Bobes, El dialogo.pdf

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    ESTUDIO PRAGMTICO, LINGSTICO y LITERARIO

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    MARA DEL CARMEN BOBES NAVES

    EL DILOGO

    Una de las formas de relacin quiz con ms prestigio en la sociedad contem-pornea es, sin duda, el dilogo. Fre-cuentemente es propuesto como frmula de acercamiento poltico, de entendi-miento social, de solucin para todos los conflictos e, incluso, de cualquier tipo de proyecto. Sin embargo, raras veces se realizan dilogos en el pleno sentido de! trmino, pues con bastante frecuen-cia suelen presentarse como tales lo que, en realidad, no son sino meras conversa-ciones o actividades ldicas con el len-guaje, bajo las cuales se encubren rela-ciones de dominio, de intransigencia y -por qu no decirlo?- tambin de fanatismo.

    En el presente volumen se aborda el es-tudio de esta singular forma del discurso desde tres perspectivas diferentes. En pri- . mer lugar, se considera el dilogo desde el punto de vista de la pragmtica, atendiendo a los diferentes enfoques me-todolgicos admitidos por esta ciencia, en cuanto actividad semitica que acta con signos y crea sentido. Actividad sometida a d~terminadas normas sociales que con-dicionan la alternancia de turnos, es de-cir, las formas de intervencin de los su-jetos, y desarrollada ep unas circunstan-

    (Pasa a la SOlapa siguiente)

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  • BIBLIOTECA ROMNICA HISPNICA FUNDADA POR DMASO ALONSO

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    EL DIALOGO ESTUDIO' PRAGMTICO', LINGSTICO' y LITERARIO

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    CADIST h BIBLIOTECA ROMNICA HISPNICA EDITORIAL GREDOS MADRID

  • MARA DEL CARMEN BOBES NAVES, 1992.

    EDITORIAL GREDOS, S. A.

    Snchez Pacheco, 81, Madrid.'

    Depsito Legal: M. 6755-1992.

    ISBN 84-249-1481-3. Impreso en Espafia. Printed in Spain. Grficas Cndor, S. A., Snchez Pacheco, 81, Madrid, 1992. - 6463.

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    INTRODUCCIN

    EL DILOGO EN LA SOCIEDAD ACTUAL

    Es un hecho fcilmente comprobable que hoy se utiliza el dilo-go, o 10 que se presenta como tal, y se alude a l como forma de relacin, con una frecuencia mayor que en otras pocas.

    El discurso verbal, por 10 que se refiere a la emisin, adopta dos formas fundamentales: la de monlogo y la de dilogo. La primera, segn puede deducirse del trmino que la designa, es el discurso de un solo emisor; la segunda es una cadena de interven-ciones lingsticas organizada en progresivo presente, con los inter-locutores cara a cara, en situacin compartida, y son dos o ms (a pesar de que el trmino alude a dos), en funciones alternativas de emisor y receptor.

    El dilogo puede ser analizado, segn creemos, bajo tres pers-pectivas principales, aunque, sin duda, pueden aadirse otras: co-mo un proceso interactivo, que forma parte de las relaCiones socia-les, verbales o no, de la vida del hombre, y como tal, puede ser objeto de una pragmtica, bajo los enfoques metodolgicos que esta ciencia admita; como una construcci6n verbal, objeto de una investigacin linglstica; y como un recurso literario, cuya presen-

    .cia en el discurso, solo o alternando con monlogos, est determi-nado por, y a la vez condiciona a, otras formas que estn en rela-

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    cin con el gnero, las voces, la distancia relativa del narrador con los personajes o con el narratario, etc., y_ que pueden ser objeto de una teorfa literaria o de unasemiologra literari({)

    Por otra parte, el dilogo, en cualquleracle--los tres aspectos sealados, es hoy estudio preferente, o al menos destacado, para filsofos, semilogos, lingistas, tericos e historiadores de la lite-ratura, antroplogos, socilogos, polticos, etc., todos los cuales se interesan, con fines diversos, por su conocimiento y dominio.

    Es cierto que desde siempre se ha estudiado, directamente o en relacin a otras formas de discurso, el dilogo y sus valores prag-mticos, lingsticos y literarios. Se ha considerado el dilogo en varios de sus aspectos al analizar el estilo directo, el habla colo-quial, la interaccin verbal, etc. Las escuelas lingsticas de orienta-cin textual han estudiado las unidades de intervencin dialogales, sus modos de coherencia y sus recursos de conexidad, las normas que presiden la alternancia de turnos, las implicaciones conversa-cionales y los presupuestos de los turnos, etc.; la estilstica y la semiologa literaria analizan las formas dialogadas y su capacidad de crear sentido, tanto en el relato como en el drama y en la expre-sin lrica. Algunas investigaciones de tipo histrico hall atendido a las fuentes, formas y difusin del dilogo, y las han clasificado dentro de los gneros didctico y ensaystico. En resumen', siempre ha habido un inter.s por el dilogo en todas sus manifestaciones y en todos sus aspectos.

    Pero 10 que hoy resulta sorprendente es la proliferacin de estu-dios sobre el dilogo, la diversidad de ngulos desde loS que se aborda su descripcin e interpretacin, la riqueza de implica;:iones que descubre su uso para la antropologa, la psicologa, la sociolo-ga y, en general, para las ciencias del hombre y de la conducta. En todas ellas encuentra el investigador un marco pertinente para situar, y a veces para explicar, determinados usos y determinadas formas de dilogos.

    Es probable que el inters que hoy suscita el discurso dialogado en tan diversos mbitos obedezca no a una sola, sino a varias cau-

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    sas; es probable que, aunque el estudio se haya iniciado en un cam-po, se haya ampliado a otros por el peso que la teora del conoci-miento y la metodologa tiene para el conjunto de las ciencias hu-manas y por la repercusin que unas ciencias tienen sobre otras, y tambin quiz por la facilidad con que hoy da los temas adquie-ren valor interdisciplinar. Algunos hechos sociales' que estuvieron siempre ah, atraen la atencin de los estudiosos de varios campos slo a partir de un momento, y debido a la concurrencia de facto-res a veces imprevisibles.

    El inters por el dilogo no se limita a sus formas lingsticas o literarias, se proyecta tambin a su temtica religiosa, poltica y filosfica, de modo que se ha convertido en objetivo fundamental de algunas investigaciones hermenuticas, si bien, segn hemos ad-vertido, en estos niveles no suele diferenciarse el discurso dialogado y el valor dialgico de la expresin lingstica. Se ha hablado de una lgica de la pregunta y la respuesta (Gadamer, 1977, 439-458 principaJmente); de una ~

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    cada que hoy se presta a las formas de expresin, entre las que el dilogo ocupa un lugar preferente.

    En relacin con este fenmeno general en la sociedad, se produ-cen otros que afectan ms concretamente a una ciencia, pero que tambin conducen a resultados idnticos. As, la investigacin lin-gstica, y mientras predominaron los presupuestos y mtodos es-tructurales, no prest mucha atencin al dilogo. El estructuralis-mo lingstico toma como objeto preferente de su inters la lengua (corpus, unidades, relaciones, sistema) y desatiende, o deja en un segundo plano, los hechos de habla, entre los que podemos consi-derar el dilogo. Por el contrario, los mtodos postestructurales, de orientacin generalmente pragmtica, son ms propicios para el estudio del dilogo y de los fenmenos de discurso en general.

    Independientemente de que el cambio de orientacin en la cien-cia lingstica se deba a causas localizadas en sus propios presu-puestos, en sus mtodos o en sus objetivos, no puede descartarse el influjo que otras investigaciones han tenido sobre ella para justi-ficar la mayor atencin que la lingstica presta hoya los usos. La pragmtica (semiolgica y literaria), la sociologa del lenguaje, la psicologa y la psicocrtica que buscan en los usos concretos de . la lengua (lxico, construccin, imgenes, etc.) la manifestacin de la personalidad del hablante, y la filosofa analtica (el Wittgenstein de los juegos del lenguaje; la teora de los Speech Acts, de Aus-tin y Searle principalmente) han pesado sobre la lingstica orien-tndola hacia una mayor atencin a las formas de habla y hacin-dole superar el inters exclusivo por 10 sistemtico. Hoy se da ms importancia al conocimiento y explicacin de la conducta verbal del hombre en el medio social en que se desenvuelve que al conoci-miento y explicacin del funcionamiento de los sistemas de signos, que han pasado a considerarse construcciones abstractas sin cone-xin directa con los usos reales.

    Los procesos de expresin, comunicacin, significacin, interac-cin e interpretacin, situados lingstica y pragmticamente en re-lacin con otros procesos semisicos (p.e. de ostensin, de intensi-

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    ficacin, etc.) y otros hechos concomitantes en el tiempo y en el espacio social, constituyen hoy el objeto directo de la investigacin semiolgica y lingstica (Bobes, 1989, 115).

    Y si del mundo de la realidad y los hechos y de la investigacin sobre ellos pasamos al mundo de los objetos de la ciencia, podemos advertir tambin que en el discurso literario el dilogo ha adquirido una importancia y una frecuencia mayor de la que sola tener antes, y los textos narrativos y dramticos muestran una riqueza de for-mas que van desde los dilogos interiorizados, a los monlogos di-rectos previamente dialogados, a los dilogos referidos directa o indirectamente, a los dilogos telescpicos, mltiples, etc. (Silva C-ceres, 1974; Oviedo, 1977). El discurso literario en general y el na-rrativo en concreto han buscado desde el realismo y el naturalismo formas dialogadas que se convierten en expresin, a veces temtica, a veces icnica, de una apertura que se ha experimentado en la sociedad, y dejan testimonio de ella en los mundos de ficcin que crean.

    Las formas de discurso que resultan de la concurrencia de dos o ms emisores (narrador, personajes) son frecuentemente el reflejo de un modo de entender y realizar las relaciones sociales; el despla-zamiento del monlogo de un narrador omnisciente por el monlo-go de los personajes -interior o exterior-, o por el dilogo de los mismos personajes, no es simplemente una cuestin de cambio de forma; en muchos casos es el reflejo especular o la reproduccin icnica, a veces inconsciente, de unas relaciones sociales que han cambiado respecto a las anteriores y se basan en presupuestos de apertura ideolgica y de rechazo de toda autoridad dogmticamente institucionalizada. La novela relativiza por medio de un discurso dialogado las distintas opiniones de los personajes sobre una cues-tin problemtica y evita el dogmatismo de las posturas absolutas que son propias de la omnisciencia.

    El proceso que se inicia en el Renacimiento, sobre todo en el Humanismo que sustituye la cultura teocntrica, cuyo nico punto de referencia era la fe, por una cultura antropocntrica, cuya lti-

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    ma instancia no pasa del hombre, se advierte en la creacin literaria con las formas dialogadas en el teatro y en la novela (La Celestina, El Quijote) que manifiestan la aceptacin de perspectivas mltiples y posiciones contrarias sobre un mismo tema. El Humanismo des-cubre que ningn hombre est en posesin de la verdad absoluta, y todos tienen su verdad, que pueden exponer y contrastar en el texto que se dirige a otro hombre, que a su vez podr decidir cul acepta.

    Por razones poco precisas, la historia olvida en etapas posterio-res tales actitudes abiertas y paralelamente desaparece o mengua el dilogo en el discurso literario. y cuando en el siglo XIX el nove-lista siente la necesidad de acudir de nuevo a este recurso expresivo, como indicio de realismo en principio, o como expresin de actitu-des muy complejas, segn se va viendo, debe reconstruir las formas de dilogo, no sin el esfuerzo denodado de autores como Galds o Clarn, Pereda o Palacio Valds, que alcanzan de nuevo el uso abierto y perspectivstico del lenguaje en un momento en que la situacin social y cultural 10 permite, y hasta 10 exige.

    La novela usa el dilogo en alternancia con el monlogo o su-bordinndolo textualmente a ste y marca siempre unas pautas de. relacin entre los discursos del narrador y de aquellos a quienes el narrador cede la palabra. El novelista recorre una larga etapa experimental en la que trata de ver hasta dnde llegan las relaciones entre la palabra dialogada y las formas de discurso, o entre la pala-bra dialogada y los modos de construccin del personaje, y ms adelante tratar de experimentar hasta donde sea posible los modos de sobrepasar las limitaciones que el espacio y el tiempo imponen a la obra literaria a travs del sistema semitico que utiliza para su expresin, el lenguaje. Podremos identificar en diversos textos .la relacin envolvente de un dilogo sobre otro, las formas de para-lelismo verbal entre varios personajes a travs de sus intervencio-nes; la subordinacin y el dominio de unos personajes frente a otros por sus modos de usar el lenguaje, etc.; en todo caso con formas que frecuentemente son reflejo icnico de situaciones humanas; ca-

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    mo lo son tambin los dilogos interiorizados, los superpuestos, los telescpicos, etc., utilizados por la literatura para dar variedad, intensidad y riqueza al discurso narrativo o dramtico. Novelistas actuales, como Vargas Llosa, han conseguido que los dilogos al-cancen una capacidad propia para expresar sntesis de tiempos, de espacios, de ideologa, etc., al poner en relacin directa varias si-tuaciones, varios personajes, varios parlamentos y establecer entre ellos una interaccin que en principio no tienen.

    Las formas discursivas en dilogo consiguen interacciones y aso-ciaciones de personajes que participan en escena temporal y espa-cialmente alejadas: un solo dilogo resume tres o ms escenas que antes se incluan en el texto iterativamente, o bien por medio de una escena modelo (Bobes, 1977, 82). El lector encuentra en las relaciones formales o temticas de los dilogos la reproduccin de relaciones personales o ideolgicas porque se funden en un solo dilogo dos o tres ocurridos en lugares y tiempos diferentes, siem-pre que entre ellos se destaque un nexo comn (un personaje, una contestacin, un trmino) que indique la superposicin.

    El texto dramtico no conoce otra forma de expresin (aparte variantes insertadas: monlogos, apartes, imprecaciones, etc.) y usa siempre el dilogo, pero no 10 usa siempre igual. A pesar de que aparentemente es 10 mismo, el dilogo dramtico ha cambiado tan-to a 10 largo de la historia del teatro, y no slo en la forma de decirlo, que en ocasiones ha desorientado no slo a los espectado-res sino incluso a la crtica habituada a unos recursos y efectos determinados. As se han calificado de poco dramticos los dilo-gos de Chejov, o se han considerado histricos los de Ibsen, simple-mente porque no siguieron las formas habituales de su tiempo. Los dilogos de Chejov reproducen icnicamente formas de hablar y de actuar de una sociedad alegre y confiada, inconsciente de 10 que se le vena encima, decadente en sus valores, en crisis sin advertirlo. Los personajes asisten impasibles a su ruina, usan frases sin acabar, frecuentes puntos suspensivos, preguntas sin respuesta, salidas de tono y de tema, frases hechas que son comodines para cubrir vacos

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    de ideas y de palabra, sin venir a cuento, etc., e independientemen-te de lo que digan y de la historia que construyen con su palabra, expresan con la forma de decirlo la situacin de una sociedad en crisis de vida, de conducta, de valores. Los dilogos son poco ro-tundos, estn llenos de vacos y son completamente diferentes de los que usaba el drama realista. El teatro, en general, y quiz de forma ms acusada en el realismo, aunque procure seguir mim-ticamente las formas sociales de hablar, trat siempre de eliminar pausas, de completar las frases, de exponer las dudas y vacilaciones directamente, por medio de los trminos que denotan estos estados de nimo, sin trasladar los contenidos a la forma, como exige el signo icnico, al menos parcialmente. El desconcierto que producen los dilogos de apariencia insustancial de Chejov, proceda de la total falta de manipulacin y de traslado a los valores semnticos

    . de la lengua de los contenidos sociales de apata, desconcierto y duda: los personajes de estos dramas no dicen que son apticos, pero usan las palabras con apata, no dicen que son indecisos, pero no formulan las frases con decisin.

    En las obras de Ibsen el dilogo que construyen los personajes est hecho contando con la dimensin histrica del ser humano. Cada uno de los interlocutores tienen un contexto histrico desde el que se entienden sus intervenciones; estn concebidos como per-sonas cuya vida no se inicia al levantar el teln cuando empiezan a hablar, sino que cuando aparecen en la escena sta los sorprende en un tramo de su trayectoria histrica. Por esta razn, las obras de Ibsen fueron calificadas de narrativas y poco dramticas, en una valoracin meramente temtica y muy alejada de la visin pragmtica que da sentido a la literatura. Los dilogos de los perso-najes de Ibsen responden a una concepcin historicista del hombre y, por ello, incluyen en el presente vivo, que es su propio lenguaje -con l se van creando en la obra como personajes de ficcin-, los condicionamientos que sobre su vida presente impone su vida pasada. Precisamente la tragedia del personaje ibseniano radica en que est limitado en su libertad presente a causa de su libertad pa-

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    sada: las acciones y elecciones, que en princlplO son ejerclclO de la libertad humana, son simultneamente limitaciones en su vida y en su libertad futura, que se ver reducida.

    Estos personajes as concebidos no cuentan su historia, la so-portan, y esto les hace vivir el presente de una forma dramtica: cada uno de ellos es un yo-aqu-ahora que tiene un mbito de movimientos y de libertad limitado al pedestal que ha ido constru-yndose en su vivir pasado, y lgicamente su participacin en el

    di~logo se realiza desde ese pedestal, desde su espacio de estar que es su ser histrico.

    Si los hroes clsicos luchan contra su destino y en un proceso de anagnrisis dialogan hasta descubrir la responsabilidad que les corresponde en los actos que han realizado sin conocimiento pleno, por imperativo del jatum, los hroes de Ibsen son vctimas de una historia que siendo pasado no deja nunca de condicionar el presen-te: su palabra en el momento actual no puede desbordar las posibi-lidades que le sefala su propio pasado. Estos hroes no sienten la mirada de los dioses, pero soportan el peso de su historia, la que ellos mismos han ido recorriendo y dibujando con sus acciones. Todo lo que dicen debe ser interpretado en el marco de su propia dimensin de seres con historia.

    El teatro ha ido repasando las razones del ser y del actuar del hombre y ha planteado a travs del dilogo dramtico los proble-mas que vital y discursivamente se le ofrecen a la humanidad, pero lo hace siempre desde unos presupuestos culturales, sociales y epis-tmicos determinados, que repercuten en el lenguaje, en cualquier afirmacin o negacin que hagan los personajes y, desde luego, en las formas que siguen en sus dilogos. Y los cambios no afectan solamente a los temas desarrollados (destino, responsabilidad, en-frentamiento de ordenamientos jurdicos y derechos individuales, relaciones con los dioses o entre los hombres, etc.) o a la conducta (libre, condicionada, necesaria), sino tambin a los turnos en los dilogos, a las implicaciones conversacionales, a los marcos de refe-rencia donde hay que interpretar las palabras, etc.

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    Pensamos a este propsito, por ejemplo, en los dilogos de los dramas de Pirandello o de O'Neill, cuyos personajes estn disefia-dos desde una concepcin de la persona humana basada en unos presupuestos psicolgicos que le niegan unidad y le niegan tambin toda posibilidad de conocimiento de otros y aun de reconocimiento racional de s misma. Los dilogos de unos personajes troquelados desde esta perspectiva resultan necesariamente muy alejados de los dilogos discursivos, silogsticos, narrativos o histricos de otros dramas, cuya finalidad inmediata era la de construir una fbula y darla a conocer en su planteamiento, nudo y desenlace, porque se admita que la creacin literaria explicaba las historias y daba razn de las conductas, o 10 que es igual, era una forma de conoci-miento. Los dilogos que omos a los personajes de Pirandello dis-curren sobre ancdotas que, en ocasiones, no son ms que cubiertas de una historia, de una fbula que discurre subterrnea en una es-pecie de subtexto que el lector deber descubrir.

    Pensamos tambin en algunos dilogos de obras de Garca Lor-ca que se construyen en unidades escnicas que son segmentos de un proceso tensional y que prescinden, o al menos no disefian, un proceso histrico de desarrollo causal o por azar de una historia. En el texto de Yerma los dilogos transcurren al margen de la anc-dota y del esquema causal que puede desembocar en un desenlace trgico, se limitan a construir y a sostener, intensificndolo, un cli-ma de tensin y de enfrentamiento entre los sujetos del drama. Par-ten de una situacin inicial abierta al drama: la falta de hijos, y los dilogos son expresin de una tensin creciente por la forma en que Yerma vive esa circunstancia. No hay hechos que agraven la situacin llevndola hacia un clmax trgico, hay solamente unas palabras cada vez ms exasperadas que expresan una tensin cre-ciente. Los dilogos no pueden ser lgicos, porque ni Yerma ni Juan estn para discursos, no plantean problemas concretos que puedan resolverse hablando, son, por parte de Yerma una pro-testa continuada y por parte de Juan una defensa hasta donde puede.

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    Introducci6n 17

    Con estos ejemplos tenemos suficientes argumentos para verifi-car que los dilogos tienen, tanto en la novela como en el teatro , formas histricas de manifestacin en una diversidad y unas posibi-lidades muy amplias.

    Una crtica dramtica y una teora literaria que haban analiza-do, segn lugares y movimientos literarios, unos dilogos tradicio-nales, rechazan, en principio, como ajenos al teatro y a la novela, las nuevas formas de interaccin verbal de los personajes, y slo la insistencia de los autores y los efectos sobre los lectores y espec-tadores, a medida que se van aceptando los nuevos modelos, hacen que se vayan imponiendo los conceptos actuales. Es necesario cam-biar los criterios de teatralidad, de dramatismo y de narracin para comprender e interpretar el dilogo icnico de Chejov, el dilogo histrico de Ibsen, el dilogo absurdo de Beckett, o los dilogos telescpicos de Vargas Llosa.

    La diversidad de sentidos y de posibilidades que demuestra te-ner el dilogo literario responde, sin duda, a un cambio de valores en general y a una evolucin en los modos posibles de dar testimo-nio de los hechos, ideas, conocimientos, conductas y actitudes, des-de unos presupuestos ontolgicos y epistemolgicos nuevos. Por-que, si no se admite la unidad de la persona (presupuesto ontolgi-co) y se niega la posibilidad de conocerla (presupuesto epistemol-gico), e incluso la posibilidad de transmitir el conocimiento, es /6gi-co que el teatro acoja dilogos sin lgica, absurdos, y si se cree que el hombre no es capaz de conocerse a s mismo y slo puede ir hacindose por la palabra de los dems, es lgico que la sefiora Ponza, el personaje principal de la obra de Pirandello As( es, si as( os parece, al ser requerida para que aclare de una vez quin es realmente y cmo es, conteste que ella no lo sabe, puesto que no tiene conciencia de su propio ser y slo se conoce a travs de lo que los otros creen y dicen que es. El dilogo sobre el tema del desconocimiento tienen formas que no coinciden con las que siguen unos personajes seguros de su ser y hasta de su unidad esen-cial, aunque no traten el tema como un problema planteado direc-EL DILOOO. - 2

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    18 El dilogo

    tamente. Los dilogos de conocimiento pertenecen a un teatro clsi-co cuya argumentacin discursiva y lgica conduca al descubrimiento de la verdad; los dilogos del desconocimiento, propios del teatro actual, llevan nicamente al reconocimiento de lo absurdo del hom-bre en su vida y en su conducta. Los dilogos, son absurdos porque la realidad es absurda, y es necesario quitar la venda. La literatura actual no se propone tranquilizar, como pensaba Forster de la novela a principios de siglo; frente al teatro concebido como un proceso de conocimiento que tranquilizaba a Edipo, aunque le cos-tase la vista por su responsabilidad, al explicar los hechos, el teatro tiende hoy, como toda la literatura, a mostrar que no hay lgica en el castigo de Edipo, a lo ms que se llega es a situar en cadena unos hechos sin relacin, que en s mismos resultan absurdos, fal-tos de lgica interna. Cuando se buscaron explicaciones en la litera-tura, los dilogos se encomendaban a personajes que tenan seguri-dad en sus palabras, cuando se renuncia a la explicacin, se busca el reconocimiento de la realidad, aunque resulte absurda, ilgica, etc.

    Vemos una relacin directa entre las formas de organizar y utili-zar los dilogos literarios y los presupuestos que dan sentido o reco-nocen el sinsentido de las actividades sociales, culturales, psicolgi-cas, familiares, etc., de los hombres en una sociedad que inspira a los autoreSj y hay tambin una relacin, que parece ms distante, pero que advertimos en el fondo de las obras, con las actitudes cientficas que sirven de presupuestos de conocimiento.

    El estudio del dilogo literario, narrativo y dramtico principal-mente, muestra que un fenmeno localizado en el discurso puede remitir a concepciones generales de la persona, de las relaciones sociales, de los presupuestos y conceptos de la ciencia cultural, y que los cambios de formas reproducen horno lgicamente cambios y evoluciones de los sistemas culturales que integran el sistema lin-gstico y el literario.

    El mundo de hoy est necesitado de dilogo efectivo entre tan-tos anuncios de dilogo norte-sur, dilogo este-oeste, dilogos so-

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    Introduccin 19

    ciales de apertura y disposicin para todo, etc., que aparecen de modo casi obsesivo en los medios de comunicacin. Basta abrir cualquier peridico para encontrar el trmino dilogo repetido una y otra vez en propuestas, rupturas, consejos, etc. La creacin literaria acoge los intereses y temas de la sociedad, no slo en la forma directa en que sefial una sociocrtica ingenua, sino en las formas, cuya lectura no es, a veces, inmediata.

    Se ha suscitado as un gran inters por el dilogo y sus formas y tambin por precisar y conocer las situaciones previas y concomi-tantes que permiten asegurar el comienzo, desarrollo y final del dilogo: los preludios, las condiciones, las implicaciones conversa-cionales, los tiempos y espacios adecuados, los interlocutores, los temas, etc.

    El dilogo efectivo, en su aspecto verbal, resulta ser el fin de un proceso muy complejo que tiene su inicio en el establecimiento de unas condiciones que se refieren al \dnde~ c6i'oy" c~rd~ y t~mbi~n ~ae~qu(se..~~~~~: '.~~:~~~e.'se'sa~e"fio.l~E]t~~e?0 'p~a:m-tlco)j 19ualmente entra en el proceso de dilogo la' interpretacin de las formas y del sentido que puede tener. Los pr~paravos para un dilogo, de carcter social, poltico o cientfico, se extienden a todos los aspectos que pueden garantizar su efectividad y a preve-nir todos l()~Jr1.cp.venientes que pueden hacerlo fracasar. Las con-dicionespragmtica) del dilogo resultan tan decisivas -de ah su inters-' cornO el tema y las formas o el fin que se busca con el dilogo. Es preciso analizar hasta los imponderables y las variantes y alternativas para recomponer el intercambio verbal, si alguna de ellas falla. Cuando se trata de un dilogo literario hay que afiadir a todos estos aspectos la posible experimentacin de formas nue-'y_~~, ms all de la efectiyicid, para la expresin.' ms itensao

    l.~ comunicacin' ms consonante con o~s' val~r~s lit~rari~s. . . " ... -. . . .' ","".' ~,-.

    El uso frecuente y diversificado del dilogo, tanto en el lenguaje estndar utilizado socialmente, como en el discurso literario, remite a una situacin nueva, a una actitud ideolgica abierta, ms o me-nos definida o intuida en la sociedad y cultura actuales. De ningn

  • 20 El didlogo

    modo podemos pensar que esa proliferacin de dilogos y la apari-cin de formas nuevas puedan deberse a la casualidad.

    Superada la vieja idea de la sociocrtica de que la literatura re-fleja en sus temas los temas sociales, hay que a~mitir qu~ cad~ elemento de la forma est impregnado de valoraclOnes socIales VI-vas (Bajtin, 1986). La forma dialogada, utilizada como expresin directa de los hablantes en el intercambio social, utilizada como materia de experimentacin estilstica e interpretada como signo ic-nico de modos de ser, de estar y de actuar del hombre en sociedad, puede ser estudiada en sus manifestaciones concretas y en el contex-to que la produce, social o literario.

    EL ESTUDIO DEL DILOGO

    Si el uso frecuente del dilogo es un fenmeno verific.able en la sociedad actual, tambin 10 es la proliferacin de estudios sobre l, tanto en 10 que se refiere a sus manifestaciones lingsticas '! a sus circunstancias pragmticas, como por 10 que atae a su apan-cin en la obra literaria y al sentido que adquiere en ella. ,

    Son muchos los estudios dedicados en los ltimos aos a todos los aspectos del dilogo y de la llamada lgica conversacional (o erottica, segn Zuber). Podemos observar que la aten~in al dilogo y a la conversacin se inicia en dos mbitos de investiga-cin bastante alejados entre s y posteriormente influye en otros, a veces en forma directa, otras veces de un modo indirecto al pro-porcionar presupuestos, descripciones o tesis que resultan vlidos interdisciplinarmente.

    Histricamente el anlisis conversacional surge en Estados Uni-dos al proyectar sobre los usos lingsticos las teoras de la

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    interno de la investigacin Y sus posibilidades, sino ecos de nuevas orientaciones en el mtodo y los presupuestos generales de la inves-tigacin cultural. Es posible que en la ciencia del lenguaje se advier-tan tales cambios de un modo ms patente, pero es seguro que afectan a todas las ciencias cuyos objetos, total o parcialmente, tienen que ver con el lenguaje, como ocurre con la teora de la literatura, la esttica literaria, la hermenutica, la semiologa, etc.

    El primero de los campos donde se inicia el inters por el dilo-go (y no nos referimos a la cronologa) es el epistemol6gico, es decir, el de la teora del conocimiento. Esta disciplina atiende al dilogo a propsito de los problemas que plantea la posibilidad y la justificacin filosfica de un conocimiento objetivo de la reali-dad. La relacin del sujeto de conocimiento con los objetos del conocimiento se manifiesta a travs de la palabra. El conocimiento es siempre el resultado de una actividad de un sujeto y, si no tiene otra dimensin, es preciso reconocer el subjetivismo de todo cono-cimiento y negar la posibilidad de alcanzar la objetividad. Si pre-tendemos mantener que el conocimiento es una actividad de los sujetos y a la vez tiene que alcanzar una extensin general, es decir, llegar a ser conocimiento objetivo vlido para todos los sujetos, se acude a la verificaci6n, hecha por cualquiera, de modo que si el objeto responde a 10 que se presenta como conocimiento sobre l, entonces puede considerarse como de valor general. Pero la veri-ficacin es tambin subjetiva, es decir, hecha por un sujeto, y la formulacin en signos de cualquier tipo de conocimiento es tam-bin subjetiva, pues es un acto de habla. La idea de la justificacin objetiva del conocimiento es hoy una preocupacin constante en el pensamiento epistemolgico y ha repercutido en la teora literaria intensamente, como veremos, tanto en 10 que se refiere a la posibi-lidad de construir a los personajes en su dimensin interna y exter-na, como en 10 que se refiere a la unidad de la accin, que se entresaca del caos de la realidad. Se ha hablado de sujetos coinci-dentes en conocimientos, de intersubjetividad, como una especie de puente entre 10 subjetivo y 10 objetivo; se ha aludido al llamado

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    sujeto puro o transcendental, en evidente relacin con el Lector Modelo o el Archilector; se ha intentado desplazar el enfrentamien-to Yo-T, por la relacin comprensiva otros yo, o el yo ajeno. Y, como es de prever, todas estas relaciol1es descansan en las tesis que sobre el dilogo se van sucediendo.

    La generalidad del conocimiento se enfrenta con la actividad individual de que parte y es el problema central de la epistemologa siempre. Antes se planteaba a propsito del objeto (objetos natura-les: leyes nomotticas porque la verificacin 10 permita as / obje-tos culturales: leyes idiogrficas, o particulares, Rickert, 1922).

    Un segundo campo sera el sociol6gico, en el que el lenguaje, y de modo destacado el dilogo, interesa como instrumento y for-ma de la interaccin social; el dilogo es forma de interacciones y es en s mismo una actividad realizada socialmente por el hombre

    . ' sUjeta a unas normas que afectan a los turnos de intervencin y a las formas de uso de la palabra, como tantas otras de la vida social y concretamente de la vida poltica, donde la interaccin es tambin con frecuencia de tipo verbal. En las sociedades con estado democrtico, el medio privilegiado y ms prestigiado actualmente para resolver cualquier tipo de tema es el dilogo libre, cuyas for-mas se analizan minuciosamente en la ciencia social.

    En esta investigacin sociolgica sobre el dilogo viene a incidir el enorme desarrollo experimentado por la pragmtica general que iniciada por Ch. S. Peirce en Estados Unidos, es ampliada y diver~ sificada por la semiologa europea en todas direcciones (Grunig, 1981).

    El dilogo estudiado como lenguaje en situacin es objeto de la pragmtica porque no se circunscribe a los hechos estrictamente lingsticos, sino que se abre a las circunsmcias personales de los hablantes y a las referencias contextuales e intertextuales de la si-tuacin fsica y cultural en que se desarrolla, ya que adems de ser un texto verbal se da en circunstancias de cara a cara.

    Por otra parte, la lingstica haba atendido con preferencia al lenguaje enunciativo, como si el uso de la lengua se redujese a las

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    posibilidades del monlogo destinado a informar referencialmente del mundo exterior por medio de frases atributivas. La estilstica ha advertido las diferencias que hay entre un discurso en tercera persona y el lenguaje directo que se articula en primera o segunda, y haba relacionado estas formas de discurso con las funciones in-formativas Y afectivas respectivamente. Si bien es cierto que la teo-ra gramatical conoce y describe las unidades morfolgicas que re-miten a los sujetos y a las circunstancias de la enunciacin, es decir, a la actividad lingstica cuyo producto es el enunciado, sola si-tuarlas fuera del sistema; algunas escuelas las excluyen de sus anli-sis, porque no forman serie con las unidades del sistema enunciati-vo. La lingstica estructural que parte del presupuesto de que es necesario conocer lo sistemtico de la lengua, elige un corpus, ms o menos amplio, en el que identifica, mediante la prueba de la con-mutacin, las unidades que se repiten, porque ellas son las sistem-ticas de la lengua, y deja fuera todo aquello que no se relaciona sistemticamente.

    En este modo de proceder hay una inmediata peticin de princi-pio porque el sistema que se busca como tesis de investigacin, es el mismo que se propone como hiptesis para eliminar previamente lo no sistemtico: se busca el sistema que subyace en los enunciados y se excluyen las unidades que no pertenecen a ese sistema, pero que pueden pertenecer a otro, yen todo caso, son unidades lings-ticas. Greimas (1982) concibe como objeto de la investigacin lin-gstica un lenguaje objetivo y para sefialar sus lmites propone prescindir de las categoras de subjetividad, que lgicamente no resultaran pertinentes en la descripcin de un sistema objetivo; s-lo si se toma como objeto de investigacin la subjetividad, resultan pertinentes sus signos. Esto da lugar a que los ndices de la enuncia-cin se siten fuera del sistema objetivo de la lengua, y, por tanto, fuera del inters de una lingstica estructural. Tales categoras se-ran las de persona, tiempo y espacio, es decir, las de la(cleiJdj en general, que son precisamente las que tienen una frecuen;:ia de uso

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    mayor en el dilogo, frente al que tienen en el discurso enunciativo referencial.

    La lingstica estructural trat de fijar el objeto para un estu-dio cientfico tomando partido en el conflicto cambio / estabili-dad, planteado en el tiempo desde la oposicin diacrona / sin-crona, para atenerse a los principios epistemolgicos kantianos, y a la vez tomaba partido en la oposicin objetivo / subjetivo, que respecto al conocimiento se plantear en la fenomenologa y en la lgica formal. La decisin que adopta la lingstica estructu-ralista por la estabilidad del objeto, la sincrona en el tiempo, la objetividad del conocimiento, se traslada a otras dicotomas: len-gua / habla a favor de la primera, sistema / uso, tambin a favor del primer trmino, etc., y volver a revisarla a propsito de las nuevas oposiciones surgidas desde otros anlisis como enun-ciacin / enunciado, o a propsito del dilogo como discurso en el que son frecuentes unidades fuera del sistema: el imperativo en-tre los modos verbales, las interjecciones entre las categoras mor-folgicas, el sistema indxico respecto a los lexemas denotativos, etc.

    A la posible influencia de la teora del conocimiento, de la so-ciologa y de la pragmtica en los presupuestos de la lingstica y de la teora de la literatura (o del lenguaje literario ms concreta-mente) hay que afiad ir el influjo de la semiologa general y de la lgica matemtica, o filosofa del lenguaje.

    La semiologa trata de estudiar la lengua como uno de los siste-mas de signos (sintaxis y semntica: unidades y relaciones formales y unidades y relaciones de sentido), y como una actividad (pragm-tica), es decir, un proceso con varias realizaciones (expresin, co-municacin, interaccin, significacin, interpretacin). La obra li-teraria, desde esta perspectiva no slo es un producto cultural, con unas formas histricas -un artefacto, dir Mukarovski-, sino tam-bin un elemento que participa en un proceso de comunicacin lite-raria.

    El dilogo, como posible expresin primera del lenguaje (la co-municacin es siempre necesariamente dialgica, aunque no dialo-

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    gal), es el uso verbal que se presta mejor al estudio de la interaccin lingstica, paralingstica, kinsica y proxmica, es decir, al anli-sis de la lengua en situacin, cara a cara, con todas las circunstan-cias pragmticas del uso.

    Mientras la lingstica estructural, desde los presupuestos que se pone, construye un objeto adecuado para la investigacin cient-fica: un sistema, que es una abstraccin de la realidad o a veces una especie de constructo que ha perdido toda relacin con la reali-dad, la semiologa, sin abandonar la idea de sistema, sobre todo en referencia a la sintaxis y a la semntica, ampla su objeto al interesarse por la lengua como actividad (habla) y al considerar den-tro de su objeto de estudio todas las circunstancias que en el uso pueden contribuir a crear o modificar el sentido. La filosofa del lenguaje vuelve, con todas las circunstancias pragmticas en que se da, despus de una trayectoria de desviaciones, que va desde la renuncia a todo lo que no sea empricamente determinable (ato-mismo lgico, sintaxis, semntica) hasta los usos, que se toman en su ser real Jenomnico como objeto propio del conocimiento lingstico. .

    Considerado como una actividad social, como un uso de la len-gua literaria y como un objeto de estudio de la teora literaria, el dilogo tiene unas manifestaciones y unas formas generales que es necesario conocer para su anlisis y d'escripcin en la obra literaria, y en todo caso para su conochniento: es una actividad smica (crea sentido), realizada por dos o ms hablantes (interactivamente), e~ situacin cara a cara (directo), en actitud de colaboracin, en Ulll-dad de tema y de fin. Esto implica 'que el dilogo tiene un aspecto verbal, en lo que coincide con cualquier expresin monologada, pe-ro se realiza cara a cara y en un tiempo presente, mientras que otros tipos de procesos verbales, que pueden darse tambin cara a cara, no se construyen en presente, pueden traerse acabados y darlos incluso por turnos: tal puede ser una comunicacin delegada o representada donde los interlocutores se limitan a decir lo que pueden y les han autorizado. El dilogo exige que cada interlocutor

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    Introduccin 27

    cuente con la intervencin del otro para preparar la propia inter-vencin y es preciso tener en cuenta las palabras, el tono y la forma en que son dichas, los gestos, la distancia, los movimientos, etc., del interlocutor para seguir. La secuencia del dilogo resulta lgica, si se tienen en cuenta todos los aspectos pragmticos de la situacin en que se enuncia.

    El dilogo, segn vamos a ver desde la perspectiva semiolgica, no se reduce a un intercambio verbal, es la creacin de un sentido

    , en un discurso realizado por ms de un hablante, en un intercambio de signos verbales y no-verbales concurrentes. En el dilogo direc-to, cada uno de los hablantes debe interpretar, si quiere intervenir adecuadamente, lo que los otros han dicho y adems todos los sig-nos simultneos que estn en el contexto social y de situacin en que se desarrolla el dilogo. Cuando el dilogo es referido por un narrador, ste se ve obligado a reproducir las palabras que est oyendo y a la vez, para que adquieran sentido pleno, debe dar cuenta tambin de las circunstancias de tono, ritmo, actitudes, gestos, dis-tancias, etc., de los interlocutores, si es que quiere dejar testimonio completo del dilogo como actividad social en la que hay signos verbales en concurrencia con los otros.

    El marco de estudio del dilogo queda as ampliado y desde la semiologa se pueden seftalar los presupuestos necesarios para su investigacin en un modo especfico frente a la ciencia del len-guaje, cuyo objeto es exclusivamente la lengua, el uso o el sistema inducido de los usos, sin extenderse a signos de otros tipos.

    Yendo ms atrs en la bsqueda de las razones por las que el dilogo ocupa hoy un plano destacado en la investigacin social, lingstica y literaria, podemos explicar las posibles, relaCiones entre los planteamientos de Huss~~JJen el problema de la objetividad del conocimiento y el dilogo como instrumento de intersubjetividad.

    Si se admite, y hoyes lugar comn, que la palabra no es la realidad y ni siquiera la representa en forma directa, debe recono-cerse que el objeto de la investigacin de las ciencias no puede limi-tarse al discurso, a las construcciones verbales, sino que debe pro-

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    yectarse hacia la realidad (sea sta lo que sea, y sea cual sea el modo que se considera adecuado para acceder a ella; stos son pro-blemas ontolgicos); si se admite que el conocimiento es siempre el resultado de la actividad de un sujeto, parece que ser difcil superar el subjetivismo, incluso el solipsismo, en la investigacin cientfica o filosfica. Teniendo en cuenta tambin que los resulta-dos de toda investigacin' tienen que traducirse a signos, verbales o algortmicos, la objetividad, en todo caso, habr que buscarla en la coincidencia de las formulaciones que hacen los sujetos, y es necesario pasar por las palabras.

    Surge as la figura del sujeto pensante con la que se quiere trans-cender de algn modo la idea de sujeto individual, concreto. Hus-serl, siguiendo y modificando en parte la idea kantiana de un sujeto transcendente, propone que se considere como sujeto del conoci-miento objetivo la figura de un sujeto independizado, o liberado, de las circunstancias concretas, en el que puedan coincidir los suje-tos individuales, para reconocer el conocimiento comn a todos ellos.

    Creo que nos encontramos ante un proceso en el que, en lugar de hacer abstraccin de las circunstancias concretas, por ejemplo, y en referencia al lenguaje, de las circunstancias de uso para llegar al sistema, se hace una abstraccin de los sujetos cognoscentes y hablantes para alcanzar una especie de sujeto general. No se hace sino desplazar la operacin que conduce de lo particular a lo gene-ral, que antes se haca sobre el objeto, y ahora se hace sobre el sujeto.

    El paso de lo particular a lo general, de lo concreto a lo abstrac-to, de lo estable a lo contingente y variable, es siempre y seguir siendo, el caballo de batalla de la investigacin cientfica, particu-larmente de la cultural. Superar la antinomia epistemolgica obje-tividad / subjetividad, es lo que haba propuesto la lingstica al sealar en su objeto de estudio la oposicin sistema / usos, o lo que es lo mismo lengua /habla, y al proponer como meta de sus investigaciones el establecimiento de leyes generales que ten-ga aplicacin en el sistema, frente a descripciones y clasificaciones

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    de fenmenos que tienen siempre carcter particular concreto, y se localizan en los usos. '

    Aunque venimos apoyando nuestra argumentacin con ejemplos lingsticos, porque son ms inmediatos y quiz ms conocidos, ocu-rre otro tanto en la teora literaria. La propuesta de un Archilector (Riffaterre, 1976), o la de un Lector Modelo (Eco, 1981) 1, no es ms que el deseo de encontrar un sujeto de recepcin transindivi-dual, es decir, un sujeto cognoscente de la obra literaria que pueda asumir objetivamente las posibles coincidencias de diversas lectu-ras, o las posibles lecturas coincidentes de una obra.

    La diversidad de formas de la literatura, qu sera paralela a la diversidad de usos de la lengua, se constituye en un problema ms grave an con el hecho, hoy reconocido como tal por la teora literaria en general, de la poli valencia semntica del texto literario y la apertura de la olJr a .diversas interpretaciones. '

    La teora de la literatura trat de fijar las posibles' coi~cidencias de emisin en la intencin del autor, que se supone da unidad a la obra o en las recurrencias semnticas de las diversas formas como estrategias para conseguir unas reacciones iguales en todos los lectores; tambin est en relacin con este propsito el reconoci-n:iento de un horizonte de expectativas comn a una poca hist-rIca y a los lectores en ella; y lo mismo podramos decir del inters

    . que muestra la sociocrtica por el lector en general, y el que tiene l~ semiologa por destacar el papel de la obra en el proceso interac-tIvo de un autor y un lector. En cualquier caso y reconociendo la diversidad de las obras literarias y las posibilidades de varias lecturas en cada una de ellas, la teora trata de encontrar la posibili-

    1 U. Eco'~onsidera precedentes de su Lector Modelo a Barthes Analyse structu-rale des rcits (1966), a Lotman, Estructura del texto artfstico (1970), a Riffaterre, Essays de stylistique structurale (1971), ya Van Dijk, Pragmatics and Poetics (1976). Sea cual sea la historia del concepto, el motivo de la bsqueda es el mismo el paso d,e lo concreto (fenmeno) a lo abstracto y general (conocimiento cientfico) a traves de la actividad o la actitud de los sujetos del conocimiento.

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    30 El dilogo

    dad de algo estable en la emisin, en la obra, en la recepcin a fin de no perder el camino de la generalizacin del conocimiento.

    Toda la investigacin actual propicia el inters por las formas de intercambio semitico, sea verbal o no, y concretamente por

    ~l dilogo. La concertacin social, la produccin literaria que ofre-ce modelos diversos de dilogo, la bsqueda de valores suprasubje-tivos en la investigacin, son los campos Y las razones por las que el dilogo resulta ser hoy tema central para la filosofa, la ciencia y la creacin literaria.

    La filosofa analtica, a la que ya hemos aludido ms arriba de pasada, una vez que ha superado las limitaciones del atomismo lgico, que exiga al lenguaje cientfico prescindir de todo enuncia-do que no fuese la atribucin simple, deriva en el Wittgenstein de las Investigaciones filos6ficas (1988) al estudio de los usos, o juegos del lenguaje. Frente a un lenguaje artificial, o un lenguaje natural depurado de imprecisiones por medio de normas que limitan sus usos y sus relaciones y lo hacen pretendidamente unvoco y preciso (Tractatus logicophilosophicus, 1921), Y frente a las normas de for-macin y transformacin que imponen rgidos controles al discurso lingstico de la ciencia (Carnap, Sintaxis 16gica, 1934), se impone' en la filosofa del lenguaje una nueva orientacin que apunta hacia los hechos lingsticos, tal como aparecen en el uso social.

    La pragmtica, en resumen, propone que el estudio del lenguaje se haga sobre lo que es, no sobre lo que debe ser (segn los criterios de cada cual), porque no hay una razn suficiente para imponer unos moldes y unas limitaciones a la expresin, y, por otra parte, parece lgico que la ciencia lingstica se enfrente a la realidad que quiere conocer, es decir, a los usos, no a lo que los cientficos desde unos presupuestos, digan que es el sistema. y resulta que el lengua-je, tanto el estndar como el lit:rario, es diverso en sus formas, y no es un sistema cerrado; el dilogo parece su forma ms habitual en el uso social y en los intercambios de todo tipo y, por ello, se ha erigido en el objeto de estudio del mayor inters para algunas investigaciones filosficas, lingsticas y literarias actuales. En rela-

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    Introducci6n 31

    cin con el sujeto transindividual y en relacin con los usos, cobra un gran inters la intersubjetividad, ya que no podemos pasar de la subjetividad a la objetividad sino por medio de la intersubjetivi-dad (Lavelle, 1951, 43). La atencin a las situaciones interlocuti-vas en las que varios sujetos desarrollan una actividad que se dirige a un mismo fin y logra crear sentido por medio de las palabras en situacin, cara a cara, en presente, est justificada desde la filo-sofa, pero tambin desde la lingstica y la teora de la literatura.

    El anlisis de una realidad lingstica, en el lenguaje estndar y en el lenguaje artstico, tanto en su dimensin formal, material como social, sita hayal dilogo como forma frecuente de uso y como objetivo para el conocimiento cientfico.

    En la ciencia del lenguaje y en la teora de la literatura se mane-jan hoy algunos conceptos que estn en relacin con el dilogo y el dialogismo y a la vez con problemas planteados desde otras pers-pectivas metodolgicas anteriormente. La intertextualidad, el dialo-gismo de los textos (interiormente entre sus diferentes niveles, o exteriormente con otros textos anteriores o contemporneos), el cro-notopo de Bajtin, por ejemplo, no son sino denominaciones que se refieren a la dimensin espacio temporal de los signos lingsti-cos y literarios. La lengua, en su dimensin diacrnica, y los textos literarios en su historicidad, recogen relaciones horizontales con otros signos, con otros textos, y las proyectan en relaciones verticales con los usos anteriores y posteriores en el tiempo. El espesor de la lengua y particularmente del discurso literario proviene de un uso diversificado en diferentes espacios y tiempos. Todos los usos anteriores y los simultneos en otros textos pueden tener resonan-cias en uno determinado y establecer en l posibilidades de relacin formal y semntica prcticamente inagotables. El dialogismo as en-tendido es inacabable como lo es el proceso semisico de la interpretacin.

    Si admitimos que el cronotopo literario alude a las coordenadas espacio temporales del texto como unidades que sirven de marco de referencias ms o menos determinadas en el devenir de la historia

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    32 El dilogo

    de la literatura, y admitimos que la intertextualidad se refiere a las relaciones con otros textos anteriores o coetneos, y admitimos tambin que el dialogismo lo establece cualquier texto, por el hecho de estar expresado con signos de valor social, entre un emisor y un receptor que tienen una dimensin histrica y un horizonte de expectativas individual, y a la vez social, podremos encuadrar todos estos conceptos, hechos y relaciones en una pragmtica como es-quema general en el que alcancen explicacin y coherencia los pro-blemas diacrnicos y sincrnicos de los 'sistemas de signos y de los usos concretos que de ellos se hagan, literarios o no.

    En los captulos que siguen revisamos las posibilidades de ese anlisis desde el marco ms amplio (pragmtico) al ms restringido de la forma y sentido de los usos (lingstico) para tener los esque-mas referenciales para un estudio del dilogo literario en la novela, en el teatro, en el texto lrico. Proponemos un modelo y unas tesis que no pretenden ms que abrir caminos a investigaciones ms con-cretas y, en todo caso, alertar sobre nuevas posibilidades de situar y explicar la obra literaria.

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    II

    PRAGMTICA DEL DILOGO

    EL DILOGO COMO ACTIVIDAD SEMITICA

    El dilogo, como todo uso de la lengua, como cualquier activi-dad hablada, es un proceso realizado en el tiempo, que se desarro-lla en unas condiciones pragmticas determinadas en sus formas generales, aunque presente variantes en cada caso particular. De las condiciones generales en que se produce el dilogo deriva un modo especfico de creacin de sentido que se concreta en cada ' uso con las limitaciones que impone la situacin particular, con un marco de referencias propio.

    La situacin en que se construye el dilogo es fundamental para el anlisis pragmtico, aunque no lo es para su estudio lingstico, ya que el dilogo es un discurso directo en el que intervienen cara a cara varios sujetos, con intercambio de turnos, que tratan un tema nico para todos. De esta definicin derivan algunos elemen-tos constantes que es preciso tener en cuenta en un esquema general del dilogo:

    a) Cada uno de los sujetos que intervienen aporta su propio rol, su funcin especfica y su modo de actuar lingsticamen-te. Estas particularidades se traducen en la forma general del dilogo, en su modo de avanzar y en la efectividad que pueda tener.

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    34 El didlogo

    b) A los actos verbales, realizados segn el apartado anterior, hay que afiadir las acciones no verbales de los sujetos que estn en la situacin, y que incluso pueden no participar con la palabra limitndose a estar presentes y condicionando as la situacin, que se realizar para ellos tambin como un cara a cara.

    e) El carcter de la misma situacin, que puede dar lugar a dilogos cientficos, filosficos, polticos, literarios, etc.

    d) El progreso del dilogo, segn la secuencia de las interven-ciones, que puede estar en relacin con una situacin distendida, tensa, dramtica, discursiva, etc.

    En la primera parte de nuestra exposicin vamos a considerar las condiciones pragmticas generales del dilogo y las conductas posibles de los interlocutores para verificar cmo se produce senti-do en una situacin semitica dada.

    En principio partimos de la afirmacin de que el proceso dialo-gado y los actos de habla que dan lugar a este tipo de discurso son fenmenos semiticos, situaciones semiticas, porque en ellos se utilizan signos que concretan en un sentido particular las virtualidades de significado que tienen como unidades de un siste-ma', o bien se utilizan formas sensibles que se convierten en for-mantes o signos circunstanciales en el marco de la situacin. Esto, que ocurre en todos los fenmenos y situaciones semiticas, ad-quiere en el dilogo una dimensin especial que deriva de su natu-

    ( raleza y de las circunstancias pragmticas en que se da. Por-que, efectivamente, el dilogo se da en una situacin que se caracte-riza. en primer lugar porque los interlocutores son varios, dos o ms, y esto da al proceso una dimensin social y, como todas las actividades sociales, exige una normativa que rija su desarrollo y que regule, por ej., los turnos de intervencin; tambin del hecho de que sean varios los sujetos deriva una fragmentacin formal que diferencia al dilogo de otras formas de discurso monologales, con las que puede coincidir en otras notas, por ejemplo, en ser lenguaje directo.

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    Pragmdtiea 35

    Hay otros procesos verbales que se desarrollan tambin con dos o ms sujetos, por ejemplo, toda situacin de comunicacin exige al menos dos sujetos, pero lo distintivo del dilogo est en que todos los que intervienen en l participan de la misma manera, tie-nen la misma actividad y todos intervienen en los turnos sometidos a las mismas normas, aunque en cada caso concreto cada uno haga uso de modo diverso de sus posibilidades, bien por abuso bien por negligencia; todos los sujetos del dilogo aportan su presencia fsi-ca, de modo que su actividad no se limita a hablar y a escuchar lo que se va diciendo, sino que, por el hecho de estar presentes, pueden aportar, por medio del gesto, de la actitud, de la distancia a que se coloquen, etc., matices, preci,siones o negaciones a lo que otros dicen; la situacin faee to faee permite intervenir no verbal-mente, e impone determinados condicionamientos a la palabra de los dems por un efecto inmediato de feedback, pues hay cosas que pueden decirse cara a cara y cosas que no pueden decirse, si no es en ausencia.

    Las intervenciones de los diferentes interlocutores avanzan con-juntamente con las palabras, con los gestos, y con todos los indi-cios que pueden proceder de la situacin: las reacciones kinsicas, . proxmicas, paralingsticas, etc., van dando paso a modificaciones que no seran necesarias si los hablantes slo se atuviesen a la pala-bra. El avance del dilogo se realiza con todo lo que la situacin aporta en simultaneidad. ._ .. __ ,,_, __

    Todo esto implica que el dilogo sea ,U-r: proceso complej~\ que \ . ......... ........ ." .. ,

    exige una conducta especial de los sujetos, pero tiene adems btras caractersticas: los signos verbales, que sustentan quiz la actividad fundamental de los sujetos (aunqe esta afirmacin sera discutible en muchos casos), entran en concurrencia con signos de otro tipo, concomitantes temporalmente, constituyendo la que Poyatos deno-mina estructura triple bsica: lenguaje, paralenguaje y kinsica (Poyatos, 1972). Es especfico del dilogo, frente a otros procesos verbales, la convergencia de signos de varios sistemas, la presencia

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    36 El didlogo

    e intervencin de varios sujetos y la consiguiente fragmentacin del discurso. I I }

    Es necesario destacar que en el dilogo los signos verbales y los no verbales actan en concomitancia de modo que una palabra puede ser respuesta a un gesto, o un movimiento puede terminar o interrumpir a las palabras. El intercambio semisico en la situa-cin dialogal transcurre en presente y el sentido se construye pro-gresivamente con las intervenciones de los interlocutores y mientras no se cierre el dilogo el sentido puede ser alterado: cada una de las ocurrencias debe ser tenida en cuenta por el que la dice, para no contradecirse o repetirse, y por los dems interlocutores para asumirla o rechazarla en sus intervenciones: el dilogo crea susers>-pias implicaciones conversacionales y los interlocutores no pueden dar como aportacin suya lo que ya ha sido dicho por otro. El sentido, pues, se logra con la colaboracin,:rle todos y no se cierra hasta que termine el dilogo.

    Por lo que acabamos de exponer se deduce que el dilogo no es lo mismo que otros procesos semiticos, aunque estn prximos a l, como pueden ser la comunicacin, o la informacin (que no es ms que una forma de comunicacin). En estos procesos, que son tambin actividades semiticas entre dos o ms sujetos, no to-dos intervienen con las mismas oportunidades, libre y espontnea-mente, ya que sus roles estn fijados y mientras uno informa, el otro o los otros son informados, mientras uno comunica, los dems se enteran de la orden, de la noticia, de la amenaza, etc.

    El dilogo crea su sentido por la intervencin de todos los suje-tos y por la convergencia de varios tipos de signos; la comunicacin transmite un mensaje que conoce uno de los sujetos y no los de-ms, que est terminado en el momento en que empieza el proceso de informacin que acabar cuando los dems se dan por entera-dos. En el dilogo la informacin que aporta cada uno de los inter-locutores es incorporada al conocimiento de todos y hace proseguir el discurso.

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    Pragmdtica 37

    No es, pues, lo mismo traer un discurso para comunicarlo (una conferencia, una leccin, una rueda de prensa preparada, etc.), o disponer unilateralmente de los datos necesarios para dar una in-formacin, que utilizar el lenguaje como instrumento para alcanzar un acuerdo dialogando entre varios sujetos que disponen de las mis-mas oportunidades de intervencin.

    Creemos que la nota ms caracterstica del dilogo frente a otras formas de intercambio semisico posiblemente sea su capacidad pa-ra aclarar sentidos y crearlos mientras se desarrolla., ForeSt'\afirma que la finalidad del dilogo no es la de intercambiar ~erdade~ pose-das, sino, y principalmente, la de crear ideas (Forest, 1956). De aqu puede derivar una diferencia notable entre el teatro y la novela co-mo gneros convencionales (aunque las variantes en casos lmites pueden aproximarlos): el teatro hace una historia, la novela cuenta una historia.

    La actividad de los sujetos del dilogo es paralela, porque todos hablan y todos escuchan por turnos, pero es tambin progresiva, porque las intervenciones se realizan teniendo en cuenta las anterio-res, sean de quien sean; no se puede intervenir en un dilogo ha-ciendo caso omiso de lo dicho antes: sta es una de las leyes ms generales, y da lugar a algunas notas caractersticas del dilogo, por ejemplo, que el orden de intervencin sea determinante de la congruencia del discurso, de su avance hacia la conclusin y de la unidad del proceso. Las implicaciones conversacionales que sur-gen a medida que se avanza sirven de marco de r'eferencias para las intervenciones que siguen.

    Por la importancia que tiene para fundamentar alguna de las afirmaciones que haremos posteriormente, insistimos en que el di-logo, a pesar de que generalmente se le presenta como tal, no es un proceso de comunicacin. En la comunicacin un sujeto se diri-ge a otro y el proceso se da por terminado cuando el segundo se da por enterado, como ya hemos dicho. El dilogo es comunica-cin, pero es tambin intercambio y sobre todo es unidad de cons-truccin. Aun en el supuesto de que la comunicacin de un sujeto

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    38 El dilogo

    sea seguida de la comunicacin del otro y se produzca el intercam-bio con una doble comunicacin (~), no habra dilogo, pues la comunicacin (si es slo eso) de cada uno de los sujetos es inde-pendiente de la del otro y es tambin autnoma, de modo que el tema puede ser diverso y no avanza hacia la unidad del conjunto: cada uno de los sujetos que intercambian comunicacin informa al otro de su mensaje, sin modificar para nada lo que ya tena preparado; la informacin camina en los dos sentidos, pero no se crea en el proceso. La doble comunicacin puede realizarse con intercambio de cartas cerradas, el dilogo no.

    El dilogo es un proceso de interacci6n en el que la actividad de los interlocutores es complementaria para la creacin de un sen-tido nico a lo largo del proceso y mientras ste dura. La conver-gencia de las intervenciones hacia la unidad de sentido es el rasgo que diferencia al dilogo de otros procesos interactivos, como pue-de ser la conversacin, que es abierta en cuanto al sentido: las in-tervenciones en sta son suplementarias y autnomas dentro del te-ma sobre el que se habla; lQS interlocutores hablan cuando quieren y con las ideas que estimen oportunas dentro de la coherencia con-versacional, sin que tengan que atenerse a la unidad de sentido, o a seguir conversando para lograrla.

    Podemos decir que en el dilogo las intervenciones son comple-mentarias hacia un fin, mientras que en la conversacin se suman las de todos y lo que resulta es vlido porque no se busca un fin comn: la conversacin puede tener un valor ldico, el dilogo tie-ne un valor pragmtico.

    En el dilogo el intercambio implica que los locutores tienen unas ideas comunes que expondrn hasta su reconocimiento mutuo: las posiciones inicialmente diferentes convergen hacia el mismo ho-rizonte, al menos eso se pretende en el contrato enunciativo (Grei-mas, 1976, 24). Las divergencias iniciales indican posiciones diversas dentro de un marco de comprensin que se propone, y van aclarp-dose mediante el anlisis de las presuposiciones del dilogo y de sus enunciados.

    Pragmtica 39

    El estudio pragmtico del dilogo no puede, por tanto, limitarse a los aspectos verbales y no verbales del proceso interactivo y a la convergencia de todos los signos en la creacin de un sentido nico, tanto en lo referente a los sujetos (intervencin de todos para lograr ese fin), como a los signos en s (subordinacin estruc-tural de todos a la unidad de sentido), sino que se ampla a todo lo que se pueda considerar contexto del dilogo, de la situacin en que se desenvuelve. La perspectiva pragmtica es, en todos sus aspectos, mucho. ms amplia que la lingstica o la literaria.

    La pragmtica del dilogo considera las relaciones de los signos en todos sus aspectos, lingsticos, literarios y contextuales, pero adems tiene en cuenta tambin las posibles relaciones verticales con otros signos; los signos lingsticos se relacionan con otros sig-nos a travs de la situacin concreta de su uso; los signos literarios contraen relaciones de forma y de sentido con todos los que estn en el mismo texto, con los signos lingsticos en la poca de su uso y de su recepcin, segn ha mostrado la investigacin herme-nutica y la teora de la recepcin. En sucesivos captulos iremos planteando cada uno de los temas que ahora anunciamos para si-tuar las relaciones del dilogo y su forma especial de crear sentido en el proceso interactivo en que se usa.

    La creacin de sentido lingstico parte de los valores referen-ciales de los signos verbales (significados virtuales) y se precisa en el conjunto del discurso, en unas relaciones concretas que actuali-zan slo algunas de las posibilidades. Por eso preferimos a lo largo de este trabajo partir de un concepto de significado virtual frente a un concepto de sentido concreto.

    La creacin de sentido literario es un proceso ms complejo y transciende el lingstico, porque cuenta con ste y afiade el que procede de los signos literarios que dan al texto una poli valencia semntica que no tienen los textos lingsticos. Por ejemplo, el di-logo entre dos personajes puede ser incluido en un texto narrativo referido por un narrador o puede ser presentado como el traslado directo de un dilogo real; es posible que en el segundo supuesto

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    el narrador trate de alcanzar una propiedad lingstica recogiendQ las variantes sociales que correspondan a cada interlocutor, y puede hacerlo mediante una verbalizacin adecuada, o mediante una codi ficacin pertinente y una contextualizacin apropiada, o puede in tensificar alguno de estos rasgos y prescindir de los otros, o bien puede buscar una coincidencia en los temas teniendo en cuenta la ideologa, los intereses, la educacin, etc., de sus personajes". En el conjunto de la obra literaria cualquiera de las decisiones que siga el autor dar lugar a signos concurrentes con otros signos literarios y las formas que se derivan pasan a ser signos circunstanciales o formantes literarios, que indican distancia afectiva, procesos mim ticos o creativos, voces directas, superposicin de tiempos, etc.

    Insistimos en que un estudio pragmtico del dilogo puede refe rirse a todas las relaciones posibles del discurso lingstico y litera rio, porque adems de considerarlas en s mismas, las sita en nue vas relaciones extralingsticas y extraliterarias que constituyen en cada caso el contexto propio situacional.

    EL DILOGO DESDE LA PERSPECTIVA PRAGMTICA

    Vamos a precisar los caracteres del dilogo desde la anunciada perspectiva pragmtica, y para ello partiremos de definiciones ver bales, tal como nos las ofrecen los principales diccionarios, pues representan ms o menos el consenso social sobre 10 que es el dilo-go. Estas definiciones verbales nos servirn para precisar los rasgos ms generales y alcanzar una definicin que podremos considerar ms cientfica.

    Mara Moliner (Diccionario de uso del espaflol) define el dilo-go como la accin de hablar una con otras dos o ms personas, contestando cada una a 10 que otra ha dicho antes. El DRAB hace una definicin menos analtica y dice que el dilogo es una pltica entre dos o ms personas que alternativamente manifiestan

    Pragmtica 41

    sus ideas o afectos. En esta definicin sobra la ltima parte por-que nada tiene que ver con la naturaleza del dilogo el que sean ideas o afectos de 10 que se trata, y falta, por el contrario, alguna nota importante; destaca dos rasgos: la concurrencia de dos o ms personas y la alternancia en el uso de la palabra (actividad por turnos), pero no alude a la unidad de sentido, o a la creacin pro-gresiva de sentido, que diferencia al dilogo de la conversacin o la comunicacin en general. Mara Moliner en la frase contestan-do una a otra alude a esa progresin de sentido y a la unidad y delimita bien los mbitos del dilogo frente a un monlogo o una comunicacin informativa, aun en el caso de que sea doble, como hemos visto ms arriba.

    Los rasgos caractersticos que hemos seftalado para el dilogo derivan de tres notas que recogen las definiciones:

    a) el dilogo es un proceso semitico interactivo en el que con curren varios sujetos, 10 que le da un carcter social y le impone una normativa que regula la actividad de los diferentes sujetos.

    b) El dilogo es un proceso que se desarrolla con la alternan-cia de turnos regulada por una normativa social y, en consecuencia, tiene la forma de un discurso fragmentado.

    e) El dilogo es un proceso semnticamente progresivo (no s-lo en progresin lineal, como 10 son todos los discurso~ verbales) que se dirige hacia la unidad de sentido en la que convergen todas las intervenciones, que al ser realizadas como lenguaje en situa-cin, cara a cara, tienen en cuenta todas las circunstancias en que se desarrolla.

    De estos tres rasgos caractersticos del dilogo que recogen sus definiciones directa o indirectamen,te, derivan hechos (formas en que aparecen los signos), conductas semiticas (modos de actuacin de los sujetos) y relaciones (esquemas pragmticos, lingsticos y literarios, que se convierten en cnones sobre los que se estiman las variantes). Pasamos a explicitar los ms destacados.

    El dilogo es un proceso semitico, de carcter preferentemente lingstico. Junto a los signos verbales aparecen y se sitan en con

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    42 El dilogo

    vergencia con ellos otros signos paraverbales, kinsicos, proxmicos (

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    go, a pesar de la apariencia de tal. La actividad del Sr. Smith y semejantes no puede considerarse dentro de un proceso interactivo, sino como un uso ftico del lenguaje que propicia la confidencia de quien quiere confiar o est dispuesto a hablar solo. La presencia del T en el discurso de un hablante es independiente de que el otro est presente o ausente de la situacin real.

    El dilogo es un proceso semitico interactivo, que no es 10 mis-mo que la actividad semitica de dos sujetos. La comunicacin, la informacin Y otros procesos se desarrollan sobre un esquema en el que intervienen varios sujetos fijados en la funcin de hablan-tes o de oyentes: se trata de la actividad de varios sujetos, no de la interaccin de varios sujetos.

    La interaccin dialogal exige actividad de uno que afecta a la actividad de otro y viceversa para construir un discurso nico. El dilogo no es un discurso preparado previamente a su expresin, en el que un sujeto transmite a otro una informacin, como si la grabase y ah queda eso en forma definitiva; tampoco es el dilogo la suma o intercambio de dos discursos independientes que se pre-sentan segmentados y alternantes. El dilogo es un discurso nico que se va construyendo entre los interlocutores de modo que la intervencin de cada uno avanza con todas las intervenciones ante-riores, asumidas o rechazadas.

    Cada una de las intervenciones de los dialogantes est en rela-cin con las anteriores y con todas las circunstancias pragmticas que la rodean, y supone un paso adelante hacia la unidad semntica del proceso.

    No obstante, es muy frecuente que se presenten como dilogos discursos que slo lo son en apariencia. Son discursos que pueden tener todo el aparato retrico del dilogo, pero que fallan en algu-no de los requisitos que hemos enumerado: no buscan una unidad comn,. de modo que las formas de interaccin se convierten en formas de disyuncin.rMartin Bub~~ ha analizado, desde una pers-pectiva filosfica y sociolgica, los dilogos atpicos como formas de dilogo aparente, falso, que se contrapone al dilogo autntico,

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    que llama existencial porque compromete a todo el hombre (Bu-ber, 1960).

    Hay otro rasgo del dilogo que no se deduce, como los que ya hemos enumerado, de alguno de los hechos, conductas o relacio-nes de que hemos partido, pero que es garanta de la existencia de un dilogo autntico. Nos referimos a la igualdad de los interl--cutores. En un discurso en el que intervengan varios sujetos, pero no todos tengan la misma libertad de expresin y de intervenci~ podremos encontrar la segmentacin propia de un dilogo, pero difcilmente tendr unidad de fin; otras veces, aun interviniendo todos los sujetos con la misma libertad, el intercambio verbal no se hace en unidad de tema o de fin, y ms bien se persigue un fin ldico, o simplemente no estar callados para evitar la tensin del silencio, o para seguir unas formas sociales que exigen partici-pacin, etc. Tampoco en este caso estamos ante un verdadero dilogo.

    En el vocabulario poltico actual, el liberalismo suele entender por dilogo un intento de acuerdo verbal entre adversarios, como una solucin a los enfrentamientos por razn de intereses o razones polticas, laborales, etc. No obstante, tenemos que advertir que el dilogo no es un trmino equivalente a conversacin o a convenci-miento por persuasin verbal. El valor del dilogo se basa funda-mntalmente en la igualdad, de derecho (como todos suelen recono-cer) y las de hecho (dificil de conseguir, dada la complejidad de las modalidades, la competencia, los presupuestos de que se parte, las implicaciones previas, las conversacionales, etc., de los interlo-cutores) y las oportunidades. de que se dispone para llegar a un acuerdo sobre lo que es justo, verdadero, conveniente, o simple-mente posible en un momento de la historia. En general el dilogo favorece a los que saben manejar el lenguaje con habilidad y eficacia.

    La imposibilidad de dilogo cuando no se reconoce igualdad de intervencin a los interlocutores es un hecho. Celestina habla de la necesidad humana de comunicarse, y lo mismo admite Pr~eno, pero es Aresa quien precisa que el dilogo que causa plazer

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    es el que se realiza t a t, en igualdad, cosa que es imposible entre la criada y la seora. Pero sobre estas formas de dilogos que no causan placer volveremos ms adelante, y tambin sobre la norma dialogal que exige la igualdad de los interlocutores, para lograr un dilogo autntico.

    Para reconocer un dilogo es condicin necesaria, pero no sufi-ciente, la concurrencia de varios sujetos en las formas que hemos dicho, la fragmentacin consiguiente del discurso, la existencia de un tema comn y de una unidad de fin, la alternancia de las inter-venciones en unos turnos ms o menos flexibles, etc., y tambin la igualdad para intervenir.

    Es posible tambin transmitir los dilogos, en forma directa y a medida que se van realizando, o a travs de una narracin de palabras de un sujeto que lo refiere. En este caso el dilogo puede quedar envuelto en el monlogo del narrador y adoptar la aparien-cia de un discurso monologal. Por esto decimos que las circunstan-cias que hemos sealado son necesarias, pero no suficientes, para reconocer los dilogos. La concurrencia de todas garantiza que un determinado discurso sea un dilogo.

    De todos modos hay quien reduce lo especfico del dilogo a una sola nota: lo propio del dilogo ( ... ) es la reciprocidad (en la igualdad consentida de las presencias y las acciones)>> (Deschoux, 1956), o a una actitud de los sujetos: quienes no sol seres de dilogo son fanticos (Lacroix, 1955). En cualquier caso es una visin global que luego permite ir desglosando caracteres, en la for-ma que lo hemos hecho, o en otros modos.

    La presentacin del dilogo, tanto en el lenguaje estndar como en el texto literario, y sobre todo en ste, puede complicarse mu-cho, pero el reconocimiento de las circunstancias mnimas resulta indispensable para establecer un canon, sobre el que pueden reco-nocerse variantes y situaciones limites en formas y sentidos, y pue-den tambin sealarse las posibles interferencias con otras formas de interaccin verbal.

    * * *

    T Pragmdtica 47

    Vamos a repasar algunas de las que consideremos condiciones mnimas para el dilogo, lo que nos permitir pasar a detalles ms precisos en las situaciones pragmticas generales y en las situacio-nes literarias en las que se trata de reproducir mimticamente los procesos dialogados.

    Son fundamentales para reconocer los valores y funciones del dilogo las perspectivas de estudio sobre la interaccin social. En gran manera esa perspectiva que considera los hechos sociales con-diciona la seleccin de datos y la interpretacin de sus relaciones. As el estudio de la interaccin social desde unos presupuestos y unos mtodos psicologistas pone mayor nfasis en los elementos no-verbales de la conducta: signos paralingsticos, kinsicos, pro-xmicos, etc., que acompaan a la conducta verbal. El estudio de la intera?cin social desde una perspectiva lingstica lleva a un in-ters preferente por las estructuras formales del dilogo, sobre todo desde la metodologa estructuralista.

    Se ha afirmado que si se dispone de un nmero dado de actos pueden identificarse una serie de regularidades estadsticamente (Thi-baut, J. W. y Kelley, H. H., 1959), y entre tales regularidades cabe' destacar que cada acto social est determinado por el ltimo acto del otro (Argeley, M., 1979). As, las preguntas van seguidas de respuestas, una orden va seguida de una accin, una informacin origina una conducta determinada en otros, etc. En general pode-mos admitir que las conductas sociales responden a esquemas, en lneas generales conocidos por los individuos. El dilogo transcurre tambin sobr~ ;~s9el11as conocictosjor los interlocutores, pues en caso contrano se producira un desconcierto que rompera la interaccin.

    El anlisis del dilogo desde esos posibles esquemas pragmticos permite establecer IO- __ 1l9n~s msgeneralSls y quiz unosconcep-tos relativos para explicar los usos lingsticos y los signos litera-rios. Es frecuente que el texto dramtico consiga algunos efectos estticos con un uso especfico del dilogo que se distancia de lo que se considera uso estndar, por ejemplo, el dilogo de Yerma

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    se aparta de todo lo que sea progresin hacia un acuerdo, hacia una unidad de fin y repite una y otra vez una situacin de enfrenta miento en la que Juan y Yerma mantienen sus posiciones sin que haya un recorrido comn. Estos dilogos no pueden conducir a un acuerdo y lgicamente desembocarn en un asesinato en el drama.

    Desde un punto de vista emprico la comunicacin interpersonal se ha estudiado siguiendo el esquema causal y es frecuente que el dilogo dramtico presente una interaccin recproca, es decir, una orientacin en la conducta verbal de los interlocutores en la que un final nico hace que los recorridos de unos y otros sean

    ~onvergentes . Las condiciones pragmticas, las normas lingsticas y las posi

    bilidades de los signos literarios se proyectan sobre los dilogos que pueden ser analizados desde perspectivas determinsticas (causal, con dicional, determinante), normativas (en formas y relaciones) y esto csticas (finalidad y efectos probables), para deducir el sentido que se logra en el texto concreto.

    CARCTER SOCIAL DEL DILOGO: NORMAS .

    El dilogo es una actividad regida por normas que regulan la conducta de los hablantes, como todas las actividades sociales que se desarrollan por turnos (turntaking). Tales. normas, en el caso concreto del dilogo, se refieren no slo a la actividad que da lugar al dilogo, sino que amplan su mbito de aplicacin a las disposi ciones previas de los hablantes y a las modalizaciones del habla, que, si bien no aparecen materialmente en el discurso, lo condicio nan en su expresin verbal o no verbal (el tono, la distancia, los movimientos, etc.).

    Se supone que los interlocutores de un dilogo aceptan una serie de implicaciones previas que se refieren a los temas que van a tra tar, a los marcos de referencia en que adquieren sentido los enun ciados, a su propia disposicin corporal y anmica, etc., tal como se siguen en la sociedad que los rodea.

    Pragmtica 49

    \~~earie JIabla de comprometerse con una actividad gobernada por normas que pueden ser reglas de significado (lingsticas) y de uso (pragmtica~ o pueden ser reglas regulativas (las de cortesa, por ejemplo), o reglas constitutivas (las del ftbol) (Searle, 1976).

    Los que intervienen en un dilogo y no respetan las normas habituales pretenden usar el trmino dilogo por su prestigio so cial, aunque realmente hacen un tipo de intercambio verbal o de actividad semitica que no es un dilogo, sino una informacin, una comunicacin, un juego, un ejercicio de dominio o sometimiento, etc. El dilogo queda desvirtuado, si los sujetos no aceptan o no siguen las normas que les afectan como hablantes o como oyentes, pues las normas se refieren a una y otra funcin.

    Quiz la norma previa ms amplia para el dilogo es la que reconoce a todos los dialogantes, en cuanto tales, libertad de inter venci n y las mismas posibilidades de uso de los turnos, indepen dientemente de que su situacin social fuera del dilogo sea de desi gualdad. El dilogo no admite relaciones jerarquizadas, que son posibles en otros procesos semiticos. Las relaciones jerarquizadas en el dilogo son incompatibles con una de sus normas fundamen tales: la libertad de intervencin. El dilogo de Edipo y Tiresias, en Edipo rey, se inicia con todos los requisitos necesarios: el rey lo ha pedido, el adivino se aviene a dialogar, aunque sea de mala gana, pero cuando Edipo, transgrediendo la norma de la igualdad de los interlocutores, quiere hacer prevalecer su prepotencia extra lingstica, Tiresias lo llama al orden, le recuerda la norma que, si no estaba formulada expresamente al comenzar el dilogo, rega en la sociedad griega, y le dice: t eres rey, pero para contestar somos iguales.

    No puede considerarse dilogo el intercambio verbal en el que desde dentro o desde fuera se impide la libre intervencin en igual. dad de condiciones para todos los interlocutores.

    No es dilogo el intercambio verbal en el que uno de los hablan tes no respeta los turnos de los otros, ya sea porque se impone fsicamente por el volumen de su voz, ya sea porque tiene una acti EL DILOOO. - 4

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    50 El dilogo

    tud corporal prepotente. No es dilogo propiamente el intercambio verbal en el que uno de los dialogantes, o ms, rechazan los argu-mentos de los otros calificndolos con valoraciones negativas antes incluso de formularlos: ninguna persona inteligente admitir otra postura ... Frases de este tipo impiden la libre intervencin de los dems, pues ni rebate ni asume otro discurso, de donde resulta una imposicin ms que un dilogo.

    No es dilogo el intercambio verbal dirigido desde afuera por un moderador encargado de que se cumpla la ley de los turnos de intervencin que ofrece diferentes tiempos o diferente frecuencia de intervencin a los hablantes. En este caso, tan frecuente en los dilogos televisados, no hay dilogo, pues se trata de una exposi-cin de ideas ilustrada a gusto del moderador o de quien 10 dirige, si la manipulacin es en segundo grado.

    El lenguaje no reconoce ms categoras formales para denotar a los sujetos del habla que el Yo y el T, que no son exclusivos de un individuo, sino de los sujetos de la enunciacin (el que habla, a quien se dirige, y slo en ese uso y circunstancia). La norma de la igualdad de los interlocutores del dilogo se asienta en la for-ma en que el lenguaje reconoce sus propias categoras de la enunciacin.

    Es cierto que la mayora de los sistemas indxicos admiten va-riantes de estas formas bsicas, y as ocurre en el espafol con Nos, Usted, etc., que reflejan categoras sociales, extralingsticas, lo que supone afadir a la capacidad denotativa del Yo y el T notas inten-sivas de categora social, cortesa, etc.

    La lengua reconoce como categora del discurso al que habla, el YO, y a quien se habla (escuche o no), el T, y solamente en los usos concretos ese Yo, ndice de ostensin de la persona que est en el uso de la palabra, puede denotar un sentido afadido que se refiere a la dignidad profesional (obispo, rey, etc.) y susti-tuirse por Nos; o bien, respecto a la segunda persona, afadir senti-do de respeto, de desconocimiento, de distancia, de edad, etc., y sustituir el T por Usted. pero el Nos y el Usted no cambian en

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    Pragmtica 51

    absoluto la categora lingstica del Yo y el T, y son YO ms una situacin personal, T ms una relacin cualificada.

    El dilogo se realiza siempre de la misma manera, como un in-tercambio verbal entre la primera y la segunda personas gramatica-les, con las posibles variaciones formales que impone la referencia concreta a la situacin personal de los hablantes, que, insistimos, tiene carcter y valor extralingsticas y no tiene que afectar a la actividad lingstica.

    A esta primera norma de la igualdad lingstica de losinterlocu-tares y la subsiguiente libertad de intervencin de todos ellos, si-guen otras leyes derivadas en forma inmediata. La participacin de los hablantes ha de ser activa. No es suficiente, como ya hemos anunciado ms arriba, que uno hable y el otro escuche: es norma regulativa del dilogo que sus sujetos intervengan como hablantes y como oyentes. Es descorts -es decir, va en contra de la norma social- no hablar, y es descorts no escuchar.

    Esta norma no afecta solamente al tiempo de desarrollo del di-logo, se extiende tambin a la situacin previa, al igual que ocurre en la conversacin social, aunque en formas diferenciadas.

    La concurrencia de interlocutores para un dilogo preparado en lugar y tiempo convenidos, inicia la situacin de dilogo con una fase previa que reconoce tambin sus propias normas. La norma social nos impone intercambio de palabras, de saludos, de frases ldicas que eviten el silencio, pues ste puede parecer hostil. El uso de gestos, movimientos, o actitudes corporales amistosas no es sufi-ciente: una sonrisa repetida se hace inoportuna a la tercera vez y lo mismo ocurre con una inclinacin de cabeza repetida o cualquier otro signo no verbal. El cine ha puesto en imgenes la tensin que deriva de tales gestos repetidos sin palabras: los saludos incesantes de Charlot tienen esa finalidad cmica y denotan timidez.

    Los elementos encuadrantes del dilogo (Greimas, 1982, 121) se concretan en frases de cortesa y parecen ser una constante, en todas las culturas. Se puede sostener que es funcin importante del lenguaje evitar los silencios, y es completamente imposible en

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