antologia primaria

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CUENTOS El pez sonriente El mismo no sabía porque pero se estaba riendo. Tal vez fuera por el agua le hacía cosquillas. O porque los corales le cerraban los ojos, o porque las burbujas le picaban la nariz; la verdad es que, por una cosa o por otra, el pececito sonriente pasaba su vida riendo a carcajadas. Su abuelo, el pez limón siempre le decía: “Ten cuidado, pececito sonriente, alguna vez te vas a encontrar con alguien que no le guste tu risa y entonces ¡Pobre de ti! ¡No quisiera estar en tus escamas! ”. Pero al pececito le parecía imposible que a alguien no le gustara su risa, y seguía riendo. Hasta que un día se encontró con el pulpo amargado y se río tanto, tanto del, que no podía parar. El pulpo que estaba orgulloso de sus tentáculos esto no le gusto ni poco ni mucho. Y lanzando un ruido espantoso, le dijo al pececito sonriente. ¡Por haberte reído mucho de mí, te comeré! “El susto que llevo el pececito sonriente” la verdad que se le fueron las ganas de reírse. Tal vez fue la cara de miedo que puso y tanto tartamudeo cuando le quiso pedir disculpas al pulpo, que este empezó a sonreír, y después se le escapo una sonrisita y luego lanzo una carcajada, y luego otra vez y otra hasta que no aguanto a reírse. Y

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CUENTOS

El pez sonriente

El mismo no sabía porque pero se estaba riendo. Tal vez fuera por el agua le hacía cosquillas. O porque los corales le cerraban los ojos, o porque las burbujas le picaban la nariz; la verdad es que, por una cosa o por otra, el pececito sonriente pasaba su vida riendo a carcajadas. Su abuelo, el pez limón siempre le decía: “Ten cuidado, pececito sonriente, alguna vez te vas a encontrar con alguien que no le guste tu risa y entonces ¡Pobre de ti! ¡No quisiera estar en tus escamas! ”.

Pero al pececito le parecía imposible que a alguien no le gustara su risa, y seguía riendo. Hasta que un día se encontró con el pulpo amargado y se río tanto, tanto del, que no podía parar. El pulpo que estaba orgulloso de sus tentáculos esto no le gusto ni poco ni mucho. Y lanzando un ruido espantoso, le dijo al pececito sonriente. ¡Por haberte reído mucho de mí, te comeré! “El susto que llevo el pececito sonriente” la verdad que se le fueron las ganas de reírse. Tal vez fue la cara de miedo que puso y tanto tartamudeo cuando le quiso pedir disculpas al pulpo, que este empezó a sonreír, y después se le escapo una sonrisita y luego lanzo una carcajada, y luego otra vez y otra hasta que no aguanto a reírse. Y desde entonces anduvieron los dos juntos, riéndose como locos de todo lo que veían.

La reina rana

La reina rana tenía una gran corona, tan grande le quedaba en su cabeza que cuando saltaba en su jardín se le movía de aquí para allá. Un día saltó tan alto que su gran corona quedó colgada en la copa del árbol. Como eran vísperas de su fiesta de cumpleaños, entonces se le ocurrió una gran idea decidió invitar a todos sus amiguitos conocidos de la escuela de saltos donde ella participaba y también eligió un castillito inflable muy colorido para su festejo. Cuando llego el día los invitados fueron llegando de a poco… primero llegó el conejo con una zanahoria de regalo. Luego el canguro que le llevaba una gran bolsa para guardar cositas lindas y después la Langosta con un florero lleno de hojitas para compartir. Durante la fiestita los amiguitos y reina rana jugaron toda la tarde en el castillito a ver quién saltaba más alto. Reina rana pensaba que de esa manera alguien podría ayudarla a recuperar su corona. Rieron a carcajadas y se divirtieron muchísimo lo que duró el cumpleaños y no se dieron cuenta que la Sra. Paloma lucía muy atractiva con su nueva corona.

El geranio agradecido

La señora coneja ha venido a vivir al bosque. Su casa de madera está al pie de una montaña. En cuanto llego tomo una escoba y dejo su cabaña bien limpiecita. Al día siguiente se levanto muy temprano para regar el jardín, de pronto abandonada en un rincón, vio una maceta estaba completamente seca. Entonces se apuro a echarle agua con una regadera; en ese mismo instante la plantita se puso muy contenta y, agradecida y llena de vida le sonrió a la buena conejita. ¿Sabes cuál es la sonrisa de las flores? La sonrisa de las flores en su aroma y su hermoso perfume. Con su perfume te dan las gracias, te dicen “gracias por cuidarme, y por darme agua, gracias por quererme. “ Yo también te quiero”. La señora coneja entendió ese lenguaje y, desde ese día; siempre riega con mucho cariño su geranio rojo para que no tenga sed. En la primavera la plantita volvió a florecer y dio muchísimas otras florecitas rojas que alegran la entrada de la cabaña. Al verlas la buena conejita se siente muy acompañada, y además está feliz porque le gusta mucho regar y cuidar a su nuevo amigo, el geranio agradecido.

El perrito guardián

Alejandro quería tener un perrito, mamá le compraban un motón de perritos, pero no eran como el quería. Eran perritos de peluche, de plásticos, de paño, rellenos de algodón. ¡Pobre Alejandro!, él quería un perrito de verdad: con un hociquito húmedo que el acariciara la mano cuando le diera de comer, y una colita larga que se moviera cuando le mostrara algún hueso. Pero mamá no quería nada de eso, ¡bastante trabajo tenia ella con cuidar sus gallinas, para tener todavía más tarea con un perro de verdad! Alejandrito no entendía porque mamá quería tanto sus gallinas. ¡Eran tan antipáticas! Dos o tres veces quiso jugar con ellas, le dieron un montón de picotazos y una la colorada que era muy atrevida, lo corretearon cuando quiso sacarle un huevito que había puesto. El muchachito había perdido perritos a su vecinos, a su papá, a su madrina, pero mamá…, siempre se los hacía regresar! Mientras jugaba con sus soldaditos, a Alejandro le pareció que alguien lloraba; no era el llanto de una persona, no, era más bien el quejido de un animalito. Se asomo por la puerta de su casa y vio, en medio de la calle, un perrito blanco con manchitas negras, que lloraba mientras se lambia su patita. Alejandro recordó que hacía un momento frenado una motocicleta… ¡pobre perrito! Lo había atropellado y parecía que tenía una patita lastimada. Sin pensarlo más, tomo al animalito entre sus brazos y corrió a llamar a mamá, ¡mamá, mamá! ¡Por favor, ayúdame a curar a este perrito! ¡Se buena mamá! ¡Está enfermo no puedo dejarlo en la calle! Mamá lo miró, iba a decirle que ella no quería perros en la casa, pero algo en los ojos del animalito no se lo permitió; trajo dos tablitas y con una venda atada bien fuerte acomodo la patita. El animalito sentía mucho dolor pero no se quejo, lo único que hacía era lamer, con su lengüita caliente y ojada, la mano de mamá que lo curaba; Alejandro estaba contento que hasta bailaba, saltaba, cantaba, todo el día hablaba de las gracias de Manchitas hacía. Mamá de tanto en tanto le decía: Alejandro cuando el perrito se curado, hay que buscar a su dueño y regresárselo.

Alejandro la mirada con expresión cariñosa y le contestaba: si mamá, pero, ¿si no tiene dueño, no lo dejarías vivir con nosotros? ¡Esta lindo!

Pasaron los días y manchita estaba vez mejor, hasta que una noche, mientras dormía en su cómodo cajoncito oyó un ruido que venía del gallinero. Se acerco despacito y vio una enorme rata que quería comerse los pollitos de la gallina colorada. ¡Qué ruido es ese!, ¡Todas las gallinas y el gallo despertaron al mismo tiempo! Manchita, muy decidido, corrió a la rata que huyo asustada para no regresar más. Mamá, Papá y Alejandro, llegaron justo a ver la hazaña de Manchita. Cuando la calma regreso al gallinero, mamá tomó a Manchita entre sus brazos, lo acaricio un ratito y luego dándoselo a Alejandro le dijo: Toma querido, desde hoy Manchita, es tu perrito de verdad. Y así fue desde esa noche, nuestro valiente perrito es el rey de la casa y mamá está muy contenta con la tarea de cuidarlo.

El gato enamorado

Un día un ratón y un gato jugaban en el parque, y como siempre, se revolcaban en el suelo e iban tras una pelotita chiquita y muy colorida que a veces estaba tan sucia que no podía rodar. Pasaron los días ¡Que sorpresa! llego una perrita que era el animalito más lindo del barrio, se llamaba Bambi. El gato se enamoro completamente de ella, pero el no se animaba a decirle ni ¡hola!; quedo admirado por su belleza. Cierto día se juntaron todos los animalitos del barrio e hicieron reunión, no habían llegado todos. -Vamos a esperar – dijo Bambi. -¡Al fin llegaron todos! ¡Los estábamos esperando!, les dijo cuando los vio entrar. -¡Comencemos!- Hoy es el cumpleaños de ratoncito y tenemos que regalarle algo-dijo Bambi. -¡Ya se! _dijo el gato_ se me acaba de ocurrir una idea, podemos hacer una gran fiesta sorpresa. Luego de la fiesta el gato le pidió a la perrita que si quería casarse con ella, y tener una gran familia. Ella para no herir sus sentimientos le explicó en forma muy dulce que una perrita con un gato no era posible casarse ya que debían ser de la misma especie, pero que si podrían ser muy buenos amigos. El gato a pesar de todo, estaba contento porque había encontrado una nueva amiga. Ese día todo aprendieron que podemos ser diferentes, tener distintos pensamientos, pero podemos ser muy buenos amigos, si respetamos al otro.

ADIVINANZASChiquitín y danzarín, 

pasa las noches rondando 

con la lanza y el cornetín.

Soy negro sin ser carbón, 

día y noche toco el arpa, 

y solo en verano oiréis mi son.

Soy roja como un rubí 

y luzco pintitas negras; 

me encontrarás en el jardín, 

en las flores 

o en las hierbas.

Alta como un pino, 

verde como un lino, 

con las hojas anchas 

y el fruto amarillo.

Blanco fue mi nacimiento, 

colorada mi niñez, 

y ahora que voy para vieja, 

soy más negra que la pez.

TRABALENGUAS

    Trabalenguas: Pepe pecas pica papas con un pico; con un pico Pepe pecas pica papas.

Cuando cuentes cuentos, cuenta cuantos cuentos cuentas, porque cuando cuentas cuentos nunca cuentas con cuantos cuentos cuentas...

No me pica que poco a poco Paco pique pacas ya que en popa Pepe pica y pica pacas con su pepa de pica pica.

La araña era ética, perética, perempempética, pelada, peluda, poromponpuda, se quiere casar con un araño, ético perético, pelado, peludo, porompompudo:Cinco arañitas nacerán, éticas, peréticas, perempempéticas, peladas, peludas, porompompudas.

Paquito empaca poquito a poquito poquitas copitas en este paquete.

CHISTES

Un partido de fútbol entre el equipo de los elefantes contra el equipo de los gusanos. El partido estaba muy descompensado. Tanto que a diez minutos del final iban ganando los elefantes por 50-0. Pero, de repente, el equipo de los gusanos hace un cambio y sale el ciempiés. El ciempiés empieza a meter un gol tras otro y al final del partido quedan 50-75. Al final del partido, el capitán de los elefantes, incrédulo, se acerca al vestuario de los gusanos y le pregunta a uno…

- ¡Qué portento de jugador! ¿Por qué no lo habéis sacado antes?

- Es que estaba terminando de atarse las botas.

 Ricardo sus papás le han regalado un loro. Era un loro ya mayor, muy bonito él. Pero tenía una muy mala costumbre: decía muchas palabrotas. Ricardo intentaba corregir esa actitud del loro. Primero con mucha paciencia, con palabras bonitas y con mucha educación… pero el loro no le hacía ni caso!! Le ponía música suave… siempre le trataba con mucho cariño… pero nada: el loro seguía a la suya!!!

Un día Ricardo se le acabó la paciencia y metió al loro en el congelador. Durante unos minutos escuchó los gritos del loro pero al poco se calló. Pero Ricardo estaba arrepentido y rápidamente abrió la puerta del congelador.

El loro salió con cara de miedo y le dijo a Ricardo: "Siento mucho haberte ofendido con mi palabrotas. ¡¡Perdóname, no diré ninguna más!!"

Ricardo estaba sorprendidísimo por el cambio en la actitud del loro y no sabía muy bien lo que lo había hecho cambiar de esa manera. Cuando el loro continuó y le dijo…." Oye, ¿te puedo hacer una pregunta? ¿¿Qué fue lo que hizo el pollo??"

Va una moto a toda velocidad por la carretera, a más de 200 km/h y de repente se encuentra con un pajarito al que no puede esquivar. ¡¡Pum!! Le pega en todo el casco y el pájaro cae al asfalto.

El motorista se siente fatal por el accidente y se para a atender al pajarillo. Ve que aún está vivo y lo recoge, se lo lleva a casa, le compra una jaulita y lo cuida hasta que se pone bien.

A los pocos días el pajarito recupera la conciencia y al despertar se ve encerrado como en una cárcel y exclama en voz alta: “¡¡Nooo!! ¡¡Maté al motorista!!

Va un gato caminando por un tejado y se encuentra a otro gato. El primer gato le dice al primero:“Miauuuuu miauuuuuu”

Y el segundo le contesta:“Guaaaaaau guuuuaaaaauuuu”

El primer gato se extraña y le pregunta:“Oye, si tú eres un gato, porque ladras como un perro”

A lo que el segundo gato le contesta:“¡¡Pues porque sé idiomas!!”

Una madre mosquito le dice a sus hijos mosquititos:

“Hijos, tened mucho cuidado con los humanos y no os acerquéis a ellos ya que siempre quieren matarnos”

Pero uno de los mosquitos le dijo:

“No, mami, eso no es cierto. El otro día un humano se paso la tarde aplaudiéndome.”

PROVERBIOS

LEYENDAS

Leyenda del Sombrerón

En aquel apartado rincón del mundo, tierra prometida a una Reina por un Navegante loco, la mano religiosa había construido el más hermoso templo al lado de la divinidades que en cercanas horas fueran testigo de la idolatría del hombre—el pecado más abominable a los ojos de Dios—, y al abrigo de los tiempo de montañas y volcanes detenían con sus inmensas moles.

Los religiosos encargados del culto, corderos de corazón de león, por flaqueza humana, sed de conocimientos, vanidad ante un mundo nuevo o solicitud hacia la tradición espiritual que acarreaban navegantes y clérigos, se entregaron al cultivo de las bellas artes y al estudio de las ciencias y la filosofía, descuidando sus obligaciones y deberes a tal punto, que, como se sabrá el Día del juicio, olvidábanse de abrir al templo, después de llamar a misa, y de cerrarlo concluidos los oficios...

Y era de ver y era de oír y de saber las discusiones en que por días y noches se enredaban los mas eruditos, trayendo a tal ocurrencia citas de textos sagrados, los más raros y refundidos.

Y era de ver y era de oír y de saber la plácida tertulia de los poetas, el dulce arrebato de los músicos y la inaplazable labor de los pintores, todos entregados a construir mundos sobrenaturales con los recados y privilegios del arte.

Reza en viejas crónicas, entre apostillas frondosas de letra irregular, que a nada se redujo la conversación de los filósofos y los sabios; pues, ni mencionan sus nombres, para confundirles la Suprema Sabiduría les hizo oír una voz que les mandaba se ahorraran el tiempo de escribir sus obras. Conversaron un siglo sin entenderse nunca ni dar una plumada, y diz que cavilaban en tamaños errores.

De los artistas no hay mayores noticias. Nada se sabe de los músicos. En las iglesias se topan pinturas empolvadas de imágenes que se destacan en fondos pardos al pie de ventanas abiertas sobre panoramas curiosos por la novedad del cielo y el sin número de volcanes. Entre los pintores hubo imagineros y a juzgar por las esculturas de Cristos y Dolorosas que dejaron, deben haber sido tristes y españoles. Eran admirables. Los literatos componían en verso, pero de su obra sólo se conocen palabras sueltas.

Prosigamos. Mucho me he detenido en contar cuentos viejos, como dice Bernal Díaz del Castillo en "La Conquista de Nueva España", historia que escribió para contradecir a otro historiador; en suma, lo que hacen los historiadores.

Prosigamos con los monjes...

Entre los unos, sabios y filósofos, y los otros, artistas y locos, había uno a quien llamaban a secas el Monje, por su celo religioso y santo temor de Dios y porque se negaba a tomar parte en las discusiones de aquéllos en los pasatiempos de éstos, juzgándoles a todos víctimas del demonio.

El Monje vivía en oración dulces y buenos días, cuando acertó a pasar, por la calle que circunda los muros del convento, un niño jugando con una pelotita de hule.

Y sucedió...

Y sucedió, repito para tomar aliento, que por la pequeña y única ventana de su celda, en uno de los rebotes, colóse la pelotita.

El religioso, que leía la Anunciación de Nuestra Señora en un libro de antes, vio entrar el cuerpecito extraño, no sin turbarse, entrar y rebotar con agilidad midiendo piso y pared, pared y piso, hasta perder el impulso y rodar a sus pies, como un pajarito muerto. ¡Lo sobrenatural! Un escalofrío le cepilló la espalda.

El corazón le daba martillazos, como a la Virgen desustanciada en presencia del Arcángel. Poco, necesitó, sin embargo, para recobrarse y reír entre dientes de la pelotita. Sin cerrar el libro ni levantarse de su asiento, agachóse para tomarla del suelo y devolverla, y a devolverla iba cuando una alegría inexplicable le hizo cambiar de pensamiento: su contacto le produjo gozos de santo, gozos de artista, gozos de niño...

Sorprendido, sin abrir bien sus ojillos de elefante, cálidos y castos, la apretó con toda la mano, como quien hace un cariño, y la dejó caer en seguida, como quien suelta una brasa; mas la pelotita, caprichosa y coqueta, dando un rebote en el piso, devolvióse a sus manos tan ágil y tan presta que apenas si tuvo tiempo de tomarla en el aire y correr a ocultarse con ella en la esquina más oscura de la celda, como el que ha cometido un crimen.

Poco a poco se apoderaba del santo hombre un deseo loco de saltar y saltar como la pelotita. Si su primer intento había sido devolverla, ahora no pensaba en semejante cosa, palpando con los dedos complacidos su redondez de fruto, recreándose en su blancura de armiño, tentado de llevársela a los labios y estrecharla contra sus dientes manchados de tabaco; en el cielo de la boca le palpitaba un millar de estrellas. . .

—¡La Tierra debe ser esto en manos del Creador! —pensó.

No lo dijo porque en ese instante se le fue de las manos —rebotadora inquietud—, devolviéndose en el acto, con voluntad extraña, tras un salto, como una inquietud.

 —¿Extraña o diabólica?...

Fruncía las cejas —brochas en las que la atención riega dentífrico invisible—y, tras vanos temores, reconciliábase con la pelotita, digna de él y de toda alma justa, por su afán elástico de levantarse al cielo.

Y así fue como en aquel convento, en tanto unos monjes cultivaban las Bellas Artes y otros las Ciencias y la Filosofía, el nuestro jugaba en los corredores con la pelotita.

Nubes, cielo, tamarindos. . . Ni un alma en la pereza del camino. De vez en cuando, el paso celeroso de bandadas de pericas domingueras comiéndose el silencio. El día salía de las narices de los bueyes, blanco, caliente, perfumado.

A la puerta del templo esperaba el monje, después de llamar a misa, la llegada de los feligreses jugando con la pelotita que había olvidado en la celda. ¡Tan liviana, tan ágil, tan blanca!, repetíase mentalmente. Luego, de viva voz, y entonces el eco contestaba en la iglesia, saltando como un pensamiento:

¡Tan liviana, tan ágil, tan blanca!. .. Sería una lástima perderla. Esto le apenaba, arreglándoselas para afirmar que no la perdería, que nunca le sería infiel, que con él la enterrarían. . ., tan liviana, tan ágil, tan blanca . . .

¿Y si fuese el demonio?

Una sonrisa disipaba sus temores: era menos endemoniada que el Arte, las Ciencias y la Filosofía, y, para no dejarse mal aconsejar por el miedo, tornaba a las andadas, tentando de ir a traerla, enjuagándose con ella de rebote en rebote..., tan liviana, tan ágil, tan blanca . . .

Por los caminos—aún no había calles en la ciudad trazada por un teniente para ahorcar— llegaban a la iglesia hombres y mujeres ataviados con vistosos trajes, sin que el religioso se diera cuenta, arrobado como estaba en sus pensamientos. La iglesia era de piedras grandes; pero, en la hondura del cielo, sus torres y cúpula perdían peso, haciéndose ligeras, aliviadas, sutiles. Tenía tres puertas mayores en la entrada principal, y entre ellas, grupos de columnas salomónicas, y altares dorados, y bóvedas y pisos de un suave color azul. Los santos estaban como peces inmóviles en el acuoso resplandor del templo.

Por la atmósfera sosegada se esparcían tuteos de palomas, balidos de ganados, trotes de recuas, gritos de arrieros. Los gritos abríanse como lazos en argollas infinitas, abarcándolo todo: alas, besos, cantos. Los rebaños, al ir subiendo por las colinas, formaban caminos blancos, que al cabo se borraban. Caminos blancos, caminos móviles, caminitos de humo para jugar una pelota con un monje en la mañana azul. . .

—¡Buenos días le dé Dios, señor!

La voz de una mujer sacó al monje de sus pensamientos. Traía de la mano a un niño triste.

—¡Vengo, señor, a que, por vida suya, le eche los Evangelios a mi hijo, que desde hace días está llora que llora, desde que perdió aquí, al costado del convento, una pelota que, ha de saber su merced, los vecinos aseguraban era la imagen del demonio...

(... tan liviana, tan ágil, tan blanca. . .)

El monje se detuvo de la puerta para no caer del susto, y, dando la espalda a la madre y al niño, escapó hacia su celda, sin decir palabra, con los ojos nublados y los brazos en alto.

Llegar allí y despedir la pelotita, todo fue uno.

—¡Lejos de mí, Satán! ¡Lejos de mí, Satán!

La pelota cayó fuera del convento—fiesta de brincos y rebrincos de corderillo en libertad—, y, dando su salto inusitado, abrióse como por encanto en forma de sombrero negro sobre la cabeza del niño, que corría tras ella. Era el sombrero del demonio.

Y así nace al mundo el Sombrerón.

El cadejo

El cadejo es el espíritu que cuida el paso tambaleante de los borrachos, "es un animal en forma de perro, negro, lanudo, con casquitos de cabra y ojos de fuego". Su trabajo es perseguir o cuidar a los bolos que les gusta mucho el guaro y se quedan tirados en la calle, según la leyenda hay dos tipos de cadejos uno malo y uno bueno, el malo es el de color negro, y el bueno de color blanco. Aunque según las personas que les han visto siempre ven a los dos, pero siempre el negro mas inquieto y distante y el bueno echado cerca de la persona, resguardándola del cadejo malo

Hay que tener cuidado aunque sea un espíritu protector porque al beber demasiado y muy frecuente, "el Cadejo lo puede trabar, pues si se lo encuentra a uno tirado y le lame la boca, ya lo jodió para siempre, pues entonces uno jamás se compone". El Cadejo acostumbra seguir por nueve días al hombre al que le lamió la boca y no lo deja en paz.

La leyenda.

1) Hubo un joven que era muy trasnochador. Se llamaba Carlos Roberto y era guardián de un terreno. Siempre que regresaba ya muy entrada la noche, encontraba un perro blanco enfrente de su puerta. Era grande y peludo, pero nunca dejaba que Carlos se le acercara. El perro al ver que él entraba a su casa se sacudía, daba vuelta y desaparecía. Y esto sucedía todas las noches que Carlos llegaba muy tarde a su casa. Un día de tantos, Carlos quiso seguirlo para verlo de cerca y de donde venía, pero nunca lo logro alcanzar.

Alguien le dijo que era El Cadejo, y que cuidaba de su mujer y sus hijos cuando el no estaba.Este es el Cadejo bueno, el que anda y cuida a las mujeres, porque el Cadejo negro es que siempre anda detrás de los hombres que están borrachos

2) Hace tiempo, cuando don Héctor estaba en la estudiantina de la iglesia, salía con sus amigos a dar serenatas por todas las calles. Y una de estas veces le paso algo inexplicable. Ya venían de regreso de una serenata, y durante el camino de regreso, todos los muchachos se iban quedando en

calles distintas, para ir a sus casas. Ya solo quedan don Héctor y don Felipe, al pasar por el parque, se les pegó un perro negro de gran tamaño y con los ojos rojos; empezaron a caminar más rápido, pero el perro no de perdía. Ya los dos se empezaron a sentir cansados de caminar, al llegar a la casa de don Felipe, se entraron los dos y cerraron rápido la puerta, entonces aquel perro empezó a empujar la puerta con los cascos de sus patas, la mama de aquel joven salió con un crucifijo y le hizo la señal de la cruz, después de esto, el perro desapareció. Don Héctor decía que el Cadejo se los quiso llevar.

3) José había estado chupando con sus amigos durante todo el día, y ya entrada la noche estaba tan bolo que se quedó tirado en una calle. En horas de la madrugada, ya medio bueno, se estaba tratando de parar, cuando vio un perro negro muy lanudo que le paso la lengua por la boca. Con mucho trabajo se logro parar, y se fue como pudo se fue caminando por todas la calles; detrás de él iba el perro, que hacia ruido con sus casquitos de cabra. En el tanque de San Gaspar uno hombres quisieron robarle a José, pero el gran perro lo defendió y lo siguió hasta dejarlo en la puerta de su casa. Después de ese día el perro lo siguió durante nueve noches seguidas. Porque cuando el Cadejo, le lame la boca a uno le sigue por nueve días. Y también uno nunca más deja de tomar, por eso José se murió por bolo.

La llorona

La Llorona, la mujer fantasma que recorre las calles de las ciudades en busca de sus hijos.

Cuenta la leyenda que era una mujer de sociedad, joven y bella, que se caso con un hombre mayor, bueno, responsable y cariñoso, que la consentía como una niña, su único defecto... que no tenia fortuna.

Pero el sabiendo que su joven mujer le gustaba alternar en la sociedad y " escalar alturas ", trabajaba sin descanso para poder satisfacer las necesidades económicas de su esposa, la que sintiéndose consentida despilfarraba todo lo que le daba su marido y exigiéndole cada día mas, para poder estar a la altura de sus amigas, las que dedicaba tiempo a fiestas y constantes paseos.

Marisa López de Figueroa, tuvo varios hijos estos eran educados por la servidumbre mientras que la madre se dedicaba a cosas triviales. Así pasaron varios años, el matrimonio.

Figueroa López, tuvo cuatro hijos y una vida difícil, por la señora de la casa, que repulsaba el hogar y nunca se ocupo de los hijos. Pasaron los años y el marido enfermó gravemente, al poco tiempo murió, llevándose " la llave de la despensa ", la viuda se quedó sin un centavo, y al frente de sus hijos que le pedían que comer. Por un tiempo la señora de Figueroa comenzó a vender sus muebles. Sus alhajas con lo que la fue pasando.

Pocos eran los recursos que ya le quedaban, y al sentirse inútil para trabajar, y sin un centavo para mantener a sus hijos, lo pensó mucho, pero un día los reunió diciéndoles que los iba a llevar de paseo al río de los pirules. Los ishtos saltaban de alegría, ya que era la primera vez que su madre los levaba de paseo al campo. Los subió al carruaje y salió de su casa a las voladas, como si trajera gran prisa por llegar. Llegó al río, que entonces era caudaloso, los bajo del carro, que ella misma guiaba y fue aventando uno a uno a los pequeños, que con las manitas le hacían señas de que se estaban ahogando.

Pero ella, tendenciosa y fría , veía como se los iba llevando la corriente, haciendo gorgoritos el agua, hasta quedarse quieta. A sus hijos se los llevo la corriente, en ese momento ya estarían muertos . Como autómata se retiro de el lugar, tomo el carruaje, salió como "alma que lleva el diablo ", pero los remordimientos la hicieron regresar al lugar del crimen. Era inútil las criaturas habían pasado a mejor vida. Cuando se dio cuenta de lo que había hecho, se tiro ella también al río y pronto se pudieron ver cuatro cadáveres de niños y el de una mujer que flotaban en el río.

Dice la leyenda que a partir de esa fecha, a las doce de la noche, la señora Marisa venia de ultratumba a llorar su desgracia: salía del cementerio (en donde les dieron cristiana sepultura) y cruzaba la ciudad en un carruaje, dando alaridos y gritando ¡ Aaaaay mis hijos ¡ ¡ Donde estarán mis hijos ¡ y así hasta llegar al río de los pirules en donde desaparecía. Todas las personas que la veían pasar a medianoche por las calles se santiguaban con reverencia al escuchar sus gemidos y gritos. Juraban que con la luz de la luna veían su carruaje que conducía una dama de negro que con alaridos buscaba a sus hijos.

Las mujeres cerraban las ventanas, y al trasnochador que venia con copas, hasta la borrachera se le quitaba al ver aquel carro que conducía un espectro, donde iba la llorona, del carruaje salían grandes llamaradas y se escuchaba una largo y triste gemido de una mujer, un esqueleto vestido de negro, el que guiaba el carruaje, jalado por caballos briosos. Un día, cuatro amigos, haciéndose los valientes, quisieron seguir al carruaje que corría a gran velocidad por céntrica calle de Aguascalientes que daba al río pirules.

Ellos la seguían, temblando de miedo, pero dándose valor con las copitas, dio un ultimo grito de tristeza y dolor ¡ Aaaay mis hijos ¡ y desapareció con todo y carruaje.

Leyenda de la Siguanaba

Sihuahet era una hermosa mujer.

De la cual todos los indios y principalmente los caciques se habían enamorado.

Cuando Sihuahuet cumplió alrededor de dieciocho años, un emisario del cacique de mayor jerarquía de la región, se dirigió a ella indicándole que había sido elegida para ser esposa de su jefe. Sihuahuet rehusó aceptarlo porque su corazón le pertenecía a otro hombre, además el cacique en cuestión era cuarenta años mayor que ella.

Al saber aquel poderoso hombre la decisión de Sihuahuet, decidió vengarse y envió a uno de sus guerreros a darle muerte al joven enamorado de Sihuahuet y a ella la mantuvo cautiva en una cueva hasta que un shaman por medio de un hechizo maligno la convirtió en una mujer fea y despreciable. Su cara fue deformada, sus pechos crecieron hasta rozar sus pies y aquella piel tersa y hermosa se había arrugado casi por completo. Desde ese entonces ella se pasea angustiosa por la orilla de los ríos y las quebradas, intentando volver a ver al joven que tanto amo y arrastrando sus pechos en las piedras.

Otra versión cuenta que fue su propia vanidad la que le convirtió de Sihuahuet (mujer bella) a Siguanaba (mujer horrenda). Incluso existe una tercera versión que hace alusión a las torturas y prisión que sufrió aquella desventurada joven por parte del tirano que nunca pudo obtener su amor.