La universalidad externa e interna del Quijote

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La universalidad externa e interna del Quijote Cervantes hizo nacer a 'Don Quijote, gran s.eñor de la litera- tura universal, en la tierra manchega, de tan intermina ble s hori- zo ntes y de tan luminosas perspectivas. Era tan grande su soñada personalidad, que no pudo ser concebida ·en los angostos límites de mi valle rodeado de montañas . . Sus pupilas ambiciosas nece- sitaban explayarse por extensas lejanías; eran soberanas •que pe- dían el rendimiento de un mundo a sus pies: nada más alto que ellas; ninguna barrera delante de sus vuelos; en t.odas direccio- nes, el confín celeste como única muralla capaz de detener sus insaciab le s ansias de infinito. La Mancha extendió las pardas. alfombras de sus llanuras sin fin para rendir homenaje a Don Qu ijote. Don Quijote contempló nuestra piel de toro tendida sobre· los mares., y distinguió pronto el reino que le había sido destinado. Y asentó en él su trono porque le ofrecía un símbolo: - el símbolo de que ante su poder espiritual se borrarían todas las fronteras, y s.e allanarían las superficies bajo sus pasos, y se humillarían ante sus .miradas las a ltttÍ-a s. Don Quijote recibió de las ancht,tras de su tierra la conciencia del so lio que le corres- pondía, y bebió luz de pureza en la nítida cascada solar que se vierte so bre sus campos, y ensanchó su espíritu en la visión .serena de su augusta espaciosidad. Nacido en tan idílica holgura, nada podía ser pequeño en él. N acid o en una tierra tan grande, había de parecerle pequeño el mundo para sus · conquistas. La lección de aquella grand io sidad le alejó de las ruindades ihumanas. En la magnitud del espectáculo aprendió a 'ser tan ancho de

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La universalidad externa e interna del Quijote

Cervantes hizo nacer a 'Don Quijote, gran s.eñor de la litera­tura universal, en la tierra manchega, de tan interminables hori­zontes y de tan luminosas perspectivas. Era tan grande su soñada personalidad, que no pudo ser concebida ·en los angostos límites de mi valle rodeado de montañas . . Sus pupilas ambiciosas nece­sitaban explayarse por extensas lejanías; eran soberanas •que pe­dían el rendimiento de un mundo a sus pies: nada más alto que ellas; ninguna barrera delante de sus vuelos; en t.odas direccio­nes, el confín celeste como única muralla capaz de detener sus insaciables ansias de infinito. La Mancha extendió las pardas. alfombras de sus llanuras sin fin para rendir homenaje a Don Quijote. Don Quijote contempló nuestra piel de toro tendida sobre· los mares., y distinguió pronto el reino que le había sido destinado. Y asentó en él su trono porque le ofrecía un símbolo:

- el símbolo de que ante su poder espiritual se borrarían todas las fronteras, y s.e allanarían las superficies bajo sus pasos, y se humillarían ante sus .miradas las altttÍ-as. Don Quijote recibió de las ancht,tras de su tierra la conciencia del solio que le corres­pondía, y bebió luz de pureza en la nítida cascada solar que se vierte sobre sus campos, y ensanchó su espíritu en la visión .serena de su augusta espaciosidad. Nacido en tan idílica holgura, nada podía ser pequeño en él. N a cid o en una tierra tan grande, había de parecerle pequeño el mundo para sus · conquistas. La lección de aquella grandiosidad le alejó de las ruindades ihumanas. En la magnitud del espectáculo aprendió a 'ser tan ancho de

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alma como pedía el ambiente. Por eso es el g igante del ideal puesto en pie sobre el gigante tendido del espacio.

Sumiso ante un honroso requerimiento de la Real Academia Española, doy ahora espuelas al Rocinante de mi pluma, bien amparado por la rodela con que la honradez de mi- propósito me defiende, y no sin recordar a Orban~ja, el pintor de Ubeda, quien, al decir de Don-Quijote (cap. III, parte 2.a): "preguntándole qué pinta;ba, respondió: lo que saliere". Pero convencido a la vez de que qui·en pretenda ·honrar a Cervantes · o ·al QuijO'te pretende tambÍén honra~: a España~ p¿rque todos tres forman un todo indi­visible, con un alma común, y un solo astro resplandeciente en medio de un inmenso sistema planetario de admiradores.

N!lda importa, en efecto, que hayamos perdido nuestro do­minio material allende los mares, ni que ya no pueda iluminar el sol tierras lejanas sujetas a nuestra soberanía: · el prodigioso libro · de a-quel gran soldado español, traducido a todas las. len­guas y en~umbrado en todos los .países sobre los más indestruc­tibles pedestales. de la fama, es hoy el sol que alumbra y caldea nuestra presencia espiritual en todas partes y que, libre de ocasos y hasta de nubecillas, no se pondrá ya nunca sobre la superficie del planeta, conquistado para nuestro patrimonio idealista por las armas del genio. -

Al contemplar esta universalidad exterior de nuestra novela madre, no asombra tanto -el hecho de su expansión, ¿asi mila­grosa, y de su triunfo, casi sobrenatural, como el don de profe­cía con que ambos hechos. fueron anunciados por el propio Cer­vantes. Admira contemplar al Bachiller, convertido. en oráculo, cuando dice, para encomiar la historia del loco Caballero: "que se re trasluce no ha de haber nación ni lengua donde· no se tra- , duzca" ttap. III, parte 2.a), y cuando añade: "los niños la mano­sean, los ·mozos la leen, los hombres la entienden y los viejos la celebran" (cap. Ili, parte 2.a). Don Quijote mismo, menos cabal en . su jÚicio que •en su presentimiento, se atreve a lanzar, en nomb.re de su ~reador; un pronóstico que no salió jamás de labios de ningún literato, al comentar sus propias invenciones: el de que la relación de sus hazañas llevaba "camino de imp"rimirse treinta mil veces de millares si· el cielo no lo remediaba" (cap. XVI, parte 2.a). Universalidad presentida o ironía convertida en reali-

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dad, la historia de su historia hizo buenas también, a lo largo de los siglos, aquellas palabras de felices auspicios, pronunci?.das por el Ingenioso Hidalgo •en otro pasaje: "Dichosa edad y siglo cliohoso aquel donde saldrán a la luz las famosas _hazañas mías, dignas ele entallarse en bronces, esculpirse en mármoles y pin­tarse en tablas para memoria en lo futuro" (así pensaba Don Qui-. jote en el cap. II, parte r.a), .porqne nunca, en verdad, fueron o parecieron más clioho?OS los mármoles, los bronces, las tablas y cuantos pudieron contemplarlos que cuando pregonaron, por uná­nime voto, las glorias del manchego inmortal, Aquel" "señor muy pequeño que decían :que era muy g rande", aplicando la frase d·e Sancho (cap. XXI, parte !r.•) al insigne manco, borró cierta­mente todas las fronteras con la fama cl·e su andante protago­nista, hasta el punto de afirmar, cuando habló de su· cuna: "cuyo lugar no quiso poner Cicle H amete puntualmente, por dejar que todas las villas y lugares de la Mancha contendi·esen entre sí por ahijársele y tenerle por suyo, como contendieron las siete ciudades de Grecia por Homero" (cap. LXXIV, 'parte 2."). Don !Quijote de la Mancha es hoy, sin duela, en el 1'nunclo de lo soñado, el más ilustre varón sobre la tierra.

Pero d as.ombrq que produce ver convertido el portentoso libro en cinturón del mundo y corona ele la mente humana, se ve aún sobrepasado por el que despierta en nttoestro espíritu la uni­versalidad interna de temas y de asuntos contenida en los estu­ches de sus páginas. Es la sorprendente fábula un bazar de ideas en donde nada falta y nada sobra; donde cada punto tiene su acertado comentario; cada vicio su anatema, y cada virtud su ~ncomio; donde lo trivial se torna serio y lo frívolo ·enseñanza; donde los diálogos son ciencias y las narraciones tratados; donde lo ameno es útil y lo ingenuo deleitoso.

Sin otro ánimo que el de ofrecer, en pocas cuartillas, un epí­tome de mnestras, como condensado esbozo de su .fecunda uni­versalidad, quise deleitarme haciendo comparecer aquí, no cada uno de sus innúmeros aspectos, que tal propósito rebasaría los límites de las presentes conve~iencias; pero sí, al menos, algunas de Jas copiosas tesis 'que ilustran y enriquecen la inestimable historia . . . Y ya que 1~ somera exposición de tales asunto_s se acerca, sin

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pretenderlo, al cultivo de la crítica literaria, será bien empezar conociendo lo que opina de la crítica el imperecedero manco, que nunca lo fué para empuñar la péñola famosa.

El Bachiller fustiga duramente a los críticos indoctos, en cuyas inacélibables huestes me cuento ahora, cuando dice: "Los hombres famosos por sus ingenios, los grandes poetas, los ilustres histo­riadores, siempre o las más de las veces son envidiados de aquellos que tienen por gusto y por particular entretenimiento juzgar los escritos ajenos, sin haber dado algunos propios a la luz del mundo" (cap. III, parte 2.a) .

. Pero también flagela con acritud, por boca del Canónigo, a cuantos escriben obras malas, "porque así las quie're el vulgo" y porque, según sus autores, "a ellos les está mejor ganar de comer con los muchos que no opinión con los pocos" (cap. XLVIII, parte I.a). Y ·a ·fe que acierta en la diatriba, que no en balde pudo afirmar Don Quijote: "¿Al dinero y al interés mira el autor?, maravilla será que acierte': (cap. IV, parte .2.a).

Esto ya es, en cierto modo, ejercer la crítica, pero la crítica sana, y no la reprobable que antes zahería con enconado a~ento .

Y al ejercerla salen a plaza, como semejas de la universalidad que comentamos, los historiadores, los comediógrafos, los poetas, los traductores y hasta los teólogos que pudiéramos llamar pasi­vos, como se verá luego. Así dictamina: "habiendo y •debiendo ser los historiadores puntuales, verdaderos y no nada apasionados" (cap. IX, parte I.a). Así señala el Cura: "De la comedia arti­ficiosa y bien ürdenada saldría el oyente alegre con las burlas, enseñado co'n las veras, admirado con los sucesos, discreto con las razones, advertido con los embustes, sagaz con los ejemplos, . airado contra el vicio y enamorado de la virtud" (cap. XLVIII, parte I .a); con todo lo cual quedan bien definidos los caracteres que han de reunir las historias y las ficciones escénicas.

La emprende, a su vez, su sátira mordaz contra los poetas, en la cáustica consideración según cuyo dogma "no hay nin­guno que no sea arrogante y pi·ense de sí que es el mejor poeta del mundo" (Don Quijote, cap. XVIII, parte 2.a), 1 en el repro­che cuyo contexto añade que "ya, entre los intonsos poetas de nuestra edad, se usa que cada uno escriba como quisiere y hurte de dond·e quisiere" (Poeta, cap. LXX, parte 2.a). Todo ello sin

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mengua de los altos merecimientos atesorados por la ~oesía y defendidos por su convicción, cuando asegura que · "ella es hechfi de una alquimia de tal virtud que quien la sabe tratar la volverá en oro purísimo de inestimable precio" (Don Quijote, cap. XVI, parte 2.n). Y por eso hace notar el Hidalgo incomparable: "Cuan­do los reyes ven la ciencia de la poesía en sujetos prudentes ... los honran ... y aun los coronan con las.hojas del árl5ol a quien no ofende el rayo, como en señal de ·que no han de ser ofendidos de nadie" (cap. XVI, parte 2.n).

Cierra tamb.ién contra los. traductores, cuando comenta con gracejo: "me parece que el traducir -de ·una lengua en otra, como no sea de las lenguas griega y latina, es como quien mini los tapices flamencos por el revés, que aunque se ven las figuras, son llenas de hilos que las escurecen" (Don Quijote, cap. LXII, parte 2.a), con cuya gráfica comparación quedan a la ,vez descritos, como de pasada, los mencionados tapices.

Y ataca, por . último, a los definidores de sacristía, que aca­bamos de llamar teólqgos pasivos, cuando enjuicia con donosura: "Muchos teólogos hay que no son buenos para el púlpito y son bonísimos para conocer las sobras o faltas de los que predican" (Don Quijote, cap. III, parte 2.a).

Si -buscamos en el Quijote pruebas de universal erudición, las hallar·emos también que abarcan países y siglos. Tienen puesto en sus líneas magistrales los pinceles de Parrasio, de Tinantes y de Apeles, los buriles de Lisipo (Don Quijote, cap. XXXII, parte 2.a), las astucias de Ulises, la piedad de Eneas, la valentía de Aquiles, las desgracias de Héctor, la liberalidad de Alejandro, el arrojo de César, la clemencia de ,Trajano, la fidelidad de Zópiro y la prudencia de Catón (Canónigo. cap. XLVII, parte r.a). Nos recuerdan asimismo que Lusitania tuvo un Viriato, Roma un César, Cartago un Aníbal, Grecia un Alejandro, Castilla un Fernán González y Toledo un Garcilaso (Canónigo, cap. X!LIX, parte r.a). ,Tanto nos hablan del famoso Roldán como de Ber­nardo el Carpio, del labrador !Wamba elevado a rey (Don Qui­jote, cap. XXXII, parte 2.a), -como del rey Rodrigo entregado, en el fi!J. de sus días, a ser ·comido por las alimañas (Sancho, capí­tulo XXXIII, parte 2.a). De igual manera nos mencionan el in­cendio dd templo de Diana por Eróstrato (cap. VIII, parte 2.a),

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que nos explican las andanzas del-Licenciado Torralba (Don Qui­jote, cap. XLI~ parte 2.~), o el origen del apellido Vargas Ma­chuca (Don Quijote, cap. VIII, parte r.a). Todo ello mientras los Curcios y los Gayos, los Colanas y los· Ursinas, los Mon­eadas y los Requeséns de Cataluña, los Cerdas, los Manriques, los Mendozas y los Guzmanes de Castilla, 'los Villanovas de Va­lencia, los Palafoxes, Lunas y Gurreas de Aragón y los Aleo­castros y Meneses de Portugal (Don Quijote, cap. X:HI, par­te r.a) acud·en como testigos a deponer en defensa de la univer­salidad interna del que merece ser llamado príncipe entre todos los libros humanos.

Pero dejemos atrás la erudición poco enjundiosa·, .que tam­bién merece donosas apostillas de Sancho cuando, al platicar con el E studiante, camino de la cueva de Montesinos, pregunta soca­rrón, inspirado por su despierto ingenio rural: "-Dígáme, señor, así Dios le dé buena manderecha en la impresión de sus libros, ¿ sabríame decir, que sí sabrá, pues todo lo sabe, quién fué el primero que se rascó la cabeza, que yo tengo p~ra mí que debió de ser nuestro padre Adán?" Y cuando, tras obtener la cantes-· tación aprobatoria del Estudiante, vuelve a: deslizar otra pre­gunta zumbona: "-Dígame ahora, ¿quién fué el primer voltea­dor del mundo?", para responderse a sí mismo, ante la imposi­bilidad de hacerlo el interpelado : "-Sepa que el primer volteador del mundo fué Lucifer ctiandb le echaron o arrojaron del cielo¡ que vino volteando hasta los abismos", jocoso diálogo al que pone fin el sentencioso caballero afirmando: "que hay algunos que se cansan en saber y averiguar cosas que después de leídas y averiguadas no importan un ardite al entendimiento y a la memoria" (cap. XXII, parte z.a) .

Busquemos, pues, otros aspectos de la genial novela. ·Quien qui·era estudiar la indumentaria de la época: "medias de seda encarnada con ligas de tafetan blanco y rapacejo~ de oro y aljó­far, los gregiüescos eran verdes,· de telá de oro, y una saltaem­barca o ropilla de lo mismo, suelta, debájo ·de la· cual traía un jubón" (cap. XLIX, parte z.a); o "vestido de dama·sco verde con pasamanos de oro, greg!üescos y saltaembarca ·y sombrero tercia-: do a la valo·na" (cap. LX, parte z.a); o "valonas guarnecidas con, puntas de rancias flamencas y con unas vueltas de lo mismo que·

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les servían de puños" (cap. LXX, parte 2.a); los arreos: "dejaron sin jáquima y 'freno al rucio" (cap. LIX, parte 2.a); el mobiliario: se sentarán en 1la iglesia "sobre akatifa, almohadas y arambeles" (Sancho, cap. V, parte 2.a); los instrumentos musicales y sus tañedores: "un pífaro negro y pizmiento" (cap. XXXVI, par­te 2.a); los alimentos: "entre otros manjares sacaron uno negro que se llama cabial y es hecho de huevos de pescados" (cap. LIV, parte 2.a); "francolines de Milán, faisanes de Roma, ternera de­Sorrento, perdices de MorÓn' o gansos de Lavajos" (cap. XLIX, parte 2.a); las armas: "un hidalgo de los de lanz;;t en astillero, adarga antigua" (cap. I, parte r.a); el folklore: "diferentes dan­zas, entre las cuales venía una de espadas" (cap. XX, parte 2.a); la equitación: "el andar a caballo a unos hace caballeros y a otros caballerías" (Don Quijote, cap. XLIII, parte 2.a); quien, aficio­nado al viejo Madrid, quiera vet citadas las fuentes de Legani­tos, Lavapiés, el Caño Dorado y La Priora ' (Primo, cap: XXII, parte 2.a), así como la calle de Santiago y la Puerta de Guadala­jara (Doña Rodríguez, cap. IV, parte 2.a); quien prefiera ver encomiada la Ciudad Condal : "Barcelona, archivo de la cortesía, albergue de los extranjeros, hospital de los pobres, patria de los valientes, venganza de los ofendidos y correspondencia grata de firmes amistades, en sitio y en belleza única" (Don Quijote, capí­tulo LXXII, parte 2.a); quien guste de asomarse a la geografía picaresca para tener noticia de que sus hazañas se desenvolvieron en lugares llamados "Percheles de Málaga, Islas de Riarán, Com­pás de Sevilla, Azoguejo de Segovia, Olivera de Valencia, Ron­dilla de Granada, Playa d-e Sanlúcar, Potro de Córdoba y Ven­tillas de Toledo" (Ventero, cap. III, parte r.a); quien halle su satisfacción en el deletreo de las ciencias náuticas y astronómi­cas y se complazca viendo nombrados caluros, zodíacos, eclípti­cas, polo"s, solsticios, equinocios, planetas y ·astrolabios (Don Qui­jote, cap. XXIX, parte 2.a); quien, por s:er amante de la música, se goce al hallar confirmada su opinión de que "compone los ~nimos descompuestos y alivia los trabajos que nacen del espí­ritu" (Dorot·ea, cap. XXVIII, parte r.a); quien se huelgue al en­contrar la cinegética primorosamente descrita : "la caza es una imag~n de la guerra; hay en ella estratagemas, astucias, insidias para vencer a su salvo al enemigo; padécense en ella fríos grandí-

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simas y calores intolerables; menoscábase el ocio y el sueñq; corrobóranse las fuerzas; agilítanse los miembros del que la usa ; y en resolución es ejercicio que se puede hacer sin perjuicio de nadie y con gusto de muchos" (El Duque, cap. XXXIV, parte 2.n);

quien satisfaga su curiosidad penetrando en la vida antañona de los estudiantes pobres, que "tras mil calamidades, cayendo aquí, levantándose acullá, tornando a caer acá, llegan al grado que desean; el cual alcanzado, a muchos hemos visto que habiendo pasado por estas sirtes Y. por estas Scilas y Caribdis, como lleva­dos en vuelo de la favorable fortuna, digo que los hemos visto mandar y gobernar el mundo desde una silla, trocada su hambre en hartura, su frío en refrigerio, su desnudez en galas y su dormir en una estera en reposar en holandas y damascos, premio justamente merecido a su virtud" (Don Quijote, cap. XXXVII. parte I.a), cosa que ocurría, en ·efecto, muchas veces tal y ·como la describía el enamorado de Dulcinea, si no se trataba rJe "tontos aforrados de lo mismo" (Don Quijote a Sancho, cap. LVIII, parte 2.a), ni de aquellos .que pudieran "dar dos rebuznos de ventaja al mayor y más perito .rebuznador del mundo" (Regidor, cap. XXV, parte 2.a); quien, mal avenido ·con los médicos, saque contentamiento en d escarnio con que muchos les tratan, Sancho entre otros, al decir: "hay físicos que con matar ·al ei1fermo que curan quieren ser :pagados de su trabajo, que no es otro sino firmar una ceduli.Jla de algunas medicinas, que no las hace sino el boticario, y cátalo cantusado" ¡(cap. LXXI, parte 2.a); ·quien dude de la virtud con que nos socorren los remedios, por desco­nocer el inestimable bálsamo de Fierabrás "·que con sólo una gota se ahorrarán tiempo y medicinas" (Don Quijote, cap. X, parte La); qui·en esté a mal con los dentistas por ignorar la sen-

• tencia del docto Caballero cuando asegura que "la boca sin muelas es como molino sin piedra" {Don Quijote, cap. XVIII, parte La), y cjue "en muoho más se ha de estimar un diente que un dia­mante" (Don Quijote, cap. XVIII, parte I.a); quien ponga sus esperanzas en la higiene y precise, por dio, aprender la máxi­ma: "come poco y cena más poco, que la salud de todc el cuerpo se fragua en la oficina .del estómago" {Don Quijote, cap. XLIII, parte :2.a); · quien se considere apesadumbrado con la carga c!e los hijos, por olvido de la sabia doctrina que reza: "Los hijos,

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señor, son pedazos de las ·entrañas ele sus padres, y así se han de querer, buenos o malos que sean, como se quieren las almas que nos dan vida; a los padres toca el encaminarlos desde pequeños por los pasos de la virtud, de la buena crianza y 'ele las buenas y cristianas costumbres, para que, cuando grandes, sean báculo de la vejez de sus padres y gloria de la posteridad" (Don Quijote, cap. XVI, parte z.a); quien no sepa cómo resolver el grave asunto de la vocación en esos "pedazos de sus entrañas", por no vivir inspirado en la sensata norma que consigna la puntual historia de nuestro héroe: "lo de forzarles a que estudien esta o aquella ciencia no lo tengo por acertado, aunque el persuadirles no será dañoso" (Don Quijoté, cap. XVI, parte z.a); quien, por último, ansíe contemplar un vasto panorama ideológico en todas direc­ciones, remóntese a las alturas de la novela cumbre, y se holgará mirando toda la faz dé! mundo a sus pies.

Son como vitrinas de museo aquellas páginas que tantas ri­quezas atesoran. En ellas se nos brinda estu:diacla la vida humana en todos sus aspectos: "¿no has visto tú representar alguna co­media adonde se introducen reyes, emperadores y pontífices, ca­ball-eros, ·damas y otros diversos personajes? Uno hace el rufi8.n, otro el embustero, éste el mercader, aquél el soldado, otro el simple discreto, otro el enamorado simple ; y acabada la comedia · ' y desnudándose de los vestidos della, quedan todos los recintantes iguales ... Pues lo mesmo -dijo Don Quijote- acontece en la comedia ·y trato de este mundo, donde unos hacen los empera-dores, otros l0s pontífices y, finalmente, todas cuantas figuras se pueden introducir en una comedia; pero, en llegando !11 fin, que es cuando se acaba la vida, a todos les quita la muerte las ropas que los diferenciaban y quedan iguales en la sepultura" (Don Quijote, cap. XXII, parte z.a). Así retratada la vida con esta ';brava comparación", aunque no nueva, segú,n la justa opinión ele Saného, corroborada por muchos clásicos textos, nos pre-viene también contra sus inevitables mudanzas: "Pensar que ·en esta vida las cosas clella han ele durar siempre en un ·estado, es pensar en lo excusado" (Cicle Hamete, cap. LIII, parte z.a), y nos -advierte que tales mudanzas nos acercan poco a poco al fin: "la muerte es sorda y cuando llega a llamar a las puertas de nuestra vida, siempre va d·e priesa, y no la harán detener ni ruegos

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ni fuerzas, ni cetros ni mitras, según es pública voz y fama, Y. según nos lo dicen por esos púlpitos" (Sancho, cap. VII, parte 2.a). Diríase que se val·e de tales avisos para llevarnos, como de la mano, a la vida pe-rfecta cuyo modelo nos presenta en las virtu­des exigidas a los caballeros andantes: "El caballero 'andante ha de ser casto en los pensamientos, honesto en las palabras, liberal en las obras, valiente en los hechos, sufrido en los trabajos, cari­tativo con los menesterosos y, finalmente, mantenedor de la ver­dad aunque le cueste la vida defenderla" (Don Quijote, capí­tulo XVIII, parte 2.a). Y por si tales virtudes pareciesen soña­das, como lo eran sus sujetos, aun nos presenta otro modelo real en la descripción que el Caballero del Verde Gabán hace de s.us propias costumbres: "Ni gusto de murmurar ni consiento que delante de mí se murmure; no escudriño las vidas ajenas ni soy lince de los hechos de otros; oigo misa cada día ; reparto mis bienes con los pobres, sin hacer alarde de las buenas obras ... ; soy devoto de Nuestra Señora y confío siempre en la miseri­cordia infinita de Nuestro Señor" (cap. XVI, parte 2.a): · Más por menudo, todas las virtudes que nO$ brindan sillares

pan el edificio de la perfección, se nos proponen ya labrados y como de molde en la narración maravillosa. La virtud, genérica­mente diseñada ·en contraposición con el vicio, cuando nos con­fiesa el Caballero 'de la Triste Figura : "sé que la senda de la virtud es muy estrecha y -el camino del vicio ancho y espacios.o, y sé que sus fines y paraderos son diferentes, porque el del vicio, dilatado y espacioso, acaba en muerte, y el de la· virtud, angosto y trabajoso, acaba en vida, y no en vida que se acaba, sino en la que no tendrá fin" (cap. VI, parte 2.a) .

La humildad, como senda de la dicha, se remonta en alas d-e la elocuencia cuando lamenta el pobre rústico: "después que os dejé y me subí sobre las torres de la ambición y de la soberbia, se me han entrado por el alma adentro mil miserias, mil trabajos y cuatro mil desasosiegos" (cap. LV, parte 2.a)..

La honradez halla su expresión en el refrán primoroso : "más vale vergñienza en cara que mancilla en corazón" (Altisidora, cap. XLIV, parte 2.a).

De la diligencia dice Don Quijote que es "madre de la buena ventura" (cap. XLIII, parte 2.a).

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La r.aballerosidad y su ejercicio se sintetizan en aco·tadas • frases del supremo maestro en tan altas virtudes: "Hombres bajos hay que revientan por ·parecer caballeros, y caballeros altos que parece que aposta mueren por parecer hombres bajos; aquéllos se levantan con la ambición o con la vÍrtud; éstos se abajan o con la flojedad o con el vicio; y es menester aprovecharnos del conocimiento discreto para distinguir estas dos maneras de caba­lleros, tan parecidos en los nombres y tan distantes en las accio­nes" (Don Quijote, cap. VI, parte 2.a) .

La ve racidad se cristali za en la sen tencia de gran finura espi­ritual: "la verdad adelgaza y no quiebra, y s iempre anda sobre la mentira como el aceite sobre el agua" (cap. X, parte 2.a).

La voluntad recta en aquel otro aserto que termina: " si·empre favorece el cielo los buenos. deseos" (Don Quijote, cap. XLIII, parte 2.a).

Con muchos aciertos de humorismo refinado se fustigan, ·en cambio, los vicios. Para llamar h ipócritas a los disciplinantes,

· que sólo se acuerdan de la Virgen cuando truena, según el dicho vulgar, dice Don Quijote: "quizá por no ser buenos os encubrís los rostros" (cap. LII, parte I.a). E l interés se censur~ en aquellas avisadas palabras: "esto del heredar algo borra o templa en el heredero la memoria de la pena que es razón que deje" el muerto" (cap. LXXIV, parte 2.a). La falsía parece ofrecérsenos en un símil cuando el más soñador de los galanes llama a la luna "lumi­naria de las tres caras" (Don Quijote, cap. XLIII, parte I.a) . La murmuración se maldice al desear "mal año y mal mes para cuantos murmuradores hay en el mundo" (Sanohica, cap. L, parte 2.a) . L a vagancia se recrimina cuando piensa el hidalgo manchego "que había de dar cuenta estrecha al cielo de aquella ociosidad" (Don Quijote, cap. LVII, parte 2.a). Los excesos se acusan a sí mismos .de su torpeza por los desastres que ocasionan, puesto que "muchos acortan la vida por su destemplanza" ( capí­tulo LXII, parte 2 .a), y "el :vino demasiado ni guarda secreto ni cumple palabra" (Don Quijote, cap. XLIII, parte 2.a) .

Pero no caben en el angosto espació de estos mal pespunteados renglones los cientos de citas, aplicables a casos y temas de toda especie, que podríamos cosechar en el Qu.ifo·te: maldad, ruindad, traición, ingratitud, de la que nuestro loco-cuerdo afirma: "Entre

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los pecados mayores que los hombres cometen, aunque . algunos dicen que es la soberbia, yo digo que es el desagradecimiento, ateniéndonos a .lo que suele decirse que de los d·esagradecidos está lleno el infierno" (Don Quijote, cap. LVIII, parte 2.a); venganza, egoísmo, mentira, provocación, amenaza, violencia, pe­ligro, cobardía, que aparece satirizada en la jocosa frase: "a veces iba a escuras y a veces sin luz, pero ninguna vez sin miedo" (cap. LV, parte 2.a); huída, peleas, siempre peligrosas aun cuando tengan por escenario la vía pública, puesto que "para sopa de arroyo (así llamados los guijarros) y tente bonete (así llamado también el guijarro grande que pone al bonete el). riesgo de ir al suelo por la fuerza con ·que ha de ser despedido) no hay arma defensiva en el mundo" (Sancho, cap. XI, parte 2.a); consuelo, de cuyas excelencias señala el gran ilus.o la de que to'davía lo es "en las desgracias hallar quien se duela de ellas" (Don Quijote, cap. XXXII, parte I.a); discreción, intromisión, charlatanería, amenidad "que nos quita mil canas" (Ventero, cap. XXXII par­te I.a); donaire, que convertido en profesión ofrece riesgos, porque "quien tropieza en hablador y en gracioso, al primer puntapié cae y da en truhán desgraciado" (Don Quijote, cap. XXXI, parte 2.a); burlas, que no lo son "las que duelen, ni hay pasa­tiempos que valgan si son con , daño de tercero" (Antonio More­no, cap. XXII, parte 2.a); necedad, confianza, locura, sueño, "balanza y peso que iguala el pastor con el rey y el simple con el discreto" (Sancho, cap. LXVIII, parte 2.a); linajes, no aquellos mencionados por Sancho: "Dos linajes hay, como decía una agüela mía, que son el tener y el no tener" (cap. XX, parte 2.a), sino los definidos por su señor: "hay dos maneras de linajes en el mundo: unos que traen y derivan su decendencia de príncipes y monarcas, a quien poco . a poco el tiempo ha deshecho y han acabado en punta, como pirámide puesta al revés; otros tuvieron principio de gente baja y ·yan subiendo de grado en grado hasta ll~gar a ser grandes señores; de n'l.anera que está la diferencia en que unos fueron que ya no son, y -otros son que ya no fueron" (Don Quijote, cap. XXI, parte I.a); afectación, aspiraciones, libertad, que según el soñado soñador "·es uno de los más pre­ciados dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar en-

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cubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida" (Don Quijote, cap. LVIII, parte z.a); oportu­nidad, apariencias, amos, a quienes "después de los padres ... se ha de respetar como si lo fuesen''. (Don Quijote, cap. XX, par­te r.a) y a quíenes no se ha de engañ~r nunca, porque' "si a los oídos de los príncipes llegase· la verdad desnuda, sin los vestidos de la lisonja, ·otros siglos correrían" (Don Quijote, cap. II, par­te z.a); servidores, que han de ser bien elegidos, porque "en tanto más es tenido el señor cuanto tiene más honrados y bien naCidos criados" (Don Quifote, cap. XXXI, parte z.a); diligencia, súplicas, dádivas, encumbramientos, tan fascinadores como inseguros, se­gún platica Teresa .Panza cuando razona: "si de los zuecos la · sacáis a tchapines, y de saya parda de ¡catorceno a verdugada y saboyanas de seda, y de una Marica y un tu a una Doña tal y señoría, no s.e ha de hallar la mochacha y a cada paso ha de caer en mil faltas, descubriendo la hi:laza de su tela basta y grosera" (cap. V, parte z.a); codicias, interés, ahorro, trabajo, retribución, riquezas, no en balde seductoras, puesto que "sobre un buen cimiento se puede levantar un buen edificio, y er mejor cimiento y zanja del mundo es el dinero" (Sancho, cap. XX, parte z.a), pero que han de ser desprendidas y generosas, porque a su posee-· dor "no le hace dichoso tenerlas, sino gastarlas, y no el gastarlas como quiera, sino el saberlas bien gastar" (Don Quijote, cap. VI, parte z.a); pobreza, tan áspera que "ha de tener mucho de Dios el que se viniere a contentar con ser pobre" (Benengeli, capítu­lo XLIV, parte z.a), aun cuando tiene la compensaciór. de que "la mejor salsa del mundo es la hambre, y como ésta nunca falta a los pobres, siempre comen con gusto" (Teresa Panza, cap. V, parte z.a); mendigos, que "a la sombra de la manquedad fingida y de la llaga falsa andan los brazos ladrones y la salud borracha" (cap. LI, parte z.a); dispendio, infortunio, c~nformidad; no falta una sola carta en la baraja completa de cuanto la mente humana pudo concebir ni de cuanto pudo explicar el inagotable tesoro de nuestra lengua.

Deja suspenso -el ánimo la firmeza con que resplandece, can­tada por el sublime libro, la Fe, definida en su esencia por Don Quijote al exigir: "la importancia está en que sin verla lo habéis de creer, confesar, afirmar, jurar y defender" (cap. IV,

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parte I.a); reclamada en los consejos que dió a Sancho cuando se despedía de él para dirigirse a la Insula Barataria: "Primera­mente, oh hijo, has de temer a Dios; porque en el temerle está la sabiduría, y siendo sabio no podrás errar en nada"_ (cap. XLII, parte 2.a); reafirmada cuando proclamó: "nuestras obras no han de salir del límite que nos tiene puesto la religión que profesa­mos" (cap. VIII, parte 2.•), y conf.esada también' -por Sancho en aquell a vigorosa declar.ación : "más me quiero ir Sancho al cielo que gobernador al infierno" (cap. XLIII, parte 2.a). Tan sa­turado se hallaba Cervantes del lenguaje evangélico, que hace hablar a Don Quijote con evidente recuerdo de las palabras. de Jesús: "en verdad te digo ... " (cap. XLII, parte 2.a), y le hace proceder siempre de acuerdo con la firmeza de sus convicciones cuando afirma: "Yo no pensé que ofendía a sacerdotes ni a cosas de la Iglesia, a quien respeto y adoro corno católico y fiel cristiano que soy" (cap. XIX, parte r.•).

Conforta, no menos, ver aconsejada la caridad en dictamen tan gráfico y expresivo corno el del mismo Caballero Andante: "Si has de vestir seis pajes, viste tres y otros tres pobres, y así tendrás pajes para el cielo y para el suelo" (cap. XLIII, parte 2.") .

En cuanto a normas de bu-en gobierno, nos ofrece muchas la narración famosa, sintetizadas en aquella enseñanza fundamen­tal: "sé p;;tdre de las virtudes y padrastro de los vicios" (Don Quijote, cap. :LI, parte 2.a), enlazada también con la Fe cuando Sancho proclama: "Bástame tener el Christus .en la memoria para s.er buen gobernador" (cap. XLII, parte 2.a)_

Toda la práctica de la justicia parece hallarse contenida en aquella deliciosa exhortación : "Si acaso doblares la vara de la justicia, no sea con el peso de la dádiva, sino con el de la mise­ricordia" (Don Quijote, cap. XLII, parte 2.•), reforzada por la manifestación de · Sancho: "Es tan buena la justicia que es necesario que se use aun entre los mesmos ladrones" (cap. LX, parte 2.•). Toda la mordaz ironía contra la inevitable prevarica­ción humana se acusa en la envuelta censura del aserto: en la corte, "por medio del favor y de las dádivas, muchas cosas difi­cultosas se acaban" (cap. LXV, parte 2.a), y en el experto aviso: "Si se presenta en alguna justa literaria, · procure vuesa merced llevar el segundo premio, que el primero se lleva el favor o la

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calidad de la persona" (Don Quijote, cap. XVIII, parte z.a). También cabe deducir que tiene la justicia otro enemigo en la suerte veleidosa, que, según Sancho, "es una mujer borracha y antojadiza, y sobre todo ciega, y así no ve lo que ,h3ce, ni sabe a quién derriba ni a quién ensalza" (cap. LXVI, parte z.a).

No faltan · tampoco en el Qwifute, al lado de tan elevados principios, . atinados conceptos sobre la paz: "la salutación que el mejor maestro de la tierra y del ciel.o .e.nseñó a sus allegados y favorecidos fué decirles que cuando entrasen en alguna casa dije­sen: Pa;z sea -en esta .casa,; y otras muchas veces les dijo: Mi paz tOS d10y; mi .P·C4Z 10.s dej¡o: P'az se-a Cion vo.ro·tras, bien como joya y prenda dada y dejada de tal mano: joya que, sin ella, en la tierra ni en el cielo ruede haber bien alguno" (Don Quijote, cap. XXXVII, parte I.a); sobre la guerra y los motivos por los que se pueden tomar las armas: "Los varones prudentes, las repúblicas bien concertadas, por ·cuatro cosas han de tomar las armas y desenvainar 'las espadas y poner a riesgo sus personas, vidas y ha\iendas: la primera por defender la fe católica; la segunda por defender su vida, que es de ley natural y divina; la tercera en defensa de su honra, de su familia y hacienda; la cuarta en servicio de su rey, en la guerra justa, y si le quisiéra­mos añadir la quinta (que se puede contar por segunda), es en defensa de su patria" (Don Quijote, cap. XXVII, parte z .a); sobre los soldados, ,"puestos por blanco de los insufribles rayos . del sol en el verano y de los erizados yelos del invierno", "mi­nistms de Dios en la tierra y brazos por qt,tien se ejecuta en ella su justicia" (Don Quijote, cap. XIII, parte I.a); sobre las letras, sin las que "no se podrían sustentar las armas" (Don Qui­jote, cap. XXXVIII, parte I.a), y sobre la patria, cuyo amor es dulce, al decir de Ricote (cap. LIV, parte .z.a), conceptos todos labrados por el cincel cervantino con primores platerescos en las fachadas de sus folios.

Quien, a fuer :de mozo, quiera saber, por otra parte, lo qu'e aquel príncipe de los enamorados discurre acerca del rey de los sentimientos, escúchele igualar su condición con la de la muerte: "que así acomete los altos alcázares de los reyes como las humil­des chozas de los pastores" (cap. LVIII, parte z.a), .al punto que, como también dice Lecnela: "el amor ... unas veces vuela y otras

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anda ; con éste corre y con aquél va despacio; a unos entibia y a otros abrasa; a unos hiere y a otros mata; en un mesmo punto empieza la carrera de sus deseos, y en aquel mesmo punto l;¡ acaba .Y concluye; por la mañana suele poner cerco a UHJ. forta­leza y a la noche la tiene rendida, porque no hay fuerza que ·le resista" (cap. XXXIV, parte I.a). Y quien se vea en precisión de aquilatar las cualidades que conviene reuna el ser amado, apréndase de coro la enumeración expuesta por la doncella dicha, donde da tan fecundas muestras de agudeza: "no sólo tiene las cuatro eses que dicen han de tener los buenos enamorados, sino todo un abecedario entero ... El es ... agradecido, bueno, .caballero, dadivoso, •epamorado, firme, gallardo, honrado, ilustre, leal, mozo, ~1obl e , ·Onesto (claro está que escribe onesto sin hache), ¡principal, quantioso (escrito con q), rico y las .eses que dicen, y luego tácito, verdadero. :La X no le cuadra porque es letra áspera. La Y ya está dicha; la Z, zelador de su honra" (cap. XXXIV, parte I .a).

Esto en lo que atañe a las cualidades de los hombres. De la mujer dice Don Quijote: "opinión fué de no sé qué sabio que no había en todo el mundo sino una sola mujer buena, _y daba por consejo que cada uno pensase y creyese .que aquella sola buena era la suya, y a~í viviría contento" (cap. XXII, parte 2.a).

Y cuando-habla de la hermosura, la cabeza parlante responde a una dama que le pregunta: "¿Qué haría yo para ser muy hermosa?" "Ser muy honesta", porque, a la verdad, palpita en las sublimes páginas el deseo de anteponer la belleza espiritual a la material, que hace a nuestro hidalgo definir: "hay dos ma­neras de hermosura, una del alma y otra del cuerpo ; la del alma campea y se muestra en el entendimiento, en la honestidad, en el bl!en proceder, en la liberalidad y en la buena crianza ... y cuando se poBe la mira en esta he:rmosura y no en la del cuerpo, suele nacer el amor con ímpetu y con ventajas" {Don Quijote, cap. LVIII, parte 2.a). No por esto desdeña, sin embargo, la belleza física, y aunque censure a las coquetas "que andan de casa en casa a quitar el vello y a pulir las cejas" (una de las Dueñas, cap. XL, parte 2.a), sabe requebrar Don Quijote, en una sola frase, a Dorotea, Luscinda, Zoraida y la hija del Oidor, al prometer a éste : "Aquí hallará estrellas y soles que acom-

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pañen al cielo que vuesa p1erced trae consigo" (cap. XLII, par­te I .a). Tiene, por último, todo el primor de Úna fábula la deli­ciosa conseja de la caza del armiño, referida ·como ejemplo de conducta para la mujer. N os hace saber en ella que lqs cazadores usan "deste artificio"; "sabiendo las partes por donde suele pasar y acudir, las atajan con lodo, y después, ojeándole, le encaminan hacia aquel lugar, y así como el armiño llega al lodo se está quedo y se deja prender y cautivar, a trueco de no pasar por el cieno y perder y ensuciar su blancura, que la .estima en más que la ·libertad y •la vida. La honesta y casta mujer - termina­es arniiño, y es más que nieve blanca y limpia la virtud de la honestidad" (Lotario, cap. XXXIII, parte La) . El amor es estí­mulo para un fin, y según Don Quijote, "el de casarse los ena­morados es el fin de más excelencia" (cap. XXII, parte z.a), si b:en no ex·ento de riesgos y sacrificios, que no si.n razón lamenta Teresa Panza: "Con esta carga nacemos las mujeres, de estar obedientes a sus maridos aunque sean unos perros" {cap. V, parte z.a), y no sin fundamento ele -doctrina discurre Don Qui­jote: "La de la propia mujer no es mercaduría que una vez comprada se vuelve o se trueca o cambia; porque es accidenl!e inseparable, que dura lo que dura la vida: es un lazo que si una w.z le echáis al cuello, se vuelve en el nudo g01'diano, que si no le corta la guadaña de la muerte, no hay desatarle" (cap. XIX, parte z.a). .

No pondríamos fin a estas consideraciones, atractivas de suyo aunque prolijas en exceso, si el modesto empeño de la misión que hoy me impuse no hiciese de tijera para cortar el tosco hilo ele mi exposición.

E l Qttijote es una joya enriquecida por incontables racimos ele preciosas piedras, que atraen por su color o deslumbran por su brillo. El Quij.ote es una novela madre que da calor al nido ele primorosas novelas pequeñas albergadas en su seno. ·Pero ei Q·uijote es, aqemás, un libro de páginas de oro esmaltadas de donosuras. Mil veces dilata nuestra sonrisa, imaginando ahora cómo sacaron los molineros del río a Sancho y a su amo, "más ri1ojados que muertos de sed" (cap. XXIX, parte .2.a); contem­plando luego "atento al Oidor, que ninguna vez había sido tan oidor como entonces" (cap. XLII, parte La); considerando eles-

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pués que "aun en el infierno debe de haber buena gente" ( capí­tulo XXXIV, parte 2.a) ; leyendo aquella carta de Teresa Panza a la Duquesa, donde la llama "vuestra pomposidad" (cap. LII, parte 2.a), y oyendo preguntar, en fin, a la Trifaldi por "Don Quijote de la Manchísima y su escuderísimo" (cap. XXXVIII, parte 2.a).

El Quiiote es también, a las veoes, voz doctoral en sillón académico cuando define vocablos: "albogues son -dijo Don Qui­jote- unas chapas a modo de candeleros de azófar, que dando una contra otra, por lo . vacío y hueco, hacen un son que, si no muy agradable ni armónico, no descontenta y viene bi·en con la rusticidad de la gaita y del tamborín. Y este nombre albogues es morisco, como lo son todos aquellos que en nuestra lengua castellana comienzan en al, conviene a saber : almo'haza, almorzar, alhombra, alguacil, alhucema, almacén, alcancía y otros seme­jantes" (Don Quijote, cap. XLII, parte ·2.a). En otro lugar se lee: "longincuos. ·quie-t:e decir aparatados" (Don Quijote, capí­tulo XXIX, parte 2.a), y poco después: "Entre el agravio y la afrenta hay esta diferencia, como mejor vuestra excelencia sabe : la afrenta viene de parte de quien la puede hacer, y la hace y la sustenta; el agravio puede venir de cualquier par.te sin que afren­te" (Don Quijote, cap. XXXII, parte 2.a). Tiene, por último, idéntico carácter la explicación que, muy adelantada su ;vida, ofrece nuestro Caballero de los Leones, sin detenerse ante lo malsonante de la voz estudiada: "Eructar quiere decir regoldar, y éste es uno de los más torpes vocablos gue tiene la lengua castellana, aunque es muy significativo, y así la gente curiosa se ha acogido al latín, y al regoldar dice eructar y a los regüeldos eructaciones" (cap. LXVII, parte 2.n).

Su voz doctoral no para en esto, ya· que también d·efiende unas veces el . neologismo : "y cuando algunos no entienden estos términos importa poco, que el uso los irá introduciendo con el tiempo que con facilidad se entiendan; y esto es enriquecer la lengua, sobre quien tiene poder el vulgo y el uso" (Don Quijote, cap. XLIII, parte 2.a); y ya que otras veces da reglas como aquélla: "cargar y ensartar refranes a trochemoche, hace la plá­tica desmayada y baja" (Don Quijote, cap. XLIII, parte 2.a), basado, sin duda, en su propia experiencia, que hace afirmar con

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humildad, poco más adelante, al mismo Caballero: "para decir yo uno y aplicade bien, sudo y trabajo como si cavase" (capí­tulo XLIII, parte z.a).

El Qu·ijote es, en resumen, diamante de tantas facetas como aspectos y conocimientos abarca la vida humana. Leyéndole y aficionándose a él, despierta tal apego que se sienten deseos. de hacerle público con las mismas alegóricas palabras empleadas por Sancho para demostrar el suyo a sit amo y dueño: "es impo­sible que nos pueda apartar otro suceso que el de la pala y el azadón" (cap. XXXIII, parte z.a). Su amenidad jocoseria, su actualidad permanente, su variedad, su jugo anecdótico, su ca u· dal de enseñanzas, su maravillosa .universalidad interna, de )a que sólo unas muestras se han podido ofrecer en esta exposición, cJ.onde sobran tantas palabras mías y faltan tantas de Cervantes, admira y cautiva el espíritu y ie hace contemplarle como la más portentosa creación de la mente humana en el terreno literario.

Y se unen a estos íntimos, firmes y también universales sen­timientos, aquellos que despiertan los simbolismos atisbados por

, la exaltada fantasía del autor y encarnados en sus personajes: Dulcinea, el ideal; Don Quijote, la hidalguía; Sancho, ·el interés; Pedro Recio, el rigor austero, y otros muchos que pudieran ci­tarse ; y los que amargan nuestro ánimo al remirar la imag·en ele la justicia, de la nobleza y del ensuefio personificada por el protagonista, hollada constantemente, todo a lo largo ele su his­toria, por las pezuñas de la realidad. Así le vemos arañado por el gato en casa de los Duques, pisoteado por animales inmundos, corrido por los del r·ebuzno, molido por los yangüeses, por el arriero de Arévalo y por el cuadrillero de la Santa Hermandad, apedreado por los pastores, por los galeotes y por los discipli­nantes, hasta merecer que Altisidora le llame, al final de sus días, como pudiéramos llamar a todos los fracasados idealistas del mundo: "don vencido y don molido a palos" (cap. LXX, parte z .a). Todo ello mientras su apetito insaciable de hacer bien soñaba con "gigantes que coñ las cabezas no sólo tocan, s'ino pasan las nubes, y que a éada uno le sirven de piernas dos gran­dísimas torres, y que los brazos semejan árboles de gruesos y poderosos navíos, y cada ojo como una rueda de molino" (Don Quijote, cap. VI, parte z.a), y mientras derramaba sus estériles

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energías en las luchas con los pellejos de vino y con los molinos de viento. '

P.ero no he de extenderme :nás. Anduve al torpe paso de Rocinante, incapaz de cabalgar en Clavileño ni en ninguno de los caballos afamados por las historias de la ilusión y también citados por boca de la Dolorida en nuestra novela : "N o es como el caballo de Belerofonte, que se llamaba Pegaso; ni como el dd Magno Alejandro, llamado Bucéfalo; ni como el del furioso Orlando, cuyo nombre fué Brilladora; ni menos Bayarte, que fué el ele Reinaldos de Montalbán; ni Frontino, como el de Rugero; ni Bootes ni Peritos, como dicen que se llaman los del Sol; ni tampoco se llama Orelia, como el caballo en :que el des­dichado Rodrigo, último rey de los godos, entró en la batalla donde perdió la .vida y el reino" (cap. XL, parte .z.a). No me so dables, pues, grandes empresas, ni famosos hechos, ni vuelos por los aires. Además, he de· atenerme al sabio dictamen del cuerdo consejero y malaconsejado desfacedor de entuertos : " sé breve en tus razonamientos, que ningunÓ hay gustoso si es largo" (capí­tulo XXI, parte I.a), y he de sentirme temero~o de que, al tenor del cuento en :que dialogan los dos catavinos (cap. XIII, parte 2.a) , halléis en la cuba de mi mal añejado trabajo más sabor a hierro y a cordobán que a caldo exquis ito de bien tenida bodega lite­raria.

Pero el Q$tij.a.te, por fortuna, .no necesita de tan pobres can­tores como ·este desafortunado corcusidor de sentencias cervan­tinas, que hasta puede ser acusado, en su demérito, de haber dejado, al hacer la recolección de tan ricos frutos ·espirituales, cientos y cientos de canastas sin cosechar. La prodigiosa creación se basta por sí sola para inmortalizar las glorias de la Patria.

LUIS MARTÍNEZ KLEISER.