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CAPITULO XVI

VIAJE POR EL MAGDALENA.—HONDA

La vista del río.—Mejoras en el tránsito introducidas por el ferrocarril de La Dorada.—Honda antes del terremoto de 1805.—El ferrocarril de La Dorada.—Sus proyectistas.—Aspectos de la población.—El clima del río.—La bajada.—Puerto Niño. —Buenavista.—Nare.—Puerto Be-

Como se ha visto, el Magdalena y sus Vapores constituyen, á mi modo de ver, el primero de los intereses materiales de Co­lombia, y puesto que íbamos á viajar por él parecía justo que tuviésemos una ligera idea de las esperanzas y de los beneficios que nos unen con su majestuosa corriente. En obsequio de esta idea espero que se me perdonará la tal vez fastidiosa disquisición que precede.

Nunca he llegado á las orillas de este río sin experimentar á su vista una sensación de respeto y simpatía. Cuando por pri­mera vez lo conocí recibí tan sólo una impresión de grandeza y de fuerza con el volumen de sus aguas y el movimiento incesante de sus ondas hacia el mar. Después, cuando pude recapacitar en el servicio que nos presta, en el vínculo de unión con que liga todas las partes de nuestro territorio, en su relación con todo lo que es progreso y vida nacional, en las esperanzas que de li­garse con él fincan todos nuestros pueblos,— lo he mirado siem­pre como una divinidad protectora que guarda el secreto de nues­tro destino: á su presencia he sentido despertarse en mi alma algo como sentimientos de veneración y amor filial, y nunca, al embarcarme en él, he dejado de sentir alegría y aun orgullo. Los

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166 Arranea plumas

que habitamos en el corazón de las altas montañas, habituados al obstáculo que para movernos nos oponen sus formidables ba­rreras, sentimos, al vemos en la ribera de ese gran río, que para nosotros se abre yá sin estorbos la distancia infinita, y un soplo de libertad viene á alegrar nuestras almas.

Llegaba á la playa de Arrancaplumas, en donde en otro tiempo hubiera necesitado esperar la llegada de una canoa para atravesar el río con incomodidad y no sin peligro. Ahora yá en­contré allí una barca en la que pueden pasar cargadas las muías, y, con desahogo relativo el pasajero, en sólo dos ó tres minutos. Yá Honda no es, como en otro tiempo, la ciudad de las dificulta­des; yá no es necesario pasar en hombros humanos la Quebrada Seca; yá no es preciso esperar la llegada de mozos de cordel para transportar á la posada, con grandes gastos, la montura y el equipaje. Un ferrocarril recibe al viajero en la orilla del río y lo transporta cómodamente al centro de la ciudad.

Era ésta hasta principios de este siglo un centro comercial de primer orden. Como lo atestiguan todavía con lenguaje mudo, pero de solemne tristeza, sus grandes ruinas, no menos de 20,000 habitantes debían de dar en otro tiempo animación y vida á sus calles; estrechas y llenas de almacenes al pie, levantadas en an­fiteatro sobre la colina rocallosa, que la embaraza casi desde la orilla del río, espaciadas y cómodas en la meseta que la domina hacia el Occidente. El río Gualí, que baja de la cordillera Central, la divide en dos partes, iguales probablemente, en oti'o tiempo, hoy mucho más poblada la del costado derecho ó Sur, en donde quedan más habitaciones en pie, sin duda porque la conmoción subterránea que la destruyó encontró resistencia á sus vibracio­nes en la durísima roca que la sostiene hacia ese lado. Los es­combros de grandes lienzos de paredes de cal y canto, de gran­des arcadas de granito de sus conventos, los árboles centenarios que surgen de entre las ruinas, los restos inconmovibles de los estribos de un gran puente, volcados hoy sobre el torrentoso Gualí,—todo demuestra que esa ciudad, destruida por un espan­toso terremoto el 16 de Junio de 1805, á las once de la noche,

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Las ruinas de Honda 167

era no menos rica y poblada que Cartagena y asiento de más riqueza comercial que Bogotá.

Era tal el letargo en que vivían nuestros padres bajo el ala paternal de la metrópoli española, que no ha quedado una descripción, aun la más somera, de esa catástrofe. Un periódico fundado en 1791 en Bogotá por el entonces bibliotecario, señor Manuel del Socorro Rodríguez, natural de Cuba, el Papú Pe­riódico, había suspendido su publicación algunos años antes, y otro fundado tres años después del terremoto, por el nunca bien lamentado patriota y mártir, Francisco J. de Caldas, tampoco publicó noticia alguna acerca de ella. Las únicas que conservo son las que cincuenta años há alcancé á oír allí mismo á uno de los últimos testigos presenciales de ese acontecimiento, el señor Pablo Crespo.

Según él. Honda era la residencia principal de los comer­ciantes españoles que hacían para el interior del Nuevo Reino introducciones directas de la Península; algunos de los cuales, decía el señor Crespo, no reputaba bueno el día en que sus ventas no alcanzaban á mil pesos al contado. Ambas orillas del Gualí estaban cubiertas de magníficas huertas y jardines, detrás de los cuales se levantaban espléndidas casas altas de azotea, pro­vistas de abundantes y frescas fuentes, residencia de esos afor­tunados magnates. Las corporaciones monásticas, numerosas y ricas, elemento dominante de la vida social en esos tiempos^ habitaban en grandes conventos y hacían fiestas religiosas de mucha pompa y magnificencia. Arboles coposos, frutales magní­ficos, palmeras elevadas, mantenían por dondequiera una agra­dable sombra á los ardores del clima. Numerosos esclavos ser­vían en las casas, manejaban las recuas de muías y cultivaban los campos. Detrás de Honda, al pie de la Cordillera, á seis le­guas de distancia, demoraba la ciudad de Mariquita, Real de minas, adonde afluían y eran beneficiados los minerales de la. cordillera Central, sirviendo además como lugar de veraneo para familias de Honda. Era esta otra ciudad de no menor impor­tancia, cuyas calles ostentaban caños profundos de piedra labra­da, que alcancé á ver por donde corrían abundantes acequias.

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168 Honda antes del terremoto

para proporcionar aseo á las habitaciones y riego permanente á á sus deliciosos jardines. A juzgar por la extensión de las ruinas, esa ciudad cubría media legua de largo por una milla de anchu­ra, y la abundancia de almendrones, caimitos, aguacates de la mejor variedad que he visto en todo el país, mangos y otros árboles raros, entre ellos tres ó cuatro canelos, cuya introduc­ción atribuía la tradición oral á Don José Celestino Mutis, daban testimonio de la opulencia de sus moradores, y de que el número de ellos no debía bajar de 12 á 15,000.

Recomponiendo en la imaginación lo que debió de ser Honda, tanto por lo que es hoy como por las descripciones del señor Crespo, al viajero procedente de Bogotá que la contemplase desde el peñón opuesto de Pescaderías, debería presentársele como una de esas mágicas ciudades moriscas levantadas hace cinco ó seis siglos en las faldas de la Sierra de Málaga, bajo el cielo azul de las riberas del Mediterráneo. Un caserío oculto entre el folla­je, coquetamente adornado por la copa estrellada de las palmeras, desordenado y como desvestido para tomar el baño debajo de las ceibas á la orilla del río; alineado en gradería de azoteas sobre las colinas, como en medio de los jardines suspendidos de Ba­bilonia; perdiéndose entre el denso follaje del rumoroso Gualí, y coronado en la cumbre de los collados por la imponente masa de los conventos, asilados siempre al pie de las altas torres de sus iglesias. Creería uno oír la voz confusa y varia de las chus­mas, el relincho de los caballos, el repique de las campanas en lo alto de las torres y hasta las voces del currulao y del bambuco, desprendiéndose de las cuerdas de la bandola, á compás de los golpes del tamboril. Ese ruido cesó: en vez de esas voces de vida, se oyó de repente un rumor de cadenas arrastradas sobre el pavimento; un trueno sordo repercutió bajo la mansión de los hombres, quienes sintieron un desvanecimiento semejante al ma­reo, y antes que nadie se diese cuenta de lo que pasaba, paredes y techos se desplomaron sobre los míseros moradores, dejándolos aplastados en gran número. Muy pocas casas quedaron en pie; quizá 10 ó 12,000 personas hallaron la muerte entre Honda y Mariquita; cesó por muchos años, tal vez por siglos, el rumor de

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El foTocarril de la Dorada 169

la actividad comercial, y sobre la grieta de los muros que antes abrigaban al hombre, se engarzan hoy las raíces de los caracolíes, que levantan sus copas y extienden sus brazos como para ocultar á los hijos del espectáculo de la funesta ruina de sus padres. En lugar de esas visiones de movimiento industrial y esperanza y placer, el espectáculo actual inspira ideas lúgubres. Madiedo, el poeta del Magdalena por excelencia, describió así la impresión que allí se siente á la luz de la luna:

De los cielos la bóveda inmensa. De las olas plateadas el ruido. El silencio del mundo dormido Y del céfiro el blando gemir; Al incierto rumor de la yerba Que en las ruinas tan tristes se mece. De la muerte la voz me parece Que en sus brazos me llama á dormir.

Aún no se ha levantado Honda de la postración á que la redujo el terremoto; pero se levantará de su sueño de ochenta años á la voz de la locomotora que yá resuena entre sus escom­bros. El desnivel del lecho del Magdalena, que interrumpe allí la navegación, ha dado pie á la construcción del ferrocarril de La Dorada, prolongado hoy desde la parte superior de los chorros, frente á la ciudad, hasta Yeguas, catorce millas abajo, y se pro­longará por seis más hasta el pie de la Vuelta de Conejo. Los vapores del alto Magdalena atracan en Arrancaplumas, en el punto en donde principia el Ferrocarril, y los del bajo río llegan sólo hasta Yeguas. Así, este anillo de hierro liga las dos partes del río y mantiene una comunicación cómoda entre Neiva y Ba­rranquilla, ciudades que distan entre sí trescientas leguas. Este ha sido, pues, un gran progreso, que conservará para Honda la importancia de punto de escala obligado en la navegación, aun cuando la construcción de otro camino hacia el interior de Cundinamarca le pueda arrebatar más tarde el comercio de trán­sito de esta última región.

Aunque vagamente se había hablado de la idea de un ferro­carril entre Honda y la playa de Caracoli, al señor Nicolás Pe-

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170 Prolongación posible del ferrocarril

reirá Gamba corresponde el honor de haber dado los primeros pasos prácticos y hecho los primeros sacrificios para darle prin­cipio. Él trajo de Inglaterra en 1873 al ingeniero Mr. C. D. Ro-berts, quien levantó el trazo de un ferrocarril desde Honda hasta la boca de la quebrada de Perrera, abajo de Conejo y calculó su costo en $ 1.500.000, guarismo que asustó á los capitalistas ingleses con quienes aquél estaba en relación. El señor Pereira proyectaba en un principio tan sólo un ferrocarril de tres millas hasta Caracoli y un puente sobre el río Magdalena; pero Mr. Roberts juzgó que en esa pequeña distancia sería la obra muy costosa y no alcanzaría á cubrir el tráfico los intereses del capi­tal y los gastos de servicio y conservación de la obra, por lo cual extendió el proyecto á veintisiete millas más abajo. Luego, en 1881, el Doctor Pío Rengifo, en unión de Mr. Módica, ciudadano americano, tomó á su cargo la empresa, en relación con una casa americana, y otro ingeniero de esta nacionalidad, Mr. Wheeler, rectificó el trazado, acopió durmientes, pidió rieles, y hubiera empezado la construcción, á no haber quebrado la firma de quien los empresarios esperaban los primeros recursos; de suerte que los gastos yá impendidos quedaron á cargo del Doctor Rengifo, arrebatándole una modesta fortuna laboriosamente acumulada. En 1883, en fin, tomó la empresa á su cargo el señor Francisco J. Cisneros, quien, con la actividad norteamericana que lo dis­tingue, en poco más de un año construyó las catorce millas que hoy existen, auxiliados con $ 7,000 por milla con que contribuyó el Gobierno general; pero con un desembolso total de cerca de $ 700,000, es decir, de $ 50,000 por milla. No había transcurrido un mes después de inaugurado ese trayecto, cuando una avenida simultánea, y sin precedentes, del Gualí, el río Perico y el Gua­rinó, se llevó en una noche el puente de hierro de este último río y los de madera de los dos primeros. Súpolo en Barranquilla, en viaje para Europa, el señor Cisneros, y regresando en el acto, con un trabajo de veinticinco días con sus noches, repuso sobre burros de guayacán sumamente sólidos, el puente de Guarinó, levantó de nuevo los otros dos y continuó y ha continuado sin interrupción el tráfico hasta el día. Un mes más tarde estalló la guerra civil, los beligerantes tomaron sucesivamente para el

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Prolongación posible del ferrocarril 171

transporte de tropas y elementos de guerra, los vehículos; los cuales, así como la línea misma, debieron su salvación al tacto de mundo y habilidad del empresario. Habiendo suspendido el Gobierno la subvención ofrecida, la prolongación de la obra está también en suspenso; pero en el estado actual presta un servicio de mucha consideración evitando á los vapores la subida de los chorros que se encuentran desde Yeguas hasta Caracoli, propor­cionando una rebaja notable en el aseguro de las mercancías y acelerando el viaje á los pasajeros. Hoy pertenece este ferrocarril, que su constructor no pudo conservar, al señor J. J. Ribón, ne­gociante colombiano establecido en París.

Es de esperar que en breves años se prolongue al Sur, en busca de las minas de la cordillera Central, quizá hasta Girardot é Ibagué, y no es imposible que, extendiéndose veinticinco o treinta leguas hacia el Norte, se ligue con el ferrocarril de An­tioquia en las vegas del río Ñus, y una por el vapor las dos ciu­dades de Bogotá y Medellín. Con diez años de paz se vería muy próximo ese resultado, que hoy nos parece distante.

La extensión hacia el Sur, hasta Mariquita ó Santana, será también la señal que determine á los comerciantes de Honda y de Manizales á construir un buen camino para cambiar las pro­ducciones de sus respectivas comarcas. Manizales puede introdu­cir con mucho mayor ventaja por la vía de Honda las mercan­cías extranjeras que hoy recibe por la de Puerto Berrío y Me­dellín, por donde tiene que describir un rodeo de setenta y cinco leguas, y por ahí podría también encontrar salida para el café que cosechase en los fértiles valles y laderas del Chinchiná y el Otun, del Guacaica y el Tapias.

Honda será, pues, siempre un lugar comercial importante. Hoy, sin embargo, parece vivir trabajosamente. Como punto estratégico á causa de sus conexiones con el Alto y Bajo Magda­lena, con Antioquia y con Bogotá, está particularmente expuesto á las violencias de las guerras civiles, y esto es, sin duda, lo que ha hecho decrecer su comercio, en otro tiempo importante, del cual se han retirado, en los últimos años, casas importadoras

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172 Los pobladores de Honda

que sostenían un movimiento notable. El Ferrocarril y la barca ejecutan hoy los trabajos antes desempeñados por los comisio­nistas, arrieros, mozos de cordel y bogas; sus calles carecen de animación, y sus almacenes parecen tan sólo ocupados á medias.

Una población distinta en el color, las costumbres y los ali­mentos, de la que habita las montañas, se encuentra allí. La raza mezclada de blanco y africano prevalece; el castellano se habla con un dejo prolongado sobre el final de las palabras; las formas angulosas y secas y el color pálido-amarillento, llamado vulgarmente jipato, se nota en las mejillas de los blancos, en lugar de la carnación redonda y rosada de las gentes de tierra fría; hay menos amabilidad en las maneras y bastante más al­tivez en las fisonomías. Yá no se ven la papa, ni las habas ni las arvejas, ni la chicha de las tierras altas; trasciende el olor á Ijescado; el plátano, el arroz, el ñame y la yuca son los alimentos principales; el aguardiente es casi la única bebida estimulante de la clase trabajadora, y el traje de color negro ó gris, usado en el interior, cede el puesto al de blanco y rojo, preferidos por el gusto africano ó exigidos por el calor del clima. En lo general esas poblaciones del Magdalena parecen mejor alimentadas que las de las montañas: el maíz hace las veces del trigo, el cual, por un fenómeno que no acierto á comprender, se consume desde Guaduas, de procedencia norteamericana, en mayor cantidad que el de la sabana de Bogotá.

Los agricultores de la altiplanicie no han hecho hasta ahora un solo esfuerzo por extender el radio del consumo de sus trigos hacia el Magdalena, en donde pudiera encontrar salida para al­gunos miles de cargas al año. Una asociación de los productores pudiera repartir entre cuarenta ó cincuenta personas el gasto de algunos ensayos, que no sería gravoso para ninguno y abriría el camino á cambios fecundos; por ejemplo, con el pescado de aquel río, que sólo en cuaresma, y á precios exorbitantes, de 40 ó 50 centavos la libra, llega á esta ciudad.

El clima de Honda y el de todo el Magdalena, á bordo de los vapores, es perfectamente sano: la fiebre perniciosa, ó tal vez

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El clima 173

la amarilla, es casi desconocida, y suelen confundirse con ella las insolaciones causadas, por exceso de exposición á los soles ardien­tes de esa región, en personas poco acostumbradas a esas in­fluencias. Para conservar buena salud basta precaverse del sol en las horas medias del día, mantener abrigo moderado durante la noche, y evitar los excesos de la comida y de bebidas alcohó­licas. Stanley, el famoso descubridor africano, opina también que el uso de frutas conservadas en vinagre es funesto en los climas africanos, con los que los nuestros del Magdalena deben tener bastante analogía, bien que aquí el calor es más moderado que allá. El uso del catre de lona, sin aditamento de una estera de chíngale y una frazada de lana, suele ser dañoso, porque durante la noche se producen enfriamientos en la temperatura, que, sin suficiente abrigo, pueden ocasionar fiebres. El café negro al levantarse de la cama es una precaución higiénica muy saludable; también lo es el empleo del jugo de naranja agria con la sopa ó con la carne, á la cual comunica un sabor agradable. Las carnes y pescados conservados en latas, los mangos, el plá­tano crudo, la patilla, el aguacate y el melón deben proscribirse. El agua, de panela fría, llamada en algunas partes de Venezuela Agua-Páez, es una bebida refrescante y sana, de la cual, sin embargo, no debe abusarse. Las personas acostumbradas en tie­rra fría al uso de ropa interior de lana, deben conservarla en el Magdalena. Las dos terceras partes de los casos de fiebre tienen su principio en un enfriamiento ó en una indigestión. El baño de fricción con agua y alcohol es muy conveniente para las per­sonas de salud delicada. Al sentir pesada la cabeza y perezoso el cuerpo, debe tomarse un laxante ligero tres ó cuatro horas después de almorzar ó de comer. En caso de fiebre, y en ausen­cia de médico, es bueno tomar un purgante ó un vomitivo, beber limonadas, frías ó calientes, y tomar quinina, al declinar la fie­bre, en dosis de seis á diez granos. Esta es la experiencia vulgar.

Muy agradable es el viaje de bajada en los vapores del Mag­dalena. A diferencia de lo que sucede en países más civilizados.

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174 Principio del viaje

—en donde, á menos de introducción especial, no hay comunica­ción alguna entre los pasajeros,—entre nosotros, un cuarto de hora después de comenzado el viaje principia la conversación general, y á pesar de la ausencia de etiquetas y formalismos, reina en las relaciones no poco de benevolencia y cultura. Si hay señoras y niños es doble garantía que reinarán atención, respe­to y buen humor durante el viaje.

A las 9 de una mañana fresca y despejada emprendimos el nuestro.

El vapor se desprendió de la orilla en busca de la mitad del río, giró lentamente sobre sí mismo para poner la proa en dirección de la corriente, dio un largo pitazo como anuncio de su partida, y empezó su marcha majestuosa hacia el mar. Pronto se perdieron de vista la playa y el peñón de Caracoli, y el paisaje cambiaba con frecuencia, á medida de las vueltas frecuentes del río, estrechado por las últimas líneas de contra­fuertes de las cordilleras Central y Oriental. Estas cordilleras parecen haber estado unidas aquí y después rotas por las aguas del Magdalena, que en otro tiempo debieron de correr en un lecho más elevado, según parece observarse en los estratos de sus banco á una y otra orilla. De trecho en trecho aparecen humil­des chozas de leñadores acompañadas de pequeñas plataneras y de algunos árboles frutales, en la orilla de los barrancos por donde desaguan las lluvias del invierno solamente, pues esas sabanas altas, sobre todo del lado cundinamarqués, parecen es­casas en aguas corrientes, y por lo mismo son poco adecuadas á la agricultura. En la ribera tolimense ú occidental parece más fértil el suelo, cubierto á trechos de gramíneas, quizás no muy suculentas, á juzgar por el aspecto desmedrado de los pocos ga­nados que pacen allí.

El horizonte es estrecho y tiene por rasgo dominante la forma rara de los peñones de Guarinó y del Golilludo; semeja éste la cabeza y el cuello de un hombre adornado con una gran golilla de las usadas en el siglo XVI en la corte española. Al llegar á Conejo las cordilleras se separan, el valle se ensancha, y los

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Vegetación de las Otilias 176

tendidos en que el río conserva una dirección recta son de más extensión. En cuarenta y cinco minutos recorrimos las cuatro le­guas que separan á Yeguas de Caracoli, y en veinticinco minu­tos las dos leguas restantes hasta Conejo.

La vegetación de las orillas del río cambia de aspecto, se­gún que en ellas ha habido cortes de leña para los vapores ó nó. La vegetación primitiva se compone en lo general de tres líneas distintas: 1^ platanillo, caña brava y sauces pequeños; 2* gua- '• &-rumos, balsos, guaduas y payandés; 3^ ceibas, caracolíes, cau­chos, capoticos y palmas reales. Más hacia el interior, en los lu­gares altos y secos, principian los árboles de corazón, como el guayacán, el diomate, el cumula, el aceituno, etc. En las orillas que han sido desmontadas, y por consiguiente ocupadas por el hombre, dominan el guásimo, el gualanday, la palma de coco, el mango, el ciruelo, y á las veces el árbol de pan: todos ellos alimenticios ó medicinales, sobre todo el guásimo y el gualanday. Útil el primero por las propiedades refrescantes, tanto de su som­bra como de su corteza y fruta que, disueltas en agua, se aplican en baños contra las inflamaciones externas, y endulzadas con panela, como una poción calmante para combatir la acción de los ardores del sol; el gualanday es un admirable específico para curar las úlceras y las erupciones cutáneas, aplicado en baños, y en fricciones con la miel preparada de la infusión de su corteza.

Sólo en un sitio inmediato á Conejo, que se me dijo pertene­cía á una señora vecina de Honda, había señales de habitación permanente, en una casa de regular capacidad, blanqueada y rodeada de árboles frutales y corrale jas; en el resto de las ri­beras veíanse ranchos pequeños é incómodos, construidos por le­ñadores con el designio de abandonarlos tan luego como el bos­que se aleje algún tanto de la playa y haga difícil el transporte de la leña á la orilla del río. El hombre no hace todavía mansión permanente en esas riberas, quizás por temor de ser despojado de sus mejoras por algún propietario codicioso, ó por la dificul­tad de obtener títulos de propiedad sobre la tierra mejorada con su trabajo. Es de presumir que si se diesen facilidades para la adquisición de aquellos títulos, los pobladores del Magdalena

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176 Puerto-Niño

serían menos trashumantes en sus costumbres, y procurarían ro­dearse de mejores comodidades en esos primeros establecimientos de colonización.

De Conejo para abajo. Puerto Niño, en la orilla derecha ú oriental, es el primer punto que llama la atención del viajero, con dos pequeñas casas pajizas, de construcción algo más cuida­dosa, provistas de cocina separada y con el acompañamiento de pequeñas plataneras, manga de pasto, labranzas de maíz y de yuca, y algunos árboles frutales. Esas habitaciones fueron cons­truidas en lo que se consideró el término de un camino que debía poner en comunicación directa el interior del Estado de Boyacá con el Magdalena, y fue bautizado el sitio con el nombre de uno de los más notables patriotas boyacenses de la época de la In­dependencia, sacrificado por la ferocidad de Morillo. Allí se en­cuentra leña para los vapores, plátanos y yucas frescos, á las veces carne y pescado, y hacía los honores de una de las casas una mujer bogotana, de modales agradables, alegre y benévola. Cómo dejó la residencia y la sociedad de Bogotá por la vida de esa soledad terrible, de ese clima ardiente y de esa falta total de comodidades, no pude saberlo. Vivía contenta, gozaba de buena salud, y sin duda hacía la felicidad de un marido tolimense, de esos que aman el río como otros aman la heredad de sus padres, que prefieren las canoas al mejor caballo, el pescado á la carne vacuna, y á quienes la sola vista de las montañas causa nostalgia.

Del camino que tantas esperanzas despertó, solo quedan las casas de Puerto-Niño y quizá uno que otro establecimiento agrí­cola en las márgenes del río Minero.

Más abajo se presenta, en la ribera izquierda, el bello caserío de Buenavista, á orillas del río de La Miel, en donde principia el territorio antioqueño.

En otro tiempo se construían en este lugar grandes canoas, champanes y aun bongos, probablemente á favor de los árboles colosales que se encuentran en las vegas del río. Hoy, suprimida casi la navegación con palanca y remo, su importancia se reduce á algunas labranzas de cacao, plátanos, maíz y algún ganado. El

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Nare 17T

sitio es bello y parece sano. El valle del río La Miel y de sus tributarios se extiende bastante hacia el interior para permitir tal vez la apertura de alguna vía de comunicación directa hacia Sonsón y Salamina, que daría á este pueblo un movimiento co­mercial considerable.

Pasando algunos leñateos (1), y también algunos regade­ros, en que el lecho del río se extiende considerablemente y for­ma lugares peligrosos para la navegación á causa de las varadas, se llega en invierno, en menos de siete horas de navegación, á Nare; lugar importante por haber sido durante muchos años el único puerto de Antioquia en el Magdalena. Rodeado de panta­nos como está el sitio, la insalubridad del clima ha sido obstácu­lo á la fundación de establecimientos agrícolas, y por consiguien­te á la colonización antioqueña. Las variaciones de la corriente del río han arrebatado gran parte de la barranca y de las casas allí construidas, y hoy el pueblo,—reducido además en su co­mercio de tránsito, por la competencia de otra vía para el interior de Antioquia más hacia el Norte,—es yá una ruina lamentable, y pronto desaparecerá.

(1) Leñateo. Orilla cubierta de bosque en donde se corta leña para los vapores. Además de la choza del leñador, tiene allí éste alguna la­branza que proporciona víveres para su familia.