Antelo. Autoridad y transmisión

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Clase 7: Autoridad y transmisión. Estanislao Antelo. (03/08/2006) Sitio: FLACSO Curso: Diploma Superior en Gestión Educativa Clase: Clase 7: Autoridad y transmisión. Estanislao Antelo. (03/08/2006) Impreso por: Marcelo Adrián MORALES PIGNATTA Fecha: viernes, 4 de agosto de 2006, 18:22 Tabla de contenidos I. Autoridad y transmisión II. Lo que queda del Apóstol III. Lo que queda de la transmisión Lectura sugerida para la clase disponible en Biblioteca Bibliografía Módulo 2 - Clase 7 I. Autoridad y transmisión Estanislao Antelo Dicen que se perdió la autoridad. Se perdió el respeto. Se perdieron las jerarquías, se perdieron los valores . Se perdió el Unicornio, se perdió el mundial, lo que es cierto. Me olvidaba: la juventú está perdida también, dicen. Esta cantinela de que se perdió todo no despierta otra inquietud que la del retorno, la nostalgia y la búsqueda frenética de lo perdido. Son los buscadores, perseguidores incansables de autoridad. Mientras los buscadores buscan, a la autoridad digo, y los perseguidores persiguen, al que esté cerca, propongo recorrer algunos de los problemas que uno encuentra a su paso; quiero decir, al paso de la autoridad. Pues la autoridad manda, esto es, es siempre un poco autoritaria. Marca el paso. Tengo para ofrecer dos versiones de la autoridad y una serie de 1

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Clase 7: Autoridad y transmisión.      Estanislao Antelo. (03/08/2006)

Sitio: FLACSOCurso: Diploma Superior en Gestión EducativaClase: Clase 7: Autoridad y transmisión.      Estanislao Antelo. (03/08/2006)Impreso por: Marcelo Adrián MORALES PIGNATTAFecha: viernes, 4 de agosto de 2006, 18:22

Tabla de contenidos I. Autoridad y transmisión II. Lo que queda del Apóstol III. Lo que queda de la transmisión Lectura sugerida para la clase disponible en Biblioteca Bibliografía

Módulo 2 - Clase 7

I. Autoridad y transmisión

Estanislao Antelo

Dicen que se perdió la autoridad. Se perdió el respeto. Se perdieron las jerarquías, se perdieron los valores. Se perdió el Unicornio, se perdió el mundial, lo que es cierto. Me olvidaba: la juventú está perdida también, dicen. Esta cantinela de que se perdió todo no despierta otra inquietud que la del retorno, la nostalgia y la búsqueda frenética de lo perdido. Son los buscadores, perseguidores incansables de autoridad.

Mientras los buscadores buscan, a la autoridad digo, y los perseguidores persiguen, al que esté cerca, propongo recorrer algunos de los problemas que uno encuentra a su paso; quiero decir, al paso de la autoridad. Pues la autoridad manda, esto es, es siempre un poco autoritaria. Marca el paso.

Tengo para ofrecer dos versiones de la autoridad y una serie de problemas vinculados a la transmisión. En algún sitio -cierto que no fácilmente- se conectan y he preferido que ésa sea una de las tareas que ustedes emprendan.

Son, como siempre, productos un tanto provisorios del estudio. Ahí van.

La Malicia del Coordinador

Richard Sennet define a los perseguidores y buscadores como malhumorados sentimentalistas decadentes. Son los que añoran retornos varios. Más aun, nos advierte sobre el destino autodestructivo de esta voluntad de volver. En lugar de eso sugiere dedicarse a pensar las mutaciones de las almas y cuerpos que circulan por este mundo, las transformaciones en lo que llama el carácter y a localizar los sitios y las armas con las cuales es posible enfrentarse a nuevas formas de dominación. Lo hace en el territorio del mundo del trabajo. Su pensamiento ofende. Ofende en uno de los sentidos estrictos de la

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palabra ofender: Ir en contra de lo que se tiene comúnmente por bueno, correcto o agradable.

Lo que Sennett nos ayuda a pensar es que las nuevas formas de control y dominación están basadas en lo que llama poder sin autoridad. Una palabra las resume: gestión. El control hoy es gestión.

Moisés, conocido como "moshe, rabbeinu" (Moisés, nuestro maestro), es una de las figuras clave de la cultura judeocristiana. Aun creyéndose egipcio, se sintió responsable por el maltrato que el pueblo hebreo sufría en manos del faraón. Sin embargo, cuando Dios le reveló su verdadero origen y le encomendó la tarea de liberar a los judíos, intentó desligarse de la autoridad conferida, descreyendo del poder divino. Por la misma desconfianza, ya en el desierto cedió a su ira y se enojó con Dios por la falta de agua. Como castigo,

su muerte tuvo lugar justo antes de que su pueblo arribara a la Tierra Prometida.

Lo agradable que parece el no tener más jefes autoritarios ni amos arbitrarios ni jerarquías piramidales, lo bueno que parece poder trabajar en el hogar y elaborar proyectos, lo amablemente participativo del trabajo en equipo, en realidad, son mecanismos de control que corroen todo lo que a su paso tocan. Yo lo diría así: nada mas sospechoso que un P.E.I o un taller de reflexión sobre la propia práctica.

Veamos el argumento de Sennett. Habla de nosotros, adultos. Pero también habla de nuestros mayores y de los nuevos, nuestros hijos. Pero no es un libro al estilo Barylko o Bucay. No es a los hijos que Sennett tiene miedo. Por el contrario, describe transformaciones sin vomitar consejos higiénicos.

El libro empieza como si fuera una mesa de domingo. Una ex mesa de domingo, de esas en las que no podía faltar un conflicto intergeneracional. Pero, en lugar de la mesa, estamos en un aeropuerto.

Nosotros seríamos hijos de temerosos y cobardes fracasados. Algo así como lo que Bart imagina de Homero Simpson. Esto es lo que parece pensar el hijo del amigo de Sennett con el que se encuentra y conversa en un largo viaje en avión.

Porque el libro empieza con el encuentro del autor -en un aeropuerto- con el hijo de un amigo suyo al que no ve desde hace 20 años. El hijo de su humilde y esforzado amigo portero es lo que se llama un hombre exitoso que, de entrada, a partir de sus relatos, le permite a Sennett poner en la mesa de discusión las nuevas coordenadas de lo que hasta hace poco se consideraba autoridad y que -a continuación- resumo:

• Las jerarquías y normas estrictas operan marginalmente.

• Las estructuras piramidales parecen ceder terreno a un funcionamiento del poder más vinculado a la horizontalidad.

• No hay abundancia de reglas fijas, ni tiempo lineal, ni largo plazo ni valores duraderos exentos de las circunstancias. Lo que hay es incertidumbre y riesgo, y las reglas son intemporales.

• La autoridad basada en las reglas inamovibles de los antiguos produce agobio e irritación. La experiencia acumulada no infunde respeto. La antigüedad es una pesada carga.

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• Las tareas no están definidas rígidamente. Nadie parece estar visiblemente al mando.

• No hay más jefes sino gestores, guías, facilitadores, líderes. Los controles son flexibles, el trabajo es flexible, los horarios son flexibles, hasta el dolor es flexible. Los nuevos amos son gestores de procesos. Los nuevos amos, más que gobernarte, están de tu lado. Un gestor es como María Marta Serra Lima y Chico Navarro y Mario Benedetti, todos juntos, diciéndote al oído: cuenta conmigo. Cuenta conmigo quiere decir: cuenta conmigo que después yo cuento los dividendos.

• El trabajo en equipo es la condición misma del trabajo.

• Las categorías de éxito, fracaso, dominación, sumisión, alineación, dependencia e independencia, están alteradas.

• ¿Quién necesita de nosotros? Es una pregunta sin respuesta inmediata.

Pero el hijo del amigo de Sennett (Rico, se llama) es algo más que el hijo avergonzado de un padre cobarde, rutinario, miedoso, previsible. Las cosas son un tanto más complejas y Sennett nos ofrece –entonces- algunos signos de lo que llama la corrosión del carácter. Y este libro que comienza y no termina nunca (no termina nunca, digo, en tanto nos desafía a continuar su pensamiento, su ofensa, en territorios específicos) cuenta -como pocos- de qué se trata nuestra tarea. Esto es, en lugar de celebrar las nuevas formas laxas del ejercicio del poder -flexibles y no rutinarias, supuestamente más libres-, mostrar dónde es que está su propio límite.

En Jefes, cabecillas y abusones, el antropólogo Marvin Harris rastrea formas de autoridad que se alejen del "todopoderoso y leviatánico Dios mortal de Inglaterra" postulado como imprescindible por Thomas Hobbes. Los mumis son cabecillas que se constituyen como tales no a través del uso de la fuerza, sino por su capacidad redistributiva, consagrada en la celebración de grandes fiestas en las que todos los miembros de la aldea, después de horas de comer y beber, quedaban satisfechos.

Nos detendremos en los momentos en los que el libro habla de la autoridad. Sugiero que lean otro libro que Sennett escribió sobre la autoridad que se llama (y cuando se trata de la autoridad es necesaria esta supuesta redundante coincidencia) La autoridad. Escogí plantear los problemas de su nuevo libro por una razón sencilla: se dirige al corazón de lo que ustedes están estudiando y -muchos de nosotros- haciendo.

Sennett lanza una flecha y dice que el verbo más malicioso de la época es coordinar. El coordinador es algo así como lo que para Foucault era un psicopedagogo. Un verdugo, pero -en este caso- postcapitalista. No exagero, sino que cito: El o ella es un "guía" un "coordinador", la palabra más maliciosa del moderno léxico de la gestión de empresas; un líder, más que gobernarte, está de tu lado.

Y esto es un problema, un verdadero, auténtico y magnífico problema; sobretodo porque soy, he sido y quizás seré, coordinador de algo. Y es un problema porque seguramente muchos de ustedes son coordinadores o aspiran a tal fin. Yo coordino, tú coordinas, él coordina...

Sería útil examinar con paciencia el sentido de la frase no coordina. ¿Quién no coordina? ¿Será que los antiguos subordinados son los hoy coordinados? ¿Será la consigna de la época: coordinación y valor?.

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No estoy diciendo que el coordinador sea el Mal, como Michael Jackson para Jaim Echeverry. Digo que Coordinar es casi como gobernar sin gobernar. Coordinar es como dominar sin que parezca.

No es nuevo manipular al otro sin que parezca. Rousseau inauguró la serie. Kant no tardó en hacerla mas sofisticada y Dickens hablaba, en su Hard Times, de aquellos castigos que no dejan marcas en el cuerpo. Se olvida, hemos olvidado, que la disciplina, la vigilancia y la sanción se legitimaban siempre en nombre del Bien. Quizás Foucault se murió antes de saber que coordinar era dominar.

Pero recordemos, es preciso, que cuando Sennett describe con minucia las reestructuraciones del alma, se cuida bien de no ofrecer un pasado maravilloso como fondo de un presente caótico y al borde de la disolución. Sennett procede de otro modo: allí donde suponíamos encontrar libertad, encontramos -en rigor- otra cosa; en realidad la repugnancia a la rutina burocrática y la búsqueda de la flexibilidad han producido nuevas estructuras de poder y control en lugar de crear las condiciones de liberación.

De los desafíos basados en el rechazo a las jerarquías tradicionales, a la rutina y al carácter fijo de las normas, no se sigue un mundo sin ataduras y siempre free. Por el contrario, la transformación no ha traído ni menos mando, ni menos estructura institucional, sino que la misma ha dejado de ser claramente piramidal.

No se trata de que la dominación no venga desde arriba ni de que no haya más control. Se trata de que no sea tan fácil reconocer al de arriba. Recordemos la escena -en la oficina- de la película la Tregua (1974): la satisfacción de direccionar el odio contra el de arriba, contra el jefe. Eso, dice Sennett, se ha vuelto borroso. Se trata por el contrario de lo que llama nuevos entramados de controles. El mas flexible de los trabajos, el hecho en casa, supone haberse liberado de la vigilancia obsesiva y persistente del buchón de turno. Pero esta vigilancia sin vigilancia suele ser mas eficaz. De la sumisión cara a cara pasamos a la electrónica. Si bien el trabajo está descentralizado desde el punto de vista físico, el poder ejercido sobre los trabajadores es más directo.

Pero veamos más de cerca el trabajo en equipo, escenario de ese poder que Sennet llama poder sin autoridad.

a. ¿Qué es el trabajo en equipo?

Las tragedias griegas pueden ser leídas como recurrentes tematizaciones sobre la autoridad, sobre sus excesos y sus límites. En Antígona lo que está en discusión es cuál de las autoridades tiene primacía, si la de la sangre -que es también la de los dioses- o la de la polis -la de los hombres-. Antígona ajusta todo su comportamiento a la ley de la sangre, mientras que su tío Creonte, rey de Tebas, obra de acuerdo con las de la ciudad.

Es la degradación superficial del trabajo. Sigamos con Sennet: "De hecho, el trabajo en equipo sale del territorio de la tragedia para representar las relaciones humanas como una farsa (...) ¿Cuál es la ficción que le da fuerza? Los empleados no compiten entre sí y -lo que es aún más importante- la ficción de que empleados y jefes no son antagonistas; el jefe gestiona el proceso del grupo; (...) el arte de fingir en el trabajo en equipo es comportarse como si uno estuviera

dirigiéndose sólo a otros empleados, como si el jefe no estuviera realmente observando".

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b. ¿Y qué es un jefe de equipo?

No hay más jefes, sino -como dijimos- coordinadores, líderes, entrenadores.

El entrenador evita la confrontación y el conflicto y es un colega altamente cualificado. El director que declara que todos somos víctimas del tiempo y el espacio es tal vez la figura más astuta que aparece en las páginas de este libro. Ha dominado el arte de ejercer el poder sin tener que presentarse como responsable; ha trascendido esa profesionalidad por sí mismo, poniendo los males del trabajo otra vez sobre los hombros de sus víctimas, que -vaya casualidad- trabajan para él.

c. ¿Y quién es un integrante de equipo?

El que dice: ¡Qué interesante! Lo que te he oído decir es... ¿Cómo podríamos hacerlo mejor?El que pone cara de cordialidad.El que porta las máscaras de la cooperatividad (...) únicos objetos personales que los trabajadores llevan con ellos de una tarea a otra, de una empresa a otra: ventanas de sociabilidad cuyo "hipertexto" es una sonrisa ganadora". Si esta formación en capacidades humanas es sólo un acto, es también, una cuestión de supervivencia.El que no se queja. El buen jugador de equipo no se queja.El que no pide aumento. El que pide aumento no coopera.El que cuchichea y rumorea. El que usa mucho la palabra "articular".

d. ¿Y qué acontece con el poder y con la autoridad?

Como anticipamos, se ejerce el poder, pero la autoridad está ausente. Según Sennett, tiene autoridad aquel que asume la responsabilidad por el poder que ejerce. En una jerarquía laboral a la antigua, podía hacerlo declarando abiertamente: "Yo tengo el poder, yo sé qué es lo mejor, obedézcame". Las técnicas modernas de dirección de empresas intentan escapar del aspecto "autoritario" de tales declaraciones, pero en el proceso se las arreglan para no asumir la responsabilidad de sus actos.

¿Quién es entonces responsable? El cambio.

Si el "cambio" es el agente responsable, si todos somos "víctimas" (por ejemplo, en los despidos), entonces, la autoridad se desvanece, pues nadie puede ser considerado responsable.

Asistimos a un doble repudio por parte de los que ejercen el poder: repudio de la autoridad (catalogada siempre como autoritaria), pero repudio –también- de la responsabilidad.

La ausencia de seres humanos reales que digan: "Te diré lo que tienes que hacer", o como fórmula extrema: "Te haré sufrir", es más que un acto defensivo dentro de la empresa. Esta falta de autoridad libera a los que están al mando para que adapten, cambien, reorganicen, sin tener que justificarse ni justificar sus actos. Este juego del poder sin autoridad hace surgir un nuevo tipo caracterológico. En lugar del hombre llevado por las exigencias, aparece el hombre irónico (....) La ironía tampoco ayuda a desafiar el poder (...) uno pasa de creer que nada es fijo a "no soy totalmente real, mis necesidades no tienen sustancia". No hay nadie, ninguna autoridad que reconozca su valor.

Como vemos, el solapamiento de la dupla poder-autoridad obliga a pensar nuevamente, en su conjunto, los clásicos problemas vinculados a los pares obediencia-desobediencia, sumisión- insumisión. Lo que

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está en juego ya no es la posible sublevación contra algún tipo de distorsión de las figuras de la autoridad o sus versiones llamadas autoritarias. Lo que está en juego es la idea misma de autoridad y del ejercicio del poder.

En efecto, ¿qué tipo de poder es ese que no se adosa a ninguna forma clásica de la autoridad?

¿Qué forma de dominio es esa que no permite localizar ni el sitio del que emana ni el agente que la vehiculiza?

¿Qué tipo de patrón es el coordinador?

¿Qué tenía el Dr. Neurus?.

La misma idea moderna de liberación o insurgencia contra la autoridad parece deshacerse junto con el terreno que la hizo posible. Porque si nadie tira de los hilos: ¿de qué liberarse o contra qué luchar?

Lo inquietante del argumento de Sennett no reside tan sólo en constatar la transformación en las nuevas formas de dominación, sino recordarnos a cada paso que quizás sean las viejas formas de resistencia las que deben ser puestas en cuestión. Siempre que esa palabra, resistencia, tenga todavía alguna chance.

Interrumpo aquí el argumento de Sennett. Les digo que me parece inquietante. Habla de lo que hago, de manera creciente, hace algunos años. Me obliga a pensar en los variados y numerosos equipos de los que he participado y participo, como coordinador o coordinado. Me confronta con las argucias de los nuevos amos y -por fin- se refiere a lo que veo, escucho y discuto con educadores de toda dieta y tamaño en esta ciudad. Me ha resultado complicado leer este libro de Sennett. Uno queda como impregnado, por no decir un poco corroído.

Paso ahora a la segunda versión de la autoridad que les prometí. Ésta no impregna tanto, supongo.

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II. Lo que queda del Apóstol

Ctera escribió un libro contra el apostolado educativo. No somos Apóstoles, dicen de entrada; somos trabajadores.

La interpretación que propone Hyppolite Taine de la sociedad francesa medieval subraya que la legitimidad de la autoridad de los señores feudales se fundaba en la protección y seguridad que ofrecían a los campesinos, quienes en las duras condiciones de aquellos tiempos, sin su socorro, apenas podían sobrevivir. Los orígenes de la Francia contemporánea, escrita y publicada después de la Comuna de París (1871), es uno de los hitos del pensamiento conservador europeo.

Suena bien, parece. Al fin y al cabo, uno -como educador- trabaja y no apostolea. Y eso de andar sacrificándose a destajo por el Bien de los otros no va con la época. Sin embargo, dudo que sea tan sencillo borrar de un plumazo el largo affaire entre apóstoles y educadores. No sólo en tanto la matriz escolar-religiosa le ha permitido a Ctera escribir su libro y a nosotros, en cierta forma, mantener este intercambio; sino porque aquello que hacía del Apóstol un Apóstol sigue solicitando presencia cuando de la autoridad se trata. Poco se entiende de la autoridad -por así decirlo- sin el Apóstol cerca.

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Recordemos -por las dudas- qué es, entre otras cosas, un Apóstol: Enviado, propagador, predicador, mensajero.

Una historia cualquiera de la educación nos confronta rápidamente con cierta palabra santa de la maestra.

¿Qué se ha hecho de la santa que ahora manosea a los niñitos o -con fogosidad- deja caer su delantal frente a la adolescencia siempre viva?

¿Qué ha sido de su autoridad sometida a toda clase de ordalías en el día a día escolar?

"Mirá la idiota esta lo que le puso en el cuaderno" (esta expresión me fue referida por una maestra que la escuchó, de boca de dos madres, en la puerta de una escuela. De la boca de una madre hacia la tra, digo.).

A los reyes taumaturgo se le atiribuían poderes sobrenaturales que remarcaban su autoridad para gobernar. El rey Carlos X de Francia, a principios del siglo XIX, cuando ya esta creencia estaba en franca decadencia, fue el último soberano que tocó las escrófulas de sus súbditos enfermos para proporcionarles milagrosa cura.

¿Cómo es que el santo termina por ser un idiota?

No veo como podría contestar todas estas preguntas en este breve espacio, de manera tal que las dejo aquí para que ustedes las lleven todo lo lejos que puedan.

Me contentaré con una:

¿Dónde es que esa palabra santa fundaba su autoridad? O ¿Cuál es el fundamento de la autoridad?

Para responder, para intentar responder, voy a avanzar sobre un texto complejo de Slavoj Zizek en el que hace mención a lo que llama las paradojas de la autoridad. Selecciono este texto pues habla de los Apóstoles y los apostolados, de maestros y enseñanzas. Se trata de una lectura que el autor hace de un otro texto del filósofo Kierkegaard.

Un subtítulo enigmático guía la argumentación: Sócrates versus Cristo. Allí, lo que de alguna manera se despliega es una perspectiva para situar el fundamento de la autoridad, o su localización.

O bien, la autoridad está en el maestro o bien está en su enseñanza. O bien la autoridad de la señorita Betty está en sus cualidades personales, o bien está en el contenido de su enseñanza. O bien, no está en ninguna de esas dos opciones.

En lo que concierne a Sócrates, se trata de una se trata de una partera. Este oficio consiste en que el sujeto dé a luz lo que ya estaba en él. No es Sócrates el asunto, sino la verdad. Una vez que el sujeto se las ingenia con Sofía (no soy yo, sino Sofía, parece decir Sócrates), se hace visible que el filo no es el filo con Sócrates, sino filo Sofía, o -como dice Tomás Abraham- el amante casto de la Diosa sabiduría.

Lo que está en juego aquí es la enseñanza y no tanto la figura de

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Sócrates, que -según cuentan los platonistas- no era precisamente un modelo publicitario. ¡Con qué claridad explicó la señorita Betty el Peloponeso! O, ¡Cómo me ayudó a parir el triángulo rectángulo! Son los que recuerdan (¿será que existen?) a la señorita Betty por sus verdades proferidas.

El 21 de enero de 1793, en uno de los momentos más álgidos de la Revolución Francesa, el rey Luis XVI fue decapitado. Este acontecimiento que estremeció al mundo no comenzó a escribirse con el inicio de la Revolución, ya que aun después de la toma de la Bastilla el rey siguió gozando de la confianza del pueblo francés. Las huellas de este desenlace hay que buscarlas en 1791, cuando disfrazado y dándose a la fuga, fue detenido en la aldea de Varennes y enviado a París acusado de haber abandonado y traicionado al pueblo y a la nación franceses.

En lo que concierne a Cristo, es estrictamente lo contrario. El objeto de la fe cristiana no es la enseñanza, sino el maestro: Un cristiano cree en Cristo como persona, no inmediatamente en el contenido de sus afirmaciones; Cristo no es divino por haber proferido verdades tan profundas, Sus palabras son verdaderas porque fueron pronunciadas por Él. Si lo dijo la Señorita Betty debe ser verdad. Son los que recuerdan a la señorita Betty porque era la señorita Betty y no por lo que dijo en clase.

Puedo conocer, puedo tener acceso a esa verdad, en tanto creo. Lo que importa aquí es la autoridad de quien profiere verdades y no la profundidad de su contenido. Siempre recuerdo haber leído por ahí del notorio académico historiador que asistía a la misa dominical con algodones en los oídos.

Por ejemplo, hay un abismo, dice Zizek que dice Kierkegaard, entre el genio y el apóstol. El genio es pura capacidad inmanente (sabiduría, creatividad). El apóstol, en cambio, está sostenido por una autoridad trascendente de la que el genio carece.

Lo que es posible ver en estos ejemplos es la puesta en cuestión de que es el contenido inherente de una verdad proferida lo que la autoriza. Pero, preguntemos: si no es el contenido lo que autoriza, ¿qué o quién autoriza?

¿Por qué tengo que estudiar contabilidad? Porque te lo digo yo. Es así porque te lo digo yo.La autoridad parece hasta aquí -como dijimos a propósito de Sennett- siempre un poco tautológica. ¿Por qué hay que obedecer al padre? ¿Por la claridad y precisión de sus mandatos? No, porque es el padre. Lo dijo el Tío, lo dijo Perón. Esto suena autoritario. Lo es. La autoridad parece ser siempre autoritaria.

Ahora bien, si la autoridad no está en la argumentación racional como fundamento del conocimiento, ¿cómo es que se demuestra? Recordemos la pregunta de Abraham: ¿Quién te crees que sos?Si obedecemos a una persona a quien la autoridad le es conferida independientemente del contenido de sus afirmaciones, ¿cómo es que se hace visible? ¿Cómo sabemos que está autorizada?.

Si la autoridad se puede probar físicamente, no es autoridad. Cuando la autoridad está respaldada por una compulsión física inmediata, no estamos tratando con la autoridad propiamente dicha, sino, simplemente, con una agencia de la fuerza bruta.

La autoridad propiamente dicha siempre es -en su nivel más radical- impotente; se trata de cierta "llamada" que "no puede obligarnos efectivamente a nada" y, no obstante, por una especie de compulsión interna, nos sentimos obligados a seguirla incondicionalmente.

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Lo que Zizek afirma es que la autoridad es por definición paradójica:

El Manifiesto Comunista pone de relieve que el proletariado es la clase que puede empezar a escribir la Historia. Un nuevo actor -y un nuevo autor- ha entrado en escena.

Por un lado, porque lo dijo Perón, sin importar demasiado lo que dijo. Tuvimos un presidente que, por ejemplo, habló de aquel hombre que vivía sólo en una Isla: el famoso Robin Hood, y después de decir semejante cosa, la gente lo siguió. La

autoridad se sigue. Obedecemos una afirmación de autoridad porque tiene autoridad, no porque su contenido sea sabio, profundo, etc.

Pero, sin embargo, no es suficiente decir que la autoridad está en el maestro y no en la enseñanza. Veamos si no, el caso mismo del Apóstol y de la señorita Betty (aquel a quien se confiere la autoridad de Dios en la Tierra y aquella a quien se le confiere la autoridad de Sarmiento en el aula). Porque -como dijimos- el Apóstol es un enviado, portador de algún mensaje foráneo. No importa quién es sino qué es lo que tiene para decir, lo que trae a decir. Lo que importa es el mensaje del Apóstol (si bien este mensaje es trascendente y no es el del genio producto de su capacidad y, vale, intrínseca genialidad) y no su cuerpo finito y pasajero. En cuanto el Apóstol se pone a introducir variaciones en el mensaje o a querer opinar al respecto, socava su autoridad. Preguntemos por el destino de algunos de nuestros vicepresidentes reacios a mantener firme su andar apostólico.

Cito un fragmento que cita Zizek de Kierkegaard, de inquietante cercanía con el oficio del educador:

Así como un hombre enviado a la ciudad con una carta no tiene nada que ver con su contenido, sino que lo único que tiene que hacer es entregarla; así como un ministro que es enviado a una corte extranjera no es responsable del contenido del mensaje, sino que lo único que tiene que hacer es transmitirlo correctamente; así también, un Apóstol, en realidad, sólo tiene que ser leal en su servicio y llevar a cabo su tarea. En ello radica la esencia de la vida de autosacrificio del Apóstol, aun si nunca fuera perseguido: en el hecho de que es pobre, aunque hace ricos a muchos.

Dos cosas sobre esto.

Primero, vuelvan a ver las características que enumeramos más arriba acerca de todo integrante de un equipo de trabajo.

Segundo: Un poco de razón tiene Ctera.

Sigamos.

Michel FoucaultRoland Barthes y Maurice Blanchot comparten con Michel Foucault la concepción del lenguaje como un murmullo anónimo donde nadie toma la palabra. El autor desaparece como instancia judicial de sentido porque sólo habla el texto. Al morir el autor, como fundamento último de su obra, la crítica literaria deja de pensarse como un lenguaje segundo o metalenguaje, subordinado a su autoridad. Interpretar es

entonces transitar las múltiples redes de significantes que atraviesan un texto.

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El tanden Zizek-Kierkegaard insiste con Cristo, pero nosotros podríamos poner ahí a Piaget o Foucault. Dicen que para considerarse un auténtico alumno autorizado del maestro Cristo, de Piaget o Foucault, no basta con concentrarse en su persona, conocer sus rasgos personales, sus logros, etc.; no basta con ser fan de Cristo, de Piaget o de Foucault; lo que quizás omite el fan transformado en un demente es el carácter insondable de aquello que hace de Él, su ídolo máximo, una autoridad.

Pero tampoco basta con aprenderse de memoria todas las letras de las canciones de Cristo, de Piaget o de Foucault; ni saber exactamente el contenido de cada palabra que pronunció. Estos reducen a Cristo, a Piaget o a Foucault, a un simple Sócrates, intermediario que nos posibilita el acceso a la verdad eterna.

No basta concentrarse ni en la descripción personal ni en la enseñanza, porque la autoridad no está en ninguno de esos dos lados.

¿Dónde es entonces que está?

Por el electrodoméstico: ¿Dónde está la autoridad?

La única respuesta posible es: en el espacio vacío de la intersección entre los dos conjuntos, el de sus rasgos personales y el de su enseñanza, en la insondable X que es "en Cristo más que Él mismo". Ese Je ne sais quoi.

Ahora, que al parecer encontramos el sitio de la autoridad, podemos ver.Módulo 2 - Clase 7

III. Lo que queda de la transmisión

Un periodista comunica, un profesor transmite. Para comunicar, basta con interesar. Para transmitir bien, hay que transformar, si no convertir.

El anuncio de la muerte de Dios fue una de las proclamaciones claves de la cultura del siglo XIX. Mientras que en la apreciación de Nietzsche esa muerte, que en más de un sentido era también la de la autoridad y el fundamento, podía ser celebrada como si se tratara de una liberación, para Dostoievski, de ser cierta, habilitaba a que todo fuera posible y todo era, más que nada, el horror.

Todo indica que los asuntos educativos han terminado por devenir asuntos tecno-comunicacionales. Lo negativo, lo que dice "no" en la escuela, obedece a trastornos en la comunicación. Ruido, interferencia, interrupción, desvíos de la comunicación y sus ausencias. De ahí que la promesa consista en aceitar nuestras máquinas tecno-comunicacionales. Pero aquí vamos por otro lado. Si ponemos el comunicar del lado del procurar hacer conocer, hacer saber (Debray, ibid:15), la materialidad de la transmisión -por el contrario- no se agota en estas operaciones.

Puede que educar trate de transferir conocimientos, válidos en tanto actuales, como ligera e irresponsablemente se dice; pero es preciso recordar que, para que una transmisión tenga lugar, debe antecederle un acto: heredar. Esta antecedencia se desprecia en el terreno pedagógico que ama los principios y las sustancias.

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Se comunica el ranking de escuelas de moda, pero se hereda el himno nacional y la Asamblea del año XIII.

Se distribuyen alegremente por las escuelas, los fascículos y las novedades educativas, pero el fantasma de Sarmiento resiste -con o sin mordaza- en las paredes no virtuales de algunas escuelas.

Acontece que estas escuelas, devenidas empresas, pasan a lidiar con ratings y variadas formas de la meritocracia. Los alumnos, espectadores apáticos, se transforman en audiencias desmotivadas y los padres, consumidores del otrora porvenir, fundan ligas defensivas de derechos del consumidor del teorema de Thales.

La pedagogía entendida como estrategia comunicadora olvida que se transmiten tanto bienes como ideas, tanto fuerzas como formas. El diccionario ayuda al respecto: Trasladar, transferir, pasar, traspasar, ceder, endosar. Dar. Enajenar, ceder. Se cede el polinomio, pero también un aroma, un color, una voz. Se cede una chacarera, pero también una cadencia, una forma de caminar, una melodía.

Si comunicar puede pensarse como un transportar en el espacio, la transmisión es un transporte en el tiempo. ¿Qué tiempo? La comunicación vincula a contemporáneos, presentes simultáneamente (un emisor a un receptor simultáneamente presentes en los dos extremos de la línea). La transmisión establece vínculos entre muertos y vivos, muchas veces en ausencia física de los emisores.

La debilidad del hijo frente a la fuerza de la autoridad paterna es el tema principal de la Carta al Padre (1919) de Franz Kafka. "Reconozco que peleamos el uno con el otro, pero hay dos clases de combate. El combate caballeresco, en que se miden la fuerza de adversarios independientes; cada uno está solo, pierde solo, vence solo. Y la lucha del parásito, que no sólo pica, sino también sorbe la sangre del que lo mantiene. Así es el soldado de profesión y así eres tú" El carácter cruel y despiadado de la autoridad, en cualquiera de sus manifestación atraviesa toda la obra del escritor checo. En su lectura de América, J-F. Lyotard observa que el símbolo del autoritarismo primitivo aparece ya desde la primera página. En la entrada del puerto de Nueva York, en lugar de la tradicional antorcha, la Estatua de la Libertad erige una espada. "En un mundo sin justicia ni libertad –escribe- la fuerza bruta y el poder arbitrario reinan soberanos."

El objeto de la transmisión no preexiste a la transmisión o para decirlo de otra manera, la recolección hace la herencia. A menos que creamos que un curriculum estaba desde siempre ahí, aguardando al experto administrador.

Retomemos entonces el carácter no-preexistente del inestimable objeto de la transmisión. Regis Debray centra su mira en la iglesia. Hemos sugerido el affaire de larga data y cuasi perenne entre educación y religión o, para ser más precisos, iglesias y escuelas.

Iglesias y escuelas se caracterizaron por este trabajo recolector, coleccionista y cuidador de caducidades. Ambas atravesaron, incólumes, las diferentes eras técnicas de la memoria: literal, analógica y digital. La potencia de ambas tradiciones parece ofrecerse como inmune al paso del tiempo. Bien pueden modificarse sus detalles pero la voluntad de perdurar, de espaldas al presente, parece indestructible. Parece, decimos, en tanto no es este el estado de la cuestión. Hay suficientes signos que muestran un sentido contrario. Pero conviene ir más despacio a la hora de caracterizar un estilo de transmisión como el pedagógico, eclesiástico por definición. Consideremos, por ejemplo, un rito religioso como la comunión. Cuando comemos la hostia participamos en el mismo acto que alguien realizó doscientos años antes. Si sustituimos las hostias de trigo marrón por hostias blancas,

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no alteramos mucho el significado del rito; la nueva harina se incorpora al ritual. Pero, si insistimos en que a las mujeres casadas debería permitírseles oficiar una comunión, podemos provocar que el sentido mismo de la palabra "sacerdote" cambie irreversiblemente y, con ello, el significado de la comunión. El ejemplo es poderoso. Una simple sustitución de detalles nos reenvía a los rituales escolares. Los esfuerzos para hacer de los recreos lugares de aprendizaje deben ser pensados en este registro. Lo que obtenemos es la compleja certeza de que podemos modificar la gramática de la palabras. Por lo tanto, el carácter inmutable e imperecedero de escuelas e iglesias se disuelve. Sin embargo, la aparición del tele-evangelismo no parece haber acabado con el canon evangélico.

La dificultad radica en el timming de la transmisión. Según Debray, el cristianismo inventó a Cristo tanto como el escolanovismo a la pedagogía tradicional. El cristianismo y sus iglesias, que supieron asegurarse su perpetuación a través de los siglos y hasta nosotros. Pero no tenemos evidencia empírica alguna del relato que lo hizo posible. Ninguna certeza de que el tal Cristo haya existido realmente y -más aún- de que al menos uno haya muerto y resucitado. Tan sólo sabemos que hubo gente que creyó con fervor en ello.

Importa tensar el sentido de lo que perdura y sobrevive en esta creencia, sobretodo si estimamos que no estaba sola, que no era la única, ni siquiera en términos objetivos, la más creíble. Un enunciado Pascaliano utilizado por Slavoj Zizek puede mostrar la temporalidad misma, no tan sólo de la creencia, sino de todo lazo colectivo, toda política y toda educación. Hay un montón de motivos válidos para creer en Dios, pero estos son sólo validos para los que ya creen en él.

Según Debray, el éxito de la perpetuación, la admirable propagación, radica en tres sólidos soportes: las reliquias, las imágenes santas y las Escrituras. Ninguno de ellos puede ser explicado a base de fundamentos originarios, por lo que el deseo de restauración termina siempre por pedalear en el vacío. Se trata de otra operación que invierte las causalidades lineales. Resulta, en realidad, que la institución supuestamente encargada de la retransmisión inventa poco a poco su origen instaurando como inaugural la palabra que no transcribió sino que sin lugar a dudas escribió. No hubo en primer término la palabra de Jesús, luego su recolección y transcripción por unos apóstoles mediadores y por fin su difusión en todas por un cuerpo sacerdotal que cumplía las funciones de relevo. El proceso se produjo a la inversa: fue la institución cristiana la que hizo la proclamación cristiana.

Quizás se pueda estimar con mejor perspectiva, entonces, una de las consecuencias del declive de la transmisión cultural escolar: no ya la desaparición misma de toda tradición, sino la pérdida del monopolio mismo de la institución de aquello que una sociedad debe consultar a sus antepasados. ¿Cómo instaurar un lazo perdurable entre contemporáneos (religare) sin recolectar reliquias, sin recoger restos venidos de lejos y amenazados por la desaparición (relegere)?

¿Qué acontece cuando no son los educadores los únicos recolectores?La actualidad nos brinda una supuesta batalla creciente sobre la transmisión y sus prioridades. Un supuesto litigio entre humanistas y técnicos que no ha dejado de filtrarse en las diatribas escolares. Están aquellos que priorizan el momento técnico de la transmisión, la neutralidad política del emisor, los cultores de las perfomances y anunciadores de Mesías telemáticos y aquellos otros que -en ocasiones lamentando pérdidas-, herederos pesimistas de las luces, reivindican la estofa política. Los vemos agrupados bajo la crítica parasitaria de lo tradicional, pero también formando parte del conservadurismo pseudo progresista más rancio. Una concepción clásicamente instrumental de la técnica, como conjunto de accesorios ofrecidos a una causa que los supera, anima esta denuncia humanista de la alienación industrial. América vs Europa. Bill Gates vs Adorno. Bourdieu vs

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Negroponte. América va ganando, al parecer. La omnipresencia de la pedagogía empresarial, esto es, de la gestión, es sólo un signo. Pero otro argumento más de Debray resuena con firmeza en el solar pedagógico. Esta vez se trata de una teoría del transporte y el desvío. Rodea la particularidad de aquello que en la transmisión es

siempre, necesariamente, del orden de la alteración, la traición o el contrabando.

Tras la muerte de Lenin en 1924 y luego de asperos enfrentamientos al interior del partido bolchevique, Stalin logró hacerse con el poder absoluto y defendió la idea del socialismo en un solo país contra la "revolución permanente" que propugnaba Trotski. Su figura se erige como parte de un fenómeno, el totalitario, que lo tiene entre sus máximos exponentes junto a Hitler y a Mussolini.

La lección de Debray es imponente: el resultado de un proceso de transmisión no tiene las características del mensaje inicial (...) El transporte transforma; lo transformado es remodelado, metaforizado, metabolizado por su tránsito (el destinatario recibe otra carta que la que el remitente deslizó en el buzón), Tradutore, traditore. Así como heredar no es recibir (sino seleccionar, reactivar, refundir), transmitir no es transferir (una cosa de un punto a otro). Es reinventar, por lo tanto alterar. Estados alterados, los de la transmisión. El golpe a la idea corriente del pensamiento sobre la linealidad de la enseñanza-aprendizaje lo evapora. No basta adosar el término constructivismo si lo que se mantiene incólume es la preexistencia de la materialidad supuesta a ser transmitida.

El énfasis puesto en restringir la función escolar -propia de los gestores y psicodidactas-, a ser una máquina de enseñar conocimientos significativos, es el resultado inevitable de eludir la paradoja temporal de la transmisión. Los CBC son su burda esperanza. Es que cuando conocimiento se reduce a pura información circulante, algo de la transmisión ya no tiene lugar. De este modo, lo que la escuela cree expulsar cuando purga la tarea de consultar a los antiguos, se cuela por la ventana.

Recientemente, en una palestra informal, Leandro De Lajonquière ejemplificaba de la siguiente manera: imaginemos un alumno al que no le han sido dados los pormenores de la antigüedad clásica. Probablemente, al arribar al Coliseo, argumente que el sitio está todo roto y requiera refacción. Mientras que, un heredero de tal tradición probablemente se sienta parado sobre algún tipo de cuna de la historia misma. Lo mismo puede acontecer con los expertos en comunicación, que bien pueden desconocer de dónde provienen.

Estimamos acá que la postulación que describe a la función educativa, como la que se restringe a mejorar estrategias comunicacionales y favorecer vínculos sin interferencias, contribuye activamente a la pérdida de legitimidad del oficio del transportista: el maestro.

Durante la guerra civil española (1936-1939), las diferencias ideológicas y políticas entre comunistas y anarquistas llegaron a su extremo, produciendo asesinatos y delaciones que facilitaron el camino al triunfo fascista. Debatían acerca de qué priorizar, si la guerra o la revolución, pero también los enfrentaba el problema de la autoridad y la disciplina.

Veamos otro punto clave de la tensión entre transmisión y comunicación. Norbert Elías, a la hora de definir el conocimiento, introduce la siguiente serie: adquisición, mayores, fondo social,

humanidad. Toda una síntesis de lo que aquí entendemos por educación.

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Educar quiere ser, al fin, la producción de otra cosa que animalidad; es decir, prometer en base al trabajo sobre ese fondo común histórico de conocimientos, medios de orientación sin los cuales -todavía- no somos humanos. Hasta hace poco, esta tarea incluía como necesaria la presencia de ciertos mayores y un gesto arbitrario de donación y apropiación. Es que el hombre es el único animal que produce técnicamente la cultura. Al fin y al cabo, es cierto que cultura es lo que se hereda. La técnica es lo que se recibe. La primera se transmite, mediante actos deliberados: es un contenido singular que me concierne íntimamente, en mi propia identidad, sobre el que tengo responsabilidad personal y me incumbe legarlo a "quienes vengan después de nosotros". La segunda se transfiere y se difundirá espontáneamente: saco partido de ella pero ella no necesita de mí para existir, se mantiene a disposición. Diferencia del depósito y el stock. Hay linajes técnicos, los testamentos sólo son culturales. De lo que me diferencia de los otros y me designa como diferente, me siento responsable. De aquello por lo cual todos nos parecemos, soy consumidor, usuario, receptor, víctima, pero no destinatario. Si bien lo hace posible, la técnica nunca es un mensaje; sólo la cultura se dirige a alguien (ibid:79). Una transmisión no desprecia la técnica, pero sabe que tampoco hay transmisión puramente técnica. Hay máquinas de comunicar pero no de transmitir. El canal que une a remitentes y destinatarios no se reduce a un mecanismo físico ni a un dispositivo industrial. (ibid:19 y 28).

Por otra parte, una transmisión supone el ejercicio de infidelidad a la tradición. Podemos formular la hipótesis de que aquello que da cuenta de una transmisión no es reducible a las imágenes de los antepasados vestidos con trajes folklóricos o hablando en dialecto ancestral(ibid:124); transmitir torna a uno necesariamente impuro, infecto de una paradójica adulteración.

Una transmisión sortea el temor, la obediencia, el respeto y el recuerdo obligatorio; evita las siguiente tentaciones: el intento desesperado de saltear las generaciones, de borrar los exilios y las separaciones para confundirse identitariamente con los ancestros pasados o el decreto de que sólo la discontinuidad preside su destino a fin de producir un corte definitivo y vivir en la ilusión de una existencia despojada de todo pasado, vivir en un presente que lo resguarda de aquello que puede revelarse como amenazante (ibid:79) y mantiene la voluntad de perdurar y preservar la ilusión necesaria de nombrar a aquellos que vendrán después.

La subversión de las tradiciones hace posible que una transmisión tenga lugar. Todos saben que las subversiones son obra de los buenos alumnos y que con las fidelidades se expanden los valores de ruptura: una sociedad que ya no recuerde antepasados puede borrar su futuro. Es preciso sin embargo que los actos no se desvanezcan con las vidas, que las palabras sobrevivan a la voces (...) la humanidad se cocina un porvenir con restos: glifos, trazos o marcas (ibid:103).

Una transmisión diferencia el peso del sentido de la repetición. Aquella circular e inexorable, vinculada a todas las formas de la imitación, el calco y la clonación, pero también aquella otra fecunda, que es parte de lo que llamamos cultura, hechos de cultura, y que asegura su continuidad (...) porque en resumidas cuentas, yo no puedo entrar en contacto con lo nuevo que se me presenta sino en tanto puedo reconocer allí una parte de familiaridad. Es a partir de la herencia que me ha sido transmitida que puedo, al superarla, participar de situaciones nuevas que, a priori, me resultarían desconocidas (ibid:145) y supone en un pasaje intergeneracional, el contrabando.

No se trata tan sólo de ofrecer un conjunto más o menos ordenado de conocimientos. Se trata de ofrecerle al otro la posibilidad misma de caminar con sus propios pasos y su desvío de los caminos preestablecidos.

Una transmisión soporta los exilios. Se trata de querer -habrá que repetirlo

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una y otra vez- que el otro no sea como nosotros, sino uno entre nosotros, otro.

En 1961 se juzga y sentencia a pena de muerte, en Jerusalem, a uno de los mayores artífices del genocidio nazi, Adolf Eichmann. Ante la evidencia de las pruebas en su contra y a cada pregunta inquisidora de los fiscales, Eichman sólo atinó a responder "yo sólo cumplí ordenes", intentando eludir así toda responsabilidad.

Una evidencia, sin embargo, tiene lugar: no hay nada en los antepasados que los sancione como únicos y legítimos expertos capaces de atenuar el inconveniente de haber nacido.

El sapiens es sapiens en tanto transmite, intergeneracionalmente, caracteres adquiridos. No se conoce perro que ceda a su cría, por ejemplo, algún Platero y Yo. Frente a las invariancias del mundo animal, el hombre es el único animal que conserva huellas de su abuelo y puede ser modificado por ellas (...) la herencia es de todos los seres vivientes, sólo el hombre puede ser heredero (Ibid:96). Dolly no tiene abuela. ¿O sí?

La transmisión es el elixir que mengua, ilusoriamente, la corrosión del tiempo. Lo hace al practicar la posta entre generaciones cuyo objeto de intercambio es el testimonio. Persiste en persistir. Bálsamo, ensalmo o veneno cuya materialidad es la palabra y su voluntad la de escribir e inscribir: Delfín o chimpancé, el animal comunica, no graba. Emite señales, no tiene archivos. Sigue pistas, no construye rutas. Deja al aire libre cadáveres biodegradables, no cava sepulturas para hacer que los despojos sean psicodegradables en el fuero interno de los sobrevivientes (sepultar es dar una forma memorable y perenne a lo que pronto ya no la tendrá) (ibid:103).

No habrá en Argentina -como sabemos- paz perpetua alguna, hasta que una generación no entierre, para poder hablar con ellos -como corresponde- a sus muertos.

¿O es que se puede pensar una educación sin herederos? Pero si hay herederos hay filiación. El concepto de filiación se aproxima entonces al de transmisión. Concepto foráneo en el territorio educativo. Las referencias pedagógicas usuales remiten al conocido mis chicos y a la ininterrumpida perorata que transcurre cotidianamente entre los irrisorios deslizamientos que confunden, por un lado, maestras con mamás y/o tías, y -por el otro- alumnos con hijos, nenes y chicos que siempre son divinos y que, repitamos, siempre quieren parecer ser mis nenes, mis chicos. Prescindimos aquí de las consecuencias diversas de esta pseudo maternidad confusa que acompañó hasta hace poco tiempo el trabajo de enseñar.

La filiación que despierta la atención del pedagogo es, por el contrario, la que pone en la mesa el trabajo, el arduo trabajo de llegar a ser alguien, que -de alguna manera- consiste en inscribirse en una cadena generacional. Inscribirse, afiliarse, anotarse. Esta cadena no es la de ADN. Puede que sea la de Prometeo. Podríamos afirmar que esta cadena está formada por ciertos significantes padres, digamos así, donde el bípedo implume se reconoce. Italiano, indio, español, Centralista, etc.; pero, además, es en este encadenamiento en el que se labran esas marcas, ciegas para algunos o clarividentes para otros, y que trazan un destino.

De la transmisión, tal como hemos intentado bosquejar, se sabe por las marcas que deja. Rastros, surcos, vestigios. Lo que la transmisión deja a su paso. Podría ser ésta una buena definición de lo que es educar.

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Es cierto que la época ofrece severas mutaciones a la función de filiar. Filiar es, o era -como sugerimos- incluir, inscribir, anotar, dar lugar, hogar, acogida, nombre, deseos y palabras a ese nuevo que arriba. Ofrecerle eslabones de esa cadena de la que hablamos; por lo que filiar es, en cierto modo, encadenar. La cadena es curiosa en tanto sus elementos no son idénticos. Pero, como es fácil de advertir, la ciencia barre, al parecer, las certezas de los nacimientos, los linajes, las reproducciones y las herencias, y desencadena un amplio espectro de desconciertos. Retomemos entonces la operación.

Como sabemos, la cría arriba al mundo siendo de alguien para procurar ser alguien. La anterioridad que mencionamos lo recibe para producirlo como un otro en el conjunto. Otro como uno, pero otro. Gente como Uno y Gente como Otro.

En Masa y Poder Elías Canetti escribe: "No hay expresión más vívida del poder que la actividad del director de orquesta". Este siempre está de pie, solo y elevado. Durante la ejecución, el director se presenta como un guía para la muchedumbre de la sala que presencia el espectáculo en silencio. Es, además, omnisciente, porque mientras los músicos sólo tienen sus propias voces, él conoce la partitura entera.

Legèndre afirma lo siguiente: si la genealogía establece la diferenciación entre los humanos que son semejantes, esto quiere decir que estos humanos no están clasificados como idénticos. Cada quien debe, sin dejar de ser el mismo, volverse otro. Este volverse otro requiere paradojalmente del desapego como condición misma del apego. Del encuentro tanto como de la separación. De la afiliación, para que la desafiliación sea posible. De la dependencia sin la cual no hay liberación alguna. Por otra parte, cada llegada o, deberíamos decir más estrictamente, cada institución de un niño requiere volver a fundar sus antepasados. Todo niño en tanto tal es un acto de desobediencia, alteración, renuncia, rechazo y violación al lugar que previamente se le tenía asignado. La genealogía, tal como Legèndre la postula, no es sino el acto de institución del alguien con el cual la pedagogía pretende hacer algo, es decir, la humanización educativa misma de la carne naciente.

Tres instancias explican esta operatoria: identidad, diferencia y causalidad. Esto es, puedo decir que soy el que soy, que soy algo o alguien, en tanto no me confundo con el otro, no soy idéntico (en tanto este es el deporte de la clonación cuyo paroxismo acaba de formularse en la intención de clonar a Jesucristo extrayendo ADN del santo sudario) al otro, pero puedo decir que soy también en tanto provengo de algún sitio y no, por cierto, de repollo o cigüeña alguna. Es claro que si me confundo con el otro, si no consigo diferenciarme y si no accedo a la clave del sitio del cual provengo, no soy.

Lo que Legèndre introduce en la discusión es la estofa de la genealogía que, según nos hace saber, hace posible toda filiación.

Si la genealogía tiene una función será la de separar, introducir la sucesión de las generaciones nombrando los lugares para permitir que cada uno tenga el suyo; y que estos lugares no se confundan, que no se penetren unos a otros. En tanto la pista en la que la cría arriba está hecha de palabras, es mediante palabras que una sucesión se teje, separando esto de aquello y haciendo testamento. Hacer un hijo es afiliarlo a esta función jurídica de la palabra. Afíliate, hijo mío.

Ahora bien, como antes, quizás como siempre, nos enfrentamos a un conjunto inesperado de consecuencias derivadas de la supuesta declinación de las tradiciones, del agotamiento del largo plazo, de la destitución del trabajo de heredar, de la confusión flagrante a la que se ven sometidas las poderosas ideas de transmisión y filiación y a la puesta en cuestión en su conjunto de la temporalidad que alimentara los dispositivos pedagógicos que habitamos.

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Si vivimos -tal como se argumenta sin pausa- en una sociedad postradicional; si habitamos una temporalidad frenética; si la ciencia pone en duda el sentido de toda filiación y si los dispositivos pedagógicos han abandonado a toda prisa las tecnologías de la transmisión y sus principios genealógicos, lejos estamos -sin embargo- de haber encontrado alguna forma de la libertad.

Del mismo modo, los avances de la tecnología genética y la extensión de los límites de lo que es posible jaquean nuestro vínculo pedagógico con las generaciones, los antepasados y la transmisión cultural. ¿O es que el fondo social común de conocimientos en el cual la pedagogía encontraba buena parte de su legitimidad ha sido borrado en provecho de la avasallante aseveración de que sólo hay información? Una proposición incómoda de Peter Sloterdijk reclama su lugar: Si 'hay' hombre es porque una tecnología lo ha hecho evolucionar a partir de lo pre-humano. Ella es la verdadera productora de seres humanos, o el plano sobre el cual puede haberlos. De modo que los seres humanos no se encuentran con nada nuevo cuando se exponen a sí mismos a la subsiguiente creación y manipulación, y no hacen nada perverso si se cambian a sí mismos autotecnológicamente, siempre y cuando tales intervenciones y asistencia ocurran en un nivel lo suficientemente alto de conocimiento de la naturaleza biológica y social del hombre, y se hagan efectivos como coproducciones auténticas, inteligentes y nuevas en trabajo con el potencial evolutivo (Sloterdijk: 2000a). Módulo 2 - Clase 7

Lectura sugerida para la clase disponible en Biblioteca

Richard Sennett. La corrosión del carácter. Las consecuencias personales del trabajo en el nuevo capitalismo. disponible en biblioteca: Sennett.pdf y haciendo clic aquí)Módulo 2 - Clase 7

Bibliografía

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Sloterdijk, Peter (1998) Extrañamiento del mundo. Valencia: Pre-Textos.

Steiner, Georges (1991) Presencias Reales. Bs.As: Destino

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Zizek, Slavoj (1998) Porque no saben lo que hacen. El goce como factor político. Bs. As.: Paidós.

Zizek, Slavoj (1999) El acoso de las fantasías. México: Siglo XXI.

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 GLOSARIO

corrosión del tiempo

Al fin de cuentas, si el hombre construyera el tiempo, si la naturaleza de éste, pese a los ardides domesticadores que inventamos para fijarlo y retenerlo, consistiera en otra cosa que en pasar, muy neciamente, no habría necesidad de transmitir...(Debray:129)

 

valores

Hace un par de años le pregunté al Filósofo Tomás Abraham por esta famosa pérdida de valores. Le dije que todos parecen anunciar la pérdida de los valores. Le pregunté si él sabía donde estaban y aquí tienen la respuesta: Sí, están en Nueva York y en Suiza, más o menos cien mil millones según Roberto Aleman. Esos son los únicos valores que se perdieron, los otros se transforman. En el terreno moral nada se pierde, todo se transforma. Estamos, sí, en un momento en el que hay una disolución de valores fijos. Es decir, un mundo monoteísta, o un mundo bipolar, o un mundo donde los valores fijos siempre necesitan de una autoridad fija. Entonces hay gente que extraña las autoridades fijas... no los valores, las autoridades: las iglesias... los padres... las autoridades. Es que no puede haber valor fijo en sí. Entonces, supuestamente, en un lugar progresista son sumamente reaccionarios porque son restauradores de valores. Extrañan eso. Lo extrañan o lo pregonan.

Pueden leer toda la entrevista en Estanislao Antelo (Comp) "La Escuela mas allá del bien y el mal. Ensayos sobre la transformación de los valores educativos"; Editorial A.M.S.A.F.E, Rosario, 2000.

 

Jaim Echeverry

Buscador y perseguidor notorio que gusta localizar el mal. En su libro higiénico moral, La Tragedia Educativa, arma una selección de culpables de lo que llama el eclipse de la autoridad: los padres, la televisión, Negroponte y las nuevas tecnologías de la información, los ídolos musicales, los Shoppings, el lumpenaje, los maestros (muchos de ellos ya fracasaron en otras disciplinas y por esos se hacen docentes), los que promueven la justicia social y la equidad, Bill Gates, Michael Jackson, los cantantes de éxito, el cine, los jadeantes camarógrafos y periodistas, los chicos que no duermen en casa, los institutos de formación docente, los cadetes, lady Di, la posmodernidad, los alumnos, los telespectadores de videos clips, la tintura para el cabello, los autos, el homo videns, el "video-niño", los electrodomésticos, Plaza Sésamo, el correo electrónico, los tecnoreformistas, el edutainment, las excursiones, Luis Miguel, South Beach.

 

líderes

El líder, ya sea bajo el nombre de directivo, empresario, gerente, es el paladín de los valores que sustituye al caballero andante de las gestas medievales, al prudente burgués de la revolución industrial, al obrero revolucionario de la tradición socialista, a los héroes bíblicos de nuestros relatos infantiles, al militante comprometido de nuestra lejana juventud; nuestro líder no sólo ya no combate el capital, sino que lo hace bueno (...) se confirma que la visión del jefe como la de un policía que otorga premios y castigos está dejando lugar a la del líder entrenador, a quien le importan más los objetivos que la autoridad. El jefe ya no es el malo de la película, inaccesible, anónimo y temible. Lo antiguo es el jefe autocrático, autoritario, aislacionista, no motivador. Lo nuevo es el coacher, el incentivador, el que se baja al nivel de ser un par más del equipo. (33,34) Tomás Abraham (2000). La empresa de vivir. Sudamericana. Bs.As.

 

ustedes

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Un pasaje obligado es el breve y potente texto de Marcelo Carusso (2001) "Autoridad, gramática del cristianismo y escuela: breves reflexiones en torno a 'Lo absoluto frágil'", de Slavoj Zizek. En Cuaderno de Pedagogía Rosario. Año IV, N 9, Octubre 2001. Laborde Editor. Rosario.

 

sabiduría

Véase una discusión sobre el peso de la enseñanza en Sócrates en Sloterdijk, Peter (1998); Extrañamiento del mundo; Valencia; Pre-Textos.

 

autoritaria

Dice Zizek: Los dos logros supremos del desenmascaramiento de los prejuicios ideológicos que se desarrollaron a partir del proyecto de la Ilustración, el marxismo y el psicoanálisis, se refieren ambos a la autoridad de sus respectivos fundadores (Marx, Freud). Su estructura es intrínsecamente "autoritaria": como Marx y Freud abrieron un nuevo campo teórico que establece los criterios mismos de veracidad, sus palabras no pueden ser puestas a prueba de la misma forma en que uno se permite cuestionar las afirmaciones de sus seguidores (...) De este modo, sus textos deben leerse de la forma en que uno debería leer el texto de un sueño, según Lacan: como textos "sagrados" que están, en un sentido radical, "más allá de toda crítica" dado que constituyen el horizonte mismo de la veracidad.

 

presidente

Siempre recuerdo el fastidio de mis amigos agnósticos cuando les recordé que su madre, la madre de Carlos Méndez, había tenido una visión en la cual se le aparecía su hijo como un enviado de Dios destinado a ordenar la Argentina. Un enviado, tan solo un enviado. En estos tiempos también vemos, más allá de la risa de la crítica agnóstica progresista, crucifijos de todos los tamaños y formas.

apostólico

Como afirma Debray, los mediadores ya no son esos delicados volátiles que desaparecen ni bien entregan el mensaje (...) estos orgullosos (los vice, digo) se toman como el mensaje mismo (Debray:63)

 

imágenes

En la introducción de Batallas Éticas (1995), Tomás Abraham deja sentado que la dominación de los hombres requiere algo más que la exposición de la fuerza, el terror es insuficiente, se necesita una narración, un relato, un mito, alguna ciencia, el enunciado de una verdad que se atribuya al poder y al poderoso. Los tigres de papel también rugen (...) No hay poder sin decorados.

 

heredar no es recibir

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Para Michel de Certeau, la operación histórica comienza con una maniobra elemental: poner aparte, repartir, producir, presentar. Aislar un curso. Formar la colección (..) lejos de aceptar unos datos los constituye. Las cuestiones de la transmisión y la herencia empujan la tarea de coleccionistas y archivistas. Coleccionar, señala de Certeau, es durante mucho tiempo fabricar objetos: copiar o imprimir, encuadernar, clasificar...

 

transmitir no es transferir

También Hassoun muestra la conexión entre tradición y transmisión. La traición tradere está en el origen de los dos términos: la traditio que se refiere a la iniciación, y el traditor , el renegado, el que pasa al bando contrario, aquel que se excluye. Pero tradere remite a liberar , remitir , transmitir , que desembocan en darse a , ofrecerse... a otro .

Georges Steiner contribuye al poner de relieve tres sentidos diferenciados de la palabra interpretación: Un intérprete es un descifrador y un comunicador de significados. Es un traductor entre lenguajes, entre culturas y entre convenciones performativas. Es, en esencia, un ejecutante, alguien que "actúa" (acts out) el material ante él con el fin de darle vida inteligible. De ahí el tercer sentido importante de "interpretación". Un actor o una actriz interpretan a Agamenón o a Ofelia. Un bailarín interpreta la coreografía de Balanchine. Un violinista, una partita de Bach. En cada uno de estos ejemplos, la interpretación es comprensión en acción; es la inmediatez de la traducción.

También Legèndre aproxima un enunciado potente en tanto los que permiten romper los eslabones son los intérpretes. Como el intérprete de Steiner, el de Legèndre interviene en esta carrera de postas. Lo hace en tanto tal, interrumpiendo, separando la legitimidad (...) poniendo distancia (...) notificando en la sociedad el principio genealógico de la disimetría. Principio que no es más que lo que acabamos de postular: nombrar la disimetría de los lugares para que éstos puedan ser habitados: madre, padre, hijo, hija, etc.

 

Norbert Elías

Veamos la definición de Norbert Elías: En una primera aproximación se podría decir que lo que llamamos conocimiento es el significado social de símbolos construidos por los hombres tales como palabras o figuras, dotados con capacidad para proporcionar a los humanos medios de orientación. Estos, en oposición a la mayoría de las criaturas no humanas, no poseen medios innatos, o como más frecuentemente se dice, medios instintivos de orientación. Los seres humanos tienen que adquirir durante su desarrollo mediante aprendizaje los conjuntos de símbolos sociales con sus correspondientes significados y, por lo tanto, retoman de sus mayores un fondo social de conocimiento. Específicos conjuntos de símbolos sociales significativos tienen a la vez la función de medios de comunicación y de medios de orientación y, sin el aprendizaje de los símbolos sociales dotados de esta doble función, no podemos convertirnos en humanos (Elías,1994:55)

 

inconveniente de haber nacido

Este el nombre de uno de los libros del siempre ameno y simpático Emile Ciorán. Por otra parte, es Peter Sloterdijk quien pone en cuestión el carácter necesario de los principios genealógicos.

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