Andrade-Historiografia de La Filosofía Analítica de La Historia (2007)

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1 HISTORIOGRAFÍA DE LA FILOSOFÍA ANALÍTICA DE LA HISTORIA Por Marcos Andrade Moreno [email protected] (borrador 071011) En el mundo, las cosas más grandes se llevan a cabo gracias al concurso de otras a las que no prestamos ninguna atención, pequeñas causas que pasamos por alto y que al final acaban acumulándose. Georg Christoph Lichtenberg Aforismos, A [19] (1765-1770) I ASUNTOS TERMINOLÓGICOS La etiqueta “Filosofía de la historia” se puede prestar a equívocos. Para ello, es usual distinguir dos clases de disciplinas que caen bajo dicha etiqueta. Se distingue entre filosofía de la historia material y formal (Mandelbaum, 1952); o especulativa y crítica (Dray, 1964); o substantiva y analítica (Danto, 1965). En realidad, todas ellas apuntan a lo mismo. Así, la material, especulativa o substantiva “busca descubrir en la historia, el cursos de los eventos, un patrón o significado que se extiende más allá del ámbito del historiador ordinario” (Dray 1964: 1). O también “se encuentra conectada con la investigación histórica normal, lo que significa que los filósofos substantivos de la historia, como los historiadores, se ocupan de dar cuenta de lo que sucedió en el pasado, aunque quieren hacer algo más que eso. […] trata de proporcionar una explicación del conjunto de la historia” (Danto 1989: 29). Por otra parte la formal, crítica o analítica “procura aclarar la naturaleza de la propia investigación del historiador, en razón de ‘ubicarla’, por así decirlo, en el mapa del conocimiento” (Dray 1964: 1). En otras palabras “no solo está conectada con la filosofía: es filosofía, pero filosofía aplicada a problemas conceptuales especiales, que surgen tanto en la práctica de la historia, como de la filosofía substantiva de la historia”. (Danto 1989: 29). Esta comunicación fue desarrollada en el marco del proyecto FONDECYT No. 1050348 “Pluralismo, igualdad jurídica y diversidad valorativa”, a cargo del Investigador Responsable Dr. M.E. Orellana Benado. Egresado de la Facultad de Derecho, Universidad de Chile. Allí es ayudante ad honorem de los cursos Historia de la Filosofía del Derecho y Filosofía (de la) Moral.

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Un recuento de los aportes historiográficos de la filosofía analítica de la historia.

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HISTORIOGRAFÍA DE LA FILOSOFÍA ANALÍTICA DE LA HISTORIA

Por Marcos Andrade Moreno [email protected]

(borrador 071011)

En el mundo, las cosas más grandes se llevan a cabo

gracias al concurso de otras a las que no prestamos

ninguna atención, pequeñas causas que pasamos

por alto y que al final acaban acumulándose.

Georg Christoph Lichtenberg

Aforismos, A [19] (1765-1770)

I

ASUNTOS TERMINOLÓGICOS

La etiqueta “Filosofía de la historia” se puede prestar a equívocos. Para ello, es

usual distinguir dos clases de disciplinas que caen bajo dicha etiqueta. Se distingue entre

filosofía de la historia material y formal (Mandelbaum, 1952); o especulativa y crítica

(Dray, 1964); o substantiva y analítica (Danto, 1965). En realidad, todas ellas apuntan a lo

mismo. Así, la material, especulativa o substantiva “busca descubrir en la historia, el cursos

de los eventos, un patrón o significado que se extiende más allá del ámbito del historiador

ordinario” (Dray 1964: 1). O también “se encuentra conectada con la investigación

histórica normal, lo que significa que los filósofos substantivos de la historia, como los

historiadores, se ocupan de dar cuenta de lo que sucedió en el pasado, aunque quieren hacer

algo más que eso. […] trata de proporcionar una explicación del conjunto de la historia”

(Danto 1989: 29).

Por otra parte la formal, crítica o analítica “procura aclarar la naturaleza de la propia

investigación del historiador, en razón de ‘ubicarla’, por así decirlo, en el mapa del

conocimiento” (Dray 1964: 1). En otras palabras “no solo está conectada con la filosofía: es

filosofía, pero filosofía aplicada a problemas conceptuales especiales, que surgen tanto en

la práctica de la historia, como de la filosofía substantiva de la historia”. (Danto 1989: 29).

Esta comunicación fue desarrollada en el marco del proyecto FONDECYT No. 1050348 “Pluralismo,

igualdad jurídica y diversidad valorativa”, a cargo del Investigador Responsable Dr. M.E. Orellana Benado. Egresado de la Facultad de Derecho, Universidad de Chile. Allí es ayudante ad honorem de los cursos

Historia de la Filosofía del Derecho y Filosofía (de la) Moral.

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Ejemplos de filosofías de la historia especulativas serían las obras de J. G. Herder,

Ideas para una filosofía de la historia de la humanidad (abril de 1784) o la de O. Spengler

La decadencia de Occidente (1918 y 1923). En el ámbito anglosajón la obra Estudio de la

historia (1933-1961) de A. Toynbee. Por otro lado, ejemplos de filosofías de la historia

críticas serían las obras de R.G. Collingwood, Idea de historia (1946), o la de A. Danto,

Analytical Philosophy of History (1965). Es a la filosofía de la historia en este segundo

sentido al que me referiré, acotándolo al debate dentro de la tradición analítica.

Para abordar este tema es imperativo decir algo primero sobre la historia. Esto

porque, tal y como las concibo aquí, las filosofías de la historia deben ser funcionales a la

práctica de la historia, al trabajo de los historiadores. Lo contrario me parece que sería

arrogante de parte de los filósofos: Pretender que la filosofía deba, en vez de iluminar

algunos de los problemas de los historiadores, derechamente reorientar las concepciones de

la historia a la luz de ellas. Aunque esto puede ser discutible, convengamos en que no es

así.

Es usual, por otra parte, hacer el contraste entre historia e historiografía. La primera

se usa en dos sentidos. En el primero, por historia se hace referencia a la disciplina, esto es,

a la práctica de los historiadores (por ejemplo cuando alguien dice que “Esa persona se

dedica a la historia”). En el segundo, por historia se refiere a eventos humanos del pasado

(este es el caso de expresiones como “Las obras de este presidente pasarán a la historia”).

Asimismo, con el término historiografía, se hace referencia al producto de la labor de los

historiadores, es decir, a la historia escrita. Cuando me refiero a las concepciones de la

historia, quiero decir determinadas maneras de concebir a la historia como disciplina.

Existen múltiples concepciones de la historia, porque ella es practicada de diversas

maneras, esto es, existen varias metodologías históricas (distintas reglas de la investigación

y escritura de la historia). Es en este sentido en el que las filosofías de la historia deben ser

funcionales a la historia. Creo que es legítimo preguntarse si existe una vinculación entre la

metodología histórica y la filosofía de la historia. Responder a esta pregunta requiere

clarificar dos cosas. La primera, si existe un criterio que permita distinguir entre lo que

constituye una metodología (asuntos que parecen ser propios de los historiadores), y lo que

constituyen problemas filosóficos (asuntos propios de los filósofos). Sobre el primer punto

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trataré de avanzar una respuesta hacia el final de esta comunicación. Sobre el segundo, diré

muy poco.

¿De qué manera se vinculan las metodologías de los historiadores con las filosofías

de la historia de los filósofos? La manera de practicar la historia posee hoy la peculiaridad

de referirse no solo a lo que he convenido en llamar historias generales, esto es, historias

que se preocupan de componer cuadros del pasado que descansan en descripciones

generales de los principales acontecimientos diplomáticos, políticos, militares y sociales de

un periodo de tiempo; sino que también a las historias especiales, o historias con apellidos,

las que se concentran específicamente en un o unos aspectos de un periodo de tiempo, por

ejemplo, en la pintura o en la moda de la Inglaterra del siglo XVII. Estas historias

especiales surgen tanto de historiadores especialista en tales o cuales temas o de autores

formados en otras disciplinas (siguiendo con nuestro ejemplo, en el arte o en las modas).

La especialización del trabajo histórico hace parecer fuera de moda a las historias

generales. La pregunta que debemos hacernos, entonces, es si esta peculiaridad afecta

nuestro entendimiento del debate en torno a la filosofía de la historia. En otras palabras, si

nos tomamos en serio la idea de que existe una conexión entre el tipo de historias que se

practican y las filosofías de la historia que las clarifican o justifican, ello debería reflejarse

en la manera en que concebimos el debate en torno a filosofía de la historia, de lo contrario

la distinción que hicimos a partir de dicha peculiaridad de la práctica de la historia

contemporánea es una cuestión irrelevante y, por lo tanto, carece de toda utilidad. Es obvio

que antes de contestar a esta pregunta primero debamos tener alguna noción del debate en

torno a la filosofía del la historia.

II

UN RELATO FILOSÓFICO

Una manera en que se ha presentado el devenir de la filosofía de la historia en la

tradición analítica ha sido aquel que la concibe como una obra en dos actos (por ejemplo

Birulés, 1989). El primero, gira en torno a la naturaleza de la explicación histórica (y los

temas que se derivan de él, como son la casualidad, la objetividad, y el determinismo). Éste

se habría iniciado con la publicación del artículo “The function of general law in history”

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(1942) de C. Hempel (donde se encontraría la formulación más rigurosa de lo que después

pasó a denominarse covering-law model), y se habría prolongado hasta los inicios de la

década del 60. El segundo, trata sobre los elementos narrativos de la historia (a través del

análisis de los componentes característicos de los relatos históricos: las oraciones

narrativas). Este giro habría sido impulsado por autores como A. Danto (Analytical

philosophy of history, 1965) y M. White (The Foundations of Historical Knowledge, 1965),

y habría marcado el debate de las décadas posteriores (por ejemplo autores como H.

White).

Como señala Birulés, con la publicación de dichas obras: “el problema de la

narración pasará a ocupar el lugar central que tenía la explicación en la filosofía de la

historia […] (1989: 21). Dicha manera de ver este asunto es anacrónica y tendenciosa. Es

anacrónica, porque impone una perspectiva que desconecta del debate de las décadas

anteriores a las obras de esos autores: Lo que habría ocurrido es el reemplazo de los

problemas de la explicación por los problemas de la narración. Visto el asunto de esta

manera, se sacrifica el protagonismo tanto de la filosofía idealista de la historia (de

raigambre continental ligada a B. Croce), representada por autores como R. G.

Collingwood y M. Oakeshott; como también de los contextualistas, como W. Dray, J. Dunn

y Q. Skinner; y también de los cotidianistas, como Gardiner y Berlin.

Es tendenciosa, por otra parte, porque finalmente obedece a cierta agenda

postmoderna que pretende tender un puente entre la filosofía analítica con la hermenéutica,

disolviendo sus diferencias. Esta estrategia es bastante obvia. Si se reconstruye el debate

resaltando los elementos narrativos de él por sobre los explicativos, queda un espacio para

pensadores como Derrida, o Ricoeur. Es el mismo Ricoeur, en Tiempo y narración (Vol. 1,

1987) quien interpreta el debate anglosajón en filosofía de la historia en los términos del

debilitamiento del covering-law model. Pero una cosa es decir que el modelo del covering-

law a lo largo del debate sufrió varios ataques que causaron un desinterés en él, y otra muy

distinta es decir que la filosofía de la historia perdió interés en el problema de la

explicación, reorientándose hacia la narración. Me parece que esta lectura postmoderna de

dichos autores obedece más a cuestiones institucionales que conceptuales.

Propongo aquí una manera de entender la filosofía de la historia en la tradición

analítica que deseche la agenda postmoderna y devuelva protagonismo a los actores

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olvidados del reparto, los que legítimamente fueron y han sido parte del debate. A mi juicio

se puede reconocer en la tradición analítica cinco concepciones rivales, las que, por igual,

han sido parte de su historia: (a) positivistas, (b) idealistas, (c) cotidianistas, (d)

contextualistas, (e) narrativistas. Reconocer estas concepciones permite, no solo hacer una

mejor reconstrucción de lo que ha pasado en los últimos 65 años de debate, sino que

mostrar que, a diferencia de lo ocurrido en la filosofía analítica sin apellidos, en la de la

historia su peculiaridad resulta no del rechazo al idealismo continental, sino que de un

intercambio intelectual que fomentó con ella (en esto sí acierta Birulés). Sobre este punto

algo más diremos hacia el final. Veamos a continuación en qué consisten cada una de estas

concepciones.

a) Positivistas. Torretti y Mosterín en su Diccionario de lógica y filosofía de las

ciencias, señalan que el positivismo se circunscribe dentro de un fenómeno más amplio

llamado cientificismo (2002: 89-90 y 448). Se pueden trazar los orígenes de esta corriente

de pensamiento en los trabajos de Bacon (1561-1626) y Leibniz (1646-1716), teniendo

entre otros seguidores a autores como Comte y a los miembros del Círculo de Viena. Una

caracterización muy general de esta concepción supone reconocer una especie de agenda

común: Utilizar los modelos y el rigor de las ciencias (sobre todo de la física y la

matemática) como estándar de evaluación para las demás disciplinas humanas.

En esta línea, Carl Hempel publicó en 1942 (en plena Segunda Guerra Mundial), un

breve pero influyente artículo titulado “The Function of general laws in history”. En dicho

artículo Hempel defendió, de una manera conmovedoramente clara y honesta, la idea de

que la explicación histórica obedece a las mismas reglas que la explicación científica, en

sus palabras: “que las leyes generales tienen un función bastante análoga en la historia y en

las ciencias naturales, que ellas forman un instrumento indispensable de investigación

histórica” (1942: 35). El modelo propuesto allí, pasó a conocerse entre los filósofos de la

historia, a instancia de William Dray, como covering law model (1957: 1). Dicho modelo es

conocido también en otros debates filosóficos como modelo nomológico-deductivo.

Para Hempel, la función de las leyes generales consiste en “conectar eventos en

patrones que son usualmente referidos como explicación y predicción” (1942: 35). De allí

que la explicación de un evento en cuestión consiste en:

(1) un conjunto de enunciados afirmando la ocurrencia de ciertos eventos

C1, … Cn en ciertos tiempos y lugares,

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(2) un conjunto de hipótesis universales, tales que

(a) los enunciados de ambos grupos estén razonablemente bien confirmados por la

evidencia empírica,

(b) desde los dos grupos de enunciados la sentencia que afirme la ocurrencia del

evento E pueda ser lógicamente deducida.

En la explicación física, el grupo (1) describirían las condiciones iniciales y límites para la

ocurrencia del evento final; generalmente, diríamos que el grupo (1) expone las condiciones

determinantes para el evento a ser explicado, mientras el grupo (2) contiene las leyes

generales en las cuales la explicación se basa; ellas implican el enunciado que, sea cual sea

el evento de la clase descrita que ocurra en el primer grupo, un evento de la clase a ser

explicada tendrá lugar.

En pocas palabras, la idea de Hempel es que “la explicación se consigue, y solo se

logra, por la subsumición de lo que se explica bajo una ley general” (Dray, 1957: 1). ¿Pero

es esto lo que realmente hacen los historiadores? Hempel reconoce que ellos no hacen esto

por dos motivos. En primer lugar, porque no incluyen enunciados explícitos de leyes

generales por ser éstos demasiado triviales o familiares. En segundo lugar, porque los

historiadores solo ofrecen bosquejos de explicación, esto es, “una vaga indicación de las

leyes y de las condiciones iniciales consideradas como relevantes, las que necesitan ser

‘llenadas’ en orden a convertirlas explicaciones completamente desarrolladas” (1942: 42).

Para Hempel, los escritos de los historiadores están salpicados de partículas como ‘porque’,

‘de ahí’, ‘por lo tanto’, etc., desde las cuales es posible reconstruir las hipótesis universales

en las que descansan. El artículo de Hempel está dirigido contra todas aquellas teorías

históricas que descansan en entendimientos de la historia basados en metáforas, como el

“destino manifiesto”, “organismo vivo”, etc.

Hempel moderó esta postura en sucesivos artículos. Primero, quitándole el matiz

nomológico-deductivo de su propuesta, reemplazándolo por un enfoque probabilístico

(1963). Luego, aclarando que lo que hizo no fue sugerir una visión mecanicista del hombre,

de la sociedad o de los procesos históricos, ni tampoco: “negar la importancia de las ideas e

ideales para la acción y decisión humana”, sino que mostrar que “la naturaleza del

entendimiento, en el sentido en que la explicación es significativa para darnos un

entendimiento de los fenómenos empíricos, es básicamente el mismo en todas las áreas del

la investigación científica” (1966: 123).

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Dicha concepción de la filosofía de la historia no solo se agota en Hempel. Como

señala Dray, Popper vindicaba el crédito de haber elaborado estas ideas con anterioridad

(en Logik der Forschung de 1935, las que luego reelaboraría en The open society and its

enemies de 1945). Por esto Donagan (1966), llama a este modelo La teoría Popper-Hempel.

Otro de los defensores del modelo fue Ernest Nagel (1959a y 1959b).

b) Idealistas. El idealismo británico poseía un gran abolengo, ya que estuvo estuvo

bastante ligado con las grandes figuras del idealismo continental. En el campo histórico,

tuvo dos notables seguidores: R. G. Collingwood y Michael Oakeshott. Sin embargo, dado

el ambiente fuertemente positivista en las primeras décadas del siglo XX en Oxbridge, los

idealistas se percibían a sí mismos como pensadores solitarios. Se puede caracterizar al

idealismo en base a tres ideas que defendieron: a. la unicidad del pensamiento histórico; b.

los eventos históricos son o envuelven pensamientos; c. los eventos históricos complejos y

por eso son irreducibles.

Collingwood es el caso paradigmático. En sus Epilegómenos (la quinta parte de Idea

de la historia), Collingwood delimita el foco de sus preocupaciones en torno al

autoconocimiento humano. Describe la empresa cientificista como un intento de abordar el

problema del autoconocimiento a través de la aplicación de los métodos científicos,

pretendiendo, con esto, constituir la ciencia de la naturaleza humana. Esta ciencia, fue

entendida por los pensadores de los siglos XVII y XVIII como una ciencia de la mente (está

pensando en autores como Locke y Hume). Esta empresa, en palabras de Collingwood,

habría sido “un paso en falso –falsificado por la analogía con las ciencias naturales– hacia

la comprensión de la mente en sí” (2004: 289). Para él, la manera correcta de conocer la

naturaleza es a través de los métodos científicos, y la manera correcta de conocer la mente

es a través de la historia. Sin embargo, Collingwood rechaza al historicismo que afirma que

toda realidad es histórica, ya que sería el mismo tipo de error que comenten los

cientificistas: Entrometerse en otros terrenos.

Collingwood considera, a diferencia de Hempel, que la explicación histórica es sui

géneris, ya que su objeto es distinto. Esto es un elemento común entre los idealistas. Llega

a esta conclusión al tratar de delimitar el campo del pensamiento histórico. Éste

tradicionalmente ha sido aquél de los acontecimientos humanos, pero bien cabe preguntarse

si no podría hablarse en algún sentido de historia en el mundo natural, lo que traería

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aparejado que se desdibujen las fronteras entre ambas. Collingwood sostiene que esto se

debe a que tanto el hombre de ciencias como el historiador son concientes del cambio a

través del tiempo. Pero cambio e historia no son lo mismo, ya que una cosa es la

temporidad y la otra es el tiempo: Ser un átomo de hidrógeno requiere tiempo (Whitehead),

pero ese es un sentido del tiempo distinto del que manejan los historiadores: “Hay cierta

analogía entre la interpretación que hace el arqueólogo de un emplazamiento estratificado y

la interpretación que hace el geólogo de los horizontes rocosos” (2004: 292). El arqueólogo

interpreta las reliquias estratificadas como artefactos que sirven a propósitos humanos y

que, por lo tanto, son expresión de cómo concebían esos hombres su propia vida en aquel

momento; el geólogo, en cambio, trabaja en términos cuasi-históricos, ya que ordena sus

hallazgos en series temporales, pero este no es el mismo uso del tiempo que emplea el

historiador. Es más, existe un entendimiento totalmente distinto de qué constituye un

acontecimiento pasado:

El historiador, al investigar cualquier acontecimiento del pasado, hace una distinción entre lo

que podría llamarse el exterior y el interior de un acontecimiento. Por exterior del

acontecimiento quiero decir todo lo que le pertenece y que se puede describir en términos de

cuerpos y sus acontecimientos: el paso del César, acompañado de ciertos hombres, de cierto río

llamado Rubicón en determinada fecha […]. Por interior del acontecimiento quiero decir lo que

de él solo puede describirse en términos de pensamiento: el desafío por parte de César de a ley

republicana […]. El historiador no se queda jamás con uno de estos aspectos con exclusión del

otro. Lo que investiga no son meros acontecimientos (por mero acontecimiento quiero decir

uno que solo tiene exterior y interior), sino acciones, y una acción es la unidad del exterior y el

interior de un acontecimiento […] Su trabajo puede comenzar descubriendo lo externo de un

acontecimiento, pero no puede quedarse ahí. Tiene que recordar siempre que el acontecimiento

fue una acción, y que su tarea principal es adentrarse en el pensamiento en esa acción, discernir

el pensamiento del agente de la acción. (2004: 293)

Collingwood opone esta distinción a la pretensión cientificista de que la explicación

si pretende ser tal debe ajustarse al lenguaje de las ciencias. Si bien, tanto el hombre de

ciencias como el historiador deben ir más allá del exterior de un acontecimiento, ambos lo

hacen por caminos distintos. El científico, para relacionarlo con otros acontecimientos, el

historiador, en cambio, para penetrar en el interior y discernir el pensamiento que

contienen. “Descubrir ese pensamiento es ya comprenderlo […] Cuando sabe qué ha

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sucedido, sabe ya por qué ha sucedido” (2004: 294). Esto no significa que la historia

rechace la causalidad, más bien, en la historia se usa el término ‘causa’ en un sentido

especial. “Cuando un historiador pregunta: ‘¿Por qué apuñaló Bruto a César?’, lo que

quiere decir es: ‘¿Qué pensaba Bruto que lo hizo decidirse a apuñalar a César?’ La causa

del acontecimiento significa para él el pensamiento en la mente de la persona por cuya

agencia se produjo el acontecimiento, y esto no es algo distinto del acontecimiento, es el

interior del acontecimiento mismo” (2004: 294-295)

Esto le lleva a afirmar a Collingwood que “Toda historia es historia del

pensamiento”. El historiador discierne los pensamientos que trata de descubrir

repensándolos en su propia mente. Es de esta manera en que el historiador realiza su

trabajo: “frente a un resumen de ciertas acciones ejecutadas por Julio César, trata de

comprender estas acciones, es decir, de descubrir que pensamientos tenía César en mente

que lo decidieron a ejecutarlas. Esto supone para el historiador representarse la situación en

que se hallaba César, y pensar por sí mismo lo que César pensaba de la situación […] La

historia del pensamiento, y por lo tanto, toda historia, es la reactualización de pensamientos

pretéritos en la propia mente del historiador”. Este proceso no es pasivo, sino que activo, y

por ello crítico: “El historiador no se limita a revivir pensamientos pasados, los revive en el

contexto de su propio conocimiento y, por tanto, al revivirlos, los critica, forma sus propios

juicios de valor, corrige los errores que puede advertir en ellos” (2004: 295).

Las ideas de Collingwood descansan en una concepción de lo mental como un

actividad y no como un objeto (veáse D’Oro 2000): “una actividad del pensamiento que

sólo se puede conocer en tanto que la mente que la conoce la revive y al hacerlo se conoce”

(2004: 298). Es de esta manera como el la reactualización (reenactment) permite el

autoconocimiento, ya que: “La única manera como puedo conocer mi propia mente es

ejecutando algún acto mental para considera luego qué es ese acto que he ejecutado”. Es en

ese sentido en que se debe entender el dictum collingwodiano de que “todo conocimiento

de la mente es histórico” (2004: 299). Collingwood es consiente de dos objeciones que

pueden hacerse a sus ideas: Si la psicología puede ser una candidata para estudiar los

fenómenos mentales, o si derechamente a la mente le está vedada conocerse a sí misma.

c) Cotidianistas. La filosofía del lenguaje ordinario se opuso también a las

conclusiones del positivismo, pero por motivos distintos al de los idealistas: Opusieron al

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lenguaje de las ciencias el del habla cotidiana. En esta línea, Patrick Gardiner distingue

entre el entendimiento científico de explicación y el del sentido común. Para ello,

reconstruye la mejor versión del modelo del covering-law en los términos de leyes causales.

Señala, siguiendo a Russell, que en las ciencias el concepto de causa trae una serie de

problemas que lo vuelven demasiado problemático. La visión clásica de la causalidad

supone que “la causa de un evento posee una cierta duración definitiva, e, inmediatamente

recorrido su curso, el efecto entra en operación, el proceso de efectos precedidos de causas

es imaginado como un sistema de turnos o garita de control de entradas y salidas”. Esto es

problemático para las ciencias porque “de acuerdo con la teoría, hay un instante en el cual

las causas cesan, y otro instante en el cual el efecto comienza” (1961: 9). Para él la objeción

es obvia: “si consideramos al tiempo como una serie de instantes, también debe ser claro

que no pueden haber instantes contiguos, por medio de cualquiera de los dos instantes es

siempre posible interponer otro, por muy cercanos que ambos instantes se imaginen (1961:

9).

Esta dificultad que presenta la explicación causal en las ciencias no debe ser motivo

para desecharla de nuestro lenguaje cotidiano. De hecho usualmente damos ese tipo de

explicación en la vida diaria: “‘Causa’ y ‘Efecto’, como se usan en la vida diaria, no poseen

la precisión del análisis precedente en términos de duración fija, inmediata contigüidad, y

los sucesivos intentos para dárselos” (1961: 10). Estamos acostumbrados a dar este tipo de

explicaciones: Sabemos, por ejemplo, que las cerillas se encienden al frotarlas contra la lija

de la caja. Nadie cuando explica cotidianamente se pregunta en qué instante cesa la causa y

comienza el evento, solo sabe, gracias a su experiencia del pasado, cómo hacerlo.

Adicionar complejidades a este tipo de explicaciones, solo causará extrañeza entre otros

hablantes. Ello es posible gracias a la vaguedad y apertura del lenguaje ordinario. Sin

embargo, los hablantes pueden detallar sus explicaciones con acotaciones adicionales si

esto es requerido por el contexto en el que se encuentran, de allí que este tipo de

explicaciones causales cotidianas implican una cláusula ceteris paribus general. Ambos

tipos de explicaciones, las del científico y las del hombre ordinario descansan en

correlaciones observadas en la experiencia, lo que constituye el mínimo lógico común de

toda explicación.

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El argumento que Gardiner avanza es que los historiadores ofrecen explicaciones

causales del tipo del lenguaje cotidiano, pero ofrecen detalles adicionales por lo que

usualmente no se valen de la cláusula ceteris paribus. Al historiador le interesa el contexto

en el que ocurrieron los eventos que está estudiando. Gardiner opone a este modelo

causalista de explicación uno basado en motivos, razones e intenciones. Dicho modelo se

inspira en la reclamación idealista de que hablar de historia es hablar del pensamiento de

los agentes. Gardiner considera que a ambos modelos de explicación, el materialista y el

idealista, como válidos. Cree que las explicaciones monistas, esto es, aquellas que se

sostienen sobre uno u otro aspecto de la explicación, deben rechazarse.: Los historiadores

hacen ambas cosas.

d) Contextualistas. El libro de Dray, Laws and explanation in history, está

inspirado en el de Gardiner. Pero lo que Dray propone es, a diferencia de Gardiner, quitar

del panorama filosófico a las explicaciones basadas en el modelo del covering-law. Dray

concibe el trabajo del historiador como un trabajo de interpretación de las acciones de

agentes pasados. De allí que proponga un modelo de explicación basado en la

interpretación de las acción por razones. Dray utiliza los argumentos idealistas contra el

modelo covering-law: Dicho modelo es incapaz de dar cuenta de eventos únicos. La crítica

está directamente enfocada a la concepción de Hempel del trabajo del historiador, si

explicar es subsumir a leyes generales, y el trabajo de los historiadores debería hacer

explícitos las hipótesis generales sobre las que descansa su trabajo, entonces Hempel pide a

los historiadores no que se aboquen a escribir historias que resalten las peculiaridades de un

periodo de tiempo o del pensamiento de un gobernante o intelectual, sino que más bien se

preocupen en qué medida dicho periodo de tiempo satisface una hipótesis general (véase

1957: 118). Por otra parte, defiende el modelo explicativo propuesto por los idealistas,

modelándolo con tópicos que hoy son bastante familiares para nosotros y que están muy

ligados entre sí: Los límites entre la justificación y de la explicación, las razones

disponibles en un contexto determinado, el principio de caridad.

e) Narrativistas. Los narrativistas enfatizan el carácter narrativo de la historia. La

evidencia solo tiene sentido si se presenta en un relato. Diferencia entre narración y crónica

es ilegítima. Cronista ideal y la idea de una relación máximamente detallada del pasado. La

imposibilidad de esto. Narración: a. relatar acontecimientos que realmente sucedieron;

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relatarlos en el orden que ocurrieron; c. ofrecer una explicación de por qué ocurrieron. No

bastan para decir que son narraciones históricas. Tipos de significación: a. pragmática (es

importante para el historiador tal o cual evento o personaje); b. teórica (evento puede

justificar teoría general); c. consecuencialista (eventos es importante por consecuencias

para otro evento); d. revelador (fruto del trabajo descubrimos algo gracias a la narración

deun acontecimeitno). Afirmaciones sobre el pasado verdaderas y justificadas.Evidencia

documental y conceptual. Las oraciones narrativas. Danto, Filosofía analítica de la

historia; también H. White y Ankersmit.

La práctica historia consiste en establecer como hecho algo que sucedió,

conectando acontecimientos. No toda descripción verdadera de un acontecimiento

verdadero se puede hacer a través de enunciados gonádicos (es verdadero de la mesa que es

café, tiene cuatro patas, etc.). Además, las conexiones entre acontecimientos pueden

extenderse en el tiempo. Las narraciones describen y explican a la vez (no hay contraste

entre puras narraciones y narraciones significativas). No se puede hacer dar una descripción

completa de ningún acontecimiento que no haga uso de narraciones. “Describir

completamente un acontecimiento es situarlo en todas las historias correctas y eso no se

puede hacer. No podemos porque somos temporalmente provincianos respecto al futuro.

No podemos pro las mismas razones que no podemos hacer filosofías especulativas de la

historia” (1989: 98).

III

CONCLUSIONES

Enfoques de fenómenos sociales globales, como la historia económica, social y

cultural; enfoques de fenómenos artísticos e intelectuales como historia de la ciencia, de la

filosofía y del arte.

A su vez, tenemos enfoques metodológicos diferenciados a esos mismos tópicos,

como la historia de las ideas, de las mentalidades e intelectual. Todas ellas poseen un

compromiso con la verdad, solo que lo entienden de distintas maneras. Algunos están más

centradas en la evidencia, otras en cambio dejan mucho más espacio a al especulación, unas

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se centran más en las estructuras y otros más en os individuos. La novedad en uno y otros

ha venido acompañado de enfoque multidisciplinarios.

Ejemplo: Historia de la filosofía. Enfoque dialógico entre ella, la historia intelectual

y a historia de las ideas: Historia de la filosofía e historia intelectual comparten una misma

preocupación, a saber, tenemos que conocer las ideas de los pensadores del pasado, pero

eso solo se logra a través de nosotros (el pasado es conocido por nosotros). Cuánto se debe

ceder ante la evidencia y cuánto frente a la reconfiguración, esto es, cuánto antiquarismo y

cuánto anacronismo nos permitiremos. Ellas, además, difieren en el canon de autores. La

historia de las ideas, en cambio, ha sido más ambiciosa: no solo en atender a las ideas en

sus contextos, sino que más allá de ellos, en su desenvolvimiento en largos períodos de

tiempo. Su canon, al igual que en el caso de la historia intelectual, es más amplio.

Dos objeciones a la propuesta:

a. ¿Por qué situar la discusión en torno al tema de la explicación? ¿Están hablando de

lo mismo Hempel, Gardiner, Dray y Danto? Reconstrucción del debate implica hacerlo

inteligible, aunque históricamente pueda ser cuestionado. Los pie de páginas es evidencia

que puede servir para mostrar que estaban hablando de los mimo (por eso el relato

comienza con Hempel). El punto que me parece más importante es también filosófico:

Cómo hacemos inteligible para nosotros este debate. Gardiner sostiene, pro ejemplo, que el

debate materialista-idealista no es cierto, ya que se trata de usos distintos de la palabra

‘explicación’ y que lleva a confusión considerar dicho tema como si tratara de diferentes

causas.

b. La manera de presentar el debate sobre la filosofía de la historia choca contra el

relato usual de la tradición analítica. En él es usual resaltar su talante antimetafísico

opuesto al idealismo de corte hegeliano. Otras variedades de idealismo, como la kantiana,

sobreviviente en el pensamiento de Oakeshott y Collingwood.

Este ecumenismo tiene un precio. Para defender su plausibilidad se debe manejar un

entendimiento de la filosofía analítica que permita reconciliar la peculiaridad de la filosofía

de la historia (su actitud dialogante hacia el idealismo), con lo que suele esgrimirse como

característica de la filosofía analítica sin apellidos: su rechazo a la metafísica y al idealismo

continental. Para ello propongo apelar a una solución que combina dos recursos: uno de la

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historia de la filosofía y el otro de la metafilosofía. En el primer caso, una caracterización

del debate tematizándolo en torno a la naturaleza de la explicación histórica: las cuatro

concepciones se distinguirían unas de otras respecto de las distintas propuestas sobre ella.

En el segundo caso, recurriendo a criterios extra conceptuales, como las relaciones

institucionales o políticas: una diversidad de concepciones no caduca el privilegio de

reunirlas bajo una misma etiqueta (‘filosofía analítica de la historia’).

Tradición analítica. Dos enfoques:

a. Metafilosófico. Enfoque multidimensional: conceptual, institucional y político. Así

esbozado por M. E. Orellana Benado.

b. Historia de la filosofía analítica. Diferencia, tiempo y evidencia.

¿Ambos enfoques son extra-filosóficos? (no apelan exclusivamente a elementos

conceptuales). Lo que sí es cierto es que ambos son multidisciplinarios.

Una lección:

La idea de que las filosofías de la historia son funcionales a las historias que los

historiadores escriben se sostiene a partir de la relación entre metodología y filosofía.

Relación de mutua dependencia. Las metodologías llevan a la formulación de

preguntas filosóficas, y las filosofías de la historia inspiran metodologías.

Una objeción:

Queda pendiente determinar cuál es el criterio para identificar metodología y

filosofía. Pregunta relativas a la manera cómo procedemos, y preguntas relativas a por

qué procedemos o deberíamos proceder de tal o cual manera.

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