El libro de bitácora del C.A.M.N.E. 1996-2003

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Claudio Bassetti

¡todos a bordo!

El libro de bitácora del C.A.M.N.E.

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Presentación. Nacen en la pileta de la Plaza Urquiza estos recuerdos, en el lugar de su origen. Los entrego sin pretensiones, sin ambiciones personales, en un sencillo haz de crónicas periodísticas que pretenden rescatar algunas cosas y resguardarlas al paso del tiempo. Y como todo libro de evocación, hecho estará de olvidos y de errores. Faltarán o sobrarán muchas cosas pero se habrá rendido un testimonio en base a una realidad que nos tocó vivir y luego recuperar por la palabra escrita. No es este un libro de análisis, y no aspira a polémicas inquietas ni filosóficas ni de ninguna otra especie. Si quienes lo leen, no se aburren habrá encontrado un pretexto valiosos para existir, y esto sí creo haberlo intentado y estaré muy contento si lo consigo. Pero un libro, aún el mas simple, está hecho con el aporte de muchos y por ello es que quiero nombrar y agradecer a quienes me ayudaron, sabiéndolo o no, en diversas formas. A mi esposa Andrea, que fue la primera en animarme a escribir estas memorias que fueron en buena medida parte de nuestra historia, a mi hijo Ezequiel, que nació entre barcos y fittings y será, si así lo desea, heredero de mis realizaciones, a mi amigo Andrés Hollmann y a su esposa Ofelia, quienes saben de los esfuerzos que hemos realizado juntos para botar nuestros sueños llamados “CAMNE”, a mi amigo Gabriel García, porque él sabe de su responsabilidad y no me ha defraudado nunca, a los otro cinco fundadores del club, Jorge Petralli, Aldo Rosi, Gustavo y Diego Bevilacqua y Carlos Muro, quienes no dudaron de cuales eran nuestros objetivos, y a mis padres que desde muy pequeño me brindaron el apoyo y la comprensión que necesitaba para poder estar hoy contándoles esta historia.

El autor.

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El primer mar Descubrí el mar. Salía de Carahue el Cautín a su desembocadura y en los barcos de rueda comenzaron los sueños y la vida a detenerme, a dejar su pregunta en mis pestañas. Delgado niño o pájaro, solitario escolar o pez sombrío, iba solo en la proa, desligado de la felicidad, mientras el mundo de la pequeña nave me ignoraba y desataba el hilo de los acordeones, comían y cantaban transeúntes del agua y del verano, yo, en la proa, pequeño inhumano, perdido, aún sin razón ni canto, ni alegría, atado al movimiento de las aguas que iban entre los montes apartando para mi solo aquellas soledades, para mi solo aquel camino puro, para mi solo el universo. Embriaguez de los ríos, márgenes de espesuras y fragancias, súbitas piedras, árboles quemados, y tierra plena y sola, por las mismas orillas hacia la misma espuma y cuando el mar de entonces se desplomó como una torre herida, se incorporó encrespado de su furia, salí de las raíces, se me agrandó la patria, se rompió la unidad de la madera: la cárcel de los bosques abrió una puerta verde por donde entró la ola con su trueno y se extendió mi vida con un golpe de mar, en el espacio.

De memorial de Isla Negra, Pablo Neruda

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CAPITULO 1

Corría el año 1969, el hombre había pisado por primera vez la luna, los beatles se separaban y las guerras de Corea y Vietnam estaban en la retina de todos a través de la pantalla gris del televisor, era la época de los golpes de estado “light”, del hipismo en la plaza Francia y del flower power. El año 2000 estaba muy lejano aún y yo soñaba como sería para entonces. Fue ese año que mis tíos -en realidad eran primos de mi madre- me regalaron para la navidad una maqueta plástica para armar de un avión norteamericano de la segunda guerra en escala 1:72 y un destructor “fletcher” en 1:700. Hasta entonces, entre mis propiedades en lo que hace a juguetes navales, se limitaban a una costosa lanchita de juguete importada con motor a pilas que recuerdo hacía navegar durante el verano en la fuente de la plaza Colón de Mar del Plata junto a mi padre.

Uno de mis primeros modelos navegables fue la famosa lanchita

inglesa “Veron” de la firma Marlin. Fue entonces, para la Navidad del ´69, que mi visión infantil del mundo de los juguetes cambió radicalmente: tenía ante mi lo supremo, lo perfecto. A partir de ahí mis preferencias se elevaron al nivel de los juguetes “sofisticados” de aquella época, y así fue como no me detuve hasta conseguir que mis padres me regalaran -dos o tres años después- una pista en “ocho” del tan deseado Scalextrix. Por entonces, entre mis revistas preferidas estaban las de historietas. Patoruzú, Patoruzito e Isidoro Cañones encabezaban la lista, hasta que un día descubrí una revista que por años compré periódicamente: la Lúpin. Para los que no la conocieron, la Lúpin fue una revista de historietas y taller para niños y jóvenes curiosos, con ganas de aprender como funcionan las cosas y de hacerlas funcionar.

Navidad de 1969, en casa junto a mis abuelos.

Aquel inmenso mar de la plaza Francia Cierta vez un periodista le preguntó al poeta Pablo Neruda: ¿Qué consejo daría para vivir? ¡EL MAR! Un domingo de primavera, paseando con mis padres por Palermo desembocamos en el piletón de plaza Francia –lo llamaba así por su proximidad con ese paseo-. Yo no podía creer lo que estaba presenciando ante mis ojos, un mar de veleros surcando las aguas como si del mismo océano se tratara. Naves de madera impulsadas por el viento, de un extremo a otro, recorriendo los cuatro puntos cardinales mientras sus capitanes contemplaban los improvisados derroteros. Tenía diez años y a partir de allí empecé a interesarme seriamente en cuanto objeto flotante existiera o pudiera existir. Cada número de la revista que compraba encerraba la emoción de descubrir si contendría algún plano o experimento “flotante”. Mientras tanto mi familia continuaba regalándome maquetas plásticas para armar de barcos de todo tipo y época. Otra revista importante de aquellos tiempos fue “hobby”, la cual descubrí con posterioridad y gracias a la ayuda de sus artículos navales fui comprendiendo un poco más esta afición. En el verano de 1974 Lúpin editó un número especial, en el cual publicó un plano de un velerito de iniciación, para armar en madera balsa.

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Inmediatamente comencé a comprar los materiales y puse manos a la obra. No fue fácil pero después del verano, días antes de volver al colegio, pude ver mi obra terminada. Todavía recuerdo la emoción que ello me causaba.

Una de mis apreciadas revistas “hobby” con contenido de modelismo naval.

No fue hasta un año después que sentí la necesidad de construir otro modelo navegable, pero esta vez algo “grande”, que ya traía en mi mente desde hacía varios meses: una goleta. Fue a partir de ver en la televisión varios capítulos de la serie “Aventuras en el paraíso”, en la cual un avezado capitán a bordo de una goleta blanca llamada “Tiki” recorría las islas del pacífico, que se me ocurrió diseñar mi propio modelo, dibujar los planos y construirlo.

Desde mucho tiempo antes la pileta de la plaza Urquiza fue lugar de encuentro de grandes y chicos amantes del modelismo naval navegable.

En aquellos tiempos era raro ver un modelo en escala navegando en la pileta, como esta Chris Craft, ya que estos eran costosos y de poca autonomía de marcha

Los veleros eran de madera, y las regatas de los domingos eran un clásico.

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Para el otoño de 1975 había finalizado mi segundo modelo, la goleta de navegación libre con dos motores eléctricos, luces y bocina, toda de madera balsa. Y aunque no me animaba a botarla en la pileta de la plaza Francia, como se la llamaba por entonces a la pileta de ATC, siempre soñaba con verla navegar allí algún día. Mientras tanto me conformaba con ver mis dos modelos surcar las aguas de una pequeña pileta de lona en la terraza de mi casa, hasta que un día mi padre me dio la terrible noticia “el gobierno hará sobre la pileta de la plaza Francia un monumento llamado el altar de la patria, Claudio, la pileta desaparece”. No me había dado cuenta hasta entonces de lo que ese charco significaba para mí, sentía que ese era el final de tantas ilusiones, y no podía comprender porque justo allí, arruinándole la distracción a tanta gente. De “golpe” el proyecto se interrumpió y entonces recién 2 años después, en 1977, llegó ese gran día. Una mañana de invierno, mi padre decidió llevarme en el auto junto con mi hermano de diez años a la pileta, y aunque el tiempo fuera pésimo –se acercaba una gran tormenta con fuertes vientos- me animé a soltar amarras y dejar libre mi modelo plagado de defectos que harían casi imposible su llegada al otro lado de la pileta con buen clima y vientos suaves, mucho menos en esas terribles condiciones. Y sucedió lo que debía suceder, en la mitad de su errático recorrido, y ante ráfagas de viento en aumento, comenzó a hundirse, ante lo cual decidí quitarme el pantalón introducirme en la pileta y lo mas rápido posible rescatar lo poco que quedaba a flote de mi goleta. Todavía recuerdo a los únicos espectadores sacando fotos desde el borde de la pileta al gracioso espectáculo que yo les estaba dando: se trataba de un reducido contingente de turistas japoneses en retirada. Aún así no me desanimé, y pese a las burlas de mi hermano durante largo tiempo, continué estudiando el tema del “modelismo naval navegable” con los pocos medios a mi alcance. Así de particular fue mi bautismo, mi lazo con la pileta de la plaza Urquiza.

Mensaje en una botella En 1982, esperando impacientemente que nunca me llegara el telegrama que me pusiera de pie en las islas Malvinas, estaba adquiriendo una enciclopedia de modelismo en capítulos coleccionables, cuando descubrí otra faceta de ese hobby que siempre me atraía: los modelos en botella y otros recipientes de cristal. Entonces busqué por toda la casa una botella de whisky vacía y comencé a idear la forma más

práctica y menos complicada de introducir un “barquito” en una botella. Ante semejante quebradero de cabeza no me desanimé y realicé mi primer modelo -que todavía conservo- casi como el triunfo ante un desafío personal, ya que por entonces varios amigos me habían apostado a que no podría lograrlo. Y así fue el comienzo de una larga serie de realizaciones que hasta el día de hoy continúo buscando mejorar cada vez mas la calidad.

Mi primer modelo, el Rhoda Mary

También un pesquero en una lámpara ¿por qué no?

El Rey del Mississipi

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Botellón con el Bergantín redondo “Urania”

Acorazado norteamericano “Maine”

Goleta mercante de 1922 “Epoque”

Y por último el ballenero “Charles Morgan” premiado con el primer puesto en el salón nacional de modelismo naval del centro naval en 1998 y el segundo premio en el salón de modelismo naval del Mercosur de 1997.

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Yo recorrí los afamados mares El estambre nupcial de cada isla,

Soy el más marinero del papel Y anduve, anduve, anduve

Hasta la última espuma, Pero tu penetrante amor marino

Fue señalado en mí como ninguno.

Pablo Neruda. Canto general.

1968

CAPITULO 2

Ya había viajado a Chile varias veces por motivos familiares, cuando en 1992 volví a Santiago junto con mi esposa. Esa vez sentíamos mucho interés por visitar una de las casa del poeta Pablo Neruda, la de Isla Negra. Hasta allí viajamos, y luego de casi dos horas en micro llegamos a un pueblito donde descubrimos un paraíso de cara al pacífico. Si hay un lugar típicamente marinero que encierra un pedazo de mar en cada rincón esa es la casa de Neruda en Isla Negra.

El 30 de abril de 1992 en la casa de Neruda, en Isla Negra.

Mascarones de proa, barcos en botella, caracoles, pinturas marinas, cuanto tenga que ver con los mares de todo el mundo y de todas las épocas está allí. Recorrerla es fascinante. No quise dejar de mencionar este breve capítulo de mi vida ya que la visita al hogar y el posterior conocimiento de la vida del poeta marcaron en mí para siempre el amor y la admiración que siento por el mar y las cosas que él abarca.

Ticket-entrada a la casa del poeta chileno

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Mientras tanto seguía adquiriendo cuanto libro o revista de hobby –siempre con contenido de modelismo naval- se me cruzara. Hasta que en 1993, en un libro español de excelente calidad y contenido dirigido por el prestigioso modelista naval español Camil Busquets y Villanova, veo por primera vez algunas fotos de modelos navegables a radiocontrol. Entre ellos se encontraba una lancha de desembarco norteamericana en escala 1:35

LCT 731 Lancha de desembarco en escala 1:35

Por entonces creí que había llegado el momento de encarar un nuevo desafío, y comencé a construir los vehículos que mas tarde llevaría esa lancha de desembarco que yo también realizaría. Un año tardé en la fabricación de cada uno de los 7 vehículos y los 47 soldados y marineros, realizados con la técnica “scratch”, para luego dar paso a la construcción del modelo navegable utilizando algo innovador entre los aficionados a este hobby: el ABS ó plástico de alto impacto. Y así se fue otro año. Mientras tanto, gracias a la llegada de la televisión por cable, descubrí un programa llamado “Tiempo de hobbies” conducido estupendamente por Martín Wullich, en el cual se mostraban las diferentes caras del mundo del hobby y del coleccionismo. En uno de los primeros programas presentaron a un destacado modelista naval argentino que casi en solitario se acercaba periódicamente a la pileta de ATC a dar rienda suelta a su imaginación haciendo navegar sus dos barcos y un submarino que acaparaba mi atención como si fuera oro en polvo. Se trataba de Andrés Hollmann y sus “P79” y “Lady Pamela” y el famoso “Up Holder”.

Andrés Hollmann sosteniendo su submarino r/c “Up Holder” junto a Aldo Rosi, en la pileta de ATC

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El “Lady Pamela” de Hollmann en escala 1:50

Como por entonces yo también era concurrente a la pileta de ATC, traté de dar con Hollmann, y finalmente lo logré. A partir de ahí y gracias a él comencé a aprender mucho de lo que hoy se sobre nuestro hobby. Para entonces ya estaba construyendo el segundo modelo r/c: un cazaminas holandes llamado “Alkmaar” en la misma escala que el anterior modelo, 1:35. Fue para esa época que me presenté a la producción de “Tiempo de hobbies”, y entonces vinieron a mi casa a hacerme un reportaje junto a mi familia, para mostrar el producto de mi hobby. Aquella fue la primera vez que aparecía en la TV. Recuerdo la emoción de mi familia frente al televisor viendo la presentación que de mi hacía Martín Wullich en su programa.

El cazaminas holandés “Alkmaar”

Entre tanto, en otro programa de televisión por cable llamado “hobbyshow” conducido por dos expertos aeromodelistas, apareció un club de modelismo naval llamado AMNA -Asociación modelistas navales de la Argentina- al cual me acerqué, con la idea de integrarme a un grupo que tuviera cierta afinidad con mi hobby. Yo sólo esperaba encontrarme con lo mismo que hoy espera del CAMNE cualquier persona que se

acerca a descubrir algo mas del modelismo naval a escala radiocontrolado, pero no pregunté nada antes de ingresar, y así fue que tardé un tiempo en descubrir en que lío me había metido. Digo esto, porque el club en cuestión que venía de una larga trayectoria en modelismo naval estaba pasando por un momento de fuerte disputa interna entre por quien entonces era su presidente, Carlos Rando Ferrer y el sector liderado por Angel Rodríguez, integrado por los dos hijos de Rodríguez, Carlos Picandet, y cuatro modelistas mas. Y eso era todo. No había nadie mas y en el medio de ese problema caí yo para asociarme. Luego de varios encuentros con Carlos R. Ferrer intentando entablar algún diálogo de mi parte con el fin de ampliar mis conocimientos sobre el modelismo naval, descubrí que la cordialidad que mostraba esta persona a través de la TV no se reflejaba para nada en la charla personal. Reservado y escasamente amable a brindar información, poco y nada sería lo que podría aprovechar de los conocimientos de R. Ferrer. Entonces, algo decepcionado, comencé a acercarme más hacia el lado de Angel Rodríguez quien se mostraba todo el tiempo amable y muy conversador. A medida que corría el año 1995, ya sumado a AMNA y junto a los escasos 8 o 10 modelistas que lo integraban, fui conociendo a cada uno de ellos, y a medida que ello sucedía iba decepcionándome cada vez más. Por un lado estaba C. Picandet, un modelista naval versátil, tratando de poner paños fríos a una relación más que tensa entre sus integrantes. Y por otro lado Angel Rodríguez (hijo) -que no siendo socio participaba igual en las reuniones societarias- caracterizado por su soberbia y criticando sin piedad todo cuanto se hacia dentro del club, con especial crueldad hacia los que hacíamos modelos a escala, fueran éstos estáticos o radiocontrolados. Para colmo, no se hacía ninguna actividad que justificara la existencia de la asociación, por lo tanto mi interés en participar en ella comenzó a diluirse a los pocos meses de asociarme. En mayo de ese mismo año se realizó en la pileta de ATC el tradicional festejo por el “día de la armada argentina”, y como era de esperar, concurrí al evento con mi lancha de desembarco junto con la gente de AMNA. Participaron también el CAYM –Club argentino de yatemodelismo- y LIMORA –Liga motonáutica radiocontrolada-. Fue un buen motivo para encontrarme nuevamente con Andrés Hollmann y su esposa Ofelia, y comentarles de lo positivo que sería que él se integrara a AMNA y juntos pudiéramos hacer “algo” por el modelismo naval a escala r/c”. A. Hollmann, algo mas experimentado que yo en el tema clubes –en su pasado ya había estado en un club de aeromodelistas retirándose algo decepcionado- era