Texto Escaparate
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Se levantó muy temprano, escuchó el despertador e inmediatamente se hizo un bosquejo de su
día. Le esperaba uno especialmente agradable. Salía temprano del trabajo, y la próxima semana
estaría nuevamente de cumpleaños.
Los temidos treinta, eran algo que lo inquietaba, pues ya no estaba en esa barrera de los
veintitantos. Todo aquello significaba más cuidado en la vida, la ingenuidad debía quedar de lado y
la responsabilidad aflorar. Pero siempre pensaba que todo ello era un pensamiento arraigado en
los convencionalismos. Cada uno hace lo que quiere con su vida – ése era su mantra-. De todas
formas él conocía personas que todavía eran niños, pero que casi rondaban los cincuenta años.
Estando en la ducha sintió un escozor en su cuerpo. No pudo identificar qué lo había provocado;
pero era una sensación que desconocía. No eran escalofríos, tampoco las palpitaciones que alguna
vez le habían provocado los antidepresivos. Sin darle mucha importancia continuó con su limpieza
corporal, luego se vistió y salió de su hogar. Antes se despidió del gato que estaba recostado en su
cama, al momento de tocarlo éste comenzó a ronronear. Era la señal de agradecimiento por darle
cariño y un hogar.
Tenía que caminar unos treinta minutos para llegar a su trabajo. Durante su trayecto le gustaba
mirar los escaparates de las tiendas, en general siempre cambiaban. Algunos le gustaban mucho,
como ese que tenía un peluche de ratón que invitaba al eventual cliente, era una tienda de
artículos de ortodoncia; el ratón se afirmaba con un cepillo. Pero lo más interesante era que el
peluche emulaba muy bien a un ratón; no estábamos en presencia de una caricatura como Mickey,
éste era bastante real, por eso algunas personas detestaban la tienda. Alguna vez oyó decir a
alguien que le repugnaba ese ratón y siempre cerraba los ojos cuando caminaba por aquel sitio, y
más de una vez había tropezado en el acto.
Otra de las cosas que disfrutaba era apreciar la arquitectura, se la sabía casi de memoria, pero
siempre se deslumbraba por los detalles en las construcciones. Había una casa de estilo neo-
clásico que le gustaba observar, especialmente las columnas dóricas. Las jónicas y corintias no le
seducían mucho. En la siguiente esquina sabía que se encontraría con un sitio eriazo; ahí unos
hombres se habían apropiado del lugar. Eran unos vagabundos o homeless, personas sin hogar
que buscan un lugar para estacionarse; ya que todo en ellos es momentáneo, fugaz. Alguna vez él
pensó acerca de la libertad que suponía ser uno de ellos. Pero aquella imagen se desvaneció, no
soportaba la incertidumbre, estaba acostumbrado a su trabajo y el salario mensual que le permitía
desenvolverse como un ciudadano más.
La municipalidad pensaba en desalojar a los vagabundos, sus razones eran que provocaban
mucho bullicio y que a su vez originaban un foco infeccioso. Las declaraciones habían sido
fuertemente criticadas por la prensa. En las cartas al director, hubo una queja que recuerdo
particularmente; ésta decía que se estaba catalogando a los hombres como una especie de peste y
se les cosificaba. Lo último me hizo reflexionar todavía más, ya que ellos por una parte pierden la
condición de sujeto y es ahí cuando se podría hablar de una cosificación. Ciertamente no están
insertos en las convencionalidades del diario vivir, podríamos pensar en sujetos desarraigados de
la sociedad. Pero la interrogante que me hago es si el hecho de no pertenecer al canon,
inmediatamente son merecedores de perder su lugar.
El tema sin duda me intriga, pero tendré que esperar unos días para saber lo que les depara a ésos
hombres. Mientras, sigo caminando por las calles atestadas de gente. Observo a unas señoras
estrambóticas, pero de aspecto distinguido y arrogante. Caminan tomadas de la mano, van
ataviadas las dos con un ceñido vestido verde oliva y joyas aparatosas; supongo que deben tener
unos ochenta años cada una. Es decir, ciento sesenta años suman ambos cuerpos. Si restáramos
sus años a nuestro tiempo, actualmente sería el año 1855. Pensar en el siglo XIX me da
escalofríos, es una época de cambios sustanciales en la historia de occidente como la revolución
industrial. Sin embargo al pensar en la época se viene a mi mente la imagen del Hombre Elefante y
las calles de Londres oscuras y con neblina. Creo que por eso siento estremecimiento.
Finalmente llegué al trabajo. Observé mi cubículo impoluto, acostumbro a ordenarlo muy bien
después de que suena el timbre. Estaba todo en su sitio como siempre, los lápices apilados uno
encima del otro, la libreta también en el mismo lugar. La alfombra estaba un poco desordenada,
tal vez la señora Ernestina pasó la aspiradora por el lugar. Yo le había dicho que no era necesario
aquello, pues yo mismo tenía el cuidado y la delicadeza de hacer el aseo en mi metro cuadrado.
Probablemente lo olvidó, pero para estar más tranquilo se lo preguntaría en unos días más. Puesto
que Ernestina se había ido de vacaciones el día anterior. La mujer me inspiraba ternura, tenía un
humor existencialista, además era crítica del sistema y no le gustaba la televisión. En sus ratos
libres gozaba creando figuras de origami y haciendo tortas de chocolate.
Ernestina ya se encontraba en la playa junto a sus hijos, Matilda de catorce años y Nicolás de
ocho. Pese a tener un trabajo extenuante siempre se daba el tiempo de compartir sus vacaciones
con sus hijos. Ellos estaban felices, les gustaba observar la playa desde la cabaña que
acostumbraban alquilar. - Las olas eso es lo que más me gusta- decía el niño y la adolescente
opinaba que el atardecer era lo más lindo puesto que en su casa de la “gran ciudad” no tenía una
vista tan privilegiada. Es cierto, en la costa podía observar el viaje inicial del sol que se desplazaba
al otro hemisferio.
Sentados en la mesa la madre les preguntaba a sus hijos sobre su vida. De manera más calma –
Nicolás ¿cómo te ha ido en el colegio?- A lo que el niño respondió – me ha ido bien, no tengo
problemas con las materias. ¡Pero ahora no quiero hablar de eso! Está bien replicó la madre,
estamos de vacaciones y es comprensible que no quieras recordar las actividades cotidianas.
Mientras hablaban madre e hijo, Matilda se encargaba de poner música; estaba pensando en
Bossa Nova o música ambiental.