Lenguaje y Universalidad Guia - David de Los Reyes

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Los textos utilizados en esta guía son para uso estrictamente académico

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Índice

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La Oración Fúnebre de Pericles(Reconstruida por Tucídides)

La mayoría de mis predecesores en este sitio nos ha dicho que es honesto pronunciar algunas palabras, exigidas por la ley durante el entierro de aquéllos que han muerto en batalla.

Por lo que se refiere a mí mismo, me inclino a pensar que el valor que se ha mostrado en hechos concretos ya ha sido saldado suficientemente mediante los honores, también mostrados en hechos concretos. Ustedes mismos pueden apreciar lo que ellos significan ya que están participando de este funeral solventado por el pueblo.

Debiera también yo desear que las reputaciones de tantos hombres valientes no estuvieran en peligro en boca de un orador único, de tal manera que ellas suban o bajen según si habla bien o mal.

Puesto que es duro hablar adecuadamente, cuando ya de entrada se presenta la dificultad de convencer al auditorio que se está diciendo la verdad.

Por un lado, el amigo a quien le son familiares algunos hechos de la vida de estos muertos puede pensar que varios aspectos no han sido destacados con la dedicación que desea y que sabe que merecen.

Por otro, aquél que no los ha conocido puede sospechar por envidia, que hay exageración, cuando escucha mencionar virtudes que están por encima de su propia naturaleza. (Porque los hombres aceptan que se ensalce a otros en tanto en cuanto ellos se puedan persuadir que las mismas acciones recordadas las podrían haber vivido ellos mismos como protagonistas.

Cuando ese limite se traspasa, surge la envidia y con ella la incredulidad). Sin embargo como nuestros antecesores han establecido esta costumbre y la han aprobado, la obediencia a la ley pasa a constituir para mí un deber.

Intentaré satisfacer las opiniones y deseos de todos ustedes de la mejor manera que pueda.

Tendría que comenzar con nuestros antepasados. Es tan adecuado como prudente, que ellos reciban el honor de ser mencionados en primer lugar, en una ocasión como la de ahora, ellos vivieron en esta comarca sin interrupción de generación en generación; y nos la entregaron libre como resultado de su bravura. Y si nuestros antepasados más lejanos merecen alabanza, mucho más son merecedores de ella nuestros padres directos. Ellos sumaron a nuestra herencia el imperio que hoy poseemos y no escatimaron esfuerzo alguno para transmitir esa adquisición a la generación presente.

Por último, hay muy pocas partes de nuestro dominio que no hayan sido aumentadas por aquellos de entre nosotros que han llegado a la madurez de sus vidas. Por su esfuerzo la patria se encuentra provista con todo lo que le permite depender de sus propios recursos, tanto en la guerra como en la paz.

Aquella parte de nuestra historia que muestra cómo nuestras hazañas bélicas trajeron como consecuencia nuestras diversas posesiones, así como también la que muestra cómo tanto nosotros

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como nuestros padres pudimos frenar la marea de la agresión extranjera, valerosamente y sin dobleces, constituye un capítulo demasiado conocido por todos los que me escuchan.

No necesito extenderme en el tema que, por consiguiente, dejo de lado. Pero cuál fue el camino por el que llegamos a nuestra posición; cuál es la forma de gobierno que permitió volver más evidente nuestra grandeza; cuáles los hábitos nacionales a partir de los cuales ella se originó; éstos son los problemas máximos que intento dejar en claro, antes de proseguir con el panegírico de todos estos muertos.

Pienso que el tema es adecuado para una ocasión como la presente y que ha de resultar ventajoso escucharlo con atención tanto por los nativos como por los extranjeros. Nuestra constitución no copia leyes de los estados vecinos. Más bien somos patrón de referencia para los demás, en lugar de ser imitadores de otros. Su gestión favorece a la pluralidad en lugar de preferir a unos pocos. De ahí que la llamamos democracia.

Otra diferencia entre nuestros usos y los de nuestros antagonistas se aprecia con nuestra política militar. Abrimos nuestra ciudad al mundo. No les prohibimos a los extranjeros que nos observen y aprendan de nosotros, aunque ocasionalmente los ojos del enemigo han de sacar provecho de esta falta de trabas. Nuestra confianza en los sistemas y en las políticas es mucho menor que nuestra confianza en el espíritu nativo de nuestros conciudadanos.

En lo que se refiere a la educación, mientras nuestros rivales ponen énfasis en la virilidad desde la cuna misma y a través de una penosa disciplina, en Atenas vivimos exactamente como nos gusta; y sin embargo nos alistamos de inmediato frente a cualquier peligro real. Una prueba de que esto en así se aprecia con los lacedemonios quienes por sí solos no invaden nuestras comarcas, sino que traen consigo a todos sus confederados; mientras nosotros, atenienses, avanzamos sin aliados hacia el territorio de un vecino y luchando en tierra extranjera derrotamos usualmente con facilidad a los mismos que están defendiendo sus hogares.

No hubo aún un enemigo que se opusiera a toda nuestra fuerza unida, puesto que nos empeñamos al mismo tiempo, no sólo en alistar a nuestra marina, sino también en despachar por tierra a nuestros conciudadanos en cien servicios diferentes. Y así resulta que a menudo entra en lucha alguna de estas fracciones de nuestro poderío total. Si el encuentro resulta victorioso para el enemigo, su triunfo lo exageran como si fuera la victoria sobre toda la nación. Si en cambio cae derrotado, el contraste se presenta como sufrido con el concurso de un pueblo entero.

Y, sin embargo, con hábitos que son más bien de tranquilidad que de esfuerzo y con coraje que es más bien naturaleza que arte, estamos preparados para enfrentar cualquier peligro con esta doble ventaja: escapamos de la experiencia de una vida dura, obsesionada por la aversión al riesgo; y sin embargo, en la hora de la necesidad, enfrentamos dicho riesgo con la misma falta de temor de aquellos otros que nunca se ven libres de una permanente dureza de vida.

Pero con estos puntos no finaliza la lista de los motivos que causan admiración en nuestra ciudad.

Cultivamos el refinamiento sin extravagancia; la comodidad la apremiamos sin afeminamiento; la riqueza la usamos en cosas útiles más que en fastuosidades, y le atribuimos a la pobreza una única desgracia real.

La pobreza es desgraciada no por la ausencia de posesiones sino porque invita al desánimo en la lucha por salir de ella. Nuestros hombres públicos tienen que atender a sus negocios privados al mismo tiempo que a la política y nuestros ciudadanos ordinarios, aunque ocupados en sus industrias, de todos modos son jueces adecuados cuando el tema es el de los negocios públicos.

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Puesto que discrepando con cualquier otra nación donde no existe la ambición de participar en esos deberes, considerados inútiles, nosotros los atenienses somos todos capaces de juzgar los acontecimientos, aunque no todos seamos capaces de dirigirlos.

En lugar de considerar a la discusión como una piedra que nos hace tropezar en nuestro camino a la acción, pensamos que es preliminar a cualquier decisión sabía. De nuevo presentamos el espectáculo singular de atrevimiento irracional y de deliberación racional en nuestras empresas: cada uno de ellos llevado hasta su valor extremo y ambos unidos en una misma persona, mientras que, por igual caso, en otros pueblos, las decisiones son el resultado solamente de la ignorancia o solamente del espíritu de aventura o solamente de la reflexión.

La palma del valor corresponde ser entregada en justicia a aquellos que no ignoran, por haberlo experimentado en carne propia, la diferencia entre la dureza de la vida y el placer de la vida; y que, sin embargo, no ceden a la tentación de escapar frente al peligro.

Si nos referimos a nuestras leyes, ellas garantizan igual justicia a todos, en sus diferencias privadas. En lo que respecta a las diferencias sociales, el progreso en la vida pública se vuelca en favor de los que exhiben el prestigio de la capacidad. Las consideraciones de clase no pueden interferir con el mérito. Aún más, la pobreza, no es óbice para el ascenso. Si un ciudadano es útil para servir al Estado, no es obstáculo la oscuridad de su condición, la libertad de la cual gozamos en nuestro gobierno, la extendemos así mismo a nuestra vida cotidiana. En ella, lejos de ejercer una supervisión celosa de unos sobre otros, no manifestamos tendencia a enojarnos con el vecino, por hacer lo que le place. Y puesto que nada está haciendo, opuesto a la ley, nos cuidamos muy bien de permitirnos a nosotros mismos exhibir esas miradas críticas que sin duda resultan molestas.

Pero esta liberalidad en nuestras relaciones privadas no nos transforma en ciudadanos sin ley. Nuestras principales preocupaciones tratan de evitar dicho riesgo, por lo cual nos educamos en la obediencia de los magistrados y de las leyes, un ejemplo de lo expresado es el referente a la protección a los inválidos, sean los inscritos en el padrón del estatuto, ya sean los amparados por ese otro código que, a pesar de no estar escrito, no puede ser violado sin condena.

Más aún, disponemos de recursos numerosos conque la mente se pueda distraer del negocio. Celebramos juegos y sacrificios a lo largo del año. La elegancia de nuestras construcciones forman una fuente diaria de placer y nos ayudan a desterrar el aburrimiento, mientras esa magnificencia de nuestra ciudad atrae a los productos del mundo hacia nuestro puerto.

En lo referente a la generosidad destacamos asimismo en forma singular ya que nos forjamos amigos dando, en lugar de recibiendo favores. Pero por supuesto, quien hace los favores es el más firme amigo de ambos, de manera de mantener al amigo en su deuda, mediante una amabilidad continuada. Mientras que el deudor se siente menos atraído puesto que se da cuenta que la devolución que él ofrece es un pago casi obligado pero no una libre dádiva.

Y son solamente los atenienses quienes sin temor por las consecuencias abren su amistad, no por cálculos de una cuenta por saldar, sino en la confianza de la liberalidad. En pocas palabras resumo que nuestra ciudad es la escuela de Grecia y que dudo que el mundo pueda producir otro hombre que dependiendo sólo de sí mismo llegue a su altura en tantas emergencias y resulte agraciado por tamaña versatilidad como el ateniense.

Y ésta no es una mera bravata lanzada en esta ocasión favorable, sino que es la realidad de los hechos, considerando el presente poder de Atenas que esos hábitos conquistaron. Porque

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solamente Atenas ha llegado a ser superior a su fama y es la única que, en ocasión de ser asaltada, no ocasiona pudor en sus antagonistas cuando ellos resultan derrotados. Ni sus mismos enemigos cuestionan su derecho, obtenido por mérito, de poner de manifiesto su imperio.

Más bien la admiración de la edad presente y de la futura estará dirigida hacia nosotros dado que no hemos dejado nuestro poder sin testigos. Antes bien, han quedado de él testimonios gigantescos.

Lejos de necesitar a un Homero como panegirista ni otro con habilidades artísticas tales, que sus versos puedan encantar por un momento (aunque la impresión que dejan se derrite luego frente a la realidad), nosotros hemos obligado a cada tierra y a cada agua que se transforme en la ruta de nuestro valor. Y hemos dejado en todo sitio monumentos imperecederos, de una índole o de otra, detrás de nosotros.

Ésta es la Atenas por la cual estos hombres han luchado y muerto noblemente, en la seguridad de contribuir a que no desfallezca. De la misma manera que cualquiera de los sobrevivientes está dispuesto a morir por la misma causa. Por supuesto, si es que me he detenido con cierto detalle en señalar el carácter de nuestra comarca, ha sido para mostrar que nuestra disposición en la lucha no es la misma que la de aquellos que no tienen ese tipo de bendiciones que se pueden llegar a perder si no se defienden; y también para demostrar que el panegírico de los hombres a quienes me refiero puede ser construido sobre la base de pruebas establecidas.

Casi está completo este panegírico. Pues la Atenas que he celebrado, es solamente la que ha conquistado el heroísmo de éstos y de sus émulos. Al fin estos hombres, apartándose del resto de los helenos, han de llegar a tener una fama solamente comparable a sus merecimientos. Pero si hace falta prueba definitiva de su bravura intrínseca, es fácil encontrarla en esta escena terminal.

No es solamente el caso de aquéllos a quienes la muerte puso el sello final atestiguando el mérito que tenían sino también el otro caso, en que coincidió con la primera señal de que tuvieran mérito. Hay justicia en la aseveración de que el valor en las batallas por su nación puede ocultar muy bien otras imperfecciones del hombre, dado que la buena acción ha ocultado a la mala; y su mérito como ciudadano más que sobradamente ha balanceado a su demérito como individuo. Pero ninguno de éstos permitió que su bienestar económico, si ya lo conocía, o que la esperanza, aún sin realidad, de una futura situación de bienestar, disminuyera su solidario espíritu de lucha; así como la pobreza, en otros casos, pese a la esperanza de un día de riqueza, a nadie tentó a que se escapara del peligro.

Sintiendo que la bravura frente al enemigo es más deseable que sus personales venturas; y dándose cuenta que en esta ocasión surge el más glorioso de los azares, ellos se determinaron gozosamente a aceptar el riesgo, a confirmar su altivez, y a postergar sus deseos; y mientras se arrojaban hacia la esperanza de volcar la incertidumbre de la victoria, en la empresa que estaba frente a ellos, prefirieron morir resistiendo, en lugar de vivir sometiéndose. Huyeron solamente del deshonor. Luego de un breve momento, que resultó la crisis de su fortuna, durante el cual pensaron en escapar, no de su miedo, sino de su gloria, enfrentaron la muerte cara a cara.

Y así murieron estos hombres como es honesto de un ateniense. Ustedes, los sobrevivientes, se tienen que determinar, en el campo de batalla, a la misma resolución inalterable, pese a que es lícito que oren por un desenlace más feliz. Y sin contentarse con ideas solamente inspiradas en palabras, con respecto a las ventajas de defender nuestro país (aunque esas palabras serían un arma de importancia para cualquier orador frente a un auditorio tan sensible como el presente) ustedes mismos, con su acción, deben exaltar el poder de Atenas y alimentar los ojos con su

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visión, día a día, hasta que el amor por ella llene el corazón de ustedes; y luego, cuando su grandeza se derrame hacia ustedes, deben reflexionar que fue el coraje, el sentimiento del deber y una sensibilidad especial del honor en acción, los que permitieron al hombre ganar todo esto.

A pesar de que existieran las fallas de carácter, o las defecciones previas en la vida personal, ellas no fueron suficientes como para privar a la patria de su valor, puesto a sus pies como homenaje, como la contribución más gloriosa entre las que ellos podían ofrecer.

Por esta ofrenda de sus vidas hecha en común por todos ellos, individualmente, cada uno de ellos, se hizo acreedor de un renombre que no se vuelve caduco, así como se hizo acreedor de un sepulcro, mucho más que el receptáculo de sus huesos: ya que es el más noble de los altares.

Altar donde se deposita la gloria por ellos alcanzada para ser recordada cuando las eventualidades inviten a su conmemoración. Porque los héroes tienen al mundo entero por tumba y en países alejados del que los vio nacer (único sitio donde un epitafio lo atestigua) tienen su ara en cada pecho y un recordatorio no escrito en cada corazón que como mármol lo preserva, adopten ustedes estos hombres como modelo y juzgando que la felicidad es el fruto de la libertad y que la libertad es el fruto de la bravura, nunca declinen la exaltación de sus valores.

No son desgraciados quienes no ahorran su vida en aras de lo justo; nada tienen que perder, si no más bien, lo son aquéllos quienes ahorran sus vidas a costa de una caída que si sobreviene, ha de tener tremenda consecuencia. Y sin duda, para un hombre de espíritu, la degradación de la cobardía debe ser inmensamente más triste que la muerte que no se siente, pues lo golpea en la plenitud de sus fuerzas y de su patriotismo.

Puedo ofrecer ayuda, pero no condolencias, a los parientes de los muertos. Son innumerables los azares a los cuales el hombre está sujeto, como ustedes saben muy bien. Pero son afortunados aquellos a quienes el azar ofrece una muerte gloriosa, la misma que hoy nos enluta. Aquellos cuya vida ha sido tan bien medida que pudiera acabar en la felicidad de servir de modelo.

A pesar de ello reconozco que es una dura manera de decir, especialmente cuando está involucrado aquel que ha de ser recordado por ustedes, que ven continuar en otros hogares la bendición que alguna vez también han tenido, porque la pena se siente más por la pérdida de algo a lo cual estábamos acostumbrados, que por el deseo de algo que nunca fue nuestro. Aquellos entre los deudos que estén en edad de procrear hijos, deben consolarse con la esperanza detener otros en su lugar.

No solamente van a ayudar a que no olvide a quien se ha perdido, sino que para el mismo estado ha de ser un refuerzo y un reaseguro. Porque nunca un ciudadano ha de buscar tanto una política justa y honesta cuanto que lo motiven, siendo padre, los intereses y las aprehensiones de tal bendición. Los que ya han sobrepasado la edad madura, dejen que los convenza la idea de que la mayor parte de la vida les fue afortunada y que el breve intervalo que falta, ha de ser iluminado con la fama del que ya no está. Porque lo único que no se vuelve viejo es el amor al honor.

No son las riquezas, como algunos quisieran. Es el honor lo que reconforta al corazón, con la edad y la falta de ayuda.

Me dirijo a los hijos y a los hermanos de los difuntos. Veo una ardua lucha en ustedes. Cuando un ser humano se va, todos tienden a alabarlo y pese a que el mérito de ustedes ha de ir creciendo, difícil que se acerque a su renombre. Los vivientes se ven expuestos a la envidia. En cambio los muertos están libres de ella y honrados con la buena voluntad de quienes los recuerdan.

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He de decir algo sobre la excelencia femenina de aquéllas, entre ustedes, que se encuentran hoy en la viudez. Grande ha de ser la gloria de ustedes, si es que no permiten que decaiga el ánimo por debajo del carácter natural de cada una. Pero más grande ha de ser todavía, entre los atenienses, la de aquella que consiga no ser mencionada, ni para bien, ni para mal.

Mí tarea ha acabado. He cumplido con lo mejor de mi habilidad y por lo menos, en lo referente a la intención, con lo dispuesto por la ley. Si es trata de hechos concretos, aquellos que han sido enterrados han recibido los honores que los corresponde; en lo que se refiere a sus hijos, han de ser mantenidos hasta la adultez, por los caudales públicos.

El estado ofrece así una recompensa de valía como guirnalda de victoria para esta raza de bravos, recompensando tanto a los caídos como a sus descendientes. Allí donde la recompensa al mérito es máxima, allí se encuentran los mejores ciudadanos. Terminando las lamentaciones por sus parientes, pueden ustedes partir.

La ley suprema

Marco Tulio Cicerón gran escritor, orador y político romano define, en este fragmento de su obra De la República, la ley suprema, entendida como el imperio de la recta razón.

Fragmento de De la República.

De Cicerón.

La ley suprema.

III.

La ley verdadera es la recta razón, á la naturaleza conforme, á todos infundida, constante, sempiterna; que llame al deber, mandando; que, prohibiendo y aterrando, aleje del mal. La que, sin embargo, ni manda ó prohibe en vano á los probos, ni, mandando ó prohibiendo, mueve á los ímprobos. Esta ley ni es permitido substituir; ni quitar de ella es lícito, ni dable derogarla; ni senado ni pueblo exentarnos de ella pueden; ni de comentadores ó intérpretes extraños necesita. Ni habrá una ley en Roma, otra en Atenas; hoy una, otra mañana; sino que á las gentes todas, en todos los tiempos comprenderá una ley sola, eterna, inmutable; y todos tendrán un solo como maestro y soberano. Dios, de esta ley autor, juez, dador. Cuyos contraventores huirán de sí propios, y ultrajando la naturaleza humana, padecerán, por lo mismo, las mayores penas; aun cuando evadir logren todos los imaginables suplicios.Fuente: Jünemann, Guillermo. Antología universal. Friburgo: Herder, 1910.

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Confesiones de S. Agustín

En Confesiones, uno de los principales escritos del más insigne padre y doctor de la Iglesia, san Agustín de Hipona, éste refirió de forma autobiográfica y con un brillante estilo literario algunos de los episodios más importantes de su vida. Además, en sus páginas expuso gran parte de su pensamiento teológico y filosófico. El fragmento que sigue supone una interesante aproximación a su teoría del conocimiento.

Fragmento de Confesiones.

De san Agustín.

Libro X; capítulos 9, 10 y 11.

No son sólo éstos los únicos tesoros almacenados en mi vasta memoria. Aquí se encuentran también todas las nociones que aprendí de las artes liberales que todavía no he olvidado. Y están como escondidas en un lugar interior, que no es lugar. Pero no están las imágenes de las cosas, sino las cosas mismas. Yo sé, en efecto, lo que es la gramática, la dialéctica y las diferentes categorías de preguntas. Todo lo que sé de ellas está, ciertamente, en mi memoria, pero no como una imagen retenida de una cosa, cuya realidad ha quedado fuera de mí. No es tampoco como la voz impresa que suena y se desvanece, dejando una huella por la que recordamos como si sonara cuando ya no suena. Ni como el perfume que pasa y se pierde en el viento y que, afectando al sentido del olfato, envía su imagen a la memoria, por la que puede ser reproducida. Ni como el manjar, que ya no tiene sabor en el estómago y que parece lo tiene, sin embargo, en la memoria. Ni como una sensación que sentimos en el cuerpo a través del tacto que, aunque esté alejada de nosotros, podemos imaginarla en la memoria después del tacto.En estos casos las cosas no penetran en la memoria. Simplemente son captadas sus imágenes con asombrosa rapidez, quedando almacenadas en un maravilloso sistema de compartimentos, de los cuales emergen de forma maravillosa cuando las recordamos.Pero cuando oigo que son tres las categorías de preguntas –si la cosa existe, qué es y cuál es– retengo las imágenes de los sonidos de que se componen estas palabras. Y sé también que atravesaron el aire con estrépito y que ya no existen. Pero los hechos significados por estos sonidos no los he tocado nunca con ningún sentido del cuerpo. Tampoco los he podido ver fuera de mi alma, ni son sus imágenes las que almaceno en mi memoria sino los hechos mismos. Que me digan, pues, si pueden, por dónde entraron en mí. Recorro todas las puertas de mi cuerpo y no hallo por dónde han podido entrar estos hechos. Mis ojos me dicen, en efecto: «Si tienen color, nosotros los anunciamos.» Los oídos dicen: «Si emitieron algún sonido, nosotros los hemos detectado.» El olfato dice: «Si despiden algún olor, por aquí pasaron.» El gusto dice también: «Si no tienen sabor, no me preguntéis por ellos.» El tacto dice: «Si no es cuerpo, no lo toqué, y si no lo he tocado, no he transmitido mensaje de él.»¿Cómo, entonces, estos hechos entraron en mi memoria? ¿Por dónde entraron? No lo sé. Cuando los aprendí, no los di crédito por testimonio ajeno. Simplemente los reconocí en mi alma como verdaderos y los aprobé, para después encomendárselos como en depósito y poder sacarlos cuando quisiera. Por tanto, debían estar en mi alma incluso antes de que yo los aprendiese, aunque no estuviesen presentes en la memoria. ¿En dónde estaban? ¿Por qué los reconocí al ser nombrados y decir yo: «Así es, es verdad?» Sin duda porque ya estaban en mi memoria y tan retirados y escondidos como si estuvieran en cuevas profundísimas. Tanto, que no habría podido pensar en ellos, ni alguien no me hubiera advertido de ellos para sacarlos a relucir.

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Descubrimos así que aprender las cosas –cuyas imágenes no captamos a través de los sentidos- equivale a verlas interiormente en sí mismas tal cual son, pero sin imágenes. Es un proceso del pensamiento por el que recogemos las cosas que ya contenía la memoria de manera indistinta y confusa, cuidando con atención de ponerlas como al alcance de la mano en la memoria –pues antes quedaban ocultas, dispersas y desordenadas– a fin de que se presenten ya a la memoria con facilidad y de modo habitual. Mi memoria acumula un gran número de hechos e ideas de este tipo, que, como dije, han sido ya descubiertas y puestas como a mano y que afirmamos haber aprendido y conocido. Si las dejo de recordar de tiempo en tiempo, vuelven a sumergirse y hundirse en los compartimentos más hondos de mi memoria, de modo que es necesario repensarlas otra vez en este lugar –pues no es posible localizarlas en otro–. En otras palabras, cuando se han dispersado, he de recogerlas de nuevo para poder conocerlas. Tal es la derivación del verbo cogitare, que significa pensar. Pues en latín el verbo cogo (recoger, coger) dice la misma relación a cogito (pensar, cogitar) que ago (mover) a agito (agitar) o que facio (hacer) a factito (hacer con frecuencia). Pero la palabra cogito queda reservada a la función del alma. Se emplea correctamente sólo cuando se aplica cogitari a lo que se recoge (colligitur), es decir, lo que se junta (cogitar) no en un lugar cualquiera, sino en el alma.Fuente: Agustín, San. Confesiones. Prólogo, traducción y notas de Pedro Rodríguez de Santidrián. Madrid: Alianza Editorial, 1998.

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Renacimiento y consumismo

Los Ensayos Históricos de Encarta reflejan el conocimiento y la visión de destacados historiadores. En este ensayo, Lisa Jardine, de la Universidad de Londres, analiza el periodo de florecimiento de las artes y del saber en Europa, conocido como renacimiento, dentro del contexto de una revolución de los consumidores, y sostiene que el espíritu emprendedor constituye un factor tan importante como la admiración profesada por los europeos a la Grecia y Roma clásicas.

Renacimiento y consumismo

Por Lisa Jardine

El término renacimiento se utiliza fundamentalmente para describir el periodo en el que tuvo lugar un espectacular florecimiento de la vida artística e intelectual en Europa. El renacimiento, que se inició en Italia antes de 1400, con el tiempo se fue propagando hacia Alemania, Francia, Inglaterra, España, los Países Bajos, Polonia y Rusia. De acuerdo con los testimonios convencionales, los eruditos y artistas implicados en esta verdadera resurrección cultural aspiraban a emular los logros de las grandes civilizaciones de la antigüedad, Grecia y Roma. Los innovadores de todos los campos creativos modelaron sus obras sobre ejemplos de fragmentos de la herencia clásica que han sobrevivido hasta nuestros días como, por ejemplo, obras literarias, tratados filosóficos y científicos, restos de pinturas murales o de vasijas, estatuas y edificios. Estos artistas e intelectuales creían poder construir una auténtica civilización “humana” en Europa a semejanza de la idea que ellos tenían de las civilizaciones “humanas” de Grecia y Roma. Por esta razón, entre otras, los profesores de latín y griego que impartían esta revitalizada moralidad clásica recibieron la denominación de “humanistas”.Sin embargo, estos cambios estéticos y conceptuales nunca podrían haber ocurrido sin el desarrollo y la expansión del comercio internacional por vía terrestre y marítima. Dicho comercio dio lugar al crecimiento de nuevos y prósperos mercados de artículos de lujo. Los comerciantes y los banqueros se apropiaron tanto de las ideas como de los mercados nuevos y dirigieron su mirada hacia el exterior, en dirección a Asia y al Nuevo Mundo (la América recién descubierta). La búsqueda de riquezas y nuevas oportunidades de negocio contribuyó a configurar una sociedad cada vez más abierta a la innovación y a la aventura en todas las facetas de la vida, una sociedad en la que, ya desde el propio instante de su aparición, surgían ávidos compradores para los productos del nuevo arte y saber. Familias como los Medici en Florencia, que se habían enriquecido gracias a estas nuevas oportunidades de negocio, se convirtieron igualmente en empedernidos consumidores de cualquier objeto novedoso y exótico. Primero como banqueros mercantiles y después como consumidores, la familia Medici configuró los gustos europeos en el arte y la literatura. Es curioso que fueran las innovaciones no necesariamente relacionadas con la antigüedad las responsables en gran parte de dicho renacimiento europeo.Innovaciones decisivas: la imprenta, la pólvora y la brújula magnéticaEl filósofo y científico inglés del siglo XVI, Francis Bacon, afirmaba que tres descubrimientos tecnológicos, a saber, la imprenta, la pólvora y la brújula magnética, habían modificado la faz del mundo al haber hecho posible esta nueva era del arte y del saber.La imprentaEl primer libro impreso apareció en Alemania hacia 1450 y pronto importantes centros de impresión se establecieron en París, Venecia, Basilea y Amberes. El impacto de la imprenta sobre el pensamiento y las ideas europeos fue más inmediato que progresivo. En menos de 60

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años a partir de la implantación de la tecnología de la imprenta, editores de toda Europa habían publicado las obras clásicas de la literatura y filosofía griegas y romanas, la Biblia y toda una serie de libros vernáculos, desde baladas de una sola página hasta panfletos polémicos y novelas concupiscentes. A menudo una edición constaba de más de 1.000 copias. Los libros en las diferentes lenguas vernáculas europeas, cada una de ellas compartida por los habitantes de una determinada región, pronto tuvieron un amplio público lector que buscaba afanosamente nuevos títulos. Estos libros eran comercializados de forma activa por libreros cuyas redes de distribución se extendían desde Londres hasta Moscú. A partir del siglo XVI, la promoción llevada a cabo durante la feria anual del libro en la ciudad alemana de Frankfurt se convirtió en el método habitual de lanzamiento de las nuevas ediciones en un mercado voraz de lectores. En el verano de 1533, el sabio humanista Erasmo de Rotterdam se disculpaba ante un amigo por no poder enviarle una copia de un libro de reciente publicación. Erasmo escribía: “El libro vio la luz durante la Feria de Frankfurt esta primavera. Te enviaría una copia con este mensajero si pudiera ponerle la mano encima a un ejemplar, pero no me queda ninguno. El editor dice que las existencias se agotaron totalmente en Frankfurt en el plazo de tres horas”.Los comerciantes y los capitanes de barco llevaron consigo libros a América del Norte y América del Sur, al otro lado del cabo de Buena Esperanza africano hasta la India e incluso más allá. Todo individuo dedicado al comercio o a los negocios necesitaba poseer una cierta formación para sacar adelante su negocio; la nobleza, por el contrario, apenas sentía necesidad de leer. Así pues, los libros impresos con los nuevos caracteres cursivos y romanos hicieron circular las ideas innovadoras por todo el mundo y contribuyeron notablemente al desarrollo de los nuevos movimientos intelectuales como el humanismo (el estudio en profundidad de las obras supervivientes de la antigüedad). Los libros impresos descubrieron los tesoros de las culturas griega y romana a toda una nueva generación. Gracias a los libros, cualquier cultura podía propagarse de una manera más rápida y amplia de lo que nunca antes había sido posible.La imprenta contribuyó, además, a promover el levantamiento religioso conocido como la Reforma. Martín Lutero, un sacerdote profesor de la Universidad de Wittenberg, en Alemania, promocionó su nueva visión radical del cristianismo reformado utilizando baratos panfletos impresos ilustrados con atrevidos grabados satíricos. Estos panfletos, distribuidos ampliamente entre los nuevos mercados masivos de lectores, hicieron mella en la imaginación del público ilustrado y socavaron el poder de la Iglesia católica. En1520, durante una visita a la ciudad de Colonia, el artista alemán Alberto Durero compró un panfleto luterano de reciente publicación con el texto de la amenaza de excomunión por parte de la Iglesia católica titulado la “Condena de Lutero.” La impresión permitió a Durero participar directamente en una crisis eclesiástica internacional. Y, al igual que otros muchos hombres y mujeres que se convirtieron al luteranismo, Durero pudo forjarse su propia idea siguiendo los debates publicados en letra impresa.La pólvoraSi la imprenta modificó la naturaleza del debate intelectual, la pólvora alteró la naturaleza de la actividad bélica. Hacia finales del siglo XV los cañones y las armas de fuego de tecnología avanzada constituían una garantía de superioridad en el campo de batalla. Los supercañones, como se denominaban a los de mayor tamaño, permitieron conquistar las ciudades amuralladas mejor fortificadas. Las fuerzas del sultán otomano Mehmet II fueron capaces de abrir una brecha en la triple muralla, supuestamente impenetrable, de Constantinopla (en la actualidad, Estambul) al disponer de los recursos financieros necesarios para adquirir los cañones húngaros más sofisticados y no así sus vecinos europeos. En 1453, Mehmet II conquistó esta plaza de importancia estratégica que actuaba de puerto de paso entre Oriente y Occidente. La caída de Constantinopla supuso el inicio de una era de confrontación

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competitiva entre el Imperio otomano musulmán en Asia y África y el Imperio católico de los Habsburgo en Europa. Décadas más tarde, los mejores cañones de los monarcas españoles expulsaron a los musulmanes del sur de España.La brújulaLa última de las tres tecnologías enunciadas por Bacon, la brújula magnética, permitió a los navegantes europeos conocer con mayor precisión su posición en el mapa sin ayuda de referencias visuales terrestres, lo que resulta vital en mar abierto. Con la brújula, los exploradores comerciales podían alejarse de la costa europea, evitar los encuentros con las naves veloces y hostiles de la formidable armada turca y poner rumbo hacia el oeste a través del océano Atlántico hacia América. Sin la brújula, los portugueses nunca hubieran emprendido la peligrosa singladura en dirección sur siguiendo la costa africana y circunnavegar el cabo de Buena Esperanza hasta llegar a la India, las islas de las Especias (Molucas), y finalmente a Japón y China en Oriente. A menudo existía una cooperación entre estas nuevas tecnologías. Entre la multitud de textos impresos en el siglo XVI se encontraba una serie de libros que ayudaban a los navegantes a interpretar el comportamiento errático de la brújula cuando sus embarcaciones cruzaban el ecuador pasando de un hemisferio al otro. Entender la dirección en que uno se desplazaba resultaba crítico en las aguas procelosas de la ruta del cabo de Buena Esperanza.Nuevos mercados de artículos exóticosEl interés de los consumidores por artículos exóticos de todo tipo y de los orígenes más dispares aumentó de forma espectacular al ampliarse el radio de acción del comercio europeo. Desde mediados hasta finales del siglo XV, en que la mejor tecnología de navegación y las mejores embarcaciones ampliaron los horizontes europeos, se inició un enérgico plan de inversiones de investigación y exploración de la geografía y las oportunidades de negocio. Como consecuencia de estas expediciones de exploración se fueron estableciendo en todo el mundo nuevas bases de comercio y nuevos puertos de atraque donde las embarcaciones pudieran reponer sus provisiones durante sus largos viajes. Los empresarios portugueses subvencionaron a una serie de exploradores que pusieron rumbo sur desde Lisboa por la costa occidental de África en busca de rutas alternativas hacia los ricos yacimientos auríferos centroafricanos. En estos viajes descubrieron los archipiélagos de las Azores y Madeira y a finales del siglo XV habían llegado hasta Sierra Leona y la costa guineana de África.Sin embargo, muchos de estos nuevos artículos se fabricaban en regiones más próximas a Europa y en algunos casos incluso en la propia Europa. Cuando Constantinopla cayó en poder de los musulmanes en 1453, Mehmet II atrajo comunidades de afamados artesanos a la ciudad para convertirla en el centro mundial de producción de artículos de lujo. Cuando los reyes hispanos Fernando II de Aragón e Isabel I de Castilla expulsaron primero a los judíos y después a los mahometanos del sur de España en 1492, los artesanos de artículos asiáticos u “orientales”, como entonces se les denominaba (guarnicionería, encuadernación, ilustración de manuscritos, talla de piedras preciosas y corales), se establecieron en zonas más tolerantes en el norte de Europa. Amberes y Amsterdam se unieron a las ciudades de Bruselas y Brujas como centros mercantiles de fabricación y comercio. Entre tanto, el mundo otomano se expandió más allá de Constantinopla hacia el sur de Europa. En la década de 1530, el Imperio otomano gobernado por el sultán Solimán I el Magnífico abarcaba desde Bagdad, en el suroeste asiático, hasta las murallas de Viena, en Austria. Y, con el mecenazgo de Solimán, la fabricación de artículos de lujo en Europa fue desarrollándose a medida que los hábiles artesanos se iban desplazando con el Imperio en expansión.Hacia el siglo XVI, los consumidores europeos de tales artículos se hallaban en condiciones de pagar grandes sumas de dinero por el privilegio de poseer y hacer ostentación de objetos raros y poco comunes procedentes de las lejanas tierras de Asia y América. Los clientes potenciales a veces se veían obligados a adelantar cantidades notables de dinero para las

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expediciones de reconocimiento a territorios que todavía no habían sido expoliados por los agentes de las poderosas naciones mercantiles: españoles, portugueses y holandeses. En la década de 1480, por ejemplo, un grupo de comerciantes de la ciudad inglesa de Bristol financió varias expediciones para descubrir la “Isla de Brasil.” Cuando, en 1492, Cristóbal Colón navegó rumbo oeste hacia las Indias Orientales, lo hizo por motivos fundamentalmente comerciales. Los éxitos portugueses al navegar hacia el este bordeando el cabo de Buena Esperanza generaron una enorme presión comercial para descubrir una ruta equivalente y alternativa que, de manera análoga, contrarrestase el control otomano sobre el tráfico terrestre desde la India hasta Europa. Colón, en nombre de España, puso proa en busca de dicha ruta.Ilustres consumidoresLa imprenta, la brújula y la pólvora eran tecnologías que vieron la luz en Asia pero que posteriormente fueron adaptadas en Europa. Estas innovaciones representaban sólo una parte del intenso comercio de nuevas tecnologías y artículos de lujo entre Asia y Europa. Durante el siglo XV las nuevas drogas, especias, sedas, obras de arte y variedades botánicas exóticas sólo estaban al alcance de las personas extremadamente ricas, por lo general aristócratas. Pero en el siglo XVI, estos artículos ya eran accesibles a las clases comerciantes que se habían enriquecido con el negocio de tales productos.La creciente disponibilidad de los objetos importados de fuera de Europa fomentó entre los ricos tradicionales y los nuevos ricos lo que más tarde se dio en llamar ‘consumo ilustre’. Los príncipes, la nobleza y los ricos banqueros mercantiles competían entre sí haciendo ostentación de objetos exquisitos y exóticos. Desde libros ilustrados a pinturas, desde armas de fuego a joyas antiguas, todo se convirtió en objeto de coleccionismo. Los costosos artículos modernos fabricados con técnicas artesanales orientales, como tapices, armaduras adornadas, brocados, damasquinados y caballos pura sangre, eran objeto de coleccionismo y exhibición, al igual que otros muchos signos de riqueza y prestigio. A menudo, cuando los ricos y famosos se hacían retratar, en la pintura se incluían también sus más preciadas posesiones.El ansia por los objetos exóticos alteró en gran medida los hogares de los ricos europeos. Para poder cubrir esta nueva demanda se trajeron a Europa artífices extranjeros y maestros artesanos para que fabricasen artículos de lujo más cerca de casa. Tejedores de seda, metalistas, alfareros y ceramistas, criadores de caballos y orfebres de piedras preciosas, coral, plata y oro establecieron sus negocios en las ciudades europeas, alterando la composición étnica de dichas urbes. Además, los europeos desarrollaron una cierta afición por las especias exóticas procedentes de ultramar, tales como la pimienta y la nuez moscada. Y más tarde inventaron nuevas instituciones sociales, como los cafés, donde saboreaban las novedosas y costosas bebidas: el café, el té y el chocolate. Con el tiempo estos cafés se convertirían a veces en centros de agitación política.Las personas que compraban y vendían estos nuevos artículos de moda se hicieron enormemente ricos. En el siglo XIV, la familia Medici de Florencia, que eran banqueros mercantiles, saltaron a un primer plano de notoriedad pública por su dominio sobre el comercio mundial de artículos de lujo (piedras preciosas, brocados y especias). Su control sobre los mercados y las políticas internacionales estaba basado en un sistema de comunicaciones internacionales (los mensajeros urgentes transportaban miles de cartas) y en una compleja red de recogida de información. Los espías de los Medici en cualquier puerto del mundo informaban de los precios locales y de las previsiones de demanda por parte de los consumidores. Los Medici gobernaban la Florencia republicana y ejercían un control sin precedentes sobre los estados italianos y más tarde sobre Europa prestando grandes cantidades de dinero a otros gobernantes y príncipes. Algunos Medici incluso llegaron a ser elegidos papas. En gran medida, los Medici basaron su prestigio en la inversión de una parte notable de sus beneficios en todo lo que pudiera realzar su estatus social, como palacios, cuadros de los

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pintores más famosos o una espléndida biblioteca de libros raros copiados a mano. Su fortuna les permitió vincularse por la vía del matrimonio con familias nobles y hacia el siglo XVI sus orígenes como comerciantes habían caído convenientemente en el olvido.Desde el renacimiento a la IlustraciónHacia el siglo XVII, la actividad comercial había puesto al alcance de cualquiera que dispusiera de suficiente capacidad adquisitiva una gama extraordinariamente amplia de artículos importados. Más allá del deseo social y económico de objetos bellos y poco comunes, en muchos sentidos la búsqueda por lo exótico estimulaba la curiosidad intelectual. El interés por el aprendizaje, especialmente sobre la naturaleza fue en aumento a medida que cada vez más personas se preguntaban por sus principios básicos. El avance del saber, sobre todo de las ciencias naturales, impulsó en última instancia lo que se conoce actualmente por la revolución científica. Y así se produjeron los avances intelectuales dentro del contexto de la revolución de los consumidores iniciada durante el renacimiento.Francis Bacon, uno de los pioneros de la ciencia moderna, recibió la influencia de esta ampliación de horizontes. En sus cuadernos de notas, donde registraba los datos científicos, comentaba los efectos estimulantes del café turco, la nuez del betel india y el tabaco y se mostraba especialmente interesado en los fármacos extranjeros tales como el polvo de cantárida, los barros curativos de Lemnos, la corteza de la canela y los narcóticos. A mediados del siglo XVII se cultivaban en los jardines botánicos de Europa gran cantidad de plantas procedentes de América del Norte y del Sur, África y Asia. Los medicamentos elaborados a partir de estas plantas se comercializaban a elevados precios como remedios para enfermedades que iban desde la gota hasta la epilepsia. La moxabustión (la combustión de hierbas especiales sobre la piel) y la acupuntura procedentes de Asia fueron introducidas por galenos europeos que habían viajado largamente para investigar sus aplicaciones.Los adelantos en la astronomía y las matemáticas estaban íntimamente ligados a la creciente complejidad de la navegación vinculada al comercio de largas distancias, las exploraciones en busca de nuevas mercancías y las conquistas militares. En Inglaterra, Jonas Moore, jefe del Ordnance Office, aportó fondos militares para la construcción del Observatorio Real en Greenwich, inaugurado en 1675. Los astrónomos ingleses competían con sus homónimos del Observatorio Real en París para conseguir que sus navíos poseyeran la tecnología más avanzada y, por consiguiente, tuvieran ventaja en las batallas navales. Las extraordinarias contribuciones matemáticas de Isaac Newton a la astronomía estaban íntimamente vinculadas a las actividades de su colega más joven Edmund Halley, que trabajaba como capitán de navío, asesor militar y empresario.En el siglo XVIII, los intereses de los europeos por el arte, la ciencia y la cultura se habían extendido y aumentado hasta invadir gran parte del mundo, y entonces el renacimiento dejó paso a la Ilustración. En un clima predominantemente de expansión geográfica, de descubrimientos y de avances científicos, el poderío imperial de Europa permaneció íntimamente asociado a la perspicacia comercial y al espíritu comercial. Aunque el renacimiento comenzó como un intento por emular los logros de las antiguas Grecia y Roma, el amplio espíritu innovador y empresarial llevó a Europa mucho más lejos que sus antepasados clásicos.Acerca de la autora: Lisa Jardine es profesora de Estudios sobre el renacimiento en el Queen Mary and Westfield College, de la Universidad de Londres. Es autora, entre otras muchas publicaciones, de Worldly Goods: A New History of the Renaissance.

Ilustración. Término que se aplica a un conjunto sistemático de ideas filosóficas y políticas que se extiende por países de Europa -Inglaterra, Francia y Alemania, principalmente- desde

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mediados del s. XVII al XVIII, y que se considera como uno de los períodos más intelectualmente revolucionarios de la historia. Se caracteriza fundamentalmente por una confianza plena en la razón, la ciencia y la educación, para mejorar la vida humana, y una visión optimista de la vida, la naturaleza y la historia, contempladas dentro de una perspectiva de progreso de la humanidad, junto con la difusión de posturas de tolerancia ética y religiosa y de defensa de la libertad del hombre y de sus derechos como ciudadano. La importancia de la razón crítica, que es pensar con libertad, y que ha de ser como la luz de la humanidad, se deja ver en la misma raíz de las palabras con que, en los distintos idiomas, se significa este período: «Siglo de las luces», o «siglo de la razón», «illuminismo» (en Italia), «Enlightenment» (en Inglaterra), o «Aufklärung» (en Alemania). Todo cuanto se oponga, como rincón oscuro y escondido, a la iluminación de la luz de la razón -las supersticiones, las religiones reveladas y la intolerancia- es rechazado como irracional e indigno del hombre ilustrado, como «oscurantismo». Kant, con la frase «Sapere aude!» -¡atrévete a saber!- (ver cita), expresa acertadamente la labor que cada ser humano ha de ser capaz de emprender y llevar a cabo por propia iniciativa, una vez alcanzada ya, por historia y por cultura, la mayoría de edad del hombre. Las ideas ilustradas constituyen el depósito conceptual sobre el que se funda la manera moderna de pensar.El conjunto de ideas ilustradas comunes se diversifica en cada país según la circunstancia filosófica y política en que se encuentra. La Ilustración comienza en Inglaterra con el empirismo de Locke y de Hume y el deísmo de muchos moralistas ingleses, ideas que, junto con el espíritu científico de Newton y de la revolución científica, se divulgan por la misma época en Francia gracias a la labor de ilustración que llevan a cabo los que se llaman a sí mismos philosophes y enciclopedistas. En Alemania la Aufkärung llega con cierto retraso y se convierte en un proceso de difusión de las ideas inglesas y francesas, cuyo efecto inmediato es la crítica a los valores defendidos por el feudalismo, convirtiéndose en despotismo ilustrado, en el aspecto político y, en el filosófico, en crítica de la razón, esto es aquella que no se fundamenta ni en la revelación ni en las ideas innatas, sino en la experiencia y los resultados de las ciencias, y no busca sacralizar lo que es natural y profano. En otros países, al sur y al este de Europa, España, Portugal e Italia, por ejemplo, la difusión y el eco de las ideas ilustradas fue menor. Los representantes de la Ilustración francesa son sobre todo, pero no únicamente, los redactores de la Enciclopedia o diccionario razonado de las ciencias, las artes y los oficios (diecisiete volúmenes de 1751 a 1765): Diderot y d´Alembert (ambos también directores), Voltaire, d´Holbach, Rousseau, entre los principales, y otros como Chevalier de Jacourt, Quesnay, Turgot, Grimm, Helvétius, Toussaint, etc. El antecedente inmediato de esta obra lo constituye el Diccionario histórico-crítico (1695-1697) de Pierre Bayle, obra eminentemente escéptica y crítica con toda clase de errores. Con él empieza una nueva orientación en la filosofía francesa que consiste en interesarse más por problemas de importancia práctica que por cuestiones abstractas del origen de las ideas. Les philosophes es el nombre con que se distingue a estos espíritus ilustrados, en especial al grupo de pensadores vinculados con la dirección o la redacción de la Enciclopedia.La Ilustración inglesa, menos espectacular en resultados y representantes, es no obstante fuente de inspiración de la francesa, y sus filósofos y pensadores son aquellos que los enciclopedistas y les philosophes tienen en mente: los resultados científicos de Newton y Robert Boyle y los principios filosóficos y políticos de Locke. Pero, junto con el empirismo y la renovación de la ciencia, los ilustrados ingleses se interesan por cuestiones como el deísmo y la moral. Las ideas de Locke, Hume, Newton y las de los philosophes llegan a Italia con algo más de retraso, pero hacia 1750 Milán y Nápoles se constituyen en centros difusores de ideas ilustradas. En 1761 Pietro Verri (1728-1797), economista y filósofo, organiza en Milán la

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«Società dei Pugni» (sociedad de los puños), a la que se adhieren también, entre otros, su hermano Alessandro Verri (1741-1816), crítico literario, y Cesare Beccaria, cuya obra De los delitos y de las penas (1764) -la obra cumbre de la ilustración italiana- pronto le proporciona fama mundial. En torno a la universidad de Nápoles, que, tras la expulsión de los jesuitas en 1767, se orienta hacia el derecho y la economía, destacan Antonio Genovesi (1713-1769), alumno de G. Vico, Ferdinando Galiani (1728-1787) y Gaetano Filangeri (1752-1788), teóricos de la economía política y de la jurisprudencia.En España el movimiento ilustrado llega a su máximo esplendor durante el reinado de Carlos III (1759-1788), período que se califica de «despotismo ilustrado». Los ministros de ese monarca, Ensenada, Aranda, Campomanes, Jovellanos Floridablanca, etc., son personajes imbuidos de ideas ilustradas y promotores de reformas sociales y educativas. Los pensadores -que no se muestran ni radicales ni extremistas, como en otros países- orientan sus críticas contra la tradición en general y, en particular, contra la religión tradicional y las instituciones católicas en cuanto portadoras del espíritu de la Contrarreforma, y se muestran a favor de una secularización de la cultura y la sociedad. Las obras del benedictino Benito Jerónimo Feijoo (1676-1764) -Teatro crítico universal, subtitulado Discursos varios en todo género de materias para desengaño de errores comunes (1726-1739), y Cartas eruditas y curiosas en que por la mayor parte se continúa el designio del «Teatro crítico universal» impugnando o reduciendo a dudosas varias opiniones comunes (1742-1760)- difunden los ideales de la ilustración: lucha contra las supersticiones y el oscurantismo y difusión de temas científicos, filosóficos y culturales. Francisco Cabarrús (1752-1810), comerciante de origen francés que llegó a altos cargos en la Administración, propone en sus escritos -sobre todo en Cartas sobre los obstáculos que la naturaleza, la opinión y las Leyes oponen a la felicidad pública (escritas en 1792 pero publicadas en 1808)- una educación elemental laica y común para todos, ataca duramente la enseñanza religiosa, critica la organización de las universidades, sostiene los principios liberales y defiende la armonía entre razón y naturaleza.Gaspar Melchor de Jovellanos (1744-1811) es el ilustrado por excelencia de la corte de Carlos III, cuya política ilustrada ensalza a su muerte en Elogio de Carlos III (1788). Entiende la ilustración como una reforma general de todos los aspectos de la sociedad, desde la agricultura y la cría de ganados hasta el comercio, la industria, y la enseñanza; todo ha de organizarse según principios racionales, que tengan en cuenta los adelantos de las ciencias, nunca impuestos arbitrariamente, sino debidamente adquiridos por todos mediante la educación. A ésta dedica algunos de sus escritos principales: Memoria sobre la educación publica o tratado teórico-práctico de enseñanza, Bases para la formación de un plan general de instrucción pública y Curso de humanidades castellanas. Reglamento literario e institucional del Colegio imperial de Calatrava. Su defensa entusiasta del igualitarismo le lleva a atacar el concepto de propiedad privada y a propugnar un futuro social en que «todo será común».Autores: Jordi Cortés Morató y Antoni Martínez Riu.

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Razón. (del latín ratio, cálculo y, en sentido derivado, razón, explicación, justificación, argumentación, teoría) Es el término con que la tradición filosófica latina ha traducido el griego logos (8`(@H), que fundamentalmente significa justificación o explicación (mientras que el logos que pasó a la tradición teológica fue traducido como Verbum: «Al principio ya existía la Palabra»: Juan 1,1). Básicamente, su sentido lo determina la definición aristotélica de hombre como «animal racional» (ver texto ). Razón es, así, la característica definitoria que distingue al hombre del ser viviente sensible (animal). La expresión que utiliza Aristóteles posee cierta vaguedad que permite traducirla también como «animal dotado de lenguaje», o «animal que da razón de las cosas»; la referencia al lenguaje hace suponer, ya en el mismo Aristóteles, que la racionalidad humana tiene relación con la naturaleza comunitaria del hombre, por lo que es también un «animal social» o «animal político» (zoon politikon). El poder dar cuenta de las cosas, porque se las comprende y porque se posee palabra para expresarlo, apunta hacia la naturaleza social de la razón humana y a la característica interna de la razón, que consiste en la comprensión de algo que está más allá del conocer inmediato de lo sensible, para llegar a saber de todo ello a través de los conceptos, las ideas y los razonamientos; esto es, a través del pensamiento. Como núcleo de la racionalidad y expresión de la naturaleza humana, los distintos sistemas filosóficos han dejado en su manera de entender la razón la huella peculiar de sus ideas centrales o problemas fundamentales. Heráclito señala por vez primera el carácter universal de la razón (ver texto ); Platón y Aristóteles distinguen en ella una doble función: la discursiva (diánoia) y la intuitiva (nous), y Aristóteles, además, pone en la razón, como capacidad del animal social que habla, la definición de hombre (ver texto ); los estoicos fundan su ética en la consonancia entre razón, virtud y naturaleza (ver texto ); la filosofía escolástica sigue, por un lado, la distinción clásica entre razón y entendimiento y, por el otro, se esfuerza trabajosamente por armonizar la fe con la razón y viceversa (ver texto ). La filosofía moderna, con Descartes, ve en ella, identificada con el pensar, la esencia misma del hombre, y la capacidad de penetrar en la esencia oculta de las cosas, incluida la del mismo sujeto que piensa (ver texto ). Los empiristas ingleses se interesan por los límites de la razón humana, que hacen coincidir con la experiencia, hasta el límite de no ver en ella ninguna sustancia: la razón es la capacidad de interpretar la observación y la experiencia (ver texto ). La distinción que establece Kant entre razón teórica, razón pura y razón práctica y la propiedad que atribuye al sujeto de participar activamente en la constitución (a priori) de aquello mismo que conoce (ver texto ), supone una orientación y un giro radical a la filosofía. El idealismo alemán, del que la dialéctica de Hegel es el principal exponente, aprovechando la idea romántica del devenir, constituye a la razón -idea o pensamiento- en origen y sustancia de la historia; es razón, sujeto que piensa y al mismo tiempo cosa pensada, idea, sustancia, naturaleza e historia, y hasta sistema completo del todo; las palabras de Hegel, «lo que es racional es real, y lo que es real es racional» (ver cita), son eco de aquellas de Parménides, según las cuales «ser y pensar son lo mismo». El marxismo recurre a la razón dialéctica no para entender la lógica abstracta de las ideas, sino para comprender las contradicciones de la realidad, y con ellas la marcha y el sentido de la historia y la sociedad. Al idealismo absoluto de Hegel suceden, en contra o al margen del mismo, por un lado la razón que ha de construirse sobre la ciencia y, por el otro, la razón que ha de integrar lo «irracional»: el positivismo de Comte, el vitalismo de Nietzsche y el inconsciente de Freud. La «crítica a la razón histórica», de Dilthey, que establece un distingo entre razón científica y razón histórica, entre entender y comprender, es también un intento de integrar en lo racional las vivencias humanas, y la vida misma, menos penetrables por el entendimiento (en este mismo contexto, ha de verse la razón vital, de Ortega y Gasset). A comienzo de los años treinta del presente siglo, el neopositivismo, movido por los recientes cambios científicos de la física, insta a una nueva comprensión de la razón, basándose en el empirismo

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y la lógica moderna. La racionalidad neopositivista excluye del alcance de la razón la metafísica, la mística, la teología, el sentimiento, etc., y reduce lo que tiene sentido a lo que es expresable en enunciados tautológicos o verificables.Frente a esta «razón científica» y a la importancia que ha de darse a los «hechos», surge, en el panorama filosófico europeo, la reacción de la fenomenología de Husserl, y luego del existencialismo. En ambos casos, la razón es ante todo «conciencia»: la fenomenología insiste en la intencionalidad de la conciencia y el existencialismo en la vivencia de la propia existencia como dato primordial de la conciencia.Autores: Jordi Cortés Morató y Antoni Martínez Riu.

Fragmento de Discurso del método. René Descartes.

En el siguiente fragmento del Discurso del método, René Descartes analiza detalladamente los cuatro preceptos fundamentales que, según él, debían regir el método de análisis filosófico.

Segunda parte.

Había estudiado un poco, cuando era más joven, de entre las partes de la filosofía, la lógica, y de las matemáticas, el análisis de los geómetras y el álgebra, tres artes o ciencias que al parecer debían contribuir en algo a mi propósito. Pero, al examinarlas atentamente, advertí con relación a la lógica que sus silogismos y la mayor parte de sus preceptos sirven más para explicar a otro cuestiones ya sabidas o incluso, como el arte de Lulio, para hablar sin juicio de las que se ignoran, que para investigar las que desconocemos. Y si bien contiene, en efecto, muchos preceptos que son muy buenos y verdaderos, hay sin embargo, mezclados con ellos, tantos otros perjudiciales o bien superfluos, que es casi tan difícil separarlos como sacar una Diana o una Minerva de un bloque de mármol en el que ni siquiera hay algo esbozado. En lo que concierne, por otra parte, al análisis de los antiguos y al álgebra de los modernos, además de que no se refieren sino a materias muy abstractas, que parecen carecer de todo uso, el primero está siempre tan circunscrito a la consideración de las figuras, que no permite ejercitar el entendimiento sin fatigar excesivamente la imaginación; y en la segunda, hay que sujetarse tanto a ciertas reglas y cifras, que se ha convertido en un arte confuso y oscuro, bueno para enredar el ingenio, en lugar de una ciencia que lo cultive. Tal fue la causa por la que pensé que había que buscar algún otro método que, reuniendo las ventajas de los otros tres, estuviera exento de sus defectos. Y como la multiplicidad de leyes a menudo sirve de excusa para los vicios, de tal forma que un Estado está mucho mejor regido cuando no existen más que unas pocas, pero muy estrictamente observadas, así también, en lugar del gran número de preceptos de los que la lógica está repleta, estimé que tendría suficiente con los cuatro siguientes, con tal de que tomase la firme y constante resolución de no dejar de observarlos ni una sola vez.El primero consistía en no admitir jamás cosa alguna como verdadera sin haber conocido con evidencia que así era; es decir, evitar con sumo cuidado la precipitación y la prevención, y no

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admitir en mis juicios nada más que lo que se presentase tan clara y distintamente a mi espíritu, que no tuviese motivo alguno para ponerlo en duda.El segundo, en dividir cada una de las dificultades a examinar en tantas partes como fuera posible y necesario para su mejor solución.El tercero, en conducir con orden mis pensamientos, empezando por los objetos más simples y más fáciles de conocer, para ascender poco a poco, gradualmente, hasta el conocimiento de los más complejos, y suponiendo incluso un orden entre aquéllos que no se preceden naturalmente unos a otros.Y el último, en hacer en todo enumeraciones tan completas y revisiones tan amplias, que llegase a estar seguro de no haber omitido nada.Fuente: Descartes, René. Discurso del método. Estudio preliminar, traducción y notas de Eduardo Bello Reguera. Madrid: Editorial Tecnos, 1987.

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Discurso de Robespierre del 7 de febrero de 1794.

Maximilien de Robespierre fue una de las principales figuras radicales de la Revolución Francesa. El siguiente discurso es obra suya, fue pronunciado el 7 de febrero de 1794 ante la Convención Nacional y en él expone la necesaria unión de la virtud y la política revolucionaria para lograr la igualdad.

La democracia es un Estado en el que el pueblo soberano, guiado por leyes que son de obra suya, actúa por sí mismo siempre que le es posible, y por sus delegados cuando no puede obrar por sí mismo.Es, pues, en los principios del gobierno democrático donde debéis buscar las reglas de vuestra conducta política.Pero para fundar y consolidar entre nosotros la democracia, para llegar al reinado apacible de las leyes constitucionales, es preciso terminar la guerra de la libertad contra la tiranía y atravesar con éxito las tormentas de la Revolución; tal es el fin del sistema revolucionario que habéis organizado. Debéis aún regir vuestra conducta según las tormentosas circunstancias en que se encuentra la República, y el plan de vuestra administración debe ser el resultado del espíritu del gobierno revolucionario combinado con los principios generales de la democracia.Pero ¿cuál es el principio fundamental del gobierno democrático o popular, es decir, el resorte esencial que lo sostiene y que le hace moverse? Es la virtud. Hablo de la virtud pública, que obró tantos prodigios en Grecia y Roma, y que producirá otros aún más asombrosos en la Francia republicana; de esa virtud que no es otra cosa que el amor a la Patria y a sus leyes.Pero como la esencia de la República o la democracia es la igualdad, el amor a la patria incluye necesariamente el amor a la igualdad.En verdad, ese sentimiento sublime supone la preferencia del interés público ante todos los intereses particulares, de lo que resulta que el amor a la patria supone también o produce todas las virtudes, pues ¿acaso son éstas otra cosa sino la fuerza del alma, que se vuelve capaz de tales sacrificios? ¿Y cómo podría el esclavo de la avaricia o de la ambición, por ejemplo, inmolar su ídolo a la Patria?No sólo es la virtud el alma de la democracia, sino que, además, solamente puede existir con este tipo de gobierno. En la monarquía, sólo conozco un individuo que pueda amar a la Patria, y que para ello no necesita siquiera virtud: el monarca. La causa de ello es que, de todos los habitantes de sus estados, el monarca es el único que tiene una patria. ¿Acaso no es el soberano, al menos de hecho. ¿No está en el lugar del Pueblo? ¿Y qué es la Patria sino el país del que se es ciudadano y partícipe de la soberanía?Por una consecuencia del mismo principio, en los Estados aristocráticos, la palabra «patria» sólo tiene algún significado para quienes han acaparado la soberanía.Sólo en la democracia es el Estado verdaderamente la Patria de todos los individuos que lo componen, y puede contar con tantos defensores interesados en su causa como ciudadanos tenga. Si Atenas y Esparta triunfaron de los tiranos de Asia y los suizos de los tiranos de Austria y España, no hay que buscar otra causa que ésta. Pero los franceses son el primer pueblo del mundo que ha establecido una verdadera democracia, llamando a todos los hombres a la igualdad y a la plenitud de los derechos de ciudadanía; ésta es, a mi juicio, la verdadera razón por la cual todos los tiranos coaligados contra la República serán vencidos.Es el momento de sacar grandes consecuencias de los principios que acabamos de exponer. Puesto que el alma de la República es la virtud, la igualdad, y vuestra finalidad es fundar y consolidar la República, la primera regla de vuestra conducta política debe ser encaminar

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todas vuestras medidas al mantenimiento de la igualdad y al desarrollo de la virtud, pues el primer cuidado del legislador debe ser el fortalecimiento del principio del gobierno. Así, todo aquello que sirva para excitar el amor a la patria, purificar las costumbres, elevar los espíritus, dirigir las pasiones del corazón humano hacia el interés público, debe ser adoptado o establecido por vosotros; todo lo que tiende a concentrarlas en la abyección del yo personal, a despertar el gusto por las pequeñas cosas y el desprecio de las grandes, debéis eliminarlo o reprimirlo. En el sistema de la Revolución francesa, lo que es inmoral es impolítico, lo que es corruptor es contrarrevolucionario. La debilidad, los vicios, los prejuicios, son el camino de la monarquía.Fuente: La Revolución Francesa en sus textos. Estudio preliminar, traducción y notas de Ana Martínez Arancón. Madrid: Editorial Tecnos, 1989.

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Influencia mundial de la Revolución Industrial

Por Peter N. Stearns

En el presente ensayo, Peter N. Stearns, de la Universidad Carnegie Mellon, analiza la naturaleza de la industrialización mundial desde sus comienzos en el siglo XVIII en Inglaterra. Compara asimismo las diferentes revoluciones industriales para medir el impacto que cada una de ellas tuvo en la vida diaria de las respectivas zonas.

El fenómeno económico conocido como Revolución Industrial es una de las dos transformaciones fundamentales del ámbito económico de la civilización (la otra fue la introducción de la agricultura). La industrialización tomó forma inicialmente a finales del siglo XVIII en el occidente de Europa, en particular en Gran Bretaña. Durante las primeras décadas del siglo XIX, sus rasgos distintivos se extendieron rápidamente a lugares como Francia, Alemania, Bélgica y Estados Unidos. En los primeros años del siglo XX, llega a lugares fuera de Europa y Norteamérica, especialmente a Japón. A finales del siglo XX, la industrialización o sus efectos habían alcanzado prácticamente a todos los rincones del globo.La industrialización ha acarreado consecuencias abrumadoras. No sólo cambió radicalmente la vida laboral, sino también la vida familiar y el ocio personal. De alguna manera, redefinió los motivos por los que se tenían hijos. Incrementó claramente el poder del estado, especialmente en lo que se refiere a la producción militar. El proceso alteró incluso a sociedades que no estaban directamente inmersas en la industrialización. Las economías industriales adquirieron ventaja sobre las sociedades que seguían basándose en la agricultura, un desequilibrio que todavía afecta a las relaciones económicas mundiales.Cualquier proceso tan arrebatador como la Revolución Industrial obliga inevitablemente a los historiadores a hacerse un montón de preguntas. El término en sí mismo ha estado siempre en discusión: ¿Es revolución una palabra adecuada para designar un proceso que dura varias décadas y que en su fase inicial no transforma la economía como un todo? (Dado el ulterior impacto del proceso, la mayoría de los historiadores dirían que sí). Por otra parte, ¿qué significa ser una sociedad industrial no sólo en términos tecnológicos sino también de valores culturales e individuales? ¿Cuáles son las dimensiones globales de la Revolución Industrial? Pero por encima de todo ¿qué lo puso en marcha, y dónde nos ha llevado?

Causas inicialesPara empezar, es necesario definir la industrialización. La industrialización implica la mecanización de los procesos de manufacturación y una mayor importancia de las manufacturas en la economía en su totalidad. Normalmente, suele suceder en economías que han sido previamente agrícolas y a menudo incluye también importantes cambios en la producción alimentaria. Antes de la Revolución Industrial, los bienes eran mayoritariamente fabricados de forma manual, lo que a menudo requería destrezas específicas de los trabajadores. La producción de bienes estaba descentralizada, lo que otorgaba a pequeños grupos de trabajadores participación activa y control sobre su propio trabajo. Los costes sin embargo eran elevados, y el volumen de la producción relativamente bajo. La industrialización los elevó notablemente e hizo más accesibles los bienes de consumo.Sin embargo, la industrialización no sucedió de forma instantánea. Mientras la Revolución Industrial progresaba, innovadores métodos de producción convivían con los tradicionales,

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creando a menudo una tensión importante entre los tradicionalistas y los defensores de la mecanización. No obstante, al final del proceso de industrialización, los nuevos métodos de trabajo y las nuevas máquinas habían triunfado plenamente. Partiendo de los centros industriales iniciales, los nuevos métodos se extendieron a otras ramas de la producción, así como al transporte (expansión de los ferrocarriles), la comunicación (invención del telégrafo) y el comercio (el nacimiento de los grandes almacenes).Antes de examinar el impacto de la industrialización y sus dimensiones globales, debemos examinar sus causas. Comprender por qué sucedió un fenómeno histórico concreto ayuda a los historiadores a comprender la naturaleza del fenómeno y sus consecuencias posteriores. Pero ni las causas ni las consecuencias son generalmente fáciles de entender. Los historiadores deben buscar indicios razonables.El papel que Europa desempeñaba en la economía mundial con anterioridad proporciona los primeros indicios de por qué fue allí donde primero tuvo lugar. Alrededor del año 1700, países como Gran Bretaña lograban beneficios del comercio por todo el mundo. Estos beneficios podían convertirse en capital para inversiones industriales. El comercio mundial creó también la conciencia de que los mercados mundiales eran capaces de absorber bienes manufacturados más baratos, además de aumentar los beneficios domésticos todavía más.En Europa, los cambios en la demanda del mercado interior y en la población, fueron vitales para precipitar la Revolución Industrial. En el siglo XVIII, el consumismo crecía. La gente buscaba nuevos tipos de ropa y enseres domésticos. Este nuevo mercado estimuló a los primeros fabricantes que pronto encontraron formas de estimular aún más los gustos del público. Al mismo tiempo, el crecimiento de la producción alimentaria en Europa en el primer estadio de su transformación agrícola (especialmente el creciente cultivo de la patata, importada de América en el siglo XVI) generó un masivo crecimiento de la población. La población de Europa occidental creció entre el 50 y el 100% entre 1730 y 1800. Aquí estaba un nuevo y masivo mercado de bienes, pero también una fuente de mano de obra.Los factores culturales y políticos fueron los causantes en parte de la Revolución Industrial. Los valores definidos por un movimiento intelectual europeo del siglo XVIII conocido como la Ilustración, especialmente la confianza en la ciencia y el aprecio por el trabajo duro y el éxito material, orientaron a los primeros inventores y fabricantes. El trabajo histórico reciente ha demostrado que tanto los intelectuales como la gente de la calle habían cambiado su visión del mundo en torno a 1750 debido a la influencia de la filosofía ilustrada. La creencia en que la naturaleza y la sociedad se podían comprender y manipular racionalmente, crearon un contexto totalmente nuevo para la producción y la tecnología. Los gobiernos, que perseguían el beneficio económico para mantener su posición diplomática y militar, promovieron también cambios que facilitaran la innovación. Animaban a que se construyeran carreteras, canales y vías de ferrocarril. Limitaron o abolieron los oficios gremiales que protegían los métodos de trabajo tradicionales. Atacaban las protestas de los trabajadores que podrían estorbar a las nuevas fábricas.Se puede realizar un análisis más preciso de las causas y efectos en relación a la pregunta de por qué Gran Bretaña fue la pionera del nuevo crecimiento industrial. Razones importantes fueron los recursos de acero y carbón y la aceptación general de la innovación técnica en Gran Bretaña. Una vez establecida, el poder de la industria británica (la primera demostración de ello fue durante las Guerras Napoleónicas) inspiró la imitación en otras partes.

ImpactoLa industrialización cambió muchos aspectos de la vida. El primer cambio claro afectó a la naturaleza de la fabricación. Como se explicaba más arriba, la Revolución Industrial se basaba en la aplicación del poder mecánico para la fabricación. Al principio este poder venía de las norias, pero la introducción de la moderna máquina de vapor en 1770 en Gran Bretaña, generó

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un poder mecánico mayor. Mediante bombas más potentes, las máquinas de vapor permitían excavar minas más profundas, además de incrementar de forma importante la cantidad de hulla que se podía extraer. Las máquinas de vapor pronto y pusieron en funcionamiento martillos y rodillos en el proceso de formación de metales. La productividad en la metalurgia creció mucho debido a la sustitución del tradicional carbón vegetal utilizado para fundir y refinar por la hulla y el coque más baratos. Mediante la combinación de estas mejoras técnicas la producción de acero se incrementó considerablemente. Paradójicamente, el uso generalizado de máquinas de vapor provocó una necesidad creciente de hulla y acero para construirlos e impulsarlos.La temprana Revolución Industrial no sólo cambió la fabricación en su parte técnica, sino que introdujo una nueva organización de la industria. Estas innovaciones derivadas de la nueva maquinaria tuvieron ventajas por sí mismas. Juntos, estos cambios constituyen su impacto económico.Primero, los trabajadores se concentraron en una fábrica. El uso del agua o la máquina de vapor precisaba que los trabajadores se agruparan en torno a una noria o una máquina. Como estaban juntos, era posible una mayor supervisión que cuando los trabajadores estaban en pequeñas tiendas o en sus casas. Además especializar a un trabajador en una pequeña tarea del proceso productivo podía hacer crecer sustancialmente la productividad. El sistema fabril también concentraba el capital al igual que a los trabajadores en unidades de un tamaño sin precedentes. Cuando el proceso productivo se producía en casa de los trabajadores, los propios trabajadores normalmente compraban el equipamiento y las viviendas, el fabricante suplió solamente el movimiento de capital para comprar los materiales en bruto y pagar los salarios iniciales. Con las nuevas máquinas y fábricas, sin embargo, era necesaria una inversión mucho mayor. En la metalurgia y la minería, por ejemplo, donde las máquinas eran especialmente costosas, se pusieron en marcha nuevas firmas mediante la participación de un cierto número de personas ricas mediante una sociedad por acciones.La combinación de la nueva tecnología y la nueva organización tuvo inevitablemente un gran impacto sobre los antiguos métodos productivos. Los artesanos, que se basaban en los métodos y destrezas manuales, podían gozar de cierta prosperidad antes de que los nuevos métodos llegaran a su sector, pero su economía tradicional estaba condenada. Algunos de los pasajes más agonizantes de la historia industrial sucedieron durante la lucha de los artesanos entre resistir o adaptarse al nuevo sistema económico. El ludismo, la destrucción deliberada de la nueva maquinaria, era un resultado común, aunque siempre fue breve e infructuoso.El impacto del industrialismo sobre la agricultura fue más complejo, especialmente debido a la dependencia de la Revolución Industrial de algunos cambios independientes que se produjeron al principio en la agricultura. La mejora de la producción alimentaria, por ejemplo, era necesaria por ejemplo para enviar más trabajadores a las ciudades, a las fábricas y a las minas. Los cambios sucedieron en dos fases. Desde finales del siglo XVII en adelante, los países de Europa occidental introdujeron innovaciones en la agricultura por primera vez desde la edad media. Los nuevos métodos de drenaje abrieron nuevas tierras. La ganadería mejoró. Los nuevos cultivos, especialmente la patata, hizo crecer considerablemente la producción de comidas de alto contenido calórico. El uso de cultivos nitrogenados, como el nabo, permitió que los campos fueran cultivados permanentemente, en lugar de dejarlos en barbecho una vez cada tres años. Por último, simples mejoras en los aperos, como el uso de la guadaña en lugar de la hoz para la recolección, aumentó la productividad. Estos cambios fueron suficientes para generar más alimentos, complementados por las importaciones, para liberar fuerza de trabajo para la industria.El segundo estadio de la transformación de la agricultura comenzó en torno a 1830, como resultado de la temprana industrialización. Las nuevas máquinas, como segadoras mecánicas y arados más grandes se utilizaban en las granjas. La investigación industrial desarrolló los

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fertilizantes químicos. Las máquinas para procesar los alimentos, como los separadores de nata, revolucionaron la producción lechera. Lo que podría llamarse agricultura industrial se desarrolló especialmente en las extensas tierras de Norteamérica, donde los nuevos canales, vías y el barco de vapor facilitaban el comercio de bienes agrícolas. Alrededor de 1870, las exportaciones masivas de Estados Unidos, Canadá y Australia, Nueva Zelanda y Argentina proporcionaron alimentos a la Europa industrial y a sus propios centros industriales. En Europa, los estados comerciales ganaron terrenos a las granjas tradicionales, mientras en algunas zonas, como Gran Bretaña, confiaron mucho en la importación de alimentos, encontrando más beneficios en concentrarse en los nuevos sectores industriales.

Impactos socialesIncluso más allá de los cambios en los oficios y las tradiciones rurales, la industrialización modificó gradualmente la naturaleza de la vida. Durante la primera época, más de la mitad de la población del país vivía en las ciudades. En Gran Bretaña alcanzaron este hito en 1850. Otro cambio clave afectaba a las familias. Con un trabajo que se realizaba fuera de casa, se requerían nuevas especializaciones entre los miembros de la familia. En muchas sociedades industriales, las mujeres casadas eran retiradas a menudo del mercado laboral para ocuparse del trabajo doméstico. Los niños eran utilizados en ocasiones en la industria primaria, pero con la introducción de maquinaria moderna, su trabajo ya no era necesario. Al mismo tiempo, los nuevos niveles educativos parecían útiles para crear trabajadores adultos expertos. Desde este momento, la educación, más que el trabajo, definía la infancia en las sociedades industriales.Fuera de casa, la industrialización creó nuevas, y a menudo agudizó las divisiones sociales. La brecha entre los propietarios de las fábricas y la creciente masa de trabajadores, incapaces de mejorar sus condiciones de trabajo, aumentó. Nuevas formas de protesta, en particular huelgas y otros tipos de acción política se desarrollaron en paralelo al avance de la industrialización.La mayoría de los historiadores está de acuerdo en que la calidad del trabajo se deterioró en muchos aspectos como resultado de la Revolución Industrial. Las presiones del ritmo más rápido y la supervisión estricta por parte de los supervisores y encargados, afectó negativamente a la calidad. En suma, trabajar fuera de casa y la creciente especialización a menudo redujeron la identificación de los trabajadores con los productos que elaboraban. Desde luego, había compensaciones. Aunque los salarios a menudo eran bajos en los primeros años de la industrialización, al final mejoraron, creando nuevas oportunidades para consumir. Un pequeño número de trabajadores podía llegar a un alto grado de especialización, incluso podían acceder a los puestos de supervisor. Avances más sustanciales sin embargo, eran infrecuentes. La mayoría de los trabajadores finalmente perdían su confianza en la satisfacción que proporcionaba el trabajo y buscaban trabajar menos horas y un mayor salario.Pero la vida fuera del ámbito laboral no siempre mejoraba rápidamente. Las familias de clase trabajadora podían estar fuertemente unidas, pero aparecían nuevas tensiones. Muchos trabajadores descargaban sus frustraciones sobre otros miembros de la familia. Y la alegría de vivir inicialmente se deterioró con la industrialización. La presión del trabajo cortó el tiempo de ocio. Incluso en Japón, que es rico en actividades lúdicas populares, los festivales tradicionales fueron atacados por los patronos que los veían como pérdidas de tiempo. Los patronos atacaban cualquier otra actividad lúdica, como la bebida, aunque con menos éxito. Sin embargo, surgieron nuevas formas de ocio, espectáculos comerciales como los deportes profesionalizados, el teatro popular y más tarde el cine.Industrialización mundialLa industrialización cambió el mundo. Pocos lugares escaparon a su impacto. Sin embargo, la naturaleza del impacto varía de unos lugares a otros. Comprender las consecuencias globales de la industrialización precisa que se entienda cómo fue la industrialización en cada lugar.

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La industrialización al principio siempre es un fenómeno que se produce a nivel regional, no nacional, como lo demostró el gran retraso industrial de Sudamérica. Muchas zonas de Europa occidental y Estados Unidos siguieron a Gran Bretaña a principios del siglo XIX. Unas pocas regiones europeas (Suecia, los Países Bajos, el norte de Italia) no comenzaron su verdadera industrialización hasta mediados del siglo. La siguiente gran oleada de nueva industrialización, que comenzó en torno a 1880, llegó también a Rusia y Japón. Una última ronda (hasta hoy día) incluyó la rápida industrialización del resto del borde del Pacífico (concretamente Corea del Sur y Taiwan) en torno a 1960.Varios factores configuraron la naturaleza de la industrialización en cada sitio. En Gran Bretaña, por ejemplo, la industrialización triunfó cuando dependía de inventores individuales y de compañías relativamente pequeñas. Sin embargo, comenzó a rezagarse en el clima corporativo de finales del siglo XIX. Por el contrario en Alemania avanzó cuando la industrialización provocó la creación de organizaciones mayores, estructuras organizativas más impersonales, e investigación colectiva más que artesanos hojalateros. En Alemania, el Estado estaba también más implicado en la industrialización que en Gran Bretaña.La industrialización francesa puso el énfasis en la modernización de los productos artesanales. Esto no solamente reflejaba unas especialidades nacionales más tempranas, sino también menos adecuación de recursos en el carbón, un factor que mantuvo muy retrasada la industria pesada. Francia también tenía que presionar a los trabajadores especializados para que trabajaran según las nuevas formas, generando algunas tensiones. Los carpinteros, por ejemplo, utilizaban diseños prefabricados para hacer la carpintería rápidamente, pero como se sentían ofendidos por las adulteraciones de sus destrezas artísticas, conservaron algunos métodos manuales. La industrialización en Estados Unidos dependía de la mano de obra inmigrante. Esto explica en parte por qué los Estados Unidos, pese a su régimen político democrático, fue el pionero en una organización particularmente despiadada de los trabajadores, que culminó en la cadena de montaje. Al contrario que Alemania, en Estados Unidos se pusieron en marcha leyes que combatían los negocios demasiado grandes que incurrieran en competencia desleal, aunque el impacto de estas leyes fue desigual. Estados Unidos, con su enorme mercado, fue el pionero del nuevo estadio económico de la sociedad de consumo que ha tenido en los últimos tiempos un impacto mundial. En concreto, Estados Unidos encabezó la creación de moda popular y de entretenimientos de masas.Las industrializaciones tardías también variaron. La industrialización rusa comenzó antes de la Revolución Rusa de 1917, pero el comunismo la aceleró considerablemente, sustituyendo la economía de mercado por la planificación estatal en el diseño de las políticas industriales. La industrialización japonesa adoptó una estrecha colaboración entre las grandes empresas y el gobierno. Japón, como todas las naciones que se han industrializado más tarde, al principio tuvieron que importar el equipamiento básico. También carecían de recursos básicos, incluido el combustible. Por eso, el estado rápidamente animó a las industrias que produjeran bienes para exportar aunque limitando las importaciones. Esta política aún afecta a Japón, pese a estar entre las mayores economías mundiales. En suma, la herencia confuciana de Japón, que pone el énfasis en la colaboración, se refleja en la forma de gestionar la industria. De hecho, a finales del siglo XX, muchos observadores señalaban que la industrialización había ganado terreno en dos contextos culturales concretos: occidental y confuciano. Sin embargo, en cada contexto los resultados eran distintos.No obstante, hay una complicación para describir la industrialización global como sucesivas oleadas, en aquellos casos en que las sociedades están parcialmente industrializadas y no ha habido una auténtica revolución. Países como México, Brasil, India y China han llegado a una cierta producción industrial para reducir la necesidad de importar algunos bienes de consumo como la ropa y los coches. También desarrollaron industrias claves en torno a ciertos bienes

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para exportar, como la industria informática brasileña (una de las mayores de todo el mundo) y los sectores aeroespacial y de software informático.El modelo de innovación y diversidad industrial sigue en vigor. El colapso del comunismo europeo a finales de la década de 1980 obligó a los gobiernos de Europa del Este a convertirse a la economía de mercado para acelerar el crecimiento industrial. Algunos que habían prosperado mucho bajo el sistema comunista se encontraron con la dureza de esta nueva forma de funcionar. De hecho, en la historia de la industrial no se había intentado un cambio de sistema económico de esta envergadura. En China, se produjo otra experiencia novedosa en 1978, cuando el país se embarcó en lo que parecía ser el primer estadio de una industrialización rápida, pero con una economía de mercado parcial combinada con un estricto y autoritario control gubernamental.Es complejo establecer un modelo de industrialización global cuando la industrialización que ha durado décadas es tan distinta de unos lugares a otros. Algunos países, como Francia, Alemania y Estados Unidos, siguieron inmediatamente el modelo británico. Campañas comerciales, gobiernos deseosos de conseguir las ventajas de la industrialización para el ejército, y desde luego recursos naturales favorables, fueron importantes factores para su industrialización. Otras regiones quedaron muy rezagadas. Aquí las causas diferían. Algunos lugares carecían de fuentes de energía adecuadas. Muchos más eran dependientes de la economía occidental, demasiado pobres para conseguir el capital que les permitiera adquirir equipamiento industrial costoso y a menudo dependía de los capitalistas occidentales. Egipto, por ejemplo, intentó industrializarse bajo una líder reformista a principios del siglo XIX pero fue bloqueado. En lugar de eso, se convirtió en productor de materias primas (especialmente algodón) para los fabricantes occidentales. En algunos lugares, para acabar, se resistieron a la industrialización por motivos culturales. En 1870, el gobierno tradicionalista chino destruyó deliberadamente las primeras vías de tren construidas en el gigantesco país.Las consecuencias de la industrialización son, en última instancia, globales. A principios del siglo XIX, las fábricas europeas empujaron hacia la fabricación tradicional a zonas como América Latina y la India. Al mismo tiempo, los centros industriales buscaban recursos alimentarios y materias primas, ayudando a estos sectores a expandirse en lugares como Chile y Brasil. La búsqueda de dinero mediante las exportaciones con el objetivo de comprar bienes de lujo y maquinaria de las sociedades industriales, ayudó a provocar grandes cambios en los modelos laborales en lugares como América Latina, o en 1900, África. Los bajos salarios, a menudo forzados mediante medidas coercitivas, se generalizaron.El poderío industrial y la búsqueda de mercados y materias primas yacen tras la expansión imperialista europea del siglo XIX. Sin embargo, de forma gradual, otras sociedades copiaron la industrialización o cuando menos desarrollaron un sector industrial independiente. Gran parte de la historia del mundo en el siglo XX, recoge los esfuerzos de sociedades como la India, China, Irán o Brasil para reducir su dependencia de las importaciones y organizar una forma selectiva de exportación a través de la industria. El impacto medioambiental de la industrialización también ha sido internacional. La industrialización afectó rápidamente a la calidad del agua y del aire cerca de las fábricas. Las demandas industriales de productos agrícolas, como el caucho, provocaron la deforestación y cambios climáticos en lugares como Brasil. Estos modelos se han acelerado, mientras el crecimiento industrial se ha generalizado, creando temas de actualidad, como el calentamiento global. El impacto mundial de la industrialización, en este sentido, permanece como una historia inacabada cuando comienza el siglo XXI.Dado el impacto global de la industrialización, es creciente la importancia de que entendamos su naturaleza y sus consecuencias. Aunque es fácil entender el impacto de la industrialización desde el nivel personal, es más difícil comprender su naturaleza a nivel global, especialmente cuando el modelo global es tan complejo. La historia proporciona un medio para llegar a

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comprenderlo. Comprendiendo las causas, las variaciones y las consecuencias históricas de la Revolución Industrial, podemos entender mejor nuestras circunstancias actuales y, con optimismo, diseñar mejor las industrializaciones futuras.Acerca del autor: Peter N. Stearns es profesor de Historia en la Universidad Carnegie Mellon. Ha escrito The Industrial Revolution in World History, así como otras obras, entre las que destaca Millennium II, Century XXI: A Retrospective on the Future.

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Caída del muro de BerlínTomado de: http://es.shvoong.com/books/1772061-la-ca%C3%ADda-del-muro-berl

%C3%ADn/

El 9 de Noviembre de 1989 es una fecha que ha quedado grabada en la historia. De inmediato se corrió la voz en ambas partes de la ciudad dividida y mucho antes de la medianoche miles de expectantes berlineses se habían congregado a ambos lados del muro. La respuesta del gobierno alemán del Este fue prohibir el paso a Hungría, pero esto solo sirvió para que los alemanes que buscaban escapar se refugiaran en la embajada de Alemania Federal en Checoslovaquia.Para octubre de 1989 se vio que la revolución en Alemania Democrática era inminente. El 9 de Octubre el jefe del partido Comunista ordenó usar toda la fuerza militar disponible para aniquilar las manifestaciones, pero Egon Krenz, el entonces jefe de seguridad, lo convenció de que retirara la orden. Mijail Gorbachov fue la pieza clave que evitó el derramamiento de sangre. Sin embargo, el 3 de Noviembre la RDA autorizó nuevamente a sus ciudadanos a viajar a Checoslovaquia, lo que fue aprovechado por varios miles de ciudadanos para refugiarse en la embajada de Alemania Federal en Praga caída. Ante los éxodos masivos y proliferación de manifestaciones de protesta contra el régimen, el día 7 de Noviembre renuncia todo el consejo de ministros, el organismo que regía el destino de la RDA. Todos los países del bloque socialista experimentaron cambios radicales en un plazo relativamente corto. En Polonia, Con una larga serie de huelgas contra el gobierno y con un sindicato de los trabajadores, Solidaridad, reconocido en 1980, Polonia fue de los primeros países comunistas que pusieron a prueba la nueva política revisionista de Moscú. A principios de 1989, el dirigente del partido polaco Wojciech Jaruzelski, señaló la necesidad de efectuar cambios radicales en el país si se deseaba salvar la economía nacional, que por años había sido dañada por paros laborales, inflación, deuda externa, recortes presupuestales y una moneda casi desprovista de valor. El sindicato Solidaridad había sido suprimido desde hacía siete años y muchos de sus dirigentes se encontraban en la cárcel o permanecían ocultos. Lech Walesa y otros dirigentes de Solidaridad sostuvieron pláticas con el gobierno polaco, en las que negociaron la legislación del sindicato, diversos cambios a la constitución y elecciones libres. Acto seguido, Solidaridad se convirtió en partido político de auténtica oposición. En política, se instituyó la independencia del poder judicial y se aprobó un proyecto de enmienda a la constitución para elegir al presidente por votación popular, ésta culminó en la elección de Lech Walesa como máximo dirigente de Polonia. A nivel económico, se implantaron programas para instaurar una economía de mercado, controlar la inflación y reformar los sistemas bancario y fiscal, y eliminar progresivamente los controles de precios y los monopolios estatales. En 1956 se produjo un levantamiento contra la régimen estalinista que imperaba en el país. Las tropas soviéticas suprimieron la manifestación matando a miles de manifestantes. Su lugar lo ocupó el reformados moderado Karoly Grosz. El 10 de junio el Partido Comunista Húngaro y la oposición firmaron un acuerdo que marcó la transición de Hungría hacia la democracia multipartidista. En 1990 se adoptaron medidas que consolidaban el proceso liberizador. El Partido Comunista tuvo que ceder el poder a una mayoría no comunista. Además se legalizó la formación de partidos de oposición. Desde 1972 el presidente rumano Nicolae Ceausescu había gobernado con mano de hierro, según los lineamientos estalinistas. No toleraba disensiones de los ciudadanos ni diferencias de opinión dentro del Partido. Además muchos de sus familiares incluida su esposa y su hijo ocupaban puestos clave en el gobierno. A mediados de diciembre de1989 se registraron manifestaciones de protesta contra el gobierno tiránico de Ceausescu. Asumió el poder como gobierno interino

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el Frente de Salvación Nacional, constituido por antiguos comunistas que se habían opuesto a Ceausescu y por profesionistas e intelectuales disidentes. No es difícil darse cuenta de que todos estos cambios vertiginosos tienen su origen en las reformas introducidas por Mijail Gorbachov, quien fue considerado el hombre de la década de los 80 a causa de los profundos cambios que promovió. Cuando Gorbachov fue designado secretario general del Partido Comunista en 1985, e país se encontraba sumido en una profunda crisis política y económica. La crisis política obedecía al descontento general por el gobierno autoritario y represivo del Partido Comunista. Los efectos de esta apertura fueron en algunos casos tan graves como la publicación de estadísticas que pusieron de manifiesto los grandes males el país (alcoholismo, prostitución, alarmantes tasas de mortalidad infantil, escasas cosechas, etc.). Entre muchas otras medidas, Gorbachov redujo las restricciones a la pequeña libre empresa e introdujo el principio de las utilidades como principal impulso para las industrias estatales, concedió mayor independencia a los directivos de fábricas y granjas, instituyó que dichos directivos fueran elegidos por los trabajadores y que las empresas estatales invirtieran sus utilidades en la generación de otras operaciones. Además, permitió libertades nunca antes imaginadas a los países del bloque socialista e instó a sus dirigentes a introducir cambios en su política interna. Uno tras otro cayeron los gobiernos autoritarios de Polonia, Hungría, Alemania Democrática, Checoslovaquia, Bulgaria y Rumania.

La caída del Muro de BerlínTomado de: http://www.dw-world.de/dw/article/0,,4298585,00.html

El portavoz del gobierno de la República Democrática Alemana (RDA) Günter Schabowski anunció por descuido que los ciudadanos de la RDA podrían viajar a Occidente, lo que fue el principio del fin de la RDA. Aquella conferencia de prensa, transmitida en el horario televisivo central, pertenece a una de las más memorables en la historia del continente. Por un malentendido, Günter Schabowski, respondió a un periodista italiano que preguntaba a partir de cuándo entrarían en vigor nuevas regulaciones de viaje de la RDA que acababan de ser anunciadas por él, con la frase que desde entonces se volvió célebre: “Por lo que sé, las regulaciones entran en vigor de inmediato, sin demora”. La conferencia era transmitida en vivo y era seguida por la población, tanto del este como del oeste alemán, por lo que esta equivocación tuvo un efecto de dimensiones políticas mundiales.  

Günter Schabowski dio a conocer los nuevos lineamientos fronterizos.  Inmediatamente después, los ciudadanos de la RDA comenzaron su peregrinación hacia la frontera en Berlín, con la intención de visitar la parte occidental de la ciudad. Durante tres horas los guardias fronterizos, que no estaban enterados de las nuevas regulaciones, contuvieron a la multitud. Cuando más tarde la televisión occidental colocó sus cámaras y

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confirmó la sensacional noticia, quedó claro que la división alemana materializada con la construcción del Muro de Berlín, el 21 de agosto de 1961, había terminado. Entrada la noche de aquel 9 de noviembre de 1989 los guardafronteras dejaron de oponer resistencia y abrieron los pasos fronterizos berlineses, permitiendo el paso de la población del este al oeste y viceversa.  

Manifestaciones de los lunes en Leipzig.

¡Nosotros somos el pueblo! Desde meses atrás, miles de ciudadanos germanoorientales participaban en manifestaciones multitudinarias que pedían reformas políticas. Sobre todo las protestas de los lunes (Montagsdemos) en Leipzig, habían alcanzado notoriedad. Los manifestantes gritaban “¡nosotros somos el pueblo!”, y al grito de “¡Gorbi!, ¡Gorbi!, evocaban el nombre de Mijaíl Gorbachov, secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética. Desde 1985 Gorbachov había introducido una serie de reformas en la Unión Soviética, conocidas bajo los términos de Glasnost y Perestroika. La población de la entonces Alemania del Este quería las mismas reformas en la RDA. Pero el gobierno de Erich Honecker (1912-1994) se oponía a ellas, lo que condujo al fin del propio régimen.    

Erich Honecker y Egon Krenz.

Erich Honecker fue sustituido el 18 de octubre de 1989 por Egon Krenz (1937) en el cargo de secretario general y presidente del Consejo de Estado, pero ni eso pudo evitar el colapso de la RDA. El 4 de noviembre una manifestación integrada por medio millón de personas en la plaza Alexaderplatz, en Berlín Oriental, exigió reformas del Estado. La fuerza de las protestas callejeras puso de manifiesto que la población no confiaba tampoco en nuevo gobierno. Cinco días después cayó el Muro de Berlín, lo que inmediatamente abrió la posibilidad de una unificación alemana.   La unidad alemana y la integración europea 

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Unas semanas tras la caída del Muro de Berlín y ante los reclamos cada vez más apremiantes a favor de una reunificación alemana se registró, poco antes de la Navidad de 1989, una serie de visitas diplomáticas a la RDA.   Sobre todo Francia e Inglaterra desconfiaban de una gran Alemania grande y económicamente fuerte en el centro del continente. Intentaron, si no impedir la unificación de los dos Estados (RFA y RDA), por lo menos sí supeditarla a ciertas condiciones políticas. Estas consideraciones fueron aceptadas por el canciller federal Helmut Kohl (1930) el 19 de diciembre de 1989 durante un célebre discurso ante las ruinas de la Iglesia Frauenkirche en Dresde. Kohl se declaró dispuesto a respetar la voluntad de los ciudadanos de la RDA, cualquiera que ésta fuera. Pero también dejó en claro que una unificación alemana sólo podría tener lugar en el marco de Europa como casa común. Esta unidad alemana y europea serían los dos lados de una misma medalla. Con ello el canciller descartó una Alemania reunificada neutral, cosechando una ovación frenética por parte de los ciudadanos germanoorientales presentes.  

No obstante, dos días después, el presidente francés François Mitterrand (1916-1996) visitó la RDA para evitar la adhesión de ésta a la República Federal de Alemania. A principios de 1990 comenzó el proceso de unificación de ambos Estados alemanes integrado en un contexto internacional, que consideraría tanto los intereses de los alemanes como los de las potencias aliadas, vencedoras de la Segunda Guerra Mundial. Autor: Matthias von Hellfeld / EUEditor: Pablo Kummetz

El Imperio romano en relación con la cultura

Capítulo XXIX

El Imperio romano afectó a la historia de la cultura de varios modos más o menos separados.

Primero: hay el efecto directo de Roma sobre el pensamiento helenístico. Este no es muy importante ni profundo.

Segundo: el efecto de Grecia y el Oriente sobre la mitad occidental del Imperio. Este fue profundo y duradero, puesto que incluyó a la religión cristiana.

Tercero: la importancia de la larga paz romana en la difusión de la cultura y en el acostumbrar a los hombres a la idea de una civilización única asociada con un solo gobierno.

Cuarto: la transmisión de la civilización helenística a los mahometanos, y de aquí finalmente al oeste de Europa.

Antes de considerar estas influencias de Roma, será útil una brevísima sinopsis de la historia política.

Las conquistas de Alejandro habían dejado intacto el Mediterráneo occidental; se hallaba dominado, a comienzos del Siglo III antes de Cristo, por dos poderosos Estados ciudades, Cartago y Siracusa. En la primera y segunda guerras púnicas (264-241 y 218-201), Roma conquistó Siracusa y redujo a Cartago a la insignificancia, Durante el siglo II, Roma conquistó las monarquías

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macedónicas; Egipto, es cierto, perduró como un Estado vasallo hasta la muerte de Cleopatra (30 a. de C.). España fue conquistada como un incidente en la guerra con Aníbal; Francia fue sojuzgada por César a mediados del siglo I antes de Cristo, e Inglaterra fue sometida unos cien años más tarde. Las fronteras del Imperio, en sus días de esplendor, eran el Rin y el Danubio en Europa, el Eufrates en Asia, y el desierto en el Norte de África.

El imperialismo romano fue, quizá, lo mejor posible en África del Norte (importante en la historia cristiana como la patria de san Cipriano y San Agustín), en donde grandes áreas, incultas antes y después de la época romana, fueron fertilizadas y abastecieron a populosas ciudades. El Imperio romano fue en general estable y tranquilo durante más de doscientos años, desde el advenimiento de Augusto (30 a. de C.) hasta los desastres del siglo III.

Entre tanto, la constitución del Estado romano había experimentado importantes trasformaciones. Originalmente Roma era una pequeña ciudad estado, no muy desemejante a las de Grecia, especialmente las que, como Esparta, no dependían del comercio exterior. A los reyes, como a los de la Grecia homérica, había sucedido una república aristocrática. Paulatinarnente, aunque el elemento aristocrático, encarnado en el Senado, permanecía poderoso, se añadieron ingredientes democráticos; el compromiso resultante fue reputado por Panecio el estoico (cuyas opiniones son reproducidas por Polibio y Cicerón) como una combinación ideal de elementos monárquicos, aristocráticos y democráticos. Pero las conquistas desquiciaron el precario equilibrio; llevó una inmensa opulencia nueva a la clase senatorial, y, en un grado levemente menor, a los ‘caballeros’, como se llamaba a la alta clase media La agricultura italiana, que había estado en manos de pequeños labradores, que obtenían el trigo con su propio trabajo y el de sus familias, acabó por ser un negocio de

enormes fincas pertenecientes a la aristocracia romana, en las que se cultivaban viñas y olivos mediante el trabajo de los esclavos El resultado fue la virtual omnipotencia del Senado, que fue usada descaradamente para el enriquecimiento de los individuos, sin miramiento a los intereses del Estado ni al bienestar de sus súbditos.

Un movimiento democrático, inaugurado por los Gracos en la segunda mitad del siglo II antes de Cristo, condujo a una serie de guerras civiles, y finalmente—como tan a menudo en Grecia—al establecimiento de una tiranía. Es curioso observar la repetición, en tan vasta escala, de desenvolvimientos que, en Grecia, se habían limitado a áreas diminutas. Augusto, el heredero e hijo adoptivo de Julio César, que reinó desde el 30 antes de Cristo al 14 después de Cristo, puso término a la contienda civil, y (con escasas excepciones) a las guerras externas de conquista. Por primera vez desde los inicios de la civilización griega, el mundo antiguo gozó de paz y seguridad.

Dos cosas habían arruinado el sistema político griego: en primer lugar, la pretensión de cada ciudad a la soberanía absoluta; en segundo lugar, la acerba y sangrienta lucha entre ricos y pobres en la mayoría de las ciudades, Después de la conquista de Cartago y de los reinos helenísticos, la primera de estas causas ya no afligió al mundo, puesto que ninguna resistencia efectiva a Roma era posible. Pero la segunda causa permaneció. En las guerras civiles, un general se proclamaba el campeón del Senado, el otro el del pueblo. La victoria se inclinaba hacia el que ofrecía las más elevadas recompensas a los soldados. Los soldados no solo querían pagas y pillaje, sino concesiones de tierras; por eso cada guerra civil terminaba en la expulsión formalmente legal de muchos terratenientes existentes, que eran nominalmente arrendatarios del Estado, para dejar el puesto a los legionarios del vencedor. Los gastos de la guerra, aunque

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progresivos, eran costeados ejecutando a hombres ricos y confiscando sus bienes. Este sistema, desastroso como era, no podía acabar fácilmente; por último, ante la sorpresa de todos, Augusto salió tan completamente victorioso que no quedó ningún competidor para alegar su derecho al poder.

Para el mundo romano, el descubrimiento de que el periodo de la guerra civil había concluido llegó como una sorpresa, lo cual fue una causa del regocijo para todos, sa1vo para un pequeño partido senatorial. Para los demás, fue un profundo alivio cuando Roma, bajo Augusto, logró al fin la estabilidad y el orden que griegos y macedonios habían buscado en vano, y que Roma, antes de Augusto, tampoco había conseguido producir. En Grecia, de conformidad con Rostovtseff, la Roma republicana no había «introducido nada nuevo, excepto la pauperización, la bancarrota, y la obstrucción de toda actividad política independiente»

El reinado de Augusto fue un periodo de felicidad para el Imperio romano. La administración de las provincias estaba por fin organizada con algún miramiento hacia el bienestar de la población, y no según un sistema puramente depredatorio. Augusto no fue solo oficialmente divinizado después de su muerte, sino que fue espontáneamente estimado como un dios en varias ciudades provinciales. Los poetas lo elogiaron, las clases comerciantes encontraron conveniente la paz universal, e incluso el Senado, al que trató con todas las formas exteriores de respeto, no perdió ninguna ocasión de acumular honores y cargos sobre su cabeza.

Pero si bien el mundo era feliz, la vida había perdido cierto sabor, ya que la seguridad había sido preferida al riesgo. En los tiempos anteriores, todo griego libre había tenido la oportunidad de la aventura; Filipo y Alejandro pusieron término a este estado de cosas, y en el mundo helenístico solo los dinastías macedonias disfrutaban de una libertad anárquica. El mundo griego

perdió su juventud, y se volvió o cínico o religioso. La esperanza de encarnar ideales en instituciones terrenas se desvaneció, y con ella los mejores hombres perdieron su ímpetu. El cielo, para Sócrates, era un lugar donde podía proseguir discutiendo; para los filósofos posteriores a Alejandro, era algo muy diferente de su existencia aquí abajo.

En Roma, una evolución similar llegó más tarde y en una forma menos dolorosa. Roma no fue conquistada, como lo fue Grecia, sino que tuvo, por el contrario, el estímulo de un imperialismo afortunado. A lo largo del periodo de las guerras civiles, era en los romanos en quienes recaía la responsabilidad de los desórdenes. Los griegos no habían asegurado la paz y el orden sometiéndose a los macedonios, mientras que tanto los griegos como los romanos alcanzaron ambas cosas al sorneterse a Augusto, Augusto fue un romano a quien los romanos se sometieron voluntariamente, no solo en razón de su poderío superior; además, se tomó el cuidado de disfrazar el origen militar de su gobierno, y de basarlo sobre decretos del Senado. La adulación expresada por el Senado era, sin duda, en gran parte insincera, pero aparte de la clase senatorial nadie se sintió humillado.

El talante de los romanos era parecido al de un jeune homme rangé de la Francia ochocentista, que, tras de una vida de aventuras amatorias, se decide a un matrimonio de conveniencia. Esta mentalidad, aunque satisfecha, no es creadora. Los grandes poetas del siglo de Augusto se habían formado en tiempos más turbulentos. Horació huyó en Filipos, y tanto él como Virgilio perdieron sus fincas en confiscaciones a beneficio de soldados victoriosos. Augusto, en gracia de la estabilidad, se aplicó, un tanto insinceramente, a restaurar la antigua piedad, y fue por ende necesariamente bastante hostil a la libre investigación. El mundo romano empezó a quedar estereotipado, y el proceso continuó bajo los emperadores posteriores.

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Los inmediatos sucesores de Augusto se entregaron a espantosas crueldades para con los senadores y los posibles competidores a la púrpura. Hasta cierto punto, el desgobierno de este periodo se extendió a las provincias; pero en lo esencial, la máquina administrativa creada por Augusto siguió funcionando medianamente bien.

Un periodo mejor se inició con la subida al trono de Trajano en el 98 después de Cristo, y se prolongó hasta la muerte de Marco Aurelio en el 180 después de Cristo. Durante este tiempo, el gobierno del Imperio fue tan bueno como pueda serlo cualquier gobierno despótico. El siglo III, por el contrario, fue de horrendos desastres. El ejército se dio cuenta de su poder, hizo y deshizo emperadores a cambio de dinero y con la promesa de una vida sin guerras, y cesó, en consecuencia, de ser una fuerza aguerrida eficaz. Los bárbaros, del Norte y del Este, invadieron y saquearon el territorio romano. El ejército, preocupado con las ganancias privadas y la discordia civil, fue incompetente en la defensa. Todo el sistema fiscal se derrumbó, ya que hubo una inmensa merma de recursos y, al mismo tiempo, un vasto incremento de gastos en guerras desgraciadas en el soborno del ejército. La peste, además de la guerra, disminuyó grandemente la población. Parecía corno si el Imperio estuviera a punto de caer.

Este resultado fue advertido por dos hombres enérgicos, Diocleciano (286-305) y, Constantino, cuyo indiscutible reinado duró desde el 312 al 337 después de Cristo. Por ellos fue dividido el Imperio en una mitad oriental y otra occidental, correspondientes, aproximadamente, a la división entre las lenguas griega y latina. La capital de la parte oriental fue establecida por Constantino en Bizancio, a la que dio el nuevo nombre de Constantinopla. Diocleciano refrenó al ejército por algún tiempo, alterando su carácter; desde su época en adelante, las fuerzas guerreras más efectivas estuvieron compuestas de bárbaros, principalmente germanos, a los se

abrieron todos los mandos más elevados. Esto era evidentemente un expediente peligroso, y a comienzos del siglo y produjo su fruto natural. Los bárbaros resolvieron que era más provechoso luchar por sí mismos que por un amo romano. No obstante, cumplió su propósito durante más de un siglo. Las reformas administrativas de Diocleciano tuvieron igualmente éxito por cierto tiempo, y fueron igualmente desastrosas a la larga. El sistema romano tenía que permitir el autogobierno local a las ciudades, y dejar sus funcionarios la recaudación de impuestos, de los cuales solo la cantidad total debida por cada ciudad era fijada por las autoridades centrales. Este sistema había ido bastante bien en los tiempos prósperos, pero ahora, en la situación exhausta del Imperio, las rentas exigidas eran más de lo que podía soportarse sin excesiva opresión. Las autoridades municipales eran personalmente responsables de los impuestos, y huían para eludir el pago. Diocleciano obligó a los ciudadanos acomodados a aceptar el cargo municipal, y declaró ilegal la huida. Por motivos similares convirtió a las poblaciones rurales en siervos, adscritos al suelo, e impedidos de emigrar. Este sistema fue mantenido por los emperadores posteriores.

La más importante innovación de Constantino fue la adopción del cristianismo como religión del Estado, al parecer porque una gran proporción de los soldados eran cristianos. El resultado de esto fue que cuando, durante el siglo V, los germanos destruyeron el Imperio de Occidente, su prestigio les hizo abrazar la religión cristiana, preservando con ello para la Europa occidental tanto de la civilización antigua como había sido absorbido por la Iglesia.

El desenvolvimiento del territorio asignado a la mitad oriental del Imperio fue diferente. El Imperio de Oriente, aunque continuamente decreciendo en extensión (salvo las transitorias conquistas de Justiniano en el siglo VI), sobrevivió hasta

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1453, en que Constantinopla fue conquistada por los turcos. Pero la mayor parte de lo que habían sido provincias romanas en el Este, incluyendo también África y España en el Oeste, se hicieron mahometanas. Los árabes, a diferencia de los germanos, rechazaron la religión, pero adoptaron la civilización, de aquellos a quienes habían vencido. El Imperio oriental era griego, no latino, en su civilización; en consecuencia, desde el siglo VII al XI, fue él y los árabes quienes conservaron la literatura griega y cuanto sobrevivió de la civilización griega, en oposición a la latina. Desde el siglo XI en adelante, al principio a través de la influencia mora, el Occidente recuperó gradualmente lo que había perdido de la herencia griega.

Paso ahora a los cuatro modos en que el Imperio romano afecto a la historia de la cultura.

I. El efecto directo de Roma sobre el pensamiento griego. Este empieza en el siglo II antes de Cristo, con dos hombres, el historiador Polibio y el filósofo estoico Panecio. La actitud natural del griego hacia el romano era de desprecio mezclado con temor; el griego se sentía más civilizado, pero políticamente menos poderoso. Si los romanos tuvieron más éxito en la política, eso únicamente mostraba que la política era una tarea innoble. El griego medio del siglo III antes de Cristo era amante de los placeres, de inteligencia viva, experto en loa negocios, y sin escrúpulos en todas las cosas. Sin embargo, aún quedaban hombres de capacidad filosófica. Algunos de ellos—notablemente los escépticos, tales como Carnéades—habían consentido que la destreza destruyera la seriedad. Otros, como los epicúreos, y un sector de los estoicos, se habían retirado completamente a una tranquila vida privada. Pero unos pocos, con más visión de la que había manifestado Aristóteles en relación con Alejandro, se percataron de que la grandeza de Roma se debía a ciertos méritos de que carecían los griegos.

El historiador Polibio, nacido en Arcadia hacia el 200 antes de Cristo, fue enviado a Roma como prisionero, y allí tuvo la buena fortuna de hacerse amigo de Escipión el menor, a quien acompañó en muchas de sus campañas. Era poco común entre los griegos saber latín, aunque la mayoría de los romanos instruidos sabía griego; las circunstancias de Polibio, sin embargo, lo condujeron a una perfecta familiaridad con el latín. Escribió, para provecho de los griegos, la historia de las últimas guerras púnicas, que permitieron a Roma conquistar el mundo. Su admiración por la constitución romana se estaba, quedando anticuada mientras escribía, pero hasta su tiempo había competido ésta muy favorablemente, en estabilidad y en eficacia, con las constituciones continuamente cambiantes de la mayoría de las ciudades griegas. Los romanos naturalmente leían su historia con placer; que los griegos lo hicieran así, es más dudoso.

Panecio el estoico ya ha sido considerado en el capítulo precedente. Fue amigo de Polibio, y, como él, un protegido de Escipión el joven. Mientras vivió Escipión, fue con frecuencia a Roma, pero a raíz de la muerte de Escipión en el 129 antes de Cristo, permaneció en Atenas como jefe de la escuela estoica. Roma tenía todavía, lo que Grecia había perdido, la confianza ligada a la oportunidad de la actividad política. De conformidad con ello, las doctrinas de Panecio eran más políticas, y menos afines a las de los cínicos, que lo fueron las de los estoicos anteriores. Probablemente la admiración hacia Platón sentida por los romanos cultos lo indujo a abandonar la estrechez dogmática de sus predecesores estoicos. En la forma más amplia dada por él y por su sucesor Posidonio, el estoicismo atrajo poderosamente a los más serios de los romanos.

En una fecha posterior, Epicteto, aunque griego, pasó la mayor parte de su vida en Roma. Roma le proporcionó la mayoría de

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sus ilustraciones; siempre estuvo exhortando al sabio a no temblar en presencia del emperador. Conocemos la influencia de Epicteto sobre Marco Aurelio, pero su influencia sobre los griegos es difícil de rastrear.

Plutarco (ca. 46-120 d. de C.), en sus Vidas de los griegos y romanos nobles, trazó un paralelismo entre los más eminentes hombres de los dos países. Pasó un tiempo considerable en Roma, y fue honrado por los emperadores Adriano y Trajano. Además de sus Vidas escribió numerosas obras sobre filosofía, religión, historia natural, y ética. Sus Vidas se interesan evidentemente en conciliar a Grecia y Roma en el pensamiento de los hombres.

En su conjunto, aparte de tales hombres excepcionales, Roma actuó como un obstáculo en la parte de habla griega del Imperio. El pensamiento y el arte decayeron a la vez. Hasta finales del siglo II después de Cristo, la vida, para los acomodados, era agradable y fácil; no había incentivo alguno para el esfuerzo, y pocas oportunidades para grandes logros. Las escuelas de filosofía reconocidas—la Academia, los peripatéticos, los epicúreos y los estoicos – continuaron existiendo hasta que fueron cerradas por Justiniano. Ninguna de ellas, sin embargo, mostró vitalidad en todo el tiempo después de Marco Aurelio, excepto los neoplatónicos en el siglo III después de Cristo; y estos hombres, en todo caso, apenas fueron influidos por Roma. Las mitades griega y latina del Imperio se volvieron cada vez más divergentes; el conocimiento del griego se hizo raro en el Oeste, y a partir de Constantino el latín, en el Este, sobrevivió solamente en la ley y en el ejército.

II. La influencia de Grecia y del Oriente sobre Roma. Hay aquí dos cosas muy diferentes a considerar: primera, la influencia del arte, la literatura y la filosofía helénicas sobre la mayoría de los romanos cultivados, segunda, la propagación de las religiones y supersticiones no helénicas en todo el mundo occidental.

1) Cuando los romanos entraron por primera vez en contacto con los griegos, se dieron cuenta de ser ellos mismos comparativamente bárbaros y toscos. Los griegos eran inconmensurablemente superiores en muchos aspectos: en las manufacturas, y en la técnica de la agricultura; en los tipos de conocimientos que son necesarios para un buen funcionario; en la conversación y en el arte de gozar la vida; en el arte y la literatura y la filosofía. Las únicas cosas en que los romanos eran superiores eran la táctica militar y la cohesión social. La relación de los romanos con los griegos fue algo parecido a la de los prusianos con los franceses en 1814 y 1815; pero esta última fue pasajera, mientras que aquella duró largo tiempo. Tras de las guerras púnicas, los jóvenes romanos concibieron una gran admiración por los griegos. Aprendieron el idioma griego, copiaron la arquitectura griega, emplearon escultores griegos. Los dioses romanos fueron identificados con los dioses griegos. Se forjó el origen troyano de los romanos para crear una conexión con los mitos homéricos. Los poetas latinos adoptaron los metros griegos, los filósofos latinos se apropiaron de las teorías griegas. En fin, Roma fue culturalmente parásita de Grecia. Los romanos no inventaron ninguna forma artística, no erigieron ningún sistema original de filosofía, ni hicieron descubrimientos científicos. Construyeron buenas carreteras, códigos legales sistemáticos, y ejércitos eficientes; en cuanto al resto, imitaron a Grecia.

La helenización de Roma trajo consigo cierto reblandecimiento de las costumbres, aborrecido por Catón el viejo. Hasta las guerras púnicas, los romanos habían sido un pueblo bucólico, con las virtudes y los vicios de los labriegos: austeros, industriosos, brutales, obstinados y estúpidos. Su vida familiar había sido estable y edificada sólidamente sobre la patria potestad: las mujeres y los jóvenes estaban completamente subordinados. Todo esto cambió con el influjo de la opulencia repentina. Las pequeñas fincas

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desaparecieron, y fueron gradualmente reemplazadas por enormes haciendas en las que el trabajo esclavo se empleaba para llevar a cabo nuevos métodos científicos de agricultura. Surgió una extensa clase de comerciantes, y un gran número de hombres se enriquecieron con el pillaje, como los nababs en la Inglaterra del siglo XVIII. Las mujeres, que habían sido esclavas virtuosas, se volvieron libres y disolutas; el divorcio se hizo corriente; los ricos dejaron de tener hijos. Los griegos, que habían experimentado una evolución similar hacía siglos, fomentaron, con su ejemplo, lo que los historiadores llaman la decadencia de la moral. Aun en los tiempos más licenciosos del Imperio, el romano medio todavía pensaba en Roma como en la sostenedora de una norma ética más pura frente a la decadente corrupción de Grecia.

La influencia cultural de Grecia sobre el Imperio occidental disminuyó rápidamente desde el siglo III después de Cristo en adelante, principalmente porque la cultura en general decayó. Para esto hubo muchas causas, pero una en particular debe ser mencionada. En los últimos tiempos del Imperio de Occidente, el gobierno fue una tiranía militar mucho menos disfrazada de lo que había sido, y el ejército usualmente elegía como emperador a un general afortunado; pero el ejército, incluso en sus puestos más elevados, ya no estaba compuesto de romanos cultos, sino de semibárbaros de la frontera. Estos burdos soldados no precisaban de la cultura y consideraban a los ciudadanos civilizados exclusivamente como una fuente de ingresos. Las personas privadas estaban demasiado empobrecidas para sostenerse mucho tiempo en la senda de la educación, y el Estado consideraba la educación innecesaria. En consecuencia, en Occidente, solo unos pocos hombres de excepcional erudición continuaron leyendo en griego.

2) La religión y la superstición no helénicas, por el contrario adquirieron a medida que pasaba el tiempo, un predominio cada vez más firme en

Occidente. Ya hemos visto cómo las conquistas de Alejandro introdujeron en el mundo griego las creencias de babilonios, persas egipcios. Análogamente las conquistas romanas familiarizaron al mundo occidental con estas doctrinas, y también con las de los judíos y cristianos..

En Roma, cada secta y cada profeta estaban representados, y a veces alcanzaron el favor de las altas esferas del gobierno. Luciano, que mantenía un sano escepticismo a pesar de la credulidad de la época, cuenta una historia divertida, generalmente aceptada como en gran parte verdadera, acerca de un profeta milagrero llamado Alejandro el paflagonio. Este hombre curaba a los enfermos y predecía el futuro, con excursiones al chantaje. Su fama llegó a oídos de Marco Aurelio, a la sazón combatiendo a los marcomanos en el Danubio El emperador lo consultó sobre cómo ganar la guerra, y se le informó que si arrojaba dos leones al Danubio resultaría una gran victoria. Siguió el consejo del adivino, pero fueron los marcomanos los que obtuvieron la gran victoria. A despecho de este desastre, la fama de Alejandro continuó creciendo. Un conspicuo romano de rango consular, Rutiliano, después de consultarlo sobre muchos asuntos, solicitó su consejo respecto a la elección de una esposa. Alejandro, como Endimión había gozado de los favores de la luna, y tuvo de ella una hija, la cual recomendó el oráculo a Rutiliano. «Rutiliano que tenía entonces sesenta años de edad, obedeció el mandato divino, y celebró su matrimonio sacrificando hecatombes enteras a su suegra celestial».

Más importante que la carrera de Alejandro de Paflagonia fue el reinado del emperador Elegábalo o Heliogábalo (218-22 d. de C.), que fue, hasta su elevación por la elección del ejército, un sacerdote sirio del sol. En su lento viaje desde Siria a Roma fue precedido por su retrato, enviado como un presente al Senado. «Se mostraba en sus vestiduras sacerdotales de seda y oro, a la manera flojamente ondulante de los medas

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y fenicios; su cabeza estaba cubierta con una alta tiara, sus numerosos collares y brazaletes se hallaban adornados con gemas de inestimable valor. Sus cejas estaban teñidas de negro, y sus mejillas pintadas con un rojo y un blanco artificiales. Los graves senadores confesaron con un suspiro que, tras de haber experimentado largo tiempo la rígida tiranía de sus compatriotas, Roma se humillaba finalmente bajo el lujo afeminado del despotismo oriental» Apoyado por un gran sector del ejército, procedió, con celo fanático, a introducir en Roma las prácticas religiosas del Oriente; su nombre era el del dios-sol adorado en Emesa, donde había sido sumo sacerdote. Su madre, o su abuela, que era la auténtica gobernante, percibió que él había ido demasiado lejos, y lo destronó ci favor de su sobrino Alejandro (222-35), cuyas inclinaciones orientales eran más moderadas. La mezcla de credos que fue posible en su época se ilustraba en su capilla privada, en la que colocó las estatuas de Abrahán, Orfeo, Apolonio de Tiana y Cristo.

La religión de Mitra, que era de origen persa, fue un firme competidor del cristianismo, especialmente durante la segunda mitad del siglo III después de Cristo. Los emperadores, que estaban haciendo desesperadas tentativas por controlar al ejército, advirtieron que la religión podía proporcionar la estabilidad tan necesitada; pero tendría que ser una de las nuevas religiones, ya que eran estas las que los soldados favorecían. El culto fue introducido en Roma, y tuvo mucho que agradecer a la mentalidad militar, Mitra era un dios solar, pero no tan afeminado como su colega sirio; era un dios relacionado con la guerra, la gran guerra entre el bien y el mal que había formado parte del credo persa desde Zoroastro. Rostovtseff6 reproduce un bajorrelieve que representa su culto, el cual fue encontrado en Heddernheim, en Alemania, y muestra que sus adeptos debieron ser numerosos entre los soldados, no solo en Oriente, sino también en Occidente.

La adopción del cristianismo por Constantino fue políticamente un éxito, mientras que los intentos anteriores por introducir una nueva religión fracasaron; pero los conatos precedentes fueron, desde un punto de vista gubernamental, muy similares al suyo. Todos derivaban por igual su posibilidad de triunfo de las calamidades y el cansancio del orbe romano. Las religiones tradicionales de Grecia y Roma eran adecuadas para hombres interesados en el mundo terrenal, y esperanzados en la felicidad sobre la tierra. Asia, con una experiencia más larga de la desesperación, había desarrollado antídotos más eficaces en la forma de esperanzas ultramundanas; de todas ellas, el cristianismo fue la más efectiva para traer la consolación. Pero el cristianismo, para el tiempo en que se convirtió en la religión del Estado, había absorbido mucho de Grecia, y transmitió esto, junto con el elemento judaico, a las edades subsiguientes en el Occidente.

III. La unificación del gobierno y la cultura. Somos deudores, en primer lugar a Alejandro y luego a Roma, de que los logros de la gran época de Grecia no se perdieran para el mundo, como los del periodo minoano. En el siglo I antes de Cristo, un Gengis Kan, si por casualidad hubiera surgido uno, podría haber asolado todo lo que era importante en el mundo helénico; Jerjes, con un poco más de competencia, habría hecho de la civilización griega algo enormemente inferior a lo que fue después de ser rechazado. Consideremos el periodo desde Esquilo a Platón: todo lo que se hizo en este tiempo fue realizado por una minoría de la población de unas pocas ciudades comerciales. Estas ciudades, según mostró el futuro, no tenían gran capacidad para resistir a la conquista extranjera, más por un extraordinario golpe de buena suerte, sus conquistadores, macedonios y romanos, eran helenófilos, y no destruyeron lo que conquistaron, como Jerjes o Cartago hubieran hecho. La circunstancia de que hayamos conocido lo que llevaron a cabo

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los griegos en arte, literatura, filosofía y ciencia, se debe a la estabilidad introducida por los conquistadores occidentales, que tuvieron el buen sentido de admirar la civilización a la que sojuzgaron pero a la que hicieron lo posible por conservar.

En ciertos aspectos, políticos y éticos, Alejandro y los romanos fueron la causa de una filosofía mejor que cualquiera de las profesadas por los griegos en sus días de libertad. Los estoicos, como hemos visto, creían en la fraternidad del hombre y no limitaron sus simpatías a los griegos. El prolongado dominio de Roma habituó a los hombres a la idea de una sola civilización bajo un solo gobierno. Nosotros sabemos que había importantes partes del mundo que no estaban sometidas a Roma: la India y la China, más especialmente. Pero a los romanos les parecía que fuera del Imperio únicamente había tribus más o menos bárbaras, que podrían ser conquistadas cuando quiera que mereciese la pena hacer el esfuerzo. Esencial e idealmente, el Imperio, en la mente de los romanos, era mundial. Esta concepción pasó a la Iglesia, que fue ‘católica’ a pesar de los budistas, los confucianos y (más tarde) los mahometanos. Securus judicat orbis terrarum es una máxima de san Agustín, que encarna la doctrina de los últimos estoicos; debe su atractivo a la aparente universalidad del Imperio romano A lo largo de la Edad Media, después de la época de Carlomagno, la Iglesia y el Sacro Imperio Romano fueron mundiales en idea, aunque todos sabían que no lo eran de hecho. La concepción de una familia humana, una religión católica, una cultura universal y un Estado mundial, ha obsesionado el pensamiento de los hombres desde su realización aproximada por Roma.

El papel desempeñado por Roma en la ampliación del área de la civilización fue de inmensa importancia, La Italia septentrional, España, Francia y partes del oeste de Alemania, fueron civilizadas como consecuencia de su conquista violenta por las legiones romanas. Todas estas regiones

resultaron tan capaces de alcanzar alto nivel de cultura como Roma misma. En los momentos finales del Imperio de Occidente, la Galia produjo hombres que fueron por lo menos iguales a sus contemporáneos de zonas de más antigua civilización. Fue merced a la difusión de la cultura por Roma por lo que los bárbaros solo ocasionaron un eclipse temporal, no una oscuridad permanente. Cabe argüir que la calidad de la civilización nunca volvió a ser tan buena como en la Atenas de Perides; pero en un mundo de guerra y destrucción, la cantidad es, a la larga, casi tan importante como la calidad, y la cantidad fue debida a Roma.

IV. Los mahometanos como vehículo del helenismo. En el siglo VII, los discípulos del Profeta conquistaron Siria, Egipto y África del Norte; en el siglo siguiente, conquistaron España. Sus victorias fueron fáciles, y la lucha ligera. Salvo posiblemente durante los escasos años iniciales, no fueron fanáticos; los cristianos y los judíos no fueron molestados mientras pagaron el tributo. Muy pronto los árabes adquirieron la civilización del Imperio de Oriente, pero con la perspectiva de una política ascendente en lugar del tedio de la decadencia. Sus hombres instruidos leyeron a los autores griegos en traducción, o escribieron comentarios. La reputación de Aristóteles es principalmente debida a ellos; en la antigüedad no fue estimado al nivel de Platón.

Es instructivo considerar algunas palabras que derivan del árabe, tales como: álgebra, alcohol, alquimia, alambique, álcali, acimut, cenit. Con la excepción de ‘alcohol—que significaba, no una bebida, sino una sustancia usada en la química—, estas palabras darían una buena descripción de algunas de las cosas que debemos a los árabes. El álgebra había sido inventada por los griegos alejandrinos, pero fue proseguida por los mahometanos. ‘Alquimia’, ‘alambique’, ‘álcali’ son vocablos conectados con el intento de convertir los metales bajos en oro, que los árabes tomaron de los griegos, y en cuya

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búsqueda recurrieron a la filosofía griega. ‘Acimut’ o ‘cenit’ son términos astronómicos, principalmente útiles a los árabes en relación con la astrología.

El método etimológico oculta lo que debemos a los árabes en lo que atañe al conocimiento de la filosofía griega, porque, cuando fue de nuevo estudiada ésta en Europa, los vocablos técnicos requeridos se tomaron del griego y del latín. En filosofía, los árabes fueron mejores como comentadores que como pensadores originales, Su importancia, para nosotros, radica en que fueron ellos, y no los cristianos, los inmediatos herederos de aquellas partes de la tradición griega que solo el Imperio de Oriente había mantenido vivas, El contacto con los mahometanos, en España y en menor extensión en Sicilia, hizo que Occidente supiera de Aristóteles; y también de los guarismos arábigos, del álgebra y de la química. Fue este contacto el que inició el resurgimiento de la erudición en el siglo XI, que condujo a la filosofía escolástica, Fue más tarde, desde el siglo XIII en adelante, cuando el estudio del griego capacitó a los hombres para ir directamente a las obras de Platón, de Aristóteles y de otros escritores griegos de la antigüedad. Pero si los árabes no hubieran conservado la tradición, los hombres del Renacimiento podrían no haber sospechado cuánto había de ganarse con la renovación de las letras clásicas.

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“El despertar del hombre laico” Ernesto Sábato (2001): “El despertar el hombre laico”, Hombres. Argentina, s.d.e.

Cuando por primera vez estudié la historia mundial, en el colegio secundario, fui sorprendido por las extrañas virtudes del ejército turco, que más o menos se sintetizaban así: en 1453 tomaba a Constantinopla y ponía fin, de tal manera, a la Edad Media; inmediatamente, una cantidad de señores se ponían a refutar Aristóteles con pesas que caían de una torre y planos inclinados, o mirando a través del tubo de un telescopio.

Esta doctrina sobre las propiedades del ejército turco es bastante popular y, aunque no sea con tal nitidez, figura en muchos textos escolares. Y hasta tal punto domina en la enseñanza que al doblar el cabo del año 1453 se pasa a otro volumen y a otro año de estudios.

Cuando ya de grande me interesé por la historia de la ciencia, encontré que en aquella época tenebrosa que antecedió a la caída de Constantinopla los europeos habían inventado o reinventado la pólvora, la imprenta, las armas de fuego, la brújula, la pintura al óleo, las catedrales, el molino de viento, el molino de agua, las lentes, el tim6n, la esclusa, la forja de fuelle, la medicina y la cirugía, el reloj mecánico, los fundamentos de la ciencia experimental, los vitrales, los esmaltes, los mapas mate-máticos, la navegación de altura, la industria de los tejidos y del vidrio. ¿Quiénes habían elaborado todo eso?

En general, es peligroso cortar la historia en pedazos. Pero, si debemos buscar el viraje que originó nuestra civilización, hay que buscarlo en la época de las Cruzadas. Es ahí, en las comunas burguesas, donde

verdaderamente se inician los Tiempos Modernos, con una nueva concepción del hombre y su destino.

Entre el derrumbe del Imperio Romano y el despertar del siglo XII el mundo occidental se sume en lo que propiamente debería llamarse «edad media». El hombre se sumerge en los valores espirituales y sólo vive para Dios: el dinero y la razón emigran hacia mejores territorios, refugiándose en Bizancio, en el imperio musulmán, entre los judíos. Bajo la doble presión de la ética cristiana y del aislamiento militar, el hombre de Occidente renunció durante seis siglos a las dos potencias que mejor parecen representar los halagos de la materia y del pensamiento, la tentación del espíritu mundano.

Es difícil precisar por qué despierta Occidente. Lo que sucede es el resultado de infinitos factores, desde una ética hasta la belleza de una mujer, desde una estructura económica hasta el poder de convicción de un fanático a caballo. Es muy difícil, y a menudo muy bizantino, establecer las causas últimas de un acontecer histórico; parece mejor tomar el hecho en su totalidad, como una estructura cerrada. Hacia la época de las Cruzadas comienza el despertar de Occidente, gracias a un conjunto de factores concomitantes: el debilitamiento del poder musulmán, la relativa tranquilidad de las ciudades después de tantos siglos de lucha y destrucción, la pérdida de las esperanzas en el advenimiento del reino de Dios sobre la tierra, la reapertura del comercio mediterráneo. ¿Cuál de todos ellos es el factor último? No es fácil discriminarlo. Pero en cambio es fácil advertir que debajo

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de todos ellos actúan dos fuerzas fundamentales: la razón y el dinero.

El levantamiento de la razón comienza en el seno de la teología hacia el siglo XI, con Berengario de Tours. San Pedro Damián combate esta tentativa, manifestando su desconfianza por la ciencia y la filosofía, poniendo en duda la validez de las leyes del pensamiento y, en particular, la validez absoluta del principio de contradicción, que aunque rige en el mundo de lo finito -afirma- no rige para el ser divino.

La polémica se agudiza con Abelardo, quien sostiene que no se debe creer sin pruebas: sólo la razón debe decidir en pro o en contra. Es silenciado por San Bernardo, pero representa, en pleno siglo XII, el heraldo de los tiempos nuevos, en que la inteligencia, ya desenfrenada, no reconocerá otra soberanía que la de la razón. «¡Oh, Jesús! –exclamará un teólogo en estado de embriaguez racionalista- ¡Cuánto he reforzado y ensalzado Tu doc-trina! En verdad, si fuera Tu enemigo, podría invalidarla y refutarla con argumentos todavía más poderosos.»

Pero para que esa soberanía de la razón se estableciera, era menester el afianzamiento de su aliado el dinero. Entonces, toda la gigantesca estructura de la Iglesia y de la Feudalidad se vendrá abajo.

El dinero había aumentado silenciosamente su poderío en las comunas italianas desde las Cruzadas. La Primera Cruzada, la Cruzada por antonomasia; fue la obra de la fe cristiana y del espíritu de aventura de un mundo caballeresco, algo grande y romántico, ajeno a la idea de lucro. Pero la historia es tortuosa y era el destino de este ejército señorial servir casi exclusivamente al resurgimiento mercantil de Europa: no se conservaron ni el Santo Sepulcro ni Constantinopla, pero se reiniciaron las rutas comerciales con Oriente. Las Cruzadas promovieron el lujo y la riqueza y, con ellos, el ocio propicio a la meditación profana, el humanismo, la admiración por las ciudades de la antigüedad.

Así comenzó el poderío de las comunas italianas y de la clase burguesa. Durante los siglos XII y XIII, esta clase triunfa por todos lados. Sus luchas y su ascenso provo-caron transformaciones de tan largo alcance que hoy sentimos sus últimas consecuencias. Ya que nuestra crisis es la reducción al absurdo de aquella irrupción de la clase mercantil.

Del naturalismo a la máquina

Al despertar del largo ensueño del Medioevo, el hombre redescubre al mundo natural y al hombre natural, el paisaje y su propio cuerpo. Su realidad será ahora secular y profana, o tenderá a serlo cada vez más, pues una visión del mundo no cambia instantáneamente. Pero lo que importa es ver las líneas de fuerza que ocultamente empiezan a dirigir la orientación de una sociedad, la inquietud de sus hombres, la dirección de sus miradas; sólo así puede saberse lo que va a acontecer visiblemente varios siglos después. La profanidad de Rafael no se explica sin esa oculta tensión de las líneas de fuerza que empiezan a actuar en el siglo XII. Entre un Giotto y un Rafael -comienzo y fin de un proceso- hay toda la distancia que media entre un pequeño burgués profundamente cristiano, todavía sumergido hasta la cintura en la Edad Media, y un artista mundano, emancipado de toda religiosidad.

La vuelta a la naturaleza es un rasgo esencial de los comienzos renacentistas y se manifiesta tanto en el lenguaje popular como en las artes plásticas, en la literatura satírica como en la ciencia experimental. Los pintores y escultores descubren el paisaje y el desnudo. Y en el redescubrimiento del desnudo no sólo influye la tendencia general hacia la naturaleza, sino el auge de los estudios anatómicos y el espíritu igualitario de la pequeña burguesía: porque el desnudo, como la muerte, es democrático.

La primera actitud del hombre hacia a naturaleza fue de candoroso amor, como en

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San Francisco. Pero dice Max Scheler, amar y dominar son dos actitudes comple-mentarias y a ese amor desinteresado y panteístico siguió el deseo de dominaci6n, que había de caracterizar al hombre moderno. De este deseo nace la ciencia positiva, que no es ya mero conocimiento contemplativo, sino el instrumento para la dominación del universo. Actitud arrogante que termina con la hegemonía teológica, libera a la filosofía y enfrenta a la ciencia con el libro sagrado.

El hombre secularizado -animal instrumenticum- lanza finalmente la máquina contra la naturaleza, para conquistarla. Pero dialécticamente ella terminará dominando a su creador.

El diablo reemplaza a la metafísica

El fundamento del mundo feudal era la tierra; como consecuencia, esta sociedad es estática, conservadora y espacial. En cambio, el fundamento del mundo moderno es la ciudad; la sociedad resultante es dinámica, liberal y temporal. En este nuevo orden prevalece el tiempo sobre el espacio, porque la ciudad está dominada por el dinero y la razón, fuerzas móviles por excelencia. La dinámica es una rama moderna de la física, contemporánea de la industria y de la balística del Renacimiento; los antiguos sólo habían desarrollado la estática.

La característica de la nueva sociedad es la cantidad. El mundo feudal era un mundo cualitativo: el tiempo no se medía, se vivía en términos de eternidad y el tiempo era el natural de los pastores, del despertar y del descanso, del hambre y del comer, del amor y del crecimiento de los hijos, el pulso de la eternidad; era un tiempo cualitativo, el que corresponde a una comunidad que no conoce el dinero.

Tampoco se medía el espacio, y las dimensiones de las figuras en una ilustración no correspondían a las distancias ni a la perspectiva: eran expresión de la jerarquía. . Pero cuando irrumpe la mentalidad utilitaria, todo se cuantifica. En

una sociedad en que el simple transcurso del tiempo multiplica los ducados, en que «el tiempo es oro», es natural que se lo mida, y que se mida minuciosamente. Desde el siglo XV los relojes mecánicos invaden a Europa y el tiempo se convierte en una entidad abstracta y objetiva, numéricamente divisible. Habrá que llegar hasta la novela actual para que el viejo tiempo intuitivo sea recuperado por el hombre.

El espacio también se cuantifica. La empresa que fleta un barco cargado de valiosas mercancías no va a confiar en esos dibujos de una ecumene rodeada de grifos y sirenas: necesita cartógrafos, no poetas. El artillero que debe atacar una plaza fuerte necesita que el matemático le calcule el ángulo de tiro. El ingeniero civil que cons-truye canales y diques, máquinas de hilar y de tejer, bombas para minas; el constructor de barcos, el cambista, el ingeniero militar, todos ellos tienen necesidad de matemática y de un espacio cuadriculado.

El artista de aquel tiempo surge del artesano –en realidad es la misma persona- y es lógico que lleve al arte sus preocupaciones técnicas. Piero della Francesca, creador de la geometría descriptiva, introduce la perspectiva en la pintura. Entusiasmados con la novedad, los pintores italianos comienzan a emplear una perspectiva abun-dante y muy visible, como nuevos ricos de este arte geométrico. El viejo Ucello se extasía tanto ante el invento, que su mujer tiene que reclamarlo repetidas veces para la comida. Leonardo escribe en su Tratado: «Dispón luego las figuras de hombres vestidos o desnudos de la manera que te has propuesto hacer efectiva, sometiendo a la perspectiva las magnitudes y medidas, para que ningún detalle de tu trabajo resulte contrario a lo que aconsejan la razón y los efectos naturales.» Y en otro aforismo agrega: «La perspectiva, por consiguiente, debe ocupar el primer puesto entre todos los discursos y disciplinas del hombre. En su dominio, la línea luminosa se combina con las variedades de la demostración y se

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adorna gloriosamente con las flores de las matemáticas y más aún con las de la física.»

Según Alberti, el artista es ante todo un matemático, un técnico, un investigador de la naturaleza.

Y así, también, irrumpe la proporción. El intercambio comercial de las ciudades italianas con Oriente facilitó el retorno de las ideas pitagóricas, que habían sido corrientes en la arquitectura romana. Pero es con la emigración de los eruditos griegos de Constantinopla cuando en Italia comienza el real resurgimiento de Platón y, a través de él, de Pitágoras. Cosimo recoge a los sabios y él mismo sigue sus enseñanzas en la Academia de Florencia. De este modo, el misticismo numerológico de Pitágoras celebra matrimonio con el de los florines, ya que la aritmética regía - por igual el mundo de los poliedros y el de los negocios. Con razón sostiene Simmel que los negocios introdujeron en Occidente el concepto de exactitud numérica, que será la condición del desarrollo científico. El viejo tirano dejaba su:; múltiples preocupaciones para asistir, embelesado, a las discusiones académicas; y, por un complicado mecanismo, Sócrates lo aliviaba del último envenenado. Lo mismo, más tarde, su nieto Lorenzo: «Sin Platón, me sentiría incapaz de ser buen ciudadano y buen cristiano», aforismo paradojal que no le impedía degollar o ahorcar a sus enemigos políticos.

Nada muestra mejor el espíritu del tiempo que las obras de Luca Pacioli, especie de almacén en que se encuentran desde los inevitables elogios al Duque hasta las proporciones del cuerpo humano, desde contabilidad por partida doble hasta la trascendencia metafísica de la Divina Proporción: «Esta nuestra proporción, oh excelso Duque, es tan digna de prerrogativa y excelencia como la que más, con respecto a su infinita potencia, puesto que sin su conocimiento muchísimas cosas muy dignas de admiración, ni en filosofía ni en otra ciencia alguna, podrían venir a luz.» Sucesivamente la califica de divina

exquisita, inefable, singular, esencial, admirable, innominable, inestimable, excelsa, suprema, excelentísima, incomprensible y dignísima. Parece como si hablara del propio Duque de Milán.

Este concepto pitagórico tuvo influencia en casi todos los artistas de] Renacimiento italiano, así como en Durero. Pero también se extendió al campo de las ciencias, como puede observarse en los trabajos de Cardano, Tartaglia y Stevin. Finalmente, reaparece. en la mística de la armonía kepleriana y en las hipótesis estético-metafísicas que sirvieron de base a las investigaciones de Galileo. Porque los que piensan que los hombres de ciencia investigan sin prejuicios estético-metafísicos tienen una idea bastante singular de lo que es la investigación cien-tífica.

Este es el hombre moderno. Conoce las fuerzas que gobiernan al mundo, las tiene a su servicio, es el dios de la tierra: es el diablo. Su lema es: todo puede hacerse. Sus armas son el oro y la inteligencia. Su procedimiento es el cálculo.

Jacobo Loredano asienta en su Libro Mayor: «Al Dux Foscari, por la muerte de mi hijo y de mi tío.» Después de haber eliminado a Foscari y a su hijo, agrega: «Pagado.» Gianozzo Minnetti ve en Dios algo así como el maestro d’uno traffico. Villani considera que las donaciones y limosnas son una forma contractual de asegurarse la ayuda divina. Inocencio VIII instaura un banco de indulgencias, en donde se venden absoluciones por asesinatos. Esta mentalidad calculadora de los mercaderes se extiende en todas direcciones. Empieza por dominar la navegación, la arquitectura y la industria. Con las armas de fuego invade el arte de la guerra, a través de la balística y la fortificación. Se desvalorizan la lanza y la espada del caballero, a la bravura individual del señor a caballo sucede /a eficacia del ejército mercenario.

A estos ingenieros no les interesa la Causa Primera. El saber técnico toma el lugar de

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la preocupación metafísica, la eficacia y la precisión reemplazan a la angustia religiosa. Para juzgar hasta qué punto esto es en esencia del espíritu burgués, véase la crítica que Valéry hace a la metafísica en Leonardo y los filósofos: aunque falaz, es la misma que hace Leonardo, la misma que hacen los pragmatistas y positivistas, esos ingenieros de la filosofía.

La mentalidad calculadora invade finalmente la política: Maquiavelo es el ingeniero del poder estatal. Se impone una concepción dinámica e inescrupulosa, que no reconoce honor, ni derechos de sangre, ni tradición. ¡Qué lejos estamos de aquella cristiandad unida en su fe contra los infieles! El papa Alejandro VI intenta la alianza de los turcos contra los venecianos. Las dinastías se levantan y se liquidan mediante el puñal de asesinos a sueldo, a tantos ducados por cabeza. El poder es el ídolo máximo y no hay fuerzas que puedan impedir el desarrollo de los planes humanos. Leonardo, en sus laboriosas noches del hospital Santa María, inclinado sobre el pecho abierto de los cadáveres, busca el secreto de la vida y de la muerte, quiere ver cómo Dios crea seres vivos, ansía suplantarlo, exclama: «Voglio fare miracoli!»

Complejidad y drama del hombre renacentista

Estamos hablando de las fuerzas dominantes, pero es necesario que ahora consideremos las contrafuerzas. El Renacimiento, como cualquier época, sólo puede ser profundamente juzgado si se lo piensa como la lucha y la síntesis de fuerzas encontradas. La afirmación (provisoria y parcial) de que el Renacimiento es un proceso de secularización no implica negar el misticismo de Savonarola, o de Miguel Ángel. Bastaría sentir por un instante, en el Palazzo del Bargello, la tierna y estremecida actitud del San Giovannino, de Donatello, para comprender hasta qué punto es trivial aquella creencia sobre la mera

profanidad del Renacimiento.

Una doctrina no traduce unívocamente una época, sino se forma de manera compleja; en parte por el desarrollo autónomo y puramente intelectual de las ideas anteriores -por o en contra de esas ideas-, en parte como manifestación del espíritu de su tiempo. Y también esto de manera polémica: al espíritu religioso de la Edad Media sucede el espíritu profano de la burguesía; pero, al asumir éste sus formas más groseras, suscita la reacción mística de Savonarola. Artistas como Miguel Angel y Botticelli fueron intensamente conmovidos por esta reacción y no sólo no contradicen la profanidad del Renacimiento, sino que son su consecuencia.

Por eso es falso afirmar que «el Renacimiento es una vuelta a la antigüedad». La historia no retorna jamás. Lo que hay es un retorno de ciertas características del espíritu greca-latino, en la medida en que también había sido un espíritu ciudadano, el producto de una cultura de ciudades, una civilizaci6n.

Más las ciudades renacentistas eran ciudades distintas a las antiguas y bastaría la sola existencia del cristianismo para diferenciar radicalmente esta nueva civilización de la antigua. ¿Cómo sería posible comparar el realismo de un espíritu cristiano como Donatello con el realismo de un escultor griego?

La importancia del cristianismo se revela hasta en aquella actividad del espíritu que, por su naturaleza, parece más alejada: la ciencia positiva. Mucho se sorprenderían los anticlericales de barrio si se les dijese que la ciencia occidental nació gracias a la Iglesia, y no obstante es así. .

Creo posible explicar aquel proceso de la siguiente manera:

Durante la Edad Media, la Iglesia está caracterizada por dos temas: el dogma y la abstracción. La burguesía aparece caracterizada por los dos temas contrapuestos: la libertad y el realismo. Entre los clérigos y los burgueses están los

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humanistas. El sentido naturalista, concreto, vivo del humanismo, frente a la aridez escolástica, lo hace un aliado de la burguesía: con su paganismo, conmueve los fundamentos de la Iglesia, es revolucionario, ayuda al ascenso de la nueva clase; los dos temas de la burguesía -libertad y realismo- son los suyos propios; y no es extraño, en consecuencia, que la mayor parte de los humanistas proviniesen de la clase mercantil. Al otorgar a los escritos de los antiguos tanto valor como a la Biblia, el cristianismo se hizo irreconocible en estos hombres; la yuxtaposición de ambos cultos tenía que conducir a la indiferencia y finalmente al ataque de la moral cristiana y de las instituciones eclesiásticas, paso que dio Lorenzo Valla, esa especie de protestante avant la lettre. Pero en el momento en que el humanismo se extasía con la antigüedad, en el momento en que hace de su culto un juego cortesano y exquisito, se vuelve conservador y reaccionario: técnicos como Leonardo, los hombres que mejor representan el espíritu de la modernidad, mirarán como a charlatanes a los señores que se pasaban el día discutiendo en la Academia, a esos pedantes que habían vuelto la espalda al lenguaje popular para entregarse a la vana resurrección del latín, a esos presuntuosos que habían dejado de llamarse Fortiguerra o Wolfgang Schenk para convertirse, grandiosamente, en Carteromachus y Lupambulus Ganimedes. De esta manera, el humanismo pasa del tema de la libertad al tema del dogma, al dogma de la antigüedad. Y de la revolución pasa a la reacción.

En cuanto al burgués, había insurgido como realista, preocupándose solamente por lo que tenía delante de las narices, desconfiando de toda suerte de abstracciones. Pero con palancas y ruedas no se hace 1a ciencia moderna: es necesario unir los hechos en un esquema racional y abstracto. Por eso, paradojalmente, la ciencia positiva no pudo surgir sin la ayuda de la Iglesia, pues mientras su faz técnica y utilitaria proviene de la burguesía, su lado

teórico, la idea de una racionalidad del Universo (sin la cual ninguna ciencia es posible) proviene de la escolástica. De este modo, apenas la burguesía ha llegado a la etapa de la ciencia, hace suyo el tema de la abstracción, que caracterizaba a la escolástica, pero lo instrumenta a su modo, uniéndolo al saber concreto y utilitario, entrelazándolo a los poderes temporales de la máquina y el capitalismo y, a través del número, al tema de la belleza en la proporción, que era típico del humanismo. Y así, en este fugaz reinado pitagórico, oímos la última parte de una compleja partitura, en que todos los temas iniciales aparecen complicados y entrelazados de tal manera que apenas puede distinguirse a Platón de Aristóteles, a las preocupaciones prácticas de las metafísicas, a la aridez escolástica de la intuición concreta.

Pero esto no es todo. Además del cristianismo, hay dos fuerzas que complican aún más el proceso renacentista.

Como dice Jung, el proceso cultural consiste en una dominación progresiva de lo animal en el hombre, un proceso de domesticación que no puede llevarse a cabo sin rebeldía por parte de la naturaleza animal, ansiosa de libertad. De tiempo en tiempo, una especie de embriaguez acomete a la humanidad, que ha ido entrando por las vías de la cultura. La antigüedad experimentó esa embriaguez en las orgías dionisíacas, desbordadas de Oriente, y que constituyeron un elemento esencial y característico de la cultura clásica. Según la ley ya establecida por Heráclito de la enantiodromía, o contracorriente, todo marcha hacia su contrario, y a la orgía dionisíaca tenía que seguir, fatalmente, el ideal estoico y luego el ascetismo de Mitra y de Cristo; hasta que, con el Renacimiento, un nuevo tumultuoso y adolescente entusiasmo intenta el dominio del espíritu humano.

Este espíritu dionisíaco explica la duplicidad de muchos grandes hombres del Renacimiento, que en ciertos casos llevará hasta la neurosis. Un ejemplo sencillo lo

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tenemos en la ciencia: ni Leonardo, ni ninguno de los precursores, tuvieron una idea sistemática de la racionalidad. En todo el Renacimiento se asiste a una lucha entre la magia y la ciencia, entre el deseo de violar el orden natural - ¡Y qué sexual es hasta la misma expresión! y la convicción de que el poder sólo puede adquirirse en el respeto de ese orden. En uno de sus aforismos, dice Leonardo: «La naturaleza no quebranta jamás sus leyes»; pero en uno de sus arrebatos demiúrgicos, exclama con soberbia: «¡Quiero hacer milagros! » Es probable que su conciencia pensara en ese instante en milagros «científicos), pero es seguro que su inconsciencia soñaba con milagros genuinos. El Renacimiento está saturado de brujerías. La obra de los alquimistas y astrólogos es eminentemente renacentista, y no poco de la química y de la astrología de nuestro tiempo tiene origen en aquellas desaforadas investigaciones. El Renacimiento es demoníaco, por lo mismo que busca el dominio de la tierra. Roger Bacon, el doctor mirabilis, padre de nuestra ciencia experimental, era tenido por un poderoso mago: condensando el aire, había construido un puente de treinta millas entre Inglaterra y el continente, y por él había pasado con toda su comitiva, desvaneciéndolo detrás de sí.

Con el arte pasan cosas similares: la duplicidad del espíritu renacentista nos explica esa especie de insatisfacción neurótica que nos parece intuir en la obra de tantos artistas renacentistas, y quizá en los más grandes: ya en la angustiosa y romántica escultura de Miguel Ángel, como en la melancólica pintura de Botticelli. Como ha señalado Berdiaeff, el' hombre occidental ya no podía volver ingenuamente a la naturaleza, en el estado de ánimo del griego, porque de por medio estaba el cristianismo; y así, mientras los antiguos lograron la perfección en el arte, el Renacimiento sufrió siempre los efectos de ese radical desdoblamiento del espíritu: ímpetu profano, herencia cristiana. En los hombres del cuatrocientos se siente la añoranza por la perfección clásica, que ya

nunca más será alcanzable: la disociación que la conciencia cristiana ha establecido entre la vida divina y la terrena, entre lo eterno y lo perecedero, no podrá ser superada más en el curso de nuestra historia.

Esa disociación es más intensa en los países germánicos que en Italia, porque éste era un país antiguo, y no es asombroso que en ella hasta los mismos papas hayan sucumbido a la actitud profana. La irrupción gótica es la otra y potente fuerza de la modernidad, fuerza que ya oculta, ya aparente, hará que el conflicto básico de nuestra civilización sea más dramático, hasta terminar primero con la rebelión protestante y más tarde con la rebelión romántica y existencial. En la arquitectura gótica, angustiosamente estirada hacia arriba, incapaz de la medida y de la perfección grecolatina, ve Berdiaeff la materialización de ese conflicto del alma europea, de ese carácter de imposible que es el rasgo característico de toda la cultura cristiana.

En suma, si por Renacimiento consideramos no el mero, estrecho y falso concepto de los humanistas, sino el comienzo de los tiempos modernos, hay que tomarlo como el despertar del hombre profano, pero en un mundo profundamente transformado por lo gótico y lo cristiano. Como una civilización que simultáneamente produce palacios en estilo antiguo y catedrales góticas, pequeños burgueses anticlericales como Valla y espíritus religiosos como Miguel Ángel, literatura realista y satírica como Boccaccio y un vasto drama cristiano como La Divina Comedia. Olvidemos de una vez por todas las viejas fórmulas de los humanistas, para quienes el Renacimiento no era sino una vuelta a la antigüedad, como si jamás semejante milagro se hubiera producido; olvidemos sus teorías sobre la aberración del arte gótico y pensemos que justamente fueron las catedrales góticas el corazón de muchísimas comunas burguesas que se desarrollaron a partir de la primera Cruzada. Sólo podremos entender la

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complejidad del Renacimiento y el dramático dualismo de nuestro tiempo si admitimos que ese tiempo nuestro nació como interacción de los pueblos de distinta raza y tradición. Italia nunca perdió del todo la noción de ser un pueblo antiguo, ni olvidó jamás el esplendor grecolatino, que perduraba en las ruinas de sus foros, en sus acueductos y estatuas semiderruidas; y así como muchos soñamos con los irrecuperables instantes de la infancia, así los italianos imaginaban que de ese melancólico universo de ruinas podía realmente resurgir el portentoso pasado. En tanto que en aquellas ciudades nórdicas, formadas en torno de las fortalezas feudales, el surgimiento de la nueva civilización se iba a realizar con atributos más bárbaros y modernos, en ciudades esencialmente mercantiles, con las más típicas características del capitalismo moderno. Pero, al mismo tiempo, paradojalmente en apariencia, serían la cuna de las reacciones más vio lentas contra la nueva civilización: el romanticismo y el existencialismo.

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El Absolutismo y el Despotismo IlustradoJuan Brom (1977): Esbozo de Historia Universal. Editorial Grijalbo; México (Síntesis)

Aunque hay grandes diferencias en la situación particular de cada uno de los países, se distinguen con claridad algunas características generales en los acontecimientos que tienen lugar a partir del siglo XVI. Los reyes fortalecen su alianza con las ciudades, basada en la coincidencia de intereses. A ambos conviene un Estado centralizado, que permita el comercio y facilite las comunicaciones sobre un territorio extenso. Quedan abolidos o restringidos severamente los derechos de soberanía de los señores feudales, como los tributos al tráfico, el derecho de justicia mayor, el de acuñar moneda, el de mantener ejércitos propios. Muchos nobles obtienen importantes puestos, junto con elementos de la burguesía, pero como representantes del rey y ya no simplemente por su procedencia feudal. La alta nobleza se transforma en nobleza palaciega, cuya función ya no es política sino fundamentalmente decorativa. Donde más claramente se puede apreciar este desarrollo es en la corte de Luís XIV en Francia.

La Edad Media no conocía los Estados nacionales. Existía un enorme número de feudos más o menos soberanos, que formaban una unidad nominal bajo la dirección del Emperador y del Papa. En la época del absolutismo, aparecen o se consolidan más los Estados nacionales que, por una parte,"" absorben la soberanía de los feudos que los integran y, por otra, se independizan del gobierno imperial y papal. Esto se expresa en la teoría del "derecho divino" de los reyes, según el cual los soberanos responden directamente ante dios y no están sujetos ni al Papa ni al emperador, ni tampoco deben rendir cuentas a sus propios vasallos feudales. La frase atribuida a Luís XIV, "el Estado soy

yo", simboliza perfectamente la concentración del poder en el monarca.

A pesar de sus grandes transformaciones, la estructura básica de la sociedad no había cambiado. Los campesinos seguían en la servidumbre, lo que limitaba la fuerza de trabajo y el mercado disponible para la nueva burguesía, y dificultaba su desarrollo. Además, esta situación perpetuaba y acentuaba la miseria de las capas explotadas de la población.

La sociedad está estructurada en varias capas. La nobleza, a pesar de haber perdido su poderío político, conserva gran parte de sus privilegios económicos. De sus filas proviene la mayor parte de los altos funcionarios de la monarquía absoluta. El clero, estrechamente relacionado con la nobleza, tiene una organización semejante a la de ésta. Después de la moralización parcial provocada por la Reforma, había vuelto a introducirse una gran dispersión y se iba debilitando nuevamente el espíritu religioso entre los propios eclesiásticos católicos. Los dos estados privilegiados, la nobleza y el clero, se dividían en alta nobleza y alto clero por un lado y baja nobleza y bajo clero por el otro. Los primeros vivían en la corte, disfrutando de privilegios, mientras que los segundos llevaban una vida modesta. Sobre todo el bajo clero muchas veces se identificaba con las masas pobres de las ciudades y también del campo.

El "Tercer Estado" o "Estado Llano" estaba integrado por toda la población que no gozaba de privilegios. Su clase más importante era la burguesía, comercial e incipientemente industrial. La alianza entre ésta y la monarquía era la base fundamental del régimen absolutista. Sin embargo, su desarrollo chocaba con el régimen de

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servidumbre y con los numerosos privilegios feudales que subsistían. Cada vez más, la burguesía exige participar en el gobierno. Esto se expresa sobre todo en el movimiento de la "Ilustración", en que la razón humana desplaza la antigua fe en el dogma. Es un movimiento ideológico, que abarca sobre todo a la filosofía; prepara la gran revolución burguesa, que da fin a esta época e inaugura la siguiente.

El período de la Ilustración corresponde al "Despotismo Ilustrado". En éste los gobernantes conservan su poder absoluto, pero pretenden ya gobernar paternalmente a favor de sus pueblos. El régimen podría simbolizarse en el lema acuñado por José II de Austria: "todo para el pueblo, pero sin el pueblo"; o sea, el gobierno actúa a favor del pueblo, pero no permite la intervención de éste en las decisiones.

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Thomas Hobbes: El Corporeísmo y la Teoría del Absolutismo Político

Capítulo XI

1. SU VIDA Y SUS OBRAS

Thomas Hobbes nació en Malmesbury en 1588. Su madre lo dio a luz antes de tiempo, dominada por el terror que había suscitado la noticia de la llegada de la Armada invencible, por lo que en su Autobiografía Hobbes —en son de broma— afirma que su madre, junto con él había dado a luz un hermano gemelo: el miedo. Más allá de la broma, esto constituye un indicio claro de manera de pensar: su meditación acerca del absolutismo hunde sus raíces sobre todo en el terror ante las guerras que ensangrentaron su época. Aprendió con gran corrección, y con mucha rapidez, el latín y el griego, hasta el punto de que antes de cumplir los quince años ya era capaz de traducir Medea de Eurípides, del original griego a versos latinos. Este amor por las lenguas clásicas fue una constante en él: la primera obra de Hobbes que se imprimió fue una traducción de la Guerra del Peloponeso de Tucídides, y la última, una traducción de los poemas de Homero. Además, muchos escritos suyos (sus principales obras) están escritos en latín y a menudo con una prosa magnífica. El propio Bacon, hacia el final de su vida, apeló a la ayuda de Hobbes para traducir algunas de sus obras al latín.

Después de realizar sus estudios superiores en Oxford, apartir de 1608 fue nombrado preceptor de la poderosa casa de los Cavendish, condes de Devonshire, a la que estuvo vinculado durante mucho tiempo. También fue preceptor de Carlos Estuardo (el futuro Rey Carlos II), en 1646, esto es, durante el período en que la corte se había exiliado en Paris, al haber asumido Cromwell poderes dictatoriales en Londres. Al producirse la restauración de los Estuardo, Hobbes obtuvo una pensión del rey Carlos II (de quien, como sabemos,

había sido preceptor) y pudo así dedicarse con tranquilidad a sus estudios. Sin embargo, los últimos años de su vida se vieron amargados por las polémicas que suscitó su pensamiento tan audaz y, sobre todo, por las acusaciones de ateísmo y herejía, de las que tuvo que defenderse, dedicándose a profundos estudios en materia de jurisprudencia inglesa relativa a los delitos de herejía. Murió a los 91 años, en diciembre de 1679.

Hobbes pasó gran parte de su larga vida en Europa continental y, en especial, en su amada Francia. En 1610 realizó el primer viaje, al que siguieron otros dos en 1629 y 1634. Este último tuvo una importancia particular, ya que en él conoció personalmente a Galileo en Italia (sobre el cual, sin embargo, ya había tenido noticias en su primer viaje) y a Mersenne en Francia, quien le introdujo en el círculo de los cartesianos. Desde 1640 hasta 1651 vivió en Paris, en un exilio voluntario.

Entre sus obras, las fundamentales son las Objectiones ad cartesii Mediationes (1641), el De cive (1642), el De corpore (1655), el De homine (1658) y sobre todo el Leviatán, publicado en inglés en 1651, y en 1670 en latín, en Amsterdam (fue en especial esta redacción latina la que aseguró a Hobbes su fama más notable). Recordemos también Sobre la libertad y la necesidad (1654) y las Cuestiones concernientes a la libertad, la necesidad y el movimiento (1660). Entre sus ultimas obras hay que mencionar una historia de la Iglesia en verso titulada Historia eclesiástica carmine elegiaco concinnata (publicada póstumamente en 1688) y una autobiografía. Thomae Hobbesii vita (publicada en el mismo año de su muerte).

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5. LA TEORÍA DEL ESTADO ABSOLUTISTA

En la base del enfoque que Hobbes nos brinda acerca de la sociedad y del Estado hay dos supuestos fundamentales. 1) En primer lugar, nuestro filósofo admite que, aunque todos los bienes sean relativos, existe entre ellos un bien primero y originario, que es la vida y su conservación (por lo tanto, hay asimismo un primer mal, la muerte). 2) En segundo lugar. niega que existan una justicia y una injusticia naturales, puesto que no hay «valores» absolutos: éstos no son otra cosa que el fruto de convenciones establecidas por nosotros mismos, cognoscibles de manera perfecta y a priori, junto con todo lo que surge de ellas. Egoísmo y convencionalismo son, por lo tanto, los dos quicios de la nueva ciencia política que, según Hobbes, podrá desplegarse en cuanto sistema deductivo perfecto, al igual que el de la geometría euclidiana.

Para comprender de forma adecuada la nueva concepción política de Hobbes, conviene recordar que constituye la inversión más radical de la postura aristotélica clásica. El Estagirita, en efecto, sostenía que el hombre es un animal político, constituido de un modo tal que por su misma naturaleza está hecho para vivir junto con los demás en una sociedad políticamente estructurada. Además, Aristóteles asimilaba el hecho de que el hombre fuese animal político con el estado propio de otros animales también, por ejemplo las abejas y las hormigas, que al desear (y huir de) cosas semejantes y dirigiendo sus acciones hacia fines compartidos, forman agregados de manera espontánea. Hobbes discute con mucha viveza la proposición aristotélica y la comparación correspondiente. Para él, cada hombre es profundamente distinto de los demás hombres y en consecuencia está separado de ellos (es un átomo de egoísmo). Por lo tanto, cada hombre no se halla en absoluto ligado con los demás hombres por un consenso espontáneo como el de los

animales, que se basa en un apetito natural. En efecto, a) en primer lugar, entre los hombres hay motivos de disputas, envidias, odios, sediciones, que no existen entre los animales; b) en segundo lugar, el bien de los animales individuales que viven en sociedad no difiere del bien común, mientras que en el hombre el bien privado se distingue del bien publico; e) en tercer lugar, los animales no encuentran defectos en sus sociedades, mientras que el ser humano si cae en la cuenta de ellos y quiere introducir continuas novedades, que constituyen causas de discordias y de guerras: d) en cuarto lugar, los animales no poseen el don de la palabra, que con frecuencia en el hombre es un «clarín de guerra y de sedición»; e) en quinto lugar, los animales no se acusan entre sí, cosa que sí hacen los hombres; f) por último, en los animales existe un consenso natural, mientras que entre los hombres no es así.

El Estado, pues, no es algo natural sino artificial. Nace de la forma que veremos a continuación. Naturalmente, los hombres se hallan en una condición de guerra de todos contra todos. Cada uno tiende a apropiarse de todo lo que le sirve para su propia supervivencia y conservación. Como todos tienen derecho sobre todo y la naturaleza no ha colocado ningún límite, de aquí surge el inevitable predominio de unos sobre otros. En este contexto Hobbes utiliza la frase de Plauto homo homini lupus, «el hombre es un lobo para el hombre», cosa que sin embargo no posee aquel pesimismo moral, radical y lúgubre, que muchos han detectado, porque se limita a ser un mero calificativo estructural, que indica una situación a la que hay que poner remedio. Estas son sus palabras:

Ciertamente, se afirma con verdad que el hombre es un dios para el hombre y que el hombre es un lobo para el hombre Aquello, si comparamos entre sí a los conciudadanos, esto, si compararnos entre si a los Estados. En el primer caso, llega a asemejarse a Dios por la justicia y

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la caridad, las virtudes de la paz En el segundo. debido a la perversidad de los malvados, también los buenos han de recurrir —si quieren defenderse- a la fuerza y al engaño, las virtudes de la guerra; esto es, a la ferocidad de las bestias salvajes. Y aunque los hombres se reprochen mutuamente tal ferocidad, porque debido a una costumbre innata consideran que las propias acciones, en los demás, se hallan reflejadas como en un espejo, cambiando la izquierda por la derecha y la derecha por la izquierda; sin embargo, no puede ser un vicio aquello que constituye un derecho natural, derivado de la necesidad de la propia conservación.

En estas circunstancias, el hombre se arriesga a perder el bien primario, la vida, al hallarse expuesto en todo momento al peligro de una muerte violenta. Además, tampoco puede dedicarse a ninguna actividad industrial o comercial, ya que sus frutos resultarían siempre inseguros. No puede cultivar las artes ni dedicarse a ninguna otra actividad placentera. En suma: cada hombre permanece solitario, en su miedo a perder de manera violenta su vida, en cualquier momento. El hombre puede superar tal situación gracias a dos elementos básicos: a) determinados instintos y b) la razón.

a) Los instintos son el deseo de evitar la guerra continua, para salvar la vida, y la necesidad de procurarse lo necesario para la subsistencia.

b) La razón se entiende aquí no como un valor en sí, sitio como un instrumento apto para realizar aquellos deseos fundamentales.

Nacen así las leyes de naturaleza, que no son más que la racionalización del egoísmo, las normas que permiten satisfacer el instinto de autoconservación. Hobbes escribe: «Una ley de naturaleza (lex

naturali) es un precepto o una regla general descubierta por la razón, que prohíbe al hombre hacer aquello que resulte lesivo para su vida o que le quite los medios para preservarla, y omitir aquello que le sirva para conservarla mejor.»

Por lo general se mencionan las tres primeras, que son las principales. Sin embargo, en el Leviatán Hobbes enumera diecinueve. El modo en que las afirma y las deduce es una muestra excelente de cómo utilizaba el método geométrico aplicándolo a la ética, y cómo pretendía reintroducir con nuevos ropajes aquellos mismos valores que había excluido y sin los cuales se hace imposible edificar una sociedad.

1) La primera regla, de carácter fundamental, ordena esforzarse por buscar la paz. Hobhes sostiene: «Constituye un precepto o regla general el que todos los hombres deben esforzarse por la paz, siempre que haya esperanza de obtenerla, y cuando no se la pueda obtener, busque todas las ayudas y ventajas de la guerra. La primera parte de esta regla contiene la primera y fundamental ley de naturaleza, que es buscar la paz y conseguirla. La segunda, la culminación del derecho de naturaleza, que es defenderse con todos los medios posibles.»

2) La segunda regla impone renunciar al derecho sobre todo, a aquel derecho que se posee en el estado de naturaleza y que es el que desencadena todos los enfrentamientos. La regla prescribe «que un hombre esté dispuesto —siempre que los otros también lo estén, en lo que considere necesario para su propia paz y defensa— a abdicar de este derecho a todas las cosas; y que se contente con poseer tanta libertad en contra de los demás hombres, como la que él les concedería a los otros hombres en contra de él». Nuestro filósofo comenta que ésta «es la ley del Evangelio: todo lo que quieres que los otros te hagan, házselo a ellos; es la ley de todos los hombres: quod tibi fieri non vis, alteri ne feceris»

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3) La tercera ley manda, una vez que se ha renunciado al derecho sobre todo. «que se cumplan los pactos establecidos». De aquí nace la justicia y la injusticia (la justicia es atenerse a los pactos realizados; la injusticia consiste en transgredirlos).

A estas tres leyes básicas les siguen otras dieciséis, que resumimos brevemente.

4) La cuarta ley prescribe devolver los beneficios recibidos, de manera que los otros no se arrepientan de haberlos hecho y continúen haciéndolos; de aquí nacen la gratitud y la ingratitud.

5) La quinta prescribe que cada hombre tienda a adaptarse a los demás; de aquí surgen la sociabilidad y su opuesto.

6) La sexta prescribe que, cuando se posean las garantías debidas, hay que perdonar a aquellos que, arrepintiéndose, lo deseen.

7) La séptima prescribe que en las venganzas (o castigos) no se tenga en cuenta el mal recibido en el pasado, sino el bien futuro; el no observar esta ley da lugar a la crueldad.

8) La octava ley prescribe que no se manifieste odio o desprecio hacia los demás, a través de palabras, gestos o actos; la infracción de esta ley recibe el nombre de contumelia.

9) La novena ley prescribe que todos los hombres reconozcan a los demás como iguales a ellos por naturaleza: la infracción de esta ley es el orgullo.

10) La décima ley prescribe que nadie pretende que se le adjudique un derecho que no este dispuesto a adjudicar a todos los demás hombres; de aquí nacen la modestia y la arrogancia.

11) La undécima ley prescribe que, aquel a quien se confíe la tarea de juzgar entre un hombre y otro, debe comportarse de una manera equitativa entre los dos; de aquí nacen la equidad y la parcialidad.

Las ocho leyes restantes prescriben el uso compartido de las cosas indivisibles, la regla de confiar a la suerte (natural o

establecida de manera convencional) el disfrute de los bienes indivisibles, el salvoconducto para los mediadores de la paz, el arbitraje, las condiciones de idoneidad para juzgar de forma equitativa y la validez de los testimonios.

Estas leyes, empero, no son suficiente por sí mismas para constituir la sociedad, ya que es preciso que también exista un poder que obligue a respetarla.: los «pactos sin la espada que imponga que se respeten» no sirven para lograr el objetivo deseado. Por consiguiente, según Hobbes es preciso que todos los hombres encarguen a un único hombre (o a una asamblea) su representación.

Téngase en cuenta, sin embargo, que el pacto social no lo establecen los súbditos con su soberano, sino los súbditos entre sí. (El pacto social propuesto por Rousseau tendrá un carácter muy distinto; cf. p. 645ss.) El soberano permanece fuera del pacto, es el único depositario de las renuncias a los derechos que poseían antes los súbditos y, por lo tanto, el único que conserva todos los derechos originarios. Si también el soberano entrase en el pacto, no podrían eliminarse las guerras civiles, ya que muy pronto aparecerían diferentes enfrentamientos en la gestión del poder. El poder del soberano (o de la asamblea) es indivisible y absoluto. Se trata de la teoría más radical del Estado absolutista, que no se deduce del derecho divino (como había ocurrido en el pasado), sino del pacto social antes descrito.

Puesto que el soberano no entra en el juego de los pactos, una vez que ha recibido en sus manos todos los derechos de los ciudadanos, los detenta de manera irrevocable. Se halla por encima de la justicia (porque la tercera g1rtéual que las demás-- se aplica a los ciudadanos, pero no al soberano). También puede intervenir en cuestión de opiniones, juzgando, aprobando o prohibiendo determinadas ideas. Todos los poderes deben concentrarse en sus manos. La Iglesia misma debe estarle sometida. Por lo tanto, el Estado también

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intervendrá en materia de religión. Y como Hobbes cree en la revelación y en la Biblia, el Estado al que se refiere deberá arbitrar en materias de interpretación de las Escrituras y de dogmática religiosa, evitando así todo motivo de discordia. El absolutismo de este Estado es, realmente, total. —

6. EL LEVIATÁN. CONCLUSIONES ACERCA DE HOBBES

En la Biblia, en el libro de Job (caps. 40—41) se describe al Leviatán (que significa literalmente «cocodrilo») como un monstruo invencible. La larga descripción finaliza en estos términos:

Si lo despiertan, furioso se levanta,¿y quién podrá aguantar delante de el?

Lo alcanza a espada sin clavarse,lo mismo la lanza, jabalina o dardo.

Para él el hierro es sólo paja,el bronce, madera carcomida.

No lo ahuyentan los disparos del arco, cual polvillo le llegan las piedras de la

honda. Un junco la maza le parece, se ríe del venablo que silba.

Debajo de él tejas puntiagudas:un trillo que va pasando por el lodo. Hace del abismo una olla borbotante,

cambia el mar en pebetero.Deja iras de si una estela luminosa.

el abismo diríase una melena blanca.No hay en la tierra semejante a él,

que ha sido hecho intrépido.Mira a la cara a los más altos,

es rey de todos los hijos del orgullo

Hobbes utiliza el nombre de «Leviatán» para designar al Estado y como título de la obra que sintetiza todo su pensamiento. Al mismo tiempo, sin embargo, lo designa como «dios mortal», porque a él —por debajo del Dios inmortal— le debemos la paz y la defensa de nuestra vida. Esta doble denominación resulta sumamente significativa: el Estado absolutista que Hobbes edificó es, en realidad, mitad

monstruo y mitad dios mortal, como se afirma en el texto siguiente, de forma paradigmática:

El único camino para erigir un poder común que logre defender a ¡os hombres de las agresiones extranjeras y de las injurias reciprocas —asegurándoles así el que puedan alimentarse y vivir satisfechos con su propia industria y con los frutos de la tierra— reside en conferir todos sus poderes y toda su fuerza a un hombre o a una asamblea de hombres que pueda reducir todas sus voluntades mediante la pluralidad de las voces a una sola voluntad; esto equivale a designar a un hombre o una asamblea de hombres para que represente a su persona, de modo que cada uno acepte y se reconozca así mismo como autor de todo aquello que defiende el representante de su persona, de lo que haga o de lo que cause, en aquellas cosas que conciernen a la paz y a la seguridad comunes, sometiendo todas sus voluntades a la voluntad de él y todos sus juicios al juicio de él. Esto es más que el consentimiento o la concordia; es una unidad real de todos ellos en una sola y la misma persona, realizada mediante el pacto de cada hombre con todos los demás, de una forma que implica que cada hombre diga a todos los otros: autorizo y cedo mi derecho de gobernarme a mí mismo, a este hombre o a esta asamblea de hombres, con la condición de que tú le cedas tu derecho y autorices todas sus acciones de una manera similar. Cuando esto se lleva a cabo, a la multitud que se une así en una persona se la llama «Estado» en latín «civitas,». Así se origina aquel gran Leviatán, o más bien (hablando con mayor reverencia) aquel dios mortal al que debemos —

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bajo el Dios inmortal— nuestra paz y nuestra defensa. En efecto, mediante la autoridad que cada individuo ha concedido al Estado, es tan grande la fuerza y la potencia que le han sido conferidas y cuyo uso posee, que el terror que provocan es suficiente para conducir las voluntades de todos hacia la paz interior y hacia la ayuda recíproca en contra de los enemigos externos. En esto consiste la esencia del Estado que (Si queremos definirlo) es una persona de cuyos actos cada miembro de una gran multitud —mediante pactos recíprocos, cada uno en relación con el otro, y viceversa— se ha reconocido como autor, para que pueda utilizar la fuerza y los medios de todos en la forma que considere beneficioso para la paz y para la defensa común.

A Hobbes se le acusó de haber escrito el Leviatán para ganarse las simpatías de Cromwell, legitimando teóricamente la dictadura de éste, y poder así regresar a su patria. Sin embargo, se trata de una acusación infundada en gran parte, porque las raíces del pensamiento político de nuestro filósofo se hallan en las premisas características del corporeísmo ontológico, que niegan la dimensión espiritual y, por lo tanto, la libertad y los valores morales objetivos y absolutos, y también en su convencionalismo lógico.

También Hobbes fue acusado de ateísmo. Sin embargo, no fue ateo. La mitad de su Leviatán está dedicada a temas en los que la religión y el cristianismo ocupan el primer plano. En cambio, es cierto que su postura corporeísta —en contra de sus propias intenciones y afirmaciones— si llega hasta sus últimas consecuencias acaba por negar a Dios o, al menos, por convertir en problemática su existencia. El origen de las dificultades que aparecen en el pensamiento de Hobbes consiste en haber tomado a la ciencia geométrica y física como modelos

que la filosofía debía imitar. No obstante, los métodos de las ciencias matemáticas y naturales no pueden transferirse a la filosofía sin provocar unas limitaciones muy drásticas, que generan una serie de aporías indeseadas, cosa que en parte ya ocurre en Descartes, y que se constatará de un modo paradigmático en Kant. En cualquier caso, empero, éste es el signo distintivo de gran parte de la filosofía moderna, debido al influjo de la revolución científica de Galileo.

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Junto al Rey, el ParlamentoAlfonso Lazo (1980). Revoluciones del Mundo Moderno, Salvat Editores, Barcelona.

La burguesía inglesa había hecho una revolución que tenía entre sus objetivos principales acabar con el absolutismo, pero, paradójicamente vino a parar en otro sistema de poder personal y absoluto. Salir de semejante contradicción, es decir, mantener las conquistas burguesas y al mismo tiempo evitar la tiranía, fue algo que consiguieron los ingleses tras otra revolución, que en este caso resultó incruenta.

A la muerte de Cromwell, en 1658, el país estuvo a punto de sumirse de nuevo en la guerra civil a causa de los choques habidos entre los partidarios de la república y los que aspiraban a restablecer la monarquía. Afortunadamente, la crisis pudo ser superada. La alta burguesía inglesa, que necesitaba paz y orden para sus negocios y sentía pánico ante la anarquía, logró llegar a un pacto con la nobleza, y en 1660 la monarquía fue restaurada en la persona de Carlos II. A cambio de ello, el rey aceptaba que correspondía al Parlamento la elaboración de las leyes y la fijación de los impuestos, al tiempo que quedaban suprimidos los monopolios y privilegios de la aristocracia. Se había alcanzado así una situación de equilibrio entre el poder real y el parlamentario. Lo que ocurrió, sin embargo, fue que al morir Carlos II, su sucesor, el rey Jacobo II, de mentalidad absolutista y católico en un país de reformistas casi al cien por cien, provocó una situación en extremo delicada.

En teoría, el nuevo monarca podía haberse apoyado en la nobleza para restablecer la monarquía absoluta. Pero la nobleza no era católica, sino anglicana, y vio con gran disgusto que Jacobo permitiese la entrada de misioneros jesuitas en el reino. Por otra parte. lo nobles eran ya conscientes

de que el país no aceptaría sin resistencia una vuelta al absolutismo. Este estado de cosas fue lo que llevó a un nuevo acuerdo entre la aristocracia y la burguesía: ambas coincidieron en la necesidad de destronar al rey, acto que precisaba una justificación.

Toda revolución parte de una ideología previa, y esta existía ya en Inglaterra, extendida entre amplios sectores de la sociedad burguesa. Su mejor exponente fue el filósofo John Locke (1632-1704), que partía del principio de que el hombre, por su propia naturaleza, tenía derecho a la vida, la libertad y la propiedad, y que, por tanto, todo Gobierno debía respetar y proteger tales derechos. Es más, el mismo Estado había surgido de un acuerdo libre entre los hombres para proteger, precisamente, esos derechos fundamentales. De aquí se seguía una consecuencia importante: al surgir el Estado de un pacto previo entre los seres humanos, todo gobernante quedaba sometido a la decisión de la mayoría de los ciudadanos y no podía comportarse de manera dictatorial o despótica.

Convencidos, pues, de la licitud moral e intelectual de su intento de destronamiento, los enemigos del rey Jacobo II ofrecieron, en 1688, la corona de Inglaterra al príncipe holandés Guillermo de Orange, con la condición de que mantuviese el protestantismo y dejase gobernar al Parlamento, condición que aceptó, desembarcando seguidamente en tierras inglesas. Jacobo II, abandonado de todos, hubo de dejar el trono. Así, sin violencia, triunfaba una revolución que abolía definitivamente la monarquía absoluta e iniciaba la era del parlamentarismo inglés.

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El nuevo régimen resultaba distinto a todo lo anterior. De hecho, el poder íntegro residía en el Parlamento: dictaba las leyes, recaudaba los impuestos y elegía, en la práctica, al primer ministro, que ostentaba el poder ejecutivo; por su parte, el Rey reinaba pero no gobernaba. Con todo, no cabe llamarse a engaño: el triunfo de la revolución de 1688 no supuso el

advenimiento de la democracia, que tardaría en llegar, pues solo tenían derecho al voto la nobleza y los burgueses ricos. Pese a todo, y dado que en el resto de Europa continuaba imperando el absolutismo más puro, Inglaterra aparecía a Finales del siglo XVII como un faro de libertad, que atraía la mirada de los burgueses del continente.

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El ensayo sobre el Gobierno Civil de John Locke(1690)

J.J. Chevallier (1979). Los grandes textos políticos; Editorial, Aguilar. Madrid

Inglaterra que, en medio del siglo XVII, había dado a la literatura política el Leviathan, la muy grande obra del individualista autoritario que fue Tomás Hobbes, le da ahora, al final del mismo siglo, el Ensayo sobre el gobierno civil, debido a John Locke, individualista liberal. Hay, comenzando por el Leviathan, obras políticas más potentes que el Ensayo, pero apenas hay una cuya influencia haya sido tan profunda y tan durable sobre el pensamiento político. La obra de Locke le da al absolutismo los primeros golpes serios, si no los más furiosos, correspondiendo el mérito de estos últimos al pastor francés Jurieu en sus Cartas pastorales, refutadas por Bossuet. Estos golpes comienzan a estremecer el edificio absolutista, a abrir en él amplias fisuras, que vendrán a ensanchar los demoledores del siglo siguiente.

* * *

Siguiendo la moda intelectual de la época, Locke parte, pues, del estado de naturaleza y del contrato originario, que dio nacimiento a la sociedad política, al gobierno civil. Todo el problema está, para él, en fundar la libertad política sobre esas mismas nociones, de las que Hobbes extraía una justificación del absolutismo. Es la existencia de los derechos naturales del individuo en el estado de naturaleza la que va a proteger a este individuo de los abusos del poder en el estado de sociedad. ¿Cómo es esto posible? Pues porque, en primer lugar, el estado de naturaleza de Locke, contrariamente al de Hobbes, está regulado por la razón. Porque, en segundo lugar, contrariamente a Hobbes, los derechos naturales, lejos de ser objeto de una renuncia total por el contrato originario, lejos de desaparecer barridos por la

soberanía en el estado de sociedad subsisten. Y subsisten para fundar precisamente la libertad.

El estado de naturaleza es un estado de perfecta libertad y también un estado de igualdad (Hobbes también lo veía así). Pero el dulce Locke nos tranquiliza en seguida: este estado de libertad no es, en modo alguno, un estado de licencia y no implica, como tampoco el estado de igualdad, la guerra de todos contra todos que Hobbes nos pintaba con espantosos rasgos. Porque la razón natural «enseña a todos los hombres, si quieren consultarla, que siendo todos iguales e independientes nadie debe perjudicar a otro en su vida, en su salud, en su libertad, en su bien». Y, para que nadie intente invadir los derechos de otro, la naturaleza autorizó a todos a proteger y defender al inocente y a reprimir a los que hacen mal: es el derecho natural de castigar. Bien entendido, no se trata de algo «absoluto y arbitrario» (se ve cómo para Locke los dos términos son sinónimos); excluye en su ejercicio todos los furores de un corazón irritado y vindicativo; autoriza solamente las penas que la razón tranquila y la pura conciencia dictan y ordenan naturalmente, penas proporcionadas a la falta, que no tienden sino a reparar el daño que ha sido causado y a impedir que ocurra otro semejante en el porvenir. ¿Cómo ha podido confundir Hobbes estado de naturaleza y estado de guerra?

En el número de los derechos que pertenecen a los hombres en ese estado de naturaleza, pintado por un autor lleno de afabilidad, coloca Locke con insistencia la propiedad privada. Sin duda. Dios dio la tierra a los hombres en común; pero la razón, que también les dio, quiere que hagan de la tierra el uso más ventajoso y más cómodo. Esta comodidad exige cierta apropiación individual de los frutos de la

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tierra, primero, y de la tierra misma, después.

Esta apropiación está fundada en el trabajo del hombre y limitada por su capacidad de consumo: «tantas yugadas de tierra como el hombre puede labrar, sembrar y cultivar, y cuyos frutos puede consumir para su mantenimiento, son las que le pertenecen en propiedad». Justificación natural de la propiedad, anterior a toda invención social. La aparición del oro y de la plata cambiaría ¡todo esto, permitiendo la acumulación capitalista; pero no estamos todavía en esta etapa; estamos en ese estado de naturaleza idílico, según Locke, en que no puede, al parecer, haber disputas sobre la propiedad de otro, porque cada uno ve, sobre poco más o menos, qué porción de tierra le es necesaria y suficiente.

Pero si el estado de naturaleza no es el infierno de Hobbes, si reinan en él tanta gentileza y benevolencia, comprendemos mal por qué los hombres, gozando de tantas ventajas, se han despojado de ellas voluntariamente. Sí —nos dice en sustancia Locke para responder a la objeción—, los hombres estaban bien en el estado de naturaleza, pero se encontraban, no obstante, expuestos a ciertos inconvenientes que, sobre todo, corrían peligro de agravarse; y si prefirieron el estado de sociedad fue para estar mejor.

Cada uno, en el estado de naturaleza, es juez de su propia causa; cada uno, igual al otro. es, en cierto modo, rey; puede verse tentado a observar poco exactamente la equidad, a ser parcial en provecho propio y en el de sus amigos, por interés, amor propio, debilidad; puede sentirse tentado a castigar por pasión y venganza He aquí otras tantas graves amenazas para el mantenimiento de la libertad, de la igualdad natural, para el goce pacífico de la pro-piedad. En suma, el hombre, en ese estado de naturaleza a primera vista idílico, carece: de las leyes establecidas, conocidas, recibidas y aprobadas por consentimiento común; de los jueces reconocidos,

imparciales, cuyo fundamento estriba en la resolución de todas las diferencias conforme a esas leyes establecidas; en fin, de un poder coactivo capaz de asegurar la ejecución de los juicios fallados. Ahora bien: todo esto se encuentra en el estado de sociedad y, precisamente, caracteriza a este estado. Para beneficiarse de tales mejoras es para lo que los hombres cambiaron.

Los hombres -escribe sutilmente P. Haxard—eran naturalmente libres, pero para afirmar esta libertad eran jueces y partes, y para la defensa, ¿a quién apelar? Los hombres eran naturalmente iguales, pero para mantener esta igualdad contra las usurpaciones posibles, ¿qué recursos tenían? habrían caído en un perpetuo estado de guerra si no hubiesen delegado sus poderes en un gobierno capaz de salvaguardar la libertad y la igualdad primitivas; no formaban una horda, pero se habrían convertido en una horda si no se hubiesen precavido de ello.

Este cambio de estado—henos aquí en el corazón de la doctrina de Locke—no pudo operarse sino por consentimiento. Solo este consentimiento pudo fundar el cuerpo político.

Siendo los hombres naturalmente libres, iguales e independientes, ninguno puede ser sacado de este estado y ser sometido al poder político de otro sin su propio consentimiento, por el cual puede él convenir con otros hombres juntarse y unirse en sociedad para su conservación, para su seguridad mutua, para la tranquilidad de su vida, para gozar pacíficamente de lo que les pertenece en propiedad y para estar más al abrigo de los insultos de quienes pretendiesen perjudicarles v hacerles daño.

Locke insiste, se repite, para que ningún equívoco pueda reinar sobre este punto: «de tal manera que lo que dio nacimiento a una sociedad política y la estableció no fue otra cosa que el consentimiento de cierto

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número de hombres libres capaces de ser representados por el mayor número de ellos; y esto, y solo esto, fue lo que pudo dar comienzo en el mundo a un gobierno legítimo».

Esto, solo esto, y no—como enseñaban los absolutistas el poder paternal, del cual el poder real no habría sido sino la prolongación. No hay ninguna relación entre el poder paternal y el poder político. El niño nace libre, como nace racional, pero no ejercita inmediatamente ni su razón, ni su libertad; el gobierno del padre no tiene otra justificación que preparar al niño para ejercitar convenientemente, llegado el momento, esta razón y esta libertad, ponerle en estado de dar conscientemente su consentimiento (por lo menos, tácito) a la sociedad política.

Esto, solo esto, el consentimiento, y no la conquista (otra tesis absolutista):

Algunos tomaron la fuerza de las armas por el consentimiento del pueblo y consideraron las conquistas como la fuente y origen de los gobiernos. Pero las conquistas están lejos de ser el origen y el fundamento de los Estados como lo está la demolición de una casa do ser la verdadera causa de la construcción de otra en el mismo lugar. Es verdad que la destrucción de la forma de un Estado prepara frecuentemente el camino para otra nueva; pero sigue siendo cierto que sin el consentimiento del pueblo no se puede erigir jamás ninguna nueva forma de gobierno.

De ahí se sigue que el gobierno absoluto no puede ser legítimo, no puede ser considerado como un gobierno civil, pues el consentimiento de los hombres en el gobierno absoluto es inconcebible. ¿Cómo puede imaginarse que los hombres quieran colocarse en una situación peor que lo era la del estado de naturaleza y que puedan convenir en que:

Todos, a excepción de uno solo, se someterán exacta y rigurosamente a las leyes, y que este único privilegiado retendrá siempre toda la libertad del estado de naturaleza, aumentada por el poder y hecha licenciosa por la impunidad. Esto equivaldría a imaginarse que los hombres son bastante locos para cuidarse mucho de remediar los males que pudiesen causarles tuinas y zorras y para aceptar, en cambio—y hasta creer que sería muy dulce para ellos—, ser devorados por leones,

(Hobbes y su Leviathan están aquí visiblemente en el banquillo.)

¿Cabe imaginar, con los absolutistas, que el poder absoluto purifica la sangre de los hombres y eleva la naturaleza humana? ¡Basta, protesta Locke—en quien advertimos una mofa amarga—, haber leído la historia de este siglo o de cualquier otro para estar perfectamente convencido de lo contrario!

* * *

Admiremos ahora la ingeniosidad con que Locke va a injertar, sobre esta explicación del origen del gobierno civil, la distinción de los poderes, distinción que la lucha entre los reyes y el Parlamento había grabado en todos los espíritus ingleses.

El hombre en el estado de naturaleza tiene dos clases de poderes. Al entrar en el estado civil se despoja de ellos en provecho de lo sociedad, que los hereda. El hombre tiene el poder de hacer todo lo que juzgue a propósito para su conservación y para la conservación del resto de los hombres; se despoja de él a fin de que este poder sea regulado y administrado por las leyes de la sociedad, “las cuales reducen en varias cosas la libertad que se tiene por las leyes de la naturaleza” El hombre tiene, en segundo lugar, el poder castigar los crímenes cometidos contra las leyes naturales, es decir, el poder de emplear su fuerza natural en hacer ejecutar estas leyes como bien le parezca; se despoja de él para

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asistir y fortificar el poder ejecutivo de una sociedad política.

Así, la sociedad, heredera de los hombres libres del estado de naturaleza, posee, a su vez, dos poderes esenciales. Uno es el legislativo, que regula cómo las fuerzas de un Estado deben ser empleadas para la conservación de la sociedad y de sus miembros. El otro es el ejecutivo, que asegura la ejecución de las leyes positivas en el interior. En cuanto al exterior, los tratados, la paz y la guerra constituyen un tercer poder, ligado, por lo demás, normalmente al ejecutivo, y que Locke llama federativo.

El poder legislativo y el poder ejecutivo, en todas las Monarquías moderadas y en todos los gobiernos bien regulados, deben estar en diferentes manos. Hay para ello una primera razón puramente práctica, y es que el poder ejecutivo debe estar siempre dispuesto para hacer ejecutar las leyes; el poder legislativo no tiene necesidad de estar siempre en acción, pues no hay lugar para legislar constantemente: «No es siempre necesario hacer leyes, pero siempre lo es hacer ejecutar las que han sido hechas.» Una segunda razón, puramente psicológica, se agrega a esta: la tentación de abusar del poder se apoderaría de aquellos en cuyas manos se reuniesen los dos poderes. La manera deductiva, rica y clara con que nuestro autor desarrolla esta idea forma un contraste perfecto con la manera elíptica con que Montesquieu tratará más tarde el mismo tema, inspirándose, por lo demás, directamente en Locke.

Estos dos poderes distintos no son iguales entre sí, pues la primera y fundamental ley positiva de todos los Estados es la que establece el poder legislativo, el cual, tanto como las leyes funda-mentales de la naturaleza, debe tender a conservar la sociedad. El legislativo es, pues, el supremo poder; es sagrado; «no puede ser arrebatado a aquellos a quienes una vez fue confiado». Es el alma del cuerpo político, de la que

todos los miembros del Estado sacan todo lo que les es necesario para su conservación, su unión, su felicidad. Inevitable supremacía del poder que hace la ley, y a quien, por la fuerza de las cosas, corresponde la última palabra.

El poder ejecutivo es, pues, subordinado; pero guardémonos de ver en él un simple dependiente a las órdenes del legislativo, y confinado por él a un cometido subalterno de pura y simple ejecución. El bien de la sociedad exige que se dejen muchas cosas a la discreción de aquel que tiene el poder ejecutivo, pues el legislador no puede preverlo todo ni proveer a todo, y hasta hay casos en que una observancia estrecha y rígida de las leyes es capaz de causar «mucho perjuicio».

* * *

Pero ¿va a reconstituir Locke en provecho del Parlamento, legislativo supremo, sagrado, ese poder soberano, sin límites humanos, frenado solamente por el poder de Dios, que los absolutistas atribuían al monarca, sagrado también? El absolutismo no habría hecho entonces más que cambiar de manos, el derecho divino de depositario, y la corona, de cabeza.

No ocurre así, pues es aquí donde adquiere todo su alcance la anunciada diferencia entre la teoría de Hobbes y la de Locke, a saber: que los derechos naturales de los hombres, según Locke, no desaparecen a consecuencia del consentimiento dado a la sociedad, sino que, por el contrario, subsisten. Y subsisten para limitar el poder social y fundar la libertad.

Locke no se cansará de repetirlo: si los hombres salieron del estado de naturaleza, que estaba lejos de ser un infierno, pero que presentaba los inconvenientes que conocemos, fue para estar mejor; fue para estar más seguros de conservar mejor sus personas, su libertad, su propiedad, mal garantizadas en el estado de naturaleza. Por eso, el poder de la sociedad, encarnado en

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el primer jefe a través del legislativo, no puede suponerse jamás que deba extenderse más allá de lo que el bien público exige. No puede ser «absolutamente arbitrario», en cuanto a la vida y a los bienes del pueblo.

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Junto al Rey, el ParlamentoAlfonso Lazo (1980). Revoluciones del Mundo Moderno, Salvat Editores, Barcelona.

La burguesía inglesa había hecho una revolución que tenía entre sus objetivos principales acabar con el absolutismo, pero, paradójicamente vino a parar en otro sistema de poder personal y absoluto. Salir de semejante contradicción, es decir, mantener las conquistas burguesas y al mismo tiempo evitar la tiranía, fue algo que consiguieron los ingleses tras otra revolución, que en este caso resultó incruenta.

A la muerte de Cromwell, en 1658, el país estuvo a punto de sumirse de nuevo en la guerra civil a causa de los choques habidos entre los partidarios de la república y los que aspiraban a restablecer la monarquía. Afortunadamente, la crisis pudo ser superada. La alta burguesía inglesa, que necesitaba paz y orden para sus negocios y sentía pánico ante la anarquía, logró llegar a un pacto con la nobleza, y en 1660 la monarquía fue restaurada en la persona de Carlos II. A cambio de ello, el rey aceptaba que correspondía al Parlamento la elaboración de las leyes y la fijación de los impuestos, al tiempo que quedaban suprimidos los monopolios y privilegios de la aristocracia. Se había alcanzado así una situación de equilibrio entre el poder real y el parlamentario. Lo que ocurrió, sin embargo, fue que al morir Carlos II, su sucesor, el rey Jacobo II, de mentalidad absolutista y católico en un país de reformistas casi al cien por cien, provocó una situación en extremo delicada.

En teoría, el nuevo monarca podía haberse apoyado en la nobleza para restablecer la monarquía absoluta. Pero la nobleza no era católica, sino anglicana, y vio con gran disgusto que Jacobo permitiese la entrada de misioneros jesuitas en el reino. Por otra parte. lo nobles eran ya conscientes

de que el país no aceptaría sin resistencia una vuelta al absolutismo. Este estado de cosas fue lo que llevó a un nuevo acuerdo entre la aristocracia y la burguesía: ambas coincidieron en la necesidad de destronar al rey, acto que precisaba una justificación.

Toda revolución parte de una ideología previa, y esta existía ya en Inglaterra, extendida entre amplios sectores de la sociedad burguesa. Su mejor exponente fue el filósofo John Locke (1632-1704), que partía del principio de que el hombre, por su propia naturaleza, tenía derecho a la vida, la libertad y la propiedad, y que, por tanto, todo Gobierno debía respetar y proteger tales derechos. Es más, el mismo Estado había surgido de un acuerdo libre entre los hombres para proteger, precisamente, esos derechos fundamentales. De aquí se seguía una consecuencia importante: al surgir el Estado de un pacto previo entre los seres humanos, todo gobernante quedaba sometido a la decisión de la mayoría de los ciudadanos y no podía comportarse de manera dictatorial o despótica.

Convencidos, pues, de la licitud moral e intelectual de su intento de destronamiento, los enemigos del rey Jacobo II ofrecieron, en 1688, la corona de Inglaterra al príncipe holandés Guillermo de Orange, con la condición de que mantuviese el protestantismo y dejase gobernar al Parlamento, condición que aceptó, desembarcando seguidamente en tierras inglesas. Jacobo II, abandonado de todos, hubo de dejar el trono. Así, sin violencia, triunfaba una revolución que abolía definitivamente la monarquía absoluta e iniciaba la era del parlamentarismo inglés.

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El nuevo régimen resultaba distinto a todo lo anterior. De hecho, el poder íntegro residía en el Parlamento: dictaba las leyes, recaudaba los impuestos y elegía, en la práctica, al primer ministro, que ostentaba el poder ejecutivo; por su parte, el Rey reinaba pero no gobernaba. Con todo, no cabe llamarse a engaño: el triunfo de la revolución de 1688 no supuso el

advenimiento de la democracia, que tardaría en llegar, pues solo tenían derecho al voto la nobleza y los burgueses ricos. Pese a todo, y dado que en el resto de Europa continuaba imperando el absolutismo más puro, Inglaterra aparecía a Finales del siglo XVII como un faro de libertad, que atraía la mirada de los burgueses del continente.

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El ensayo sobre el Gobierno Civil de John Locke(1690)

J.J. Chevallier (1979). Los grandes textos políticos; Editorial, Aguilar. Madrid

Inglaterra que, en medio del siglo XVII, había dado a la literatura política el Leviathan, la muy grande obra del individualista autoritario que fue Tomás Hobbes, le da ahora, al final del mismo siglo, el Ensayo sobre el gobierno civil, debido a John Locke, individualista liberal. Hay, comenzando por el Leviathan, obras políticas más potentes que el Ensayo, pero apenas hay una cuya influencia haya sido tan profunda y tan durable sobre el pensamiento político. La obra de Locke le da al absolutismo los primeros golpes serios, si no los más furiosos, correspondiendo el mérito de estos últimos al pastor francés Jurieu en sus Cartas pastorales, refutadas por Bossuet. Estos golpes comienzan a estremecer el edificio absolutista, a abrir en él amplias fisuras, que vendrán a ensanchar los demoledores del siglo siguiente.

* * *

Siguiendo la moda intelectual de la época, Locke parte, pues, del estado de naturaleza y del contrato originario, que dio nacimiento a la sociedad política, al gobierno civil. Todo el problema está, para él, en fundar la libertad política sobre esas mismas nociones, de las que Hobbes extraía una justificación del absolutismo. Es la existencia de los derechos naturales del individuo en el estado de naturaleza la que va a proteger a este individuo de los abusos del poder en el estado de sociedad. ¿Cómo es esto posible? Pues porque, en primer lugar, el estado de naturaleza de Locke, contrariamente al de Hobbes, está regulado por la razón. Porque, en segundo lugar, contrariamente a Hobbes, los derechos naturales, lejos de ser objeto de una renuncia total por el contrato originario, lejos de desaparecer barridos por la

soberanía en el estado de sociedad subsisten. Y subsisten para fundar precisamente la libertad.

El estado de naturaleza es un estado de perfecta libertad y también un estado de igualdad (Hobbes también lo veía así). Pero el dulce Locke nos tranquiliza en seguida: este estado de libertad no es, en modo alguno, un estado de licencia y no implica, como tampoco el estado de igualdad, la guerra de todos contra todos que Hobbes nos pintaba con espantosos rasgos. Porque la razón natural «enseña a todos los hombres, si quieren consultarla, que siendo todos iguales e independientes nadie debe perjudicar a otro en su vida, en su salud, en su libertad, en su bien». Y, para que nadie intente invadir los derechos de otro, la naturaleza autorizó a todos a proteger y defender al inocente y a reprimir a los que hacen mal: es el derecho natural de castigar. Bien entendido, no se trata de algo «absoluto y arbitrario» (se ve cómo para Locke los dos términos son sinónimos); excluye en su ejercicio todos los furores de un corazón irritado y vindicativo; autoriza solamente las penas que la razón tranquila y la pura conciencia dictan y ordenan naturalmente, penas proporcionadas a la falta, que no tienden sino a reparar el daño que ha sido causado y a impedir que ocurra otro semejante en el porvenir. ¿Cómo ha podido confundir Hobbes estado de naturaleza y estado de guerra?

En el número de los derechos que pertenecen a los hombres en ese estado de naturaleza, pintado por un autor lleno de afabilidad, coloca Locke con insistencia la propiedad privada. Sin duda. Dios dio la tierra a los hombres en común; pero la razón, que también les dio, quiere que hagan de la tierra el uso más ventajoso y más cómodo. Esta comodidad exige cierta apropiación individual de los frutos de la

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tierra, primero, y de la tierra misma, después.

Esta apropiación está fundada en el trabajo del hombre y limitada por su capacidad de consumo: «tantas yugadas de tierra como el hombre puede labrar, sembrar y cultivar, y cuyos frutos puede consumir para su mantenimiento, son las que le pertenecen en propiedad». Justificación natural de la propiedad, anterior a toda invención social. La aparición del oro y de la plata cambiaría ¡todo esto, permitiendo la acumulación capitalista; pero no estamos todavía en esta etapa; estamos en ese estado de naturaleza idílico, según Locke, en que no puede, al parecer, haber disputas sobre la propiedad de otro, porque cada uno ve, sobre poco más o menos, qué porción de tierra le es necesaria y suficiente.

Pero si el estado de naturaleza no es el infierno de Hobbes, si reinan en él tanta gentileza y benevolencia, comprendemos mal por qué los hombres, gozando de tantas ventajas, se han despojado de ellas voluntariamente. Sí —nos dice en sustancia Locke para responder a la objeción—, los hombres estaban bien en el estado de naturaleza, pero se encontraban, no obstante, expuestos a ciertos inconvenientes que, sobre todo, corrían peligro de agravarse; y si prefirieron el estado de sociedad fue para estar mejor.

Cada uno, en el estado de naturaleza, es juez de su propia causa; cada uno, igual al otro. es, en cierto modo, rey; puede verse tentado a observar poco exactamente la equidad, a ser parcial en provecho propio y en el de sus amigos, por interés, amor propio, debilidad; puede sentirse tentado a castigar por pasión y venganza He aquí otras tantas graves amenazas para el mantenimiento de la libertad, de la igualdad natural, para el goce pacífico de la pro-piedad. En suma, el hombre, en ese estado de naturaleza a primera vista idílico, carece: de las leyes establecidas, conocidas, recibidas y aprobadas por consentimiento común; de los jueces reconocidos,

imparciales, cuyo fundamento estriba en la resolución de todas las diferencias conforme a esas leyes establecidas; en fin, de un poder coactivo capaz de asegurar la ejecución de los juicios fallados. Ahora bien: todo esto se encuentra en el estado de sociedad y, precisamente, caracteriza a este estado. Para beneficiarse de tales mejoras es para lo que los hombres cambiaron.

Los hombres -escribe sutilmente P. Haxard—eran naturalmente libres, pero para afirmar esta libertad eran jueces y partes, y para la defensa, ¿a quién apelar? Los hombres eran naturalmente iguales, pero para mantener esta igualdad contra las usurpaciones posibles, ¿qué recursos tenían? habrían caído en un perpetuo estado de guerra si no hubiesen delegado sus poderes en un gobierno capaz de salvaguardar la libertad y la igualdad primitivas; no formaban una horda, pero se habrían convertido en una horda si no se hubiesen precavido de ello.

Este cambio de estado—henos aquí en el corazón de la doctrina de Locke—no pudo operarse sino por consentimiento. Solo este consentimiento pudo fundar el cuerpo político.

Siendo los hombres naturalmente libres, iguales e independientes, ninguno puede ser sacado de este estado y ser sometido al poder político de otro sin su propio consentimiento, por el cual puede él convenir con otros hombres juntarse y unirse en sociedad para su conservación, para su seguridad mutua, para la tranquilidad de su vida, para gozar pacíficamente de lo que les pertenece en propiedad y para estar más al abrigo de los insultos de quienes pretendiesen perjudicarles v hacerles daño.

Locke insiste, se repite, para que ningún equívoco pueda reinar sobre este punto: «de tal manera que lo que dio nacimiento a una sociedad política y la estableció no fue otra cosa que el consentimiento de cierto

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número de hombres libres capaces de ser representados por el mayor número de ellos; y esto, y solo esto, fue lo que pudo dar comienzo en el mundo a un gobierno legítimo».

Esto, solo esto, y no—como enseñaban los absolutistas el poder paternal, del cual el poder real no habría sido sino la prolongación. No hay ninguna relación entre el poder paternal y el poder político. El niño nace libre, como nace racional, pero no ejercita inmediatamente ni su razón, ni su libertad; el gobierno del padre no tiene otra justificación que preparar al niño para ejercitar convenientemente, llegado el momento, esta razón y esta libertad, ponerle en estado de dar conscientemente su consentimiento (por lo menos, tácito) a la sociedad política.

Esto, solo esto, el consentimiento, y no la conquista (otra tesis absolutista):

Algunos tomaron la fuerza de las armas por el consentimiento del pueblo y consideraron las conquistas como la fuente y origen de los gobiernos. Pero las conquistas están lejos de ser el origen y el fundamento de los Estados como lo está la demolición de una casa do ser la verdadera causa de la construcción de otra en el mismo lugar. Es verdad que la destrucción de la forma de un Estado prepara frecuentemente el camino para otra nueva; pero sigue siendo cierto que sin el consentimiento del pueblo no se puede erigir jamás ninguna nueva forma de gobierno.

De ahí se sigue que el gobierno absoluto no puede ser legítimo, no puede ser considerado como un gobierno civil, pues el consentimiento de los hombres en el gobierno absoluto es inconcebible. ¿Cómo puede imaginarse que los hombres quieran colocarse en una situación peor que lo era la del estado de naturaleza y que puedan convenir en que:

Todos, a excepción de uno solo, se someterán exacta y rigurosamente a las leyes, y que este único privilegiado retendrá siempre toda la libertad del estado de naturaleza, aumentada por el poder y hecha licenciosa por la impunidad. Esto equivaldría a imaginarse que los hombres son bastante locos para cuidarse mucho de remediar los males que pudiesen causarles tuinas y zorras y para aceptar, en cambio—y hasta creer que sería muy dulce para ellos—, ser devorados por leones,

(Hobbes y su Leviathan están aquí visiblemente en el banquillo.)

¿Cabe imaginar, con los absolutistas, que el poder absoluto purifica la sangre de los hombres y eleva la naturaleza humana? ¡Basta, protesta Locke—en quien advertimos una mofa amarga—, haber leído la historia de este siglo o de cualquier otro para estar perfectamente convencido de lo contrario!

* * *

Admiremos ahora la ingeniosidad con que Locke va a injertar, sobre esta explicación del origen del gobierno civil, la distinción de los poderes, distinción que la lucha entre los reyes y el Parlamento había grabado en todos los espíritus ingleses.

El hombre en el estado de naturaleza tiene dos clases de poderes. Al entrar en el estado civil se despoja de ellos en provecho de lo sociedad, que los hereda. El hombre tiene el poder de hacer todo lo que juzgue a propósito para su conservación y para la conservación del resto de los hombres; se despoja de él a fin de que este poder sea regulado y administrado por las leyes de la sociedad, “las cuales reducen en varias cosas la libertad que se tiene por las leyes de la naturaleza” El hombre tiene, en segundo lugar, el poder castigar los crímenes cometidos contra las leyes naturales, es decir, el poder de emplear su fuerza natural en hacer ejecutar estas leyes como bien le parezca; se despoja de él para

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asistir y fortificar el poder ejecutivo de una sociedad política.

Así, la sociedad, heredera de los hombres libres del estado de naturaleza, posee, a su vez, dos poderes esenciales. Uno es el legislativo, que regula cómo las fuerzas de un Estado deben ser empleadas para la conservación de la sociedad y de sus miembros. El otro es el ejecutivo, que asegura la ejecución de las leyes positivas en el interior. En cuanto al exterior, los tratados, la paz y la guerra constituyen un tercer poder, ligado, por lo demás, normalmente al ejecutivo, y que Locke llama federativo.

El poder legislativo y el poder ejecutivo, en todas las Monarquías moderadas y en todos los gobiernos bien regulados, deben estar en diferentes manos. Hay para ello una primera razón puramente práctica, y es que el poder ejecutivo debe estar siempre dispuesto para hacer ejecutar las leyes; el poder legislativo no tiene necesidad de estar siempre en acción, pues no hay lugar para legislar constantemente: «No es siempre necesario hacer leyes, pero siempre lo es hacer ejecutar las que han sido hechas.» Una segunda razón, puramente psicológica, se agrega a esta: la tentación de abusar del poder se apoderaría de aquellos en cuyas manos se reuniesen los dos poderes. La manera deductiva, rica y clara con que nuestro autor desarrolla esta idea forma un contraste perfecto con la manera elíptica con que Montesquieu tratará más tarde el mismo tema, inspirándose, por lo demás, directamente en Locke.

Estos dos poderes distintos no son iguales entre sí, pues la primera y fundamental ley positiva de todos los Estados es la que establece el poder legislativo, el cual, tanto como las leyes funda-mentales de la naturaleza, debe tender a conservar la sociedad. El legislativo es, pues, el supremo poder; es sagrado; «no puede ser arrebatado a aquellos a quienes una vez fue confiado». Es el alma del cuerpo político, de la que

todos los miembros del Estado sacan todo lo que les es necesario para su conservación, su unión, su felicidad. Inevitable supremacía del poder que hace la ley, y a quien, por la fuerza de las cosas, corresponde la última palabra.

El poder ejecutivo es, pues, subordinado; pero guardémonos de ver en él un simple dependiente a las órdenes del legislativo, y confinado por él a un cometido subalterno de pura y simple ejecución. El bien de la sociedad exige que se dejen muchas cosas a la discreción de aquel que tiene el poder ejecutivo, pues el legislador no puede preverlo todo ni proveer a todo, y hasta hay casos en que una observancia estrecha y rígida de las leyes es capaz de causar «mucho perjuicio».

* * *

Pero ¿va a reconstituir Locke en provecho del Parlamento, legislativo supremo, sagrado, ese poder soberano, sin límites humanos, frenado solamente por el poder de Dios, que los absolutistas atribuían al monarca, sagrado también? El absolutismo no habría hecho entonces más que cambiar de manos, el derecho divino de depositario, y la corona, de cabeza.

No ocurre así, pues es aquí donde adquiere todo su alcance la anunciada diferencia entre la teoría de Hobbes y la de Locke, a saber: que los derechos naturales de los hombres, según Locke, no desaparecen a consecuencia del consentimiento dado a la sociedad, sino que, por el contrario, subsisten. Y subsisten para limitar el poder social y fundar la libertad.

Locke no se cansará de repetirlo: si los hombres salieron del estado de naturaleza, que estaba lejos de ser un infierno, pero que presentaba los inconvenientes que conocemos, fue para estar mejor; fue para estar más seguros de conservar mejor sus personas, su libertad, su propiedad, mal garantizadas en el estado de naturaleza. Por eso, el poder de la sociedad, encarnado en

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el primer jefe a través del legislativo, no puede suponerse jamás que deba extenderse más allá de lo que el bien público exige. No puede ser «absolutamente arbitrario», en cuanto a la vida y a los bienes del pueblo.

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Montesquieu. El Espíritu de las LeyesChevallier. Los grandes textos políticos. Aguilar Ediciones; 1979

LIBRO XI

De las leyes que dan origen a la libertad política en su relación con la constitución

CAPÍTULO I: Idea general.- Distingo las leyes que dan origen a la libertad política con relación a la constitución, de aquellas que lo hacen con relación al ciudadano. Las primeras constituyen el tema de este libro; trataré de las segundas en el libro siguiente.CAPÍTULO II: Diversos significados que se dan a la palabra libertad. No hay una palabra que haya recibido significaciones más diferentes y que haya impresionado los ánimos de maneras tan dispares como la palabra libertad. Unos la han considerado como la facultad de deponer a quien habían dado un poder tiránico; otros, como la facultad de elegir a quién deben obedecer; otros, como el derecho de ir armados y poder ejercer la violencia, y otros, por fin, como el privilegio de no ser gobernados más que por un hombre de su nación o por sus propias leyes. Durante largo tiempo algún pueblo hizo consistir la libertad en el uso de llevar una larga barba. No han faltado quienes asociando este nombre a una forma de Gobierno, excluyeron las demás. Los afectos al Gobierno republicano la radicaron en dicho Gobierno; los afectos al Gobierno monárquico la situaron en la Monarquía. En resumen, cada, cual ha llamado libertad al Gobierno que se ajustaba a sus costumbres o a sus inclinaciones. Ahora bien, como en una República no se tienen siempre a la vista y de manera tan palpable los instrumentos de los males que se padecen y las leyes aparentan jugar un papel más importante que sus ejecutores, se hace residir normalmente la libertad en las Repúblicas, excluyéndola de las Monarquías. Por último, como en las democracias parece que el pueblo hace poco más o menos lo que

quiere, se ha situado la libertad en este tipo de Gobierno, confundiendo el poder del pueblo con su libertad.CAPÍTULO III: Qué es la libertad.- Es cierto que en las democracias parece que el pueblo hace lo que quiere; pero la libertad política no consiste en hacer lo que uno quiera. En un Estado, es decir, en una sociedad en la que hay leyes, la libertad sólo puede consistir en poder hacer lo que se debe querer y en no estar obligado a hacer lo que no se debe querer.Hay que tomar consciencia de lo que es la independencia y de lo que es la libertad. La libertad es el derecho de hacer todo lo que las leyes permiten, de modo que si un ciudadano pudiera hacer lo que las leyes prohíben, ya no habría libertad, pues los demás tendrían igualmente esta facultad.CAPÍTULO IV: Continuación. del mismo tema.- La democracia y la aristocracia no son Estados librespor su naturaleza. La libertad política no se encuentra más que en los Estados moderados; ahora bien, no siempre aparece en ellos, sino sólo cuando no se abusa del poder. Pero es una experiencia eterna, que todo hombre que tiene poder siente la inclinación de abusar de él, yendo hasta donde encuentra límites. ¡Quién lo diría! La misma virtud necesita límites.Para que no se pueda abusar del poder es preciso que, por la disposición de las cosas, el poder frene al poder. Una constitución puede ser tal que nadie esté obligado a hacer las cosas no preceptuadas por la ley, -y a no hacer las permitidas.CAPÍTULO VI: De la constitución de Inglaterra.- Hay en cada Estado tres clases de poderes: el poder legislativo, el poder ejecutivo de los asuntos que dependen del derecho de gentes y el poder ejecutivo de los que dependen del derecho civil.Por el poder legislativo, el príncipe, o el magistrado, promulga leyes para cierto

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tiempo o para siempre, y enmienda o deroga las existentes. Por el segundo poder, dispone de la guerra y de la paz, envía o recibe embajadores, establece la seguridad, previene las invasiones. Por el tercero, castiga los delitos o juzga las diferencias entre particulares. Llamaremos a éste poder judicial, y al otro, simplemente, poder ejecutivo del Estado.La libertad política de un ciudadano depende de la tranquilidad de espíritu que nace de la opinión que tiene cada uno de su seguridad. Y para que exista la libertad es necesario- que el Gobierno sea tal que ningún ciudadano pueda temer nada de otro.Cuando el poder legislativo está unido al poder ejecutivo en la misma persona o en el mismo cuerpo, no hay libertad porque se puede temer que el monarca o el Senado promulguen leyes tiránicas para hacerlas cumplir tiránicamente.Tampoco hay libertad si el poder judicial no está separado del legislativo ni del ejecutivo. Si va unido al poder legislativo, el poder sobre la vida y la libertad de los ciudadanos sería arbitrario, pues el juez seria al mismo tiempo legislador. Si va unido al poder ejecutivo, el juez podría tener la fuerza de un opresor.Todo estaría perdido si el mismo hombre, el mismo cuerpo de personas principales, de los nobles o del pueblo, ejerciera los tres poderes: el de hacer las leyes, el de ejecutar las resoluciones públicas y el de juzgar los delitos o las diferencias entre particulares.(…)El poder judicial no debe darse a un Senado permanente, sino que lo deben ejercer personas del pueblo, nombradas en ciertas épocas del año de la manera prescrita por la ley, para formar un tribunal que sólo dure el tiempo que la necesidad lo requiera.De esta manera, el poder de juzgar, tan terrible para los hombres, se hace invisible y nulo, al no estar ligado a determinado estado o profesión. Como los jueces no están permanentemente a la vista, se teme a la magistratura, pero no a los magistrados.

Es preciso incluso que, en las acusaciones graves, el reo, conjuntamente con la ley, pueda elegir sus jueces, o al menos que pueda recusar tantos que, los que queden, puedan considerarse como de su elección.Los otros dos poderes podrían darse a magistrados o a cuerpos permanentes porque no se ejercen sobre ningún particular, y son, el uno, la voluntad general del Estado, y el otro, la ejecución de dicha voluntad general.Pero si los tribunales no deben ser fijos, sí deben serlo las sentencias, hasta el punto que deben corresponder siempre al texto expreso de la ley. Si fueran una opinión particular del juez, se viviría en la sociedad sin saber con exactitud los compromisos contraídos con ella.Es necesario además que los jueces sean de la misma condición que el acusado, para que éste no pueda pensar que cae en manos de gentes propensas a irrogarle daño.Si el poder legislativo deja al ejecutivo el derecho de encarcelar a los ciudadanos que pueden responder de su conducta, ya no habrá libertad, á menos que sean detenidos para responder, sin demora, a una acusación que la ley considere capital, en cuyo caso son realmente libres, puesto que sólo están sometidos al poder de la ley.Pero si el poder legislativo se creyera en peligro por alguna conjura secreta contra el Estado, o alguna inteligencia con los enemigos del exterior, podrá permitir al poder ejecutivo, por un periodo de tiempo corto y limitado, detener a los ciudadanos sospechosos, quienes perderían la libertad por algún tiempo, pero para conservarla siempre.(…)Puesto que en un Estado libre, todo hombre, considerado como poseedor de un alma libre, debe gobernarse por sí mismo, seria preciso que el pueblo en cuerpo desempeñara el poder legislativo.Pero como esto es imposible en los grandes Estados, y como está sujeto a mil inconvenientes en los pequeños, el pueblo deberá realizar por medio de sus

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representantes lo que no puede hacer por sí mismo.Se conocen mejor las necesidades de la propia ciudad que las de las demás ciudades y se juzga mejor sobre la capacidad de los vecinos que sobre la de los demás compatriotas. No es necesario, pues, que los miembros del cuerpo legislativo provengan, en general, del cuerpo de la nación, sino que conviene que, en cada lugar principal, les habitantes elijan un representante.La gran ventaja de los representantes es que tienen capacidad para discutir los asuntos. El pueblo en cambio no está preparado para esto, lo que constituye uno de los grandes inconvenientes de la democracia.Cuando los representantes han recibido de quienes los eligieron unas instrucciones generales, no es necesario que reciban instrucciones particulares sobre cada asunto, como se practica en las dietas de Alemania. Verdad es que, de esta manera, la palabra de los diputados seria más propiamente la expresión de la voz de la nación, pero esta práctica llevaría a infinitas dilaciones, haría a cada diputado dueño de los demás y, en los momentos más apremiantes, toda la fuerza de la nación podrá ser detenida por un capricho.(…).Todos los ciudadanos de los diversos distritos deben tener derecho a dar su voto para elegir al representante, exceptuando aquellos que se encuentren en tan bajo estado que se les considere carentes de voluntad propia.Existía un gran defecto en la mayor parte de las Repúblicas de la antigüedad: el pueblo tenía derecho a tomar resoluciones activas que requerían cierta ejecución, cosa de la que es totalmente incapaz. El pueblo no debe entrar en el Gobierno -más que para elegir a sus representantes, que es lo que está a su alcance. Pues si hay pocos que conozcan el grado exacto de la capacidad humana, cada cual es capaz, sin embargo, de saber, en general, si su elegido es más competente que los demás.

El cuerpo representante no debe ser elegido tampoco para tomar una resolución activa, lo cual noharía bien, sino para promulgar leyes o para ver si se han cumplido adecuadamente las que hubiera promulgado, cosa que no sólo puede realizar muy bien, sino que sólo él puede hacer.Hay siempre en los Estados personas distinguidas por su nacimiento, sus riquezas o sus honores que si estuvieran confundidas con el pueblo y no tuvieran más que un voto como los demás, la libertad común seria esclavitud para ellas y no tendrían ningún interés en defenderla, ya que la mayor parte de las resoluciones irían en contra suya. La parte que tomen en la legislación debe ser, pues, proporcionada a las demás ventajas que poseen en el Estado, lo cual ocurrirá si forman un cuerpo que tenga derecho a oponerse a las tentativas del pueblo, de igual forma que el pueblo tiene derecho a, oponerse a las suyas.De este modo, el poder legislativo se confiará al cuerpo de nobles y al cuerpo que se escoja para representar al pueblo; cada uno de ellos se reunirá en asambleas y deliberará con independencia del otro, y ambos tendrán miras e intereses separados.De los tres poderes de que hemos hablado, el de juzgar es, en cierto modo, nulo. No quedan más que dos que necesiten de un poder regulador para atemperarlos. La parte del cuerpo legislativo compuesta por nobles es muy propia para ello.El cuerpo de los nobles debe ser hereditario. Lo es, en principio, por su naturaleza, pero además es preciso que tenga gran interés en conservar sus prerrogativas, odiosas por sí mismas y en peligro continuo en un Estado libre.Pero un poder hereditario podría inclinarse a cuidar de sus intereses y a olvidar los del pueblo; y así en cosas susceptibles de fácil soborno, como las leyes concernientes a la recaudación del dinero, es necesario que dicho poder participe en la legislación en razón de su facultad de impedir, pero no por su facultad de estatuir.

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Llamo facultad de estatuir al derecho de ordenar por si mismo o de corregir lo que ha sido ordenado por otro, y llamo facultad de impedir al derecho de anular una resolución tomada por otro, lo que constituía la potestad de los tribunos en Roma. Aunque aquel que tiene la facultad de impedir tenga también el derecho de aprobar, esta aprobación no es, en este caso, más que la declaración de que no hace uso de su facultad de impedir, y se deriva de esta misma facultad.El poder ejecutivo debe estar en manos de un monarca, porque esta parte del Gobierno, que necesita casi siempre de una acción rápida, está mejor administrada por una sola persona que por varias; y al contrario, las cosas concernientes al poder legislativo se ordenan mejor por varios que por uno solo.Si no hubiera, monarca y se confiara el poder ejecutivo a cierto número de personas del cuerpo legislativo, la libertad no existiría, pues los dos poderes estarían unidos, ya que las mismas personas participarían en uno y otro.Si el cuerpo legislativo no se reuniera en asamblea durante un espacio de tiempo considerable, no habría libertad, pues sucederían una de estas dos cosas: o no existirían resoluciones legislativas, en cuyo caso el Estado caería en la anarquía, o dichas resoluciones serian tomadas por el poder ejecutivo, que se haría absoluto.Es inútil que el cuerpo legislativo esté siempre reunido: seria incómodo para los representantes y, por otra parte, ocuparía demasiado al poder ejecutivo, el cual no pensaría en ejecutar, sino en defender sus prerrogativas y su derecho de ejecutar.Además si el cuerpo legislativo estuviese continuamente reunido, podría suceder que sólo se nombraran nuevos diputados en el lugar de los que muriesen. En este caso, si el cuerpo legislativo se corrompiera, el mal no tendría remedio. Cuando varios cuerpos legislativos se suceden, si el pueblo tiene mala opinión del actual, pone sus esperanzas, con razón, en el que vendrá después. Pero si hubiera siempre un mismo

cuerpo, el pueblo no esperaría ya nada de sus leyes al verle corrompido; se enfurecería o caería en da indolencia.El cuerpo legislativo no debe reunirse a instancia propia, pues se supone que un cuerpo no tiene voluntad más que cuando está reunido en asamblea; si no sé reuniera unánimemente, no podría saberse qué parte es verdaderamente el cuerpo legislativo, si la que está reunida o la que no lo está.Si tuviera derecho a prorrogarse a sí mismo, podría ocurrir que no se prorrogase nunca, lo cual sería peligroso en el caso de que quisiera atentar contra el poder ejecutivo. Por otra parte, hay momentos más convenientes que otros para la asamblea del cuerpo legislativo; así pues, es preciso que el poder ejecutivo regule el momento de la celebración y la duración de .dichas asambleas, según las circunstancias que él conoce.Si el poder ejecutivo no posee el derecho de frenar las aspiraciones del cuerpo legislativo, éste será despótico, pues, como podrá atribuirse todo el poder imaginable aniquilará a los demás poderes.Recíprocamente el poder legislativo no tiene que disponer de la facultad de contener al poder ejecutivo, pues es inútil limitar la, ejecución, que tiene sus límites por naturaleza; y además, el poder ejecutivo actúa siempre sobre cosas momentáneas. Era éste el defecto del poder de los tribunos de Roma, pues no sólo ponía impedimentos a la legislación, sino también a la ejecución, lo cual causaba graves perjuicios.Pero si en un Estado libre el poder legislativo no debe tener derecho a frenar al poder ejecutivo, tiene, sin embargo, el derecho y debe tener la facultad de examinar cómo son cumplidas las leyes que ha promulgado.(…)Aunque, en general, el poder judicial no debe estar unido a ninguna parte del legislativo, hay, sin embargo, tres excepciones, basadas en el interés particular del que ha de ser juzgado.Los grandes están siempre expuestos a la envidia, y si fueran juzgados por el pueblo,

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podrían correr peligro, y además no serian juzgados por sus iguales, privilegio que tiene hasta el menor de los ciudadanos en un Estado libre. Así, pues, los nobles deben ser citados ante la parte del cuerpo legislativo compuesta por nobles, y no ante los tribunales ordinarios de la nación.Podría ocurrir que la ley, que es ciega y clarividente a la vez, fuera, en ciertos casos, demasiado rigurosa. Los jueces de la nación no son, como hemos dicho, más que el instrumento que pronuncia las palabras de la ley, seres inanimados que no pueden moderar ni la fuerza ni el rigor de las leyes.La parte del cuerpo legislativo que considerábamos como tribunal necesario, anteriormente, lo es también en esta ocasión: a su autoridad suprema corresponde moderar la ley en favor de la propia ley, fallando con menos rigor que ella.Pudiera también ocurrir que algún ciudadano violara los derechos del pueblo en algún asunto público y cometiera delitos que los magistrados no pudieran o no quisieran castigar. En general, el poder legislativo no puede castigar, y menos aún en este caso en que representa la parte interesada, que es el pueblo. Así, pues, sólo puede ser la parte que acusa, pero ¿ante quién acusará? No podrá rebajarse ante los tribunales de la ley que son inferiores y que además, al estar compuestos por personas pertenecientes al pueblo, como ella, se verían arrastrados por la autoridad de tan gran acusador. Para conservar la dignidad del pueblo y la seguridad del particular será preciso que la parte legislativa del pueblo acuse ante la parte legislativa de los nobles, la cual no tiene los mismos intereses ni las mismas pasiones que aquélla.Esta es la ventaja del Gobierno al que nos referimos sobre la mayor parte de las Repúblicas antiguas, donde existía el abuso de que el pueblo era al mismo tiempo juez y acusador.El poder ejecutivo, como hemos dicho, debe participar en la legislación en virtud de su facultad de impedir, sin lo cual pronto se vería despojado de sus prerrogativas.

Pero si el poder legislativo participa en la ejecución, el ejecutivo se perderá igualmente.Si el monarca participara en la legislación en virtud de su facultad de estatuir, tampoco habría libertad. Pero como le es necesario, sin embargo, participar en la legislación para defenderse, tendrá que hacerlo en virtud de su facultad de impedir. La causa del cambio de Gobierno en Roma fue que si bien el Senado tenía una parte en el poder ejecutivo, y los magistrados la `otra, no poseían, como el pueblo, la facultad de impedir.He aquí, pues, la constitución fundamental del Gobierno al que nos referimos: el cuerpo legislativo está compuesto de dos partes, cada una de las cuales tendrá sujeta a la otra por su mutua facultad de impedir, y ambas estarán frenadas por el poder ejecutivo que lo estará a su vez por el legislativo.Los tres poderes permanecerían así en reposo o inacción, pero, como por el movimiento necesario de las cosas, están obligados a moverse, se verán forzados a hacerlo de común acuerdo.El poder ejecutivo no puede entrar en el debate de los asuntos, pues sólo forma parte del legislativo por su facultad de impedir. Ni siquiera es necesario que proponga, pues, como tiene el poder de desaprobar las resoluciones, puede rechazar las decisiones de las propuestas que hubiera deseado no se hicieran.En algunas Repúblicas antiguas, en las que el pueblo en cuerpo discutía los asuntos, era natural que el poder ejecutivo los propusiera y los discutiera con él, sin lo cual se habría producido una extraordinaria confusión en las resoluciones.Si el poder ejecutivo estatuye sobre la recaudación de impuestos de manera distinta que otorgando su consentimiento, no habría tampoco libertad porque se transformaría en legislativo en el punto más importante de la legislación.Si el poder legislativo estatuye sobre la recaudación de impuestos, no de año en año, sino para siempre, corre el riesgo de

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perder su libertad porque el poder ejecutivo ya no dependerá de él.Cuando se tiene tal derecho para siempre, es indiferente que provenga, de si mismo o de otro.Ocurre lo mismo si legisla para siempre y no de año en año sobre las fuerzas de tierra y mar que debe confiar al poder ejecutivo.Para que el ejecutivo no pueda oprimir es preciso que los ejércitos que se le confían sean pueblo y estén animados del mismo espíritu que el pueblo, como ocurrió en Roma hasta la época de Mario. Y para que así suceda sólo existen dos medios: que los empleados en el ejército tengan bienes suficientes para responder de su conducta ante los demás ciudadanos y que no se alisten más que por un año, como se hacia en Roma, o si hay un cuerpo de tropas permanente, constituido por las partes más viles de la nación, es preciso que el poder legislativo pueda desarticularlo en cuanto lo desee, que los soldados convivan con los ciudadanos y que no haya campamentos separados, ni cuarteles, ni plazas dé guerra.Una vez formado el ejército, no debe depender inmediatamente del cuerpo legislativo, sino del poder ejecutivo, y ello por su propia naturaleza, ya que su misión consiste más en actuar que en deliberar.Es propio del ser humano que se dé más importancia al valor que a la timidez, a la actividad que a la prudencia, a la fuerza que a los consejos: el ejército menospreciará siempre al Senado y respetará a los oficiales. No dará importancia a órdenes que le vengan de un cuerpo compuesto por personas a quien estime tímidas y, por tanto, indignas de mandarle. Así, en cuanto el ejército dependa únicamente del cuerpo legislativo, el Gobierno se hará militar. Y si alguna vez ocurrió lo contrario fue a causa de circunstancias extraordinarias: bien porque el ejército estuviera siempre separado, bien porque estuviese compuesto de varios cuerpos que dependiesen cada uno de su provincia particular, bien porque las capitales -fueran plazas excelentes que se defendiesen únicamente por su situación y sin tener tropas.

Holanda está aún más segura que Venecia: si las tropas se sublevasen las aniquilaría haciéndolas morir de hambre; como no residen en ciudades que puedan suministrarles víveres, su subsistencia es precaria.En el caso en que el ejército esté gobernado por el cuerpo legislativo, ciertas circunstancias impiden al Gobierno hacerse militar, pero se caerá en otros inconvenientes y entonces será preciso que el ejército destruya al Gobierno o que el Gobierno debilite al ejército.Dicho debilitamiento derivará de una causa fatal: la debilidad misma del Gobierno.El que lea la admirable obra de Tácito “Sobre las costumbres de los germanos” se dará cuenta de que los ingleses han tomado de ellos la idea de su Gobierno político. Este magnifico sistema fue hallado en los bosques.Como todas las cosas humanas tienen un fin, el Estado del que hablamos, al perder su libertad, perecerá también. Roma, Lacedemonia y Cartago perecieron. Este Estado morirá cuando el poder legislativo esté más corrompido que el ejecutivo.No soy quien para examinar si los ingleses gozan ahora de libertad o no. Me basta decir que está establecida por las leyes, y no busco más.No pretendo con esto rebajar a los demás Gobiernos, ni decir que esta suma libertad política deba mortificar a los que sólo la tienen moderada. ¿Cómo lo iba a decir yo, que creo que el exceso de razón no es siempre deseable y que los hombres se adaptan mejor a los medios que a los extremos?Harrington, en su Oceana, ha examinado también cuál era el punto más alto de libertad que puede alcanzar la constitución de un Estado. Pero se puede decir de él que buscó la libertad después de haberla ignorado y que construyó Calcedonia, teniendo a la vista las costas de Bizancio.

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Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano

26 de agosto de 1789

Los representantes del pueblo francés, constituidos en Asamblea nacional, considerando que la ignorancia, el olvido o el menosprecio de los derechos del hombre son las únicas causas de las calamidades públicas y de la corrupción de los gobiernos, han resuelto exponer, en una declaración solemne, los derechos naturales, inalienables y sagrados del hombre, a fin de que esta declaración, constantemente presente para todos los miembros del cuerpo social, les recuerde sin cesar sus derechos y sus deberes; a fin de que los actos del poder legislativo y del poder ejecutivo, al poder cotejarse a cada instante con la finalidad de toda institución política, sean más respetados y para que las reclamaciones de los ciudadanos, en adelante fundadas en principios simples e indiscutibles, redunden siempre en beneficio del mantenimiento de la Constitución y de la felicidad de todos.

En consecuencia, la Asamblea nacional reconoce y declara, en presencia del Ser Supremo y bajo sus auspicios, los siguientes derechos del hombre y del ciudadano:

Artículo primero.- Los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos. Las distinciones sociales sólo pueden fundarse en la utilidad común.

Artículo 2.- La finalidad de toda asociación política es la conservación de los derechos naturales e imprescriptibles de¡ hombre. Tales derechos son la libertad, la propiedad, la seguridad y la resistencia a la opresión.

Artículo 3.- El principio de toda soberanía reside esencialmente en la Nación. Ningún cuerpo, ningún individuo, pueden ejercer

una autoridad que no emane expresamente de ella.

Artículo 4.- La libertad consiste en poder hacer todo aquello que no perjudique a otro: por eso, el ejercicio de los derechos naturales de cada hombre no tiene otros límites que los que garantizan a los demás miembros de la sociedad el goce de estos mismos derechos. Tales límites sólo pueden

ser determinados por la ley.

Artículo 5.- La ley sólo tiene derecho a prohibir los actos perjudiciales para la sociedad. Nada que no esté prohibido por la ley puede ser impedido, y nadie puede ser constreñido a hacer algo que ésta no ordene.

Artículo 6.- La ley es la expresión de la voluntad general. Todos los ciudadanos tienen derecho a contribuir a su elaboración, personalmente o por medio de sus representantes. Debe ser la misma para todos, ya sea que proteja o que sancione. Como todos los ciudadanos son iguales ante ella, todos son igualmente admisibles en toda dignidad, cargo o empleo públicos, según sus capacidades y sin otra distinción que la de sus virtudes y sus talentos.

Artículo 7.- Ningún hombre puede ser acusado, arrestado o detenido, como no sea en los casos determinados por la ley y con arreglo a las formas que ésta ha prescrito. Quienes soliciten, cursen, ejecuten o hagan ejecutar órdenes arbitrarias deberán ser castigados; pero todo ciudadano convocado o aprehendido en virtud de la ley debe obedecer de inmediato; es culpable si opone resistencia.

Artículo 8.- La ley sólo debe establecer penas estricta y evidentemente necesarias, y nadie puede ser castigado sino en virtud de una ley establecida y promulgada con

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anterioridad al delito, y aplicada legalmente.

Artículo 9.- Puesto que todo hombre se presume inocente mientras no sea declarado culpable, si se juzga indispensable detenerlo, todo rigor que no sea necesario para apoderarse de su persona debe ser severamente reprimido por la ley.

Artículo 10.- Nadie debe ser incomodado por sus opiniones, inclusive religiosas, a condición de que su manifestación no perturbe el orden público establecido por la ley.

Articulo 11.- La libre comunicación de pensamientos y de opiniones es uno de los derechos más preciosos del hombre; en consecuencia, todo ciudadano puede hablar, escribir e imprimir libremente, a trueque de responder del abuso de esta libertad en los casos determinados por la ley.

Artículo 12.- La garantía de los derechos de¡ hombre y del ciudadano necesita de una fuerza pública; por lo tanto, esta fuerza ha sido instituida en beneficio de todos, y no para el provecho particular de aquéllos a quienes ha sido encomendada.

Articulo 13.- Para el mantenimiento de la fuerza pública y para los gastos de administración. resulta indispensable una contribución común; ésta debe repartiese equitativamente entre los' ciudadanos, proporcionalmente a su capacidad.

Articulo 14.- Los ciudadanos tienen el derecho de comprobar, por sí mismos o a través de sus representantes, la necesidad de la contribución pública, de aceptarla libremente, de vigilar su empleo y de determinar su prorrata, su base, su recaudación y su duración.

Articulo 15.- La sociedad tiene derecho a pedir cuentas de su gestión a todo agente público.

Articulo 16.- Toda sociedad en la cual no esté establecida la garantía de los derechos, ni determinada la separación de los poderes, carece de Constitución.

Articulo 17.- Siendo la propiedad un derecho inviolable y sagrado, nadie puede ser privado de ella, salvo cuando la necesidad pública, legalmente comprobada, lo exija de modo evidente, y a condición de una justa y previa indemnización.

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Manifiesto del Partido Comunista. Karl Marx

Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo. Todas las fuerzas de la vieja Europa se han unido en santa cruzada para acosar a ese fantasma: el Papa y el zar, Metternich y Guizot, los radicales franceses y los polizontes alemanes.

¿Qué partido de oposición no ha sido motejado de comunista por sus adversarios en el Poder? ¿Qué partido de oposición a su vez, no ha lanzado, tanto a los representantes más avanzados de la oposición como a sus enemigos reaccionarios, el epíteto zahiriente de comunista?

De este hecho resulta una doble enseñanza:

Que el comunismo está ya reconocido como una fuerza por todas las potencias de Europa.

Que ya es hora de que los comunistas expongan a la faz del mundo entero sus conceptos, sus fines y sus aspiraciones; que opongan a la leyenda del fantasma del comunismo un manifiesto del propio Partido.

Con este fin, comunistas de diversas nacionalidades se han reunido en Londres y han redactado el siguiente Manifiesto, que será publicado en inglés, francés, alemán, italiano, flamenco y danés.  

I Burgueses y Proletarios  

La historia de todas las sociedades que han existido hasta nuestros días es las luchas de clases.

Hombres libres y esclavos, patricios y plebeyos, señores y siervos, maestros y oficiales, en una palabra: opresores y

oprimidos se enfrentaron siempre, mantuvieron una lucha constante, velada unas veces y otras franca y abierta; lucha que terminó siempre con la transformación revolucionaria de toda la sociedad o el hundimiento de las clases beligerantes.

En las anteriores épocas históricas encontramos casi por todas partes una completa división de la sociedad en diversos estamentos, una múltiple escala gradual de condiciones sociales. En la antigua Roma hallamos patricios caballeros, plebeyos y esclavos; en la Edad Media señores feudales, vasallos, maestros, oficiales y siervos, y, además, en casi todas estas clases todavía encontramos gradaciones especiales.

La moderna sociedad burguesa, que ha salido de entre las ruinas de la sociedad feudal, no ha abolido las contradicciones de clase. Únicamente ha sustituido las viejas clases, las viejas condiciones de opresión, las viejas formas de lucha por otras nuevas.

Nuestra época, la época de la burguesía, se distingue, sin embargo, por haber simplificado las contradicciones de clase. Toda la sociedad va dividiéndose, cada vez más en dos grandes campos enemigos, en dos grandes clases que se enfrentan directamente: la burguesía y el proletariado.

De los siervos de la Edad Media surgieron los villanos libres de las primeras ciudades; de este estamento urbano salieron los primeros elementos de la burguesía.

El descubrimiento de América y la circunnavegación de África ofrecieron a la burguesía en ascenso un nuevo campo de actividad. Los mercados de las Indias y de China, la colonización de América, el intercambio con las colonias, la

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multiplicación de los medios de cambio y de las mercancías en general imprimieron al comercio, a la navegación y a la industria un impulso hasta entonces desconocido, y aceleraron, con ello, el desarrollo del elemento revolucionario de la sociedad feudal en descomposición.

El antiguo modo de explotación feudal o gremial de la industria ya no podía satisfacer la demanda, que crecía con la apertura de nuevos mercados. Vino a ocupar su puesto la manufactura. La clase media industrial suplantó a los maestros de los gremios; la división del trabajo entre las diferentes corporaciones desapareció ante la división del trabajo en el seno del mismo taller.

Pero los mercados crecían sin cesar la demanda iba siempre en aumento. Ya no bastaba tampoco la manufactura. El vapor y la máquina revolucionaron entonces la producción industrial. La gran industria moderna sustituyó a la manufactura; el lugar de la clase media industrial vinieron a ocuparlo los industriales millonarios jefes de verdaderos ejércitos industriales, —los burgueses modernos.

La gran industria ha creado el mercado mundial ya preparado por el descubrimiento de América. El mercado mundial aceleró prodigiosamente el desarrollo del comercio, de la navegación y de todos los medios de transporte por tierra. Este desarrollo influyó a su vez en el auge de la industria, y a medida que se iban extendiendo la industria, el comercio, la navegación y los ferrocarriles, se desarrollaba la burguesía, multiplicando sus capitales y relegando a segundo término a todas las clases legadas por la Edad Media.

La burguesía moderna, como vemos, es por sí misma fruto de un largo proceso de desarrollo, de una serie de revoluciones en el modo de producción y de cambio.

(…) La burguesía ha desempeñado en la

historia un papel altamente revolucionario.

Dondequiera que ha conquistado el Poder, la burguesía ha destruido las relaciones feudales, patriarcales, idílicas. Las abigarradas ligaduras feudales que ataban al hombre a sus “superiores naturales” las ha desgarrado sin piedad para no dejar subsistir otro vínculo entre los hombres que el frío interés, el cruel “pago al contado”. Ha ahogado el sagrado éxtasis del fervor religioso, el entusiasmo caballeresco y el sentimentalismo del pequeño burgués en las aguas heladas del cálculo egoísta. Ha hecho de la dignidad personal un simple - valor de cambio. Ha sustituido las numerosas libertades escrituradas y bien adquiridas por la única y desalmada libertad de comercio. En una palabra, en lugar de la explotación velada por ilusiones religiosas y políticas, ha establecido una explotación abierta, descarada, directa y brutal.

La burguesía ha despojado de su aureola a todas las profesiones que hasta entonces se tenían por venerables y dignas de piadoso respeto. Al médico, al jurisconsulto, al sacerdote, al poeta, al sabio, los ha convertido en sus servidores asalariados.

La burguesía ha desgarrado el velo de emocionante sentimentalismo que encubría las relaciones familiares, y las redujo a simples relaciones de dinero.

(…) Espoleada por la necesidad de dar cada vez mayor salida a sus productos, la burguesía recorre el mundo entero. Necesita anidar en todas partes, establecer en todas partes, crear vínculos en todas partes.

Mediante la explotación del mercado mundial, la burguesía dio un carácter cosmopolita a la producción y al consumo de todos los países. Con gran sentimiento de los reaccionarios, ha quitado a la industria su base nacional. Las antiguas industrias nacionales han sido destruidas y

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están destruyéndose continuamente. Son suplantadas por nuevas industrias, cuya introducción se convierte en cuestión vital para todas las naciones civilizadas, por industrias que ya no emplean materias primas indígenas, sino materias primas venidas de las más lejanas regiones del mundo, y cuyos productos no sólo se consumen en el propio país, sino en todas las partes del globo. En lugar de las antiguas necesidades, satisfechas con productos nacionales, surgen necesidades nuevas, que reclaman para su satisfacción productos de los países más apartados y de los climas más diversos. En lugar del antiguo aislamiento de las regiones y naciones que se bastaban a sí mismas, se establece un intercambio universal, una interdependencia universal de las naciones. Y esto se refiere tanto a la producción intelectual de una nación se convierte en patrimonio común de todas. La estrechez y el exclusivismo nacionales resultan de día en día más imposibles; de las numerosas literaturas nacionales y locales se forma una literatura universal.

Merced al rápido perfeccionamiento de los instrumentos de producción y al constante progreso de los medios de comunicación, la burguesía arrastra a la corriente de la civilización a todas las naciones, hasta a las más bárbaras. Los bajos precios de sus mercancías constituyen la artillería pesada que derrumba todas las murallas de China y hace capitular a los bárbaros más fanáticamente hostiles a los extranjeros. Obliga a todas las naciones si no quieren sucumbir, a adoptar el modo burgués de producción, las constriñe a introducir la llamada civilización, es decir, a hacerse burguesas. En una palabra: se forja un mundo a su imagen y semejanza.

La burguesía ha sometido el campo al dominio de la ciudad. Ha creado urbes inmensas; ha aumentado enormemente la población de las ciudades en comparación con la del campo, substrayendo una gran

parte de la población al idiotismo de la vida rural. Del mismo modo que ha subordinado el campo a la ciudad, ha subordinado los países bárbaros o semibárbaros a los países civilizados, los pueblos campesinos a los pueblos burgueses, el Oriente al Occidente.

La burguesía suprime cada vez más el fraccionamiento de los medios de producción, de la propiedad y de la población. Ha aglomerado la población, centralizado los medios de producción y concentrado la propiedad en manos de unos pocos. La consecuencia obligada de ello ha sido la centralización política. Las provincias independientes, ligadas entre sí casi únicamente por lazos federales, con intereses, leyes, gobiernos y tarifas aduaneras diferentes, han sido consolidadas en una sola nación, bajo un solo gobierno, una sola ley, un solo interés nacional de clase y una sola línea aduanera.

La burguesía, con su dominio de clase, que cuenta apenas con un siglo de existencia, ha creado fuerzas productivas más abundantes y más grandiosas que todas las generaciones pasadas juntas. El sometimiento de las fuerzas de la naturaleza, el empleo de las máquinas, la aplicación de la química a la industria y a la agricultura, la navegación de vapor, el ferrocarril, el telégrafo eléctrico, la adaptación para el cultivo de continentes enteros, la apertura de los ríos a la navegación, poblaciones enteras surgiendo por encanto, como si salieran de la tierra. ¿Cuál de los siglos pasados pudo sospechar siquiera que semejantes fuerzas productivas dormitasen en el seno del trabajo social?

Hemos visto, pues, que los medios de producción y de cambio, sobre cuya base se ha formado la burguesía, fueron creados en la sociedad feudal. Al alcanzar un cierto grado de desarrollo estos medios de producción y de cambio, las condiciones en que la sociedad feudal producía y cambiaba, toda la organización feudal de la agricultura y de la industria manufacturera,

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en una palabra, las relaciones feudales de propiedad, cesaron de corresponder a las fuerzas productivas ya desarrolladas. Frenaban la producción en lugar de impulsarla. Se transformaron en otras tantas trabas. Era preciso romper esas trabas, y se rompieron.

En su lugar se estableció la libre concurrencia, con una constitución social y política adecuada a ella y con la dominación económica y política de la clase burguesa.

Ante nuestros ojos se está produciendo un movimiento análogo. Las relaciones burguesas de producción y de cambio, las relaciones burguesas de propiedad, toda esta sociedad burguesa moderna, que ha hecho surgir tan potentes medios de producción y de cambio, se asemeja al mago que ya no es capaz de dominar las potencias infernales que ha desencadenado con sus conjuros.

(…) Las armas de que se sirvió la burguesía para derribar al feudalismo se vuelven ahora contra la propia burguesía.

Pero la burguesía no ha forjado solamente las armas que deben darle muerte; ha producido también los hombres que empuñaron esas armas: los obreros modernos, los proletarios.

En la misma proporción en que se desarrollo la burguesía, es decir, el capital, se desarrolla también el proletariado, la clase de los obreros modernos, que no viven sino a condición de encontrar trabajo, y lo encuentran únicamente mientras su trabajo acrecienta el capital. Estos obreros, obligados a venderse al detal, son una mercancía como cualquier otro artículo de comercio, sujeta, por tanto, a todas las vicisitudes de la competencia, a todas las fluctuaciones del mercado.

El creciente empleo de las máquinas y la división del trabajo quitan al trabajo del

proletario todo carácter substantivo y le hacen perder con ello atractivo para el obrero. Este se convierte en un simple apéndice de la máquina, y sólo se le exigen las operaciones más sencillas, más monótonas y de más fácil aprendizaje. Por tanto, lo que cuesta hoy día al obrero se reduce poco más o menos a los medios de subsistencia indispensables para vivir y para perpetuar su linaje. Pero el precio del trabajo, como el de toda mercancía, es igual a su coste de producción por consiguiente, cuanto más fastidioso resulta el trabajo, más bajos los salarios. Más aún, cuanto más se desenvuelven el maquinismo y la división del trabajo, más aumenta la cantidad de trabajo bien mediante la prolongación de la jornada, bien por el aumento de trabajo exigido en un tiempo dado, la aceleración del movimiento de las máquinas, etcétera

La industria moderna ha transformado el pequeño taller del maestro patriarcal en la gran fábrica del capitalista industrial. Masas de obreros, hacinados en la fábrica, están organizados en forma militar. Como soldados rasos de la industria, están colocados bajo la vigilancia de una jerarquía completa de oficiales y suboficiales. No son solamente esclavos de la clase burguesa, del Estado burgués, sino diariamente, a todas horas, esclavos de la máquina, del capataz y, sobre todo, del patrón de la fábrica. Y este despotismo es tanto más mezquino, odioso y exasperante, cuanto mayor es la franqueza con que se proclama que no tiene otro fin que el lucro.

Cuanto menos habilidad y fuerza requiere el trabajo manual, es decir, cuanto mayor es el desarrollo de la industria moderna, mayor es la proporción en que el trabajo de los hombres es suplantado por el de las mujeres y los niños. Por lo que respecta a la clase obrera, las diferencias de edad y sexo pierden toda significación social. No hay más que instrumentos de trabajo, cuyo costo varía según la edad y el sexo.

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Una vez que el obrero ha sufrido la explotación del fabricante y ha recibido su salario en metálico, se convierte en víctima de otros elementos de la burguesía: el casero, el tendero, el prestamista, etcétera.

Pequeños industriales, pequeños comerciantes y rentistas. Artesanos y campesinos, toda la escala inferior de las clases medias de otro tiempo, caen en las filas del proletariado; unos, porque sus pequeños capitales no les alcanzan para acometer grandes empresas industriales y sucumben en la competencia con los capitalistas más fuertes; otros, porque su habilidad profesional se ve despreciada ante los nuevos métodos de producción. De tal suerte, el proletariado se recluta entre todas las clases de la población. El proletariado pasa por diferentes etapas de desarrollo. Su lucha contra la burguesía comienza con su surgimiento.

Al principio, la lucha es entablada por obreros aislados, después, por los obreros de una misma fábrica, más tarde, por los obreros del mismo oficio de la localidad contra el burgués aislado que los explota directamente. No se contentan con dirigir sus ataques contra las relaciones burguesas de producción, y los dirigen contra los mismos instrumentos de producción: destruyen las mercancías extranjeras que les hacen competencia, rompen las máquinas, incendian las fábricas, intentan reconquistar por la fuerza la posición perdida del trabajador de la Edad Media.

(…) De todas las clases que hoy se enfrentan con la burguesía, sólo el proletariado es una clase verdaderamente revolucionaria. Las demás clases van degenerando y desaparecen con el desarrollo de la gran industria; el proletariado, en cambio, es su producto más peculiar.

Las capas medias —el pequeño industrial, el pequeño comerciante, el artesano, el campesino—, todas ellas luchan

contra la burguesía para salvar de la ruina su existencia como tales capas medias. No son, pues, revolucionarias, sino conservadoras. Más todavía, son reaccionarias, ya que pretenden volver atrás la rueda de la Historia. Son revolucionarias únicamente cuando tienen ante sí la perspectiva de su tránsito inminente al proletariado, defendiendo así no sus intereses presentes, sino sus intereses futuros, cuando abandonan sus propios puntos de vista para adoptar los del proletariado.

El lumpen proletariado, ese producto pasivo de la putrefacción de las capas más bajas de la vieja sociedad. Puede a veces ser arrastrado al movimiento por una revolución proletaria; sin embargo, en virtud de todas sus condiciones de vida está más bien dispuesto a venderse a la reacción para servir a sus maniobras.

Las condiciones de existencia de la vieja sociedad están ya abolidas en las condiciones de existencia del proletariado. El proletariado no tiene propiedad; sus relaciones con la mujer y con los hijos no tienen nada de común con las relaciones familiares burguesas; el trabajo industrial moderno, el moderno yugo del capital, que es el mismo en Inglaterra que en Francia, en Norteamérica que en Alemania, despoja al proletariado de todo carácter nacional. Las leyes, la moral, la religión, son para él meros prejuicios burgueses, detrás de los cuales se ocultan otros tantos intereses de la burguesía.

(…) Todos los movimientos han sido hasta ahora realizados por minorías o en provecho de minorías. El movimiento proletario es el movimiento independiente1[16] de la inmensa mayoría en provecho de la inmensa mayoría.

El proletariado, capa inferior de la sociedad actual; no puede levantarse, no

1

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puede enderezarse, sin hacer saltar toda la superestructura formada por las capas de la sociedad oficial.

Por su forma, aunque no por su contenido, la lucha del proletariado contra la burguesía es primeramente una lucha nacional. Es natural que el proletariado de cada país debe acabar en primer lugar con su propia burguesía.

Al esbozar las fases más generales del desarrollo del proletariado, hemos seguido el curso de la guerra civil más o menos oculta que se desarrolla en el seno de la sociedad existente, hasta el momento en que se transforma en una revolución abierta, y el proletariado, derrocando por la violencia a la burguesía, implanta su dominación.

Todas las sociedades anteriores, como hemos visto, han descansado en el antagonismo entre clases opresoras y oprimidas. Mas para oprimir a una clase, es preciso asegurarle unas condiciones que le permitan, por lo menos, arrastrar su existencia de esclavitud.

(…) La condición esencial de la existencia y de la dominación de la clase burguesa es la acumulación de la riqueza en manos de particulares la formación y el acrecentamiento del capital. La condición de existencia del capital es el trabajo asalariado. El trabajo asalariado descansa exclusivamente sobre la competencia de los obreros entre sí. El progreso de la industria, del que la burguesía, incapaz de oponérsele, es agente involuntario, sustituye el aislamiento de los obreros, resultante de la competencia, por su unión revolucionaria mediante la asociación. Así, el desarrollo de la gran industria socava bajo los pies de la burguesía las bases sobre las que ésta produce y se apropia lo producido. La burguesía produce, ante todo, sus propios sepultureros. Su hundimiento y la victoria del proletariado son igualmente inevitables.

II Proletarios y Comunistas

  ¿Qué relación mantienen los comunistas con respecto a los proletarios en general?

Los comunistas no forman un partido aparte, opuesto a los otros partidos obreros. No tienen intereses algunos que no sean los intereses del conjunto del proletariado. No proclaman principios especiales a los que quisieran amoldar el movimiento proletario.

Los comunistas sólo se distinguen de los de más partidos proletarios en que, por una parte, en las diferentes luchas nacionales de los proletarios, destacan y hacen valer los intereses comunes a todo el proletariado, independientemente de la nacionalidad; y, por otra parte, en que, en las diferentes fases de desarrollo porque pasa la lucha entre el proletariado y la burguesía, representan siempre los intereses del movimiento en su conjunto.

Prácticamente, los comunistas son, pues, el sector más resuelto de los partidos obreros de todos los países, el sector que siempre impulsa adelante a los demás; teóricamente, tienen sobre el resto del proletariado la ventaja de su clara visión de las condiciones, de la marcha y de los resultados generales del movimiento proletario.

El objetivo inmediato de los comunistas es el mismo que el de todos los demás partidos proletarios: constitución de los proletarios en clase, derrocamiento de la dominación burguesa, conquista del Poder político por el proletariado.

Las tesis teóricas de los comunistas no se basan en modo alguno en ideas y principios inventados o descubiertos por tal o cual reformador del mundo.

No son sino la expresión de conjunto de las condiciones reales de una lucha de clases existentes, de un movimiento

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histórico que se está desarrollando ante nuestros ojos. La abolición de las relaciones de propiedad existentes desde antes no es una característica peculiar y exclusiva del comunismo.

(…) En este sentido los comunistas pueden resumir su teoría en esta fórmula única: abolición de la propiedad privada.

Se nos ha reprochado a los comunistas el querer abolir la propiedad personalmente adquirida, fruto del trabajo propio, esa propiedad que forma la base de toda libertad, de toda actividad, de toda independencia individual.

(…) En consecuencia, si el capital es transformado en propiedad colectiva, perteneciente a todos los miembros de la sociedad, no es la propiedad personal la que se transforma en propiedad social. Sólo habrá cambiado el carácter social de la propiedad. Esta perderá su carácter de clase.

(…) Se ha objetado que con la abolición de la propiedad privada cesaría toda actividad y sobrevendría una indolencia general.

Si así fuese, hace ya mucho tiempo que la sociedad burguesa habría sucumbido a manos de la holgazanería, puesto que en ella los que trabajan no adquieren y los que adquieren no trabajan. Toda objeción se reduce a esta tautología: no hay trabajo asalariado donde no hay capital.

(…) La cultura, cuya pérdida deplora, no es para la inmensa mayoría de los hombres más que el adiestramiento que los transforma en máquinas.

(…) Vuestras ideas son en sí mismas producto de las relaciones de producción y de propiedad burguesas, como vuestro derecho no es más que la voluntad de vuestra clase dirigida en ley; voluntad cuyo contenido está determinado por las condiciones materiales de existencia de vuestra clase.

(…) Y vuestra educación, ¿no está también determinada por la sociedad, por las condiciones sociales en que educáis a vuestros hijos, por la intervención directa o indirecta de la sociedad a través de la escuela, etcétera? Los comunistas no han intentado esta injerencia de la sociedad en la educación, no hacen más que cambiar su carácter y arrancar la educación a la influencia de la clase dominante.

(…) Se acusa también a los comunistas de querer abolir la patria, la nacionalidad.

Los obreros no tienen patria. No se les puede arrebatar lo que no poseen. Mas, por cuanto el proletariado debe en primer lugar conquistar el Poder político, elevarse a la condición de clase nacional2[22], constituirse en nación todavía es nacional, aunque de ninguna manera en el sentido burgués.

El aislamiento nacional y los antagonismos entre los pueblos desaparecen de día en día con el desarrollo de la burguesía, la libertad de comercio y el mercado mundial con la uniformidad de la producción industrial y las condiciones de existencia que le corresponden.

El dominio del proletariado los hará desaparecer más de prisa todavía. La acción común del proletariado, al menos el de los países civilizados; es una de las primeras condiciones de su emancipación.

(…) ¿Qué demuestra la historia de las ideas sino que la producción intelectual se transforma con la producción material? Las ideas dominantes en cualquier época no han sido nunca más que las ideas de la clase dominante.

Cuando se habla de ideas que revolucionan toda una sociedad, se expresa solamente el hecho de que en el seno de la vieja sociedad se han formado los elementos de una nueva, y la disolución de las viejas ideas marcha a la par con la 2

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disolución de las antiguas condiciones de vida.

En el ocaso del mundo, las viejas religiones fueron vencidas por la religión cristiana. Cuando en el siglo XVIII las ideas cristianas fueron vencidas por las ideas de la ilustración, la sociedad feudal libraba una lucha a muerte contra la burguesía, entonces revolucionaria. Las ideas de libertad religiosa y de libertad de conciencia no hicieron más que reflejar el reinado de la libre concurrencia en el dominio de la conciencia.

(…) La historia de todas las sociedades que han existido hasta hoy se desenvuelve en medio de contradicciones de clase, de contradicciones que revisten formas diversas en las diferentes épocas.

(…) Como ya hemos visto más arriba, el primer paso de la revolución obrera, es la elevación del proletariado a clase dominante, la conquista de la democracia. El proletariado se valdrá de su dominación política para ir arrancando gradualmente a la burguesía todo el capital, para centralizar todos los instrumentos de producción en manos del Estado, es decir, del proletariado organizado como clase dominante, y para aumentar con la mayor rapidez posible la suma de las fuerzas productivas.

Esto, naturalmente, no podrá cumplirse al principio más que por una violación despótica del derecho de propiedad y de las relaciones burguesas de producción, es decir, por la adopción de medidas que desde el punto de vista económico parecerán insuficientes e insostenibles, pero que en el curso del movimiento se sobrepasarán a sí mismas3[25] y serán indispensables como medio para transformar radicalmente todo el modo de producción.

Estas medidas, naturalmente, serán diferentes en los diversos países.

3

Sin embargo, en los países más avanzados podrán ser puestas en práctica casi en todas partes las siguientes medidas:

1º Expropiación de la propiedad territorial y empleo de la renta de la tierra para los gastos del Estado.

2º. Fuerte impuesto progresivo.

3º. Abolición del derecho de herencia.

4º. Confiscación de la propiedad de todos los emigrados y sediciosos.

5º. Centralización del crédito en manos del Estado por medio de un Banco nacional con capital del Estado y monopolio exclusivo.

6º. Centralización en manos del Estado de todos los medios de transporte.

7º. Multiplicación de las empresas fabriles pertenecientes al Estado y de los instrumentos de producción, roturación de los terrenos incultos y mejoramiento de las tierras, según un plan general.

8º. Obligación de trabajar para todos; organización de ejércitos industriales, particularmente para la agricultura.

9º. Combinación de la agricultura y la industria; medidas encaminadas a hacer desaparecer gradualmente la oposición4[26]

entre la ciudad y el campo.

10º. Educación pública y gratuita de todos los niños; abolición del trabajo de éstos en las fábricas tal como se practica hoy, régimen de educación combinado con la producción material, etcétera.

Una vez que en el curso del desarrollo hayan desaparecido las diferencias de clase y se haya concentrado toda la producción en manos de los individuos asociados, el Poder público perderá su carácter político. 4

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El poder político, hablando propiamente, es violencia organizada de una clase para la opresión de otra. Si en la lucha contra la burguesía el proletariado se constituye indefectiblemente en clase, si mediante la revolución se convierte en clase dominante y, en cuanto clase dominante, suprime por la fuerza las viejas relaciones de producción, suprime al mismo tiempo que estas relaciones de producción las condiciones para la existencia del antagonismo de clase y de las clases en general, y, por tanto, su propia dominación como clase.

En sustitución de la antigua sociedad burguesa, con sus clases y sus antagonismos de clase, surgirá una asociación en que el libre desenvolvimiento de cada uno será la condición del libre desenvolvimiento de todos.

(…)

3.   El Socialismo y el Comunismo Crítico-Utópicos.

  No se trata aquí de la literatura que en todas las grandes revoluciones modernas, ha formulado las reivindicaciones del proletariado (los escritos de Babeuf, etcétera).

Las primeras tentativas directas del proletariado para hacer prevalecer sus propios intereses de clase, realizadas en tiempos de efervescencia general, en el periodo del derrumbamiento de la sociedad feudal, fracasaron necesariamente, tanto por el débil desarrollo del mismo proletariado como por la ausencia de las condiciones materiales de su emancipación, condiciones que surgen sólo como producto del advenimiento de la época burguesa. La literatura revolucionaria que acompaña a estos primeros movimientos del proletariado, era forzosamente, por su contenido, reaccionario. Preconizaba un ascetismo general y un burdo igualitarismo.Los sistemas socialistas y comunistas

propiamente dichos, los sistemas de Saint -Simón, de Fourier, de Owen, etcétera, hacen su aparición en el periodo inicial y rudimentario de la lucha entre el proletariado y la burguesía, periodo descrito anteriormente.

Los inventores de estos sistemas, por cierto se dan cuenta del antagonismo de las clases, así como de la acción de los elementos destructores dentro de la misma sociedad dominante. Pero no advierten del lado del proletariado ninguna iniciativa histórica, ningún movimiento político que le sea propio.

Como el desarrollo del antagonismo de clases va a la par con el desarrollo de la industria, ellos tampoco pueden encontrar las condiciones materiales de la emancipación del proletariado, y se lanzan en busca de una ciencia social de unas leyes sociales que permitan crear esas condiciones.

En lugar de la acción social tienen que poner la acción de su propio ingenio; en lugar de las condiciones históricas de la emancipación, condiciones fantásticas; en lugar de la organización gradual del proletariado en clase, una organización de la sociedad inventada por ellos. La futura historia del mundo se reduce para ellos a la propaganda y ejecución práctica de sus planes sociales.

En la confección de sus planes tienen conciencia, por cierto, de defender ante todo los intereses de la clase obrera, por ser la clase que más sufre. El proletariado no existe para ellos sino bajo el aspecto de la clase que más padece.

Pero la forma rudimentaria de la lucha de clases, así como, su propia posición social, les lleva a considerarse muy por encima de todo antagonismo de clase. Desean mejorar las condiciones de vida de todos los miembros de la sociedad, incluso de los más privilegiados. Por eso, no cesan

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de apelar a toda la sociedad sin distinción, e incluso se dirigen con preferencia a la clase dominante. Porque basta con comprender su sistema, para reconocer que es el mejor de todos los planes posibles de la mejor de todas las sociedad posibles.

Repudian, por eso, toda acción política, y en particular toda acción revolucionaria; se proponen alcanzar su objetivo por medios pacíficos, intentando abrir camino al nuevo evangelio social valiéndose de la fuerza del ejemplo, por medio de pequeños experimentos, que, naturalmente fracasan siempre.

(…) La importancia del socialismo y del comunismo crítico utópicos está en razón inversa al desarrollo histórico. A medida que la lucha de clases se acentúa y toma formas más definidas, el fantástico afán de abstraerse de ella, esa fantástica oposición que se le hace, pierde todo valor práctico, toda justificación teórica. He ahí por qué si en muchos aspectos los autores de esos sistemas eran revolucionarios, las sectas formadas por sus discípulos son siempre reaccionarias, pues se aferran a las viejas concepciones de sus maestros, a pesar del ulterior desarrollo histórico del proletariado. Buscan, pues, y en eso son consecuentes, embotar la lucha de clases y conciliar los antagonismos. Continúan soñando con la experimentación de sus utopías sociales; con establecer falansterios aislados, crear colonias interiores en sus países o fundar una pequeña Icaria, edición en dozavo de la nueva Jerusalén. Y para la construcción de todos estos castillos en el aire se ven forzados a apelar a la filantropía de los corazones y de los bolsillos burgueses. Poco a poco van cayendo en la categoría de los socialistas reaccionarios o conservadores descritos más arriba y sólo se distinguen de ellos por una pedantería más sistemática y una fe supersticiosa y fanática en la eficacia milagrosa de su ciencia social.

Por eso, se oponen con encarnizamiento a todo movimiento político de la clase

obrera, pues no ven en él sino el resultado de una ciega falta de fe en el nuevo Evangelio.

Los owenistas, en Inglaterra, reaccionan contra los cartistas, y los fourieristas, en Francia, contra los reformistas.

IV Actitud de los comunistas ante los diferentes partidos de oposición

  (…) En resumen, los comunistas apoyan por doquier todo movimiento revolucionario contra el régimen social y político existente. En todos estos movimientos ponen en primer término como cuestión fundamental del movimiento, la cuestión de la propiedad, cualquiera que sea la forma más o menos desarrollada que ésta revista.

En fin, los comunistas trabajan en todas partes por la unión y el acuerdo entre los partidos democráticos de todos los países.

Los comunistas consideran indigno ocultar sus ideas y propósitos. Proclaman abiertamente que sus objetivos sólo pueden ser alcanzados derrocando por la violencia todo el orden social existente. Que las clases dominantes tiemblen ante una Revolución Comunista. Los proletarios no tienen nada que perder en ella más que sus cadenas. Tienen en cambio un mundo que ganar.

¡Proletarios de Todos los Países, Unidos!

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 El Genio de Occidente:Louis Rougier

CAPITULO II

RACIONALISMO GRIEGO: DEMOCRACIA, UNA ECONOMÍA MONETARIA Y LA CIENCIA DE LA ETICA

La democracia y el imperio de la ley

La revolución que los griegos iniciaron en las ciencias y las artes afectó también a sus relaciones sociales. Tanto la democracia ateniense como la geometría deductiva son productos del racionalismo griego.

La democracia puede definirse como gobierno de leyes, a diferencia del concepto de un gobierno de hombres. Puesto que vivían bajo el imperio de la ley, los griegos decían que eran hombres libres. A diferencia de los persas y los bárbaros, los griegos no estaban sujetos a la voluntad arbitraria de déspotas.

Las leyes de Solón garantizaban la libertad civil de los griegos a lo largo de su historia al prohibir la esclavitud de deudores insolventes;1as 1eyes de Pericles garantizaron la igualdad política al inaugurar el pago de honorarios por servicios públicos, lo que permitió a 1os ciudadanos de condición humilde acceder al ejercicio de cualquier cargo civil excepto aquellos relacionados con la seguridad de la ciudad. En lo concerniente a la ley, cada uno era libre de vivir como quisiera. Aquí tenemos una de las más grandes innovaciones sociales en la larga historia de la sociedad humana.

En un régimen oligárquico o aristocrático el poder se limita a una pequeña clase de gente rica que explota a las masas. La democracia, por otro lado, significa igualdad ante la ley; es un gobierno para ricos y pobres. Aristóteles, al igual que Platón antes de él, declaró que “la democracia se basa en la libertad”, lo que sólo es posible “donde todos son iguales”.

El concepto griego de democracia fue admirablemente expresado en el discurso, que Tucidides atribuye a Pericles, pronunciado ante la tumba de los soldados que perecieron en la Guerra del Peloponeso:

Nuestro gobierno se llama una democracia porque su control está en las manos de muchos, no de unos pocos. Todos los hombres son iguales ante la ley en el arreglo de sus pleitos privados, y los honores públicos se otorgan a un hombre según su mérito, y no porque pertenezca a una clase determinada... Nadie queda marginado de cargos públicos en razón de su pobreza o su rango; se

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espera que sirvan al estado todos los que están en condiciones de hacerlo. Tucidides,Historia, II, 37.

Los griegos reservaban el término polis para una ciudad gobernada por la ley. Desde su aparición en algún momento en los siglos séptimo u octavo antes de Cristo, el imperio de las leyes sancionadas por la Asamblea de los ciudadanos modificó toda relación humana y creó una forma de vida social completamente nueva. La simple obediencia a una autoridad superior fue reemplazada por la discusión entre iguales; la solidaridad no provenía de la fuerza sino de la persuasión.

Una nueva fuerza hizo en este momento su aparición: el poder de la palabra hablada. Los griegos hicieron de ella una divinidad… Pero ya no se trataba de palabras provistas de algún sentido mágico o religioso. Tampoco era igual que los edictos de los reyes de las leyendas homéricas. El nuevo concepto de ley se fundamentaba en discusiones libres y razonadas que generaban convicción, que a su vez generaba decisiones. Todas aquellas cuestiones que antes eran decididas por sacerdotes y reyes sin posibilidad de apelación ahora eran planteadas ante la asamblea, que ponderaba los diferentes argumentos y decidía el asunto por medio del voto.

Una segunda característica de la polis griega era la publicidad que se otorgaba a todas las más importantes manifestaciones de la vida civil. En lugar del decreto del rey, producto del

examen de su propia conciencia o luego de consultar con sus consejeros privados, todo asunto importante de interés general era discutido abiertamente y en público. Poco a poco, la participación en todos los asuntos serios relacionados con la ciudad en su conjunto, inicialmente limitada a pequeños grupos aristocráticos, religiosos o militares, fue extendiéndose a los miembros de todas las clases reconocidas como poseedoras de las cualidades requeridas para la ciudadanía.

Una tercera característica era el continuo control popular de las acciones de los magistrados. Aquí encontramos por primera vez la noción de “responsabilidad” (tener que rendir cuentas), a diferencia del “capricho” del rey que afirma que gobierna por derecho divino, o del tirano que no responde a nadie.

Una cuarta característica era el sentimiento que los griegos describían como isonomía (en ninguna lengua occidental existe equivalente exacto): la idea de que, ante la ley, cada ciudadano es igual a cualquier otro. Los lazos de subordinación fueron reemplazados por lazos de reciprocidad. Cualquiera que participara en asuntos de estado se declaraba, y se sentía, un igual , entre iguales.

Todas estas características se combinaban para secularizar la vida política. La religión oficial, que en un tiempo estuvo íntimamente ligada a los asuntos humanos, se tornó

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completamente formal; decoraba la vida social, pero no la determinaba. Sus ritos, tales como los sacrificios o el juramento que los magistrados aún debían realizar al asumir sus cargos, no eran más que un marco de referencia formal para la vida pública. El sacerdote se convirtió en un funcionario público que ya no enseñaba dogma; su trabajo consistía en manejar asuntos prácticos.

Con la democracia nació una nueva fuerza -—el patriotismo—- entendido no como lealtad hacia la persona de un príncipe sino como un amor por la ciudad, el sentimiento de que al

defender la ciudad uno defendía una parte de sí mismo. Los griegos estaban convencidos de que mientras más libres fueran los hombres, más fuertes serían. Las guerras persas confirmaron esta convicción. ¿Cómo podría ser de otra manera, si el pequeño ejército de la democrática Atenas había aplastado la enorme maquinaria de guerra persa? Al volverse ciudadano, el griego se convirtió en patriota, un luchador mucho más formidable que los mercenarios enviados a la batalla por déspotas asiáticos. Unos mercenarios jamás habrían lanzado el grito de los marinos griegos en Salamina: “Adelante, hijos de Grecia, salven su tierra natal, salven a sus hijos, sus esposas, sus templos y las tumbas de sus antepasados” El griego luchaba con un propósito porque luchaba por su hogar.

Una economía monetaria

El racionalismo griego, que llegó a crear las ciencias demostrativas y condujo a la democracia ateniense, también condujo a una radical reorganización de la vida económica. Hacia el siglo V antes de Cristo, Pireo se había convertido en el gran almacén de Grecia, desempeñando en el mundo mediterráneo el papel que la City de Londres habría de desempeñar en la vida comercial y económica del siglo XIX de la era moderna. Esta primacía se debió, ante todo, al escrupuloso respeto por la propiedad privada. Cada año, al asumir su cargo, el arconte ateniense enumeraba las posesiones de cada ciudadano y le garantizaba su propiedad y sus derechos para disponer de ella. Esta primacía también se debió en buena medida a una fuerte disciplina monetaria. Según la tradición, fue en Lidia, en la encrucijada de los mundos asiático y mediterráneo, donde el rey Giges emitió las primeras monedas acuñadas. Pero fueron las ciudades griegas —Argos, Egina, Corinto y Atenas — las que difundieron su uso. Las minas de Laurio proporcionaban a los atenienses la plata para sus famosos dracmas. Y nunca en su larga historia, a pesar de las dificultades que pudieran tener, cambiaron los atenienses el titulo legal o el peso de su moneda.

Por eso los “búhos” atenienses —los tetradracmas aticos— se convirtieron en una moneda internacional, como la libra esterlina en el siglo XIX, hasta el momento en que Alejandro introdujo una única moneda valorada según la unidad ética y que fue la base del denario romano.

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En una época en que la mayoría de las otras ciudades griegas aún vivían de los frutos de sus tierras y de la producción casera, los atenienses habían desarrollado una economía de intercambio basada en el dinero. Los corredores de cambios se convirtieron en banqueros que aceptaban depósitos, efectuaban préstamos con garantías, y emitían cartas de crédito. Atenas creó el derecho comercial, inauguró un sistema de pesas y medidas, y estableció un sistema de inspectores, llamados agoranomoi y metronomoi, para verificar la precisión de las pesas y la calidad de la mercancía.

Hacia 450 a.C., Atenas constituía el primer ejemplo de un estado dispuesto a confiar en regiones de ultramar para su abastecimiento de alimentos, pagando por éstos mediante la producción de unos pocos cultivos especiales (vino y aceite) y bienes manufacturados adecuados a sus recursos y aptitudes naturales (plata, mármol, cerámica fina). Hacia el siglo cuarto, Atenas importaba cuatro veces más grano que lo que producía, y gozaba de lo que hoy en día llamaríamos una balanza comercial favorable — pagando con bienes terminados, tales como jarrones, joyería, armas y telas finas, por sus importaciones de materias primas, alimentos, metales, oro de Tracia, tintes de Fenicia, cueros de Siria, y trigo de Egipto y Escitia.

Se han encontrado cerámicas áticas en las remotas estepas de Rusia, en la cuenca del Danubio, y en el sur de Alemania. Estos intercambios tan distantes fueron facilitados por la ausencia de las barreras aduaneras que caracterizan a épocas posteriores. Por lo general, los únicos gravámenes sobre el comercio eran ligeros cobros efectuados en los puntos de origen y destino.

Progresos en el arte de la navegación dieron a los atenienses el dominio del mar, debido en parte al mayor tamaño de los barcos veleros y al uso intensivo de remos, y en parte a mejores conocimientos sobre las rutas comerciales. Este dominio proporcionó una fuente adicional de ingresos —— el tributo pagado por aliados para la protección.

Por último, y a diferencia de las otras ciudades aristocráticas de Grecia, la democrática Atenas no despreciaba el trabajo manual o artesanal. Los mercaderes y los artesanos eran ciudadanos; los artesanos extranjeros eran bienvenidos. El gobierno contrataba las obras públicas con hombres libres o incluso con extranjeros residentes en la ciudad. Las minas de Laurio dependieron por mucho tiempo del trabajo de hombres libres.

En resumen, Atenas tuvo en el periodo de su grandeza lo que hoy llamaríamos una economía de mercado libre, y esto fue lo que le dio su liderazgo indiscutido en riqueza y cultura, liderazgo que sobreviviría a la derrota militar y la pérdida de su imperio. Su consuelo fue que, al perder su imperio, no perdió por ello su riqueza.

La ética como ciencia

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El racionalismo no sólo gobernó el pensamiento griego; también tendía a gobernar la conducta, proporcionando así un fundamento intelectual a las opiniones morales. Sócrates enseñaba que la virtud es una ciencia y que conocer lo bueno es desear lo bueno. El pecado mortal era el juicio erróneo. Por tanto, para citar a Epicteto, “Debe uno procurar nunca equivocarse, nunca actuar impetuosamente, en una palabra, nunca asentir a nada sino después de una justa deliberación. (Epicteto,Discursos,III 2 y I,7) Por esto los estoicos vinculaban la ética tan estrechamente a la lógica. Puesto que errar era hacer el mal, era esencial, para evitar el mal, razonar correctamente, dedicarse al estudio de silogismos, a la solución de aporías, y dominar la dialéctica.

Puesto que la moralidad se consideraba una ciencia, siempre era encomiable enseñarla y tratar de reencauzar a los malvados hacia el buen camino.

La meta de la ética es la realización del mayor bien posible, al vivir en conformidad con la naturaleza. Puesto que el hombre es por naturaleza razonable, se deduce que vivir la vida en

conformidad con la razón es moral. La virtud más altamente estimada era la moderación-controlar las propias pasiones, subordinación de las facultades al control de la razón. La moderación era un arte: ejercer tacto y medida y evitar los extremos. Sócrates enseñaba que las más grandes virtudes eran la moderación, el justo medio, y la palabra o la acción oportuna.

Poseer belleza interior, ser dueño de su propio destino, nunca ser sorprendido por los eventos, poder gozar de “calma” hasta el último día de la propia existencia, todo esto es haber vivido la buena vida guiada por la sabiduría. Todo lo demás constituía arrogancia, insensatez e hipérbole. El pecado imperdonable era el extremismo, la hybris homérica que lleva a los necios a pensar que pueden igualar a los dioses. El primer obsequio irónico que Zeus otorgaba a los que deseaba destruir era la imprudencia que proviene de la vanidad.

Así como la moderación era la primera virtud para el individuo, la justicia era la primera virtud del ciudadano. Platón definía la justicia apelando a otras tres virtudes: templanza, valor y prudencia. La justicia es el principio unificador que los une en perfecta armonía. La armonía es belleza, sea del alma o del cuerpo. Para los griegos, la belleza era una manifestación de lo bueno. Su humanismo se resumía en la frase: “Alma hermosa en un cuerpo hermoso” ( República, 443D-E)

Escritura fonética y la democratización de la cultura griega

La singularidad de Grecia se explica por una serie de accidentes afortunados. Uno de los más notables fue la fonetización de la escritura en los siglos XII y XI a.C.

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El alfabeto fenicio, creado por las necesidades del comercio, enriquecido con vocales por los sutiles griegos, se convirtió en el instrumento necesario y perfecto para la comunicación de ideas. Veinticuatro letras, más unas pocas tildes, bastaban para transcribir todas las modulaciones de la palabra hablada. Desde entonces, y sin un esfuerzo excesivo, la lectura estuvo al alcance de cada vez más personas; y por medio de la palabra escrita, el conocimiento pudo preservarse y difundirse con facilidad.

Un constante fermento de ideas se propagaba de una ciudad a otra; los académicos planteaban problemas y los intelectuales lanzaban desafíos. Poco sorprende que la ciencia griega haya progresado rápidamente para tornarse verdaderamente internacional; la medición de la Tierra por Eratóstenes, el mapa de los cielos de Hiparco, y el mapa de la Tierra de Tolomeo — todos estos logros requirieron colaboración a grandes distancias, lo que ayudó a diseminar el griego como la lengua internacional de la ·ciencia e hizo posible la creación en Alejandría de la célebre Biblioteca y Museo, donde poetas, matemáticos, astrónomos, médicos, filósofos y filólogos convivían y trabajaban juntos.

El conocimiento ya no era la posesión privada de una pequeña clase conservadora de sacerdotes y escribas; se hizo asequible a círculos cada vez más amplios. De no haber sido por la revolución en la escritura, la ciencia necesariamente habría consistido en una acumulación de técnicas obsoletas basadas en fórmulas mágicas y reservada a sacerdotes y escribas. El mundo nunca habría presenciado lo que sucedió en Grecia; comunidades de ciudadanos que rechazan los decretos de dioses y reyes en favor de leyes de su propia confección. Sin esa revolución en la escritura, la civilización occidental nunca habría sido posible.

Libertad de pensamiento y ausencia de dogmatismo religioso

En Grecia, como después en Roma, y contrariamente a lo que sucedió en las diferentes civilizaciones orientales y en la Europa cristiana hasta el siglo XVIII el pensamiento nunca estuvo sujeto a ninguna ortodoxia religiosa por un clero con suficiente poder temporal como para imponer su voluntad. Las indefinidas y cambiantes mitologías y ritos arcaicos de las religiones paganas no contenían ningún mensaje de carácter dogmático que pudiera amordazar el libre desarrollo del pensamiento. En las ciudades griegas la religión era un mero ritual y su observancia no era más que una simple función municipal. Es cierto que ocurrían de cuando en cuando brotes impulsivos de intolerancia religiosa. Pero estos juicios por herejías religiosas de hecho no fueron más que estallidos xenófobos dirigidos contra filósofos, quienes, con la única excepción de Sócrates, eran extranjeros. Si bien a veces se promulgaban severas leyes contra la libertad de pensamiento, la opinión pública rara vez las imponía.

Los sabios griegos fundamentaban su rechazo del antropomorfismo de los dioses del Olimpo en un concepto más elevado de la divinidad y en los imperativos de la ética como ciencia.

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Después de viajar durante 67 años por toda Grecia, Jenófanes de Colofón observó que los hombres en todas partes representaban a sus dioses según su propia imagen.

`

“Los etíopes tienen dioses con narices achatadas y pelo negro;los tracios tienen dioses con ojos grises y pelo rojo... Si los bue-yes, caballos y leones tuvieran manos y pudieran pintar y es-culpir como los hombres, representarían a sus dioses segúnsus propias formas; los caballos harían dioses en forma de ca— `ballos, y los bueyes los harían como bueyes. “

El hombre primitivo no sólo dio a sus dioses forma mortal; también les dotó de sentimientos, pasiones y vicios. Jenofanes dirigía sus sátiras contra Homero y Hesíodo, quienes “han atribuido a los dioses todas aquellas cosas que son vergonzosas y criticables en los humanos: robo, adulterio y traición mutua”

Sobre este punto, estuvieron de acuerdo filósofos, dramaturgose historiadores. Las fábulas de los poetas, dijo Píndaro, eran brillantes fantasías “gracias al encanto de la poesía, lo único que tiene el poder para tornar creíble aquello que es poco plausible”. Píndaro pensaba que de los dioses “solo deben decirse cosas hermosas”

Pero aun despojándolos de sus atributos humanos, ¿realmente exístían los dioses? Demócrito consideraba que no eran más que productos del temor del hombre primitivo por los eventos naturales, que le parecían terroríficos únicamente por su incapacidad para explicarlos. “Nuestros antepasados, al observar extraños eventos en los cielos, el rayo y el trueno, cometas y eclipses del Sol y la Luna, sentían temor. Pensaban que los dioses eran los causantes de estos fenómenos.”Los sofistas, al observar la diversidad de dioses adorados en diferentes partes de Grecia y entre los bárbaros, no dudaron en concluir que eran meros productos de la convención y que no existían en la naturaleza. Los primeros legisladores, según los sofistas, crearon estos dioses en sus imaginaciones a fin de asegurar la santidad de lcs contratos, el respeto a los juramentos, y el mantenimiento del orden público.

Un siglo y medio de reflexión había convertido en escépticas a todas las mejores mentes en Grecia.

El balance del helenismo

Los griegos estaban convencidos de que sus conocimientos eran ampliamente superiores a los de los bárbaros del Este. Eran conscientes de sus deudas para con el Oriente, pero

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sabían que habían hecho buen uso del préstamo. Nadie lo ha expresado mejor que el emperador romano Juliano, quien cbservó:

“El conocimiento de los fenómenos celestes fue perfeccionadopor los griegos sobre la base de anteriores observaciones efec-tuadas por los bárbaros en Babilonia. La geometría, que des-ciende de la geodesia egipcia, produjo las enormes mejorasque hemos presenciado. Fueron nuevamente los griegos quie-nes elevaron la aritmética de los mercaderes fenicios al rangode ciencia. Por último, fueron también los griegos quienes, alunir estas tres disciplinas, aplicaron la geometría a la astro-nomía, combinaron la aritmética con ambas, y descubrieronlas relaciones armónicas que en ellas se fundamentan" ( Juliano, Obras Completas, 1963)

Hemos dedicado todo este espacio al racionalismo griego porque es el fundamento de nuestra civilización occidental. Sin él, las revoluciones científicas, industriales y técnicas de los siglos XVII, XVIII, XIX no habrían sido posibles; la idea misma de gobierno mediante leyes públicamente discutidas y adoptadas por medio de procedimientos generalmente aceptados no habría surgido. Sin él, el concepto de la autonomía de la persona humana, destinada a desarrollar sus facultades y moldear su destino, quizá nunca habría prevalecido.. Sin este racionalismo griego quizá nunca habríamos escapado del mito y la magia con todas sus supersticiones, tabúes y restricciones. Perseo matando a la Medusa es el símbolo del genio griego: la razón que se libera del hechizo y la fábula.

El racionalismo no era, por supuesto, la única corriente que operaba en el mundo griego. Junto al espíritu de Apolo estaba el espíritu de Dionisio. Las restricciones impuestas por la sabiduría iban acompañadas por arrebatos de insensatez. Los osados vuelos del pensamiento de los jónicos se contrapesaban con la sobria y práctica moralidad de Sócrates. Junto a la Academia y al Liceo, que se ocupaban del mundo de las ideas y de la naturaleza, estaba el Eleusinio, donde los hombres trataban de descifrar los misterios del más allá. En oposición a la sociedad abierta de Pericles estaba la sociedad cerrada de Platón

Para nuestros propósitos, es suficiente recordar aquellos aspectos de la mente griega sin los cuales nunca se habría producido la civilización occidental. Otras civilizaciones hicieron importantes contribuciones a su manera. Pero fueron los griegos quienes dieron sentido a la palabra logos, una característica del comportamiento humano altamente valorada por ellos: razón y raciocinio, palabra y discurso, relación y proporción.

“Nuestra ciencia, nuestras artes, nuestra literatura, nuestra filosofía, nuestro código moral, nuestro código político, nuestra diplomacia, nuestro derecho marítimo e internacional, son de origen griego. El marco de referencia cultural creado por Grecia es susceptible de incremento indefinido, pero es en sí completo en sus diversos componentes.

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El progreso consistirá en desarrollar constantemente aquello que Grecia ha engendrado,en ejecutar el diseño, podríamos decir, que ella nos trazó”(Ernest Renan,History of de People of Israel)

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