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E s un tremendo honor para mí estar aquí hoy y me gustaría agradecer a la oficina del honorable Alcalde de Bogotá, IDARTES, a Patricia Ariza y a la Corporación Colombiana de Teatro por hacerlo posible. Artistas y líderes han sido convo- cados para analizar a lo largo de los próximos días, el impacto tangible e inconmensurable de las artes y la cultura en los procesos de construcción de paz. Hemos visto cómo, en diferentes países que enfrentan altos niveles de violencia alrededor del mundo, esas áreas de conflicto devienen exporta- doras de soluciones, no para la violencia misma, sino para vivir con la violencia. Desde la medi- cina de urgencias para traumas hasta los avances en miembros protésicos, los autos a prueba de balas y la moda; estas innovaciones convierten en expertos a los países que dependen de ellas para disminuir el daño de vidas vividas bajo cir- cunstancias de violencia. En los últimos años Colombia ha aspirado a convertirse en un tipo distinto de líder mundial, un líder en la construcción de paz. Luchando por una paz construida sobre la reconciliación y la equi- dad social, Colombia ha visto y ha nutrido el tipo de pensamiento creativo que esta cumbre repre- senta. Ellos han reconocido que la cultura y las Gwynn MacDonald Fotos: Cortesía de la autora

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Es un tremendo honor para mí estar aquí hoy y me gustaría agradecer a la

oficina del honorable Alcalde de Bogotá, IDARTES, a Patricia Ariza y a la Corporación Colombiana de Teatro por hacerlo posible.

Artistas y líderes han sido convo-cados para analizar a lo largo de los próximos días, el impacto tangible e inconmensurable de las artes y la cultura en los procesos de construcción de paz. Hemos visto cómo, en diferentes países que enfrentan altos niveles de violencia alrededor del mundo, esas áreas de conflicto devienen exporta-doras de soluciones, no para la violencia misma, sino para vivir con la violencia. Desde la medi-cina de urgencias para traumas hasta los avances en miembros protésicos, los autos a prueba de balas y la moda; estas innovaciones convierten en expertos a los países que dependen de ellas para disminuir el daño de vidas vividas bajo cir-cunstancias de violencia.

En los últimos años Colombia ha aspirado a convertirse en un tipo distinto de líder mundial, un líder en la construcción de paz. Luchando por una paz construida sobre la reconciliación y la equi-dad social, Colombia ha visto y ha nutrido el tipo de pensamiento creativo que esta cumbre repre-senta. Ellos han reconocido que la cultura y las

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artes pueden promover la sanación y la recupera-ción, y han creado espacios para que sea posible la sanación cultural. El éxito de su perspectiva no se debe sólo a la diseminación práctica de la paz en la región, sino al hecho de que Colombia devenga una exportadora de soluciones reales y pacíficas a conflictos violentos alrededor del mundo.

Esta tarde se nos ha pedido que tratemos uno de los componentes de la paz, los aspectos rela-cionados con conflicto y territorio, específica-mente el desposeimiento, el desplazamiento y lo que podría constituir una recuperación efectiva. Yo hablo como directora de teatro y desde la perspec-tiva de alguien que vive en los Estados Unidos.

Los Estados Unidos están compuestos por muchas personas que vinieron al país a causa de conflictos violentos en sus lugares de nacimiento. Ellos encontraron una recuperación relativa en un país joven que les ofreció seguridad y opor-tunidad. En mi propia familia, de un lado, tengo ancestros que fueron forzados a dejar su patria a causa de los pogromos en Europa Oriental. Del otro, tengo ancestros que fueron expulsados por la hambruna creada por la ocupación de un impe-rio extranjero. Las historias de mis ancestros son como muchas otras historias de estadunidenses, y los Estados Unidos se han creado una identidad de país de inmigrantes desposeídos y desplaza-dos. La herramienta para crear esta imagen, que sabemos que no es la imagen completa, ha sido en más ocasiones que en las que no, la cultura: nues-tras novelas, películas, televisión, y no por último menos importante, mi propio campo, el teatro.

Especialmente en el teatro, porque es uno de los medios menos rentable, las historias de los inmigrantes han encontrado una voz. Puede que no escuchemos estas voces en los grandes escenarios comerciales, y cuando lo hacemos, a menudo se arguye que han sido “atenuadasˊ para hacerlas más “aceptablesˊ a las grandes audien-cias. Con el paso del tiempo y a lo largo del espacio, los grupos de inmigrantes se han integrado y la memoria del conflicto se ha vuelto más y más remota; ha sido la cultura la que ha actuado como una salvaguarda: cuando los relatos se cuentan, la historia no se pierde. La cultura mantiene vivo lo que pasaron los judíos de Europa Oriental, lo que pasaron los irlandeses, los vietnamitas, los negros de Sudáfrica y los descendientes afroamericanos de los esclavos traídos por la fuerza a los Estados Unidos. Entonces, la expresión cultural deviene un modo para que cada comunidad reclame un espa-cio en la sociedad y adquiera el saber necesario

para sanar las cicatrices invisibles de un trauma que ha sido transmitido de generación en genera-ción. Debiera servir también como moraleja para nunca perpetrar estos traumas a otros, aunque muy a menudo no ha servido como tal.

Esto me lleva directamente al punto central de mi intervención. Mientras que los inmigran-tes a los Estados Unidos eran desplazados en tierras extranjeras, los nativo-americanos eran violentamente desplazados por los colonizado-res que vinieron a Norteamérica. Los nativo-americanos son el único pueblo sobre el que ha sido perpetrada la violencia del desposeimiento, la violencia del genocidio, en suelo estaduni-dense. Lo que sucedió en mi país en los inicios del 1800 es una historia conocida. Llevados por la codicia del oro y el petróleo, viendo la tierra como un recurso natural al que sólo ellos tenían derecho, las poblaciones blancas desplazaron a los nativo-americanos y se apropiaron de sus territorios. Cuando esto no fue suficiente para satisfacer las demandas de tierra de los blancos, el gobierno de los Estados Unidos emitió una ley muy violenta, el Acta de Remoción de los Indios, que autorizaba al ejército a sacar a los nativos de sus casas, fincas y tierras tribales; y a for-zarlos a emigrar a los territorios designados por el gobierno como territorios indios. El arduo viaje hacia estos territorios es ahora un recuerdo cultural conocido como Sen-dero de lágrimas.

La actitud prevaleciente entre las per-sonas blancas del momento que permitió al gobierno de los Estados Unidos crear políticas tan horribles, requería deshu-manizar y objetivar a los pueblos nativos como una raza inferior. Estas actitudes fueron reforzadas en la cultura popular y han permanecido intactas en la forma de los estereotipos de los “cara roja”. Para cada minoría privada de derechos y cada grupo marginalizado, ya sean muje-res, afroamericanos, inmigrantes o nati-vos; reclamar su propia identidad o imagen cultural es parte de su recuperación efectiva. No sólo porque, en palabras de la dramaturga nativa-americana Mary Kathryn Nagle, la única manera de deconstruir una historia falsa y prejui-ciada es contar una real, sino también porque el mismo acto de “autoproclamación”ˊ es sanador. Es tan sanador para quien cuenta la historia, como para el que la escucha.

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Como directora nativa, Madeline Sayet ha dicho que es una experiencia muy poderosa cuando el público ve a las personas ponerse de pie y tomar control de sus historias. Finalmente, estamos viendo hoy a los nativo-americanos tomar control de sus historias en el teatro a escala nacional. Y a la vez se admite que su largo tiempo sostenida exclusión del escenario nacional, ha debilitado nuestro campo.

Randy Reinholz es el director artístico de la única agrupación que el teatro profesional ha dedi-cado exclusivamente a la producción de obras de dramaturgos nativos. Él explica que parte de las razones por las cuales ha tomado tanto tiempo para que las voces nativas fueran escuchadas en

el teatro estadunidense es que los nativo-ameri-canos representan hoy menos del uno por ciento de la población total del país. Si bien la población nativa en algún momento fue estimada en quince millones, una historia de políticas genocidas redujo drásticamente ese número amenazando con borrar por completo la cultura nativa.

Cuando Reinholz fundó su compañía hace veinte años, sólo había unas pocas obras disponi-bles publicadas por nativo-americanos. Ahora hay cientos de obras nativas disponibles, lo cual, a su vez, ha catalizado el crecimiento del talento artís-tico nativo en todas las esferas del teatro. Él cita otros obstáculos para montar teatro nativo, tales como la dificultad de escenificar atrocidades con-sideradas como inexistentes por la mayoría de las personas. Tanto para la cultura nativa, como

para la cultura en un sentido más amplio, la mala enseñanza de la historia ha sido

muy efectiva para borrar nuestra memoria cultural. Entonces, el desposeimiento toma un signi-ficado simbólico y el desplaza-miento se vuelve, a la vez, literal y emocional. Que los desposeídos tengan el control de sus relatos y que su verdad sea reconocida, contada y escuchada; lo hace más crucial a la luz de la recuperación simbólica.

El nativo-americano Ty Defoe, quien trabaja en Theatre Com-munications Group (TCG), la organi-zación nacional para el teatro en los Estados Unidos, cree que otro de los impedimentos para repre-sentar estas historias es la culpa. No ha habido una disculpa formal a los pueblos nativos por lo que sucedió. Culturas, lenguajes y pueblos completos fueron borra-dos. Lo que las obras nativas tienen que decir puede ser muy duro para públicos no nativos. La dramaturga nativa Vickie Ramí-rez ha observado que el ochenta por ciento de su público nativo responde al humor de sus obras y se ríe, mientras que el ochenta

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por ciento de su público blanco tiene una reacción emocional ante sus historias y termina llorando.

¿De qué manera se puede utili-zar el teatro como herramienta de

reconciliación? Tradicionalmente en las culturas nativas, los rela-

tos sí han tenido poderes curati-vos. La “medicina de relatos” puede

funcionar para todos los públicos, pero primero, dice el teatrista nativo William Yellow Robe, uno debe admitir que se cometió un crimen. Luego hay que exa-minar el daño. Después ver cómo fue-ron también dañados los elementos interconectados con el crimen, esto es, la onda expansiva que se disemina desde el epicentro de cada conflicto. El teatro tiene un tremendo poder para promover la reconciliación, porque es un medio vivo que mitiga la distancia entre quien cuenta y quien escucha, y crea una comunión entre ambos, el per-petrador y la víctima, pues lo experimenta-mos juntos. A pesar de las vastas diferencias entre nuestras vidas, al final nos conoceremos a nosotros mismos y a los demás con mayor pro-

fundidad, porque el teatro no trata de nati-vos y no nativos, sino de humanidad.

Creo que es útil reflexionar sobre el teatro nativo americano con-

temporáneo en los Estados Uni-dos en esta tarde, porque no hay otro grupo en los Estados Unidos que entienda mejor cómo conflicto y paz atravie-san el nexo entre una pobla-ción y su territorio. Como dice una actriz nativa, Kimberly

Norris Guerrero: “cada escena-rio de América está construido

en tierra india que fue confiscada. El genocidio sucedió aquí. El genocidio

sucedió aquí. La tierra recuerda, incluso cuando nosotros olvidamos.”Aún cuando las obras nativas muestran un

espectro multifacético de trabajo, esta experien-cia cultural de conexión con la tierra emerge regularmente, no sólo en obras históricas, sino en obras ubicadas en un contexto actual, donde las personas están inmersas en una demanda de derechos sobre la tierra o pierden su tierra ante la perforación petrolera.

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Ryan Victor Pierce es Lenape, una tribu cono-cida como “guardianes de la tierra” porque se asimilaron para poder permanecer en su lugar. Él dice que siempre experimenta un sentimiento de “tierra” en el teatro nativo, donde se explica la tierra como mucho más que un recurso natu-ral, que algo que puede ser comprado y vendido; como parte de la identidad. La tierra deviene casi un personaje en obras como Stand-off at Highway #37, de Vickie Ramirez, Sin tierra, de Larissa Fast-Horse, Caminando por la isla Tortuga, de Robert Owens-Greygrass, y Manahatta, de Mary Kathryn Nagle.

A doscientos años de lo peor del conflicto experimentado por los nativo-americanos, la prima-cía de la tierra en la vida nativa no ha perdido importancia. Me dijeron que en una reunión de sesenticinco artistas nativos el mes pasado, la sesión inicial duró ocho horas, pues todos los asisten-tes se presentaron.

Más que discutir sobre sus trabajos actuales, estos artistas del teatro habla-ron de sus familias y de la tierra de donde provienen. Eso fue lo significativo. Cuando le quitas la tierra a las personas, tienes que quitarle primero su voz. Parte de la recuperación efectiva es recuperar esa voz, y quizás una parte mucho más larga consiste en ser escuchado. Con sus obras teatrales, los artistas nativos están construyendo puentes entre todos los públicos. Si parte de la misión de este panel es mirar a experiencias del pasado que puedan guiar nuestra acción en el futuro, yo miro a los artistas del teatro nativo-americano contemporáneo como modelo para construir la paz.

No estoy segura de que haya respuestas directas que tomar de mi intervención sobre el tea-tro nativo-americano, en la discusión de hoy, pero sí sé que hay muchos escépticos ante la premisa sobre la que se funda esta cumbre. Esos escépticos cuestionan si la cultura puede tener un impacto verdadero en el proceso de paz. Creo que los que se cuestionan la importancia de la cultura en la construcción de la paz, en realidad, sólo se resis-ten a la idea de que la paz puede ser alcanzada por

medios no violentos. Donde la paz ha perdurado, vemos que la cultura fue puesta deliberadamente como piedra angular de su fundación. Las artes no sólo enriquecen nuestras vidas, proporcionan a nuestras comunidades una vía para entender y resolver conflictos. Como escribió recientemente la actriz nativa-americana Kimberly Norris Gue-rrero: “El teatro ayuda a sus públicos a procesar las crisis presentes y los prepara para lo que está

en el horizonte. Recuerda a sus públicos lo que significa ser un ser humano,

los prepara contra el espíritu canceroso de la deshumani-

zación que barre la tierra.”Gracias. m

Traducción del inglés

Alejandro Marrero Montero