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Candidatura de Reserva de Biosfera del Real Sitio de San Ildefonso 1 1.- EL REAL SITIO DE SAN ILDEFONSO 1.1.- El Imperio Romano Los primeros restos históricos que nos encontramos en el término municipal de San Ildefonso se remontan a la presencia del imperio romano en la península Ibérica. La construcción situada en este término que se ha datado en fechas más antiguas es la perteneciente a la vía romana número XXIV, que unía la ciudad de Segovia con la de Titulcia, en las cercanías de Aranjuez. El lugar por donde esta vía cruzaba la sierra se desconocía hasta que en 1910 se encontró un miliario en las inmediaciones del puente de la venta de Santa Catalina (Cercedilla) con la siguiente inscripción: VSPNLQILV CDDII D. AVG. TRIB. C. VII… Según D. Fidel Fita Colomer, en su artículo sobre el miliario publicado en 1911, este podría haber sido ubicado en el año 101, durante el gobierno del emperador Trajano, al igual que otros tres de los que solo conocemos referencias a través de un libro de apeos del siglo XVII y de la magnífica obra de Emil Hübner, pero ninguno, a parte de éste, se conserva hoy. A través del artículo de Fita Colomer podemos recuperar parcialmente la inscripción citada anteriormente: [IMP • NERVA • CAES AR • AVG • TRAIAN] VS • GERM P • M • TRIB [POTEST • IIII • P • P] C[OS] IIII • [RESTITV I T • A • MIACO XL] “Imp(erator) Nerva Caesar Aug(ustus) Traianus Germ(anicus) p(ontifex) m(aximus), trib(unicia) potest(ate) IIII, p(ater) p(atriae), co(n) s(ul) IIII, restituit, A Miaco (millia passuum) XL.” Cuya traducción es: El Emperador Nerva Trajano César Augusto, germánico, Pontífice Máximo, revestido de la tribunicia potestad por cuarta vez y por cuarta vez cónsul, restauró esta vía. Desde Miaco cuarenta millas.

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Candidatura de Reserva de Biosfera del Real Sitio de San Ildefonso

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1.- EL REAL SITIO DE SAN ILDEFONSO

1.1.- El Imperio Romano

Los primeros restos históricos que nos encontramos en el término municipal de San Ildefonso se remontan a la presencia del imperio romano en la península Ibérica.

La construcción situada en este término que se ha datado en fechas más antiguas es la perteneciente a la vía romana número XXIV, que unía la ciudad de Segovia con la de Titulcia, en las cercanías de Aranjuez.

El lugar por donde esta vía cruzaba la sierra se desconocía hasta que en 1910 se encontró un miliario en las inmediaciones del puente de la venta de Santa Catalina (Cercedilla) con la siguiente inscripción:

VSPNLQILV

CDDII D. AVG. TRIB.

C. VII…

Según D. Fidel Fita Colomer, en su artículo sobre el miliario publicado en 1911, este podría haber sido ubicado en el año 101, durante el gobierno del emperador Trajano, al igual que otros tres de los que solo conocemos referencias a través de un libro de apeos del siglo XVII y de la magnífica obra de Emil Hübner, pero ninguno, a parte de éste, se conserva hoy.

A través del artículo de Fita Colomer podemos recuperar parcialmente la inscripción citada anteriormente:

[IMP • NERVA • CAES

AR • AVG • TRAIAN]

VS • GERM P • M • TRIB

[POTEST • IIII • P • P]

C[OS] IIII • [RESTITV

I T • A • MIACO

XL]

“Imp(erator) Nerva Caesar Aug(ustus) Traianus Germ(anicus) p(ontifex) m(aximus), trib(unicia) potest(ate) IIII, p(ater) p(atriae), co(n) s(ul) IIII, restituit, A Miaco (millia passuum) XL.”

Cuya traducción es:

El Emperador Nerva Trajano César Augusto, germánico, Pontífice Máximo, revestido de la tribunicia potestad por cuarta vez y por cuarta vez cónsul, restauró esta vía. Desde Miaco cuarenta millas.

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Según un artículo de D. Antonio Blázquez publicado en 1912 esta sería la ruta de la calzada:

“Su desarrollo a partir de Segovia, era de 8 kilómetros a la venta de Santillana, hasta donde iba próximo al acueducto romano. Desde la venta de Santillana a la cruz de la Gallega, 2 kilómetros; al alto de la Fuente del Pájaro 1,800 metros; al pie del cerro Pelado, 1,400; al pie del Camargo grande, 2,200; a la venta de la Fuenfría, 1,200, y al puerto de la Fuenfría, 3,600, en total desde Segovia, 20 kilómetros y 600 metros, que unidos a los 7 kilómetros que hay desde el puerto de la Fuenfría, hasta Cercedilla, nos permiten afirmar que por el camino romano la distancia entre Segovia y este punto era de 27,600 metros y no de 43, y por tanto no es posible situar aquí a Albocela, distante 29 millas de la Segovia del Itinerario, ni en Villalba la denominada Pirascón en el Ravenate.”

Este artículo es una contestación al de Fita Colomer del año anterior. En este nuevo capítulo D. Antonio Blázquez plantea una posibilidad diferente en la traducción, por la cual no sería obra de Trajano sino de Vespasiano y por lo tanto construida entre los años 69 y 79 d.c. Esta última transcripción y traducción parece ser la más fiable.

El olvido en el que se había sumido la calzada se debe, en buena parte, al hecho de que más tarde fue reconvertida en vía real y rehabilitada por Felipe V. Esta reconversión de la vía es la responsable de que hoy solo sean visibles unos pocos restos romanos, uno de ellos en la base del cerro del Montón de trigo y otro, de varios kilómetros, en las cercanías de la cruz de la gallega.

1.2.- El Islam y la reocupación cristiana del Guadarrama

El paso de la sierra por la zona de San Ildefonso no desapareció con la caída del imperio romano.

Durante trescientos años la sierra del Guadarrama fue la frontera entre la comunidad cristiana y la comunidad islámica, las dos grandes civilizaciones que durante el Medievo se disputaron la supremacía en el mediterráneo y, en cuanto a los que nos interesa, la supremacía en la península ibérica.

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En la primavera del año 711 las tropas musulmanas, capitaneadas por Tariq b. Ziyad, entraban en el territorio peninsular. Estas huestes avanzaron hacia el norte estableciéndose algunos de sus miembros en el entorno del sistema central, pero fue la derrota de la monarquía visigoda la que fomentó el que pastores norteafricanos se ubicaran en el entorno del Guadarrama. Estos nuevos habitantes de la zona continuaron con su estilo y forma de vida pero bajo el yugo de los ocupantes sirios y yemenís. La opresión realizada por estos últimos condujo a que los oprimidos se sublevaran, en varias ocasiones, la primera en el año 741. Todas las sublevaciones serían fuertemente reprimidas, llegando a despoblarse algunas zonas, pero las revueltas se repetirán hasta que Abd al-Rahman II las aplaste definitivamente.

Con la llegada al poder de Abd al-Rahman I, que conllevó la independencia del califato de Córdoba, el sistema central quedó definido totalmente como frontera entre las dos religiones, al tiempo que se convertía en lugar de enfrentamientos, por lo general escaramuzas. Las incursiones de tropas musulmanas hicieron que en algunos casos los territorios musulmanes se extendiesen hasta la línea del río Duero, pero las llanuras castellanas nunca fueron controladas efectivamente, no poseyeron división administrativa de ningún tipo debido a los constantes enfrentamientos.

Los pasos naturales usados durante aquella época fueron el puerto del Guadarrama y el de Somosierra, pero también se usaron otros con carácter secundario como el de la Fuenfría, gracias a la antigua calzada romana, aunque su uso fue limitado debido a su localización, la mayor altitud dificultaba el paso de tropas.

Tras el reinado de García, de León los cristianos lograron controlar finalmente la zona al sur del Duero, iniciando en este momento la repoblación. Hacia el año 933 las tropas leonesas del rey Ramiro II cruzaron el Guadarrama llegando hasta la fortaleza fronteriza de Magrit, actual ciudad de Madrid.

Pero la ocupación cristiana del sur del Duero fue cuestionada con la llegada de las huestes musulmanas de Ibn Abi Amir, más conocido por al-Mansur bii'llah. Estas tropas destruyeron en dos ocasiones, en los años 979 y 984, la estratégica ciudad de Septempublica, actual Sepúlveda, y expulsaron a los cristianos hasta más allá del Duero. Estos territorios no serían ocupados nuevamente por los cristianos hasta el año 1010 cuando el conde castellano Sancho García conquisto la franja, convirtiéndose de nuevo el Guadarrama en zona de enfrentamientos entre las tropas islámicas y cristianas. No fue demasiado el tiempo en que esta zona permaneció así ya que en el año 1085 las tropas de Alfonso VI de Castilla ocupaban la antigua capital visigoda, Toledo, lo que suponía desplazar el control efectivo hasta la línea del río Tajo.

El control real, tras más de tres siglos, del entorno de Segovia llevó a que oleadas de gente de procedencias diversas zonas (La Rioja, Burgos, León, Navarra, Vasconia, Francia,…) llegaran a la ciudad y su entorno para repoblarlo. Estas tierras, según Alfonso VI, estaban “solo habitadas por osos, jabalíes y muy diversas fieras”, se vieron de nuevo pobladas de forma estable, aunque ciudades como Segovia nunca estuvieron realmente despobladas.

Las cartas de puebla concedidas por Alfonso VII y Alfonso VIII permitieron la reocupación de aldeas y la creación de otras nuevas bajo la protección de las iglesias. De nuevo se veía ganado pastando en las praderas segovianas, los concejos se organizaban en comunidades de Villa y Tierra, contexto en el que surge la Comunidad de Villa y Tierra de Segovia, aun hoy propietaria de algunos terrenos del término de San Ildefonso.

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Para poder poblar también la zona Allende Sierra se abrieron caminos en los puertos naturales. Estos caminos adquirieron un importante tránsito continuado, lo que queda validado por un documento firmado por Alfonso X fechado en Guadalajara a 26 de Junio de 1273 que otorgaba privilegios «a los que moran e moren dende en adelante en las alberguerías que son en los puertos de Valatome, Fonfria, Mançanares e Malagosto». La alberguería, entendida como una posada, del Mançanares se corresponde con la posada existente en el actual puerto de Navacerrada.

Estos caminos que cruzaban la sierra eran peligrosos, desde el S.XII existen noticias de la presencia de partidas moriscas, que habitaban en la sierra, que asaltaban los caminos e, incluso, los arrabales de Segovia. Para proteger estos pasos Fernán García y Día Sanz, ambos caudillos segovianos, armaron a los Caballeros de los Quiñones de la Ciudad de Segovia, encargados de poblar y controlar las tierras circundantes a Segovia, todo por orden del Consejo Segoviano. Esta milicia aplicó una dura justicia durante muchos años, pero el bandidaje no desapareció, como demuestra un villancico de Francisco de Peñalosa, músico de la corte, que dice:

Por las sierras de Madrid tengo d'ir

que mal miedo he de morir

soy chequita e agraciada

en Segovia he mi morada

mas por verme desposada tengo d'ir

que mal miedo he de morir

Se muestra en esta cancioncilla el miedo de los viajeros a pasar por los caminos de la sierra. Es comprensible si tenemos en cuanta las historias de salteadores que poblaron durante tiempo la zona. Debemos destacar el caso del Barrasa, un personaje que se dedicaba al robo en los pinares de Valsaín, pero no solo asaltaba sino que además asesinaba y desfiguraba a sus víctimas, lo más curioso de este siniestro personaje es que terminó siendo nombrado caballerizo por Enrique IV, como pago a su labor de guía en las cacerías del monarca.

El bandidaje desapareció con los reyes católicos y con la creación de la santa hermandad, pero su desaparición no fue definitiva pues con los Austrias vuelven a surgir noticias referentes al bandidaje en la sierra, esta reaparición duró hasta avanzado el S. XIX convirtiendo a la sierra del Guadarrama en una sierra con una larga tradición bandolera.

Pero el bandolerismo no era el único problema, existían otros entre los que destaca el Portazgo. Este pago se comenzó a regular en castilla con el código de las partidas de Alfonso X. Su aplicación generó fuertes abusos lo que conllevo que la gente de la zona usara caminos alternativos a los principales, lo que, en caso de ser localizados, suponía la confiscación de todos los bienes que transportasen.

El número de portazgos fue en aumento según demuestran las quejas que se realizaron durante los reinados de la casa Trastámara. Estos portazgos generalmente eran controlados por los propios nobles y señores, que los establecían en los pasos que discurrían por sus propiedades, aunque rara era la ocasión en que poseía el derecho de establecer esos portazgos. Juan I, en 1386, trató de poner límites a este hábito en una reunión de las cortes segovianas pero el miedo a que los nobles se alzaran contra él impidió cualquier cambio.

El portazgo dependiente de la hacienda real perduraría durante varios siglos en los puertos de Guadarrama, Somosierra y Navacerrada. El resto de portazgos fueron abolidos en 1480 por insistencia de los Reyes Católicos, y desde ese momento todo aquel que tratara de abusar de los viajeros sería considerado un vulgar salteador y condenado a pena de muerte.

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1.3.- Los pasos de la sierra

Durante siglos los pasos naturales de la sierra del Guadarrama han sido utilizados por el hombre para los más diversos motivos. Destacan en el entorno del Real Sitio de San Ildefonso dos puertos, el de la Fuenfría y el de Navacerrada.

1.3.1.- El puerto de la Fuenfría

Puerto de la Fuenfría

Los datos más antiguos referentes al uso de este paso datan, como ya se ha visto, de época imperial romana. Posteriores a esta etapa los documentos más antiguos que se conservan son del S. XIII, cuando, en torno al año 1200, el Obispo de Segovia, Don Gutierre Miguel, ordenó construir una alberguería en el camino que cruzaba la sierra. La citada alberguería se construyó en una explanada que contaba con una fuente que se había convertido ya en un lugar de parada para los viajeros que transitaban el puerto, aunque estos no eran demasiados. Esta alberguería se conocería como Venta de la Fuenfría. El lugar fue creciendo hasta transformarse en una pequeña aldea poblada de mesoneros, herreros, mozos de espuela, criadas,… este lugar se convirtió, en la ficción, en el lugar de nacimiento de Pedro del Rinconete, protagonista de una de las afamadas Novelas ejemplares de Don Miguel de Cervantes. La propiedad de esta venta estaba en las manos de la Noble junta de linajes de la ciudad de Segovia, la cual estaba obligada a abastecerla y supervisar su funcionamiento, los pocos documentos conservados son relativos a esta supervisión realizada por parte del regidor de la ciudad y varios diputados de la junta de linajes.

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Este punto de descanso cobró protagonismo cuando en el S. XIV Enrique III ordenó la construcción de un pabellón de caza junto a la orilla del río Eresma. La presencia habitual de los reyes en el entorno fomentaba el tránsito de viajeros y comerciantes por la vía de la Fuenfría. Felipe II, ordenaría transformar el pabellón en el conocido Palacio de Valsaín, terminado en 1565. Este monarca decidió convertir el nuevo edificio en su residencia de verano hasta que fue terminada la obra de San Lorenzo del Escorial.

Francisco de Eraso, consejero de Felipe II, le recomendará que ordene la construcción de una casa en las alturas del paso de la Fuenfría debido a que las inclemencias de tiempo en el bosque dificultaban su paso en muchos momentos del año. En 1566 el monarca decidirá ordenar la construcción, lo hará después de un accidentado viaje de la reina, Isabel de Valois, la cual se encontraba embarazada y que difícilmente aguantó la dureza del camino serrano. El rey, personalmente, decidió el lugar donde se levantaría el nuevo edificio diseñado por Gaspar de Vega, maestro mayor de obras.

Casa Eraso. Oleo de Giuseppe Leonardo

El estilo de la casa correspondía con el estilo de Flandes, con inclinadas cubiertas de plomo. Conocemos poco sobre este edificio pues hasta hoy solo han llegado unas pocas ruinas, un óleo de Giuseppe Leonardo y la breve descripción realizada por Juan Gómez de Mora en 1662 y que se transcribe a continuación:

«Es esta casa de piedra y cubierta de plomo, y tiene de madera la mejor armadura que se alla en la mayor parte de España. Cuando los reyes pasan al bosque de Balsaín comen en esta casa y está labrada con esta comodidad. Asiste un casero de ordinario que tiene quenta della y de ençerrar la nieve en lo poços que hay para lo que fue menester. y la mayor parte del invierno suele estar tapiada por la gran nieve que suele caer en su término. Biene de Segouia las fiestas y domingos un capellán a decir missa a los moradores en una hermita junto a la casa, y a pocos passos mas abajo camino de Seguia está una venta que tomó el nombre de la Fuenfría por una fuente que tiene su vertiente a la parte de Segouia»

La ya conocida como Casa Eraso sirvió durante dos siglos como residencia de paso para los monarcas que se dirigían a Valsaín o que desde este regresaban a Madrid. Fue el lugar desde el que Carlos II, en 1686, vio las llamas que consumían su casa de Valsaín, unas llamas que se habían extendido desde alguna de las grandes chimeneas que existían en el edificio.

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Panorámica de los restos de la Casa Eraso

En 1701, apenas llegado a la península, Felipe V quedó prendado de estos parajes por lo que tomó la decisión de reconstruir el palacio de Valsaín. Su interés por el entorno de Valsaín fue decayendo al conocer en el año 1718 los parajes cercanos que rodeaban la ermita de San Ildefonso, propiedad de los Jerónimos del cercano monasterio del Parral. El nuevo lugar despertó en el monarca los sueños de construir un palacio al estilo de los palacios franceses en los que había crecido, por lo cual abandonó la reconstrucción de Valsaín.

El camino de la Fuenfría se encontraba muy deteriorado cuando Felipe V decidió construir el nuevo palacio en La Granja. El estado era tal que la ciudad de Segovia se veía obligada a enviar hombres al puerto para que ayudasen al monarca en el descenso y así evitar que pudiera despeñarse. Un ejemplo del mal estado de la vía es que en 1721 Louis de Rouvroy decidió visitar las obras del nuevo palacio y al llegar a lo alto del puerto optó por realizar el descenso en burro por que la distancia entre las ruedas del carruaje y el precipicio apenas era de unas pulgadas.

Entre 1722 y 1728 se llevó a cabo la obra de acondicionamiento del camino real, siendo la vía conservada actualmente la que se construyo entre los citados años. Pero el nuevo camino fue usado durante pocos años. Al fallecer Felipe V el camino cayó en desuso, unas de las ultimas comitivas que cruzaron el puerto fueron, precisamente, las de los cortejos fúnebres del monarca el 17 de julio de 1746 y el de su viuda, Isabel de Farnesio, el 18 de julio de 1766.

En 1778 dio inicio la construcción de la nueva carretera desde Villalba hasta La Granja y que tenía como lugar de paso el puerto de Navacerrada. Con esta nueva obra la vía milenaria del puerto de la Fuenfría así como la venta y la casa Eraso se abandonaron lo que conllevo su ruina. Hoy en día los restos de las construcciones han desaparecido casi por completo, solo se conservan los vestigios de la gran vía que Felipe V ordenó construir y unos pocos restos de los paramentos de la Casa Eraso

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Carretera La Granja – Puerto de Navacerrada (en rojo)

El puerto de la Fuenfría se convirtió en un lugar de admiración gracias a los maravillosos paisajes con los que contaba, aunque hubo quien lo odió como es el caso de un soldado que aparece en la inmortal obra de Quevedo, El Buscón, que deseaba volarlo con pólvora para aliviar a los viajeros. Pero en general el lugar causaba gran impacto en quien lo transitaba como quedó reflejado durante años en los cuadernos de viaje que muchos viajeros extranjeros que reflejaron sus impresiones, algunas de las cuales se reflejan a continuación:

Y es turbante Guadarrama

De la cabeça del viento

Tomándose por remate

La media luna del cielo

Françoise Bertaut

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“Se atraviesan para llegar allí muy altas montañas que se llaman Puerto de la Fuenfría; están cubiertas de pinos centenarios que producen efectos sombríos. Algunos, blanqueados por la edad, proyectan a lo lejos su tronco rugoso y desnudo; otros, ennegrecidos y heridos por el rayo, muestran en su seno el verdor, la ruina y la desolación en contraste pintoresco. En el fondo del profundo valle que forma este gripo de montañas, corre un pequeñoríocuyas aguas son extremadamente frías. El aire de estas tierras es penetrante y allí siente un frio riguroso incluso en plena canícula. Al llegar al punto más alto de las montañas se descubre un paisaje inmenso, campos dilatados que se extienden cubiertos de bosques, aldeas, pueblos,…”

Jean Françoise Peyron

Curioso es otro caso, el de Joseph Towsend, que cruzó el puerto en 1786, poco antes de que se abandonase por completo. Lo interesante es que su obra, Viaje por España en la época de Carlos III (1786-1787), se convirtió en un éxito a nivel europeo, ejemplo de ello es que los oficiales franceses que llegaron a España entre 1808 y 1814 con el ejército Napoleónico portaban consigo un ejemplar de este libro. Towsend reflejaba en su obra la panorámica del valle que se podía observar desde la casa Eraso:

“Este puerto es elevado y desde él se disfruta de una vista deliciosa (…). Al mirar hacia abajo en dirección a Segovia todo el territorio parece tan llano como la superficie de un lago y tan dilatado como el océano; pero a medida que se desciende a la llanura se ven las montañas elevarse ante uno. Sus profundos barrancos y amenazantes peñas, los pinos que los cubren allá donde pueden crecer y los furiosos torrentes que los rasgan, hacen de estas cimas unas tierras de una majestad salvaje”.

Desde este momento la vía de la Fuenfría quedó abandonada, siendo transitada solo por aquellos que buscaban un lugar por donde evitar el portazgo del puerto de Navacerrada. Así permaneció hasta el siglo XX cuando fue descubierta la antigua calzada Romana de la que se ha hablado con anterioridad y que condujo a que de nuevo existiese un cierto paso de curiosos y científicos por la vía.

1.3.2.- El puerto de Navacerrada

Puerto de Navacerrada

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Conocido históricamente como puerto de Maçanares es el único paso natural practicable entre los de la Morcuera y la Fuenfría. Durante la edad media fue el paso más directo entre las tierras segovianas y el señorío del Real de Manzanares, de donde tomó el antiguo nombre. Aunque fue poco usado debido a la preferencia de los viajeros por el paso de la Fuenfría.

Este paso tenía una pequeña alberguería que poseía privilegios y exenciones concedidas por Alfonso X a cambio de guardar el paso, aunque este no fuera muy transitado y menos aun en invierno cuando las inclemencias del tiempo eran más duras.

Su exitosa carrera se inicia en 1778 con la construcción de la nueva carretera entre Villalba y La Granja. Esta nueva vía fue construida con más de trescientos presos condenados a trabajos forzosos y que en algunos casos dejaron la vida trabajando en ella. La obra finalizaría en 1788 con un coste cercano al millón de reales por legua. En lo alto se edificó una pequeña casa de mampostería para que sirviera de refugio y en el comienzo de la ascensión desde Villalba se situó la Casa del Portazgo.

La nueva carretera no evitó la dureza del clima por lo que este puerto debía permanecer cerrado cinco meses al año por las fuertes nevadas, esto explica el importante trasiego que se veía por el puerto durante los meses en que era transitable. Aun así el descenso hacia Segovia se convertía en un desafío por lo empinada de la vía y por lo pesado de los carruajes, quienes más dificultades encontraban eran los transportistas de vino que debían descender con grandes tinajas hasta la casa de la Cantina, junto al puente que cruza el Eresma, donde descargaban.

Este fue el paso elegido por los monarcas y los ministros de sus gobiernos durante el siglo XIX en los viajes que realizaban desde la corte hasta la residencia de La Granja. En lo alto solían hacer una parada para cambiar los tiros de los carruajes y aprovechaban para comer en la alberguería del puerto, donde se mezclaban con toda la heterogénea gente que allí se encontraba.

El importante paso de viajeros atrajo desde el principio a un importante número de maleantes que aprovechaban el pinar para ocultarse y desde allí desvalijar a los desprotegidos viandantes que transitaban la nueva carretera. Este paso del Guadarrama fue uno de los más castigados por la inseguridad. La propia geografía que rodea la ruta generaba un cierto desasosiego en los transeúntes como lo dejó reflejado George Borrow en 1837 cuando cruzó la sierra por el puerto de Navacerrada:

“Acababa de ponerse el sol cuando llegamos a lo alto del puerto y entramos en un espeso y sombrío pinar que cubre enteramente las montañas por la parte de castilla la vieja. La bajada no tardó en hacerse tan rapida y pendiente que de buen grado nos apeamos de los caballos y los obligamos a ir delante. Cada vez nos hundíamos más en el bosque; las aves nocturnas comenzaron a graznar y millones de grillos dejaban oír su penetrante chirrido encima, debajo y alrededor nuestro. A veces percibíamos a cierta distancia, entre los árboles, altas llamaradas como de inmensas hogueras. – ¡Son carboneros, nuestramo! – Dijo Antonio – No debemos acercarnos pues son mala gente y medio bandidos. Han matado y robado a muchos viajeros en estas horribles soledades.”

A la inseguridad generada por los maleantes se debe de sumar la posibilidad, desde 1833, de levantamientos carlistas que tratasen de llegar hasta Madrid por esta zona. Para tratar de evitar, en la medida de lo posible, la inseguridad se decidió, en 1832, establecer una línea de telégrafo entre Madrid y San Ildefonso. Con este nuevo sistema de comunicación, a través de una larga línea de torres y un código de señales preestablecidas, se transmitían mensajes urgentes entre San Ildefonso, Riofrío y Madrid.

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La vida activa del telégrafo de San Ildefonso fue muy corta. El abrupto y elevado emplazamiento de la torre del puerto de Navacerrada y las dificultades de su mantenimiento frente a la poca utilidad de la línea, fueron la causa de su supresión por Real Orden de 18 de mayo de 1838. En su corta historia, los mensajes más destacables que circularon a través de la línea fueron los relacionados con la grave enfermedad que el rey Fernando VII sufrió en septiembre de 1832 durante su estancia en palacio de La Granja, y que fue causa de la crisis que tuvo como final la derogación de la Pragmática Sanción de manera que se abrían las puertas del trono a Isabel II.

Ladera donde se ubicaba la torre del telégrafo en el Puerto de Navacerrada. Actualmente pista de esquí

Pero la torre del puerto de Navacerrada no quedó totalmente abandonada, se utilizó hasta mediados de la década de 1880 como puesto de vigilancia de incendios. También se usaba en situaciones de emergencia.

En las últimas décadas del S. XIX el puerto de Navacerrada contempló por primera vez el paso de los entomólogos de la Sociedad Española de Historia Natural capitaneados por Ignacio Bolívar, el primer grupo de viajeros que se atrevió a abandonar la carretera para internarse por el Guadarrama. Desde ese período el puerto se convertiría en la puerta de entrada a la sierra para los geólogos, botánicos, profesores e intelectuales. Al principio del S. XX la afición al esquí y al montañismo se generalizó, lo que conllevó que mucha gente se iniciara, en el entorno del puerto, en los nuevos deportes de montaña. En poco años éste era el lugar de reunión de los deportistas del Club Alpino Español, la Sociedad de Alpinismo Peñalara, la Sociedad Deportiva Excursionista y algunos otros grupos menos conocidos, como la Sociedad Gimnástica Española y la agrupación ciclista El Pedal Madrileño.

La Medicina también se interesó por estos lugares. Un singular personaje, el doctor Eduardo Gómez Gereda, recorría los pinares del Puerto buscando el emplazamiento para ubicar un sanatorio para tuberculosos en la Sierra de Guadarrama.

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El definitivo acercamiento se culminó al llevarse a cabo el ambicioso proyecto de algunos destacados miembros del Club Alpino para construir una línea férrea de montaña al estilo alpino entre Cercedilla y el puerto de Navacerrada. En 1917 apareció el proyecto que contemplaba la construcción de la vía y un hotel en lo alto del puerto. La creciente afición al esquí, prometía ser un buen negocio. Los permisos se consiguieron rápidamente y en 1919 el ingeniero José Aguinaga proyectó el trazado de la vía que salvaba sin túneles la accidentada subida. El 12 de julio de 1923 se inauguraba la línea que abría la puerta al turismo de masas en la Sierra de Guadarrama.

Inauguración del ferrocarril eléctrico del Guadarrama. (Biblioteca Nacional)

Desde hace décadas en este lugar se ubica, además, una estación de esquí frecuentada por deportista Segovianos y Madrileños.

1.4.-Valsaín

Las primeras referencias escritas sobre el término Valsaín aparecen en el Libro de la Montería de Alfonso XI, concretamente como “Val de Sabin”, y en un documento real de 1311 por el que se prohibía el adehesamiento del monte.

Son diversas las interpretaciones acerca del significado de la palabra Valsaín. Rafael Breñosa y José María Castellarnau, en su Guía y descripción del Real Sitia de San Ildefonso, acuden al historiador Diego de Colmenares para referir su posible conexión con el término Val de Amelo, lugar donde Alfonso X puso puerto y venta, junto a la Fuenfría, en un privilegio de 1273 otorgado a las ventas ubicadas en los puertos. Su interpretación pasa, en primer lugar, por aceptar que el término Val de Amelo, otorgado a estos parajes durante la dominación musulmana se traduciría al castellano como Val Sabín, relacionando ambos términos con una hipotética abundancia de sabinas, dando por válida una etimología que ya había sido esgrimida con anterioridad por Martín Sedeño; por otro lado, dada la evidente inexistencia de sabinas apuntaban la posibilidad de que el término hiciera alusión en realidad al jabino, muy frecuente en las zonas altas del pinar. No consideran sin embargo aceptable otra interpretación que hace derivar Valsaín de valle de abetos (Vallis sapinorum), quizá correcta etimológicamente, dicen, pero no desde el punto de vista botánico.

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En efecto, determinados autores, guiándose por este término de Val Sabín, lo relacionan directamente con «valle de las sabinas» justificando tal denominación por la posible presencia masiva, en otros tiempos, de esta especie, cosa que parece más que improbable, como afirman Breñosa y Castellarnau. Extraña, sin embargo, que estos últimos no se plantearan la dificultad de asimilarlo al jabino, o que se pueda considerar al jabino como una especie lo suficientemente representativa como para dar nombre a toda la cabecera del Eresma. Descartar Vallis Sapinarum teniendo en cuenta su traducción como «valle de los abetos» pudiera tener sentido botánicamente, pero desconocen que el término sapinus alude también a un tipo de pinos, al menos si seguimos los comentarios de Plinio el Viejo, concretamente a alguna de las especies que habitan en zonas montañosas. En este sentido, la obra del clásico latino Varro, Rerum Rusticarum, deja de manifiesto que la acepción latina de abeto no procede de la raíz sapin, sino que se hacía una separación entre «abetos» y «sapinos». Por otra parte, en El Dioscórides de Andrés Laguna, al tratar de la voz pino, se pone de relieve la confusión existente, todavía en el siglo XVI, al intentar distinguir entre las distintas coníferas conocidas. Siendo, como era, segoviano, es muy significativo que en las ilustraciones que acompañan a sus comentarios se incluya un dibujo del sapinus que rememora de un modo muy claro al Pinus Sylvestris. La confusión en sus comentarios a este respecto aumenta cuando destaca la abundancia de este tipo de árboles en Valsaín.

Pinar de Valsaín

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Pero todavía hay más. Plinio el Viejo realiza una traducción peculiar del término sapinus, aludiendo a que esa era la denominación de los pinos empleados en construcción. Teniendo en cuenta que en tiempos de la dominación romana se efectuaron importantes obras en las proximidades del monte de Valsaín, el ejemplo tal vez más representativo es la construcción del Acueducto, no sería de extrañar que se hubiera otorgado el nombre de Vallis Sapinorum, traducible como «valle de los pinos utilizados para construcción», si seguimos a Plinio el Viejo, el cercano espacio que debió jugar un papel importante a la hora de suministrar materias primas en las labores constructivas del acueducto y del resto de la Segovia romana.

El origen en Vallis sapinorum es aceptado por Antonio Ponz, sin darle traducción alguna. En el Diccionario de Pascual Madoz se lee textualmente lo siguiente: «el punto donde se halla este sitio se llamó por los romanos Vallis sabinorum; los árabes Valle de Abbel; después de la conquista, Valle de Amelo o Valsabín; hoy, corrompido, Valsaín».

1.4.1.- La casa del Bosque y el Palacio de Valsaín

Diego de Colmenares menciona la estancia de Enrique II en Segovia “y sus bosques” durante el verano de 1377.

Pero el nacimiento de esta Real Casa hay que trasladarlo a la época de Enrique III (1390-1406), quien la dedicó a simple pabellón de caza, finalidad que cumplieron otros palacios, como el de El Pardo. Su nieto, Enrique IV (1454-1474), disfrutaba de largas estancias en esta Casa, en la que se acondicionaron espacios para la cría de fieras para su entretenimiento. Un dato significativo es que en 1461 destinó 300.000 maravedís para reparar la casa y mantener las fieras que allí se encontraban.

Enrique IV de Castilla

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Los primeros datos precisos que poseemos son del siglo XVI y se remontan al reinado de Carlos I, en ellos sólo se menciona el Bosque. Una Real Cédula emitida por este monarca con el objeto de señalar los límites del Real Sitio, consignándose en ella la lógica prohibición de cazar, pescar y talar árboles en el mismo, incurriendo en pena toda persona que desobedeciera dicha orden. Asimismo, también tenemos constancia de que visitó y residió en esta Casa del Bosque, e incluso que en ella trató asuntos de Estado, pues desde aquí expidió algunas órdenes para el gobierno de América. No se preocupó de dar a la Casa una fisonomía propia, dejando que fuera Felipe II, hijo suyo, quien se encargara de la remodelación del antiguo pabellón de caza para convertirlo en un Palacio.

Será precisamente su emplazamiento lo que motivará que a este palacio de Valsaín se le conozca en sus inicios con el nombre de Casa Real del Bosque de Segovia, denominación frecuente en la documentación de la época.

La construcción del palacio supuso la intervención de un crecido número de personas, agrupables en diversas categorías. En la cúspide hay que señalar a la propia Corona, y como promotor del proyecto al Príncipe Don Felipe, en quien su padre Carlos I había depositado la confianza de crear una red palacial al servicio de la Monarquía.

Los arquitectos son los responsables de la elaboración de las trazas y la dirección de las obras en calidad de maestros mayores. Hay que sumar un elevado número de maestros especializados: canteros, albañiles, azulejeros, plomeros, pizarreros, carpinteros, etc. La administración garantiza el desarrollo del proceso constructivo y cuenta con un personal especializado similar al de otras residencias de la Corona: veedor, pagador, alcalde, etc. Y concluida la edificación, el palacio debe mantenerse en el uso para el que fue diseñado, y requiere asimismo maestros encargados del mantenimiento y vigilancia.

La construcción de este palacio fue asignada en primer lugar a Luis de Vega y posteriormente pasó a manos de su sobrino, Gaspar de Vega.

La formación de Luis de Vega giró en torno al ambiente culto y aristocrático existente en la primera mitad del siglo XVI en Alcalá de Henares. Fue precisamente aquí en donde empezaría a trabajar al lado de Pedro Gumiel, Pedro de Villarroel y Juan Gil de Hontañón. En 1521 construyó varias casas para el Colegio Mayor de San Ildefonso, siendo el maestro mayor de sus obras en 1532.

También La nobleza solicitó sus servicios. Así lo hizo don Francisco de los Cobas, secretario del rey Carlos I, quien encomendó a Luis de Vega la construcción de su palacio en Valladolid en 1526. Al tiempo de su obra vallisoletana, en 1527, se trasladó a Salamanca a diseñar las trazas para el artesonado de una escalera claustral del Colegio Mayor del arzobispo Fonseca. Al año siguiente se encuentra en Medina del Campo en donde dio las trazas para levantar el palacio de las Dueñas. De nuevo vuelve a Valladolid en 1532, requerido para dar «su parecer» en los daños habidos en unas capillas de la iglesia de Santa María la Mayor. Desde 1537 a 1538, junto con Alonso de Covarrubias, dirigió la reconstrucción del Alcázar de Madrid.

Hasta entonces, había ostentado el título de «Obrero Mayor de su Magestad», pero seguramente como reconocimiento a su trabajo y en virtud de la organización que dispusiera Carlos, fue nombrado, al igual que Alonso de Covarrubias, «Maestro Mayor de sus Obras». A partir de 1543 Carlos V, habiéndole confiado la zona de Madrid y sus áreas limítrofes y con el propósito de levantar un edificio en el solar resultante del derribo efectuado este mismo año de un antiguo pabellón de caza, le encarga los planos del palacio de El Pardo, resultando ser ya una obra real «estrictamente suya».

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Hacia 1544 se traslada al Bosque de Segovia con la intención de informar al Rey sobre el estado en que se encontraba la casa. Un lustro después se le ordenó la ejecución de ciertas reparaciones que en opinión del propio Luis de Vega se precisaban con toda urgencia. Estos reparos consistieron en el arreglo de los tejados, suelos de madera, desagües, etc. Fue breve su actuación en Valsaín. Sus idas y venidas fueron constantes, ya que alternaba esta obra con otras de mayor relevancia. El 3 de junio de 1552 el Príncipe Don Felipe, decidió emprender obras en Valsaín y dejó el curso de las mismas bajo la dirección de Gaspar de Vega. Esto no mermó la imagen ni la autoridad del Maestro que, a pesar de estar en la presente ocasión relegado a un segundo plano, siempre fue consultado por el Monarca, al cual manifestó su punto de vista en diversos asuntos relativos a las obras a las que supervisó de continuo.

Además de trabajar en Aranjuez, en la Casa de Campo o en los Alcázares de Sevilla y Madrid también lo hizo en el de Segovia. El servicio incondicional que prestó a la Corona le hizo merecedor de la estima real, lo cual le permitió gozar de una situación de privilegio hasta su muerte acaecida en 1562. Pero sus méritos, reconocidos en vida, han quedado algo ensombrecidos con el paso del tiempo, ante la falta de testimonios que confirmen su presencia y su firma en algunas otras obras que tal vez llegara a proyectar.

Si la nobleza, la iglesia y la monarquía habían sido los mecenas del renacimiento español, el período clasicista evolucionará prioritariamente gracias al mecenazgo de la Corona. Felipe II aglutinará en torno a sí a artistas que trabajarán exclusivamente en sus obras.

Inició su aprendizaje junto a su tío Luis de Vega, colaborando con él en las primeras obras emprendidas en Aranjuez hasta 1560. También actuó en el Alcázar madrileño, destacando su participación en la Galería del Cierzo en 1556; y en el Alcázar de Sevilla. Intervino además en el Alcázar de Toledo y estuvo presente en la construcción de las mansiones reales de Yuste y del «cuarto real» de los Jerónimos de Madrid, concluyendo la obra iniciada por Juan Bautista de Toledo. Asimismo, reedificó la iglesia del Monasterio de Uclés.

Cuando el Príncipe Don Felipe le concedió el título de «Maestro Mayor de Obras», el 13 de junio de 1552, lo hizo con la idea de poner en marcha las del palacio de Valsaín. En 1554 se le nombra maestro y veedor del Alcázar segoviano, partiendo ese mismo año a Inglaterra con el entonces Príncipe. Regresó a España dos años más tarde, recibiendo la misión de visitar y dar cuenta al Rey de la marcha que llevaban sus obras. Desde 1556 dirigió aquéllas que le fueron encargadas por el propio monarca, como la Casa Real de Aceca, para la que realizó una nuevo diseño, y las arquerías del patio del Alcázar de Toledo.

En 1561, Felipe II le ordena por segunda vez construir «al modo de Flandes», las techumbres de El Pardo. Y de 1566 a 1568 intervino en la construcción de sus estanques y pozos.

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Plano del Palacio de Valsaín con anotaciones manuscritas de Felipe II. (Archivo de Simancas)

Aunque sus viajes fueron constantes, lo cierto es que Gaspar de Vega pasó gran parte de su vida en la Casa del Bosque de Segovia en la que tenía obligación de residir. Su presencia se comprueba a través de las numerosas cartas, consultas e informes dirigidos al Rey. Su estancia en el Bosque, percibiendo al principio «cuatro reales para su mantenimiento y a razón de veinticinco mil maravedís de salario», que gradualmente fueron en aumento, no se puede decir que fuera de lo más tranquila, pues al roce continuo que tuvo con el alcalde de esta Casa, Pedro de Mampaso, hay que unir el proceso que contra él se abrió el 7 de junio de 1568 a instancia del licenciado Jerónimo Ortega, juez visitador, quien le acusó de «defraudar a la hacienda de su Magestad». Este hecho resultó ser cierto, aunque el veredicto de culpabilidad no impidió al arquitecto su permanencia en la dirección de la obra hasta 1575, año en que murió.

En 1570 se le concedió oficialmente el título de «Maestro Mayor de las Obras de Madrid». Al tiempo se hizo cargo de la dirección de la obra del Palacio del Cardenal Espinosa en Martín Muñoz de las Posadas (Segovia), y por analogía en el diseño se le atribuye también las trazas de la Casa de las Siete Chimeneas de Madrid. Entre tanto dirigió el levantamiento del Puente Real de Madrid y un año antes de su muerte presentó unos bocetos para el Puente de Segovia, que fueron rechazadas en favor de unos firmados con anterioridad por Rodrigo Gil de Hontañón.

La aportación más significativa de Gaspar de Vega fue la construcción de las cubiertas de pizarra, ya que supuso un giro de la arquitectura. Fue el Palacio Real de Valsaín el primer edificio rematado de este modo en España, tras una decisión adoptada en Bruselas por Felipe II en 1559.

Mucha imaginación habría que tener para esbozar a grandes rasgos lo que este edificio fue en el siglo XVI si sólo se dispusiera de los datos que nos aportan los restos conservados en la actualidad. Afortunadamente tenemos la suerte de contar con óleos, grabados, dibujos y la documentación suficiente.

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Vista del palacio del bosque. Anton van Wyngaerde. 1562

(Viena, Österreichische Nationalbibliothek)

El edificio consta de varias partes diferenciadas:

La primera corresponde a la que en principio se denominó Plaza de la Delantera, construida él partir del Pabellón del Príncipe Felipe y que Pedro Brizuela señala como Patio de las Caballerizas, hoy conocido como Patio de las Vacas.

Su forma es cuadrangular y su entrada está orientada al Norte, a través de una puerta “a la rústica”. Tras esta Plaza se hallaba el Jardín, con sus parterres ordenados y en el que se sucedían formas cuadradas y rectangulares, dispuestos en torno a dos fuentes de diseño cuadrangular. En la parte superior del jardín, y sobre pilares, se abrió una amplia Galería que conducía a la Torre Nueva.

Sin duda, la parte más importante del edificio era la que configuraba el Patio Principal, a cuya entrada se dirigían los carruajes venidos de Madrid, a través del puerto, o de Segovia. La entrada a este Patio se verificaba por el Pórtico con columnas, que se anteponía a la Puerta Principal, no sólo del Patio sino también del Palacio, y cuyo vestíbulo se remataba con dos arcos, que permitían el acceso al interior del Patio. Lo que llama la atención es el enorme dintel de la puerta, de un solo bloque de granito. Éste se componía de arquerías en sus dos alturas que se correspondían con sendos corredores. En él se disponían las dependencias del Palacio. En la planta baja se abrieron seis puertas de cantería para los aposentos terrizos y sobre ellos veinte piezas de entresuelos, a los cuales se accedía mediante dos escaleras también de cantería. Aquí se encontraban las necesarias, despensa y diversas cocinas, entre ellas la cocina grande de servicio, y la sala baja del Estado.

Al lado de la Puerta Principal se dispuso la Escalera Principal del Palacio de gran empaque y holgura, puesto que permitía la entrada a las dos Galerías más señoriales de la Casa: la Galería de San Quintín y la de los Espejos. En frente de la primera Galería, es decir, en el lado orientado al Este se ubicaba el denominado “Cuarto de Levante”, destinado a los aposentos del Rey y la Capilla.

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Al norte, se encontraba el denominado “Cuarto del Cierzo”, en donde se disponían los aposentos de la Reina. Desde un punto de vista estructural se utilizó el ladrillo en bóvedas, arcos y en los muros, combinándose con la piedra, concretamente el granito, en los corredores, jambas de puertas, ventanas, dinteles, balaustradas, fuentes, etc. El granito, a su vez, se alternó con el mármol en el caso de las fuentes y las esquinas de las ventanas y puertas de la Torre Nueva. Las paredes interiores se revistieron de azulejos, que con el jaspe de las chimeneas de los aposentos, los escudos de armas de S.M. y los candelabros eran la única decoración, si exceptuamos la colección pictórica existente en determinadas galerías.

Por lo que respecta al exterior, la monotonía de las fachadas se rompía gracias al color verde con que se había pintado la carpintería de las ventanas, el color rojizo de los ladrillos y el gris azulado de la pizarra de sus cubiertas, adornadas de múltiples chimeneas y en donde se alzaban los delicados chapiteles coronados con las bolas y cruces de las veletas doradas.

La Real Casa tenía en derredor un amplio terreno cercado. Al Mediodía el llamado “Parque del Rey” y en el extremo contrario, es decir, al Norte el bosquecillo. En La cerca, tal y como se detalla en el dibujo que de todo el conjunto hizo también Pedro de Brizuela, se abrieron siete puertas: la de la Reina, las dos del Carro, la del Cierzo y la del Príncipe. Y atravesando los puentes construidos sobre el río, la puerta de San Ildefonso y la de los Canales del Agua del Bosque. Todas estas puertas daban paso al Bosque de Valsaín.

Fue el primer edificio que lució cubiertas de pizarra y el más flamenco de todos los palacios españoles. De ello dan fe los óleos del siglo XVII y de F. Brambilla, que se encuentran en El Escorial y Aranjuez, respectivamente.

Vista del palacio de Valsaín. (Monasterio de San Lorenzo del Escorial)

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Todavía hoy es posible reconocer algunas partes. El pórtico levantado a poniente cuyos arcos ponen techo a los rollos de madera apilados entre sus columnas. Detrás de este pórtico se encontraba el patio principal con sus arquerías y corredores. No queda nada; una amplia explanada polvorienta y sin allanar se extiende hasta topar con los restos del muro orientado a Levante y la torre a Mediodía. En el muro todavía se pueden ver cinco ventanales abiertas en la planta baja y dos en la planta alta, una de ellas ciega. La comunicación de este cuarto del Levante con la torre se hacía a través de dos puertas abiertas en cada una de las plantas, tal y como hoy se puede observar.

Lo más significativo del conjunto es la Torre Nueva, que a simple vista parece haber resistido la dura prueba del tiempo. Ciertamente sus lienzos exteriores vienen a confirmarlo, a diferencia de lo que percibimos en su interior, que adolece de la misma ruina que el resto del edificio, si bien aún es posible adivinar su bóveda esquifada y el revestimiento de cal y arena de las habitaciones de superficie coloreada en tonos monocromos pero sin restos de pintura. Asimismo se aprecian chimeneas empotradas de tipo francés en el muro.

Restos actuales del Palacio de Valsaín

Esta torre se confeccionó a base de ladrillo cocido mezclado con mucha arena; ladrillo de color rojo sierra y de superficie rugosa, reservándose el granito para las esquinas y las ventanas. Consta dicha torre de tres pisos y sótano. La disposición de las ventanas es similar en cada una de las tres caras visibles, correspondiendo un total de nueve ventanas a cada piso.

Valsaín contó con su propio Palacio en poco más de una década. No es de extrañar que así sucediera teniendo en cuenta que esta obra, como tantas otras, no fue fruto de un primer y único planteamiento, sino que las trazas por ejemplo no implica ningún tipo de deformación constructiva, sino que, por el contrario, dicha irregularidad obedece al intento de lograr la unión de dos elementos en principio bien dispares: la naturaleza y la nueva construcción.

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En el siglo XVII Valsaín continuó siendo lugar de recreo y descanso de la Corte, aunque con un marcado distanciamiento por parte de los monarcas de la época, que, por razones sumamente conocidas en el caso de Felipe III y Felipe IV, ubicaron sus residencias al capricho de sus poderosos validos.

El inicio de una nueva centuria y de un nuevo reinado, el de Felipe III (1598-1621), no supondría, en principio, una ruptura con esta Casa.

Con motivo de la visita del nuevo monarca Felipe III, entre 1599 y 1600 se dieron cita en Valsaín oficiales y peones que trabajaban en el reparo de las cocinas y las tapias levantadas en torno a éstas, se arreglaban canales y las caballerizas. Se construyó por entonces una nueva, casa para guardar la hierba, puesto que se había hundido la anterior. Se realizaban obras en las fuentes del jardín y se compraron flores y plantas para adornarlo. Asimismo se fabricaron vidrieras nuevas e incluso se renovaron los marcos de las pinturas.

El traslado de la corte a Valladolid “que se convertiría por breves años en el centro artístico de España” motivó que el monarca fijara prioritariamente sus residencias en Valladolid y en el palacio de El Pardo. Lo que no impediría que prosiguieran las obras en Valsaín, bien de mejora o bien de mantenimiento: apertura de canales y construcción de portadas junto a ellos. Se abrieron zanjas y tapias y se aderezó el reloj de la torre, entre otras de más empaque que requerirían la presencia de notables arquitectos.

En el transcurso de las dos primeras décadas del siglo XVII dejaron su impronta en Valsaín dos arquitectos de reconocido prestigio: Juan Gómez de Mora y Pedro de Brizuela.

Felipe III en 1611 nombró a Juan Gómez de Mora “maestro mayor y trazador mayor de las obras reales”, sucediendo en el cargo a su tío Francisco de Mora, fallecido en 1610. Para la Casa Real del Bosque se le encargó una traza para hacer “galería lo que se pensaba hazer corredor” sobre la portada principal del palacio y a él se debe el diseño del Colgadizo, construcción aprobada en 1623. La principal aportación de Juan Gómez de Mora, al palacio de Valsaín, fue el imponer el ladrillo como material de construcción en sus obras.

Pedro de Brizuela, nació en torno al año 1555 en la ciudad de Segovia. Sus primeros trabajos se documentan en el Alcázar de su ciudad natal en 1588, a las órdenes de Francisco de Mora. Este mismo año fue nombrado maestro mayor de las obras de la Catedral segoviana. En el Alcázar hizo obras en la Sala de los Reyes y el artesonado del Cuarto del Cierzo entre 1590 y 1596. Su actividad no se ciñó exclusivamente a la capital, fue igual de importante en los principales municipios de la provincia segoviana.

La vuelta de Felipe III a Madrid propició un mayor acercamiento a los antiguos Sitios Reales. Tanto es así que en 1613 este Rey visitó Valsaín en compañía de Juan Gómez de Mora para encontrar la solución más adecuada al problema planteado por Pedro de Brizuela acerca del mal estado de los cuatro chapiteles situados sobre el pórtico y los otros dos sobre el Cuarto de Levante, todos ellos corriendo el riesgo de caerse, debido a que estaban “cargados sobre madera sin cargar en pared alguna”.

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En 1623 Felipe IV aprobó la construcción de un Colgadizo en Valsaín que sirviera para alojar a las personas que acompañaban al rey cuando se ubicaba en esta casa. Primeramente el veedor propuso un Colgadizo de 150 pies de largo por 20 pies de ancho. Juan Gómez de Mora varió el planteamiento, proponiendo que se situara a una distancia de 30 pies de las cocinas “a la parte de Segovia”, con unas dimensiones de 130 pies de largo por 20 pies de ancho, añadiéndole dos aposentos con sus correspondientes puertas y ventanas, Uno de los aposentos se destinaría a tienda y taberna, y el otro para colocar las camas. El 20 de marzo de 1624 se realizó otro diseño, el Colgadizo se levantó frente al patio de las Caballerizas, exactamente frente a la Torre del Reloj, con unas dimensiones de 106 pies de largo por 20 pies de ancho, más dos aposentos de 20 pies de largo cada uno.

No obstante, la obra continuaba aplazándose. No sería hasta 1627 cuando por fin se iniciara. Quizás la tardanza se debiera a que el único interés de Felipe IV estribó en la construcción del Palacio del Buen Retiro a las afueras de Madrid, considerando secundarias las obras en las demás residencias reales.

La época de Carlos II (1665-1700) es considerada por algunos historiadores como la más oscura y triste de la Historia de España. Estudios más recientes demuestran que el panorama no era tan nefasto; la población experimentó un cierto crecimiento y con él la producción agraria. En cuanto a la Corte, ésta conservó sus costumbres, sus fiestas, sus gustos desmesurados, vivía en un ambiente de lujo, aunque las famosas jornadas ya no se celebraban con el boato ni la fastuosidad de otros tiempos no tan lejanos. También en esta situación de cierta penuria se encontraba el Palacio Real de Valsaín. En 1673 por estar próxima la visita del Rey se efectuaron algunas reparaciones. Carlos II no fue un gran viajero, “por lo que las Jornadas durante su reinado no fueron lo que habían solido ser”. Sus salidas de Madrid eran breves y muy aplazadas en el tiempo. A Valsaín no volvería hasta 1678, razón más que suficiente para que el Alcaide se preocupara de adecentar la Casa.

El mantenimiento de esta Casa se hacía sin continuidad. El deterioro progresivo era visible, a pesar de las constantes advertencias formuladas por don Antonio Morales Arce, veedor y contador en 1682, sobre la urgencia de reparar los dos chapiteles de la Puerta Principal. De inspeccionar estos chapiteles se encargó Fray Alonso Pérez de Nevado. No existe documentación que confirme la restauración, seguramente la crisis económica del momento no permitió hacerlo.

Carlos II volvió a visitar Valsaín en 1686 y al dar por finalizada su estancia, el Palacio fue víctima de un incendio. Parte el edificio quedó destruido, pero las primeras tentativas de reconstrucción no se plantearían hasta 1700. La mejora en el estado de salud de Carlos II y de la Reina fue el responsable de que intentaran recuperar Valsaín con la idea de celebrar alguna de sus futuras jornadas. Lo cierto es que en aquel verano de 1700 se determinaron las condiciones a fin de reparar lo dañado o destruido por el incendio.

La dirección de estas obras estaba previsto que corriera a cargo de Juan Ferreras, aparejador de las mismas, y Francisco Fernández y Manuel Antónez, maestros de carpintería y albañilería se encargarían de realizarlas.

Pero los días del último de los Austrias estaban contados. Su negativa de hacer testamento era preocupante. Por fin, el día 3 de octubre firmó un testamento redactado por el Cardenal Portocarredo; en él nombraba para «la sucesión de todos mis Reinos y dominios, sin excepción de ninguna parte de ellos» a Felipe, Duque de Anjou, segundo hijo del Delfín de Francia. Carlos II falleció el 1 de noviembre de 1700 y aquel mismo mes fue proclamado en Madrid el nuevo monarca, iniciándose con él la dinastía borbónica, así como una guerra de sucesión por el trono, pues Felipe no fue reconocido por todos. El destino de Valsaín quedaba en manos de un monarca inspirado por otros gustos.

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Felipe V conoció y se enamoró del Pinar de Valsaín. En noviembre de 1701 el Rey ordenó reconocer el estado del Palacio. La Orden se envió al Conde de Belmonte, Corregidor de la Ciudad de Segovia, y a través de la Junta de Obras y Bosques llegó a Juan de Farreras, quien trazó un plan de reedificación. Su idea era reconstruirlo «en toda perfección y con más hermosura que la que tenía antes». El Corregidor de Segovia que visitó la Casa en compañía de Ferreras discrepó de la opinión de éste, informando a la Junta que no era necesario hablar de reedificación sino de reparos, que se harían por menos dinero del solicitado.

La Junta pedía al Rey que se proveyeran «los medios que fuesen menester para el corte y pulir la madera» del Bosque, «pues, aunque es propia de la ciudad de Segovia, servirá a V.M. con la que para este efecto se necesitare». En diciembre de este mismo año se solicitó madera a la ciudad de Segovia, por un importe de 50.000 reales. Las buenas intenciones se truncaron a causa de ciertos problemas surgidos a la hora de recaudar el dinero para hacer frente a los gastos. Esto unido a la acción de las aguas fue favoreciendo el deterioro del conjunto.

Dos años tendrían que pasar hasta que se volvió a tomar el asunto, aunque lamentablemente no existía ya una preocupación por el edificio principal, sino que la atención se centró exclusivamente en arreglar ciertas partes.

Los Tratados de Utrech, de Rastat y Baden, firmados entre 1712 y 1714, pusieron punto final a la guerra de Sucesión de España, y fue a partir de este momento cuando Felipe V, seguro en su trono, se preocuparía más por Valsaín.

Lo primero que ordenó fue la reparación de portillos, puertas y cubiertas del cercado del parque de Valsaín a fin de conservar su caza mayor. La pretensión del monarca era visitar Valsaín, por lo que rápidamente se iniciaron los preparativos para arreglar en la medida de lo posible este Palacio. Por último había que reparar los tejados de todos los cuartos, las caballerizas, las cocheras, las casas de los guardas y otras oficinas. La Junta de Obras y Bosques recordaba constantemente al Rey que desde 1700 había intervenido en hacer lo posible para reedificar el palacio. Felipe V prefirió depositar su confianza en el arquitecto Teodoro Ardemans, Maestro Mayor de las Obras Reales.

Ardemans había nacido en Madrid en 1664, hijo de un alemán miembro de la Guardia de Corps de Carlos II, cuerpo en el que también él sirvió durante un tiempo. Ostentó los cargos de maestro mayor de la catedral de Granada (1689), del Ayuntamiento madrileño (1691) dedicándose a renovar portadas y torres, de la catedral de Toledo (1694). A poco de iniciarse el siglo, en 1702, fue nombrado Maestro Mayor de los Sitios Reales, tratando asuntos del Real Palacio. Si bien su obra más representativa es el Palacio de la Granja de San Ildefonso. Suyo es el diseño de la mayor parte del edificio y jardines, la iglesia y el retablo mayor. Murió en 1726.

En 1716 Teodoro Ardemans, en compañía del aparejador principal, se puso en camino hacia Valsaín. Sin embargo, el frío y la nieve le hicieron detenerse en Torrelodones debido a su delicada salud, encargándose el aparejador de visitar el palacio a pesar de la adversa climatología. Sobre esta visita y el examen correspondiente del edificio escribía Ardemans: «Así en lo que fue palacio no hay al presente más que el recinto de paredes maestras hasta la elección del primer suelo, éstas sin poder servir más que lo material dellas, sin puertas, ventanas, rejas, balcones, solados». La única solución posible según el arquitecto era hacer una nueva planta, «repartiéndola en piezas arregladas y levantar sus techos» y en los desvanes hacer «posadas de mujeres y otras cosas que son muy necesarias».

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A principios de 1717 el monarca nombró director de esta obra a Ardemans. Según se desprende de los documentos del Archivo del Palacio Real de Madrid Ardemans tenía obligación de hacer dicha planta «con toda formalidad de la obra», para poner el palacio en condiciones. De todos modos cualquier intento por reconstruir Valsaín parecía ir acompañado de adversidades como el destrozo que el fuerte viento causó en el taller donde se almacenaba la madera labrada para iniciar las obras o el incendio acaecido en la casa de los cazadores de lobos en 1719. Las últimas obras documentadas se concretaron en la reedificación de la vivienda de los loberos y la constante reparación de los portillos, puertas y cubiertas de la cerca del parque.

Las resoluciones adoptadas a lo largo de estos años, junto con las tasaciones y memoriales redactados son fiel reflejo del firme propósito de dar a este Palacio la categoría perdida. Pero todo quedó en una buena intención. Pues en estas mismas fechas se decidió que a poca distancia se construyera un nuevo palacio, el de La Granja de San Ildefonso, que obviamente viene a representar un estilo bien distinto al de los Austrias, mucho más acorde con los gustos en los que el nuevo monarca había sido educado en Francia. Parece ser que Felipe V en una de sus cacerías en Valsaín descubrió la hospedería de los monjes Jerónimos del Parral.

El terreno de San Ildefonso se compró en 1719. Un año después se adquirió también la ermita de la comunidad del Parral. La ermita había sido construida en 1450 por Enrique IV y donado todo el terreno a los monjes por los Reyes Católicos en 1477.

El terreno adquirido por Felipe V no era demasiado grande por lo que en 1723 se compraron “unas 200 obradas” de los montes de Valsaín a la Junta de Linajes de Segovia a las que hay que sumar otras siete cedidas gratuitamente a la corona por la ciudad segoviana. Por entonces la mayor parte del nuevo edificio estaba levantado y paralelamente se empezaron a trazar los jardines, siendo el director el arquitecto René Carlier. Para estos jardines se precisaban fuentes y estatuas, haciéndose imprescindible por tanto la presencia de escultores.

Los primeros en llegar a España, en 1721, fueron los franceses René Frémin y Jean Thierry. A este equipo se incorporó un escultor de origen italiano Juan Bautista Salvi. La convivencia entre los franceses se vio alterada por un incidente ocurrido en 1722. Luis de Mada y Guillermo Loboiy, marmolistas, hirieron a Frémin y Thierry, cursándose inmediatamente la orden de arresto, al margen de esta anécdota, a Frémin y Thierry «se deben casi todas las esculturas de La Granja», realizadas en los talleres preparados al efecto en Valsaín «para comodidad de los artistas». La instalación de los talleres supuso el progresivo e imparable deterioro del Palacio y por extensión de sus jardines que se fueron desfigurando y poco a poco perdieron su esplendor.

Aunque el declive de Valsaín era ya un hecho consumado, al concluirse el palacio de la Granja, esta Casa Real, arreglada en lo más imprescindible, fue albergue de la familia real durante el reinado del primer Borbón. A ella acudirían para pasar gratas jornadas de cacería en compañía de la corte o de sus invitados. No es extraño que en el siglo XIX el Conde de Maule hablara de abandono. Del lamentable estado del Palacio da idea el cuadro de F. Brambille conservado en la Casa del Labrador de Aranjuez.

El siglo XIX supuso para el Palacio de Valsaín el total olvido. El edificio se dejó a su suerte, derrumbándose paulatinamente las partes que habían sido más afectadas por aquel incendio de 1686. Un grabado de 1863 da idea de esta situación.

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Palacio de Valsaín.

(Palacio de Aranjuez)

Al otro lado delríoy de la carretera, enfrente de Valsaín, existía una desordenada aglomeración de chozos y talleres de madera, en malas condiciones higiénicas y situados en una pradera pantanosa de la mata de Navalhorno, constituía un conjunto de pobre y desagradable aspecto. Allí se alojaban los industriales dedicados a la compra de pinos de Valsaín y elaboración de la madera, así como sus dependientes y jornaleros. El asentamiento fue totalmente trasformado, por deseo del intendente general, del inspector general del Cuerpo de Montes y de los del Real Patrimonio, en una bonita población industrial con calles anchas y rectas, provistas de paseos con árboles, donde cada maderista tenia señalada su parcela, cercada de valla, y en su holgado recinto tenían establecidas sus viviendas, talleres,…, construidas todas conforme a un modelo sencillo. El terreno fue completamente saneado por un inteligente trazado de alcantarillas y tubos de drenaje, ganando en salubridad la población allí establecida, y pudiéndose aprovechar más del doble del terreno que antes estaba destinado a este uso.

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Pradera de Navalhorno

Ya hacía tiempo que la pretensión de reconstruir el palacio de Valsaín se había desechado definitivamente. Sin embargo, el Real Patrimonio continuó preocupándose en resolver otras cuestiones no exentas de importancia en Valsaín. En la segunda mitad de esa centuria la máxima atención y dedicación se centró en el Pinar y en el proyecto de regularizar la urbanización de una parte de pueblo.

Sobre todo desde que Carlos III decidiera y aprobara la incorporación a la corona del Bosque de Valsaín, éste fue objeto de un esmerado cuidado, labor que de siempre había estado encomendada directamente a los Guardas, a los que se les procuraba allí mismo una vivienda.

Durante la I República Valsaín pasó a pertenecer al Estado. Las Cortes Constituyentes lo declararon monte de utilidad pública, no enajenable y dependiente del Ministerio de Fomento, aunque su administración y explotación fue adjudicada al Ministerio de Hacienda.

En el periodo de la Restauración produjo cambios en Valsaín consistentes en la instalación de un Aserradero y la Ordenación del Pinar. El Real Patrimonio decidió cuatro años después clausurarla por los daños que pudiera acarrear. La conveniencia o no de contar con un aserradero en Valsaín se planteó nuevamente durante el reinado de Alfonso XII. La misión recayó en don Roque León de Rivero, a la sazón Inspector General de Montes, a quien se le encargó la elaboración de una menoría a fin de sopesar las posibilidades del proyecto. El Inspector visitó establecimientos análogos en España y en el extranjero, tras lo cual se mostró partidario de instalar uno en este lugar

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Aserradero de Valsaín. Estado actual

El Real Patrimonio instaló un magnifico taller de aserrío mecánico movido por vapor y dotado de los mejores aparatos que se construían en ese momento en el mundo, con el fin de abaratar el precio de elaboración y desterrando el caro, lento y primitivo aserrío manual.

El edificio, construido con gran solidez, constaba de un cuerpo central prolongado, que media 48 metros de longitud y 16 de anchura, terminándose lateralmente por dos cuerpos más pequeños que avanzaban 4 metros sobre el paramento del central, en éste se hallaban instaladas todas las máquinas y herramientas. En el lateral de la izquierda, las calderas y la máquina de vapor, y en el de la derecha, el taller de reparaciones y las oficinas en la planta baja.

El motor consistía en una máquina de vapor horizontal, de sistema Corliss, de expansión variable y condensación, a la cual se podía acoplar otra máquina gemela para actuar sobre el mismo volante, duplicándose de este modo la fuerza de 90 caballos. La distribución del vapor se hacía por medio de válvulas, variándose el tiempo de admisión por medio de unas varillas que movía un regulador automático de fuerza centrífuga. El cierre rápido de las válvulas se obtenía con unos bombines que sustituyeron con ventaja a los antiguos resortes metálicos de este sistema.

El volante de la máquina, de 92 de diámetro, alcanzaba 60 revoluciones por minuto, trasmitiendo una velocidad de 200 al árbol general, que corre a todo largo del edificio, por debajo del piso de la sala de máquinas. Esta disposición del árbol, además de proporcionar a una gran estabilidad y favorecía las manipulaciones gracias al espacio libre que dejaba.

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Las calderas eran tubulares, inexplosibles, del sistema de M. de Naeyer, que generaba ventajas como: la desaparición del peligro de las grandes explosiones, la gran superficie de calefacción permitía obtener vapor con la tensión necesaria en menos de media hora, el aprovechamiento máximo del calor por la circulación de los gases por los tubos de agua, saliendo a los conductos de humos a temperaturas relativamente bajas, la imposibilidad de que la llama esté en contacto con partes privadas de agua, el reducido espacio que ocupaban, la facilidad para que la caldera admitiera toda clase de combustibles, incluso el serrín que producían las máquinas de aserrar, que era recogido y trasportado mecánicamente hasta las calderas, donde se quemaba.

Además de las anteriores máquinas había tres afiladoras para las hojas rectas y circulares y para las de cinta de la sierra inglesa. El trabajo se ejecutaba con la mayor brevedad y perfección por medio de discos giratorios de esmeril, que producen muy buen corte y endurecen los dientes.

Existía también un taller de herrería provisto de fragua con ventilador, un torno, un taladro y una máquina de cepillar, cuyos aparatos podían moverse con el motor general, o bien con una pequeña máquina de vapor horizontal de 6 caballos, instalada en el mismo taller de herrería, para el caso de que no pudiera funcionar la grande. Esta misma pequeña máquina podría poner en movimiento el árbol motor de las afiladoras.

Respecto a la cantidad de trabajo que podía hacerse en el Real Taller es esclarecedor el siguiente dato, cada diez horas de trabajo se llegaba a aserrar y elaborar completamente 120 trozas de 16 pies de largo, que equivalen a 32 pinos de 60 pies longitudinales. En un año se procesaban aproximadamente los mismo arboles que se talaban.

Un gran depósito de aguas, con 800 metros cúbicos de capacidad, que se construyo en las inmediaciones del Taller, a 18 metros sobre su nivel, suministrando el agua necesaria para el servicio de la máquina de vapor y demás artefactos y para toda el agua que fuera precisa en caso de un incendio, suministro que se realizaría a través de las numerosas bocas de incendios que se hallaban convenientemente distribuidas por las inmediaciones del Taller y de los almacenes.

La extracción de maderas elaboradas y la introducción de cortas para aserrar se hacía rápida y económicamente, gracias a un sistema de pequeñas vías férreas, cuyo desarrollo total era de unos 800 metros.

Debemos hacer constar, por último, que el proyecto de esta fábrica, cuya idea fue aceptada y protegida con eficacia por el Intendente general D. Fermín Abella, se debe al Sr. Rivero, encargado por la Real Casa tras visitar los más notables talleres de esta clase que existen en Inglaterra Holanda, Bélgica y Francia, y algunos muy acreditados de nuestro país.

El proyecto de ordenación se aprobó en 1890, basándose fundamentalmente en dividir el pinar en nueve zonas o cuarteles: Vedado, Botillo, Vaquerizas Altas, Vaquerizas Bajas, Maravillas, Siete Picos, Cerropelado, Aldeanueva y Revenga. La explotación del pinar evolucionó con la industria maderera y con las exigencias del mercado.

El gobierno de la II República también se ocuparía de Valsaín, volviendo a ser una vez más parte integrante de los bienes del Estado. A través de un expediente incoado hacia 1934 podemos saber cómo se llevó a cabo la explotación de este pinar a lo largo del siglo XIX.

Primeramente, se explotó mediante la subasta de lotes de pino en el monte. Instalado el taller de aserrío, las subastas eran de lotes de madera elaborada, lo que provocó un enorme «movimiento de madera, repetición de subastas, alteraciones de lotes y depreciación». Así pues, el sistema no satisfizo y en 1917 se acordó «sacar a pública subasta el aprovechamiento del monte con el arriendo del taller, a razón de un precio por metro cúbico en pie», siendo por cuenta del concesionario la corta, labra, transporte, fabricación, etc., es decir, los diversos factores de elaboración.

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Durante de la II República, concretamente el 13 de noviembre de 1933 se suspendieron las operaciones de monte y seguidamente las del taller. En 1934, en el mes de junio, se “empezó la explotación directa”. La explicación a la adopción de esta medida viene dada en el mismo informe: “el estado del monte y del mercado, así lo aconsejaba. Una nueva subasta suponía en aquellos momentos una depreciación del valor del metro cúbico en pie que tenía que repercutir en las ordenaciones por ser Valsaín monte tipo de su clase”.

Posteriormente, el aprovechamiento del pinar y por extensión las matas de Valsaín quedaron integrados en los bienes del Patrimonio Nacional, pasando desde 1982 a depender del Instituto Nacional para la Conservación de la Naturaleza (ICONA) y actualmente del Organismo Autónomo de Parques Nacionales (Ministerio de Medioambiente, Medio Rural y Marino)

1.4.2.- El Pinar

Varios son los motivos que nos impulsan a valorar en su justa medida este pinar. Primero, su riqueza natural; segundo, el notable interés que mostró siempre la monarquía por conservarlo y, por último, ser el marco idóneo para la construcción de dos palacios.

Es en tierra segoviana donde se encuentran estos magníficos ejemplares de Pinos Silvestres que cubren las laderas de Valsaín. En palabras de González Bemáldez «son los más bellos ejemplares de pino silvestre de España». Y al igual que otras zonas de gran valor existentes en este país, este pinar precisa de una «protección propia». En cuanto a su extensión, «Los bosques de este Real Sitio -apunta Madoz- comprenden diez leguas, pobladas de elevados y gruesos pinos con multitud de arbustos de monte bajo».

Tradicionalmente la Comunidad de la Ciudad y Tierra de Segovia se había organizado como titular de los derechos sobre estas tierras. En un principio, el aprovechamiento de los recursos adoptó una forma común entre la ciudad y las aldeas de su alfoz, separando además, para el uso exclusivo de estas últimas, dehesas boyales y ejidos para atender las necesidades de sus habitantes. En los siglos XII y XIII la forma de explotación de los montes se mantuvo dentro de un carácter comunal, con aprovechamiento libre de pastos y leñas, además de la concesión gratuita de maderas para la construcción y reparación de viviendas, situación que se mantuvo, posiblemente, por la continua intervención real. Pero, con el transcurso del tiempo, se fueron diferenciando diversos estamentos dentro de la Comunidad de la Ciudad y Tierra que, esencialmente, fueron el Concejo de la Ciudad, la Noble Junta de Linajes, los Pecheros de la Ciudad y las Aldeas de la Tierra.

Pronto surgió una separación de intereses entre las clases urbanas dominantes, el Concejo y los Linajes, y el resto de componentes de la Comunidad, con un control progresivo de los primeros sobre el patrimonio común y un creciente peso en las decisiones sobre la forma de explotar sus recursos. Como consecuencia de todo ello, resultó una apropiación abusiva de los rendimientos de estos bienes por parte de las clases urbanas influyentes, en perjuicio de los intereses de los pecheros y de las aldeas.

Por lo que respecta a los Montes de Valsaín, fueron repetidos los intentos de transformarlos en una dehesa para el uso exclusivo de la ciudad, arrendando la explotación de los recursos del monte, con lo que se eliminaba el uso comunal, menospreciando los derechos consuetudinarios de las aldeas y pecheros, que no podrían en este régimen obtener gratuitamente pastos para sus pequeños hatos familiares, leñas y carbones para su hogar, ni maderas para las construcciones.

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Como era de esperar, surgieron fuertes protestas contra este estado de cosas, no sólo por parte de los sectores de población despojados de estos derechos consuetudinarios, sino también por parte de organizaciones más poderosas, como la Orden de Calatrava o la Mesta, que disfrutaban de derechos de pastoreo sobre todos los baldíos y espacios comunes del territorio de la Corona de Castilla. El conflicto subió de punto y, en algunas ocasiones, tuvieron que intervenir los reyes, amonestando al Concejo de Segovia para que volviera a aceptar el uso comunal de los aprovechamientos. Por estos tiempos se empezaron a establecer los primeros Ordenamientos para regular el aprovechamiento de los recursos, aunque se vieron ignorados con harta frecuencia, como se deduce del de 1371, en el que se señala la obligación de que se respete el derecho del Común de la Ciudad y de las aldeas de la Tierra de sacar del pinar de Valsaín cada semana una carga de tea y otra de leña y que se les permita, sin pena ninguna, hacer leña de roble, todo lo cual pone de manifiesto hasta donde se habían llegado a reducir los derechos del tercer estado, a pesar de los Ordenamientos.

Esta situación se fue deteriorando por la divergencia de intereses entre el tercer estado y las oligarquías urbanas que, como eran más poderosas, se fueron haciendo paulatinamente con el control de la ordenación de los usos del monte. Sin embargo, parece que esta situación, que llegó a estar bastante consolidada en la Baja Edad Media, afectó de distinto modo al monte de Valsaín y al de Riofrío, es decir, es decir, el monte de La Acebeda. En cuanto al primero de ellos, el control de la ciudad llegó a ser tan completo que se hizo general el sistema de arrendamientos en la explotación de sus productos, desapareciendo los aprovechamientos comunales. En el monte de Riofrío, por el contrario, se mantuvieron los usos colectivos a favor de los pecheros urbanos y de las aldeas de la Tierra de Segovia, consistentes en pastos comunales, leñas, teas y carbones, en régimen libre y gratuito.

Pinar de Valsaín

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Esta situación, que se mantuvo en un largo período de tiempo, acabó por establecer la idea de que el monte de Valsaín era propiedad del Concejo y del Estamento de Linajes, de la ciudad de Segovia, y el monte de Riofrío lo era del Común y de las Aldeas de la Tierra, y esto hasta el punto de que el monte de Valsaín estuvo inscrito en el Libro de Propios de la Ciudad. Cuando el Rey Felipe V necesitó adquirir terrenos para ampliar el parque del Palacio de La Granja, aparecen como vendedores y propietarios de ellos el Concejo de la ciudad y el Estamento de Linajes, a partes iguales. El reconocimiento del dominio del monte de Riofrío a favor del Común y la Tierra de Segovia parece confirmado por contratos de arrendamiento posteriores al siglo XII, para la saca de maderas del pinar de la Acebeda, situación que también se pone de manifiesto en las escrituras de la venta de estos montes a la Corona en el siglo XVIII, pues se realizaron dos tasaciones independientes para cada una de las dos propiedades.

La pertenencia de Valsaín a la Corona ha suscitado continuas discusiones. Este terreno era, desde al menos los inicios de milenio, de la Comunidad de villa y tierra de Segovia. La belleza y altas cualidades del terreno no pasaran inadvertidas a los Reyes. Buena prueba de ello son las Cédulas Reales que con tanta frecuencia se expidieron, tendentes a vedar y acotar la caza mayor y menor, las aves de volatería y la pesca. Para conseguir tales propósitos se fijaron de forma periódica los límites.

Parece ser que la primera declaración pormenorizada del pinar de Valsaín y sus matas la llevó a cabo Enrique IV por Real Cédula de 20 de febrero de 1452. Sin embargo, será Carlos I y sus sucesores quiénes señalen los límites a su conveniencia, no sólo para conservarlo sino también para aprovechar sus recursos naturales.

El Bosque de Segovia era primordialmente un coto de caza, aunque no por ello se relega a un segundo término la pesca y la vegetación del mismo. El delimitarlo era, sin duda, la única forma de asegurar y proteger ese patrimonio, y éste sería, por tanto, el primer paso a dar, lo cual ya es un hecho en el año 1541. Las disposiciones ordenadas por el Emperador, y secundadas por Felipe II, resultaron ser escasos e insuficientes, yendo en detrimento de su supervivencia. Fueron revisadas por el nuevo Rey, quien por Real Cédula de 1563 define aún más los límites ya establecidos, a la vez que se muestra estricto y riguroso en lo concerniente a las penas, tanto en su alcance como en la ejecución de las mismas.

Los límites no fueron señalados de forma arbitraria, sino que, tratando de mantener la riqueza existente, el bosque quedó parcelado en cuatro zonas perfectamente delimitadas, dos zonas de caza -mayor y menor-, una de pesca y una destinada a la tala de vegetación

Poblaban en este Real Sitio gran número de animales de distintas especies, unos pertenecientes a la caza mayor y otros a la menor, siendo esta diferenciación la que de alguna manera presupuso una clara división zonal.

En la Zona de Caza Mayor se encontraban principalmente osos, gamos, venados, ciervos y Jabalíes, que tenían su propio hábitat dentro de unas amplias extensiones de terreno. Estuvo totalmente prohibido para cualquier persona el cazar, matar o incluso tomar vivo alguno de estos animales; penándose el llevar y hacer uso de cepos, redes o cualquier tipo de armas de fuego.

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Jabalí con sus crías en una charca

Para el eficaz cumplimiento de estas órdenes fue necesario imponer una serie de penas o castigos. En 1541 Carlos I estableció tres tipos de penas cuya aplicación dependía de si era o no reincidente. Así, en la primera ocasión el infractor era obligado a la pérdida de los aparejos que llevara, al pago de cinco mil maravedís y a dos años de destierro del lugar de vecindad. Si se era la segunda o la tercera vez que se reincidia existían diferencias, ya que todo dependía la posición social de la persona. Si no eran de la nobleza los que por segunda vez eran sorprendidos cazando, deberían pagar cuatro mil maravedís y recibir cien azotes. Por el contrario, a las personas de cierto rango se les eximía del cumplimiento de penas corporales, imponiéndoles solamente un destierro de diez años. De esta manera, el tercero de los castigos no les afectaba, puesto que éste consistía, previo pago de diez mil maravedís, en ser enviado a galeras por un período de diez años.

Felipe II, a través de las instrucciones dadas en 1563, redujo a dos el número de castigos, aunque en ellas continúa manteniendo la diferencia según las personas.

Las Zonas de Caza Menor abarcaban la parte del bosque en que convivían liebres, perdices, conejos y aves, también quedó limitado y, consecuentemente, se defendió de cualquier persona intrusa con unas penas específicas.

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Perdiz Roja

La entrada de cazadores furtivos era constante a pesar de las prohibiciones. Ante tal circunstancia Felipe II levantó la veda de la caza menor en las dos leguas más próximas a la ciudad de Segovia.

De igual modo todo lo relativo a la pesca estaba perfectamente reglamentado. Discurre por este bosque el llamado río Valsaín, cuyo caudal estaba destinado al uso real “desde la junta del río Cambrones”, extendiéndose la prohibición de pescar truchas, peces u otra clase de pescados en “todos los otros ríos y arroyos que se juntan con el dicho Bosque”. Esto no impidió que se pescara, como demuestran los procesos que se abrieron contra personas que habían cometido excesos en estos ríos.

Tampoco se permitía la tenencia de material que pudiese ser usado para la pesca, a las personas que residían en las casas, molinos y batanes que estaban dentro de los límites o “en media legua más abajo de la puente del río Cambrones”.

La extensión de los límites para la guarda de la caza mayor y menor fueron ampliados por Real Cédula de 1 de mayo de 1579, agravándose con ello la situación de las personas que habitaban dentro de este bosque, ya que el principal inconveniente residía en el daño que la caza hacía en sus respectivas heredades. Esta contrariedad supuso la puesta en marcha de un nuevo planteamiento. La revisión no tardó en producirse, pues en 1581 se modificaron algunas de las disposiciones que hasta entonces habían venido rigiendo, y afectaron éstas a la caza menor, mientras que se consolidaban las alusivas a la caza mayor y las de la guarda de la pesca.

Realmente lo más significativo estribó en la concesión de ciertas licencias otorgadas a los vecinos, consistentes en poder cazar y matar toda la caza menor que hubiera en las cumbres altas, que cercan el Valle de Lozoya; así como la caza mayor que hubiera dentro de sus heredades y en las tierras sembradas o por sembrar.

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En relación a la pesca se permitió el tener redes y aparejos en la ciudad de Segovia y en aquellos lugares en donde existiera iglesia y vecindad, al que estuvieran dentro del límite de la caza menor. Pero, no obstante, se reafirmó la prohibición de que dichos instrumentos no podrían tenerse en los molinos, batanes u otros edificios de agua.

En 1592 se despachó nueva Cédula Real señalando los límites para guardar de la caza. Ante las protestas de Segovia, un año después se pidió otra restringiendo aquellos límites, que volvieron a ampliarse en 1617 por algunas causas presentadas por el Fiscal de Los Bosques y Guarda Mayor, y en esta confinidad se volvieron a observar los límites del año 1592.

La ciudad de Segovia presentó al Rey en 1622 los inconvenientes que había y las causas y razones que se ofrecían para que la Cédula del año 1593 tuviese efecto. La Junta de Obras y Bosques atendió tal solicitud acordando que se amojonase de nuevo la raya por cuenta de la ciudad, asistiendo con las personas que ella nombrase: el Guarda Mayor y Fiscal. El fiscal argumentó que esto traería muchos inconvenientes, por lo que quedó en suspenso el acuerdo adoptado por la Junta. Nuevamente la ciudad de Segovia en 1633 cursó instancia en los mismos términos, consiguiendo esta vez su propósito, es decir, volver a los límites de 1593. Sin embargo, el alcaide de Valsaín, preocupado por la escasez de caza propuso que a la mayor brevedad se ensanchara la raya, “si bien no tan extendida como se manda por la cédula de 1592, ni tan restringida como la de 1593 que hoy se observa”.

El cambio de los límites de Valsaín fue constante, pero no afectó para nada a las prohibiciones y sanciones que se mantuvieron a lo largo de los siglos XVII Y XVIII. Sería con el primer Borbón, Felipe V, cuando decidido a construirse su propio palacio y necesitando más terreno que el ofrecido por los frailes en 1723, se enajenaron muchas obradas de este pinar, aumentadas con otras tantas cedidas gratuitamente.

La conservación del pinar y montes de Valsaín nunca excluyó la explotación del mismo. Una explotación encaminada a la obtención de la madera, tras la protección y el tratamiento adecuado de sus árboles.

Surgieron también problemas en relación con los pastos, pues los grandes ganaderos arrendatarios de ellos y el Honrado Concejo de la Mesta, que tenía derecho a pastar en todos los baldíos del reino, por privilegio otorgado por los Reyes Católicos, no veían con buenos ojos la entrada en los montes del fuerte contingente de ganado cabrío que introducían los pequeños ganaderos locales con sus hatos, poco más que familiares, para complemento de su economía de subsistencia, ya que la cabra era capaz de aprovechar mucha más materia vegetal que la oveja, por su tendencia a ramonear, y les daba mejor rendimiento. Pero, indudablemente la cabra era un peligro para la conservación del monte, produciendo daños irreparables en la vegetación cuando su presencia era excesiva, como muy expresivamente pusieron de manifiesto los merineros con ocasión de sus protestas ante el Concejo segoviano. También se acusó a la Mesta de llevar un número excesivo de cabras en sus rebaños, puesto que esta organización no tenía ningún interés directo en la conservación del monte. Estas protestas insistentes consiguieron que la Comunidad segoviana diera en 1514 una ordenanza disponiendo que ningún ganado cabrío entre en ningún monte ni en pinar ni en soto de la dicha ciudad ni de ningún lugar de su tierra desde cavo del puerto. Esta medida, demasiado drástica para cambiar de repente las costumbres y las bases de la economía doméstica de la comarca, debió de ser poco respetada, pues en otras ordenanzas posteriores de 1574, relativas al monte de Valsaín, se adopta un criterio más flexible con los usos tradicionales, mandándose que no entren en el pinar más de 35 cabras por cada rebaño de mil ovejas por haberse visto por experiencia que las cabras hacen mucho y muy notable daño a los montes.

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Por lo que se refiere al aprovechamiento de la madera y demás productos del pinar la situación no era mucho mejor, por la gran cantidad de advertencias y prohibiciones que contienen dichas ordenanzas. Por otra parte, su continua reiteración, en todas las ocasiones que se promulgaron, da la impresión de que tales disposiciones eran muy poco respetadas. Entre ellas las más frecuentes prohibiciones fueron: la de labrar madera rolliza, ni sacarla del monte sin licencia, ni en cantidad superior a la autorizada; que los tocones no tuvieran más de dos pies de altura, ni dejar en el monte troncos de pinos apeados; no hacer fogatas sin tomar las oportunas medidas de seguridad; que los leñadores no pudieran hacer más que un viaje diario por leña, ni de noche, ni en día festivo. Una prohibición muy curiosa, entre otras muchas de menor trascendencia, es digna de conocerse, prohibía la práctica habitual de dar cuchilladas a los pinos, pues como consecuencia de ello muchas veces se secaban los árboles.

Explotación de madera a mediaos del S.XX

Como es sabido este pinar tiene una madera de excelente calidad. Ya en el siglo XVI se empleó como material de construcción, y no sólo en las obras de su propio palacio, sino también en otras edificaciones reales más o menos cercanas a este núcleo; como es el caso del Alcázar segoviano, El Escorial o El Pardo. Así, en repetidas ocasiones se ordenó «que se provean todos los carros, bueyes y gente que fuere necesarios para ayudar, llevar la madera que estuviese cortada y se fuese cortando de dicho monte para el dicho efecto». En la segunda mitad del siglo XVI, se realizaron diversos envíos a Madrid, preferentemente al Monasterio que mandara edificar la princesa de Portugal o al Alcázar. También en el siglo siguiente la madera procedente de estos pinares estuvo presente en las obras de la Encarnación o en la Capilla de la Orden Terciaria de San Francisco, ambas ubicadas en la capital. Y finalizando la centuria este material de construcción fue solicitado para otro tipo de empresas.

Estos bosques fueron usados también para otros fines de carácter más lúdico. Las célebres batidas de tela cerrada, una de las diversiones de la época, se celebraban en el mes de mayo en los cotos de Valsaín, la Fresneda, El Pardo y la Casa de Campo, en ellas se usaban varas de pino secas.

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La mayor parte de la madera se serraba en el propio monte, por lo que se hacía imprescindible la presencia de serradores en él. La mano de obra que aportaba la comarca resultó ser insuficiente «a causa de no hallarse los serradores y sierras que son necesarios». Con el fin de solventar tal deficiencia se dieron instrucciones concretas, se convocó a los oficiales serradores que hubiese en quince leguas a la redonda de la Casa Real del Bosque, quiénes deberían acudir con su herramienta de trabajo, la sierra.

La vegetación fue celosamente protegida por la Corona. Se prohibía cortar, arrancar, descortezar o sacar de cuajo los robles, fresnos y acebos de los pinares y montes de Valsaín; para lo cual se dejaban claramente expuestas las sanciones. Las infracciones fueron frecuentes, por lo que fue preciso tomar medidas con el fin de paliar tales abusos. A tal efecto, se nombró en 1565 una Comisión, cuyo objeto era castigar a los que hubieran talado este bosque.

Se prestó especial atención al cuidado y renovación de su arbolado, hasta el punto de que el propio Gaspar de Vega mostró su preocupación, informando al Rey en 1573 del estado en que se hallaba este bosque y la conveniencia de realizar en él mejoras. El pinar de Valsaín fue en todo momento estrechamente vigilado para su conservación, se nombraron para ello guardas de «a pie» y guardas de «a caballo», a los que se unirían más tarde guardas de caza. Felipe II declaró que los guardas que tanto él como su padre habían mandado poner en este lugar eran sólo para la caza, sin perjudicar en nada a la Comunidad.

No obstante, el Concejo de Segovia en el día de San Juan de cada año nombraba comisarios para inspeccionar el pinar. Se les concedía una gratificación de treinta mil maravedís, con la obligación de visitar el monte veinte veces al año con los guardas.

A raíz de la adquisición de unas obradas de este pinar por Felipe V, dan comienzo una serie de pleitos suscitados entre la ciudad de Segovia y su Junta de Linajes sobre a cuál de las dos comunidades correspondía la propiedad y el goce de dichos bosques, y a otros pleitos entre Segovia y la Corona. Parece ser que mientras las comunidades defendían sus derechos en los tribunales de justicia, el pinar de Valsaín era objeto de no pocas arbitrariedades: exceso de cortas, mala administración y la falta de cumplimiento de las ordenanzas establecidas en 1584. Todo esto trajo consigo que por Real Orden de 27 de noviembre de 1759 se retirara a la ciudad y Junta de Segovia «la permisión de semejantes cortas». El Corregidor de Segovia, D. José Velarde Henríquez, manifestó que la causa de los continuos fraudes de leña y madera se debía al reducido número de guardas que existía en ese momento, «uno mayor y cuatro ordinarios».

El Intendente de la ciudad también se hizo eco de los fraudes y de la mala conservación. Tan constantes denuncias obligaron a efectuar un reconocimiento general del pinar. La tarea fue asignada en 1755 a don Juan Piscotari y Molina calificado como persona inteligente y práctica en estos asuntos. En su informe refiere «que este pinar ha sido el más castigado, no sólo con cortas desarregladas y talas ejecutadas en ellos, sino con entradas de ganados, incendios y otros muchos contratiempos», de tal manera que en él «se hallan doce [cuarteles] quemados, veinticinco calvas y diecisiete navas que componen cincuenta y cuatro despoblados de dilatada extensión».

A consecuencia de todo esto, la adquisición de estos terrenos por parte de Carlos III no tardaría en confirmarse. Por Real Decreto de 28 de junio de 1761 se dispuso la incorporación de este pinar a la Corona. Obviamente las razones alegadas por el Monarca para realizar esta compra no fueron otras que las anteriormente mencionadas, es decir, la mala conservación y el progresivo deterioro de este pinar.

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Los terrenos fueron tasados por peritos, al objeto de poner precio a la compra. Para facilitar su tasación en renta y venta se recurrió de nuevo a su división en doce cuarteles: Alto de Guadarramillas, Majada Alta, Majadalarca, Las Maravillas, Navalarviento, Maja El Cochino, Peña la Cabra, Peñacítores, Majada el Grillo, Las Canchas de Prado Largo, El Vedado y Camorca Chica. La tasación de este pinar ascendió a la cantidad de tres millares trescientos cincuenta y dos mil doscientos setenta y siete reales y veintiocho maravedís en venta y de renta noventa y cuatro mil trescientos sesenta reales.

Del mismo modo se tasaron el pinar de Riofrío, las Matas Robledales de San Idelfonso, la Mata de Pirón en Sotosalvos y por último el Barracón contiguo a San Ildefonso y la Venta de la Fuenfría, Casa de Postas. Esto supuso un precio en venta de un millón noventa y siete mil setecientos treinta reales y en renta dieciséis mil cuatrocientos treinta reales.

El Rey aprobó la tasación total por Real Orden de 2 de octubre de 1761, ordenando al Marqués de Esquilache que se encargara de tomar posesión de dichos terrenos. La escritura de enajenación se otorgó el 4 de octubre de este mismo año, ante el notario don Antonio Martínez de Salazar. La incorporación de Valsaín a la Corona se verificó a través de la Real Cédula publicada el 15 de octubre de 1761.

En la escritura de compra se reservaron para aprovechamiento y beneficio de la ciudad y tierra de Segovia los pastos, leñas secas y muertas de los pinos, aguas corrientes y manantes, aunque, ciertamente, no pasó de ser una mera declaración, puesto que en la práctica pronto se interrumpiría el beneficio.

Ante estas contrariedades el Ayuntamiento segoviano desde 1855 comenzó a reclamar del Patrimonio Real su legítimo derecho sobre el aprovechamiento de los pastos, que no del arbolado ya que en ningún momento lo pretendió para sí. No exenta de razón estaba la Comunidad al reclamarlo si se piensa que en otros tiempos fueron los Reyes los que solicitaban permiso al Concejo Segoviano para que pudieran enviar sus ganados a pastar a Valsaín. Es lo que ocurrió con Fernando IV de Castilla, para con los ganados de la Orden de Calatrava. La Intendencia de Palacio aplazaba la respuesta con argumentos banales, sin conocimiento de Isabel II. A pesar de ello, y no quedando otra salida, el municipio decidió interponer una demanda contra la Soberana.

Entre tanto, el Ayuntamiento de Segovia había dejado de ser el gestor único de los bienes de la Comunidad al constituirse en 1857 la Junta de Investigación y Administración, cuya primera misión fue la separación de los bienes y derechos que correspondían al Ayuntamiento y los que eran de la Tierra. La demanda no se llegó a interponer a consecuencia de la Revolución de la Gloriosa de 1868 y la posterior desamortización de los bienes de la Corona.

Tras la Gloriosa la administración y explotación del pinar de Valsaín se adjudicó al Ministerio de Hacienda, aunque las Cortes Constituyentes lo habían declarado monte de utilidad pública, no enajenable y dependiente del Ministerio de Fomento. En 1872 se crea una Comisión para el servicio del Pinar de Valsaín.

Restaurada de nuevo la Monarquía, Segovia continuó exigiendo sus derechos, siendo reconocidos por Alfonso XII por Real Orden de 8 de marzo de 1878, si bien se incurrió en un grave error al añadir que el disfrute de los pastos, matas y robledales se «hiciese en los propios términos que venían disfrutándolos hasta 1868», cuando es sabido que en aquellos momentos el Patrimonio no lo permitía.

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En 1882 se ultimó el proyecto de Ordenación de las Reales Matas de Valsaín. Fue la primera ordenación de su clase que se planteó en España. El resultado de los estudios y observaciones hechos respecto a la carbonización de leñas, aprovechamiento de cortezas curtientes y cultivos de rasos y calveros se recoge en la memoria elaborada por los ingenieros de la Comisión ordenadora, dirigida por don Roque León del Rivero, Inspector General de Montes.

Fue precisamente este inspector quien presentó al Rey un proyecto para instalar en Valsaín un Aserradero. Su instalación fue objeto de polémica, pues se temía que supusiera daños irreparables al pinar y a la mano de obra maderera.

Recién proclamada la Segunda República, en el Decreto de 20 de abril de 1931, se nombró una Comisión para realizar la incautación por el Estado de los bienes del patrimonio que habían sido de la Corona; entre ellas una en la ciudad de Segovia n. Por Ley de 22 de marzo de 1932 se efectuó dicha incautación, cuyo destino se articuló por Decreto de 13 de junio de ese mismo año.

Por estas mismas fechas el Ministerio de Agricultura confeccionó un Catálogo de los montes de utilidad pública de la provincia de Segovia. En él aparecen como montes de titularidad estatal las Matas y el Pinar de Valsaín pertenecientes al término municipal de San Ildefonso. Asimismo, se detallan los límites tanto de Las Matas como del Pinar, sus especies arbóreas y las Hectáreas que a cada una de ellas corresponde, así como la totalidad de la superficie poblada.

En 1940 por ley de 7 de marzo, se reguló el denominado Patrimonio Nacional, constituido principalmente por los bienes que en su día pertenecieron a la Corona, entre ellos Valsaín, tanto su pinar, como sus matas y su aserradero.

La Constitución de 1978 establece la Monarquía Parlamentaria como forma política del Estado español haciéndose necesario una nueva regulación de este Patrimonio, que se plasma en la Ley 23/1982 del 16 de junio, que a su vez deroga la Ley señalada anteriormente.

El artículo 4 de la Ley 23/1982 recoge todos los bienes que integran dicho Patrimonio, quedando excluido todo lo referente a Valsaín, cuya titularidad quedó transferida a ICONA.

1.5.- La Granja

1.5.1.- El S. XVIII y la llegada de la monarquía ilustrada.

Resulta innegable que 1700 es una fecha significativa en la historia de la monarquía española y que la llegada al trono de la nueva dinastía coincide con cambios relevantes.

La muerte sin herederos directos de Carlos II y su último testamento pusieron sobre el tapete el tema que desde hacía años venía preocupando a las grandes potencias europeas, la sucesión española. Aunque los propios responsables de la política peninsular no dudaban en calificar el estado del Reino de lastimoso, la tentación de controlar lo que aún era una herencia grandiosa llevó a Luis XIV a aceptar el legado de Carlos II, rompiendo así con las otras potencias, más partidarias de una desmembración que facilitase el tan deseado equilibrio europeo.

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Felipe V. Jean Ranc. (Museo del Prado)

En noviembre de 1700, en Versalles y en presencia del embajador español y de los miembros más importantes de la familia real francesa, Felipe, duque de Anjou, fue reconocido por su abuelo como Rey de «la Monarquía más vasta del mundo». Pocas semanas después emprendió viaje a su nuevo Reino. Felipe, con 17 años, como ya había ocurrido con anterioridad con otro joven monarca, Carlos I, ni siquiera hablaba español y venía rodeado de un número no desdeñable de consejeros de su país natal. Un Borbón se encaramaba al trono de los Habsburgo, sus rivales seculares, con un marco internacional de desconfianza hacia el «imperialismo» de Luis XIV; que se vio acrecentada por las intromisiones más o menos directas del Monarca francés en los asuntos de su nieto.

En mayo de 1701 se produjo la ceremonia del juramento en las Cortes de Castilla y de León y a finales del verano el nuevo soberano inició su visita a los distintos Reinos que componían su Monarquía. En Cataluña la reunión de Cortes, las primeras desde las fallidas convocatorias de 1626 y 1632, terminó con importantes logros para ambos bandos, concesiones para el Principado por parte de la Corona y reconocimiento del Monarca y un importante donativo económico por parte de los catalanes. El estallido de la Guerra le impidió clausurar las Cortes de Aragón, mientras que las de Valencia ni siquiera llegaron a inaugurarse. La contienda, iniciada con la declaración de hostilidades por parte de las potencias marítimas contra Luis XIV en mayo de 1702 ocupa un lugar determinante en el cambio que sufrieron las relaciones del recién reconocido monarca con todos sus súbditos.

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La guerra sacó de nuevo a la luz multitud de conflictos mal cerrados. Los problemas sociales del Reino de Valencia; el profundo sentimiento anti francés entre las clases populares catalanas; la desconfianza de los castellanos hacia los privilegios fiscales de otros componentes de la monarquía hispánica,... Las consecuencias empezaron a vislumbrarse en 1707, con la proclamación de los primeros Decretos de Nueva Planta. Con gran claridad, pocos años después de haber jurado respeto a los diversos fueros peninsulares, expresaba Felipe V en el Real Decreto de 29 de julio su «real intención de que todo el continente de España se gobierne por unas mismas leyes». Las circunstancias bélicas abrían la puerta a una reforma rápida y radical, que iba a suponer el fin de la realidad foral que había caracterizado a la Monarquía. La Nueva Planta valenciana tuvo caracteres de «experiencia piloto» con unos primeros momentos de cierta desorganización y con contradicciones.

El avance de las tropas felipistas y el control, a partir de 1711, de todo el territorio aragonés facilitó la aplicación en esta zona de los Decretos de Nueva Planta, siguiendo el modelo valenciano. Una autoridad militar, el comandante general, se convertía en la máxima autoridad; el Tribunal de Justicia de Aragón desaparecía, sustituido por una Chancillería primero y una Real Audiencia después. También en Aragón se impuso el modelo municipal castellano, perdiendo con ello independencia los ayuntamientos frente a la autoridad real. Los primeros Decretos anunciaban el deseo regio de «reducir todos los Reynos de España a la uniformidad de unas mismas leyes, usos y costumbres y tribunales gobernándose igualmente todos por las leyes de Castilla, tan loables y plausibles en todo el Universo», se buscaba con ellos una uniformización del reino.

En el caso catalán, la experiencia acumulada tras las actuaciones en Valencia y Aragón, el fin de la guerra y la fuerza y vigencia de las instituciones catalanas, llevaron a una aplicación más reflexiva. De 1716 («Nueva Planta de la Real Audiencia del Principado de Cataluña») a 1735 («instrucción del Catastro»), se fueron sucediendo toda una serie de disposiciones que implantaron en Cataluña un modelo de funcionamiento similar al que ya existía en el resto de la Corona de Aragón, añadiéndose además una política de carácter lingüístico.

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Decreto de Nueva Planta. 1716

Con algunas variaciones y adaptaciones a las realidades locales, la aplicación de los Decretos de Nueva Planta supuso para los territorios de la Corona de Aragón un profundo cambio institucional de carácter racionalizador, uniformizador, centralizador y modernizador. Sin embargo, no podemos olvidar que aspectos fundamentales del Antiguo Régimen, como la estructura de la propiedad o la situación predominante de los estamentos privilegiados, se mantuvieron inalterados tras la contienda. El fortalecimiento del poder del Monarca era el objetivo fundamental en estos primeros momentos y todo aquello que no entrase en colisión directa con su autoridad y soberanía podía ser respetado.

La Guerra de Sucesión con que se abrió el período borbónico alteró de forma definitiva la «monarquía compuesta» de los Austrias. La Paz de Utrecht y la pérdida de los territorios europeos fortalecieron la dimensión peninsular de la Corona hispánica. Los Decretos de Nueva Planta iniciaron un proceso de transformación, al que pronto seguirían cambios en otros territorios ibéricos, que contribuyeron a ir conformando una nueva realidad político-administrativa en la que se iban desdibujando las viejas Coronas medievales. Podemos decir que la aplicación de los decretos de nueva planta supuso la unificación real del territorio bajo una sola corona, lo que supuso la aparición en términos reales del reino de España.

Cuando Felipe V se hizo cargo del Gobierno, la estructura de la administración respondía a un esquema «antiguo» y uno de los primeros objetivos de los asesores fue precisamente transformar en profundidad estas estructuras para mejorar su eficacia y así poder hacer frente al laberinto de competencias jurisdiccionales en que tantas veces naufragaba la posición suprema del Monarca.

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Durante el reinado de Carlos III, un Consejo de Castilla, renovado, con el conde de Aranda como Presidente y fiscales de la talla de Pedro Rodríguez Campomanes y José Moñino, el futuro conde de Floridablanca, se convirtió en elemento fundamental en la política reformista.

El avance centralizador, unificador y racionalizador que experimentó el Estado bajo los Borbones no fue un caso excepcional en la Europa de la época. La tendencia compartida en el continente es a superar las limitaciones que instituciones como la Iglesia y la nobleza o los privilegios regionales suponían al poder absoluto de los monarcas. Una Monarquía que se confunde con el Estado. La obra de Felipe V y sus ministros, continuada por Fernando VI y que alcanza su punto culminante bajo Carlos III es un buen ejemplo de ello.

Carlos III. Jean Renac

Esta tendencia absolutista que convierte al Monarca en la encarnación misma del Estado y que le confiere un poder prácticamente ilimitado, se ve enriquecida a medida que avanza la centuria con la aparición del programa ilustrado. Partiendo de las tesis de Hobbes o las de Bossuet como cimiento de su absolutismo y al abrigo de las nuevas ideas y planteamientos, toda una serie de Estados secundarios europeos iniciaron con mayor o menor fortuna una serie de reformas que debían permitirles superar el retraso que les separaba de Francia y, sobre todo, de Inglaterra, los dos modelos indiscutibles. Para los ilustrados el artífice, el impulsor de los cambios que les permitirían establecer el «orden natural de las cosas» debía ser el Monarca absoluto, el «déspota ilustrado».

La expresión «despotismo ilustrado» ha sido mayoritariamente aceptada para designar la fórmula política predominante en Europa en la segunda mitad de la centuria. El significado que el término «déspota» tenía en la época se asocia a «poder sin subordinación» ejercido por alguien que por su disposición suprema conoce lo que la naturaleza enseña y es conveniente, justo o verdadero.

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En este siglo XVIII, caracterizado por la creencia generalizada en la posibilidad del progreso y la felicidad si los hombres actuaban guiados por la razón, fueron quizás los fisiócratas los que mejor encarnaron la defensa de la existencia de una ley, de un orden natural al que se podía acceder por medio de la razón. Un buen déspota ilustrado debía gozar de poder absoluto para, por encima de voluntades, hacer reinar el orden natural de las cosas. Así conseguiría la felicidad de sus súbditos, aunque éstos no la quisieran. Sin embargo, ello exigía una creencia ciega en la bondad del monarca, en su prudencia y en su capacidad para ser guiado por la razón. El sistema funcionaría si se trataba de un rey «ilustrado», comprometido en la puesta en marcha de todos aquellos proyectos educativos, económicos, políticos diseñados por sus sabios ministros y consejeros, que liberarían a la sociedad de los frenos del tradicionalimo.

La valoración del legado reformista borbónico, sobre todo del reinado del monarca ilustrado por excelencia, Carlos III, ha sufrido contantes vaivenes. Sin embargo, el desarrollo último de las ideas racionalistas ilustradas llevaba implícito el debilitamiento de los principios que sostenían la monarquía absoluta. Las revoluciones de fines de siglo fueron la consecuencia lógica de la evolución de las ideas difundidas bajo el despotismo ilustrado. Liberado el hombre de los poderes arbitrarios, restablecido el orden natural, los súbditos no tardarían en convertirse en ciudadanos libres que regularían sus relaciones en virtud de unos derechos naturales dentro de un sistema político reglado por el mismo orden natural. En general, habrá que esperar al siglo XIX para que estalle la polémica entre soberanía monárquica y soberanía de la nación, pero ya frente al papel preponderante que los ilustrados habían conferido al monarca, aparece la idea de que la felicidad de un reino depende no de la personalidad de su Rey, sino de la bondad o maldad de su constitución.

A fines de siglo y de la mano de autores extranjeros, algunos ilustrados españoles empezaron a perder confianza en el despotismo ilustrado. En el marco convulso que supuso el estallido de la revolución francesa y la ejecución de Luis XVI, pronto resultó evidente la fortaleza que aún tenían en la Península los más tradicionalistas, aquellos que habían visto atacados sus privilegios por las medidas de los reformistas y que ahora iban a oponerse frontalmente a cualquier alteración del status quo. Ilustrados reformistas como Floridablanca contemplaron aterrados la evolución de los acontecimientos franceses. Las fronteras se cerraron y se reactivó la censura para intentar, sin éxito, frenar la llegada de los nuevos aires revolucionarios. Los reaccionarios, que bajo Carlos IV se habían limitado a vaticinar los peligros que acarrearían las nuevas ideas reformistas, cobraron nuevas fuerzas en el entorno de la Corona. Los ilustrados reformistas incapaces de aportar soluciones fueron perdiendo partidarios frente a los planteamientos radicales, animados por el ejemplo del país vecino. Absolutistas y liberales iban preparando sus argumentos para el enfrentamiento directo que se produciría en la siguiente centuria.

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• El origen de La Granja de San Ildefonso:

En 1450 el rey don Enrique IV, que se hallaba en el Palacio del Bosque, hizo construir una casa y una ermita dedicada a San Ildefonso, en un pintoresco sitio denominado Casar del Pollo, propiedad del llamado Pedro el Santo al que se indemnizó con 500 maravedíes anuales. El 24 de julio de 1477, en Medina del Campo, los reyes católicos expidieron un albalá donando los terrenos de San Ildefonso, a la comunidad de jerónimos del Parral, monasterio que se encuentra a orillas delríoEresma, en Segovia. En virtud de esta generosa cesión, tomó posesión de ella Fr. Pedro de Mesa, prior de la Comunidad, en septiembre de ese año. La ermita formaba parte de los bienes del obispado de Segovia, pues el 23 de Abril de 1478, D. Juan Arias Dávila, obispo de la ciudad, hizo renuncia formal de ella, de sus casas, solares, tierras, prados, pastos y montes en favor de la misma comunidad de jerónimos; la donación fue confirmada por el Papa Sixto IV en Agosto de 1481. La finca donada por los Reyes Católicos se componía de dos casas viejas con corral, un huerto, seis obradas1 de tierra, más otras diez que constituían un trozo de terreno denominado Nava la Loba, una poza para macerar lino, y otras seis obradas, el llamado Casar del Pollo. Posteriormente se edificó una casa-hospedería, cuyo claustro aun se conserva intacto en el centro del Real Palacio, y donde los monjes jerónimos solían pasar la estación veraniega. Esta granja de recreo del monasterio del Parral fue el primitivo origen del sitio y a ella debe su nombre.

Doscientos cuarenta y dos años después de que este terreno fuese donado por los Reyes Católicos a los monjes Jerónimos, Felipe V lo descubrió. Se encontraba el nuevo monarca de cacería cuando llegó al paraje, de cual quedó prendado. El enamoramiento que sufrió con el lugar le llevó a decir la construcción en el lugar de un palacio donde retirarse en los meses estivales. Para poder llevar a cabo su sueño ordenó la compra a la comunidad del Parral de la granja, la ermita y de todos los terrenos anejos, con las edificaciones que en ellos se encontraran. Se componía la finca de: la casa-hospedería, tres ranchos grandes, dos huertas y un prado llamado Robledo, con muchos árboles frutales, nogales y álamos grandes la ermita y un gran prado en el que había muchos álamos y fresnos; el de Navalcaballo, con un pedazo de monte de roble, y otro denominado del Pozo. La escritura de venta fue otorgada en 23 de Marzo de 1720 por Fr. Andrés de Santa María, en nombre del prior y monjes del Parral, pagando el monarca por todo ello 1.000 ducados de renta anual y 100 fanegas de sal de las fábricas de Atienza. El pago en especie fue conmutado después a metálico y redimido, en 16 de Febrero de 1743, mediante el pago de 1.132.000 reales en papel del Estado.

Ermita de San Ildefonso

1 Según el Diccionario de la lengua de la Real Academia Española, en su segunda acepción, una Obrada es una

medida agraria usada en las provincias de Palencia, Segovia y Valladolid, en equivalencia, respectivamente, de 53,832

áreas, de 39,303 áreas y de 46,582 áreas.

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Felipe V, que ya en aquella época debía acariciar en su mente la idea de la abdicación, miraba con cansancio el falso brillo del poder y de las grandezas mundanas; deseaba la quietud y el reposo de la soledad y quería buscar en los consuelos de la religión la tranquilidad que apetecía su abatido espíritu y que no podía encontrar en las agitadas regiones del poder. Estas causas y su pasión a la magnificencia le inspiraron la idea de crear otro Versalles en las laderas de estos montes, edificando un palacio con su capilla, adornado de bellísimos jardines que hicieran más grata aquella mansión, pues debía ser un lugar de retiro y de deleite. Su austeridad religiosa chocaba con el proyecto de construirse una rica vivienda adornada con todo lo que la naturaleza, el arte y el más refinado gusto pudieran ofrecer. Se buscaba al ermitaño entre rocas y grutas y se encontraba al príncipe entre templetes y flores. Parecía haber querido construir otro Escorial e hizo un Versalles. Pensó imitar la vida cenobítica de Felipe II, y demostró que había sido educado en la fastuosa corte de Luis XIV.

Para realizar sus grandiosos proyectos era insuficiente el terreno que compró a la comunidad del Parral, por cuyo motivo adquirió, el 27 de Setiembre de 1723, después de comenzadas las obras de los jardines, un trozo de terreno de los montes de Valsaín, de 201 obradas de cabida, perteneciente a la Comunidad de la ciudad de Segovia y su noble Junta de Linajes, cuyas corporaciones le donaron otras 7 obradas para el gran depósito de aguas que debía surtir a las fuentes monumentales. El depósito de aguas quedaba fuera del terreno adquirido por el Rey, y comprendiendo los inconvenientes que esto podría acarrear, negoció con la comunidad de Segovia la cesión de todo el terreno que le circundaba, con lo que se conseguía además ensanchar considerablemente el Real Parque por la parte del Oriente y regularizar la línea de su perímetro. La venta se efectuó el año 1735, añadiendo 186 obradas más en la parte del Mar, que es el terreno que actualmente constituye el Bosque, y otras 6 más en la línea del Mediodía, mirando al camino de Valsaín.

Estanque de “El Mar”

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El plano del palacio se encargó a D. Teodoro Ardemans, maestro mayor del Real palacio y villa de Madrid, habiéndole comunicado el Rey su deseo de que no se derribara nada de la antigua casa-hospedería de los frailes. Hecho el plano y aprobado por S. M., después de algunos trabajos preliminares de explanación y nivelación del terreno, se dio principio a las obras en Abril de 1721, encomendándose su ejecución al aparejador D. Juan Romano. Al mismo tiempo se iniciaron también las obras para el trazado de los jardines, bajo la dirección de D. Renato Carlier y de D. Estéban Boutelou, notable escultor el primero y hábil jardinero el segundo. Todos estos trabajos se emprendieron con gran ilusión y se prosiguieron con extraordinaria actividad, sobre todo durante el año 1723, gracias al aumento de operarios y al estímulo provocado por la presencia de los Reyes, que venían todos los días desde Valsaín a examinar las obras. Estos alicientes permitieron que el palacio anexo a la casa-hospedería y la capilla se terminaran gran premura. El palacio se bendijo el 27 de Julio de 1723 y la capilla fue consagrada el 22 de diciembre del mismo año por el cardenal Borja.

Los trabajos de los jardines y fuentes seguían también con gran prisa, en particular la Cascada, que el Rey quería ver concluida por ser la que daba frente a sus habitaciones pero no pudieron terminarse tan pronto, porque la magnitud de tan grandiosa empresa exigía mucho tiempo. Veinte años de trabajo ininterrumpido fueron precisos para convertir las escarpadas vertientes y los profundos barrancos del terreno en los magnificas jardines y parterres que hoy se ofrece al deleite de los visitantes.

Fuente de la Cascada Nueva

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La abdicación hecha por D. Felipe V a favor de su hijo primogénito D. Luis no fue un obstáculo para la activa continuidad de las obras, y el Rey, previsor, consigno, en el decreto que expidió con este objeto el día 10 de Enero de 1724, que se reservaba para sí, para la Reina y para el Sitio y palacio de San Ildefonso, seiscientos mil ducados para su mantenimiento y «lo que necesitase para construir los jardines que comenzados tenia» Los monarcas fundadores habitaron constantemente en el Real Sitio de San Ildefonso, desde que se consagró la capilla de palacio hasta el 31 de Agosto de 1724 en que por la prematura muerte del rey D. Luis I, volvieron a ocupar el trono de España. El Real Sitio de San Ildefonso, con todos los terrenos que actualmente forman parte de él no se constituyó definitivamente hasta el reinado de Carlos III, en cuya época se compró a la ciudad de Segovia y a su noble Junta de Linajes los pinares de Valsaín y Riofrío, con sus matas robledales, y la mata de Pirón, en término de Sotosalbos redimiendo posteriormente, desde 1762 hasta 1766, todos gravámenes existentes sobre estas fincas. Más tarde, en 2 de Julio de 1768, fue vendida a S. M., por D. Pedro Contreras y Julianas, la dehesa de Aldeanueva, contigua a los bosques de Valsaín, con su casa de esquileo, lonjas, encerraderos, pastos y abrevaderos, que poseía esta propiedad un mayorazgo creado en Valladolid, en 1526, por D. Juan de Contreras y Dª. Isabel de Cáceres.

Antiguamente era San Ildefonso jurisdicción privativa de los monarcas, correspondiendo a su intendente supervisar todos los asuntos civiles y militares; en 1810 se constituyó, al amparo de las directrices marcadas por el monarca José Bonaparte, el ayuntamiento del municipio, siendo Pedro Marie su primer alcalde.

Su término jurisdiccional se fijó en la Real orden del 22 de Setiembre de 1769. Comprendía todo el recinto murado de San Ildefonso, el sitio de Valsaín con su Parque y Bosquecillo, la Casa de Vacas en la mata de la Sauca, y la del Nuevo Pulimento de Espejos, cuyas ruinas aun se conservan a orillas del río Cambrones, y las inmediaciones del puente de la carretera a Torrecaballeros. Además, abrazaba una zona de terreno no limitada por una línea que desde el puente de Valsaín seguía el camino de la Cruz del Carretero, y pasaba por el cebo de la Pata de la Vaca terminando en la esquina de la tapia de San Ildefonso más próxima a la fuente de la Plata. Desde allí seguía toda la tapia de los Jardines hasta su ángulo oriental, y después una línea recta hasta la Casa del Nuevo Pulimento donde cortaba al río Cambrones, cuya margen servía de límite hasta su desembocadura en el Eresma y luego remontando el río hacia Valsaín, hasta el puente que sirvió de punto de partida. Se excluían de la jurisdicción del intendente de este Real Sitio los terrenos enclavados dentro de esta zona que se denominaban Alijares, los cuales seguían perteneciendo a Segovia.

El Regente del Reino, por decreto expedido el año 1873, amplió considerablemente el término jurisdiccional de este pueblo, dándole por límites los que correspondían a las antiguas propiedades del Real Patrimonio, y encerrando dentro de su extenso perímetro todos los pinares de Valsaín y Riofrío con sus matas robledales.

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Plano del municipio realizado por Breñosa y Castellarnau. 1884

Durante el periodo de la revolución de la Gloriosa y de la I República las propiedades sufrieron ciertos cambios. Muchos edificios que pertenecían al Real Patrimonio, tales como las casas de Alhajas, Músicos, del Abad, del Sumiller, de Gentiles, etc., fueron desamortizados y adquiridos por particulares. Muchos de ellos se reincorporaron durante los primeros años de la restauración a los propietarios previos a 1868.

El Palacio está formado por un gran cuerpo de figura rectangular, en cuyo centro se conserva el antiguo claustro de la casa hospedería de los frailes, denominado ahora Patio de la Fuente. De las caras N. y S. salen respectivamente dos alas paralelas que dejan entre sí los huecos conocidos con los nombres de Patio de coches y Patio de la Herradura. En la parte posterior se adosa la Colegiata, formando un cuerpo saliente que avanza hacia la plaza de Palacio y una de las alas que parte de la cara septentrional, que se encuentra interrumpida por la Casa de Damas, edificada a finales del reinado de Carlos III, y que cierra por el N. la parte más alta de la plaza de palacio.

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Fachada principal del Palacio de La Granja

El Patio de la Herradura comunica con los jardines y a ellos mira la fachada principal. Al patio de Coches se entra desde la Plaza de Palacio. Los tres patios se unen entre sí por un largo corredor que desde el de Coches pasa por debajo de la escalera principal, atraviesa lateralmente el de la Fuente y sale al de la Herradura por una puerta de hierro que se abre en el centro de su fondo.

La fachada que da frente al parterre de Palacio y la Cascada mide 155 metros de longitud, y se compone de una parte central y dos laterales. La primera, de 63 metros, corresponde al cuerpo principal del edificio, y las segundas, a las alas que de él parten limitando los patios.

Está formado el centro de esta fachada por un solo orden de columnas y pilastras compuestas que sostienen un sencillo entablamento sobre el cual corre una balaustrada adornada con jarrones de mármol. En medio, y constituyendo un segmento arquitectónico que avanza un poco sobre el paramento general, se levantan cuatro columnas que sirven de apoyo, mediante el cornisamento, a un ático rectangular, coronado también por la balaustrada. Los tres intercolumnios que forman, están ocupados por puertas de hierro, al nivel de la planta baja, y por balcones volados en la principal. En los cinco restantes de cada lado se abren una puerta y un balcón en los dos primeros, y ventana y balcón en los últimos.

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Los fustes estriados de las columnas y pilastras son de caliza roja de Sepúlveda, las bases áticas, que reposan sobre zócalos de granito, y los capiteles, ricamente esculpidos, son de mármol blanco. El entablamento general se compone de un arquitrabe de tres resaltes, construido con granito en forma adintelada; un friso completamente liso de piedra roja; y una cornisa, también de granito. La balaustrada del coronamiento general, de caliza roja sirve de apoyo a jarrones de mármol blanco adornados con guirnaldas. El ático rectangular se compone de cuatro cariátides de mármol, que representan las estaciones del año y que sostienen con cabezas y brazos un entablamento igual al general, coronado también por una balaustrada que lleva encima trofeos guerreros. En el tímpano del intercolumnio central se ven esculpidas en mármol las armas de España y de la casa de Borbón, reunidas por el Toisón de oro y cobijadas por la corona real. En los otros dos de los costados se representan, en medallones circulares, los retratos de los reyes fundadores vestidos de guerreros romanos. Entre las ménsulas que sostienen los balcones volados se encuentran simbolizadas, en tres caras de mármol, la Aurora, el Día y la Noche.

Detalle de las caras

La altura de la fachada hasta el entablamento general es de 13,5 metros, y la del centro, comprendiendo el ático, de 22,3 metros. Las fachadas laterales ocupan una longitud de 45 metros cada una y buscan la simetría. Se componen de dos órdenes sobrepuestos de columnas y pilastras; en el inferior hay columnas en los costados y pares de pilastras en el centro, todas de orden toscano y en el superior, pilastras jónicas. El entablamento que corre sobre las dos series de apoyos es igual al que anteriormente hemos descrito. En los intercolumnios de arriba se abren balcones cuyas jambas cortan interrumpen el primer cornisamento, en los de abajo, se abren puertas y ventanas alternadas. Todas las partes de columnas y pilastras son de caliza roja de Sepúlveda, mientras que el zócalo inferior, los arquitrabes y cornisas, así como las jambas, dinteles y guardapolvos, de granito. Estos últimos, por sus formas y adornos, corresponden al estilo del Renacimiento en su período de decadencia.

Para esta fachada general no hay punto de vista desde donde pueda abrazarse su conjunto, pues el parterre de Palacio no tiene más anchura que la de la parte central, prolongándose las filas de arboles que lo limitan lateralmente, hasta muy cerca del edificio. Desde la meseta superior de la Cascada se ofrece a la vista el centro de la fachada, produciendo un efecto bastante agradable sus altas columnas y pilastras y el elegante ático del coronamiento. La esbelta cúpula de la Colegiata contribuye a la belleza de la perspectiva. Es necesario hacer notar un ligero defecto arquitectónico cometido al trazar esta fachada. Las columnas y pilastras pertenecen al orden compuesto, un orden que requiere más lujo y riqueza de ornamentación, no obstante, el friso del entablamento se presenta completamente liso y privado de adornos.

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Fachada principal del Palacio de La Granja

La idea de esta fachada central se debe al abate Juvara, arquitecto italiano que vino a España en tiempo de Felipe V para formar los planos de algunos palacios Reales, pero habiéndole sustituido en 1736 su discípulo Saqueti, éste la delineó y trazó definitivamente. Su construcción fue posterior a la del edificio, debiéndose haber verificado hacia el año 1739, pues cuando Belando visitó este Real Sitio todavía estaba en proyecto. El coste ascendió a 3.360.000 reales. Las fachadas laterales corresponden a la época de la construcción de Palacio. La sobre posición de órdenes distintos de arquitectura, y sobre todo, la interrupción del entablamento inferior por las jambas de los balcones indican una decadencia de la arquitectura griega, que se inició con los romanos y llegó a su apogeo en el período del Renacimiento.

La fachada del Patio de la Herradura es toda de granito, realzada con medias columnas de capiteles jónicos adornados. En los intercolumnios se abren hornacinas, que primitivamente debieron destinarse para colocar estatuas, pero que carecen actualmente de ellas. En los extremos de las alas laterales, y mirando al interior del patio, hay dos puertas, precedidas de pequeñas escalinatas de granito que dan ingreso al interior del edificio. En el lienzo del fondo, tres puertas con verjas de hierro, de las que sólo la del centro puede abrirse, y por ella se accede al pasillo que comunica con los patios de la Fuente y de Coches. Toda la ornamentación de los cuerpos laterales es puramente barroca y de mal gusto; la del fondo puede considerarse como perteneciente al segundo período del Renacimiento.

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Patio de La Herradura

Entrando por la puerta del fondo, se pasa al palio de la Fuente, que era el claustro de la casa hospedería en tiempo de los frailes jerónimos, como ya hemos dicho. Está circundado por un pórtico de pilares de granito y dinteles rectos, que constituyen un estilo de construcción sencillo al par que severo, y en el centro se levanta una fuente cuyo origen se remonta también a aquellos tiempos.

Patio de la fuente

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Las fachadas del patio de Coches y la general del edificio por su parte posterior, la que mira a la plaza de Palacio. El mejor punto de vista para abrazar el conjunto de la última, es el que corresponde a la mayor anchura de la Plaza, desde donde se domina completamente el edificio, con sus torres empizarradas en los costados, y la Colegiata en el centro, coronada por su elevada cúpula y las sencillas torres que la acompañan.

La puerta principal de Palacio se abre en esta fachada, a la izquierda de la Colegiata, y por ella se entra al Patio de Coches. De construcción sencilla, está formado por dos tramos que se reúnen en la meseta superior. La gradería es de granito, así como los pilares de la balaustrada que sostienen una barandilla de hierro pintada de blanco y oro. Todo el hueco de la escalera va coronado por una bóveda de media naranja rematada por la linterna, donde se abren las ventanas de iluminación. Esta escalera no existía en tiempo de Carlos IV, como muestran los planos del Palacio realizados en su reinado, su construcción debe atribuirse a Fernando VII. Desde la fundación, la entrada de Palacio estaba situada en el Patio de la Herradura, donde venía a terminar el camino de Valsaín, que penetraba en los jardines por la puerta de Cosidos o de los Baños de Diana.

Acceso al Patio de Los Coches

Consta el Palacio de planta baja y principal: en la primera se encuentran la Galería de las estatuas, una de cuyas piezas es el comedor, la Comandancia general de Alabarderos, oficinas de la Mayordomía Mayor, Telégrafo, Conserjería y otras dependencias. La planta principal consta de la Galería oficial, destinada a recepciones audiencias y consejos de ministros, y de las habitaciones particulares de Sus Majestades.

Entrando en Palacio por su escalera principal las habitaciones del piso alto y a la Galería de estatuas son las que actualmente pueden ser visitadas, el resto de las estancias solo son visitables con una autorización especial de Patrimonio Nacional.

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Las habitaciones por lo general se encuentran decoradas con gusto. Los muebles pertenecen en su mayor parte al estilo del Imperio y sobre todo los de la Galería oficial; pero se encuentran también otros más antiguos al gusto de las épocas de Luis XIV, la Regencia y Luis XV.

La colección de cuadros, especialmente de las escuelas flamenca y holandesa, era riquísima, pues la reina doña Isabel de Farnesio adquirió en Roma para este Palacio por mediación del pintor veneciano G. B. Pittoni y recomendación del abate Juvara, gran número de muy notables cuadros de estas escuelas. Al crearse el Real Museo del Prado, en 1829, los de mayor importancia que existían aquí fueron trasladados a él por orden de Fernando VII. Actualmente se encuentran en su catalogo 351 cuadros procedentes de este Palacio, entre ellos tres originales de Correggio, dos de Luca Giordano, cuatro de Il Guido, uno de Pablo Verones, seis de Tintoreto, uno de Claudia Coello, 16 de Murillo, dos de Ribera, cuatro de Velázquez, cuatro de Van Dyck, 14 de Rubens y 24 de Teniers.

Entre los cuadros de la primitiva colección que actualmente existen no hay ninguno de gran mérito pero son apreciables los muchos que pintó Michel Ange Houasse, de la escuela francesa, que fue primer pintor del rey Felipe V. En el reinado de Isabel II, la empobrecida colección de pinturas del Palacio fue notablemente aumentada con las que compraron al Marqués de Salamanca entre los años de 1848 y 1852.

Las estatuas de mármol que enriquecían la galería baja, algunas griegas muy sobresalientes, como el grupo de Castor y Pólux, forman parte en la actualidad del fondo escultórico del Museo del Prado. Estas estatuas se encontraban en la galería inferior, cuyos ventanales dan una vista maravillosa de los Jardines de este Real Palacio.

Ofrenda de Orestes a Pilades. Grupo de San Ildefonso. (Museo del Prado)

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• Los Jardines:

Plano general del municipio, los Jardines y el Palacio de La Granja

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Lo mismo que en las demás obras de arte del real sitio, en los jardines se nota, de un modo muy marcado, la influencia de la época en que se hicieron. Después de una sangrienta guerra, y apenas consolidada la paz, la grandeza de Francia y el nombre de Luis XIV llenaban el mundo entero. Todos conocían la magnificencia de las fiestas de Versalles, a cuyo esplendor contribuían en gran parte los magníficos jardines que les servían de teatro. Don Felipe V, aunque ya español de corazón, no podía olvidar ni aquellas fiestas ni aquellos jardines, y cuando abatido y melancólico determinó retirarse en este Real Sitio, trató de que le rodeasen los recuerdos de su juventud, esperando de esta manera encontrar la tranquilidad y el reposo que necesitaba su alma fatigada. Quiso que aquellas calles de arboles largas y sombrías, aquellos parterres adornados de jarrones y estatuas, y aquellas fuentes monumentales, que aun hoy día se admiran, fuesen transportados al centro de España. Deseó que este nuevo complejo palacial se inspirase en el que había pasado parte de su infancia, el de Versalles, pero en todo momento expreso su deseo de que rivalizase con él en belleza y esplendor.

El estilo clásico francés fue el que se siguió en éstos pues Le Nótre, arquitecto de Versalles, hizo una verdadera revolución en el arte de la jardinería, y sus principios fueron universalmente seguidos en aquella época, y por más que hoy día están del todo abandonados, preciso es confesar que producen un sentimiento de grandeza y majestad difícil de obtener de otra manera. El efecto de las líneas rectas, del dibujo regular y de la simetría, cuando están combinados con arte y en grandes proporciones, «es majestuoso y no deja también de tener su encanto la sujeción de la naturaleza a la regla y al compas, para hermanarlas con las obras de arte y la arquitectura». Los jardines más notables de Europa del siglo XVII y parte del XVIII pertenecen a este estilo, e Inglaterra, Rusia, Alemania e Italia poseen bellos ejemplos.

La dirección de Renato Carlíer, que a la vez era jefe de los escultores, sólo duró un año debido a su muerte, le sucedió al frente de los trabajos D. Estéban Boutelou, auxiliándole en la formación de las Partidas reservadas por Joly, Basani y Lemmi. Este último fue luego nombrado jardinero mayor.

Neptuno. Estatua decorativa del Jardín de La Granja

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Muerto Felipe V en 1746, terminaron las obras, y puede decirse que desde entonces no se han hecho otros trabajos que los necesarios de entretenimiento, pues algunas variaciones recientemente introducidas son de escasa importancia, y afectan más particularmente a las Partidas reservadas. La última fuente que se hizo fue la de los Baños de Diana, terminada en 1742, cuatro años antes de la muerte del Rey. El primer trazado se limitaba a la mitad del jardín, ocupado por el gran rectángulo de las Ocho Calles, y la falta de continuación por bajo de la calle de Valsaín y parterre de la Fama debe atribuirse al deseo de conservar algunas plantaciones existentes ya de antiguo en los alrededores de la ermita de San Ildefonso. La otra mitad se distingue por la falta de uniformidad en su trazado, por ser el tilo la especie empleada en la plantación lineal, y por no tener sus calles paseos laterales, mientras que las de las Ocho Calles los tienen siempre. Como los olmos se encontraban ya en las inmediaciones de la Ermita, es lógico suponer que las calles formadas por ellos precedieron a las de tilo, especie no común en la zona. En Febrero de 1723 llegaron de Francia los primeros castaños de Indias.

Si bien no en tan alto grado como en los jardines clásicos antiguos, en cuyas terrazas dominaba mas el mármol que los arboles. En los del estilo creado por Le Nótre ocupan un papel importante las obras de arte, especialmente las estatuas, jarrones y fuentes. Para su ejecución hizo venir don Felipe V una multitud de artistas franceses que establecieron sus talleres en Valsaín, bajo la dirección de D. Renato Carlier, que era conocido como escultor por figurar en Versalles algunas estatuas suyas, y que a la vez dirigía el trazado de los Jardines; son escasas sus obras debido a su prematuro fallecimiento, apenas un año después de llegar. Es probable, no obstante, que el plan de algunas fuentes sea suyo, aunque ejecutadas por Fremin y Thierri, que a su muerte le sucedieron, y a los que se deben la mayor parte de estatuas y todas las fuentes, excepto la Fama y los Baños de Diana, que son obra de Demandre y Pitué, sus discípulos aventajados. Las estatuas son todas de mármol blanco, lo mismo que sus pedestales, y la primitiva idea del Rey fue hacer las figuras de las fuentes de bronce. A este efecto hizo venir de Roma a Francisco Rey para que se encargase de la fundición, aunque rápidamente, entre él y los escultores, surgieron diferencias y dificultades. Los escultores propusieron hacerlas de plomo, encargándose de dirigir todos los trabajos necesarios, idea que fue aceptada y puesta en práctica; en lo que se perdió bastante, pues aun prescindiendo del buen efecto y mayor riqueza que hubieran tenido, no habría que lamentar la deformación que se produjo en algunas de ellas. Los jarrones que adornan los parterres son también de plomo, y de mármol los pedestales sobre los que descansan. Algunos de ellos, de buen gusto y graciosas proporciones, están ricamente exornados, o con sencillos bajo relieves que representan asuntos mitológicos o venatorios.

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Detalle de uno de los jarrones que adornan el Jardín de La Granja

En general, el mérito artístico de las obras escultóricas no es notable, pero si las estatuas, puestas en un museo, podrían ser objeto de crítica, colocadas en el cruce de las calles, a la densa sombra de corpulentos arboles, y sirviéndoles de fondo el verde y tupido follaje, producen un efecto admirable. Las figuras de las fuentes participan de los mismos defectos, y unas y otras pertenecen a la escuela que, abandonando el clasicismo de la estatuaria griega, sigue el camino trazado por Bernini. Así y todo, las estatuas de estos Jardines bien pueden figurar con ventaja al lado de las que se ven en otros muy renombrados de países clásicos en bellas artes, como, por ejemplo, los de Bóboli, en Florencia, y otros varios. Pero si la parte escultórica de las fuentes no es notable, en cambio, el efecto que produce la gran cantidad de agua y los mil surtidores que se cruzan formando vistosos juegos, es magnífico y sorprendente. Desde este punto de vista no tienen rival y son justamente admiradas. Su estilo es de todo punto diferente al de la célebre Fontana di Trevi de Roma, que se siguió, si bien mejorándolo mucho, en la cascada de Longchamp de Marsella, en la del Palacio del Trocadero, y en el Parque de Barcelona, y con las cuales, a causa de su heterogeneidad no es posible compararlas.

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Fuente de Diana

El número total de fuentes es de veintiséis, mas no todas son diferentes, hallándose algunas repetidas, como las de los Dragones, las Tazas y los Caracoles, y también podemos contar en este número las ocho de las Ocho Calles, a pesar de que su grupo central es diferente. Teniendo esto en cuenta, quedan reducidas a las diez y seis siguientes: Fama, Baños de Diana, Ranas, Ocho Calles (donde se ubican a su vez ocho fuente), Tazas (dos fuentes), Dragones (dos fuentes), Canastillo, Andrómeda, Apolo, Neptuno, Abanico, Caracoles (dos fuentes), Anfitrite, Tres Gracias, Vientos y Selva. Algunas de éstas alcanzan el máximo efecto cuando corren combinadas, y de aquí que su agrupación tenga nombre particular, como sucede con la Cascada Nueva, frente al Palacio, que se compone de las Tres gracias, la Cascada y Anfitrite, y la Carrera de Caballos, de las siguientes: Andrómeda, Cascada Vieja, Dragones de la media luna, Apolo, Mascaron, Neptuno, Abanico y dos Caracoles. No todas las fuentes son del mismo mérito.

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Detalle fuente de La Cascada

Más bien que jardín le corresponde llamarse parque al conjunto de terreno cercado que ordinariamente se designa con el nombre de Los jardines; pues casi toda la mitad superior esta sin ajardinado alguno. Podemos distinguir dos divisiones: el Bosque, que comprende a la parte superior sin cultivar y los Jardines que corresponde a toda la inferior, cruzada de calles con plantación lineal y donde están las fuentes y estatuas. Algunos trozos de éstos, de acceso restringido, forman las Partidas reservadas. Su extensión superficial es de 146 hectáreas, distribuidas entre las divisiones de la siguiente forma:

El Bosque: 67 hectáreas; los Jardines: 61 hectáreas; y las Partidas reservadas: 18 hectáreas.

Un muro de 6 kilómetros, a próximamente, de longitud cierra completamente el Parque y en él se encuentran varias puertas. Prescindiendo de las que están en las Partidas reservadas, comunican con la población la Principal y la de la Botica, situadas a ambos lados.

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La mayor parte de las aguas que entran en el Parque para las fuentes y ciertos servicios, procede de los arroyos Morete y Cambrones y de la cacera de Peñalara, que es una derivación del arroyo del mismo nombre. Todas vienen del Pinar, y el morete se une al Carnero por medio de una presa que conduce todo el caudal del primero al segundo. Esta unión se verifica en las Matas, cerca de la tapia oriental del Parque, y las aguas entran en el mismo por un rastrillo situado a la izquierda de la Puerta del Cebo. La cacera de Peñalara, que en su curso se enriquece con las aguas de los arroyos Cabrerizas y Charranea, entra independiente por una apertura practicada cerca del ángulo meridional de la tapia, pero en seguida reúne sus aguas a las ya citadas en una presa de distribución. Además de las aguas que entran procedentes de arroyos y caceras, se encuentran en él una porción de fuentes naturales de excelente y fresca agua. A continuación, enumeramos todas las fuentes naturales del Parque y los sitios donde se encuentran.

Las calles son de dos clases: unas de 10 metros de anchura, con paseos laterales de 3 metros y medio, y otras, sin paseos y de sólo 8 metros de ancho. Las primeras ocupan la mitad de los jardines de las Ocho Calles, y las segundas la otra mitad, sirviéndoles de línea divisoria la calle de la Medianería. La superficie total ocupada por las calles y plazoletas en cuyo centro están las fuentes, es de 18 hectáreas.

Calle de los Jardines de La Granja

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Las porciones de terreno comprendidas entre las calles se llaman bosquetes, y en los jardines a la francesa se ponía el mayor esmero en adornarlos y hacerlos agradables, pero siguiendo siempre los mismos principios de simetría, y embelleciéndolos con obras de arte. A la muerte de Felipe V concluyeron los trabajos, y los bosquetes de estos jardines quedaron inacabados. Posteriormente, en algunos de ellos, se abrieron veredas irregulares que permiten transitarlos, y ofrecen hermosos sitios y agradables puntos de vista. Los parterres forman también parte esencial de esta clase de jardines, pues además de proporcionar aire y luz, interrumpen la monotonía y recrean la vista con sus cuadros y parterres adornados de flores.

El parterre de la Fama, el más visible y destacable de todo el jardín, por lo cual vamos a describirle brevemente, su diseño es posterior al realizado durante el reinado de Felipe V. Pertenece al gusto de los parterres ingleses y se compone de dos figuras iguales y simétricamente colocadas, y escotados los lados menores por dos entradas que se terminan en arcos de medio punto, lo que hace que en su centro se forme una especie de plazoleta. La platabanda que rodea al parterre, interrumpida de trecho en trecho por bolas y cubos de tejo recortado, está adornada con rosales y otras flores, y su interior, cubierto de césped. En el centro de cada una de las dos mitades se levantan dos estatuas que representan a Dafne y Apolo. Estas dos estatuas recuerdan a las del jardín de las Tullerías en Paris. En los cuatro ángulos del parterre, lo mismo que en el centro de los cuatro lados mayores de las dos figuras que lo forman, se ven magníficos jarrones, interrumpiendo estos últimos las platabandas. Son de plomo pintado y de mármol sus pedestales. Al final de este parterre se encuentra la fuente de la Fama, que le da el nombre. En el centro de su estanque circular, de 32 metros de diámetro, se levanta a la altura de 6 metros un gran peñasco de plomo en cuya cúspide el caballo Pegaso lleva por los aires a la Fama, sentada entre sus alas y en actitud de tocar el cuerno, que dirige hacia el cielo, y por el que sale el grandioso chorro de agua que se eleva a la considerable altura de 47 metros. Entre los pies del caballo se encuentran rendidos dos guerreros, y otros dos se precipitan desde lo alto. De la mitad del peñasco salen cuatro surtidores verticales que se elevan hasta el caballo, y en la base se observan cuatro alegorías de ríos recostados sobre ánforas, las cuales vierten agua en la fuente. En la periferia del estanque hay cuatro grupos que representan geniecillos montados sobre delfines que arrojan por las bocas y narices agua gracias a los surtidores en dirección del centro.

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Fuente de la Fama

El Bosque ocupa toda la parte superior del Real Parque desde las calles de la Última Línea que le separan de los Jardines. En su centro está el gran estanque un lago artificial llamado el Mar, está unido a los Jardines por dos calles.

El Bosque tiene una forma rectangular que se aproxima mucho a la cuadrada. Se encuentra cubierto de pino mezclado con matas de roble. Su fauna y flora son exactamente iguales a las de las Matas.

Lo más notable del Bosque es el Mar, grandioso lago artificial de forma irregular, limitado en su parte inferior por un gran muro de contención. En lo restante del perímetro sus orillas se encuentran de igual manera que si el lago fuese natural, pues los pinos y robles llegan hasta el borde mismo del agua. Su fondo es también muy irregular, aumentado su pendiente desde la orilla natural hasta el pie del muro de contención, que es en donde alcanza la mayor profundidad. El Mar estuvo separado de los jardines hasta 1735, momento en que el rey adquiere los terrenos circundantes.

En la orilla opuesta al muro de contención se ven dos edificios, son la Casa de la Góndola y la Piscifactoría. La Casa de la Góndola estaba primitivamente destinada a guardar de noche varias aves acuáticas que durante el día nadaban libremente por el Mar Su nombre lo debe a una notable góndola que dentro de ella se encontraba. No sabemos su origen pero es probable que fuese construida en este mismo Sitio en tiempo del Felipe V y se encontraba en un estado de completo deterioro cuando Amadeo de Saboya mandó restaurarla.

Junto a la Casa de la Góndola se encuentra el Establecimiento de Piscifactoría, precedido de un pequeño jardín.

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Las características del Mar hacían del estanque un buen vivero de peces, en especial salmónidos. Con el objetivo de introducir en el Mar los salmónidos lacustres del centro de Europa, y el no menos importante objetivo de fomentar la expansión de la apreciadísima trucha del país en los numerosos arroyos, caceras y estanques de este Real Sitio. Se fundó el Establecimiento de la Piscifactoría en la orilla del Mar, a finales de 1867, por iniciativa del rey consorte Francisco de Asís, secundado en tal propósito por el reputado naturalista D. Mariano de la Paz Graells.

Las especies de peces que han sido objeto preferente de la cría artificial son las siguientes: Trucha común, Gran trucha de los lagos de Suiza y Umbla caballar.

Casa de La Góndola, en primer plano, y Piscifactoría, en segundo plano.

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• La Colegiata de Palacio:

Felipe V era un sincero cristiano practicante, si bien es cierto que sus relaciones con la Iglesia se hallaban imbuidas del espíritu regalista francés, viéndose la vida religiosa tradicional modificada por la influencia de un Estado, que se inspiraba en las tradiciones centralizadoras francesas, creando en ocasiones relaciones tensas.

El 1724 se realizaron las primeras misas en este santo lugar. Su figura es la de una cruz latina, ocupando las extremidades de los cuatro brazos, el altar mayor, coro y las dos puertas principales. El crucero de las dos naves está cubierto por una alta cúpula que arranca de los arcos torales y se compone de dos linternas de diferente diámetro, provistas de ventanas rectangulares, y entre ellas una bóveda de media naranja. Tanto los pilares en que se apoyan los arcos torales, como los muros se hallan adornados con pilastras jónicas de yeso, sobre las cuales corre, alrededor de todo el templo, un entablamento del mismo orden. Adornan la parte inferior de la cornisa dentículos, huevos y perlas, y las molduras son doradas, así como los capiteles y demás relieves que con profusión se encuentran en todos los miembros arquitectónicos. En los arranques de las bóvedas se forman medallones con bajorrelieves que simbolizan las virtudes cardinales y otras alegorías, y sobre las puertas ensalzase escudos con las armas de España.

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Los platillos de las cuatro bóvedas, rodeadas de un cerco moldurado, fueron pintados al fresco por Maella con los siguientes asuntos: en la bóveda de la tribuna, la aparición de Santa Leocadia a San Ildefonso; en las de los brazos transversales de la cruz, la Purísima Concepción y Santiago combatiendo contra los infieles; y en la del presbiterio, un coro de ángeles.

Todas las pinturas de la cúpula son de Bayeu, cuñado de Goya. En las pechinas se representan los cuatro evangelistas, y en la media naranja varias escenas de la vida del Salvador y asuntos bíblicos. Los frescos, sobre todo los de Maella, son apreciables por su buena entonación y agradable colorido. El pavimento es de grandes baldosas calizas, de diversos colores, pulimentadas.

El plano del altar mayor se debe a Teodoro Ardemans, arquitecto que construyó el Palacio, y su ejecución a Juan Landeberi. Consta de cuatro columnas corintias de mármol sanguíneo, levantadas sobre elevados pedestales, que sostienen el cornisamento y el frontón, interrumpidos y cortados por un gran cuadro, al óleo, que ocupa el fondo del retablo. Los capiteles, basas y adornos, y molduras de los pedestales, son de bronce dorado; la mesa de altar y frontal, también de mármol, y el sagrario, de lapislázuli, con un mosaico que representa a Nuestra Señora de Loreto. El cuadro del altar se atribuye a Solirnena, de la escuela napolitana decadente, imitador de Luca Giordano, y que pintó bastante para Felipe V. En su parte superior se representa a la Santísima Trinidad, bajo cuya advocación fue consagrada esta iglesia; más abajo está la Santísima Virgen, y en el plano inferior, adorando el santo Misterio, los titulares de la familia del Rey fundador, San Luis, San Fernando, San Felipe, Santa Teresa y Santa Isabel.

De los altares laterales, el del Evangelio, que sirve de comulgatorio parroquial, contiene un cuadro al óleo cuyo asunto es San Ildefonso recio prendiendo la casulla de manos de la Virgen, y el de la epístola de la Asunción. Se atribuye la primera pintura a Procacini, pero es más fidedigno que su autor sea Bayeu. La segunda es de Maella. En la nave del coro hay otros dos altares con imágenes talladas de Nuestra Señora del Rosario y de los Dolores.

En el extremo opuesto al altar mayor está el coro, cerrado por una barandilla de hierro. Contiene una sillería de nogal, bien trabajada, cuyos sitiales ocupan el abad, canónigos y beneficiados, y el administrador patrimonial de este Real Sitio, que, según los Estatutos, tiene derecho a sentarse en el último. Sobre el coro, y apoyada en dos columnas de mármol, procedentes de la colección de la reina Cristina de Suecia, se levanta la tribuna principal, en comunicación con Palacio, y desde donde la familia real asistía a las funciones religiosas. Está separada de la iglesia por rica columnata dorada que sirve de apoyo a una barandilla de hierro. y sobre el cornisamento de la primera. como remate de este cuerpo, se alzan en el centro los escudos de armas de España y casa de Borbón, sostenidos por dos ángeles.

Hay otras dos pequeñas tribunas, cerradas con cristales, en las naves laterales, a las cuales se entra respectivamente por las habitaciones de Su Majestad la Reina, y por las de Su Alteza la infanta doña Eulalia.

Como la figura interior de la iglesia es la de una cruz, y el perímetro exterior de la fachada forma un rectángulo, quedan espacios intermedios que ocupan las diferentes dependencias.

La antesacristía está situada a espaldas del altar mayor, y en el muro medianero se abrió, por orden de Felipe V el sarcófago donde habrían de reposar sus restos mortales. Su cadáver permaneció allí desde el 17 de julio de 1746 hasta el 7 de julio de 1758, momento en que fue trasladado al panteón donde hoy se encuentra.

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Sarcófago de Felipe V. Real Colegiata

En la misma planta y paralelamente a la anterior, aunque a más bajo nivel, se halla la sacristía, de forma rectangular, con dos piezas más pequeñas adosadas a sus lados menores y en comunicación con ella. En una se halla el lavatorio y en la otra la pila bautismal.

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El panteón ocupa el espacio comprendido entre los brazos de la cruz que corresponden al lado del Evangelio. Es una pieza rectangular cuyos lados menores ocupan el sarcófago y los relicarios. Los otros muros están decorados con relieves dorados de yeso simulando trofeos guerreros, y el techo, pintado al fresco por Saxo, contiene en dos medallones las alegadas de las virtudes cardinales y teologales. En el lienzo opuesto a las puertas de comunicación con el templo y la antesacristía están los altares de la Concepción y San José, que no tienen nada de notable. El frente, de esta pieza, más cercano al templo lo ocupa completamente el sarcófago. Se compone de un alto pedestal de mármol rojo, semielíptico, adornado con molduras de bance; sobre él se apoya la urna cineraria donde reposan los cuerpos de los fundadores, y a los costados dos matronas plañideras esculpidas en mármol blanco. Cobijados por un manto de bronce, levantado la Fama, se ven encima de la urna dos medallones con los retratos de Felipe V e Isabel de Farnesio trabajados en bajorrelieve por Lebasseau, y detrás se eleva una gran pirámide terminada por un pebetero. El coronamiento es un escudo de las armas Reales sostenido por dos ángeles. Se lee el siguiente epitafio, atribuido al célebre humanista Iriarte, en una plancha de bronce fijada al frontal del pedestal:

PHILIPPO V. HISPANIARUM REGI.

PRINCIPI MAXIMO. OPTIMO PARENTI.

FERDINANDUS VI. POSUIT.

En el lado opuesto al sarcófago se ve una escultura en yeso, delicadamente trabajada en mediorrelieve por Bartolomé Sexmini, cuyo asunto es Jesucristo con la cruz, sentado sobre las nubes y recibiendo unas palmas que le alargan dos ángeles para premiar el heroísmo de los mártires. Un armario que hay debajo contiene preciadas reliquias de San Faustino, San Fortunato, San Victoriano San Adeodato, San Inocencia, San Columbo, San Félix, San Clemente, San Bonifacio, San Clemenciano, Santa Fructuosa y San Amadeo, mártires; Santa Honesta y Santa Tranquilina; una tibia de San Clemente y la cabeza de San Valentín, que se exponen a la veneración de los fieles en ciertos días.

La sala capitular, está situada en la planta alta, encima de la sacristía. Bajo el dosel de la sala se ven los retratos de los Reyes fundadores, que regaló al Cabildo doña Isabel de Farnesio. Se conserva también en esta estancia una multitud de reliquias de santos, el sudario que cubrió el cuerpo de San Diego de Alcalá en las fiestas de su canonización, el crucifijo que usó el emperador Carlos, de España y el bastón de Santa Isabel reina de Hungría. Se conserva aquí también una preciosa custodia de plata sobredorada, que pesa 27 Libras, exornada con una multitud de diamantes, esmeraldas y topacios, y sirve para las grandes solemnidades, el templete del cuerpo central y la Virgen de la Concepción colocada dentro, son de oro macizo esmaltado. Fue trabajada en México y costeada con lo que le correspondía a la iglesia de las posesiones americanas. En varias épocas de revueltas ha sido trasladada a la Real capilla de Madrid, donde provisionalmente se ha guardado. También es notable una cruz procesional de plata afiligranada, estilo gótico, comprada a la antigua parroquia de Santa Columba en Segovia. En la pieza anterior a la sala capitular se guardan en grandes armarios los ricos ornamentos de tisú y terciopelo bordados de oro y plata, entre ellos el llamado de la Reina por haberse hecho del gran paño que cubrió el féretro de la reina doña Isabel de Farnesio en sus funerales; y diez magníficos mantos azules bordados y otras tantas túnicas blancas para vestir a la imagen de la Purísima en el panteón.

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De entre las primeras pinturas que decoraron el conjunto abacial existen dos que han sido tradicionalmente atribuidas a Murillo y Alonso Cano por los diferentes cronistas del Real Sitio. Se trata de un Cristo crucificado, atribuido a Murillo, y una Inmaculada, atribuida a Alonso Cano, situadas ambas sobre la cajonera de la sacristía y recogidas en los diferentes inventarios de la Colegiata. Un documento custodiado en el Archivo de la Colegiata, fundamenta esta atribución. Se trata de la tasación de estas dos pinturas, donadas al cabildo en sesión de 13 de enero de 1747 por don Nicolás de Ribera, realizada por el aposentador real Domingo María Sani y el arquitecto Sempronio Subissati.

Cristo crucificado. Bartolomé Esteban Murillo.

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Inmaculada Concepción. Alonso Cano.

Muchos de los ternos son regalo de la Reina fundadora, y los demás costeados con los fondos del Cabildo, que invirtió, en los primeros tiempos, un millón de reales en alhajar la iglesia, comprendiéndose en esta suma los 76.000 reales que costaron los cinco tapices comprados a la testamentaría de la Reina.

En la Bula de erección de la Colegiata, «Dum Infatigabilem», expedida el 20 de Septiembre de 1724, se recogen algunos de los motivos que, a su vez, había expuesto el Rey al Papa en sus demandas:

«... el ánimo infatigable del Rey de España, Felipe V, en ejecutar obras piadosas para gloria del nombre divino...». «... Para que se canten en la tierra permanentemente decorosos triunfos a la esposa de Jesucristo militante en la tierra...». «Transferir alguna parte de sus posesiones terrenas al Reino celeste...», «Para que subsista un eterno monumento de regia piedad hacia el culto divino». «Para que la Iglesia sea honrada con la continua celebración de los oficios divinos y el culto divino aumente, no sólo con ornamentos temporales, si no con los espirituales, con la brillantez del sitio y con la insigne dignidad de sus ministros, que allí sirvan...»

A tenor de la concesión pontificia, se especifica que:

• La Colegiata sea la Matriz de todas las iglesias y capillas del Real Sitio y su Abadía.

• Que tenga Cabildo con coro, sillería, mesa capitular, arca, bolsa, sello, fuente bautismal y demás sacramentos.

• Un Abad que será presidente del Cabildo y Ordinario del lugar y de todo el territorio que se señale por el Nuncio de su santidad, ejerciendo en él verdadera jurisdicción episcopal.

• Concede al Nuncio Apostólico de España, en virtud del consentimiento que dio al Obispo de Segovia, facultad para que señale los territorios y límites que ha de tener la abadía, con las tierras, lugares y villas que se separan para siempre del obispado de Segovia.

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• Que los Canónigos puedan usar libremente y en todas partes de capa grande y roquete como los de San Pedro de Roma, y los Racioneros el traje de los Beneficiados de la misma iglesia.

• Concede al Rey y a sus sucesores el derecho de nombrar y presentar al Abad, canónigo Penitenciario, Magistral, Doctoral y Lectoral.

• Asimismo le concede al Rey el derecho de Patronato Real.

Varias sesiones de trabajo precedieron al momento de la separación de los territorios del Obispado de Segovia y su vinculación a la jurisdicción de la Abadía de San Ildefonso, señalamientos de límites, etc. Estudios e informes de peritos y técnicos de toda solvencia e imparcialidad, a quienes se les pidió su asesoramiento, contribuyeron a realizar la constitución jurídica de sus territorios.

El 6 de julio de 1725 se publicaba la Bula Pontificia. Ese mismo día se señalaba los territorios que debía tener la Abadía: El Lugar de la Aldehuela, Las Navas de Riofrío, Revenga, Sonsoto, Trescasas, Palazuelos, Tabanera, Ermita de Nuestra Señora del Robledo Valsaín, Caserío de Pellejeros y Santa Cecilia, con todas sus iglesias y sus términos correspondientes.

Felipe V quiso dar a la Colegiata y a la Abadía, desde un principio, categoría de Sede Episcopal, y, como tal, dotarla de un Abad con jurisdicción «quasi episcopal». Para ello, ya en las preces que dirigió a Roma, para la erección de la Colegiata, exponía al Papa este deseo. Benedicto XIII, en la Bula «Dum Infatigabilem» describe lo que ha de ser la personalidad del Abad y todas sus atribuciones. Con las atribuciones concedidas en la Bula, su magisterio se extendía a toda su Diócesis.

El Real Patronato, a través del cual los monarcas dispensan a la Iglesia su protección, confiere, sin embargo, al monarca un derecho que le permite intervenir, excepto en las cuestiones dogmáticas, en todas las demás, concernientes a la disciplina del culto, nombramientos y presentación de las personas que consideraban idóneas para el desempeño de los cargos y dignidades eclesiásticas.

Al llegar Felipe V a España, la legislación eclesiástica presentaba un poder muy considerable, mientras que la autoridad de los reyes estaba mantenida a raya por ese mismo poder eclesiástico, pero el poder real se fue imponiendo.

Los Borbones, absolutistas, preocupados de aumentar su poder, fueron restringiendo la independencia de la Iglesia. Comenzaron con un patronato reducido, en principio, a unas cuantas mitras, pero poco más tarde, eran patronos de todas las Iglesias Catedrales, Colegiatas, Mitras y Señoríos eclesiásticos. El absolutismo de los reyes de la dinastía borbónica consideraba a la jerarquía como un instrumento de Estado.

La Bula de Erección concede al Fundador y a sus sucesores un Patronato perpetuo, según el cual, le corresponde al Rey el nombramiento del Abad y de todos los canónigos de la Colegiata, sin tiempo fijo para la caducidad de estos nombramientos, contra lo expuesto en el Derecho Común a los demás Patronatos.

En 1808 España había sufrido la ocupación napoleónica. Los católicos, vinculados en lo jurídico y en lo espiritual a la Abadía del Real Sitio de San Ildefonso, se preguntaban cuáles serían para ellos las consecuencias del dominio napoleónico. El régimen llevaba la respuesta. El edicto de supresión no se hizo esperar. El 30 de mayo de 1810 se expide en el Palacio Real de Madrid el decreto de supresión, según el cual, a partir del 15 de junio, la Colegiata quedaba reducida a una simple capilla privada de Palacio, pasando su parroquia a la Iglesia del Cristo o Nuestra Señora del Rosario, y devolviendo el territorio de la Abadía al Obispado de Segovia. Lo que conllevó el cierre de la colegiata.

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A partir de este momento, la Colegiata se encuentra ante un grave conflicto: dos cleros enfrentados entre sí; el clero que se inclina del lado napoleónico y el clero partidario de Fernando VII.

El 24 de junio de 1814, recibía el Cabildo la siguiente Real Orden de reapertura y restablecimiento de la Colegiata, devolviéndola a su primitivo estado con relación a los miembros que no se adhirieron al Gobierno de José Bonaparte. La fecha de 15 de agosto de 1814 pasaría a la historia de la Colegiata como fecha memorable: la reapertura de la Colegiata, tras los casi cuatro años de supresión.

• El municipio

Aunque el complejo de palacio es la obra fundamental del reinado de Felipe V debemos tener presente que durante estos años el municipio se encontraba en pleno nacimiento. De este reinado son muchas de las obras fundamentales que actualmente se conservan en el Real Sitio.

En el año 1735 la Compañía de Cómicos Italiana obtuvo permiso para levantar un teatro de madera fuera del recinto; tres años después solicitaban un terreno en este lugar para construir un edificio sin muchas pretensiones en lo arquitectónico, pero en un paraje más adecuado que el anterior. En 1767 pasó a ser posesión del rey por la Cantidad de 75.000 reales. Se trataba de una construcción sólida y sencilla, de tres plantas y cubierta de pizarra. Exteriormente nada tenía diferente de otros edificios de viviendas de La Granja, excepto los revocos. La fachada principal contaba con tres puertas, la de la izquierda para las mujeres, la de la derecha para los hombres, y la central o principal para aquellos que tenían las mejores localidades, y estaba decorada con pinturas de temas musicales. En el interior, el vestíbulo daba acceso al patio de butacas, en forma de herradura como era habitual, y a las escaleras que conducían a los palcos, ascendiendo a seiscientas el número total de localidades, al fondo el escenario. En 1817 sufrió un incendio tras el cual fue restaurado por el Patrimonio, continuando su funcionando como propiedad real hasta 1870, año en que pasó a manos privadas por veinte mil pesetas. En 1917 se instaló el Cinematógrafo, y como tal funcionó hasta su cierre en 1965, siendo derribado en 1969 para construir viviendas.

Imagen interior del teatro

También de este reinado son las principales Iglesias.

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La de Nuestra Señora de los Dolores fue levantada en un terreno cedido por el rey D. Felipe V se edificó esta iglesia, la construcción de este destacado edificio religioso comenzó el 1 de Mayo de 1743. Su arquitectura es sencilla, la sobriedad del exterior contrasta con un interior más decorativo y movido de líneas. Consta de una nave central, que tiene a sus costados varias capillas cortadas por otra más pequeña cerca del presbiterio. Los techos son bóvedas de cañón seguido apoyadas en pilares de mampostería que están adornados con pilastras de yeso rematadas con capiteles jónicos. Sobre ellas corre, entorno a todo el templo, un entablamento con cornisa denticulada y en los intercolumnios se abren las entradas a las capillas coronadas por arcos carpaneles de arquivoltas molduradas.

En el altar mayor está colocada la imagen titular, cultura de regular mérito, trabajada por don Luis Salvador Carmona. Se ha atribuido también cierto valor artístico a un cuadro de la sacristía que representa el nacimiento de Jesucristo. El mobiliario, como los espejos, lámparas, confesionarios, etc., imprimen un cierto carácter rococó, estilo que es más patente aún en la cabecera. Ésta cuenta con un crucero de planta elíptica y bóveda elíptica también. Todo ello, junto con la forma curva de la Capilla Mayor, contribuye a que las líneas onduladas desempeñen un destacado papel.

Iglesia de Nuestra Señora de los Dolores

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La otra iglesia principal del municipio es la de Iglesia de Nuestra Señora del Rosario. Existían en 1724 varios devotos que se habían reunido para formar una Cofradía bajo la advocación de la Virgen del Rosario, quienes solicitaron colocar la imagen que les había regalado Isabel de Farnesio en una capilla de la Colegiata del Palacio, pero surgieron algunos problemas, sobre todo por la falta de espacio. En 1733 pensaron en construir una iglesia que, además de utilizarse por la cofradía, podría ser la parroquia del Sitio. No tuvieron muchos problemas porque uno de los Mayordomos de la Cofradía era Domingo María Sani, Aposentador Mayor del Palacio también y de bastante influencia en los temas relativos a obras. El autor del proyecto fue Sempronio Subissati, italiano como Sani, y del arquitecto que trabajaba en Palacio.

Actualmente la entrada se realiza atravesando un atrio, pero en 1740 se instituye en él el cementerio del Sitio, hasta que se trasladó al exterior del recinto en 1784. El origen italiano del maestro explica el estilo barroco tardío italianizante de dicha fachada: tres cuerpos, uno central coronado por un frontón triangular, y dos laterales curvos. En los extremos aparecen otros dos cuerpos que podrían ser los arranques de las torres que nunca llegaron a terminarse. Como en otros edificios, los revocos animan las sobrias superficies de los muros en los cual se han suprimido otros elementos frecuentes fachadas de iglesias, como columnas y pilastras. La división en tres cuerpos de la fachada anuncia la disposición interior: nave, crucero, cubierta con bóveda rebajada y articulada con pilastras toscanas, y tres capillas en cada lado. Las dos del centro son más grandes debido a una promesa de Isabel de Farnesio, quien dispuso ampliarlas si el parto del Infante D. Luis salía bien, aunque las fechas no concuerdan, pues nació en 1727 y la iglesia no empezó a levantarse hasta 1735. Se ha dicho también que pudo ser una promesa relacionada con el nacimiento de la primera nieta de Felipe V e Isabel de Farnesio.

De la misma reina surgió la idea de dedicar dichas capillas a Santa Águeda y San Antonio. Se eligieron las dos centrales de cada uno de los lados de la iglesia, se cubrieron con cúpulas sobre pechinas y se adornaron con dos retablos de mármol hechos en Génova por Cayetano Quadro y Alexandro Aprile, según los diseños de Sempronio Subissati. El mármol utilizado es blanco y sanguíneo veteado, y cuenta con un zócalo, dos columnas de orden compuesto y un frontón quebrado de remate. En el centro de cada uno hubo sendos cuadros pintados por Sani de la vida de San Antonio y Santa Águeda. Los cuadros se retiraron por problemas de humedad, y en su lugar se colocaron en 1774 dos imágenes que hoy podemos ver, la del Cristo del Perdón, obra de Luis Salvador Carmona, y la Soledad, en el lado del Evangelio y de la Epístola respectivamente. El altar mayor cuenta con un retablo barroco tardío, y está presidido por un cuadro de Andrea Procacciní, pintor y director de las obras del Palacio. Detrás del altar se proyectó una la Sala de Juntas y la Sacristía.

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Iglesia de Nuestra Señora del Rosario

Pero de este reinado no solo son las obras religiosas, también se conservan otras edificaciones de importancia. El conjunto de casas que ocupa el actual Ayuntamiento y otras, a la izquierda, fueron desde 1725 el Hospital o Real Enfermería; hasta esa fecha los habitantes del Real Sitio tenían que acudir a Segovia cuando estaban enfermos. Los reyes encargaron a Procaccini el proyecto, que incluía el hospital, el cementerio y una pequeña capilla. Aunque se han realizado varias obras a lo largo de su historia, conserva, agrandes rasgos, el aspecto original.

El edificio ocupa una superficie rectangular alargada y cuenta con bajo, planta principal y buhardillas; las dependencias se organizan en torno a varios patios. La capilla se construyó en el año 1736 para Administrar los Sacramentos a los enfermos, y fue cedida a la Archicofradía de las Ánimas, hasta el año 1784 en que se estableció la Orden Tercera de San Francisco. Todavía se conserva la última casa de la manzana que ocupa el Ayuntamiento, y que no se distingue de él por ningún elemento especial, fue originalmente la Plomería. Paradójicamente, no parece lo más adecuado para este tipo de edificios asistenciales donde se quiere silencio y aires sanos. El hospital se adosó a ella, ya que la Plomería se había levantado pocos años antes.

Por razones higiénicas evidentes, el hospital se trasladó al exterior del recinto en 1783, y sabemos que después de dicho traslado este edificio se utilizó como escuela durante algunos años, hasta que en 1812, constituido el Ayuntamiento de San Ildefonso, sus dependencias se situaron en él.

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Imagen actual del Excelentísimo Ayuntamiento del Real Sitio de San Ildefonso

El nuevo edificio se estableció en el año 1785 en una espaciosa pradera a las afueras del pueblo, conocida hoy como Pradera del Hospital, inmediata a la carretera de Torrecaballeros. En 1811, a causa de la guerra de la Independencia, tuvo que cerrarse, continuando así hasta el año 1829. Desde ese tiempo hasta principios del 1835 estuvo abierto y asistido por hermanas de la Caridad; pero en ese año por efecto de la guerra carlista y por el elevado coste de mantenimiento, se mandó nuevamente cerrar. Durante la Revolución de La Gloriosa (1868), este edificio pasó a propiedad privado pero la venta fue anulada por el estado posteriormente y devuelta la propiedad a la Corona, que lo cedió en 1878 al Ayuntamiento recuperando su función primigenia. En el mismo edificio, pero con completa independencia y separación, se instaló un establecimiento balneario que se abría al público durante el verano.

Ya hemos dicho que el primer hospital estuvo situado en la Plaza de los Dolores, donde hoy se encuentra el Ayuntamiento. Por razones de higiene se traslada al exterior en la fecha citada, aunque no se construye un edificio de nueva planta, sino que se utiliza para este fin la casa de un particular, Antonio Niño. Es cierto que se realizaron algunas obras para su nueva función. Contaba con todas las dependencias precisas, y también con capilla propia. El aspecto del entorno del hospital era muy diferente del actual, pues se hallaba rodeado por paseos arbolados que permitían a los enfermos disfrutar de ellos.

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Segundo Hospital del municipio. Actualmente residencia de mayores

• Riofrío

Tras la muerte de Felipe V su esposa, Isabel de Farnesio, continuará viviendo en este maravilloso complejo y al mismo tiempo continuó el legado edificativo de su marido. Isabel de Farnesio ordena la construcción de un nuevo palacio en un paraje cercano, es el Palacio de Riofrío. La reina temía quedar privada del palacio y jardines de La Granja por no ser ya reina gobernadora, al haber ascendido al trono su hijastro Fernando VI. Por ello, en 1751, compró al Marqués de Paredes la dehesa y coto redondo de Riofrío, donde a partir del año siguiente hizo construir el Palacio del mismo nombre.

Las primeras menciones a este paraje se encuentran en el Libro del Buen Amor y en el Tratado de Montería de Alfonso XI, ambos de época bajomedieval, la mención del primero es de una aldea y la mención del segundo es como paraje de caza. La caza se mantuvo durante los siglos, lo que hizo que en 1724 Felipe V lo arrendara como coto privado de caza, la propiedad era del Marqués de Paredes y de los municipios de Madrona, La Losa, Revenga, Hontoria y Navas de Riofrío. La compra de este terreno la formalizaría Isabel de Farnesio en 1751, un año antes de iniciarse las obras de su palacio

Se construyó según el proyecto de Virgilio Rabaglio en 1752, y de la decoración exterior se encargó Pedro Sexmini, lo que convierte en uno de los Palacios con mayor influencia italiana de toda la época. De estructura cuadrada, sus cuatro caras son color rosa y básicamente iguales. A diferencia de lo que ocurre con la mayoría de los palacios españoles, el de Riofrío es austero, sobrio, alejado de las formas del barroco.

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Fachada del palacio de Riofrío

Sin embargo, en su interior nos encontramos con uno de los ejemplos más importantes de la arquitectura barroca de toda España, su escalera principal, que se compone a su vez de dos escaleras que arrancan de un vestíbulo en trayectorias opuestas, ofreciendo un precioso espectáculo.

El Palacio de Riofrío alberga en la actualidad un Museo de Caza. De tener que existir en la actualidad un museo dedicado a esta ancestral actividad, éste será probablemente el lugar apropiado para ello, debido tanto a la gran afición de Isabel de Farnesio, impulsora de la construcción del palacio, y de su hijo el infante Don Luis, como por la gran cantidad de fauna venatoria que contiene el bosque que lo circunda.

Su decoración artística es desbordante: pinturas de los grandes maestros, como Velázquez, Rubens, Giusseppe Bonito, Toribio Álvarez...; tapicerías del siglo XVIII de la Real Fábrica de Santa Bárbara; esculturas, mobiliario y armas antiguas de incalculable valor histórico.

En 1759, tras la muerte de Fernando VI, Isabel de Farnesio fue llamada a ejercer la regencia y su proyecto de hacer en Riofrío un «Sitio Real», fue relegado. A pesar de sus grandes dimensiones, el Palacio de Riofrío se convierte únicamente en un pabellón de caza. El complejo nunca fue terminado, Carlos III ordenó en 1762 que se rematara el palacio pero el resto del complejo ni siquiera se inició.

Salvo por la breve estancia de Alfonso XII en el verano de 1878, que elige este lugar para pasar el duelo por la muerte de su esposa María Mercedes. Desde entonces ha sido utilizado únicamente como estancia en algunas jornadas de caza de Alfonso XIII.

• El Reinado de Carlos III (1759-1788)

Siguiendo los planteamientos y las teorías de la ilustración, y rodeado de un importante equipo técnico, puso en marcha un programa de reformas, buscando compatibilizarlas con la estabilidad policía, social y económica que España necesitaba.

Educativamente, por ejemplo, destaca la creación de los Estudios de San Isidro en 1770, un centro moderno y modelo de enseñanza media, también creó las Escuelas de las artes y oficio, antecedentes de los ciclos de formación profesional.

Además de la educación dentro del programa reformista se encontraban también proyectos industriales, los cuales afectaron directamente al Real Sitio de San Ildefonso pues es dentro de estos proyecto donde se crea la Real Fábrica de Cristales de La Granja, centro pionero y puntero de la Investigación y el Desarrollo a nivel mundial dentro del ámbito del vidrio.

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Fachada de la Real Fábrica de Cristales de La Granja

A finales de septiembre de 1770 la Fábrica de Cristales Planos, situada en el interior de la población, muy cerca de la Plaza de los Dolores, había sufrido un importante incendio, causa por la que el rey Carlos III mandó que se trasladara fuera del recinto urbano. El lugar elegido se encuentra junto a la Fuente del Príncipe, y el proyecto fue encargado a José Díaz Gamones, bajo cuyas manos recayó levantar un edificio acorde con el ornato del exterior y lo suficientemente sólido para solucionar el problema de los incendios.

La fábrica ocupa una enorme superficie rectangular que acogió las diferentes técnicas del vidrio en etapas sucesivas. Este magnífico edificio se construyó primero para hacer cristales planos, pero, en 1785 y después de haber sufrido un incendio el edificio donde se producía la fabricación de cristales labrados, esta labor se ubicó también en el nuevo edificio. Aun hoy se produce cristal en esta Real Fabrica con los métodos tradicionales de soplado.

La fachada que se alza en el Paseo del Pocillo, corresponde a la crujía oriental de la fábrica. En esta crujía intervino, además del autor del proyecto José Díaz Gamones, el afamado arquitecto Juan de Villanueva, entre los años 1785 y 1787. Finalmente, quedó dividida en cinco grandes bloques, separados por los amplios callejones para el acceso de los carros. Cuenta, además, con planta baja para oficinas y almacenes, entresuelo y principal. En parte de esta área está instalado actualmente el Instituto de Enseñanza Secundaria Peñalara. La alargada fachada occidental de la fábrica fue proyectada totalmente por José Díaz Gamones. En el interior de esta crujía estaban las, instalaciones del pulimento y raspamiento de los cristales. En este frente, al igual que ocurre en el oriental, la horizontalidad, la secuencia repetitiva de los huecos, la tensa cornisa y la sobria decoración, producen una cierta monotonía, no exenta de interés si tenemos en cuenta el uso y las dimensiones del edificio.

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Con la Guerra de la Independencia, la producción de La Granja prácticamente se paraliza hacia 1808 no volviendo a reanudar su funcionamiento con normalidad hasta la llegada al poder de Fernando VII. El Soberano decide en 1815 impulsar de nuevo los trabajos en las Reales Fábricas, con el deseo de recuperar el prestigio y el esplendor perdidos durante los años de la guerra.

Tras el fallecimiento de Fernando VII, en 1833, y sin el respaldo ya de la Corona, se paraliza la producción de la Real Fábrica. Isabel II termina por fin arrendando los edificios a distintos particulares durante la segunda mitad del siglo XIX hasta su clausura definitiva en 1880.

Después de casi treinta años de inactividad, el 28 de Octubre de 1911, se forma la Cooperativa Obrera Esperanza. El 1 de enero de 1917 se produjo un acuerdo de Saint Gobain con Esperanza S.A. para una ayuda técnica.

Trabajadores de la Real Fábrica. 1913

Hasta 1927, la antigua Fábrica de Vidrio del Real Sitio de San Ildefonso de la Granja se dedica a la fabricación de vidrio plano por soplado. A partir de los años 30 se abandona la elaboración manual de vidrio plano por un vidrio de carácter industrial iniciándose hacia 1941 la fabricación de fibra de vidrio y posteriormente de aisladores.

Hoy se encuentra también ubicado en su interior, además del centro de enseñanza secundaria, el Centro Nacional del Vidrio que cuenta con un museo, con salas permanentes que dan a conocer la historia del lugar así como con salas de carácter temporal que permiten conocer diversos ámbitos destacando el del vidrio. Además, su interior alberga hornos para el trabajo artesanal del vidrio y una escuela universitaria pionera en la enseñanza de las técnicas del vidrio y el cristal. Además, como se ha dicho, es posible ver trabajar a los maestros vidrieros.

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Pero esta no era la primera fábrica de cristales que se implantaba en el municipio. En 1727 se establecía una Fábrica de Cristales Planos, dirigida por el maestro Ventura Sit. En ella se fabricaban vidrios para ventanas y espejos. La planta definitiva, consecuencia de sucesivas ampliaciones a cargo de los maestros de obras Manuel del Valle y José de la Calle, era de forma rectangular, con la fachada principal orientada al sur, hacia la actual Calle de la Calandria, donde estaban ubicados los hornos y templadores. Dicha forma y orientación se repetirá en todas las fábricas de vidrio de La Granja. Las cubiertas de los hornos eran de madera, muy vulnerables al fuego. Causa por la cual la fábrica sufrió dos incendios, uno en 1753 y el otro en 1770. Después de este último se decidió trasladarla al exterior del municipio.

En 1780 se instala en este edificio una fábrica de Lienzos. Juan Sardinero realizó las reformas necesarias y las máquinas de batán y calandria, para hilar y prensar respectivamente. El nombre de calandria originó la denominación del edificio, y de la plaza y la calle adyacentes. Esta fábrica se suprimió en 1795, y después de varios intentos para ponerla en funcionamiento, finalmente, se cedió a las Religiosas Franciscanas de Ntra. Sra. Del Triunfo para establecer un convento, del cual se conserva la iglesia. A principios del siglo XX se vendió a unos particulares que convirtieron el edificio en la Hospedería de la Calandria. Hoy todo el complejo ha sido transformado en viviendas particulares a excepción, como se ha dicho, de la iglesia.

En relación con la anterior se construyó una fábrica de pulimento, la primera de este tipo que se ubicó en el municipio. En el solar, situado detrás de la Iglesia de los Dolores, frente a la antigua Fábrica de Cristales Planos, se ubicaba la Casa del Pulimento, edificio que albergó la primera máquina hidráulica del pulimento, inventada por el maestro vidriero Ventura Sit y el maestro albañil Pedro Frontvilla en 1743. Esta máquina, alimentada por las aguas procedentes de los Jardines de Palacio, podía accionar un total de dieciséis pulidores para desbastar las lunas destinadas a la fabricación de espejos.

En el año 1747 fue ampliada por ambos lados y se levanta un edificio de planta rectangular muy alargada y tres alturas: un bajo destinado al raspamiento, otro principal para el pulimento y buhardillas para viviendas.

En los primeros años de la década de 1760 el pulimento se traslada al exterior del recinto urbano, junto al Arroyo Cambrones. Por ello, en una parte de este edificio se estableció una fábrica de Acero y Limas, dirigida por el ingeniero irlandés Juan Dowling. Se cerró en 1795, y durante el siglo XIX se construyeron viviendas en el edificio.

La casa de pulimento se trasladó a la orilla del río Cambrones. En el interior de este edificio se encontraba la máquina del pulimento, una revolucionaria máquina hidráulica diseñada en 1761 por el ingeniero irlandés Juan Dowling. Esta máquina era capaz de accionar hasta un máximo de 100 pulidores a un mismo tiempo y desbastar las lunas de vidrio, con el consiguiente ahorro en los costes de producción. Se construyó con los restos de la antigua máquina del pulimento, de la que ya hemos hablado. Resultó tan ventajosa que Juan Dowling fue nombrado Ingeniero Hidráulico de las Fábricas del Reino. Prueba de su importancia, es que aparece dibujada en la Enciclopedia de Diderot y D’Alembert, como máquina modélica para el pulimento.

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Maquinaria casa de pulimento

El edificio es una sobria construcción de planta ligeramente rectangular, y los muros de mampostería, cuyo único elemento destacable era la moldurada cornisa. Dicho edificio y la presa de la máquina fueron realizados por el maestro de obras Antonio Niño, bajo la supervisión del aparejador Miguel Núñez. Aún se conservan restos de los apoyos de las máquinas en su interior, así como la presa ubicada en lo alto de la ladera.

En el proceso de la fabricación del cristal se raspaban y pulían sólo las lunas que iban destinadas a la fabricación de espejos. En estas máquinas hidráulicas se desbastaban las lunas de menor tamaño, mientras que las de gran tamaño se desbastaban manualmente, dado el alto riesgo de roturas.

Segunda Casa de Pulimento

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Además de las anteriores se localizaban en el Real Sitio de San Ildefonso una Fábrica de Cristales Labrados y de Entrefinos. Se elaboraban cristalerías, objetos de adorno, óptica y farmacia, siguiendo la técnica del vidrio soplado con caña. En 1746 llega el maestro Dionisio Sibert con un grupo de vidrieros franceses. Comprobada su destreza, dos años después se realiza un proyecto con el fin de levantar una nueva Fábrica de Cristales Labrados en este lugar y al poco tiempo se incorporan los maestros alemanes.

El edificio contaba con varios patios en su interior para secar y almacenar la leña, así como viviendas para alojar a los artífices. Los hornos se ubican en la crujía meridional, como en todas las fábricas de La Granja. Sobre la puerta de entrada había un escudo con las armas de los Borbones. El uso y los incendios originaron un deterioro progresivo del edificio, quedando en ruinas a mediados del siglo XIX. Poco después, el terreno que ocupaba la fábrica se vendió a particulares para construir viviendas. Este es el caso de D. Manuel Matéu Arias Dávila, quien construyó una casa noble, que aún se conserva, con un jardín en su interior.

Hoy en día solo se conserva de aquellas obras la Real Fábrica de Cristales fundada por Carlos III y los restos de la segunda Casa de Pulimento, pero esto no supone que el mundo del cristal y del vidrio este en decadencia en el Real Sitio. En la actualidad existe una nueva fábrica inaugurada en 1957 y que da empleo a más de trescientas personas.

La fábrica de cristales no es la única construcción del reinado de Carlos III en el municipio. En el caso de la casa de Infantes no se debe al espíritu de la ilustración si no a la necesidad. Los infantes contaban con su propia servidumbre, y el alojamiento de las familias de ésta suponía un problema en todos los Reales Sitios. Como consecuencia de ello, Carlos III mandó publicar una orden por la que deberían ser Sus Altezas Reales, los infantes D. Gabriel y D. Antonio, los que se hicieran cargo del alojamiento de dichas familias en los Reales Sitios, edificando, comprando o alquilando casas para ello. Finalmente, se decidió construir edificios para este uso, y así se hizo en Aranjuez, El Escorial y San Ildefonso.

Fachada principal del edificio de Infantes

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Concebido como un gran palacio, la Casa de Infantes le imprime a la calle un aire noble y señorial. El autor del proyecto fue José Díaz Gamones, cuyo papel será decisivo para la arquitectura y el trazado urbano de esta parte de la población. Su nombre debe considerarse esencial para La Granja, superando en conocimientos y calidad a otros maestros.

El gran bloque de este edificio, de planta rectangular con tres patios en su interior, responde a un estilo distinto al de los situados en la Plaza de Palacio. En la fachada principal los vanos se disponen simétricamente en todas las plantas, con sus correspondientes remates en granito, guardapolvos rectos en los balcones de la planta principal y frontones triangulares y curvos alternativamente en la segunda. Tampoco se le da un tratamiento especial a la portada, que se reduce, sencillamente, a un gran hueco adintelado con frontón triangular de remate; una poderosa cornisa de granito corona dicha fachada. Todo ello contribuye a la imagen que ofrece, la de un gran palacio barroco clasicista, estilo que su arquitecto conocía bien pues había trabajado en el Palacio de Riofrío. Los patios transmiten también un aire extremadamente sobrio, todavía más acusado que en las fachadas, y de excesiva frialdad. Se trata de corredores de arcos sobre pilares a través de los cuales se accedía a las viviendas.

Durante el siglo XIX pasó el edificio por diferentes etapas en lo que se refiere a su posesión, aunque buena parte del mismo continuó perteneciendo a los Infantes. En 1908 se pensó hacer un hotel, proyecto que no se llevó a cabo, y continuó utilizándose como edificio de viviendas durante algún tiempo. Durante la guerra civil española (1936-1939) este edificio se convirtió en centro de interrogatorios y torturas, centros más conocidos como Chekas, del ejército franquista y de Falange Española.

En 1985, ya sin habitar, hubo un proyecto de rehabilitación que no llega a realizarse por el incendio sufrido un año después. En la actualidad en el edificio se encuentra ubicado un parador nacional de turismo.

Frente al edificio de Infantes se encuentra la casa de Gentiles que, en el Siglo XVIII, se levantó para alojamiento de las personas de Cámara. Comenzó a edificarse en el año 1774 bajo la dirección de José Díaz Gamones. Se trata de un palacete con sobrio. Hasta mediados del siglo XIX fue propiedad del Patrimonio Real, pero poco después se vendió a D. Ignacio Baüer, por lo que pasó a llamarse Casa Baüer hasta la actualidad. Este propietario mandó realizar un gran jardín que rodea el edificio por los lados sur y este. Podemos ver el cerramiento de dicho jardín a continuación de la fachada principal, donde se levantó un espléndido pórtico con columnas dóricas adosado a la fachada lateral. En la parte posterior el jardín contribuyó a dar un aspecto cuadrangular a la Plaza de la Cebada.

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Casa Baüer. Fachada del patio interior

Carlos III era un gran apasionado del lugar por lo cual dedicaba mucho tiempo a recorrer estos parajes. Sus paseos los hacía acompañado de su caña de pescar y su objetivo era conseguir las mejores truchas, por ello mandó construir en la margen izquierda del río de Eresma una fabulosa calzada que convirtió la pesca en un amable pasatiempo. La ruta recorre todo el curso alto del Río Eresma. Puede plantearse de múltiples formas, pues a lo largo de todo el recorrido se encuentran puntos desde donde partir o poner fin a la ruta. Se trata de un trazado cómodo y tendido, sin pérdida alguna al seguir todo el curso del río. Además del gran valor paisajístico, recorriendo matas, riberas y pinares de los Montes de Valsaín; posee un incomparable valor histórico y cultural. Esta calzada fechada en tiempos de Carlos III tiene la peculiaridad de ser construida para el desarrollo de una práctica de ocio como es la pesca, algo excepcional para aquellos tiempos.

Otra de las disposiciones tomadas por Carlos III para este municipio fue la orden de establecer el cementerio extramuros. Con esta decisión el cementerio del Real Sitio de San Ildefonso se convertía en el primero en situarse fuera del núcleo urbano en España. En este caso, de nuevo, el espíritu de la ilustración toma el protagonismo en las decisiones del monarca. El poder de la razón, la higiene y la salud.

Anteriormente el cementerio se ubicaba en el atrio de la iglesia de Nuestra Señora del Rosario, en el centro de la población, pero el número de vecinos era elevado, más aún cuando la corte se encontraba aquí establecida. Se deduce de esto que un cementerio con tal solicitud ubicado en el interior de un núcleo urbano podría convertirse en un momento dado en un riesgo para la salud pública.

En 1784 Carlos III ordenó la construcción de un nuevo cementerio fuera de la población para evitar cualquier riesgo. El cementerio se levantó ex novo en un paraje alejado al norte de La Granja, bajo las faldas de La Atalaya, montaña del entorno del municipio. El cementerio fue cercado por un muro y en el centro de construyo una capilla para impartir los últimos sacramentos antes del entierro.

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Aunque el reglamento establece el inicio de los enterramientos en marzo de ese mismo año no pudo ser así debido a que no fue bendecido el lugar hasta el 7 de julio de ese año. Los oficios los desarrolló el Canónigo Penitenciario de la Colegiata y, tras él, el capellán del cementerio impartió una misa. Estos oficios se realizaron para mostrar a los vecinos del municipio que los enterramientos que aquí se realizaran serían iguales que los realizados en el interior o alrededores de un templo. En poco tiempo el vecindario reconoció rápidamente los beneficios de situar en el exterior el cementerio por lo cual manifestaron su agradecimiento al monarca.

Fachada y planta del cementerio extramuros. 1784

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A continuación se transcribe el reglamento dictado para el cementerio:

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Pero además de estos edificios, creados por el amparo de la familia Real, en el Real Sitio de San Ildefonso son numerosas las edificaciones correspondientes a este reinado. Uno de los ejemplos más claros que hoy se conserva es el Cuartel de la Guardia de Corps.

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La arquitectura militar ocupa un papel muy relevante en La Granja. Felipe V, desde principios de siglo, puso un especial empeño en la renovación del ejército, empezando por incrementar los efectivos. Este interés continuó vivo a lo largo del siglo XVIII. Desde un principio el ejército borbónico personal al servicio de la Casa Real y la custodia del monarca. Éste es el caso de las Reales Guardias de Corps, destinadas a servir a las personas de la Familia Real allí donde estuvieran, y creadas en 1704 tomando como ejemplo las existentes en Francia. Eran tropas a caballo, pero independientes de la Caballería, y con fuero especial que las singularizaba de las demás. Se puede afirmar que eran fuerzas de élite y reclutadas con carácter selectivo para evitar cualquier tipo de procedencia infame. El Cuartel de Guardias de Corps de La Granja es el último edificio construido en la Plaza, que vino a consolidar definitivamente este importante espacio urbano. Fue en 1764 cuando el rey Carlos III aprobaba los planos realizados por Juan Esteban, quien proyectó un edificio muy original, con un bloque cuadrangular en su parte posterior pensado con función urbanística también, como tendremos ocasión de comprobar, y otro cuerpo rectangular alargado que se abre a la Plaza. Éste debía repetir el modelo de las Caballerizas de la Reina; por ello, la fachada y crujía principales mantienen esquemas semejantes. Se trata de una alargada fachada con dos torres en los extremos y una portada en el centro; ésta es de sillares de granito, puerta adintelada con placa recortada central y pilastras fajeadas en los laterales. La diferencia con respecto a la portada de las Caballerizas de la Reina es el balcón en sustitución del escudo. Corona la portada un frontón curvo. Las torres con sus chapiteles de pizarra debían hacerse semejantes a las del edificio de enfrente, al igual que los motivos de los revocos Actualmente se encuentra en ruinas, aunque esta situación comenzó a producirse a partir de 1841, fecha en que se suprimió el cuerpo de las Guardias de Corps. El retroceso de éste y otros cuarteles al cuerpo de Ingenieros, pero el deterioro del edificio fue progresivo en los años siguientes. En 1875, ya muy deteriorado, se pensó en destinarlo a Cuartel de la Guardia Civil y restaurarlo. Dichos trabajos permiten que se siga utilizando durante algunas décadas del siglo XX, pero no impidieron su ruina progresiva.

Cuartel de Guardia de CORPS. Vista aérea del edificio tras su rehabilitación

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Otro cuartel del siglo XVIII es el Cuartel de Infantería y de Guardias Españolas y Valonas, hoy Cuartel de la Guardia Civil. La Infantería fue la espina dorsal del ejército en este siglo, y sus hombres se servían fundamentalmente del fusil y la bayoneta. Algunas unidades estaban compuestas por extranjeros. Las Reales Guardias Españolas y Valonas, creadas en 1703 en el cuerpo de Infantería, pertenecían también a los efectivos destinados al servicio de la Casa Real. Tanto éstas, como las Guardias de Corps, no eran sólo tropas de corte o escolta regias, sino que en muchas ocasiones, fueron auténticas fuerzas de choque y participaron, con gran efectividad, en las grandes contiendas del siglo. Los Valones eran soldados extranjeros reclutados en los Países Bajos. En el citado Motín de Esquilache tuvieron una participación importante en Madrid, a pesar de que no eran muy queridos por los madrileños. Según parece, una de las peticiones de éstos a Carlos III fue la de suprimir la Guardia Valona. El edificio, construido hacia 1724, no ofrece elementos destacables desde el punto de vista arquitectónico, pero sabemos que sus paredes exteriores estaban pintadas imitando ladrillo. La planta rectangular alargada, con piso bajo, principal, segundo y buhardillas, es característica de los cuarteles construidos en la primera mitad del siglo XVIII.

Además de estos cuarteles las fuerzas del ejército que se guarecían en el Real Sitio en otros cuatro cuarteles: el de Pabellones, en la plaza de Palacio, el de Bóvedas, inmediato a la puerta del Campo; el Pajarón, situado en las afueras de la población y el de Artillería, adosado a la tapia occidental, frente a la Fábrica de Cristales.

Otra de las obras del reinado de Carlos III es la Iglesia de San Juan Nepomuceno, bendecida en 1779 por el abad de este Sitio. El terreno había sido cedido generosamente por el monarca, y también los infantes D. Gabriel y D. Antonio hicieron graciosa donación de toda la piedra labrada que sobró después de edificarse la Casa de Infantes.

Iglesia de San Juan Nepomuceno

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Los maestros vidrieros alemanes, que llegaron a La Granja a mediados del siglo XVIII, eran tan devotos de este mártir que fundaron la Real Congregación de San Juan Nepomuceno en 1766. Ellos mismos mandaron hacer una imagen del santo que colocaron, para su culto, en una barraca de pobre construcción que les había regalado la reina madre Isabel de Farnesio. Este edificio, situado posiblemente en el mismo lugar que la capilla actual, no ofrecía las condiciones requeridas por sus cofrades, cuyo número crecía por la incorporación de nuevos miembros, entre los que se encontraba el rey, Carlos III, y su familia. Esta es la causa por la que comenzó a levantarse un edificio nuevo en 1778, fecha en que también, según cuenta Santos Martín Sedeño, el Cabildo de Praga les regaló una reliquia del mismo santo. Tampoco ésta era una construcción muy sólida, pues en el año 1793 se encontraba en ruinas e incluso había sido preciso sacar la imagen de esta capilla, según nos cuenta otro ilustre miembro de la cofradía, el Duque de Alba.

La capilla tiene planta rectangular y una sola nave; la capilla mayor se encontraba en el eje longitudinal y la decoraba un retablo. Al exterior el único elemento que le delata como religioso es la espadaña, pues el resto, incluida la sencilla puerta lateral, es extremadamente sobrio y sencillo; el único adorno son los revocos que imitan motivos arquitectónicos. Actualmente es un edificio privado y se utiliza como galería de arte.

Entre las obras civiles, las más destacadas son las dos puertas de entrada principales de La Granja.

La Puerta de la Reina que da entrada a la parte baja de la población y corresponde al inicio de la calle de igual nombre, la cual desemboca en la Plaza de los Dolores. Entrando por ella aparece en último término la fachada principal de la iglesia de Nuestra Señora de los Dolores y sus dos pequeñas torres laterales.

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Puerta de la Reina

Esta puerta es de sillería, compuesta de un cuerpo central más elevado y dos laterales. El primero, de estilo romano, está formado por dos pilastras toscanas, apoyadas en altos pedestales, y que sostienen un sencillo entablamento coronado por un frontón triangular. La puerta central se encuentra rematada por un arco de medio punto, que simula sostener el arquitrabe, la puerta se cierra por una verja de hierro. En el friso hay esculpidas las siguientes inscripciones, que indican la fecha en que esta puerta se construyó:

En la que mira a Oriente,

AÑO DE MDCCLXXXIV

Y en la de Poniente,

REYNANDO CARLOS III

Las entradas laterales, que se cierran también con puertas de hierro, se terminan en la parte superior con un dintel recto de sillería.

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La Puerta de Segovia, está situada en la intersección de las carreteras de Villalba y Segovia y es la principal entrada de este Real Sitio. Delante de ella se extiende la alameda limitada por las Reales Caballerizas y Cuartel de Guardias de Corps y después sigue hasta la Plaza de Palacio, cerrada también por calles y paseos laterales con árboles, y cuyo centro está adornado con un bien trazado jardín inglés. Al frente, en último término se observa el Real Palacio, realzado por dos torreones y en medio la Colegiala, con su esbelta cúpula acampanada de dos torres laterales. La perspectiva que se ofrece a la vista entrando por esta puerta es severa y bellísima.

Puerta de Segovia

La Puerta de Segovia tiene tres entradas, que están siempre abiertas la del centro es de mayores dimensiones que las laterales y sirve para los carruajes. Todas tienen puertas de hierro, rematándose su cerco por la parte superior con palmas enlazadas y las cifras del Rey fundador, cobijadas por una corona Real. A los costados hay verjas de hierro que se asientan sobre un zócalo corrido de sillería, y ocupan toda la longitud correspondiente a la anchura de la calle que en el interior de la población parte de esta puerta. Fue trabajada en Bilbao y colocada el año 1774.

• El Real Sitio de San Ildefonso en el mundo

El Real de San Ildefonso se convirtió rápidamente, debido a la presencia de los monarcas hispanos, en un lugar de vital importancia para el desarrollo de Europa y, por ende, del mundo. La presencia de una de las monarquías más fuertes del planeta en este municipio le convertía, durante determinados períodos, en la capital del reino.

Entre los acontecimientos más importantes desarrollados en el Real Sitio de San Ildefonso debemos destacar la firma de una serie de tratados internacionales con carácter económico primero y político después, estos últimos marcarían el desarrollo de España en los primeros años del S. XIX.

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• Tratado de San Ildefonso de 1742

Tratado firmado entre los reinos de Dinamarca y España. Es un tratado de amistad, navegación y comercio en el que se establecen las relaciones entre ambos estados. Los puntos acordados más reseñables son:

• Libertad de navegación para las flotas de ambos países en los puertos del otro país firmante, excepto para los buques de España en Islandia, Islas Feroe, y las colonias danesas en Groenlandia, Nordland y Finmarken, donde por orden del gobierno danés no se permitía el comercio con ningún país salvo con Dinamarca.

• Los buques mercantes podrían entrar y comerciar libremente en los puertos del país contrario, previa declaración de la mercancía y pago de los aranceles acostumbrados. Los materiales daneses para la construcción de barcos estarían exentos del pago de impuestos en España. El pescado danés pagaría sólo la mitad de los impuestos establecidos.

• Los navíos de guerra de cada uno de los países firmantes no podrían entrar en los puertos del otro en número superior a seis.

• Las mercancías objeto de comercio deberían llevar certificación de su origen.

• Prohibición de contrabando de armas.

• Defensa mutua en altamar contra los ataques de piratas berberiscos

El tratado se firmó el 18 de Julio de 1742 en el Palacio de La Granja, lo rubricaron el Baron de Dehn, Federico Luis, por parte del monarca danés y José del Campillo por parte del monarca español.

Este tratado nunca se hizo efectivo debido a que España consideró que algunos de los puntos entraban en contradicción con otros acuerdos e intereses. Cinco años más tarde se anularía definitivamente.

• Tratado de San Ildefonso de 1777

En esta ocasión los estados firmantes eran España y Portugal. Estos dos estados tenían desde siglos antes conflictos debidos a los límites de sus posesiones en Sudamérica. En este tratado se realizaron una serie de intercambios destinados a alcanzar la paz entre las dos potencias. Las condiciones pactadas son:

• Alcanzar la paz entre ambos países.

• Ratificar de los tratados de Lisboa (1668), Utrecht (1715) y París (1763).

• La liberación de los prisioneros de ambos bandos. Restitución mutua de las presas hechas desde 1763.

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• La frontera entre ambos países quedaba delimitada por una línea trazada siguiendo el curso de los ríos relacionados a continuación; en las zonas montañosas se fijó en los puntos más altos de las cordilleras que separasen las cabeceras de los ríos: arroyo de Chuy, laguna Merín, la cabecera del río Negro, río Uruguay hacia el norte, río Pepirí Guazú hasta su cabecera y de allí a la del río San Antonio, río Iguazú, Paraná e Igurey aguas arriba hasta su nacimiento. Desde allí hasta la cabecera del río Corrientes y siguiendo el curso de éste por el río Paraguay hasta la desembocadura en él del Jaurú. De allí en línea recta hacia el oeste hasta el río Guaporé, bajando el río Madera; desde el punto equidistante entre la desembocadura del Mamoré en el Madera y el río Amazonas la frontera iría en línea recta hacia el este hasta el río Jabarí; bajando por el Amazonas hasta el Japurá, río Negro y Orinoco hasta su desembocadura en el Océano Atlántico.

• La navegación por los ríos mencionados en los tramos en los que éstos formasen frontera sería libre para ambos países.

• La formación de una comisión mixta para fijar sobre el terreno los límites entre los dos estados en Sudamérica.

• España evacuaría la isla de Santa Catalina a cambio Portugal negaría la entrada en este puerto a barcos que no fueran españoles o portugueses.

• Se negaría el acceso de navíos con bandera enemiga en los puertos de estos dos países, también se negaría el acceso a barcos de contrabando fuera cual fuera su bandera.

• Portugal cedía las islas de Annobón y Fernando Poo, en la costa occidental africana, a España.

El tratado fue firmado el 1 de octubre de 1777 por el Conde de Floridablanca representando a Carlos III y Francisco Inocencio de Souza en representación de María I, y se ratificó al año siguiente en el palacio del Pardo.

Este tratado alcanzó su objetivo logrando la paz tras décadas de disputas territoriales.

• Tratado de San Ildefonso de 1796

En este caso el tratado lo firmaron España y Francia, no es como los anteriores si no que es una alianza meramente militar enmarcada en las guerras napoleónicas. El objetivo fundamental era formar un bloque contra Reino Unido.

Se firmó tras la Paz de Basilea, de ese mismo año, donde se finalizaba el enfrentamiento entre España y Francia por el Rosellón.

Manuel Godoy, en nombre de Carlos IV de España, y el general Catherine-Dominique de Pernigón, por el Directorio francés, acordaron los términos del tratado el 18 de agosto de 1796 en el Palacio Real de La Granja de San Ildefonso.

Los principales puntos acordados fueron los siguientes:

• Habría entre ambos países una alianza militar ofensiva y defensiva.

• A requerimiento de cualquiera de las partes firmantes, la otra la socorrería en el plazo de tres meses con una flota de 15 navíos de línea, 6 fragatas y 4 corbetas, todos ellos debidamente armados y avituallados. A esta armada se añadirían fuerzas de tierra de 18.000 soldados de infantería, 6.000 de caballería y artillería en proporción.

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• El mantenimiento de estas fuerzas correría por cuenta del país al que pertenecieran.

• En caso de guerra de común acuerdo, ambas potencias unirían todas sus fuerzas militares y actuarían según una política conjunta.

Este tratado supuso una alianza que acercaba de forma estrecha a los dos países. España a través de esta firma se involucraba en una guerra contra Reino Unido al tiempo que se situaba en la órbita de los intereses napoleónicos.

• Tratado de San Ildefonso de 1800

Este tratado es un tratado secreto firmado de nuevo por España y por Francia en el cual se establece un intercambio de territorios en Norte América e Italia. Se hizo de una forma tan discreta que ni siquiera Godoy, mano derecha de Carlos IV, supo de su existencia hasta un mes después de su ratificación.

Mariano Luis de Urquijo, en nombre de Carlos IV, y Louis Alexandre Berthier, en representación de la República de Francia, pactaron un acuerdo preliminar el 1 de octubre de 1800 en La Granja.

Destacan los siguientes puntos del acuerdo:

• La república francesa pondría a disposición del infante Luis Francisco de Borbón-Parma un territorio de nueva creación en la península italiana, sobre el que tendría consideración de rey. En este caso, aunque no se identificaba ningún territorio, el reino de nueva creación coincidía con la Toscana.

• Un mes después de la toma de posesión del infante, España haría entrega a Francia de 6 navíos de guerra de 74 cañones cada uno. Y seis meses más tarde España entregaría a Francia la colonia de Luisiana, bajo soberanía española desde 1763 por el tratado de París.

El tratado, como queda claro, es beneficioso para Francia. La Luisiana ocupaba en aquel momento cien veces más territorio que la toscana, abarcaba desde el golfo de México hasta la frontera Canadiense. Además de poner a la flota española a disposición de los deseos franceses, en especial en Malta y Egipto. Este tratado fue duramente criticado por los contemporáneos.

Las relaciones con Francia se enrarecerían pocos años después, desembocando en una conflagración bélica.

1.5.2.- El convulso S. XIX

Este es un siglo que se inicia de una forma sangrienta en Europa y que, para este municipio, será un siglo convulso debido a los acontecimientos que en él se desarrollarán.

Ya desde marzo de 1808, tropas francesas habían pasado por la ciudad de Segovia, situando destacamentos en puntos estratégicos de la provincia. Estas tropas realizaban incursiones rápidas en la ciudad en la búsqueda de víveres con la esperanza de descubrir si la ciudad estaba preparada para su defensa. Al comprobarse que no existen tales defensas deciden acceder a la ciudad. Algo que ya esperaban los segovianos, conscientes de la situación tras los trágicos sucesos del 2 de mayo.

Desde el levantamiento de los madrileños, en Segovia se vivía una situación tensa. El 3 de junio se creó una “Junta de Armamento y Defensa” para resistir la previsible entrada de los franceses. Se organizó militarmente la ciudad y se formaron compañías de voluntarios, aunque el armamento escaseaba. El 4 de junio los franceses ya estaban cerca de Segovia.

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Junto a la puerta de Madrid, la resistencia había colocado un cañón, una pieza dirigida por segovianos “inexpertos aunque valientes”. Se trataba de “unos pocos soldados” y “paisanos mal armados”, a los que se unieron “mozos de los pueblos inmediatos”. El 7 de junio se iniciaba la reyerta, tras este choque podría decirse que Segovia era ya “francesa”.

Se llamó al alistamiento a todos los vecinos comprendidos entre 16 y 40 años de edad, incluyendo a los eclesiásticos del estado secular y regular, formando compañías al mando de los oficiales del Colegio de Artillería. Se comunicaba, también, que los vecinos de los pueblos que reunieran estas características, se pusieran en camino para Segovia con todas las armas de cualquier clase que poseyeran y con carros cargados de trigo, cebada y alimentos, con la certeza de que se les abonaría lo que trajesen por parte de la Junta. Se hacía el mismo llamamiento a los esquileos de la provincia, para que sus dueños o encargados hicieran venir a todos los hombres disponibles. El mismo aviso recibió el intendente del Real Sitio de San Ildefonso, para que todos los guardabosques, y tropas que dispusiera, se presentasen en Segovia. Igualmente se hacía saber a las vecinas ciudades de Ávila, Sigüenza y Osma para que en la defensa de la causa común, auxiliasen a ésta de Segovia con armas y gente a fin de custodiar los puertos de la Sierra.

En realidad, la entrada a Segovia de los franceses en junio de 1808 no era la primera, puesto que ya desde marzo habían pasado por la ciudad y estaban situando destacamentos militares en los lugares estratégicos de la provincia, en una actitud “pacífica y amigable”. Pero ello no significa que, desde el inicio de la ocupación, no plantearan exigencias difíciles de asumir por unos pueblos que vivían una precaria situación, agudizada por la crisis agraria de aquellos años. Así, por ejemplo, el 20 de marzo, los ocupantes imponen a Monterrubio, Ituero y Zarzuela del Monte que envíen a Villacastín todos los pares de bueyes y caballerías mayores y menores, añadiendo que “también vendrán todos los comestibles que haya”, sin limitación, lo que es entendido como que “para nada se tenía presente la miseria que sumía al vecindario”. Las peticiones de equipamiento y alimentos se generalizaron al resto de municipios de la provincia. Estas repetidas soluciones se convirtieron en el gran problema para los vecinos de esta provincia.

En la ciudad de Segovia, su Hospital General (hoy llamado “de la Misericordia”), atendía ya en marzo de 1808 a enfermos franceses. Sin embargo, y visto su gran número, se decide establecer otro, “de trescientas a cuatrocientas camas”, que es el de la Trinidad (actual Dirección Provincial de Educación). Para la dotación de este último se pide al corregidor de la ciudad “1200 sábanas, 800 mantas, 600 jergones, 200 colchones, 600 cabezales, 400 tarimas, lienzo para vendajes (...) surtido de medicinas”.

El 7 de abril de 1808 se ordena a los alcaldes de los pueblos cercanos a la ciudad que “inmediatamente” pongan a disposición de las autoridades un número de caballerías determinadas para que “con toda celeridad pasen a conducir pan a Guadarrama”, donde están acuarteladas tropas francesas. La orden concluye aludiendo a la “inteligencia” de los alcaldes de que “de no presentar (las caballerías) en todo el día de mañana, a más de originársele la multa de sesenta ducados a cada uno de los morosos, se remitirá una escolta de tropa a hacérselo cumplir a su costa y a conducirlos presos a la Real Cárcel, con embargo y depósito de todos sus bienes”.

Las exigencias de los franceses resultaban desmedidas. Visto lo cual, los franceses acaban pidiendo a las autoridades segovianas, el 31 de diciembre, el establecimiento de una “contribución de guerra” en la provincia, para así acometer el coste del mantenimiento de las fuerzas galas. “El gobernador autoriza para ello, y daría tropa para proteger sus operaciones y obligar a las personas que no satisfagan a sus pedidos”, dice el oficio correspondiente.

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Otro ejemplo de imperativo. El 17 de enero, las autoridades invasoras piden a la ciudad de Segovia que dé al ejército francés “en el más breve tiempo posible” 6.000 pares de zapatos. Demandan “que se requiera a todos los zapateros de la ciudad y sus alrededores para esta obra”, añadiendo que los zapatos deben ser de becerro, con suela fuerte y guarnecida de clavos. Además, el Comisario de Guerra, Lafond-Cetty añade que “tengan a bien enviarme un modelo al que yo me arregle”, avisando finalmente de que “tengan cuidado que se hagan los zapatos en las tres dimensiones siguientes: la tercera parte grande, tres sextas partes medianos y una sexta para pequeños”. Segovia no tuvo más remedio que sacar una orden embargando todos los cueros existentes, tras pedir a los fabricantes de cueros de la ciudad una relación de los de la provincia.

La Casa de la Moneda no permaneció ajena a lo que acontecía en España. En Segovia, curiosamente, y aprovechando una de las marchas de los franceses, en la Casa de la Moneda se emitió una serie conmemorativa de la Constitución de Cádiz, con el busto de Fernando VII.

Por un decreto de 23 de septiembre de 1809 se mandaba vender o arrendar la Real Fábrica de Cristales de La Granja y los almacenes existentes en Madrid. Según estaban organizadas y administradas por la Real Hacienda o el Estado, la mayor parte de las manufacturas y fábricas, en lugar de contribuir a su utilidad, no habían servido más que para entorpecer la industria, por lo que se liquidaban con el fin de abrir nuevos caminos a la prosperidad nacional. Por ello eran cedidas a la industria pública. Las corporaciones, compañías o particulares que quisieran comprar los muebles o utensilios de dichas fábricas, podrían seguir a su arbitrio la elaboración en San Ildefonso o donde quisieran. Los edificios y almacenes en el caso de que no hubiera nadie que los comprase, se darían en arrendamiento y se reputarían como bienes de la Corona. Debido a la deficiente administración, la fábrica de La Granja se había convenido en una carga para el tesoro regio, por ello se cedía a los capitalistas que quisieran encargarse de mantenerla.

España había sufrido la ocupación napoleónica. Los católicos, vinculados en lo jurídico y en lo espiritual a la Abadía del Real Sitio de San Ildefonso, se preguntaban cuáles serían para ellos las consecuencias del dominio napoleónico en España. El régimen llevaba la respuesta. El edicto de supresión no se hizo esperar. El 30 de mayo de 1810 se expide en el Palacio Real de Madrid el decreto de supresión, según el cual, a partir del 15 de junio, la Colegiata quedaba reducida a una simple capilla privada de Palacio, pasando su parroquia a la Iglesia del Cristo o Nuestra Señora del Rosario, y devolviendo el territorio de la Abadía al Obispado de Segovia. Lo que conllevó el cierre de la colegiata.

A partir de este momento, la Colegiata se encuentra ante un grave conflicto: dos cleros enfrentados entre sí; el clero que se inclina del lado napoleónico y el clero partidario de Fernando VII.

El 24 de junio de 1814, recibía el Cabildo la Real Orden de reapertura y restablecimiento de la Colegiata, devolviéndola a su primitivo estado con relación a los miembros que no se adhirieron al Gobierno de José Bonaparte. La fecha de 15 de agosto de 1814 pasaría a la historia de la Colegiata como fecha memorable: la reapertura de la Colegiata, tras los casi cuatro años de supresión.

Segovia estaba ya en poder Francés, aunque no por mucho tiempo, ya que tras la derrota de los franceses en Bailén, el 19 de julio de 1808, Frere se retiró apresuradamente hacia Vitoria. Como era lógico, esta retirada produjo gran satisfacción entre los segovianos, pues fue entendida como un augurio de un pronto final de la guerra. La ciudad de Segovia proclamó entonces, “con el mayor aparato”, a Fernando VII como rey de España. Al simbólico acto acudieron todos los regidores de Segovia, “vestidos a la antigua (usanza) española”, concluyendo el mismo “con un banquete en el que hubo gran alegría”. También hubo festejos populares, “con fuegos artificiales, bailes y buenas iluminaciones, sobresaliendo la del Ayuntamiento, en cuyo balcón se colocó el retrato del rey, con grandes hachas y vistosas colgaduras (...) y en la Catedral y varias casas de particulares se pusieron adornos bellísimos”.

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Tanta celebración cesó cuando, en noviembre de 1808, Napoleón penetró en España con 350.000 hombres, lo mejor de su «Grande Armée», marchando inmediatamente hacia Madrid. Para llegar a la capital del reino era obligado pasar por el puerto de Somosierra y, por tanto, tierras segovianas.

Uno de los capítulos de ese avance se desarrolló en Sepúlveda, una villa que, al amanecer el 28 de noviembre, sufrió un ataque de las tropas francesas, “en número de 4.000 hombres de infantería, 1.500 caballos y 4 piezas de artillería”, mandadas por el general Savary. Después de “cuatro horas de encarnizada pelea”, los invasores fueron rechazados por el comandante del puesto de Sepúlveda, el brigadier Juan José Sarden, coronel del regimiento de Caballería de Montesa. Las tropas españolas que se preparaban para defender Somosierra habían dispuesto en la villa un importante contingente de cerca de 3.600 soldados de infantería, además de un centenar de artilleros, dos batallones del Regimiento de Madrid y dos del de Jaén, un escuadrón del Regimiento de Montesa y dos del de Alcántara, con seis cañones. Y Savary, que había pensado que la toma de Sepúlveda sería un paseo militar, vio como su plan de desvanecía, teniendo que conformarse con hacer algunos prisioneros y recoger a 40 de sus hombres heridos, la mayoría de ellos leves.

Con esta acción, el Emperador había averiguado la fuerza de las tropas que defendían el paso de Somosierra, a donde no quería llegar dejando atrás el destacamento patriota de Sepúlveda. Por ello, ordenó un nuevo ataque a la villa, el día 30, que finalmente no llegó a producirse porque, previamente, las fuerzas españolas se habían retirado de Sepúlveda a Segovia. Napoleón no tuvo entonces ya ninguna duda, disponiendo el asalto inmediato a Somosierra, operación que presenció desde la Venta Juanilla. La sonora victoria que obtuvo ese día le abrió las puertas de Madrid.

Días después, el 5 de diciembre, el general Sebastiani remite una carta al Ayuntamiento de Segovia donde señala que le resulta “sumamente extraño” que la ciudad no hubiese nombrado diputados que pasasen a la villa y corte de Madrid a cumplimentar a Napoleón como lo habían hecho otros lugares, añadiendo que debía hacerlo “sin perder momento”, advirtiendo que “de no salir los diputados en esta misma noche sería tratado el pueblo como rebelde y conquistado por las leyes de la guerra”. Como era previsible, Segovia no tuvo más remedio que cumplir lo ordenado.

Diciembre de 1808 resulta un mes especialmente duro para la ciudad de Segovia. El 4 de diciembre se alojaron en el convento de Capuchinos cerca de 800 soldados y quince oficiales franceses, a los que los religiosos hubieron de suministrar alimentos. También a primeros de diciembre permanecieron 1.500 soldados franceses en el convento de San Francisco, y, en el de San Gabriel, la noche del día cuatro entraron 600 soldados.

Casi sin tiempo para descansar, el 22 de diciembre el Emperador pasó el puerto de Guadarrama con 50.000 soldados en dirección a Astorga. El 24 estaba en Villacastín. Para residencia de Napoleón se dedicó una casa “hermosa, de sólida construcción y moderna”.

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La guerrilla antifrancesa también estuvo presente y activa en la provincia de Segovia. Juan de Abril, nacido en San Ildefonso, se habla alistado como soldado en el regimiento de Segovia en 1799. Sirvió en el ejército hasta 1809, fecha en la que comenzó a comandar la partida de guerrilleros correspondiente al escuadrón de húsares de Sepúlveda, estando en ella hasta octubre de 1814 y en la que alcanzó el empleo de teniente coronel de caballería. Este jefe guerrillero participó en numerosas actividades de guerrilla. Juan de Abril llevó a cabo muchas acciones. Una de ellas fue la que se desarrolló en el puente Oñez, por donde transportaban el correo un escuadrón de irlandeses bien armados y disciplinados. Se enfrentaron y vencieron los guerrilleros, capturando a 49 prisioneros, 60 caballos, un importante botín formado por armas y municiones y dejando 9 muertos en el campo. En otra acción, llevada a cabo el día 13 de junio de 1811, Juan de Abril se apoderó, cerca de Torrecaballeros, de 7 salteadores que robaban a cuantos cruzaban la Sierra para venir a Castilla; después de un breve sumario, mandó fusilar a tres de ellos y remitió los cuatro restantes al brigadier Juan Martín por ser también desertores. Estos criminales habían robado a un ordinario de Salamanca 9 arrobas de oro y plata valoradas en medio millón de reales. Juan de Abril se incautó de esta cantidad para devolvérselo a sus dueños como mandaban las ordenanzas.

Este mismo jefe capturó 14.000 cabezas de ganado lanar en San Ildefonso que pertenecían al Duque del Infantado. El gobernador militar de Madrid pensaba esquilar este ganado en el Pardo y llevarlo a lavar a Segovia, para posteriormente trasladarlo a Burgos y pasado el verano llevarlo a Francia. El propio Juan de Abril, el día 21 de junio de 1811, refiriendo este hecho decía que había dirigido este ganado a Riaza, para que la Junta de Guadalajara le diera el destino que creyera conveniente. Además de apresar el ganado, obligó a los franceses a encerrarse en San Ildefonso. De todos modos los franceses siguieron al ganado hasta las inmediaciones de Riaza. Donde fueron rechazados perdiendo 14 soldados y teniendo más de 30 heridos entre sus filas.

Juan de Abril también se dedicó a limpiar de salteadores y desertores la zona norte de Madrid, incautándose de lo que éstos habían robado para devolverlo a sus legítimos dueños en el caso de que fueran españoles.

Si en un principio las guerrillas actuaron libre y arbitrariamente, periodo en las que se las puede confundir con bandas de bandoleros, bien es verdad que a partir de reglamentarse y organizar su composición y sus modos de actuación, se ordenó a los propios jefes guerrilleros que ellos mismos se encargasen de acabar con los que así no lo hacían, destacando entre sus acciones las que iban dirigidas a acabar con las bandas de malhechores. Esto tuvo que ser de este modo porque desde el bando francés siempre se asimiló al guerrillero como a un bandido y procuraron extender esta opinión adversa a través de su aparato propagandista, con el fin de que el pueblo les odiase y nos les prestase ayuda. Por tanto, fue misión de la Junta Central imponer disciplina a las guerrillas organizándolas militarmente para no caer en el descrédito. Las motivaciones para alistarse en las partidas solían ser de carácter personal, es decir, por haber sufrido daños ellos o sus familias por parte de los franceses; o también de carácter colectivo como fueron las acciones de pillaje y los abusos del ejército francés sobre la población civil.

Las causas de la supervivencia de las partidas estaban asentadas en el buen conocimiento del terreno y en el apoyo de la población civil. El desorden e independencia a la hora de actuar estas partidas, acometiendo a los convoyes, correos y pequeños destacamentos de franceses, para huir después de haber hecho el mayor daño posible, fue su mejor sistema de defensa por el desconcierto que provocaba tal forma de combatir. Ya que los franceses estaban acostumbrados a enfrentarse al enemigo de forma reglamentaria y en choques frontales, pero no a estos ataques por sorpresa en los que no se trataba de derrotar al enemigo, sino de hacerle el mayor daño posible a la vez que se procuraba no tener bajas. Por ello una vez disipada la sorpresa inicial huían lo más rápidamente posible.

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Los franceses iniciaron una acción represiva destinada a acabar con la colaboración de la población con los guerrilleros. Los castigos sistemáticos aplicados sobre una población civil indefensa, provocaron que los guerrilleros les contestaran de la misma forma y se generalizara el “ojo por ojo”, dando lugar a crueles venganzas por parte de ambos bandos, caracterizándose esta guerra por la crueldad de sus acciones.

El 4 de septiembre de 1809, el rey José, Bonaparte, legisló la necesidad de formar ayuntamientos de acuerdo con el Estatuto de Bayona, promulgado en 1808. Destacamos entre los ayuntamientos creados bajo esta ley el del Real Sitio de San Ildefonso. Constituido como municipio a principios del XVIII, había visto transcurrir un siglo sin ningún gobierno de carácter local. Con la creación, avanzado el siglo, de la Real Fábrica de Cristales Planos en los Alijares del Real Sitio, la situación cambió, pues aparecieron actividades económicas asociadas al trabajo de la fábrica que generaban necesidades impositivas y de control que se escapaban de las competencias del Intendente y Administrador del Real Patrimonio, el Coronel Joaquín Manglano.

A causa de ello, el Ministro del Interior, el Marqués de la Almenara, encomendó al intendente del Real Sitio la instalación de una corporación municipal, de acuerdo con la citada ley de 1809, en el Real Sitio de San Ildefonso. Estando en periodo de guerra, el Intendente cedió el poder al Gobernador Militar de la Plaza, el Capitán de la Guardia Real de Su Majestad, D. Pedro Marié, al tiempo marido de su sobrina, la Baronesa de Les, D.ª Petra Zazo.

Así, en 1810, como reza en el Acta correspondiente del Archivo del Ayuntamiento del Real Sitio de San Ildefonso, se procedió a la Instalación del Ayuntamiento, siendo su jefe político el Capitán Pedro Marié, cargo que ostentó durante cuatro años, asistido durante un año por los munícipes siguientes:

Antonio Jufre y Blas Mamblona, Alcaldes Ordinarios; Juan Roda y Antonio Pérez de la Fuente, Regidores; Luis Lemmi y Josef Amatey, Diputados; Joaquín Ajero, Procurador Síndico del Común.

Con suntuosidad y solemnidad, el acto se celebró en una estancia preparada a tal efecto en la vivienda de Pedro Marié y así lo relató el Escribano Real en San Ildefonso en la propia Acta de Instalación en las dependencias destinadas al gobierno de las Reales Posesiones.

Al encontrarse emplazado tan cerca del Palacio, la primera corporación obtuvo el privilegio de contar con mobiliario del Palacio, refrendado por el Acta de Cesión de 1814, hasta que el Ayuntamiento tuviera fondos para hacer frente a la compra de mobiliario propio. También, hasta que el Ayuntamiento pudiera tener recursos, el personal inicialmente adscrito a la Corporación Municipal era tan exiguo como sus posibles: dos alguaciles y un secretario, cargo este último ostentado provisionalmente por el mismo Escribano Real que dio fe de la Instalación.

En el año 1812, tras la expulsión de las tropas francesas del municipio, la corporación municipal fue renovada de acuerdo con la nueva Constitución promulgada en Cádiz. Pedro Marié abandonó el país regresando a París, donde permaneció seis años. En 1818 solicitó al a Fernando VII permiso para retornar al Real Sitio de San Ildefonso a través de una misiva, hoy conservada en el Archivo Histórico Nacional.

Al sancionarse la nueva Constitución en marzo de 1812, la Corporación Josefina se encontró ante la necesidad de ser renovada. Pero sorprendentemente, la Corporación Municipal fue ratificada, verificado su juramento en la Iglesia Parroquial de la Virgen del Rosario, ante el Jefe Político de la Provincia de Segovia y el Abad de la Real Colegiata, estando presente todo el pueblo. Se nombró como primer Alcalde a D. Joaquín Ajero. La razón de ser ratificados es que de todos los Ayuntamientos el del Real Sitio de San Ildefonso era el único de nueva creación por lo que ninguna corporación había sido desalojada para instalar a la autoridad francesa.

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Este hecho deja de manifiesto una de las grandes particularidades de este municipio, la ausencia de propiedad. Hasta 1810, como se ha dicho, no posee un ayuntamiento, pero la propiedad y gestión del agua o de las calles no será de dicho ayuntamiento hasta finales del siglo XX y principios del XXI.

Tras la restitución en el trono de Fernando VII, la situación del municipio se regularizó. Se lograron unos años de tranquilidad, destacando solo la cotidianeidad, el día a día de un municipio como San Ildefonso. Su devenir diario solo se veía ligeramente alterado por la presencia de forma esporádica de la familia real.

Fernando VII. Vicente López Portaña

En 1829 fallecía la tercera esposa de Fernando VII sin dejar sucesor a la corona. Fernando VII decidió buscar una nueva esposa lo más rápidamente posible para poder tener descendencia cuanto antes, en ese momento él mismo sabía que su estado de salud iba empeorando poco a poco y que no era mucho el tiempo que tenía para poder tener un sucesor. En caso de no existir sucesor varón el trono debería ser ocupado, en caso de fallecer el monarca, por el Infante D. Carlos María Isidro.

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En diciembre de ese mismo año el rey contraía matrimonio en Aranjuez con Doña María Cristina. La nueva reina era una mujer joven, de 23 años, que procedía de una familia prolífica, eso fue lo que decantó a Fernando VII para casarse con ella.

Pero aún existía un problema que podía entorpecer los deseos del rey de ser sucedido por un descendiente suyo. El caso es que en 1713, siguiendo la costumbre de los Borbones, Felipe V había aprobado el Nuevo Reglamento para la sucesión, más conocido como Ley Sálica. Mediante esta ley se regulaba que el trono fuera siempre ocupado por un varón a no ser que no existiera ninguno en la familia ante lo cual heredaría la hija mayor del último monarca. En 1789 Carlos IV, a través de las cortes, había aprobado la vuelta a las costumbres anteriores a los Borbones, es decir, a la posibilidad de que reinase una de sus hijas. Esta vuelta se debe a intereses familiares y políticos. El hecho es que aunque aprobada la vuelta a lo anterior nunca fue publicada, al parecer porque el gobierno decidió que no era el mejor momento. Finalmente, fue publicado en 1830 por orden de Fernando VII, de esta forma, dejaba fuera de la línea sucesoria a D. Carlos y permitía que el hijo o la hija que tuviese con María Cristina pudiese reinar sin problemas sucesorios. Esta publicación será conocida como la Pragmática Sanción. A partir de este momento los Realistas, defensores de la sucesión del infante D. Carlos, se opusieron pues suponía el fin de sus aspiraciones al poder.

El 10 de octubre de 1830 nacía la primera hija de Fernando VII, Isabel, y dos años más tarde la segunda, María Fernanda. De esta forma, y gracias a la pragmática sanción, la herencia directa del trono español quedaba asegurada. El nacimiento de estas dos herederas agravó aún más la división política que vivía el país en ese momento.

En septiembre del 1832 el rey enfermó y pocos días después su situación empeoró llegando los médicos a declarar que el rey se hallaba en grave peligro. Esa misma mañana y ante la situación en que se encontraba el rey, Calomarde convocó al ministro de Estado, al embajador de Nápoles en España y al Ministerio de Gracia y Justicia, a una reunión en la que se trató de la necesidad de saber qué medidas debían de tomarse para asegurar la sucesión al trono de la princesa Isabel. Al mismo tiempo, se enviaba a Madrid a Zamorano, Ministro de Guerra, con el fin de asegurar el orden y la tranquilidad en toda la capital y de toda la Monarquía. Se decidió que la reina María Cristina se hiciera cargo del Gobierno y que el infante Don Carlos renunciara a sus hipotéticos derechos. Lo primero se consiguió mediante la firma por Fernando VII de un decreto, autorizando a la reina para el despacho; decreto que María Cristina puso en seguida en práctica, despachando ese día con el Ministro de Estado. Para lograr lo segundo se establecieron contactos a través del conde de Alcúdia con Don Carlos, al que se le ofreció la corregencia, la regencia e incluso el matrimonio de su hijo con la heredera Isabel. El infante rechazó todas las resoluciones posibles porque su conciencia le impedía reconocer una ley no aceptada por sus abuelos y su religión no le consentía privar a sus hijos de sus derechos.

En el Palacio de La Granja, donde la Familia Real residía desde julio de 1832, se formó una conspiración absolutista que se inclinó por la sucesión de Carlos María de Isidro, formaba parte de ella: el embajador de Nápoles, el de Austria y el de Cerdeña, los cuales recibían el apoyo de dos ministros españoles proclives también al absolutismo: Calomarde, ministro de Gracia y Justicia, y el Conde de Alcúdia, ministro de Estado. La situación que podría crearse en caso de la muerte del rey, era de guerra civil. Además, los embajadores de Austria y Cerdeña presionaron para que se ratificara el auto acordado de 1713, ya que las potencias de la declinante Santa Alianza temían la instauración de una España liberal. La presión sobre María Cristina se hizo firme el día 16 de septiembre. La enfermedad del rey se agravó al día siguiente, el día 17.

Por la mañana del día 18 de septiembre de 1832, los embajadores comienzan a mover sus fichas para lograr que el Rey, a través de la Reina, firme un decreto que revocase el decreto de la pragmática sanción, a las tres de la tarde la comunicación del embajador napolitano fue la siguiente:

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“Todo se ha hecho como habéis propuesto; me habéis convencido; no había otro medio para evitar la guerra civil que destruir los derechos de uno de los pretendientes; el sentimiento de mis deberes ha podido en mí más que todos los sentimientos [...] He persuadido a la Reina a someterse al gran sacrificio que se le pedía. Esta alma sublime ha consentido en ello sin protesta y ha persuadido al rey de la necesidad de resignarse. Su Majestad Católica ha hecho llamar a Calomarde y le ha dado orden de redactar un decreto que debe revocar el del 29 de marzo de 1830.”

Se ha consultado a algunos consejeros de Castilla que se encuentran aquí y éstos han opinado que puede hacerse legalmente y que tendrá pleno valor. El Rey finalmente ha firmado el decreto en presencia de todos sus ministros y lo ha hecho expedir al Consejo de Castiue, imponiendo la pena de muerte a cualquiera que revele este secreto.”

Entre la sucesión de su hija y la guerra civil, o la sucesión del Infante Carlos, María Cristina se inclinó por la última, por lo que se preparó un decreto que debía permanecer en secreto hasta la muerte de Fernando VII, derogando la Pragmática Sanción. Ante su esposa y los ministros, el rey rubricó de forma no violenta y con la pluma que había puesto en su mano la reina el decreto que antes había sido leído por el Ministro de Justicia. La redacción del documento había sido encargada a Calomarde y es el siguiente:

“D. Francisco Tadeo de Calomarde Consejero de Estado Secretario de Estado y del Despacho de Gracia y Justicia y Notario Mayor de los Reynos.

Certifico que estando en el Consejo de Ministros hoy diez y ocho del mes de septiembre al Inedia día bajó el Sr. Conde de Alcudia primer secretario interino de Estado y del Despacho del cuarto en que se halla el Rey Nuestro Señor Don Fernando Séptimo en el Palacio de este Real Sitio y me comunicó la orden verbal de S. M. Para que me presentase a su Real Persona como efectivamente hice y hallándose en la misma alcoba la Reina Nuestra Señora me previno S. M. El Rey que extendiese inmediatamente un Decreto concebido en los términos siguientes.

«Queriendo que se conserve inalterable la tranquilidad y buen orden en la Nación Española a quien tanto amo, sin perdonar para ello sacrificio alguno vengo en derogar la Pragmática Sanción en fuerza de Ley decretada por mi Augusto Padre a petición de las Cortes del año mil setecientos ochenta y nueve y mandada publicar por mí para la observancia perpetua de la ley segunda titulo quince partida segunda que establece la sucesión regular en la Corona de España, siendo mi voluntad que este Real Decreto se conserve reservado en la Secretaría del Despacho de Gracia y Justicia sin darle publicidad y sin ejecución hasta el instante de mi fallecimiento, revocando lo que contra esto dispongo en el testamento cerrado. Tendráse entendido en mí Consejo y Cámara para su cumplimiento...

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... Al mismo tiempo me previno S. M. Que con este decreto así extendido volviese a su cuarto a las seis de la tarde en compañía de los demás Secretarios del Despacho existentes en el sitio que lo son el Conde de Salazar, D. Luis López de Ballesteros y el Conde de la Alcudia; y habiendo cumplido esta soberana resolución fuimos introducidos en la pieza en que se halla la cama de S. M. A cuya inmediación se encontraba la Reyna Nuestra Señora y leído en alta voz el Decreto inserto como me lo ordeno el Rey Nuestro Señor, firmo de su Real mano en la forma siguiente = Fernando = Esta rubricado. Acto continuo y después de haber salido de la indicada pieza habitación de S. M. Puse la fecha en el citado Real Decreto en San Ildefonso a diez y ocho de septiembre de mil ochocientos treinta y dos, a las siete de la noche y cinco minutos = Al Decano del Consejo. Y para que siempre conste en la misma fecha.”

Francisco Tadeo de Calomarde

Declaraciones de San Ildefonso

18 septiembre 1832

Es la prueba evidente, de mano del ministro de Gracia y Justicia Francisco Tadeo Calomarde, de las circunstancias en que fue redactado el documento derogatorio de la Pragmática Sanción por orden del Rey Fernando VII.

El decreto se convirtió en un secreto a voces, en parte por la ostentación que hicieron de él los carlistas en un momento de euforia, por ejemplo Calomarde habló con Carlos María de Isidro, además los oficiales de Secretaría al poner por escrito estos documentos también se enteraron y no guardaron el secreto, así que las noticias de la derogación sirvieron de acicate a los liberales que inmediatamente empezaron a desarrollar sus actividades y mover sus resortes con vistas a mantener la Pragmática Sanción. Desde que Zambrano volvió a Madrid para cuidar del mantenimiento del orden público, funcionaba en la Villa y Corte una junta de hombres resueltos a que no reinara el infante Don Carlos. Esta junta compuesta por el marqués de Miraflores, los condes de Parcent, Puñonrostro y Cartagena, los hermanos Juan y Rutina Carrasco y Donoso Cortés. Algunos de ellos pertenecían al moderantismo, contaban con extensas e influyentes relaciones entre los grandes y nobles, mientras que los hermanos Carrasco, fueron los encargados de la práctica del plan que consistía en ganarse el favor de la reina, para que por medio de un cambio ministerial, se mantuviera la Pragmática Sanción. Para ello fueron reclutadas personas que, una vez en La Granja, recorrieron las calles del real sitio gritando ¡Viva María Cristina! y ¡Viva Isabel!, mientras que los nobles y numerosos jóvenes se presentaban a la reina ofreciéndoles sus servicios en contra de Don Carlos. El 21 de septiembre de 1832 la salud de Fernando VII empezó a recuperarse.

Restablecido el rey definitivamente el 28 de septiembre, se contó con una fuerza militar adicta, anuló el decreto revocatorio de la Pragmática Sanción, destituyó al gobierno y desterró a Calomarde, se llevó a cabo el plan previsto por la Junta liberal, cambiando todo el Gobierno por uno nuevo presidido por el embajador de España en Londres Cea Bermúdez, nombrado ministro de Estado el 1 de octubre de 1832. Don Carlos perdió con este gabinete la posibilidad de acceder directamente al trono español.

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El nuevo Gabinete, con el total apoyo de la reina, se planteó dos objetivos fundamentales: hacerse con el poder a todos los niveles y resolver el problema planteado con la firma del decreto derogatorio de la Pragmática Sanción. El primer objetivo se logró sustituyendo cuidadosa y paulatinamente a todos los mandos militares y policiales comprometidos con las ideas del infante Don Carlos y desmontando los cuerpos de voluntarios realistas. Por otra parte, se concedió una amnistía general que supuso un pacto entre los liberales y la reina: la monarquía isabelina se asentaría con el apoyo de todos los liberales mientras que éstos realizarían sus ideales bajo la bandera de la legitimidad. El segundo objetivo tuvo dos fases diferenciadas: En la primera se buscó a una cabeza de turco en la persona de Calomarde, que fue desterrado hasta huyo a Francia. La segunda fase se desarrolló el 31 de diciembre de 1832 y es este caso fue el rey el protagonista absoluto, él declaró públicamente que el decreto por el que había derogado la Pragmática Sanción era nulo y de ningún valor, siendo opuesto a las leyes fundamentales de la Monarquía y a las obligaciones que como rey.

Estos acontecimientos significan el punto de inflexión entre dos alternativas: Isabel o Carlos María, absolutismo o liberalismo. Además, el hecho de que no se derogara la Pragmática Sanción permitió a Isabel heredar el trono en 1833, lo que produjo que durante el resto del S. XIX España viviera tres guerras civiles, más conocidas como Guerras Carlistas. Durante la primera de estas guerras, desarrollada entre 1833 y 1840, la ciudad de Segovia fue ocupada por tropas las carlistas entre los años 1836 y 1837.

Estos son unos acontecimientos de vital importancia para comprender el devenir de la historia contemporánea de España. Aunque su desarrollo se mantuvo ajeno a la población.

Pocos años después San Ildefonso se convertía en protagonista de un nuevo acontecimiento vital para el país, la Rebelión de los Sargentos. En esta ocasión las calles del municipio se convirtieron en escenario de una parte de los acontecimientos que se iban a desarrollar durante los días siguientes.

Los sucesos acaecidos en La Granja durante el mes de Agosto de 1936 tienen lugar en plena transición del antiguo al nuevo régimen, un cambio que se había iniciado en Francia en 1789 pero que su llegada a España estaba siendo lenta debido al aislacionismo que los monarcas tratan de imponer. Fernando VII, último monarca absolutista, fallecía tres años antes lo que revivía la crisis dinástica vivida unos años antes en este mismo municipio. Se volvía a poner sobre la mesa el problema del Carlismo, iniciándose con el fallecimiento del monarca la primera guerra carlista. A esto se sumaba un nuevo problema, la reina Isabel II era menor de edad ante lo cual su madre, María Cristina, es nombrada reina regente.

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Pajarón

Es un momento en que España vive una doble lucha: por una parte las ya citadas guerras carlistas y por otra parte la lucha entre las dos tendencias del liberalismo, los avanzados que defendían grandes y rápidos cambios sociales, y los moderados, representados por la reina regente, que trataban por todos los medios de aplazar cualquier tipo de reforma, ante el miedo a una nueva revolución francesa.

Todos estos cambios se enmarcan dentro de las tendencias del pensamiento ilustrado desarrollado en las últimas décadas y que maduran a partir del momento en que el poder de paso a los cambios. La evolución se verá enriquecida por las aportaciones del siglo de las luces y verá su culminación con la revolución de la Gloriosa de 1868 y la I República.

Los hechos de 1836 se vieron precedidos por los actos de protesta de ese mismo año en Málaga, Granada y Cartagena. Por los acontecimientos insurreccionales de finales de julio en Cádiz, extendidos a Sevilla, Granada y, finalmente, a toda Andalucía. Destacando lo sucedido en Aragón donde el Capitán General hizo público un manifiesto donde proclamaba la independencia de la región y se ponía bajo la protección de la constitución gaditana de 1812.

El 12 de agosto de 1836, entre las ocho y las nueve de la noche, los granaderos del primer regimiento de la Guardia acantonado en el municipio salieron del cuartel, situado fuera del recinto urbano, y dirigidos por sus sargentos avanzaron hacia las puertas de Segovia, exclamando ¡Viva la Constitución! Los demás oficiales salieron del teatro, donde se encontraban en ese momento, para tratar de contener los sucesos. Para ello se pusieron al mando de sus compañías, al tiempo que el Comandante General de la Guardia provincial, el Conde de San Román, prestaba su apoyo. Los soldados que iban a la cabeza de la columna se mostraron intimidados ante el General, pero al ser reprendidos por los compañeros de las últimas filas y al sentirse reforzados por los soldados del 4º regimiento de Infantería, que habían salido también de su cuartel y se dirigía al mismo punto, continuaron con la marcha. Ante el fracaso de su actuación San Román se retiró, y los amotinados forzaron las puertas de Segovia y accedieron a la zona del palacio. Tras esto se encaminaron a las puertas de palacio, cuya guardia había sido reforzada por otras compañías del mismo 4º regimiento.

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Entretanto los granaderos a caballo de la Guardia, rechazando con indignación las proposiciones que les hicieron unirse a ellos, formaron en la plaza junto a los Guardias de Corps, formando entre ambos cuerpos una fuerza suficiente para controlar a los seiscientos o setecientos soldados insurrectos, pero los mandos de las fuerzas leales a la reina que debían detener el movimiento revolucionario, se sobrecogieron ante la fuerza y optaron por mantenerse a la espera de la evolución de los sucesos.

Ante la actitud vacilante de las fuerzas leales los revolucionarios optaron por enviar a palacio una comisión compuesta de sargentos, cabos y soldados. La Recibió la reina rodeada de su Ministro de Gracia y Justicia, del Capitán General de Guardias, del Conde de San Román, del Caballerizo Mayor y de todos los comandantes y muchos oficiales de los cuerpos allí acantonados. La comisión pidió a la reina Gobernadora, madre de Isabel II, que jurase la Constitución de Cádiz de 1812, a lo que ésta contestó que las Cortes tomarían sus deseos en consideración. Los comisionados insistieron, ante lo cual la reina los mandó salir a la antecámara mientras acordaba la resolución conveniente con los personajes reunidos en el salón. Amilanados estos, propusieron acceder a la petición, mientras se reunían las Cortes. La resolución no satisfizo las pretensiones de la comisión, que después de recibir nuevas instrucciones, exigió, a las dos de la madrugada del 13 de agosto, el restablecimiento absoluto de la Constitución. El ministro Barrio Ayuso dimitió, y el alcalde del Real Sitio desarrolló allí mismo el decreto que se pedía:

“Como reina Gobernadora de España ordeno y mando que se publique la Constitución política del año de 1812 mientras que reunida la nación en cortes manifieste expresamente su voluntad, o de otra Constitución conformé a las necesidades de la misma.”

Los revolucionarios, a quienes San Román leyó este documento, exigieron que lo firmase la reina y que los altos cargos que acompañaban a la reina jurasen también su cumplimiento, una vez hecho todo esto se retiraron a sus cuarteles, eran ya las cuatro de la mañana. El original quedó en manos del comandante del 4º Regimiento de la Guardia.

Barrio Ayuso envió una misiva a Madrid avisando de la situación y en la que se decía:

“Auxilio pronto, o no sé lo que sucederá a SS. MM.”.

Ante el riesgo se avisó a Isturiz y al Capitán General Quesada que, tras reunirse, acordaron marchar con fuerzas numerosas hacia San Ildefonso para castigar a los autores de la rebelión y trasladar a las reinas a Madrid. Para sancionar esta decisión, fueron convocados el Consejo de Ministros y el de Gobierno, también el Capitán General, el Presidente del Estamento de Próceres y el Marqués de Miraflores. Empezaron leyendo la comunicación de Barrio Ayuso, ampliando la información con las declaraciones de un oficial que había despachado esa mañana con San Román, éste le había comunicado la jura en aquella madrugada de la Constitución de Cádiz. El Duque de Ahumada propuso que para lograrse la liberación de las reinas, sin que se comprometiera la seguridad de la capital, se enviara a La Granja al Ministro de la Guerra, Méndez Vigo, el cual había estado al mando de esas tropas en Navarra. Esta propuesta fue defendida por Miraflores e Isturiz, al considerarse que las tropas que se encontraban en el Real Sitio eran suficientes para controlar la situación. El resultado de la votación puso de manifiestos la división entre los Ministros y los Consejeros de Gobierno. Ahumada no quería que se les responsabilizara solo a ellos de las consecuencias de esta decisión, por lo que trató de alcanzar un acuerdo total. Se planteó que al encontrase coaccionada la reina no se debían obedecer sus órdenes y decisiones, sino que debía de constituirse una regencia temporal en manos del Consejo de Gobierno, con arreglo a lo dispuesto para un caso análogo en el testamento del Rey. A las tres de la tarde, mientras en Madrid se deliberaba, el Conde de San Román trasladaba una plancha con el título de Plaza de la Constitución, destinada a servir provisionalmente de placa para la plaza. La placa fue entregada a una comisión de los revolucionarios que se encargaría de su colocación.

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Al amanecer del día 14 llegó a San Ildefonso el Ministro de la Guerra, Méndez Vigo, acompañado del comandante Villalonga, quien se dirigió al cuartel del 4º regimiento para tratar de persuadir a sus soldados para que marchasen hacia Madrid. Al tiempo comenzó a correr el rumor de que varios cuerpos de los ejércitos del norte y del centro se habían declarado a favor de los sucesos de San Ildefonso, lo que animó a los revolucionarios. Ante este rumor Méndez Vigo optó por entablar conversaciones con los sargentos que parecían los más influyentes. Pero los portavoces declararon al Ministro no estar autorizados para consentir la marcha de las tropas a Madrid.

Ante el temor de que los acontecimientos se recrudecieran se solicitó que permitiesen a la Gobernadora ir a Madrid a jurar la Constitución dejando como rehenes a sus hijas. Inicialmente los sublevados manifestaron su beneplácito pero inmediatamente después se retractaron y detuvieron los carros del servicio de palacio, que salían ya hacia la capital, y dirigieron a la reina un papel concebido en los siguientes términos:

“Súplicas que hacen los batallones existentes en este Sitio a S.M. la reina Gobernadora. 1º. Deposición de sus destinos de los Sres. Conde de San Román y Marques de Moncayo. 2º. Real Decreto para que se devuelvan las armas a los Nacionales de Madrid, o al menos a las dos terceras partes de los desarmados. 3º. Decreto circular a las provincias y ejércitos para que las autoridades principales de unas y otras juren e instalen la Constitución del año 12, conforme la tiene jurada S.M. en la mañana del 13. 4º. Nombramiento de nuevo Ministerio a excepción de los Sres. Méndez Vigo y Barrio Ayuso, por no merecer la confianza de la nación los que dejan de nombrarse. 5º. S.M. dispondrá que en toda esta tarde hasta las doce de la noche se expidan los decretos y órdenes que arriba se solicitan. La bondad, de S.M. que tantas pruebas ha dado a los españoles en proporcionarles la felicidad que les usurpó el despotismo, mirara con eficacia que sus súbditos den el más pronto cumplimiento a cuanto arriba se menciona, y verificado que sea cuanto se lleva indicado, tendrá la gloria esta guarnición de acompañar a S.S.M.M. a la Villa de Madrid.”

Antes de tomar una decisión la Reina Gobernadora quiso oír al embajador inglés, Williers, y al funcionario francés, Bois le Comte; no podía estar el Embajador, el Conde de Rayneval, al hallarse muy enfermo. Aquellos diplomáticos añadieron que habiendo restablecido ya la constitución, era preciso que se resignase a las consecuencias y sancionase lo que fuese indispensable para completar el cambio. Insistieron sobre todo en que una resistencia más o menos enérgica de parte de la Gobernadora disminuiría las probabilidades del triunfo de la causa regia, tengamos en cuenta la presión que por otra parte desarrollaban las fuerzas carlistas, lo que debilitaba aun más la posición de la reina Isabel II.

La reina Regente resolvió que el Ministro Méndez Vigo volviese a Madrid para hacer jurar allí la Constitución. No habiendo ya medio alguno de resistencia, se extendieron sin dilación las destituciones de los Ministros Isturiz, Galiano, Blanco y Duque de Rivas, y las de San Román y Quesada, nombrándose para reemplazar a estos últimos, a los Generales Rodil y Seoane, y para suceder a aquellos Ministros a Calatrava, Gil de la Cuadra, Ulloa y Ferrer.

Pocas horas después de la salida de Méndez Vigo de La Granja, los soldados se apoderaron de la correspondencia de la Corte, donde pudieron leer que Quesada iba a marchar con tropas sobre el Real Sitio. Volvió Méndez Vigo a la residencia real, donde llegaron al mismo tiempo el General Rodil y el nuevo Presidente del Consejo de Ministros, Calatrava. El Sargento García, reconocido como portavoz de los revolucionarios, manifestó el disgusto que le causaba el que Méndez Vigo y Barrio Ayuso no se hubiesen quedado en el Ministerio en Madrid. García acompañó hasta Palacio a Calatrava y a Rodil.

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Esa tarde los revolucionarios decidieron partir hacia Madrid llevando a su cabeza al General Rodil. Esta decisión se tomó después de que la pretensión de ser acompañados a pie por la reina no se cumpliera. Las reinas y la Infanta, el nuevo Presidente del Consejo, el General Méndez Vigo y el embajador de Inglaterra y el representante francés, el Embajador francés había fallecido el día anterior, tomaron el día 17 la misma ruta que las tropas revolucionarias. Al paso de la comitiva Real por Torrelodones, las tropas que allí se encontraban exigieron que se detuviese la reina Gobernadora para entrar con ellas en Madrid, o que a lo menos saliese a recibirlas al día siguiente. Fueron disuadidos de tal pretensión y la reina llegó a Madrid a las seis de la tarde.

No fue necesario este nuevo triunfo de los revolucionarios para que desapareciesen los Ministros y las personalidades cercanas a la reina. El Marques de Miraflores, y los Duques de Osuna, Veragua y San Carlos se ocultaron al igual Isturiz, Galiana y el Duque de Rivas. Los Ministros Méndez Vigo y Barrio Ayuso no teniendo por qué temer, no se movieron. Isturiz abandonó su puesto, y acompañado desde el Ministerio a su casa por Seoane, se ocultó hasta que con pasaporte inglés, pudo salir hacia Lisboa desde donde viajó a Londres y a Paris. Al mismo tiempo, el Conde de Toreno partía para Francia con documentación de dicho país; de forma similar huyeron Osuna, Rivas, Galiano y Miraflores. Este último llegó bajo un seudónimo a Santander desde donde partió hacia Reino Unido.

Los sucesos acaecidos durante los días de agosto de 1836 supusieron la restitución del constitucionalismo en España. El constitucionalismo había sido abolido en 1814 con la llegada de Fernando VII al poder siendo restituido durante tres años (1820-1823) para ser abolido nuevamente. En 1837 se aprobaría una nueva constitución.

El Real Sitio de San Ildefonso vio durante todo el siglo XIX, así como lo había hecho durante el XVIII, la presencia de los monarcas de forma habitual. Fue el lugar donde decidieron y tomaron algunas de las más destacadas decisiones que dirigieron la trayectoria del país.

El resto del siglo se mantuvo tranquilo, interrumpida de nuevo con la presencia esporádica de la familia Real. Acontecimientos como la Gloriosa o la Restauración no repercutieron directamente en el municipio. Hubo un cierto baile en las propiedades, al realizarse expropiaciones durante la revolución y restituciones posteriormente. El siguiente gran acontecimiento, a nivel nacional fue avanzadas las primeras décadas del siglo XX, es la proclamación de la II República.

Pero el que no se tomaran en esta localidad importantes decisiones no quiere decir que el municipio se mantuviera muerto, su desarrollo arquitectónico se mantuvo durante el siglo.

En 1859 se funda un convento de la Orden de Religiosas Franciscanas de Nuestra Señora del Triunfo. Según parece, este hecho fue promovido por la propia reina, Isabel II, quien había mandado hacer algo semejante en Aranjuez y El Pardo, es decir, construir unos edificios para esta orden, a la que pertenecía Sor Patrocinio, religiosa que ejerció una fuerte influencia en los reyes.

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El edificio de La Granja ocupaba una gran superficie de la que hoy sólo se conserva la imponente iglesia, conocida como Iglesia del Convento, y levantada en el solar que habían ocupado los baños públicos. Se trata de un buen ejemplo de arquitectura Neogótica de la segunda mitad del XIX, cuyo autor, José Segunda de Lema, conocía bien. El apego de este arquitecto a la interpretación racionalista es bien visible al exterior, donde se ha eliminado cualquier detalle decorativo. Toda ella es de sillería de granito muy cuidada. En el interior, la nave está cubierta con armadura de madera pintada, recuerdo de nuestro estilo Mudéjar. Cuenta, además, con una cabecera de tres capillas y coros alto y bajo. Como consecuencia de la Desamortización pasó a manos privadas a partir de 1870, aunque todavía tuvo ocasión de acoger a una pequeña comunidad religiosa en las primeras décadas del siglo XX. Las religiosas, en 1943, vendieron la casa a unos particulares que convirtieron el edificio en un hotel conocido como Hospedería de la Calandria. Hoy solo la iglesia se conserva aunque en manos privadas, tanto el antiguo convento como la hospedería fueron transformadas en las últimas décadas del S. XX en una urbanización privada.

1.5.3.- El Siglo XX

El 14 de abril de 1931 se proclama en España la II República, el gran acontecimiento que marcó el inicio del S.XX.

La República, en sus inicios, buscaba marcar una nueva vía para la España del momento, Se ha de tener presente que en la década de 1920 el 57 por 100 de la población española era agraria, que el índice de precios era un 65% superior al índice de salarios en el ámbito agrario. Hay que sumar a esto dos datos aun más reveladores de la situación en que se encontraba España en el momento de la proclamación de la República, el primer dato es que el 3’5% de la población poseía el 53 % de la propiedad de la tierra, el segundo dato hace referencia a la educación, en 1930, el 44% de los españoles era analfabeto, porcentaje que alcanzaba el 50% entre las mujeres.

En referencia a la mortalidad y la esperanza de vida hay que decir que España, durante los últimos diez años, había sufrido una importante mejora aproximándose a Europa, la mortalidad se situaba en el 10 por 1000 y la esperanza de vida en los 50 años. Eran estos rasgos de modernización, aunque quedaba mucho por hacer.

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Puso en marcha una serie de medidas que tenían como objetivo elevar el nivel de vida de todos los españoles. Entre estas se encontraban las subidas de los salarios, sobre todo a los grupos más desfavorecidos como el de los jornaleros, quienes se hallaban en una situación crítica, su mayor problema era la falta de tierras que había llevado a una situación de semiesclavitud a los jornaleros por parte de los terratenientes. En este periodo, la reforma agraria será una de las fuentes de conflictos. Se amplió el programa de obras públicas iniciado durante la dictadura de Primo de Rivera, El nuevo sistema democrático impulsó decididamente las políticas educativas con la creación de escuelas, la puesta en marcha de las misiones pedagógicas, el 29 de mayo de 1931 se creó por Decreto el Patronato de Misiones Pedagógicas con el encargo de «difundir la cultura general, la moderna orientación docente y la educación ciudadana en aldeas, villas y lugares, con especial atención a los intereses espirituales de la población rural». Dependía del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes y estaba dirigido por una Comisión Central, cuya sede se encontraba en el Museo Pedagógico, y la mejora de las dotaciones universitarias. Aunque la más conocida es la separación entre estado e iglesia, situación reflejada en la nueva constitución de 19312, el nuevo gobierno dio también inicio a la reducción del ejército, que en ese momento sufría una fuerte macrocefalia. Se instauraron libertades políticas y sociales como la libertad de expresión, alcanzándose cotas que nunca antes la prensa española había logrado y que se tardaron mucho en recuperar. La II República encontró un escollo en la Iglesia, y en el bloque conservador que la acompañaba, puesto que éstos siempre se mostraron escépticos hacia la república al considerar los sistemas de gobierno como accidentales, debido a esto no podían contar con una institución que controlaba y manejaba a parte de la masa social.

2 Articulo nº 3, nº 26 y nº 27 de la Constitución Española promulgada en 1931. Artículo 3. El Estado español no tiene religión oficial.

Artículo 26. Todas las confesiones religiosas serán consideradas como Asociaciones sometidas a una ley especial. El Estado, las regiones, las provincias y los Municipios, no mantendrán, favorecerán, ni auxiliarán económicamente a las Iglesias, Asociaciones e Instituciones religiosas. Una ley especial regulará la total extinción, en un plazo máximo de dos años, del presupuesto del Clero. Quedan disueltas aquellas Órdenes religiosas que estatutariamente impongan, además de los tres votos canónicos, otro especial de obediencia a autoridad distinta de la legítima del Estado. Sus bienes serán nacionalizados y afectados a fines benéficos y docentes. Las demás Órdenes religiosas se someterán a una ley especial votada por estas Cortes Constituyentes y ajustada a las siguientes bases: 1. Disolución de las que, por sus actividades, constituyan un peligro para la seguridad del Estado, 2. Inscripción de las que deban subsistir, en un Registro especial dependiente del Ministerio de Justicia. 3. Incapacidad de adquirir y conservar, por sí o por persona interpuesta, más bienes que los que, previa justificación, se destinen a su vivienda o al cumplimiento directo de sus fines privativos. 4. Prohibición de ejercer la industrial el comercio o la enseñanza. 5. Sumisión a todas las leyes tributarias del país. 6. Obligación de rendir anualmente cuentas al Estado de la inversión de sus bienes en relación con los fines de la Asociación. Los bienes de las Órdenes religiosas podrán ser nacionalizados. Artículo 27. La libertad de conciencia y el derecho de profesar y practicar libremente cualquier religión quedan garantizados en el territorio español, salvo el respeto debido a las exigencias de la moral pública. Los cementerios estarán sometidos exclusivamente a la jurisdicción civil. No podrá haber en ellos separación de recintos por motivos religiosos. Todas las confesiones podrán ejercer sus cultos privadamente. Las manifestaciones públicas del culto habrán de ser, en cada caso, autorizadas por el Gobierno. Nadie podrá ser compelido a declarar oficialmente sus creencias religiosas. La condición religiosa no constituirá circunstancia modificativa de la personalidad civil ni política salvo lo dispuesto en esta Constitución para el nombramiento de Presidente de la República y para ser Presidente del Consejo de Ministros.

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El incipiente régimen democrático habría necesitado de unos años más para poder asentarse y comenzar a dar sus frutos. Se podría comparar a la Segunda República Española con la Tercera República Francesa, ya que en términos políticos fueron muy similares lo que lleva a pensar que si hubiese podido disfrutar de unos años más de vida se habría asentado definitivamente.

En 1931 Segovia era una provincia fundamentalmente agraria. El campo era su principal fuente de ingresos y generaba la mayor parte de los puestos de trabajo existentes en la zona. La industria era muy escasa, localizándose mayoritariamente en el área de la capital, aunque existían algunas industrias descentralizadas como la Fábrica de Vidrio en La Granja o el Aserradero del Patrimonio de la República en La Pradera. La ausencia general de este tipo de medio de producción llevaba a que la mayor parte de la población se encontrase empleada en el campo y que el empleo femenino fuera casi inexistente, las mujeres colaboraban en las tareas del campo pero no eran contratadas para el trabajo, la colaboración solo se daba cuando los campos eran en propiedad de la familia o arrendados.

La ciudad y la provincia eran fundamentalmente conservadoras, En 1931 triunfó la coalición republicana, pero esto no debe de ser entendido como una victoria de los grupos progresistas, La coalición contaba con grupos de todo tipo, el único rasgo común era el apoyo, más o menos explicito, al régimen republicano. Los resultados electorales de 1931 no pueden interpretarse como un apoyo a las fuerzas republicanas de izquierdas como queda de manifiesto en las elecciones de 1933 y 1936 en las que triunfaron las derechas, En 1933 el triunfo será para Acción Popular y en 1936 para a Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA).

Culturalmente, Segovia, ha sido una ciudad prolífica, En estos años se podía ver a Antonio Machado paseando por las milenarias calles de la capital segoviana e impartiendo clases en el único instituto de la provincia, compaginado con su trabajo, el poeta fue uno de los fundadores de la Universidad Popular Segoviana. En el periodo republicano se pudieron ver dos actuaciones, en 1931 y 1936, de La Barraca, grupo teatral de Federico García Lorca. Bien es cierto que la educación se encontraba mayoritariamente bajo el control de la iglesia católica, siendo muy pocos los lugares laicos donde se podía recibir educación. Esto se debía a que, como ya se ha dicho, la sociedad segoviana era fuertemente tradicional.

En el mundo del deporte 1936 iba a ser el año en que se desarrollarse la Olimpiada paralela de Barcelona, en la que participarían todos aquellos grupos que se negaban a colaborar en las Olimpiadas de Berlín, bajo el auspicio del régimen nacionalsocialista encabezado por A. Hitler, a las olimpiadas paralelas debía acudir Agapito Marazuela3, destacado folclorista segoviano afiliado al Partido Comunista de España, y un grupo de danzantes de Abades.

3 Agapito Marazuela. Valverde del Majano, Segovia, 1891 - Segovia, 1983. Folclorista, musicólogo y destacado dulzainero español. En 1932 ingresó en el PCE. Ese mismo año publicó una de sus obras más importantes, Cancionero de Castilla la Vieja. Cuatro años después, las Juventudes Socialistas Unificadas le encargaron seleccionar los grupos folclóricos que actuarían en la Olimpiada de Barcelona de 1936. Al iniciarse la guerra civil española, escapó de Salamanca a Madrid, donde pasó casi todo el tiempo que duró la contienda, allí fundó las Milicias Antifascistas Segovianas constituidas por segovianos exiliados a la capital tras el triunfo del golpe en la provincia de Segovia. Pasó gran parte de la posguerra en distintas cárceles como Madrid, Burgos, Ocaña y Vitoria.

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En la política, Segovia, contaba con una afiliación baja, en la izquierda la escasa pertenencia a grupos sindicales se decantaba, mayoritariamente, por la Unión General de Trabajadores y en lo que se refiere a partidos y asociaciones políticas la exigua filiación se dirigía hacia el P.C.E., que contaba con escasas sedes en la provincia, siendo las más importantes por número de afiliados las de La Granja y Valsaín. Las Juventudes Socialistas Unificadas eran la agrupación con más afiliados en la provincia, tenía sedes tanto en la capital como en los principales núcleos de población (La Granja, Cuéllar, Carbonero el Mayor y Coca). Entre los grupos situados en el ala conservadora de la política nacional, representados en Segovia, se encontraban las Juventudes de Acción Popular que concentraba la mayoría de los afiliados pero también existía una delegación de Falange Española, aunque ésta apenas tenía miembros.

Durante los primeros meses de la república se produjeron una serie de cambios que influyeron en las poblaciones de La Granja y Valsaín.

En La Granja y en Valsaín el paso del Patrimonio de la Corona a Patrimonio de la República4, afectaba a gran parte de los terrenos y construcciones, los más destacados fueron el Aserrío de Valsaín y el palacio, jardín y demás construcciones anejas. Estos terrenos, en especial todos los enclavados en Valsaín, son los más fructíferos del patrimonio. Los pinares de Valsaín eran considerados extremadamente ricos por su extensión y por el alto valor de los pinos que en estos se encuentran. Hasta 1926 habían sido explotados por una sociedad de la que formaban parte un buen numero de los vecinos de Valsaín y La Granja, al ser una de las dedicaciones que más puestos de trabajo daba en la zona, Patrimonio, a cambio del permiso de explotación, recibía de dicha sociedad 39,99 pesetas por metro cubico de madera. En 1931 la explotación se encontraba en manos de otra sociedad de carácter privado, la institución pública era la mayor beneficiada al percibir 63 pesetas por metro cubico, lo que suponía entorno a 1.300.000 pesetas anuales, además de 10.000 pesetas anuales por arrendamiento. Por otro lado, existía una gran abundancia de caza que, bien aprovechada, era otra gran fuente de ingresos. Por ello en Julio de 1931 la Diputación pide la cesión del usufructo de todos estos terrenos.

4 Según la normativa hecha pública por el gobierno el 21 de Abril:

“Articulo I. a fin de realizar la incautación por el estado de los bienes del Patrimonio que fue de la Corona de España, se constituirá en cada una de las provincias de Madrid, Barcelona, Segovia, Sevilla y Baleares una comisión, formada por el delegado de Hacienda, que la presidirá, y por el administrador de rentas públicas, el jefe de la abogacía del estado y el interventor de hacienda. Estas comisiones adoptaran urgentemente las medidas que con aquel objeto procedan, y, con la ayuda del personal de hacienda que consideren estrictamente preciso, llevaran a cabo la dicha incautación, levantaran por duplicado las actas correspondientes y remitirán un ejemplar de cada una de ellas a la Dirección general de propiedades y contribución territorial. Articulo II. De la custodia, conservación y administración de los bienes de que se trata quedaran encargadas provisionalmente las personas a quienes actualmente están encomendadas. Si las comisiones a las que se alude en el artículo anterior estimasen necesario dictar alguna disposición especial con aquellos fines someterán a la superioridad la respectiva propuesta. Mientras no se dicten nuevos preceptos para atender la custodia, conservación y administración de los referidos bienes, las comisiones inspeccionaran la actuación del expresado Tribunal. Los servicios que origine el cumplimiento de este decreto dependerán, de momento, de la Dirección general de propiedades y contribución territorial. Articulo III. Se consideran comprendidos en el artículo 1º, del capítulo XXVII, de la sección duodécima, del presupuesto general del estado los créditos necesarios para abonar las remuneraciones que haya de percibir el personal a que se refiere el artículo anterior, para los gastos que origine el servicio encargado de las comisiones creadas por el artículo, y para los demás que exija la custodia, conservación y administración de los bienes de que aquellas comisiones se incauten. Las rentas de tales bienes ingresaran en el tesoro público con imputación el artículo 3º, del capítulo IV, de la sección cuarta, del presupuesto general de ingresos del estado, “productos en administración de las fincas y

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“Solo el disfrute de los magníficos pinares de Valsaín, […], produce dos o tres millones de pesetas anuales”

La Granja continúo siendo la única población con patrimonio de la república que no percibía ningún beneficio de la existencia de éstos, por ello el alcalde y una representación del comercio del pueblo se reunieron con el Presidente, Alcalá Zamora, le expusieron este hecho, reflejaron de la mejor forma posible la necesidad de un ingreso fuerte y que la alcaldía se veía privada de jurisdicción en su propio pueblo al pertenecer casi todo al estado, tras la entrevista se logró que el presidente estudiara la petición y concediera un crédito para reconstruir el palacio, destruido años antes por un atroz incendio en 1918, y que aún no se había reconstruido por completo.

Pero el cambio de la titularidad del patrimonio se había iniciado días después del triunfo de la II República en las urnas. El 28 de abril se había procedido al sellado del palacio de La Granja, se sucedió por orden del gobernador civil, una Comisión de hacienda, presidida por el delegado del ministro de hacienda, el alcalde, el teniente de la guardia civil y el administrador de patrimonio. El cierre del palacio se debió exclusivamente a la necesidad de realizar un exhaustivo inventariado de las piezas presentes en el edificio. El mismo día sucedía otro tanto en el palacio de Riofrío.

El dos de mayo se dio orden de que todo trabajador permanente del Patrimonio de la Corona lo continuase siendo del Patrimonio de la República. Lo que nos indica que el cambio no fue más que de propietario, de la familia real al estado.

El 20 de Mayo se publicaba en la prensa una nota del ministro de Hacienda donde se hacía referencia a la posible «utilización del palacio de Riofrío para residencia de colonias escolares a partir del actual verano. Así como se acordó la inmediata apertura al turismo de la casita del príncipe del Escorial y que en breve se tome igual resolución respecto de los demás bienes del Patrimonio en aquella población que aun permanezcan clausurados».

El 5 de Septiembre de 1931 en Valsaín se produce un hecho que afectó directamente a doscientos obreros. El alcalde se ve obligado al cierre de la fábrica de madera de esta población, como consecuencia de los problemas de esta fábrica con la Hacienda pública. Felizmente el problema se solucionó al mediar, de nuevo, el ministro de gobernación, por expresa petición del gobernador de Segovia, que, informado por el alcalde de La Granja, inmediatamente telefoneó al citado ministro.

rentas del patrimonio que fue de la corona”. Las respectivas rentas de ingresos y gastos serán examinadas por las comisiones y tramitadas con arreglo a los preceptos vigentes sobre la materia. Artículo IV. Otra comisión, compuesta de funcionarios del estado o de corporaciones que suscite la incautación por el estado de los repetidos bienes, y propondrá las soluciones que, a su juicio, deban ser adoptadas en cuanto al régimen definitivo de administración del Patrimonio que fue de la Corona y el destino y la forma de explotación de cada uno de los inmuebles que de él forman parte.”

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Unos años más tarde, en 1934, se suceden una serie de acontecimientos de ámbito estatal, localizados en el norte del país, que repercutieron directa o indirectamente sobre la alcaldía de La Granja. En octubre de 1934, dio inicio el levantamiento revolucionario que duraría desde el 5 de octubre hasta el 18 del mismo mes. Se conoce como Revolución de Asturias por ser en esta comunidad en la que se produjo con mayor incidencia. Sus participantes fueron rendidos con la mayor brutalidad por las tropas del protectorado, dirigidas desde Madrid por F. Franco y M. Goded. Una de las causas que se encuentran detrás de este levantamiento es que el nuevo gobierno, electo en 1933, estaba frenando las medidas puestas en marcha por el primer gobierno republicano. Este factor fue el que también llevo a personajes de la política nacional a apoyar el levantamiento. La revolución costó la vida a 1.300 personas, a esta cifra se deben sumar 210 víctimas más procedentes de los ajusticiamientos que se derivaron de la represión posterior. Hay que tener en cuenta que la represión posterior fue importantísima, repercutiendo en la vida segoviana de aquel momento: fueron numerosos los despidos y no fueron pocos los detenidos. Todo lo sucedido durante estas semanas no logró más que radicalizar la sociedad española. El teniente alcalde de La Granja, Demetrio Hoyos, en dicho momento, fue detenido y condenado a pena de cárcel, donde permaneció hasta que se pudo beneficiar de la amnistía del Frente Popular.

Avanzando más hacia el estallido del golpe de estado y de la posterior guerra civil, se llega a las elecciones del mismo año 1936, estas se desarrollaron en Segovia sin sucederse hechos de importancia aunque siendo el rasgo más característico la pasión que se depositó en ellas. El triunfo electoral fue para las derechas, que obtuvieron tres de los cuatro diputados a las cortes por la provincia. La alcaldía de Segovia se mantenía sin cambios, siguiendo el camino iniciado en 1931. La primera variación se dio poco después cuando, por motivos de salud, Pascual Guajardo presentó su dimisión, siendo sustituido por Pedro Rincón.

A las elecciones de este año se había presentado el Frente Popular, una coalición que aglutinaba a aquellas fuerzas políticas de izquierda y republicanas de tipo progresista.

Entre los partidos de la derecha se buscó, casi desesperadamente, una alianza similar que no se logró debido a las desmesuradas peticiones que desde algunas agrupaciones se hacían. Pero que la unión no fraguara no quiere decir que fuese un total fracaso, se dieron alianzas de carácter regional o local, aunque nunca satisficieron las expectativas de la Conferencia Española de Derechas Autónomas.

Debido a la victoria del Frente Popular M. Portela Valladares, durante cuyo mandato se celebraron las elecciones, comenzó a recibir presiones de los sectores más conservadores del ejército, para que declarara el estado de guerra y de esa manera evitar la formación del nuevo gobierno, ante tan delicada situación negoció una rápida transmisión de poderes lo que conllevó que el 19 de Febrero, Manuel Azaña formara el nuevo gobierno.

En La Granja, tras las elecciones de 1936, se restituyó la corporación municipal formada en 1931 y gobernada por Aquilino Gómez como miembro de Izquierda Republicana. La amnistía afectó aquí a un nutrido grupo de trabajadores del Patrimonio de la República, quienes pudieron regresar a los puestos de los que habían sido expulsados. El 22 de Febrero de 1936 era puesto en libertad el último preso segoviano por dicha revolución, Demetrio Hoyos, tras su liberación fue elegido concejal de La Granja y Presidente de la Diputación Provincial de Segovia.

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Tanto en La Granja como en Valsaín se podía, en estos meses, ver una ferviente actividad política: se formó una sección de la Federación Anarquista Ibérica cuya cabeza visible era Víctor Casanova, Chofer de la Fábrica de Cristal; también un centro comunista, dependiente del PCE, presidido por Cecilio Santos, Obrero de los jardines; un centro de Izquierda Republicana dirigido por Joaquín Trillo, Medico de la localidad; por último, el centro de mayor afiliación era la casa del pueblo que dirigía Máximo Sosa. Se puede afirmar que en los dos núcleos de población que constituyen el municipio, tenían una fuerte presencia las agrupaciones políticas de izquierdas, lo que hacía que fueran unos de los más importantes en la provincia segoviana. Con relación a las derechas, tan solo se apreciaba un pequeño círculo de Acción Católica, formado mayoritariamente por miembros de la colonia veraniega arraigada en La Granja.

El 8 de Marzo, en Segovia, se produjo un choque en el baile El Pensamiento, donde miembros de Falange y de Acción Popular llegaron a realizar disparos. Afortunadamente, fueron rápidamente reducidos por los asistentes al baile, mayoritariamente simpatizantes de izquierdas, sin llegar a producirse altercados de mayor gravedad. En días posteriores se realizó una manifestación de repulsa, los asistentes fueron provocados por integrantes de las señaladas agrupaciones, derivando en un ataque a la sede de Acción Popular, las autoridades ordenaron la clausura de dicha sede y de la perteneciente al Círculo Tradicionalista.

El 14 de abril de 1936 se festejó con un desfile militar el V aniversario de la proclamación del régimen republicano, durante el acto se produjeron enfrentamientos verbales, siendo pocos y sin importancia los altercados que llegaron a las manos, las pequeñas trifulcas las produjeron miembros de diversas ideologías. Según la prensa solo un médico recibió su “justo castigo” porque sus “insultos pasaron de lo tolerable”. La misma noticia justificaba que no sucediera nada más “por el horror a la sangre de la ciudad, tan pacifica de tantos años”.

Las celebraciones del primero de mayo se llevaron a cabo con gran júbilo en las poblaciones segovianas, llegando a ser consideradas apoteósicas. En la capital hubo unas 2.500 personas y en se ostentaron símbolos propios de los participantes. Aunque la celebración tenía un marcado color político, se realizó sin que se provocara altercado alguno. En La Granja hubo teatro y una manifestación en la que se vieron los uniformes de las Juventudes Socialistas y de las Juventudes Comunistas. Tras ello se realizaron una serie de discursos y se finalizó el día con una verbena.

El 10 de Mayo, Manuel Azaña era elegido presidente de la República, acontecimiento recibido con en La Granja y Valsaín. Se realizaron diversos actos festivos.

El 13 de julio se produjo el asesinato de José Calvo Sotelo como represalia al asesinato, el día anterior, del teniente de la Guardia de Asalto J. Castillo. Aunque las situaciones de tensión que se habían dado durante estos meses en la capital no habían acarreado la perdida de ninguna vida, el gobernador civil decretó el estado de alarma, no solo por la tensión de Segovia si no por la sucesión de acontecimientos que se estaban dando. Un titular de la prensa segoviana rezaba lo siguiente:

“¿Guerra Civil? No creemos que sea ese el ambiente de la actualidad española… ¿Impaciencia de las masas? ¿Torpeza? Queremos creer que se trata de lo uno y de lo otro”

LA CONSPIRACIÓN

Durante la primavera ya los militares segovianos, como mínimo, intuían algo de lo que se avecinaba, como se deduce de las palabras del líder falangista Dionisio Ridruejo:

“A mí en Segovia un comandante me había requerido en Semana Santa para tener listos a los Falangistas”.

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En esta capital castellana Fernando Sanz era el encargado de atraer a la causa a sus compañeros. Siguiendo órdenes de Mola, se constituyó una junta con seis miembros, el 29 de junio esta junta decidió que el levantamiento en la ciudad seria dirigido por el comandante de la Guardia Civil Joaquín España. En el verano de 1936, en Segovia, tan solo había 430 militares debido a que el resto estaba de permiso y a que la escuela de automovilismo se estaba trasladando a Madrid, los efectivos con los que contaba la Guardia Civil se sumaron al golpe.

El 13 de julio, un día antes de que se decretara el estado de alarma, llegaba a Segovia la noticia del asesinato de Calvo Sotelo. Ese mismo día se celebraba en la Academia de Artillería la entrega de los despachos de los nuevos tenientes de armas. A este acto acudieron las autoridades, incluidos los representantes del Frente Popular, y, ante los ojos de estos, algunos de los mandos presentes acordaron secundar el levantamiento militar en el momento en que se produjera. Al parecer los representantes del gobierno no se percataron de lo que allí se estaba fraguando.

La actuación de la población segoviana no fue unánime. El resultado de la sublevación en la provincia podría haberse desarrollado, como en todo el país, de una forma muy diferente pues las primeras horas del golpe de estado produjeron, entre los ciudadanos, una sensación de indecisión, dando opciones de éxito a ambos bandos.

• La Guerra Civil (1936-1939)

En Julio de 1936, el día 18, se produce en el territorio peninsular español un levantamiento militar. El objetivo de la sublevación es terminar con el sistema republicano y con sus reformas. La rebelión fracasó y desembocó en un enfrentamiento fratricida que duró tres años causando cientos de miles de muertes y millones de afectados. Durante la sublevación y la posterior guerra civil el territorio español quedó dividido en dos zonas, republicana y rebelde. En el territorio republicano, controlado por el gobierno democrático, diversas corrientes se unieron para luchar contra el enemigo común, esta unión no fue continuada por lo cual también se desarrollaron enfrentamientos internos como en Barcelona en 1937, comunistas y socialistas contra anarquistas y trotskistas, o en Madrid en 1939, tras el levantamiento del Coronel Casado. En el territorio rebelde la situación fue diferente pues el día 17 de abril de 1937 Francisco Franco decretaba la unificación, creándose de esta forma un partido único, Falange Española tradicionalista y de las JONS, de esta forma, se intentaba, entre otras cosas, evitar enfrentamientos internos.

Durante este enfrentamiento bélico las democracias occidentales así como Alemania, Italia y la Unión Soviética promovieron el comité de no intervención. Los tres últimos países incumplieron este pacto, Alemania e Italia lo hicieron a favor de los rebeldes mientras que la URSS lo hizo a favor de gobierno republicano. La intervención alemana e italiana, sin apenas condiciones, posibilitó la superioridad armamentística rebelde.

Pero la guerra tuvo más campos de batalla que aquellos en los que se enfrentaron ambos ejércitos. En la retaguardia se sufrían las penurias de una guerra, desabastecimiento, enfermedades, perdida de seres queridos. Pero hubo un algo que superó a lo demás, el miedo. Durante la guerra s pusieron en marcha en las retaguardias redes de represión, una represión que alcanzo cotas inimaginables y que mantuvo durante la dictadura franquista. Aunque la represión se puede situar en ambas zonas debemos matizar dos puntos: el primero es que numéricamente la represión republicana es muy inferior a la rebelde, el segundo punto es que mientras que en la zona republicana se perseguía esta práctica y se busca la aplicación correcta de la ley en la zona rebelde la represión era fomentada por el gobierno de Burgos, siendo institucionalizada como parte de su estructura.

El 1 de abril de 1939 finaliza el enfrentamiento con la victoria rebelde, pero sus consecuencias se desarrollaron durante varios años más, debido a la falta de alimentos y mano de obra.

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Tanto La Granja como Valsaín eran centros de importante presencia socialista y comunista. Esta última tendencia mucho más presente en el segundo municipio.

Ambos eran municipios obreros pues los puestos de trabajo estaban principalmente vinculados a dos de las principales industrias de la provincia, la fábrica de vidrio en La Granja y el aserradero del patrimonio de la república en Valsaín. Los trabajadores que no se encontraban empleados en una de estas dos empresas trabajan en el transporte o en trabajo del extenso pinar que rodean a estas poblaciones, por lo que indirectamente se encontraban vinculados a las industrias locales.

Debemos tener presente también que una gran parte de los trabajadores de este municipio se ven representados por los partidos y sindicatos republicanos y de izquierdas. Aun teniendo un origen vinculado completamente a la monarquía la población afincada en estos lugares no se sienten identificados con la corona, por ello serán las opciones republicanas las que obtendrán la victoria en las elecciones de 1931, 1933 y 1936, además sus alcaldías estarán compuestas por miembros del partido Izquierda Republicana.

El 17 de julio de 1936 se produce un levantamiento militar en Marruecos, al día siguiente, el 18 de julio, se extenderá por el territorio peninsular. Ante este levantamiento La Granja se va a mantener tranquila «El día 18, el ir y venir de coches entre el Real Sitio y la capital [Madrid] fue continuo». La noticia llegó al municipio a través del secretario de D. Miguel Maura. Maura era uno de las personalidades que La Granja acogía durante los meses de estío. Al conocer la noticia informó a la colonia veraniega y partió hacia Madrid. Al mismo tiempo, la población conocía la noticia por la radio y la prensa, medios por los que el gobierno informaba del supuesto inmediato apresamiento de los militares golpistas.

El día 19 se conocía la extensión del alzamiento por el territorio español, y entre las ciudades controladas por los golpistas se encontraba Segovia, a escasos 12 kilómetros. Al conocerse esta noticia los trabajadores granjeños asaltaron el cuartel de la Guardia Civil, que se encontraba vacío por orden del gobernador civil de Segovia, D. Adolfo Chacón de la Mata. Al tiempo D. Luis Fernández Cordero, administrador del patrimonio, reunía los carabineros de patrimonio para que mantuvieran el orden constitucional en el caso de que los militares golpistas tratasen de ocupar la población. Para evitar la llegada de Guardia Civil o militares desde Segovia los trabajadores bloquearon la carretera que une el municipio con la capital mediante el derribo de arboles.

El día 20 de julio la línea de autobuses que unía el pueblo con Madrid realizó su último viaje. En este autobús viajaron personas de toda índole ideológica haciendo de este viaje el más interesante de los realizados por esta línea.

Entre los pasajeros se encontraba Victoria Kent, que veraneaba en La Granja y que al conocer lo que estaba sucediendo partió hacia Madrid; también estaba el Sr. Lleo, un marinero que se hizo pasar por diplomático al llegar a Villalba; el comandante de Artillería Gómez Sousa, fiel al gobierno republicano y que se dirigía a la capital para unirse a sus compañeros de regimiento; también estaba el comandante de artillería Juan Galbis, hermano del ideólogo de las milicias rebeldes de San Ildefonso, Federico Galbis. En Valsaín subieron tres socialistas -Matías Yagüe, Francisco Martínez y el Pocho- y el capitán de intendencia, Mauricio San Román.

A la llegada a Villalba se encontraron con la carretera cortada por una patrulla de cinco personas, las cuales se encargaron de registrar a los viajeros. Victoria Kent se apeó en esta población y desde allí continuó hasta su casa en un taxi. Aquellos militares que eran adeptos a la rebelión fueron detenidos. Finalmente, el autobús de línea partió de nuevo hacia La Granja, con unos 20 milicianos a bordo. Este autobús ya no llegó a su destino pues se le impidió pasar del puerto de Navacerrada.

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La Granja de San Ildefonso no iba a resistir fiel a la república por mucho tiempo. El 21 de Julio parte desde Madrid el Regimiento de transmisiones del Pardo huyendo. Éstos se declaran fieles al levantamiento pero no desean vivir en primera persona los acontecimientos acaecidos en el Cuartel de la Montaña. Entre los miembros de este Regimiento se encuentra el hijo de D. Francisco Largo Caballero.

El regimiento decide marchar a Segovia pues es la ciudad rebelde más cercana a su posición, esto lo decidirán en la noche del día 20 de julio:

“Marchamos a Segovia a ponernos al lado del Ejército nacional, un Ejército que no está de acuerdo con la República y desea defender la integridad de España.”

Emprenderán el viaje de madrugada pero pronto se dan cuenta de que no va ser fácil llegar por lo que deciden hacerse pasar por fuerzas leales al gobierno republicano:

“Hay que fingir y simular. La consigna corre de camión en camión. Seremos tropas enviadas por el Gobierno para conquistar La Granja, las cuales tienen que llegar cuanto antes a su destino”.

Con esta estrategia logran alcanzar el municipio donde revelan su verdadera intención y lo rinden. Pero el triunfo no fue tan sencillo pues, cuando creían controlar La Granja, el administrado del Patrimonio, Fernández Cordero, y el teniente alcalde del municipio, D. Joaquín Trillo Matilla, junto a 15 carabineros del patrimonio se atrincheraron en la Casa de Oficios, edificio anexo al Palacio de San Ildefonso.

Tras un breve tiroteo los rebeldes amenazaron con abrir fuego de artillería, ante esta amenaza los resistentes se rindieron. La rendición se debió a que en ese mismo edificio se encontraba un colegio internacional y se temía que los alumnos sufrieran las consecuencias de la ocupación militar. Las diecisiete personas que se atrincheraron fueron fusiladas en el plazo de un mes desde la sublevación. Desde este momento La Granja va a quedar bajo control de las tropas sublevadas, las cuales van a iniciar la imposición del nuevo régimen.

La población de La Granja había sido tradicionalmente republicana y de izquierdas por lo que se comprende que resistieran a la sublevación en la medida de sus posibilidades.

La fuerte represión sufrida por los vecinos se debió más a este posicionamiento ideológico mayoritario que a la resistencia mostrada ante la sublevación, sólo aquellos que se atrincheraron fueron ejecutados por resistencia a la rebelión.

• La situación del municipio en el verano del ‘36

Desde el mes de agosto la situación de la población no va a sufrir cambios. En este momento las defensas del municipio ya se habían establecido.

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En la carretera de Madrid se hallaba un tanque pesado, dos cañones y una ametralladora. En los edificios de palacio se encontraban situadas ametralladoras, estas armas también estaban ubicadas en el Palacio de Infantes. La puerta del campo, al Este de la población, poseía otro de estos artefactos así como piezas de artillería de bajo calibre dirigidos al puerto de Reventón, posición republicana durante la guerra. El muro que circunda el jardín, y que le separa del pinar, contaba con puestos de tirador así como con aspillerado en algunos de sus tramos. Poseía estas defensas e, incluso, piezas de artillería de bajo calibre. Otra batería de artillería, de pequeño calibre, se encontraba en la carretera de Segovia dirigida hacia La Granja, su ubicación se debía a que, en caso de ataque republicano, se podría defender la población y las vías de comunicación. Todas estas posiciones se encontraban reforzadas por tropas militares y números de la Guardia Civil, su función era hacer funcionar el armamento y avisar a la población en caso de ataque. Todas estas eran las defensas ubicadas extramuros de La Granja. Defensas como las aquí establecidas tienen su justificación en que La Granja se encontraba a escasos metros de la línea de frente. Este hecho lleva a que exista una posibilidad constante de ataque republicano sobre la población, de hecho, esto sucederá en Mayo de 1937.

Dentro de La Granja estaban destinados 1000 efectivos, procedentes de Valladolid, Palencia y del regimiento de transmisiones del Pardo. En las Caballerizas Reales se encontraba la cárcel política donde se hallaban detenidos los elementos considerados peligrosos por sus simpatías con la izquierda. En la torre de este edificio había un heliógrafo que se comunicaba con Segovia y con el almacén de armamento y munición ubicado en la carretera de Francia. Justo enfrente, en el cuartel de la Guardia de Corps, estaban alojadas las tropas rebeldes y junto a él había emplazada una batería de pequeño calibre.

Posiciones de artillería en el cementerio de Valsaín

En la población se realizaron actividades para reforzar el nuevo sistema. Diariamente, a la hora de las comidas y durante las tardes, se representaron funciones en la zona conocida como el medio punto, junto a palacio. Desde los primeros días de la sublevación hubo jornadas especiales como el día de labor. También baile e, incluso algunos domingos se llegó a proyectar cine. Por las noches las ametralladoras funcionaban momentáneamente infundiendo temor en los vecinos del municipio.

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Las tropas acantonadas en La Granja recibían un abastecimiento continuo de munición, armamento y víveres, entre estos últimos se incluía de forma esporádica pescado. El que este último elemento haga presencia indica que el abastecimiento de esta plaza era óptimo. Los habitantes, civiles y militares, de esta plaza se mantenían informados pero, según el informe del espionaje republicano, la información que recibían era falsa por lo que solicitaban que se lanzasen sobre La Granja periódicos y proclamas, esta petición fue tenida en cuenta. Los uniformes que distinguían a los militares en el municipio eran el habitual traje Kaki mientras que a los falangistas y las milicias les distinguía el uniforme azul, por lo general un mono de trabajo.

El 25 de Julio de 1936, apenas rendido el municipio, corrieron las fuentes de los jardines del palacio, como es tradicional en el día de Santiago. En este entorno dio inicio una suscripción en beneficio de las tropas rebeldes. Aunque no fue este un día festivo pues se produjo un bombardeo sobre el pueblo, el cual originó el incendio de varios edificios.

El 30 de julio, en La Granja, se aprovechó la llegada de las primeras milicias de Falange para iniciar la retirada de todas aquellas alusiones a líderes republicanos, como era el caso de la placa dedicada a D. Niceto Alcalá Zamora. Durante estos doce primeros días también se iniciaron las primeras detenciones y ejecuciones de miembros y simpatizantes de la izquierda o del republicanismo.

• La milicia rebelde

Las milicias de la población se organizaron el 24 de Julio de 1936, apenas tres días después de la rendición de la plaza. El jefe de la milicia de San Ildefonso en el momento de su creación era el Capitán retirado D. Juan Blanco, auxiliado por el Teniente, también retirado, D. Severiano Esteban. Las atribuciones de estos eran la organización e instrucción de la milicia.

Su creación se articula en torno a una serie de normas:

En primer lugar, se dispuso que la milicia local debía ser un órgano auxiliar de las fuerzas del ejército en La Granja, prestando el servicio que se la encomendase, así como vigilando ante una posible incursión de «enemigos de España» y para defender a los ciudadanos «que sientan la Patria». Ninguno de los milicianos podía ser desafecto al golpe por lo que su apoyo había sido investigado, o al menos debería de haberlo sido, antes de su inserción en la milicia. Continuaba con la disciplina militar, la obediencia a los jefes, la puntualidad en el servicio y en el cumplimiento de las órdenes recibidas eran obligaciones básicas. Era imprescindible sentir como un honor usar las armas en apoyo del golpe de estado.

El tercer apartado impedía a los miembros de la milicia causar bajas, dentro de la población, sin la autorización expresa del comandante. Además, regula que todos aquellos que «no sean dignos de pertenecer a la milicia» sean degradados y expulsados públicamente, y posteriormente, además, castigados de acuerdo con su conducta, lo que incluía la eliminación del plus diario que recibían de la Junta de defensa nacional.

El cuarto punto dividía a la milicia en varias secciones:

La primera sección prestaría servicios al ejército y la guardia civil, estaba formada por los más jóvenes divididos en tres grupos de veinticinco hombres cada uno.

La segunda sección tenía a su cargo la labor de vigilancia, de la población y también la defensa de éste, en el caso de que fuese necesaria. Se encontraba formada por los voluntarios de más edad y aquellos que debían cumplir con otras obligaciones dentro del municipio. No prestarían servicio aquellos que superasen los cincuenta años ni los que no alcanzasen los dieciocho, aunque entre los de más de cincuenta podrían participar quienes se ofreciesen voluntarios y cuya condición física se demostrase apta. Estaban divididos en doce grupos de diez hombres cada uno.

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En ambas secciones los grupos estaban bajo el mando de un Jefe de grupo, con atribuciones militares sobre los hombres que componían su fracción. El distintivo que portaban era un brazalete con los colores rojo y gualda, dicho brazalete debería de ser portado en el brazo izquierdo, en la parte superior se indicarían las insignias que reconociesen a los oficiales. Todos los hombres debían de portar en el lado izquierdo del pecho la insignia de la organización a la que pertenecieran, igualmente se debía de portar la camisa azul como uniforme. La autoridad militar era quien ordenaba el servicio por escrito y quien armaba a la milicia, de dicho armamento respondía el jefe de la Milicia. La milicia formaba lo que se denominó la segunda línea, esta se encontraba dirigida por el jefe de la milicia local, a no ser que la autoridad militar ordenase un servicio de armas momento en el que pasarían a depender de los mandos militares.

El frente de vigilancia que cubría la milicia de San Ildefonso era de cuatrocientos cincuenta metros y se encontraba dividido en tres sectores. Los turnos de noche se llevaban a cabo desde las 21 horas hasta las 6 de la mañana, situándose dos milicianos cada quince metros, sesenta en total. Por el día la densidad de centinelas era inferior, uno cada treinta metros, quince en total. En caso de ataque se encontraba estipulado situar un fusil cada tres metros, los que suponía ciento cincuenta voluntarios en el recorrido. El jefe de la milicia era quien organizaba el servicio que se debía prestar, lo hacía con las valoraciones propias y las órdenes recibidas de la autoridad militar.

Esta milicia llegó a alcanzar los doscientos treinta miembros, los cuales provenían de estratos sociales y profesionales muy variados.

El 31 de diciembre se comunicó la forma en que se debería responder, desde ese día, en caso de ataque: una vez iniciada la alarma las unidades que se encontrasen en el reten deberían presentarse en aquellos lugares que les hubiesen sido asignados. El resto de milicianos deberían tomar las armas y permanecer a la espera de nuevas órdenes en el cuartel de la Milicia Local.

Los voluntarios que se alistaron en los primeros meses lo hicieron llevados por el momento. Esto queda reflejado en un parte de baja para siete de sus miembros expedido el 22 de noviembre del mismo año de su creación, se debió a que son personas de elevada edad o con problemas físicos. Apenas un mes después se accedía a otra baja por una erosión gastrointestinal, atestiguada con un parte médico, lo que muestra que no se tuvieron en cuenta algunos de los requisitos exigidos para la formación de la milicia. Aunque no todas las bajas de la milicia se debían a estos hechos: el 6 de Noviembre de 1936 se accedía a conceder la salida de dicho organismo a D. Fernando Alonso Martínez debido a su deseo de pasar a formar parte de los tercios de requetés.

Solo el caso de D. Manuel Soler Cuerdo parece indicar una depuración, es licenciado por «no convenir sus servicios en esta milicia». Otro caso curioso es el de Francisco Barreno Mínguez, guardia de la finca de La Pedrona, que el día 22 de Mayo de 1937 partió hacia su puesto de trabajo en la citada finca y no se volvió a saber nada de él ni del armamento que portaba. Los jefes de la milicia pidieron informes pero tan solo se encontró una contestación el 10 de Junio del mismo año en la que se citaba la falta de información existente en el archivo de la milicia, sólo indica la información aportada por la mujer de Barreno quien dice que «su nombre es Francisco Barreno Mínguez, de 45 años, casado, de profesión guardia de la finca la Pedrona […] natural de Otero de Herreros (Segovia) […] de estatura baja, moreno y en cuanto a su señal particular una cicatriz en la parte superior de la mano derecha». Era buscado por el temor, más que probable, de que hubiese cruzado la sierra para unirse a las tropas republicanas y que con él portase información sobre la plaza.

El 18 de diciembre el Comandante militar reorganizó el sistema de servicios para normalizarlo. El mando recayó en manos del oficial D. José María del Valle, apoyado por D. Francisco Mifsut y D. Luis Fernández Durá, estos últimos deberían turnarse por las noches para que en el local de la milicia siempre hubiese un oficial de servicio.

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El 21 de diciembre de 1936 el General de la División de Ávila hizo llegar un telegrama en el que daban la orden de que aquellos jóvenes que debiesen incorporarse al ejército como parte del remplazo y que en ese momento se encontrasen formando parte de la milicia no se incorporaran al ejército pero que se comunicara a las columnas en las que se les había destinados.

La situación de La Granja y Valsaín se mantuvo hasta el 30 de mayo de 1937, cuando se inició la ofensiva sobre La Granja y Segovia en un intento de aliviar a presión franquista sobre el frente Norte y que costó la vida a más de dos mil quinientas personas. Durante dicha batalla resultaron heridos varios de los miembros de la milicia local que habían pasado a la primera línea de frente. Estos hombres eran Vicente Sacristán Sacristán, Mariano Calle Merino, Pedro Gutiérrez Carrillo, Santiago Cuesta Rodríguez, Joaquín Miguelañez Gil, Luis Hernando Mateos e Isidro García Ayuso. Sólo perdió la vida un hombre de esta milicia, Florentino Chueca Gómez.

Tras la batalla los miembros de la milicia permanecieron varios meses en la primera línea desarrollando servicios de parapeto en la zona sur de la localidad. Estos hombres son 190, mayoritariamente jornaleros y con familias, debido a los cual se realiza una petición para que estos hombres regresasen a desarrollar las funciones normales de vigilancia en la población.

La presencia de una fuerte colonia de verano, tradicionalmente conservadora, ayudó al establecimiento del nuevo régimen y fomento la creación de la milicia. El hecho de que vecinos del municipio se alisten voluntariamente en esta organización se debe en parte a que la pertenencia a ella evitaba la represión.

La tensa y problemática situación abierta en 1936 no se cerraría con el final de la guerra. El Real Sitio de San Ildefonso, más exactamente el Palacio de La Granja fue elegido por la cúpula franquista para celebrar los fastos del 18 de Julio, día en que se produjo el golpe de estado que derivo en la guerra civil, además de ser considerado por el régimen dictatorial como el día en que se inició la liberación de España. La realización de estos actos en este lugar se debe a que es el lugar donde había nacido algunos de los infantes, entre ellos D. Juan de Borbón. La presencia de la monarquía desde siglos atrás hizo que la dictadura buscase una vía de legitimidad para la dictadura

Conmemoración del XXXVI aniversario del golpe de estado en los jardines de La Granja, Franco y señora, Príncipes

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Este hecho conllevó que la represión se mantuviese activa hasta 1975, año en que falleció el dictador y se dejo de celebrar aquí la citada festividad. La represión consistió desde el final de la posguerra en detenciones o destierros temporales.

Unido a esta represión el pueblo sufrió un cierto abandono en cuanto a las inversiones en infraestructura y mantenimiento.

La situación se normalizaría a partir de 1977 con la restauración de la democracia.

• La restauración de la democracia y las primeras corporaciones municipales

San Ildefonso se había visto sometida a los rigores de la postguerra y además fue elemento de proyección del régimen en las festividades nacionales, generando no pocas dificultades y condicionantes al municipio y su población. Servía además de esparcimiento bastante habitual al dictador y su familia y ello generaba a su vez suficiente distorsión en la vida comunitaria.

San Ildefonso nunca había estado representada nuestra comunidad en la Diputación Provincial hasta 1.987. Los poderes de Segovia no habían podido tampoco tener protagonismo en el Real Sitio porque no se lo habían permitido aquellos que controlaban y ejercían el poder del Estado, por razones políticas y posiblemente también de seguridad.

La restauración de la democracia tras la muerte del dictador en 1.975 fue lo suficientemente compleja como para que se produjeran lentamente las necesarias reestructuraciones del poder. Aquellos primeros planteamientos de la oposición democrática en la clandestinidad, con las discusiones sobre reforma versus ruptura; las presiones y políticas de dentro y fuera de nuestras fronteras; los condicionantes económicos y las múltiples presiones existentes en este campo; la imposición y aceptación de la Monarquía como forma de Estado; la falta de participación cívica y política de una población a la que no se consideraba suficientemente madura políticamente y la falta de un régimen de libertades que permitiera garantizar la discusión del futuro en unas Cortes auténticamente constituyentes, condicionaron el devenir de los primeros años de la transición democrática. La opción de la reforma política en vez de por la ruptura democrática; la introducción del consenso y la concesión al pacto como instrumentación de la vida política.

Sin haber conseguido un régimen de libertades plenas, se plantean las primeras elecciones municipales y se enmarcan en una normativa consensuada, condicionada por listas cerradas y una total ausencia de proporcionalidad con la aplicación de la Ley D'Hont, hipotecándose lo que iba a ser la vida de los municipios, de las políticas que en ellos se iba a aplicar y de las personas que la iban a protagonizar.

A ello había que añadir la falta de participación en la vida política, la ausencia de una auténtica conciencia política, la inercia de una cierta apatía y desidia y de un bienestar personal engañoso, contaminado con el consumismo propagado por los medios de comunicación y por la propia competitividad social mal entendida. Estos elementos generan una atmósfera poco propicia para establecer las líneas de un auténtico cambio democrático.

Si se suman a ello las características específicas de San Ildefonso, con una población sin excesivo desempleo, con posibilidades de llevar a cabo trabajos varios que permitían añadir ingresos superiores a los habituales, se puede entender las pocas ansias de participar en la vida comunitaria, sindical o política.

Esta situación se enmarca, además, en la idiosincrasia de una población ciertamente heterogénea desde los mismos orígenes del lugar, con mezclas de procedencias, de culturas y costumbres, sin arraigo específico y que ha ido dificultando las posibilidades de generar identidad propia de comunidad, aunque la historia del Real Sitio la iba generando con el paso del tiempo.

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Las primeras elecciones democráticas de ámbito municipal llegaron en 1979. Las fuerzas políticas mayoritarias organizadas, Unión de Centro Democrático y PSOE, que son las protagonistas del consenso en la transición, presentan sus candidaturas. De forma puramente casual y sorprendente se produce la aglutinación de una serie de personas activas en distintas esferas de la vida comunitaria de San Ildefonso como sindicatos y comités de empresa. Se produce así una plataforma autodenominada “Pueblo Unido”. Esta plataforma logró la victoria en las primeras elecciones con 6 concejales, UCD obtuvo cuatro y el PSOE, uno. A partir de ahí todos aunaron esfuerzos en bien de la comunidad. Se planificó una estrategia de actuación. Se reivindicó que este municipio tuviera todo lo que todos los demás tenían: su propio suelo y una economía que le permitiera conseguir los medios e infraestructuras básicas que precisaba para su futuro desarrollo económico, social y cultural.

En la segunda legislatura “Pueblo Unido” obtuvo de nuevo la mayoría, en esta ocasión la plataforma incorporó a aquellos que habían trabajado conjuntamente con el primer núcleo. Vivienda, educación, empleo, sanidad, cultura, comercio y urbanismo, fueron los campos de actividad política abordados. Diversos convenios firmados con la Administración del Estado permitían generar una enorme actividad y un camino de futuro. San Ildefonso lo entendió así y la segunda legislatura fue continuidad de lucha para conseguir los objetivos planteados. Diez concejales de “Pueblo Unido” y uno de Alianza Popular trabajaron en equipo con ilusión desde 1.983 a 1.987. Los obstáculos administrativos y políticos del contexto nacional, regional o provincial no frenaron el progreso del municipio.

En la tercera legislatura las candidaturas cambiaron. Cinco concejales de Izquierda Unida, cuatro del PSOE y dos del PDP, que mantuvieron posteriormente su independencia en el Grupo Mixto.

Desde la legislatura de 1991 hasta la actualidad el PSOE ha llevado las riendas de este municipio con el apoyo mayoritario e indudable de los vecinos de La Granja y Valsaín.

Durante las últimas legislaturas destacados proyectos, como la recuperación de los bienes culturales, la creación de un Centro de Congresos Internacional, de un Parador Nacional o la incorporación de las calles a la titularidad municipal unido a la mejora de estas infraestructuras.

Un buen ejemplo del trabajo desarrollado por estas últimas corporaciones son los foros donde han participado los representantes del ayuntamiento:

• Jornadas “NUEVOS RETOS Y BUENAS PRÁCTICAS URBANAS” Experiencias españolas y europeas, Organizado por el Ministerio de la Vivienda de España y el Comité Hábitat Internacional. Madrid. Noviembre de 2008.

• Jornadas “Minor Communities and Sustainable Tourist Development”. “Royal Sities of San Ildefonso (Segovia): A development vision based on tourism”. Unión Europea, Acción Cost 27 (European Cooperation in the field of Scientific and Technical Research). Paphos, Chipre. Septiembre de 2008.

• Jornadas “Patrimonio Natural y Patrimonio Artístico: ¿Un activo o un pasivo para el Desarrollo Sostenible?”. Unión Europea, Acción Cost 27 (European Cooperation in the field of Scientific and Technical Research). Real Sitio de San Ildefonso, 11, 12 y 13 de Mayo de 2009.

• Jornadas “Health and wellbeing, a resource for local development?" Unión Europea, Acción Cost 27 (European Cooperation in the field of Scientific and Technical Research). Lausanne, Switzerland. 7 – 9 September 2009.

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• Jornadas “Desarrollo, Mesa de Participación” Unión Europea, Acción Cost 27 (European Cooperation in the field of Scientific and Technical Research). Nowy Sącz, Poland. May 2010.

• Hispania Nostra. XXIX Reunión de Asociaciones y Entidades para la Defensa del Patrimonio Cultural y su Entorno. Sigüenza. Noviembre 2008.

• Jornadas “Estrategia Local y Sistema de Indicadores para la Conservación y el Incremento de la Biodiversidad”. Federación Española de Municipios y Provincias (FEMP), Enguidanos, Cuenca, Noviembre de 2008.

• Jornadas del Foro de Ciudades de la Ilustración, Organizadas por el Gobierno de Guatemala, Guatemala. 2008. Así también en las organizadas en Cartagena, Sagunto, Valencia y Real Sitio de San Ildefonso (Turismo de Patrimonio Industrial), Ferrol, Vilareal de San Antonio, Lisboa, Marly-le-Roi, Trelliers y Albi, (Francia), entre otras.

• Jornadas “Municipios y Viviendas”, Mesa “El Desarrollo Urbano Sostenible”, Vitoria, 13 y 14 de Diciembre de 2008.

• Jornadas “El tratamiento del suelo y planificación en torno a la actividad turística”, “El Real Sitio de San Ildefonso ejemplo de planeamiento urbanístico con proyección turística”. Durango. Octubre de 2008.

• Jornadas de Patrimonio, Gestión Cultural y Turismo del Valle de Ayala y Alto Nervión: “El Caso de San Ildefonso-La Granja: Política municipal en torno al Patrimonio y Turismo”. Museo Etnográfico de Artziniega, Noviembre de 2007.

• I Congreso Nacional de Arqueología Industrial. Exposición del Patrimonio Industrial Local, recuperado y proyectos de futuras recuperaciones, Sagunto (Valencia), Junio de 2006.

• Diversas ponencias y mesas de trabajo sobre urbanismo sostenible en las Universidades: UIMP, UAM, S. Pablo–CEU, SEK, San Quirce, Cursos de verano de la Politécnica de Madrid y del País Vasco, entre otras.

• Jornada “Camino de Santiago desde Madrid, pasado, presente y futuro”. Cooperación entre diversas instituciones para la puesta en valor de la ruta “Camino de Santiago” a su paso por la provincia de Segovia, y especialmente por el municipio. San Ildefonso, Marzo de 2007.

• Jornadas de presentación de la estrategia local y Sistemas de indicadores para la conservación e incremento de la biodiversidad. Programa Biodiversidad 2010 Federación Española de Municipios y Provincias. Palacio de la Magdalena Santander Marzo 2010

También ha generado espacios de intercambio organizando y colaborando en diversas jornadas de difusión, entre las que podemos mencionar:

• Seminario “El Vidrio: Historia, Arte y Arquitectura” con Escuela de Arquitectos de Madrid. San Ildefonso, 2005.

• Jornadas de sensibilización ciudadana sobre los valores y amenazas en un enclave de la RED Natura 2000: Sierra de Guadarrama. San Ildefonso, octubre de 2006.

• Jornadas sobre cooperativismo en vivienda de protección oficial. Directrices de política de vivienda sostenible. San Ildefonso, Marzo de 2007.

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• Jornadas sobre Recursos Hídricos y Gestión del Monte. San Ildefonso, Marzo de 2008.

• Jornada Informativa sobre el Plan Especial de Rehabilitación Integral del Palacio de Valsaín y su Entorno. San Ildefonso, Septiembre de 2008.

• Encuentro Mundial de Pastores Nómadas y Trashumantes. 2007.

• Jornadas: "Caminos del Agua y Biodiversidad: Modelo de Desarrollo Rural Sostenible", organizadas por la Asociación para el Desarrollo Rural Segovia Sur y el Ayuntamiento, 5 al 7 de Noviembre de 2009.

• Jornadas “La gestión de los residuos; responsabilidad de todos: San Ildefonso”, Coorganizadas junto con la Universidad Autónoma de Madrid, Facultad de Ciencias, Departamento de Geología y Geoquímica, 11 de diciembre de 2009.

2.- Los intelectuales y el Guadarrama

2.1.- Naturalistas:

Durante el siglo XVIII llegaban a España nuevas corrientes de pensamiento desde Europa, todo gracias a la difusión de la Ilustración. En 1771, Carlos III, dio la orden de constituir un Gabinete de Historia Natural, al que se incorporaron magníficas colecciones particulares pero necesitaba una continua ampliación de fondos por lo que comenzó a subvencionar expediciones por la península. En 1793 Juan y Enrique Thalacker recorrieron el Guadarrama en busca de minerales. En 1801 Simón de Rojas Clemente y Domingo Badía, más conocido como Alí Bey, recorrieron Navacerrada en nombre del gabinete de Historia Natural.

Desde la guerra de independencia hasta la muerte de Fernando VII la investigación naturalista sufrió un grave atraso al llegarse a perseguir a algunas disciplinas como la geología, cuyos estudios eran realizados de forma clandestina y se perseguían las publicaciones sobre estos temas. Tras la muerte del monarca en 1833 la situación mejoró de forma importante al volver a ocuparse el Guadarrama para su estudio.

En 1837 D. Mariano de la Paz Graells comenzó a frecuentar el Guadarrama para la realización de estudios sobre el terreno. Graells comenzó a ganar fama cuando descubrió en la zona un raro ejemplar de lepidóptero del género Saturnia lo que despertó al mismo tiempo un gran interés sobre los insectos del Guadarrama, convirtiéndose en un lugar privilegiado para los cazadores de insectos. Se descubrieron en esos años varias especies nuevas de escarabajo y saltamontes. Pero era en 1849 cuando se producía en los pinares del Guadarrama el descubrimiento más importante del siglo XIX dentro del género de los lepidópteros, Graells había descubierto una nueva mariposa la graellsia isabelae, cuyo nombre actual recibió en 1896 en honor de Graells y de la Reina Isabel II.

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Graellsia Isabelae

Fueron muchos los que continuaron con el legado de Graells, fueron estos los que en 1871 fundaron la Sociedad Española de Historia Natural, la cual se convertiría en la cuna de investigadores españoles contemporáneos, muy vinculados con el Guadarrama.

Los entomólogos se vincularon de forma importante al Guadarrama y muy especialmente a las zonas comprendidas entre Villalba y La Granja, donde por aquel entonces don Rafael Breñosa ordenaba y dirigía la explotación de los pinares de Valsaín.

La labor de tantos investigadores obtuvo su recompensa cuando en 1911 se fundó la estación de Biología alpina del Guadarrama, con la que alcanzarían el mayor prestigio los estudios realizados desde los inicios con Graells.

Por otra parte, la geología era una disciplina en pleno desarrollo desde el fallecimiento de Fernando VII. Iniciados los primeros estudios en el Guadarrama por don Casiano de Prado fue José McPherson, que había participado con de Prado en varios viajes por la península, quien realizó una labor incalculable por el Guadarrama. Desarrollo una extensísima labor dentro de la investigación geológica pero también pedagógica y cultural como miembro de la Institución Libre de Enseñanza. Pero su mayor aportación a la geología fue señalar el camino a sus discípulos Francisco Quiroga y Salvador Calderón debido a la labor que estos y sus discípulos continuaron haciendo en diversas especialidades dentro del Guadarrama.

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Las primeras muestras de interés por las huellas glaciares de este sistema montañoso fueron las que aparecieron en 1864 en la Descripción Física y Geológica de la provincia de Madrid, de Casiano de Prado, en la que su autor dedicó un capítulo a este asunto titulado Acción Glaciar de la Sierra de Guadarrama. A De Prado, que había recorrido con frecuencia el macizo de Peñalara hacia la mitad del siglo XIX, hay que reconocerle hoy día el gran mérito de haber señalado por primera vez el origen glaciar de su laguna. Pero no era el único, hasta finales del siglo XIX imperó entre los geólogos la teoría de que las sierras del Sistema Central habían estado cubiertas por una gran capa de hielo permanente que se extendía hasta el pie mismo de las montañas. Así pensaban otros estudiosos que recorrieron el Guadarrama por aquellos años, como el francés Adrien Baysselance o el español Macpherson, que se esforzaron durante años en buscar restos glaciares por las laderas de la sierra interesándose, sin embargo, mucho menos por las zonas de cumbres. Como muestra de ello, en 1873, Macpherson describía restos de acumulaciones que creyó morrénicas en los Regajos Llanos, en la vertiente norte del Reventón, pensando que eran los residuos de dos glaciares que se extendieron por las alturas de San Ildefonso. No sería hasta 1894 cuando el geólogo alemán Albrecht Penck, que a principios de los años noventa había recorrido las formaciones glaciares de Peñalara, deshiciera en un estudio publicado en la Revista de la Sociedad Berlinesa de Geografía la teoría ya aceptada de aquella desmesurada capa de hielo, determinando que en el Guadarrama nunca se dieron las condiciones meteorológicas y de relieve para la existencia de glaciares de grandes dimensiones, aunque sí se formaran pequeños glaciares sostenidos en su base por acumulaciones rocosas.

Los descubrimientos de nuevas especies de plantas hechos públicos por la Sección Botánica de la Comisión del Mapa Geológico atrajeron a España durante la segunda mitad del siglo a famosos naturalistas extranjeros. Uno de los más célebres fue el botánico y entomólogo francés Lean Oufour, un gran amante y conocedor de nuestro país desde que en su juventud sirviera como médico en el ejército napoleónico. Gran amigo de muchos naturalistas españoles, en sus cartas desde Francia al botánico Mariano Lagasca, solía pedirle insistentemente información sobre las plantas descubiertas en el Guadarrama. También vendría, hacia 1844, el botánico austriaco Moritz Willkomm que escribió un interesante libro de recuerdos de viaje en el que dedicó capítulos a sus excursiones por El Escorial y San Ildefonso. Poco después, en 1879, atraídos por la fama que Willkomm había dado en Europa a los endemismos del Sistema Central español, los botánicos suizos Louis Leresche y Emíle Levier recorrían las sierras de Gredos y Guadarrama donde describieron nuevas especies que hicieron públicas también en un interesante libro de viajes. A lo largo de estos años también recorrieron la sierra otros menos conocidos como Alfred E. Lornax, un farmacéutico de Liverpool que de 1890 a 1893 herborizó por gran parte del Guadarrama reuniendo una amplísima colección de especies botánicas, algunas de ellas muy raras, que remitió a la Sociedad Española de Historia Natural. A finales de siglo, los botánicos del Museo de Ciencias Naturales y el Jardín Botánico ascendían en busca de plantas hasta las cumbres más altas e intransitadas.

En 1846, dos jóvenes estudiantes de Botánica fueron enviados a la Escuela Forestal de Tharandt, en Sajonia, para cursar estudios de Ingeniería Forestal. Eran Agustín Pascual y Esteban de Boutelou, este último perteneciente a una renombrada familia de botánicos y jardineros de la Real Casa, descendiente del célebre Boutelou del mismo nombre venido de Francia durante el reinado de Felipe V para proyectar los jardines del palacio de La Granja. Las primeras promociones de ingenieros de montes hacían suyas las innovadoras teorías geobotánicas de Moritz Willkomm, que era catedrático en la Escuela de Tharandt y también amigo personal de algunos de ellos desde que en 1844 viniera por primera vez a España. El primero en aplicar a su trabajo los nuevos métodos dasonómicos fue Agustín Pascual, uno de aquellos dos jóvenes enviados a Tarandt, que en 1847, antes incluso de la fundación de la Escuela de Montes, publicó el primer estudio forestal sobre los pinares de la sierra apoyándose en sus observaciones hechas durante años en Valsaín.

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2.2.- Educadores

Las nuevas formas de entender la naturaleza de toda esta generación de científicos y naturalistas no surgieron sin levantar ampollas en ciertos sectores del poder y de la Iglesia y acabarían por ser el detonante de lo que se conoció como cuestión universitaria. En 1874, un miembro de la Sociedad Español a de Historia Natural, el catedrático Augusto González de Linares, pronunciaba en el Colegio Fonseca de Santiago de Compostela una conferencia sobre las nuevas ideas evolucionistas de Charles Darwin, que empezaban a calar hondamente entre los naturalistas españoles desde que en 1859 apareciera su gran obra El Origen de las Especies. Tras su disertación se produjeron serios incidentes por parte de la indignada audiencia hasta el extremo de que el autor de la conferencia fue desafiado en duelo. El ministro de Fomento, marqués de Orovio, acabó expedientando a González de Linares lo que produjo la protesta inmediata de otros profesores que a su vez fueron apartados de sus cátedras, desterrados o encarcelados.

Francisco Giner de los Ríos

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Entre ellos se encontraba Francisco Giner de los Ríos, catedrático de Filosofía del Derecho y Derecho Internacional, que fue encarcelado en Cádiz durante algún tiempo por motivos políticos, a lo largo del cautiverio pudo meditar y madurar la idea de fundar una institución que garantizara la libertad de enseñanza al margen de influencias políticas y religiosas. Obsesionado con esta idea, Giner supo contagiar su interés a algunas de las más destacadas personalidades del mundo de las artes, la ciencia y la política, y el 10 de Marzo de 1876, junto a los profesores Figuerola, Montero Ríos, Moret, Salmerón, Costa y Azcarate, fundaba la Institución Libre de Enseñanza, que pronto se convertiría en una escuela de primera y segunda enseñanza que ensayaría las reformas e innovaciones pedagógicas de moda en Europa. Hasta que en 1881 la llegada al poder del gobierno liberal de Sagasta le permitiera volver a ocupar su cátedra, Giner tuvo tiempo para descubrirla naturaleza, un descubrimiento tardío pero que marcaría definitivamente su trabajo y su vida personal hasta el punto de que al final de sus días soñaba con hacer vida de ermitaño en la pequeña casa que la Institución había levantado en las inmediaciones del Ventorrillo de Navacerrada. Este descubrimiento tuvo lugar hacia 1876, cuando en compañía de su amigo el catedrático de Historia del Arte Juan Facundo Riaño y su esposa Emilia Gayangos, una culta mujer educada en Inglaterra en el más puro amor y respeto por la naturaleza, comenzó a realizar algunas excursiones por el Monte de El Pardo desde donde pudo contemplar y admirar, desde una óptica nueva, el magnífico panorama de los extensos encinares con el Guadarrama al fondo. El más emblemático de todos los métodos educativos de la Institución fueron las excursiones. En 1878, Rafael Torres Campos, uno de los primeros profesores incorporados por Giner para impartir cursos de Geografía y Morfología Natural, decidió introducir el sistema de Excursiones Escolares en la metodología del nuevo centro después de un viaje a París, donde pudo conocer los sistemas pedagógicos vigentes en Francia. Giner dirigió las primeras excursiones, junto a Torres Campos, en las que se buscaba la participación, en calidad de maestros, de relevantes personalidades de las ciencias y las artes. La primera excursión colectiva a la sierra se realizó durante las vacaciones de verano de 1883 y a ella asistieron, además de Giner, los profesores Cossío, Vida y Calderón y diez jóvenes alumnos. A lo largo de varios días atravesaron a pie los puertos de Navacerrada y del Paular, bajaron a Rascafría donde visitaron el entonces abandonado monasterio, subieron el durísimo puerto del Reventón y descendieron finalmente hasta La Granja.

En las excursiones interesaba todo: las características naturales del terreno, los aspectos históricos y artísticos de los pueblos y aldeas y las costumbres, la psicología e incluso la higiene de las gentes de la sierra. La rígida aunque apasionada personalidad de Giner les daba un carácter místico y trascendental hasta el punto de que para los alumnos eran algo parecido a lo que hoy serían unos ejercicios espirituales en los que debían iniciarse en los secretos y la armonía de la naturaleza. La disciplina era casi espartana; se hacían jornadas de treinta o más kilómetros por los entonces difíciles caminos de la sierra, y el mismo maestro, movido por su higienismo más o menos radical, llegaba a bañarse en pleno invierno en las heladas aguas del Lozoya, aunque esto último no lo imponía a sus alumnos.

Giner viajaba siempre con un cuaderno de notas donde describía el paisaje de cada lugar y anotaba la configuración de las montañas, sus ramificaciones, las divisorias de aguas, el caudal de los ríos, y un sinfín de detalles más que le eran sugeridos por su carácter meticuloso. Pese a ello, parece ser que como persona poco acostumbrada a recorrer el monte, su sentido de la orientación dejaba mucho que desear y a decir de su segundo, Cossío, «se perdía en su propia casa», lo cual producía una secreta aunque cariñosa ironía entre sus discípulos:

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«No había monte, puerto y arroyo que no conociera por su nombre y no lo tuviera anotado y dibujado de diversas maneras en sus cuadernos. Y desdichado del que hubiera ignorado o confundido los nombres, no ya de las Cabezas de Hierro, de las Guarramas y Guarramillas, de la Maliciosa, de Montón de Trigo y de la Mujer Muerta, todas cumbres mayores, sino de Peña Citores, Cañadas Lóbregas, Collado del Viento, Peña del Águila y cuantos y cuantos más de tercera categoría. El maestro era insaciable en lo de almacenar nombres y más nombres. Pastor que veíamos, labrador con quién nos cruzábamos, muchacho a quien pudiéramos abordar, era asediado a preguntas sobre cosas y distancias. A cada uno había que sacarle cuanto sabía. (...) Todo pasaba a su cuaderno con su nombre y con su esquema, y cuando nosotros hacíamos otro tanto, la reprimenda era inmediata y severa. En esto, sin embargo, pudo con nosotros, que al fin llegamos a descubrir que a él mismo no le servían para orientarse con acierto casi nunca sus apuntes. (...) Únicamente el señor Cossío, a quien no le fallaba jamás una vereda, una la dirección o una distancia, era el que se atrevía a rectificar sus cálculos con distingos y consideraciones del más sagaz diplomático. Pero don Francisco, ante el peligro de quedar al descubierto, recurría siempre a su inagotable arsenal de nombres y distancias: “-Pero ¿No estamos en las Siete Revueltas, y no es aquel el puerto de Navacerrada, y aquellos montes Siete Picos y aquellas colinas las Camorcas y el cerro de Matabueyes?”»

Al poco tiempo de su fundación, desde la Sociedad Española de Historia Natural ingresarían en la Institución algunas personalidades del mundo de la ciencia vinculadas desde hacía años a la Sierra de Guadarrama. Entre ellos se encontraban Bolívar, Quiroga y Macpherson, este último gran amigo de Giner al que había conocido durante su destierro y prisión en Cádiz. De ellos partió la iniciativa de fundar en 1886 la llamada Sociedad para el Estudio del Guadarrama, una agrupación de científicos e intelectuales que, según sus estatutos fundacionales, tenía como finalidad «la investigación de esta sierra y su población bajo todos sus aspectos». Entre los muchos y muy ilustres firmantes de estos estatutos, además de Giner, Cossío, Bolívar, Quiroga y Macpherson, destacaron otros como Juan Facundo Riaño, el geólogo Federico Botella, por entonces inspector general de Minas, el entomólogo Francisco de Paula Martínez Sáez, el botánico Blas Lázaro, el pintor Aureliano de Beruete y el catedrático Antonio Machado, padre de los dos poetas Antonio y Manuel.

Las actividades de la Sociedad para el Estudio del Guadarrama se iniciaron el 21 de noviembre de 1886 con una excursión en la que se volvió a repetir el itinerario preferido de Giner: desde Navacerrada a El Paular y desde allí, por el Reventón, hasta La Granja. En esta excursión, que dirigió el geólogo Salvador Calderón, participaron como profesores Giner, Cossío, Bolívar, Macpherson, Quiroga y Ricardo Rubio, pernoctando, junto a un nutrido grupo de alumnos, en una enorme y vieja tienda de campaña propiedad del Museo de Ciencias y utilizada durante la expedición al Pacífico de 1862. Según recordaba Cossío muchos años después, entre los alumnos iba un joven alto, desgarbado y algo despistado que olvidó en Rascafría los pollos comprados para comer en la dura jornada del Reventón dejando en ayunas a profesores y alumnos. Era un niño llamado Julián Besteiro, que con los años, además de un gran enamorado del Guadarrama, se convertiría en presidente de las Cortes de la II República.

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Vista de La Granja desde los montes de Valsaín

A medida que las ocupaciones de Giner le impedían cada vez más frecuentemente hacerse cargo de la dirección de las excursiones, fue delegando esta tarea en su amigo y colaborador más directo Manuel Bartolomé Cossío, un gran apasionado del arte y la naturaleza que de niño había descubierto el paisaje del Guadarrama desde la casa que su madre poseía en Sepúlveda, y que estaba llamado a convertirse en una de las personalidades con más influencia en el desarrollo cultural de nuestro país durante el primer tercio del siglo XX.

En diciembre de 1902, un grupo de jóvenes amigos que comenzaban a frecuentar la sierra entre los que se encontraba Constancio Bernaldo de Quirós, futuro fundador de la Sociedad de Alpinismo Peñalara, coincidían en el monasterio del Paular con Cossío y sus alumnos:

«Aquella tarde de invierno, fría, cenicienta, amenazando nieve, tuvimos una sorpresa al penetrar de visita en las habitaciones que en el viejo monasterio del Paular, ocupan los señores de Ibáñez Marín. Uno, dos, tres..., cinco, hasta siete niños hallábanse sentados ante la chimenea. Inquietos y charlatanes, llenos de alegría, parecían pájaros secándose al sol en una rama. Eran alumnos de la Institución libre de Enseñanza, los hijos de Torres Campos, de Alberto Giner; de Madinaveitia, de Orueta... ¿Qué otros podían haber enviado a sus hijos a invernar en el corazón de la sierra? El jefe de la menuda tropa, señor Cossío, departía con los dueños de la casa. Hablaba del placer de encontrarse allí, cuando la sierra se encontraba en toda su actividad, en pleno invierno. El militar y el educador hacían votos porque cundiese en España la afición al excursionismo y el amor a la Naturaleza. Ponderaban lo que enseria y lo que se aprende, lo que sana el cuerpo y el espíritu, Otros dos profesores de la Institución, Vaca y Gutiérrez, asentían moviendo la cabeza en la penumbra. Amaneció, y el valle se mostró enteramente cubierto por la nieve. A lo lejos, cielos y tierra se confundían en la misma claridad blanquecina indefinible. Los grandes picos de la cordillera, Peñalara y las Cabezas de Hierro, estaban velados por sombrías nieblas. Debían hallarse cerrados todos los puertos. En el interior del antiguo convento de Lozoya transformado en la panadería, volvimos a ver a los jóvenes excursionistas.

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No habiendo podido intentar el paso de la Morcuera o del Reventón, Cossío los sacaba por el valle. Llevaban once kilómetros de marcha sobre la nieve. Faltábanles diez y ocho. El camino era largo y el día corto. Para no perder tiempo, acordaron comer mientras caminaban. Fue una escena simpática, envuelta en un ambiente de singular ternura. En el centro de la habitación provinciana, bajo la luz blanca, crudísima, que enviaba la calle llena de nieve y reflejaban las paredes enjabelgadas, el maestro cortaba rebanadas de una gran hogaza, repartiéndolas entre los alegres niños vestidos de caminante. Mientras ellos aleaban los brazos con demanda, pensábamos nosotros en el simbolismo de aquella escena, y la tristeza de haber sido criados fuera de aquella pedagogía inteligente y buena, éranos luego suprimida por la satisfacción de verla allí presente, sana y viviente para otros.

Y seguíamos pensando en la ventaja con que habían nacido esos muchachos, cuando al volver la cabeza, los vimos en la carretera marchando valientemente por paisajes desolados. La voluntad sostenía a los menos fuertes, y desde aquel puma, nosotros, para alentarlos, al pie de cada una de las piedras donde se marcan los kilómetros, escribíamos en la nieve palabras que encendían su ánimo.»

La labor educativa de Giner y Cossío en el aula incomparable de la Sierra de Guadarrama fue continuada por sus discípulos durante años, y significó un paso más en el cambio de actitud ante la naturaleza que desde hacía años se venía gestando en España. La gran sensibilidad estética de los dos maestros dio a la montaña en general, y al Guadarrama en particular, una dimensión cultural que antes no tenía. La historia, el arte, y una renovada y especial sensibilidad ante el paisaje significaban ya una concepción no utilitaria de la naturaleza y abrían un campo inmenso a los nuevos excursionistas.

Durante los últimos años del siglo comenzaron a surgir sociedades que hacían de las excursiones y las salidas al campo el centro de sus actividades. Aún era pronto para el deporte de la montaña y los objetivos eran culturales, artísticos o sencillamente higienistas. En 1893 se creó la Sociedad Española de Excursiones, entre cuyos fundadores se encontraban algunos miembros de la Institución Libre de Enseñanza y la Sociedad para el Estudio del Guadarrama, como Aureliano de Beruete y Federico Botella. En el boletín que durante años editó esta sociedad aparecerían numerosos artículos dedicados a la sierra, como los que años más tarde publicaría el joven Juan de Contreras y López de Ayala, historiador y poeta, futuro marqués de Lozoya, y uno de los más profundos conocedores de la historia de Segovia y del Guadarrama.

Durante los primeros años del siglo XX, la Sociedad Gimnástica Española organizaba excursiones a la sierra dirigidas por el joven José Fernández Zabala, que años más tarde destacaría como uno de los miembros más entusiastas de la primera sociedad de montañismo madrileña. En 1900, el comandante José Ibáñez Marín, un liberal y culto militar amigo de Menéndez Pidal y de Cossío, fundaba la Sociedad Militar de Excursiones, que pese a su corta y hoy olvidada trayectoria se convertiría en uno de los grupos fundamentales del excursionismo madrileño de principios de siglo. Los hermanos Juan y Alberto Clot, veraneantes en Cercedilla, fueron los iniciadores de las excursiones a los Camorritos y la Fuenfría. Por su parte, el filólogo Ramón Menéndez Pidal, veraneante en el monasterio de El Paular desde 1901, realizaba, junto a su mujer María Goyri y al también filólogo francés Jean Ducamin, habituales recorridos por las montañas que rodean el valle de Lozoya recopilando de boca de los pastores viejos romances y canciones medievales.

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Dentro del pequeño grupo de excursionistas que frecuentaban el monasterio estuvo también, durante algún tiempo, el joven y aún no consagrado escritor Pío Baroja, que se inspiraría en estos paisajes para ambientar su novela Camino de Perfección con la que comenzaría a ser conocido por el gran público. Allí acudía igualmente el poeta Enrique de Mesa, miembro de la Junta para Ampliación de Estudios desde su creación, publicó en 1910 sus Andanzas Serranas, un libro de impresiones sobre la Sierra de Guadarrama seguido en 1916 por El silencio de la Cartuja, al que la Real Academia otorgaría un año después el premio Fastenrath de poesía. Aquel pequeño grupo de jóvenes formado por Mesa, Enrique de la Vega, Enrique García Herreros, Luis de Gorostizaga y Constancio Bernaldo de Quirós, este último estudiante durante ocho años en la cátedra de Giner, se convertiría en el núcleo fundacional de la agrupación que a partir de 1913 se conocería como Peñalara. Esta institución, fundamental en el posterior desarrollo del excursionismo y el montañismo en nuestro país, sería la encargada de recoger y trasladar al ámbito deportivo el legado intelectual y el espíritu de los maestros Giner y Cossío, que pretendía armonizar al hombre con la naturaleza con la práctica de las excursiones.

La fama que comenzaron a ganar estos paisajes tras la publicación de los libros de Dumas y Gautier fue uno de los motivos de que muy pocos años después los pintores españoles comenzaran a interesarse por ellos. El primero fue Martín Rico Ortega, un joven pintor nacido en El Escorial que estudió en la madrileña Escuela de San Fernando. En 1855 sacó un billete en la diligencia de Valladolid y subió hasta el puerto de Guadarrama, donde con sus lienzos y pinceles se instaló durante varios meses en la Venta del León. Uno de aquellos cuadros, Vista del Guadarrama, conseguiría la tercera medalla en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1856. Después vendrían los miembros de la Escuela de Paisaje de Carlos de Haes, el gran maestro belga iniciador de la nueva corriente naturalista y gran amante de los paisajes montañosos. Entre sus discípulos, Aureliano de Beruete y Jaime Morera, llevarían los temas sobre el Guadarrama a su más alta expresión. Sobre Beruete, uno de los grandes pintores de la España contemporánea, comenzó a pintar en la sierra junto a Haes en 1874. Tres años después ingresó como profesor de dibujo en la Institución Libre de Enseñanza y durante los años siguientes anduvo buscando temas para sus exposiciones europeas y americanas, como la de Chicago en 1913, París en 1917 y Londres en 1920, donde algunos de estos cuadros fueron reproducidos en la prestigiosa revista británica de arte The Studio y donde vendió su Puerto de la Morcuera, que había sido premiado con el Diploma de Honor en la Exposición Oficial de Barcelona de 1896. Morera fue uno de los primeros divulgadores en España de los temas de alta montaña, supo captar como pocos el paisaje desolado y luminoso de las cumbres serranas, convirtiéndose en el verdadero y más genuino pintor de la sierra. Su obra tendría un influjo decisivo en la aparición de una corriente paisajista vinculada al Guadarrama que se materializaría en 1918 con la creación por parte de la Dirección General de Bellas Artes de la Residencia de Pintores de Paisaje en el monasterio de El Paular. Las actividades de la Residencia de Pintores de El Paular pusieron de moda pintar en la sierra y multitud de jóvenes pintores madrileños comenzaron a subir a las cumbres para pintar los paisajes más emblemáticos. Incluso algunas asociaciones deportivas como la Sociedad Peñalara, comenzarían, a partir de 1928, a pensionar a artistas durante quince días en sus albergues de la Fuenfría y Navacerrada. El ideal estético del krausismo, que ya defendía el moderno concepto de considerar bello a todo aquello diverso de sí mismo y que tanto influyó en Giner y en sus primeros discípulos, hizo aparecer en España gracias a la Institución Libre de Enseñanza una nueva sensibilidad hacia el paisaje natural. En 1886 Giner publicaba, en el semanario barcelonés La Ilustración Artística, un artículo titulado Paisaje inspirado por sus numerosas excursiones por la Sierra de Guadarrama. En él, el maestro destacaba sentidamente todas las facetas del paisaje carpetano, como el relieve de las rocas, la calidad de las luces y las sombras, los perfiles de las cumbres, las tonalidades y los colores de los bosques y la amplitud y profundidad de los horizontes, refiriéndose a «la grave y austera poesía de un paisaje cuyo nervio llegaría hasta la fiereza si no lo templasen la dignidad y el reposo que por todas partes ofrece».

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Pero el pintor más destacado de los que pintó estos parajes es, sin duda, Joaquín Sorolla. Sorolla pasó varios periodos en los alrededores de San Ildefonso, durante los cuales pintó algunos de sus conocidos cuadros, destacando Tormenta sobre Peñalara o Saltando a la comba.

Tormenta sobre Peñalara. Sorolla

Saltando a la comba. Sorolla

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La influencia de este artículo, con el que su autor intentaba divulgar esta nueva sensibilidad estética ante el paisaje, iba a ser decisiva en algunos jóvenes escritores que, como Azorín y Unamuno, harían más tarde del paisaje castellano el paradigma estético de la Generación del 98. El paisaje del Guadarrama, además de la pintura, comenzaría también a nutrir el ámbito de las letras de la mano de los más variados escritores y poetas, como Antonio Machado, Pío Baroja, Azorín, Enrique de Mesa y tantos y tantos otros cuya sola enumeración daría lugar a un extenso estudio. Este renovado protagonismo de la sierra en la literatura, cuyos orígenes se remontan al Siglo de Oro, sería destacado por Ramón Menéndez Pidal al comparar la influencia del Guadarrama en la literatura española con la de la Arcadia en la griega. El joven Unamuno, aunque no se vinculó directamente con la Institución Libre de Enseñanza, había sido alumno de Giner en sus tiempos de estudiante. En la poco conocida correspondencia que mantuvo con su antiguo maestro, hablaba de la comunión espiritual que les unía y manifestaba sus deseos de ir a Madrid desde Salamanca para charlar con Cossío y pasear con él por la sierra. Sin embargo, el más apasionado sentidor de la naturaleza y el paisaje de la Generación del 98, pese a apreciar mucho el paisaje del Guadarrama, no disimuló nunca su preferencia por el más bravío y salvaje de la sierra de Gredos, lo que quizá explica en cierto modo que uno de los pocos escritos que dedicó a la sierra se refiriera a los atormentados relieves de La Pedriza de Manzanares. Durante los primeros años del siglo XX, atraídos por la fama de sus paisajes, acudían también al Guadarrama escritores, artistas y estudiantes extranjeros. En el invierno de 1916, mientras esperaba una plaza en la Residencia de Estudiantes, el gran escritor y viajero norteamericano John Dos Passos, miembro más tarde de la que se conocería como Generación Perdida y gran amigo de Hemingway, sobre quien influiría poderosamente en su afición por España, comenzó a recorrer en compañía de algunos miembros de la Institución Libre de Enseñanza las crestas de las Guarramillas y los Siete Picos. La Sierra de Guadarrama, según sus palabras, se convirtió en su «cordillera favorita». Hemingway también visitó en varias ocasiones esta sierra, cautivándole tanto que la tomó como escenario de una de sus más famosas novelas, Por quién doblan las campanas, novela que además del escenario refleja a grandes rasgos un episodio histórico del municipio de San Ildefonso, la ofensiva que el gobierno de la II República envió sobre Segovia en 1937.

El paisaje del Guadarrama seguía ganando adeptos. Ya no era un simple paisaje de montaña de los muchos que se habían hecho famosos en Europa durante los últimos años del siglo XIX. Su individualidad y su carácter, que incluso trascendían más allá de lo estético, lo hacían destacar, según palabras del filósofo José Ortega y Gasset, sobre otros patrones paisajísticos foráneos de moda hasta entonces.