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TEMA 3º: LA FILOSOFÍA COMO RACIONALIDAD TEÓRICA: VERDAD Y REALIDAD 1º. El conocimiento y sus grados: opinión, creencia, conocimiento. 2º. La reflexión filosófica sobre la verdad: a) La verdad como propiedad de las cosas b) La verdad como propiedad del entendimiento c) Los criterios de verdad: evidencia e intersubjetividad 3º. Posturas filosóficas acerca de la posibilidad y naturaleza del conocimiento: a) Dogmatismo b) Escepticismo c) Relativismo d) Criticismo e) Perspectivismo El problema apariencia-realidad: a) El realismo b) El idealismo ___________________________________________ 1º. EL CONOCIMIENTO Y SUS GRADOS El saber filosófico en su dimensión teórica configura la llamada filosofía teórica. La razón en su uso teórico trata de conocer la realidad con la mayor verdad y rigor posibles. Pero la tarea de desentrañar qué sea lo real no puede lograrse sin precisar cómo lo conocemos con verdad. Es decir, sin esclarecer los diversos elementos y problemas que rodean al conocimiento y al fin que este persigue, que es el logro de la verdad. De este esclarecimiento se ocupa desde hace siglos la disciplina filosófica que hemos denominado teoría del conocimiento o gnoseología.

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TEMA 3º: LA FILOSOFÍA COMO RACIONALIDAD TEÓRICA: VERDAD

Y REALIDAD

1º. El conocimiento y sus grados: opinión, creencia, conocimiento.

2º. La reflexión filosófica sobre la verdad:

a) La verdad como propiedad de las cosas

b) La verdad como propiedad del entendimiento

c) Los criterios de verdad: evidencia e intersubjetividad

3º. Posturas filosóficas acerca de la posibilidad y naturaleza del conocimiento:

a) Dogmatismo

b) Escepticismo

c) Relativismo

d) Criticismo

e) Perspectivismo

4ª El problema apariencia-realidad:

a) El realismo

b) El idealismo

___________________________________________

1º. EL CONOCIMIENTO Y SUS GRADOS

El saber filosófico en su dimensión teórica configura la llamada filosofía teórica. La razón en su uso

teórico trata de conocer la realidad con la mayor verdad y rigor posibles. Pero la tarea de desentrañar qué

sea lo real no puede lograrse sin precisar cómo lo conocemos con verdad. Es decir, sin esclarecer los

diversos elementos y problemas que rodean al conocimiento y al fin que este persigue, que es el logro de

la verdad. De este esclarecimiento se ocupa desde hace siglos la disciplina filosófica que hemos

denominado teoría del conocimiento o gnoseología.

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1. ¿Qué es conocer?

Entendemos por «conocer» una actividad que tiene como objetivo la aprehensión de un estado de cosas

de tal forma que pueda ser compartida con los demás. En la actividad cognoscitiva cabe diferenciar, por

tanto, dos polos: el sujeto, protagonista de la acción de conocer; y el objeto, aquello sobre lo cual recae

dicha acción, aquello que resulta aprehendido o conocido.

En esta línea se puede distinguir también entre la actividad de conocer y el resultado de tal actividad,

que solemos denominar conocimiento. Así, mientras que el conocer está ligado a la búsqueda de la verdad,

el conocimiento se refiere preferentemente a la verdad hallada.

Todo conocimiento está guiado por intereses: nos interesa conocer para resolver problemas, para

aumentar nuestro bienestar, para acrecentar nuestras posibilidades. Ahora bien, los intereses pueden ser

particulares, propios de un individuo o grupo, o comunes a todos los seres humanos por pertenecer a la

razón.

El conocimiento es, sin duda, muy amplio. Muchas son las cosas que puede aprender el ser humano.

Aristóteles elaboró una clasificación del conocimiento, de la ciencia, según su terminología, que estuvo

largo tiempo vigente y que sirvió de fundamento para todas las diversas clasificaciones que se hicieron en

la Edad Media y en el Renacimiento sobre el saber humano, cuando las grandes transformaciones

provocadas por los adelantos técnicos posibilitaron el nacimiento de la Ciencia Moderna, que dio lugar a

nuevas disciplinas con sus nuevas metodologías, iniciándose desde ese momento la separación filosofía-

ciencia, que llega hasta nuestros días.

CLASIFICACIÓN ARISTOTÉLICA DEL SABER

Ciencias de lo necesario Saber de lo posible Saber de lo posible

CIENCIAS TEÓRICAS SABER PRÁCTICO SABER PRODUCTIVO Su finalidad es el saber mismo,

la contemplación, el puro

conocimiento de la verdad sin

tener en cuenta la utilidad

Relacionados con la capacidad

de organizar racionalmente la

conducta privada y pública

Los que tienen como fin la

producción externa, y todo arte

sujeto a reglas

Filosofía o metafísica: ciencia

del ente en cuanto ente

(ontología) y de la sustancia

divina (teología)

Física: ciencia del ente

sensible y móvil, que tiene

dentro de sí el principio de

movimiento y del reposo

Matemáticas: estudio de los

objetos inmóviles abstraídos de

la materia

Ética: gobierno de uno mismo

Economía: gobierno de la casa

y la familia

Política: gobierno de la polis

Poesía

Retórica

Dialéctica

Medicina

Música

Arquitectura

Escultura

Aristóteles consideraba que todos estos conocimientos eran necesarios y que servían a

diferentes intereses. Pero estaba convencido de que el saber filosófico era superior a todos ellos

porque solo él persigue el interés supremo: liberar al ser humano de la ignorancia

proporcionándole un conocimiento de las primeras causas y principios de la realidad.

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Antes de analizar lo que entendemos por conocimiento, vamos a examinar los diferentes

grados o niveles que suelen distinguirse:

1º. Opinión: es una apreciación subjetiva de la realidad, por lo que no podemos decir que

estemos absolutamente seguros de ella, y además tampoco podemos probarla ante los demás. Es

una apreciación subjetiva porque suele depender de nuestros intereses, creencias, deseos…Por

eso, cuando damos nuestra opinión sobre algo y se demuestra que no es correcta o que hay otras

de válidas, entonces solemos defendernos diciendo: “¡Bueno, sólo era una opinión!”.

2º. Creencia: nos limitamos a destacar el denominado uso asertivo de la creencia. Se da en

frases del tipo “Colón tenía la creencia de que la Tierra era redonda, pero hasta que Magallanes

dio la vuelta al mundo, no quedó demostrada”. Es una creencia asertiva porque Colón estaba

seguro de algo, aunque no tuviese pruebas suficientes para demostrarlo. Precisamente, esta

incapacidad para justificar nuestras creencias es lo que las distingue del verdadero conocimiento.

3º. Conocimiento: es una creencia de la que estamos seguros pero que además podemos

probar. Poder justificar racionalmente algo (dar razones) es lo característico del conocimiento.

Por eso, el conocimiento es objetivo y universal. Si digo que la raíz cuadrada de 16 es 4, lo que

digo es verdad; pero si no sé o no puedo justificar por qué lo es, entonces, no se trataría de

verdadero conocimiento.

Cada uno de estos grados o niveles de saber van acompañados de un estado mental

determinado. Así, la opinión va unida a la duda, la creencia a la certeza (subjetiva) y el

conocimiento a la evidencia.

2º. LA REFLEXIÓN FILOSÓFICA SOBRE LA VERDAD

La verdad, así como su relación con la realidad, sus tipos y sus formas de reconocerla, han

constituido uno de los problemas fundamentales de la teoría del conocimiento. En la tradición

occidental, el término y sentido de la “verdad” es heredero de varias tradiciones culturales y

lingüísticas:

a) Tradición griega: la verdad se entiende como “desvelamiento” (aletheia), como

manifestación de lo que las cosas son

b) Tradición latina: la verdad se entiende como “rigor” (veritas), como correspondencia con

lo que las cosas son.

c) Tradición hebrea: la verdad se entiende como “digno de confianza” (emunah), como

mantener las promesas dadas.

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A partir de estas tres tradiciones se ha configurado el sentido de la verdad. En general, la

filosofía ha aceptado la existencia de la verdad, pero no ha habido una única respuesta a la

pregunta ¿qué es la verdad? Es decir, hay una unanimidad casi absoluta en aceptar la existencia

de la verdad, pero no se ha dado una respuesta única a la pregunta acerca de su esencia.

Aunque son varias las teorías que se han elaborado sobre la verdad, en la filosofía occidental

destacan dos concepciones:

a) La verdad como propiedad de las cosas:

Es la respuesta que caracterizó al pensamiento griego y, en menor medida, al medieval. Esta

concepción de la verdad puede resumirse en las siguientes tesis:

1ª. La verdad existe en sí misma, es decir, existe en la realidad. Los hechos son como son y

se producen de acuerdo con su ser. Por lo tanto, conocemos como son verdaderamente los hechos

cuando accedemos a su ser, cuando éste queda des-oculto o patente. Como en la verdad queda

descubierto el ser de los hechos, esta concepción griega de la verdad ha sido denominada también

concepción ontológica de la verdad.

2ª. El ser humano no crea ni causa la verdad, se limita simplemente a descubrirla, pero ésta

ya existe antes de ese descubrimiento y seguirá existiendo incluso aunque el ser humano dejase

de existir. La labor del hombre es, pues, similar a la del arqueólogo que va quitando arena y

piedras para encontrar un tesoro oculto. Ese tesoro ya estaba ahí, el arqueólogo se ha limitado a

descubrirlo. Es en este sentido en el que puede afirmarse que, según esta teoría, la verdad no tiene

un fundamento antropológico. Ciertamente, el ser humano la descubre y saca a la luz, pero ella ya

existe en la realidad, en los hechos.

3ª. La verdad se identifica con la realidad auténtica, en oposición a la realidad aparente.

Hablando con rigor, para los griegos no existían hechos falsos, pues los hechos son como son y

en este sentido todos son verdaderos. ¿Cómo explicar entonces la experiencia que tan

frecuentemente tenemos los seres humanos del error? La verdad existe en la realidad, el error, sin

embargo, no. El error no tiene entidad propia, existe solo en la medida en que el ser humano

afirma algo acerca de un hecho antes de que esté suficientemente desvelado. Cuando actuamos

así, nos precipitamos y tomamos la apariencia por la realidad, pero no porque la realidad sea falsa

(¿cómo podría serlo?), sino porque nosotros nos dejamos engañar. Así, los objetos no se hacen

más pequeños cuando se alejan, ni un palo está roto cuando lo metemos en agua. Igualmente, si

tenemos un collar de oro falso y luego descubrimos que lo es, entonces está claro siempre lo ha

sido. El collar nunca fue oro verdadero.

b) Verdad como propiedad del entendimiento:

La verdad no sólo se atribuye a la realidad, a los hechos, sino también a las afirmaciones que

los seres humanos hacemos sobre ella. Así entendida, la verdad es una propiedad que pueden

tener nuestras proposiciones o afirmaciones.

Las tesis fundamentales de esta teoría de la verdad son las siguientes:

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1ª. El lugar de la verdad es el lenguaje. Por lo tanto, el ser humano es el “productor” de la

verdad. Esta concepción de la verdad presupone la existencia de una realidad objetiva, exterior al

sujeto, que éste intenta representar mediante sus juicios y enunciados. Entre sus representantes

están Aristóteles, Tomás de Aquino o Ludwig Wittgenstein.

2ª. ¿En qué parte del lenguaje está la verdad? Solamente en las proposiciones enunciativas.

Un enunciado es una afirmación en la que se afirma (o niega) algo acerca de algo. Ejemplos de

enunciados serían: “La pizarra de la clase es verde”, “El bachillerato español consta de dos

cursos”, “París es la capital de Francia” o “Juan y María fueron anoche al cine”.

No siempre usamos el lenguaje de manera predicativa o enunciativa. En las preguntas, las

órdenes o los ruegos no hay lugar para la verdad. Si yo pregunto “¿qué hora es?”, esa pregunta no

es ni verdadera ni falsa. Lo será la respuesta correspondiente.

3ª. ¿Cuándo un enunciado es verdadero? En filosofía se distinguen tres criterios:

a) Verdad como correspondencia: es el criterio más utilizado. Considera que un enunciado

es verdadero cuando hay una adecuación entre lo que afirma o expresa y la realidad a la que se

refiere. Por ejemplo, el enunciado “la cafetería está llena” es verdadero si efectivamente hay

mucha gente en la cafetería, y falso si está vacía o hay poca gente. Aristóteles fue el primer

filósofo que defendió este criterio de verdad. Desde entonces se aceptó que un enunciado es

verdadero cuando en la realidad sucede lo que en él se afirma.

b) Verdad como coherencia: según este criterio una proposición es verdadera si no entra

en contradicción con otras proposiciones que se ha demostrado son verdaderas. Así, la

proposición “Si sigues hacia el horizonte, llegarás al fin del mundo” es falsa porque contradice

numerosas proposiciones verdaderas, por ejemplo, “la tierra es redonda”). Así pues, la

coherencia, entendida como no contradicción, de una afirmación con las que ya sabemos que son

verdaderas indica que la nueva también lo es.

c) Verdad como éxito: según este criterio, un enunciado es verdadero cuando es útil y, por

tanto, conduce al éxito. La verdad o falsedad de una proposición ha de determinarse desde el

análisis de las consecuencias que resultan al aplicarla o llevarla a la práctica. Si son positivas,

entonces la proposición es verdadera. Si son negativas, entonces es falsa. El lugar de la verdad es

la “acción”. El filósofo norteamericano Williams James (1842-1910) fue el principal defensor de

este criterio de verdad.

c) Los criterios de verdad: evidencia e intersubjetividad

No es suficiente con saber que la verdad existe y en qué consiste. Además es necesario saber

cómo podemos estar absolutamente seguros de que una verdad lo es. Es necesario, pues, tener

criterios de verdad. Se llama criterio de verdad a aquella característica o procedimiento por el

cual podemos distinguir la verdad de la falsedad y estar seguros del valor de un enunciado.

Podemos mencionar los dos siguientes:

1º. La evidencia: es el criterio fundamental. La palabra evidencia proviene del término latino

videre (“ver”) y se refiere a la especial forma de presentarse ante nosotros que tienen ciertos

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hechos y proposiciones que al percibirlos consideramos evidentes, es decir, que no dudamos de

ellos. Un conocimiento es evidente cuando produce una certeza que nos impide dudar de su

verdad. Por ejemplo, son evidentes afirmaciones del tipo: “toda cosa es idéntica a sí misma”, “el

todo es mayor que las partes que lo componen”, “todo ser vivo muere”, “ningún ser humano

quiere ser infeliz”…. Hay que notar que aunque no podamos probar estos enunciados, su verdad

se me presenta de manera directa e indudable.

En la historia de la filosofía el mayor defensor de este criterio fue Descartes. Afirmaba que el

criterio de verdad es la evidencia y que algo es evidente cuando se presenta a la mente de manera

clara (sin lugar a error o duda) y distinta (sin confusión posible con otros conocimientos). Como

ejemplo de este tipo de verdades evidentes, Descartes señaló a los principios matemáticos que la

mente capta intuitivamente.

2º. La intersubjetividad: según este criterio, un hecho o un enunciado son verdaderos cuando son

aceptadas por un número elevado de individuos, y potencialmente cuando podrían ser aceptadas

por cualquier sujeto racional. Intersubjetividad significa consenso o acuerdo. La verdad es el

consenso alcanzado por los interlocutores que participan en un diálogo realizado con una serie de

condiciones: no hacer trampas, no estar mediado por una presión externa a llegar a algo

específico y la ausencia de coacciones. El propósito de la interlocución debe ser buscar la verdad.

El “lugar” de la verdad es el diálogo. Los principales representantes de este criterio son

Habermas y Apel, filósofos del siglo XX.

¿Son suficientes estos criterios?, ¿están fuera de toda crítica? Desgraciadamente, no.

El sentimiento de seguridad y certeza que acompaña a la evidencia es simplemente un estado

mental, un sentimiento subjetivo. Por eso, no es un criterio satisfactorio. Además si lo pensamos

un poco es un sentimiento poco legítimo, porque la evidencia está absolutamente condicionada

por la educación recibida, el momento histórico en el que vive una persona, sus ideas religiosas o

morales, etc. Todos tenemos una concepción del mundo asumida de manera más o menos

inconsciente y acrítica, que sin duda distorsiona nuestra mente, de tal modo que puede llegar a

suceder que lo falso nos resulte evidente e incuestionable. Así, para un varón de la Atenas del

siglo V a. C resultaba evidente que las mujeres eran inferiores a los hombres y por eso no podían

intervenir en la política, pues no podían ser consideradas ciudadanas. Pero para una mujer de la

misma época era también evidente que los esclavos eran seres humanos inferiores y por eso

debían ser privados de libertad.

Aún más fácil resulta ver el carácter insuficiente de la intersubjetividad o del consenso.

Aunque es cierto que los conocimientos verdaderos han de ser admitidos por todos los seres

humanos, sin embargo, no es cierto lo contrario. Lo admitido por muchas personas e incluso por

todo el mundo no es por eso mismo indudablemente verdadero. Un ejemplo histórico lo tenemos

en la creencia dominante en la Edad Media de que la Tierra ocupaba el centro del Universo. El

heliocentrismo copernicano acabó mostrando que millones de personas estaban equivocadas. Lo

mismo pasó con la teoría de la evolución de Darwin y el fijismo defendido hasta ese momento.

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¿Qué consecuencia se deriva del reconocer y asumir que no poseemos ningún criterio de

verdad absolutamente fiable? Sin duda, una consecuencia de gran importancia para la vida del

ser humano: la necesidad de aceptar que la mayoría de las verdades que en nuestra vida cotidiana

tomamos por evidencias seguras, no son, en realidad, más que opiniones o creencias que en

cualquier momento pueden mostrarse falsas. Sin duda, es un riesgo que nos intranquiliza y asusta,

pero también es una oportunidad para buscar nuevas verdades y avanzar en el conocimiento, pues

sin la experiencia del error, el ser humano no buscaría nuevas respuestas para las preguntas que le

asaltan en su día a día, sean en el ámbito de la ciencia, la filosofía, el arte, la literatura o la

tecnología. En definitiva, reconocer que, salvo para un número muy limitado de afirmaciones, no

tenemos ningún criterio válido de verdad es positivo, pues nos hace ser conscientes de nuestra

ignorancia, mantenernos siempre en la duda, tener una mente abierta y adoptar un sano

escepticismo o relativismo vital.

3ª. POSTURAS FILOSÓFICAS ACERCA DE LA POSIBILIDAD Y NATURALEZA DEL

CONOCIMIENTO

A lo largo de la historia de la filosofía se han elaborado distintas teorías sobre el

conocimiento, teorías que han respondido de distinto modo a las preguntas fundamentales de la

epistemología: origen, naturaleza, límites del conocimiento… En este apartado vamos a analizar

las cinco más importantes e influyentes: dogmatismo, escepticismo, relativismo, criticismo y

perspectivismo.

Empezaremos exponiendo las dos posturas antagónicas (dogmatismo y escepticismo), para

analizar luego las tres posturas “intermedias” (relativismo, criticismo y perspectivismo).

1º DOGMATISMO

El dogmatismo fue la primera posición histórica ante el problema de la posibilidad del

conocimiento en la historia de la filosofía.

Por “dogma” en filosofía se entiende propiamente una opinión no fundada o asumida sin

crítica. En Grecia se denominó “filósofos dogmáticos” a aquellos que, por oposición a los

“filósofos escépticos”, buscaban sobre todo establecer verdades y conocimientos como

verdaderos y definitivos sin considerar necesario hacer un examen previo de los mismos, es decir,

sin criticarlos ni analizarlos detalladamente.

Para el dogmatismo, entendido de esta manera general, el problema de la posibilidad y

validez del conocimiento no existe en cuanto tal. La posición dogmática da por supuestas sin

más la posibilidad y la realidad efectiva del conocimiento. Considera que el conocimiento es

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evidente y que cuando el sujeto conoce algo, capta sin más la esencia del objeto conocido. Esta

posición se sustenta en una confianza ilimitada (no debilitada por ninguna duda) en la capacidad

cognoscitiva del sujeto humano y, sobre todo, en una deficiente concepción de la esencia misma

del conocimiento. Ello es así porque el dogmatismo cree que los objetos de conocimiento se le

dan al sujeto de manera directa e inmediata, presuponiendo que éste desempeña un papel pasivo

en el acto de conocer, se limita a captar el modo de ser de esos objetos sin aportar nada.

El dogmatismo es, en líneas generales, la actitud natural del ser humano. Todos tendemos a

considerar que las cosas (una mesa, un árbol, un animal…) tienen una esencia propia e

independiente del hecho de que el ser humano las conozca o no y que cuando conocemos nos

limitamos a captar esa esencia sin aportar nada, como un espejo que refleja la realidad tal y como

ésta es sin variarla ni modificarla. Más aún, estamos convencidos de que nuestra percepción

sensible (vista, tacto, oído…) nos proporciona conocimiento de la existencia del mundo que

vemos, tocamos y oímos. De entrada no nos planteamos la posibilidad de que esa percepción

sensible sea una alucinación o un sueño. Creemos firmemente (sin ser siquiera conscientes de

esta creencia) que, por ejemplo, el color verde la pizarra, su dureza, su forma rectangular, etc. en

definitiva, sus propiedades sensibles están realmente en ese objeto, le pertenecen. Puede

considerarse que el dogmatismo es el estado normal de la inteligencia humana porque el hombre

tiende, de manera natural y espontánea, a liberarse de las dudas e incertidumbres, a buscar

verdades que nos permitan “saber a qué atenernos”. Necesitamos pisar suelo firme pues no es

posible vivir en la duda permanente. El hecho de que la inmensa mayoría de los seres humanos

aceptemos como verdades ciertas y evidentes, conocimientos que nunca hemos comprobado

personalmente (por ejemplo, que el Amazonas es el río más caudaloso del mundo o que la

materia está compuesta de átomos) se explica por esa disposición natural del ser humano hacia el

dogmatismo.

En la historia de la filosofía, el dogmatismo fue la posición epistemológica predominante en

los orígenes de la filosofía griega (filosofía presocrática). Se tiende a considerar dogmáticos a

todos aquellos filósofos que defendieron que la capacidad de conocer del ser humano es

ilimitada, sin aportar pruebas de ello, sin hacer un examen previo de la razón y de las facultades

de conocimiento humanas para constatar si, efectivamente, el ser humano puede conocer todo lo

que se propone o si, por el contrario, hay límites que su propia naturaleza le impone. Platón o

Descartes (filósofo francés del siglo XVII) serían ejemplos de pensadores dogmáticos por su

creencia irreflexiva en la capacidad ilimitada de conocer del ser humano.

2. ESCEPTICISMO

En el ámbito de la teoría del conocimiento o epistemología, el escepticismo es la postura

opuesta al dogmatismo.

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En general, el escéptico considera que no es posible fundamentar el conocimiento, por lo que

es imposible demostrar con seguridad la verdad acerca de nada. Los escépticos más radicales (por

ejemplo, el griego Gorgias) llegaron incluso a negar la existencia misma del conocimiento.

¿Por qué surgió esta postura filosófica?, ¿qué razones o argumentos dieron sus defensores para

justificarla? El escepticismo nace históricamente cuando se toma conciencia de un hecho: la

existencia de diversas opiniones ante la práctica totalidad de las cuestiones que el ser humano

desea conocer. Se constata que muchas de esas opiniones no son solo distintas, sino, en realidad,

opuestas, excluyentes o contradictorias entre sí. Dado que no todas pueden ser verdaderas, pero

todas (o la mayoría) pueden ser defendidas con razonamientos o argumentos coherentes e incluso

con el apoyo de pruebas empíricas, el escéptico termina considerando imposible escapar de la

duda y sosteniendo que el conocimiento objetivo, universal, definitivo… es imposible de

alcanzar. Solo podemos opinar sobre las cosas.

Para justificar por qué es imposible escapar del ámbito de la opinión y por qué no puede

alcanzarse un conocimiento seguro y definitivo, los escépticos dieron distintas teorías:

a) La realidad es en sí misma irracional e incognoscible

b) La realidad es racional y cognoscible pero la capacidad de conocer del ser

humano es insuficiente o limitada

En cualquier caso, para el escéptico lo que se revela decisivo para defender su teoría es la

experiencia del error. Esta experiencia, que está presente en toda existencia humana, lleva al

escéptico a mantener una actitud radicalmente opuesta a la del dogmático. Si éste, irreflexiva e

ingenuamente, sostiene sin previa crítica la posibilidad y efectiva realidad del conocimiento

humano, aquél, en cambio, las niega, mostrándose cauto y desconfiado.

El escepticismo se halla, sobre todo, en la filosofía antigua. Lo encontramos por primera vez

en la Atenas del siglo V a. C dentro del movimiento de los sofistas (Protágoras, Gorgias…). Sin

embargo, se considera a Pirrón de Elis (360-270 a. C) como el verdadero fundador de la escuela

escéptica griega. Fue un escéptico radical que terminó defendiendo la suspensión del juicio

(epojé), la abstención de toda adhesión cognoscitiva a un juicio o tesis particular, pues siempre se

puede argumentar la opinión contraria. Esta actitud de indiferencia debería provocar en el ser

humano la tranquilidad o imperturbabilidad de espíritu (ataraxía), único modo posible de

felicidad alcanzable para el hombre.

El escepticismo griego, como el resto de escuelas filosóficas de la antigüedad clásica, resurge

con fuerza en el Renacimiento. Destacan Michel de Montaigne (1533-1592) y el español

Francisco Sánchez (1550-1623). Ambos matizaron el escepticismo radical o extremo de Pirrón,

defendiendo un escepticismo moderado o metafísico. En la filosofía moderna surgió también, de

la mano del empirismo británico, otra variante del escepticismo metafísico. Como su nombre

indica se trata de un escepticismo que no niega la posibilidad del conocimiento en general ni de

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verdades universales. Este escepticismo se limita a rechazar la posibilidad de conocer

determinados ámbitos de la realidad (en concreto, el metafísico), negando la posibilidad de

resolver aquellas cuestiones que tratan de problemas no empíricos por estar más allá de la

capacidad de conocer humana (por ejemplo, la existencia de Dios, la existencia y naturaleza del

alma, la justificación al origen del Universo, el sentido último de la existencia humana…). Hume

(1711-1776) y Kant (1724-1804) pueden considerarse defensores de este escepticismo moderado

o metafísico, aunque sus teorías filosóficas sean muy distintas en otros aspectos…

¿Qué valoración puede hacerse del escepticismo, considerado en general? Dejando de lado las

formulaciones más radicales, hay que reconocer al escepticismo una indiscutible virtualidad. La

actitud escéptica tomada en su acepción originaria es la actitud del auténtico filósofo, que no

contentándose con lo que en cada momento histórico se considera verdadero sigue examinando y

buscando nuevas teorías. De esta manera, el escéptico, como maestro de la sospecha y la duda, es

el paradigma del filósofo, el radical antidogmático que hace posible el avance mismo del

conocimiento humano (filosófico, científico…). Sin una dosis de escepticismo, el progreso

humano y el avance del conocimiento serían imposibles.

3. RELATIVISMO

Relacionado estrechamente con el escepticismo se halla el relativismo. Éste, como aquél,

constituye una posición esencialmente negativa ante el problema del conocimiento. Ahora bien,

el relativismo no niega sin más que el conocimiento sea posible o que la verdad no exista,

sostiene simplemente que la verdad y el conocimiento existentes de hecho carecen de validez

universal. Para el relativista no existen verdades absolutas, incondicionadas, verdades

absolutamente válidas. Todo conocimiento y, por lo tanto, toda verdad, posee una validez

limitada, condicionada por múltiples factores y circunstancias, que hacen que lo que es válido o

verdadero en un determinado ámbito o contexto, pueda ser falso en otros. Según cuales sean los

factores o elementos que limiten la validez de la verdad, pueden diferenciarse distintos tipos de

relativismo:

a) Relativismo individual: limita la validez de la verdad y del conocimiento al sujeto

singular o particular que en cada caso juzga y conoce. Según esto es verdadero para cada uno,

singularmente considerado, lo que le parece verdadero. Así, un pastel es dulce porque a mí me

sabe a dulce cuando me lo estoy comiendo, pero el mismo pastel es o puede ser amargo si a otra

persona, por las razones que sea, le sabe así cuando lo come. Nada es de manera absoluta con

independencia del sujeto que conoce. Suele considerarse a Protágoras, filósofo de la antigua

Grecia, como el máximo representante de este relativismo radical.

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b) Relativismo específico: Considera como factor limitativo de la validez de la verdad no

el sujeto singular o individual, sino el sujeto específico, la especie en su conjunto. Para esta

forma de relativismo, por lo tanto, si bien cabe una verdad supra-individual, independiente de las

características singulares de cada individuo singular, sin embargo, no es posible admitir la

existencia de verdades absolutas o universales. El ámbito de validez de la verdad coincide

plenamente con el ámbito propio de la especie de que se trate. Por ejemplo, la verdad “la suma de

los tres ángulos de un triángulo suma 180 grados” será válida para una especie (la humana), pero

sólo para dicha especie. Este peculiar tipo de relativismo se denomina también psicológico o

antropológico. Aunque hubo filósofos antiguos que lo defendieron, sin embargo, fue defendido

sobre todo a finales del siglo XIX y primeras décadas del XX por una corriente filosófica

denominada psicologismo.

c) Relativismo cultural o histórico: Este tipo de relativismo limita la validez de la verdad

al ámbito cultural o a la época histórica en que una verdad se produce. La validez de la verdad

se encuentra limitada por el marco cultural de procedencia o por la época en la que surge. De ahí

la posibilidad de que algo pueda ser verdadero en una cierta esfera cultural y falso en otra;

verdadero en una época y falso en otra diferente. En la filosofía contemporánea, Oswald Spengler

(1880-1938) defendió de manera expresa este relativismo. Según este pensador, en la historia de

Occidente se ha tendido a negar el relativismo cultural por el carácter etnocéntrico de dicha

cultura, que le ha llevado a considerar su arte, su filosofía, su moral, su estética, su ciencia…

como las únicas posibles, las mejores y, por ello, las realmente verdaderas, suponiendo que las

demás eran erróneas o inferiores.

d) Relativismo pagmático o utilitarista: Limita la validez de la verdad y del conocimiento a

la práctica y a la acción. Verdadero es el pensamiento o el conocimiento útil, adecuado a un

fin. Verdad es, pues, sinónimo de utilidad. Ahora bien, dado que el ser humano es un ser

histórico y social y puesto que tanto la historia como la sociedad cambian, entonces también

cambiará la noción de utilidad. Lo que en un momento histórico podía ser útil para lograr, por

ejemplo, la adaptación del hombre a su entorno socio-cultural y satisfacer sus necesidades puede

no serlo en otro momento. Por eso, este relativismo niega la existencia de verdades absolutas o

universales, dado que no hay una única manera de entender o definir la utilidad. Es usual

considerar al filósofo norteamericano William James (1842-1910) como el fundador de esta

doctrina.

4. CRITICISMO

Esta teoría constituye una respuesta intermedia al problema de la posibilidad y validez del

conocimiento alejada de los extremos del dogmatismo y del escepticismo (y su variante, el

relativismo). En oposición al dogmatismo, que presupone sin examen, la validez del

conocimiento y al escepticismo, que duda de todo conocimiento y de toda verdad, el criticismo es

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la posición filosófica que, considerando el conocimiento como posible, trata de dar razones y

de establecer rigurosamente sus fundamentos. Esa labor crítica y de análisis es lo que separa

al criticismo del dogmatismo.

El criticismo somete a análisis las facultades mismas de conocimiento humano (la

sensibilidad, el entendimiento y la razón) para establecer qué ámbitos de la realidad son

accesibles al conocimiento humano, y cuáles no. En general, el criticismo suele considerarse la

posición teórica que fundamenta el escepticismo metafísico. Pretende hacernos tomar conciencia

de los límites del conocimiento humano, que no se derivan de circunstancias coyunturales (nivel

de desarrollo del saber humano en una determinada época, mayor o menor desarrollo técnico, uso

de una metodología adecuada…) sino de la propia constitución natural del ser humano y que, por

lo tanto, no pueden superarse ni eliminarse.

El filósofo empirista John Locke (1632-1704) y, sobre todo, Inmanuel Kant son considerados

los dos representantes más clásicos de esta postura. De hecho el término criticismo deriva del

título de la célebre obra de Kant, Crítica de la razón pura en la que el autor analiza de manera

rigurosa las distintas facultades de conocimiento del ser humano, estableciendo sus límites.

5. PERSPECTIVISMO

Es, junto con el criticismo, la otra postura intermedia. Acepta la existencia y validez del

conocimiento y de la verdad pero sostiene que ambos son necesaria e inevitablemente

perspectivistas, lo que implica que cada ser humano aporta en el momento de conocer un

punto de vista único. Muchos filósofos han defendido, de una u otra manera, esta teoría, por

ejemplo: Leibniz, Nietzsche o el filósofo español José Ortega y Gasset (1883-1955).

En esencia esta postura defiende que la verdad es siempre limitada, fragmentaria o parcial,

pero en todo caso real. Es limitada porque la realidad misma está fragmentada en innumerables

caras o perspectivas que se ofrecen a las personas. Éstas captan esas caras de la realidad desde la

circunstancia concreta en la que viven, a la que no pueden sobreponerse o escapar. La realidad

pues, es plural, multiforme, cada trozo o parte suya es igualmente real y verdadera, por lo que no

tiene sentido discutir acerca de qué perspectiva o visión de la realidad es más auténtica o más

correcta. Esta es la gran diferencia del perspectivismo con el relativismo (sea individual o

histórico). El perspectivismo considera que el que cada sujeto capte la realidad desde su propia e

intransferible posición o, como diría Ortega, circunstancia no implica la no existencia de una

verdad universal o supra-individual. La existencia de esta verdad se admite como posibilidad

teórica y equivaldría a la suma o yuxtaposición de todas las perspectivas o puntos de vista

posibles sobre una parcela de lo real o sobre un problema. En la práctica esta visión global es

imposible de lograr pues, como ya se ha dicho, nadie puede escapar de su perspectiva, por eso, en

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última instancia, Ortega termina aceptando que esa visión absoluta de la realidad, esa verdad

completa sería alcanzable solo para un ser todopoderoso y omnisciente como Dios.

El perspectivismo, como teoría epistemológica, lleva implícitas unas consecuencias éticas

evidentes. Dado que la verdad es plural, dado que nadie puede pretender estar en posesión de la

verdad absoluta, ya que todos, en mayor o menor medida, conocen la realidad, desde la singular

perspectiva que les corresponde, es necesario adoptar una posición de tolerancia y cooperación

entre las distintas perspectivas o formas de captar la realidad para integrarlas y, de este modo,

lograr una visión más verdadera y correcta del Universo. Como dijo Ortega: “toda perspectiva es

válida excepto la que pretende ser la única verdadera”.

4º. EL PROBLEMA APARIENCIA-REALIDAD

Aceptada la posibilidad de conocer, uno de los empeños constantes de la filosofía ha sido explicar el

conocimiento. Disponemos de muchos modelos, que se diferencian por conceder distinta importancia a los

elementos que integran el conocer, sobre todo al sujeto y al objeto. Sin embargo, ¿Son las cosas tal y

como las conocemos? Es decir, ¿Es la realidad tal y como se me aparece? Este cuadro nos puede servir de

ayuda para entender las principales teorías filosóficas al respecto: realismo e idealismo.

a) El realismo:

El realismo, en sus diferentes formas, defiende que la realidad, es decir, el objeto del conocer, existe

por sí misma, independientemente del sujeto. El polo objetivo del conocimiento se considera, por tanto,

especialmente relevante y, en cualquier caso, más fundamental que el sujeto. Lo único que podemos hacer

los seres humanos, según esta concepción, es captar o conocer la realidad, pero eso no la altera ni la

modifica. Para el realismo podemos conocer las cosas en sí mismas, tal cual son.

El realismo tiene su formulación más característica en Aristóteles y pervive hasta hoy con matices muy

diversos. Actualmente la teoría más aceptada es el realismo crítico: percibimos directamente las cosas (no

sus representaciones), aunque no todas las cualidades de éstas sean objetivas.

b) El idealismo;

El idealismo subraya que la realidad no existe independientemente del sujeto que la conoce. Lo

indudable, según este modelo de conocimiento, es la existencia de la conciencia, la seguridad de que yo

estoy pensando o conociendo. Podemos dudar de que existan más allá de nuestra conciencia los objetos

que pensamos o conocemos, pero no de que tenemos conciencia y conocimiento de ellos. Ocurre algo

parecido cuando soñamos, pues solo podemos tener seguridad de que lo hemos soñado, no de que eso

exista o haya ocurrido en la realidad. Por tanto, en el proceso de conocer es el sujeto quien tiene una

relevancia especial.

Las concepciones idealistas del conocimiento entienden, en ocasiones, que la realidad no es

directamente alcanzable por nuestro conocimiento o pensamiento. Para poder conocer o pensar precisamos

de unos elementos intermedios. Descartes denominó a estos elementos de forma genérica «ideas», pues no

pensamos o conocemos «cosas», sino sus representaciones mentales, las ideas. Por tanto, en cierto modo,

el proceso del conocimiento es un proceso de construcción o de organización de los datos procedentes de

la realidad. De aquí que lo que entendamos por «realidad» no pueda ser considerado como independiente

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del sujeto que la conoce, es decir, que la organiza y la construye. Además de Descartes, defienden este

modelo Kant y Hegel, entre otros.

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