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PARTE PRIMERA LA COLONIA

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PARTE PRIMERA

LA COLONIA

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UNA HISTORIA

QUE DEBERtA

ESCRIBIRSE

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El día 28 de febrero de 1761, a puestas del sol, paraba uncoche junto a la portería del Convento de Franciscanos de San-tafé de Bogotá y descendía de él un apuesto caballero español,con uniforme de Mariscal de campo y condecorado con las in-signias de muchas órdenes militares. El coche tomó, ya de vacío,la vuelta de la Plaza Mayor, y la puerta se abrió, dejando verla comunidad de franciscanos, que, formada en dos hileras, ca-Jadas las capuchas y con cirios encendidos en las manos aguar.daban en actitud respetuosa al personaje que del coche se habíaapeado. Saludó éste con una profunda venia a los prelados dela religión, y encaminándose luego procesionalmente hacia laiglesia. la comunidad condujo al recién llegado a la capilla deNuestra Señora, en donde, postrado el caballero al pie del altarcon devoto y humilde continente, se dio principio a la ceremoniade darle el hábito, en la que presidía y funcionaba el padreprovincial, anciano y venerable sacerdote, no sin dar muestrasen lo turbado de su voz y en las lágrimas que le asomaban a losojos, de la tierna impresi6n que le causaba aquella escena. Niera menor la conmoción de los demás religiosos circunstantes,los que, sin duda alguna, no habían asistido en su vida a un actotan solemne y de tanta eficacia para conmover los corazones.

Fuese despojando sucesivamente el futuro franciscano de lasplacas, cordones y demás insignias de las nobles órdenes mili-tares que llevaba al pecho, y luego de las piezas de su brillanteuniforme, todo lo cual ofrecía con grande efusión de piadosossentimientos a la Madre de Dios, para cuya imagen destinabalas ricas preseas que iba deponiendo.

Terminada la ceremonia y cubierto ya de tosco sayal, besó elnovicio las manos de sus prelados, se postró de nuevo al piedel altar, y allí dejó la comunidad en fervorosa oración.

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El Hllsmo dia y a la misma hora en que principió el actoque queda referido, el Arzobispo de Santafé, don Francisco Javierde Araos, se paseaba a largos y agitados pasos en el balcón desu palacio, impaciente por dar salida a un gran secreto queno le cabía en el pecho y de que era único poseedor entre todoslos habitantes de la ciudad, si exceptuamos a los que dentro delas p¡lredes de San Francisco habitaban. Súbitamente se oyenalegres repiques en la torre de aquel convento, y entonces elArzobispo, como libre de un gran peso, conmovido y fuera desí, "Oh Dios", exclama, "¡qué ejemplo para los fieles de mirebaño! D. José Solís, ayer nuestro Virrey, es a la hora presentehumilde religioso".

Pocos eran los que podían oír aquella exclamación; sin em-bargo, la noticia corrió de boca en boca y circuló en brevesinstantes por la ciudad entera produciendo en todos sus mora-dores imponderable asombro, indecible emoción, que se expli-caba por todas partes en mal comprimidos sollozos y lágrimastcmísimas.

Junto con esta noticia se divulgó, no se sabe cómo, la deque, al día siguiente, ayudaría el noble novicio la misa de cinco.

El 19 de marzo, desde los primeros albores del día, hormi·gueaba el gentío en las calles inmediatas a San Francisco; y pormuy dichosos hubieron de tenerse los que, hallando cabida enel templo, pudieron satisfacer su piadosa curiosidad, viendocubierto de sayal al que hasta pocos días antes solían ver osten-tosamente ataviado y en el grado sumo del poder.

III

¿Quién era este hombre singular que dejaba casi un tronopara ir a pedir humildemente un lugar entre los pobres hijosde San Francisco de Asís?

He aquí las noticias que hemos recogido sobre su origen.su alta nobleza, distinciones con que fue honrado y méritosque le adornaban.

Don José Solís Folch de Cardona nació, no sabemos en quélugar de España, en el año de 1716. Fueron sus padres donJasé Salís Gante, duque de Montellano y grande de España detlrimera ciase, y doña Josefa Folch de Cardona Belvis, mar-

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quesa de Castelnovo. Su familia pertenecía a la más antigua ydistinguida nobleza del ·reino, y por sus venas circulaba sangrede los reyes de Castilla.

Después de haberse preparado con buenos estudios a la ca-rrera de las armas recibió el 29 de abril de 1731 el grado deCapitán en el regimiento de caballería de Farnesio, y sucesi-vamente el de Coronel del mismo cuerpo en 1736, el de Bri-gadier de caballería en 1741 y el de Teniente de la compañíaflamenca de guardias de corps en 1747.

Este nuevo destino, y según lo que a nosotros se nos alcanza,el hallarse entroncado con la familia real, le acercaba mucho ala persona del rey Fernando VI; y se refiere que con estemotivo, don José, que era en su mocedad de genio travieso ybullicioso, se tomó una vez la libertad de chancearse con elSoberano escondiéndole el sombrero y el bastón en un día deceremonia; desacato <> exceso de familiaridad por 61 cual de-terminó la Corte castigarle, haciéndole pasar a Indias de Virreyy Capitán general del Nuevo Reino de Granada, como a undestierro decoroso. El estaba destinado para más altos empleos,y sólo Dios sabe si a aquella ligereza juvenil debe nuestra tierraJ:\ prez de guardar las cenizas de varón tan insigne.

A los títulos de sus empleos y a los que había heredado desus nobles antepasados, unía don José Salís el de Comendadorde Ademuz y Castelfavi en la orden de Montesa, y era caba-llero de otras órdenes militares.

No hemos podido averiguar cuándo fue ascendido al gradode Mariscal de campo de los reales ejércitos; pero hallamos queel Marqués de la Ensenada, ministro de Fernando VI, al co-municarle el nombramiento de Virrey y Capitán general delNuevo Reino y provincias de tierra firme, y Presidente de laReal Audiencia de Santafé, le da dicho tratamiento de Mariscalde campo.

Tenemos a la vista varias reales cédulas expedidas, lo mismoque la del nombramiento mencionado, en abril de 1753, en quese conceden al nuevo Virrey amplias y extraordinarias faculta-des para el gobierno de este país, y en algunas de ellas se en-comian su distinguido mérito, sus servicios, su capacidad y suconducta. En una de las precitadas reales cédulas se disponeque en las audiencias de Panamá y Quito tenga lugar preemi-nente y voto en materias gubernativas.

Réstanos decir para dar idea de la elevada posición que ocu-paba Salís en la Corte, que uno de sus hermanos era don

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Francisco de Solís, Barón de Santa María de Aracena, Sumillerde Su Majestad, Deán de la Catedral de Santa María de Málaga,y más tarde Cardenal y Arzobispo de Sevilla. Era también her-mano suyo don Alonso de Solís, que se vio elevado en ciertaépoca a muy distinguidos e importantes empleos.

IV

Entre todos los varones esclarecidos que ilustraron nuestrosuelo en los siglos pasados, pocos han suministrado tan dignoasunto a la pluma del historiador, como don José Solís. Estohemos pensado siempre; lo cual y la veneración que a su memoria,nos inspiró lo que de él nos contaron nuestros abuelos, nos ha'movido a hacer minuciosas y perseverantes indagaciones paradescubrir antiguos documentos y noticias acerca de su vida;mas nuestra diligencia no ha logrado hallarlos sino escasos e,incompletos. La exigüidad de los datos que poseemos nos habría'desanimado de emprender la tarea en que por fin hemos puestomano, si no nos hubiese ocurrido la reflexión de que nuestrotrabajo, por más imperfecto y diminuto que resulte. salvará alcabo de un total olvido el nombre del ínclito Virrey, si bien nole dará el lustre que a los de los varones esclarecidos suelendar los buenos biógrafos y cronistas; mientras que, si aguarda-mos a que escritores más distinguidos e indagadores más afor-tunados que nosotros se encarguen de transmitir a la posteridadla noticia de sus hechos, ponemos su memoria en peligro decorrerla misma suerte que la de tantos otros importantes suje-tos cuyo nombre, ya apenas conocido de esta generación, seráde todo punto ignorado por nuestra posteridad.

Esperamos que este ensayo sea leído con interés por los cono-cedores de nuestras antigüedades, y que su lectura excite enellos el deseo de suministrarnos datos para componer una bio-'grafía del señor Salís. que merezca llamarse tal. Y aún más.nos placería el que otro escritor más idóneo acometiese laempresa y le diese cima con más acierto que el que de nuestra'incapacidad puede esperarse.

Entre tanto, probaremos a hacer una breve reseña de loshechos del señor Salís como Gobernador del Nuevo Reino. yütra de los del mismo como religioso. Ni se opondrá al desem-peño de este plan el que nos detengamos a considerarle en suvida privada durante los primeros años de su residencia en latapital del Virreinato.

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vLa tradición ha conservado las palabras que, al recibir al

l1uevo Virrey en Puente Aranda, le dirigió su predecesor donJosé Pizarro, Marqués del Villar: "Pongo en manos de V. E.este bastón, que es para mí demasiado largo, y demasiadocorto para V. E."

Solís tomó posesión de su destino a fines de 1753.Los documentos que tenemos a la vista y por los cuales nos

vamos guiando, están acordes en atribuír al Virrey Solís lasprendas que deben distinguir a un perfecto gobernante y cum-plido magistrado; pero todos recomiendan muy especialmentela afabilidad con que se hizo siempre accesible para todos,cualquiera que fuese la calidad de las personas que a él acu-dían; y el mucho recalcar sobre este punto deja conocer lo raray estimable que parecía en aquellos tiempos esa prenda, en per-sonas de categoría y condición como las de don José Solís; y almismo tiempo que no fue el prurito de lisonjear el que dictóaquel elogio. Hállanse igualmente conformes cuantos escribieronsobre las cosas de aquellos tiempos en celebrar el buen juiciocon que supo mantenerse tan leios de la arrogancia que desdf'ñael auxilio de las luces de los demás, como de la pusilanimidadque no acierta a regirse sino por ajeno dictamen.

Muy común es en el día repetir que no debemos sino algobierno español la mayor parte de las obras públicas de cuyoservicio gozamos en la actualidad. Pocos ignoran esto; pero aúnson menos los que saben que entre ellas hay muchas que sellevaron a cabo por la actividad y celo del Virrey-fraile y queapenas tuvo el Nuevo Reino un gobernante dotado de más es-píritu de progreso que éste.

Los que hayan registrado las páginas de "El Carnero de Bo-gotá", se habrán hecho cargo del estado en que a fines del sigloXVII se hallaba nuestra principal y más necesaria vía de co-municación, esto es, el camino de Occidente. Tan lastimoso era,que en ciertas épocas del año nadie podía alejarse de la ciudadpor esa vía sino navegando en balsas de junco. Desde los tiem-pos a que aquella vieja crónica se refiere, se dio principio aciertas construcciones y renaros con el fin de abrir el camino,sin que a la venida de Solís se hubiesen adelantado lo bastantepara hacer fácil el tránsito aun en tiempo de verano. A esteVirrey debemos la construcción de una gran parte del sólidocamellón por donde hoy transitamos con tanta comodidad. No

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sabemos a punto fijo qué parte del mencionado camino se debaa Solís: el documento auténtico y original que sobre este par-ticular nos guía, habla de la calzada o camellón que va delpueblo de Fontibón; pero no dice en qué punto terminaron lasobras. Lo que está fuera de toda duda, es que el puente llamadode San Antonio debe contarse entre ellas. Todavía le adornaun tosco bajo relieve, que decoró pretensiosamente su artíficecon el nombre de busto del Virrey Solís.

No hay en nuestra sabana quién no conozca el "Puente deSopó", precioso monumento que no parece sino un modeloque, en pequeño, hubiese formado un entendido arquitecto, parala construcción de un gran puente. Este, lo mismo que el deBosa, que hoy subsiste, y el primero que se levantó en Sesquilé,da testimonio del interés que por el bien público animaba a donJosé Solís. La apertura del camino de Cáqueza y del de SanMartín; y la apertura o la comoosición del de Opón al Magda-lena, del que atraviesa el Quindío y de varios de los de Antio-quia, fueron también materia de muchas de las providencias quedictó y a que se debieron grandes adelantos y beneficios.

Quien tan solícito se mostraba por hacérselos al público, nopodía desatender la suma necesidad que tenía la capital de unacueducto; y así fue que el del Agua-nueva vino a aumentarel catálogo de aquellos.

Fomentó el señor Solís las misiones del Orinoco, del Meta yde los Llanos; cooperó a la reducción de los indios cunacunasen el Chocó, y auxilió y facilitó en gran manera la pacificacióny reducción de los salvajes habitantes del territorio que se extien-de desde el Río de la Hacha a Maracaibo. En su tiempo se diogran impulso a la fundación de una villa en el mismo territorio,medida con que cesó el riesgo a que se exponían los traficantesque atravesaban aquellas soledades sin una numerosa escolta.La apeliura del camino del Carare, obra también de aqueltiemoo, hizo practicable, según refiere un escrito de la época,el que condu;esen los víveres y en particular las harinas, aCartaf!ena, sin necesitar de las extran;eras de que se surtía. yfacilitó l'l salida de los géneros del Nuevo Reino por el ríode la Mapdal,ma.

Era, según de varios documentos se colige, lastimoso el estadode la real hacienda e imponderable el desconcierto en que sehallaban la recaudación y manejo de los caudales públicos cuandoel Gobierno del Nuevo Reino cayó en manos de don JoséSolís, lo que abrió ancho campo a su actividad e inteligencia,

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brindándole nueva coyuntura para dar más y más lustre a suadministración.

En la ejecutoria de la residencia que se le tomó del tiempode su gobierno, se encarecen la pureza, integridad, celo y vigi-lancia con que procuró el aumento de los reales haberes; y enparticular se mencionan los esfuerzos que hizo para conservarlos tributarios y fomentar sus reducciones. "El acierto con quegobernó, dice aquel documento, hizo prosperar la riqueza y lasrentas públicas; y esto en tiempos tan calamitosos que hubierasido gloriosa empresa aun el mantener la real hacienda; puesdurante su gobierno ocurrieron muchos gastos extraordinariosy el Rey adjudicó a ciertos particulares los proventos del ramode correos y varias otras rentas."

Hizo construír una fábrica de aguardiente, con lo que seaumentó en una tercera parte el producto de aquel ramo, yfomentó con suma eficacia el laboreo de las minas.

Hizo también practicar por sujetos de notoria integridad einteligencia una visita en las caías de Guayaquil, medida cuyaimportancia puede apreciarse viendo los resultados que produjo.Enterráronse en las cajas de Santafé 40.500 pesos; los ingresosfueron mayores en los años siguientes, y se facilitó la construc-ción de varias obras públicas en la misma ciudad de Guayaquil.

Otra visita de la tierra mandó practicar a los oidores donAntonio Verdugo y don Joaquín de Aróstegui, de que resultaronnotables ventajas para la población y la agricultura. Solís fue elprimer magistrado que cuidó de que se recogieran datos sobrela estadística del Nuevo Reino.

No faltan, pues, a don José Solís títulos al reconocimientoy a la estimación de los habitantes del país que gobernó; y paraque se agregue uno más a los que ya llevamos enumerados, aña-diremos que contribuyó para las obras públicas que en su tiempose llevaron a cabo, con munificencia digna de su ilustre nombre.

VI

Hablemos ahora de las costumbres y vida privada del futurofranciscano.

Hase insinuado más arriba que se distinguía por la afabilidadde sus modales, y ahora añadiremos que no verá ésta la únicamuestra que daba de la benevolencia, suavidad y blandura desu carácter. Sobresalió por estas prendas, y por ellas se hizo

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amable a cuantos le trataban. Valiose de su autoridad de Virreypara dar rienda suelta a sus sentimientos humanitarios y bené-volos, como lo acreditan las providencias que dictó con el fin deque se tratase a los indígenas con blandura y miramiento de quelos hacía merecedores su miserable condición.

Sábese también que distribuía cuantiosas limosnas y queenriquecía con dádivas los templos, usando de liberalidad ver-daderamente digna de un príncipe; y toda idea benéfica ha-llaba en él su más decidido protector.

Empero, si, como buen español, abrigaba en su pecho una feinalterable y todas aquellas virtudes brillantes que nunca dejande tener cabida en un corazón generoso, no dejaba por otraparte de pagar su tributo a la común flaqueza de los hombres, ysu conducta no siempre fue de las más ejemplares.

Vivían en su tiempo en Santafé y descollaban entre las máshermosas, ciertas jóvenes de no muy esclarecido linaje, desen-vueltas y de livianas costumbres, conocidas comúnmente con elapodo de las marichuelas. Conocíalas el Virrey, trabó amistadcon una de ellas, y esto dio ocasión a que su conducta fuesepor algunos años el escándalo de la gente cristiana. Ni fueronestos sus únicos devaneos; pues sus contemporáneos pintabansu vida como muy disipada.

A propósito de estas cosas, se refiere que, como el Virreytenía por costumbre salir de su casa por la noche y no volvera ella sino muy a deshoras, todos sus domésticos y famiíiaresdieron, como era natural, en seguir su ejemplo; de que resultóque en cierta ocasión en que fue a recogerse menos tarde quede costumbre, halló el palacio totalmente desamparado y sinmás h:.bitantes que los soldados de la guardia. Y dio orden deque en lo sucesivo después de cierta hora de la noche no sefranquease a nadie la entrada del palacio, fuese quien fuese elque tocara a la puerta. No había pasado mucho tiempo desdeque regía esta providencia, cuando ocurrió que cierta nochevino el mismo Virrey después de pasada la hora señalada, y elcentinela que guardaba la puerta rehusó abrirla, no obstante quese le dio a conocer el Virrey; el cual hubo de aguardar pacien-temente de pie en el dintel y con el frío de una de las máslluviosas y destempladas noches de nuestro clima, a que secumpliesen todas las ,formalidades de ordenanza, para que eloficial de la guardia relevase al centinela de su consigna ydiese la orden de abrir la puerta.

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El soldado que tan puntualmente había sabido cumplir consu obligación fue ascendido y recompensado; y el Virrey, paraquedar al cabo libre de todas las dificultades que sus nocturnasexcursiones solían ofrecer, determinó abrir en las tapias que porel lado del mediodía cerraban el recinto del palacio, una puer-tecilla que debía quedar reservada para su exclusivo servicio.Nosotros hemos conocido aquella puertecilla, único monumentomezquino entre los muchos que quedaron para inmortalizar elnombre de Solís.

VII

Era costumbre en tiempo de nuestros padres que todos losmiembros del Gobierno y magistrados de la ciudad concurriesena los solemnes olicios del jueves y viernes santos en la Catedralmetropolitana, y que en ellos recibiesen la sagrada comunión.Don José Salís, si bien distraído y no nada timorato, no erahombre capaz de romper con el pasado y de escandalizar alpueblo fiel rehusando en aquella ocasión dar público testimoniode su fe, como lo daban todos los hombres constituídos endignidad. Repetidas veces asistió a la augusta ceremonia y repe-tidas veces recibió el Cuerpo de Cristo, sin que fuese para éldemasiado arduo el hallar un confesor indulgente que le ab-solviese a pesar de la obstinación con que seguía en el ilícitotrato con la dama de que dejamos hecha mención.

Pero acaeció que, en la Semana Santa del año de 1759, o yamovido por la gracia divina o bien por otra razón que no alcan-zamos, eligiese por confesor a un padre del Oratorio de SanFelipe Neri, que había venido a fundar en Santafé una casa desu congregación, varón verdaderamente apostólico, de los quenada temen ni esperan de los grandes de la tierra, el cual,cumpliendo con la obligación de su augusto ministerio, negó laabsolución al poderoso penitente.

Tan profunda y saludable fue la impresión que esto produjoen el ánimo del Virrey, que en el punto mismo determinó re-formar sus costumbres y aiustar su conducta a los preceptos delEvangelio. Ni tardó ya en concebir el designio de dejar el mundo;como lo acredita el hecho de haoerse procurado un ejemplarde la regla de San Francisco, la que se propuso observar encuanto lo permitiesen los deberes y ocupaciones de su emoleo.

Renresent6 sin dila~ión a la Corte T'idiendo se le nombrasesucesor, y hubo de reiterar esta solicitud, pues en la real cédula

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que se expidió con fecha 12 de junio de 1760 y en que se lecomunica el nombramiento de don Pedro Mesía de la Cerdapara Virrey y Capitán general del Nuevo Reino, se insinúaque atento a sus repetidas instancias, S. M. ha venido en exo-nerarle de su empleo.

Recayó esta vez el nombramiento de Virrey en persona degran representación, de muy calificada nobleza y recomendablepor su mérito y servicios, por no querer la Corte nombrar unsujeto que pudiese amenguar el lustre que aquel empleo habíacobrado en manos del señor Salís. Era don Pedro Mesía de laCerda, Conde de la Vega de Armijo, teniente general de lareal Armada, caballero gran cruz de la Orden de San Juan,comendador y señor de Puerto Marín en la misma, y gentilhorobre de cámara de S. M .

VIII

Tenemos ya dicho que apenas se verificó la conversión delVirrey, concibió el designio de tomar el hábito en la religiónde San Francisco y empezó a observar su regla en cuanto aquellaobservancia era compatible con su actual estado y empleo. Ycomo para reparar el escándalo que la relajación de sus cos-tumbres había ocasionado, se dio a practicar actos públicos depiedad y a ejercitar la caridad del modo más edificativo. Yapor aquel tiempo acostumbraban los recoletos de San Diegocelebrar en la tarde del sábado cierta función en obsequio dela Virgen, y el Virrey, con acompañamiento de sus familiares.concurría a ella puntualmente. Los mendigos le acosaban pordondequiera, y eran siempre favorablemente despachados; ysolía suceder que, viéndolos a su puerta desde el balcón delpalacio, bajase en persona a socorrerlos. Varias familias hones-tas y distinguidas que habían venido a pobreza eran. sustentadasa costa suya. Pero lo que puso el colmo a su benéfica liberalidadhaciéndole acreedor por un nuevo título a las bendiciones dela posteridad, fue la donación de 30.000 pesos que hizo alHosnital de San Juan de Dios de esta ciudad, cuando ya sehallaba próximo a tomar el estado religioso. Cuéntase que élmismo llevó en su coche al hosoital esta no vista limosna y queera destinada para la construcción de enfermerías. No fue estasu única visita a aquel piadoso establecimiento, que ya renetidasveces había llevado de comer a los pobres y con sus propias

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manos les había repartido la comida, añadiendo siempre a estalargueza no pequeñas limosnas en dinero.

Contribuyó también generosamente para la construcción dcla iglesia de la Tercera; regaló a la de San Francisco el relojque con no escasa utilidad para el público se conserva aún enla torre, juntamente con la campana principal, regalo que costóen aquellos tiempos 6.600 pesos. Por último, habiendo repar-tido entre los santuarios y los pobres del país toda su hacienda,no reservó para sí ni llevó al claustro sino un crucifijo, unoslihros de devoción y el sayal con que debía cubrirse. Y sihemos de dar crédito a 10 que refiere el padre Fray ManuelTorrijas, de la Orden de Predicadores, en la oración fúnebreque predicó en las exequias de Salís, el caudal de éste ascendíaa doscientos noventa y cinco mil pesos, suma que vino aquedar por entero convertida en limosnas, deduciéndose sola-mente cierta cantidad con que se facilitó a los familiares delVirrey su regresó a España.

Así se preoaró este fervoroso cristiano para pronunciar elvoto de pobreza: voto más meritorio en él que en cuantos 10han pronunciado en los tiempos modernos.

IX

Solicitó Fray José de Jesús María, que tal fue el nombreque tomó don José Salís al hacerse religioso, el beneplácito delRey para pronunciar sus votos, y como hubiese tardado la re-solución de la Corte, se prolongó un tanto el noviciado, duranteel cual se ajustó rigurosa y puntualmente a cuanto prescribela regla de los franciscanos. Su profesión tuvo por fin lugary asistieron a ella el Virrey Mesía de la Cerda, que fue padrino,la audiencia, los cabildos eclesiástico y secular, los tribunalesy todos los demás empleados y corporaciones de la ciudad.

Quiso el nuevo re1igioso profesar y permanecer en el humildeestado de lego, y siempre fueron grandes las instancias con quesolicitó se le ocupara, como a los otros frailes de su clase, enlas haciendas de la casa; pero su empeño no pudo superarnunca el respeto con que los prelados y la comunidad le tra-taban. no pudiendo echar en olvido sus antiguas preeminenciasy menos todavía el realce que daban a su persona la heroicaresolución que había llevado a cabo y sus eminentes virtudes.Sus superiores, al mismo tiempo que rehusaban ocuparle, le

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amonestaban incesantemente con el fin que se determinase arecibir las sagradas órdenes, haciéndole ver que en el ministeriosacerdotal podría prestar mejores servicios a la religión; y.como hubiese renunciado cristiana y sinceramente al ejerciciode su propia voluntad, y un capítulo general le hubiese conce-dido la dispensa competente, con el fin de que pudiese, no sóloser elevado al sacerdocio, sino también ascender a las dignidadesde la Orden, se conformó con aquel parecer y se dispuso arecibir la sagrada ordenación. Principió los estudios para elcaso requeridos, y ayudado de su claro entendimiento. adquirióen seis meses una instrucción más que suficiente.

Hal1ábase a la sazón la arquidiócesis en sede vacante. porno haber venido aún a Santafé el ilustrísimo Arzobispo donAntonio de la Riva Mazo, que para tal dignidad había sidoelecto en el año de 1768; y hubo Fray José de Jesús María deemprender viaje a Santa Marta, en donde le confirió las órdenessagradas el Obispo de aquella diócesis. Hizo este viaje a finesdel año dicho o muy a principios del siguiente.

A su regreso celebró su primera misa solemne el día de lafestividad del Patrocinio de San José, del año de 1769.

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Conserv <~daen la memoria de nuestros padres y en algunossen(:jllo~ documentos, ha venido hasta nosotros la fama de lasvirtudes que ejercitó en el claustro Fray José de Jesús María.

Si las preeminencias y dignidades de que había huído, leperseguían aun en el humilde asilo a que había venido a refu-giarse, no le faltaron ocasiones de practicar la mansedumbrecristiana. La antigua compañera de sus disoluciones frecuentab.:!la iglesia de San Francisco con el avieso fin de poner a pruebasu paciencia, lo que procuraba dirigiéndole improperios y zum-bas groseras cuantas veces podía acercársele, esforzándose porhacerle la irrisión y el escarnio de los fieles que concurrían alt.cmnlo; y la continua asistencia del padre Salís al confesionariole ofrecía frecuentes y propicias ocasiones para ejercitar sumali.rruidad.

Entre los religiosos mismos no faltaba quien estuviese malcon él y viese con despecho los homenajes que a su mérito setributaban; y se refiere que un cierto padre grave dio en mo-rar~c de él y en tratarle de holgazán y de espía. con lo que le

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redujo a no salir de su celda sino en las ocasiones en que unaprecisa obligación lo exigía.

El voto de p<>breza que había pronunciado y el extremadorigor con que lo cumplía no pusieron estorbo a su genial libe-ralidad. Habiéndole asignado el Cardenal su hermano una pen-sión de quinientos pesos anuales con el fin de que pudiese gozarde mayor regalo que los demás religiosos, aceptó este auxiliocon licencia de sus prelados, no con aquel fin sino con el depoder dar limosna, y muchos de los desgraciados que solían sersocorridos por él cuando estaba en el siglo siguieron siéndolo.merced a esta largueza del Cardenal. Repartía además entrelos religiosos más necesitados los hábitos nuevos que sus amigosle proporcionaban, y entre ellos y los pobres de fuera otraspiezas de ropa y utensilios de que se procuraba no dejarlecarecer. Hacía 10 mismo con la mayor y más delicada parte dela r8ción que nara su subsistencia recibía del convento, y aunse hacía mendigo en beneficio de los menesterosos.

Ni era solamente del modo que queda dicho como daba des-ahogo a sus benévolos sentimientos. Durante su viaje a Santamaríaasistió y curó con caridad ejemplar a dos bogas de los quetripulaban el chamnán en que bajó el Magdalena y que adole-cían de enfermedades asquerosas y pegadizas. Un negro, libertosuyo. que tomó el hábito de San Francisco en calidad de donado,por no abandonar a su antiguo señor, enfermó gravemente y,como el padre Solís hubiese tomado sobre sí el asistirle y leasistiese como el más humilde enfermero, solía rehusar susservicios enternecido y avergonzado; mas Fray José le decía:"Calla, hijo. que aquí todos somos iguales."

Mas no fue solamente eximio en la obediencia, en la caridad,en el desasimiento de los bienes de la tierra, en la humildady en la rigurosa observancia de la regla a que se había sujetado,sino que se distinguió también entre los religiosos más peni-tentes. Mucho hemos dicho ya en orden a su amor a lasprivaciones, al hablar de su liberalidad y desprendimiento; y restaañadir que acostumbraba ayunar a pan yagua casi todo el año,sin que las dolencias le hiciesen relajar este ayuno; que llevabaincesantemente ásperos cilicios y un vestido interior de cerda araíz de las carnes, que le cubría desde los hombros hasta lasrodQlas; que se azotaba con cadenas de hierro y que no sereclinaba sino en una cama dura, tosca y desnuda.

Cuando vino la Semana Santa del año de 1770, quiso elpadre Solís, no obstante que su salud se hallaba quebrantada.

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cumplir con escrupulosa exactitud con todos los actos de piedady de mortificación que están prescritos a los franciscanos paraaquel tiempo: descalzóse el jueves para la comunión, el viernespara la adoración de la cruz, y estos mismos y otros días paraciertos ejercicios de penitencia que se practican en el refectorio;levantóse antes del alba el día de Pascua para asistir a maitinesy decir misa; causas que le ocasionaron una enfermedad queconoció él mismo debía ser la postrera.

Preparóse para morir recibiendo los últimos sacramentos dela manera más ejemplar y fervorosa, y sus últimos instantesestuvieron llenos de la inefable dulzura y serenidad de que nopodía dejar de disfrutar quien pudo decir como dijo él ensu agonía: "Yo, contemplando que había de llegar esta hora.renuncié al mundo y vestí esta mortaja."

Ultimamente, el 27 de abril de 1770, "dejó el mundo parareinar con Cristo", como se lee en la inscripción de uno delos retratos que de él se conservan en el convento de SanFrancisco.

A sus exequias, que se celebraron el día 28, asistieron, comohabían asistido a su profesión, el Virrey y todas las autoridadesy corporaciones, juntamente con innumerable gentío que acudióa dar muestras de su veneración al que era ya mirado como santo.Pasados algunos días, se le hicieron honras fúnebres, y así enéstas como en las exequias, se predicó oración fúnebre.

El Cardenal Arzobispo de Sevilla y otros deudos del padreSalís de grande valimento en la Corte de España y en la deRoma obtuvieron para él el capelo. La muerte se anticipó a lanoticia de este nuevo homenaje que se tributaba a su mereci-miento. Nada pudo acaecer más conforme con su voluntad: entrela muerte y nuevos honores, él hubiera elegido la muerte.

Hemos terminado la tarea que nos impusimos de recoger enun solo escrito las escasas noticias concernientes a la vida delVirrey Salís, que muy esparcidas y ya a punto de quedar olvi-dadas y perdidas, hemos podido adquirir.1

1) Los documentos que hemos tenido a la vista son: los titulos dealgunos de los empleos y grados que obtuvo Solfs; el acta de posesióndel Virreinato; la ejecutoria de la residencia que se le tomó del tiempoque fue Virrey; la "Noticia de la erección del convento de San Fran-cisco", cuaderno que contiene una ligera relación de la vida del P.Solfs; la oración fúnebre pronunciada por el P. Torrijos. y las ins-cripciones que se ven en los retratos. Estos documentos se hallan ensu mayor parte en la biblioteca del sefior José Mar!a Quijano O.

Al hacer esta edición (que es la 2.) del presente escrito. hemos po-dido agregar algunas noticias que hemos hallado en la "Historia eclesiAstica y civil" del sefior Groot.

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Si nuestra relación no abunda en rasgos romanescos quehalaguen la fantasía, culpa es de la escrupulosidad con que, sa-crificando lo ameno a lo verdadero, nos hemos ceñido a losdocumentos que nos han guiado.

Al leer las últimas páginas de este bosquejo biográfico, hemosdescubierto con sorpresa que lo que hemos escrito es una vidade santo. Decimos con sorpresa, porque ni nos lo habíamospropuesto ni lo teníamos previsto. No importa: a los que creenlo que creía el señor Salís, les servirá de edificación; a losdemás. .. básteles saber que hemos escrito la verdad.

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EL PUENTE DEL COMUN

y SUS INMEDIACIONES

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En la Relaci6n de mando del Virrey D. José de Ezpeleta, fecha19 de diciembre de 1796, se leen los párrafos siguientes:

"Para estos gastos (los de la composición de cierto camino),en la parte principal, se ha echado mano de 3.000 pesos delramo de camellón, llamado así porque sus fondos son el pro-ducto de un moderado derecho que se impuso hace años a lasrecuas cargadas de géneros, frutos y efectos comerciales queentran a esta capital o salen de ella, para reintegrar los cau-dales de la Real Hacienda invertidos en una calzada o camellónque se construyó en estas inmediaciones, desde el pueblo deFontibón hacia el Puente de Aranda, y que después se haperpetuado, con real aprobación, para caminos, puentes yobras públicas de esta clase.

"A expensas de este ramo se ha construído en mi tiempo unpuente magnífico sobre el río Bogotá, hacia el pueblo de Chía,cuyo costo, regulado de 17 a 20.000 pesos, ha pasado de100.000.1 Sirve de facilitar en todos los tiempos la comunicacióny comercio entre esta capital y los partidos de Zipaquirá, Tunja,Vélez, Socorro, San Gil, Girón, Sogamoso y los Llanos; y, paraperfeccionar la obra, falta todavía abrir un camino recto desdeel fin de la antigua Alameda hasta el Puente; y sobre este pen-samiento queda ya formado un exnediente, en el que se en-cuentran exnlicados los fondos y auxilios con que se contabanara esta obra que no he podido dejar consumada." 2

Nada exageró el Virrey al calificar de magnífica la obra aque se refería en el pasaie citado. Magnífica es, no sólo com-parada con todas las de su clase que existen en Colombia, sinomirada en sí misma y sin que se haga tal comparación.

1) Véase que no es cosa del otro jueves esto de que los gastos excedana los presupuestos. iSI las diferencias que ogafio suele haber entrelos presupuestos y los gastos tuvieran resultados tan sólidos, tan dura-deros y tan magnlficos como el Puente del Común!

2) No se realizó muy pronto el pensamiento del sefior Ezpeleta. El!1péndice de este escrito contiene algunas noticias sobre el caminode Bogotá al Común.

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En cuanto a la solidez del Puente, basta decir que hoy se hallaen tan buen estado como el día en que acabaron de construírlo,y en cuanto a utilidad diremos que, gracias al Puente, han ve-nido a tenerla muchos caminos que no existían o que se hallabanen pésimo estado cuando fue construído, y que hoy las comu-nicaciones y el comercio que él facilita son infinitamente másextensos e importantes que en los tiempos del Virrey Ezpeleta.

El Puente está situado a tres miriámetros cabales de Bogotá.o sea a seis leguas.

La longitud del Puente es de 31 metros 86 centímetros. El,río tiene, en el punto en que lo atraviesa el Puente, 26 metros50 centímetros.

El eje de las bóvedas, o sea la anchura de la masa de lafábrica, es de 5 metros 71 centímetros.

Del piso del Puente al fondo del río en su parte central hay7 metros 30 centímetros.

El Puente tiene cinco arcos. El arco empleado en él es elcarpanel, esto es, el formado de media elipse, cortada por su

,eje mayor. La abertura del arco de en medio es de 5 metros69 centímetros; la de cada uno de los inmediatos a éste, de 4metros 81 centímetros; y la de cada uno de los restantes. de3 metros 71 centímetros.

En todos los estribos, o sea entre arco y arco, está la fábricaprovista de.: tajamares que contribuyen no sólo a darle la debidasolidez, sino a hacerla vistosa.

A cada uno de los extremos del Puente se halla una plazuelaen forma de herradura, cuyo diámetro medio es de 18 metros15 centímetros, poco más o menos.

Adornan el Puente 12 pilastras terminadas en pirámides cua-,driláteras coronadas por globos. Estas pilastras se hallan in-crustadas en los pretiles o antepechos.

Los pretiles de las plazuelas, que van en disminución desde'el punto más inmediato al Puente, están adornados igualmentecon pilastras.

En cada uno de los cuatro puntos en que terminan los pre-tiles de las plazuelas, hay un segmento de columna cilíndricacon elegantes molduras, que mide 1 metro 90 centímetros dealtura, y que está coronada por un cono curvilíneo sobre el quese halla un hermoso jarrón. La altura total de cada una de estaspiezas es de 3 metros 65 centímetros.

Como complemento de la obra se construyeron (y se con-servan)' dos anchos camellones o calzadas. Uno antes del extremo

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oriental del Puente, y otro después del extremo occidental.Ambos tienen pretiles y están enlosados, aunque con lajas toscas.Mide el primero 123 metros 70 centímetros, y el segundo 109metros 70 centímetros, contando sólo la parte recta, pues estáprolongado, pero formando curva.

La altura de los camellones varía mucho, por ser desigual elterreno sobre que están levantados.

Puntos hay en que, según calculamos, se elevarán hastacuatro metros.

En su extensión están comprendidos dos puentes de desagüeen la parte occidental y uno en la otra. El mayor de aquellos,adornado con pretiles y pilastras, fue construído sobre el cauceartificial por donde se hizo correr el río mientras se estabaconstruyendo el Puente.

Los materiales de que éste fue labrado, son ladrillo, em-pleado sólo en los arcos; y piedra, que es de lo que estáhecho todo lo demás.

En los segmentos de columna que decoran la fábrica, sehallan las sigu;entes inscripciones, cada una de las cuales estáen dos de dichas piezas de ornato. Copiamos las incripcionescon la posible fidelidad.

En las columnas del nordeste y del sudeste:ReY1Umdo la majestad de el señor D. Carlos IV, y siendo

Virrey de este Nuevo Reyno de Granada el Exmo. S. D. Jase!Ezpeleta y Galdeano se construyó esta obra de el puente y suscamellones en 31 de diciembre de 1792.

En las columnas del sudeste y del noroeste:Ha dirigido esta obra el señor D. Domingo Esquiaqui Ten.te.

Cor.! de el R.l Cuerpo de Artill.a y Coman.te en la plaza yProv.a de Cartagena de Indias siendo diputado por este ilustreCabildo el Regidor D. D. Jase! Caycedo.

SuminÍstrannos estas inscripciones importantes datos para lahistoria del Puente; pero hacen echar de menos algunas mássatisfactorias sobre las circunstancias del eminente arquitectoque dirigió su construcción. Sólo nos consta acerca de él queera hermano del benemérito institutor y músico D. Mateo Es-quiaqui. y del compositor D. José Antonio, algunas de cuyascom¡:osiciones se oyen todavía, aunque raras veces, en nuestrasiglesias. A los que tengan más noticias acerca del D. Domingo,les agradeceríamos que nos las comunicasen.

Sabemos también que fue sobrestante de la obra MarcosAntón. de quien se conserva descendencia en el Distrito de Ca-

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jicá; y que el señor D. Justo Castro, como Alguacil mayor deSantafé, intervino en la fabricación del Puente.

¿Cómo se pasaba el río por el punto en que sobre él se echóel Puente que hemos descrito? No lo sabemos; .{lero conjeturamosque se pasaría por uno de madera, igual a los que vemos hoysobre el mismo río, en Cota, en Tibitó, y en otros sitios. En elArchivo de la Municipalidad de Bogotá hemos visto unas cuen-tas antiquísimas de derechos de pontazgo que pueden referirseal que se percibiría en el punto de que tratamos. En el propioArchivo hemos hallado documentos concernientes a los contra-tm que se celebraban vía licitación, para que se levantasen puen-tes de madera en los parajes donde eran necesarios para el trá-fico y en donde existen hoy puentes de piedra.

En 1862 expidió el Dictador Mosquera un decreto por el que,para privar de comodidades a los guerril1eros que tanto le atosi-gaban, debía despoblarse totalmente de hombres y de animalestoda la parte de la Sabana inmediata a la serranía oriental, com-prendida entre el límite meridional del Distrito de Usaquén y elseptentrional del de Sesquilé; y en que se ordenaba el incendiode muchas de las casas situadas en tan privilegiada faja de tierra,Gracias a la cultura del General Rico, Jefe de las fuerzas quedebían o (para hablar con más propiedad) que no debían ejecutartan bárbara medida, el decreto no fue obedecido generalmente;pero sí se cumplió en daño de una casa de teja bastante espacio-sa y bien edificada que se había levantado cuando iba a em-prenderse la obra del Puente, para guardar materiales y herramien-ts y para vivienda de peones y oficiales de la misma obra.Terminada ésta, pasó a ser de propiedad del dueño de la haciendaen cuyos terrenos está comprendida la parte del Puente quequeda a la orilla izquierda del río, y fue convertida en venta ycasa de posada. Destruída del modo que queda dicho, ha sidoreemplazada por un hotel en que los viajeros hallan toda especiede comodidades, y que no contribuye poco a embellecer y ani-mar el paisaje de que forma parte.

Desde el hoteL que está colocado en lugar eminente, y sobreuna plazoleta en que se reunen el camino del Norte y el del Nor-deste, se descubre a cosa de una cuadra el Puente y aquel esel punto de vista desde el cual luce mejor su bien entendida or-namentación. Como prolongación del Puente y de las alcantarillasque lo complementan, sigue hacia el Occidente el camino, quepoco más lejos se bifurca. llevando uno de sus ramales direcciónhada Chía, y otro hacia Zipaquirá. Ambos caminos van por entre

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un caserío casi continuo y por entre terrenos no escasos de árbo-les y cuidadosamente cultivados.

A lo lejos, y en cuanto los grupos de árboles lo permiten, sedivisan los pueblos de Chía y Cota hacia el Occidente, y el deCajicá al Noroeste. Esta perspectiva queda cerrada por la cade-na, en parte de montes y en parte de colinas, que se extiendeentre la Sabana y el valle de Tabio y Tenjo, y cuyas faldas, enla parte en que se confunden con la llanura, están copiosamentepobladas de habitaciones y de huertas. En toda nuestra Sabana,apenas habrá perspectiva comparable con ésta.

Hace muy pocos años el aspecto del sitio en que hoy está elhotel nada tenía de risueño ni de animado. No pudiendo llegarhasta él coche alguno, y siendo casi intransitable para carros as(la parte de camino que de ese sitio seguía para el Norte comola que venía hacia Bogotá, se veía allí muy escaso movimiento.Fuera del que producían las no muy numerosas recuas que pasa-ban acarreando harina y miel en ciertos días de la semana, delos indios de Tocancipá y Gachancipá que, en otros, traían suloza sobre sus costillas o sobre las de sus caballejos, y los deTenza con huevos, no había que ver en aquella casa sino lahilera de indios de Chía que de los montes de la hacienda deYerbabue1U1, situados al Oriente del punto que vamos describien-do, bajaban sus tercios de leña, como los bajan todavía.

No solamente los habitantes de aquel pobladísimo distrito, sinolos de una parte del de Cajicá, sacan de esos montes toda laleña que consumen; y como en cortarla y acarrearla se ejercitanlos varones, las mujeres y los muchachos de ambos sexos, desdemuy temprana edad, con ese ejercicio adquieren la robustez ylas fuerzas que los hacen capaces de transportar desde la orilladel Magdalena hasta la Sabana todas las mercancías y todos losobietos que. siendo importados del extranjero, no pueden ser car-gados en bestias, tales como los pianos y como ciertas enormeso irregularmente configuradas piezas de algunas máquinas. Noes raro que indias de Chía, no sólo jóvenes, sino también dema-siado viejas o demasiado niñas, se echen a cuestas de Honda aFacatativá tercios de catorce arrobas. Esto no es extraño cuandohacen su aprendizaie cargando los adultos tercios de leña verde,de más de un estado de largo. y como dos metros de circunfe-rencia; y los muchachos. otras cargas menores, pero siempreenormemente desproporcionadas a las fuerzas de que pudieracreérseles dotados.

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En Cier.taocasión pesamos un tercio de leña que iba cargandouna indiecita de 14 años, y hallamos que tenía 7 arrobas.

La hilera o procesión de indios que, durante algunas horas decada día, ha animado en todos tiempos el Puente del Común ysus inmediaciones se va aumentando a medida que crece la po-blación; pero en la actualidad no es lo único que anima esossitios: numerosos coches, ómnibus, carros y vehículos de ruedasde toda especie; recuas cargadas y partidas de ganado que tran-sitan por los caminos que ponen en comunicación a Bogotá conZipaquirá y Nemocón por el lado del Norte, y con Sopó y Tocan-cipá, por el Nordeste, se estacionan habitualmente en la hermosaplazoleta que queda delante del hotel, en la que se reunen elcamino de Bogotá, el del Norte y el del Nordeste, caminos que amuy poco trecho se bifurcan, partiendo del primero el que llevaa Chía. Cota y Funza, y del segundo uno que por encima de laSerranía conduce al valle de Sopó.

La estación telegráfica, con dos máquinas, establecida no hamucho en el hotel del Puente, ha contribuído algún tanto a dara ese paraje importancia y movimiento.

En nuestras guerras civiles el Puente del Común ha sido teatrode escenas dignas de mención. Entre otras de que podríamoshacerla recordaremos dos solamente.

Corría el mes de noviembre de 1854. El Dictador Mela ibavIendo acercarse, como dos nubes de aquellas que a su encuentrohan de producir pavoroso estrago, los dos ejércitos que venían,uno del Norte, acaudillado por el General Mosquera, y otro delSur, con los Generales Herrán, Arboleda y López a su cabeza.Mela había determinado concentrar todas sus fuerzas en Bogotá,y ya en las haciendas que demoran a la orilla izquierda del ríoy a inmediaciones del Puente, se tenía noticia de que D. RamónBeriñas debía venir de Zipaquirá acompañado por una fuertecolumna que a órdenes del General Ramón Acevedo y del negro

.Justo guarnecía esa población. D. Ramón Beriñas era temidoa causa de las medidas harto enérgicas contra los constitucionalesque solía tomar, y los habitantes de la comarca resolvieron hacerun esfuerzo para estorbarle el paso por el Puente y para obligarloa tomar el camino de La Balsa, de Chía o el de Cota. No habíamás armas que catorce escopetas, ni un soldado siquiera inválido,ni mozos en estado de tomar las armas, bien que, no habiéndolas,poco hubiera aprovechado que hubiera quien las pudiese tomar.Dos ciudadanos pacíficos que habían salido de Bogotá para es-caparse de molestias y persecuciones, y que residían en aquellos

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contornos, suplieron a fuerza de traza la falta de tropa y de ele-mentos de guerra. Era uno de ellos D. José María Mogollón, in-genioso artista, cuya habilidad se manifest6 en los pesebres delmovimiento con que recreó al público de la capital en muchosaguinaldos. Aplicando ahora su ingenio a muy distinto objeto,discurrió poner en palos largos banderolas de colores vivos, he-chas de retazos de colchas y de trajes desechados, y armar condichos palos cuantas indias y muchachos pudieron ser habidos.Colocáronse en puntos convenientes sobre las eminencias inme-diatas, y además se fijaron en el suelo otros palos con banderasy guiñapos que semejasen gente armada, para que aparentementese aumentase el número de las fuerzas. En el extremo orientaldel Puente se levantó un parapeto ño más fuerte que las dichasfUerzas. De los curiosos y de los que andaban por las cercaníastratando de salvar sus personas y sus bestias, se formó Un grupode gente de a caballo. D. Juan Williams, músico bien conocidopor su destreza en el manejo de la corneta de llaves, vulgo pistón,y que estaba residiendo en la inmediata hacienda de Fusca, fuetambién llamado a desempeñar su papel y a recoger laureles enaquella incruenta jornada.

Llega por fin el momento decisivo, y Beriñas se presenta consu columna en el punto en que el camino de Zipaquirá tuercehacia el Puente. Detiénese allí y parece titubear a vista de losformidables preparativos que se han hecho para recibirlo. Des-cubre a lo lejos algo como un ejército desplegado en batalla, ydetrás del varapeto el grupo de jinetes, los que por cierto nohubieran visto la primera demostración hostil sin poner pies enpolvorosa para ir a buscar refugio en los montes vecÍ11os. Eneste crítico momento D. Juan Williams emboca su corneta y contoda la fuerza de sus pulmones da el toque de ¡atención! A estetoque las cornetas enemigas responden con otro que los bisoñosdefensores del Puente no aciertan a interpretar, pero que es in-mediatamente seguido de un movimiento para emprender la mar-cha nor el camino de Chía.

Harto más serio es el otro suceso que nos proponemos narrar,que Dertenece a la historia de la revolución de 1876. y que, sinuestra memoria no nos engaña, pasó en el mes de noviembre.

El General Morales con una división del eiército del Gobiernose había estacionado en el hotel del PuF'nte. Doscientos catorcecaballos de su escuadrón se hallaban en un potrero muy extenso 3

3) Hoy está dividido en 2.

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limitado hacia abajo por el río y hacia arriba por el camino queva para el Puente de Sopó. Hállase este potrero al Norte delbotel, mediando entre los dos otro potrero bien reducido. A unos1.200 metros del hotel, y a la orilla oriental del mismo camino,está situada una casita de paja en que se había colocado unaavanzada de las fuerzas del General Morales. El día en que acae-ció lo que vamos a referir, este jefe no recelaba novedad alguna;en su campamento estaban como de holgorio por no recordamosqué motivo; los soldados andaban dispersos y desapercibidos porlos alrededores del hotel, y aún había muchos que estaban to-mando un baño en el río. De súbito, cae sobre la casita de pajaun destacamento de caballería de la guerrilla de Guasca, y laavanzada se ve sorprendida, no sin que se disparen algunos tiros.En la cerca de piedra que media entre el camino y el potrerode los caballos, se abre instantáneamente un ancho portillo y porél entra un muchacho de 12 años, montado en pelo en un ca-ballo grande y ligero. Este muchacho debe recoger los caballos,pero el suyo se le desboca y le lleva al extremo del potrero másinmediato al hotel, donde viéndose acometido por un soldado,le rompe de un garrotazo el rifle con que iba a hacerle fuego.Pero el ruido de las descargas que han empezado a hacer en elhotel al oírse los tiros disnarados en la casita, espanta a loscahallos. y por una casualidad inexplicable los hace buscar lasalida que acababa de abrírseles. Una vez en el camino. la ca-b'lllería de la guerrilla los antecoge y, arreándolos, lo~ encaminahacia el Valle de Sonó. a una de cuyas haciendas llegan antesde que haya sobrevenido la noche.

El plan concebido para apoderarse de los caballos estaba reali-zado; pero la infantería de la guerrilla, que se había senaradode la cahallería muy arriba del punto en que estaba la avanzada,se había dirigido por sobre las eminencias a atacar por el costadooriental la trona situada en el hotel y no anduvo tan afortunadaen su empresa como la caballería.

En el hotel, o sea en el campamento del General Morales,había reinado en los momentos de la sorpresa no poca confusión.Individuos hubo que, estando dentro de un tolda, trataron desalir por los costados y se llevaron enredadas la tela y las cuer-das; los soldados que estaban desnudos a la orilla del río. toma-ban atro1'\"lladamente piezas de su pronio vestido o del aienopara acudir pronto, y no en cueros, al lugar del neligro. Pero elord"n no tardó en restablecerse, y entonces el Gener~1 Morales,tomando consigo la poca gente que pudo montar. siguió en per-

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secución de los de caballería, los que de cuando en cuando vol-vían caras y contestaban a las descargas que continuamente seles iban haciendo y que fueron fatales para algunos de los gue-rrilleros. La noche puso término a la persecución en el Puentede Sopó.

El grueso de las fuerzas del Gobierno hizo frente a las que sepropusieron llamarles la atención por la parte oriental del hotel,y siendo muy superiores en número y disciplina, las arrollaronsin gran dificultad y con escasa pérdida, e hicieron sesenta prisio-neros, entre los que se hallaron algunos jóvenes de familias dis-tinguidas. El resto de la infantería de la guerrilla, que se retirópor los cerros para tomar el camino de Guasca, fUe perseguidohasta muy entrada la noche.

Réstanos advertir en conclusión que todas las medidas de que ;.en este escrito hemos dado noticia las hemos tomado empírica- ","mente, como legos que somos en arquitectura, en matemáticasy en ingeniería, y sin poseer ni saber emplear los instrumentosde que suelen valerse los inteligentes. A los que, siéndolo, haya-mos causado escándalo con las blasfemias y desatinos que pro-bablemente se nos habrán esacapado al tratar de describir unaobra de arte, les pedimos humilmente perdón; y así Dios nosconceda el de nuestros pecados como hemos estado distantes depretender que se nos atribuyan conocimientos de que carecemosabsolutamente.

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NOTICIAS SOBRE EL

CAMINO QUE VA DE

LA CAPITAL AL COMUN

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En febrero de 1793, el Síndico Procurador de Santafé, D.Andrés de Otero, hizo presente al Virrey Ezpeleta la necesidad deabrir un camino real que siguiera "desde San Diego de esta capi-tal en línea recta al cerro llamado Torquita, de éste a Torca, ydesde aquí a dar en el nuevo Puente del Común (llamado deChía), para excusar las asperezas, incomodidad y mucha mayordistancia del que hoy posee, pues éste, por tener su curso a lasfaldas de varios cerros, está poblado de continuados pedriscosy cañadas que lo dilatan demasiado y lo hacen áspero al pie ydesapacible a la vista, sin que sea posible componerlo o enmen-darlo de otra suerte que sacándolo de sus quicios, abolir y sus-tituír en su lugar el ya propuesto".

La vista del Fiscal (el señor Berrío) acerca de este asunto fuela más favorable. Después de encarecer largamente los beneficiosque ha de procurar la apertura del camino, pide se ordene alTeniente-coronel D. Domingo Esquiaqui que proceda a delinearel nuevo camino, destinándose algunos trabajadores del presidiourbano para las labores exigidas por esta diligencia. Pide asimis-mo que se mande a Esquiaqui formar cálculo prudente delcosto de la obra, a fin de que se pueda hacer un equitativo re-partimiento entre los hacendados partícipes de ese beneficio. Elseñor Esquiaqui, cumpliendo la orden que en efecto recibió,presentó al Gobierno el informe que se deseaba, y un planolevantado a plancheta, con toda la exactitud necesaria. En cuantoal cómputo de los gastos, no se resolvió, por carecer de los sufi-cientes datos, a hacerlo con precisión. Pero manifestó que el fosoque habría que hacer a cada lado del camino en una extensiónde 43.050 varas (distancia de San Diego al Común), costaría algomás de 4.000 pesos, si en vez de hacerlos abrir por jornaleros,eran hechos por presidiarios, cuya ración era de un real diario.Los hacendados lo habían informado de que a los jornaleros seles pagaba a real y medio cada par de brazas de zanja, con unade ancho y una de profundidad. Las otras obras que, según elingeniero, debían hacerse, consistían en rellenar con tierra paraallanar el camino, en los pilotajes necesarios en los pantanos, en

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los malecones rellenados de tierra, y en las alcantarillas, que seharían de maderas.

Presentó en seguida el Fiscal un proyecto de repartimientoentre los corregimientos en que se comprendían las haciendasfavorecidas por el nuevo camino. Estos corregimientos eranTunja, Leiva y Garagoa (1.000 pesos); Pamplona hasta el Vallede Sogamoso inclusive (1.000); Vélez, el Socorro, San Gil yPuente-Real (1.000); Chocontá (1.000), Muzo (1.000); Zipaqui-rá con Ubaté y Chiquinquirá (l.000). Los hacendados de estaciudad hasta el Común, cien pesos, sobre el gravamen de talárse-les sus tierras y de haber de franquear sus campos para sacarlas maderas que se necesiten, en la que se deberá proceder conla debida moderaci6n.

Al presentar este proyecto, pidió el Fiscal se encargara de ladirección de la obra a D. Domingo Esquiaqui.

En el expediente de donde tomamos estas noticias se hallauna especie de curioso catastro con especificación de los hacen-dados y haciendas de mucho de lo que ahora forma el Estadode Boyacá, y del valor en que dichas haciendas se han estimado.

Los obstáculos con que se tropezó para recaudar fondos, lasresistencias para pagar y las reclamaciones de toda especie fue-ron los que debcmos suponer. De ello hay sobrada constancia enel precitado expediente; y aun sin ella lo echaríamos de ver,hallando como hallamos que en 1796, tres años después de ini-ciado el asunto, el Síndico Procurador, D. Carlos de Burgos,aparece exponiendo que en Escribanía de Cámara están deposi-tados apenas dos mil pesos recaudados en Tunja, Pamplona, Zi-paquirá y Ubaté, con los que (dice) puede darse principio a laobra proyectada.

Pidió luego el Fiscal a principios del año 97 que ésta se pu-siera bajo la dirección del ingeniero D. Carlos Cabrer.

Pidiéronse a éste el informe y presupuesto competentes, y élenmendó el cómputo de Esquiaqui estableciendo muy buenosfundamentos para hacer subir a más de 29.000 pesos el costo dela obra, sin incluír en esta suma el valor de los terrenos que ha-bía de ocupar el camino. ni el de los perjuicios que se seguiránde parte de las propiedades. Observó también que las alcantari-llas no deberían hacerse de madera sino de piedra, y puede parecerque los trabajos se empezaron desde luego.

El informe del señor Cabrer desalentó de todo punto al Fiscalquien atento a lo desproporcionado de los fondos que era posibleallegar, con la suma propuesta, pidió se pasara el negocio al

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Procurador General y al Cabildo para que promoviesen lo másconveniente y tomasen otros arbitrios. El Cabildo opinó que sedebería estar a lo acordado, por lo mismo que lo que se habíarecaudado no alcanzaba, y pidió que se dictasen nuevas y eficacesprovidencias para que se verificase la recaudación de las sumasrepartidas.

En 1807 hallamos ya citado a D. Bernardo Anillo como di-rector de la obra, y al oidor D. Andrés de Porto carrero, nombra-do como el Virrey Amar Superintendente de la misma. D. JoséPío Domínguez, Diputado Pagador, presentó en junio, del propioaño una cuenta de los gastos hechos en la obra, desde que seempezó (no sabemos cuándo sería) hasta 31 de mayo de aquelaño.

Por muerte del señor Portocarrero, fue nombrado Superinten-dente el Oidor D. José Bazo y Berry, el 19 de Agosto de 1808.A él ocurrió en octubre siguiente D. Pío Domínguez quejándosede falta de fondos, para satisfacer las listas de la semana corriente.El Superintendente propuso entonces que se echara mano delos fondos pertenecientes al ramo de camellón.

En noviembre de 1808, calculaba el señor Bazo que se necesi-tarían 250 pesos semanales para raciones del presidio (que corríanpor cuenta de la obra) y para los demás gastos. Para reintegrarciertas anticipaciones que él había hecho y para los gastos quehabrían de haber hasta el fin del año, giró el Virrey contra lasCajas Reales.

Parece, pues, que durante el gobierno de D. Pedro Mendi-nueta (desde 1797 hasta 1803) poco o nada se trabajó en laproyectada empresa, y probablemente no se pusieron manos a laobra sino en 1806 ó 1807.

Cuando nosotros abrimos los ojos (allá por los años de 1835),existía el camino que existe hoy. desde la salida de la ciudadentre el punto llamado "La Calleja", abajo del pueblo de Usa-quén; tenía zanjas a los lados, pero no estaba macadamizado.Desde dicho sitio tenía, quien iba por ese camino. que subir atomar el antil!Uo, por el camellón que existe todavía para ponerloen comunicación. El pedazo de camino nuevo cornorendido entreLa Calleia y el Hotel Santander, fue construído por contratocon el señor D. Luis Silvestre, de 1843 a 1845.

Este mismo señor macadamizó el año de 43 la parte compren-dida entre la ciudad y el río del Arzobispo, e hizo algunos puen-tes en la cercanía de La Calleja.

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Hacia 1848, los señores D. Rafael, D. Camilo y D. RamónMuñoz, hicieron, también en virtud de contrato la parte másdifícil de la obra. Esto es, aquella en que fue menester levantaruna larga calzada y varios puentes en cierta extensión de terre-nos anegadizos.

En 1866, la primera junta del Camino del Norte, emprendiólos trabajos merced a los cuales ha venido a quedar realizado elpensamiento del señor Ezpeleta.

Esta Junta ha tenido que abrir el camino desde mucho másacá del cerro de Torca, que levantar de nuevo muchos puentesde los construídos en años anteriores y macadamizar casi todala carretera, tanto en su parte antigua como en la abierta porella misma.

El D. Bernardo Anillo, que hemos citado y que, según nosconsta, fue el que hizo el trazado del camino en toda su exten-sión, era ingeniero muy hábil, discípulo del famoso Bails, y ha-bía sido enviado a Santafé. por el Gobierno Español para queenseñara matemáticas.

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LOS CRISTOS

DE LA VERACRUZ

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El presente número del "Papel Periódico Ilustrado" lleva la fechade uno de aquellos dlas en que el mundo cristiano conmemorael augusto misterio de la Redención. Para tomar parte en esasolemnidad, el "Papel Periódico Ilustrado", en vez de ocupar suprimera página, según su costumbre, con el retrato de algún per-sonaje importante en nuestra historia, la dedica al recuerdo delque es más importante en la historia de todas las edades, del queen las artes, corno en todo, es fuente de alta y eterna inspiración,de Aquel a quien la poesía, la escultura y la pintura han consa-grado siempre sus mayores esfuerzos.

Con este fin ofrece en dicha primera página la representaciónde tres Crucifijos monumentales que se veneran en la iglesia deLa Vcracruz de esta ciudad.

Uno de los tres, el más venerable y hermoso, es el que tuvoen las manos San Francisco de Borja al tiempo de expirar. Nues-tro benemérito historiador, el Obispo D. Lucas Fernández dePiedrahita, da acerca de él la noticia que está contenida en lassiguientes líneas: "El Colegio de la Compañía de Jesús... tienecasa de Noviciado aparte, en la calle mayor de la parroquia deLas Nieves, a quien el autor de este libro, el año de 1662. donó elmilagroso crucifijo que tenía y con que murió San Franciscode Borja." 1

Con el testimonio del señor Piedrahita no concuerda el de miamigo D. José Se~ndo Peña. quien en un escrito sobre la tumbade Quesada. publicado en el "Panel Periódico Ilustrado" (volumen11, página 26), afirma (fundándose, a 10 que entiendo. en algunarelación oral que había oído) que aquel Crucifijo fue enviado porel P. Acuaviva. General de los Jesuitas, a D. Juan de Borja. Pre-sidente de la Audiencia de Santafé.

Añade el señor Peña que en siglo pasado, cuando la expulsiónde los Jesuitas, el P. Rector del Noviciado regaló aquella reliquia

1) Junto con este Crucifijo, donó al Novlciano el seflor Piedrahita unacarta autógrafa de Son Jgnaclo de Loyola a San Francisco de Baria.Esta carta se ha perdido.

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a la iglesia de La Vera cruz. Pero nosotros nos inclinamos acreer que el Crucifijo no estaría ya, cuando se verificó la expul-sión, bajo el dominio o la custodia del Rector del Noviciado, pueséste ya hacía años que se había trasladado a Tunja. No nos pa-rece, pues, fácil determinar cómo pasó la Santa imagen del dichoNoviciado, que es lo que hoy se llama El Hospicio, al templo enque actualmente se le venera. Si los novicios y el Rector se lohubieran llevado a Tunja, es muy verosímil que allí hubiera que-dado y que hoy enriquecería a aquella ciudad juntamente conlas otras venerables y curiosas antigüedades con cuya posesiónjustamente se envanece. En momentos tan aciagos y apretadoscomo los de la expulsión el P. Rector no habría estado para andarescogiendo la persona o la iglesia que había de ser favorecidacon el precioso regalo.

La efigie es de marfil, devota y, a nuestro entender, de méritoartístico. Representa al Señor en espiración. La escultura mide26 centímetros, está en una cruz de ébano, de 70 centímetros dealtura, adornada con embutidos y con guarniciones de plata enlos extremos. El Crucifiio está en una caja de madera de másde un metro de alta, dada de colorado y con dorados. La caja,obra de talla muy hermosa, tiene forma de cruz y está cerradapor delante con vidrios. Esta preciosa reliquia se halla colocadaen la mesa principal de la sacristía.

Las otras dos imágenes de Cristo crucificado excitan afectosmenos apacibles que ésta de que acabamos de hablar. Ambasestuvieron destinadas, no sabemos desde cuándo, pero segura-mente desde hace muchos años, para el servicio de los ajusticia-dos, y ambas acompañaron y confortaron en la hora supremaa los mártires de la patria, en los días aciagos, pero gloriosos, dela ocupación de esta ciudad por el ejército pacificador. La másgrande está pintada en la cruz, que es de tabla. La figura tiene64 centímetros y la cruz un metro y 76 centímetros. En la parteinferior está pintada la imagen de la Virgen Dolorosa; pero am-bas pinturas se han oscurecido tanto con el tiempo, que hoy nopuede juzgarse de su mérito. No obstante, algún inteligente nosha dicho que en ellas se descubren los vestigios de un buen cla-roscuro. Hállase hoy en la pared de la iglesia, enfrente al púlpito.Este crucifijo. o para hablar con propiedad rigurosa, esta cruz,se ponía en el altar que se formaba en la pieza de la cárcel queservía de canilla para los reos.

La otra imagen, que representa muerto a Jesús, escultura de64 centímetros de alto, fijada en una cruz un poco tosca, es

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(y nos atrevemos a declararlo a pesar de nuestra incompetencia)de mérito mediano, como podrá verlo cualquiera que se acerqueal altar que queda en el presbiterio contra la pared que dividea éste de la sacristía. A\lí se ha\la en una peana; pero cuandose le sacaba para acompañar con él a los ajusticiados, secolocaba en una asta de tres metros de largo, la que se con-serva todavía.

Era chiste común entre los santafereños decirle a este Cristo:Señor, ¡que no te vea yo a la hora de la muerte! Y aún secuenta que a uno a quien se le oyó esta deprecación en tiempode Morillo, le iba costando caro el donaire.

Existía y tenía su asiento en La Veracruz la Hermandad delSanto Celo de Servitas de María. Los cofrades tenían entreotras obligaciones la de proporcionar a los sentenciados a muer·te los auxilios temporales, si eran pobres, y los espirituales atodos. De vino los proveían, fueran pobres o acomodados.

Cuando llegaban las cinco de la tarde del día en que un reodebía entrar en capi\la, salía de La Veracruz el Monte de Pie-dad. ¿Dábase este nombre a la Cofradía de que hablamos arriba,por ser institución en que se formase algún fondo para sub-venir a las necesidades de las viudas y los huérfanos de loscofrades o para otro fin semejante? No 10 sabemos ni hemosha\lado quién nos 10 explique. Se decía que salía el Monte dePiedad cuando se encaminaban de La Veracruz a la cárcel elcape\lán de la iglesia, delante del cual se \levaba el Crucifijoen el asta, un sacristán o acólito que iba delante tocando unacampana, otro que \levaba la túnica que debía vestir el reo enel acto del fusilamiento, otros con dos faroles de plata caladosy sin vidrios, y algunas personas más que por devoción o caridadquerían formar parte de la comitiva.

La túnica que decimos era blanca con manchas rojas, si elreo lo era de homicidio. Nuestra legislación penal determinabael color y atributos de la túnica para los diferentes casos.

El Crucifijo permanecía en la capi\la hasta el día de laejecución. El sacerdote que iba auxiliando al ajusticiado hastael lugar del suplicio, lo \levaba en la mano y lo hacía fijar enel suelo de manera que el reo pudiese contemplarlo y dirigirlesus plegarias en los momentos postreros.

Cuando todo estaba consumado, la Hermandad recogía elcadáver y celebraba los funerales sin pompa ni aparato.

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EL FISCAL DON

FRANCISCO ANTONIO

MORENO Y ESCANDaN

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Señor Redactor del "Papel Periódico Ilustrado":

Para satisfacer el deseo que usted me ha manifestado de quele envíe una biografía de mi bisabuelo D. Francisco AntonioMoreno, remito a usted la que escribí para "El Mosaico" en 1865.

Sé que usted abriga el propósito de no dar cabida en el"Papel Periódico Ilustrado" sino a producciones inéditas; peropase usted cuidado, que son tantas las supresiones que hehecho y las variaciones y adiciones que he introducido en ladicha biografía, que ya puede mirarse el manuscrito presentecomo pieza original.

Fuera de esto, si existen algunos ejemplares de los númerosde "El Mosaico" en que salió el escrito primitivo, no pasarán detres; y aunque existieran trescientos no por eso dejaría de estarhoy ignorada y oculta la biografía para todos los colombianos.Para mí nada hay tan inédito como lo que aquí se edita en unode aquellos periódicos que no están precisamente destinados aformar un libro. ¿Qué cosa más difícil de encontrar que unartículo que a usted le parece haber publicado en "El Tiempo", en"La América" o en "El Tradicionalista"? Si usted no lo hubieradado a la estampa, ahí lo tendría entre sus papeles, como oroen paño; pero como lo vio en letra de molde, se dijo: "ya estáahí seguro"; dejó que en la imnrenta destruyeran el· manuscrito,y hoy costaría mucho más trabajo dar con el tal artículo en elperiódico en que dr>beestar, que hacer una docena de artículosmás largos y mejores.

En todo caso es seguro que lo poco que tiene de édito no esel mayor de los defectos de la biografía que remito a usted.

Su amigo,

José Manuel Marrequin

Junio 25 de 1885.

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I

Interesados los historiadores y periodistas de la América es-pañola en extender la fama y realzar el mérito de los hombreseminentes que ha producido nuestro suelo, después de fecundi~zado, con la sangre que se derram6 por la Independencia hanechado en el olvido a muchos ilustres hijos de esta tierra queen los siglos pasados florecieron.y el silencio de los escritores, no menos que el mucho recalcar

sobre el atraso y abyecci6n en que yacían estos países bajo elrégimen colonial no ha podido dejar de inducir a error a susac:ua1cs pobladores y a los extranjeros, dejando discurrir queel suelo de nuestra América, fecundo durante el presente sigloen varones esclarecidos, estéril hasta el pasado no pudo produciruno solo, en más de doscientos años que mediaron entre lacolonización y la Independencia. -

Un desierto mostrándose al amanecer de un bello día cubiertode bosques y de mieses a la vista del viajero que al anochecerlevantó su tienda sobre arenas abrasadas, no ofrecería un fen6-meno más inexplicable que un país poblado hasta ayer dehombres oscuros y casi idiotas ostentando hoy con orgullo enque abundan los ingenios distinguidos y los caracteres recomen-dables y que las artes nacen por encanto como en los tiemposen que los dioses las hacían florecer súbitamente en las co-marcas del Egipto y de la Grecia.

No se ha observado ciertamente tal singularidad en nuestropaís: la esclarecida generación que floreció en tiempo de laguerra de Independencia, no fue la primera en que se hallarontalentos cultivados: a ésta precedieron otras que gradualmentehabían ido adelantando en ciencia y en cultura.

Uno de los granadinos más recomendables, entre cuantos,por sus luces, su benéfica actividad y su amor al bien público,dieron lustre a su patria, y al mismo tiempo uno de aquelloscuyo mérito fue más que reconocido por el Gobierno de la metr6~poli. fue D. Francisco Antonio Moreno.

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II

Nació D. Francisco Antonio Moreno y Escandón en la ciudadde Mariquita el 25 de octubre de 1736. Pertt:neCJan sus padres.D. MIguel Moreno y Da. Manuela Díaz de Escandón a ilus-tres familias, y ya gozaban desde principios del Siglo XVI delfuero de hijosdalgo notorios de sangre. El D. Miguel habiadesempeñado varios importantes destinos en las ciudades deCartagena y Mariquita, y el de Superintendente general en la pro-vincia del Chocó.

Pasó D. Francisco en temprana edad a la capital del Virrei-nato, en la que, después de haber cursado latinidad y letrashumanas, estudió filosofía; y precediendo los actos literariosacostumbrados, obtuvo los grados de bachiller y maestro enaquella facultad. Tan señalado fue su aprovechamiento quedesde el primer año fue elegido para sustentar un acto públicode conclusiones, que defendió con universal aplauso y admira-ción. Cursó en seguida teología, derecho canónico y jurispru-dencia civil, y durante su carrera escolar fue elegido dos vecesmás para defender conclusiones, y de las que defendió se hablómucho en aquellos tiempos, por haber sobresalido extraordina-riamente entre todos los actos del mismo género que solían verse.

La fama que a duras penas ganan otros y el prestigio quepocos adquieren después de haber avanzado en su carrera pú-blica y de haber obtenido triunfos en el ejercicio de su profe-sión, acompañaban ya al señor Moreno cuando, apenas recibidode abogado, se dejó ver en el foro y cuando obtuvo sus pri-meros empleos: tal había sido el lucimiento de su carrera escolary el ruido que habían hecho sus triunfos literarios.

La universidad, corporación en que había reflejado el brillode su aventajado alumno, le confió, reconocida, la cátedra deInstituta; de ésta le promovió luego a otras, como a la deprima de derecho canónico.

III

Los primeros destinos que en lo público obtuvo y desemoeñófueron el de asesor general del Ayuntamiento y de la Casa deMonf'da. el de Procurador General. el de nadre de menores. elde defensor de las rentas decimales y el de alcalde ordinario.

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Uno de los servicios que, como Procurador, prestó a la ciudad,merece particular mención. Tratábase de levantar la iglesia dela Tercera, y pretendían sus fundadores construírla prolongandola ermita del Humilladero. El doctor Moreno se opuso a esteproyecto y estorbó su ejecución, tanto por respeto a aquel vene-rable monumento, como para evitar que se afease la plaza deSan Francisco.

El señor Moreno casó ellO de junio de 1759 con doñaTeresa Isabella, distinguida señora española, natural de la Villade Morón, en jurisdicción de Sigüenza. Su descendencia seconserva en Bogotá, y es hoy numerosísima; pero no subsistesu apellido, el que no fue conservado sino por un hijo var6n,que se estableció y dejó sucesión en España.

Los virreyes Salís y Mesía de la Cerda informaron a laCorte en favor del señor Moreno en los términos más honoríficosy vehementes. Otro tanto hicieron el Cabildo secular, la univer-sidad y el Arzobispo; y este último expuso además que a me-nudo le pedía su dictamen en las causas más arduas que ocu-rrían en la Curia. Recomendóle también en audiencia comodigno de los más importantes empleos por su alta capacidad ypor el celo que había desplegado y la expedición de que habíadado muestras en el desempeño de los que se le habían conferido.

En el año de 1761 recibió del Gobierno el nombramiento deabogado fiscal de la Audiencia, con el fin de que ayudase en eldespacho de la fiscalía a D. José Antonio Peñalver.

Tres años más tarde partió para la Corte con el fin de pre-tender, según en aquellos tiempos lo practicaban los que se-guían la carrera de los empleos públicos.

En Madrid se hizo notable por sus luces e ingenio. Era co-nocido por "el indiano", y señalado por todos en las calles.Según se refería el señor D. José María del Castillo Rada, elConsejo de Indias, con la mira de poner a prueba la actitud delseñor Moreno, puso en sus manos un abultadísimo expediente,ordenándole que formase de él un memorial ajustado y queredactase el proyecto de la sentencia que el Consejo había depronunciar sobre el negocio que era materia del expediente.Concediole quince días de término para cumplir con lo que sele había prevenido; mas al tercer día estaba ya presentandoal Consejo el memorial y el proyecto, el que sin ninguna mo-dificación fue aceptado.

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En su viaje de ida' y en parte del de vuelta, fue escribiendoD. Francisco Antonio un diario que insertaríamos en esta bio-grafía, por ser a juicio nuestro bastante curioso, si no temié-semos que los lectores lo miraran como poco interesante porser muchas las noticias que contiene acerca de los lugaresque su autor recorrió sabidísimas y triviales en un tiempo comoel presente en que nuestras librerías están atestadas de libros deviajes y de geografía. Dicho diario da a conocer las atencionesde que el señor Moreno fue objeto en todos los lugares por(¡onde pasó de Santafé a Cartagena, y aun en algunos de España.Contiene además curiosos datos sobre el modo como se viajabaaquí y en la Península a mediados del siglo pasado.

El día 15 de junio de 1765 se le extendió el título de FiscalProtector de la Real Audiencia de Santafé, y a los siete meses.hallándose ya de regreso, tomó posesión de su nuevo destino.

El empleado que llevaba el nombre mencionado, o bien elde protector de indios, tenía las atribuciones propias de un per-sonero de los indígenas, y era de su incumbencia amparar aéstos en sus derechos, corregir los abusos que por una ominosatradición nunca dejaban de cometerse contra ellos, y promoveren todo la mejora de su condición.

Hasta el año de 1766 desempeñó el señor Moreno este sim-pático destino, cuyas funciones se hallaban en cabal armoníacon el espíritu de beneficencia que le caracterizaba. Mas nofueron ellas en ese lapso de tiempo el único objeto de su aten-ción; que harto en que eiercitar su maravillosa actividad ledieron el Rey. el Gobierno del Virreinato, los particulares y supropio eSPíritu emprendedor y reformista.

En 1770 desemneñó interinamente la plaza de fiscal de laAudiencia, y despachó en el corto tiempo en que estuvo desem-peñando este empleo setecientos noventa y cinco expedientes, sindejar de ocuparse en los negocios de su propio ministerio.

El año de 1771 fue nombrado por el Virrey juez conservadordel ramo de correos, y ya desde 1766 lo era de los de tabacoy aguardiente.

En 1772 y 1776 tuvo, en ausencia del Virrey, encargo y fa-cultad de dictar órdenes en todo lo concerniente a las rentasexpresadas y a la de salinas.

Por real cédula que ,lleva la fecha de 1774 se le nombró Visi-tador de las provincias del distrito de la Real Audiencia de

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Santaté, para que "numerase los indios, reuniese los corregi-mientos tenues, levantase mapas de su demarcación y arreglaselas tasas"; y (según el documento que sobre este asunto poseemosy que textualmente vamos copiando) "en menos de cuatro mesesrecorrió la provincia de Tunja hasta la línea que divide esteVirreinato de Maracaibo, y visitó cuatro ciudades, tres villas,setenta y cuatro parroquias de españoles y treinta y siete pueblosde indios, en que numeró 4 612 tributarios con el total de24.657 indios de ambos sexos y todas las edades y 33.628 ve-cinos españoles cabezas de familia, con 158.265 almas de estaclase y de una y otra casta".

Posteriormente, en desempeño del mismo encargo, "visitó ydemarcó el territorio de un nuevo corregimiento que el Reyhabía ordenado se estableciese en esta capital", asunto que ig-noramos por qué causa quedó pendiente.

En la Biblioteca Nacional de Bogotá se halla un plano geo-gráfico acerca del cual no necesitamos dar más noticias que lascontenidas en su título, que el siguiente:

"Plano geográfico del Virreinato de Santafé de Bogotá, NuevoReino de Granada, que manifiesta su demarcación territorial,islas, ríos principales, provincias y plazas de armas, lo queocupan indios bárbaros y naciones extranjeras, demostrando losconfines de los dos reinos de Lima, México y establecimientosde Portugal, sus lindantes; con notas historiales del ingresoanual de sus rentas reales y noticias relativas a su actual estadocivil, político y militar. Formado en servicio del Rey nuestroseñor por el O. O. Francisco Moreno y Escandón, Fiscal pro-lector de la Real Audiencia de Santafé y juez conservador derentas. Lo delineó O. Joseph Aparicio Morata. Año de 1772gobernando el reino el excelentísimo señor Bailía Frey donPedro Mesía de la Cerda."

IV

Sin curarnos gran cosa del orden cronológico hemos aglo-merado ciertas noticias en el capítulo que antecede, propo-niéndonos presentar en cuadros separados la de los más notablesservicios que hizo a su patria D. Francisco Antonio Moreno.

Veamos en primer lugar cómo hizo se elevasen los productosde la salina de Zipaquirá a la categoría de renta pública y seregularizase su administración.

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Conforme a una larga costumbre y a varias disposicionesconrirmadas por una real cédula de 19 de febrero de 1760, sedisponía de los productos de la salina de Zipaquirá en bene-ficio del vecindario, y como los indios que a él pertenecían tu-viesen derecho a participar de ellos, el doctor Moreno, en sucalidad de protector de indios, representó al Gobierno solicitandose ordenase al Corregidor y al Teniente llevasen en adelantecon toda escrupulosidad la cuenta de los dichos productos y larindiesen de los que durante cierto período habían entrado encaja. Movido por esta representación, resolvió el Virrey queel mismo señor Moreno practicase una visita en la salina, loque no se puso inmediatamente por obra por haber incurridovarios negocios de sumo interés para el servicio público; mas unmotín o asonada que a principios de 1768 tuvo lugar en Zipa-quirá dio motivo para que el Fiscal protector, comisionado es-pecialmente para pacificar aquella población, pasase a ella y seacunase en el desempeño de la que, en orden a la salina, habíarecibido.

En nada se asemejaba el método observado en aquellos tiempospara beneficiar la salina y para recaudar sus rendimientos alque se sigue en los presentes. El agua salada que durante ciertoperíodo producían las vertientes llamadas de La-Ramada, La-Barranca y Rute, se vendía a los vecinos del pueblo por unacantidad fija y tan exigua que el señor Moreno calculó haríanlos compradores una ganancia líquida de 300 por 100.

Cada comprador estaba obligado a permitir que los indios,por turno, tomasen una parte de aquella agua y la beneficiasenen el horno en que él cocía la suya. Un pozo denominado San-Pedro y otros muy inferiores estaban reservados a los indios,quienes, careciendo siempre de fondos para anticipar los gastosde producción no sacaban utilidad alguna positiva, y su desva-limiento y su ignorancia eran lastimosamente explotados por losagiotistas y especuladores a cuyas manos iban a parar todoslos rendimientos de la mina.

El Teniente de Corregidor, empleado que por mucho tiempohabía tenido a su cargo la venta de agua salada, hubo deconfesar lisa y llanamente ante el Fiscal protector que éL enaparcería con el corregidor, se había estado aprovechando delproducto total de un pozo denominado El Manzano, y anremia-do a rendir cuentas, no pudo presentar otra cosa que una listao apuntamiento de los hornos de sal vendidos, sin expresióndel tiempo ni de las otras circunstancias de cada venta.

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La boca de la mina de sal vijua estaba abierta y toda la salque de ella salía era sacada fraudulentamente. Las vertientes ylos pozos de que hemos hecho mención se hallaban convertidosen lodazales, por falta de ramadas, albercas y conductos ar-tificiales.

Los indios que. de muy antiguo, debían de estar acostumbra-dos a vivir atenidos a las utilidades que la salina había derendirles, descuidaban las labores del campo, dejaban abando-nados los resguardos y vivían en la holgazanería y en la másdeplorable miseria.

En semejante lastimoso estado halló el doctor Moreno lasalina. y de él se enteró examinando prolijamente todas suspartes. tomando informaciones de cuantos en ella tenían inter-vención y registrando los documentos que pudo haber a lasmanos. y con el fin de descubrir por sí mismo y con certezaa qué suma debían ascender los productos de la salina, hizo elexperimento de recoger el agua salada que cada una de lasvertientes produce en un minuto; hízola cocer a su vista. y pesóla sal que de cada operación resultaba; con que pudo demostrarque la renta anual que debían producir los hornos de La-Ramada,La-Barranca y Rute, supuesto que el modo de beneficiar lasaguas no se mejorase, era la de 7 . 165 pesos. Puso también a lavista lo píngüe de la renta de que podían gozar los indios ytodos los vecinos de Zipaquirá, dejándoles el derecho de comprarlas aguas de aquellas vertientes, y favoreciendo a los indios conel de participar del agua que en cada hornada se cocía, y conel de beneficiar para su exclusivo provecho la de algunos de lospozos menos ricos.

Hizo del mismo modo pateI)te en el luminoso informe quesobre esta materia dirigió al Gobierno, la necesidad de empren-der ciertas obras sin las cuales jamás podría remediarse eldesaseo con que se manejaban las aguas saladas, el desperdicioque de ellas se hacía y los innumerables fraudes que se come-tían, y la de crear los destinos de administrador y juez privativode la salina. Propuso, por último, que los productos de ellase elevasen a la categoría de renta pública, haciéndose ingresara la hacienda el sobrante que resultara después de atender alos fines para los cuales. según la legislación vigente, estabandestinados aquellos productos. Declaró cómo podía conseguirsetan importante objeto, no sólo sin perjuicio para el vecindariode Zipaquirá, sino con manifiesta utilidad para él. Solicitó quede los fondos del ramo se pagase a ciertos empleados que debían

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practicar algunas diligencias cada vez que los indios hacíanreclamaciones ante la justicia; llevando en esto la mira de re-mediar los males a que se veían expuestos, no pudiendo comode hecho no podían, satisfacer a escribanos, procuradores cu-riales y agentes del Fiscal derechos ni eventualidades; y porúltimo, pidió se elevase a conocimiento del Soberano cuantohabía informado y propuesto, con el fin de que se consiguierauna reforma estable en el negocio sobre que había informado.

Todo lo propuesto por el Fiscal Protector fue mandado ob·servar por decreto del Gobierno, expedido en 14 de junio de1768; y al mismo magistrado se cometió la formación de lasinstrucciones a que debían arreglarse el administrador y el juezde la salina para plantear las ideas contenidas en el informe.Por una real cédula se le confirió el encargo de guardar unade las tres llaves de la caja en que se depositaban los pro-ductos de la venta de sal.

v

En el año de 1767 había el señor Moreno recibido del ReyD. Carlos III la comisión de notificar la orden de su expulsióna los jesuitas de la casa que tenía en Santafé la Compañía, aquienes se había procurado mantener ignorantes de la providen-cia que contra ellos se había expedido. En la fecha que se lehabía señalado, y a las doce de la noche, se dirigió el señorMoreno al colegio de la Compañía y tocó a la puerta, teniendo,al cumplir aquella comisión, por extremo penosa para él, sor-prender a los religiosos; mas la puerta se abrió al punto corn.opor sí misma, y se vio a la comunidad formada en el vestíbulo.los breviarios bajo el brazo, y dispuesta a emprender el caminode destierro.1

"Uno de los establecimientos públicos, dice en el número 225,que debe esta cauital al señor D. Francisco Antonio Morenoes el de los reales hospicios para pobres inválidos de ambos sexos.Este ministro, cuyo nombre se inmortalizará, levantado siemnreen alto sobre las manos de aquella porción de infelices que en-cuentran tan caritat;vos asilos, proyectó la creación de esta.scasas de piedad, proponiendo como aplicable para la de hom-

1) Esta es la tradición conservada en la familla del señor Moreno.El señor Groot. y algún otro historiador. refiere que el Virrey en per-sona notificó a los padres ~esuitas el decreto de expulsión.

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bres el edificio del antiguo seminario, y para la de mujeres elantiguo colegio noviciado de la religión extinguida, con ciertosproductos de la salina de Rute y Cajera y otros efectos de tem-poralidades que podrían servir de fondo y renta anual para elsocorro de los pobres.

"Manifestó su proyecto al Gobierno superior del Reino ypersuadido éste de la importancia y utilidad de establecimientosde esta clase, dio cuenta al Rey para su aprobación, la quedesde luego obtuvo de la real piedad por cédula dada en SanI1defonso, a 20 de agosto de 1774, en la que, declarándose delReal patronato los dos hospicios, mandó S. M. formar los esta-tutos con que debían gobernarse, y se formaron por el mismoseñor Moreno, mereciendo igual aprobación por otra real cé-dula despachada en Aranjuez a 10 de junio de 1777, quedandodicho señor y sus sucesores en el empleo que desempeñaba,¡:>ürjueces conservadores de estas dos casas."

A nosotros sólo nos resta añadir que el señor Moreno siguióocupándose en este negocio hasta dejar establecido el hospicio.

Al mismo D. Francisco Moreno pidió informes la Corte sobrela manera como debían administrarse las temporalidades de laextinguida Compañía ocupadas por el Gobierno, y sobre laaplicación que pudiera dárseles con mayor provecho para elpúblico. En contestación escribió y remitió el Plan de ocupaciónde las temporalidades de la Compañía.

Fue creada por el Gobierno de la Metrópoli una corporacióndenominada "Junta superior de aplicaciones", cuyos miembroseran el Virrey, que lo era a la sazón D. Manuel Guirior; el pre-lado d;ocesano, cuyas funciones estaba desempeñando D. JoséGregorio Díaz Qui;ano, gobernador del Arzobispado en sedevacante; el oidor decano de la Audiencia, que lo era entoncesD. Joaquín de Aróstegui y Escoto; D. José Antonio Peñalver,como fiscal de S. M., y el protector de indios que, como sabemos,lo era D. Francisco Antonio Moreno, quien por la elevaciónde su espíritu y la superioridad de su carácter, vino a ser elalma de aouella corporación, la cabeza que discurría y elbrazo que ejecutaba.

Una vez distraídos de su fin los bienes que los particularesh~bían cedido a los iesu;tas, lo más razonable era oue se des-tinasen a obietos de utilidad pública: así lo com11rendió el señorMoreno. y harto 1(\ "rucba la idea que concibió de fundar unhospicio y una biblioteca.

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Sobre esta materia dejaremos hablar a D. Manuel del SocorroRodríguez, redactor del "Papel Periódico" de Santafé de Bogotá.

Ahora dejaremos que el mismo D. Manuel del Socorro Ro-dríguez nos refiera lo concerniente a la fundación de la bi·blioteca:

"Hay hombres, dice en el número 264 de su 'Papel Periódico',que dotados de un alma de temple nobilísimo, se distinguen,no sólo por la sublimidad de sus luces, sino por un genio be-néfico que les inspira las ideas más oportunas para el bienpúblico y para el honor de la patria. Tal es la justa pintura ydigno elogio que le conviene a un ilustre hijo de la ciudad deMariquita, cuyo mérito es bien notorio en esta capital, en laque hizo sus estudios. .. Le habríamos hecho un notable agravioa la esclarecida memoria del señor D. Francisco Antonio Mo-reno y Escand6n si hubiésemos omitido insertar en nuestroperiódico la noticia que hoy damos a luz para que la posteridadle tribute el debido homenaie de amor y gratitud por el preciosoestablecimiento de la Real Biblioteca Pública.

"La religi6n extinguida poseía un gran número de librosen sus colegios de esta capital, en los de las ciudades de Tunjay Pamplona y en el de la Villa de Honda... No podría darsea estos libros un destino más útil y apreciable que el de colo-carlos en la capital como un erario público donde todos loshijos de las ciudades circunvecinas pudiesen francamente disfru-tar de este precioso tesoro... Son muchísimos los estudiantespobres que carecen de medios para adquirir aun las obras másprecisas de las facultades que profesan, y sin tenerlas es im-posible que aun el ingenio más sublime llegue a poseer losrudimentos científicos con alguna exactitud. No sería otra lareflexi6n que movió el espíritu patriótico del señor D. Fran-cisco Antonio Moreno a representar tan eficazmente al superiorGobierno lo mucho que interesaba al bien público y al honorde esta ciudad el establecimiento de la Real Biblioteca. Sufundada y juiciosa solicitud fue atendida con todo el aprecioque merecía. y adontados como convenientes todos los arbi-trios y mf'dios que propuso para erección de este monumentopúblico, digno por su obieto de los mayores elogios.

"En junta celebrada sobre este mismo asunto el día 22 desentiembre de 1774. qued6 adontado pOr los señores de ella. ycon la anrobaci6n del sunerior Gobierno. el plan relat;vo a lasdisposiciones que se podían tomar en orden a los fondos que

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debían producir el sueldo del bibliotecario, a la pieza y estantesen que se debían colocar los libros, y a otros puntos concer-nientes a este importantísimo objeto. Evacuadas las diligenciasy operaciones requeridas conforme lo exigía lo vasto del plan,se abrió con gran satisfacción del público la Real Bibliotecade esta capital la mañana del 9 de enero de 1777."

Como agente del Gobierno de la metrópoli para la ocupaciónde las temooralidades de los jesuitas, apenas fueron éstos ex-pulsados, dictó el señor Moreno providencias con el fin de queno se interrumpiesen los estudios que en el colegio de SanBartolomé. y baio la dirección de aquellos religiosos, se hacían;reglamentó provisionalmente los estudios, e hizo se nombraserector a su cuñado D. José Antonio Isabella, eclesiástico. dis-tin{!uido, que, años después, fue elegido Obispo de Comayagua.

Más tarde, y cuando corría el año 1774, se hizo relación antela ¡unta suoerior de al'licaciones. de cuya comoetencia habíavenido a ser lo concerniente al ramo de estudios, de un exne-diente en que constaha Que. habipndo defendido el Cole{!io deNupotra Señora del Rosario un acto de conclusiones. sostenidoel sistel11a con"'rnicano, había convidado posteriormente el Con-vento de Predicadores. a nomhre de la universirhd. para otroarto pn que se prol"onía iml"urnarlo; y hahía dirigido con 1'ar-ticu1aridad un aserto al doctor D. José Celestino Mutis (Queera quien había promovido el nrimer acto). censurando el dichosistema como opuesto a las doctrinas católicas, sobre lo cualproduio queja ante el Virrey. De aquí se originaron des ave-m'ncias y contestaciones; y la junta superior cometió al señorMoreno la formación de un plan de estudios.

Desempeñó él su comisión, dando en el modo como lo hizouna nueva y relevante prueba de su talento práctico, de suinstrucción y de su laboriosidad. Halló en el ramo de estudioscorruptelas y defectos, y, con el mismo celo de que se sentíaanimado siempre que se trataba de adelantamientos y de me-joras, se propuso reformarlo. Pero desgraciadamente en estaocasión su vista, de ordinario perspicaz, no penetró las verda-deras causas de los males que era necesario remediar; y asífue que, al mismo tiempo que propuso reformas acertadísimas.puso gran conato en desterrar de los estudios universitarios lafilosofía escolástica.

Si el plan de estudios del señor Moreno hubiera sido aproba-do nor el Rey y hubiera regido por bastante tiempo, se habríahecho patente el yerro en que había incurrido su autor. En

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efecto, ¿qué se habría sustituído desde el último tercio del siglopasado a aquel sistema tilosóüco sino delirios y utopias, tales comolas que más tarde han venido a convertir nuestros establecimien-tos universitarios en cátedras de doctrinas estériles o corruptoras?

Nos abstendremos de ofrecer a los lectores una noticia ana-lítica de todo el plan de estudios: las ideas desenvueltas en élhan sido en su mayor parte adoptadas en los planes que pos-teriormente han regido, y así, parecen hoy triviales. Nos con-tentaremos con apuntar unas pocas de las especies que má:;nos han llamado la atención al leer aquel documento; las que.si acaso carecen de interés, pueden considerarse a lo menoscomo datos para la historia de los estudios y de las letras enla Nueva Granada.

Manifiesta el autor que la enseñanza que pudiera llamarsepública estaba reducida a las cátedras del Seminario de SanBartolomé y del Colegio del Rosario, únicos establecimientosen que debía regir el nuevo plan de estudios; pues a las comu-nidades religiosas se las dejaba en libertad para reglamentar 10'i

suyos. Eran aquellas cátedras escasas, hallábanse mezquim1•

mente dotadas. y no se abría curso de una facultad hasta que danterior se hubiera concluído; no obstante que, por una corruptelade deplorables consecuencias, solía permitirse a los que sóbhabían ganado su primer año de filosofía pasar a facul' admayor. Las materias que se cursaban eran latinidad. filosofía.teoloqía y jurisprudencia. El estudio del derecho canónico estabaincluído en el de la última de estas facultades. De medicinano se daban lecciones sino en una clase que en el Colegio delRosario regentaba D. Juan Vargas, que había sido graduado enaquella materia por los religiosos de Santo Domingo. El plandisnone que se cierre esta clase y que toda enseñanza de me·dicina quede susnendida hasta que el Rey, a quien ya laiuntahabía representado sobre ese particular, provf'yese 10 candu-centp con el fin de que pudieran abrirse verdaderos cursos deaquella facultad.

Era ahora ha un siglo. como lo es hoy, permitido a losparticulares abrir establecimientos de enseñanz3. Sunoniendo enlos padres de famiFa el discernimiento y las luces indisnen~ablespara elegir maestros nara sus hijos. pued~ esta libertad seradmitida en un país adelantado en civilización; mas en la Nue-va Granada. y en la Nueva Granada del siglO XVIII. eraincontrovertihlpmente monstruosa y ahsurda. El tener fama dehaber sido buen latino en el colegio, el poder hacer un acróstico.

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era título suficiente para que el pedantuelo más adocenado fuesetenido por hombre de letras y de ingenio. Con este antecedentecualquiera puede discurrir cuan fácil era que los padres defamilia fuesen embaucados, y que la educación de gran parte dela juventud quedase a cargo de los sujetos menos dignos dedesempeñar tan delicado ministerio. El plan ordena que nadieestablezca escuela sin ser previamente examinado y aprobado.2

Fomenta del mismo modo la instrucción primaria gratuita,estableciendo las reglas que deben observarse en la escuela pú-blica de primeras letras que mantenian los padres jesuitas, yque, merced al celo del señor Moreno, Se había conservado des-pués de la expulsión.

Recomienda muy especialmente para los que han de seguir la ca-rrera eclesiástica y han de ser curas, los buenos estudios que puedanhacerlos hábiles para difundir en las poblaciones del campo losconocimientos útiles concernientes a la agricultura y a la minería.

De lo que el señor Moreno expone en orden a la jurispru-dencia, se infiere que en su estudio solían los profesores dejarseir a las abstracciones, a las sutilezas y a la pedante3ca ostenta-ción de una erudición estéril. El plan introduce en esto todaslas reformas compatibles con el espíritu de las reales órdenes aque tenía que ajustarse.

Regía en los colegios la práctica de dictar las lecciones, si-guiéndose de ella incalculable pérdida de tiempo y los demásinconvenientes que es fácil discurrir. Este sistema queda pros-crito en el plan, y en él se dispone se pidan a Europa los librosseñalados como textos, y que de los fondos de los colegios seant;cine su importe para que los estudiantes puedan adquirirlos.

El plan obtuvo aprobación de la junta, y su autor el nom-bramiento de Director real de estudios.3

2) Esta medida que hoy seria anticatólica, no lo era entonces, pues,mediante las relaciones que existían entre la Iglesia y el Estado, elGobi€rno civil podía considerarse autorizado para aprobar a los maestros.

e) En 1777solicitó el sefior Moreno merced de agua para la casa desu habítación, ofreciendo pagar lo que se acostumbraba. Diose vistade la solicitud al Procurador General. quien, encomiando los serviciosque debia la ciudad al sefior Moreno como fundador de los hospiciosy de la biblioteca y como autor del mejor método de estudios y pro-motor del establecimiento de la Universidad, propuso se le concediesegratUitamente lo que pedia. El Cabildo acogió gustoso esta proposicióny la aprob6. El Virrey Guirior decia en su relación de mando: "En sóloun afio que se ha observado este acertadisimo método (referiase al plan)se ha reconocido por experiencia los progresos que hacen los jóvenesen la aritmética, álgebra, geometria y trigonometria, en jurisprudenciay teologia.

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Le acaeció al señor Moreno lo que al insigne Jovellanos:aunque buen católico y rigurosamente ortodoxo, no pudo re-sistir a la influencia de las ideas que en su época formaban unacorriente tanto más capaz de arrastrarlo todo, cuanto, habién-dose hallado contenida, llevaba la fuerza de su primer ímpetu.Ignoramos si el señor Moreno quedó medio cogido por aquellacorriente tratando, mientras estuvo en la Península, con algunosde los corifeo s de las nuevas doctrinas, o leyendo escritos delos que clandestinamente penetraban en el Virreinato. Ello esque su espíritu, inclinado a reformas, debió de ofuscarse atri-buyendo al escolasticismo ciertos males cuyo origen no eraotro que la imperfección con que todo ha solido hacerse entrenosotros. No debió de contribuír poco a prevenir al señor Mo-reno contra un método a que él mismo debía su sólida y pro-funda instrucción, el ver que en las aulas, con el propósito deejercitarse en el silogismo, ventilaban a menudo maestros ydiscípulos cuestiones cuya solución a nada conducía. Defectoera este de la época y de los hombres, pero no de una filosofíaque está hoy sacando gloriosamente la cabeza por entre rui-nas y despojos de innumerables sistemas con los cuales encerca de un siglo no se ha conseguido formar en nuestra tierravarones como -aquP1los que le dieron lustre en la única épocagloriosa de que hace mención nuestra historia.

Como quiera que sea, el señor Moreno procedió, si incau-tamente, con plena sinceridad; y estuvo muy lejos de mostrarseadverso a la filosofía escolástica por odio a la Iglesia Católica:muchas de las expresiones contenidas en el plan de estudiosprueban su respeto a la Iglesia y su interés por los estudiosteológicos.

El haber intervenido en la expulsión y en el manejo y apli-cación de las temporalidades de los jesuitas le ha traído alseñor Moreno acres censuras y graves cargos de uno de nues-tros más beneméritos historiadores. Pero estos cargos no podríanfundarse en otros documentos que en los que nosotros tenemosa la vista. y en ellos no se encuentra más que lo que llevamosexpuesto en orden al modo como el señor Moreno desemneñósus comisiones. Los demás no son otra cosa que especies quecorrían cuando estaban pasando los sucesos. Nosotros para es-timarlas en su verdadero valor hemos de contemnlar 10 que pa-s"r'a en nuestros días si se tratase de hacer guerra a all!1Ínainstitución tan imnortante y al nronio tiemno tan oonular comoera en aquel entonces la Compañía de Jesús en el Nuevo Reino.

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¡Cuántas falsas especies, cuántas susurraciones y cuántos chis-mecillos no circularían y no pasarían por nuestras propias bocas,en el caso que suponemos, indistintamente contra todos los que,como autores o como agentes, tuvieron parte en el hecho! Estohubo de suceder cuando la expulsión, y con mayor razón quesucedería actualmente, pues entonces escaseaban tanto los even-tos capaces de ocupar la atención pública, y de excitar vivos sen-timientos, que no ya un acontecimiento tan inesperado y estu-pendo como la expulsión de la Compañía, sino el acaecimientode menos monta, daba materia para conversaciones, comenta-rios, disputas y hablillas por semanas enteras y tal vez porlargos meses.

Ni se concibe que, habiendo sido impulsado el señor Morenoa proceder contra los jesuitas por odio a su instituto, se hubieseconservado en su casa un afecto especialísimo a los jesuitas,como en efecto se conservó, de lo cual podemos dar nosotrosbuen testimonio. Su obediencia a los decretos relativos a losjesuitas y a sus bienes, que pudiera parecer extraña en un buencatólico, se explica por el hábito de atribuír todas las provi-dencias del monarca a motivos que no podían calificar losencargados de ejecutarlas, por la presunción de que el Gobiernocivil no procedía sino de acuerdo con el eclesiástico. y por laidea que se tenía de la piedad de Carlos 111.

VIEl 27 de marzo de 1776 fue D. Francisco Antonio Moreno

promovido a la fiscalía del crimen en la Audiencia de Santafé.y el 12 de abril de 1780 al mismo empleo en la de Lima.

Habiéndose trasladado a aquella ciudad, como el suieto quedesempeñaba la fiscalía de lo civil se hubiese por entonces se-parado de este destino, el doctor Moreno entró a desempe-ñarla también.

La protecturía general de los naturales estuvo a su cargo enLima, como lo había estado en Santafé.

Cinco años después fue nombrado oidor de la misma Au-diencia de Lima.

Por el acierto y diligencia con que desempeñó los destinosúltimamente mencionados, obtuvo aplauso y recomendacionesoficiales, como los había obtenido cuando había ocupado otrospuestos.

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De la Audiencia de Lima pasó a la de Chile con el cargode Regente. De esta magistratura tomó posesión el 16 de no-viembre de 1789. Halló sobre manera recargado el despachoen aquella Audiencia, por ser su predecesor sumamente an-ciano y achacoso, e incapaz por tanto de cumplir con su mi-nisterio. El señor Moreno, mediante su acostumbrada laborio-sidad y expedición, lo dejó al corriente en pocos días, y sedice que en muchos de los que siguieron no se reunió el Acuerdosino profórmula, pues no le habían quedado negocios en quéocuparse.

De cierto documento que hemos visto parece debe colegirseque el señor Moreno estuvo temporalmente encargado delgobierno de la Capitanía general de Chile, mas sobre este pumanada podemos afirmar.

Algún escritor granadino que, si nuestra memoria no nosengaña, es el autor de la "Peregrinación de Alpha", hace al señorMoreno el cargo de haber contribuído a excitar el descontentoque dio origen a la guerra de los Comuneros, en 1781, y habersemarchado para Lima dejando en apuros al Gobierno. Bastacotejar la fecha en que empezó aquella guerra con los de lapromoción del señor Moreno a la fiscalía de la Audiencia deLima (12 de abril de 1780), para descubrir lo infundado de aquelcargo. Bien pudo suceder que en la visita que hizo en 1774de las provincias del Distrito de la Audiencia de Santafé, dic-tase, en cumplimiento de su comisión, alguna providencia pocoagradable para los vecinos de las poblaciones por ir encamina-das al aumento o a la buena recaudación de ciertos impuestos; 4

pero aunque hubiese podido prever antes de su partida para elPerú la guerra que iba a encenderse, su obligación era acudiral servicio del soberano donde éste se lo exigía, y habría sidoco<a descabellada y ridícula que un hombre de sus circunstancias,inhábil para el eiercicio de las armas, hubiera pretendido prestaral Gobierno servicios que no le exigia. El autor del cargo 10hizo sin consultar documentos y sin tomar en cuenta el esníritu.las instituciones y las costumbres de la época en que acaecieronlos mcesos a que se refiere.

4) Según el sefior Groot, entre los indios habia ocasionado disgustola disposición del sefior Moreno dictada cuanrlo hizo la visita deci"'rtos pueblos, por lo cual algunos de los de corto vecindario se agre-garon a otros.

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VII

D. Francisco Antonio Moreno murió en Santiago de Chileel 22 de febrero de 1792, a los 55 años de su edad.

Uno de los sujetos que comunicaron a su viuda la noticia desu fallecimiento decía en su carta que el ánimo del señor Re-gente se hallaba enteramente melancolizado a causa de la llegadadel último correo de España, en que se le noticiaba no habérseleconferido la Regencia de la Audiencia de Santafé, y al pareceratribuía a esto el autor de la carta la enfermedad que le habíaacometido. Espiró después de 21 días de tabardillo, durante elcual fue solícitamente asistido por sus amigos el oidor D. AlonsoGonzález Pérez y Conde de Sierrabella, cuya hermana seconstituyó enfermera suya. A la curación atendió una juntapermanente de cinco facultativos.

El tribunal dispuso que se celebrase su entierro con la mayordistinción. Tratábase de hacerlo en la iglesia de Santo Domingo,pero a ello se opuso el señor Obispo, exponiendo que a él letocaba disponer del cuerpo difunto, y que había de sepultarseen la Catedral, donde en efecto se celebró la ceremonia fúnebre.

He aquí la descripción que de ella envió a la familia uno delos concurrentes: "Iban delante en dos filas cosa de doscientospobres con sus hachas; en seguida todos los guiones de cuantascofradías hay en la ciudad y después mucho número de cape-llanes de ellas. A éstos seguían todas las comunidades y la RealUniversidad de San Felipe. Después el difunto, con mortajade San Francisco y encima de ella la garnacha, puesta en mediodel ataúd; y antes del difunto, siguiendo a la universidad, todala clerecía, precedida del guión de San Pedro, cabildo ecle-siástico y el señor Obispo, vestido de pontifical; y al difuntoprecedía el cabildo secular, y a éste la Real Audiencia. Laestación fue desde la casa encaminada hasta la esquina de arribadel portal, y siguiendo por la calle de Baratillos, dio vuelta porla cárcel hasta la Catedral, en que finalizó la función cerca delas ocho de la noche. Fue mucho el concurso de gente, y todamanifestó singular sentimiento. En cuanto a honores militares,estuvo el cuerpo con guardias en las puertas de la sala y cuadra,y se formaron la tropa de infantería, la asamblea de caballeríay dragones de la reina en dos filas en la calle de la Catedral.Desde que salió la cruz no cesaron los clamores de todas lascampanas de conventos y parroquias hasta que acabó el entierro."

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Entre el altar mayor y el tabernáculo de la Catedral de San-tiago media un espacio semejante al que en la de Bogotá separael altar mayor de las gradas de la Capilla de Topo. A la dere-cha de quien entra, y en sitio análogo al que en nuestra Catedralocupa la capilla de Nuestra Señora del Socorro, se encuentraen la Catedral de Santiago el altar de San Pedro. En el espaciodicho y cerca de este altar está la lápida que cubre los restosde D. Francisco Antonio Moreno y Escandón. Entendemos queeste último apellido es el que se lee en la lápida con más faci-lidad por estar los caracteres mejor conservados.

Nuestra Biblioteca Nacional y la Casa de Refugio conservansu retralO. Hasta no hace mucho se veía otro en la sacristía deSan Carlos, iglesia que el señor Moreno hizo destinar para vice-parroquial. Existiendo estos retratos y saliendo reproducido unode ellos en el presente número del "Papel Periódico Ilustrado",sería ocioso que tratásemos de describir su persona. Diremossin embargo que, desde su adolescencia o su juventud, quedóprivado de la dentadura, sin que hubiera conservado una solapieza en toda la boca; y 10 admirable es que no experimentabadificultad alguna para hablar ni para hacer uso de toda espe-cie de viandas.

Las piezas que escribió como abogado ponen de manifiestoque el doctor Moreno debe ser colocado entre los más emi-nentes jurisconsultos que han ilustrado nuestro foro. Mientrassus empleos dieron lugar a ello, le fueron encomendados porlos arzobispos y por sujetos de más nota los negocios gravesque tenían que ventilar ante la Audiencia.

En los mismos escritos y en todos los demás que de él seGonservan, el lenguaje es notable por su elegancia y pureza.

En el "Diccionario geográfico-histórico de las Indias Occiden-tales", escrito por D. Antonio de Alcedo, y publicado en Madriden 1787, en el artículo Granada (Nuevo Reino de), se cita a D.Francisco Antonio Moreno como historiador del mismo NuevoReino. La actividad, erudición y celo patriótico que siempredistinguieron a aquel eminente granadino hacen de todo puntoverosímil que él hubiese escrito alguna obra sobre la historiade su país; pero debemos confesar que no hemos podido inqui·rir cuál obra sea aquella que Alcedo debía de haber visto. Siella ha existido. y si nuestra incuria y los trastornos que hanocurrido después de la muerte del señor Moreno la han hechodesaparecer. puede asegurarse que se ha perdido uno de nues-

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tros mejores momentos históricos. En efecto, ¿qUIen podía es-cribir la historia de la Nueva Granada mejor que aquel hombreque, ya en sus viajes, ya en el manejo de los innumerables ne-gocios en que hubo de intervenir al desempeñar los variadísimosdestinos y encargos que recibió del Rey, del Gobierno del Vi-rreinato, de las autoridades eclesiásticas y municipales y demuchas corporaciones, había debido adquirir un inmenso caudalde datos y con.ocimientos sobre las cosas de su país?Una de las conjeturas que pueden formarse para explicar

esta noticia que da Alcedo es la de que él pudo tener cono-cimiento de una descripción del Nuevo Reino que contiene grancopia de datos históricos y estadísticos y de noticias sobre na-vegación, sobre comercio, sobre milicia y sobre otros muchospuntos, que hemos hallado manuscritos entre los papeles delseñor Moreno. Este trabajo, si es obra suya, fue sin duda hechopara que, bajo el nombre de "Relación de mando", fuera suscritoy enviado a la Corte por uno de los Virreyes.

El doctor Moreno, a semejanza de varios hombres eminentes,dictaba simultáneamente a tres amanuenses. Y hacía esto aveces sin dejar de atender a la partida de ropilla que algunosamigos solían entablar en la pieza de su estudio, ni de dar suparecer acerca de las jugadas. Parando mientes en esta pro-digiosa facilidad que poseía el doctor Moreno para aplicar lamente a varios objetos simultáneamente, comprende uno cómopudo desnachar tantos y tan variados negocios en los 27 añosque mediaron entre su regreso de España y su fallecimiento.

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