Wilde - Poemas en Prosa

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    O S C A R W I L D E

    Ediciones elaleph.com

    Diego Ruiz

  • Editado porelaleph.com

    2000 Copyright www.elaleph.comTodos los Derechos Reservados

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    Nota del traductor

    Los seis poemas en prosa que hoy aparecen por primeravez en castellano, reunidos en un volumen, fueron publicadosen la Fortnightly Review, siendo posteriormentereimpresos varias veces en Amrica y en Pars. La Casa delJuicio y El Discpulo aparecieron antes y separadamenteen The Spirit Lamp, de Oxford. Pens traducir lasversiones del Discpulo, del Maestro, del Hacedor delbien, del Artista y de La Casa del Juicio, de las que daAndr Gide en su In Memoriam, en atencin a que fueronescuchadas por ste en el curso de algunas de susconversaciones con Wilde; pens traducirlas porque conservantodo el calor vital de una conversacin y no son las obras yaen exposicin, retocadas y algo fras, fuera del horno defundicin; Wilde tom como motivo para contrselas laobservacin de que Gide escuchaba con los ojos, observacinque acababa de hacer durante la comida en que se conocieron.No lo he hecho porque las que Wilde dio a la publicacinresultan algo ampliadas, y as el lector podr observar msan el estilo del escritor refinadsimo. Estos seis poemas enprosa, segn aquellos que los escucharon de sus propioslabios, eran an ms brillantes oyendo a Wilde encajar como

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    causeur maravilloso en el cuadro de la conversacin losmosaicos de las frases escogidas y de las pausas sabias, con suvoz, con aquella su voz "lnguida y musical", como l secomplace en decir de lord Henry Woton; aquella su voz quehoy resultara dbil y vacilante, opaca y tristona. Viejoinimaginable para los que tenemos inconmovible en nuestraimaginacin la figura de Wilde, Rey de la Vida, aquel Reyde la Vida de trgico reinado que cre y vivi estas seisparbolas admirables, compareciendo por ltimo en LaCasa del Juicio, y contestando seguramente a Dios, como supersonaje: "No puedes enviarme al infierno porque siempre hevivido en l, ni puedes enviarme al cielo porque jams, ni enparte alguna, he podido imaginarme un cielo."

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    El artista

    Un da naci en su alma el deseo de modelar laestatua del Placer que dura un instante. Y marchpor el mundo para buscar el bronce, pues slopoda ver sus obras en bronce.Pero el bronce del mundo entero habadesaparecido y en ninguna parte de la tierra podaencontrarse, como no fuese el bronce de la estatuadel Dolor que se sufre toda la vida.Y era l mismo con sus propias manos quien habamodelado esa estatua, colocndola sobre la tumbadel nico ser que am en su vida. Sobre la tumbadel ser amado coloc aquella estatua que era sucreacin, para que fuese muestra del amor delhombre que no muere nunca y como smbolo deldolor del hombre, que se sufre toda la vida.Y en el mundo entero no haba ms bronce que elde aquella estatua.Entonces cogi la estatua que haba creado, lacoloc en un gran horno y la entreg al fuego.

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    Y con el bronce de la estatua del Dolor que sesufre toda la vida model la estatua del Placer quedura un instante.

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    El hacedor del bien

    Era de noche y estuvo l solo. Y vio desde lejos lasmurallas de una vasta ciudad y se acerc a ella.Y cuando estuvo muy cerca oy el jadeo del placer,la risa de la alegra y el sonido penetrante denumerosos lades. Y llam, y uno de los guardianesde las puertas le abri.Y contempl una casa construida con mrmol y quetena unas bellas columnatas de igual materia en sufachada, y sus columnatas estaban cubiertas deguirnaldas y dentro y fuera habla antorchas decedro.Y l penetr en la casa.Y cuando hubo atravesado el vestbulo decalcedonia y el de jaspe y lleg a la gran sala delfestn, vio acostado sobre un lecho de prpura a unjoven con los cabellos coronados de rosas rojas ycon los labios rojos de vino.Y se acerc a l, le toc en el hombro, y le dijo:-Por qu haces esta vida?Y el joven se volvi y reconocindole contest:

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    -Era yo leproso y t me curaste. Cmo iba yo ahacer otra vida?Y algo ms lejos vio una mujer con la cara pintada,y el traje de colores llamativos, y cuyos pies estabancalzados de perlas. Y detrs de ella caminaba unhombre, con el paso lento de un cazador y llevandoun manto de dos colores. Y la faz de la mujer erabella como la de un dolo y los ojos del jovencentelleaban cargados de deseo.Y l le sigui rpidamente. Y tocndole en unamano, le dijo:-Por qu sigues a esa mujer y la miras de esamanera?Y el joven se volvi, y, reconocindole, respondi:-Era yo ciego y me devolviste la vista. Cmo iba yoa mirarla de otra manera?Y l corri hacia adelante, y tocando el vestido decolores chillones de la mujer, dijo:-Ese camino que sigues es el del pecado, por qu losigues?Y la mujer se volvi y le reconoci. Y le dijo riendo:-Me perdonaste todos mis pecados y este caminoque sigo es agradable.Entonces l sinti su corazn lleno de tristeza yabandon la ciudad.Y cuando sala de ella, vio por fin, sentado al bordede los fosos de la ciudad, a un joven que lloraba.Y se acerc a l, y tocndole los rizos de suscabellos, le dijo:-Por qu lloras?

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    Y el joven alz los ojos para mirarle, yreconocindole, respondi:-Estaba yo muerto y me resucitaste. Qu iba yo ahacer ms que llorar?

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    El discpulo

    Cuando Narciso muri, el ro de sus delicias setransform de una copa de agua dulce en una copade lgrimas saladas, y las Orades vinieron llorandopor los bosques a cantar junto al ro y a consolarle.Y cuando vieron que el ro habase convertido decopa de agua dulce en copa de lgrimas saladasdeshicieron los bucles verdes en sus cabelleras. Ygritaban al ro y le decan:-No nos extraa que le llores as. Cmo no ibas aamar a Narciso con lo bello que era?-Pero Narciso era bello?-Quin mejor que t puede saberlo? -respondieronlas Orades- Nos despreciaba a nosotras, pero tecortejaba a ti, e inclinado sobre tus orillas, dejabareposar sus ojos sobre ti, y contemplaba su bellezaen el espejo de tus aguas.Y el ro contest:-Si amaba yo a Narciso, era porque, cuandoinclinado en mis orillas, dejaba reposar sus ojos

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    sobre m, y en el espejo de sus ojos vea reflejada yomi propia belleza.

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    El maestro

    Y cuando las tinieblas cayeron sobre la tierra, Josde Arimatea, despus de haber encendido unaantorcha de madera resinosa, descendi desde lacolina al valle, porque tena que hacer en su casa.Y arrodillndose sobre los pedernales del Valle de laDesolacin, vio a un joven desnudo, que lloraba.Sus cabellos eran de color de miel y su cuerpo comouna flor blanca; pero las espinas haban desgarradosu cuerpo, y a guisa de corona, llevaba ceniza sobresus cabellos.Y Jos, que tena grandes riquezas, dijo al jovendesnudo y que lloraba:-Comprendo que sea grande tu dolor porqueverdaderamente l era un justo.Mas el joven le respondi:-No lloro por l, sino por m mismo. Yo tambinhe convertido el agua en vino y he curado al leprosoy he devuelto la vista al ciego. Me he paseado sobrela superficie de las aguas y he arrojado a losdemonios que habitan en los sepulcros. He dado decomer a los hambrientos en el desierto, all donde

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    no haba ningn alimento, y he hecho levantarse alos muertos de sus lechos angostos, y por mandatomo y delante de una gran multitud, una higueraseca ha florecido de nuevo. Todo cuanto l hizo, lohe hecho yo. Y sin embargo, no me han crucificado.

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    La casa del juicio

    Y el silencio reinaba en la Casa del Juicio, y elhombre compareci desnudo ante Dios.Y Dios abri el libro de la vida del hombre.Y Dios dijo al hombre:-Tu vida ha sido mala y te has mostrado siemprecruel con los que necesitaban socorro y con los quecarecan de apoyo. Has sido hosco y duro decorazn. Te llam el pobre y t no le oste, ycerraste tus odos al grito del hombre afligido. Teapoderaste para tu uso particular de la herencia delhurfano y lanzaste las zorras a la via de tu vecino.Cogiste el pan de los nios y lo diste de comer a losperros, y a mis leprosos, que vivan en los pantanosy que me loaban, los perseguiste con saa por loscaminos, por esa tierra ma, con la cual te form. Yvertiste sangre inocente.Y el hombre respondi y dijo:-Hice eso, efectivamente.Y Dios abri por segunda vez el libro de la vida delhombre.Y Dios dijo al hombre:

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    -Tu vida ha sido mala y has escondido la belleza queyo he mostrado, y el bien que yo he escondido, lehas olvidado. Los muros de tu estancia estabanpintados con imgenes, y te levantabas de tu lechode abominacin al son de flautas. Erigiste sietealtares a los pecados que yo sufr, y comiste lo queno se debe comer; la prpura de tus vestidos estababordada con tres signos de afrenta. Tus dolos noeran de oro ni de plata perdurables, sino de carneperecedera. Baabas su cabellera en perfumes ycolocabas granadas en sus manos. Ungas sus piescon azafrn y desplegabas tapices ante ellos.Pintabas con antimonio sus prpados y untabas suscuerpos con mirra. Te prosternaste ante ellos y lostronos de tus dolos se elevaron hasta el sol.Mostraste al sol tu ignorancia y a la luna tudemencia.Y el hombre respondi y dijo:-Hice eso, igualmente.Y por tercera vez abri Dios el libro de la vida delhombre.Y Dios dijo al hombre:-Tu vida ha sido mala y has pagado el bien con elmal y la bondad con la impostura. Has herido lasmanos que te alimentaron y has despreciado lossenos que te dieron su leche. El que lleg hasta ticon agua, se march sediento, y a los hombres fuerade la ley, que te escondan por la noche en sustiendas, les delatabas antes del alba. Tendiste unlazo a tu enemigo que te haba perdonado, y al

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    amigo que iba contigo le vendiste por dinero; y a losque te trajeron amor, les diste en pago lujuria.Y el hombre respondi y dijo:-Hice eso, igualmente.Y Dios cerr el libro de la vida del hombre y dijo:-Realmente, deba enviarte al Infierno. S, alInfierno es donde debo enviarte.Y el hombre exclam:-No puedes hacerlo.Y Dios dijo al hombre:-Por qu no puedo enviarte al Infierno?-Porque he vivido siempre en el Infierno -respondiel hombre.Y el silencio rein en la Casa del Juicio.Y al cabo de un momento, habl Dios y dijo alhombre:-Ya que no puedo enviarte al Infierno, te enviar alCielo. S, al Cielo es adonde te enviar.Y el hombre exclam:-No puedes hacerlo.Y Dios dijo al hombre:-Por qu razn no puedo enviarte al Cielo?-Porque jams ni en parte alguna he podidoimaginarme el Cielo -replic el hombre.Y el silencio rein en la Casa del Juicio.

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    El maestro de la sabidura

    Desde su infancia le haban inculcado, como acualquiera, el perfecto conocimiento de Dios, yhasta cuando era nio, muchos santos as comociertas santas mujeres que vivan en la libre ciudad,donde l naci, habanse quedado atnitos ante susrespuestas graves y sabias.Y cuando sus padres le entregaron el traje y el anillode la edad viril, les abraz, abandonndoles para ir acorrer mundo, porque quera hablar de Dios aluniverso.Pues haba por aquel tiempo en el mundo muchaspersonas que no conocan a Dios en absoluto, queslo tenan de l un conocimiento incompleto, oque adoraban los falsos dioses que habitan en losbosques sagrados sin preocuparse de susadoradores.Y ponindose de frente al sol se puso en marcha,caminando sin sandalias como haba visto andar alos santos y llevando en su cintura un zurrn decuero y un pequeo cntaro de barro cocido.

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    Y como caminaba a lo largo del ancho caminosentase lleno de ese gozo que nace delconocimiento perfecto de Dios, y le cantabaalabanzas sin cesar en sus cantos. Y al cabo de algntiempo, entr en un pas desconocido en el que sealzaban muchas ciudades.Y atraves once ciudades.Y algunas de stas se hallaban en los valles, otras enlas riberas de grandes ros y otras asentadas sobrecolinas.Y en cada ciudad encontr un discpulo que le amy le sigui, y una gran multitud en cada ciudad lesigui asimismo, y el conocimiento de Dios seesparci sobre toda la tierra y muchos jefes deEstado se convirtieron.Y los sacerdotes de los templos en que haba dolosvieron que la mitad de su ganancia se perda y quecuando a medioda golpeaban sus tambores nadie, omuy poca gente, acuda con panes y ofrendas decarne, como era costumbre en el pas antes de llegarel peregrino.Sin embargo, cuanto ms aumentaba la multitudque le segua, cuanto mayor era el nmero de susdiscpulos, ms grande era su afliccin.Y l no saba por qu su afliccin era tan grande,pues hablaba siempre de Dios y segn la plenitud deconocimiento perfecto de Dios, que Dios mismo lehaba dado.Y una noche sali de la oncena ciudad, que era unaciudad de Armenia, y sus discpulos y una gran

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    multitud le siguieron, y subi a una montaa y sesent sobre una roca que haba en ella.Y sus discpulos se agruparon a su alrededor y lamultitud se arrodill en el valle.Y l hundi la cabeza en sus manos y llor y dijo asu alma:-Por qu estoy tan lleno de afliccin y de temor ypor qu cada uno de iris discpulos es como unenemigo que se adelanta a plena luz?Y su alma le respondi y dijo:-Dios te ha llenado del conocimiento perfecto de lmismo y t has dado esa ciencia a los dems. Hasdividido la perla de gran valor y has repartido entrozos el vestido sin costura. El que difunde lasabidura se roba a s mismo. Es lo mismo quequien da un tesoro a un ladrn Acaso Dios no esms sabio que t? Quin eres t para revelar elsecreto que Dios te ha confiado? Yo era rica un day t me has empobrecido. Yo he visto a Dios un day ahora t me lo has ocultado.Y de nuevo llor l porque saba que su alma ledeca la verdad y que haba dado a los dems elconocimiento perfecto de Dios, y que se encontrabacomo un hombre que se ha colgado de los plieguesde la vestidura de Dios, y que su fe disminuira enrelacin al nmero de los que vean en l.Y se dijo a s mismo:-No volver a hablar de Dios. El que infunde lasabidura se roba a si mismo.

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    Y algunas horas ms tarde, sus discpulos fueron asu encuentro, e inclinndose hasta el suelo, ledijeron:-Maestro, hblanos de Dios, porque tienes elconocimiento perfecto de l y ningn hombre msque t lo posee.Y l contest:-Os hablar de todas las dems cosas que hay en elcielo y en la tierra, pero no os hablar de Dios. Niahora ni nunca os volver a hablar de Dios.Y ellos se irritaron y le dijeron:-Nos has conducido al desierto para quepudiramos escucharte. Quieres despedirnoshambrientos a nosotros y a la gran multitud que hasinvitado a seguirte?Y l respondi:-No os hablar de Dios.Y la multitud murmur contra l y le dijo:-Nos has conducido al desierto y no nos has dadoalimento para comer. Hblanos de Dios y eso nosbastar.Pero l no contest una palabra, porque saba que sihablaba de Dios les dara un tesoro.Y los discpulos se marcharon tristemente y lamultitud regres a sus casas. Y muchos fallecieronen el camino.Y cuando estuvo solo se levant y volvindosehacia la luna, viaj durante siete lunas sin hablar aningn hombre y sin responder a ninguna pregunta.

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    Y cuando la sptima luna iba a desaparecer, lleg aldesierto del gran Ro.Y encontrando vaca una caverna habitada en otrotiempo por un centauro, la tom por abrigo y tejiuna esterilla de junco para acostarse en ella y hacervida de eremita.Y a cada hora, el eremita alababa a Dios, que habapermitido que aprendiera a conocerle y a conocer sugrandeza admirable.Ahora bien; una noche, estando el eremita sentadoante la caverna en un sitio de reposo que se habaarreglado, vio a un joven de rostro perverso yhermoso que pasaba sencillamente vestido y con lasmanos vacas.Todas las noches pas de nuevo el joven con lasmanos vacas y todas las maanas volvi con lasmanos llenas de prpura y de perlas, pues era unladrn y robaba a las caravanas de mercaderes.Y el eremita le mir y tuvo piedad de l. Pero no ledijo una palabra porque saba que quien dice unapalabra pierde su fe.Y una maana, cuando regresaba el joven con lasmanos llenas de prpura y de perlas, se detuvo,frunci las cejas, dio con el pie sobre la mesa y dijoal eremita:-Por qu me miras siempre de ese modo cuandopaso? Qu es lo que veo en tus ojos? Porqueningn hombre me ha mirado antes de ese modo. Yes para m un aguijn y una tristeza.Y el eremita le respondi:

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    -Lo que hay en mis ojos es piedad. Es la piedad laque te mira por mis ojos.Y el joven ri con risa despreciativa y grit aleremita con tono amargo:-Tengo prpura y perlas en mis manos y t notienes ms que una esterilla de junco para acostarte.Qu piedad vas a tenerme? Y por qu?-Tengo piedad de ti -dijo el eremita-, porque noconoces a Dios.-Es una cosa preciosa el conocimiento de Dios? -pregunt el joven.Y se acerc a la entrada de la caverna.-Es ms preciosa que toda la prpura y que todaslas perlas del mundo -respondi el eremita.-Y t la posees?Y se acerc ms.-En otro tiempo -respondi el eremita- posea yorealmente el conocimiento perfecto de Dios, peroen mi locura lo he repartido y dividido entremuchos otros hombres. Aun ahora, semejanterecuerdo sigue siendo para m ms precioso que laprpura y que las perlas.Y cuando el ladrn oy esto, tir la prpura y lasperlas que llevaba en sus manos, y sacando unaespada puntiaguda de recurvado acero, dijo aleremita:-Dame ahora mismo ese conocimiento de Dios queposees o te mato sin vacilar. Cmo no iba yo amatar a quien posee un tesoro mayor que el mo?Y el eremita extendi sus brazos y dijo:

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    -No me valdra ms ir a los parajes ms alejados dela Casa de Dios y loarle que vivir en el mundo y noconocerle? Mtame si sa es tu voluntad. Pero noentregar mi conocimiento de Dios.Entonces el ladrn cay de rodillas y le suplic;pero el eremita no quiso ni hablarle de Dios ni darlesu tesoro.Y el ladrn se levant y dijo al eremita:-Sea como quieres. Por mi parte, voy a ir a laCiudad de los Siete Pecados, que est solamente atres das de marcha de aqu, y por mi prpura medarn placer y por mis perlas me vendern alegra.Y recogiendo la prpura y las perlas se fuerpidamente.Y el eremita le llam a grandes gritos. Le sigui y leimplor.Durante tres das sigui al ladrn por los caminos yle rog que se volviera y que no entrase en laCiudad de los Siete Pecados.Y a cada paso, el ladrn miraba al eremita, yllamndole, le deca:-Quieres darme ese conocimiento de Dios que esms precioso que la prpura y las perlas? Si accedesa drmelo, no entrar en la ciudad.Y el eremita le contestaba siempre:-Te dar todo lo que tengo, a excepcin de una solacosa, porque sa no me est permitido drtela.Y al caer la tarde del tercer da, se encontraronambos ante las grandes puertas escarlatas de laCiudad de los Siete Pecados.

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    Y llegaron hasta ellos mil carcajadas que salan de laciudad.Y el ladrn respondi echndose a rer y llamrepetidamente a la puerta.Y cuando estaba llamando, el eremita lleg a l, ycogindole por los pliegues de sus vestidos, le dijo:-Abre tus manos y coloca tus brazos en torno de micuello; acerca tu odo a mis labios y te dar elconocimiento de Dios que me queda.Y el ladrn entonces se detuvo.Y cuando el eremita le hubo entregado suconocimiento de Dios, se desplom sobre el suelo yllor; y unas grandes tinieblas le ocultaron la ciudady el ladrn de tal modo que ya no les volvi a ver.Y estando all inclinado y deshecho en lgrimas,not que alguien estaba de pie a su lado; y Aquelque estaba de pie a su lado tena pies de bronce ycabellos como de lana fina.Y levant al eremita y le dijo:-Hasta aqu has tenido el conocimiento perfecto deDios; desde ahora tendrs el perfecto amor de Dios.Por qu lloras?Y le bes.