Resumen - Wilmer

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La preparación de la revelación del Dios Trino en el Antiguo Testamento Algunas veces se ha tenido que acudir al Antiguo Testamento para mostrar la originalidad de Jesús en relación a él o para reconocer que ciertas categorías del Antiguo Testamento son utilizadas en el Nuevo con el fin de hacer comprensible la revelación de Jesús. Sin embargo, hay que tener claro que ambos Testamentos tienen originalidad y unidad profunda. Desde estas características tanto el Antiguo y Nuevo Testamento han dado a conocer progresivamente la revelación de Dios, dirigida, primero, al pueblo elegido, y después, en Jesús, a todas las naciones sin distinción. De ahí que es muy simplista la idea de que el Antiguo Testamento da a conocer al Dios uno y el Nuevo al Dios trino exclusivamente; aunque sí encierra algo de verdad. Es evidente que el Antiguo Testamento no da a conocer al Dios en su misterio trinitario, pero no es ajeno a él. Es muy desacertado buscar afirmaciones sobre la Trinidad en los textos veterotestamentarios. Aunque las promesas de su presencia, su cercanía al pueblo y a los hombres, pobres y desamparados, prepara la presencia de su Hijo entre la gente. En fin, todo el Antiguo Testamento, al preparar la venida de Jesús, prepara la revelación definitiva del Dios uno y trino. Hay muchos temas y aspectos al momento de hablar del Dios trino; sin embargo, el texto profundiza dos que tienen especial relevancia: la revelación del nombre de Dios a Moisés, y la existencia en los diferentes escritos del Antiguo Testamento de ciertas figuras “mediadoras” de la presencia de Dios. En cuanto a la primera cuestión, sobre la revelación del nombre de Dios, es importante la atribución del Antiguo Testamento a la revelación de Dios (Yahvé) en el monte Horeb, cuando dice: Yo soy el que soy y, además, cómo la tradición cristiana ha tenido por relevante este pasaje desde los comienzos. “Yahvé” es el nombre que tiene la primacía al ser revelado por Dios mismo. Eso evidencia la presencia activa de Dios, pero se muestra, no en su misterio, sino como el que se va a mostrar a Israel para liberarle, en su existencia relativa y eficaz: Yo estaré

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La preparación de la revelación del Dios Trino en el Antiguo Testamento

Algunas veces se ha tenido que acudir al Antiguo Testamento para mostrar la originalidad de Jesús en relación a él o para reconocer que ciertas categorías del Antiguo Testamento son utilizadas en el Nuevo con el fin de hacer comprensible la revelación de Jesús. Sin embargo, hay que tener claro que ambos Testamentos tienen originalidad y unidad profunda. Desde estas características tanto el Antiguo y Nuevo Testamento han dado a conocer progresivamente la revelación de Dios, dirigida, primero, al pueblo elegido, y después, en Jesús, a todas las naciones sin distinción. De ahí que es muy simplista la idea de que el Antiguo Testamento da a conocer al Dios uno y el Nuevo al Dios trino exclusivamente; aunque sí encierra algo de verdad.

Es evidente que el Antiguo Testamento no da a conocer al Dios en su misterio trinitario, pero no es ajeno a él. Es muy desacertado buscar afirmaciones sobre la Trinidad en los textos veterotestamentarios. Aunque las promesas de su presencia, su cercanía al pueblo y a los hombres, pobres y desamparados, prepara la presencia de su Hijo entre la gente. En fin, todo el Antiguo Testamento, al preparar la venida de Jesús, prepara la revelación definitiva del Dios uno y trino. Hay muchos temas y aspectos al momento de hablar del Dios trino; sin embargo, el texto profundiza dos que tienen especial relevancia: la revelación del nombre de Dios a Moisés, y la existencia en los diferentes escritos del Antiguo Testamento de ciertas figuras “mediadoras” de la presencia de Dios.

En cuanto a la primera cuestión, sobre la revelación del nombre de Dios, es importante la atribución del Antiguo Testamento a la revelación de Dios (Yahvé) en el monte Horeb, cuando dice: Yo soy el que soy y, además, cómo la tradición cristiana ha tenido por relevante este pasaje desde los comienzos. “Yahvé” es el nombre que tiene la primacía al ser revelado por Dios mismo. Eso evidencia la presencia activa de Dios, pero se muestra, no en su misterio, sino como el que se va a mostrar a Israel para liberarle, en su existencia relativa y eficaz: Yo estaré ahí (para ustedes). Su identidad más profunda se revelará en su actuación, en su ser para el pueblo.

Dios es el Señor del mundo y de la historia, es el Dios que al revelarse mantiene su misterio. El ser y actuar de Dios se corresponden, se armonizan entre sí. En su obrar da a conocer su ser: al guiar al pueblo elegido, en la liberación de Egipto, en toda la historia del pueblo de Israel. Yavhé equivale a “yo soy el que existo”; esto es muestra de un monoteísmo práctico. De ahí que para Israel Dios es el único que existe, su salvador. Se conocerá a Dios a partir de lo que será para su pueblo. El Dios que revela su nombre a Moisés y, a través de él, a todo el pueblo, será el único que libertará a Israel y que manifestará su poder en los acontecimientos de la Historia. La revelación del nombre también pretende dar a conocer el culto sólo a Dios y no a otros dioses. Es decir, el es único Dios, y es base del monoteísmo radical, que afirma la existencia de un solo Dios.

En cuanto a la segunda cuestión, se afirma que en el Nuevo Testamento, sobre todo en el evangelio de Juan, la revelación del nombre de Dios en el Éxodo servirá como medio para expresar la profunda identidad divina de Jesús. Sin embargo, el texto pide no hacer lecturas precipitadamente trinitarias del Antiguo Testamento. Aunque es lícito interpretar algunas mediaciones como momentos de una preparación más explicita hacia la revelación del Dios trino en el Nuevo Testamento. De qué mediaciones se hace referencia. En primer lugar, el ángel de Yahvé. Es un ser que acompaña a Dios y lo alaban. Además, ayuda y guía a Israel en la salida de Egipto y el peregrinación por el desierto, guía los pasos de Abraham; también es un juez, o castigador. Muchas veces los ángeles no se distinguen del Dios mismo, su lenguaje son los de Dios.

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También está la mediación de la palabra de Dios. Los oráculos siempre empiezan con: “Así habla Yahvé…” La palabra profética, la palabra de Dios es enseñanza, es revelación, mandato del Señor. Los mandamientos son palabras y con ellos Israel ha sido constituido pueblo de Dios. La palabra es ejecutora de la voluntad de Dios, en la creación, pero también en la guía del pueblo. La palabra participa así del poder divino. De modo indirecto se señala que todo viene de la existencia por la palabra del creador. La palabra de Dios de convierte en una fuerza presente y viva, que Dios envía para librar a los que le suplican auxilio, en la que el justo confía.

Luego, esta la sabiduría divina. Una figura más del Antiguo Testamento que prepara la revelación del Dios uno y trino. Una sabiduría que se refiere al ámbito del recto obrar humano, que es posible si Dios la concede. Es por tanto un bien divino y no una conquista del ser humano. Es de mucho interés que en algunos textos la sabiduría aparece como personificada y preexistente al mundo que contribuye a crear. La sabiduría actúa como el artífice de todo, está en todas partes, emana de Dios, lo gobierna todo.

También está la mediación: Espíritu. Es otra de las figuras presentes en el Antiguo Testamento. Hay que precisar, en primer lugar, que se refiere, a aire, viento, fuerza que no puede ser controlada por el hombre. Por ello se puede relacionar fácilmente con la energía y el poder divino, superior a toda fuerza humana. El espíritu se pone en relación con la fuerza creadora de Dios. Algunos textos también la relacionan con una potencia cósmica, aquella que retira las aguas del mar Rojo y abre el paso a los israelitas. El poder cósmico está al servicio de la salvación del pueblo. El espíritu también aparece en la creación del mundo.

En los libros históricos más antiguos aparece con frecuencia el Espíritu de Dios como la fuerza que irrumpe en determinadas personas de manera inesperada para la realización de empresas diversas. El Espíritu también invade a algunos grupos de profetas y obra en ellos. Pero el portador del Espíritu más característico será el Mesías. De ahí que los tiempos mesiánicos serán caracterizados por una posesión general del Espíritu. Con el Espíritu también es el inicio una vida nueva, renovación moral, para el pueblo y para cada uno de los individuos. Se nota la presencia del Espíritu en lo más profundo del hombre. Tanto la sabiduría y el Espíritu habitan en el interior del hombre.

En el Antiguo Testamento el Espíritu es personificado. El Espíritu de Dios va siendo cada vez menos una fuerza pasajera que irrumpe en un hombre en momentos de excepción. Esta y las otras figuras presentadas en el texto preparan la revelación de la Trinidad divina en el Antiguo Testamento. El Nuevo Testamento y la tradición cristiana siempre se han referido a estas figuras mediadoras. Tres de las mediaciones: los ángeles, la palabra y la sabiduría han servido para interpretar la función salvífica y para afirmar la divinidad de Jesús. En cuanto al Espíritu en el Antiguo Testamento se habla de don del Espíritu en futuro, que sólo a la luz de la revelación definitiva en Jesús se puede apreciar el justo sentido de estas prefiguraciones veterotestamentarias.