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DIALOGO CON NUESTRO FUTURO COMUN ■ Perspectivas latinoamericanas del Informe Brundtland ~ Günther Maihold / Víctor L. ürquidi ' Compiladores Fundación Friedrich Ebert-México EDITORIAL NUEVA SOCIEDAD

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En este texto se presenta un ensayo sobre la viabilidad del desarrrollo sustentable en los países de América Latina. Es muy recomendado para entender el tema y los matices que se presentan en cada uno de los matices de la región.

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DIALOGO CON NUESTROFUTURO COMUN ■

Perspectivas latinoamericanas del Informe Brundtland ~

Günther Maihold / Víctor L. ürquidi' Compiladores

Fundación Friedrich E b ert-M éx ico E D ITO R IA L N U E VA S O C IE D A D

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P r im e ra e d ic ió n 1990

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© Coedición

Fundación Friedrich Ebert-México

Editorial Nueva SociedadA partado 61.712, Caracas 1060-A, VenezuelaTelfs.: 313189 - 329975. Télex 25.163 ildis ve. Fax 313397

Edición al cuidado de Daniel González V.

Portada: THncherasurFotocomposición/paginación: La Galera de Artes Gráficas Im preso en Venezuela ISBN 980-6110-71-4

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Indice

INTRODUCCION...................................................................................... 7

PRIMERA PARTEEl desarrollo sostenible en la realidad latinoamericana

Héctor SejenovichLa viabilidad del desarrollo sustentable en América Latinay el Caribe .................................................................................... 15Osvaldo SunkelEl difícil contexto internacional para un desarrollo sustentable.... 35 Fernando lúdelaLa crisis y la relación entre medio ambiente y desarrolloen América Latina........................................................................................ 53Víctor L. UrquidiNuevas reflexiones sobre medio ambiente y desarrollo...................... 61

SEGUNDA PARTEExperiencias nacionales

Pablo J. QuirogaEl caso de Argentina.................................................................................. 73Tito Bruno Bandeira R y ffAlgunas consideraciones sobre el caso de Brasil................................. 93Osvaldo SunkelEl desarrollo sustentable en Chile:del marco conceptual a una propuesta operacional............................. 103Fernando Casas Castañeda Experiencias de planeación, administracióny financiación del desarrollo sostenible en Colombia.......................... 113Jorge E. Rodríguez QuirósEl caso de Costa Rica................................................................................. 131

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La viabilidad del desarrollo sustentable en América Latina y el Caribe

Héctor Sejenovich

La viabilidad del desarrollo sustentable es un interrogante que deberán contestar nuestros pueblos en sus constantes luchas y a las que nosotros podemos aspirar a contribuir con estas reflexiones. Evaluar la viabilidad más que un ejercicio teórico hecho con anterioridad a la acción; sólo pue­de ser concebido como una estrategia de desarrollo que va buscando su propia factibilidad. Sin embargo, plantear nuevamente el desarrollo cuan­do nuestros sufridos pueblos están luchando denodadamente para lograr subsistir, parecería una paradoja. Más aún, cuando la situación es total­mente distinta que en los tiempos de nuestras anteriores postulaciones.

No estamos como en la década del cincuenta viviendo una posguerra en este «continente de paz», impregnada de esperanza en los promisorios frutos de una estabilidad sostenida. Tampoco estamos en los albores de una alianza que nos prometía progreso con equidad y que estaba avalada por cuantiosos fondos.

Ni siquiera estamos como a principios de la década del setenta cuando comenzábamos a difundir los principios del ecodesarrollo que superarían los efectos contradictorios de nuestro crecimiento, riqueza con pobreza, producción con destrucción y desaprovechamiento. En esa década, tenía­mos escasa deuda externa, poca desocupación y crecientes esperanzas en cambios progresivos de la situación internacional a instancia de la aplica­ción de los principios del Nuevo Orden Económico Internacional y de la Carta de los Derechos Económicos de las Naciones. El dinamismo de la acción y la importancia del Movimiento de los Países No Alineados, ha­cían prever cierto grado de factibilidad de las postulaciones. Los enemi­gos en esta particular guerra por el desarrollo estaban delineados. La distribución del ingreso entre países y al interior de los mismos debía cam­biar progresivamente y para que ello fuera posible el comercio, las finan­zas internacionales y las restricciones institucionales debían estimular y permitir los cambios. La situación es hoy muy diferente. Ni siquiera los

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enemigos resultan claramente delimitados y para incrementar la confusión nos proponen nuevas causas de nuestra postergación que reemplazarían nuestras proposiciones estructurales. Se trataría hoy de superar la infla­ción, la acción de un aparato del Estado anquilosado e ineficiente a través de privatizaciones salvadoras y los conceptos que impiden la implanta­ción en toda la estructura económica y social de los llamados criterios de modernidad donde nuevamente el desarrollo de las fuerzas productivas, ya sin barreras retrogadas, brindarían todo su efecto benéfico al bienestar de la población. Habría si, que restructurar nuestra articulación con el mercado mundial, buscando nuevas oportunidades basadas en diferentes ventajas comparativas y, al mismo tiempo, hacer algo, lo imprescindible, por los que queden excluidos de todo.

Si la explicación es confusa, la situación lo es más. No estamos después de una guerra con grandes saldos disponibles para el desarrollo e inmen­sas demandas externas de alimentos y recursos naturales. Estamos de al­guna manera en medio de ella, no tan sólo sin fondos para el desarrollo, sino con una inmensa deuda externa y con nuestros acreedores con fuerza legal, o no tan legal, como para imponernos desde caminos estratégicos, hasta políticas de ajuste con altísimos costos sociales. Y los mercados ex­ternos de nuestros productos agrícolas en plena realización de una políti­ca de sustitución de importaciones, a través del manejo de la biotecnología y del establecimiento de medidas protectoras mientras nos obligan a le­vantar nuestras propias barreras arancelarias para sus productos indus­triales.

Nuestra naturaleza muestra las huellas de esta guerra. Fue degradada por una extracción dilapidatoria en las décadas del crecimiento, que sólo privilegió el beneficio en el corto plazo. Y ahora es expoliada más inten­samente en algunos países, en los últimos años, para tratar de lograr una mayor producción que genere mayores saldos exportables para pagar los servicios de la deuda y compensar, al menos en parte, la baja de los pre­cios de los recursos naturales.

La realidad social también muestra las huellas de esta situación límite, habiéndose degradado sensiblemente la calidad de vida y poniendo en si­tuación de indigencia a grandes masas de población, que naturalmente ge­neran un incremento sustancial de la violencia. En efecto, plantear el desarrollo en estas circunstancias aparece como una paradoja, pero es to­talmente necesario. Un desarrollo en serio, que logre plantear y hacer frente a las principales y reales trabas que impiden que sus principios se imple- menten.

Estamos en el quiebre de un estilo y el surgimiento de otro. Como todo período de profunda crisis puede convertirse en una gran posibilidad, o ahondar mucho más nuestra desintegración y postergación.

La etapa del proceso social y político que estamos atravesando vuelve

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mucho más crucial la importancia de la decisión acerca del rumbo que adoptaremos. En nuestra castigada América Latina estamos atravesando un difícil afianzamiento de nuestras democracias luego de padecer, en bue­na parte de ellas, dictaduras militares. Pero este período coincide con la peor crisis económica de nuestra historia. Nuestras democracias tienen que demostrar que constituyen un sistema que posibilita, con el libre juego de la exprésión popular, adoptar decisiones que permitan el crecimiento general de la producción con un mínimo de destrucción. Por eso donde las disparidades se superen, la transformación la naturaleza brinde una corriente de recursos perdurable y el proceso de democratización logre in­corporar la potencialidad creativa de nuestros pueblos a través de canales directos, sin mediaciones distorsionantes.

Desarrollo sustentable

Nos parece de significativa importancia la acción realizada por la Co­misión Mundial para el Medio Ambiente y el Desarrollo, así como su In­forme Nuestro Futuro Común, como base para un acuerdo global entre todos los países. Esto nos brinda una brillante oportunidad para elaborar la perspectiva latinoamericana del desarrollo sustentable. Las tres institu­ciones que organizan este encuentro (la Fundación Friedrich Ebert, el Cen­tro Tepoztlán y el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente) han generado un adecuado foro para ello, a través de reuniones periódi­cas. Como partícipe de las dos anteriores creo que hemos evolucionado desde la evaluación inicial del Informe Nuestro Futuro Común a la con­tribución de nuestras ideas para generar las bases de la perspectiva lati­noamericana. Desearía destacar dos iniciativas que se vienen desarrollando en este sentido. En primer lugar, la desarrollada por el Programa de Na­ciones Unidas para el Desarrollo, el Banco Interamericano de Desarrollo y la participación del Programa de Naciones Unidas para el Medio Am­biente (PNUMA), que han convocado a un grupo de colegas de nuestra región que lidera Amoldo Gabaldón, y que está elaborando un informe donde figurarán las prioridades de medio ambiente y desarrollo en Amé­rica Latina y el Caribe. Varias de las ideas expresadas en este documento serán discutidas por este grupo, así como tengo la misión de transmitir al mismo las iniciativas que se generen en este seminario, ya que la pers­pectiva latinoamericana debe ser enriquecida por el pensamiento que va generando estos foros. A su vez la Oficina Regional del PNUMA a solici­tud de los gobiernos propondrá un Plan de Acción Ambiental, sobre la base de las acciones que se vienen desarrollando en la región.

Este seminario en tal sentido ha elegido un tema fundamental para su contribución a estos esfuerzos colectivos. La viabilidad del desarrollo sus-

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tentable no puede ser sino a través de una profundización de la democracia.Democracia y desarrollo son conceptos que se juegan, quizás en forma

decisiva, su credibilidad ante nuestros pueblos. La gravedad de este plan­teamiento surge al evidenciar las carencias y la desesperación de una gran parte de nuestros pueblos y al considerar la trayectoria histórica de lucha que los ha destacado. Sus banderas han sido enarboladas muchas veces, como signo de progreso para el apoyo popular. Y junto a ellas, jugó su suerte la planificación.

Más de tres décadas han estado impregnadas por las ideas del progreso. Sus resultados contradictorios postergaron las esperanzas. La riqueza, la pobreza, la producción y la degradación signaron sus efectos. Por todo ello, este continente aunque sigue requiriendo el desarrollo, demanda un planteamiento de base que tenga en cuenta sus particulares experiencias, sus éxitos y fracasos. Para que sus principios no tengan sólo el basamento de una utopía deseable, sino también la fuerza de los movimientos popu­lares cuya acción en diferentes niveles pueda ir alcanzando la factibilidad de sus postulados.

A partir de 1960 con la Alianza para el Progreso y el desarrollo con jus­ticia se decía: se instituyen los Consejos Nacionales de Desarrollo en to­dos los países y se promueve la planificación económica, que ponía su esperanza en el papel progresista que pudiera jugar el crecimiento indus­trial a través de la tecnología más avanzada.

Las grandes industrias dinamizarían tanto los ritmos de crecimiento, la calificación de la mano de obra, la generación de tecnologías y la deman­da de productos agropecuarios. La economía de escala reduciría los cos­tos y ello permitiría brindar productos a precios más reducidos y mejorar sustancialmente la calidad de vida.

Las reformas agrarias y la tecnificación agropecuaria posibilitarían ac­ceder a la propiedad de la tierra a vastos sectores y elevar la productividad agraria, conciliando los incrementos de saldos exportables con un adecuado abastecimiento del mercado interno.

Los polos de desarrollo ubicados en los centros de las regiones tende­rían a nivelar el desarrollo desigual de las mismas.

El proceso de planificación permitiría un uso más eficiente de los re­cursos, y la intervención estatal subsanaría en los sectores llamados socia­les, la debilidad de los mercados para reaccionar a los estímulos de una política económica de gran dinamismo.

La planificación, indicativa para el sector privado y obligatoria para el sector estatal, definía así su perfil en busca de desarrollo.

Los resultados contradictorios son por todos conocidos. Las activida­des econonómicas crecieron a un ritmo superior a todas las previsiones optimistas. Una parte importante de los sectores más dinámicos de la eco­nomía se instituyeron en nuestro continente.

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Los polos de desarrollo, la tecnificación agraria y algunas reformas, fue­ron procesos que acompañaron al desarrollo industrial y de la infraestruc­tura. Se evidenciaron mejoras en salud y en educación.

Sin embargo, considerado globalmente, no se llegó a satisfacer las nece­sidades esenciales de la población. Se utilizó dilapidatoriamente a los eco­sistemas. La erosión, la destrucción de bosques, los avances indiscriminados de la frontera agropecuaria junto con los procesos de desertificación, mues­tran los efectos de un desarrollo sin sustentabilidad. Los niveles de deso­cupación y subocupación evidencian deficiencias estructurales. Las economías de escala redujeron los costos pero debido al funcionamiento de mercados con estructuras oligopólicas esta reducción no se trasladó a los precios sino a las sobreganancias. Los mercados fueron captados por estructuras altamente concentradas pertenecientes, en buena parte, a em­presas transnacionales, desplazando a las pequeñas y medianas empresas de nuestros países. La generación de tecnologías no logró una adecuada autonomía, creándose una mayor dependencia externa, a la cual se le agregó un proceso de endeudamiento abrupto. La estructura distributiva de los ingresos se mantuvo admirablemente sin cambios perceptibles.

No existió una real incorporación de la población en las decisiones, lle­gándose en el mejor de los casos a una cierta concertación con los secto­res de mayor predominio económico. Pero, por sobre todo, no se internalizaron los conflictos que operan en la sociedad y se plantearon los cambios sin considerar las fuerzas existentes. Naturalmente también es po­sible otra interpretación, donde los objetivos buscados sólo eran un dis­curso justificatorio para el real proceso de concentración de la propiedad y de los ingresos que verdaderamente operan.

Existió sin duda crecimiento, pero sin desarrollo y con degradación .tanto humana como natural.

La cuestión ambiental desde su aparición ha contribuido a una profun- dización de esta crítica y ha propuesto cambios en los paradigmas del de­sarrollo. Elaboró un nuevo concepto, el «ecodesarrollo».

De las diferentes conferencias realizadas inmediatamente después de la de Estocolmo se destaca la celebrada por Naciones Unidas en Cocoyoc, México, donde se explicita: «Debemos subrayar ante todo el hecho de que el fracaso de proporcionar una vida segura y feliz para todos no se debe a ninguna falta real de recursos en la actualidad y que el problema de nues­tros dias no es de escasez, sino de mala distribución económica y social y de inadecuada utilización. El predicamento ante el que se encuentra la humanidad se deriva esencialmente de las estructuras económicas y socia­les y del comportamiento que se sigue, tanto dentro de los países como en las relaciones entre unos y otros. Finalmente incluyen un párrafo de indudable actualidad: «y no se debe pensar en que la solución de estos problemas se puede dejar en manos del automatismo de los mecanismos

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del mercado». El mercado tradicional pone los recursos a disposición de quienes los pueden adquirir y no en las de quienes los necesitan: ello im­plica el estímulo de demandas artificiales, la generación de desperdicios en el proceso productivo y, lo que es más grave, la subutilización de los recursos mismos.

En América Latina difundimos estas ideas y con ellas implementamos algunos proyectos. Sin embargo, el camino demostró ser mucho más lar­go y contradictorio que lo esperado. Debemos mencionar los avances me­todológicos efectuados a partir de 1976 con la realización de diagnósticos ambientales en la Oficina Regional del PNUMA y los estudios hechos con motivo del Seminario de Medio Ambiente y Desarrollo, organizado en 1979 por el PNUMA y la CEPAL, además de los que le siguieron que significa­ron un real avance en el tema. El desarrollo de investigaciones específicas en materia ambiental y de metodologías de planificación considerando la concepción de medio ambiente fueron, sin duda, contribuciones de im­portancia que hoy nos ubican en forma diferente. No obstante se profun­dizó la crisis y la incorporación real de estos principios, en gran parte, se postergó.

Por todo ello, para replantearnos el desarrollo la contradictoria expe­riencia nos obliga a reflexionar sobre la misma. No para caer en un escep­ticismo inmovilizante, sino para profundizar las causas del fracaso en la aplicación de esos principios.

Nos seguimos emocionando cuando delineamos en nuestra mente la po­sibilidad de un desarrollo sin destrucción donde el hombre se reconcilie con el hombre y, por lo tanto, con la naturaleza. Pero, al mismo tiempo, escuchamos las fuertes manifestaciones de protesta de nuestro pueblo an­te un desarrollo que los excluye del trabajo y del goce de los bienes; por ello los tiempos se han acortado y las posibilidades de fracaso deben re­ducirse al máximo.

Consideramos que sólo las crisis pueden convertirse en oportunidad para reflexionar sobre las causas de su desencadenamiento, ya que en esa situa­ción todo se torna más visible. Para tal análisis profundizaremos en los aspectos que nos parecen de fundamental importancia y que completan un panorama de los condicionantes del desarrollo sustentable.

Los mitos del desarrollo

La sociedad más desarrollada muestra la meta y el camino de las sociedades de menor grado de desarrollo

En cada etapa del desarrollo histórico de las sociedades la nación que había alcanzado el mayor desarrollo de sus fuerzas productivas y que, en

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general, era la dominante, fue señalada como el objetivo a lograr, así co­mo la estrategia que había seguido, como la necesaria de aplicar. En su momento Roma, España, Inglaterra y EEUU jugaron ese papel. Modera­damente unido a este mito existe el concepto de «cerrar la brecha» como estrategia de desarrollo de los diferentes países, donde se supone que exis­

t e un solo camino y un solo destino.( Este concepto está en crisis. En primer lugar, por razones físicas. Si con- \ sideramos el consumo de energía por habitante que de acuerdo a su estilo i de vida tienen en Estados Unidos y estimamos el mismo consumo para

/ toda la población mundial, es muy probable prever como efecto una crisis \ ecológica significativa. Junto a ello, si nuestro objetivo es lograr elevar

sustancialmente la calidad de vida de nuestra población manteniendo su identidad cultural, es incompatible hacerlo de acuerdo a una estructura del consumo imitativa. Es decir, por razones físicas y políticas, necesita­mos reformular la principal base de la concepción tradicional del desarro­llo, es decir, su imagen-objetivo.

Nuestras sociedades tienen elementos comunes, pero también una ri­queza cultural inmensa que es diferente no sólo en los distintos países, si-

\ no también en diversas zonas; \Los conceptos de un desarrollo sustentab 1 e ) incorporan a un cierto nivel los objetivos generales y comunes de un desa-

rroiio diferente, basado en la utilización racional de Jos recursos para sa- \ tisfacer las necesidades esenciales de la población, mediante tecnologías \ adecuadas y con la activa participación de la población en las decisiones

fundamentales. Sin embargo, en la forma en que este principio general se manifiesta en cada país, es aún amplio tema de discusión, dada su par­ticular cultura y la distinta disponibilidad de recursos naturales.

En definitiva, debe reelaborarse el objetivo del desarrollo y consecuen­temente el camino para arribar a él.

Existe una solidaridad entre crecimiento cuantitativo del producto bruto y la disposición de bienes por parte de ia población,

y entre esta disposición y el bienestar de la misma.

En todos los planes de desarrollo, se señala que el objetivo central es el bienestar de la población y que este se obtendrá a través del énfasis puesto en el fortalecimiento de la economía y su rápido crecimiento lo que per­mitirá una mayor disposición de bienes.

Varias evaluaciones del desarrollo latinoamericano han señalado que a pesar de que existió crecimiento no se logró el bienestar, debido a la alta concentración del ingreso. Esta aseveración ha sido demostrada por las cifras estadísticas. Menos comprobación, sin embargo, tuvo el hecho de que en los sectores medios que lograron cierto grado de satisfacción de

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las necesidades básicas, no habían elevado su calidad de vida, debido a problemas relativos al creciente stress de las ciudades, a las enormes difi­cultades de transporte, hacinamiento, agresividad, frecuente pérdida de li­bertad, autonomía, falta de participación y todos los elementos que deben considerarse cuando se tienen en cuenta las aspiraciones de los sujetos so­ciales.

La calidad de vida que aparece como bienestar felicidad o alguna otra forma, se ha constituido en el objetivo manifiesto del desarrollo pero no se han generado las adecuadas metodologías para su tratamiento. Dentro

, de la cuestión ambiental hemos elaborado algunas metodologías que re­quieren de mayores experiencias de campo para su difusión y verificación.

El concepto de calidad de_vida debe incorporar categorías psicológicas que permitan lín trátamiento científico de las aspiraciones de la población,

derivadas de su cultura específica y que posibilite su articulación con con­sideraciones económicas y sociales que permitan conocer las característi-

| cas de su acción, como parte de un determinado sector social. EsteV evaluador debe necesariamente ser parte de los nuevos indicadores del de­

sarrollo sustentable que es necesario elaborar.

La estrategia del desarrollo debe basarse en la máxima utilización de las ventajas comparativas que brinda el país

Este mito, que a primera vista es un principio aconsejable para el desa­rrollo, ha generado una práctica caracterizada por las siguientes etapas:

1. Explotación masiva de los elementos naturales que ganen ventajas comparativas a nivel internacional, desaprovechando un inmenso poten­cial que no se articula con la reproducción mundial, pero que podría sa­tisfacer las necesidades básicas de la población del país.

2. Exportación al mercado mundial de los elementos naturales utiliza- bies para recabar las divisas necesarias que logren comprar los bienes pa­ra el consumo o los medios para producirlos. El tipo de consumo a su vez está determinado por un modelo periférico imitativo de las grandes urbes. Debido al grado de manejo dé los mercados, se produce lo que co­nocemos como el deterioro de los términos del intercambio; los precios obtenidos por los productores vendidos son reducidos y los precios de las importaciones crecientes.

3. Reacomodamiento de la economía a las condiciones exigidas por la máxima utilización del sector que constituye la ventaja comparativa. To­do ello lleva a un cercenamiento de otras posibilidades de crecimiento de sectores, significando una grave distorsión de todas las potencialidades del país y una gran mediación entre el tipo y el stock de recursos naturales y la satisfacción de las necesidades de la población. La presión sobre los

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recursos resultante del pago de la deuda externa lleva a la situación de una mayor gravedad en tal sentido.

4. Revolución científica y tecnológica que se viene operando a nivel mun­dial y que a instancias de un importante avance en la biotecnología puede lograr reproducir artificialmente las condiciones especificas de nuestros ecosistemas y, por lo tanto, crear las bases naturales para la sustitución de importaciones en buena parte de los productos que a los países desa­rrollados le interese intervenir. Toda nueva utilización de otras ventajas com­parativas internacionales puede ser perentoria por las razones anteriores y por el manejo de un fuerte proteccionismo. Estas circunstancias impul­san mucho más a repensar nuestro desarrollo y, en especial, nuestros re­cursos naturales en función de la satisfacción de las necesidades de nuestros pueblos.

El tamaño cada vez mayor de las fábricas permitirá obtener economías de escala y reducir los precios

Este concepto de economía de escala que es correcto para la mayor par­te de los casos en las industrias, no es perceptible en algunos sectores in­dustriales y directamente no aparece en otros sectores productivos. Se genera incluso la economía de escala a partir de cierto nivel. Sin embargo su apli­cación fue masiva y sus efectos indirectos perniciosos. Llevó a la glorifi­cación de un gigantismo ingenieril que mostró sus efectos negativos, especialmente en relación con la contaminación, cogestión de actividades, inflexibilidad a los cambios y efectos negativos sustanciales en obras de infraestructura o proyectos agrarios. Por otro lado, las grandes industrias constituyeron oligopolios que no permitieron trasladar a los precios las reducciones de costos, por efecto de la economía de escala.

La actual revolución científica y tecnológica posibilita en muchos casos la economicidad de las pequeñas y medianas empresas sobre la base de un importante dominio de la información. En tal sentido esta es un fun­damento de importancia que debemos profundizar.

El desarrollo

Este principio valora excesivamente, como todo el desarrollismo, la faz constructiva del desarrollo de las fuerzas productivas y no considera su faz destructiva como más adelante mostraremos.

En realidad este mito deriva de una falta de conocimiento de la forma cómo funcionan los diferentes ecosistemas por lo que en lugar de la inter­vención humana, estimula aquellos mecanismos que resultan favorables

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a la dotación de una oferta natural adecuada para satisfacer necesidades humanas. Muchas veces reemplazan artificialmente estos mecanismos por otros supuestamente más eficaces teniendo en muchos casos repercusio­nes indirectas perniciosas en el mediano plazo o en otras regiones, que reducen o anulan los efectos positivos iniciales.

El desarrollo sustentable debe considerar a la naturaleza como una fá­brica que es necesario mantener y perfeccionar para que los esfuerzos de los planes de manejo y las tecnologías derivadas, maximicen su producti­vidad a largo plazo y minimicen sus efectos negativos.

El proceso de urbanización es signo de progreso y su tendencia seguirá manteniéndose en el futuro

Este mito, asume con una neutralidad inocente, la aguda crisis que ma­nifiesta el proceso de urbanización en nuestra región. Sobre este aspecto se ha cambiado en los últimos años de criterio ante las explosiones demo­gráficas de la Ciudad de México y de Sao Paulo. Sin embargo, en buena parte, se lo adjudican a un incremento en la tasa de la población y no con­sideran que este tipo de proceso de urbanización es el producto del fraca­so de todas las reformas agrarias y de las inmensas dificultades de un desarrollo urbano armónico.

Los recursos son infinitos. Sólo se trata de adecuar sus proporciones

Aunque coincidimos con la posición del Modelo Mundial Latinoameri­cano de la Fundación Bariloche, en el sentido que el problema fundamen­tal no se trata de la finitud de los recursos sino de su distribución, debe considerarse que el criterio prevaleciente en forma implícita pero que se expresa en varios aspectos, es la no consideración de ciertos límites en la existencia de los recursos y de los posibles efectos de su derroche.

La tecnología es sólo un instrumento.Su uso queda definido por la sociedad que la incorpora

Este mito ignora que la tecnología lleva el germen de la sociedad que la ha generado y la reproduce allí donde encuentra condiciones adecua­das. Por lo tanto, no es neutra. Su utilización significa una cierta relación en la estructura de la producción, del uso de los recursos naturales en la composición de los productos, en los estilos de vida y, en definitiva, en la conformación de ciertas tendencias ideológicas. No se plantea esto últi­

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mo como inexorable sino como tendencia, que puede ser contrarrestada si se le conoce y se actúa.

En tal sentido debemos tener en cuenta las múltiples determinaciones del proceso de adopción tecnológica y generar una estructura científica en nuestros países que nos permita escoger y diseñar las formas tecnológi­cas más adecuadas para aprovechar nuestros ecosistemas.

La realidad debe estudiarse y planificarse de acuerdo a los sectores que la integran

La planificación del desarrollo ha evidenciado un excesivo sectorialis- mo que impidió conocer las diferentes interacciones y poseer una visión global. No se ve la unidad de los procesos a pesar de su diversidad. La cuestión ambiental retoma la consideración de la visión de todo estructu­ra reconociendo la identidad de lo específico pero como parte interactuante de unidad global. Ello se manifestó en diferentes campos:

1. Cada ciencia fue vista no como una lectura temática de la realidad que necesitaba articularse para actuar en la misma con otras lecturas te­máticas sino como la definitiva explicación de los fenómenos.

El desarrollo sustentable debería promover tanto la reformulación de cada una de las ciencias para que constituyan verdaderos subsistemas dentro del. sistema global como la profundización de métodos interdiciplinarios que posibiliten la acción en complejos sistemas que plantean los proble­mas ambientales. En tal sentido han existido importantes avances meto­dológicos y acciones en gran parte de las universidades de la región.

2. Los aspectos constructivos y destructivos y de aprovechamiento y de­saprovechamiento de todo desarrollo de las fuerzas productivas deben con­siderarse conjuntamente. Cuando se interviene en la naturaleza se operan en la misma acción dos aspectos. Por un lado se extrae un elemento natu­ral, pero para hacerlo frecuentemente se destruyen otros elementos. Debe­mos en tal sentido buscar tecnologías que utilicen al máximo posible el elemento natural reduciendo al máximo la degradación. Asimismo, al es­coger un elemento se prescinde de otro y, por lo tanto, se desaprovecha. Como la intervención en la naturaleza se realiza a través de ciertos sujetos sociales que se maximizan en el corto plazo y no se interesan por sus efec­tos indirectos, en muchas ocasiones la faz destructiva se va tornando más importante que la constructiva y los aprovechamientos más selectivos van dejando un potencial no utilizado cuantioso.

3. La administración del aparato del Estado también muestra una apli­cación de estos principios ya que se ha sectorizado excesivamente la admi­nistración de los recursos y no se considera que son parte integrante de

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un ecosistema y que tienen relaciones estrechas con los sectores sociales que lo utilizan.

4. Los procesos sociales también son vistos en forma separada no resca­tando su unidad. Tal es el caso de la investigación tajantemente separada de la educación, de la planificación y estos procesos también separados de la administración y de las políticas. El desarrollo sustentable debe res­catar las interacciones.

5. Los procesos económicos no fueron considerados en su relación sis­tèmica. Entre la producción, la distribución, el cambio y el consumo se opera una relación como parte integrante del proceso de transformación de la naturaleza. El rescate de esta relación permitirá conocer las relacio­nes entre el estilo de vida, el patrón tecnológico y de producción y el apro­vechamiento de los recursos naturales.

El desarrollo tradicional no tuvo en cuenta las conexiones anteriores de­bido a la no consideración de la relación entre la sociedad y la naturaleza. En tal sentido, debe considerarse que toda la naturaleza esta mediada so­cialmente y todas las relaciones sociales operan en un medio natural con el que interactúan.

La viabilidad del desarrollo sustentable

Para la consideración de la viabilidad del desarrollo sustentable hemos mencionado ciertas trabas ideológicas, que impedían e impiden a diferen­tes sectores sociales lograr conformar una visión alternativa. Para ello de­lineamos los «mitos» y señalamos en cada caso nuestra consideración respecto de cada tema. Anteriormente señalamos los avances del campo de lo ambiental en una consideración de las interacciones sociedad-natu­raleza y la forma en que la misma opera en varios campos. Todo ello nos ha permitido avanzar en gran parte de nuestro estudio de factibilidad se­ñalando los cambios que deben considerarse para que este desarrollo sea factible. Ahora, luego de esbozar una definición del desarrollo sustenta- ble se profundizará en los aspectos que deben subsanarse para que las partes constituyentes de este desarrollo puedan darse.

Definición de desarrollo sustentable

Ya nos hemos referido a la misma cuando hablamos de los mitos del desarrollo, en especial a su objetivo. Decíamos que consideramos que el desarrollo sustentable debe movilizar los recursos para la satisfacción de las necesidades esenciales de la población como forma de elevar la calidad de vida de esta generación y de las futuras, a través de la máxima utiliza­

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ción de los recursos naturales a largo plazo con tecnologías adecuadas pa­ra estos fines y con la activa participación de la población en las decisio­nes fundamentales del desarrollo. Creemos que en esta definición se encuentran todos los elementos que deben intervenir. La estrategia funda­mental del desarrollo es preguntarse por qué estos elementos no se dan en la práctica y mediante qué formas podríamos atacar las trabas por las cuales estos problemas subsisten. Es decir las causas por las que: a) los recursos naturales no satisfacen las necesidades de la población; b) la uti­lización de los recursos no opera en forma integral y a largo plazo; c) las tecnologías adecuadas no se difunden; d) la población no participa en el proceso de desarrollo.

Los recursos y la satisfacción de las necesidades de la población

La situación actual respecto del tema es bien conocida. Debido a la con­centración existente en el ingreso y en la propiedad de los recursos, estos se orientan a producir aquellos bienes que satisfacen las necesidades de la población que se quedan en el mercado. Esto condiciona, por un lado, a la existencia de un sobreconsumo que tiende a reducir la vida útil de los productos para mantener las ventas e incrementar la demanda de los recursos naturales y la oferta de residuos. Por el otro lado, genera un sub- consumo que provoca un deterioro sustancial en el nivel de vida de las amplias capas de la población que se encuentran obligadas a realizar ta­reas de subsistencia en la ciudad y en el campo, generando también un deterioro ambiental significativo. ¿Cuáles son las causas y condicionantes para que tal situación se mantenga y cuáles son los supuestos necesarios para postular su cambio de distinta intensidad?

La distribución del ingreso presenta una alta concentración y se ha mos­trado invariable en las últimas décadas de tal forma que los importantes crecimientos del ingreso ocurridos especialmente en la década del sesenta y setenta fueron absorbidos en gran parte por los sectores de mayores in­gresos. Por ejemplo, durante 1960-1970 el 15% de la población de mayo­res ingresos absorbió el 47.8% de los ingresos. Los niveles de pobreza crítica según los países fluctúan del 25% al 45% del total y la población rural revela los más altos índices.

Si debemos pensar en cambios en esta distribución los mismos pueden provenir de las siguientes vías:

1. Mejora sustancial del salario. En estos últimos años el salario real ha descendido abruptamente por lo que se ha operado un proceso inverso al deseado. Debe tenerse en cuenta que debido a la paulatina tecnifica- ción que van teniendo nuestros países los salarios se van reduciendo sus­tancialmente dentro de la estructura de los precios de venta de los pro­

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ductos. Aunque este porcentaje fluctúa significativamente según el tipo de actividad, podríamos afirmar que en este momento varía entre menos del 10% en las industrias muy tecnificadas y poco más del 20% en otras actividades poco tecnificadas. Ello significa que un sustancial incremento de salarios no redundaría en problemas traumáticos para el desarrollo de las actividades productivas. Todo lo contrario, crearía un mercado de con­sumo de gran importancia. Pero para ello se requiere una decisiva volun­tad política.

2. Política tecnológica que posibilite una mayor demanda de mano de obra para reducir los niveles de desocupación existente. Esta política po­dría trabajar con los desocupados y con el llamado sector informal cuyo incremento sustancial difícilmente se detenga de no mediar una activa po­lítica en tal sentido.

A su vez el apoyo a la pequeña y mediana empresa así como a coopera­tivas de trabajo y de comercialización podría presentar una heterogenei­dad proclive a mejorar las condiciones de mercado de los productos, y a propiciar una mayor demanda de trabajo o a la incorporación al trabajo a través de pequeñas organizaciones comunitarias en proyectos específi­cos de desarrollo sustentable.

La incorporación sin cambios de los avances producidos por la revolu­ción científica y tecnológica tenderá a agravar la situación en la medida que no se genere una política activa que, a la luz de los avances mundia­les, determine una vía tecnológica propia, que tienda a una mayor pro­ductividad con el pleno empleo.

Dos medidas deberían implementarse en relación con la introducción de la tecnología. Por un lado, la creación de un seguro de desempleo y, por el otro, la seguridad que los nuevos avances tecnológicos deberán man­tener los niveles de empleo actuales.

3. Cambios en la estructura del consumo privilegiado a los bienes desti­nados al consumo esencial. En este punto es necesario considerar toda la relación producción-cambio de distribución-consumo, ya que en ocasio­nes para mantener bajos los precios de los llamados bienes-salarios, se per­judica a los productos agrícolas menores producidos en algunos países.

A su vez, a fin de elevar la calidad de vida es de importancia trabajar en el campo del consumo para que los bienes denoten las necesidades rea­les que llenan y no se desfigure su real función. En tal sentido en varios países se instituyeron entes reguladores del consumo que vienen desarro­llando una buena labor que se perfila como un frente de lucha de funda­mental importancia para el desarrollo sustentable.

Existe en América Latina y el Caribe una influencia determinante de la producción. La organización de los consumidores y su defensa genera­rá un adecuado balance en el intento de mejorar la calidad de vida.

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La alta concentración de la propiedad de los recursos naturales

Como se sabe, la concentración de la propiedad de la tierra es alta y las reformas agrarias se han revelado como impotentes, en gran parte de los países, para generar cambios sustanciales. En el mejor de los casos se ha repartido una parte de las tierras, pero los campesinos no lograron in­cidir en el ciclo de sus productos por falta de financiamiento de sus opera­ciones, de tecnología y de acceso a los mercados.

Una acción decidida y directa por parte del Estado podría promover proyectos de desarrollo sustentable a través de cooperativas de trabajo que utilicen tecnologías adecuadas a las características ecosistémicas y cul­turales.

El respeto por la propiedad territorial de las comunidades indígenas po­drá estabilizar sus actividades y promover también proyectos integrales.

Una política de recursos naturales como más adelante se trata debería promover la producción y castigar la especulación que se realiza con la tenencia de los recursos.

Reforma de la estructura del Estado

La actual estructura del Estado no cumple las funciones que se requie­ren. Su intervención en las actividades económicas que se reducía a partir de la década del treinta a balancear las fluctuaciones abruptas de los ci­clos económicos, encontró en la posguerra una importante expresión de políticas de corte keynesiano que buscaban ciertás transformaciones y el pleno empleo. Pero su mayor importancia fue sin duda el papel que le to­có jugar dentro de la planificación del desarrollo a partir de 1960.

El Estado fue jugando un papel activo derivado de su función como regulador de los mercados en los que intervenía, para garantizar cierta es­tabilidad en las grandes magnitudes de empleo e inversión.

En la etapa de sustitución de importaciones se otorgaron múltiples sub­sidios y protecciones al amparo de la cual fue desarrollándose la actividad industrial.

El Estado actuó como el aparato regulador y benefactor de una clase empresarial que no absorbía riesgos. En ese carácter fue recibiendo toda empresa que quebraba, o toda deuda, especialmente externa no pagada, o fue, constituyéndose en fuerte comprador con lo cual mantenía el mer­cado local. Es destacable en tal sentido su papel dentro de la reactivación del sector de la construcción, en especial en los años en que decaía la de­manda privada.

Todo ello fue anquilosando al Estado y dificultando su función dentro de la planificación y como oferente de algunos servicios sociales, como

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la educación, la cultura, la energía y los transportes y servicios urbanos. A su vez también fue balanceando los graves desequilibrios en el mercado de trabajo, ya que la demanda privada constituida por el sector agricola e industrial sólo llegaba a una proporción ínfima de los incrementos anuales de la población económicamente activa. Los avances tecnológicos en esos sectores, podían aumentar la producción sin incrementar la demanda de mano de obra. De esta forma el Estado constituyó durante varios años una forma de absorción de desocupación disfrazada.

Es decir, además de su función como principal responsable del proceso de planificación económica y social promoviendo el bienestar colectivo y en tal sentido regulando mercados, y atendiendo a la oferta de una serie de bienes de difícil funcionamiento por parte de la iniciativa privada, el Estado también cumplió funciones sociales en cuanto al empleo y en una serie de acciones en beneficio de los sectores empresariales. Prácticamen­te promovió una acumulación privada, pero en pocos países se logró con­solidar sectores empresariales nacionales.

La forma de manejo del aparato estatal adolecía sin duda de un impor­tante nivel de burocratismo y de autoritarismo, acentuada esta última ca­racterística en los períodos de las dictaduras militares.

Las nuevas tendencias neoliberales van señalando a la acción del Esta­do como el culpable de buena parte de nuestros males, magnificando sus deficiencias y proponiendo su sustancial reducción en tamaño y acción. Se propone como la panacea salvadora la acción de la iniciativa privada. Se olvida en tal sentido que si el Estado ha tomado sustancial interven­ción en muchos mercados ha sido generado por la necesaria acción que debió seguirse debido al caos o inequidades provocado durante decenios en los mercados de bienes, de trabajo y de capitales, por la iniciativa pri­vada. Pero también es cierto, y por ello la prédica liberal gana tantos adep­tos, que el Estado va creando una burocracia de aire dictatorial que no atiende los intereses populares y que intentando orientar el proceso de pro­ducción genera un mayor caos en el manejo de los mercados, sin lograr sus objetivos sociales.

La mayor o menor dimensión del Estado, dependerá de qué Estado que­remos, en función del objetivo de país. En tal sentido, para el cumplimiento de los fines del desarrollo sustentable, que es la calidad de vida de la po­blación de esta generación y las futuras no nos cabe la menor duda que será necesario, en una etapa intermedia, un Estado significativo que logre promover una acción distributiva y ordenadora del ambiente en sentido progresista y una sociedad civil fuerte que vaya accediendo a su poder.

Pero el poder del Estado tiene que democratizarse profundamente ba­sándose en las fuerzas de sus propias organizaciones populares. De lo con­trario, se va convirtiendo en una burocracia dictatorial. Es necesario entonces un Estado diferente, que emprenda los siguientes cambios:

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1. Representatividad. Ejercicio profundo de la democracia, lo cual sig­nifica además del real funcionamiento de los tres poderes, la búsqueda de formas de consulta, participación y movilización populares que inten­ten lograr un real protagonismo y superen la situación de inmovilismo que de hecho se genera en la población si sólo se promueve su intervención en los comicios.

En especial, en el plano municipal se dan las bases para que la partici­pación sea más activa. Sin embargo, también a nivel provincial o nacional es posible desarrollar una política de participación en la medida qüe exis­ta voluntad política expresa.

El nivel alcanzado por la informática permite lograr una intervención y una cantidad de información, por parte de la población, coherente con una adecuada calidad de vida.

2. Estructura del Ejecutivo. La sectorialización, como habíamos expre­sado anteriormente, impide conocer las interrelaciones y ello dificulta una conveniente búsqueda en la solución de los problemas. Por ello se requie­re una nueva estructura que logre profundizar en lo específico pero que permita conocer la forma en que los diferentes sectores interactúan entre sí.

3. Legislación ambiental. La legislación en este sentido y el desarrollo sustentable que se requiere no puede ser sólo una forma legal que norme ciertos comportamientos restrictivos respecto a los recursos naturales, si­no que también debe ser parte de políticas integrales de uso de los recur­sos. Deben además incluirse las políticas económicas generales que tienen incidencia decisiva en lo ambiental.

4. Articulación de los niveles provincial y municipal. Para lograr una coherencia en el manejo de la legislación, es imprescindible dicha articu­lación.

La utilización de los recursos naturales y el desarrollo sustentable

Nos hemos referido a la necesidad de profundizar los obstáculos para la aplicación de los principios del desarrollo sustentable y, en tal sentido, hemos mencionado las trabas existentes para que los recursos puedan sa­tisfacer las necesidades esenciales de la población. Abordaremos muy su­cintamente los problemas de diferente tipo que existen y cuya remoción permitiría lograr que los recursos se utilicen en forma integral y a largo plazo a través de tecnologías adecuadas. En tal sentido, podemos señalar los siguientes aspectos:

1. Dominio de una racionalidad en el uso de los recursos naturales que tiende a una máxima rentabilidad en el corto plazo. Una serie de elemen­tos contribuyen para mantener este criterio.

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—Horizonte de maximización de inversiones de corto plazo, a base de la competencia con otras inversiones donde el capital especulativo tiene una esencial influencia con una elevada velocidad en el giro del capital.

—Reducido período de concesión en el uso de los recursos.—Permanentes cambios en los productos y en la consiguiente demanda

de los recursos naturales lo que lleva a utilizar al máximo las ventajas com­parativas que se logra en un determinado momento.

—Inestabilidad política que provoca el mismo efecto.—Deterioro tendencial de los precios de los recursos naturales y fuertes

fluctuaciones coyunturales lo que impide una planificación de largo plazo.—Estructura de precios que no incluye ningún estímulo al manejo de

largo plazo.—Inexistencia de ningún tipo de restricciones a la degración de los eco­

sistemas.2. Falta de conocimiento de los recursos naturales, sus formas de mane­

jo y sus tecnologías adecuadas.Ha habido y sigue existiendo un profundo debate sobre el actual nivel,

de conocimiento existente de los recursos y sus posibilidades de aplica­ción. Consideramos que no existe todo el conocimiento necesario para el uso integral y a largo plazo de los mismos. Sin embargo, poseemos las suficientes bases acerca de los ecosistemas que nos permitirían reorientar el actual proceso de ocupación del espacio que adolece de gruesas fallas, y emprender una utilización donde la investigación y las acciones alimen­ten mutuamente. Debe incluirse necesariamente en el estudio del manejo de los recursos cuatro elementos fundamentales:

—La potencialidad de los recursos en función de las necesidades humanas.

—Las tecnologías que deberán utilizarse para esa forma de manejo.—Las características de los sujetos sociales que serán los que posibilita­

rán que esas formas de manejo pasen de los libros a la realidad, lo que significa que las mismas deben tener en cuenta desde sus tradiciones cul­turales hasta su experiencia productiva.

3. Inexistencia de una política adecuada de recursos naturales que logre:—La utilización de la heterogeneidad de nuestros ecosistemas por so­

bre la actual forma de extracción selectiva de aquellos elementos que ga­nan ventaja comparativa a nivel internacional.

—La generación de un fondo que permita que parte de la renta de los recursos se destine a la regeneración y restauración de los ecosistemas.

La concertación no llegó a convertirse en un ejercicio de participación real. Aun así significó un importante ejercicio para intentar el balance de las magnitudes más globales de la economía y el desarrollo sustentabie debe destacar este proceso fundamentalmente en tres direcciones como se

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lo comienza analizar en el referido trabajo del Programa de Naciones Uni­das para el Desarrollo.

4. Implementación de una política económica y social coherente con el objetivo del desarrollo sustentable.

—Introducción en el mercado de los señaladores necesarios para posi­bilitar una conveniente asignación de recursos productivos.

—Determinación de un proceso de planificación basado en el ordena­miento territorial, que sobre la base del conocimiento de las potencialida­des y restricciones de nuestros ecosistemas, fije normas y políticas activas y a largo plazo de nuestros recursos naturales y el habitat y facilite una activa participación de la población.

—Implementación de acciones de desarrollo sustentable en una labor conjunta del Estado con las organizaciones sociales en el manejo adecua­do de los recursos.

5. Promoción de la conciencia del desarrollo sustentable a través de la formación ambiental a todos los sectores de la población.

6. Orientación social de la estrategia. Esto supone tener en cuenta las características de los diferentes sujetos sociales para poder incidir realmente en sus formas de relación en función de los cambios planteados.

Como reiteradamente lo hemos manifestado los tiempos se han acorta­do y se requiere acciones mancomunadas y de rápida implementación.

Si profundizamos nuestra visión de futuro en la permanencia de las ten­dencias actuales, nuestra previsión no puede ser sino altamente preocu­pante. Pero si rescatamos las luchas de nuestros pueblos en momentos fundamentales de nuestra historia podemos imbuirnos de un optimismo comprometido.

Como conclusión es necesario decir que no sabemos si el desarrollo sus­tentable es factible, pero no nos queda otra alternativa que luchar junto a nuestros pueblos para que lo sea.

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