Nosotros rodulfo

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1 Capítulo IX Un nuevo acto psíquico: la inscripción o la escritura del nosotros en la adolescencia* Aquello que he venido pensando sobre la adolescencia podría desplegarse en dos direcciones. Una se refiere a tres planos del jugar, según he tratado de deslindarlos. El primero: el jugar en el sentido más conven- cional, el jugar con juguetes establecidos como tales. El segundo: el plano del jugar, mucho más importante, como invención del juguete, tal lo puede ilustrar o paradigmatizar un bebé que transforma una cuchara para alimentarlo en un instrumento de percusión, o en algo para arrojar; tal puede también mostrarlo un adolescente que decide inaugurar un nuevo momento de su vida pintándose los cabellos o haciéndose un agujerito más para los aros. El tercer nivel es el jugar como una cualidad infiltrada en otras prácticas que no son jugar en sí mismas, y ahí es donde traté de pensar, en "El niño y el significante", un trabajo fundamental de la adolescencia: volcar algo del jugar en el trabajar (proceso de construcción del trabajar como tarea adolescente). Me ocupé de pensar las transformaciones de la actividad lúdica en la adolescencia, donde habitualmente no había sido pensada. Parto de la hipótesis de que si no hay algo de cualidad lúdica en el trabajar, adquirida durante la adolescencia, el trabajo humano será siempre un homenaje al deseo del otro o un sometimiento al goce del otro, pero no un hecho de apropiación subjetiva. He hablado de los "trabajos de la adolescencia", sobre todo en un capí- 2 tulo de mi libro Estudios Clínicos" tratando de explicar psicoanalíticamente

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Capítulo IX

Un nuevo acto psíquico: la inscripcióno la escritura del nosotros en la adolescencia*

Aquello que he venido pensando sobre la adolescencia podría desplegarse en dos direcciones. Una se refiere a tres planos del jugar, según he tratado de deslindarlos. El primero: el jugar en el sentido más conven-cional, el jugar con juguetes establecidos como tales. El segundo: el plano del jugar, mucho más importante, como invención del juguete, tal lo puede ilustrar o paradigmatizar un bebé que transforma una cu-chara para alimentarlo en un instrumento de percusión, o en algo para arrojar; tal puede también mostrarlo un adolescente que decide inau-gurar un nuevo momento de su vida pintándose los cabellos o haciéndose un agujerito más para los aros. El tercer nivel es el jugar como una cualidad infiltrada en otras prácticas que no son jugar en sí mismas, y ahí es donde traté de pensar, en "El niño y el significante", un trabajo fundamental de la adolescencia: volcar algo del jugar en el trabajar (proceso de construcción del trabajar como tarea adolescente). Me ocu-pé de pensar las transformaciones de la actividad lúdica en la adoles-cencia, donde habitualmente no había sido pensada. Parto de la hipóte-sis de que si no hay algo de cualidad lúdica en el trabajar, adquirida durante la adolescencia, el trabajo humano será siempre un homenaje al deseo del otro o un sometimiento al goce del otro, pero no un hecho de apropiación subjetiva.

He hablado de los "trabajos de la adolescencia", sobre todo en un capí-2

tulo de mi libro Estudios Clínicos" tratando de explicar psicoanalíticamente

* Una versión oral muy diferente fue traducida al portugués y publicada por Alfredo Jerusalinsky en una complicación de las Primeras Jornadas sobre Adolescencia orga-nizadas por la Fundación Elisa Koriat de Porto Alegre, Brasil, en 1996, y editada por Artes Médicas, de esa misma ciudad, en 1997.1. Ricardo Rodulfo, El niño y el significante, Buenos Aires, Paidós, 1989.2. Ricardo Rodulfo, Estudios Clínicos, Buenos Aires, Paidós, 1992.

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trabajos específicos de la adolescencia que no la redujesen a un sociologismo o a un biologismo, más o menos conductista, más o menos superficial, por lo menos desde el punto de vista psicoanalítico.

Aquí, introduciré como hipótesis uno más de estos trabajos: la escri -tura del nosotros en el psiquismo. Pero para eso tengo que introducir algo en el camino. Antes de ser psicoanalista, mi primer título académico fue de música, algo que dejó una marca muy importante en mi vida, en todo sentido. Entonces, cuando llegó a mis manos un libro tan estimulante sobre la adolescencia, como Hijos del Rock de Eva Giberti, se produjo un encuentro muy particular. Es un estudio psicoanalítico sobre la adolescencia a través del rock. La postura desde la cual está escrito el libro es la siguiente: habría un cierto retraso en el psicoanálisis en cuanto a que si alguien no se introduce a la adolescencia a través de ese acontecimiento (que se podría decir histórico y político, incluso, y no sólo musical) ese acontecimiento musical que es la invención del rock and roll, puede quedarse fuera del fenómeno adolescente. El libro parte de una premisa básica: la invención del rock and roll, es una invención hecha por adolescentes, y por adolescentes que, en general, no eran músicos profesionales. Se trata de una especie de acontecimiento histórico en el sentido de que es la primera vez que (los que) aquellos a quienes llamamos adolescentes irrumpen de esta manera con algo propio, y no con algo aprendido más o menos dócilmente del adulto, en la escena histórico-cultural de Occidente. El rock and roll es un verdadero acontecimiento tal cual lo pensamos en psicoanálisis. En tanto tal es imprevisible, algo que no estaba calculado. Podríamos decir que irrumpe como real. El libro tiene un título provocativo además porque se llama Hijos del Rock, no Hijos de sus padres o Hijos de Dios o Hijos de la familia. Hijos del Rock que ellos inventaron, fenómeno tanto más interesante cuanto que el rock aparece como un producto acusado de bastardo en la cultura oficial de Occidente. Un bastardo sospechoso. Para los negros es una traición al blues y al jazz. Para los blancos es una traición a la música occidental, no es música, es puro comercio, es ruido, contaminado de negritud o de comunismo, según el caso y las épocas, o de satanismo. Entonces, ser hijo de ese producto bastardo, que a la vez se ha inventado, es un acontecimiento singular. Ahora bien,., mi idea no es entonces derivar esto al paisaje típico del psicoanálisis aplicado, y aplicar el psicoanálisis al rock, sino más bien

3.Eva Giberti, Hijos del Rock, Buenos Aires, Losada, 1996.

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interrogar al rock como fenómeno originariamente musical, deiarse provocar por él, hacerle preguntas, tratar de ver qué nos enseña. Pen-sar la entrada en escena de los adolescentes con voz propia, la inven-ción de los adolescentes, de los teenagers como tales, a partir del rock and roll, a través de lo musical, no me pareos una casualidad. Me refiero a que la irrupción de una mutación subjetiva o, incluso, que la emergencia de una cierta subjetivación sea comandada por lo musical no es casual si pensamos la función de lo musical en la estructuración subjetiva. Al decir la función de lo musical me estoy desplazando un poco más allá de tal o cual música (clásica, samba, tango, rock, etc.); me refiero a una dimensión de lo musical que está presente incluso cuando no estamos haciendo música. Esta dimensión de lo musical ha tendido a quedar un poco reprimida en nuestra consideración por unas cuantas razones, entre ellas, el logocentrismo de la metafísica occi-dental, de la cultura que llamamos occidental, que no ha dejado de imprimir sus marcas en el psicoanálisis. Habría dos hechos sencillos de la vida cotidiana, pero no tan sencillos de pensar, que nos podrían poner sobre la pista de esta cuestión. El primero es que, umversalmente, a un bebé 'al principio se le canta; después se le cuenta. El plano de la narración es lógicamente, y no sólo cronológicamente, posterior al plano del canto. Todas las culturas tienen sus canciones de cuna. El segundo hecho es que el recorte, la inscripción de los fonemas en la boca de un bebé, se hace a través de un proceso que desborda lo lingüístico en sentido estricto o estrecho: es un proceso musical. El bebé va apropiándose de esos fonemas a través de una actividad espontánea de canturreo, y de juegos de cánticos con los otros que lo rodean. Si un bebé no aprende así a hablar, vamos a tener un fenómeno de tipo ecolálico, o un mutismo, pero no vamos a tener verdaderamente -subjetivamente— lenguaje.

Tratando de pensar desde el punto de vista de los adolescentes, ¿qué pueden ellos hacernos pensar a través de las características de su mú-sica? ¿Qué nos dicen esas características de la música adolescente?, ¿qué nos pueden hacer pensar de ellos mismos? Las características a las que me refiero son:

- Intensificación sonora; el rock and roll emerge inaugurando un salto cualitativo en cuanto a la intensidad, a la cantidad del sonido (tiene más decibeles). Ensordece, incluso literalmente (se habla de una incidencia mayor de hipoacusias). Más aún cuando se produce el paso de la cultura de la electricidad a la electrónica,

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que brinda nuevos elementos de amplificación. Ese es uno de sus caracteres musicales más específicos.

Aumento de la velocidad: categoría tan importante y problemática en la vida contemporánea. El rock introduce un aumento de la velocidad en lo musical.

Invención no profesional: en general es inventado y reinventado -y esto se vuelve a repetir con el paso de las generaciones— por chicos que no saben música. Se ponen a jugar a hacer música, a formar pequeñas bandas. A veces, después, aprenden en el sentido académico. El rock es un producto marginal en relación a las culturas más o menos oficiales de transmisión de lo musical. Transformación de la conducta y del cuerpo: hay un cuerpo "pre-rock" y hay un cuerpo "post-rock", sobre todo en la adolescencia, pero no únicamente. Y eso es algo muy inmediatamente reconocible: la furia y la felicidad del cuerpo en el rock aparecen de una manera tan directa como la cultura occidental sólo lo había entrevisto con la música de Beethoven. Desde Beethoven, nunca había • aparecido una manera tan frontal, tan violenta, tan furiosa y tan feliz de interpelar al cuerpo con lo musical.

Uso de la voz: el rock no la usa en sentido melódico, como ha sido más o menos habitual, sino como un instrumento de percusión. Usa la voz percutivamente y además introduce el grito, el alarido y el desafinado. Ese desafinado introduce en realidad subtonos, modulaciones de la voz que la escritura occidental habitual de la música no registra, o registra como desafinado, como error. No se trata en el rock de ignorancia acerca de lo musical, sino de la elevación de este uso particular de la voz a principio de escritura. Se trata de la voz del adolescente: percutiva, resonante, áspera. Notoriamente, el rock introduce un cambio en cuanto a la relación de lo percutivo y lo melódico. Si pensamos, por ejemplo, en una orquesta sinfónica de 40 o 50 músicos, puede tener dos timbales, y ésa es toda la percusión. Cuatro rockeros en una banda tienen una batería. La proporción de lo percutivo aumenta de una manera descomunal.

El rock también recurre a una práctica muy antigua en la música de todas las culturas4-el uso muy intenso de lo que técnicamente se llama el "osstinato", el ritmo obstinado que la música brasileña también conoce de una manera tan bella. Dicho ritmo obstinado se relaciona con la dimensión de lo dionisíaco. Muchos autores han observado la correlación entre lo dionisíaco y los ritmos

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obstinados. Ritmos a veces muy simples, pero que se acumulan, se acrecientan por repetición.

- Invención de nuevos sonidos: incluso con instrumentos no tradicionales junto con la amalgama de éstos -sobre todo a partir de lainvención del sintetizador- para generar sonidos inéditos a través del juego con los sonidos. Un conjunto que se volvió tansignificante del rock and roll como Los Beatles fue pionero en laexperimentación, por ejemplo, al injertar prácticas propias de lamúsica clásica, como el cuarteto de cuerdas del clasicismo vienes,junto a efectos producidos por instrumentos electrónicos, ruidosdiversos, collages. Esta experimentación es uno de los nudos delrock and roll.

- Articulación particular entre la música y la letra: (los textos de lascanciones). Un poco más tarde, la articulación en el plano visual,da lugar a nuevos espectáculos, donde aparecerán tanto el disfraz, la máscara, la bufonada, el show, lo circense. Todos estoselementos vuelven a remitirnos a lo dionisíaco. Es interesantepensar en la atracción que el adolescente experimenta por todo loque podemos llamar dionisíaco en tanto la atracción que el adolescente experimenta por ser otro. Una forma de juego fundamental en estos momentos de la vida.

Para cerrar esta lista sucinta de especificidades añadamos una última:

- Tendencia al pastiche: a piratear, a robar. Robar, descaradamente incluso, trozos de otras músicas e insertarlos. El adolescentecomo ladrón es una figura muy importante. Incluso figuras notables del rock and roll, como Sting, el cantante inglés, se han explayado mucho sobre esta característica del rock de ladrón, depirata, de quien le roba al otro los derechos del autor, expresiónque va mucho más lejos del juicio moral o psicopatológico.

Para calibrar todos estos elementos, es necesario introducir una nueva reflexión, pensar seriamente en los agentes de subjetivación no familiares. Es necesario pensar en las funciones que tienen en la estructuración subjetiva agentes de subjetivación no familiares, en el sentido de funciones primarias, tan primarias como las familiares. Esto representa una dificultad para nosotros, los psicoanalistas, porque el psicoanálisis por tradición está más acostumbrado a priorizar los agentes de subjetivación familiares, a pensar la estructuración subjetiva

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desde el punto de vista de lo familiar. Creo que es muy decisivo en el caso de la adolescencia y podríamos, siguiendo las ideas del libro de Giberti. distinguir cuatro grandes agentes de subjetivaeión no familia-res para colocar junto a los familiares.

1. La banda como grupo y, además, alguna de sus figuras como individuo, como ideal destacado allí. La banda es todo un agente desubjetivaeión para el adolescente. Aquí podemos entrever todauna catarata, una red, de procesos de identificación.

2. Los pares, los amigos. La función del amigo ha sido poco estudiada también por nosotros. He tratado de pensar la importancia eneste período de la función de los pares.

3. Toda la dimensión contemporánea de lo tele-tecno-mediático, donde hay que subrayar lo siguiente: no se trata de medios de comunicación; se trata en realidad de medios de invención de la subjetividad, poderosísimos en este momento, y que están dando lugara mutaciones subjetivas de efectos incalculables y que es preciso-pensar. La primera característica de lo tele-tecno-mediático esque aparenta funcionar como un progreso en los medios de comunicación, pero es en realidad un medio de invención de la subjetividad. La segunda característica es que lo tele-tecnomediáticovulnera la distinción clásica entre lo familiar y lo no familiar. Lellega al niño y al adolescente directamente, no sólo a través de lofamiliar. Llega por sus propios caminos y socava así aquella distinción clásica a la que estamos acostumbrados. La tercera característica es que vulnera también las distinciones clásicas entrerealidad y ficción, o entre campo de la realidad y campo de lofantasmático, de lo imaginario. Para el adolescente, los mediosforman parte de la realidad; son la realidad misma. Lo que ve enla televisión es para él tan real como lo que está a su lado, juntoa él, en carne y hueso.

4. Otros adultos, no de la familia, que están en ciertas posicionesen relación al campo de los adolescentes. Por ejemplo, en posiciones de productores de objetos de consumo o de espacios paralos adolescentes.

4. Ver el texto ya citado en la nota 3. También "Del cuerpo espectral", Actualidad Psicológica, marzo de 1995.

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Ahora bien, estos cuatro agentes de subjetivación no familiares que hemos mencionado (las bandas, los pares, lo tele-tecno-mediático, los adultos implicados en estos circuitos y en estos campos discursivos), confluyen en el recital, que es un espacio transicional muy particular de los adolescentes. Me refiero al megarrecital que se hace en un gran estadio de fútbol, que congrega multitudes de adolescentes y de otros que ya no lo son (ése es otro aspecto que no analizaré en esta oportunidad). Aquí es donde introduzco lo que llamo "nuevo acto psíquico". Mi planteo es el siguiente: ese recital, la función que para los adolescentes toma allí la banda, el estar con sus pares, todos los efectos de lo tele-tecno-mediático que deviene el espectáculo mismo, con sus pantallas gigantes, el humo, la amplificación sonora, los juegos de luces, el gran volumen, todo ese conjunto, pienso que funciona como índice de construcción de una categoría intrapsíquica en el adolescente que es lo que llamo la categoría del nosotros. Lo llamo un "nuevo acto psíquico" citando literalmente una expresión freudiana, donde, para referirse a la constitución del Yo, hacía falta pensar en un nuevo acto psíquico distinto del autoerotismo. Pienso de una manera consecuente que para introducir el nosotros no sólo como un vínculo relacional, conductual, intersubjetivo, sino como una inscripción simbólica en el "aparato psíquico" adolescente, hace falta un nuevo acto psíquico y nuestras tópicas tendrían que tener un suplemento, así como hablamos de Yo, Ello y Superyó, para pensar esta categoría del nosotros. Categoría que, dicho sea de paso, aparece tan fallida donde hay patologías graves, lo que es todo un índice para pensar.

Mi hipótesis puede enunciarse así: uno de los trabajos de la adoles-cencia es escribir intrapsíquicamente esta categoría del nosotros que estaba esbozada en el niño, en los hermanos, en los primeros amigos, pero que en la adolescencia -y, además, contemporáneamente- toma otras proporciones. Actualmente, la alianza del chico y de la chica con lo tele-tecno-mediático produce una serie de identificaciones internacionales en el campo adolescente. Un adolescente puede identificarse viendo por la televisión un festival de rock a beneficio de los enfermos de SIDA, o contra el hambre en África, o un nuevo Woodstock, que ocurre en un país muy lejano y con adolescentes que jamás ha visto, con los que jamás ha estado ni va a estar. Lo cual rebalsa, excede, la idea clásica de la masa que implica presencia física. Es otro tipo de figura de identificación. Las categorías clásicas de masa (en general categorías que tienen una connotación bastante reaccionaria en cuanto a cómo pensar la masa siempre bajo la forma de lo negativo), me parece

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que son insuficientes para dar cuenta de estos fenómenos. Tampoco funcionan las categorías más habituales que uno puede manejar cuan-do ve al adolescente interactuar en medios como su familia, la escuela, etc. Hay que reconceptualizar estos procesos. En ese sentido, mi hipótesis de trabajo diverge un poco de las teorizaciones clásicas que más bien han pensado el nosotros siempre como una especie de regresión, reduciéndolo a un fenómeno más o menos arcaico de fusión indiscriminada, etc. Planteo el nosotros en el adolescente contemporá-neo como una adquisición más bien tardía, expuesta además a todo tipo de fallos, de desmayos, de reapropiaciones y de extravíos, pero donde lo que está en juego es que la adolescencia implica volver a pensar y a plantear la problemática de lo especular. Entre otras cosas, porque en el adolescente la cuestión del ser reconocido por sus pares e, incluso, de ser admirado por sus pares es fundamental y tiene un componente infraestructural y no meramente supraestructural. Entonces, esta categoría de ser reconocido por los pares hay que hacerla jugar. Pero, además, en el nosotros hay una dimensión de ser con, de ser reconociendo la aiteridad del otro. El nosotros no funciona en una especie de pérdida de la diferencia, sino en un reconocimiento de la diferencia en el encuentro con el otro como tal. Para pensar esto tenemos que someter a crítica categorías que son más bien prejuicios derivados del capitalismo en un sentido amplio. El capitalismo nos ha acostumbrado a exacerbar los procesos de individuación, a idealizar todo lo que es separación, como si diferenciarse fuera siempre un proceso que hay que hacer contra el otro, tomando distancia de él, no algo que se puede hacer con el otro. El nosotros tiene que ver con un proceso en el que me puedo diferenciar del otro sin necesidad de oponerme a él. Es otro punto muy decisivo en la adolescencia porque nosotros también podemos caer, por eso mismo que yo llamaba "prejuicio capitalista" (si podemos decirlo así), en reducir la diferencia a la oposición, pensar la diferencia siempre como opositiva: o esto o aquello. Pensarla como par binario: el niño/el adulto; el Yo/el no Yo; el Yo/el otro. El nosotros implica una diferencia no oposicional que no es lo mismo que la indiferencia o que la índiscriminación. Si uno quisiera buscarle una derivación conceptual, podría tener más que ver con el concepto de Winnicott de lo informe, en cuanto éste no apunta ajtlgo que no tiene forma, sino a algo que no tiene una forma fija, coagulada, lo que no es lo mismo,

5. Sobre este punto consúltese Jessica Benjamín, Los Zazos de amor, Buenos Aires, Paidós, 1995.

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En el libro de Giberti, esto toma un sesgo nuevo cuando marca cómo la constitución de este nosotros tiene que ver con una dimensión de lo que ella llama "lo sacral" para diferenciarlo de "lo sacro", en tanto el acento no está puesto en el culto a algún dios, sino en la intensificación de los vínculos entre nosotros. En otras palabras, a través del rock, en una cultura que ha perdido sus ritos de inid'ación, los adolescentes irían proporcionándose a sí mismos un rito de iniciación, una serie de rituales de pasaje. Con ese nosotros mediante, habrá un puente desde el niño hacia lo que llamamos, de una manera un tanto equívoca, un adulto. Existe un fenómeno musical en que puede reconocerse la aparición de este nosotros en los recitales, fenómeno también imprevisible, que es la aparición del coro. En determinado momento de la historia del rock, emerge la función coral. Un coro que interviene en determinado tiempo donde todos cantan juntos. Un coro que además provoca una serie de resonancias de lo que en música se llama armónicos, una serie de subtonos que pueden recordar mucho a formas antiguas de la liturgia occidental -por ejemplo, el canto gregoriano-. En el coro al que nos referimos se conjugan, en ritmos verbales y musicales, los cuerpos, se potencian pulsionalmente, lo que es otra característica del nosotros en la adolescencia: la exacerbación, la intensificación de lo pulsional.

Volviendo al punto de partida de este trabajo, no puede extrañarnos que el coro en el rock ^constituya un nosotros a través de núcleos del inconsciente, como serían los ritmos pulsionales, musicales y verbales. No nos puede extrañar, volviendo a esa otra hipótesis que esbozaba que, donde y cada vez que asoma algo como inaugural en la constitución de la subjetividad, lo musical está presente y actúa de una manera muy específica y particular.

Primero, hay una especificidad que es histórica, o sea uno podría decir que el rock and roll produce los adolescentes como discursividad específica, como campo discursivo específico con sus códigos, sus ritos de iniciación, sus insignias, sus significantes, sus motivos temáticos. Hay un fenómeno histórico, la emergencia de algo nuevo en ese sentido. No había habido hasta ese momento, en la cultura occidental por lo menos, el caso de un nuevo género musical que enseguida produjera tantos efectos políticos de todo tipo y que no estuviera ni esté en manos de "los grandes". Un ejemplo es el papel que tuvo el rock en toda la lucha interna en Estados Unidos contra la guerra de Vietnam en la década del 60; el papel político del rock allí es monumental. También podríamos evocar el París de Mayo del 68 y otros fenómenos. Es la primera vez que algo que desborda(se) y que sorprend(iese) a los adultos,

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es producido por un grupo de esa edad. Un grupo de esa edad nunca había producido algo por sí mismo que desbordase, que sobrepasase y que sorprendiese a los adultos. Se trata de un fenómeno grupal, donde el rock se vuelve un gigantesco espejo para que los adolescentes se reconozcan. Ningún adolescente actualmente puede desconocer el rock sin quedar al margen; le puede gustar más tal banda o tal otra; pero un adolescente que se declarase en un mundo pre-rock nos haría sospechar que le está pasando algo muy serio desde el punto de vista psicopatológico. Por supuesto que hay muchos fenómenos de nosotros, pero yo me refiero a mi hipótesis para ponerla a prueba en el futuro: es que la categoría de nosotros como tal se constituye en la adolescencia, y sobre todo a partir del rock, y produce una serie de fenómenos políticos, generacionales, etc. Es distinta, por ejemplo, la mera desobediencia, que lo que Eva Giberti llama "el placer de la desobediencia compartida". Hay una clase adolescente que empieza a funcionar como tal y sobre la cual, por otra parte, el poder adulto no deja de intentar reapropiaciones de todo tipo, por ejemplo, derivándolo hacia que se vuelva, una clase meramente consumista, etc. Actualmente hay un conflicto en ese sentido. Hasta ahora los niños no han producido algo semejante. Un niño puede decir "nosotros", pero en un adolescente es distinto. Puede de pronto con ese nosotros hacer una sentada en una plaza, la forma en que aparecen, por ejemplo, en Argentina los adolescentes, hijos de detenidos-desaparecidos. Se sientan en una plaza como manifestación de protesta pacífica, o a la puerta de una escuela para que no .los obliguen a usar uniforme, etc. Lo que me parece más interesante es el hecho desde el punto de vista metapsicológico, la categoría intrapsíquica: que un adolescente tenga -o no- y cómo tenga escrito ese nosotros. Para concluir, un mínimo flash clínico. Un paciente, en curso de análisis conmigo, decía siempre "hicieron tal cosa en la clase", rcñriéndose a sus compañeros. Decía "hicieron esto o lo otro". Un día dijo "hicimos". Había habido todo un trabajo analítico al respecto sobre ese "hicieron". Pero el día en que pasó de ese "hicieron" al "hicimos", pensé que había dado un paso muy importante en su subjetivación. Porque además él decía "hicieron" aunque hubiera estado allí incluido haciéndolo. Pero era "hicieron una fiesta", "fui a una fiesta que hicieron", "fui a un baile que hicieron". Y se sorprendía las primeras veces que yo le interrogaba sobre esta expresión y sobre su propia ausencia en el "hicieron".