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LA DOCTRINA DEL CUARTO CAMINO El error de los discípulos de Gurdjieff fue no deslindar los momentos en que el decodificador mental del Maestro funcionaba bien de cuando funcionaba mal. Al tomar como válida cualquier cosa que él haya dicho, sus seguidores transmitieron hermosas verdades mezcladas con enormes disparates, como por ejemplo el de que el hombre no tiene un alma sino que debe construirla, ya que si no lo hace muere sin ella. Afortunadamente, L. Ronald Hubbard vino a enderezar las cosas enseñando claramente que el hombre no tiene un alma, sino que el alma tiene un hombre. capítulo i LA HISTORIA CONOCIDA En el verano de 1922 llegó a Francia un desconocido, George Ivanovitch Gurdjieff. Le acompañaba un pequeño grupo de hombres y mujeres que lo habían conocido en Moscú y San Petersburgo, lo habían seguido al Cáucaso durante la Revolución, habían tratado con él de mantener su actividad amparados de la guerra en Constantinopla y luego habían huido de Turquía ante la inminencia de una nueva crisis, encontrándose ahora, después de un éxodo a través de diversos países de Europa, en busca de una propiedad en venta en los alrededores de París. Compraron a la viuda de Maitre Labori, el abogado de Dreyfus, su amplia propiedad del Prieuré de Avon cerca de Fontainebleau. Gurdjieff estableció allí una sorprendente comunidad que suscitó inmediatamente gran curiosidad. En esos años de post guerra, cuando tantas ilusiones se habían desvanecido, el Occidente tenía una profunda necesidad de certidumbres. Los ingleses fueron los primeros en acudir al Prieuré, atraídos por P.D.Ouspensky (escritor ruso nacido en 1877, fallecido en Londres en 1947) [1]. Luego se sumaron a ellos unos americanos. Críticos, editores, médicos, la mayoría tenía nombre conocido. Iban al Prieuré como se va hacia una experiencia difícil, pero que −si Gurdjieff era quien se les había dicho− les abriría la puerta del Conocimiento. El Prieuré correspondió a su esperanza.

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LA DOCTRINA DEL CUARTO CAMINO El error de los discípulos de Gurdjieff fue no deslindar los momentos en que el decodificador mental del Maestro funcionaba bien de cuando funcionaba mal. Al tomar como válida cualquier cosa que él haya dicho, sus seguidores transmitieron hermosas verdades mezcladas con enormes disparates, como por ejemplo el de que el hombre no tiene un alma sino que debe construirla, ya que si no lo hace muere sin ella. Afortunadamente, L. Ronald Hubbard vino a enderezar las cosas enseñando claramente que el hombre no tiene un alma, sino que el alma tiene un hombre. capítulo i LA HISTORIA CONOCIDA En el verano de 1922 llegó a Francia un desconocido, George Ivanovitch Gurdjieff. Le acompañaba un pequeño grupo de hombres y mujeres que lo habían conocido en Moscú y San Petersburgo, lo habían seguido al Cáucaso durante la Revolución, habían tratado con él de mantener su actividad amparados de la guerra en Constantinopla y luego habían huido de Turquía ante la inminencia de una nueva crisis, encontrándose ahora, después de un éxodo a través de diversos países de Europa, en busca de una propiedad en venta en los alrededores de París. Compraron a la viuda de Maitre Labori, el abogado de Dreyfus, su amplia propiedad del Prieuré de Avon cerca de Fontainebleau. Gurdjieff estableció allí una sorprendente comunidad que suscitó inmediatamente gran curiosidad. En esos años de post guerra, cuando tantas ilusiones se habían desvanecido, el Occidente tenía una profunda necesidad de certidumbres. Los ingleses fueron los primeros en acudir al Prieuré, atraídos por P.D.Ouspensky (escritor ruso nacido en 1877, fallecido en Londres en 1947) [1]. Luego se sumaron a ellos unos americanos. Críticos, editores, médicos, la mayoría tenía nombre conocido. Iban al Prieuré como se va hacia una experiencia difícil, pero que −si Gurdjieff era quien se les había dicho− les abriría la puerta del Conocimiento. El Prieuré correspondió a su esperanza.

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Veintisiete años después, cuando Gurdjieff murió en París, su nombre era aún desconocido del gran público, su obra inédita, el lugar que ocuparía en la historia del pensamiento imposible de definir. Pero unas ideas habían sido transmitidas, y, por muy de lejos que viniesen −en efecto, las ideas de Gurdjieff parecen ligadas a una muy elevada y antigua tradición− habían hallado un terreno apropiado para germinar. ¿Quién era, pues, Gurdjieff? George Ivanovitch Gurdjieff nació el 1 de enero de 1877 según el antiguo calendario ruso (13 de enero según el actual) en la ciudad de Alexandropol, situada en la provincia de Kars, hasta entonces otomana, recién conquistada por el ejército del Zar. En cuanto a sus padres, su infancia, la educación que recibió, no podemos sino remitir al lector a los primeros capítulos de su libro titulado "Encuentros con Hombres notables". En el período que siguió, que quizás duró unos 20 años, Gurdjieff desapareció. Sólo se sabe que emprendió viajes lejanos, particularmente al Asia Central. Estos años fueron de suma trascendencia para la formación de su pensamiento, él mismo dice: "No me encontraba solo. Había entre nosotros, toda clase de especialistas. Cada uno estudiaba según los métodos de su ciencia particular. Después de lo cual, al reunirnos, nos participábamos los resultados obtenidos". ("Fragmentos de una Enseñanza Desconocida" de P.D.Ouspensky). Alude así al grupo de "Los buscadores de la verdad". Hasta hoy no sabíamos quiénes habían sido estos compañeros de juventud de Gurdjieff. “Encuentros con hombres notables” nos presenta a algunos de ellos y da detalles sobre sus aventuras y sus viajes. Pero el lector deberá recordar que este libro, si bien es una autobiografía, no es ciertamente una autobiografía en el sentido ordinario de la palabra. No deberá tomar todo literalmente (ni tampoco convertir todo a símbolos), ni intentar, a fin de remontar al origen del conocimiento, una exploración sistemática del curso del río Piandye, o de las montañas de Kafiristán. Porque, aunque el relato tenga un sonido de innegable autenticidad, parece evidente que Gurdjieff quiso enredar las pistas... Volvemos a encontrar a Gurdjieff en Rusia, en 1913. Es en Moscú, en la primavera de 1915, cuando se produce el encuentro de Ouspensky con Gurdjieff.

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Ouspensky posee una formación científica. Ha publicado en 1909 un libro sobre la cuarta dimensión. En la esperanza de encontrar en Oriente una respuesta a las preguntas a las cuales, según él, la ciencia de Occidente no aportaba solución, emprendió un gran viaje a la India y a Ceilán. Regresó de ese viaje convencido de que su búsqueda no era vana y que efectivamente había algo en Oriente, pero "que el secreto estaba guardado mucho más profundamente y mucho mejor de lo que él había previsto". Está preparando un nuevo viaje, esta vez al Asia Central Rusa y Persia, cuando le hablan del sorprendente personaje recientemente aparecido en Moscú. Su primera entrevista con Gurdjieff modificaría todos sus planes. "Lo recuerdo muy bien. Habíamos llegado a un pequeño café, situado fuera del centro, en una calle ruidosa. Vi a un hombre que ya no era joven, de tipo oriental, con bigotes negros y ojos penetrantes; al principio me sorprendió porque de ningún modo parecía en su lugar en tal sitio y tal atmósfera; estaba aun saturado de mis impresiones de Oriente, y este hombre con cara de rajá hindú o de jeque árabe, que hubiera visto mejor bajo un albornoz blanco o un turbante dorado, producía en ese pequeño café de tenderos y comisionistas, con su sobretodo negro con cuello de terciopelo y su sombrero hongo negro, la impresión inesperada, extraña y casi alarmante de un hombre mal disfrazado". Ninguna de las preguntas que Ouspensky le hizo confundió a Gurdjieff. Persuadido de que ese hombre podía ser el camino hacia el conocimiento que él había buscado en vano en Oriente, Ouspensky se hizo discípulo de Gurdjieff. Más tarde daría un relato preciso, de impresionante honradez, de los siete años que pasó al lado de su maestro para elucidar y desarrollar todo lo que éste le había dejado entrever durante esa primera conversación en Moscú en 1915. Pero Gurdjieff, en medio de la guerra, atrajo a tres buscadores. Citaremos al compositor Thomas de Hartmann (nacido en Ucrania en 1885, fallecido en Nueva York en 1956) ya bien conocido en Rusia. A su ciencia y a su trabajo, puestos a disposición de Gurdjieff, le debemos el haber podido reunir la obra musical de éste. La Revolución sorprendió a Gurdjieff, rodeado de discípulos, en Essentuki, al norte del Cáucaso, donde acababa de sentar las bases de un primer Instituto para el Desarrollo Armonioso del Hombre. Cuando se desencadenó la guerra civil realizó con algunos de sus alumnos una arriesgada expedición a través de los desfiladeros del Cáucaso. Llegado por esa inesperada vía a Tiflis, momentáneamente en Paz, abrió allí un nuevo Instituto. Luego, sumergido el sur del Cáucaso en la revolución, se refugió con sus alumnos en Constantinopla, donde pudieron reabrir el Instituto.

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Este itinerario se alarga, siempre más hacia el oeste, hasta Fontainebleau, donde por fin Gurdjieff halló las condiciones requeridas para fundar el Instituto sobre bases estables. Entre los ingleses que se le unieron, se destaca la figura de Orage. Había vendido, para venir al Prieuré, su revista The New Age, en la que, según Bernard Shaw, había demostrado durante catorce años ser "el más brillante ensayista de ese tiempo". Nada le era ajeno, ni en el dominio literario ni en el dominio económico. Para muchos jóvenes escritores Orage había sido más que un consejero: una especie de hermano mayor. También Margaret Anderson formó parte de ese grupo, dos años después. Ella había fundado en 1914 en Nueva York, una revista de vanguardia, The Little Review, con la cual había hecho conocer en América a Apollinaire, Cocteau, Gide, Satie, Schoenberg, Picasso, Modigliani, Braque... Hasta había corrido el riesgo de ir a la cárcel por haber osado publicar el Ulises de James Joyce. Llegada al punto en que ya no podía satisfacerse únicamente con los refinamientos del espíritu, decidió también unirse a Gurdjieff. Muy escasos fueron, en esos primeros años, los franceses que se acercaron a Gurdjieff. Un hombre inolvidable, Alejandro de Salzmann, se había unido a él en Tiflis. Era pintor y decorador de teatro. Su mujer era francesa. Fue ella quien en lo sucesivo haría conocer el pensamiento de Gurdjieff en Francia y le traería los grupos a los cuales él transmitió su enseñanza, en París, después de cerrar el Prieuré. A su llegada al Prieuré, Katherine Mansfield describe: "...un viejo castillo muy bello, circundado por un parque admirable... se atiende a los animales, se trabaja en el jardín, se hace música... debe uno despertar a las cosas, en vez de discurrir sobre ellas". Y más tarde: "... en tres semanas, siento que pasé años en la India, en Arabia, en Afganistán, en Persia... por cierto que no debe haber otro lugar en el mundo en el cual se pudiera aprender lo que se aprende aquí". La estada de Katherine Mansfield en el Prieuré hizo gastar mucha tinta. "De la calumnia, escribe Pierre Schaeffer en Le Monde, siempre queda algo. En lo que se refiere a Katherine Mansfield, por ejemplo, a fuerza de repetirlo en caracteres de imprenta, terminarán por asociar la hospitalidad de Gurdjieff con el triste fin de la joven tísica". Cuando Katherine Mansfield, ya muy enferma, pidió ser admitida en el Prieuré, Gurdjieff, conociendo la gravedad de su estado al principio se negó. Orage y los otros insistieron para que le fuera dada esta última alegría. Katherine Mansfield murió algunos meses más tarde en el Prieuré y Gurdjieff recibió en

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recompensa, tal como lo dice Ouspensky, "su salario completo de mentiras y calumnias". René Daumal y Luc Dietrich son, entre los escritores franceses, aquellos a quienes la enseñanza de Gurdjieff nutrió más directamente. André Rousseau, tras haber reconocido que el valor de una influencia espiritual se mide por la calidad de las obras que ella inspira, escribe en el "Figaro Littéraraire": "Si por ejemplo se nos probara que René Daumal debe realmente a Gurdjieff mucho de lo que estimamos y admiramos en él, nuestra admiración por Gurdjieff recibiría un gran refuerzo...". De hecho, Daumal siguió durante diez años la enseñanza de Gurdjieff, y "Le Mont Analogue" dedicado a Alexandre de Salzmann, a través de quien Daumal había conocido a Gurdjieff, es una transposición poética muy transparente de la experiencia interior que Daumal y sus compañeros perseguían. Tomas de posición apasionada se produjeron pro o contra Gurdjieff algunos años después de su muerte, cuando su nombre, al llegar al público, fue empleado abusivamente por gente que no lo había conocido. Así nacieron unos absurdos, a los cuales, claro está, nadie aportó jamás ni un atisbo de prueba. Gurdjieff no cerraba su puerta a nadie. Interesaría saber cuáles fueron las impresiones profundas del arzobispo de Canterbury cuando pasó un fin de semana en el Prieuré, o las de Louis Jouvet cuando lo visitó en París. Entre estos visitantes del domingo, vino también Denis Saurat, típico universitario, entonces Director del Instituto Francés en el Reino Unido, que reencontraba allí a su amigo A.R.Orage. Denis Saurat, al venir al Prieuré, temía ante todo ser engañado, y le costó diez años o más "digerir" las múltiples impresiones que recibió ese día. Muchos años después, en una carta a Louis Pauwels, resumió así la impresión que había sacado de su entrevista con Gurdjieff: "No soy de ninguna manera discípulo de Gurdjieff. El breve contacto que tuve con él me dejó la impresión de una poderosa personalidad humana, reforzada o dominada por una elevadísima espiritualidad moral y metafísica a la vez. Quiero decir que me pareció que sólo las más altas intenciones morales regían su conducta y que, por otra parte, sabía sobre el mundo espiritual cosas que pocos hombres conocen, y que era verdaderamente un maestro en el dominio de la inteligencia y del espíritu". La única manifestación pública de Gurdjieff y de sus alumnos durante ese período fue una demostración de danzas sagradas y de "movimientos" que presentaron el Théatre des Champs Elysées en octubre de 1923.

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Esos ejercicios fueron presentados a la vez como una restitución de danzas de derviches y de ceremonias sagradas (de las cuales el autor había sido testigo en el curso de sus viajes por el Asia Central) y como un método de educación. Los parisienses no estaban muy preparados para ver en unas danzas, aunque fuesen sagradas, otra cosa que un simple espectáculo. Si la danza era un lenguaje, hubieran querido que les dieran la clave. Pero Gurdjieff, ignorando esas objeciones, iba a hacer afrontar a sus alumnos una prueba aún más difícil. Acompañado por cuarenta de ellos iba a llevar sus ideas a Nueva York, y a dar allí representaciones de sus "movimientos". Se embarcaron el 4 de enero de 1924. Se encuentra en la prensa de esa época el reportaje de dos series de representaciones que dio, una en el Neighbourhood Playhouse y la otra en el Carnegie Hall. Algunas semanas después de su regreso a Francia, Gurdjieff resultó gravemente herido en un accidente de automóvil y no recobró sus fuerzas sino lentamente. Viendo que sólo le quedaba poco tiempo para cumplir con la tarea que se había impuesto, cerró parcialmente el Instituto y se hizo escritor a fin de "transmitir sus ideas en una forma accesible a todos". Desde entonces, y durante varios años, escribir fue para él una obligación esencial. Sin embargo, jamás dejó de componer música, improvisando casi cada día, en una especie de armonio portátil, himnos, plegarias o melodías de inspiración kurda, armenia o afgana, que Thomas de Hartmann anotaba y transcribía. Esta música, sencilla y profunda, no es la parte menos sorprendente de su obra. Se sometió al oficio de escritor con esa especie de habilidad artesanal que le había permitido en su juventud aprender tantos otros oficios. El mismo cuenta en el primer capítulo de los "Relatos de Belcebú a su Nieto", cuáles fueron las dificultades que halló desde el principio. Después de haber dudado, escogió escribir en ruso. Sus idiomas natales eran, además del griego, el armenio y el turco. Pensaba en persa. Bromeaba en ruso. Contaba chistes en inglés "con una simplicidad oriental que desconcertaba por su aparente ingenuidad". No ocultaba su desdén por las convenciones gramaticales, englobadas por él en el vasto dominio de lo que llamaba, con acento cargado de ironía, "el buen tono". Por lo contrario, sentía profundo interés por los giros de la sabiduría popular, y manejaba con gran destreza proverbios que atribuía al legendario Mulaj-Nassr-Eddin, hasta cuando eran de su propia cosecha.

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Quienes se le acercaron durante ese período, a menudo lo vieron escribir hasta horas avanzadas de la noche, en el Prieuré, de viaje, sobre las mesas de los cafés de ciudades de provincia y, naturalmente, en el Café de la Paix, que era, según él decía, "su oficina". Añadía que cuando necesitaba una gran concentración, el ir y venir a su alrededor de seres humanos de todo tipo estimulaba su trabajo. Apenas terminaba un capítulo lo hacía traducir rápidamente para leérselo a las personas que lo rodeaban, cuyas reacciones vigilaba. Instruido por esa experiencia, lo modificaba. Y repetía la prueba tantas veces como fuera necesario. Escribió durante una decena de años. Bajo el título de “De todo y de todas las cosas” (All and Everything), no fue tan sólo un libro lo que compuso, sino tres gruesos volúmenes, cuya aparente diversidad responde a su intención de transmitir sus ideas en tres etapas y bajo tres formas diferentes. El primero, titulado “Relatos de Belcebú a su nieto o crítica objetivamente imparcial de la vida de los hombres”, tiene como meta, escribe él, "extirpar las creencias y opiniones arraigadas en el psiquismo de los hombres acerca de todo cuanto existe en el mundo". Él reserva para los lectores que hayan aceptado esa duda sobre sí mismos, la segunda obra: “Encuentros con hombres notables”, con la que quiere "hacer conocer el material necesario para una reedificación, y probar la calidad y la solidez del mismo". El tercero, titulado “La vida no es real sino cuando ‘yo soy’ ", tiene por objeto "favorecer en el pensar y el sentimiento del lector la eclosión de una representación justa, no fantasiosa, del mundo real". Fue escrito para el reducido número de los que realmente se habían comprometido en su enseñanza. Estaba en prensa en Estados Unidos el primero de los tres cuando murió Gurdjieff. Apareció sucesivamente en Nueva York (All and Everything, Harcourt Brace), Londres (All and Everything, Routledge&Kegan Paul), Viena (All und Alles, Verlag der Palme) y por fin en París en 1956 (Récits de Belzébuth á son Petit-fils, Editions Janus distibué par Denoël). El segundo, que se entregó al público once años después de la muerte del autor, tiene el mérito de aportar por primera vez ciertas precisiones sobre la parte hasta ahora más misteriosa de la vida de Gurdjieff. Cuando terminó de escribir, Gurdjieff, tras haber cerrado definitivamente el Prieuré, vino a residir en París. Emprendió de nuevo, con un círculo de discípulos, franceses esta vez, la enseñanza directa, capaz de apelar a los medios de expresión más diversos, cuyo secreto él poseía.

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Fue con frecuencia a los Estados Unidos durante ese período, exceptuando los años de la guerra, toda la cual pasó en Francia. Murió en París el 29 de octubre de 1949. La primera voz que se elevó algunos días después de su muerte vino de América. Era la del arquitecto Frank Lloyd Wright, que declaraba: "Kipling dijo una vez que esos gemelos −se refería a Oriente y Occidente− nunca podrían entenderse. Pero en la vida de Gurdjieff, en su obra, y en su palabra, hay una filosofía, salida de las profundidades de la sabiduría del Asia, hay algo que el hombre de Occidente puede comprender. Y en la obra de este hombre y en su pensamiento −en lo que hizo y en la manera como lo hizo− el Occidente encuentra verdaderamente el Oriente”. capítulo iI LA HISTORIA VERDADERA Gurdjieff y el Cuarto camino. Estimado profesor Velmont: ¿Podría preguntarle a los Maestros de Luz qué opinan del Cuarto Camino de G. I. Gurdjieff? ¿Los planteamientos que hace esta corriente de pensamiento son correctos o están equivocados, y en este último caso concretamente en qué lo están? Armando K. RESPUESTA Estimado Armando: Gurdjieff es un espíritu de Luz del 5º nivel espiritual, es decir que está en el mismo plano que el Maestro Jesús, que vino con la misión de dar determinadas enseñanzas, pero cometió algunos errores, entre ellos afirmar que el hombre no tiene un alma sino que tiene que crearla, o que la Luna es un mundo en formación, y cosas así. Las enseñanzas de Gurdieff, al ignorar éste la existencia de la mente reactiva y los engramas, tampoco son válidas en cuanto a las razones del comportamiento humano. Es decir que en este aspecto falla por la base. Pero en esto no tiene ninguna responsabilidad, porque en la época de Gurdieff los descubrimientos de Hubbard aún no eran patrimonio de la humanidad.

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Bueno, ahora son patrimonio de la humanidad menos para los médicos, especialmente para los psicoanalistas y los psiquiatras que aún los ignoran (ya sabemos lo cerrados que son, salvo algunas honrosas excepciones). Te voy a transcribir un párrafo del libro de Ouspensky, Fragmentos de una enseñanza desconocida, donde el autor relata un diálogo que tuvo con Gurdjieff sobre el “hombre-máquina” y que es todo un hallazgo. Un día, en Moscú, hablaba con G. acerca de Londres, adonde había estado algunos meses atrás por corto tiempo. Le hablaba de la terrible mecanización que invadía las grandes ciudades europeas y sin la cual era probablemente imposible vivir y trabajar en el torbellino d estos enormes “juguetes mecánicos”. - La gente se está convirtiendo en máquinas, dije, y no me cabe duda que un día se convertirán en máquinas perfectas. ¿Pero son capaces todavía de pensar? No lo creo. Si trataran de pensar, no serían tan buenas máquinas. - Si, contestó G., es cierto, pero sólo en parte. La verdadera pregunta es ésta: ¿de qué mente se sirven en su trabajo? Si usan la mente adecuada, podrán pensar aún mejor en su vida activa en medio de las máquinas. Pero una vez más, con la condición de que usen la mente adecuada.” No comprendí lo que G. quería decir por “mente adecuada” y sólo mucho más tarde llegué a comprenderlo. - En segundo lugar, continuó él, la mecanización de que usted habla no es peligrosa en absoluto. Un hombre puede ser un hombre –recalcó esta palabra- aun trabajando con máquinas. Hay otra clase de mecanización muchísimo más peligrosa: ser uno mismo una máquina. ¿Nunca ha pensado usted en el hecho de que todos los hombres son ellos mismos máquinas? - Si, dije, desde un punto de vista estrictamente científico, todos los hombres son máquinas gobernadas por influencias exteriores. Pero la cuestión está en saber si se puede aceptar totalmente el punto de vista científico. - Científico o no científico, me da lo mismo, dijo G. Quiero que comprenda lo que digo. ¡Mire! Toda esa gente que usted ve –señaló la calle- son simplemente máquinas, nada más. - Creo comprender lo que usted quiere decir, dije. Y a menudo he pensado cuán pocos son en el mundo los que pueden resistir a esa forma de mecanización y elegir su propio camino. - ¡Este es justamente su más grave error! Dijo G. Usted cree que algo puede escoger su propio camino o resistir a la mecanización; usted cree que todo no es igualmente mecánico.

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- ¡Pero por supuesto que no! Exclamé yo. El arte, la poesía, el pensamiento, son fenómenos de un orden totalmente distinto. - Exactamente del mismo orden, dijo G. Estas actividades son exactamente tan mecánicas como todas las demás. Los hombres son máquinas, y de las máquinas no puede esperarse otra cosa que acciones mecánicas. - Muy bien, le dije, pero ¿no hay quienes no sean máquinas? - Puede que los haya, dijo G. Pero usted no los puede ver. Usted no los conoce. Esto es lo que quiero hacerle comprender. - Las personas se asemejan muy poco entre sí, dije. Considero imposible meterlos a todos en el mismo saco. Hay salvajes, hay personas mecanizadas, hay intelectuales, hay genios. - Nada más exacto, dijo G. Las personas son muy diferentes pero usted ni conoce, ni puede ver la diferencia real entre ellas. Usted habla de diferencias que sencillamente no existen. Esto debe ser comprendido. Todas las personas que usted ve, que usted conoce, que usted puede llegar a conocer, son máquinas, verdaderas máquinas que solamente trabajan bajo la presión de influencias exteriores, como usted mismo lo ha dicho. Nacen máquinas y como máquinas mueren. ¿Qué tienen que ver con esto los salvajes y los intelectuales? Ahora mismo, en este preciso momento, mientras hablamos, varios millones de máquinas se esfuerzan en aniquilarse unas a otras (esta conversación acaece durante la Primera Guerra Mundial). ¿En qué difieren, entonces? ¿Dónde están los salvajes, y dónde los intelectuales? Todos son iguales... Pero es posible dejar de ser máquina. Es en esto en lo que usted debería pensar y no en las distintas clases de máquinas. Por supuesto que las máquinas difieren; un automóvil es una máquina, un gramófono es una máquina y un fusil es una máquina. ¿Y esto qué cambia? Es lo mismo, siempre son máquinas. - ¿Puede un hombre dejar de ser una máquina? Pregunté. - ¡Ah! Esa es la pregunta, dijo G. Si usted hubiera planteado tales preguntas más a menudo, quizá nuestras conversaciones nos hubieran podido llevar a alguna parte. Sí, es posible dejar de ser una máquina, pero para esto es necesario, ante todo, conocer la máquina. Una máquina, una verdadera máquina, no se conoce a sí misma, y no puede conocerse. Cuando una máquina se conoce, desde ese instante ha dejado de ser una máquina; por lo menos, ya no es la misma máquina que antes. Ya comienza a ser responsable de sus acciones. - ¿Según usted, esto significa que un hombre no es responsable de sus acciones? Pregunté. - Un hombre –recalcó esta palabra- es responsable. Una máquina no es responsable.

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Estos conceptos de Gurdjieff son verdaderamente geniales para la época en que fueron vertidos, especialmente porque el Maestro no sabía nada de la mente reactiva, ni de los engramas (descubrimientos realizados después por L. Ronald Hubbard), ni menos aún de los diversos egos, aunque en este sentido algo intuía. El mérito indudable de Gurdjieff es haber sido un pionero en estas cuestiones, pero sus ideas −otrora pioneras− ahora son obviamente obsoletas y seguirlas como hacen quienes propugnan el “Cuarto Camino” es poco menos que muy estúpido o, según se mire, muy criminal,. ¿Qué pensarías de alguien que usa el monopatín para llegar hasta determinado sitio cuando puede tomarse el colectivo que lo deja en el mismo lugar en un instante y con poco esfuerzo? Sí, estuvo bastante acertado Gurdjieff en cuanto a que el hombre tiene muchos "amos" (yoes) que lo manejan por turno. En este sentido hablaba de la falta de unidad en el hombre. El profesor Jorge Olguín, director del Grupo Elron, desarrolló precisamente la técnica llamada Psicointegración que logra esa unidad y transforma al hombre en amo de sí mismo. Así como se puede decir que el Psicoanálisis fue, de algún modo, el antecedente de Dianética, esta teoría de los amos de Gurdjieff también fue, de algún modo, la precursora de Psicointegración. De cualquier manera voy a agendar tus preguntas para consultarlas en la próxima sesión, especialmente respecto a cuál era la verdadera misión que tenía Gurdjieff y por qué fracasó, si es que fracasó. En mi caso, el libro de Ouspensky sobre las enseñanzas de Gurdjieff fue como una catapulta que me impulsó a la búsqueda, pero no me quedé en ellas sino que seguí adelante, como era lógico. Bienvenido al Club. Un fuerte abrazo. Horacio Velmont. NOTA: Te transcribo los diálogos que tuve sobre Gurdjieff con el Maestro Ron Hubbard, uno de los principales guías espirituales del Grupo Elron, en la sesión del 25/11/03. Interlocutor: Maestro, quisiera saber cuál fue la misión de Gurdjieff y si fracasó. Ron Hubbard: Fracasó a medias… En la primera parte de su vida dio unos mensajes verdaderamente elogiables, quizás los mejores del Siglo XX, cuando en 1910 habla de

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que el ser humano está dormido, que vive dormido, que camina dormido, que tiene sexo dormido, que conduce su automóvil dormido… Interlocutor: Sí, eso del “hombre-máquina” fue genial… Ron Hubbard: Gurdjieff, al comparar al hombre con una máquina aludía a los enormes condicionamientos que éste tenía, idea que después fue completada por Krishnamurti. Interlocutor: ¿Por qué usted habla de la primera parte de su vida? Ron Hubbard: Porque en la segunda parte de su vida su decodificador empieza a funcionar mal y consecuentemente a delirar. Entonces habla de planos dimensionales, de espectros solares, de una serie de cosas que no tenían nada que ver. Interlocutor: Recuerdo que hablaba, según lo leí en un libro de su discípulo Ouspensky, de que el hombre no tenía alma y éste tenía que construirla, porque si no lo hacía podía morir sin alma. Además, decía que la Luna era un planeta en formación… Ron Hubbard: Se había evadido completamente de la realidad. Interlocutor: ¿Y Ouspensky? Ron Hubbard: Le sucedió lo mismo. Los libros que escribió al principio son coherentes, pero luego en los otros terminó delirando lo mismo que su maestro. Interlocutor: Concretamente, entonces, la misión de Gurdjieff, y que la cumplió perfectamente, fue la de la primera parte. ¿Es así? Ron Hubbard: Es así, y eso estuvo excelente. Fíjate que él da el mensaje como que había dos categorías, la categoría de dormido y la categoría de despierto. Y después da una tercera categoría, la de superconsciente, que es la que Siddharta, dos mil quinientos años atrás, llamaba “iluminado”. Interlocutor: Es decir que el estado de “despierto” es el anterior al de “iluminado”… Ron Hubbard: Correcto. No se pasa directamente de dormido a iluminado. Interlocutor: ¿Gurdjieff llegó al estado de iluminado? Ron Hubbard: No, ni tampoco Ouspensky, porque ambos terminaron delirando. Sus decodificadores los traicionaron. Recuerda que si el decodificador anda mal, todo concepto espiritual va a ser mal traducido. La mente humana encarnada es necesaria para transmitir los conceptos espirituales, y si la mente funciona mal porque el decodificador funciona mal, los conceptos espirituales serán necesariamente erróneos. Interlocutor: ¿Y lo del llamado Cuarto Camino?

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Ron Hubbard: La mayor de la cosas son disparates. Tú quédate de este Maestro de Luz con lo que dijo del hombre despierto. Todo lo demás déjalo de lado. Interlocutor: ¿Y lo de los topes? Ron Hubbard: Es una técnica ridícula… Los dejo hasta otro momento con toda mi Luz. Interlocutor: Hasta luego, Maestro, y como siempre gracias. +++ La extraña experiencia de Ouspensky “dormido-despierto-dormido”. Estimado profesor Velmont: He leído el libro de Ouspensky “Fragmentos de una enseñanza” desconocida, y en una parte el autor habla de una experiencia que a mí me sonó muy rara. Iba caminando distraído por la calle y de pronto vio a todos dormidos. ¿Qué le ocurrió? Saludos. Germán I. RESPUESTA Apreciado Germán: Recuerdo haber leído esa experiencia y que me impulsó a preguntarla en la sesión realizada el 10/9/02. A Ouspensky le ocurrió la llamada “Percepción unitaria”. Nada mejor que transcribirte los diálogos al respecto para que se aclaren todas las dudas: Interlocutor: Esto quedó claro… Pasando a otro tema, y discúlpeme usted la velocidad con que cambio de tema y hago las preguntas, quizás sin darle tiempo a nada… ¿Qué es eso de la llamada “Percepción unitaria”? Ron Hubbard: No hay ningún problema con la velocidad, porque el concepto es más rápido. Puedes cambiar de tema a la velocidad que quieras que yo te contestaré igual. Interlocutor: Me interesaría saber si hay algo de verdad en la percepción unitaria. Detrás de ella están nombres como Rubén Feldman González, Krishnamurti, el doctor Bohm, holokinesis… Ron Hubbard: Hay una especie de contrasentido en la expresión, porque la percepción unitaria a la que se refiere Rubén es la comprensión total del Todo. Johnakan tuvo una comprensión total, algo que otros Maestros del 5º plano no han tenido. Interlocutor: Pero Johnakan la tuvo como espíritu… ¿Es posible tenerla estando encarnado?

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Ron Hubbard: Sí, porque Johnakan se comunica mucho con su receptáculo, y entonces le va enviando dosis de esa comprensión. La comprensión total está por encima de la Iluminación, porque la Iluminación tiene más que ver con el desapego del Samsâra [2], según el Budismo. Y la comprensión total o la Percepción unitaria tiene que ver con comprenderlo todo. Esta persona encarnada no tiene en realidad una comprensión total, pues su percepción unitaria es limitada. Sin embargo, apunta en muy buena dirección, y el propio Maestro Krishnamurti le dijo que estaba en lo cierto. Pero −y esto me lo está dictando Johnakan− se equivoca, primero, porque él tiene aún apego, ya que se queja de muchas cosas físicas y la comprensión total está muy por encima de eso. Él sigue teniendo apego, y la comprensión total está por encima de todos los apegos. Interlocutor: ¿Esta persona podría tener una percepción unitaria más amplia si fuera menos apegado a las cosas materiales? Ron Hubbard: Así es. Interlocutor: ¿La Percepción unitaria, en su máxima perfección, será la percepción del todo? Ron Hubbard: Así es. Interlocutor: ¿Cómo la tuvo Johnakan? Ron Hubbard: Así es. Ésa es la Percepción unitaria. Interlocutor: Pero por lo que veo Rubén Feldman percibe bastante… Ron Hubbard: Sí, pero reitero que está con muchos apegos. Y aparte hay un concepto que no comparto −que no comparte Johnakan−, que él puede percibir la mente inconsciente colectiva de todo el planeta Tierra, y eso no es cierto porque las mentes son individuales. No son indivisas. Esto es muy importante remarcarlo y transmitirlo a la misma Red que transmite Feldman, porque todo error daña. Hay gente que tiene apegos, temores, odios, rencores, vanidad, soberbia y un montón de otras cosas, y por lo tanto no puede haber mente indivisa. Además, estamos hablando de un solo planeta, la Tierra… ¿Y qué pasa con los otros planetas? Interlocutor: ¿Krishnamurti tenía esa Percepción unitaria?. ¿Este receptáculo también la tiene? Ron Hubbard: Este receptáculo tiene, por momentos, esa Percepción unitaria y también la tuvo Krishnamurti cuando estuvo encarnado. Interlocutor: ¿En el planeta Tierra hay alguien que tenga la Percepción unitaria?

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Ron Hubbard: En todo momento no, porque hay apegos que los limitan. De pronto hay lastres que no tienen nada que ver con conductas, ni con obras, que son inherentes al plano físico. Por ejemplo, estás en una meditación tremenda donde te desconectas de todo y entras en la Nada, que es la Percepción unitaria real, y de pronto tienes un dolor de estómago tremendo y automáticamente te jala. Interlocutor: ¿Feldman, en definitiva, está haciendo una buena obra con este asunto de la Percepción unitaria o está únicamente dañando? Ron Hubbard: Lo que hace de alguna manera vale, porque está haciendo conocer a sus discípulos, y a través de la Red, la existencia de la Percepción unitaria. Pero el tema es que en sus escritos no pone detalles claros de lo que es esta Percepción. No sirve de nada que un maestro hable de generalidades sin entrar en detalles o entre en detalles superficiales. Por ejemplo, Johnakan, cuando habla de Psicointegración, no sólo habla de generalidades, sino también entra en los detalles de lo que es esta técnica. Interlocutor: Está perfectamente entendido. Ron Hubbard: Cuando a la gente se le habla en generalidades mira las cosas por encima, y eso entonces no sirve. Interlocutor: ¿Por qué yo no tengo la Percepción unitaria, siendo que cada vez tengo menos apegos? Ésta es la primera pregunta. La segunda está en relación con un discípulo de Gurdjieff −me refiero a H. Ouspensky−, que en su libro “Fragmentos de una enseñanza desconocida” relata que un día iba caminando por la calle y de pronto vio a todas las personas dormidas, dándose cuenta de que estaba lúcidamente despierto, pero más tarde volvió a ver a todas las personas despiertas, dándose cuenta entonces de que había caído otra vez dormido. Ron Hubbard: La experiencia de Ouspensky es la Percepción unitaria. Lo que ocurre es que la Percepción unitaria se manifiesta de muchas maneras, y ésa fue una de ellas. Sería muy pobre que la Percepción unitaria se manifestara de una sola manera. Esto me lo está dictando Johnakan. Hay muchas maneras de canalizar esa Percepción. Una de ellas es que de pronto todo quede detenido… Hay una vieja serie de TV muy famosa donde actuaba un personaje llamado Jim West… Interlocutor: Sí, la recuerdo… El actor principal se llamaba Tom Lopaka… Ron Hubbard: En una de las escenas toma una pastilla que lo hace tan veloz que ve a todas las personas moverse con tanta lentitud que parecen estatuas… Interlocutor: Recuerdo esa parte de la película porque me quedó profundamente grabada y muchas veces fue base de mis especulaciones… Ron Hubbard: Bien. Hay un tipo de Percepción unitaria donde se percibe a todo el mundo como inmovilizado, y el que la percibe no puede comprender como todas las personas parecen zombis.

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Interlocutor: Capto perfectamente la idea, y doy por terminado el tema porque ya tengo suficiente material como para hablar de él largo y tendido… Bueno, creo que con lo expuesto queda perfectamente aclarado lo que le ocurrió a Ouspenky ese día que vio a todos dormidos. Bienvenido al Club. Un fuerte abrazo. Horacio Velmont. APÉNDICE Textos escogidos del libro “Fragmentos de una enseñanza desconocida” escritos por Ouspensky con autorización de Gurdjieff. En estos textos se puede apreciar la genialidad del Maestro en los momentos en que su decodificador mental funcionaba bien. Del Capítulo primero ”Regresé a Rusia en noviembre de 1917, al comienzo de la primera guerra mundial, después de un viaje, relativamente largo, a través de Egipto, Ceilán e India. La guerra estalló cuando me encontraba en Colombo, de donde me embarqué para regresar a través de Inglaterra. Al salir de San Petersburgo, yo había dicho que partía en busca de lo milagroso. Lo “milagroso” es muy difícil de definir. Pero para mí, esta palabra tenía un significado muy definido. Mucho tiempo atrás había llegado a la conclusión de que para escapar del laberinto de contradicciones en que vivimos, era necesario encontrar un camino enteramente nuevo, diferente de todo lo que habíamos conocido o seguido hasta ahora. Pero dónde comenzaba este camino nuevo o perdido, yo era incapaz de decirlo. Entonces ya había reconocido como un hecho innegable que detrás de la fina película de falsa realidad, existía otra realidad de la cual, por alguna razón, algo nos separaba. Lo “milagroso” era la penetración en esta realidad desconocida. Me parecía que el camino hacia lo desconocido podría ser encontrado en Oriente.

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¿Por qué en oriente? Era difícil decirlo. En esta idea había quizás algo de romántico, pero en todo caso había también la convicción de que nada podía ser encontrado aquí, en Europa”. … “Después de Pascua, salí de nuevo hacia Moscú para ofrecer las mismas conferencias. Entre las personas que encontré con motivo de estas conferencias había dos, un músico y un escultor que muy pronto comenzaron a hablarme de un grupo de Moscú dedicado a varias investigaciones y experimentos “ocultos” bajo la dirección de un cierto G., un griego del Cáucaso; era precisamente, como yo lo comprendí, el “Hindú”, autor del argumento del ballet mencionado en el periódico que había llegado a mis manos tres o cuatro meses atrás. Debo confesar que lo que estas dos personas me contaron acerca de este grupo y de lo que en él ocurría –toda clase de prodigios de autosugestión – me interesó muy poco. Había oído demasiadas veces historias de este género y me había formado una opinión muy clara sobre ellas... Prevenido así por mis experiencias anteriores, fue sólo ante los persistentes esfuerzos de M., uno de mis nuevos conocidos, que acepté conocer a G. y tener una conversación con él. Mi primera entrevista modificó enteramente la idea que tenía de él y de lo que me podría aportar. Lo recuerdo muy bien. Habíamos llegado a un pequeño café alejado del centro de la ciudad en una calle bulliciosa. Vi a un hombre que ya no era joven, de tipo oriental, con bigotes negros y ojos penetrantes. En primer término me asombró porque parecía estar completamente fuera de sitio en tal lugar y dentro de tal atmósfera. Estaba todavía lleno de mis impresiones del Oriente, y hubiera podido ver a este hombre con cara de rajá hindú o de jeque árabe, bajo una túnica blanca o un turbante dorado, pero sentado en este pequeño café de tenderos y de comisionistas, con su abrigo negro de cuello de terciopelo y su bombín negro, producía la impresión inesperada, extraña y casi alarmante, de un hombre mal disfrazado, era un espectáculo embarazoso, como cuando se encuentra uno delante de un hombre que no es lo que pretender ser, y con el cual sin embargo se debe hablar y conducirse como si no se diera cuenta de ello. G. hablaba un ruso incorrecto con fuerte acento caucasiano, y este acento, que estamos habituados a asociar con cualquier cosa menos con ideas filosóficas, reforzaba aún más la extrañeza y el carácter sorprendente de esta impresión. ... Me interesó particularmente cuando G. dijo que los mismos actores debían actuar y bailar en las escenas del “Mago Blanco” y en las del “Mago Negro”; y que en las primera escena debían ser tan bellos y atrayentes, por ellos mismos y por sus movimientos, como deformes y feos en la segunda.

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- Compréndalo, digo G., de esta manera podrán ver y estudiar todos los lados de sí mismos; este ballet tendrá entonces un inmenso interés para el estudio de sí”. ¿SE MANTIENE OCULTO EL CONOCIMIENTO? Un día que estábamos con G., le pregunté: “¿Por qué se mantiene el conocimiento tan cuidadosamente en secreto?”. - Hay dos respuestas, me dijo él, primeramente, este conocimiento no se mantiene secreto; luego, por su propia naturaleza, le está prohibido llegar a ser jamás propiedad común. El conocimiento es mucho más accesible de lo que generalmente se cree para aquellos que son capaces de asimilarlo; y todo el problema estriba en que la gente o no lo quiere o no lo puede recibir. Este aspecto de la cuestión es claro. Las masas no se preocupan del conocimiento, no lo quieren. La gente no comprende el valor de lo que pierde. Y para captar la causa de tal estado, basta con observar cómo viven, lo que constituye sus razones para vivir, el objeto de sus pasiones de sus aspiraciones, en qué piensan, de que hablan, a qué sirven y qué adoran. Vean a dónde va el dinero de la sociedad culta de nuestra época, consideren aquello por lo que se paga los más altos precios, a dónde van las muchedumbres más densas. Si se reflexiona un instante acerca de este despilfarro, entonces se hace claro que la humanidad tal cual es ahora, con los intereses de los cuales, vive, no puede esperar otra cosa que lo que tiene. He aquí un aspecto. El otro, como ya lo he dicho, se refiere al hecho de que nadie oculta nada; no hay el menor misterio. Pero la adquisición o la transmisión del verdadero conocimiento exige una gran labor y grandes esfuerzos, tanto de parte del que recibe como del que da. Y aquellos que poseen este conocimiento hacen todo lo que pueden para transmitirlo y comunicarlo al mayor número posible de hombres, para facilitarles su acercamiento y tornarlos capaces de prepararse para recibir la verdad. Pero el conocimiento no puede ser impuesto por la fuerza a aquellos que no lo quieren, y como acabamos de ver, el examen imparcial de la vida del hombre medio, de sus intereses, de lo que llena sus días, demostrará al instante que es imposible acusar a los hombres poseedores del conocimiento de que lo ocultan, de que no quieren transmitirlo o de que no desean enseñar a los otros lo que ellos mismos saben.

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Quién desee el conocimiento debe hacer por sí mismo los primeros esfuerzos para encontrar la fuente, para aproximarse a ella, ayudándose con las indicaciones dadas a todos, pero que la gente, por regla general, no desea ver ni reconocer. El conocimiento no puede llegar gratuitamente a los hombres, sin esfuerzos de su parte. Ellos comprenden esto muy bien cuando sólo se trata de conocimientos ordinarios, pero en el caso del gran conocimiento, si es que admiten la posibilidad de su existencia, consideran que es posible esperar algo diferente. Todo el mundo sabe muy bien, por ejemplo, que un hombre tendrá que trabajar intensamente durante varios años si quiere aprender el chino; nadie ignora que para poder captar los principios de la medicina son indispensable cinco años de estudios y quizás el doble para el estudio de la música o la pintura. Sin embargo, algunas teorías afirman que el conocimiento puede llegarle a la gente sin esfuerzos de su parte, que puede ser adquirido aun en el sueño. El mero hecho de la existencia de tales teorías constituye una explicación adicional del hecho de que el conocimiento no puede llegar a la gente. Sin embargo no es menos esencial comprender que los esfuerzos independientes de un hombre por alcanzar lo que fuese en esta dirección, por sí mismos, no pueden dar ningún resultado. Un hombre no puede alcanzar el conocimiento sino con la ayuda de aquellos que lo poseen. Esto debe ser comprendido desde el comienzo mismo. EL CAMINO DE LA EVOLUCIÓN HUMANA Para captar la esencia de esta enseñanza es indispensable darse cuenta cabal de que los caminos son los únicos métodos capaces de asegurar el desarrollo de las posibilidades ocultas del hombre. Además muestra cuán raro y difícil es un desarrollo de esta clase. El desarrollo de estas posibilidades no es una ley. La ley para el hombre es una existencia dentro del círculo de las influencias mecánicas, es el estado del “hombre-máquina”. El camino del desarrollo de las posibilidades ocultas es un camino contra la naturaleza, contra Dios. Esto explica las dificultades y el carácter exclusivo de los caminos. Son estrictos y estrechos. Sin embargo, nada se puede alcanzar sin ellos.

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En el océano de la vida ordinaria, y especialmente de la vida moderna, los caminos aparecen sólo como un fenómeno minúsculo, apenas perceptible, que desde el punto de vista de esta vida no tiene la menor razón de ser. Pero este fenómeno minúsculo contiene en sí mismo todo cuanto el hombre dispone para el desarrollo de sus posibilidades ocultas. Los caminos se oponen a la vida de todos los días que está basada en otros principios y sometida a otras leyes. He aquí el secreto de su poder y de su significación. En una vida ordinaria, aunque esté llena de intereses filosóficos, científicos, religiosos o sociales, no hay nada y no puede haber nada en ella que ofrezca las posibilidades contenidas en los caminos. Porque éstos llevan al hombre o pueden llevarlo a la inmortalidad. La vida mundana, aun la más exitosa, lleva a la muerte y no puede llevar a ninguna otra cosa. La idea de los caminos no puede ser comprendida si se admite la posibilidad de la evolución del hombre sin su ayuda. En cuanto a la evolución, es indispensable convencerse bien, desde el principio mismo, que nunca existe evolución mecánica. La evolución del hombre es la evolución de su conciencia. Y la “conciencia” no puede evolucionar inconscientemente. La evolución del hombre es la evolución de su voluntad, y la “voluntad” no puede evolucionar involuntariamente. La evolución del hombre es la evolución de su poder de “hacer”, y el “hacer” no puede ser el resultado de lo que “sucede”. ¿HACER? Le preguntaba a G. lo que debería hacer un hombre para asimilar su enseñanza. - ¿Lo que debe hacer? Exclamó como si esta pregunta lo sorprendiera. Es incapaz de hacer nada. Ante todo, él debe comprender ciertas cosas. Tiene miles de ideas falsas y de concepciones falsas, sobre todo acerca de sí mismo, y si algún día quiere adquirir algo nuevo, debe comenzar por liberarse por lo menos de algunas de ellas. De otra manera lo nuevo sería construido sobre una base falsa y el resultado sería aún peor.

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- ¿Cómo puede un hombre liberarse de las ideas falsas? Pregunté. Dependemos de las formas de nuestra percepción. Las ideas falsas se producen debido a las formas de nuestra percepción. G. negó con la cabeza, y dijo: - Nuevamente habla usted de otra cosa. Usted habla de errores que provienen de las percepciones, pero no se trata de esto. Dentro de los límites de las percepciones dadas, se puede errar en mayor o menor grado. Como ya lo he dicho, la suprema ilusión del hombre es su convicción de que puede hacer. Toda la gente piensa que puede hacer, toda la gente quiere hacer, y su primera pregunta se refiere siempre a qué es lo que tiene que hacer. Pero a decir verdad, nadie hace nada y nadie puede hacer nada. Es lo primero que hay que comprender. Todo sucede. Todo lo que sobreviene en la vida de un hombre, todo lo que se hace a través de él. Todo lo que viene de él –todo esto sucede. Y sucede exactamente como la lluvia cae porque la temperatura se ha modificado en las regiones superiores de la atmósfera, sucede como la nieve se derrite bajo los rayos del sol, como el polvo se levanta con el viento. El hombre es una máquina. Todo lo que hace, todas sus acciones, todas sus palabra, sus pensamientos, sentimientos, convicciones, opiniones y hábitos son el resultado de influencias exteriores, de impresiones exteriores. Por sí mismo un hombre no puede producir un solo pensamiento, una sola acción. Todo lo que dice, hace, piensa, siente, todo esto sucede. El hombre no puede descubrir nada, no puede inventar nada. Todo sucede. Para establecer este hecho, para comprenderlo, para convencerse de su verdad, es necesario liberarse de miles de ilusiones sobre el hombre, sobre su ser creador, sobre su capacidad de organizar conscientemente su propia vida, etc., etc. Nada de esto existe. Todo sucede: los movimientos populares, las guerras, las revoluciones, los cambios de gobierno, todo esto sucede. Y sucede exactamente de la misma manera que todo sucede en la vida del hombre como individuo. El hombre nace, vive, muere, construye casas, escribe libros, no como él lo quiere, sino como esto sucede. Todo sucede, el hombre no ama, no odia, no desea –todo esto sucede.

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Pero ningún hombre le creerá jamás si usted le dice que él no puede hacer nada. Nada se le puede decir a la gente que le sea más desagradable ni más ofensivo. Es particularmente desagradable y ofensivo porque es la verdad y porque nadie quiere conocer la verdad. Si usted lo comprende, nos será más fácil hablar. Pero una cosa es captar con el intelecto que el hombre no puede hacer nada, y otra es sentirlo “con toda su masa”, estar realmente convencido que es así, y no olvidarlo jamás. Esto era muy difícil de tragar. - ¿No hay nada, absolutamente nada, que pueda hacerse? Pregunté. - Absolutamente nada. - ¿Y nadie puede hacer nada? - Eso ya es otro asunto. Para hacer hay que ser. Y ante todo hay que comprender lo que esto significa: ser. Si continuamos estas conversaciones, usted verá que nos servimos de un lenguaje especial y que para ser capaz de hablar entre nosotros, hay que aprender ese lenguaje. No vale la pena hablar en la lengua ordinaria porque en esta lengua es imposible comprenderse. Esto le sorprende. Pero así es. Para llegar a comprender es necesario aprender otro lenguaje. En el lenguaje que habla la gente no puede comprenderse. Usted verá más tarde por qué esto es así. Luego uno debe aprender a decir la verdad. Esto también le parece extraño; usted no se da cuenta que hay que aprender a decir la verdad. Le parece que bastaría desearlo o decidir hacerlo. Y yo le digo a usted que es relativamente raro que la gente diga una mentira en forma deliberada. En la mayoría de los casos creen que dicen la verdad. Y sin embargo mienten todo el tiempo, tanto cuando quieren mentir como cuando quieren decir la verdad. Mienten continuamente, se mienten a sí mismos y mienten a los demás. Como consecuencia, nadie comprende a los otros ni se comprende así mismo. Píenselo, ¿podría haber tantas discordias, tantos malentendidos profundos, y tanto odio hacia el punto de vista o hacia la opinión de otro, si la gente fuera capaz de comprenderse? Pero no pueden comprenderse porque no pueden dejar de mentir.

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Decir la verdad es la cosa más difícil del mundo; habrá que estudiar mucho y durante largo tiempo, para un día poder decir la verdad. El deseo por sí solo, no basta. Para decir la verdad, hay que llegar a ser capaz de conocer lo que es verdad y lo que es mentira, ante todo en sí mismo. Pero esto es lo que nadie quiere saber. LA PRISIÓN Usted no se da cuenta de su propia situación. Usted está en una prisión. Todo lo que puede desear, si es sensato, es escapar. Pero ¿cómo escapar? Es necesario atravesar las murallas, cavando un túnel... G. volvió a menudo a este ejemplo de la “prisión” y la “evasión de la prisión”. A veces era el punto de partida de todo lo que él decía, y le gustaba subrayar que cada prisionero puede un día encontrar su oportunidad de evadirse, siempre y cuando se de cuenta que está en prisión. Mientras no comprenda esto, mientras se crea libre, ¿qué posibilidad puede tener? Nadie puede ayudar ni liberar por la fuerza a quien no quiere ser libre y desea lo contrario. La liberación es posible, pero sólo como resultado de trabajos prolongados, de grandes esfuerzos y sobre todo de esfuerzos conscientes hacia una meta definida. EL CAMINO DE LA EVOLUCIÓN HUMANA Para captar la esencia de esta enseñanza es indispensable darse cuenta cabal de que los caminos son los únicos métodos capaces de asegurar el desarrollo de las posibilidades ocultas del hombre. Además muestra cuán raro y difícil es un desarrollo de esta clase. El desarrollo de estas posibilidades no es una ley. La ley para el hombre es una existencia dentro del círculo de las influencias mecánicas, es el estado del “hombre-máquina”. El camino del desarrollo de las posibilidades ocultas es un camino contra la naturaleza, contra Dios. Esto explica las dificultades y el carácter exclusivo de los caminos. Son estrictos y estrechos. Sin embargo, nada se puede alcanzar sin ellos.

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En el océano de la vida ordinaria, y especialmente de la vida moderna, los caminos aparecen sólo como un fenómeno minúsculo, apenas perceptible, que desde el punto de vista de esta vida no tiene la menor razón de ser. Pero este fenómeno minúsculo contiene en sí mismo todo cuanto el hombre dispone para el desarrollo de sus posibilidades ocultas. Los caminos se oponen a la vida de todos los días que está basada en otros principios y sometida a otras leyes. He aquí el secreto de su poder y de su significación. En una vida ordinaria, aunque esté llena de intereses filosóficos, científicos, religiosos o sociales, no hay nada y no puede haber nada en ella que ofrezca las posibilidades contenidas en los caminos. Porque éstos llevan al hombre o pueden llevarlo a la inmortalidad. La vida mundana, aun la más exitosa, lleva a la muerte y no puede llevar a ninguna otra cosa. La idea de los caminos no puede ser comprendida si se admite la posibilidad de la evolución del hombre sin su ayuda... En cuanto a la evolución, es indispensable convencerse bien, desde el principio mismo, que nunca existe evolución mecánica. La evolución del hombre es la evolución de su conciencia. Y la “conciencia” no puede evolucionar inconscientemente. La evolución del hombre es la evolución de su voluntad, y la “voluntad” no puede evolucionar involuntariamente. La evolución del hombre es la evolución de su poder de “hacer”, y el “hacer” no puede ser el resultado de lo que “sucede”. SER AMO DE SI MISMO Entre las metas que se han expresado, sin discusión alguna la más justa es la de ser amo de sí mismo, porque sin esto nada es posible. En comparación con esta meta, todas las demás no son sino sueños infantiles, deseos de los cuales un hombre no podría hacer el menor uso aunque le fuesen concedidos. Por ejemplo, alguien dijo que quería ayudar a los demás. Para ser capaz de ayudar a los demás, primero hay que aprender a ayudarse a sí mismo. Con la idea de ayudar a los demás, un gran número de personas se deja llevar por toda clase de pensamientos y de sentimientos simplemente por pereza. Son demasiado perezosas para trabajar sobre sí misma; pero les agrada mucho pensar que son capaces de ayudar a los demás –esto es ser falso e hipócrita consigo mismo.

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Cuando un hombre se ve realmente tal cual es, no le pasa por la cabeza ayudar a los demás, tendría vergüenza de pensar en esto. El amor a la humanidad, el altruismo, son palabras muy bonitas, pero no tienen significado sino cuando un hombre es capaz, por su propia elección y de su propia decisión, de amar o de no amar, de ser un altruista o un egoísta. Entonces su elección tiene un valor. Pero si no hay elección alguna, si él no puede hacer otra cosa, si es solamente lo que la casualidad lo ha hecho o lo está haciendo –hoy un altruista, mañana un egoísta y pasado mañana nuevamente un altruista- ¿qué valor puede tener todo esto? Para ayudar a los demás un hombre tiene que aprender primero a ser egoísta, un egoísta consciente. Sólo un egoísta consciente puede ayudar a los demás. Tal como somos no podemos hacer nada. +++++++++++ Nuestra vida con Gurdjieff (De las memorias de Thomas de Hartman) En este texto se ve claramente que sus discípulos estaban perplejos con la actitud del Maestro Gurdjieff, pero ninguno se dio cuenta de la verdad y lo atribuían despistadamente a algún tipo de método de enseñanza. "En que situación os dejo"... Gurdjieff llevaba consigo un conocimiento profundizado de los bailes, música y doctrinas de las religiones iniciáticas orientales, y nada impide pensar que pudiera estar encargado por alguna sociedad secreta, de llevar la buena palabra al Occidente. "Demasiado humano para ser el diablo, demasiado inhumano para ser un santo, Gurdjieff se llevó consigo el secreto de su naturaleza al morir en noviembre de 1949, a la edad de ochenta y tres años, porque ya no estaba decidido a vivir." "Sus enseñanzas, que a la manera de los yoguis reúnen un sistema filosófico y una gimnasia del cuerpo y del espíritu, extrae su gran originalidad del hecho de que los

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productos antiguos del saber humano, y los métodos del espíritu occidental, se hallan estrechamente mezclados." "Pocos seres humanos tienen alma. Ninguno tiene alma al nacer. Se debe adquirir un alma. Quienes no lo consiguen mueren; sus átomos se dispersan, no queda nada." "La cuestión es la siguiente: con su nivel actual de existencia, el hombre no posee un alma inmortal e indestructible. Pero, con cierto trabajo, él mismo se puede forjar un alma inmortal, de manera que este conjunto alma-cuerpo, recién formado, no quede subordinado a las leyes del cuerpo físico y pueda continuar existiendo después de la muerte de dicho cuerpo físico." Demasiado humano para ser el diablo, demasiado inhumano para ser un santo, Gurdjieff se llevó consigo el secreto de su naturaleza al morir en noviembre de 1949, a la edad de ochenta y tres años, porque "ya no estaba decidido a vivir", dejando una obra voluminosa y oscura titulada "All and Everything" (Todo y el Todo ). Georges Ivanovich Gurdjieff nació en Alejandropol (hoy Leninakan ) en Armenia, alrededor de 1866. Sus padres eran griegos del Asia Menor, y su padre parecía poseedor de una cultura muy antigua. Es verosímil que desde su infancia Gurdjieff se haya bañado en la atmósfera de ritos adivinatorios propios de la antigua Rusia. Sus primeros años −informa Ouspensky− transcurrieron en una atmósfera de cuentos de hadas, de leyendas y de tradiciones. A su alrededor, lo milagroso había sido un hecho real. Predicciones oídas por él y a las cuales sus allegados acordaban fe completa, se llevaron a cabo y le abrieron los ojos respecto a muchas cosas. Fue preceptor del Dalai Lama. Después de seguir cursos de preparación para el sacerdocio en el seminario de Alejandropol (cuyos muros albergaron también a Stalin), Gurdjieff opta por estudios de medicina y ejerce, sin duda un año o dos, antes de abandonar el Cáucaso para emprender viajes que cubren un período de veinte a veinticinco años, durante los cuales sus huellas se vuelven más inciertas. Atraído por el Oriente de los magos y los sabios, visita los sitios máximos del Conocimiento: el Chitral, el monte Athos, escuelas en Persia, en Bojara y en el Turquestán oriental. Según sus propias declaraciones, formó parte de un grupo que incluía a sacerdotes, sabios, médicos, eruditos que se habían tomado la tarea de recorrer el mundo en busca del conocimiento cuya revelación esperaban tener por medio del estudio de prácticas y doctrinas esotéricas del Oriente. Esta búsqueda, siempre según las afirmaciones de Gurdjieff, lo llevaron a codearse con derviches de diferentes órdenes.

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De todos modos, parece que sus desplazamientos tuvieron otro fin, secundario tal vez, y no menos turbador. Según Rom Landau, Gurdjieff habría sido el principal agente de informaciones ruso del Tibet, encargado por las autoridades tibetanas de diversos puestos de control financiero y del armamento de las tropas. Su cultura espiritual lo habría elevado al grado de preceptor del Dalai Lama, a quien habría acompañado en su fuga cuando los ingleses invadieron el Tibet. Esta última circunstancia explicaría cierta desconfianza a su respecto de parte del gobierno inglés. En cambio, sus actividades de agente secreto le habrían valido la benevolencia de Poincaré, que autorizó personalmente su instalación en Francia. Sea como fuera, cuando regresó a Rusia alrededor de 1914, a la edad de 46 años, Gurdjieff llevaba consigo un conocimiento profundizado de los bailes, música y doctrinas de las religiones iniciáticas orientales, y nada impide pensar que pudiera estar encargado por alguna sociedad secreta, de llevar la buena palabra al Occidente. En los cafés de Moscú y San Petersburgo comenzó a formar adeptos, y en junio de 1917, tras una breve estadía en Alejandropol, se instaló en Essentuki, en el Cáucaso, con algunos discípulos. Sus enseñanzas, que a la manera de los yoguis reúnen un sistema filosófico y una gimnasia del cuerpo y del espíritu, extrae su gran originalidad del hecho de que los productos antiguos del saber humano, y los métodos del espíritu occidental, se hallan estrechamente mezclados. Entre otras cosas se trata de conducir a los discípulos a la toma de conciencia de sí y al dominio perfecto del cuerpo, por medio de métodos que se remontan a una psicología de vanguardia, tanto como a las antiguas disciplinas. Mientras tanto, se desencadena la guerra civil, y la marea revolucionaria alcanza poco a poco el sur de Rusia, obligando constantemente a Gurdjieff y a sus compañeros a replegarse, primero a Tiflis, donde será fundado el primer Instituto para el Desarrollo Armónico del Hombre; luego a Constantinopla, Berlín, Londres y por fin a Fontainebleau. Es en esta última localidad, en el Priorato de Avon, donde comienza en 1922 su verdadera carrera pública. Los giras por Norteamérica alternan con representaciones en París del gran ballet "La Lucha de los Magos", que preparó minuciosamente. Discípulos llegados de todos lados se unieron en esta extraña colonia, donde se aprende a "conocerse" dedicándose veinte de cada veinticuatro horas a labores de excavación, albañilería, así como a una extraña gimnasia y ejercicios de concentración.

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Los psicoanalistas se codean con ex astros y mujeres de letras. Se hablan los idiomas más diversos. Juntos tiemblan bajo la férula del maestro, en una atmósfera de hipnosis colectiva. Sobre este período y sobre los años que siguen, se poseen numerosos testimonios, entre ellos los de René, Barjavel, Louis Pauwels, Pierre Schaeffer, Georgette Leblanc, Dorothy Carrruse, Katherine Mansfield y numerosas personalidades más. ¿Pero qué se han hecho de los discípulos de la primera hora? En su mayor parte, parecen haber desaparecido. Sobre las actividades de Gurdjieff en París, y sobre la odisea que debía conducirlo a París −donde murió en 1949, en el hospital norteamericano de Neuilly− el diario de Thomas de Hartman, que con los escritos de Ouspensky es quizás el único documento existente, proporciona valiosas indicaciones. Este hombre ejercía extraordinario ascendiente. "La cuestión es la siguiente: con su nivel actual de existencia, el hombre no posee un alma inmortal e indestructible. Pero, con cierto trabajo, el mismo se puede forjar un alma inmortal, de manera que este conjunto alma-cuerpo, recién formado, no quede subordinado a las leyes del cuerpo físico y pueda continuar existiendo después de la muerte de dicho cuerpo físico. Pero hay algo que quizás los desconcierte. Por lo general, se supone que el conocimiento elevado se dispensa gratuitamente; sin embargo, en este caso, si su esposa y usted quieren unirse a esta tarea, deberán pagar cierta suma de dinero". Se trataba de unos 1.000 dólares. Era el otoño de 1916. Rusia hacía la guerra y se incubaba la lIamarada revolucionaria. Mientras tanto, los dos hombres que filosofaban en Tzarskoie-Selo tomando el té, tenían preocupaciones muy diversas de la política contemporánea. El objetivo de su vida era la búsqueda espiritual, y buscaban a Dios, una fe, un hombre o tal vez simplemente a sí mismos. Zaharoff, un matemático distinguido, que acababa de hablar, daba a entender que había descubierto un camino. Su interlocutor, Thomas de Hartman, un joven compositor ya célebre, que pertenecía al cuerpo de oficiales de reserva de la guardia zarista, ardía por enrolarse a su vez cualesquiera fuesen las condiciones. Luego de esta entrevista, Zaharoff prometió organizar una entrevista con el que poseía las Ilaves del Conocimiento.

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Thomas de Hartman esperó varios meses este momento, hasta que finalmente fue fijado un encuentro en San Petersburgo, en un bar bastante dudoso de la avenida Nevski. Más tarde confesaría: "Si alguien se hubiera enterado de mi presencia allí, me habría visto obligado a abandonar el regimiento". Pero también reconoce que sin duda Gurdjieff había querido probar hasta que punto era capaz de hacer abstracción de las convenciones sociales. Gurdjieff llegó con dos acompañantes. Thomas de Hartman (como más tarde otras personas), lo identificó rápidamente por sus ojos de profundidad y penetración poco comunes. El joven compositor jamás se había encontrado con tal mirada. La fisonomía de Gurdjieff era la de un apuesto oriental, de cráneo afeitado, piel oscura, bigote retorcido y negro. Sus orejas eran asombrosamente puntiagudas, y su boca, que nunca estaba del todo cerrada, descubría los dientes. La conversación fue breve. Gurdjieff planteó algunas preguntas, a las cuales Hartman respondió que "sin progreso interior no se sentía vivir, y que él y su esposa buscaban un medio para desarrollarse". Se decidió que Hartman iría a instruirse casa de Ouspensky. Volvió a ver a Gurdjieff recién en febrero de 1917, en ocasión de una reunión en cuyo transcurso le presentó a su esposa Olga. Mientras tanto, estallaba la Revolución, cuyo centro fue Petrogrado. El marxismo, el colectivismo y la planificación estaban en marcha. El ejército blanco, desorganizado por los agitadores, sé desvanecía poco a poco. Gurdjieff se encontraba entonces en el Cáucaso. Hartman que acababa de escapar de un motín de soldados, pidió ser enviado a Rostov, en el sur de Rusia, todavía no alcanzado por la Revolución, y partió con su esposa hacia Essentuki. Se encontraron con Gurdjieff y algunos discípulos en una casa pequeña, muy sencilla, y el trabajo comenzó desde la primera tarde. Una vez que todos tomaron té, Gurdjieff ordenó que retiraran la mesa, e hizo poner a los concurrentes en fila, en medio de la pieza. A su orden de "marchen", todos se pusieron a marchar, a dar medias vueltas, a correr y a ejecutar toda clase de ejercicios durante largo rato. Al día siguiente, Gurdjieff decidió, según parece, ocuparse de los dos recién llegados y, tras una marcha forzada a paso gimnástico a través de la aldea, los hizo participar en una especie de "concurso de muecas". Gurdjieff daba el ejemplo; se trataba de imitarlo. Luego ordenaba detenerse. Todos debían conservar la expresión fijada en su rostro en ese preciso momento, y Gurdjieff no deja de hacerles notar qué repugnantes o chocantes eran los resultados obtenidos.

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Fatigaban los cuerpos hasta el agotamiento. Sin embargo, desde aquella segunda noche, Gurdjieff comenzó a hablar de una próxima partida para Persia, lo cual desesperó a los esposos Hartman. Aunque estaban un poco perplejos y desorientados por el Trabajo con el maestro, no deseaban separarse tan pronto de él. Pero, por otra parte, Persia era un país extranjero y Hartman no podía salir entonces de Rusia sin ser considerado un desertor. Finalmente, decidieron acompañar a Gurdjieff tan lejos como pudieran, y este último aceptó. En previsión del viaje, Gurdjieff había adquirido una pequeña carreta y dos caballos jóvenes. Previno a sus compañeros de ruta que no debían llevar consigo más de lo estrictamente necesario, una valija pequeña por persona. No obstante cuando los equipajes fueron apilados en la carreta, no quedó sitio más que para el conductor, el mismo Gurdjieff. Se convino que este último partiría por la ruta principal, mientras su esposa, los Hartman y algunas personas más tomarían un atajo a través de las montañas. Esta primera jornada de viaje fue agotadora. Sin embargo al llegar, el maestro les participó su intención de seguir la marcha. Entonces comenzó para los viajeros un verdadero esfuerzo, que no tardó en convertirse en un suplicio. El viaje ya había durado casi doce horas. Los pies les sangraban; la carreta iba a buen paso. Además, Gurdjieff había anunciado que deseaba cumplir una etapa más, pero sin decir dónde ni cuando pensaba detenerse. De tal modo, la incertidumbre se sumaba a los tormentos de los neófitos, y tal cosa era bien propia del maestro que más tarde, en el Priorato de Avon, obligaba a sus discípulos a trabajar hasta la fatiga extrema, sin fijar hora de descanso. Aquella noche, cuando por fin Gurdjieff decidió acampar, en pleno bosque y bajo la lluvia, sus acompañantes todavía debieron ocuparse de los caballos, del fuego y de otros mil detalles, antes de tener derecho al sueño, con excepción del infortunado Hartman, que se vio designado para montar guardia y no durmió esa noche. Al día siguiente, después de haber despertado a sus compañeros al alba para una nueva jornada de marcha, Gurdjieff, sin consideración por su fatiga, pidió a Hartman como favor especial que trepara en la carreta y se sentara sobre los equipajes, posición muy incómoda que no le permitía cerrar sus ojos, pues amenazaba caer.

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La enseñanza comenzaba por pisotear el " Yo". Cosa sorprendente, durante toda esta expedición, que duró varios días a través del Cáucaso, y pese al humor aparentemente fantástico y terriblemente autoritario del jefe, ninguno de los participantes parece haber tenido el menor movimiento de revuelta. Algunos de los que visitaron siete u ocho años más tarde, la colonia de Fontainebleau-Avon, sostuvieron que los discípulos de Gurdjieff, sometidos a condiciones de vida inverosímiles, eran mantenidos en estado hipnótico. "Sentía yo −escribió Hartman− que todo lo que ocurría era como un cuento de hadas, en el cual era necesario hacer las cosas más imposibles para alcanzar su fin." El objetivo de aquella primera expedición resultó ser, después de muchas pruebas, una bonita casa oculta entre las rosas, cerca de Sochi, a orillas del Mar Negro, donde Gurdjieff comenzó a enseñar a sus alumnos ejercicios de concentración y de auto-observación. Ya no se hablaba de ir a Persia, y podía suponerse que Gurdjieff jamás había tenido la intención de ir allá. "Hablando de ir a Persia −escribe Hartman−, creando toda clase de dificultades emocionales y físicas, había suscitado un extraño ambiente de obstáculos progresivos que era necesario sobrepasar para obtener cierto ‘haced en vosotros mismos’, cierto ‘yo hago’ a escala de nuestro desarrollo general". Sin embargo, agotado por el viaje y por las durísimas labores a que lo sometía Gurdjieff, Hartman no tardó en contraer la fiebre tifoidea, y tuvo que esperar a estar convaleciente para reunirse con el maestro en el Cáucaso, donde entretanto había vuelto aquél. Finalmente, el grupo volvió a reunirse en Essentuki, donde Gurdjieff había convocado antiguos discípulos de Moscú y Leningrado, con quienes, debía echar las primeras bases del Instituto para el Desarrollo Armónico del hombre. Entonces comenzó el verdadero trabajo. Según su costumbre, Gurdjieff se dedicó a obligar a sus compañeros para ejecutar labores para las cuales eran especialmente ineptos, y a prohibirles toda clase de costumbres adquiridas. Hartman se vio obligado a privarse de azúcar (que le gustaba) y a vender en el mercado objetos heterogéneos, trozos de seda y tela alquitranada, mientras su esposa habituada a ciertos refinamientos, debía comer en un plato común con otras personas y renunciar a las joyas que más apreciaba (y que, por lo demás, Gurdjieff le devolvió luego). Era un estallido de la personalidad por choques sucesivos y un tratamiento muy eficaz de la voluntad, que complementaba otra forma de enseñanza.

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Cada noche. después de cenar, los miembros del grupo se reunían en la habitación de Gurdjieff. El piso y las paredes estaban cubiertos de tapices. Habitualmente Gurdjieff se instalaba en una especie de diván; sus discípulos, sentados en esteras, frente a él, se ejercitaban en mantenerse con las piernas cruzadas a la manera oriental. Por lo general, el maestro hablaba poco, y nadie debía formular preguntas. La gimnasia sagrada debía desarrollar la voluntad. Se organizaban igualmente sesiones colectivas, era la "gimnasia sagrada". Esta gimnasia, que empezaba con ejercicios relativamente sencillos, desembocaba en prácticas de concentración y dominio de la memoria que absorbían al individuo todo. Otros ejercicios consistían en que los participantes se dejaran caer en montón y se retorcieran a la manera de un nudo de serpientes, en un entresijo inverosímil de brazos y piernas. Cuando Gurdjieff gritaba "basta", todos debían inmovilizarse en la posición del momento, lo cual producía composiciones escultóricas de gran belleza. Al cabo de cierto tiempo, Gurdjieff decidió un período de ayuno experimental. Separó a los hombres de las mujeres y les prohibió hablarse, salvo una hora por semana, durante la cual estaban autorizados a salir y pasearse juntos. Además, les había enseñado cierta cantidad de movimientos especiales para brazos y piernas, cada posición correspondía a una letra del alfabeto y era ese el único lenguaje permitido en el interior del Instituto. Mientras tanto, en Rusia aumentaba la confusión política: Los bolcheviques extendían su poder, y Gurdjieff, que parece haber tenido cierta premonición de los sucesos −a menos que haya estado muy bien informado− comenzaba a considerar una segunda expedición, que debía permitir a su grupo escapar a la zona dominada por los soviets. Dando prueba de gran habilidad en esa circunstancia, maniobró ante el Soviet de Essentuki y finalmente obtuvo una autorización y material para una expedición científica al monte Induc, en el Cáucaso. Gracias a su estratagema, sus compañeros y él mismo se hallaron en posesión de dos clases de documentos de identidad: unos afirmaban su fidelidad al nuevo régimen; los otros atestiguaban su pertenencia al antiguo. Paralelamente a estas tratativas, se preparaban con minuciosidad los detalles prácticos para esta expedición.

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Gurdjieff entrenaba no solamente a los hombres, obligándolos a llevar a espaldas " bolsas repletas de piedras, sino también a sus caballos, puesto que el viaje incluía etapas por tren y marchas por la montaña. El Soviet de Piatigorski proporcionó un equipo completo: carpas, hachuelas, picas y un gran cinturón rojo de bombero, que Gurdjieff se ciñó y que no se quitó durante todo el viaje. De igual manera se distribuyeron brújulas, y quienes no conocían los astros aprendieron a reconocer la estrella Polar. Por otra parte, impuso a todos reglas de disciplina dragonianas y exigía una obediencia ciega. Thomas de Hartman, que temía por su esposa las fatigas excesivas de esta nueva expedición, vaciló en unirse al grupo, pero finalmente venció la adhesión de la pareja a Gurdjieff. Partieron y sin duda salvaron así su vida, puesto que tres semanas más tarde se instaló el reino del terror en Essentuki donde los antiguos oficiales de la guardia fueron fusilados al borde la fosa que se les obligó a cavar. El verdadero objetivo de la nueva expedición era llegar a Sochi, atravesando una vez más todo el Cáucaso, donde, según los azares de la guerra civil las poblaciones estaban en manos, ya de los bolcheviques, ya de los cosacos blancos. En la confusión del momento, a veces era difícil adivinar el color político de las patrullas, y Gurdjieff se había reservado la delicada tarea de identificarlas. Según se retorciera uno u otro lado del bigote, sus acompañantes sabían que tenían que mostrar sus antiguos pasaportes zaristas o los que acababan de obtener de los soviets. Aparentemente, esta técnica jamás falló, y tras muchas privaciones y marchas forzadas, todos los miembros de la expedición llegaron sanos y salvos a la bonita aldea a orillas del Mar Negro. Entonces Gurdjieff anuncio que la expedición concluía, que ya no tenia dinero, que el grupo quedaba disuelto y que, por su parte, él había decidido quedarse en Sochi. La mayor parte de los participantes se dispersó, a excepción de Thomas y Olga de Hartman, que permanecieron fieles a Gurdjieff. Para ellos era el comienzo de una nueva vida. Prácticamente arruinados por la revolución, debieron hacer frente a dificultades de orden material, para las cuales, felizmente los había preparado, la ruda escuela del maestro. La señora de Hartman se acostumbró a las labores domésticas. Thomas de Hartman volvió a su anterior profesión de música y se dedicó a ofrecer conciertos. En cuanto a Gurdjieff, organizaba partidas de naipes en el Club de los Oficiales Circasianos, lo cual, entre otras cosas le permitía mantenerse al tanto, de los movimientos de los ejércitos.

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Sin duda, fue luego de una "partida de naipes" especialmente interesante cuando, alrededor de mediados de enero decidió embarcarse con la pareja Hartman en un incómodo carguero que los desembarcó en Poti, donde tomaron el tren a Tiflis. La vida en la capital de Georgia, donde aún reinaba el antiguo régimen, se organizó pronto bajo la dirección del maestro. Thomas de Hartman escribía críticas musicales, su esposa cantaba. Gurdjieff, con ayuda de madame de Salzmann (que dirigía una escuela de baile según las reglas del método Dalcroze) organizaba con éxito las primeras representaciones de Bailes y Gimnasias Sagradas. En fin, abría su primer Centro de Trabajo: el Instituto por el Desarrollo Armónico del hombre, cuyos primeros miembros fueron cierto doctor S., los esposos Salzmann y los esposos Hartman. Después de haberse asegurado un local de vastas dimensiones, Gurdjieff adquirió un piano, al teclado del cual se instaló Thomas de Hartman. A decir de este último, el piano no era muy bueno, pero el maestro le hizo notar que "en un buen instrumento puede tocar cualquiera". Y comenzaron las sesiones de gimnasia, que atrajeron un número creciente de alumnos. Entonces Gurdjieff se dedicó a dictar el texto, de La Lucha de los Magos, y luego a preparar su música, con la ayuda de Thomas de Hartman. En 1922 se instaló en Francia y partió a la conquista de Occidente. Sin embargo, y pese a sus numerosas ocupaciones, el maestro no perdía de vista la evolución de los acontecimientos. Se hacía cada vez más evidente que la Revolución se instalaba, que las resistencias de Koltchak y Wrangel se debilitaba. Antes que nada, envió a la señora de Hartman a Essentuki, provista de un visado, con el sólo fin de recobrar los efectos personales de la pareja y unos tapices de muy alto valor que le pertenecían; luego una noche de verano, sin el menor aviso previo, anunció a los esposos que debían estar listos para partir hacia Constantinopla. Una semana más tarde las tres se hallaban en Batum, desde donde se embarcaron a Turquía, y pronto llegaron a destino, algo deslumbrados por la mezcla de lujos y miseria características de la vida más oriental de Europa. Aunque los emigrantes llegaron sin dinero, Gurdjieff parecía confiar siempre en su estrella; que por esta vez se llamó Ouspensky. En efecto, éste había llegado al lugar y preparado el terreno con el fin de abrir un Instituto. Una vez más, Hartman comenzó a ofrecer conciertos. Por su lado, Gurdjieff se ocupó de tratar enfermos por el método psicológico.

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Poco a poco, los antiguos alumnos de Tiflis, ellos también emigrados, fueron a reunirse con ellos y se reanudó el Trabajo. Fue creada la danza de los derviches, y en la primavera siguiente Gurdjieff se dedicó a trabajar sobre toda clase de fenómenos extranaturales, tales como el hipnotismo, la acción a distancia y la transmisión de pensamiento. Según especifica Hartman, sólo era un comienzo, pues más tarde este programa debía desarrollarse en el castillo del Priorato en Francia. Pero Gurdjieff pensaba abandonar Turquía. Conduciendo a su equipo, no tardó en tomar su rumbo a Berlín, donde descansó desde la primavera de 1921 al verano de 1922. A partir de este momento, Gurdjieff se lanzó a la conquista de occidente. Su método, reservado hasta entonces a algunos iniciados, iba a enfrentar la despiadada luz de los reflectores y de la crítica, que llegó a ver en él un destructor conciente del pensamiento occidental. Tras haber renunciado a instalarse en Londres, donde las condiciones no eran favorables, Gurdjieff decidió fundar su instituto en Francia, con fondos ingleses. Los discípulos llegaron a París el 14 de julio de 1922, y enseguida recibieron el encargo de buscar un local adecuado. El Priorato de Avon, cercano a Fontainebleau estaba en venta por un millón de francos, y para sorpresa general, Gurdjieff decidió adquirirlo sin haberlo visto. Era un vasto edificio, bastante húmedo e incómodo, situado en un gran parque abandonado que había pertenecido a Labory, abogado de Dreyfus. Allí instaló Gurdjieff su colonia, que no tardó en ponerse muy de moda. En esa época, sus discípulos eran principalmente rusos e ingleses, hombres de letras, médicos e intelectuales de buena voluntad que aspiraban a la superación o buscaban una mística. Con el objeto de llevarlos a una toma de conciencia de sí mismos mediante su sistema de choques sucesivos, Gurdjieff los empleaba en construir baños turcos, aparejar antiguos galpones que luego servirían para sala de baile, cortar árboles y cuidar el ganado, vacas, cerdos y cabras. A veces, incluso, las labores exigidas no tenían fin alguno, las zanjas cavadas a la siesta eran vueltas a llenar por la noche sin haber sido utilizadas para lo que fuera. Ciertas tareas duraban indefinidamente, y si por ventura alguien se habituaba a una labor y comenzaba a experimentar satisfacción al cumplirla, pronto se veía Ilamado para un trabajo del todo diferente. En el Priorato se acostaban tarde, se levantaban temprano y todos pisoteaban su yo.

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La vida en los priorato de Avon era más dura que entre los trapenses. Dice Thomas de Hartman que a las 6 de la mañana un alumno recorría los corredores con una campanita y era preciso levantarse con rapidez, bajar al comedor, tragar café a toda prisa, con un pedacito de pan e ir derecho al trabajo. Gurdjieff debía distribuirlo de modo que no se perdiera un momento. El trabajo en el exterior duraba hasta las 7 o hasta la noche, con una breve interrupción para almorzar. A veces hasta se trabajaba a la luz de lámparas eléctricas. Gurdjieff observaba con severidad a quien se demoraba en el comedor para fumar o conversar. Por la noche, cuando sonaba la campana grande, había que cambiarse rápidamente para la cena. La comida se componía de carne con alubias, arvejas o papas, pan y café. A las 8 se reunían en la sala de trabajo y hacían gimnasia sagrada. Gurdjieff inventaba nuevos ejercicios destinadas a desarrollar la atención, tales como tres movimientos diferentes y simultáneos para la cabeza, los brazos y las piernas, ejecutados contando, cuyo resultado era el de sustraer al individuo del flujo de asociaciones de ideas. Según otros testimonios, se practicaban igualmente ejercicios de contracción de un solo músculo, con exclusión de todos los demás, y cálculos rápidos como: 2x1=6; 2x2=12; 2x3=22; o incluso 2x2=1; 4x4=13; 5x5=22; obtenidos agregando o sustrayendo una cifra creciente o constante al resultado (en el primer caso se agrega 4 al primer producto, 8 al segundo, 16 al siguiente y así; en el segundo caso, se sustrae 3 a los resultados). El trabajo era un esfuerzo cotidiano. Gurdjieff daba a ciertos elegidos directivas relativas a la concentración del pensamiento, el control de la respiración y de la energía sexual, pero les exigía que guardaran silencio sobre ellas. En una entrevista acordada a Denis Saurat, en 1923, Gurdjieff resumía así su doctrina: "Pocos seres humanos tienen alma. Ninguno tiene alma al nacer. Se debe adquirir un alma. Quienes no lo consiguen mueren; sus átomos se dispersan, no queda nada. Algunos se fabrican un alma parcial y quedan así sometidos a una especie de reencarnación que les permite progresar. Y por fin, una cantidad muy pequeña de hombres han llegado a tener almas inmortales. Pero esta cantidad es muy pequeña; apenas algunos. La mayoría de quienes han conseguido algo, no tienen todavía mas que almas parciales... Para el trabajo físico, quiero volverlos dueños del mundo exterior. No es más que una fase temporaria. Trato de darles todos los poderes. No hay diferencia entre los poderes ocultos y los otros. Los ocultistas de hoy se equivocan todos". Mientras tanto, Gurdjieff no limitaba sus actividades a la instrucción de los discípulos del Priorato. Proseguía la redacción de su obra "Relatos de Belcebú" y ofrecía

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representaciones de La Lucha de los Magos, tanto en Estados Unidos como en el teatro de los Campos Elíseos en Paris. Los archivos de prensa nos proporcionan dos críticas de estos espectáculos: una es la francesa; la otra norteamericana: "Las danzas comienzan bajo la dirección de Gurdjieff. Son danzas lentas, con sus participantes situados bastante lejos unos de otros. A ciertas órdenes, todos se inmovilizan en la posición en que se hallan en ese instante, y así deben quedar hasta la orden de volver a ponerse en movimiento. Los que se encuentran en equilibrio inestable, cuando se les ordena detenerse, no deben concluir el movimiento comenzado, y caen con todo su peso por el efecto normal de la gravitación. Una vez caídos, no deben moverse... La atmósfera perfumada, las luces, los ricos tapices, los movimientos extraños: es el romanticismo de los orientales, realizado por fin sobre la tierra". "Primero tuvieron lugar danzas ejecutadas por un grupo de hombres y mujeres vestidos con ropajes amplios y zapatos de suela flexible. Era realmente fantástico, pues cada persona bailaba de manera distinta. Una orquesta dirigida por un hombre llamado Hartman producía una música extraña, donde predominaban los redobles de un tambor: Los movimientos eran simbólicos, pero de ningún modo sensuales, pues parece que estamos en presencia de manifestaciones de un culto donde la sensualidad no figura para nada. Imposible describir estas danzas, que parecen pertenecer a las religiones antiguas. Una dama explicó que en otra época las danzas tenían por objeto hacer cumplir al ser actos reales de gracia, de alabanza o súplica. Se nos presentó la danza vertiginosa del derviche. Gurdjieff dirigía a los bailarines dando la orden de comenzar mediante un balanceo de brazos, y los detenía bruscamente. Entonces ellos conservaban el equilibrio en la posición en que los había detenido, semejantes a estatuas de madera. Parecían hallarse bajo el hechizo de un poder hipnótico. La música es una especie de jazz llevado al extremo. Sus armonías y melodías han sido transcriptas por el señor de Hartman; según indicaciones de Gurdjieff, quien las conservó en la memoria luego de haberlas escuchado en diversos monasterios y sectas del Oriente durante "su búsqueda de la verdad". Este último afirma que esas músicas datan de la más grande antigüedad, y que son transmitidas mediante inscripciones en ciertos templos". Sus últimas palabras: "En que situación os dejo”.

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Algunos pensionados abandonaron el Priorato, decepcionados al no encontrar el desarrollo espiritual al que aspiraban, mientras otros parecían descubrir allí la paz y la armonía, como Katherine Mansfield, quien murió de tuberculosis, pero con el alma apaciguada. Gurdjieff, víctima de un accidente de automóvil en julio de 1924, se desinteresa poco a poco del Priorato de Avon. Sus allegados advierten en él un cambio profundo. En 1929, Thomas y Olga Hartman se separan de este hombre por quien conservarán siempre una profunda veneración, sin dar motivos de esta ruptura. En 1934, el maestro vende el Priorato y se instala en París, en la calle Colonel-Renard, cerca de Etoile. Aunque se acelera el reclutamiento, Gurdjieff deja la enseñanza a cargo de instructores. ¿Seguía buscando un hombre, o lo había hallado? 0 acaso todo está resumido en las parábolas de ¿ Belcebú ? Gurdjieff no lo ha dicho. Ante sus fieles, reunidos en 1949 alrededor de su lecho de muerte en el hospital norteamericano de Neuilly, este gran aventurero o gran sabio pronunció estas palabras ambiguas y un tanto diabólicas: "En que situación os dejo".