Cónicas del proceso

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José Barragán Barragán

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Cursó la Carrera de Derecho en Universidad de Valencia, Espa-ña, obteniendo los Títulos de Licenciatura y del Doctorado. Hizo estudios de Historia con-temporánea por la Universidad Menéndez Pelayo de Santan-der, España. Es investigador de Carrera del Instituto de Investi-gaciones Jurídicas de la Univer-sidad Nacional Autónoma de México; Investigador Nacional Nivel III del Sistema Nacional de Investigadores del CONACYT.

Entre sus publicaciones se en-cuentran: El Juicio de Ampa-ro Mexicano y el Recurso de Contrafuero (Valencia, España, 1974). El Juicio de Responsabili-dad en la Constitución de 1824: antecedente inmediato del Jui-cio de Amparo (UNAM, México, 1978). Introducción al Federa-lismo mexicano. La formación de poderes en 1824 (UNAM, México, 1978). El federalismo mexicano: visión histórico cons-titucional (UNAM, 2007).

DR. JOSÉ BARRAGÁN BARRAGÁN

Crónicas del proceso de discusión del Acta Constitutiva de la Federación y de la

Constitución de 1824

JOSÉ BARRAGÁN BARRAGÁN

ÍNDICE

PROLOGO

I. Unas palabras sobre las crónicas

1. Diario de sesiones y crónicas 2. Sobre el periódico 3. La forma como se reimprimen

II. Proceso de discusión del Acta Constitutiva III. Acta constitutiva y Constitución de 1824

1. Dos textos solemnes

2. Dos textos supremos

2.1 Supremacía del Acta hasta la promulgación de la Constitución 2.2 El Acta: base de la Constitución 2.3 El Acta: igual pero distinta de la Constitución 2.4 Juramento del Acta constitutiva

3. Dos textos complementarios

3.1 Según las memorias oficiales 3.2 Testimonio del Senado 3.3 Declaración del Proyecto de Acta de Reformas de 1847

4. Supremacía del Acta sobre la Constitución

4.1 Consecuencias del Pacto 4.2 Las afirmaciones de Cayetano Portugal 4.3 Según el Acta de Reformas de 1847

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CD Anexo 1

Crónicas del Acta Constitutiva de la Federación de1824

Primera junta preparatoria Segunda junta preparatoria Tercera junta preparatoria Cuarta junta preparatoria

Presidencia del Sr. Alcocer

Sesión del día 7 de noviembre de 1823 Manifiesto del supremo Poder EjecutivoSesión del día 8 de octubre de 1823 Sesión del día 10 de octubre de 1823 Sesión del día 11 de octubre de 1823 Sesión del día 12 de noviembre de 1823 Sesión del día 13 de octubre de 1823 Sesión del día 14 de noviembre de 1823 Sesión del día 15 de noviembre de 1823 Sesión del día 17 de noviembre de 1823 Sesión del día 18 de noviembre de 1823 Sesión del día 19 de noviembre de 1823 Sesión del día 20 de noviembre de 1823Proyecto de Constitución para la República Mexicana, presentada al Soberano Congreso Constituyente en la sesión del 20 de nobiembre de 1923 por la comisión nombrada al efectoActa Constitutiva de la Nación MexicanaSesión del día 21 de noviembre de 1823Sesión del día 22 de noviembre de 1823Sesión del día 24 de noviembre de 1823Sesión del día 25 de noviembre de 1823Sesión del día 26 de noviembre de 1823Sesión del día 27 de noviembre de 1823Sesión del día 28 de noviembre de 1823Sesión del día 29 de noviembre de 1823Sesión del día 1 de diciembre de 1823 Voto ParticularSesión extraordinaria del día 1 de diciembre por la tarde Sesión extraordinaria del día 2 de diciembre

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Sesión extraordinaria del día 2 de diciembre por la tarde Sesión del día 3 de diciembre de 1823 Sesión del dá 4 de diciembre de 1823 Sesión del día 5 de diciembre de 1823 Sesión del día 6 de diciembre de 1823

Presidencia del Sr. Mangino

Sesión extraordinaria del día 7 de diciembre de 1823 Extracto del discurso del Sr. Ibarra pronunciandose en la seción extraor-dinaria del día de ayerSesión extraordinaria del día 8 de diciembre de 1823 Sesión del día 9 de diciembre de 1823 Sesión del día 10 de diciembre de 1823Sesión del día 11 de diciembre de 1823Discurso del Doctor Mier sobre la Federación MexicanaSesión del día 13 de diciembre de 1823Sesión extraordinaria del día 14 de diciembre de 1823Sesión del día 15 de diciembre de 1823Sesión del día 16 de diciembre de 1823Voto Particular del sr. Bernardo GonzálezSesión del día 17 de diciembre de 1823Voto particular del Sr. diputado Carpio, sobre el artículo sexto del Proyec-to de Acta constitutivaSesión del día 18 de diciembre de 1823Sesión del día 19 de diciembre de 1823Sesión del día 20 de diciembre de 1823Sesión extraordinaria del día 21 de diciembre de 1823Sesión del día 22 de diciembre de 1823Sesión del día 23 de diciembre de 1823Discurso que pronunció el Sr. Guerra (D. José Basilio) en el Con-greso el día 23 de diciembre de 1823Sesión del día 24 de diciembre de 1823Sesión extraordinaria del día 26 de diciembre de 1823Sesión del día 27 de diciembre de 1823Sesión extraordinaria del día 28 de diciembre de 1823Sesión del día 29 de diciembre de 1823Sesión del día 30 de diciembre de 1823Sesión extraordinaria del día 30 de diciembre de 1823Sesión del día 31 de diciembre de 1823

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Sesión extraordinaria del día 1 de enero de 1824Sesión del día 2 de enero de 1824Sesión extraordinaria del día 2 de enero de 1824RemitidoSesión del día 3 de enero de 1824Sesión extraordinaria del día 4 de enero de 1824Sesión del día 5 de enero de 1824Sesión extraordinaria del día 5 de enero de 1824

Presidencia del Sr. Gordoa

Sesión del día 7 de enero de 1824Sesión del día 8 de enero de 1824Sesión del día 9 de enero de 1824Sesión extraordinaria del día 9 de enero de 1824Sesión del día 10 de enero de 1824Sesión del día 12 de enero de 1824Sesión del día 13 de enero de 1824Sesión del día 14 de enero de 1824Discurso del Sr. Cañedo impugnando el proyecto de Ley para la abolición del tráfico de esclavosSesión del día 15 de enero de 1824 El mismo Sr. contra el atículo 4° de la Ley sobre prohibición del trá-fico de esclavos pronunciado en la seción del 15 de enero de 1824Sesión del día 16 de enero de 1824Voto de los diputados que suscriben, contra la asignación hecha a D. José Joaquín de IturbideSesión del día 17 de enero de 1824Sesión del día 19 de enero de 1824Sesión del día 20 de enero de 1824Sesión del día 21 de enero de 1824Sesión del día 22 de enero de 1824Sesión del día 23 de enero de 1824Sesión del día 26 de enero de 1824Sesión del día 28 de enero de 1824Sesión del día 29 de enero de 1824Sesión extraordinaria del día 29 de enero de 1824Sesión del día 30 de enero de 1824Sesión del día 31 de enero de 1824

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CD Anexo 2

Crónicas del proceso de la discusión la Constitución de 1824

Presidencia del Sr. Godoy

Sesión del día 1 de abril de 1824Sesión del día 2 de abril de 1824Sesión del día 3 de abril de 1824Sesión del día 5 de abril de 1824Sesión del día 6 de abril de 1824Sesión del día 7 de abril de 1824

Presidencia del Sr. Cabrera

Sesión del día 8 de abril de 1824Sesión del día 9 de abril de 1824Sesión del día 10 de abril de 1824Sesión del día 12 de abril de 1824Sesión del día 13 de abril de 1824Sesión del día 14 de abril de 1824Discurso que pronunció el Sr. Portugal en la sesión del día 14 de abril Discurso que pronunció el Sr. Ramírez en la sesión del día 14 de abrilProposicionesSesión del día 20 de abril de 1824Sesión del día 21 de abril de 1824Sesión del día 22 de abril de 1824Sesión del día 23 de abril de 1824Sesión del día 24 de abril de 1824Discurso del Sr. Vélez Sesión del día 26 de abril de 1824Sesión del día 27 de abril de 1824Sesión del día 28 de abril de 1824Sesión del día 29 de abril de 1824Sesión del día 30 de abril de 1824Sesión del día 1º de mayo de 1824Sesión del día 3 de mayo de 1824Sesión del día 4 de mayo de 1824Sesión del día 5 de mayo de 1824

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Presidencia del Sr. Gómez Anaya

Sesión del día 6 de mayo de 1824Sesión del día 7 de mayo de 1824Sesión del día 8 de mayo de 1824Sesión del día 10 de mayo de 1824Sesión del día 11 de mayo de 1824Sesión del día 12 de mayo de 1824Sesión del día 13 de mayo de 1824 Sesión del día 14 de mayo de 1824 Sesión del día 15 de mayo de 1824Sesión del día 17 de mayo de 1824Sesión del día 18 de mayo de 1824Sesión del día 19 de mayo de 1824Sesión del día 20 de mayo de 1824Sesión del día 21 de mayo de 1824Sesión del día 22 de mayo de 1824Sesión del día 24 de mayo de 1824Sesión del día 25 de mayo de 1824Sesión del día 26 de mayo de 1824Sesión del día 28 de mayo de 1824Sesión del día 29 de mayo de 1824Sesión del día 31 de mayo de 1824Sesión del día 1º de junio de 1824Sesión del día 2 de junio de 1824Discurso pronunciado por el Sr. Diputado Romero, en la sesión del día 2 de junio de 1824Sesión del día 3 de junio de 1824Sesión del día 4 de junio de 1824Sesión del día 5 de junio de 1824

Presidencia del Sr. Marín

Sesión del día 8 de junio de 1824Discurso que Excmo. Sr. Ministro de la Guerra pronunció en la sesión del día 8 del corrienteSesión del día 9 de junio de 1824Sesión del día 10 de junio de 1824Sesión del día 11 de junio de 1824

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Sesión del día 12 de junio de 1824Sesión del día 14 de junio de 1824Sesión del día 15 de junio de 1824Sesión del día 16 de junio de 1824Sesión del día 18 de junio de 1824Sesión del día 19 de junio de 1824Sesión del día 21 de junio de 1824Sesión del día 22 de junio de 1824Sesión del día 23 de junio de 1824Sesión del día 25 de junio de 1824Sesión del día 26 de junio de 1824Sesión del día 28 de junio de 1824Sesión del día 30 de junio de 1824Sesión del día 1º de julio de 1824Sesión del día 2 de julio de 1824Sesión del día 3 de julio de 1824Sesión del día 5 de julio de 1824

Presidencia del Sr. Zaldívar

Sesión del día 6 de julio de 1824Sesión del día 7 de julio de 1824Sesión del día 8 de julio de 1824Sesión del día 9 de julio de 1824Sesión del día 10 de julio de 1824Sesión del día 12 de julio de 1824Sesión del día 13 de julio de 1824Sesión del día 14 de julio de 1824Sesión del día 15 de julio de 1824Sesión del día 16 de julio de 1824Sesión del día 17 de julio de 1824Sesión del día 19 de julio de 1824Sesión del día 20 de julio de 1824Sesión del día 21 de julio de 1824Sesión del día 22 de julio de 1824Sesión del día 23 de julio de 1824Discurso del Sr. Izazaga sobre la traslación de los Supremos Poderes a QuerétaroSesión del día 24 de julio de 1824

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Sesión del día 26 de julio de 1824Sesión del día 27 de julio de 1824Sesión del día 28 de julio de 1824Sesión del día 29 de julio de 1824Sesión del día 30 de julio de 1824Sesión del día 31 de julio de 1824Sesión del día 2 de agosto de 1824Sesión del día 3 de agosto de 1824Sesión del día 4 de agosto de 1824Sesión del día 5 de agosto de 1824

Presidencia del Sr. Ibarra

Sesión del día 6 de agosto de 1824Sesión del día 7 de agosto de 1824Sesión del día 9 de agosto de 1824Sesión del día 10 de agosto de 1824Sesión del día 11 de agosto de 1824Sesión del día 12 de agosto de 1824Sesión del día 14 de agosto de 1824Sesión del día 16 de agosto de 1824Sesión del día 17 de agosto de 1824Sesión del día 18 de agosto de 1824Sesión del día 19 de agosto de 1824Sesión del día 20 de agosto de 1824Sesión del día 21 de agosto de 1824Sesión del día 23 de agosto de 1824Sesión del día 24 de agosto de 1824Sesión del día 25 de agosto de 1824Sesión del día 26 de agosto de 1824Sesión del día 27 de agosto de 1824Sesión del día 28 de agosto de 1824Sesión del día 31 de agosto de 1824Sesión del día 1º de septiembre de 1824Sesión del día 2 de septiembre de 1824Sesión del día 3 de septiembre de 1824Sesión del día 4 de septiembre de 1824Sesión del día 6 de septiembre de 1824

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Presidencia del Sr. Zavala

Sesión del día 7 de septiembre de 1824Sesión del día 9 de septiembre de 1824Sesión del día 10 de septiembre de 1824Sesión del día 11 de septiembre de 1824Sesión del día 13 de septiembre de 1824Sesión del día 14 de septiembre de 1824Sesión del día 15 de septiembre de 1824Sesión del día 16 de septiembre de 1824Sesión del día 17 de septiembre de 1824Sesión del día 18 de septiembre de 1824Sesión del día 20 de septiembre de 1824Sesión del día 21 de septiembre de 1824Sesión del día 22 de septiembre de 1824Sesión del día 23 de septiembre de 1824Sesión del día 24 de septiembre de 1824Discurso que pronunció es Sr. Portugal en la sesión del día 24Sesión del día 25 de septiembre de 1824Sesión del día 27 de septiembre de 1824Sesión del día 28 de septiembre de 1824Sesión del día 29 de septiembre de 1824Sesión del día 30 de septiembre de 1824Sesión del día 1º de octubre de 1824Sesión del día 2 de octubre de 1824Discurso pronunciado en el Congreso Constituyente General por el Sr. Seguín del día 10 de septiembre de 1824Discurso pronunciado en el Congreso Constituyente General por el Sr. Castillo del día 2 de octubre de 1824Sesión del día 3 de octubre de 1824Sesión del día 4 de octubre de 1824ManifiestoSesión del día 5 de octubre de 1824Discurso que pronunció el Presidente del Supremo Poder Ejecutivo, General Don Guadalupe Victoria, después de haber jurado en el Salón del Soberano Congreso la Constitución Federal

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PROLOGO

“Para dictar la forma de gobierno, basta saber cuál es la voluntad de los pueblos y ésta es una cuestión de hecho y no de derecho”1

El propósito de este libro no es otro, sino el de poner al alcance del lector los de-bates y discusiones, que se presentaron con motivo del proceso de aprobación del documento fundacional de la federación mexicana, o Acta constitutiva del 31 de enero del año de 1824, pensando en que esta información, sin duda, contribuirá enormemente al mejor conocimiento de las características más sobresalientes de nuestro Federalismo.

Para seguir un cierto orden, en primer lugar y como parte de esta introducción ge-neral, vamos a tratar de explicar brevemente la importancia de estas crónicas perio-dísticas de aquella época sobre los debates y discusiones, habidas en el curso de las sesiones del Congreso Constituyente de 1823-1824; en segundo lugar, tratamos de explicar el curso del debate mismo relativo a los puntos mas importantes, entre los cuales está el de la soberanía.

1 Palabras del diputado michoacano Solórzano, discutiendo el tema de la soberanía, en los términos previstos en el proyecto de Acta Constitutiva, cuyo debate se incorpora en este libro.

Crónicas del proceso de discusión del Acta Constitutiva de la Federación y de la Constitución de 1824

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I. Unas palabras sobre las crónicas

Como bien sabe el lector, la crónica parlamentaria es una narración periodística, relativa a la actividad observada en el curso de las sesiones de las asambleas legisla-tivas. Eso mismo son las crónicas que aquí se han incorporado. Están tomadas del periódico Águila Mexicana y fueron complementadas, como en cada caso se expre-sará, con algunos textos tomados del otro gran periódico de aquella época llamado El Sol. No las debemos confundir con las actas oficiales y, en su caso, con el Diario de debates, no obstante que las crónicas sean una reproducción fiel de dichas actas, como lo hemos podido verificar de los períodos en que tenemos a la vista el acta oficial y la crónica correspondiente.

Ahora bien, de la etapa en que se discute el Acta Constitutiva, no se han localizado sus actas oficiales. Solamente contamos con las crónicas periodísticas, lo cual realza su importancia y el interés de su servidor en divulgarlas ahora en una edición especial.

1. Diario de sesiones y crónicas

Efectivamente, por circunstancias que ciertamente no acabamos de comprender, los volúmenes de Actas y Diario de Sesiones del Soberano Congreso Constituyente escasearon tanto entre los estudiosos mexicanos, que incluso llegó a dudarse de que alguna vez hubieran existido, o por lo menos se les suponía ya desaparecidos, sin haber dejado constancia alguna.

Sin embargo, nos dimos a la difícil tarea de localizar y recuperar este libro de Actas y Diario de Sesiones, en su versión original, sin duda alguna, el primer libro en impor-tancia, por su contenido, de la bibliografía mexicana de la Independencia y la fuente más válida de conocimiento de la obra del Constituyente.

Los trabajos de investigación han dado ya muy buenos frutos, pues indagando en diversos lugares de la República, se ha logrado rescatar gran parte de los volúmenes que al parecer se imprimieron por orden del Congreso como Actas y Diario de Sesio-nes, lo cual permitió que en 1980 fueran publicados 10 volúmenes con el título de Actas Constitucionales Mexicanas 1821-1824, bajo el cuidado del que esto escribe.

En efecto, nadie puso mayor empeño por dejar constancia escrita de todas y cada

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una de las palabras y actos de los partícipes de estos Cuerpos Soberanos, que ellos mismos. Ya la Soberana Junta Provisional Gubernativa en la sesión del día 4 de di-ciembre de 1821, el sr. D. José María Cervantes manifestó que eran “corridos más de dos meses desde la instalación de esta Soberana Junta, y aún no ve el público impresas sus Sesiones, sin embargo de haberlo yo reclamado. Me consta que en la Secretaría están corrientes las Actas; si es del grado de V. M., pido se recuerde a la Comisión la actividad en este asunto”. En realidad se trata sólo de Actas, levantadas por los secretarios, y no propiamente de un diario, pues no contaba la Junta con el equipo de taquígrafos necesario.

Más adelante, nombrará una Comisión especial para que se ocupe de hacer venir a los taquígrafos “ofreciéndoseles para que vengan con gusto, que serán dotados competentemente muy luego que se vean sus trabajos”; no obstante estos esfuer-zos, no pudo la Junta formar su equipo de taquígrafos. Con todo, ahí tenemos edi-tado, por la imprenta imperial de D. Alejandro Valdés, el Diario de las Sesiones de la Soberana Junta Provisional Gubernativa del Imperio Mexicano, un solo volumen de 354 páginas, de donde hemos tomado las citas transcritas.

El empeño del primer Congreso Constituyente, por recoger íntegras las interven-ciones de sus diputados se encontrará con los mismos problemas que tuvo la Junta Provisional. No pudo menos que contentarse con levantar sólo sus Actas, que tal es el contenido de los tres primeros volúmenes, impresos por Valdés durante el año de 1822, intitulados Actas del Congreso Constituyente Mexicano, tomo I, con dos folia-turas, de 122 páginas la primera y 363 la segunda; tomo II, de 511 páginas; mientras que el tomo IV, incorporados ya los taquígrafos, lleva el título de Diario de las Se-siones del Congreso Constituyente de México, imprenta de Valdés, 1823, y comprende desde la reinstalación del Congreso, el día 7 de marzo de 1823, hasta la sesión del 13 de mayo del mismo año, con un total de 478 páginas.

Presentes los taquígrafos, y habiéndose reinstalado el Congreso después del pro-nunciamiento de Casa Mata, puede presumirse que el Diario de Sesiones se impri-mió regularmente, como deducimos por la aparición del tomo IV. En consecuen-cia, debieron publicarse también el tomo V, el VI, etcétera, hasta completar la obra del Constituyente, quien puso fin a sus sesiones el 30 de octubre de 1823.

La misma normalidad cabe presumir en la impresión de las sesiones del segundo Cons-

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tituyente, apenas conmovido por el cuartelazo del general Lobato, de conformidad con las disposiciones que, para su debida impresión, se habían adoptado desde marzo de 1822 (véase la sesión del día 23 de marzo y siguientes).

Sin embargo, aquí empiezan las lagunas. Sólo volvemos a encontrar nuevos volú-menes del Diario de Sesiones correspondientes a meses muy posteriores, como es el tomo que recoge las sesiones del mes de abril de 1824, o el del mes de mayo tam-bién de 1824, y aún de los meses siguientes. Nada más. El enigma subsiste respecto al periodo comprendido entre los meses de mayo de 1823 y marzo de 1824, sobre todo, no obstante el hecho de contar con innumerables testimonios sobre la conti-nuidad en su reimpresión y circulación por todo el territorio nacional.

Así, por ejemplo, durante la sesión del 19 de abril de 1823, urgiendo Mangino y Valle la pronta aparición de las impresiones, se dice que están en prensa, a un tiempo, tres tomos de las sesiones. No sabemos bien a qué tres tomos se refiere, toda vez que esta aclaración viene en el tomo IV, arriba mencionado. Más adelante, el 12 de mayo, in-cluida también en dicho tomo IV, se lee un oficio de la Secretaría del Despacho de Re-laciones avisando: “El recibo de cuatro números de sesiones impresas del Congreso”.

Sin duda alguna, el término de “cuatro números”, alude a las entregas parciales, que era la forma normal de su circulación, para ganar tiempo en su difusión. Más ade-lante se dice: “Siguen [los taquígrafos] con exactitud la palabra en cuanto pueden oír, lo cual no hacen los de Londres”.

Expresiones laudatorias de Mier, para indicar que se están recogiendo fielmente to-das las palabras de la intervención, y no solamente las frases principales como debía ocurrir en Londres, según el mismo Mier. En esta ocasión se dijo que eran cinco los taquígrafos que venían trabajando durante las sesiones.

Incluso, en el año de 1825, encontramos la siguiente aclaración en el Sol del día 26 de septiembre:

... los diversos originales sacados por los taquígrafos [que] se podía decir que no les faltaba una sílaba de cuanto se había dicho.2

2 Sesión del día 24 de septiembre de 1825 de la Cámara de Diputados.

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Pues bien, de tales originales, que los mismos taquígrafos debían transcribir al es-pañol, los secretarios del Congreso remitían sendos extractos a la Cámara de Se-nadores para su conocimiento. Por todo lo cual creemos plena de contenido la ob-servación de que: “... todos estos pormenores, cuyas actas corren impresas y son bastantes comunes en las bibliotecas de los mexicanos ilustrados”, formulada en Apuntes biográficos de los trece religiosos dominicos..., impresa en México en 1861.

Este tipo de advertencias y notas, consignadas en los libros de Actas y Diario de Sesiones, o que se reproducen en la crónica correspondiente de algún periódico de la época, así como el testimonio frecuente del empeño de aquellos congresos por hacer llegar a todas las autoridades y ayuntamientos del país dichos libros, ha repre-sentado la mejor guía en las labores de localización y recuperación de tan apreciado material.

Del estudio incipiente de las investigaciones puede colegirse la gran importancia de publicar el presente libro de Crónicas. La impresión se contrae a la obra fun-damental de aquel Congreso, insuficientemente conocida, debido quizá a que las señaladas para el libro de Actas y Diario de Sesiones, coinciden con los periodos de tiempo en que se presentó y discutió el Proyecto de Acta Constitutiva.

En efecto, la crónica parlamentaria, en este particular, viene a suplir la laguna del Diario, pasando al primer plano de fuente directa de la obra del Constituyente de 1824, como testimonio privilegiado de la participación de la opinión pública de la época en las tareas de su Congreso; las páginas de esos periódicos atestiguan viva-mente el singular proceso de la conformación nacional.

Las crónicas del Águila Mexicana, lo mismo que las insertas por El Sol, o por el periódico de Guadalajara Iris de Jalisco, gozan de un doble valor especial: el que les otorga su carácter de registros auténticos de las incidencias parlamentarias o valor oficial –diríamos- y el que se deriva del peculiar sentido ideológico que cada periódico les imprime. De ahí que disfruten de una significación distinta a la que tienen las recopilaciones de J. A. Mateos, las de Montiel y Duarte, o las de los pro-pios originales.

El aspecto “oficial” de la crónica parlamentaria que hacen los periódicos se refiere a su contenido esencial, breve o extensamente tratado. Las apostillas, o los reparos

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que la Secretaría del Congreso y los propios interesados pueden poner (y de hecho pusieron) a la versión publicada reafirman este carácter “oficial” de la crónica, en lugar de hacerla sospechosa, como pudiera pensarse, a la vez que es una garantía de fidelidad para el investigador y el lector.

En tiempos de la Soberana Junta Provisional Gubernativa, Cervantes del Río se quejaba de las “adulteraciones” de las actas hechas en la versión del Semanario Lite-rario (Sesión del 4 de diciembre de las de la Junta Provisional Gubernativa).

Mangino, el 19 de abril de 1823, también mostró su disgusto por el “daño que resul-ta de que los periódicos tergiversen los discursos de los diputados, como sucedió poco ha en el Águila que puso en boca del S. Mier (D. Servando) que para nada necesitábamos del Papa, y en boca del mismo sr. Valle, que el Papa era monarca de los estados constituidos, siendo absolutamente diverso lo que uno y otro dijeron”.

La crónica del Águila Mexicana en cuestión apareció en el número 5 del periódico fechado el día 19 de abril de 1823. La crónica de la sesión del 19 de abril durante la cual protestó Mangino contra los errores del periódico, fue publicada en el nú-mero 8, correspondiente al 22 de abril. Los secretarios del Congreso, por su parte, remitieron senda nota de aclaración formal acerca de lo que habían dicho exacta-mente los señores Mier y Valle, trascrita en el mismo número ocho. Fray Servando, finalmente, también envió su protesta escrita al periódico, publicada por éste en su número 9, de 23 de abril, y número 10 del 24.

Águila Mexicana, al publicar la crónica de la sesión del día 19, colocó una nota a pie de página en los términos siguientes: “No es imposible alguna equivocación, hija de la premura del tiempo con que los editores han deseado servir al público, dando noticias que no halla en otra parte. En lo sucesivo duplicarán su esmero, que es cuanto pueden ofrecer”.

Y en el número 11 de 25 de abril de 1823, de manera más explícita y amplia se exculpa de dichos errores, a la vez que puntualiza sobre el interés del periódico en reproducir lo dicho u oído en la sala de sesiones. Solicita la colaboración por parte de los señores diputados, para facilitar la tarea del periodista, y, en todo caso, para enmendar dichos errores y equivocaciones, “como ha sucedido ahora y sucederá siempre que se convenza de que en efecto las ha habido”.

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Quien lea, pues, con detenimiento las crónicas del Águila, podrá comprobar todavía alguna otra aclaración acerca de los conceptos transcritos en el periódico, formula-da por la Secretaría del Congreso, por el interesado, o por la dirección del periódico.

Con todo, insistimos, es esta vigilancia del Congreso y de los diputados sobre la versión periodística lo que subraya la fidelidad de las crónicas, o su carácter que nosotros, por llamarlo de algún modo, hemos calificado de “oficial”, sugerido ade-más por el hecho de que, más adelante, el periodista encontrará esas facilidades que ahora echaba de menos el Águila Mexicana: tendrá en efecto, acceso directo a la Secretaría del Congreso, para consultar los borradores de Actas y los originales de los discursos allí existentes.

Más aún, la versión periodística, en algún supuesto, podría servir de parangón para puntualizar la misma versión original que presentan los libros de Actas y Diario de Sesiones, editados por orden del Congreso, pues en más de una sesión se levantaron los diputados para protestar por “omisiones” en las Actas oficiales; así durante la sesión del día 22 de marzo de 1822, Guridi y Alcocer: “Reclamó la falta de mención en el acta, relativamente a lo ocurrido con motivo de la memoria de la Comisión de Hacienda que había resultado extraviada el día anterior”.

A lo que Bustamante, en calidad de Secretario, dijo: “Que había omitido referir dicho incidente, porque el decoro del Congreso se interesaba en que se pasase en silencio”.

Por ello, tal vez, la nota aclaratoria del Águila, arriba comentada decía: “Si alguna vez los editores del Águila estuvieren ciertos de que oyeron lo que imprimieron, sabrán sostenerse y responder al cargo que se les quiera hacer”.Sin embargo, al lado de la reproducción “oficial” de las sesiones hay que tener tam-bién en cuenta la personalidad del “cronista”, y la orientación política de cada pe-riódico, que era distinta en cada uno de ellos. Digamos algunas palabras al respecto.

2. Sobre el periódico

El cronista, pues, matiza con su peculiar versión lo ocurrido durante las sesiones; con frecuencia solicita y obtiene permiso para extractar sus notas a la vista de los originales, que obran en la Secretaría del Congreso; recoge discursos de determina-

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dos parlamentarios, que luego “refunde” en su crónica, o que reproduce íntegros el periódico en piezas separadas, según la conveniencia.

No hay duda al respecto. Los editores de La Águila Mexicana (así rezaban los pri-meros números) declararon el 15 de abril, fecha en que comienza a publicarse el periódico, que:

Los Editores de este Periódico creen conveniente dar por principio una idea de sus opiniones políticas, para gobierno de los que les hagan el honor de suscribirse, y para que en los diversos discursos que se pro-ponen insertar, se conozca cuales se publicaron con el objeto único de ilustrar la materia; y de que vista la cuestión por todos aspectos, cada uno decida por la que le parezca más justa y benéfica a la Gran Nación a que tenemos la gloria de pertenecer.

Líneas más abajo:

Gobierno representativo, que consiste en que los tres poderes, Legislati-vo, Ejecutivo y Judicial, sean independientes el uno del otro, sin que jamás se reúnan en una sola persona ni corporación...

Responsabilidad en los ministros: libertad de imprenta con un buen reglamento, que reprima y castigue rápidamente los abusos: seguridad en las personas y propiedades, para que jamás puedan ser atacadas, si no es en los casos expresamente prevenidos en la Constitución y en las Leyes que la representación Nacional sea la que únicamente pueda de-cretar las contribuciones y la fuerza armada, y que lo haga o reproduzca todos los años.

En cuanto a la forma de gobierno, con mucha cautela, prefiere reservar sus reflexio-nes para cuando “llegue el caso de discutirse”.

Águila Mexicana, periódico “cotidiano, político y literario”, fue editado en la Ciudad de México por Germán Nicolás Prisette y Lorenzo de Zavala. Al principio como observa Woolrich, de ideas iturbidistas; luego de filiación “yorkina”, toda vez que sus editores eran yorkinos; mientras que los del periódico El Sol, formaban parte

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del rito “escocés”. Prisette, coeditor del Águila, era de nacionalidad francesa y de ideas político-religiosas encontradas; y como publicara duros ataques contra don Lucas Alamán se vio obligado a retirarse de la redacción en el mismo año de 1823, dedicándose a impartir clases de francés en una academia que fundó.

En las columnas del Águila se insertaron las actas de sesiones del Soberano Congre-so Nacional y, desde su instalación, las del Estado de México y varias del de Puebla; los principales discursos de sus diputados, diversos dictámenes de las comisiones que, incluso, no se han llegado a recoger en los originales por falta de equipo de taquígrafos; todos los bandos, circulares y providencias, así del Supremo Poder Ejecutivo como de las autoridades civiles, eclesiásticas y militares de la Ciudad de México y de las capitanías de provincia.

Publicó también noticias estadísticas, sobre agricultura, industria, comercio, bellas artes, literatura, modas, noticias nacionales y extranjeras, artículos de costumbres, anécdotas, espectáculos, diversiones y avisos de interés; en fin, reproducía puntual-mente toda clase de documentos que los particulares enviaban a la dirección del periódico, notablemente aquellos sobre los acontecimientos nacionales.

Se imprimía el Águila Mexicana en las imprentas de D. Mariano Ontiveros, de Lorrain y finalmente en las de Águila Mexicana, a cargo de José Ximeno. Ofrece paginación corrida de la número 1 a la 694 (equivocadamente se dice 684), hasta el tomo dos, número 189, de 20 de octubre de 1823, habiéndose comenzado a publicar el día 15 de abril del mismo año; y a partir del número 190, de 21 de octubre de 1823, cada número lleva su paginación particular (de 2 a 4 páginas), comenzó a publicarse con el título de La Águila Mexicana, mismo que conservó del número 1 (15 de abril de 1823) al 54, de 7 de junio de 1823; y a partir del 55, de 8 de junio, se publicó con el título de Águila Mexicana hasta el primero de diciembre de 1828, en que dejó de publicarse el número 336, correspondiente al año IV, Tomo XVIII.

Pese a iniciar su vida pública el día 15 de abril de 1823, en un esfuerzo muy loable, el periódico promete la publicación de sus crónicas parlamentarias desde el 29 de marzo, día en que tiene lugar la reinstalación “normal” del Congreso, por hallarse presente la mayoría de sus diputados.

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La vida de El Sol, del cual tomamos muchas piezas, es más accidentada, según ob-serva también Woolrich: periódico bisemanario, primero y luego diario de la Ciu-dad de México, político, de información general y literario. Se publicó al principio los miércoles y los sábados de cada semana, y finalmente todos los días, incluyendo los domingos, por las imprentas de D. Alejandro Valdés, y la que tenía a su cargo Martín Rivera. Ve la luz primera el miércoles 5 de diciembre de 1821, con el núme-ro 1, y se publicó hasta el 21, correspondiente al 11 de junio del mismo año. Como diario inicia su publicación el 15 de junio de 1823, hasta mayo de 1835.

3. La forma como se reimprimen

La compilación de las crónicas no se limita a aquella en que se habla de los proyec-tos legislativos en cuestión. Se ha preferido seguir el criterio, más amplio, de com-prender todas y cada una de las crónicas del trabajo legislativo, desde la que registra la de la primera Junta Preparatoria del 30 de octubre de 1823, hasta la del día 31 de enero de 1824. De esta forma, creemos se respeta totalmente su encuadre general y el ritmo natural seguido por aquel Congreso en sus discusiones.

Cada uno de estos periódicos es exponente de un sector de la opinión pública de aquella sociedad, según hemos apuntado. A través de sus páginas el pueblo se aso-ma a las galerías del Congreso, sintiendo y participando activamente en el plantea-miento y solución de los arduos y difíciles problemas que gravitaron sobre aquel Congreso y aquella sociedad.

Testigos privilegiados, como decimos, de la época, los periódicos de la Ciudad de México Águila Mexicana y El Sol y los de algunas provincias como el Iris de Jalisco, concurrieron a la formación de la opinión pública, haciendo uso del derecho de libertad de imprenta “seguro asilo de la justicia, de la libertad y de las luces”, en pa-labras del inquieto diputado gaditano Mejía, en un momento en que esta opinión fue decisiva para las gestas siempre heroicas de nuestra Independencia, lo mismo que para la tarea concreta de constituir a la Nación Mexicana.

La filiación política de los dos periódicos no es la misma, ni coincidente, por lo general, según hemos expuesto. La crónica no es “oficial”, en el sentido de que pu-diera la Secretaría del Congreso enviar a la “prensa”, como hoy se hace y como pu-diéramos pensar a primera vista, el “comunicado correspondiente”. Ciertamente se

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publicaba algo así como un “boletín”, intitulado Diario del Congreso. No sabemos a partir de cuándo, ni hasta cuándo se publicó. Tenemos un ejemplar, recogido de la Colección La Fragua, que comienza: “desde nuestra última publicación, se han presentado en la Secretaría del Congreso...”, y es del martes 4 de noviembre de 1823 (Tomo I. No. 3).

Pues bien, del cotejo de este “boletín”, diríamos, con la crónica parlamentaria de los periódicos de la misma fecha o sesión (incluso con la correspondiente que trae Juan A. Mateos), se observan algunas diferencias, como la supresión de párrafos o la alteración del orden con que se alinean, lo que prueba la disparidad de criterio seguido por sus autores en la recopilación o reproducción del contenido de las se-siones, a las que asisten en persona los enviados de los periódicos.

Por todo ello, en ningún momento hemos querido “contraponer” las crónicas de uno y otro periódico. Hemos subrayado su personalidad, su idiosincrasia, su in-dependencia. La naturaleza de la obra que presentamos no nos permite adoptar criterios de selección de una crónica con exclusión de la otra; sino, más bien, nos hemos guiado por los de comprensión, según queda indicado. Por ello en la edición de 1974 se publicaron ambas crónicas, la de uno y otro periódico. Ahora nada más se publica la crónica del Águila Mexicana

Eso sí, hemos tenido un especialísimo cuidado en presentar el texto fielmente, salvo lo que respecta a la grafía de la época. Las crónicas no siempre se encuentran en un mismo número; con frecuencia se transcriben en dos, tres o más números de fe-chas distintas naturalmente, sobre todo cuando se trata de dictámenes y discursos, circunstancia que hizo impracticable la reproducción facsimilar, ameritada por el contenido de la obra.

Dentro de este prólogo, solamente resta decirle al lector que, antes de la crónica, he-mos incorporado dos ensayos breves que -¡Ojalá así suceda!- ayuden a comprender mejor el valor jurídico y el significado político que tiene esta Acta fundacional del Federalismo mexicano.

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II. Proceso del Acta Constitutiva

A modo de corolario, todavía debemos entrar en algunos pormenores del proceso de aprobación del proyecto de Acta Constitutiva, que fue el objeto de examen más importante durante las primeras semanas de trabajo del segundo Congreso Cons-tituyente mexicano.

El proyecto de Acta, como lo podrá ir verificando el lector separando la crónica que ahora incorporamos a este libro, se presentó a la consideración del pleno durante la sesión del día 20 de noviembre de 1823 y fue aprobado solemnemente el día 31 de enero de 1824. Pasemos, pues, al estudio de algunos detalles del proceso de discu-sión de este proyecto.

Rápidamente se procedió al nombramiento de la famosa comisión de constitución, la que elaborará el proyecto de Acta en escasos quince días. La componían Ramos Arizpe, diputado por Coahuila; Miguel Argüelles, diputado por Veracruz; Rafael Mangino, diputado por Puebla; Tomás Vargas, diputado por San Luis Potosí; y José de Jesús Huerta, diputado por Jalisco. A éstos se unieron más tarde los nombres de Cañedo y Rejón, diputados por Jalisco y Yucatán respectivamente3.

Pues bien, para el día 20 del mismo mes de noviembre el proyecto estaba listo y fue leído por primera vez. Se discutió en lo general recomendándose la inclusión, entre las provincias, a la de Chiapas, pues no figuraba en el proyecto. Se mandó imprimir, aplazándose la discusión hasta el día 3 de diciembre4.

El proyecto de Acta Constitutiva de la nación mexicana consta de un discurso pre-liminar, llamémoslo así, y de un cuerpo de 40 artículos. Y fue, contra lo que opina Tena Ramírez, objeto de hondas y profundas modificaciones y largos debates.

3 Cfr. Barragán, José, Introducción al federalismo. La formación de poderes 1824, UNAM, México, 1978. Y El pensamiento federalista 1824, UNAM, México, 1980. En donde se presenta una antología de los grandes pensadores de aquella época sobre el Federalismo.4 Véase esta secuencia precisamente en las Crónicas que más adelante se han incorporado a este libro.

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El discurso preliminar no sabemos exactamente a quién atribuírselo, aunque nor-malmente se suele atribuir a Miguel Ramos Arizpe una gran actividad durante estas tareas de preparación de la Constitución. Nosotros, más que tratar de investigar al autor, vamos a procurar subrayar su contenido ideológico, ya que resulta poco menos que imposible deslindar la obra de cada uno de los miembros de la comi-sión, a menos que emitan voto particular. Inclusive a las reuniones de la comisión han estado asistiendo, como sucedía en tiempo de Iturbide, algunos Secretarios del Despacho en persona, lo cual no deja de sorprendernos extraordinariamente.

Fiada además una gran parte del acierto á la concurrencia de las luces del Consejo de Gobierno comunicadas por medio de sus Secretarios del Despacho, quienes en efecto han asistido desde el principio de las sesiones diurnas y nocturnas de la comisión.

¿Por qué esta presencia continúa de los Secretarios? Resulta inexplicable. Quizá encontremos su fundamento en el propósito esencial que tenía Ramos Arizpe y el Congreso mismo (y en particular los diputados poblanos y mexicanos, cuyo nú-mero ascendía nada menos que a 35: 21 por México y 14 por Puebla, frente a 9 por Guadalajara, 8 por Guanajuato, 5 por Yucatán y 4 por Zacatecas: cuando estas cua-tro últimas provincias, según se dijo allí mismo, sumaban la mayoría de habitantes y por tanto la mayoría de las voluntades), propósito consistente en:

...dar en la expresada acta á la nación un punto de unión general y un apo-yo firme en que por ésta salve su independencia y consolide su libertad....

...más la naturaleza misma de esta obra y más que todo la necesidad im-periosa de dar vida y salvar de una vez la nación casi disuelta, y ya sin un movimiento regular...

...creyó su primer deber proponer al congreso constituyente la necesidad imperiosa y urgente de dar luego un punto cierto de reunión de todas las provincias, un norte seguro al gobierno general.

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Palabras que muy bien pueden tener por base aquella frase de Ramos Arizpe, pronunciada en su intervención cuando se suscitó el problema de las restriccio-nes impuestas a los diputados por Jalisco, de que convenía pasar por alto aquellos extremos, porque prius est esse quam taliter esse, una expresión que en sus labios entraña toda la carga ontológica de su significado: primero está la existencia y, después, el ser de tal o cual manera. Importa salvar a la nación, preservar su in-dependencia total (frente a España), la cual ha continuado siendo un verdadero y real peligro durante todos esos años incipientes de nuestra Independencia y frente al movimiento de disolución.

Para esta comisión, lo mismo que para el Gobierno del momento - y siempre de conformidad con el texto del proyecto- no han existido verdaderamente ni los go-biernos anteriores, ni los pronunciamientos de las Diputaciones, con una existen-cia categórica y superior y trascendente, pues en otras ocasiones va a insistir en que:

...los esfuerzos heroicos continuados por trece años para llegar a este término feliz. derechos [...] usurpados por tres siglos y rescatados por una guerra de trece años.

Según esto, los anteriores, fueron gobiernos transitorios y por legitimar. No ha ha-bido sino una guerra que dura ya trece años; gobiernos obra de la casualidad, debi-do a sucesos inesperados como dijo mas adelante Morales. Y en esta guerra, tal vez lo más grave sea el movimiento últimamente registrado de la disolución.

Por lo que respecta al Gobierno del momento actual, sobra decir que comulgaba ampliamente con tales propósitos: ahí están sus conminaciones ante las juntas ce-lebradas en Celaya; ahí están las tropas enviadas para reprimir el movimiento de Jalisco; ahí quedaba la expresa recomendación del anterior Congreso para sujetar a las provincias disidentes. Las palabras siguientes dan mejor idea de la necesidad de fortalecer, en todo caso, dicho poder central como lo llamaban desde el bando federalista:

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...la necesidad imperiosa y urgente de dar luego[...] un norte seguro al gobierno general, comunicándole al mismo tiempo toda la autoridad, actividad y energía necesarias para asegurar la independencia nacional y consolidar la libertad por modos compatibles con la regularidad de las leyes[...]y entre las facultades designadas al Supremo Poder Ejecu-tivo ha creído la comisión de su deber el conceder algunas que no en-cuentra dadas al ejecutivo aun de algún sistema central y tal vez ni al de monarquías moderadas...

Y se complementa con aquella otra afirmación claramente en contra de una verda-dera y auténtica libertad por parte de los Estados:

...y se fijó un principio general: a saber, que ni fuesen tan pocos (dichos Estados) que por su extensión y riqueza pudiesen en breves años aspirar a constituirse en naciones independientes, rompiendo el lazo federal.

Cualquiera que sea la interpretación que de estos textos pueda formularse, claramen-te se deduce que en definitiva ni la comisión, ni el Gobierno están pensando en que el Federalismo, que ellos admiten, sea en los términos en que se ha pronunciado Jalisco y las demás provincias que siguieron su ejemplo.

La idea unionista, que acabamos de delinear, es capital. Las circunstancias del mo-mento histórico aconsejaban cierta prudencia y el otorgamiento, siquiera fuera en apariencia, de ciertas concesiones que tranquilizasen los ánimos de quienes patro-cinaron el movimiento federalista al estilo de Guadalajara. Ahí esta la precisión del Senado Constituyente en el artículo 15 del proyecto y que luego se hizo desapare-cer sin dejar rastro ni explicación alguna. Decía dicho artículo 15:

El actual Congreso constituyente, sin perjuicio del lleno de sus faculta-des, perfeccionando su organización según parece más conforme a la voluntad general, convoca un senado también constituyente compues-to de dos senadores nombrados por cada Estado para que a nombre

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de éstos revise y sancione la Constitución general: una ley que se dará luego, arreglará el modo de nombrar los senadores, el de ejercer dichas funciones y las demás atribuciones de este Senado.

Es imposible pensar que se pueda tratar de un lapsus calami. El mismo dictamen decía sobre este particular:

...la Comisión se atreve a proponer al Congreso la reorganización de sí mis-mo por la convocación inmediata de un senado constituyente, con cuyo establecimiento se verán aplicados prácticamente en cuanto es posible los principios políticos recibidos, con utilidad general, por las repúblicas más ilustradas...

Como afirmamos, tanta recomendación no pudo evitar que la Comisión, al tiempo de tocarle el turno de la discusión, lo retirase simple y llanamente. El laconismo del extracto recogido por el cronista del Águila Mexicana es hasta elocuente:

...A propuesta de la Comisión se suspendió tratar del articulo 15 por haber manifestado que le era preciso redactarlo y presentarlo de otro modo, y se pasó a la discusión del artículo 165.

Nuestra sorpresa es enorme, pues ya no se habló más del asunto, al menos que sepa-mos nosotros por ahora. Parece como si en el fondo hubiera habido un deseo sincero por respetar la autonomía y la misma soberanía total de los Estados y someter, en último término, a ellos la aprobación definitiva de la Constitución.

Se reconoce expresamente el escaso carácter federalista independentista del actual Congreso. Mejor dicho, se admite la parca representatividad o la casi nula capacidad de defensa que tienen los Estados, ya pronunciados, en el seno de aquel Congreso, para imponer sus puntos de vista, su idea de Federalismo que, como se aprecia, no coincide exactamente con la idea de Federalismo que predomina en la asamblea.

5 Véase la sesión del día 2 de enero de 1824.

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El preámbulo todavía se refiere a otros principios que, como el de la clásica división de poderes, se van a glosar en los artículos; los cuales, desde este punto de vista, po-dríamos aglutinar en cuatro grandes apartados: uno, que recoge los principios fun-damentales sobre los que se organiza la nación mexicana (artículos 1-8) ; dos, com-prende lo relativo a la clásica división de poderes de esta nación: (artículos 9-24); tres, se refiere a la organización de los Estados en particular (artículos25-30); y el cuarto, abarca nuevamente puntos de carácter general (artículos 31-40).

Respecto del primer apartado el artículo 1 habla de la nación mexicana:

La nación mexicana se compone de las provincias comprendidas en el territorio del antiguo virreinato llamado de Nueva España, en el de la capitanía general de Yucatán y en el de las comandancias generales de provincias internas de oriente y occidente.

El primero de los términos anotados, el de nación mexicana, vuelve a aparecer en el artículo 2, en el 3, 4, 5... y se está pensando en la noción de un país unido, algo más que unionista, hasta unitario; en una nación que es libre, es soberana de sí misma, y es independiente para siempre de España y de cualquiera otra potencia; y no es ni puede ser patrimonio de ninguna familia o persona, en letra del artículo 2.

El artículo 3 declara la religión de la nación mexicana, que es la católica romana per-petuamente. La nación la protege por leyes sabias y justas, y prohíbe el ejercicio de cualquiera otra, tal como se decía casi literalmente en el artículo 12 de la gaditana. El artículo 4 versa sobre el principio de la soberanía:

La soberanía reside esencialmente en la nación y por lo mismo perte-nece exclusivamente a ésta, el derecho de adoptar la forma de gobierno que le parezca más conveniente para su conservación y mayor prospe-ridad; de establecerse por medio de sus representantes sus leyes funda-mentales; y mejorarlas, o variarlas según ella crea convenirle más.

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Los términos esenciales son idénticos al artículo 3 del proyecto de Constitución de 1812. Y su analogía no se debe al azar. Es consciente se trae a cuento aquí, porque refuerza nuestra tesis de la profunda orientación unionista o unitaria que se le dio al término.

Artículo 5. La nación adopta para su gobierno la forma de re-pública representativa popular federal.

Artículo 6. Sus partes integrantes son estados libres, soberanos e in-dependientes en lo que exclusivamente toque a su adminis-tración y gobierno interior, según se detalle en esta Acta y en la Constitución general.

Mientras que el séptimo enumera a cada uno de los Estados. Y finalmente, el octavo consigna la facultad a favor del Congreso Constituyente para aumentar el número de los Estados, modificando el contenido del artículo 7.

La discusión de estos artículos fue variopinta. A nosotros aquí nos importa poner de relieve cuál fue el sentido y el alcance de tres ideas claves y esenciales para poder comprender cuál es la naturaleza de dicha forma de gobierno que se adopta: la idea que se tiene de nación mexicana; la idea de la soberanía nacional y la idea contenida en los términos del artículo seis, antes mencionado. Ideas separables teóricamente, pero íntimamente relacionadas entre sí.

Pues bien, después de una larga discusión sobre el proyecto de Acta Constitutiva en lo general, se pasó al debate del articulado, comenzando el propio Ramos Arizpe refiriéndose al artículo primero; y explicó lo que entendía por nación:

Dijo que la comisión consideraba por nación al territorio y los habitan-tes. Que para la demarcación del territorio se ha arreglado a los térmi-nos más cómodos, y expresando separadamente a Yucatán y las provin-cias internas por la separación que antes tenían del virreinato.

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Covarrubias, entendía por nación a los habitantes del territorio: que por nación debía entenderse los habitantes de tal territorio. Gordoa precisaba que la nación es la reu-nión de los habitantes, a causa de que ella comprende aún a los transeúntes. Mientras que Berruecos afirmaba que no podíamos llamarnos nación porque todavía estaban los mexicanos sin constituirse. A lo que contestó Zavala que siendo los mexicanos in-dependientes, estando en sociedad, con leyes, gobierno, arte y comercio seguramente merecía llamarse nación, nombre que tienen aún los pueblos bárbaros.

Como se ve por los breves extractos que recogió el cronista del Águila Mexicana, el criterio fundamental determinante de la nación mexicana es el relativo al territorio y a los habitantes, tomados ambos términos en su sentido más amplio posible. Se comprende al territorio de las provincias y a sus habitantes, en los confines o con el alcance que tenían durante el virreinato. Es decir, se contempla a una nación unitaria.

Y sobre tales bases fundamentales del territorio y habitantes se enuncia la no-ción, fundamental también, de la soberanía nacional. Ya lo hemos dicho, se tra-ta de una copia literal del correspondiente gaditano. Ramos Arizpe, a quien se atribuye una labor importante en la formación de dicho Proyecto, fue clérigo, lo mismo que Guridi y Alcocer; y ambos, diputados a las Cortes de Cádiz, en donde aprobaron y defendieron las ideas que hemos ya estudiado. Por si hubiera duda, oigamos ahora la intervención de Guridi y Alcocer:

...que desde que fue individuo de la comisión de constitución en las Cortes de España propuso que se dijese que la soberanía reside radical-mente en la nación, para explicar no sólo que la soberanía es inenagena-ble e imprescriptible, sino el modo con que se halla en la nación, pues que ésta conserva la raíz de la soberanía, sin tener su ejercicio.

En Cádiz no prosperó la proposición de Guridi y Alcocer. Se consideró redundante. Aquí, en cambio, la comisión adoptó el adverbio propuesto por el señor Alcocer.

Castillero tuvo por redundante el artículo a causa de que expresa las consecuencias

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inmediatas de la soberanía, lo cual no es necesario. Godoy, por su parte, opinó que los adverbios radical y esencialmente son inoportunos: dijo que las Cortes de Cá-diz adoptaron este último para contener al poder real, advirtiéndole que debía su existencia a la nación pero que los mexicanos no tienen ese obstáculo y por lo mis-mo, bastaría o decir simplemente que la soberanía reside en la nación, o si desea una palabra que llene la frase, podía poner “exclusivamente”. También tuvo este orador por inoportuna la expresión por medio de sus representantes, indicando que esto vendría bien después de establecida la forma de gobierno.

Luego intervino Ramos Arizpe a nombre de la comisión:

que la comisión halla puesto de propósito las inmediatas y precisas con-secuencias de la soberanía nacional, para gravarlas más en los ánimos de los mexicanos, a fin de que nunca puedan ser sorprendidos por los déspotas. Que consistiendo la soberanía en la suma de los derechos de los individuos que componen la nación, es visto que a sólo esta com-pete esencialmente la soberanía y que no la puede enajenar. Que el ex-presar que las leyes se dan por medio de los representantes de la nación, es porque los pueblos no pueden hacerlo por sí mismos, y es preciso que observen el sistema representativo, que les conserva sus derechos, liberándolos al mismo tiempo de los horrores de los tumultos y de la anarquía. Que se pone exclusivamente para que nadie pretenda tener parte en las leyes, como sucedió en tiempo de D. Agustín de Iturbide que tanto estrechó al Congreso por el veto en la Constitución.

Martínez propuso una redacción nueva del artículo, la cual no viene a cambiar la substancia, ni siquiera los términos y palabras, sino que las redacta de manera que aparezca más fácil y lógico su significado, que fue como quedó finalmente.

En cambio, Cañedo pasó a punzar el problema profundo y solicitó nada menos que se suprimiera dicho artículo:

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Porque si se adopta el gobierno republicano federal, y cada Estado es soberano como se asienta en un artículo posterior, no se puede conce-bir cómo la soberanía que es el principio y fuente de la autoridad y del poder y que por lo mismo es una, se divida en tantas cuantos son los Estados. Que por eso la Constitución de los Estados Unidos en que es-tablecieron su federación no habla de soberanía de la nación, y por eso en concepto de su señoría no debió aprobarse el articulo 1º, en que se habla de la nación, porque este no conviene en el Estado que tenemos.

Entonces Vargas contestó que los Estados Unidos procedieron de la circunferencia al centro, porque estando separados, se unieron, y nosotros procedemos del cen-tro a la circunferencia, porque estando unidos y con un gobierno central, vamos a distribuirlo en los Estados que se llaman provincias, por lo cual, porque tenemos intereses comunes, en que no podemos separarnos, podemos llamarnos con pro-piedad nación, de la cual emanan los supremos poderes y en la cual reside la suma de derechos que son la soberanía. Que el llamar soberanos a los Estados, porque a ellos compete exclusivamente todo lo respectivo a su gobierno interior, no se opo-ne de modo alguno a la soberanía de la nación.

Fue ahora cuando se levantó Cañedo y haciendo una advertencia sombría, enarde-ció los ánimos:

Que sus poderes -dijo- no lo facultan plenamente para representar los derechos de sus comitentes, sino que se limitan a cinco o seis puntos, pues para lo demás tiene su Congreso provincial, y así viene a ser un mandatario o agente.

Que volviera el artículo a la Comisión, opinó Ibarra, para que describiera con la exac-titud posible la idea de soberanía. Y Espinosa dijo que se debería enmendar el artí-culo, procurando definir lo que se entendía por nación, que es lo que expresaba el artículo primero, y que luego se añadiera que esa nación era soberana. Y agregó contra la expresión de Cañedo, que si los señores diputados por Guadalajara son unos agen-

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tes diplomáticos, y no unos representantes de la nación, se deben entender con el gobierno y no ser miembros del Congreso. A lo que Cañedo, con enorme sutilidad. le respondió: que su señoría ha dicho que no representa a la soberanía de Jalisco.

Tres ideas, por tanto, están en pugna: la idea de la soberanía, la idea de nación, y la idea de la representación. Por eso Cañedo, bien advierte que él representa al pueblo de Jalisco, que fue quien lo eligió, pero no a los poderes constituidos ya en aquel Estado, que ciertamente ni lo eligieron, ni lo delegaron, ni le encomendaron ninguna misión.

En cuanto a la idea de nación y soberanía, obviamente van muy interrelacionadas. Mier, sostuvo que como ningún individuo puede tener más talento ni más fuerza que todos los que la componen (la nación); y como en aquella superioridad ab-soluta consiste la soberanía, de ahí era, que sólo la nación puede tenerla; pero que la soberanía convencional se halla en las personas o cuerpos a quienes la nación confía su poder. Tuvo por inútil los adverbios radical y esencialmente, porque no hay reyes que disputen a la nación su soberanía, ni pretendan que la ha transmitido, despojándose entera y permanentemente de ella. Dijo también que el argumento de Cañedo sobre la división de la soberanía era fuerte, y concluyó pidiendo se apro-bara el voto del señor Mangino que salvaba todas las dificultades.

Mangino, en efecto, había disentido de la mayoría de la Comisión de Constitución que presentó y firmó el Proyecto de Acta, por lo cual, de conformidad con el regla-mento gaditano (que es al que se atienen), pasó a formular voto particular reducido a los términos siguientes:

La soberanía reside esencialmente en la reunión de los Estados que componen la nación mexicana; y la facultad para hacer ejecutar y apli-car las leyes será ejercida por los cuerpos o personas que se designen en esta Acta y en la Constitución6.

6 No deja de ser sugestiva la propuesta de Mangino, llena del sentido positivo que caracteriza la doctrina de Kelsen sobre estos temas.

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Esta fórmula era sugestiva y satisfacía a Mier por la gran concentración de poder so-berano que se depositaba en dichas personas o corporaciones (poderes federales). Con todo, decía Rejón que extrañaba no se hubiera ofrecido una definición de so-beranía, como era preciso para fijar la idea correspondiente y que nunca se suscita-sen dudas ni disputas. Por lo mismo le pareció redundante el artículo, ya que basta-ba con afirmar que la soberanía residía en la nación, y cuando más se podría añadir que le toca exclusivamente el derecho de formar por medio de sus representantes sus leyes fundamentales. Luego Marín expuso que la soberanía era indivisible en sus objetos, y así lo que toca al gobierno interior de los Estados, se confía a ellos mismos sin que nadie más se mezcle en ellos y por eso, respecto de ese objeto, se les llamaba soberanos.

En efecto, tiene razón Rejón, cuando extraña o echa en menos una expresa y termi-nante definición de soberanía. Sin embargo, aparece claro, que cada orador trata de darnos los elementos que, en su juicio, son los esenciales a dicha definición.

Ahora bien, de lo que llevamos expuesto claramente podemos sacar una primera conclusión respecto a dicha noción de soberanía, y es que no se está manejando el concepto de Rousseau. La soberanía reside radical y esencialmente en el pueblo, que eso significa en último término la nación: es inalienable e imprescriptible. Pero como la nación no puede autogobernarse en masa, debe delegar dicha soberanía: los pueblos no pueden hacerlo por sí mismos, como lo observó Ibarra “...es impo-sible que [la nación] pueda reunirse en masa para deliberar, de ahí la necesidad de nombrar representantes”7.

Más aún, por si hubiera duda acerca de la paternidad de tales ideas, Marín lo va a explicar, comparando ambas tesis, la de Rousseau y la tesis tradicional hispánica:

Que la doctrina contraria nos conduce inevitablemente a la monarquía absoluta pues bastaría que un hombre solo legislara, gobernara, y ad-ministrara justicia, con tal que hiciera lo que tuviese por conveniente

7 En la sesión del 7 de diciembre de 1823.

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y acertado. Que contra esto, no vale la autoridad de Rousseau, cuyas doctrinas, que ahí se han leído, son contradictorias y obligan a decir que es loco, porque después de presentar el cuadro magnífico de los derechos del hombre, hace que éste se despoje de todos a disposición de la sociedad, quedando así reducido a la esclavitud. Que la voluntad general ha sido reconocida en tiempo de los gobiernos absolutos, en cuya comprobación leyó dos pasajes de Suárez y Belarmino que la re-conocen y que aún los defensores de los monarcas absolutos apelan a ella para sostener los supuestos derechos de éstos.

Este discurso fue leído por Marín cuando se discutía el proyecto de Acta general, y se refería en particular a los problemas de si había o no voluntad general para formar una república federal, y cuál era la naturaleza de dicha voluntad general y su legítima representación por medio de un Congreso.

A pesar pues de que se echa en menos una noción, una definición tajante de la soberanía, existe plena o mayoritaria unidad acerca de cuáles son o deben ser sus elementos esenciales y acerca de cuál es o deba ser su naturaleza y alcance.

Difieren, por tanto y este es el centro que se cuestiona y se defiende con pasión, en lo relativo a la titularidad de dicha soberanía en el caso concreto que está puesto a discusión: ¿Corresponderá ésta a la nación mexicana o a los Estados?¿Hay dos soberanías, una a favor de la federación, tal como apuntaba por ejemplo el voto de Mangino; y otra a favor de los Estados que se presuponen soberanos también? ¿Es posible la existencia simultánea de esas dos soberanías? Por aquí, más o menos, es por donde discurre la problemática, la más trascendental, sin duda, de todas las cuestiones que trató el Acta.

Ya hemos adelantado cómo Ramos Arizpe, en compañía de los miembros de la Comisión se muestra unionista, incluso si tuviéramos que dar pleno crédito a esa afirmación tradicional, que yo pongo en duda, de que se debe a Ramos Arizpe casi por entero la obra de formación del Federalismo, o la elaboración de los proyectos

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de Acta y Constitución de 1824, incluso aparecería como unitario, como contrario al federalismo: puesto que habría que admitir en su contra la presencia habitual de los Secretarios de Estado durante las sesiones de dicha comisión, y mientras se elaboraba el mencionado proyecto; así como cuando defendió que tal presencia continuase durante las discusiones del mismo.

Todo esto revela una fuerte presión del gobierno sobre e1 Congreso, cuya mayoría numérica correspondía a los diputados mexicanos y a los poblanos, los cuales eran contrarios al federalismo patrocinado por Jalisco, Zacatecas y Yucatán. Durante la sesión del día 7 de diciembre, por ejemplo, se sometió a votación la proposición de si se admitía o no el proyecto y, en consecuencia, si se pasaba ya a la discusión particular de los artículos: no había entonces en la sala más que 71 diputados, de los cuales 44 votaron a favor y 27 en contra. De estos 71, 29 eran poblanos y mexi-canos, frente a 6 diputados jaliscienses, 5 de Guanajuato, 2 de Zacatecas y otros 2 de Yucatán.

Así están las cosas, como lo verificará el lector al ir leyendo las Crónicas que pone-mos a su consideración: ahí están las diferentes posiciones sobre el concepto de na-ción, sobre el concepto de la soberanía, vinculada naturalmente con el tema federal. Estamos inmersos en el debate, un hermoso debate que, por lo pronto, resulta más interesante y más rico en proposiciones que los posteriores y actuales planteamien-tos sobre esos mismos conceptos, sobre esas mismas ideas o temas. Incluso, adelan-tándose a Tocqueville, ahí están algunas de sus clásicas tesis acerca del Federalismo norteamericano. Adelantándose, en efecto, once años.

Vino a continuación el debate del artículo 5, muy ligado al 6. Es hermoso este de-bate. Y, como lo identificará el lector al leer la crónica, más hermosa es la votación, la cual será nominal y se procederá a votar palabra por palabra,

Artículo 5. La nación adopta para su gobierno la forma de república representativa popular federal.

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Artículo 6. Sus partes integrantes son estados libres, soberanos e in-dependientes en lo que exclusivamente toque a su adminis-tración y gobierno interior, según se detalle en esta Acta y en la Constitución general.

Pues bien, de los debates habidos sobre los términos de estos artículos nosotros hemos sacado en conclusión que se formularon dos tesis diferentes y opuestas: la tesis de quienes defienden la formación de una república centralista, frente a quie-nes sostienen la formación de una república federalista.

Las sesiones que defienden la formación de una república centralista, insisten, una y otra vez, en la idea de la soberanía nacional, negando, por tanto que los Estados puedan ser soberanos. El planteamiento es claro y categórico: la soberanía es una nada más y ésta se reserva a la nación, la cual se concibe como un todo y deberá organizarse como un país unitario.

La tesis centralista, partidaria de formar una república unitaria o central fue defen-dida por Fray Servando Teresa de Mier, tal y como lo declara en su famoso discurso pronunciado el día 11 de diciembre de 1823:

Señor: (antes de comenzar digo: voy a impugnar el artículo 5 ó de repú-blica federada en el sentido del 6 que la propone compuesta de Estados soberanos e independientes. ..) .

Luego, Mier se refiere a todos los años que ha consagrado a defender su liberalismo y su republicanismo, en particular dice cómo ya en el seno del anterior Congreso disuelto se pronunció a favor de al república federal, pero federal no precisamente en el sentido que propone la comisión, ni en el que se prescribe en dichos artículos 5 y 6, ya que existen otras muchas clases de federalismos, como el alemán, el suizo, el holandés y el norteamericano. Cuál sea el federalismo que propugna Teresa de Mier, sobre este objeto va a girar mi discurso -dice-.

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Menciona cómo, al parecer, la comisión a los principios opinaba que la Federación debe ser muy compacta, por ser así más análoga a nuestra educación y costumbres, y más oportuna para la guerra que nos amaga, hasta que pasadas estas circunstan-cias en las que necesitamos mucha unión, y progresando en la carrera de la libertad, podamos sin peligro ir soltando las andaderas de nuestra infancia política hasta lle-gar al colmo de la perfección social, que tanto nos ha arrebatado la atención en los Estados Unidos.

Es verdad, se teme una guerra y es nada menos que contra España, que ha sido su-mida de nuevo en el absolutismo o despotismo de Fernando VII. Este amago debió pesar mucho sobre no pocos prohombres de aquel Congreso, lo mismo que de las provincias transformadas en Estados libres y soberanos. Todavía está por estudiar hasta qué grado influyó este peligro en el ánimo de quienes estaban formando y constituyendo a la nación mexicana, y de quienes estaban constituyendo a cada uno los de Estados.

Este peligro, por lo menos, ha pesado mucho sobre el ánimo de Mier, ya que lo usa como fundamento para recomendar una república que él llama federal, pero que realmente se está refiriendo a una central: muy compacta; necesitamos mucha unión y sólo posteriormente podríamos aspirar a constituirnos muy posiblemente como lo hicieron los Estados Unidos de América. Esto es lo que viene a recomen-dar Mier. Mas adelante afirma:

La soberanía reside radicalmente en la nación, y no pudiendo ella en masa elegir sus diputados, se distribuye la elección por las provincias; pero una vez verificada, ya no son los afectos a diputados precisamente de tal o cual provincia, sino de toda la nación[...]todos y cada uno de los diputados lo somos de toda la nación.

Teresa de Mier defiende la clásica noción de la soberanía tradicional, pero de origen hispánica y gaditana. La soberanía es única e indivisible, más su ejercicio se delega. Pues bien, este ejercicio soberano corresponde únicamente a la nación y no a los

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Estados, en opinión de Mier:

yo he oído aquí atónito a algunos señores de Oaxaca y Jalisco decir que no son dueños de votar como les sugiere su convicción y conciencia, que teniendo limitados sus poderes no son plenipotenciarios o repre-sentantes de la soberanía de sus provincias.

Fray Servando sabe lo que quiere y no dice más de lo que quiere. Se pregunta se-guidamente sobre si la nación quiere la república federada y en los términos que intenta dársenos por el artículo 6. Afirma que el pueblo siempre ha sido víctima de los demagogos de la turbulencia, papel que ahora están desempeñando quienes propugnan la Constitución de Estados verdaderamente soberanos, y se ha referido a las doctrinas de Rousseau, ofreciéndonos una crítica exacta, demoledora de las con-secuencias que conllevan esas doctrinas.

Protesta a continuación Mier diciendo que él no patrocina ninguna república centralista:

yo siempre he estado por la federación, pero una federación moderada y razonable, una federación conveniente a nuestra poca ilustración y a las circunstancias de una guerra inminente, que debe hallarnos muy unidos. Yo siempre he opinado por un medio entre la confederación laxa de los Estados Unidos, cuyos defectos han patentizado muchos es-critos y la concentración peligrosa de Colombia y del Perú: un medio en que dejando a las provincias las facultades muy precisas para pro-veer a las necesidades de su interior, y promover su prosperidad, no se destruya la unidad.

Nosotros aquí, al calificar las ideas de Mier, y al llamarlo centralista, lo hacemos porque se opone a la soberanía de los Estados y porque él no hace sino insistir en los factores de unidad; porque si tomamos ese medio entre el Federalismo estadounidense y el centralismo suramericano de Perú o Colombia, seríamos

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menos centralistas, pero no por ello nos aproximaríamos al Federalismo que está en discusión.

Para Mier, la actitud intransigente de las provincias, que se han autoproclamado en Estados libres y soberanos tiene su fundamento en los principios jacobinos, que antes hubiera criticado tan certeramente. Han condescendido con los principios anárquicos de los jacobinos, la pretendida voluntad general numérica o quimérica de las provincias y la ambición de sus demagogos, afirma Mier. Esto no es verdad, la lectura atenta de los pronunciamientos de Jalisco, por ejemplo, demuestra que son otras las razones que invoca aquella Diputación, como la disolución del estado de sociedad, pues se habían roto los lazos efímeros del Imperio iturbidista: se invocan, como ya expusimos anteriormente, los clásicos principios de la doctrina tradicional hispánica.

Mier rechaza también la tesis de la soberanía parcial, o la soberanía de la nación, y la correspondiente a cada Estado: “dese a cada una de esas [provincias] soberanía parcial, y por lo mismo ridícula, que se propone en el artículo 6, y ellas se la tomarán muy de veras”.

Y pasa a ejemplificar su afirmación, recordando que Querétaro ya había deducido no obedecer al Congreso y del gobierno sino lo que les tenga en cuenta; Zacatecas, que al instalar su Congreso Constituyente prohibió que se le llamase provincial; Jalisco publicó unas instrucciones para sus diputados que eluden la convocatoria; y estamos casi seguros que la de Yucatán no será tan obediente.

Finalmente, Mier subrayó el sentido equívoco, por ser muy vago, de los términos de su régimen interior: eso del interior tiene una significación tan vaga como inmensa. Fray Servando, de esta vaguedad deducía el real (y más que posible) endurecimien-to de la actitud intransigente pro soberanía absoluta de las provincias.

En esto también se equivocó Fray Servando (no obstante que se le llame a éste, discurso de las profecías) porque lo que ahora tenemos (año 2002) es un Estado,

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ciertamente federal, pero tan unido, que sin duda Mier se hubiera espantado, y cla-ro está tampoco nos lo hubiera recomendado.

Quizá entre el grupo, capitaneado por Fray Servando Teresa de Mier, debemos co-locar a todos los que votaron contra la palabra Federal del artículo 5, pues ya hemos dicho que la votación se hizo nominal y palabra por palabra (nos referimos a las palabras claves).

Estuvieron en contra de que fuese Federal la nación mexicana, que eso sí debía ser representativa y popular, los señores siguientes: Manuel Ambrosio Martínez de Vea, diputado por Sinaloa; Guridi y Alcocer, de Tlaxcala; José María de Bustaman-te, de México; Carlos María de Bustamante, de México, Cayetano Ibarra, de Méxi-co; José Rafael Berruecos, de Puebla; José 1gnacio Espinosa, de México; José María Becerra, de Veracruz; Florentino Martínez, de Chihuahua; Alejandro Carpio, de Puebla; Ignacio de Mora, de México.

Durante la sesión del mencionado día 16 de diciembre había sólo 80 individuos presentes durante las votaciones, de ellos 9 votaron contra la palabra Federal, como acabamos de indicar: en esa lista de nueve incluimos a Berruecos, por haber im-pugnado fuertemente al Federalismo durante la sesión del día 13 del mismo mes, y ahora no se opuso: “lo impugno -había dicho- alegando que se puede desconfiar de si la voluntad general está o no por el federalismo... que se puede temer que los esfuerzos de algunos por la federación tengan siniestros fines”. Ya es bien conocida la tesis de Carpio.

Carlos María de Bustamante, por su parte, recordó la separación que se va a causar en las provincias, al contrario de lo que sucedió en Estados Unidos, que estando separados se unieron.

También se opusieron González Caralmuro, diputado por México; Mariano Casti-llero, diputado por Puebla y Agustín Paz, diputado por México. Y creo que el mues-treo es suficiente de quienes se opusieron al federalismo, si bien muchos de ellos

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manifestaron que tampoco estaban a favor de un centralismo riguroso, como decía Mier y Espinosa.

La gran mayoría de los votos presentes durante dicha sesión del 16 de diciembre, setenta y uno, si no hemos contado mal, se pronunciaron a favor del federalismo. Sin embargo, ya hemos observado que dentro de esta inmensa mayoría se encon-traban diferencias muy apreciables y dignas de tomar en cuenta, las cuales salieron a la luz al presentarse a discusión el artículo 6 del proyecto, cuyo texto ya hemos transcrito.

Con todo, lo más interesante es advertir que existen tres distintas concepciones entre los que patrocinan la tesis Federalista, a saber: una primera concepción, es aquella que contempla la soberanía como categoría única e indivisible. Por ello ante el dilema de otorgar este concepto bien a la nación toda, bien a los Estados, en cuanto tales, rápidamente excluyen esta última y defienden enteramente la primera.

La segunda concepción es la de quienes, estando de acuerdo en que la soberanía es una categoría única e indivisible, ésta corresponde a los Estados y solamente por cesión o delegación a la nación. La tercera concepción mantiene una posición mixta, o de soberanía parcial, a favor de la nación y al mismo tiempo a favor de los Estados: aquella será plenamente so-berana pero sin perjuicio de la soberanía que corresponda a los Estados respecto a su régimen interior.

El diputado Martínez, aparece como defensor de la unicidad e indivisibilidad de la idea de soberanía. En consecuencia este atributo debía reservarse única y exclusi-vamente a favor, bien de la nación, bien de los Estados, sosteniendo en lo personal la tesis de que dicha soberanía debía reservarse precisamente a la nación y no a los Estados:

Dijo que si la soberanía consistía en la omnipotencia política de una na-ción sobre cuantos individuos la componen, cuya suma de poder le ve-

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nía de ella misma, y era la fuente y origen de todas las autoridades, no se podía decir que los Estados eran soberanos en ese sentido, porque no son omnipotentes respecto de sus individuos, ni el poder les viene de sí mismos ni son el origen y fuente de las autoridades. Que si también han de ser soberanos en el sentido que se ha explicado de la soberanía parcial, también se debe dar aquel nombre a los partidos, pueblos y a los individuos.

Martínez, pues, solicitó que la Comisión retirara la palabra de soberanos, en el su-puesto de que debiéndose hacer uso riguroso de los términos, éste no correspondía a los Estados. Martínez les niega esta nota a los Estados. También niega la posibili-dad de que puedan ser o gozar de esa soberanía parcial, en que otros sí convienen.

Martínez todavía, como posibilidad, admitía que en el caso de que el término de soberanos no se usase en su sentido trascendente, nada importaba el que los Es-tados se llamasen soberanos. Admite la posibilidad de que se conserve la palabra, con tal que no se le dé dicha trascendencia. Esto es importante, porque vamos a ver cómo a la hora de votar por si se aprobaba o reprobaba el término, se va a formar una tercera tesis en que coincidían, pero por motivos diversos, muchos diputados. Sigamos con quienes defienden la soberanía única y exclusiva a favor de la nación. El michoacano Cabrera:

Impugno el artículo, fundado en que las cualidades inconcusas de la soberanía, que son las de unidad, la universalidad e indivisibilidad no pueden convenir a la soberanía que se atribuye a los Estados. Que se declaren a los Estados las facultades de que habla el artículo y se supri-ma la palabra soberanos8.

Ésta es pues la tesis de la soberanía auténtica y plena a favor de la nación. Se niega la soberanía, así entendida, a favor de los Estados. Pero nótese, una vez más lo re-calcamos, cómo lo que se impugna es el uso del término de soberanos aplicado a

8 Véase en Águila Mexicana del día 15 de diciembre de 1823.

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los Estados. Porque, en cambio, están conformes en que se les reserven el mismo haz de facultades de que habla el artículo. Este puede permanecer invariable, con sólo la supresión de la voz soberanos. Incluso, Martínez admitía hasta que pudieran llamarse también soberanos, si bien con otro sentido, o en sentido de dueños, como propuso Covarrubias, quien alegó que los Estados deben llamarse soberanos, por-que la voz de soberanos quiere decir dueño, y ellos lo son de cuanto privativamente les pertenece9.

Una segunda tesis, es defendida por el grupo de diputados que, sustentando el princi-pio fundamental de la trascendencia y profunda significación del término soberanos, se lo atribuyen exclusivamente a los Estados. Niegan por tanto que la nación sea sobe-rana, salvo a través del mecanismo expreso de la delegación o cesión, para que pudiera ejercer ciertos atributos. Cañedo expuso:

Que ni el artículo 4 ni este debió hablar de soberanía; pero que ha-biéndose ya hecho, era preciso aprobar el artículo como está, porque la soberanía consiste en el ejercicio de los tres poderes, y cada Estado lo ha de tener dentro de sus límites. Que así como la nación se llama soberana, sin embargo de que no le toca el gobierno interior de los Es-tados, éstos pueden llamarse soberanos aunque han cedido parte de su soberanía en obsequio del bien general de la confederación.

Cañedo es pues partidario de la tesis de la Diputación jalisciense, de una sola so-beranía, y ésta a favor de los Estados, que ceden ciertos atributos de su soberanía a la nación, la cual por esta circunstancia, se decidió que fuera también soberana: soberana por participación, por delegación o por cesión. Muy sutilmente Cañedo dice que el término del artículo 4, no debió nunca ponerse y que sin duda se aprobó allí por la mayoría de quienes querían una nación fuerte, unida.

Rejón igualmente se pronunció a favor de la soberanía estatal, en su sentido pleno, ya que la soberanía es un poder independiente y supremo, y en ese sentido los Esta-

9 Ibidem, del día 19 de diciembre de 1823.

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dos deben llamarse soberanos, ya que tienen poder para disponer definitivamente y con exclusión de toda otra autoridad de los negocios que les pertenecen.

Fue con todo, el más ferviente y lúcido defensor de la soberanía estatal, Cayeta-no Portugal, el cual aún no se encontraba por estas fechas entre los diputados. Se incorporará más adelante, pero eso sí, saldrá a defender dicha soberanía en todas cuantas oportunidades se le presentaron. Sus intervenciones son magistrales. Tie-nen el sabor de esas piezas oratorias que Salustio y Tácito acostumbraban colocar en boca de sus personajes: breves, precisas, plenas de contenido. Así son las de Por-tugal, según fueron registradas y recogidas por las crónicas de Águila Mexicana.

Por último, tenemos la tercera tesis, la de las dos soberanías, la cual fue defendida, entre otros, por Santos Vélez, de Zacatecas; por Juan José Ramos, de Jalisco; por Gómez Farías, también de Zacatecas:

Que la soberanía de la nación tiene órbita separada de la de los Estados y no es compatible, ni aún puede rozarse con esta. Que todas las cuali-dades que se atribuyen a la soberanía de los Estados, limitada la última al gobierno interior de ellos, así como aquélla limitada al territorio de la misma nación, sin que pueda extenderse a las entrañas. Que es un equí-voco decir que la soberanía de los Estados no les viene de ellos mismos, sino de la Constitución general, pues que ésta no será sino el pacto en que todos los Estados expresen por medio de sus representantes los de-rechos que ceden a la confederación para el bien general de ella, y los que cada uno se reserva.

Como se aprecia, las dos soberanías son compatibles, las dos se entienden en sen-tido pleno, aunque al final del texto transcrito se vuelve a decir que se ceden y que ellos se reservan, en todo caso, lo esencial. Se admiten las dos soberanías, el que la nación se llame soberana, y los Estados soberanos.

Podemos comprobar la existencia de un punto en que coinciden, cediendo un poco

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cada una, las tesis en pugna. Este punto consiste en que, cualquiera que sea el resul-tado de la votación, se deben respetar las atribuciones de régimen interior previstas para los Estados.

Sólo disienten realmente en cuanto al sentido de plena soberanía que implica el tér-mino que se ha usado ya para la nación en el artículo 4; y el de soberanos que ahora se usa en el que se discute. Los centralistas piensan que no debe caerse en un centra-lismo riguroso, sino que deben otorgarse amplias facultades autonómicas a las pro-vincias: varios de ellos incluso se pronuncian a favor de la república federal, si bien entendida en un sentido distinto al que patrocinaban muchas de esas provincias.

Los federalistas, por su parte, hemos visto cómo muchos hasta están dispuestos a que, defendiendo la soberanía plena a favor de la nación puedan los Estados llamar-se soberanos, o dueños mientras los que defienden la soberanía plena a favor de los Estados, convienen en que la nación sea también soberana, aunque por los me-canismos de la expresa delegación, o cesión. Así mismo, los partidarios de las dos soberanías vienen a convenir en ese punto de confluencia, en virtud de las mutuas concesiones. Pues bien, estas tesis, y esta confluencia una vez explicada, se aprecia netamente en la obra de las correspondientes votaciones. Veamos.

Para empezar, existe plena unanimidad acerca de los términos de libres e indepen-dientes, que fueron aprobados por 63 votos, con siete en contra. Reprobaron, Paz, Lombardo, Becerra, Bustamante José María, Ibarra, Mora y Mangino: todos ellos diputados mexicanos, menos Mangino, que es poblano.

En cambio, el término de soberanos suscitó mayor división: 41 votaron a favor y 28 en contra. De los 28 contrarios, 18 son diputados mexicanos y poblanos (12 mexicanos y 6 poblanos). La lista de los 28 es como sigue: Martínez; Vea; Gama; González Caralmuro; Espinosa; Zaldívar; Tirado; Mier; Gómez Anaya; Becerra; Robles; Cabrera; Berruecos; Bustamante José María; Escalante; Ibarra; Jiménez; Mora; Mangino; Guerra D.J.B. Rayón; Paz; Osores; Castorena; Patiño; Moreno; Lombardo; Castillero.

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A favor votaron 41, cuyos nombres eran: Márquez; Marín; Barbabosa; Sierra; Soló-rzano; Covarrubias; Izazaga; Vélez; Aldrete; Romero; Llave; Cañedo; Uribe; Go-doy; Vázquez; Gómez Farías; Guerra J.; Huerta; Vargas; Ramos Arizpe; Hernández Chico; Gordoa; Ahumada; Arriaga; Copca; Gordoa L.; González Angulo; Juille; Morales; Sánchez; Tarrazo; Rejón; Argüelles; García; Gasca; Paredes; Reyes; Ro-dríguez; Elorriaga; Valle; Envides.

Entre los que votaron a favor, contamos a 4 diputados de México y a otros 4 de Puebla; 5 son de Jalisco; 4 más de Zacatecas; 3 de Yucatán; 4 de Guanajuato; 3 de San Luis Potosí; 3 de Michoacán, etcétera. Con todo, lo más importante de estas listas de nombres es comprobar en qué grupos se encuentran alineados los defensores de estas teorías que acerca de la soberanía se vinieron formulando durante los debates de los artículos en cuestión, para así deducir, finalmente, cuál fue la tesis vencedora.

Es muy curioso, pero no menos significativo, el hecho de que la lista mayoritaria, de aquellos que votaron a favor del término soberanos, está compuesta, en primer lugar, por todos los que defendían la soberanía plena y total de los Estados frente a la soberanía de la nación, la cual sólo lo era por participación o cesión; en segundo lugar, se encuentran quienes defendieron las dos soberanías: quienes afirmaron que había compatibilidad en su ejercicio; y quienes, finalmente, propugnaron una am-plia autonomía local y no les repugnaba el término. Por el contrario, la primera lista, incluye prácticamente a todos los partidarios de la soberanía a favor de la nación, frente a la soberanía de los Estados; y también a todos los centralistas, muchos de los cuales mostraron su inclinación hacia el Federalismo, pero éste tenía que ser, en todo caso, muy distinto al sustentado por las provincias pronunciadas.

No fue cómoda la aprobación de estos artículos. Cuando se pusieron en contradic-ción los conceptos fundamentales, se impuso el relativo a la soberanía estatal, pues de otra manera no se habría consagrado el Federalismo. En cambio, cuando se dis-cutió el artículo 4 (del proyecto siempre) si hubo gran unanimidad de votantes, fue debido a que, a los votos de estos 28 que ahora se pronunciaron contra la soberanía

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estatal, se les sumaron los votos de quienes admitían bien la doble soberanía, bien el que la nación fuera soberana por participación o cesión. Así fue cómo se formó tan general unanimidad en aquella ocasión.

Y así es como nace formalmente el Pacto Federal, de manera dialéctica, de un for-cejeo doctrinal, mejor dicho, político, puesto que la inmensa mayoría tiene una misma noción acerca de la soberanía: precisamente por esta razón se produce la oposición fundamental entre quienes la reservan a la nación y quienes la quieren para los Estados.

Y detrás de esa dialéctica política están los hechos, los acontecimientos derivados de la rebelión de Veracruz y el Plan de Casa Mata, que respaldan y dan firmeza al planteamiento político, al triunfo de esa actitud intransigente de las provincias, para estas fechas ya erigidas en Estados libres y soberanos en el más amplio sentido de las palabras.

Sobre estos debates, por tanto, es en donde se apoya la firmeza y la grandeza de nuestras máximas instituciones republicanas federalistas. No es bueno olvidar los hechos que han conducido las cosas hasta este final; tampoco está bien minimizar la verdad y la enseñanza que nos han impuesto para el mejor funcionamiento de esas mismas instituciones. Mucho menos, se debe recurrir a doctrinas exotéricas, a patrones extranjeros que, si bien eran conocidos y recomendables, en realidad no pasaron a más.

En efecto, el ejemplo del Federalismo norteamericano estaba ahí. Y lo trajeron a colación los partidarios de una y otra tesis. Al igual que el ejemplo colombiano. De uno y otro se han tomado cosas aprovechables, pero en ningún caso ha habido una hipostación simple y sencilla.

Creo yo que la realidad mexicana ha sido tan compleja y doctrinalmente tan férrea que merece se le reconozca su propia idiosincrasia, con independencia absoluta de otros modelos o esquemas político-jurídicos. Ya lo hemos dicho: nuestro Federa-

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lismo comienza en Casa Mata, y culmina ahora, con el reconocimiento expreso y mayoritario que hace la Acta constitutiva de la soberanía estatal, la cual se halla en una posición de supremacía, o de igualdad, o de mera compatibilidad respecto de la soberanía nacional, según los términos de las tesis entonces sustentados.

Pero no al revés, porque la tesis que defendía tal posición resultó perdedora en la votación antes transcrita: es decir, perdió la tesis de la supremacía de la soberanía nacional centralizadora o contraria al Federalismo.

Para dictar la forma de gobierno -dijo el mencionado michoacano Solórzano- basta saber cuál es la voluntad de los pueblos, y ésta es una cuestión de hecho y no de derecho. Son los hechos surgidos a raíz del Acta de Casa Mata los que juridiza el Acta con la aprobación solemne del término soberanos, que se aplica a los Estados, a aquellos que se erigieron como tales antes de que se publicara dicha Acta consti-tutiva; y se aplica también a aquéllos que fueron creados por dicha Acta, o por aquel Constituyente.

Ahora sí creemos que son fácilmente comprendidas aquellas palabras de Miguel Ramos Arizpe, cuando afirmaba que los poderes federales debían dirigirse a los Es-tados y no a los individuos, o cuando recomendó la formación del famoso senado también constituyente, a quien se sometería para su ratificación tanto el Acta como la propia Constitución. En todo caso, desde este punto de vista es como se debe enjuiciar la existencia entre nosotros del Senado, el cual obedece no a la idea de fortalecer la representación nacional, sino la de representar única y exclusivamente a los Estados, en cuanto tales, libres y soberanos.

Por lo que llevamos expuesto, podemos comprender que la naturaleza del Federa-lismo mexicano viene dada por los conceptos fundamentales, algunos tan discuti-dos durante el proceso de debates del proyecto de Acta Constitutiva, de la nación; soberanía nacional y el de Estados libres, independientes y soberanos. Todos ellos conceptos empleados por los grandes tratadistas para definir y determinar la natu-raleza del Estado federal, en general.

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Con todo, existe una diferencia. Mientras que los grandes autores tratan de ela-borar los conceptos fundamentales en abstracto y se cuidan bien de guardar sus requerimientos 1ógicos según tal o cual doctrina filosófica, ahora al discutirse uno a uno en función de una grave realidad que está detrás de ellos, se hacen conceptos maleables y a veces se defienden aún contra toda lógica, invocando razones de su-pervivencia de todo el grupo social.

En páginas anteriores, veíamos que la doctrina parecía haber enmarcado las posi-bilidades lógicas de explicación del Estado federativo en unas cuantas hipótesis, elaboradas por exclusión prácticamente unas de otras al correr de los años.

Este método nos parece discutible, porque se nos muestra excesivamente estático y, como diría don Miguel de Unamuno, excesivamente cerebral: contempla y analiza los resultados finales y no se para a meditar y a valorar los presupuestos y circuns-tancias históricas concretas, que tienen forzosamente dichos resultados finales.

Además ese exceso de estatismo y de cerebralismo ha conducido a algunos autores a adoptar posiciones rígidas, que la misma doctrina rechaza. Tal es el caso de la idea de soberanía, concepto polémico desde siempre, el cual admite muchos usos, aun siendo una misma la formulación del principio. Por ejemplo, se rechazó la tesis de Tocqueville de la cosoberanía, porque, al parecer, la soberanía ni podía cederse, ni podía compartirse al mismo tiempo, por ser indivisible y única.

Claro está. Esto resulta cierto, si se parte del concepto de soberanía expuesto por Rousseau. Pero es falso si, por el contrario, se parte de la noción que tiene elaborada la doctrina de la Escuela clásica jurídica española con Vitoria, Suárez, Menchaca, Covarrubias, etcétera, noción que se toma en cuenta en tiempo de las Cortes de Cádiz, para incorporarse a la Constitución de 1812, de donde pasa a todas y cada una de las constituciones mexicanas, para no salirnos del caso en estudio, en virtud de cuya concepción, la soberanía resulta perfectamente delegable, y se puede ejer-cer mediante un poder soberano derivado, sin que por ello el pueblo deje de tener el poder inmanente de dicha soberanía.

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Sé muy bien que esto es discutible. Pero, por mi parte, lo he venido analizando con cuidado desde hace mucho tiempo: me ocupo de ello en el libro Temas de liberalis-mo gaditano, al igual que en Introducción al federalismo. La formación de poderes en 1824. Y sostengo que se trata de un concepto distinto al propuesto por Rousseau, autor que es criticado duramente por los diputados gaditanos y por el mismo Fray Servando Teresa de Mier, porque dicen la idea de Rousseau conduce necesaria-mente a las democracias totalitarias.

La noción gaditana de la soberanía es muy flexible. Ya lo hemos visto durante los debates al artículo 4 y 6 del proyecto de Acta constitutiva. La soberanía, según esto, es delegable y se puede ceder, sin hacer ninguna concesión ideológica. De manera que gracias a esta flexibilidad del concepto se aprueban dichos artículos, pese a las dos tesis irreductibles de centralistas y federalistas.

Primera conclusión: el Federalismo mexicano es producto principalmente de las circunstancias históricas del momento, las cuales llevaron a la plena proclamación a varias diputaciones provinciales en verdaderos Estados libres, independientes y soberanos, tanto en tierras de la Nueva España, así como en las tierras más retiradas de Centroamérica, cuyo pronunciamiento nunca se ha objetado.

Por lo que respecta a las provincias mexicanas, por razones de indiscutible herman-dad aceptan, como lo hicieron al principio las propias diputaciones centroameri-canas entre sí, la idea de constituirse bajo un Estado federativo. Por ello aceptan la convocatoria al Segundo Congreso Constituyente de finales de 1823, y mandan, eso sí más que diputados, verdaderamente delegados, con poderes estrictamente limitados para constituir al país bajo dicha forma federativa.

Pues bien, el documento clave del Pacto de Unión, la Acta Constitutiva de la nación mexicana sancionó el principio de que la soberanía de pleno derecho y originaria radicaba en los Estados miembros. Y que sólo por cesión o delegación correspon-día al ente Federal, que es quien se esconde detrás de la palabra nación, ya que los centralistas jamás aceptan la idea de la Federación. Existen por tanto dos esferas

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soberanas: una absoluta y plena, la de los Estados miembros; y 1a otra, derivada o por cesión, la del ente Federal. Por supuesto que la población de todos y cada uno de los Estados forman la nación, la cual goza de una soberanía, que nadie le negó.

A mayor abundamiento, si aceptamos la noción flexible del concepto de soberanía gaditano, resulta fácil y adecuado explicar la doble soberanía en todos aquellos casos en que, como ocurre en los Estados Unidos de América, se llega al Pacto de Unión en posición de Estados libres, independientes y soberanos.

Igualmente será fácil de explicar los supuestos de las dos soberanías igualitarias, como es el caso de la Reforma constitucional de 1971 y la Constitución de 1974 de Yugoslavia, cuya federación, se dice, es emanación del poder soberano del pueblo de trabajadores y de las nacionalidades (repúblicas) socia1istas, para ejercerse de acuerdo a la Constitución, idea muy cercana a la expuesta por Mangino en su voto particular.

Por otro lado, desde el punto de vista del concepto de nación cabe hacer varias precisiones de gran interés para el caso mexicano. Para empezar se puede observar que se ha estado hablando de nación tanto al discutirse el artículo 1 como el 4 del Proyecto y el mismo artículo 6. En los dos primeros artículos citados, como se acla-ra durante el debate que tuvieron, la nación se entiende y se explica en función del territorio y de los habitantes del mismo.

Por el contrario, cuando se está debatiendo el artículo 6, que habla de la soberanía de los Estados, también se usa el nombre nación, principalmente por boca de los centralistas, que de ninguna manera admiten la idea Federalista. Pero aquí, la voz nación equivale a la de ente Federal. De manera que se viene a decir: los Estados son soberanos de pleno derecho, mientras que el ente Federal lo será nada mas por derivación.

La distinción, como decimos, tiene una gran importancia práctica, no porque vaya a cambiar el alcance y la naturaleza de su soberanía, sino porque cuando se habla,

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por ejemplo, de los bienes de la nación, no necesariamente se debe entender que se trata de bienes de la Federación, sino que cabe la posibilidad de que la voz nación, en dichos casos particulares, se está usando como o en función de un territorio y de unos habitantes, que son los elementos naturales y propios, en último caso, de los Estados miembros, del Distrito Federal, y de los Municipios y no del ente federal, que sigue siendo un Pacto de Unión jurídicamente hablando y nada más.

Ahora nos falta todavía sacar la segunda y última conclusión de nuestro razona-miento. Y es ésta: el Federalismo mexicano es esencialmente un Pacto de Unión. Este pacto crea un ente, el federal, que goza de poder soberano derivado, y de per-sonalidad jurídica y política soberana, pero también por derivación. Es una simple ficción jurídica.

El ente federal, en el exterior representa unívocamente a toda la nación. En el inte-rior, ejerce facultades y atributos soberanos indiscutiblemente, pero asimismo por derivación, conforme al Acta Constitutiva o Pacto federativo y la propia Constitu-ción que esté conforme al Acta.

Los Estados miembros, en cambio, además de ser soberanos de pleno derecho o por origen, deben definirse en función de un territorio y de la población. Por ello es que tendrán en todo tiempo el derecho irrestricto de competencia natural in-trínseca sobre dicho espacio territorial, salvo las facultades de coordinación de la Federación por causa del interés común.

Todo ello es posible, sin hacer ninguna concesión al rigor filosófico y doctrinal, gracias al concepto que sobre soberanía se adoptó en la Acta constitutiva, concepto de sabor profundamente gaditano, elaborado por la Escuela jurídica española con Francisco de Vitoria, con Suárez, con Menchaca, con Covarrubias, y tantos otros autores de la primera nota, como dijeron los diputados gaditanos al recordarlos para fundamentar dicha noción.

En efecto, si ahora leemos la redacción del artículo 3 del texto en vigor de la Cons-

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titución de 1917, veremos que dice:

Artículo 3. Todo individuo tiene derecho a recibir educación. El Esta-do-Federación, Estados y Municipios impartirán educación preescolar, primaria y secundaria.

Como se aprecia, la idea de Estado abarca por igual a la Federación, a los Estados y a los Municipios. Es decir, la Federación no se identifica con la idea de Estado. ¿En-tonces que cosa sería la Federación? Muy sencillo: a la luz del artículo 42 del texto ahora en vigor, al hablar del territorio dice:

Artículo 42. El territorio nacional comprende:

1. El de las partes integrantes de la Federación.

¿Qué es entonces la Federación? La Federación es algo espiritual que aglutina a los territorios de las partes que componen dicho territorio nacional. Por tanto la Federa-ción es una simple ficción jurídica, que no tiene territorio ni población.

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III. Acta Constitutiva y Constitución del 1824

Existe hoy en día una práctica unanimidad entre políticos y los propios constitu-cionalistas sobre que el Pacto Federal, o pacto de unión se identifica con el texto mismo de la Constitución. Esto es, se suele afirmar, de una u otra manera, que la Constitución vigente es el Pacto Federal10.

Con todo, y sin prejuzgar esa especial unanimidad que se aprecia en nuestros días, históricamente no fue así. Para demostrarlo, bastaría con recordar la aparición de dos textos solemnes y fundamentales, bien conocidos por los estudiosos, y bases esenciales de nuestras instituciones republicanas, federativas: el Acta Constitutiva de la Federación de 31 de enero de 182411 y la Constitución de los Estados Unidos Mexicanos del 4 de octubre de 182412.

1. Dos textos solemnes

Dos textos igualmente solemnes, igualmente fundamentales, ambos suscritos por todos y cada uno de los diputados acreditados en aquella Asamblea, y lo ha-cen precisamente por Estados13. En ninguna otra ocasión un texto procedente de una Asamblea, ni siquiera Constituyente, es firmado por todos y cada uno de los presentes: nada más el texto Constitucional y, tal como ocurrió en 1824, también el texto del Acta Constitutiva. Lo usual, por tanto, es que los textos emanados del órgano legislativo vayan rubricados por el presidente de dicho órgano, así como

10 Como se sabe, para muchos autores, como TENA RAMÍREZ, Felipe, en México se vive un régimen federal “pre-cario y ficticio”. El sistema federal ha llegado a ser -afirma en otro pasaje- “una mera técnica constitucional”. Antes del Acta, los Estados no existían de derecho, ni tampoco de hecho, sostiene también el maestro en su Derecho Constitucio-nal Mexicano, 10a. ed. México, 1976, p. 117 y 118 de la edición que tenemos a la vista.11 Existen varias ediciones del original, tanto manuscrito como impreso de tan importante documento. Véase, por ejemplo la obra preparada por BARRAGÁN, José, Crónicas de la Acta Constitutiva de la Federación, editada por la Cá-mara de Diputados, México, 1974, p.588. La versión manuscrita en p. 3-26 y la versión impresa en p. 27-35.12 De esta Constitución se han hecho también, como del Acta Constitutiva, varias ediciones. Véase, por ejemplo, BARRAGÁN, José. Crónicas de la Constitución Federal de 1824, editada por la Cámara de Diputa-dos, México, 1974. 2 Vls. p. 1054. El texto manuscrito en Vol. I. p. 9-80; y la versión impresa p. 81-109.13 Véase BARRAGÁN, José. Crónicas de la Acta Constitutiva... p. 21-25.

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por una, dos o tres firmas más (los secretarios en turno)14.

Este hecho asemeja el Acta de 1824 con la Constitución del mismo año. Pero, ade-más, este mismo hecho permite diferenciar al Acta de las restantes leyes emanadas de aquella Asamblea. Veamos algo más.

2. Dos textos supremos

Como se sabe, a la Constitución se le atribuye la calidad de ocupar el primer rango en una escala de jerarquía de las leyes y demás normas jurídicas. Por tal motivo se ha-bla del carácter de supremacía que ostenta, cuyas consecuencias más sobresalientes son: la intangibilidad del texto constitucional (sólo podrá reformarse a través de los mecanismos y procedimientos, así como por medio del órgano u órganos expresa-mente señalados en el propio texto constitucional)15; la anulación o la suspensión de aquellos actos que la violen (llevados a cabo por medio de los recursos y defensas constitucionales, como nuestro Juicio de Amparo)16; y, en su caso, la responsabili-

14 Véase cómo los demás textos aprobados por la Asamblea Constituyente mexicana únicamente van sus-critos por las autoridades de dicha Asamblea: presidente en turno y secretarios, en cualquiera de las colec-ciones oficiales de leyes.15 Cfr.Entre otros autores que estudian este planteamiento de la intangibilidad y control de la constitucio-nalidad: - TENA RAMÍREZ, Felipe. Derecho Constitucional Mexicano, 10a. Edición Porrúa, México, 1976. p. 517 y siguientes. Véase también la reciente publicación, obra colectiva, del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM. Defensas de la Constitución, México, 1984, así como La Jurisdicción Constitucional en Iberoamérica, obra colectiva coordinada por García Belaunde y Fernández Segado. Editorial Dykinson, Madrid, 1997.16 Por fortuna tenemos una enorme y trascendental bibliografía sobre el Juicio de Amparo y otros medios de defensa constitucional. Además de la bibliografía de autores mexicanos, sobradamente conocidos por los estudiantes de Derecho, véase en la obra de colaboración La Jurisdicción Constitucional en Iberoamérica, coordinada por García Belaunde y Fernández Segado, viene previamente una amplia recopilación de mono-grafías sobre el particular, después de un estupendo planteamiento hecho por el mismo Francisco Fernández Segado intitulado “Evolución histórica y modelos de control de constitucionalidad”, p. 45-94. Entre otros, pues, véase: FERNÁNDEZ SEGADO, Francisco: “La Jurisdicción Constitucional en España”, p. 625-709;FERNÁNDEZ SEGADO, Francisco: “La Jurisdicción Constitucional en la reforma de la Constitución de Bolivia”, p. 355-385; FERNÁNDEZ SEGADO, Francisco y GARCÍA BELAUNDE, Domingo: “La Jurisdicción Constitucional en Guatemala”, p. 711-741; FAVOREAU, Louis: “Los tribunales constitucionales”, p. 100-115; BREWER-CARIAS, Allan R. “La jurisdicción electoral en América Latina”, p. 117-161; HÄBERLE; Peter: “El recurso de amparo en el sistema germano-federal de jurisdicción

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dad para quienes, autoridades y particulares, quebranten la Constitución17.

Pues bien, dentro de este planteamiento, pasamos a examinar cuál es la posición que guarda el Acta Constitutiva de 1824 y durante todo el tiempo en que estuvo en vigor la Constitución de 4 de octubre de 1824: ¿Goza el Acta de esa misma prerrogativa de la supremacía, que todos atribuyen a la Constitución? ¿El Acta y la Constitución son equiparables? ¿Acaso son sucesivos: es decir, el Acta tendría tal carácter de supremacía, pero nada más mientras se publicaba la Constitución?

2.1 Supremacía del Acta hasta la promulgación de la Constitución

Para empezar, podemos convenir en que tiene tal carácter de supremacía y de texto fundamental desde su promulgación, en 31 de enero hasta el 4 de octubre de 1824, fecha en que aparece promulgada la Constitución. Es un punto de partida.

En efecto, el carácter fundamental del Acta constitutiva, provisional si se quiere o relativo a este lapso de tiempo señalado, está fuera de toda duda: la Comisión lo expresa textualmente al presentar el proyecto durante la sesión del día 20 de no-viembre de 1823.

... la han conducido al caso de decidirse a proponer ese proyecto al Congreso para su deliberación, un acta constitutiva de la Nación

constitucional”, p. 223-282; HITTERS, Juan Carlos: “La jurisdicción constitucional Argentina”, p. 282-305HARB, Benjamín Miguel: “La jurisdicción Constitucional en Bolivia”, p. 333-354; SILVA, José Alfonso de: “O Controle de constitucionalidade das leís no Brasil”, p. 387-407; PINTO FERREIRA, Luis: “Os instrumentos processuais protetores dos Direitos humanos no Brasil” 409-436; OLIVEIRA BARACHO, José Alfredo de: “Proceiso Constitucional en Brasil”, p.437-467; CIFUENTES MUÑOZ, Eduardo, “La jurisdicción constitucional en Colombia”, p. 469-497; HERNÁNDEZ VALLE, Rubén: La jurisdicción constitucional en Costa Rica”, P. 499-531. NOGUEIRA ALCALÁ, Humberto: “La jurisdicción constitucional en Chile”, p. 533-571; SALGADO PESANES, Hernán: “La jurisdicción constitucional en Ecuador”, p. 573-590; ANAYA BARRAZA, Salvador: “La jurisdicción constitucional en El Salvador”, p. 591-624; RODRÍGUEZ ROBLES, Francisco: “La jurisdicción constitucional en Panamá”, p. 805-826; GARCÍA BELAUNDE, Domingo: “La jurisdicción constitucional en Perú”, p. 827-854.17 Cfr. BARRAGÁN, José. Crónicas del proceso de discusión del Acta Constitutiva de la Federación de 1824. edición del año 2003, p. 159.

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Mexicana, que sirviéndole de base para sus ulteriores trabajos, die-se desde luego a las provincias, a los pueblos y a los hombres que los habitan, una garantía firme del goce de sus derechos naturales y civiles, por la adopción definitiva de una forma determinada de gobierno y por el firme establecimiento de éste y desarrollo de sus más importantes atribuciones18.

Líneas más arriba, la Comisión acababa de decir que estaba posponiendo la for-mación del proyecto de Constitución, “por la naturaleza de esta misma obra”19, así como por la “necesidad imperiosa y urgente de dar luego un punto cierto de reu-nión a las provincias” (Pacto de Unión)20.

Subraya la Comisión que el Acta debe contener ya la forma determinada de gobier-no definitiva y el firme establecimiento de éste. Por tal motivo, este texto del Acta no podría sino ser fundamental, y por ello mismo, debía servir de base a los trabajos posteriores que realizaría dicha Comisión (el proyecto de Constitución). Principios tales como el de la declaración de que la nación mexicana es libre, es soberana de sí misma y es independiente para siempre de España y de cualquiera otra potencia (artículo 2); como el enunciado de la soberanía nacional (artículo 4); como el de la forma de gobierno de república representativa popular federal (artículo 5); como el de que sus partes integrantes son Estados libres, independientes y soberanos (artículo 6); o esos otros principios, como el relativo a la religión o la división de poderes, debían de ser principios capitales y por todo ello el texto del Acta tenía que adquirir un carácter de supremacía, al menos mien-tras se elabora y se promulga la Constitución. Estamos todavía en la primera hipótesis, en el punto de partida; esto es, en que podíamos convenir en que el Acta tuviera dicho carácter de fundamental al menos hasta que apareciera la Constitución.

18 Cfr. BARRAGÁN, José, Crónicas del proceso de discusión del Acta Constitutiva de la Federación de 1824, edición del año 2003, p. 159.19 Ibidem.20 Ibidem.

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2.2. El Acta base de la Constitución

Desde otro punto de vista, podríamos tratar de probar que el Acta es fundamental, porque debe servir de base a la propia Constitución. El Acta, en efecto, hemos visto que contempla ya la consagración de ciertos principios que son fundamentales y por tal motivo, al contener una materia fundamental, debía gozar del carácter de suprema-cía hasta en tanto se promulgaba la Constitución.

Ahora bien, la Constitución de 1824 de hecho no vuelve a repetir, entre sus prin-cipios, los enunciados por el Acta. Como que se presuponen. Mejor aún, se aclara que por estar insertos en el Acta, ya no deben repetirse todos en la Constitución. Si esto fuera así, resultaría que la vigencia del Acta constitutiva correría paralela o conjuntamente con la Constitución, después de aprobarse ésta. Veámoslo pues, en detalle.

Desde luego, algunos principios del Acta sí se repetirán en el texto de la Constitu-ción de 4 de octubre de 1824. El artículo 2 del Acta pasa casi literalmente al artículo 1 de la Constitución; el principio de la religión se repite también como artículo 3 en uno y otro texto; mientras que el principio de la división de poderes tanto por lo que mira al Supremo Poder de la Federación cuanto por lo que respecta al Poder de los Estados, vuelve a repetirse en el texto constitucional.

Con todo y pese a estos supuestos que se reiteran, se asienta firmemente que otros principios no se repiten porque ya están enunciados en el Acta y la Comisión “no puede separarse de lo que está aprobado en el Acta”, según se expresa durante la sesión del día 2 de abril de 1824, al estarse discutiendo el artículo 1 del proyecto de Constitución21.

Más adelante, al discutirse el artículo 3, por boca de Rejón, a nombre de la Comi-sión, volvía a recordar:

21 Véase la forma en que se produce la intervención de Rejón en este mismo libro.

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... que este artículo se copió literalmente del Acta Constitutiva porque la Comisión cree que ésta no se puede variar hasta que pase el término señalado22.

Nadie, ni ahora ni en otros casos parecidos que se presentarán, se sorprendió de la aclaración hecha a nombre de la Comisión acerca del valor de lo aprobado por el Acta. A lo sumo, se dijo que sí se podrían hacerle ciertas correcciones y aclaracio-nes; son palabras de Garrido:

... que aunque no se puede variar lo substancial del acta constitutiva, bien se pueden hacer ciertas correcciones y aclaraciones que no alteren aquélla, como que para eso es esta revista o última mano que se le da a aquel ensayo23.

Cañedo parece afirmar que Acta y Constitución son una misma cosa: una y otra son la Constitución de los Estados Unidos Mexicanos. Luego examinamos este punto, cite-mos para completar nuestro planteamiento otros ejemplos.

Así es, al ponerse a debate la facultad del Congreso general para proteger y arreglar la libertad de imprenta, Romero y Vélez recordaron que:

En realidad se perdía el tiempo discutiéndolo, puesto que no se pue-de reprobar porque es uno de los del Acta Constitutiva que no puede variarse sino en el tiempo y términos que prescriba la Constitución24.

Al ponerse a debate otra facultad del Congreso, la relativa a establecer las contribucio-nes necesarias para cubrir los gastos generales de la república, determinar su inversión y tomar cuenta de ella al Poder Ejecutivo, Rejón a nombre de la Comisión, advirtió:

22 Véase en este mismo libro. Se trata de la sesión del día 2 de abril.23 Ibidem.24 Ibidem.

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...que esta parte ya está aprobada en el Acta y por lo mismo no su-fre nueva deliberación; de suerte que para que pase, bastará que los señores secretarios la cotejen con la que consta en el Acta25.

Aquí, incluso, se suscitó claramente el problema de si debían o no discutirse los artículos del Proyecto de Constitución que, de alguna manera ya hubieran sido aprobados por el Acta; se trata de una proposición formal del diputado Llave, dice:

Se sujetarán a discusión y votación los artículos del Acta Constitu-tiva que se hallen copiados a la letra o sin variación substancial en el proyecto de Constitución26.

Llave, se muestra contrario al criterio que se ha venido siguiendo hasta el momen-to. Inclusive formula su proposición justamente después de escuchar aseveraciones tan precisas como:

Los señores Rejón, Marín, Cañedo, Zavala y Becerra –leemos– sostuvieron que no había lugar a variar en lo sustancial el Acta, porque lo que ella contiene son ya bases permanentes y sólo se podían corregir (dijeron los cuatro últimos), en lo accidental, sus artículos, a cuyo efecto se debían sujetar a discusión y vo-tación. El Sr. Marín añadió que el Congreso ya no es constitu-yente respecto a lo establecido en el Acta, sino constituido. El Sr. Cañedo dijo además, que si hubiese lugar a revocar el Acta, lo habría también a destruir el sistema de Federación, lo que es un absurdo27.

25 Ibidem. p. 276. 26 Véase Diario de sesiones del Congreso Constituyente de la Federación Mexicana. Sesiones del mes de mayo de 1824, edición facsimilar en la colección Actas constitucionales mexicanas. Imprenta de la UNAM. México, 1980. La cita en p. 423.27 Ibidem.

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El problema se ha planteado con toda corrección o precisión. ¿Qué se resuelve? Después de varias posiciones en pro y en contra de que se vuelvan a discutir enun-ciados ya aprobados en el Acta, se resolvió sobre que no debían ya discutirse tales enunciados. Esto es lo que se deduce por la conducta posteriormente emprendida por la propia Asamblea. En efecto, semanas más tarde, cuando entra a debate la cuarta secsión, relativa a las atribuciones y restricciones del Presidente, en la sesión del 21 de julio se dice textualmente:

Las cinco primeras atribuciones pasaron sin discusión, por estar aproba-das en el Acta Constitutiva28.

Con todo, seguidamente se admiten ciertas adiciones: “habiéndose aprobado la palabra decretos, añadida por la Comisión a la primera, y la palabra reglamentos añadida a la segunda”29. Prevalece, por tanto el criterio de que no puede variarse lo substancial, sino únicamente cabe formular precisiones y aclaraciones, cosa natural por la sencilla razón de que en el artículo 165 se reserva al Congreso gene-ral el resolver las dudas que ocurren sobre la inteligencia de los artículos de esta Constitución y del Acta Constitutiva30.

Poco después, durante la sesión del día 24 de julio, se volvió a usar el mismo princi-pio: “Pasaron sin votación –leemos– por estar aprobados en el acta constitutiva varias atribuciones de dicho poder y se aprobaron las adiciones siguientes:...”31 y los ejem-plos podrían ser muchos más, como cuando en la sesión del 26 de agosto se afirma: “Los artículos 142 y siguientes hasta el 144 no se sujetaron a votación por ser del acta constitutiva”32; como cuando se trató de las obligaciones de los Estados que al presen-tarse la 8ª se dijo: “No se deliberó sobre ella por ser artículo del Acta constitutiva”33.

28 Véase este planteamiento en el texto de la crónica correspondiente que se incorpora a este libro.29 Ivid.30 Ivid.31 Ivid.32 Ivid.33 Ivid.

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2.3. El Acta: igual pero distinta de la Constitución

Hemos estado viendo en qué sentido el Acta Constitutiva sirvió de base para la formación de la Constitución. Ahora bien, algunos textos citados sugieren además otra idea importante. A saber: que el Acta Constitutiva, además de tener el carácter de supremacía (no se usa este vocablo), igual al que se le re-conoce o pudiera reconocerse a la Constitución, era un texto distinto a éste. Acta Constitutiva y Constitución son dos textos diferentes, hasta de distinta naturaleza. De ser cierta esta afirmación, deberíamos concluir en la vigencia del Acta constitutiva, aún con posterioridad a la promulgación en 4 de octubre de 1824 de la Constitución.

De las citas ya transcritas hemos leído cómo en opinión de varios diputados, una vez promulgada el Acta, el Congreso dejaba de ser constituyente respecto de ella y se convertía en Congreso ordinario o constituido. Por tal razón, el Congreso podía practicar adiciones y ciertas modificaciones de carácter interpretativo (para disipar dudas o aclarar el alcance y significado de los enunciados, facultad prevista y reser-vada por el artículo 165 a los congresos ordinarios). En consecuencia, la validez del Acta, al ser permanente, debía prolongarse más allá de la entrada en vigor de la Constitución, sin confundirse con ésta.

De tales afirmaciones, ya transcritas, se deduce además que el Acta es un texto su-jeto al régimen de revisión formal que estableciera la Constitución. Esta era una consecuencia necesaria y estricta del artículo 35 de la propia Acta constitutiva:

Artículo 35. Esta acta sólo podrá variarse en el tiempo y términos que prescriba la Constitución general.

Por tal motivo vemos cómo en la Constitución con toda oportunidad se fijan esas reglas para reformar la Constitución y el Acta Constitutiva. Los artículos que segui-damente nos permitimos copiar prueban, en suma, que Acta y Constitución, son iguales en cuanto a su carácter de fundamentales, de supremacía como ahora se

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dice, pero al propio tiempo son distintas:

163. Todo funcionario público, sin excepción de clase alguna, an-tes de tomar posesión de su destino, deberá prestar juramento de guardar esta Constitución y Acta constitutiva.

164. El congreso dictará todas las leyes y decretos que crea con-ducentes, a fin de que se haga efectiva la responsabilidad de los que quebranten esta Constitución o Acta constitutiva.

165. Sólo el congreso general podrá resolver las dudas que ocu-rran sobre inteligencia de los artículos de esta constitución y del acta constitutiva.

166. Las legislaturas de los Estados podrán hacer observacio-nes, según les parezca conveniente, sobre determinados artícu-los de esta constitución y de la acta constitutiva; pero el congre-so general no las tomará en consideración sino precisamente el año de 1830.

2.4. Juramento del Acta Constitutiva

Líneas atrás hacíamos la observación de que el Acta constitutiva había sido ru-bricada por todos y cada uno de los diputados de aquella Asamblea, hecho éste sólo comparable con la firma que se hace sobre la Constitución. Sin embargo, ahora conviene recordar otro acontecimiento parecido, como es el relativo a su juramento.

En efecto, tenemos constancias de que se ordenó jurar el Acta constitutiva con toda solemnidad por parte de todas las autoridades. Y este deber únicamente se acostumbra a exigirse cuando se instala un constituyente34; cuando se promulga

34 SEVILLA ANDRÉS, Diego, Constituciones y otras leyes y proyectos políticos de España. 2 Tomos. Madrid,

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la Constitución35, y, en este supuesto, el Acta constitutiva.

Pues bien, el siguiente es un testimonio que llegó al Congreso, durante la sesión del día 20 de mayo al recibirse un oficio:

...remitiendo los documentos que acreditan haber prestado el juramen-to de observar el Acta Constitutiva los pueblos y las corporaciones si-guientes: el de Huisquilucan, el de Temoloya, el de Atitalaguia, el de Cuatepec, la ciudad de Toluca y la Villa de Chilapa, el pueblo de Sta. Fe, la Villa de Coyoacán, la ciudad de Lerma, el pueblo de San Este-ban Tepetlispa, el real de Cosalá, el pueblo de Mazatlán (sic), el de San Agustín Logicha, el de San Juan Bautista Tepipac, el de San Guillermo Tololapan, el de San Agustín de las Cuevas, la Aduana de la ciudad de Toluca, la milicia cívica de Tulancingo y la tropa del mismo pueblo36.

3 Dos textos complementarios

La cita que hemos hecho de los artículos 163, 164 y 165, entre otros, debieran bastar para convencernos de que el Acta Constitutiva y la Constitución, cuando menos, son dos textos solemnes, fundamentales y complementarios. Deberán, por otro lado, bastar para demostrar la vigencia del Acta Constitutiva junto o a la par que la Constitución. Sin embargo, el planteamiento es más complejo y quisiéramos en esta parte del trabajo, abundar sobre tan interesante planteamiento.

3.1. Según las memorias oficiales

Podemos comenzar por traer aquí el testimonio de vigencia del Acta, a la par que la Constitución, tomando de las diferentes y sucesivas memorias oficiales, presenta-das ante el Congreso de la Unión por el Secretario del ramo, que es la Secretaría del

1969. La cita en Tomo I. p. 94.35 Ibidem, Tomo I. p. 95 y p. 209.36 Véase en su Diario, ya citado, p. 95.

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Despacho Universal de Justicia y Negocios Eclesiásticos.

La primera Memoria fue leída durante la sesión del día 3 de enero en la Cámara de iputados y el día 4 del mismo mes en la de Senadores37. El Secretario es Miguel Ramos Arizpe y dice en lo conducente, al tratar sobre la administración de justicia en el Territorio de Tlaxcala:

En el de Tlaxcala se administra la justicia por las leyes anteriores al Acta y Constitución federal...38

En otra Memoria, de 1829, firmada por Espinosa de los Monteros39, al referirse a la administración de justicia en el interior de los Estados, recuerda:

En esto la autoridad de los supremos poderes generales tendrá que ejer-cerse, o bien su vigilancia de las reglas, prevenciones y obligaciones a que el Acta constitutiva y Constitución dispusieron se sujetase en los Estados y Territorios de la Federación...40

En la Memoria de 1832, el propio Espinosa de los Monteros al hablar de los asuntos mercantiles afirmaba:

Entonces con toda propiedad podrá decirse que se llena al pie de la letra aquel artículo del Acta constitutiva que dice: Ningún hombre será juzgado sino por leyes dadas y tribunales estableci-dos antes del acto, por el cual se juzga41.

Miguel Ramos Arizpe firma en la Memoria de 183342 y en ella recuerda cómo 37 Esta Memoria fue impresa por la Imprenta del Supremo Gobierno, sin fecha de edición.38 Ibidem. p. 5-6.39 Véase en la versión impresa por la Imprenta del Águila, México, 1829.40 Ibidem. p. 1.41 Véase la edición impresa de 1832. p. 14 y 15.42 Véase la versión impresa por la imprenta del Águila, México, 1833.

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la Nación mexicana tuvo la suerte de ser formada y educada bajo las máximas de la Religión, la que:

Adoptó como suya exclusivamente en su Acta constitutiva y en su Constitución federal.43

Los ejemplos abundan. No es nuestro propósito sino tomar unas muestras de cómo Acta y Constitución pasan por ser la ley fundamental, la Constitución federal. Vea-mos el último ejemplo, que trae la Memoria del año de 1835, firmada por el mi-nistro Iturbide44. En efecto, anexa el Reglamento de su Secretaría: pues bien el artículo 1° de este Reglamento señala como segunda atribución de esta Secretaría:

Segunda: La expedición de los reglamentos, decretos y órdenes que sean necesarios para el mejor cumplimiento de la Constitución, Acta constitutiva y leyes generales...45

Esta Memoria, en el cuerpo de la misma, ocupándose de la necesidad de prever oportunamente la formación del tribunal a quien toca hacer efectiva la responsabi-lidad de los Ministros de la Corte, refiere que el Congreso no podría hacerlo ahora respecto a los ministros suspendidos.

si no es quebrantando el Acta constitutiva y la Carta federal que dispone...46

Y más adelante leemos:

...para que se haga efectiva la responsabilidad de los que que-branten la Constitución o el Acta constitutiva; y como no sólo se quebrantan con

43 Ibidem. p. 11.44 Véase la versión impresa, publicada por el Águila, México, 1835. La cita en p. 35.45 Ibidem. Primer Anexo.46 Ibidem. p. 9.

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hacer positivamente lo contrario de lo que mandan, sino también con dejar de cumplir por negligencia lo que previenen47.

3.2. Testimonio del Senado

Nadie duda pues de la verdadera y efectiva vigencia del Acta Constitutiva a la par que la Constitución. El gobierno informa sobre ella y se preocupa de su observan-cia. El Congreso corresponde analizando las propuestas que recibe a través del Se-cretario de Justicia. Ya lo hemos observado con las citas de diferentes Memorias. Toca, para abundar en los testimonios, comentar, siquiera sea un ejemplo, de cómo el Senado está atento a la observancia e intangibilidad del Acta.

A saber: durante la sesión del día primero de febrero de 1850 “se dio primera lec-tura a un dictamen de la Comisión 1ª de Puntos Constitucionales sobre reforma al artículo 9° del Acta constitutiva”, leemos en el libro de Actas48. El día 8 del mismo mes tuvo lugar la segunda lectura del reglamento49. Ahora se aclara que el dictamen se oponía a la reforma y se señaló el día 11 para su discusión50, con todo, no fue sino hasta el 15 cuando se puso a debate la proposición del dictamen, contrario a la reforma, que se había presentado desde el 31 de octubre de 184851. Es un ejemplo de cómo se sigue al pie de la letra lo dispuesto en la Constitución respecto del pro-cedimiento para reformar el Acta Constitutiva.

3.3. Declaración del Proyecto de Acta de Reformas de 1847

Es, con mucho, la mejor prueba de la vigencia constante del Acta Constitutiva a la par que la Constitución, el punto III del Proyecto de Acta de Reformas de 1847, que dice textualmente:

47 Ibidem. p. 14.48 Se trata del tomo correspondiente a las sesiones de 1850. p. 29.49 Ibidem. p. 33.50 Ibidem.51 Ibidem. p. 41

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III. Que el Acta constitutiva y la Constitución federal, sanciona-das en 31 de enero y 4 de octubre de 1824, forman la única Cons-titución Política de la República52.

Clara y precisa, solemne y fundamental es esta declaración: ahí está la Constitución del Estado mexicano, formada por el Acta y por la Constitución. Todo es cohe-rente: lo que leemos en las Memorias del Secretario de Justicia, lo que resuelve el Senado y esta trascendental declaración de 1847 53.

4. Supremacía del Acta sobre la Constitución.

Nos resta examinar una última hipótesis, acerca de si puede sostenerse que el Acta sea superior a la Constitución; sobre si acaso, la Constitución debía quedar subor-dinada al Acta constitutiva. Desde luego, somos conscientes de lo delicado de esta cuestión, en un contexto doctrinal en el que se afirma que ningún texto puede ser superior al texto constitucional. No obstante, siendo el nuestro un planteamiento histórico, he aquí lo que se pensaba entonces sobre este asunto y lo que, en nuestra modesta opinión, cabría deducir.

4.1. Consecuencias del Pacto

Si son exactas las consideraciones acerca de que el Pacto de federación fue previo y fundamental para garantizar, no sólo la unión de lo que será la nación mexicana, sino las mismas bases en que se concebía dicho Pacto, cabría deducir que la Cons-titución, que luego se expide en 4 de octubre de 1824 no podía menos que subor-dinarse a lo previsto en el Acta.

Desde esta perspectiva, son susceptibles de otra interpretación varios de los pre-ceptos ya citados en este trabajo. Por ejemplo, cuando se dijo que respecto al Acta,

52 Cfr. TENA RAMIREZ, Felipe, Leyes fundamentales de México 1808-1979, 10a. edición, Editorial Porrúa, S.A., México, 1981, p. 468.53 Véase también el artículo 21 de dicha Acta de Reformas, en la obra citada, p. 471.

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el Congreso no era constituyente, sino constituido; o cuando el artículo 38 del pro-yecto de Acta decía: que ésta sería base de la Constitución.

Reconozcamos que esta expresión del proyecto no pasó al texto definitivo. Ello, sin embargo, no resta trascendencia al enunciado, sobre todo cuando de hecho la Constitución se adecúa a los principios del Acta, muchos de los cuales ni siquiera se llegan a repetir, tal como sucede con el de la soberanía, o el carácter de libres, independientes y soberanos que se les da a los Estados.

4.2. Las afirmaciones de Cayetano Portugal

Fuente distinta de interpretación son las declaraciones de varios diputados, singularmente de Cayetano Portugal, el más ferviente federalista de todos los tiempos.

Este representante por Jalisco repitió, incansable, que el Acta era diferente a la Constitución; que el Acta era superior a la Constitución, por ser precisamente el Pacto de Unión:

No señor, el Acta constitutiva no puede dejar de subsistir, aún dada que sea la Constitución. Si ha habido, y ha de haber Federación es por el Acta constitutiva; quítese ésta, y con sólo ampliar un poco más las atri-buciones de los poderes generales, vino abajo todo el sistema. La Cons-titución no puede confundirse con el Acta, ni ésta con la Constitución. Por el Acta es que los pueblos han pactado gobernarse con un sistema federal, y han reconocido la independencia y soberanía de los diversos Estados que hacen la gran federación; y por la Constitución esencial-mente no se hace otra cosa que dividir los poderes generales, y detallar sus atribuciones. El día que falte el Acta constitutiva, las atribuciones de aquellos poderes generales se extenderán por una órbita tan grande como todo el Anáhuac y acabó la Federación54.

54 Véase BARRAGÁN, José, El pensamiento federalista mexicano, 1824, editado por la Facultad de Ciencias

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Esta magnífica intervención tuvo lugar durante la sesión del día 26 de agosto de 1824. Y por el estilo fueron todas sus palabras, cuando se trató de defender la idea federal que abrigaba. En otra ocasión, dijo:

Antes de publicar el Acta constitutiva, y recibirla los Estados, podría alguna dar facultades a este congreso para proceder en otro sentido que el de una forma de gobierno federal, aunque los representantes de Jalis-co no traemos voz ni voto sino para esto y no más. Pero después del pac-to celebrado por el Acta de federación es inconcuso que este congreso no pueda traspasar ni en un ápice las atribuciones que el acta menciona-da le señala.

Por un Acta de esta naturaleza –prosigue– los Estados federados se comprometen entre sí, esto es, toda la nación se compromete, a no ejercer de común consentimiento o en un congreso general, sino cier-tas partes de la soberanía, sobre todo las que conciernen a su defensa mutua contra los enemigos de fuera. Mas cada uno de los Estados o la nación misma en muchas representaciones parciales, retiene una en-tera libertad de ejercer como lo juzgue más a propósito las partes de la soberanía de que no se hizo mención en el Acta federativa, como debiendo ser ejercidas en común. Por manera que en este sistema la representación de la soberanía no está toda en el congreso general, sino una porción en éste, y la otra en los congresos todos de los Estados55.

Son palabras que merecen meditación, examen. Una meditación prolongada, un examen profundo y sereno, máxime admitiendo, como hemos intentado de-mostrar, que efectivamente Acta y Constitución son dos textos solemnes y fun-damentales; dos textos diferentes; ambos vigentes; ambos complementarios. Y, tal vez o en opinión de muchos diputados, como Cayetano Portugal y Cañedo,

Políticas y Administración Pública de la Universidad Autónoma del Estado de México, 1984, México. p. 356.55 Véase BARRAGÁN, José, El pensamiento federalista mexicano: 1824, editado por la Facultad de Ciencias Políticas y Administración Pública de la Universidad Autónoma del Estado de México, 1984, México, p. 302.

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el Acta sea superior a la Constitución, porque contiene los principios esencia-les al Federalismo mexicano, contra los cuales ciertamente no podría ir ni el Congreso constituyente de 1824, ni la propia Constitución promulgada en 4 de octubre de 1824.

4.3 Según el Acta de Reformas de 1847

Ya vimos cómo el Acta está en vigor y cómo forma parte de la así llamada Única Constitución política de la República. La cita fue tomada del proyecto de Acta de Reformas de 1847. Sobra decir que dicho texto fue positivamente votado y aproba-do, como una especie de solemne declaración, antes de enunciar los artículos que contenían las reformas, tal como puede verificarse en la sesión del 22 de abril. Tena Ramírez lo recuerda también en el mismo sentido en la página 477 de su libro Leyes fundamentales... que hemos venido citando.

Igualmente conveniente es la cita del artículo 21 de Proyecto, el cual será aprobado como artículo 28 y artículo 29 del Acta. He aquí su texto:

Artículo 21.- En cualquier tiempo podrán reformarse los artículos de la Constitución, siempre que así lo acuerden los dos tercios de ambas Cámaras ó la simple mayoría de dos Congresos distintos é inmediatos. Las reformas que limiten en algún punto la extensión de los Poderes de los Estados, necesitan además la aprobación de la mayoría de las Legis-laturas. Pero en ningún caso se podrán alterar los principios primordia-les y anteriores á la Constitución que establecen la independencia de la Nación, su forma de gobierno republicano, representativo, popular, federal, y la división, tanto de los Poderes generales, como de los de los Estados. En todo proyecto de reforma se observará la dilación estable-cida en el artículo anterior.

Mejor no se podrían decir las cosas: el Acta y la Constitución son, o pueden ser, re-visables y reformables. La Constitución en todas sus partes. El Acta no en todas sus

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partes, porque en ningún caso se podrán alterar los principios primordiales y an-teriores a la Constitución que establecen la independencia de la Nación, su forma de gobierno republicano, representativo, popular, federal, y la división tanto de los poderes generales, como de los Estados, que es el contenido esencial precisamente del Acta constitutiva del 31 de enero de 1824. Guadalajara, noviembre del 2013.

Mtro. Jorge Aristóteles Sandoval DíazGobernador Constitucional del Estado de Jalisco y

Presidente del Consejo GeneralLic. Arturo Zamora Jiménez

Secretario General de GobiernoDr. Javier Hurtado

Director General del IEFLic. Francisco Javier Jiménez Campos

Editor ResponsableFanny Enrigue Lancaster-Jonnes

Corrector de estiloL.C.C. José Luis López González

Diseño y Diagramación

Crónicas del proceso de discusión del Acta Constitutiva de la Federación y de la Constitución de 1824

Guadalajara, Jalisco, 2013.

Impreso en: Impresos Revolución 2000 S.A. DE C.V.Libertad #19 Col. Centro C.P. 44100

Primera edición 1000 ejemplaresGuadalajara Jalisco, México

D.R. © 2003 Derechos reservadosImpreso y hecho en MéxicoPrinted and made in Mexico

ISBN 978-607-8136-09-4

Publicaciones de IEF

La Imparcialidad y la Justicia. Prisciliano Sánchez

Introducción y notas. Jaime Olmeda

IEF 2005

La Estrella Polar. Génesis del Federalismo jalisciense

(Facsimilar) Coordinación editorial:

Paulina Lamas oliva y Livia González Castro

IEF 2005

Corona y Lozada. Historia de la rivalidad entre el héroe

jalisciense y el caudillo nayarita Fabián Acosta Rico

IEF 2012

Jalisco, Hermano Mayor de la Federación

Asociación de Cronistas Mu-nicipales de Jalisco 2010

Biografías de liberales Jaliscienses

Mario Alfonso Aldama Pendón IEF 2005

El propósito de esta obra es exponer los diferentes posicionamien-tos que los diputados al Congreso constituyente de 1823, sostuvieron durante el proceso de aprobación del Acta Constitutiva de la Nación y de la Constitución de 1824. Los temas centrales de dichos debates, fueron: la Soberanía nacional frente a la de los Estados; la República centralista, sustentada por los diputados del centro del país, y la Re-pública federalista, patrocinada por los diputados de Jalisco, Zacate-cas y Yucatan; y el concepto de Nación.

Debido a las lagunas de información que no se pudieron cubrir, des-pués de haber recuperado un buen número de tomos que contenían dichos debates, el autor se dio a la tarea de suplir en parte, esa ca-rencia, con las crónicas periodísticas de la época, que publicaron medios como Águila Mexicana, El Sol, y en menor medida, Iris de Jalisco. Aunque no son la fuente primaria, las versiones periodísticas interactúan con el conjunto de matices políticos del congreso ya de por sí plural. Lo cual enriquece la diversidad de interpretaciones pu-blicadas en la crónica de entonces, las cuales, el autor, no contrapone, ni selecciona ni excluye.

La objetividad con la que es realizada esta obra, se refleja en el articu-lado de su índice, cuyo desarrollo va exponiendo dicho proceso, des-de las intervenciones particulares de cada diputado, convertidos en verdaderos tribunos regionales, hasta las concepciones de suprema-cía entre el Acta Constitutiva de la Nación y la Constitución misma. Es una herramienta indispensable para quien busca los orígenes po-líticos de la mexicanidad, y un testimonio más del talento académico jalisciense, que con satisfación promueve este instituto.