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    EL DERECHO A LA CIUDAD

    REVISITADO

    La ciudad como organizacin fsica de la coexistenciaArtemio Baigorri

    Conferencia en la Escuela Tcnica Superior de Arquitectura de Madrid, noviembre 1995

    Se me ha encomendado un difcil labor; nada menos que responder a una pre-gunta tan dramtica como la siguiente: 'Por qu hay que salvar la ciudad?'.

    Sin duda desde la arquitectura, desde la dinmica de sistemas, la economa ola ecologa la ciudad ha sido ya condenada.

    Y ahora se pregunta al socilogo: pero acaso alguna utilidad social justifica lapervivencia de la ciudad?. Acaso los urbanitas merecen ser rehabilitados, odeben ser renovados?. Como en aquel encargo de Yahv a su profeta: 'pero

    acaso hay algn hombre justo?' . Yo podra contestar sencillamente con unosversos de Walt Whitman, el poeta del hombre corriente y de la Naturaleza:

    "Las formas ms importantes surgen!

    Las formas totales de la Democracia, el producto de siglos,

    Formas que proyectan siempre otras formas,

    Formas de las ciudades turbulentas y viriles,

    Formas de los amigos y de los hombres hospitalarios del mundo entero,

    Formas que vigorizan a la tierra y se unen indisolublemente con la tierra entera"

    Este sencillo poema encierra todo lo que yo voy a exponer durante una hora.Es la mejor respuesta frente a los profetas del apocalipsis, que querran reducira cenizas las ciudades. Whitman recorri los campos y ciudades de la Amricaque se convulsionaba, que modificaba profundamente sus estructuras econ-micas y sociales, encaminndose hacia la sociedad industrial; que reciba su-cesivas oleadas de gentes de allende los mares, encaminndose hacia el mo-saico multicultural que es hoy; que desarrollaba el sistema ms democrtico

    entonces conocido, como descubri Tocqueville; que se encaminaba en sumaa convertirse en la primera potencia mundial. Y all donde fue el poeta encontr

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    hombres y mujeres luchando por adaptarser a aquel mundo cambiante, esfor-zndose por construir un mundo nuevo. Percibi con extremada sensibilidadcmo esas ciudades, "turbulentas y viriles" (no creo haber ledo nunca unadescripcin sociolgica ms rica, en tan slo dos palabras, de la ciudad indus-trial), contenan no slo ese "bello producto de siglos", la Democracia, y la ca-

    pacidad de crecimiento permanente (las "formas que proyectan otras formas"),sino asimismo la hospitalidad hacia el extranjero, e incluso la capacidad de "vi-gorizar la tierra". Habran de pasar casi cien aos para que Jane Jacobs propu-siese que en la ciudad est el origen, y an la base actual, del desarrollo de laagricultura, y no al contrario. Y todava hoy no termina de entenderse que laproteccin misma de la Naturaleza tiene su justificacin -y su principal sostn-en las ciudades. Naturalmente, Walt Whitman observaba a las gentes, y no lasteoras sobre la gente. Y describa la tierra de la eterna frontera, no el imperioomnipresente y esclertico que hoy conocemos.

    Los socilogos, sin embargo, hacemos ms caso de las teoras sobre la gente

    que de la gente misma. Y el mundo que hoy nos interesa seguramente tienemucho de aqulla Amrica en construccin (o en reconstruccin, pues se esta-ba construyendo una nacin sobre las ruinas de otros pueblos), pero es esen-cialmente otro, extremadamente ms complejo y difcil de aprehender en unossencillos versos. Estamos precisamente en un momento tan confuso, y decambio tan acelerado, que los conceptos y teoras que expliquen nuestra rela-cin con el espacio estn por hacer, como estn por nacer los poetas de la rea-lidad virtual.

    Por eso tan slo voy a apuntar las que considero cuestiones fundamentales entorno a ese espacio fsico de la coexistencia sobre cuya recuperacin nos pre-guntamos. Sobre ello yo mismo me vengo interrogando desde hace tiempo;pero no tengo una respuesta que dar, sino como mucho la simiente de nuevaspreguntas. Tal vez en el coloquio podamos responder entre todos a algunas deellas.

    1. La ciudad, cumbre del desarrollo social, tecnolgicoy moral de la especie

    La ciudad es algo ms, mucho ms, que esos 500 millones de personas sinhogar que denunciaba recientemente el Informe Global sobre AsentamientosUrbanos de la ONU; mucho ms que la especulacin urbanstica, el caos edifi-catorio, la neurosis o la violencia.

    La ciudad es tambin la ms compleja y grandiosa creacin humana y es, po-siblemente, el artefacto humano ms antiguo y ms adaptable a los cambiosen el entorno. Posibilit seguramente la aparicin de la agricultura, al permitir ladistribucin de excedentes a una poblacin que haba dejado de recolectar suspropios alimentos. Tal vez inicialmente como un sistema de explotacin de los

    campesinos por parte de los guerreros, pero tambin como un mecanismo deacumulacin, centralizacin y redistribucin de conocimientos e informaciones.

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    Una acumulacin de conocimientos que se produca por su capacidad paraacoger a gentes, culturas y saberes de lugares diversos y distantes. Y, sobretodo, por su capacidad para regular la convivencia entre formas de vida, creen-cias y colores de piel muy distintos entre s.

    Esas mismas caractersticas podemos observarlas en todas las grandes ciuda-des a lo largo de la historia, y podemos observarlas hoy mismo en nuestrasciudades, desde las metrpolis a las reas agropolitanas menos compactas.

    Durkheim(1)

    mostr cmo nicamente la densidad fsica y moral que se produceen las ciudades pudo posibilitar tanto la divisin del trabajo social, como la apa-ricin de la que denomin la solidaridad orgnica, no basada en las semejan-zas, sino en el derecho y las reglas objetivables, que son la base de la libertad.Esa densidad fsica y moral refuerza la dependencia mutua, pero a la vez acen-ta las diferencias y la especializacin, aumentando con ello la complejidad y eldinamismo de la estructura social, y en suma la capacidad tecnolgica. Por su-

    puesto que esa densidad tambin intensifica la lucha por la vida, y en suma laprobabilidad de conflictos se acrecienta. Los procesos de diferenciacin, divi-sin y especializacin permiten, como apuntaba Durkheim, superar esas limita-ciones, no desde luego por el camino de la felicidad. "La mayor intensidad de lalucha implica nuevos y penosos esfuerzos que no son de naturaleza como parahacer ms felices a los hombres (...): Tal es el motor del progreso (...). La divi-sin del trabajo es, pues, un resultado de la lucha por la vida; pero es una solu-cin dulcificada". El xito de la ciudad como producto social, durante al menos8.000 aos desde que hiciera su aparicin entre el Tigris y el Efrates, ha con-sistido justamente en posibilitar esa contradiccin y hacerla productiva, creati-va. Como veremos ms adelante, puede ponerse en duda si ello constituyeefectivamente alguna especie de progreso; pero la realidad es que las gentesno han dejado de afluir a las ciudades, a lo largo de esos 8.000 aos, en buscade mejores condiciones de vida, o de la mera supervivencia. Como lo siguenhaciendo todava hoy hacen millones de personas en todo el mundo, tanto enel Tercer Mundo como en los pases ms ricos del planeta(2).

    Por otra parte, esa acumulacin de personas lo sigue siendo tambin hoy deinteligencias, lo que posibilita que la ciudad siga siendo la masa en la que cual-quier levadura puede fermentar, tanto para crear obras de arte, como paradesarrollar artefactos que hagan la vida de los hombres, si no ms feliz, siquie-

    ra menos penosa. La ciudad no es slo el espacio de lo que Marx denominaba"el hampa de las grandes ciudades, esa podredumbre pasiva, esa hez de losms bajos fondos de la vieja sociedad"(3), sin duda ms infludo por la literaturade Dickens que por la realidad. Lo es, sin duda. Pero tambin es, al decir deToynbee, la mxima expresin de las distintas civilizaciones, "encarnando suconciencia corporativa en monumentos pblicos"(4). Y es tambin, y en suma, elespacio de la libertad y, en ningn momento mejor utilizada la expresin, el es-pacio de la coexistencia.

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    2. La ciudad, espacio de libertad, imagen del Estadocomo garante de los dbiles

    Esta caracterstica de la ciudad como otorgadora de libertades ha sido desiempre entrevista. De ah que, tambin desde la ms remota antigedad, losreformadores apocalpticos hayan clamado contra las ciudades como centrosde corrupcin de las gentes. Max Weber supo mostrar con agudeza, desde laSociologa, la causa y raz del caracter libre de las ciudades, al apuntar que elcorazn, la ltima razn de ser, y el elemento ms determinante de una ciudad,es el mercado, en suma el intercambio. Describa cmo "el hecho de que laciudad fuese un mercado, y permitiese por tanto ganar dinero en el comercio yla artesana, decida a numerosos seores a obtener provecho de sus esclavosy de sus siervos, no ya como fuerza de trabajo utilizada a su propio servicio oen una explotacin agrcola, sino como inversin: los convertan en artesanos oen pequeos comerciantes y, a cambio de un tributo de servidumbre, los deja-

    ban dedicarse a su actividad despus de haberlos provisto eventualmente de loque necesitaban (...) La posibilidad de la compra de su libertad estimulaba laactividad del pequeo burgus no libre"(5). De esta forma se haca especial-mente atractivo escapar de la servidumbre rural, y no es extrao que a finalesde la Edad Media se hiciese popular una clebre expresin: "El aire de la ciu-dad nos hace libres".

    Ferdinand Tnnies, un socilogo alemn poco conocido fuera de la disciplina,aport algunas importantes claves al respecto. Propona, a finales del siglo XIX,la existencia de dos formas bsicas de agrupacin social: la comunidad, basa-da en el afecto y la emocin, y que correspondera a las sociedades agrarias, y

    la asociacin, basada en la instrumentalidad y la razn, que correspondera alas sociedades urbanas e industrializadas. La primera se basa en hbitos, entareas regularmente repetidas, en la memoria y en la fe; la cooperacin se dejallevar por la costumbre. Sin embargo, en la asociacines la ciencia y la raznla base de la interaccin social; el intercambio se basa en la comparacin y elclculo, y la produccin -ejemplarizada en la fbrica- en las normas regladas.La quintaesencia de la asociacin seran el contrato y la ley, que alcanzan acubrir"hostilidades internas e intereses antagnicos"(6), particularmente en elmarco de la urbe donde, segn Tnnies, se manifiestan en su mximo esplen-dor las contradicciones entre capital y trabajo.

    La base sobre la que todo esto es factible es el Estado, que slo puede surgircon las ciudades, como una construccin social arquetpicamente urbana, esdecir como producto de la razn. El Estado surge como instrumento de poderdel prncipe urbano frente a los seores feudales, o rurales, pero tambin surgecomo instrumento de racionalizacin de las relaciones sociales. No importaaqu tanto si se trata de la libre asociacin, como Locke propona, para la ayu-da mutua, o bien de la lectura ms realista de Hobbes, que habla de cesin dederechos con el fin de contar con una proteccin superior frente a los podero-sos. Lo cierto es que, como apunt Hermann Heller, "el aumento de la interde-pendencia y del intercambio, consecuencia de la creciente divisin del trabajo,hizo ms necesaria una ordenacin normativa social establecida de modoconsciente y segn un plan y, que, en lo posible, sea previsible en su ejecu-

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    cin. Slo en la poca de la economa de cambio muy avanzada le fue posiblea la jerarqua del Estado organizar un orden normativo semejante"(7).

    En suma, en la ciudad encuentran los menesterosos, que desde su mismo ori-gen afluyen a ella incesantemente, tanto una mejor forma de vida, o al menos

    la mera supervivencia, como la proteccin del Estado frente a los abusos de lospoderosos. Slo a travs de la urbanizacin el Estado ha podido extenderse atodos los rincones. La urbanizacin es, para bien o para mal, una estatificacin.Cuando uno piensa en las guerras carlistas, que ensangrentaron Espaa du-rante casi un siglo, justo mientras se construa el nuevo Estado burgus y ur-bano, en estos trminos, es ms fcil comprenderlas como el enfrentamientode los espacios rurales, comunitarios pero a la vez feudalizados, frente alavance del Estado, centralista y contractual, y de la urbanizacin que los caci-ques y patriarcas rurales hallaban corrupta por democrtica.

    3. Crtica de la crtica a la gran ciudad. Contra la deepecologyy el territorialismo.

    Es en ese ambiente en el que se gesta la crtica a la gran ciudad, una crticaque siempre ha estado vinculada a la defensa de una ruralidad que, sin embar-go, slo se manifestaba en trminos de Arcadia para las clases dominantesrurales, o para quienes desde la comodidad de la propia ciudad oteaban unhorizonte de supuestas aventuras y fiestas pastoriles. Al contrario de lo queocurre en el pensamiento asitico

    (8), el pensamiento occidental se ha desarro-

    llado en el ambiente clido del enfrentamiento campo-ciudad, rural-urbano.Desde las Confesionesde Roosseau a la ecologa profunda tan slo hay unpuente, que cruza sobre el abismo del fascismo, abierto por Spengler y su con-sideracin de la sociedad urbana como moribunda de la civilizacin. Las lla-madas de los idelogos de la tierracontra el desarraigo del progreso se suce-dieron, particularmente en la Alemania pre-nazi(9), pero tambin en otros mu-chos mbitos se pretenda guardar, como haca el gegrafo G.Roupnel en1932, "la armona universal de toda esta sonriente campia".

    No vamos a detenernos en ello, pero s quisiera hacer siquiera perspectiva alos errneos planteamientos del paradigma ecolgico mal entendido, que apun-

    ta en el balance negativo de la civilizacin urbana todos los males que hoyaquejan a la Naturaleza, cuando la naturaleza que conocemos no es sino unaartificiosidad no menos antinatural que los parques y jardines urbanos. Y esdesde la ciudad, desde la razn y el derecho urbanos, desde donde actualmen-te se est haciendo ms por la conservacin de la Naturaleza.

    Por supuesto, con esta creciente prevencin que me embarga hacia ciertasvariantes del programa ecologista, no me sito en absoluto en la crtica tecno-crtica de Castells a la toma de conciencia ecologista sobre los problemas me-dioambientales. Del mismo modo que se han mostrado poco acertadas desde

    sus teoras sobre conflictividad urbana y lucha de clases, a su propuesta-bluffde tecnpolis sevillana(10), no es menos absurda su propuesta de que las ciu-

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    dades para seguir creciendo deben dejar de lado las cuestiones ambientales(11)

    -cuando empricamente se observa que las ciudades que myor preocupacinhan mostrado por estas cuestiones son las que ms crecen cualitativa y cuanti-tativamente-.

    4. La urbe global, o la dispersin tecnolgica/virtual dela ciudad (las metrpolis como centralidades)

    Y sin embargo, la oposicin campo/ciudad que se manifiesta a travs de la cr-tica de la ciudad ha perdido hoy todo su sentido. El proceso de urbanizacindej de ser hace mucho tiempo un mero proceso cuantitativo, de mera acumu-lacin demogrfica en torno a una acumulacin de recursos, para pasar a serun proceso de carcter cualitativo. Si los socilogos han hablado de la urbani-

    zacin como modo de vida, es porque ya no puede verse en trminos de acu-mulacin demogrfica, exclusivamente, sino en cuanto extensin de estilos cul-turales, de modos de vida y de interaccin social. Es decir, lo urbano ya noest nicamente en las ciudades. Cuando hemos hablado de la urbanizacindel mundo campesino(12) siguiendo en parte las primeras tesis de Lefebvre,queramos expresar ese proceso que entonces se vea como colonizacin cul-tural, por el que las denominadas zonas rurales adquieren los modos de vidaconsiderados urbanos, la tecnologa de las ciudades, y que no es en realidadsino la extensin del ncleo civilizatorio -capitalista e industrial durante los si-glos XIX y XX- a la totalidad del territorio social.

    Queremos decir con todo esto que lo rural no existe?. Faltan, obviamente,datos empricos para una afirmacin semejante, aunque s creo factible defen-der la inutilidad de la separacin epistemolgica entre lo rural y lo urbano. Si lastesis sobre las que vengo trabajando son acertadas, lo ruralseran apenas al-gunos intersticios, fuera de la marcha de la civilizacin, que quedaran entre loque denomino la urbe global. Informacin, cultura, poder de decisin, son loselementos claves en este proceso de urbanizacin.

    Posiblemente una clave para entender mejor estos procesos la encontremos enlas comunicaciones, como corresponde a la sociedad de la informacin que hasustitudo a la sociedad industrial. MacLuhan apuntaba hace treinta aos hacia

    la conformacin del planeta en una especie de aldea global, sobre la base tec-nolgica del "poder descentralizador que el ordenador tiene para eliminar ciu-dades y todas las dems concentraciones de poblacin"(13)

    Efectivamente, hemos podido observar en Europa, y particularmente en Espa-a, de qu forma una infraestructura de comunicaciones, la autopista, provoca-ba profundos cambios socioeconmicos en muchas reas rurales, del mismoque antes los produjo el ferrocarril. Las redes telemticas estn haciendo elresto.El proceso no ha llevado a una aldea global, en el sentido tribal queMcLuhan pretenda descubrir

    (14), sino ms bien -desde una perspectiva civiliza-

    toria y positivista- a una ciudad global, a esa urbe global a que haca referen-cia: un contnuum inacabable en el que se suceden espacios con formas y fun-

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    ciones diversas, con mayores y menores densidades habitacionales, pero queen su totalidad participan de una u otra forma de la civilizacin y la cultura ur-banas. Slo en la medida en que un espacio se halle incomunicado podrhablarse de cierta carga -de intensidad variable- de ruralidad.

    Todo lo cual no est en contradiccin, desde luego, con la crisis de las grandesciudades, por cuanto la urbe ya no necesita, con las nuevas redes comunica-cionales, de la concentracin. Observndose una fuerte tendencia "hacia ladispersin/fragmentacin de los territorios urbanos"(15), o lo que se ha denomi-nado la 'glocalizacin', como proceso de cohesin entre la economa global y laeonoma local. Son estos fenmenos de dispersin, fragmentacin, glocaliza-cin, los que permiten explicar la ya efectiva urbanizacin de todos los espa-cios sociales. Y, en este marco, ciertamente, la ruralidad se correspondera conesos territorios peor comunicados, coincidentes a su vez con los ms deprimi-dos econmicamente, en el caso espaol apenas dos millones de habitan-tes.Posiblemente esos dos millones de personas constituyen, en la actualidad,

    el espacio social rural en Espaa, aunque en realidad a ellos habra que aadiralgunos millones ms de ruralesque, aunque insertos espacialmente en la urbeglobal, como inmigrantes marginados, no han sido asimilados todava por lacultura urbana.

    Del mismo modo, el propio concepto de gran ciudad, de metrpolis, deja detener sentido. La urbe global hace que el hinterland metropolitano de NuevaYork pueda incluir a Roma, Londres o Tokyo, o viceversa. O que el hinterlandde Madrid incluya Benidorm y Marbella.

    En este sentido, podra decirse que la ciudad ya no existe como espacio f-sico. Utilizamos el concepto de global no en referencia a su tamao -como seplantea en los conceptos de urbe, metrpolis, ciudades-mundo o megalpolis-,sino ms bien para designar el proceso, insisto en ello, por el que los aspectosfsicos y morales de la ciudad se extienden a todos los rincones del universo,civiizndolo. La sociedad urbana, propuesta por el gran socilogo y urbanistafrancs Henri Lefebvre como realidad virtual, ya ha fraguado(16), formalmente,en el mismo marco de realidad virtual en que la ubic, al proponer que "lo ur-bano viene a ser un continente que se acaba de descubrir y cuya exploracinse lleva a cabo edificndolo". Podra definirse mejor, anticipndose en eltiempo, el concepto de espacio virtual de relacin, la mxima expresin actual

    de la coexistencia, que es la red Internet?.

    En este marco, tiene sentido hablar de centralidades?. Sin duda, aunque lapropia centralidad es asimismo virtual; no se corresponde con un espacio fsi-co, un barrio, una manzana de oro, ni siquiera una sede gubernamental. Lacentralidad es nicamente un proceso de interrelacin telemtica entre proto-centralidades diversas ubicadas en espacios fsicos distantes entre s. Y, delmismo modo que en los tiempos de la urbe local los ciudadanos, los habitantesde la urbe, tenan la posibilidad de acercarse a la centralidad, a los espaciosfsicos del poder, econmico, poltico o cultural, en la urbe global todos cuantosparticipan de la cultura urbana y forman parte de la red virtual tienen acceso en

    tiempo real a las centralidades, sin tener que desplazarse ms de lo que ten-dra que hacerlo un ciudadano de la periferia de las ya extintas metrpolis.

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    El problema analtico mayor es que nos faltan todava conceptos para denomi-nar estas nuevas categoras funcionales, por lo que devemos seguir utilizandotodava los conceptos caducos de ciudad, urbe, metrpolis, campo, etc.

    5. La necesidad de recuperar la URBANIDAD. Los mo-delos exitosos estn en la propia ciudad burguesa

    Qu podemos, por tanto, plantearnos rehabilitar, al pensar en las centralida-des metropolitanas? En qu pensamos al hablar de rehabilitacin, es decir deadaptacin funcional a las nuevas necesidades? Cmo podemos entenderaqu la coexistencia?

    Bien, si la rehabilitacin se basa en la utilizacin de viejos materiales y antiguos

    continentes, para nuevos contenidos, creo que la clave est en la reconstruc-cin y desarrollo de lo que hizo posible la coexistencia en la ciudad burguesa:el contrato, la norma y el Estado. Ello har posible el sentar las bases de unanueva urbanidaden la sociedad informacional: la defensa y asuncin de unacultura de la res-pblica comn, como nico bastin de la coexistencia intercul-tural. Es decir, de unos valores universales, basados en la razn y no en siste-ma alguno de creencias, culturas tnicas, almas del pueblo o religiones.

    Por lo dems, el espacio de la coexistencia es el mismo de siempre: el trabajo,la produccin, las mercancas. Materiales o culturales. Bienes de consumo oinformacin y conocimiento. Pues no otra cosa es la coexistencia que el libre

    acceso, en igualdad de condiciones, al trabajo, a los medios de produccin, alas mercancas, el saber y la riqueza.

    Los conflictos estn, siguen ah, en absoluto hemos llegado al fin de la historia.En mi opinin, la polarizacin se basa nuevamente en el esquema ms clsico,esto es en la saintsimoniana divisin entre poseedores y productores. Natural-mente el concepto de posesin, cuyo desarrollo nos conduce ineludiblemente ala necesidad de definicin de un bloque dominante, va ms all del anlisismarxista sobre la propiedad de los medios de produccin

    (17)(aunque la propie-

    dad constituye todava un elemento clave para la ubicacin de ciertas clases yestratos sociales), yendo ms bien en la direccin de las tesis de Dahrendorf

    sobre el Poder y su concepto de titularidades(18).

    Entre ambos polos tenemos un espacio que se ensancha o se estrecha segnsean las circunstancias sociales, por influencia generalmente de cambios amenudo imprevistos derivados del impacto de nuevas tecnologas, cambiosecolgicos, o acontecimientos provocados por esferas que, aunque interrela-cionadas en cierto modo con las infraestructura tecno-econmico-ecolgica,poseen autonoma propia: como la poltica, la religin, la cultura y la etnicidad,etc. Ese espacio intermedio correspondera a las clases medias, que puedenfuncionar en un momento dado como colchn en los conflictos entre clases

    dominantes y clases productoras, o como aliados respectivos de unas y otras;e incluso en ciertos momentos -de mxima polarizacin y riesgo de conflicto

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    violento entre los dos polos- seguramente como clase hegemnica, atribuyn-dose entonces la direccin de su accin a los estratos burocrtico-estatales dela misma.

    La emergencia de un nuevo modo de produccin, el imperceptible paso de la

    sociedad industrial a la sociedad de la informacin(19)

    , ha supuesto modificacio-nes profundas en la estructura de clases, reagrupaciones y fraccionamientos.

    As, resulta a todas luces evidente el proceso de segregacin de la clase de losmanagers, o administradores, quienes de constituir una pequea fraccin, de-pendiente de la burguesa industrial, est intentando convertirse, desde media-dos del sigo XX y en todos los pases avanzados -gracias a su importancia fun-cional-, en clase hegemnica, tal como en su momento hizo la burguesa res-pecto de la aristocracia.

    Y por otro lado no es menos evidente la consolidacin de un nuevo proletariado

    en unos trminos tan fuertes como ni siquiera los marxistas han sabido detec-tar. La permanente confusin entre proletariado y clase obrera industrial ha fa-cilitado esta incapacidad de lectura. Hallamos ahora un proletariado que produ-ce bienes materiales, y un proletariado que produce informacin. En amboscasos se da la misma alienacin entre productor y producto; la misma margina-cin respecto de la propiedad de los medios de produccin (aunque insisto enaceptar la tesis de Dahrendorf de que la propiedad ha dejado de ser un ele-mento fundamental), y sobre todo respecto del poder social que produce laideologa dominante, y respecto del poder poltico que asigna los recursos en-tre los distintos intereses en conflicto. Hallamos, en fin, un nuevo sector, que enmodo alguno responde a la tipologa del lumpenproletariado, de caractersticasmuy variopintas, en el que en la actualidad se dan las mayores dificultades deintegracin: inmigrantes, parados de larga duracin, jornaleros, pequeos agri-cultores empobrecidos...

    (20)

    Harn falta varios decenios, sin embargo, antes de que todas estas transfor-maciones cuajen en una estructura dicotmica definida, de perfiles claramentedelimitados, como la que Saint Simon o Marx (e incluso Talcott Parsons, en unsentido distinto) pudieron observar. Antes de ello no podremos estar seguros,por ejemplo, de quin juega el papel de clase incapaz de integrarse a la socie-dad y a la que se supone quiere destruir. Podra serlo tanto ese sectorperifri-

    coal sistema, pero tambin podra llegar a serlo el proletariado informacional,mientas que el proletariado industrial se disgrega entre la integracin (capasaltas de especialistas con trabajo fijo) y la lumpenproletarizacin de los msdesvalidos.

    Una teora del conflicto y un anlisis de las luchas de clases, si partimos de latesis de su presencia, deber buscar si en las sociedades avanzadas la polari-zacin dicotmica que conduce a lo que Mao Tse-Tung denominaba 'contradic-cin principal'.

    Y no menor importancia tendr el ver si hallamos tambin esas contradicciones

    secundarias determinadas e influidas por la contradiccin principal, tan despre-ciadas por el anlisis marxista, pero tan importantes en el anlisis gradualista y

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    Naturalmente, si la estructura presenta clases de intereses contrapuestos(22)

    , seproducir una prctica de enfrentamiento, generalmente traducido en acciones

    polticas.

    La contradiccin principal es en mi opinin principalmente de orden poltico,como ya lo era en la Grecia de Aristteles entre esclavos y libertos, aunqueevidentemente tenga una clara interrelacin econmica. A mi modo de ver lacontradiccin estriba en la existencia de medios tcnicos y culturales que per-mitiran un repartodel Poder poltico, o lo que es lo mismo una democracia msparticipativa, ms directa -determinando en ltimo trmino, no debemos olvidar-lo, una democracia econmica-, mientras que hallamos frente a ello el mante-nimiento de estructuras polticas que imposibilitan dicha difusin de Poder.Como lo ha expresado con suma claridad Norberto Bobbio, "en la sociedad ca-

    pitalista avanzada, donde el poder econmico se halla cada vez ms concen-trado, la democracia, pese al sufragio universal, la formacin de los partidos demasa y un grado bastante elevado de movilizacin poltica, no ha conseguidomantener sus promesas, que eran, sobre todo, de tres rdenes: participacin (obien concurso colectivo, y generalizado, aunque indirecto, en la toma de deci-siones vlidas para toda la comunidad), control desde abajo (a base del princi-pio de que todo poder no controlado tiende al abuso) y libertad de disentimien-to"(23).

    Obviamente, para los marxistas la interpretacin es muy distinta, por ser se-cundaria la esfera poltica. En una sociedad internacionalizada la contradiccinesencial es el conflicto Norte-Sur. Para otros la contradiccin esencial ser laoposicin Hombre-Naturaleza, y an quedan quines siguen considerando laoposicin Campo-Ciudad como esencial. Pero todas son difciles, cuando noimposibles de engarzar en una estructura de clases sociales, aunque hayanabundado los intentos tericos al respecto.

    En cualquier caso, creo que los niveles de integracin post-industriales quetodava conserva la sociedad informacional emergente

    (24), impiden la manifes-

    tacin de una contradiccin principal manifiesta. Habr que esperar sin duda unmomento de crisis econmica real y profunda -no como las pequeas recesio-

    nes que estamos atravesando, y que slo afectan todava a los sectores msmarginales de la sociedad- para que sta se manifieste.

    Todas estas transformaciones se manifiestan asimismo en la aparicin de nue-vos actores colectivos, que representan los intereses tanto de las nuevas cla-ses como de los diferentes grupos de estatus, y que juegan justamente en laciudad su papel.

    A las clases y grupos de estatus que simbolizan esa contradiccin bsica entreposeedores y productores, y al sistema de partidos, se aaden los que se de-nominan, inapropiadamente, 'movimientos sociales en el mbito de la sociedad

    civil', concepto que recoge el modelo desarrollado por Claus Offe(25)

    .

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    La mayora de los denominados nuevos movimientos sociales persiguen de-mandas que combinan bienes e intereses particulares y materiales concretostradicionales (conflictos urbanos por remodelaciones de centros urbanos, con-flictos en general por la exclusin...), junto con otro tipo de bienes no particula-res aunque tampoco colectivos (como los propios de un gnero), as como con

    bienes colectivos para el conjunto de la humanidad que no son asimilables, porotro lado, a bienes materiales cuantificables y utilizables por los demandantes(como es el equilibrio ambiental, la paz internacional, la cooperacin al desarro-llo...). Es el conflicto, en suma, porinmaterialesque, adems, son inconmensu-rables, frente a los cuales las clases sociales y grupos de status pueden adop-tar posiciones incluso contradictorias, siendo por ahora el campo ms paradig-mtico en este sentido el del medio ambiente(26).

    Estos nuevos protagonistas del conflicto social han de definir los trminos enlos que hoy debe plantearse el derecho a la ciudad. Deca Lefebvre que estederecho camina lentamente, "a travs de sorprendentes rodeos (la nostalgia, el

    turismo, el retorno hacia el corazn de la ciudad tradicional, la llamada de cen-tralidades existentes o nuevamente elaboradas). La reivindicacin de la natura-leza, el el deseo de gozar de ella, desvan el derecho a la ciudad (...) aunquesin conseguir eludirlo. El derecho a la ciudad no puede concebirse (tampoco)como un simple derecho de visita o retorno hacia las ciudades tradicionales.Slo puede formularse como derecho a la vida urbana, transformada, renova-da".(27) Es una tesis plenamente compartible en la actualidad, aunque no creoen modo alguno en su corolario, por el cual la clase obrera, el proletariado,habra de ser el "agente, vehculo o apoyo social de esta realizacin"

    En fin, como deca el propio Lefebvre, vamos a ir descubriendo este nuevo con-tinente a medida que lo construimos.

    NOTAS

    1. Emile Durkheim, La divisin del trabajo social, Planeta-Agostini, 1993 (tambin en Akal,1982). La edicin original es de 1893.

    2. Y sigue siendo por la va de la divisin del trabajo, y de la especializacin productiva, por laque que esas gentes que afluyen a las ciudades encuentran un nicho en el que sobrevivir.

    3. Karl Marx, El manifiesto comunista, Ediciones Ibricas, Madrid, 1971 (la edicin original esde 1847)

    4. Arnold J. Toynbee, Ciudades de destino, Sarpe, 1985

    5. Max Weber, La ciudad, La PIqueta, 1987 (edicin original de 1921)

    6. Ferdinand Tnnies, Comunidad y asociacin, Pennsula, 1979 (edicin original de 1887)

    7. Hermann Heller, Teora del Estado, Fondo de Cultura Econmica, 1961 (edicin original de1934)

    8. En Robert Nisbet, La sociologa como forma de arte, Espasa-Calpe, 1979

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    9. Ver algunas buenas muestras recogidas en Luc Ferry, El nuevo orden ecolgico, Tusquets,1993

    10. M.Castells y P.Hall, Tecnpolis del mundo, Alianza, 1994

    11.

    12. Por ejemplo en M.Gaviria, 'La dependencia de los agricultores', Cuadernos para el dilo-go, extra XLV, 1975; A.Baigorri, 'Retrato de un colonizado', Bicicleta, 20/21, 1980; A.Baigorri,'La urbanizacin del mundo campesino', Documentacin social, 51, 1983.

    13. Marshall Mc Luhan, Guerra y paz en la aldea global, Planeta, 1985 (la edicin original es de1968)

    14. Tengamos en cuenta que la obra de Mc Luhan se desarrolla en el marco del primer granpavor ante la irrupcin de las tecnologas de la comunicacin. Siguiendo los modelos de McLuhan se hablara luego -en los aos '70 y fundamentalmente desde Italia- de una Nueva EdadMedia.

    15. Ramn Lpez de Lucio, 'La tendencia hacia la dispersin/fragmentacin de los territoriosurbanos', Economa y Sociedad,12, 1995

    16. Henri Lefebvre, La revolucin urbana, Alianza, 1972 (edicin original de 1970)

    17. No utilizo el trmino bloque en el sentido marxista gramsciano, sino en base a la conside-racin weberiana, sobre la dificultad de hablar de clases en el nuevo modo de produccinemergente, no capitalista. El bloque integrara en un nivel de dominio, hegemona o lite -ladenominacin me resulta indiferente, es en cualquier casi una alianza- a las clases dominantesdel modo de produccin industrial y a los sectores de lite que dominan el nuevo modo infor-macional emergente.

    18. Ralf Dahrendorf, El conflicto social moderno, Mondadori, 1990

    19. A la espera de una denominacin aceptada para ese nuevo modo de produccin emergen-te, esa nueva estructura social, que en los aos '70 recordaba a los sorprendidos investigado-res una nueva edad media (R.Vacca, U.Eco...), y que en los aos '80 ha sido denominada amenudo -errneamente- sociedad dual, opto por denominarla, de forma instrumental, modo deproduccin planetario, pues sin duda el elemento ms destacable y ms tempranamentedetectado ha sido la total interrelacin de los sistemas locales en una red (networking) mundial.

    20. El sector que en la manipuladora -y sobre todo manipulada- teora de la sociedad dualque-dara fuera del mercado.

    21. Entiendo aqu el trmino revolucionario no en el sentido poltico, de cambio violento, sino enel sentido civilizatorio, en tanto cambio profundo estructural, por la que una clase -o grupo declases- adquiere la hegemona social y econmica -y en consecuencia poltica-, a consecuen-cia tanto de un cambio poltico de carcter revolucionario como de una fractura o cambio radi-cal ecolgico o tecnolgico. As, el poder de los managersno se ha debido a un cambio revolu-cionario de carcter poltico, sino esencialmente de carcter tecnolgico (fundamentalmenteorganizacional).

    22. Y, desde luego, en una perspectiva hobbesiana, todas las clases tendran entre s inter-eses contrapuestos, al igual que entre los individuos se encontraba el todos contra todos en elEstado de Naturaleza. Posiblemente, desde esta perspectiva, el Estado de Naturaleza seabandonara a travs de la sumisin de unas clases a la dominante, mediante la coaccin. Es

    sin duda la elaboracin terica utilizada ms a menudo en las dictaduras polticas que han pre-tendido imponerse a un supuesto caossocial provocado por la agudizacin de las luchas declases.

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    23. Norberto Bobbio, Qu socialismo?, Plaza y Jans, 1986

    24. Derivada, posiblemente, de la alianza entre los managers-por utilizar una terminologa yaclsica, que se correspondera hoy con los detentadores del conocimiento y la informacin- y elcapital financiero. Aunque, si atendemos al caso espaol, podemos detectar ya ciertas rupturasen esta alianza, como las que en el plano pblico se manifiestan en grandes escndalos admi-

    nistrativo-financieros. La cadena que se inicia en Ruiz Mateos y -por ahora- termina en Conde,y que conlleva agrupamientos y reagrupamientos que se plasman en lo poltico, pienso quetiene, en este sentido, una lgica estructural que est por desvelar ms all de lo anecdtico.

    25. Claus Offe, Partidos polticos y nuevos movimientos sociales, Sistema, 1988

    26. Artemio Baigorri, 'Ecologa poltica y lucha de clases', Alfalfa, 1978

    27. Henri Lefebvre, El derecho a la ciudad, Pennsula, 1969