Tema 6 Liturgia

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1 Tema 5: Viviendo el misterio de la Liturgia Escuela de Formación de Agentes de Pastoral de Carballo

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Religion

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    Tema 5:

    Viviendo el misterio de la Liturgia

    Escuela de Formacin de Agentes de Pastoral de Carballo

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    Si la liturgia es el misterio del ro de vida que brota del Padre y del Cordero, y si nos alcanza y arrastra, y nos empapa y sacia cuando la celebramos...es para que toda nuestra vida sea regada y fecundada por ella, es decir, la liturgia debe ser vivida, nos debe transformar. Las celebraciones son el momento de la siembra, pero despus tiene que venir la vida que da frutos sabrosos. Si hemos celebrado el gape divino, debemos vivir ese amor a nuestro alrededor. Si hemos celebrado la santidad de Dios, debemos reflejar esa santidad de Dios en nuestra vida y en cada uno de nuestros gestos. Si hemos celebrado la muerte y resurreccin de Cristo, debemos morir a nosotros mismos para vivir la experiencia del hombre nuevo, como nos dice san Pablo. Por qu a veces se da esta separacin: por una parte, la celebracin, por otra, nuestra vida no responde a esa celebracin? La respuesta es sencilla: por el pecado y nuestra miseria. No debe haber divisin ni dicotoma entre liturgia y vida. Esto se dio antes de la venida de Cristo, en el Antiguo Testamento, pues no se contaba con la gracia de Cristo. Pero ahora, s tenemos esa gracia de la unidad, entre el ritual sagrado y la conducta moral: El mismo Cristo que celebramos debe ser el mismo Cristo que vivimos. Decir liturgia vivida es llevar una vida nueva, actuar como Cristo, pensar como Cristo, amar como Cristo, sentir como Cristo. Cristo resucitado es nuestra fuente y nuestra vida nueva. Podemos vivir el misterio de la Liturgia en:

    En la oracin

    En el trabajo y la cultura

    En la comunidad humana

    En la compasin por los pobres

    La liturgia desemboca en misin

    En la oracin hacemos vida la liturgia Slo si llevamos esa liturgia al corazn, esa liturgia se hace oracin en nosotros y nos transforma. Es en el corazn donde nos encontramos con esa fuente de vida divina. Es en el corazn donde el hombre se siente en casa; es el lugar del encuentro autntico con nosotros mismos, con los dems y con Dios vivo. El corazn reclama una presencia. El corazn es el lugar de la decisin, el momento del s o del no. El corazn tiende hacia esa Presencia que sacia y slo en el corazn se da ese encuentro con Dios, si

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    nosotros le abrimos. Y lo abrimos, si oramos. Y quien nos hace entrar en oracin es el Espritu Santo. l es el pedagogo de nuestra oracin. Es indispensable empezar por l y con l. l hace entrar en el corazn a Cristo resucitado. El Espritu Santo es quien nos despierta a la oracin. No slo es l quien viene a nosotros; nosotros tambin entramos en l. Y en la oracin nos hace el Espritu Santo pronunciar Jess, y entramos en el misterio, y viviremos nuestro bautismo en l, le ofreceremos todo, seremos invadidos por su divinidad. Es en la oracin, donde no slo llevamos los perfumes a un muerto, sino que llevamos el grito de esperanza a quien no cree: Ha resucitado- le decimos. Nuestro corazn y oracin se hacen eclesiales. En la oracin somos iglesia. Y sobre el altar de nuestro corazn ofrecemos toda nuestra vida. Y slo lo que pongamos, ser transformado por el Espritu Santo. Si ponemos poco, poco ser transformado. Si ponemos mucho, mucho ser transformado. Si ponemos todo nuestro ser, todo nuestro ser ser transformado. Cuanto ms humilde y confiado es el silencio del corazn, ms lo dilata Jess con su presencia y nos convertimos en santos y nuestro corazn se abrir a todas las gracias que Dios nos quiera ofrecer a travs de la liturgia. Esas gracias nos santificarn. No somos nosotros los que nos santificamos; es Dios, fuente de santidad, quien nos santificar, si le dejamos y le abrimos nuestra alma. Nos da miedo esta santidad, cuando nuestro hombre viejo rehuye la oracin. Abandonando el altar del corazn, pretendemos compensar nuestro sacerdocio real trabajando sobre las estructuras de este mundo, como si stas pudieran hacer venir el Reino! No queremos afrontar nuestra muerte, la muerte a nuestras ambiciones, a nuestras vanidades, a nuestros planes personales. Antes de trabajar sobre las estructuras econmicas, sociales y polticas de este mundo, hay que trabajar primero sobre el corazn de cada uno de nosotros y convertirlo y santificarlo. Y esto lo logramos desde la oracin. Y un corazn santo pondr estructuras santas. Cuando el corazn se decide a orar, entra en el Espritu y en Cristo, participa en la epclesis de la Iglesia y est en la vanguardia del combate, del gran combate pascual. Y con la oracin se va logrando, en cierto sentido, la deificacin o divinizacin del hombre mediante la liturgia. Si con la oracin consentimos que nos invada el ro de la vida divina, nuestro ser todo entero ser transformado, nos haremos rboles de vida y podremos dar siempre el fruto del Espritu: amar con el amor mismo. Y el amor mismo es Dios. A este misterio de la transformacin en Dios, mediante la liturgia vivida, lo llamamos deificacin. Transforma todo en nosotros: cuerpo, alma, espritu, afectos, corazn. Deificacin significa participacin de la divinidad del Verbo que se ha unido a nuestra carne en nuestra humanidad concreta. Es la vida misma de Dios que Jess nos comunica,

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    a travs de los sacramentos. Nuestra humanidad se va revistiendo de divinidad. A decir verdad, desde que Cristo asumi nuestra naturaleza humana, y muri y resucit, ascendiendo al cielo, ya nuestra naturaleza, con todo lo que tiene de bueno o de malo, ya no nos pertenece. Por eso, lo nico que debemos hacer es no ser rebeldes y abrirnos al Espritu para que esta deificacin se ponga en marcha da a da. El hijo de Dios se ha hecho hombre, a fin de que el hombre se haga hijo de Dios, nos dicen los Padres de los primeros siglos. Dnde se da esta deificacin? En la celebracin de la liturgia, preparada por la liturgia del corazn en la oracin. Esta deificacin no es sbita, sino progresiva y vital, y depende de la disponibilidad de nuestra tierra. A veces es lenta, pero siempre es real, paciente. Podemos romper, quebrar esta imagen de Dios por el pecado. Ser el Espritu Santo quien restaurar esa imagen de Dios en nosotros, desfigurada por nuestros pecados. El fuego del amor del Espritu Santo consumir nuestro pecado y lo transformar en luz. Esta deificacin crecer por obra del Espritu Santo. l ser quien har esta obra maestra en nuestro interior. l nos pone en comunin con la Trinidad santa. Lo nico, pues, que atrasar esta deificacin es nuestra resistencia al Espritu, nuestra soberbia, nuestro pecado. De ah, nuestro trabajo de ascesis y sacrificio para luchar contra nuestras tendencias malas, y ofrecer todos los das nuestra naturaleza humana a la obra deificante del Espritu. Esta obra de arte del Espritu Santo en nuestra alma durar hasta el da que muramos. Muestra de esto es la vida edificante y heroica de los santos, que son todo un monumento a la obra secreta del Espritu Santo en ellos

    En el trabajo y en la cultura El homo faber (el hombre artesano, trabajador) es, en cierta medida, un esclavo de sus mismas obras hasta que llega a ser homo liturgicus (hombre litrgico). Es aqu donde Dios concede al hombre la gracia de la libertad de los hijos de Dios y donde el hombre ofrecer a Dios el producto de sus manos para mayor gloria de la Trinidad y beneficio de la humanidad entera. Ya que la liturgia es obra de Dios y del hombre, no podemos dejar a un lado el trabajo y la cultura. En el trabajo y en la cultura, el hombre refleja lo celebrado en la liturgia. Es ah, donde el hombre debe dar gloria a Dios. El trabajo y la cultura son el lugar donde el hombre y el mundo se reencuentran y reflejan la gloria de Dios. Pero, para que el trabajo y la cultura sean para la gloria de Dios es necesario que el corazn del hombre est en paz, en armona con Dios, porque de lo contrario ser un trabajo en contra de Dios, ser anticultura.

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    Y encontraremos la paz y la armona en la medida en que vivamos la gracia de Dios y luchemos contra el pecado. Si el ro de la vida no invade primero nuestro corazn, cmo podr penetrar el campo del trabajo y la cultura, frutos del corazn humano? Si la raz est podrida, los frutos estarn podridos. Si el Espritu deifica al hombre es para que el hombre humanice al mundo, y no lo esclavice ni lo destruya. En todo trabajo debemos llevar la luz de Cristo, slo as tendr la impronta de Dios. Cualquier trabajo que hagamos ser incompleto, deficiente, alienante, esclavizante, tentador...si no dejamos que lo penetre el poder del Espritu que lo llevar ms all de la muerte y lo har obra de luz. Si no vivimos esto as, qu ofrecemos en el altar de la eucarista? Pero el trabajo as transfigurado llega a ser experiencia de comunin. Y ya no se darn los injusticias del trabajo, ni las estructuras alienantes, ni los desrdenes de la economa (corrupcin, malversacin de fondos, sobornos, explotacin, etc.). La liturgia no suple nuestra inventiva en el trabajo; hace algo mejor: como es soplo del Espritu, es proftica, dado que discierne, denuncia, suscita creatividad y se traduce en obras, pide justicia y es sierva de la paz. Impulsa a compartir. La cultura es la transformacin de la naturaleza por medio de la mano del hombre y su impregnacin por el Espritu. La cultura se alcanza cuando la naturaleza es humanizada y cuando por ella el hombre se hace ms humano. Por tanto, la cultura tiene que ser iconografa del Espritu y del hombre; de lo contrario no es ms que la iconografa del enemigo de Dios. Esto lo podemos hoy experimentar en tantas pelculas, canciones y literatura, que en vez de ser reflejo de Dios, son reflejo del Maligno, que nos trata de degradar con tanta suciedad y bajeza. La cultura as transformada por la luz del Espritu da su fruto: nos lleva a la belleza que es Dios, su fuente. Entonces podremos decir, como dijo el papa a los artistas: la belleza salvar al mundo. No la belleza en s, sino la belleza transfigurada y traspasada por este rayo de luz divina.

    En la comunidad humana En este vivir la liturgia tenemos que superar un obstculo: no contentarnos con cumplir una ley, unas normas, sino dejarnos transformar y deificar por el Espritu, pues cumpliendo unas normas sin esta disponibilidad al Espritu, parecera que la obra de santidad es ms bien obra nuestra y no del Espritu. Esto pasa tambin en las relaciones a nivel social. No podemos cifrar todas nuestras relaciones en un cdigo de normas para una convivencia civilizada (tentacin moralista), o

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    en un programa social (tentacin socializante), como si el Espritu Santo pudiera reducirse a valores de justicia y solidaridad. La novedad de este misterio es mucho ms. Este ro de agua viva tiene que penetrar todo el tejido social y las sociedades humanas. Y es as, porque este ro ya est entre nosotros, dentro de nosotros. La invasin del Reino del Espritu en un grupo humano es el evento de la verdadera comunidad entre las personas. Y este Espritu es el que ha puesto en esas comunidades donde ha entrado, los grmenes de comunidad, la llamada a la solidaridad, la vocacin a la paz, el respeto mutuo. Y la luz del Espritu es tambin la que quitar la mscara de la mentira inherente al poder, la mutacin del servicio en dominio, la perversin del grupo en estructura de injusticia, la esclavitud de la persona al dolo del dinero. El Espritu Santo nos revela la sociedad como icono del Reino. Si no penetra esta luz del Espritu Santo habr Babel, es decir, injusticia, odio, muerte. En la sociedad donde no hay esta comunin, esta comn unin entre nosotros, habr ausencia de amor. Y grabar el peso del pecado y de la muerte. Este ro de vida hace fructificar los rboles de vida, cuyas simples hojas pueden ya curar a las naciones (1 Jn 3, 18), y hacernos hermanos, en comn unin. Ser la comunin la que nos hace existir como Iglesia. Y esta comunin nos exige morir a nuestro yo, para abrirnos al misterio del otro, como buenos samaritanos. En la liturgia del corazn se aprende cmo hacerse prjimo del hombre herido. Entonces el Espritu Santo cura la relacin, ofrecindose l mismo, que es uncin de la nueva alianza. Tenemos que pasar de una humanidad de naciones a la del Pueblo de Dios, tal es el servicio de comunin confiado a la Iglesia: Seremos su pueblo y ovejas de su rebao...En aquel da no habr ya luto ni lamento ni dolor, porque las cosas anteriores han pasado (Ap 21, 3-4).

    En la compasin con los pobres La maravilla de la liturgia vivida es el misterio de la caridad divina en nuestra vida. En su fuente, en su flujo, en sus frutos, esta caridad busca penetrarlo todo: lo profundo del corazn y el ser personal, el trabajo, la cultura, las relaciones entre las personas y el tejido de nuestra sociedad...El Espritu Santo es el que empuja a la caridad hasta el extremo del amor. La liturgia vivida alcanza todo su realismo y toda su verdad cuando nos hace entrar en el espesor del mundo del pecado, all donde el amor no es todava vencedor de la muerte. La filantropa puede ser moral, pero hasta ah. La caridad es mucho ms, es mstica, porque alcanza en el hombre este abismo de la muerte donde el amor est ausente; es mstica, porque la caridad esconde toda la profundidad del amor de Dios que se derrama en los dems.

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    Servir a los pobres es hacerse pobre con ellos, como el Seor. Pobres segn el Espritu. Cuando la Iglesia se acerca al pobre, vive su liturgia hecha compasin. Lo hecho al pobre, es hecho a Jess, pues Jess se identifica con el pobre, segn el captulo 25 del evangelio de san Mateo. Lo que sufre todo ser humano es el sufrimiento mismo de Jess, que lo asume. Qu bien entendi esto la beata Madre Teresa de Calcuta! Por eso se dedic a los pobres ms pobres, sirviendo a Jess en ellos, saciando la sed de Jess en ellos. San Juan Crisstomo, queriendo hacer comprender a los fieles de Antioqua la unidad misteriosa entre la liturgia que estn celebrando y la que debern vivir a la salida de la iglesia, dice que dejan el altar de la eucarista slo para ir al altar de los pobres. El smbolo de la continuidad es revelador. El mismo cuerpo de Cristo que servimos en el memorial de su pasin y resurreccin debemos servirlo ahora en la persona de los pobres. La compasin se difunde desde el corazn, no desde las emociones. Hablamos del corazn en el sentido bblico, es decir, el centro de la persona. Su primer motor es el perdn y la misericordia. No olvidemos que la manifestacin ms brillante de la gloria de la Trinidad santa es su misericordia. Cuando aceptamos ser tomados por ella, entramos en la profundidad del corazn de nuestro Dios. Y el hombre cuando difunde compasin y misericordia con su prjimo pobre y necesitado est transparentando un rayo de la misericordia divina; es ms, estamos introduciendo al necesitado en el mismo corazn de Dios. Quiero traer aqu una cita de santa Teresa de Jess a este respecto: Cuando yo veo almas muy diligentes en entender la oracin que tienen y muy encapotadas cuando estn en ella (que parecen no osan bullir, ni menear el pensamiento, porque no se les vaya un poquito de gusto y devocin que han tenido), hcese ver cun poco entienden del camino por donde se alcanza la unin. Y piensan que all est todo el negocio. Que no, hermanas, no; obras quiere el Seor, y que, si ves una enferma a quien puedes dar un alivio, no se te d nada en perder esa devocin y te compadezcas de ella, y si tiene algn dolor, te duela a ti, y si fuera menester, lo ayunes, porque ella lo coma, no tanto por ella como porque sabes que tu Seor quiere aquello (Las Moradas, V, 3, 11). Los pobres llegan a ser, por tanto, altar de la salvacin de sus hermanos. Quien tiene caridad con ellos recibe esa salvacin. Y cuando esta compasin se difunde en el mundo comienza la misin.

    La liturgia desemboca en misin Tambin puede ocurrir que no tenga pan que dar de limosna al indigente; pero quien tiene lengua, tiene algo ms que poder dar, pues alimentar con el sustento de la palabra el alma, que ha de vivir siempre, es ms que saciar con pan terreno el estmago del cuerpo, que ha de morir (San Gregorio Magno, Hom. 6 sobre los Evangelios). La liturgia desemboca en misin, debe desembocar en misin. La misin es el fruto de esa

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    compasin y caridad. Siguiendo con la imagen del agua viva, que nos ofrece la liturgia, la misma agua viva que quita la sed a los bautizados, despierta la sed de los hijos de Dios dispersos. Esa agua que brota del Padre y del Cordero se hace corriente caudalosa en la misin, y va empapando cuanto encuentra en el camino. Qu hermoso es esto! Si hay zonas ridas y secas es porque todava no ha llegado la corriente de la gracia mediante la misin. No hay quien lleve esa agua que tiene toda la potencialidad de fecundar todo tipo de tierra. Por qu? Antes de permitir a la lengua que hable, el apstol debe elevar a Dios su alma sedienta, con el fin de dar lo que hubiere bebido y esparcir aquello de que la haya llenado (San Agustn, Sobre la doctrina cristiana, 1, 4). La Iglesia tiene como misin llevar esa agua viva por todos los terrenos del mundo. Pero necesita brazos que lleven esa agua, y corazones ardientes devorados por el fuego del Espritu, como el de los primeros apstoles. Basta leer los Hechos de los apstoles para darnos cuenta de esto: celebraban la fraccin del pan, y despus, atendan a los pobres y luego se lanzaban por los caminos con la predicacin para llevar ese ro caudaloso de la gracia divina. Liturgia, caridad y misin van unidos. Deben ir unidos. Liturgia celebrada y misin son dos momentos del mismo amor: cmo amar a nuestros hermanos si no acogemos antes a Quien nos am primero? Y si he acogido a Dios, cmo no darlo a los dems? La celebracin litrgica es, ciertamente, un momento intenso donde toda la comunidad eclesial reaviva la conciencia de su misin. Pero la celebracin nos lanza a la misin. En la misin, el Verbo se confa a su Iglesia como el tesoro en vaso de barro (cf 2 Cor 4, 7), poniendo la Palabra en su corazn, penetrndola con su Espritu, ofrecindole su Cuerpo. Ser entonces cuando la Iglesia podr ofrecer a todos los hombres Aquel que ella conserva grabado en s mismo, podr darles el Espritu dando su propia vida, ser el Reino en medio de ellos. En la misin, la gran obra de la Pascua de Cristo se convierte en la obra de su Iglesia. Ahora bien, nosotros aprendemos a vivir esta Pascua de la Misin actundola en la celebracin de la liturgia. En la liturgia, Dios alcanza al hombre y el hombre alcanza a Dios. Dios le da su agua viva que le sana, le reconforta, le anima y le salva. Y el hombre se abre a Dios y la sed del hombre entabla un dilogo salvfico y queda saciado. Y este hombre saciado va corriendo a las calles, caminos, montaas llevando el sorbo de esa agua viva que mana del Trono de Dios y del Cordero, que mana de la Pascua. Esta es la misin. Y todo movido por el amor, por la compasin. Por eso, la misin es epifana, es decir, manifestacin de la caridad de Cristo. En esa misin llevamos la Palabra de Cristo que conforta, anima, orienta, reprende, consuela. Pero sobre todo, salva y hace milagros: el milagro de la conversin, de la vuelta a Dios de quienes nos han escuchado. Que quede claro: no somos nosotros los que

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    salvamos y convertimos, sino la Palabra de Dios que nosotros llevamos. Nosotros somos slo instrumentos. Pero instrumentos necesarios, a travs de los cuales Dios lleva ese ro de la gracia y de la conversin. Tal vez, el llevar esa Palabra nos provoque, quin sabe, el martirio. No temamos. El martirio es la suprema forma de caridad. En el martirio hemos dado testimonio con nuestra sangre del misterio de Dios vivo. En el martirio, la celebracin de la liturgia se ha hecho sacrificio cruento, como el de Cristo en el Calvario. Y lo hermoso es que esa muerte del mrtir es vida para otros, como la de Cristo, pues la sangre de mrtires es semilla de nuevos cristianos, como dijo Tertuliano. Qu unido est, pues, misterio, celebracin del misterio y vida! La liturgia es la celebracin del misterio de Dios, vivido en la misin!