, pero plantea problemas en caso de que el incumplimiento lo sea deforma parcial. Para atender a dicho problema el art. 1154 CC establece “el juez modificará equitativamente la pena cuando la obligación principal hubiera sido en parte o irregularmente cumplida por el deudor”. Sin embargo, la moderación judicial solo entrará en juego cuando las partes no hayan previsto el supuesto de incumplimiento parcial. e) la cláusula penal como obligación accesoria y subsidiaria: La cláusula penal solo tiene sentido en cuanto garantía complementaria del cumplimiento de la obligación principal. Es característica fundamental de la cláusula penal el ser una obligación accesoria cuya existencia y dinámica dende de la obligación principal. Por tanto:

• su subsistencia depende de la validez de la obligación principal • la extinción de la obligación principal o su imposibilidad de cumplimiento

por causas no imputables al deudor comporta igualmente su extinción • la cláusula penal seguirá la suerte del crédito o de la deuda propios de la

obligación principal en caso de novación meramente modificativa

La cláusula penal es a la vez, una obligación subsidiaria. En caso de incumplimiento imputable al deudor es exigible, pero si la obligación principal es cumplida la pena queda automáticamente extinguida.

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4.- Las arras o señal: Ciertos contratos se suelen acompañar de la entrega de una cantidad de dinero conocida históricamente con el nombre de aras o más recientemente, conocida como “señal”. a) arras confirmatorias: En determinadas ocasiones la existencia de arras equivale a la entrega de una cantidad de dinero a modo de señal o parte del precio. Se habla en tales casos de aras confirmatorias para poner de manifiesto que su entrega desempeña básicamente un papel probatorio de la celebración de un determinado contrato. Dispone el art. 343 CCom que “las cantidades que por vía de señal se entreguen en las ventas mercantiles, se reputarán siempre dadas a cuenta del precio y en prueba de la ratificación del

contrato, salvo pacto en contrario” En caso de cumplimiento operarán simplemente como cantidad a cuenta del precio. En caso de incumplimiento las arras confirmatorias no excluyen el ejercicio de la acción de cumplimiento o la resolución del contrato. b) arras penitenciales: Las aras penitenciales consisten igualmente en la entrega de una cantidad de dinero por uno de los contratantes, pero en el entendido de que cualquiera de las partes contratantes puede desistirse del contrato celebrado, perdiendo las arras el que las haya entregado o devolviendo el doble de las mismas el que las haya recibido. Dado que permiten a las partes desistir del contrato, generalmente se les denomina arras de desistimiento. Se encuentran contempladas en el art. 1454 CC “si hubiesen mediado arras o señal en el contrato de compraventa podrá rescindirse el contrato allanándose el

comprador a perderlas, o el vendedor a devolverlas duplicadas” su ubicación dentro del título de la compraventa se explica porque es en este contrato donde con mayor frecuencia se presenta el uso de las arras penitenciales. Lo cierto es que no representan estímulo alguno para el cumplimiento de la obligación correspondiente sino que pueden identificarse como el precio de la posibilidad de desistimiento del contrato celebrado. c) arras penales: Desempeñan una función estrictamente penal en el caso de que la entrega dineraria tenga por objeto definir un quantum indemnizatorio que, establecido para el caso de incumplimiento retendrá quien las haya recibido. En caso de incumplimiento el receptor debe devolver el mismo tanto, o el duplo. Se requiere no obstante, que haya sido excluido el pacto de desistimiento y que las partes puedan reclamar el cumplimiento de las respectivas obligaciones. En caso de cumplimiento habrán de entenderse como parte del precio. d) rasgos comunes y primacía de las arras confirmatorias:

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El principio de autonomía privada conlleva que las partes puedan entregar arras en un concepto o en otro. La importancia práctica de las arras en la contratación es innegable y de alguna forma se encuentran tipificadas socialmente en los supuestos anteriores. De forma genérica puede decirse que los presupuestos comunes a todas ellas son:

• la dación o entrega de las cantidades en que consisten las arras • la entrega de arras debe tener lugar en el momento de celebración del

contrato • las arras tienen siempre origen voluntario

Lo cierto en cualquier caso es que la frontera entre las distintas figuras abordas dista

mucho de ser precisa. Ante ello el TS se pronuncia en favor de las arras confirmatorias, considerando que las calificación de arras penitenciales ha de ser objeto de interpretación estricta restrictiva por lo que su aplicación requiere que, “por voluntad de las partes, claramente constatada se establezcan tales arras”. En dicha línea de otorgar clara primacía a la función meramente confirmatoria de las arras, considerando que “lo entregado ha de reputarse mero anticipo de precio” el TS insiste en el carácter dispositivo del precepto.

5.- La protección general del derecho de crédito y las medidas conservativas del patrimonio del deudor: El derecho de crédito atribuye a su titular, el acreedor, el poder de exigir del deudor la observancia de un determinado comportamiento. Para que este poder sea efectivamente tal se hace necesario conferir al acreedor la posibilidad real de compeler al deudor para que este de cumplida satisfacción a los intereses del acreedor. Estas medidas de protección pueden ser de muy diversa índole, siendo básica la distinción que separa los medio generales de las medidas especificas que en ciertos casos refuerzan esa protección general.

6.- La responsabilidad patrimonial universal: Dispone el artículo 1911 CC que “del cumplimiento de las obligaciones responde el deudor con todos sus bienes, presentes y futuros” Se recoge en él lo que habitualmente se conoce como la “responsabilidad patrimonial universal”, cuya esencia se basa en los siguientes puntos:

1. responsabilidad general: Puede operar en todas las obligaciones, asegurando su cumplimiento. Por eso es un medio general de protección del derecho de crédito. Además, tiende a asegurar su cumplimiento. Mientras el incumplimiento no se produzca, la responsabilidad patrimonial es una mera potencialidad

2. responsabilidad derivada del incumplimiento: El art. 1911 CC hace hincapié en que el deudor responde. Por tanto, es una consecuencia que se produce como efecto del incumplimiento de la obligación y recae sobre el deudor.

3. responsabilidad personal:

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Cuando se dice que es el deudor quien responde se indica el sujeto responsable. Si ciertamente el sujeto responsable es el deudor, también debe quedar claro que el objeto de la responsabilidad es el patrimonio del deudor. Atendiendo pues al sujeto responsable es denominada responsabilidad personal, para diferenciarla de la responsabilidad real, término con el cual se designan supuestos de responsabilidad de bienes específicos.

4. responsabilidad exclusivamente patrimonial: Además de personal es patrimonial pues con este adjetivo se designa el objeto sobre el cual recae esa responsabilidad: el patrimonio del deudor.

5. responsabilidad universal: La universalidad sirve para precisar que es todo el patrimonio del deudor el que potencialmente se puede encontrar afecto a hacer frente a las responsabilidades en que incurra su titular, de una parte; de otra, la universalidad se refiere a que cualquier elemento del patrimonio del deudor puede ser agredido por los acreedores en la exigencia de responsabilidad. Eso no significa que no exista una regla de proporcionalidad o adecuación entre el montante o cuantía de la responsabilidad y la precisión de los bienes concretos del patrimonio del deudor. La ley determina que los bienes imprescindibles para la supervivencia del deudor sean inembargables, esto es, no ejecutables ni sometibles a la responsabilidad. Se trata del llamado “mínimo inembargable”. Asimismo, existen en nuestro ordenamiento los llamados beneficios de orden y excusión real. La ley clasifica los bienes integrantes del patrimonio del deudor en diferentes categorías en atención a su más fácil realizabilidad y menor importancia para su titular disponiendo que primero serán agredidos los más fácilmente realizables y menos importantes o imprescindibles. En cualquier caso la responsabilidad pesa tanto sobre los bienes que actualmente tenga el deudor, cuanto sobre los bienes que ingresen en su patrimonio en un futuro.

a) Régimen básico de la responsabilidad patrimonial universal: i. presupuestos de la responsabilidad: Existen ciertos requisitos para que se concrete la potencialidad de la responsabilidad:

• la preexistencia de una obligación: cuando se trata de obligaciones nacidas de la comisión de actos ilícitos, la terminología empleada es la de responsabilidad civil extracontractual, que a su vez daría lugar a la responsabilidad patrimonial universal. En cualquier caso por la provocación de un daño lo que en realidad nace es la obligación de reparar el daño

• que esta obligación haya sido incumplida, con un incumplimiento que resulte imputable al deudor

• que tal incumplimiento haya producido daño: así pues el deudor está compelido a reparar el daño. Tratándose de la obligación de reparar cabe que dicha reparación sea in natura si es posible, en cuyo caso estaríamos ante una

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hipótesis de ejecución forzosa específica. Por el contrario, la responsabilidad patrimonial universal solo se hace efectiva cuando no se ha escogido la ejecución específica, o esta deviene inoperante.

ii. Cuantía de la responsabilidad: Se responde en la cuantía del montante a indemnizar. iii. Efectividad de la responsabilidad: Los bienes del deudor se encuentran sometidos a la posibilidad de agresión por parte del acreedor o acreedores, para hacer efectiva la indemnización dineraria que se les debe como consecuencia del incumplimiento de la obligación. Por eso las leyes prevén los instrumentos de actuación judicial que se encaminan a hacer efectiva la responsabilidad patrimonial universal. Tales vías vienen a coincidir sustancialmente con la llamada vía de apremio. De forma sumaria el procedimiento de apremio se desenvuelve en 3 fases:

1. la primera persigue aislar bienes concretos del patrimonio del deudor par afectarlos o destinarlos especialmente a la cobertura de la responsabilidad concreta. Para conseguir tal aseguramiento se puede depositar el bien, ordenar la retención del pago, o someter los bienes a administración judicial, y en caso de bienes registrales, anotar tal circunstancia en el registro.

2. la segunda fase, a partir de la entrada en vigor de la LEC-2000 permite distinguir varios supuestos:

a. que los bienes sean realizado en la forma convenida por las partes : no es más que un simple convenio entre las partes para que alguien que esté interesado se quede con el bien.

b. a falta de convenio la realización se llevará a cabo: i. por medio de persona o entidad especializada: la enajenación

puede llevarse a cabo por medio de persona o entidad especializada para lo que el art. 641 requiere la celebración de una comparecencia ante el juez.

ii. subasta judicial: la enajenación de los bienes podrá llevarse a efecto a través de subasta judicial en última instancia

6.- La acción subrogatoria: Lógicamente al acreedor le interesa que el patrimonio del deudor no se vea perjudicado ni disminuido, ya sea porque este último no ejercita derechos que le correspondan, o bien porque transmite a terceras personas créditos o bienes fácilmente perseguibles por el acreedor. En el primer caso estaríamos frente a un deudor inactivo, mientras que en el segundo es la actitud activa del acreedor la que está dirigida a sustraer de la acción de los acreedores una serie de bienes. Frente a la inactividad del deudor el derecho concede a los acreedores con carácter general, la facultad de reclamar en nombre de su deudor los bienes o derechos que este no llega a ejercitar. A esta facultad se le conoce con el nombre de acción subrogatoria, indirecta u oblicua. Por el contrario, la reacción contra la actividad positiva y fraudulenta del deudor se concreta en la posibilidad de que el acreedor consiga la ineficacia de los actos fraudulentos levados a cabo, mediante la llamada acción pauliana.

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Respecto de ambas conviene hacer varias precisiones:

1. la importancia práctica de las acciones subrogatoria y pauliana es mucho menor que la de otros tipos de mecanismos o técnicas de garantía y protección de crédito

a) la acción subrogatoria o indirecta: Conforme al artículo 1111 CC “los acreedores, después de haber perseguido los bienes de que esté en posesión el deudor para realizar cuanto se les debe, pueden ejercitar todos los derechos y acciones de este con el mismo fin, exceptuando los que sean inherentes a la persona”. Es claro, por ende, que el art. 1111 atribuye a la acción subrogatoria un evidente carácter subsidiario. No obstante, la acción subrogatoria no es un supuesto de subrogación: el acreedor actúa en nombre propio en virtud de la facultad que le atribuye la ley. i. derechos ejercitables por el acreedor: Todos excepto los inherentes a la persona del deudor, es decir, se excluyen los derechos personalísimos tales como la reclamación del ejercicio de la patria potestad, de acuerdo con el fundamento del mínimo inembargable. ii. ejercicio y efectos: El acreedor no tiene por qué limitarse a reclamar al tercero cuanto a él le debe el deudor, sino la totalidad del crédito o derecho que el deudor tenga contra el tercero. Al ejercitar la acción subrogatoria ha realización de las deudas que el deudor tenía con terceros habrá de considerarse integrada en el patrimonio del deudor, y por tanto beneficiará a todos los demás acreedores o acaso a aquél que ostente u derecho de crédito preferente. Así las cosas, resulta que el acreedor que ejercita la acción subrogatoria no tiene un derecho de prelación sobre los eventuales restantes acreedores del deudor. Las reglas de prelación aplicables serán las generales y, en consecuencia, la acción subrogatoria presenta un escaso atractivo al acreedor.

7.- La acción directa: La Ley no atribuye la acción directa al acreedor con carácter general sino en algunos supuestos concretos, entre los que destaca:

1. la facultad concedida a los trabajadores o suministradores de materiales en u contrato de obra a dirigirse directamente contra el dueño de la obra por la cantidad que este adeude al contratista quien será deudor de los trabajadores y suministradores

2. la posibilidad de que el mandante se dirija directamente contra el sustituto del mandatario

3. la acción directa atribuida por la ley de arrendamientos urbanos al arrendador para exigir al subarrendatario el abono directo de la renta y de su participación en el precio del subarriendo, así como los deterioros que esta hubiera causado en la vivienda (arts. 15 y 16 LAU)

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4. la posibilidad de dirigirse directamente contra el asegurador concedida a la víctima de accidente automovilístico en relación con el seguro obligatorio

8.- La acción revocatoria o pauliana: La acción revocatoria tiene por finalidad el privar de eficacia a los actos de enajenación fraudulentos realizados por el deudor. Se la denomina también pauliana por haber sido formulada por el jurista romano Paulo. Al igual que la subrogatoria, la acción revocatoria tiene carácter subsidiario y el acreedor solo podrá ejercitarla cuando no cuente con otro medio de satisfacer su derecho de crédito, burlado por el acto dispositivo fraudulento del deudor. a) presupuestos: El presupuesto fundamental de la acción revocatoria es la actuación fraudulenta del deudor. No obstante, la prueba de la conducta fraudulenta del deudor es enormemente difícil en la práctica. Ante ello el Código asiente en el artículo 1297 dos presunciones al respecto:

• “se presumen celebrados en fraude de acreedores todos aquellos contratos por virtud de los cuales el deudor enajenare bienes a título gratuito”

• “también se presumen fraudulentas las enajenaciones a título oneroso, hechas por aquellas personas contra las cuales se hubiera pronunciado antes sentencia condenatoria en cualquier instancia o expedido mandamiento de embargo de bienes”

Lo cierto es que a día de hoy el TS se encuentra cada vez más proclive a estimar en

fraude de acreedores actuaciones realmente fraudulentas concediendo a los acreedores acción revocatoria en tales supuestos.

b) efectos: la posición del tercer adquirente: Dado que la acción revocatoria tiene por objeto privar de eficacia a los actos dispositivos es necesario plantearse qué ocurre con el tercer adquirente. El tercero puede haber adquirido de buena fe desconociendo la intención fraudulenta del deudor, o por el contrario, puede haber participado en el fraude. En este último caso la rescisión del contrato le afectará de plano. Por el contrario, en el supuesto de que el tercero haya adquirido de buena fe y a título oneroso, no hay razón alguna que aboque a hacer de mejor grado al acreedor que al adquirente de buena fe. De ahí que la revocación no puede ser revocada o rescindida. En tal caso, la eficacia de la acción revocatoria quedará limitada a la puramente indemnizatoria. c) plazo de ejercicio: La acción revocatoria, de acuerdo con el art.129 CC dura cuatro años.

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9.- Concurrencia y prelación de créditos: planteami ento y remisión a los procedimientos concursales:

Todos los acreedores de un mismo deudor tienen igual derecho a ver satisfecho su crédito. A esta tendencial igualdad de condición de los acreedores se hace referencia tradicionalmente con la expresión “par conditio creditorum”. Conforme a tal principio, en caso de ejecución sobre el patrimonio del deudor, si todos los créditos no pueden ser satisfechos íntegramente, debería realizarse un reparto proporcional entre todos ellos. El fundamento de semejante paridad es que en caso de que el patrimonio del deudor resulte insuficiente para hacer frente a sus obligaciones, es justo que la situación de insolvencia sea compartida por todos los acreedores a prorrata de sus respectivos créditos.

Sin embargo, la par conditio creditorum es simplemente un principio, una regla general, que choca frontalmente con la secular organización del Derecho patrimonial y, en particular, con la diversificación entre los derechos reales de garantía y los simples derechos de crédito.

Así pues, todo sistema legal está abocado a establecer una graduación o clasificación de créditos, declarando a unos preferentes respecto a otros. Nuestro Código Civil dedica tal cuestión a los artículos 1.921 y siguientes insitos en el título al que rubrica precisamente “De la concurrencia y prelación de créditos”. Prelación significa antelación o preferencia de una cosa respecto de otra y el Código Civil realiza una ordenación de los posibles créditos concurrentes atendiendo al orden en que deben ser satisfechos.

a) La reciente reforma concursal: la Ley 22/2003

La Ley 22/2003, de 9 de julio, denominada Ley Concursal introduce numerosas modificaciones legislativas en el Ordenamiento jurídico español. La Ley Concursal ha sido publicada en el BOE de 10 de julio de 2003 y, conforme a su disposición final trigésima quinta, entrará en vigor el 1 de septiembre de 2004. Según su disposición final trigésima tercera “en el plazo de seis meses, a contar desde la entrada en vigor de esta Ley, el gobierno remitirá a las Cortes Generales un proyecto de ley reguladora de la concurrencia y prelación de créditos en caso de ejecuciones singulares”. b) Causas de preferencia y orden de prelación: Conforme al sistema del Código Civil, la condición de preferente puede estar fundamentada en causas muy distintas:

i. La preferencia privilegiada. La idea histórica de privilegio suponía la atribución legal de preferencia a un

crédito por razón de la persona del acreedor (privilegia personae) o en atención a la relación jurídica de la que nace, a la cualidad o naturaleza del crédito (privilegia causae). Con la codificación y la instauración del principio de igualdad ante la ley,

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desaparecen de raíz los privilegios personales, manteniéndose exclusivamente en los cuerpos legales algunos de los privilegios causales.

El denominado privilegio constituye, pues, una cualidad especial del crédito, legalmente atribuida, por virtud del cual dicho crédito goza de preferencia. En este caso cabe hablar de preferencia privilegiada.

ii. La preferencia real. En otros casos, el carácter preferente del crédito deriva de la previa existencia de

garantías reales: fundamentalmente, prenda o hipoteca, una de cuyas características es precisamente el denominado derecho de prelación. En estos supuestos, la preferencia atribuida al derecho de crédito no la reconoce la ley propiamente dicha a éste, al crédito, sino al derecho real de garantía que lo asegura.

iii. La preferencia documental. Reconoce igualmente el Código Civil un cierto grado de preferencia a los

créditos que, pese a no ser privilegiados ni estar garantizados por derecho real alguno, consten en escritura pública o hayan sido reconocidos en sentencia firme. En este caso el carácter preferente se fundamenta única y exclusivamente en el hecho de constar en un documento público de cuya fecha no cabe dudar. Puede hablarse, en consecuencia, de preferencia documental (créditos escriturarios o quirografarios).

iv. Los créditos comunes o no preferentes. Todos los demás créditos habrán de ser considerados no preferentes.

c) La inexistencia de un concepto legal de privilegio: la preferencia como categoría.

La generalidad de la doctrina prefiere seguir hablando genéricamente de “créditos privilegiados” para referirse a la verdadera categoría general, que no obstante, se encuentra representada por los “créditos preferentes”. El planteamiento aceptado por la generalidad de los autores es francamente criticable.

En primer lugar, se asienta en una aceptación indiscriminada de categorías históricas (en este caso, la del privilegio) que fueron abandonadas conscientemente por nuestros legisladores. La noción de privilegio es un concepto meramente descriptivo de ciertas opciones legales históricas que, no tienen fundamento común, ni un régimen jurídico propio. Nuestro Ordenamiento jurídico no eleva a categoría legal la idea histórica de los llamados privilegios. Por tanto, es vano reconstruir una categoría histórica que no ha sido recibida por nuestro Código Civil, y pretender seguidamente convertirla en el eje de la explicación de la ruptura del principio de la par condictio cretitorum. La existencia de créditos preferentes es una decisión del legislador.

No obstante, esta línea argumentativa resulta frontalmente contradicha y, en consecuencia, radicalmente debilitada por los términos literales utilizados en las disposiciones propias de la Ley Concursal de 2003 pues conforme a ella, los créditos a efectos de concursos deben ser incluidos en cualquiera de los siguientes grupos de la clasificación entre créditos privilegiados, ordinarios y subordinados:

• Créditos con privilegio especial (artículo 90) • Créditos con privilegio general (artículo 91) • Créditos ordinarios (artículo 158) y

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• Créditos subordinados (artículo 92). d) El orden de prelación de créditos preferentes: los diversos criterios legales

La determinación concreta de la prelación de los diversos créditos preferentes la lleva a cabo el Código Civil de una forma casuística, utilizando para ello diversos criterios generales:

i. La causa de la preferencia. Atendiendo a ella, los créditos preferentes de origen documental son siempre de

pero grado que los créditos preferente que tren causa de los privilegios o garantías reales. Sin embargo, entre estas dos últimas categorías (preferencia privilegiada y preferencia real) el Código Civil otorga unas veces prelación a los privilegios y otras a las garantías reales.

ii. La generalidad o especialidad del crédito preferente.

Se entiende que hay créditos que afectan de forma especial a un determinado bien, mientras que otros créditos preferentes inciden con carácter general sobre el patrimonio restante del deudor. Para identificar, respectivamente, a ambos grupos cabe hablar de:

a) Créditos preferentes de carácter especial entre los que han de subdistinguirse según recaigan sobre bienes muebles (mobiliarios) o sobre bienes inmuebles (inmobiliarios).

b) Créditos preferentes de carácter general o créditos preferentes generales. iii. La antigüedad.

Tanto en el supuesto de preferencia real cuanto en el de preferencia documental, en caso de concurrencia, dentro de un mismo grupo, de diversos créditos preferentes, el Código Civil otorga prelación al más antiguo de ellos. e) Los créditos preferentes especiales de carácter mobiliario Enumeración de supuestos.

Según el artículo 1.922 del Código Civil son preferentes, respecto de los correspondientes bienes muebles, los créditos siguientes: 1.º Los créditos por construcción, reparación, conservación o precio de venta de bienes

muebles que estén en poder del deudor, hasta donde alcance el valor de los mismos.

Agrupa este número dos tipos de créditos distintos: los procedentes del contrato de obras u otros similares, de una parte, y, de otra, a los originados por la venta de bienes muebles a plazos o con precio aplazado. Respecto de ambos tipos de créditos se requiere que los muebles “estén en posesión del deudor”.

2.º Los garantizados con prenda que se halle en poder del acreedor, sobre la cosa

empeñada y hasta donde alcance su valor.

El derecho real de prenda conlleva la preferencia de forma connatural. Dicha

preferencia se mantiene incluso en el caso de que el bien mueble pignorado, por

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voluntad de las partes o por decisión judicial, se encuentre en posesión de un tercero como mero depositario. En este número han de integrarse también los créditos garantizados con hipoteca mobiliaria o prenda sin desplazamiento. 3.º Los garantizados con fianza de efectos o valores, constituida en establecimiento

público o mercantil, sobre la fianza y por el valor de los efectos de la misma.

Aunque el Código hable de fianza, se trata evidente e indiscutiblemente de un

crédito pignoraticio. 4.º Los créditos por transporte, sobre los efectos transportados, por el precio del

mismo, gastos y derechos de conducción y conservación, hasta la entrega y durante

treinta días después de ésta.

Se exige que los muebles transportados se encuentren en manos del propio

transportista o del consignatario (quien recibe la entrega) 5.º Los de hospedaje, sobre los muebles del deudor existentes en la posada.

Los créditos por hospedaje de quienes profesionalmente se dediquen a la

actividad hotelera constituyen un privilegio tradicional de indiscutible fundamento y de relativa aplicación práctica. Debe estimarse que una vez se encuentre fuera del establecimiento hotelero la afección debe considerarse decaída. 6.º Los créditos por semillas y gastos de cultivo y recolección anticipados al deudor,

sobre los frutos de la cosecha para que sirvieron.

7.º Los créditos por alquileres y rentas de un año, sobre los bienes muebles del

arrendatario existentes en la finca arrendada y sobre los frutos de la misma.

Si los bienes muebles sobre que recae la preferencia hubieren sido sustraídos, el

acreedor podrá reclamarlos de quien los tuviese, dentro del término de treinta días contados desde que ocurrió la sustracción. La preferencia otorgada a los arrendadores se refiere tanto a las fincas urbanas cuanto a las rústicas. Orden interno de preferencia o prelación para el cobro.

La enunciación de supuestos de créditos preferentes realizada por el artículo 1.922 del Código Civil es simplemente una enumeración sin carácter jerárquico alguno. Por tanto, en caso de que, respecto de unos mismos bienes muebles, concurran varios créditos preferentes especiales, no pueden extraerse del artículo 1.922 cuál de ellos habrá de ser pagado antes. El orden interno de prelación para el cobro de los créditos preferentes lo establece el Código Civil en el artículo 1.926 en virtud de las siguientes reglas:

1.ª El crédito pignoraticio común u ordinario (así como los créditos garantizados con hipoteca mobiliaria o prenda sin desplazamiento) excluye a los demás hasta donde alcance el valor de la cosa dada en prenda. 2.ª En el caso de fianza, si estuviere ésta legítimamente constituida a favor de más de un acreedor, la prelación entre ellos se determinará por el orden de fechas de la prestación de la garantía.

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3.ª Los créditos por anticipo de semillas, gastos de cultivo y recolección, serán preferidos a los de alquileres y rentas sobre los frutos de la cosecha para que aquéllos sirvieron. 4.ª En los demás casos el precio de los muebles se distribuirá a prorrata entre los créditos que gocen de especial preferencia con relación a los mismos.

f) Los créditos preferentes especiales de carácter inmobiliario Enumeración de supuestos.

Conforme al artículo 1.923 del Código Civil, respecto del bien inmueble al que afecte, tiene la condición de preferentes los créditos que: 1.º Los créditos a favor del Estado, sobre los bienes de los contribuyentes, por el

importe de la última anualidad, vencida y no pagada, de los impuestos que graviten

sobre ellos. La vigencia de este número es, hoy día, dudosa.

2.º Los créditos de los aseguradores, sobre los bienes asegurados, por los premios del

seguro de dos años; y, si fuere el seguro mutuo, por los dos últimos dividendos que se

hubiesen repartido.

El carácter preferente de los créditos de los aseguradores tradicionalmente se ha

justificado aludiendo al riesgo asumido por aquéllos y a la aleatoriedad propia del contrato de seguro. 3.º Los créditos hipotecarios y los refaccionarios, anotados e inscritos en el Registro de

la Propiedad, sobre los bienes hipotecados o que hubiesen sido objeto de la refacción.

El carácter preferente de los créditos hipotecarios nace de la constitución de la

hipoteca, garantía real que afecta especialmente a los bienes sobre los que recae y que se encuentra gobernada por la Ley Hipotecaria. Se denominan créditos refaccionarios a los nacidos a consecuencia de préstamos concedidos para la realización de una obra, ya sea de construcción, reparación o conservación del inmueble. Por extensión se consideran también créditos refaccionarios al importe debido por los materiales empleados en la obra, la cantidad adeudada por tales obras o conceptos similares. 4.º Los créditos preventivamente anotados en el Registro de la Propiedad en virtud de mandamiento judicial, por embargos, secuestros o ejecución de sentencias, sobre los

bienes anotados, y sólo en cuanto a créditos posteriores.

5.º Los refaccionarios no anotados ni inscritos, sobre los inmuebles a que la refacción

se refiera, y sólo respecto a otros créditos distintos de los expresados en los cuatro

números anteriores.

Orden interno de preferencia o prelación para el cobro.

En contra cuanto ocurre respecto de los créditos preferentes especiales de carácter mobiliario (artículo 1.922), el artículo 1.923 referido a los inmobiliarios, al mismo tiempo que los enuncia establece tendencialmente el orden jerárquico de prelación en caso de concurrencia.

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La existencia de un régimen registral inmobiliario en la Ley Hipotecaria obligó al legislador “civil” a establecer la prelación entre créditos hipotecarios, créditos refaccionarios y créditos objeto de anotación preventiva conforme a las propias reglas hipotecarias: en definitiva, la prioridad temporal o antigüedad del correspondiente asiento registral. De la regulación de los artículos 1.923 y 1.927 puede resumirse diciendo que los grados de prelación entre los créditos preferentes sobre bienes inmuebles son los siguientes:

1º. Créditos a favor de las Administraciones Tributarias. 2º. Créditos a favor de los aseguradores. 3º. Créditos hipotecarios, refaccionarios y preventivamente anotados, conforme a la antigüedad del respectivo asiento.

4º. Créditos refaccionarios sin constancia registral. Estos créditos “gozarán de prelación entre sí por orden inverso de su antigüedad”.

g) Consecuencias del efectivo ejercicio de los créditos preferentes especiales

Los créditos preferentes de carácter especial ya sean mobiliarios ya inmobiliarios, afecta a un determinado bien que, una vez ejecutado (convertido en dinero líquido) sirve para pagar a sus titulares. Como hipótesis teórica el producto líquido del bien afecto puede coincidir con el importe del crédito cuyo ejercicio provoca su ejecución, sin embargo, puede pasar que ambos “valores” no coincidan. Superioridad del producto líquido.

En caso de superioridad del producto líquido, ordena el Código Civil en el artículo 1.928 que el importe restante “se acumulará a los bines libres que el deudor tuviere para el pago de los demás créditos”. En definitiva, el remanente del producto líquido fruto de la ejecución del bien especialmente afecto pasa a integrar el patrimonio del deudor. Satisfacción parcial del crédito preferente.

En caso de satisfacción parcial del crédito preferente, éste obviamente no puede subsistir como especial. De ahí que el Código ordene que será satisfecho conforme al orden establecido en el artículo 1.924. h) Los créditos preferentes generales

Una vez hechos efectivos los créditos preferentes especiales el restante patrimonio del deudor en su conjunto sirve para satisfacer los denominados créditos preferentes generales.

Se pagarán éstos conforme a la estricta y jerárquica enumeración establecida en el artículo 1.924: 1.º Los créditos a favor de la provincia o del Municipio, por los impuestos de la última

anualidad vencida y no pagada, no comprendidos en el artículo 1.923, número 1.º.

2.º Los devengados:

A. Por gastos de justicia y de administración del concurso en interés común de

los acreedores, hechos con la debida autorización o aprobación.

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B. Por los funerales del deudor, según el uso del lugar, y también los de su

cónyuge y los de sus hijos constituidos bajo su patria potestad, si no tuviesen

bienes propios.

C. Por gastos de la última enfermedad de las mismas personas, causados en el

último año, contado hasta el día del fallecimiento.

D. Por los salarios y sueldos de los trabajadores por cuenta ajena y del servicio

doméstico correspondientes al último año.

E. Por las cuotas correspondientes a los regímenes obligatorios de subsidios,

seguros sociales y mutualismo laboral por el mismo período de tiempo que

señala el apartado anterior, siempre que no tengan reconocida mayor

preferencia con arreglo al artículo precedente.

F. Por anticipaciones hechas al deudor, para sí y su familia constituida bajo su

autoridad, en comestibles, vestido o calzado, en el mismo período de tiempo.

G. Por pensiones alimenticias durante el juicio de concurso, a no ser que se

funden en un título de mera liberalidad.

3.º Los créditos que sin privilegio especial consten:

A. En escritura pública.

B. Por sentencia firme, si hubiesen sido objeto de litigio.

Estos créditos tendrán preferencia entre sí por el orden de antigüedad de las

fechas de las escrituras y de las sentencias.

Todos los créditos enumerados bajo los números 1º y 2º son, técnicamente hablando, privilegios. Al contrario, los créditos escriturarios o quirografarios del número 3º son supuestos de preferencia documental, no privilegios.

A partir de la entrada en vigor de la Ley Concursal de 2003 los apartados a y g quedarán derogados. i) El pago de los créditos comunes u ordinarios

La caracterización o definición de los créditos comunes la realiza el Código Civil por vía negativa: todos los créditos que no sean preferentes serán comunes u ordinarios.

Respecto de ellos, renace el principio de la par conditio creditorum y decae de forma definitiva el de prior tempore potior iure (artículo 1.925: sin consideración a sus fechas). Por consiguiente, su pago se llevará a cabo a prorrata. j) Recapitulación sobre ala concurrencia y prelación de créditos

El Código Civil y el Código de Comercio contienen reglas propias de prelación para su ámbito de aplicación. En general, son paralelas, pero no absolutamente coincidentes.

De otra parte, un abundante número de leyes posteriores (civiles, fiscales, laborales y administrativas) han ido introduciendo, más o menos forzadamente, cuñas en los sistemas de prelación de créditos propios de los Código Civil y de Comercio. Por ejemplo, las introducidas por Ley de Propiedad Horizontal; el privilegio salaria (Estatuto de los Trabajadores) y el carácter preferente de los créditos derivados de la propiedad intelectual o derecho de autor. Referencia a los procedimientos concursales

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La condición preferente del crédito la podrá hacer valer el acreedor,

judicialmente hablando, tanto en un procedimiento singular de ejecución cuanto en los juicios universales de concurso o quiebra.

Estos últimos son procedimientos judiciales de ejecución colectiva que tienen por objeto la enajenación de todos los bienes del deudor insolvente, para distribuir el producto líquido obtenido entre en sus acreedores, de acuerdo con las reglas de prelación.

Sustancialmente, el concurso de acreedores (regulado por el Código Civil) y la quiebra (regulada por el Código de comercio) son procedimientos idénticos, legalmente diversificados por razones históricas en atención a que el deudor insolvente sea o no comerciante.

La nueva Ley Concursal abandona semejante duplicidad procedimental y somete, exclusivamente, a concurso todas las situaciones de insolvencia que tal requieran. Pero provocando al mismo tiempo una situación aún más compleja, dada la inexistencia de la futura Ley de Prelación de Créditos y el mantenimiento de la regulación tradicional para las ejecuciones singulares.

Por tanto, una vez que se produzca su entrada en vigor, a partir de septiembre de 2004, la Ley Concursal regulará todas las situaciones de insolvencia. No obstante, las situaciones de insolvencia que generan meras ejecuciones singulares seguirán regidas por las normas ahora en vigor hasta el momento en que la previsión de la Ley de Prelación de Créditos sea una realidad.

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TEMA 9: LOS CUASICONTRATOS Y EL ENRIQUECIMIENTO INJUSTO:

1.- La categoría de los cuasicontratos:

El título XVI del libro IV del Código Civil, bajo la rúbrica general “De las obligaciones que se contraen sin convenio”, regula, en sendos capítulos, los cuasicontratos y la responsabilidad civil extracontractual. El artículo 1.887 afirma que “Son cuasicontratos los hechos lícitos y puramente voluntarios, de los que resulta obligado su autor para con un tercero y a veces una obligación recíproca entre los interesados”. Así pues, sus notas más relevantes:

• En los cuasicontratos se trata de hechos lícitos. • Se trata de hechos voluntarios, es decir, de actos jurídicos que son llevados a

cabo sin que el sujeto actuante esté obligado en forma alguna a realizarlos. • Son fuente de obligaciones.

Error histórico e intrascendencia de la categoría.

La aparición de la noción de cuasicontrato es una “cuestión de simetría” cristalizada en las Instituciones de Justiniano. La cohorte de juristas que se encontraban a su servicio, llegado el momento de clasificación de las fuentes de obligaciones, creyeron conveniente superar, mediante mayor precisión, la tradicional división de las obligaciones realizadas por Gayo. La admisión por el Código Civil francés de este término y de la categoría supuso la consagración normativa de un verdadero desatino que posteriormente se incorporó a la codificación española. La asunción del error histórico no fue seguida por el BGB, ni por los códigos a los que ha servido de modelo y optó por regular la gestión de negocios ajenos como una subsección del contrato de mandato y por reconocer al pago de lo indebido como una mera derivación del enriquecimiento injusto.

La cuestión de los cuasicontratos atípicos

Si la categoría del cuasicontrato es superflua dentro de nuestro sistema normativo, resultará llamativo que puedan calificarse como cuasicontratos atípicos otros casos distintos de los legalmente reseñados. Dos sentencias del Tribunal Supremo originaron el problema al entender que cabía hablar de cuasicontratos innominados de determinados supuestos que, sin encajar en los moldes legales de la gestión de negocios ni del cobro de lo indebido, exigían una solución en equidad que era similar a la que se hubiera derivado de su conceptuación como cuasicontratos.

Actualmente, la mejor doctrina considera que se trata de un problema irreal y falsamente planteado, pues la justicia material requerida por algunos supuestos fácticos que escapan a las previsiones legales propias de la gestión de negocios ajenos y del cobro de lo indebido no debe buscarse mediante el recurso a la discutidísima categoría de los cuasicontratos atípicos, sino haciendo valer en su caso el enriquecimiento injusto.

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2.- La gestión de negocios ajenos sin mandato:

Nuestro Código describe básicamente la esencia de la figura en la primera parte del artículo 1.888 presuponiendo su existencia cuando uno “se encarga voluntariamente de la agencia o administración de los negocios de otro, sin mandato de éste”. La gestión de negocios ajenos se dará en aquellos casos en que una persona, mediante una intervención de carácter voluntario y sin autorización alguna del interesado, asume la carga de adoptar decisiones respecto de los asuntos de otro. Al primero de ellos se le denomina gestor. Al interesado en la gestión lo denomina el Código “dueño” (dominus). SECCIÓN PRIMERA. De la gestión de negocios ajenos. Artículo 1888 El que se encarga voluntariamente de la agencia o administración de los negocios de otro, sin mandato de éste, está obligado a continuar su gestión hasta el término del asunto y sus incidencias, o a requerir al interesado para que le sustituya en la gestión, si se hallase en estado de poder hacerlo por sí. Artículo 1889 El gestor oficioso debe desempeñar su encargo con toda la diligencia de un buen padre de familia, e indemnizar los perjuicios que por su culpa o negligencia se irroguen al dueño de los bienes o negocios que gestione. Los Tribunales, sin embargo, podrán moderar la importancia de la indemnización según las circunstancias del caso. Artículo 1890 Si el gestor delegare en otra persona todos o algunos de los deberes de su cargo, responderá de los actos del delegado, sin perjuicio de la obligación directa de éste para con el propietario del negocio. La responsabilidad de los gestores, cuando fueren dos o más, será solidaria. Artículo 1891 El gestor de negocios responderá del caso fortuito cuando acometa operaciones arriesgadas que el dueño no tuviese costumbre de hacer, o cuando hubiese pospuesto el interés de éste al suyo propio. Artículo 1892 La ratificación de la gestión por parte del dueño del negocio produce los efectos del mandato expreso. Artículo 1893 Aunque no hubiese ratificado expresamente la gestión ajena, el dueño de bienes o negocios que aproveche las ventajas de la misma será responsable de las obligaciones contraídas en su interés, e indemnizará al gestor los gastos necesarios y útiles que hubiese hecho y los perjuicios que hubiese sufrido en el desempeño de su cargo. La misma obligación le incumbirá cuando la gestión hubiera tenido por objeto evitar algún perjuicio inminente y manifiesto, aunque de ella no resultase provecho alguno. Artículo 1894 Cuando, sin conocimiento del obligado a prestar alimentos, los diese un extraño, éste tendría derecho a reclamarlos de aquél, a no constar que los dio por oficio de piedad y sin ánimo de reclamarlos. Los gastos funerarios proporcionados a la calidad de la persona y a los usos de la localidad deberán ser satisfechos, aunque el difunto no hubiese dejado bienes, por aquellos que en vida habrían tenido la obligación de alimentarle.

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a) Requisitos o presupuestos de la gestión de negocios ajenos. Características más relevantes de la gestión de negocios ajenos:

1. Actuación voluntaria del gestor. El actor actúa por iniciativa propia, considerando que la situación fáctica existente justifica su intervención en la esfera ajena.

2. Actuación espontánea del gestor. La intervención del gestor en la esfera ajena

se caracteriza por producirse en razón de su propia iniciativa, sin encontrarse obligado a ello, ni estar particularmente autorizado por el dominus. No hace ninguna referencia el Código a la posible oposición del dominus a la actividad gestoría, presumiendo quizá que la mayor parte de los supuestos característicos de gestión de negocios ajenos eran poco propicios al conocimiento y posible oposición del dominus a la actividad del gestor. No obstante, es claro que la gestión de negocios ajenos excluye cualquier supuesto den el que el titular de los asuntos excluya la intervención ajena.

3. Actuación lícita. Aunque el articulado específico de la gestión de negocios

ajenos no haga particular insistencia sobre el particular, es necesario que la actuación del gestor consista en actos de indiscutible licitud.

4. Actuación útil. La gestión requiere ser útil al dominus. Dicha utilidad debe

predicarse en sentido objetivo como manifestación de una actuación que, en términos generales, habría de considerarse beneficiosa para el dominus en la generalidad de los supuestos.

5. Actuación desinteresada. La gestión de negocios ajenos presupone el carácter

altruista y, por tanto, debe encontrarse privada de interés alguno por parte del gestor. Dicho desinterés o desprendimiento, sin embargo, no conlleva que el gestor haya de soportar los gastos o pérdidas que pueda generarle la gestión de negocios ajenos, pues nada autoriza a pensar que el gestor debe actuar con ánimo de liberalidad. En la regulación del Código Civil dicho ánimo liberal se encuentra excluido.

b) Régimen normativo básico.

El gestor, una vez iniciada la gestión, se encuentra vinculado por su propia decisión de inmiscuirse en los asuntos ajenos, debiendo observar una conducta acorde con los intereses del dominus. Éste, por su parte y por principio, no despliega papel alguno en el comienzo de la gestión, sin embargo, una vez concluida o, al menos, una vez iniciada la gestión puede quedar obligado a compensar o indemnizar al gestor de los gastos suplidos o de las pérdidas sufridas.

En caso de pluralidad de gestores, el artículo 1.980,2 impone de forma taxativa la responsabilidad solidaria. Dicha norma contrasta precisamente con la paralela prevista para el mandato según la cual “la responsabilidad de dos o más mandatarios, aunque hayan sido instituidos simultáneamente, no es solidaria, si no se ha expresado así”.

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c) Obligaciones del gestor.

El gestor actúa de forma espontánea y, por tanto, sin estar obligado a desempeñar conducta alguna a favor del dominus. Más desde el preciso momento en que el gestor se introduce en la esfera ajena, nacen una serie de obligaciones a las que queda vinculado por disposición legal:

1. La continuidad de la gestión (artículo 1.888) 2. El deber de diligencia (artículo 1.889). La exigencia del canon subsidiario de

diligencia supone que el gestor, por principio, no será responsable más que cuando los daños irrogados al dominus procedan de su actuación negligente, conforme a las reglas generales. Sin embargo, dicho régimen de responsabilidad se puede ver agravado en dos supuestos concretos: cuando el gestor lleve a cabo operaciones arriesgadas que el dueño no tuviese costumbre de hacer y cuando el gestor posponga el interés del dominus al lucro o provecho propio.

3. La responsabilidad por delegación. El artículo 1.890 contempla la posibilidad de que el gestor delegue en otra persona la ejecución de “todos o algunos de los deberes a su cargo”. Cabe, pues, tanto la delegación total cuanto parcial de las actividades propias del gestor oficioso. En todo caso, responderá el gestor de todos los actos del delegado, sin perjuicio de la obligación directa de éste para con el propietario del negocio.

d) Obligaciones del dominus

Por razones de justicia material, los gatos sufragados y las pérdidas sufridas por el gestor pueden verse correspondidos por el debido resarcimiento a cargo del dominus que se ha beneficiado de la gestión. A este planteamiento responde la regulación del Código Civil que declara obligado al dominus en tres casos:

1. Ratificación de la gestión. El artículo 1.892 dispone que la ratificación de la gestión por parte del dueño del negocio produce los efectos del mandato expreso. Ratificar significa “dar por buena” la gestión realizada, y por tanto, asumir las consecuencias de la misma. La ratificación puede realizarla el dominus tanto de forma expresa como tácita.

2. La gestión útil o provechosa. El artículo 1.983 establece que “aunque no hubiere ratificado expresamente la gestión ajena, el dueño de bienes o negocios que aproveche las ventajas de la misma será responsable...”, identificando así el supuesto que la gestión le resulte útil. Por lo tanto, el dominus ha de considerarse responsable de las obligaciones contraídas por el gestor, ha de indemnizar a éste de los gastos necesarios y útiles que hubiese hecho y ha de afrontar los perjuicios que el gestor haya sufrido en el desempeño de su cargo.

3. La gestión precautoria. Igualmente es contemplada en sentido objetivo la gestión de negocios ajenos (gestión precautoria) que tiene por fundamento la evitación de un daño inminente y manifiesto. La objetividad viene dada ahora no por el hecho de que el dominus obtenga

aprovechamiento positivo alguno de la gestión, sino porque la iniciativa del gestor encuentre su fundamento en la evitación de algún mal inminente y manifiesto.

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El carácter manifiesto del mal requiere la existencia de circunstancias que, de forma objetiva y generalizada, justifiquen la intervención gestoría de cualquier persona. La inminencia del perjuicio, obviamente, está referida al hecho de que la evitación del mismo exija la intervención gestoría ajena de forma temporánea o precisa, ya que su dilación supondría el efectivo acaecimiento perjudicial o dañino para el dominus.

e) Supuestos especiales de gestión.

El artículo 1.894 contempla y regula dos casos especiales de gestión de negocios ajenos atendiendo al hecho de que el gestor satisface los gastos alimenticios o los gastos funerarios de una persona, para establecer quién debe responder de ellos frente al gestor. Cabe hablar pues de gestión alimenticia y gestión funeraria.

3.- El cobro o pago de lo indebido Concepto y presupuestos.

La sección segunda del capítulo dedicado a los cuasicontratos (artículos 1.895 a 1.901) tiene por objeto la regulación del “cobro de lo indebido” que tradicionalmente había sido denominado “pago de lo indebido”. Según el artículo 1.985 “Cuando se recibe alguna cosa que no había derecho a cobrar, y que por error ha sido indebidamente entregada, surge la obligación de restituirla”. No obstante, hablar de “pago de lo indebido” o de “cobro de lo indebido” resulta intrascendente, pues en definitiva es una mera cuestión de perspectiva de un mismo acto jurídico que, en los sustancial, consiste en que alguien, por incurrir en error, paga algo que no debe o más de lo que debe o a quien no debe.

La doctrina y jurisprudencia suelen indicar que en los supuestos de hecho del pago de lo indebido deben darse tres requisitos: pago efectivo con animus solvendi, inexistencia de vínculo obligatorio entre solvens y accipiens o inexistencia de obligación entre quien paga y quien recibe, y error por parte de quien hizo el pago. SECCIÓN SEGUNDA Del cobro de lo indebido Artículo 1895 Cuando se recibe alguna cosa que no había derecho a cobrar, y que por error ha sido indebidamente entregada, surge la obligación de restituirla. Artículo 1896 El que acepta un pago indebido, si hubiera procedido de mala fe, deberá abonar el interés legal cuando se trate de capitales, o los frutos percibidos o debidos percibir cuando la cosa recibida los produjere. Además responderá de los menoscabos que la cosa haya sufrido por cualquier causa, y de los perjuicios que se irrogaren al que la entregó, hasta que la recobre. No se prestará el caso fortuito cuando hubiese podido afectar del mismo modo a las cosas hallándose en poder del que las entregó. Artículo 1897 El que de buena fe hubiera aceptado un pago indebido de cosa cierta y determinada, sólo responderá de las desmejoras o pérdidas de ésta y de sus accesiones, en cuanto por ellas se hubiese enriquecido. Si las hubiese enajenado, restituirá el precio o cederá la acción para hacerlo efectivo. Artículo 1898 En cuanto al abono de mejoras y gastos hechos por el que indebidamente recibió la cosa, se estará a lo dispuesto en el título V del libro segundo.

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Artículo 1899 Queda exento de la obligación de restituir el que, creyendo de buena fe que se hacía el pago por cuenta de un crédito legítimo y subsistente, hubiese inutilizado el título, o dejado prescribir la acción, o abandonado las prendas, o cancelado las garantías de su derecho. El que pagó indebidamente sólo podrá dirigirse contra el verdadero deudor o los fiadores respecto de los cuales la acción estuviese viva. Artículo 1900 La prueba del pago incumbe al que pretende haberlo hecho. También corre a su cargo la del error con que lo realizó, a menos que el demandado negare haber recibido la cosa que se le reclame. En este caso justificada por el demandante la entrega, queda relevado de toda otra prueba. Esto no limita el derecho del demandado para acreditar que le era debido lo que se supone que recibió. Artículo 1901 Se presume que hubo error en el pago cuando se entregó cosa que nunca se debió o que ya estaba pagada; pero aquél a quien se pida la devolución puede probar que la entrega se hizo a título de liberalidad o por otra causa justa.

a) La realización del pago con animus solvendi.

La figura del pago de lo indebido no está limitada a la obligación de dar propiamente dicha, de entregar una cosa específica y determinada, sino que puede consistir en cualquier otra prestación, siempre y cuando se lleve a cabo con ánimo solutorio.

b) La inexistencia de obligación: el indebitum.

Otro supuesto de pago de lo indebido viene representado por la inexistencia, en relación con el pago realizado, de vínculo obligatorio alguno entre solvens y accipiens. La inexistencia de deuda provoca el indebitum.

Se habla de indebitum ex re o en sentido objetivo para poner de manifiesto que el pago realizado es indebido por no existir nadie que tuviera derecho a reclamar efectivamente el pago realizado o por no tener obligación alguna el solvens de llevar a cabo la prestación ejecutada. Ocurrirá así, por ejemplo, en el caso de deudas extinguidas, total o parcialmente, a consecuencia del efecto automático de la compensación.

Los supuestos de indebitum ex persona sitúan al pago de lo indebido en coordenadas de carácter subjetivo: la obligación correspondiente al pago existe y es cieryta, pero recibe quien no es acreedor (y, por tanto, nada tiene que reclamar al deudor) o lleva a cabo la prestación quien no es deudor (a quien, por tanto, el acreedor-accipiens nada podía exigir).

c) El error del solvens.

Es presupuesto necesario para la calificación de pago de lo indebido que el solvens haya intervenido por error, por equivocación. Nuestro Código exige tal requisito en el artículo 1.985, al tiempo que establece una presunción general de error en el artículo 1.901.

Dispone este último que “Se presume que hubo error en el pago cuando se entregó cosa que nunca se debió o que ya estaba pagada; pero aquél a quien se pida la

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devolución puede probar que la entrega se hizo a título de liberalidad o por otra causa justa”.

La obligación de restitución.

La consecuencia fundamental del pago de lo indebido estriba en que, para el accipens, surge la obligación de restituir. El alcance y la extensión objetiva de la obligación de restitución es diverso en dependencia de la buena fe o mala fe del accipiens. La buena fe del accipiens puede determinar también la inexistencia de la obligación de restituir en sí misma considerada en los supuestos contemplados en el artículo 1.899.

Establece esta norma la “exención de la obligación de restituir” cuando el verdadero acreedor, de buena fe y entendiendo que el pago correspondía a un crédito legítimo y subsistente del que es titular, lleve a cabo cualquiera de los siguientes actos:

� Inutilización del título correspondiente al derecho de crédito. � Dejar transcurrir el plazo de prescripción sin reclamar por el crédito (por

entenderlo ya pagado). � Abandono de las prendas. � Cancelación de las garantías de su derecho.

El alcance objetivo de la obligación de restitución para el accipiens de buena fe se encuentra regulado en el artículo 1.897. Contempla esta norma en exclusiva la restitución de una “cosa cierta y determinada”, esto es, de una cosa específica, estableciendo que el accipiens de buena fe “solo responderá de las desmejoras o pérdidas de éstas y de sus accesiones, en cuanto por ellas se hubiese enriquecido. Si la hubiese enajenado, restituirá el precio o cederá la acción para hacerlo efectivo”.

Naturalmente, en caso de mala fe del accipiens, su responsabilidad por pérdida o deterioro de la cosa que ha de devolver se ve agravada. Si la prestación consistió en dinero, al principal habrán de añadirse los correspondientes intereses legales, si la cosa (genérica o específica) era fructífera, junto a ella habrá de entregar tanto los frutos generados cuanto los que, en condiciones normales, se hubieran debido de producir. En relación con la pérdida, deterioro o menoscabo de la cosa, el artículo 1.986 somete al accipiens de mala fe a un régimen especialmente riguroso. Deberá éste afrontar:

1º. Los menoscabos que haya sufrido la cosa por cualquier causa, incluido el caso fortuito.

2º. Los perjuicios que se irrogaren al solvens hasta que la recobre, es decir, hasta el preciso momento en que la cosa vuelva a la posesión del solvens.

Aplicación de las normas sobre la liquidación del estado posesorio.

El artículo 1.898 dispone que “en cuanto al abono de mejoras y gastos hechos por el que indebidamente recibió una cosa se estará a lo dispuesto en el título V del libro II” (de la posesión).

La utilización de una cosa conlleva normalmente una serie de gastos que pueden ser o no reintegrables al poseedor que deja de serlo. El criterio fundamental para ello sigue siendo la buena o la mala fe.

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� Gastos necesarios. Son denominados así porque su ejecución va ligada a la

propia conservación de la cosa o a la obtención de su natural rendimiento. Sólo el poseedor de buena fe tiene derecho de retención, esto es, el derecho a seguir poseyendo material, efectiva y legítimamente al cosa, mientras no se satisfagan tales casos.

� Gastos útiles o mejoras. Para el Código Civil gastos útiles son aquellos que

conllevan un incremento del valor de la cosa. Para reintegrarse del importe de los gastos realizados en mejoras, el poseedor de buena fe cuanta a su favor con el derecho de retención. Respecto al poseedor de mala fe el Código Civil no se pronuncia de forma expresa en relación con los gastos útiles. La opinión mayoritaria entiende que no deberán serle abonados.

� Gastos suntuarios. El Código Civil habla de “gastos de puro lujo o mero recreo” o de “gastos hechos en mejoras de lucro y recreo” para referirse a los que doctrinalmente se denominan gastos suntuarios. El concepto es claro: son gastos provocados sólo por el afán de lujo, sin que supongan aumentar el rendimiento económico de la cosa fructífera a que benefician o el valor de las cosas no fructíferas. Los gastos suntuarios no son abonables al poseedor de mala fe ni tampoco al poseedor de buena fe.

Por ello, la opción del Código es permitir que el poseedor que ha efectuado

gastos de carácter suntuario pueda llevarse los adornos y ornamentos añadidos a la cosa principal. Ahora bien, tanto en el caso de posesión de mala fe cuanto de buena fe, para que el poseedor pueda retirar los adornos han de darse dos requisitos:

1º. Que la cosa principal no sufra deterioro por la separación de los adornos u

ornamentos que en su día se le incorporaron. 2º. Que el sucesor en la posesión no prefiera quedarse con los adornos

incorporados abonando: el importe de lo gastado en su día, en caso de poseedor de buena fe, o el valor que tengan en el momento de entrar en la posesión, en caso de poseedor de mala fe.

4.- El enriquecimiento injusto:

Antecedentes y fundamento de la prohibición del enriquecimiento injusto.

El sistema romano clásico perfiló una serie de acciones tendentes a procurar que, en ningún caso, se produjeran situaciones de enriquecimiento patrimonial que se encontraran privadas de causa y fundamento. En nuestra legislación histórica, la profunda inspiración romanista de la Partidas hace que aparezca expresamente la condición de que “ninguno debe enriquecerse torticeramente con daño de otro”. Sin embargo, llegado el momento de la codificación, no se reguló expresamente una acción de enriquecimiento, ni se dedicó artículo alguno a la erradicación del enriquecimiento injusto.

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El fundamento de la obligación dimanante del enriquecimiento injusto ha sido discutidísimo en la doctrina. La jurisprudencia del Tribunal Supremo parece cimentarse sobre todo en razones de equidad. Más, dado que la equidad requiere en nuestro sistema una norma expresa y habilitante en cada caso, la mayor parte de las sentencias suelen argumentar trayendo a colación la idea del principio general del Derecho.

La doctrina, una vez admitido el principio general, pone de manifiesto que la obligación de resarcimiento del que se ha enriquecido torticeramente a consta de otro constituye el fundamento último de numerosas disposiciones del Código Civil.

Presupuestos, formas y efectos del enriquecimiento injusto.

La entrada en juego del enriquecimiento injusto exige inexcusablemente (según la doctrina reiterante del Tribunal Supremo) la concurrencia de tres requisitos:

1º. Un enriquecimiento patrimonial que puede consistir tanto en un incremento patrimonial como en la evitación de una disminución por el concepto de daños o de gastos.

2º. Insistencia de causa. Que para ser injusto o sin causa, carezca de toda razón jurídica. Es decir se trata simplemente de que no exista hecho, acto o situación alguna que justifique el desplazamiento patrimonial, una razón de ser que, además de ser lícita, lo justifique.

3º. Que, en correlación con el enriquecimiento, se produzca un paralelo empobrecimiento en el patrimonio de otra persona, con el efecto de haberse de restituir o resarcir.

4º. El enriquecimiento de una de las partes y el enriquecimiento de la otra deben encontrarse estrechamente interconectados o ser entre sí interdependientes.

Las consecuencias propias de las situaciones de enriquecimiento injusto radican en procurar el reequilibrio patrimonial de los sujetos afectos por las situaciones de enriquecimiento sin causa. Por tanto, el empobrecido, demandante, reclamará al enriquecido ora los bienes que se hayan podido incorporar a su patrimonio, ora una cifra dineraria.

La obligación de restituir no puede exceder de la medida del enriquecimiento. En el caso de pluralidad de deudores, ha de configurarse como solidaria.

La acción de enriquecimiento es una acción personal. Por tanto, en cuanto no se

encuentra regulada especialmente, en la relación con la prescripción debe entenderse que rige el plazo general de los quince años previstos en el artículo 1.964

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TEMA 10: LA RESPONSABILIDAD EXTRA - CONTRACTUAL:

1.- El Derecho de daños:

Las obligaciones no se derivan sólo de los contratos, sino que nacen también a consecuencia de ciertos “actos y omisiones ilícitos o en que intervenga cualquier tipo de culpa o negligencia” Conforme a ello, cualquier acto ilícito que ocasione o depare un daño cualquiera a otro sujeto de Derecho debe conllevar el nacimiento de la consiguiente obligación de reparar o indemnizar dicho daño.

La Lex Aquilia consagró por primera vez la posibilidad de que el daño inferido a las cosas permitiese a su propietario reclamar una reparación equivalente al valor máximo que aquéllas adquiriesen durante los treinta días siguientes a la producción del daño. Pero ni bajo la Lex Aquilia ni en el sistema justinianeo hubo una regla general que conectara el daño a la responsabilidad como se consagra definitivamente en la Codificación.

La responsabilidad extracontractual surge cuando alguien ocasiona daño a una persona (o a su patrimonio) de forma injustificada y por tanto debe pechar por ello, aunque hasta entonces no hubiera relación alguna entre ambas.

La responsabilidad contractual es la dimanante del incumplimiento del contrato en cuya virtud el Ordenamiento jurídico pone a disposición del contratante defraudado toda suerte de medios y mecanismos para conseguir la debida indemnización a cargo del contratante incumplidor.

La responsabilidad extracontractual es una derivación inmediata de la realización de un acto ilícito que, a su vez, causa daño a otra persona o la esfera jurídica propia de otra persona. En consecuencia, las personas interesadas en la responsabilidad extracontractual son por principio extrañas entre sí. A la responsabilidad extracontractual se le denomina responsabilidad civil con la pretensión de contraponerla a la responsabilidad penal. La razón de ello radica en que, aunque hablando en términos generales, los actos ilícitos en sentido amplio resulten siempre reprobables para el Ordenamiento jurídico, no todos ellos merecen el mismo tratamiento y una sanción

Los actos ilícitos, por tanto, pueden ser ora de carácter puramente civil, ora de naturaleza penal. Estos últimos son considerados delitos o faltas en atención a su gravedad y a la lesión no sólo de bienes patrimoniales de terceras personas, sino en cuanto infringe o alteran el orden público. El Ordenamiento jurídico, en consecuencia, tipifica y sanciona las conductas delictivas con medios propios y específicos, contemplados en el Código Penal, dejando aparte el hecho de que la responsabilidad extracontractual puede ser accesoria de la responsabilidad penal propiamente dicha. El Código Civil establece en el artículo 1.092 que “las obligaciones que nazcan de los delitos o faltas se regirán por las disposiciones del Código Penal”, para disponer en el siguiente artículo que la responsabilidad extracontractual derivada de los “actos u omisiones en que intervenga culpa o negligencia no penadas por la ley”

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(esto es, los llamados ilícitos civiles) y se regularán por los artículos 1.092 y siguientes del propio Código Civil.

En el caso de que el proceso penal culmine mediante sentencia condenatoria, ésta deberá pronunciarse de forma inexcusable sobre la responsabilidad civil dimanante del ilícito penal, salvo si el querellante se reservó, en la propia querella, el posterior ejercicio de la acción civil a efectos de la reparación del daño producido. Si el proceso penal termina mediante sentencia absolutoria, a partir de la firmeza de ésta comienza a contar el plazo de prescripción de la posible acción civil de resarcimiento de los daños sufridos por el perjudicado. La sentencia penal, pues, no genera el efecto de cosa juzgada respecto de la responsabilidad civil, ni la inexistencia de ilícito penal implica la inexistencia de responsabilidad extracontractual que, a continuación, puede ser exigida por la víctima del daño.

La promulgación de la Ley Orgánica 5/2000, de 12 de enero, reguladora de la responsabilidad penal de los menores, supone un incremento del arco de eventuales responsables penales: conforme a ella cabe “exigir la responsabilidad de las personas mayores de catorce y menores de 18 por la comisión de hechos tipificados como delitos

o faltas en el Código Penal o en las leyes penales especiales”. El responsable penal menor de edad implica la consiguiente responsabilidad civil a sus representantes legales. a) Responsabilidad civil y el denominado “derecho de daños “Derecho de daños” es la traducción literal de la expresión anglosajona law of torts, el cual engloba en sí el tratamiento general de la jurisprudencia sobre los distintos supuestos de responsabilidad extracontractual. Por consiguiente, hablar de ésta o utilizar la expresión “Derecho de daños” poco o nada añaden al fondo de la cuestión, que consiste en el estudio de un subsector del Derecho privado patrimonial en el que el nacimiento de las obligaciones se produce a consecuencia de la realización de una serie de actuaciones y omisiones de carácter negligente que conllevan la necesidad de reparación a favor del perjudicado. b) Fundamentos y sistemas de responsabilidad extracontractual

La nota característica básica de la responsabilidad extracontractual radica sin duda en al producción de un daño que debe ser objeto de reparación, sin que se requiera la existencia de vínculo obligatorio o relación jurídica alguna entre el autor del daño y la víctima del mismo. Esto es, la obligación de reparar no surge del incumplimiento de una obligación previamente existente, sino del mero hecho de haberse producido un daño. De ahí el tenor literal del artículo 1.902 el Código Civil que establece sencillamente que “el que por acción u omisión causa daño a otro, interviniendo culpa o negligencia, está en dicho precepto se establece paladinamente un sistema de responsabilidad subjetiva, en el que la responsabilidad civil, una vez producido el daño, se hace derivar directamente de la culpa en que haya incurrido el autor de la acción u omisión que merece la calificación de ilícito civil. El resultado dañoso para un tercero y la actuación (u omisión) culposo del agente sería presupuestos necesarios e ineludibles de la generación de la responsabilidad extracontractual.

Frente a dicho criterio otras disposiciones normativas establecen un sistema de responsabilidad objetiva, en el que, con carácter general, la obligación de resarcimiento se genera simplemente por la relación de causalidad entre la actuación (activa u

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omisiva) del agente y el daño producido, independientemente de todo elemento de intencionalidad o falta de diligencia (esto es, culpa) del agente. Bastaría pues que se produjera cualquier daño para que el responsable del mismo, aun sin culpa alguna, hubiera de indemnizar a la víctima. Nuestro Derecho ha de ser incluido dentro de la concepción del Derecho moderno que, en principio, conserva el dogma de la responsabilidad culposa o subjetiva.

3.- Presupuestos de la responsabilidad: el acto ilí cito, el daño y el nexo causal. El artículo 1.902 condena a la reparación del daño a todo aquel que provoque daños a otros, pero sólo y en tanto en cuanto haya intervenido culpa o negligencia.

Acción u omisión dañosa.

La responsabilidad extracontractual presupone la existencia de una acción o una omisión de una persona, siendo, por tanto indiferente para los efectos de la responsabilidad que la falta o el acto se realice por medio de un hecho activo o de una simple abstención.

La acción del causante del daño puede consistir tanto en un acto propiamente dicho (por tanto, consciente y voluntario) cuanto en un hecho de carácter involuntario. Ilicitud o antijuridicidad.

Para que la acción u omisión produzca la obligación de reparar el daño, suele afirmarse que es necesario que sea ilícita o antijurídica, es decir, contraria a Derecho. Sin embargo, el artículo 1.902 no recoge indicación alguna sobre dicho presupuesto, requiriendo sólo que en la conducta del agente intervenga cualquier género de culpa o negligencia.

Es antijurídica cualquier conducta (lícita o no) que acarree daño para tercero y sólo dejará de serlo cuando concurra a favor del sujeto responsable de alguna de las causas que excluyen la antijuridicidad y que, por consiguiente, exoneran de responsabilidad al sujeto actuante, que serían las siguientes:

a) Los casos de legítima defensa o estado de necesidad.

El número cuarto del artículo 20 del Código Penal identifica la legítima defensa con la actuación de cualquiera “en defensa de la persona o derechos, propios o ajenos, siempre que concurran los requisitos siguientes:

1º. Agresión ilegítima. 2º. Necesidad racional del medio empleado para impedirla o repelerla y 3º. Falta de provocación suficiente por parte del defensor”.

Por su parte, el artículo 20.5 del Código Penal considera como causa eximente de

la responsabilidad penal la actuación de quien “en estado de necesidad, para evitar un mal propio o ajeno, lesione un bien jurídico de otra persona o infrinja un deber, siempre que concurran los siguientes requisitos:

1º. Que el mal causado no sea mayor que el que se trate de evitar,

2º. Que la situación de necesidad no haya sido provocada intencionadamente

por el sujeto y,

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3º. Que el necesitado no tenga, por su oficio o cargo, obligación de

sacrificarse”.

b) El consentimiento o la culpa exclusiva de la víctima. Debe considerarse igualmente inexistente la responsabilidad extracontractual

cuando el daño se causa con consentimiento de la víctima o a causa de la denomina culpa exclusiva de la víctima. Es inexcusable que dicho consentimiento no sea contrario a una prohibición legal, o a las buenas costumbres, o no sea ineficaz por cualesquiera otras razones.

c) El correcto ejercicio de un derecho. Cuando el sujeto responsable obre (acción) o adopte una conducta omisiva en

virtud de un derecho, cuyo ejercicio comporte un daño o cualquier tipo de perjuicio para un tercero, se afirma por lo general que debe considerarse igualmente inexistente la responsabilidad extracontractual.

No obstante, el ejercicio de un derecho tampoco puede considerarse indiscriminadamente como causa excluyente de la responsabilidad, pues si su puesta en ejecución comprota un uso abusivo del derecho, este mismo ejercicio puede constituir un acto ilícito.

Referencia al daño moral.

El propio artículo 1.902 impone este elemento de la responsabilidad extracontractual y la jurisprudencia reiterada exige la existencia y prueba del daño para la procedencia de la indemnización de daños y perjuicios. La prueba del daño efectivamente acaecido corresponde al demandante, el cual coincidirá normalmente con la propia víctima o sus representantes.

El daño, pues, debe ser ante todo real, cierto y existente. Los daños materiales (o patrimoniales) deben ser objeto de reparación de forma indiscutible, entre otras razones porque son susceptibles tanto de reparación específica cuanto de reparación pecuniaria. Los daños morales se definen como aquellos que afectan a los bienes o derechos inmateriales de las personas, como la libertad, la salud, el honor, etc., extraños a la noción de patrimonio y que no repercuten, cuanto menos de modo inmediato, sobre éste.

Pues bien, la doctrina y la jurisprudencia tienen a admitir que todo daño, material (patrimonial) o moral, siempre que sea real y demostrado, da lugar a reparación. En efecto la Ley Orgánica 1/1982, de 5 de mayo, de Protección Civil del Derecho al Honor, a la Intimidad Personal y Familiar y a la Propia Imagen, se pronuncia abiertamente a favor de la susceptibilidad de indemnización de daños y perjuicios en los casos de daño moral. En similar sentido, la Ley de Propiedad Intelectual, acoge textualmente la expresión de daño moral e impone la correspondiente indemnización.

La cuestión teórico-práctica que hoy cabe plantearse en relación con las obligaciones extracontractuales estriba en determinar si el daño moral y el daño material deben englobarse bajo un mismo concepto (el de daño) o si, por el contrario, responden a dos conceptos diferentes. Según la doctrina más autorizada, es preferible pronunciarse en el último de los sentidos expuestos, pues sólo el daño patrimonial puede ser

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propiamente “resarcido”, mientras que los daños morales, no patrimoniales, no son resarcibles, sino sólo, en algún modo, “compensables”.

Respecto a la cuantía concreta de los daños causados por la conducta del responsable (y de la consiguiente indemnización), es superfluo advertir que, una vez probados y acreditados, hay que estar al prudencial criterio del juzgador, pues no existe previsión normativa capaz de englobar la riqueza de supuestos de hecho.

.

El presupuesto causal: la relación de causalidad

Causas y concausas.

La mera lectura del artículo 1.902 evidencia que entre la acción u omisión del agente y el daño inferido a la víctima debe existir un nexo causal, una relación de causa-efecto que, doctrinalmente, se conoce con el nombre de relación de causalidad.

En términos prácticos la denominada relación de causalidad origina numerosos problemas, sobre todo en los supuestos en que concurran varias causas (concausas) a producir el daño final a considerar. Determinar sobre quién o quiénes ha de pesar la reparación del daño no es cuestión sencilla.

Ante ello, la doctrina (penalista y civilista) ha propuesto en términos teóricos diversas opciones de solución, aunque realmente son insatisfactorias para resolver al multiplicidad de supuestos prácticos que se plantean cotidianamente.

Tesis doctrinales sobre la causalidad.

a) Teoría de la equivalencia de las condiciones. Propúgnala la consideración de todas y cada una de las diversas concausas que

hayan contribuido a la producción del resultado dañoso siempre y cuando éste no hubiera acaecido de falta algunas de las condiciones o circunstancias que hayan estado presentes en el supuesto de hecho. De tal manera, se identifica esta tesis con la de la conditio sine qua non: esto es, sólo se tendrán en cuenta aquellas circunstancias cuya concurrencia ha sido determinante en el resultado dañoso, o dicho en forma negativa, que de no haberse dado hubieran provocado la ausencia de resultado dañoso alguno.

b) Teoría de la adecuación o de causa adecuada.

Otros autores consideran que la causa-origen del daño sólo puede determinarse atendiendo a la adecuación entre aquélla y éste. Si el daño objetivamente contemplado era de esperar como una derivación natural del curso de los acontecimientos, en tal caso podrá hablarse de relación causal.

c) Teoría de la causa próxima.

La jurisprudencia inglesa habla de la necesidad de que entre el daño y la serie de concausas haya una relación de proximidad, de tal forma que posibles causas de origen remoto deban ser desechadas.

d) Teoría de la causa suficiente.

La jurisprudencia española prefiere hablar en algunos casos de causa eficiente que son las verdaderamente determinantes del resultado dañoso.

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Consideración jurisprudencial de la relación de causalidad.

La inexistencia de norma alguna sobre el particular en el Código Civil hace que el Tribunal Supremo se incline generalmente por afirmar que la existencia de varias causas generadoras del daños habrá de ser valorada en cada caso por los Jueces, aun reconociendo al mismo tiempo que no sólo la última causa e inmediata ha de ser tenida en cuenta en la atribución de responsabilidad extracontractual.

El Tribunal Supremo ha mostrado un exquisito cuidado en no adscribirse de manera exclusiva a ninguna de las teorías doctrinales reseñadas, optando al contrario por resaltar el insuperable casuismo de la materia que, a efectos de establecer el nexo causal entre la conducta (activa u omisiva) del agente y el daño producido, ha de inspirarse en la valoración de las condiciones o circunstancias que el buen sentido señale en cada caso, con abstracción de todo exclusivismo doctrinal.

4.- Criterios de imputación y de exoneración de res ponsabilidad.

Es obvia la necesidad de que la acción u omisión causante del daño sea atribuible a una determinada persona, que es la obligada, por tanto, a reparar el daño causado. Imputar significa atribuir a alguien la culpa o, en definitiva, la responsabilidad dimanante del acto ilícito del que trae causa el daño realizado. En cambio, ser imputable equivale a tener capacidad de entender y querer o tener conciencia del alcance de la propia actuación.

La culpa requiere conciencia subjetiva del alcance de los propios actos. Si por imputabilidad se entiende la existencia de una voluntad concreta cuyo ejercicio comporte la realización del comportamiento dañoso, habríamos de concluir que los hechos humanos no acarrearían responsabilidad civil. Esto es, los actos voluntarios generarían responsabilidad, mientras que los actos involuntarios la excluirían. Dicha conclusión es inaceptable en materia de responsabilidad extracontractual, pues la voluntad o involuntariedad de la conducta dañosa es intrascendente para nuestro sistema normativo.

En realidad, la exigencia de la imputabilidad (capacidad de entender y querer) del autor del daño no constituye un presupuesto de la responsabilidad civil en nuestro Ordenamiento jurídico.

Conforme al artículo 118 del Código Penal, la responsabilidad civil generada a causa de actos llevados a cabo por quienes sean penalmente inimputables se exigirá conforme a las siguientes reglas:

1º. Respecto de quienes sufran enajenación mental persistente, serán

responsables “quienes los tengan bajo su potestad o guarda legal o de hecho,

siempre que haya mediado culpa o negligencia por su parte y sin perjuicio de la

responsabilidad civil directa que pudiera corresponder a los imputables”.

2º. El ebrio y el intoxicado habrán de responder por sí mismos. 3º. En el supuesto de estado de necesidad, serán responsables civiles directos las personas en cuyo favor se haya precavido el mal.

La inimputabilidad de los menores de edad ha desaparecido tras la aprobación de

la Ley Orgánica 5/2000, de 12 de enero, sobre responsabilidad penal de los menores. Los menores comprendidos entre los 14 y 18 años pueden ser declarados responsables

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de la comisión de hechos tipificados como delitos o faltas en el Código Penal o la Leyes penales especiales.

La Ley Orgánica 5/2000 hace recaer sobre padres y guardadores la responsabilidad civil imputable al menor entre 14 y 18 de forma solidaria, aunque no haya habido culpa o negligencia alguna de aquellos. Exoneración de la responsabilidad:

En más de una ocasión, ha tenido oportunidad el Tribunal Supremo de señalar la estrecha conexión o interdependencia existente entre el caso fortuito y la relación de causalidad, en el sentido de que la presencia en cualquier supuesto de hecho de un caso fortuito determina la inexistencia de responsabilidad extracontractual por falta de la correspondiente relación de causalidad.

Ante la inexistencia de norma alguna en materia de responsabilidad civil, la jurisprudencia del Tribunal Supremo se muestra proclive, en numerosas ocasiones, a considerar aplicable el artículo 1.105 a los casos de responsabilidad extracontractual. Conviene advertir, no obstante, que la consideración del artículo 1.105 a efectos de la calificación o caracterización del caso fortuito, por parte de la jurisprudencia, no significa, sin embargo, una especial predisposición por parte del Tribunal Supremo a excluir la relación de casualidad o establecer la falta de culpa del sujeto tendencialmente responsable. Artículo 1105 Fuera de los casos expresamente mencionados en la ley, y de los en que así lo declare la obligación, nadie responderá de aquellos sucesos que no hubieran podido preverse o, que, previstos, fueran inevitables.

5.- Sujetos y objeto de la responsabilidad:

¿Cabe la responsabilidad extracontractual de las personas jurídicas? El ordenamiento jurídico según la jurisprudencia del Tribunal Supremo la reconoce porque las personas jurídicas son capaces de asumir todo tipo obligaciones contractuales y por tanto también extracontractuales. Por ejemplo hay casos en que las personas jurídicas responderán civilmente por las acciones u omisión es que hacen sus representantes. Pluralidad de agentes o autores en el daño Puede suceder que el daño sea causado por varias personas, ¿que sucede?, hay que distinguir si la culpa o negligencia es individualizable, en este supuesto la obligación extracontractual tendrá carácter mancomunado, pero si no se puede determinar el grado de culpabilidad de cada uno de ellos las personas responderán solidariamente. Objeto La reparación del daño. Formas de reparar el daño:

1. In natura: consiste en la reparación o sustitución de la cosa (es la preferible).

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2. Mediante equivalente: en ese caso sería indemnizando los daños experimentados (en caso de que sea imposible la reparación in natura). Daño moral: son los que afectan a los bienes inmateriales de la persona, salud, honor, intimidad. El Tribunal Supremo reconoce que todo daño debe ser indemnizado si es real y demostrado. En este caso la indemnización más que reparadora cumple una función de compensación por los sufrimientos del perjudicado. Por ejemplo la negligencia médica. Prescripción de la acción: la acción para exigir la responsabilidad extracontractual prescribe al año. En el caso de que la víctima sufra lesiones el plazo empieza a contar desde que se produce el alta médica porque es desde aquí cuando se puede determinar el quebranto producido, y si se producen secuelas desde que se determinan. (Por ejemplo una cogera).

6.- La responsabilidad culposa o aquiliana. Para que haya obligación de reparar el daño causado, es preciso que éste sea

atribuible al agente, bien sea porque el agente tuviera intención de causar el daño, bien sea porque (pudiendo y debiendo preverlo) no previó las consecuencias dañosas dimanantes de su conducta por negligencia inexcusable.

Este elemento de culpabilidad se deduce claramente del propio tenor literal del artículo 1.902, ya que en dicha norma se indica expresamente que la acción u omisión dañosa debe verse acompañada por la existencia de culpa o negligencia. Los presupuestos o requisitos básicos de la culpabilidad en el comportamiento dañoso son, a su vez, dos: la imputabilidad del autor y la conducta dolosa o culposa por parte del agente.

Carácter doloso o culposo de la conducta.

Los artículos 1.902 y 1.903 mencionan expresa y exclusivamente la culpa como elemento característico de la conducta responsable. El artículo 1.902 utiliza literalmente los términos culpa o negligencia. El artículo 1.903,6, por su parte, al referirse a la responsabilidad por hecho ajeno, se sitúan en la perspectiva contraria y habla de la diligencia del responsable.

La existencia de una conducta descuidada o poco cuidadosa debe ser sancionada tanto en el caso de que genere el incumplimiento de una obligación contractual cuanto en el supuesto de que origine un daño.

La graduación de la culpa no tiene interés ninguno en la responsabilidad extracontractual. Conforme a la interpretación analógica del artículo 1.104, los Tribunales deberán apreciar la falta de diligencia teniendo en cuenta las circunstancias de cada caso concreto.

El dolo habría de identificarse con la conducta deliberada y consciente dirigida a producir daño a otro y, por tanto, reviste de una gravedad mucho mayor que la culpa. En consecuencia, la obligación de reparar el daño causado tiene incluso

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mayor fundamento (y determinará normalmente una mayor “generosidad” del juez en la fijación de la indemnización).

Prueba de la culpa.

Inicialmente, es nota característica de la responsabilidad extracontractual la necesidad de prueba de la culpa. La jurisprudencia tiene declarado de forma continua y reiterada que el actor ha de probar la culpabilidad del demandado.

En las últimas décadas, nuestro Tribunal Supremo ha terminado por establecer una verdadera inversión de la carga de la prueba en beneficio de la víctima, conforme a la cual será el sujeto tendencialmente responsable quien haya de acreditar haber actuado sin culpa. Esto es, con un grado de diligencia tal que excluya la aparición de la responsabilidad extracontractual

7.- La responsabilidad no culposa u objetiva.

Principales supuestos de responsabilidad objetiva en el Derecho español

Supuestos en los que, fundándose en la llamada doctrina del riesgo nuestra legislación se pronuncia a favor de la objetiva opción de la responsabilidad, haciendo abstracción de la posible o inexistente actuación culposa del sujeto responsable.

a) Navegación aérea. La razón de indemnizar tiene su base objetiva en el accidente, incluso en el fortuito, y aun cuando el transportista, operador o sus empleados justifiquen que obraron con la debida diligencia. Únicamente si se prueba que el daño es el resultado de una acción u omisión del perjudicado, en la que exista dolo o culpa grave, cabra la exoneración de responsabilidad.

b) Circulación de vehículos de motor. Nace la obligación de indemnizar en todo caso, aunque no exista culpa del conductor; el cual queda exonerado solo cuando el hecho fuese debido exclusivamente a culpa del perjudicado o a fuerza mayor extraña a la conducción o funcionamiento del vehiculo.

c) Energía nuclear. La responsabilidad extracontractual es puramente objetiva, excluyendo ese solo el caso de culpa o negligencia exclusiva del perjudicado.

d) Caza. La legislación vigente establece que todo cazador estará obligado a indemnizar por los danos que causare con motivo del ejercicio de la caza, excepto cuando el hecho fuese debido únicamente a culpa o negligencia del perjudicado o fuerza mayor. En la caza con armas, sino consta el autor del daño a las personas, responderán solidariamente todos los miembros de la partida de caza.

e) Resarcimiento por el Estado a las victimas del terrorismo. La responsabilidad de Estado por los danos ocasionados por actos terroristas tiene una historia reciente, pero esta caracterizada por una sucesión continua de normas reguladoras, declarándose responsable el Estado de forma total y absolutamente objetiva esto es, haya o no negligencia o descuido de los servicios públicos de seguridad del estado, de los danos y perjuicios que se causaren a las personas a consecuencia de los delitos cometidos por personas integradas en grupos o bandas organizadas y armadas y sus conexiones.

f)Defensa v protección de los consumidores v usuarios: la responsabilidad del fabricante. El fabricante responde por los danos y perjuicios demostrados que el consumo de bienes o la utilización de bienes o servicios lo irroguen a los consumidores o usuarios, salvo que los danos o perjuicios estén causados por su culpa exclusiva o por las personas de las que deba responder civilmente. No serán responsables si prueban:

1. Que no habían puesto en circulación el producto.

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2. Que se pueda presumir que el defecto no existía en momento en que se puso en circulación de producto.

3. Que el producto no había sido fabricado para la venta o cualquier otra forma de distribución con finalidad económica.

4. Que el defecto se debió a que el producto fue elaborado conforme a normas imperativas existentes. 5. Que el estado de los conocimientos físicos y técnicos existentes en el momento de la puesta circulación no permitía apreciar la existencia del defecto.

8.- La responsabilidad por actos ajenos

Se habla de responsabilidad por hecho ajeno o responsabilidad indirecta cuando la persona que origina el daño y quien ha de responder frente al perjudicado no son coincidentes. La responsabilidad indirecta se fundamenta en una presunción de culpa de las personas que, teniendo facultad de elección o de guarda sobre otras, actúan descuidadamente, permitiendo o dando ocasión a que estas últimas donen a terceros. Por ello, cuando se regula en el art. 1.903CC, ya se prevé que cuando quienes hayan de responder por otro prueben que emplearon toda la diligencia de un buen padre de familia para prevenir el daño, se excluye la existencia de responsabilidad para ellos. Los supuestos de responsabilidad por hecho ajeno El art. 1.903CC relaciona con carácter exhaustivo-de hecho, la opinión mayoritaria coincide en que no existen otros supuestos fuera de los que enuncia el CC-. Los supuestos de responsabilidad por hecho o acto ajeno pueden conllevar que la exigencia de responsabilidad civil recaiga sobre las siguientes personas siguientes:

a) Los padres. Por los danos causados por los hijos que se encuentren bajo su guarda.

b) Los tutores. Por los danos causados por los menores o incapacitados que estén bajo su autoridad y con quienes convivan.

c) Los comerciantes o empresarios. Por los danos causados por sus empleados o dependientes.

d) Los educadores o los titulares de determinados centros docentes. e) El Estado cuando obra por mediación de un agente especial. No obstante, Lasarte opina, en clara oposición a la doctrina mayoritaria, pues

considera que el criterio de esta es de clara insostenibilidad si se atiende a razones de justicia material. En esta línea también se pronuncia en los últimos tiempos el TS, que ha declarado reiteradamente que el art. 1.903CC tiene un carácter meramente enunciativo. Así, y desde esta perspectiva, serán posibles otros supuestos de responsabilidad por hecho ajeno, que conlleva que exista entre el responsable y el agente del daño una relación de subordinación o de particular custodia o vigilancia. La responsabilidad de padres o tutores

Como hemos visto, el art. 1.903CC cita en dos párrafos estos dos agentes como responsables de los danos causados por sus hijos -padres- o por los menores o incapacitados bajo su autoridad -tutores-. El Código Civil dispone que la responsabilidad cesara cuando las personas responsables prueben que emplearon toda la diligencia de un buen padre de familia para prevenir el daño, estableciéndose una presunción iuris tantum, de culpa, que admite prueba en contrario, con la consiguiente exoneración de responsabilidad para padres y tutores. Sin embargo, el Tribunal Supremo en los últimos anos establece un rigor extraordinario respecto de la

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responsabilidad de padres y tutores y, en particular, respecto de la prueba de la conducta diligente de estos excluyente de la responsabilidad. Este criterio jurisprudencial ha llevado a una situación en que ya no cabe hablar de responsabilidad por culpa, sino de una responsabilidad de carácter objetivo o por riesgo.

Este criterio jurisprudencia tan riguroso ha sido criticado por la doctrina, que ha llegado al extremo de considerar a padres y tutores como una mera compañía de seguros que cubra los actos de sus hijos o pupilos. En cualquier caso, también se debe tener presente que aun partiendo de una posición de máxima rigurosidad por el TS, esto no quiere decir, ni mucho menos, que sus decisiones no se asienten en indiscutibles razones La responsabilidad del empresario

Lo son por los danos que puedan ocasionar sus empleados -interpretación amplia de todo aquel sometido jerárquicamente a los primeros-. Pudiendo repercutir -derecho de repetición- el empresario en sus empleados, la cantidad que hubiese satisfecho.

La responsabilidad del empresario se caracteriza por ser directa, pues no requiere una demanda simultanea contra el empleado que causa el daño y también se caracteriza por encontrar fundamento en la culpa in vigilando del propio empresario, al tener a su cargo la organización y gestión del ámbito natural de su actividad empresarial.

Requisitos que se han de dar -de forma concurrente-, para que la posible exigencia de responsabilidad al empresario sea efectiva:

a) La relación de dependencia. El causante del daño debe encontrarse respecto del empresario en una situación de subordinación, y además, la actuación del dependiente debe responder a las ordenes o instrucciones dadas por el empresario.

b) La actuación del dependiente en la esfera de actuación de la empresa. Supone que los actos dañosos de los dependientes solo generarían responsabilidad del empresario cuando puedan considerarse inherentes al desempeño de las funciones o gestiones encomendadas dentro del ámbito empresarial correspondiente.

No obstante, actualmente, y también por motivo de la jurisprudencia del TS, esta lectura del art. 1.903 CC quedaría desfasada, pues la responsabilidad del empresario responde más a la doctrina del riesgo. La responsabilidad de los titulares de centros docentes de enseñanza no superior

Según el articulo 1903 las personas y entidades que sean titulares de un centro docente de enseñanza no superior responderán por los danos y perjuicios que causen sus alumnos menores de edad durante los periodos de tiempo en que los mismos se hallen bajo el control o vigilancia del profesorado del centro, desarrollando actividades escolares o extraescolares y complementarios. La expresión debe ser entendida en sentido amplio, quedando referida, a cualquier institución u organización que se dedique a la formación, enseñanza y aprendizaje de menores de edad, con independencia de la actividad concreto desarrollada. Esta sujeción de los profesores-educadores fue largamente discutida y finalmente se ha producido una modificación, tanto en el CP como en el CC, que varia el régimen de la responsabilidad, a fin de establecer que quien responda de los danos ocasionados por sus alumnos sean las personas o entidades titulares de los centros, que son quienes deben adoptar las correspondientes medidas de organización.

En cualquier caso, los titulares de los centros podrán exigir de los profesores las cantidades satisfechas, si hubiesen incurrido en dolo o culpa grave en el ejercicio de sus

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funciones que fuesen causa del daño. La conducta activa u omisiva del profesor será lo que determinara la responsabilidad del mismo en el caso de haber podido ser un obstáculo a la realización del acto ilícito del menor, sino hubiera intervenido dolo o culpa grave del profesor. La responsabilidad del Estado cuando obra mediante agente especial

El hecho de descansar la responsabilidad en la figura del agente especial, excluía el caso en que el daño hubiese sido causado por el funcionario a quien propiamente corresponda la gestión. Se entiende que el Estado actúa en la comunidad de dos formas bien diversas:

1a. A través de sus funcionarios, integrados pues en el organigrama administrativo, que actuarían en sentido puramente instrumental. En tal caso debe suponerse que el responsable es el propio Estado.

2a. Mediante un agente especial, sin vinculación orgánica o administrativa con la estructura estatal, coyunturalmente designado para el desempeño de un mandato o encargo concreto. En tal caso el código establece que nace la responsabilidad del Estado por hecho ajeno.

9.- La responsabilidad por daños causados por anima les y cosas:

Tal como hemos visto, el principio general sobre el cual actúa el art. 1.902CC es la presencia de culpa en la conducta activa u omisiva que genera la responsabilidad extracontractual. Todo y esto, en el propio CC existen supuestos en que la responsabilidad extracontractual nace y se genera aunque el que sea responsable final no haya incurrido en culpa o negligencia alguna. Esto sucede en los casos siguientes:

a) Daños causados por animales. Según el articulo 1905, el poseedor de un animal, o el que se sirve de el, es responsable de los perjuicios que pueda causar aunque se le escape o extravié. La tenencia de un animal justifica por si misma que su poseedor o usuario ha de afrontar, en términos objetivos, la reparación de los danos que eventualmente pudiera causar. La responsabilidad solo vendrá excluida en el caso de que el daño producido provenga de fuerza mayor -aquí de particular insignificancia- o de culpa del que lo hubiese sufrido. Hay que tener presente el nuevo régimen impuesto por Ley específica, que regula la tenencia de animales potencialmente peligrosos -Ley que no deroga ni modifica lo previsto en el CC-.

b) Caída de árboles. El articulo 1908 establece que responderán los propietarios de los danos causados por la caída de árboles colocados en sitios de transito, cuando no sea ocasionada por fuerza mayor. Este precepto debe ponerse en conexión con el artículo 390 que establece la obligación para el dueño del árbol de adoptar las medidas oportunas cuando amenaza de caerse de modo que pueda causar perjuicios a una finca ajena o a los transeúntes por una vía publica o particular.

La responsabilidad extracontractual solo desaparece en el caso de que los danos se hayan originado por una causa de fuerza mayor. Esto es como consecuencia de un terremoto, por ejemplo, y no por cualquier otro motivo insuperable para el interesado. La responsabilidad extracontractual se declara automáticamente a cargo del propietario del árbol.

c) Los objetos arrojados o caídos. El articulo 1910 establece que el cabeza de familia que habita una casa o parte de ella es responsable de los daños causados por las cosas que se arrojen o caigan de la misma.

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La victima del daño, una vez acreditada la relación de causalidad, puede reclamar directamente al cabeza de familia la reparación del daño causado. Todo y que la expresión cabeza de familia se encuentra hoy en día desfasada, es valida, pues por ella hemos de entender habitante de la casa.

10.- La reparación del daño :

La reparación del daño es la consecuencia fundamental de la responsabilidad extracontractual -art.1.902 CC-. Dicha obligación, a cargo del responsable, tiene por objeto dejar indemne en la medida de lo posible a la victima o al perjudicado. La reparación, por supuesto, puede llevarse a cabo mediante la simple conformidad de las partes interesadas, mediante un convenio de naturaleza extrajudicial plenamente lícito y valido. En caso de falta de acuerdo entre responsable y victima, será necesario recurrir a la vía judicial, exigiendo la victima el cumplimiento de la obligación -ya nacida-, de indemnizar los danos y perjuicios, conforme a las reglas generales del incumplimiento de las obligaciones. Reparación específica y pecuniaria

Tanto si es por convenio como por pleito, la indemnización de la victima puede requerir la reparación especifica o in natura, o bien la reparación pecuniaria. O bien ambas conjuntamente. Por falta de indicación expresa en el CC, será el propio perjudicado el que habrá de plantear la forma de reparación que considere idónea para quedar indemne.

La presencia simultanea de los dos tipos de responsabilidad es sumamente frecuente, y no es de extrañar que la reparación especifica es absolutamente inidónea para indemnizar el lucro cesante, que como ya hemos visto, en numerosas ocasiones tiene mayor trascendencia que el propio daño emergente. Choca con este supuesto, el hecho que la Ley 30/92, pese a su modernidad, plantea la reparación con un carácter puramente pecuniario o por la entrega de bienes en especie -la compensación-. Pero es obvio que el interesado podrá exigir de la Administración responsable la reparación específica cuando así le interese. El CP establece que la responsabilidad comprende:

a) La restitución. b) La reparación del daño. c) La indemnización de perjuicios materiales y morales. Además, el CP establece la reparación del daño podrá consistir en obligaciones

de dar, hacer o de no hacer que el juez o tribunal establezca atendiendo a la naturaleza del daño y a las condiciones personales y patrimoniales del culpable, determinando si han de ser cumplidas por el mismo o pueden ser ejecutadas a su costa.

En cuanto a la cuantía de la indemnización y sus topes, por sus especiales características, nos referiremos a los establecidos en la circulación de vehículos a motor.

De hecho, en este tipo de indemnización es común que ante casos idénticos o de sumo parecido, unos Jueces sean sumamente alegres cuando fijan la cuantía y otros excesivamente parcos.

Este hecho provoca el debate sobre la fijación de topes indemnizatorios, alegando que de esta forma se conseguiría una mayor agilidad e inmediatamente la resolución de las controversias, así como el incremento de acuerdos transaccionales entre victima y responsable. Pluralidad de responsables: el carácter solidario de la obligación extracontractual

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En caso de que la responsabilidad extracontractual recaiga sobre más de dos personas en virtud de un mismo acto ilícito, se plantea el problema de saber como el perjudicado por dicho acto debe reclamar la reparación del daño, en concreto:

a) Simultanea o sucesivamente a cada uno de los responsables; a prorrata, cuando esta se hubiera convenido judicialmente así.

b) A cualquiera de ellos en su totalidad, a conveniencia del perjudicado, en el bien entendido que a posteriori los responsables ya ajustaran cuentas. De hecho, la cuestión estriba en atribuir a la obligación extracontractual un carácter mancomunado o solidario (siendo esta última opción mas cómoda y operativa para la victima del acto ilícito). Sobre este particular no hay en el CC precepto alguno que aclare la situación, siendo actualmente un hecho constatado que la mayoría de autores, así como una reiterada jurisprudencia, se pronuncian a favor del carácter solidario -por regla general- de la obligación extracontractual.