Péndulo 21 - Octubre

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La Jornada Aguascalientes/ Aguascalientes, México OCTUBRE 2010/ Año 2 No. 20 CRÍTICA / LA MUERTE • PÉNDULO 21/UNO/OCTUBRE 2010 • L os mexicanos convivimos con la muerte antes de ser sus huéspedes. Las intermitencias de la muerte de José Saramago nos aproxima a la experiencia a través de la complicidad literaria, una suerte de música que está en la pista sonora de nuestras vidas: Día de muertos, los buriles de Posada, el cempasúchil de las tumbas, “y es morir a tus pies de adoración”, la Feria de las calaveras…, el juego de la vivencia, la cultura de la muerte. Una idea interesante para un cuento que al propio tiempo permite disfrutar escritura e ironías. Saramago y su lector. La primera parte cuenta los acontecimientos de un país innominado y de la inactividad de la muerte en el acon- tecer del tiempo. Una discusión sustantiva a pesar que el relato se extiende de manera innecesaria. Los vértices sara- maguianos en el bordado narrativo de la muerte son crítica al universo social, con todos sus personajes. El tuétano del re- lato está en el protagónico de la Señorita Muerte, que lleva el hilo de la madeja en la intensidad del nudo: su incapacidad de matar a un violoncelista. Al ámbito “músico y muerte” se abraza un espíritu que tiene la clave para cambiar el destino: el amor. Un mérito tienen los tratados culturales de la muerte. Esas avenidas las hemos convertido en un proceso dialógico en trayectos, encuentros, sueños, imaginación, oración. Doña Muerte desvela estéticas y es parte de las formas diferenciadas del tiempo en un eje ontológico de esencia y existencia. ¿Quién es? Todos lo hemos cuestionado. La idea cultural es dínamo de energía, sinergia, flama, fuente nutricia de explicación de ser y estar en el mundo; desde cualquier disciplina, materia, consideración, la conmemoración de la muerte es un hecho cotidiano. En una de sus más al- tas formas ontológicas es separación de las cosas y los seres queridos, es el efecto del amor. La muerte es susto y curiosidad. Yo personalmente la he vivido en lo cultural, en un bagaje amplio de trascendencia histórica y manifestaciones estéticas; y, Ignacio Ruelas Olvera Empatía con vida y muerte Temprano levantó la muerte el vuelo, temprano madrugó la madrugada, temprano estás rodando por el suelo. No perdono a la muerte enamorada, no perdono a la vida desatenta, no perdono a la tierra ni a la nada. Miguel Hernández, Elegía a Ramón Sijé. en la vivencia de estar consciente del agotamiento de la vida. En 2007, la experimenté dos veces: mis sistemas bioló- gicos estuvieron a punto de cesar su función vital. No logro esclarecer si fue más el susto de la impresión, o la certeza de que su Majestad Muerte me abrazaba, por algo se hacía presente en las horas clínicas; debo confesar que es atrac- tiva y seductora. Quizá por esto me impresiona la novela de Saramago. Nunca le pregunté si estaba muerto, fui consciente de que su respuesta sería una ironía, -no vine para cono- certe- diría. Siempre he tenido claro que me conoce, pero yo también la he conocido, lo digo con certeza, sólo quien está al tanto de la verdad sobre la expiración puede com- prender la vida. La muerte goza de mala fama en el mundo del más acá. El marco epistémico es de la ignorancia a la duda razonada, la muerte es necesaria como el oxígeno o el agua. La deformación de la idea de la muerte es sólo fruto del oscurantismo. El temor nace de no querer conocerla, de no saber quién o qué es. En mi lecho de enfermo se aparta el corazón de las ilusiones del mundo, se aporta el temor de perder las cosas, se tiene la idea de que es todo lo que se posee. En el diálogo con la muerte se descubre su co presencia: la muerte se ac- tualiza cuando se nace, luego el tierno muere para que viva el joven, éste muere para dar vida al adulto, quien muere para dar lugar al anciano. El diálogo didáctico capacita a la muerte para ser facilitadora del porvenir, una asignatura difícil. Está siempre presente en una pedagogía que da pauta a las etapas de la evolución. Desde los rostros de los doctores, las enfermeras, las visitas de amigos, el impulso esencial de la familia, se ve con ojos de águila los misterios de la muerte, se ve desde los miedos. En ese diálogo entendí la seducción de la muerte: es una grande alameda para que transite la libertad. La experiencia de darte a la muerte debe ser una generosidad de uso y usufructo de la vida; cuando te regresa a tu realidad, sabes que la muerte ha sido una experiencia en todos sentidos. En mi archivo de enfermo he guardado una voz intempestiva que telefónicamente me dijo: “Nacho, estás muy mal, pero todavía no es tiempo…” voz de la Madre Aurelia Bata que guardo en al altar de mi corazón. Empatía con vida y muerte Los rituales funerarios en México Lourdes Adriana Paredes Quiroz Donde la palabra no alcanza La maravillosa expresión estética de la silenciosa muerte Enrique Luján Salazar Carlos Alberto Guerrero Velázquez Ignacio Ruelas Olvera

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Péndulo 21 - Octubre

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CRÍTICA / LA MUERTELa Jornada Aguascalientes/ Aguascalientes, Mé xico OCTUBRE 2010/ Añ o 2 No. 20La Jornada Aguascalientes/ Aguascalientes, México OCTUBRE 2010/ Año 2 No. 20

CRÍTICA / LA MUERTE

• PÉNDULO 21/UNO/OCTUBRE 2010 •

Los mexicanos convivimos con la muerte antes de ser sus huéspedes. Las intermitencias de la muerte de José Saramago nos aproxima a la experiencia a través de la

complicidad literaria, una suerte de música que está en la pista sonora de nuestras vidas: Día de muertos, los buriles de Posada, el cempasúchil de las tumbas, “y es morir a tus pies de adoración”, la Feria de las calaveras…, el juego de la vivencia, la cultura de la muerte. Una idea interesante para un cuento que al propio tiempo permite disfrutar escritura e ironías. Saramago y su lector.

La primera parte cuenta los acontecimientos de un país innominado y de la inactividad de la muerte en el acon-tecer del tiempo. Una discusión sustantiva a pesar que el relato se extiende de manera innecesaria. Los vértices sara-

maguianos en el bordado narrativo de la muerte son crítica al universo social, con todos sus personajes. El tuétano del re-lato está en el protagónico de la Señorita Muerte, que lleva el hilo de la madeja en la intensidad del nudo: su incapacidad de

matar a un violoncelista. Al ámbito “músico y muerte” se abraza un espíritu que tiene la

clave para cambiar el destino: el amor.

Un mérito tienen los tratados culturales de la muerte. Esas avenidas las hemos convertido en un proceso

dialógico en trayectos, encuentros, sueños, imaginación, oración. Doña Muerte desvela estéticas y es parte de las formas diferenciadas del tiempo en un eje ontológico de esencia y existencia.

¿Quién es? Todos lo hemos cuestionado. La idea cultural es dínamo de energía, sinergia, flama, fuente nutricia de explicación de ser y estar en el mundo; desde cualquier disciplina, materia,

consideración, la conmemoración de la muerte es un hecho cotidiano. En una de sus más al-tas formas ontológicas es separación de las cosas y los seres queridos, es el efecto del amor. La muerte es susto y curiosidad. Yo personalmente la he vivido en lo cultural, en un bagaje amplio de trascendencia histórica y manifestaciones estéticas; y,

Ignacio Ruelas Olvera

Empatía con vida y muerte

Temprano levantó la muerte el vuelo,

temprano madrugó la madrugada,

temprano estás rodando por el suelo.

No perdono a la muerte enamorada,

no perdono a la vida desatenta,

no perdono a la tierra ni a la nada.

Miguel Hernández, Elegía a Ramón Sijé.

en la vivencia de estar consciente del agotamiento de la vida. En 2007, la experimenté dos veces: mis sistemas bioló-gicos estuvieron a punto de cesar su función vital. No logro esclarecer si fue más el susto de la impresión, o la certeza de que su Majestad Muerte me abrazaba, por algo se hacía presente en las horas clínicas; debo confesar que es atrac-tiva y seductora. Quizá por esto me impresiona la novela de Saramago.

Nunca le pregunté si estaba muerto, fui consciente de que su respuesta sería una ironía, -no vine para cono-certe- diría. Siempre he tenido claro que me conoce, pero yo también la he conocido, lo digo con certeza, sólo quien está al tanto de la verdad sobre la expiración puede com-prender la vida. La muerte goza de mala fama en el mundo del más acá. El marco epistémico es de la ignorancia a la duda razonada, la muerte es necesaria como el oxígeno o el agua. La deformación de la idea de la muerte es sólo fruto del oscurantismo. El temor nace de no querer conocerla, de no saber quién o qué es.

En mi lecho de enfermo se aparta el corazón de las ilusiones del mundo, se aporta el temor de perder las cosas, se tiene la idea de que es todo lo que se posee. En el diálogo con la muerte se descubre su co presencia: la muerte se ac-tualiza cuando se nace, luego el tierno muere para que viva el joven, éste muere para dar vida al adulto, quien muere para dar lugar al anciano. El diálogo didáctico capacita a la muerte para ser facilitadora del porvenir, una asignatura difícil. Está siempre presente en una pedagogía que da pauta a las etapas de la evolución. Desde los rostros de los doctores, las enfermeras, las visitas de amigos, el impulso esencial de la familia, se ve con ojos de águila los misterios de la muerte, se ve desde los miedos. En ese diálogo entendí la seducción de la muerte: es una grande alameda para que transite la libertad. La experiencia de darte a la muerte debe ser una generosidad de uso y usufructo de la vida; cuando te regresa a tu realidad, sabes que la muerte ha sido una experiencia en todos sentidos. En mi archivo de enfermo he guardado una voz intempestiva que telefónicamente me dijo: “Nacho, estás muy mal, pero todavía no es tiempo…” voz de la Madre Aurelia Bata que guardo en al altar de mi corazón.

Empatía con viday muerte

Los rituales funerarios en México

Lourdes Adriana Paredes Quiroz

Donde la palabrano alcanza

La maravillosaexpresión estéticade la silenciosamuerte

Enrique Luján SalazarCarlos Alberto Guerrero Velázquez Ignacio Ruelas Olvera

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• PÉNDULO 21/DOS/OCTUBRE 2010 •

Los rituales funerarios en MéxicoLourdes Adriana Paredes Quiroz

En torno al fallecimiento, los seres humanos han creado una serie de rituales para facilitar el tránsito

de las almas al más allá. En el caso de nuestro país, las culturas prehispá-nicas consideraban a la muerte como una continuidad de la vida, ya que sólo significaba la desaparición del cuer-po. La forma en la que dejaban este mundo determinaba el lugar a donde se dirigiría el alma. Por ejemplo, el Inframundo para aquellos que morían ahogados, ahorcados o quemados; las “Cihuateteo”, mujeres que expiraban durante parto, se volvían diosas, que acompañaban al sol durante su tra-yecto y eran valoradas de la misma manera que los guerreros. Convenci-dos de la existencia de una vida post mortem, se creó un complejo sistema de enterramientos, donde se incluían todos aquellos objetos personales que el difunto pudiera necesitar en la otra vida. Como testimonios de esta visión encontramos grandiosas obras arqui-tectónicas, pictóricas y escultóricas.

Con la Conquista de México y la consecuente evangelización católi-ca, el concepto sobre la muerte cam-bió, la sociedad novohispana vio en este acontecimiento el instante de-cisivo para todo cristiano, en el que Dios salvaría o condenaría el alma por toda la eternidad.

Durante el Virreinato de la

Nueva España, la preparación para la muerte iniciaba propiamente en la vida cuando se redactaba el testa-mento. Al sentirse cercano el fin, el siguiente paso del ritual preparato-rio para el buen morir era solicitar o acudir al sacramento de la confesión, cerca de la muerte se solicitaba la ad-ministración de los santos óleos; una vez acaecido el deceso, se proseguía con el velorio, la misa de cuerpo pre-sente, la procesión hacia el panteón, la ceremonia del entierro y después había días en que se guardaba luto por el difunto. El cumplimiento de cada una de las etapas de este ritual, no sólo hablaba de las buenas cos-tumbres de la familia, también refle-jaba el buen comportamiento que el finado hubiera tenido con la suya. En esta época las ofrendas para los san-tos difuntos que se depositaban en su tumba conjugaban elementos de la religión católica y de las culturas pre-hispánicas; un ejemplo es la compleja y simbólica preparación de los alta-res de muertos con la representación de los cuatro elementos constitutivos del universo, así como con algunos referentes a la vida cotidiana, tales como: los platillos y bebidas que los muertos disfrutaban en vida.

Durante el siglo XIX se in-troducen nuevos elementos a las ceremonias fúnebres, tales como la fotografía y la publicación de notas

necrológicas en los periódicos.

Las Leyes de Reforma arreba-taron el control de los cementerios a la Iglesia. Este cambio administrativo significó también una transformación de las actitudes luctuosas; ya que muchas veces los palacios de gobier-no servían como capillas ardientes y para muchas familias la misa ya no era necesaria. Los deudos tienen la necesidad de introducir elementos religiosos en las tumbas familiares de los cementerios civiles para dotar de santidad al recinto. Cada monumen-to es un discurso simbólico a través del cual los descendientes pretenden plasmar la vida virtuosa de sus fina-dos.

Muchas de estas actitudes

subsisten hasta mediados del siglo XX, cuando nuevamente se dan cam-bios que coinciden con la revolución tecnológica. En la vida moderna, en varias regiones, estos rituales ya no tienen cabida. Para muchas personas, el asistir a un familiar a la hora de su partida ya no es un deber moral, social o religioso.

Las celebraciones contem-poráneas en torno a la muerte ya no conservan toda esa carga simbólica que se fue construyendo a lo largo de la historia mexicana. Es necesario que redescubramos el pasado para que estas fiestas no sean una serie de eventos inconexos, carentes de signi-ficado y dominados por el consumo y las costumbres extranjeras. ¿Se po-drá?

El velorio. Francisco Oller

Es conveniente que en estos días

en los que recordamos a nuestros

difuntos, redescubramos el significado de los

comportamientos altamente elaborados que a través

del tiempo se han construido en nuestro país en torno

a la muerte. En este espacio se pretende hacer una

descripción general de las actitudes del pueblo mexi-

cano ante este acontecimiento inevitable.

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• PÉNDULO 21/TRES/OCTUBRE 2010 •

Carlos Alberto Guerrero Velázquez

Donde la palabra no alcanza

Cuando tenía ocho años mi perro fue en-venenado. Jugábamos en el parque, en la zona acostumbrada y junto al mismo

árbol, como tantas veces lo hicimos durante aquellas tardes que se convertían en noches. Ese día, luego de estar corriendo por un rato, Goliat detuvo por un momento su paso alocado para comerse algo que estaba en el pasto –des-pués que nuestros intentos por enseñarle a no comer nada fuera de casa habían sido inútiles. Toda esa energía con la que nos recibía hacien-do un esfuerzo constante por alcanzar nuestra cara para bañarnos con su lengua menguó rápi-damente en ese momento. Sentí mucho miedo cuando ya no pudo, en ese momento, caminar bien. Supe entonces que tenía que cargarlo para llevarlo a casa. Lo siguiente que recuer-do es a mí y a Goliat al pie de las escaleras, tirados en el suelo junto a mi padre. Yo tenía la cabeza del perro entre en mis manos y él se esforzaba por absorber un soplo de vida junto con el aire que ya difícilmente respiraba, con los ojos desorbitados y la boca llena de una espuma blanca.

Mi primer encuentro con la muerte se dio cuando Goliat dejó de respirar. Para ese momento, yo ya le había rogado a todo lo sa-grado que lo dejara vivir. Ya antes habían fa-llecido familiares o vecinos, pero no fue sino hasta que mi perro se fue, cuando empecé a entender qué era realmente la muerte. Me parecía aterradora la idea de que mi perro pa-sara la noche en el contenedor de basura – a donde me dijeron que tenía que ir-, solo, en un lugar tan frío, mezclado con el desperdicio y las ratas (por mucho tiempo, el cemente-rio me causó también una sensación similar). Cuando entendí que Goliat no se levantaría más, que ese rigor frío de sus patas no pasaría, que esta vez no comenzaría a perseguirme si lo molestaba soplando en su nariz, que ya no viviría en casa, sino en un tiradero de basura o bajo la tierra –para mí no había mucha dife-rencia-, cuando la palabra muerte brilló con todo su esplendor. Odié a quienes menospre-ciaron mi dolor, incapaces de entender que a los ocho años, la vida completa se encuentra en las pequeñas relaciones. También empecé a

entender que ningún ruego iba a traer de vuel-ta a Goliat, ya que Dios no escuchaba, no le interesaba mucho o estaba dispuesto a escon-derse en su “halo de misterio”. Así que dejé de pedir - la palabra ya no servía - y me fui a enterrar a mi perro. Nunca le hice un altar de muertos con leche ni galletas para perro.

¿Cuándo comienza a tener sentido la muerte para nosotros? Sin duda es la experien-cia la que provoca que los conceptos tengan un significado dentro de nuestro lenguaje, esta experiencia se modifica constantemente y de manera personal. A los ocho años es más fuer-te el lazo que une a un niño con una mascota que hasta con algunos familiares, debido a la cantidad de experiencias que han sido acumu-ladas; a la historia que constituye, entre otras cosas, el trasfondo semántico de un concepto. La muerte, como muchos conceptos aprendi-dos por repetición, permanece como una som-bra vislumbrada entre tinieblas (en el mejor sentido de la caverna platónica) hasta que se vuelve terriblemente actual y verdadera, hasta que se tiene enfrente. Wittgenstein dijo que la forma en que se usaba la palabra en la ética, la religión o la poesía arremetía contra los lí-mites del lenguaje; pienso ahora en la certeza que resulta al comprobar que no existe quizá otra forma de expresar la frustración, el pas-mo, la impotencia que produce en ocasiones la muerte, sino a través de la metáfora o los sí-miles. Qué irónico resulta que es precisamen-te cuando un concepto así toma significado y que comprendemos la insuficiencia del lenguaje.

Pienso en otras muertes y en lo limitado que resulta hablar cuan-do hay que hacerles frente. Pienso, por ejemplo, en mi país, donde el significado de muerte se está volviendo tan sombríamente ac-tual, donde un presidente pretende pagar con sangre ajena el reconocimiento que se le negó en las urnas. Pienso en lo ridículo que resulta el discurso político para confortar a quien ha visto morir familiares suyos a manos de quie-nes cree que le defienden; en que la palabra

puede llegar no sólo a ser innecesaria, sino hasta insultante. Hace poco asistí al funeral de una amiga que murió en un accidente y supe, desde el primer momento, que no sería capaz de acercarme a su único hermano o su sobrino más querido y decirles cualquier cosa sin que sonara tonto, inexacto, inservible o innecesa-rio; supe que por mucho que me entristeciera, no sentiría ni entendería su dolor -aunque lo creyese - y sobre todo, no podría acompañarlo en un sentimiento que era sólo suyo, porque el pedazo de historia que estaba perdiendo era un significado sólo comprensible para sí mismo; porque aunque se compare con experiencias propias, la vivencia del dolor es siempre algo personal. Opté por abrazarlos.

Hace muchos años, con Goliat, empecé a aprender que cuando la palabra no alcanza, es mejor guardar silencio y mover las manos.

Para el resto de la tierra, un perro muerto es basura.

Silvio Rodríguez

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• PÉNDULO 21/CUATRO/OCTUBRE 2010 •

La maravillosa expresión estética de la silenciosa muerte

Reseñas y noticias filosóficas

Enrique Luján Salazar

García Navarro, Jorge y Esparza, Martha (coords.),

Museo Nacional de la Muerte, Universidad Autónoma

de Aguascalientes, Aguascalientes, 2007.

Asistir al nacimiento de una publicación es parecido a contemplar el infinito

oleaje de la vida. Tenemos la necesidad de plasmar nuestra experiencia estética mediante el arte y la escritura, somos ani-males simbólicos que en un vai-vén continuo, resemantizamos constantemente el mundo. El ser humano no se cansa de vol-ver a nombrar continuamente la naturaleza y sus efectos, de realizar las creaciones más atre-vidas para revelar, a través del arte y la palabra, el movimiento de la vida. La escritura es una manifestación de esa capacidad de apropiarse de lo extraño y misterioso, de dar forma a nues-tra experiencia al establecer, mediante signos, nuestra me-moria colectiva. Sin embargo, no todos creamos, no todos so-mos creadores de formas nuevas y, menos aún, somos artistas. Quienes han intervenido en la realización de este libro tengan la seguridad de que sí lo son.

Hace tres años, la Uni-versidad Autónoma de Aguasca-lientes inauguró el Museo Na-cional de la Muerte gracias a la generosa donación del maestro Octavio Bajonero de más de dos mil piezas sobre el tema. Los trabajos que ahora se resguar-dan y exhiben abarcan, en cuan-to a su temporalidad, desde la época prehispánica hasta la con-temporánea. Aparte de la obra plástica y artesanal, el acervo también comprende material bibliográfico, así como grabacio-nes y acetatos representativos del folclor mexicano.

Relataré en forma bre-ve algunos de los aspectos for-males y de contenido que me

parecen más notables de esta aventura editorial emprendida por la Universidad Autónoma de Aguascalientes.

El propósito general del texto es difundir la colec-ción que ahora exhibe el Museo Nacional de la Muerte y reflexio-nar a partir de textos breves y lúcidos sobre la vasta y com-pleja temática de la muerte, que es, como lo dice una de las coautoras, Graciela Kartofel, una invitación a remar no en la barca de Caronte hacia el Hades sino a navegar en la misma em-barcación tripulada por la parca hacia el Mictlan de los nahuas o hacia el México fragmentado del siglo XXI.

El libro no tenía la in-tención de ser un catálogo de la exposición; sin embargo, se ha convertido en una referencia indispensable no sólo para dis-frutar más del Museo, sino como un documento intelectual que nos lleva desde la historia y la arquitectura del recinto colonial en el que se encuentra la colec-ción hasta las diferentes sendas y horizontes históricos por las que ha transitado la creación ar-tística y artesanal mexicana en la representación de la muerte.

Podemos señalar que el tratamiento que cada autor hizo a su texto tiene su sello perso-nal y profesional, de tal manera que tenemos textos muy vigo-rosos como el del primer rector de la universidad; otros con un conocimiento profundo sobre las diferentes manifestaciones plásticas de un periodo históri-co determinado como los de los maestros Bajonero o el de José Luis Quiroz; también hallamos

ensayos muy técnicos, muy bien construidos, como el de Gracie-la Kartoffel que aborda las pro-puestas de los artistas contem-poráneos en torno a la muerte y, finalmente, está el de José Án-gel Leyva, muy intelectual, con una limpia prosa poética, pero también muy personal, de modo que el tratamiento de las dife-rentes temáticas contribuye por sí solo de manera artística con la obra gráfica presentada: cada uno tiene un estilo particular y, sin embargo, armonizan como un todo. Cada uno nos deja con apetito para seguir degustando del pensamiento ágil, visual y amplio, así como frente a enig-mas no resueltos y preguntas abiertas en torno a la muerte.

La coordinación del diseño del libro la realizaron la maestra Marta Esparza y el maestro Jorge García, quienes vertieron su capacidad así como su creatividad en este libro de gran formato logrando de esta manera una aportación a la cul-tura del estado y del país, al lo-grar una publicación de gran ca-lidad que no tiene par con otras publicadas en Aguascalientes y en otros estados de la república.

La portada como un elemento fundamental de cual-quier libro, dado que es la que nos lleva a leerlo o a rechazar-lo, es un magnífico acierto del trabajo editorial. El original de la calavera prehispánica que fue elegida como la imagen de por-tada está tallado en cuarzo de una manera tan especial, que cuando se coloca bajo agua, desaparece. En la edición se qui-so destacar este elemento con un tratamiento especial que es el troquel y el barniz a registro

sobre el fondo mate. Quienes in-tervinieron en este aspecto, los compañeros del área de Produc-ción del Departamento Editorial deben estar satisfechos porque han cumplido tal como lo hacen los grandes sellos editoriales.

Otro de los elementos significativos que nos ofrece esta magnífica obra lo constitu-ye el traslado del texto del espa-ñol al idioma inglés, traducción que fue realizada rigurosamente por nuestra querida y experta maestra Ruth Ban, doctora en Lingüística, en colaboración con Ana María Batis y José Antonio Padilla, quienes generosamente accedieron a realizarlo.

Estamos seguros y he-mos visto que no son tintas sino sangre multicolor apasionada la que fluye por el libro en sus ele-gantes hojas de papel couché… y en el registro y belleza impeca-ble de sus fotografías. Los edi-tores han sabido ir de la mues-tra que alberga el Museo al ver y plasmar las más insospechadas miradas, o mejor, ver el mismo material con diferentes refle-jos, desde perspectivas inédi-tas e imágenes cautivadoras y llevarlas al papel impreso. Ellos saben que la creación requiere de silencio para escuchar el mo-vimiento sigiloso de la muerte y el impacto que causa en el co-razón del ser humano: escuchar desde los gruñidos de la natura-leza hasta los sonidos armóni-cos de los astros que cantan a la muerte/vida, a la generación y corrupción constante de todo lo viviente. Un libro, un texto abierto son también la noche.

A quienes les interesa ir más allá de la cotidianeidad y la

desmemoria, de la indolencia y la degradación política e inten-tan responder al sentido de la existencia humana que se deba-te entre su fugacidad y sus an-sias de eternidad, encontrarán en este libro un mar en el que hallarán más de una sorpresa, un espejo en el que se reflejan los más íntimos anhelos huma-nos y un placer estético que va más allá de lo visual.

Y entonces, sólo enton-ces podremos entonar un canto a la muerte.

La Jornada AguascalientesPÉNDULO 21

Publicación Mensual

Octubre 2010/ Año 2, No. 20

EditorEnrique Luján Salazar

Comité EditorialJosé de Lira BautistaIgnacio Ruelas Olvera

Octavio Arellano Reyna

DiseñoClaudia Macías Guerra

ColaboracionesLourdes Adriana Paredes Quiroz

Carlos Alberto Guerrero Velázquez

Museo Nacional de la Muerte

Museo Nacional de la Muerte